Dhrawn era un planeta que, entre otros inconvenientes, tenía una gravedad aplastante, cuarenta veces superior a la terrestre. Era evidentemente imposible para los terrícolas explorarlo. Por lo tanto, para llevarlo a cabo necesitarían colocar sobre aquella superficie a alguien dotado de inteligencia e iniciativa, pero psicológicamente más apropiado que los humanos.
Los seres vivientes que mejor se ajustaban a esas exigencias eran los pequeños mesklinitas, dotados de una constitución resistente. Aunque se encontraban en un estadio cultural inferior, los humanos pensaban que no convenía suministrarles una elevada ayuda tecnológica para su cometido. En cambio, deberían controlar la exploración desde su seguro satélite en órbita a seis millones de millas de Dhrawn.
Hasta el momento de descender allí, los tenaces, valientes e inteligentes mesklinitas estaban decididos a no ser contratados y deseosos por sí mismos de aceptar el fantástico desafío que las fuerzas de Dhrawn les presentaban.
Nominado por el premio Hugo en 1971.
Hal Clement
Estrella brillante
I. DETENIDOS EN UN HOYO
Beetchermarlf percibió cómo se extinguían las vibraciones cuando su vehículo se detuvo, pero instintivamente miró hacia el exterior, antes de soltar el timón del Kwembly. Por supuesto, era un esfuerzo inútil. El sol, o mejor dicho, el cuerpo al que intentaba considerar como sol, se había puesto unas veinte horas antes. El cielo todavía estaba demasiado brillante como para que se viesen las estrellas, pero no era suficiente para poder mostrar detalles del polvoriento y monótono campo de nieve a su alrededor. A su espalda, la única dirección que no podía ver desde el puente del Kwembly, el rastro del vehículo podría haber proporcionado alguna referencia visual; pero desde su puesto en el timón no había ninguna pista de la velocidad.
El capitán, tendido sobre su plataforma, situada detrás del timonel, en un nivel superior, interpretó correctamente su cabeza levantada. Si esto le divirtió, no lo dejó traslucir. Habiendo pasado el equivalente de casi dos vidas humanas en los impredecibles océanos de Mesklin. Nunca había conseguido disfrutar de la incertidumbre; simplemente vivir con ella. Mandar una «nave» que no entendía completamente, viajar sobre la Tierra, en lugar de hacerlo sobre el mar, y saber que su mundo de origen estaba a más de tres parsecs de distancia no ayudaba a reforzar su seguridad en sí mismo; simpatizaba por completo con la desconfianza del joven.
—Nos hemos parado, timonel. Fija el timón y comienza la revisión de las cien horas. Nos quedaremos diez horas aquí.
—Sí, señor.
Beetchermarlf deslizó el timón en su muesca de soporte. Una ojeada al reloj le dijo que le quedaba una hora de guardia; por tanto, comenzó a examinar los cables que conectaban la barra del timón con los juegos de ruedas delanteras del Kwembly.
Los cables eran bastante visibles, puesto que no se había hecho ningún esfuerzo para ocultar la maquinaria esencial detrás de unas paredes. Los constructores del gigantesco vehículo y de las once «naves» hermanas no se habían preocupado de la apariencia externa. Sólo se necesitaban unos cuantos segundos para asegurarse de que las pocos centímetros de cable sobre la cubierta del puente todavía no se habían deteriorado. El timonel hizo un gesto al capitán significando: «Todo está bien». Golpeó la cubierta pidiendo entrada, esperó el acuse de recibo de los de abajo, abrió la trampilla de estribor y se esfumó por la rampa para continuar su inspección.
Dondragmer le vio marchar sin gran precaución. Le preocupaban otras cosas, y el timonel era un marinero de confianza. Por el momento apartó su mente del problema del timón y levantó la parte delantera de sus setenta centímetros, hasta que su cabeza estuvo al nivel de los micrófonos. Un sonido semejante al de una sirena, que podía oírse por encima de uno de los tifones de Mesklin —aunque en el silencio del campo de nieve de Dhrawn resultaba casi ridículo—, aseguró la atención del resto de la tripulación.
—Os habla el capitán. Parada de diez horas para revisión; que comiencen los turnos de vigilancia. El personal de investigación seguirá con sus ocupaciones habituales, asegurándose de verificar con puente antes de salir al exterior. No habrá vuelos hasta que los exploradores hayan sido examinados. ¡Distribución de energía, enterado!
—Energía en revisión.
La voz que salió del micrófono era algo más profunda que la de Dondragmer.
—¡Soporte vital, enterado!
—Soporte vital en revisión.
—¡Comunicación, enterado!
—En revisión.
—¡Kervenser, al puente para estar disponible! Voy a salir. ¡Investigación, condiciones exteriores!
—Un momento, capitán. —Hubo una breve pausa antes de que la voz continuase—. Temperatura, 77; presión, 26,1; viento a partir de 21, constante a 200 cables por hora; fracción de oxígeno estándar a 0,0122.
—Gracias. Eso no parece muy malo.
—No. Con su permiso, saldré con usted para conseguir muestras de la superficie. ¿Podemos colocar el taladro? Podemos conseguir fragmentos rocosos a una buena profundidad en menos de diez horas.
—Perfectamente. Si tardáis tiempo en recoger el equipo del taladro, yo quizá esté fuera antes de que lleguéis a la salida; pero cuando estéis listos, podéis salir. Decidle a Kervenser cuántos vais en el grupo para el diario.
—Gracias, capitán. Estaremos allí enseguida.
En su puesto Dondragmer se relajó; por supuesto, él no dejaría el puente hasta que no apareciese su relevo, aun con los motores parados. Kervenser tardaría unos minutos en llegar, puesto que él también tendría que entregar sus obligaciones normales a su relevo. Sin embargo, la espera no era aburrida. Había mucho sobre qué pensar. Dondragmer no era el tipo aprensivo (el sistema nervioso de los mesklinitas no reacciona así ante la incertidumbre), pero le gustaba pensar las cosas antes de hacerlas.
El hecho de que el Kwembly, si estuviese averiado, se encontraba a 16.000 o 19.000 kilómetros de socorro, era simplemente el fondo del asunto, no un problema especial. No resultaba muy diferente de la situación a que se había enfrentado en los vastos mares de Mesklin durante la mayor parte de su vida. La principal sacudida de la seguridad en sí mismo, normalmente plácida, era causada por la máquina que gobernaba. No se parecía en absoluto al flexible conjunto de balsas que era su idea de un barco. Le habían asegurado que flotaría si se presentaba la ocasión; realmente lo había hecho así durante las pruebas en el lejano Mesklin, donde había sido construida. Sin embargo, desde entonces había sido desarmada, depositada en un carguero y puesta en órbita alrededor de su mundo de origen, transferida en el espacio a una nave interestelar, transportada a otro carguero muy diferente después del salto de los tres parsecs y llevada a la superficie de Dhrawn antes de ser armada. Dondragmer en persona había supervisado el desgüazamiento y la reconstrucción del Kwembly y las demás máquinas, pero no así los pasos intermedios. Esta era la razón principal por la que ahora quería salir al exterior; por alta que fuese su opinión de Beetchermarlf y el resto de su escogida tripulación, le gustaba tener conocimientos de primera mano.
Por supuesto, no le mencionó esto a Kervenser cuando llegó al puente. Era algo que se sobrentendía. Además, el primer oficial presumiblemente sentía lo mismo.
—Se están llevando a cabo las revisiones. Los investigadores van a salir a excavar un pozo y yo voy a ver cómo está todo —fue cuanto Dondragmer dijo cuando le dejó su puesto—. Puedes hacerme señales con las luces exteriores si es necesario. Es todo tuyo.
Kervenser chasqueó alegremente dos de sus pinzas.
—Yo lo llevaré, Don. Diviértete.
El capitán salió a través de la escotilla por la que había entrado su relevo, que estaba todavía abierta, diciéndose a sí mismo mientras salía que Kervenser no era tan despreocupado como parecía.
La principal compuerta neumática estaba a veinte metros por detrás del puente, cuatro cubiertas más abajo. Dondragmer se detuvo varias veces en el camino para hablar con miembros de su tripulación que trabajaban entre las cuerdas, vigas y tuberías del interior del Kwembly. Cuando llegó a la salida, cuatro científicos, con su maquinaria de taladrar, estaban ya allí y habían comenzado a ponerse los trajes especiales. El capitán observó críticamente cómo contorsionaban sus largos cuerpos y numerosas piernas dentro de los transparentes envoltorios, hizo las pruebas de la tensión y comprobó sus suministros de hidrógeno y argón. Satisfecho, les señaló la compuerta y comenzó a vestirse. Cuando salió, los otros ya casi habían colocado sus aparatos. Les dirigió una breve ojeada mientras se detenía en la parte superior de la rampa que llevaba de la compuerta al suelo. Sabía lo que estaban haciendo y podía darlo por hecho, pero nunca podía despreocuparse así del tiempo. Incluso mientras pasaba la aldaba de la compuerta externa detrás de él, miraba hacia el suelo tanto como se lo permitía el prominente casco de su nave.
La oscuridad se acentuaba muy lentamente, mientras la rotación bimensual de Dhrawn alejaba más el débil sol bajo el horizonte. Como en su planeta nativo, éste parecía estar algo por encima del nivel de la vista a su alrededor. La atmósfera comprimida por la gravedad y responsable de este efecto haría también que las estrellas, cuando se hiciesen visibles, temblasen con violencia. Dondragmer miró hacia la proa, pero las estrellas gemelas que vigilaban el polo sur del firmamento, Fomalhaut y Sol, eran todavía invisibles.
Se veían unos pocos cirros moviéndose rápidamente hacia el oeste. Evidentemente, los vientos a trecientos o seiscientos metros de altura eran contrarios a los de la superficie, como era usual durante el día. Esto podría cambiar pronto, y Dondragmer lo sabía; a unos cuantos miles de kilómetros al oeste, la puesta del sol provocaría un cambio de temperatura mayor que aquí. En las próximas doce horas podría haber cambios en el clima. Exactamente qué clases de cambios era más de lo que su formación de marino mesklinita le permitía adivinar, aunque estuviese fortalecida por la meteorología y física alienígenas.
Sin embargo, por el momento todo parecía bien. Bajó por la rampa hasta la nieve, y noventa metros al este se acercó a la compuerta que estaba en el lado de estribor, en parte para asegurarse del estado del resto del cielo y en parte para conseguir una vista general de la máquina antes de comenzar una inspección detallada.
El cielo occidental no era más amenazador que el resto, y le dedicó sólo una breve ojeada.
El Kwembly tenía el aspecto de costumbre. Probablemente a un ser humano le hubiese sugerido un puro de pasta descansando sobre una mesa llana. Medía algo más de treinta metros de largo, seis metros por encima de la nieve. En realidad, había dos; la curva superior del casco a un tercio de la popa y el propio puente. Este último formaba una cruz de seis metros, cuyos perfiles casi cuadrados estropeaban algo las suaves curvas del cuerpo principal. Estaba próximo a la proa para permitir al timonel, comandante y oficial de derrota observar el terreno cuando viajaban a casi hasta el punto donde lo cubrían las ruedas delanteras.
El fondo plano del vehículo se encontraba casi a un metro de la nieve, sostenido por un conjunto casi continuo de ruedas portadoras de cadenas. Estaban fundidas individualmente y conectadas por un embrollado aparejo de finos cables que permitían al Kwembly girar en radio bastante corto, en un control de su tracción razonablemente completo. Las ruedas estaban separadas del casco propiamente dicho por algo que equivalía a un colchón neumático, el cual distribuía la tracción y se adaptaba a las pequeñas irregularidades del terreno.
Una figura semejante a una oruga progresaba lentamente a lo largo de un costado del vehículo. Probablemente Beetchermarlf continuaba su inspección del aparejo. Veinte metros más cerca del capitán había sido erigida la pequeña torre del taladro. Por encima, colgándose de los estribos que jalonaban el casco, aunque apenas podían verse desde la distancia del capitán, trepaban otros miembros de la tripulación, que inspeccionaban los orificios comprobando su tensión. Para un mesklinita, éste era un trabajo enervante. Para un ser criado en un mundo donde la gravedad polar era más de seiscientas veces la de la Tierra y donde incluso la gravedad bajo techo era un tercio de la misma, la aerofobia era un estado mental normal y saludable. La presión de Dhrawn, débil en comparación, pues era escasamente de cuatrocientos metros por segundo cuadrado, hacía que trepar fuese algo más llevadero, pero la inspección del casco era todavía la tarea menos popular. Dondragmer retrocedió reptando sobre la mezcla, fuertemente apretada, de cristales blancos y polvo castaño, interrumpida por arbustos bajos ocasionalmente, y subió por un costado para ayudar.
Las grandes placas curvas eran de fibra de boro, unidas por polímeros cargados de oxígeno y fluorina. Habían sido fabricadas en un mundo que ninguno de los mesklinitas había visto nunca, aunque la mayor parte de la tripulación había tenido tratos con sus nativos. Los ingenieros químicos humanos habían diseñado aquellas partes del casco para que soportasen todos los agentes corrosivos en que pudieron pensar. Comprendían muy bien que Dhrawn era uno de los pocos lugares del universo que probablemente sería más perjudicial a este respecto que su propio mundo de oxígeno y agua. Se mostraron completamente conscientes de su gravedad. Cuando sintetizaron las partes del casco y los adhesivos que las mantenían unidas —tanto los cementos temporales utilizados durante las pruebas en Mesklin como los presuntamente permanentes empleados al rearmar los vehículos en Dhrawn—, tuvieron en cuenta todos estos factores. Dondragmer confiaba plenamente en la habilidad de aquellos hombres, pero no podía olvidar que ellos no se habían enfrentado, ni esperaban hacerlo nunca, a las condiciones contra las que sus productos luchaban. Aquellos particulares fabricantes de paracaídas nunca tendrían que saltar, aunque un mesklinita no habría entendido la paradoja.
Aunque el capitán respetaba la teoría, conocía muy bien la diferencia entre ésta y la práctica; por tanto, dedicó toda su atención a los ajustes entre las secciones del enorme casco.
Cuando se convenció de que continuaban sólidas y ajustadas, el cielo estaba mucho más oscuro. Kervenser había encendido algunas de las luces exteriores, en respuesta a un repiqueteo en el exterior del puente y a unos cuantos gestos. Con esta ayuda, los escaladores terminaron su trabajo y regresaron a la nieve.
Beetchermarlf salió de debajo del gran casco e informó que no había ninguna novedad en los cables de guardín. Los que trabajaban en el taladro habían conseguido unos cuantos metros de fragmentos rocosos. Cada segmento, en cuanto era obtenido, se trasladaba al laboratorio para estudiarse la temperatura ambiental. En realidad, la «nieve» local parecía ser en su mayor parte agua en la superficie; por tanto, muy por debajo de su punto de fusión, pero nadie podía estar seguro de lo que ocurriría más abajo.
La luz artificial enmascaraba algo el cielo. El primer aviso de que el tiempo cambiaba fue una repentina ráfaga de aire. El Kwembly se balanceó ligeramente sobre sus cadenas y los cables de guardín vibraron al ser zarandeados por el denso aire. Los mesklinitas no tuvieron problemas. Para hacerles volar, con la gravedad existente en Dhrawn, se habría necesitado un tornado arrollador. Pesaban casi tanto como pesaría en la Tierra una estatua de oro de tamaño natural. Dondragmer, enterrando reflexivamente sus garras en la polvorienta nieve, no se sintió preocupado por el viento, aunque sí muy molesto ante su propio fallo al no haber advertido con anterioridad las nubes que lo acompañaban. Estas habían pasado de ser aborregados cirros, casi a trescientos metros de altura, a rotos celajes de tipo estrato, situados a la mitad de aquella altura. Todavía no había ninguna precipitación, pero ninguno de los marineros dudaba que pronto la habría. Sin embargo, no podían adivinar ni su forma ni su violencia. Según las medidas humanas, llevaban en Dhrawn un año y medio, pero esto no era suficiente tiempo, ni siquiera aproximadamente, para aprender todos los fenómenos de un mundo mucho mayor que el suyo. Incluso si ese mundo hubiese completado una de sus revoluciones, en lugar de menos de la cuarta parte, no habría sido suficiente para la tripulación de Dondragmer.
La voz del capitán se elevó sobre la canción del viento.
—Todo el mundo dentro. Berjendee, Reffel y Stakendee, ayudadme con el equipo del taladro. El primero que entre debe decirle a Kervenser que ponga a punto los motores y que esté preparado para poner la proa al viento en cuanto todos nosotros estemos a bordo.
Cuando daba esta orden, Dondragmer sabía que quizá no sería posible obedecerla. Era muy probable que la revisión estuviese en un punto que impidiese poner en marcha los motores. Pero después de haber dado la orden, no pensó más en ello. Si era posible sería cumplida. Otros asuntos reclamaban su atención. El equipamiento del taladro tenía prioridad absoluta. Era maquinaria de investigación, la única razón de que los mesklinitas se encontrasen en Dhrawn. Hasta Dondragmer, relativamente libre de las sospechas que muchos mesklinitas alimentaban sobre las intenciones y motivos de los humanos, sospechaba que el científico humano medio valoraría mucho más el equipamiento del taladro que las vidas de un marinero o dos.
Los investigadores ya habían retirado la broca, y estaban comenzando a entrar cuando él les alcanzó. Siguieron la biela y la caja de cambios del artificio manual, dejando únicamente lo que constituía el soporte y las torres guía. Esto era menos importante, puesto que podían ser reemplazadas sin la ayuda humana, pero ya que el viento no empeoraba, el capitán y sus ayudantes se quedaron para rescatarlos también. Cuando terminaron, los demás ya se habían desvanecido en el interior. Evidentemente, Kervenser da muestras de impaciencia en el puente…
Con un suspiro de alivio, Dondragmer condujo su grupo por la rampa y la compuerta, que cerró a sus espaldas. Se encontraban ahora sobre un reborde de un metro de ancho, que rodeaba la compuerta delante de un estanque de amoníaco líquido del mismo ancho, el cual formaba la parte interior del compartimiento. El más pesadamente cargado del grupo descendió dentro del líquido, agarrándose a estribos similares a los que se encontraban en la parte exterior del casco; otros sencillamente se zambulleron, como el capitán. La pared interna de la compuerta estaba a un metro por debajo de la superficie. Entre su borde inferior y el fondo de la cisterna había una ranura de un metro. Pasando bajo ésta y trepando hacia el otro lado, llegaron a un saliente similar al de la entrada. Otra puerta les dio acceso a la sección media del Kwembly. A su alrededor había un ligero olor a oxígeno —generalmente unas cuantas burbujas del aire exterior acompañaban a cualquier cosa que penetrase por la compuerta—, pero el omnipresente vapor del amoníaco y las superficies catalizadoras colocadas en muchos sitios dentro del casco habían demostrado hacía tiempo ser capaces de controlar esta molestia. La mayor parte de los mesklinitas habían aprendido a soportar bastante bien el olor, puesto que como todo el mundo sabía, el gas era inofensivo en pequeñas cantidades.
Los investigadores se quitaron los trajes y se marcharon con sus aparatos y con los estuches que habían protegido sus muestras del amoníaco líquido. Dondragmer mandó a los demás a cumplir con sus obligaciones normales y se dirigió hacia el puente. Kervenser se preparaba para abandonar el puesto de mando, cuando el capitán entró por la escotilla y le hizo señas de que volviese, mientras se dirigía al lado de estribor de la superestructura. Algunas porciones del suelo eran transparentes. Al principio, los diseñadores humanos habían pretendido que todo fuese así, pero no contaron con la psicología mesklinita. Arrastrarse por el campo ya era bastante malo, pero pisar sobre un suelo transparente encima de cuatro metros o más de aire vacío era completamente irrazonable. El capitán se detuvo al borde de una de las hojas de cristal del suelo y miró cautelosamente hacia abajo.
Alrededor del gigantesco vehículo, la grisácea superficie no había cambiado; el viento que sacudía el casco aparentemente no había afectado a la nieve, comprimida por aquellas gravedades durante tiempo indefinido. Incluso los remolinos alrededor del Kwembfy no mostraban señales de su presencia, aunque Dondragmer hubiese esperado más bien que excavasen agujeros alrededor de sus cadenas. Más allá, hasta el límite alcanzado por las luces, no se veía nada, excepto los orificios de donde habían sido extraídas las muestras rocosas y las zarandeadas ramas de algún arbusto de vez en cuando. Las observó atentamente durante varios minutos, esperando que el viento dejase alguna huella allí, pero finalmente dedicó su atención al cielo.
Comenzaban a aparecer unas cuantas estrellas brillantes entre los parches de celaje, pero los guardianes del Polo no se veían. Estaban sólo a unos cuantos grados sobre el horizonte meridional, en gran parte a causa de la refracción, y las nubes bloqueaban todavía más la vista oblicua. Aún no había señales de lluvia ni de nieve, ni forma de descifrar cuál era de esperar, si es que había que esperar algo. La temperatura en el exterior estaba todavía justo por debajo del amoníaco puro y muy por debajo del correspondiente al agua, pero una precipitación mixta era más que probable. Lo que aquello produciría en el granizado casi puro depositado sobre el suelo, Dondragmer no podía adivinarlo; conocía la mutua solubilidad del agua y el amoníaco, pero nunca había intentado memorizar los diagramas con las fases o las tablas del punto de congelación de las diversas mezclas posibles. Si la nieve se disolvía, el Kwembly quizá tuviese una oportunidad para demostrar su capacidad de flotación. No sentía ganas de hacer la prueba.
Kervenser interrumpió sus pensamientos.
—Capitán, estaremos listos para movernos dentro de cuatro o cinco minutos. ¿Quiere energía de tracción?
—Todavía no. Temía que el viento podría llevarse la nieve que está debajo de nosotros y nos haría volcar como los movimientos del agua sobre una nave en la playa, y quería ponerle proa por si sucedía eso; mas hasta ahora no parece haber peligro. Que los exámenes de revisión continúen, excepto aquellos que interfieran con un preaviso de cinco minutos de energía de tracción.
—Eso es lo que estamos haciendo, capitán. Lo dispuse así hace unos cinco minutos cuando llegó su orden.
—Bien. Entonces conservaremos encendidas las luces exteriores y vigilaremos el terreno a nuestro alrededor hasta que estemos preparados para continuar o hasta que cese el viento.
—Es molesto no poder predecir cuándo será eso.
—Lo es. En Mesklin una tormenta pocas veces dura más de un día y nunca menos de una hora aproximadamente. Este mundo gira tan lentamente, que los núcleos tormentosos pueden llegar a ser tan grandes como un continente y podrían necesitar cientos de horas para pasar. Tendremos que esperar a que éstos lo hagan.
—¿Quiere decir que no podremos viajar hasta que cese el viento?
—No estoy seguro. La exploración aérea sería peligrosa, y sin ella no podríamos ir lo suficientemente rápidos; por lo menos eso pensaría la cuadrilla de humanos.
—De todas formas, no me gusta ir tan rápido. No se puede examinar realmente un lugar, a menos que uno se detenga un rato. Debemos estar perdiéndonos un montón de cosas que hasta esos chocantes humanos encontrarían interesantes.
—Parecen saber lo que quieren, algo relacionado con decidir si Dhrawn es un planeta o una estrella…, y ellos pagan. Admito que se hace aburrido para la gente que solamente tiene que ocuparse del trabajo rutinario.
Kervenser dejó pasar la observación sin comentarios, aunque no sin advertirla. Sabía que su comandante nunca habría sido insultante deliberadamente, aun después de las desdeñosas palabras de su colega sobre los seres humanos. Este era un punto en el que Dondragmer se diferenciaba muy profundamente de muchos de sus compatriotas, quienes daban por supuesto que los alienígenas se quedarían con todo cuanto tuviesen, como cualquier buen mercader. El comandante había pasado más tiempo en contacto íntimo con científicos humanos como Paneshk y Drommian, más que ningún otro mesklinita, teniendo desde siempre una personalidad bastante tolerante y acomodaticia. Había llegado a ser lo que muchos otros mesklinitas consideraban como blando, en relación a los alienígenas.
El asunto se discutía raras veces, y ésta lo impidió la llegada de Beetchermarlf. Informó que la revisión había sido terminada. Dondragmer le relevó, ordenándole que enviase el nuevo timonel al puente, y permaneció silencioso hasta la llegada de este último. Takoorch, sin embargo, no era un tipo silencioso. Cuando alcanzó el puente, perdió poco tiempo en comenzar lo que sin duda consideraba una conversación. Kervenser le daba cuerda, divertido como siempre por la imaginación y desfachatez del individuo; Dondragmer, sin embargo, lo ignoraba todo, excepto ráfagas ocasionales de la conversación. Estaba más interesado en lo que sucedía en el exterior, por poco llamativo que fuese en el momento.
Apagó las luces del puente y todas las exteriores, excepto las más bajas, consiguiendo así una vista mejor del cielo sin perder completamente contacto con la superficie. Las nubes eran pocas y más pequeñas, aunque parecían moverse tan rápidamente como antes. El sonido del viento resultaba también el mismo. Poco a poco iban apareciendo más estrellas. Una vez divisó uno de los Guardianes (así los habían bautizado rápidamente los marineros mesklinitas) hacia el sur. No podía decir cuál era; desde Dhrawn, Sol y Fomalhaut brillaban lo mismo, y su violento parpadeo a través de la atmósfera del gigantesco mundo hacía que un juicio por el color no fuese de fiar. De todas formas la visión fue breve, puesto que las nubes no habían desaparecido por completo.
«…El grupo de balsas a estribor se desencuadernó; excepto yo, todo el mundo estaba en el cuerpo central…»
Ni lluvia ni nieve todavía, y los cielos despejados hacían que ahora pareciesen menos probables para alivio del capitán. Una comprobación con el laboratorio a través de uno de los micrófonos le informó que la temperatura estaba bajando; ahora era de 75 grados, tres grados por debajo del punto de fusión del amoníaco. Todavía lo suficientemente cerca para que hubiese problemas con las combinaciones, pero yendo en la dirección adecuada.
«…de las islas al sur y al oeste del Dingbar. Habíamos sido conducidos a la costa por un golpe de tormenta, y estábamos en seco con la mitad de la cubierta rota. Yo…»
Arriba las estrellas apenas tenían ya interrupciones; el celaje casi se había desvanecido.
Por supuesto, las constelaciones resultaban familiares. La mayoría de las estrellas más brillantes de los alrededores no eran muy afectadas por un cambio de perspectiva de tres parsecs. Dondragmer, de todas formas, había tenido el tiempo suficiente para acostumbrarse a los pequeños cambios, y ya no los advertía. Una vez más intentó sin éxito encontrar los Guardianes. Quizá todavía había nubes en el sur. Estaba ahora demasiado oscuro para saberlo. Incluso el suprimir las luces restantes durante un momento no ayudó. Sin embargo, sí atrajo la atención de los otros dos, y el flujo de la anécdota se detuvo un momento.
—¿Algo nuevo, capitán?
La jovial actitud de Kervenser desapareció ante la posibilidad de acción.
—Posiblemente. Las estrellas brillan arriba, pero no hacia el sur. De hecho, no se ven en ningún punto cercano al horizonte. Prueba con un foco.
El primer oficial obedeció. Un rayo de luz saltó hacia arriba desde un punto situado detrás del puente, después de tocar él uno de los pocos controles eléctricos. Dondragmer manipuló un par de cables, y el foco se balanceó hacia el horizonte occidental. Un alarido, groseramente equivalente a una exclamación de sorpresa humana, salió de Kervenser cuando el foco en descenso se colocó paralelamente al suelo.
—¡Niebla! —exclamó el timonel—. Es fina, pero está bloqueando el horizonte.
Dondragmer hizo un gesto de asentimiento, mientras alcanzaba un micrófono.
—¡Investigación! —gritó—. Posible precipitación. Comprobad lo que es y lo que podría provocar esta aguanieve que nos rodea.
—Nos llevará un rato conseguir una muestra, señor —llegó la respuesta—. Seremos todo lo rápidos que podamos. ¿Estaremos en condiciones de salir o tendremos que trabajar a través del casco?
El capitán se detuvo un momento, escuchando el viento y recordando lo que había sentido.
—Podéis salir. Apresuraos todo lo que podáis. —Estamos en marcha, capitán. A un gesto de Dondragmer, el primer oficial apagó el foco. Los tres se dirigieron a la banda de estribor del puente para observar al grupo de fuera.
Se movían rápidamente, pero cuando la compuerta se abrió, la bruma se había hecho más evidente. Dos formas, parecidas a las orugas, aparecieron llevando entre ellas un paquete cilíndrico. Caminaron hasta un punto casi bajo los observadores y colocaron su equipo, que esencialmente consistía en un embudo de cara al viento alimentando un filtro. Les llevó varios minutos convencerse de que tenían una muestra bastante amplia, pero al fin desmantelaron el equipo, encerraron el filtro en un recipiente para preservarlo del fluido de la compuerta y volvieron atrás.
—Supongo que ahora necesitarán un día para decidir lo que es —gruñó Kervenser.
—Lo dudo —replicó el capitán—. Han estado jugando con pruebas rápidas para soluciones de agua y amoníaco. Creo que Borndender dijo algo así como que la densidad era suficiente, si tenía una muestra de un tamaño apropiado.
—En ese caso, ¿por qué están tardando tanto?
—Todavía no han tenido tiempo de quitarse sus trajes —señaló pacientemente el capitán.
—¿Por qué tienen que quitárselos antes de entregar las muestras al laboratorio? ¿No pueden…?
Un grito del micrófono le interrumpió. Dondragmer dio el enterado.
—Casi todo es amoníaco puro, señor. Creo que eran gotitas líquidas muy enfriadas; en el filtro se helaron formando una espuma, y al derretirse aquí dentro desprendieron una buena cantidad de aire exterior. Si durante los próximos minutos huele a oxígeno, es a causa de esto. Quizá comience a helarse sobre el casco, y si recubre el puente, como hizo con el filtro, interferirá con la visión, pero ese es todo el problema en que puedo pensar ahora mismo.
Eso no era todo lo que Dondragmer podía imaginar, pero recibió la información sin más comentarios.
—Este tipo de suceso no ha tenido lugar desde que estamos aquí —observó—. Me pregunto si hay algún tipo de cambio estacional aproximándose. Nos estamos acercando más al sol de este cuerpo. Me gustaría que los humanos hubiesen observado este mundo durante más tiempo, antes de embarcarnos en la idea de explorarlo para ellos. Sería muy agradable conocer lo que viene a continuación. Kervenser, pon en marcha los motores. Cuando estés listo, pon la proa al viento y sigue adelante muy despacio, si todavía se puede ver. Si no gira a babor tan ceñido como sea posible para quedarnos sobre superficie conocida. Mantén un ojo en las cadenas —por supuesto, en sentido figurado; no podemos verlas sin salir al exterior— y hazme saber si hay evidencia de que se les está pegando algo. Coloca un hombre en el portillo de popa; nuestra estela quizá muestre algo. ¿Entendido?
—Las órdenes sí, señor. Lo que teme, no.
—Quizá esté equivocado. Si tengo razón, probablemente no hay nada que hacer. No me gusta la idea de salir a limpiar las cadenas manualmente. Esperemos.
—Sí, señor.
Kervenser volvió a sus obligaciones, y mientras los motores de fusión en las ruedas del Kwembly se despertaron, el capitán se volvió hacia un bloque de plástico de unos diez centímetros de alto y ancho y de treinta centímetros de longitud, que estaba al lado de su puesto. Insertó una de sus piezas en un pequeño agujero, a uno de los costados del bloque, manipuló un control y comenzó a hablar.
II. LA GRAN PARADA
Su voz viajó rápidamente, pero estuvo en camino largo tiempo. Las ondas de radio que la llevaban recorrieron segundo tras segundo la pesada atmósfera de Dhrawn, que se iba adelgazando, y el espacio detrás de ésta. Al viajar se debilitaban, pero medio minuto después de haber sido radiadas, su energía todavía estaba lo suficientemente concentrada como para afectar a una antena parabólica de tres metros. La que encontraron sobresalía de un cilindro de unos noventa metros de diámetro y la mitad de longitud; formaba el extremo de una estructura parecida a una barbilla de pez, que giraba lentamente sobre un eje perpendicular a su barra y a medio camino entre sus centros de gravedad.
La corriente producida por las ondas de la antena pasó en un tiempo mucho más corto al interior de un cristal del tamaño de una cabeza de alfiler, que la rectificó, la envolvió, usó la envoltura para modular una corriente de electrones proveída por un generador del tamaño de un dedo y manipuló así un cono dinámico asombrosamente pasado de moda en una habitación de tres metros cuadrados cerca del centro del cilindro. Sólo treinta y dos segundos después de que Dondragmer hubiese pronunciado sus palabras, éstas fueron reproducidas para los oídos de tres de los quince seres humanos que se encontraban en la habitación. Él no sabía quién podría estar allí en aquel momento, y por tanto habló el lenguaje humano que había aprendido, en lugar del suyo propio; así se entendieron los tres.
—Este es un informe provisional del Kwembly. Nos detuvimos hace dos horas y media para una revisión de rutina y para investigar. En aquel tiempo el viento era del oeste, a unos 200 cables, con cielo parcialmente nuboso. Poco después de empezar a trabajar, el viento subió hasta pasar los 3.000 cables…
Uno de los escuchas humanos tenía una expresión perpleja. Después de un momento, se las arregló para cruzar la mirada con otro.
—Un cable mesklinita mide unos 63 metros, Boyd —dijo suavemente este último—. El viento saltó de unos ocho kilómetros por hora a más de cien.
—Gracias, Easy.
Su atención volvió al que hablaba.
—Ahora la niebla nos ha rodeado completamente, y está espesando todavía más. No me atrevo a continuar, como había planeado; sólo en círculo para que las cadenas no se hielen. Según mis científicos, la niebla es amoníaco superenfriado, y la superficie local, aguanieve. Parece que no se les ha ocurrido a mis investigadores, pero con la temperatura en los setenta yo creo que hay probabilidades de que la niebla disuelva en líquido parte del aguanieve. Entiendo que se supone que esta máquina flota; de todas formas, no creo que la superficie se derritiese muy profundamente, pero me pregunto si alguien ha pensado en lo que ocurrirá si un líquido se hiela alrededor de nuestras cadenas. Debo admitir que nunca lo he hecho, pero la idea de liberar el vehículo a fuerza de músculos no es excitante. Sé que a bordo no hay maquinaria especial para enfrentarse a una situación de este tipo, ya que yo mismo rearmé y equipé esta máquina. Llamo simplemente para informar que quizá debamos estar aquí mucho más tiempo del previsto. Os tendré al corriente, y si nos quedásemos inmovilizados, recibiremos encantados cualquier proyecto que mantenga ocupados a nuestros científicos. Ya han hecho la mayor parte de las cosas programadas para una parada normal.
—Gracias, Don —replicó Easy—. Estaremos atentos. Preguntaré a nuestros observadores y meteorólogos si pueden predecir el tamaño del banco de niebla y cuánto tiempo estará a vuestro alrededor. Es posible que ya tengan algún material de utilidad, puesto que hace un día o algo más que estáis en el lado de la noche. Incluso es posible que tengan fotos del momento; no conozco todas las limitaciones de sus instrumentos. De todas formas, lo comprobaré y te lo diré.
La mujer abrió su micrófono y se volvió hacia los otros, mientras sus palabras eran llevadas hacia Dhrawn.
—Me gustaría poder decir por su voz si Don está realmente preocupado o no —observó—. Cada vez que esa gente tropieza con algo nuevo en ese horrible mundo, me pregunto cómo hemos tenido la desfachatez de enviarles allí y cómo han tenido el coraje de ir.
—Ciertamente no fueron ni forzados ni engañados, Easy —señaló uno de los compañeros—. Un mesklinita que ha pasado la mayor parte de su vida navegando y que ha recorrido su planeta nativo desde el ecuador hasta el polo sur, es seguro que no se hace ilusiones sobre ninguno de los aspectos a explorar o colonizar. Aunque hubiésemos querido engañarles, no habríamos podido.
—Mi cabeza conoce eso, Boyd, pero mi estómago no siempre se lo cree. Cuando el Kwembly fue atrapado por la arena a sólo ochocientos kilómetros de la colonia, estuve moliendo el esmalte de mis dientes hasta que lo desatascaron. Cuando el Smof de Densigeref fue atrapado en una grieta por una riada de barro que se formó bajo él y le dejó caer, fui casi la única en respaldar la decisión de Barlennan de enviar otro de los grandes cruceros terrestres para rescatarlo. Cuando desapareció la tripulación del Esket, entre ellos un par de muy buenos amigos míos, me peleé con Alan y Barlennan por la decisión de no enviar una brigada de rescate, y todavía pienso que estaban equivocados. Ya sé que tenemos que hacer un trabajo y que los mesklinitas estuvieron de acuerdo en hacerlo, entendiendo claramente sus riesgos, pero cuando uno de esos grupos tiene problemas, no puedo evitar imaginarme a mí misma con ellos y tiendo a estar de su lado siempre que hay una discusión sobre acciones de rescate. Supongo que tarde o temprano me despedirán de este puesto a causa de ello, pero yo soy así.
Boyd Mesereau se echó a reír.
—No te preocupes, Easy. Tienes este trabajo precisamente porque reaccionas así. Por favor, recuerda que si disintiésemos fuertemente de Barlennan o alguna de su gente, estamos a nueve millones de kilómetros y a cuarenta ges de potencia, y es probable que de todas formas haga lo que quiera. Cuando eso suceda, será una ventaja para nosotros tener aquí a alguien a quien él considere como de su bando. No cambies, por favor.
—¡Hum! —Si Easy Hoffman se sentía complacida o aliviada, no lo demostró—. Eso es lo que Ib dice siempre, pero le considero lleno de prejuicios.
—Estoy seguro de que los tiene, pero eso no impide necesariamente que sea capaz de formar una opinión sensata. Debes creer algo de lo que dice.
La respuesta de Dondragmer interrumpió la discusión. Esta vez empleaba su propia lengua, que ninguno de los hombres entendía demasiado bien.
—Estaré encantado de cualquier cosa que puedan suministrar tus observadores. No necesitas informar a Barlennan, a menos que quieras hacerlo particularmente. Todavía no estamos realmente apurados, y tiene bastante en su cabeza sin que se le moleste con «quizás». Las sugerencias de investigación pueden enviarlas directamente al laboratorio por el equipo dos; yo probablemente las mezclaría al retransmitirlas. Ahora me despediré, pero conservaremos nuestros cuatro equipos vigilados.
Hubo un silencio, y Aucoin, el tercer escucha humano, se puso en pie mirando a Easy, en espera de que tradujese. Ella lo hizo.
—Eso significa trabajo —dijo él—. Tenemos varios programas más largos planeados más adelante en el viaje del Kwembly, pero si Dondragmer permanece bastante donde está, será mejor que vea cuál de ellos vendría bien ahora. He entendido lo suficiente de esa otra frase para sugerirme que en realidad no tiene muchas esperanzas de poder moverse pronto. Iré primero a computación y les haré reproducir un conjunto bien preciso de orientaciones de posición procedentes de los satélites. Después me presentaré en Atmosféricos para que me den su opinión, y luego estaré en el laboratorio de planificación.
—Te veré en Atmosféricos —replicó Easy—; ahora voy a buscar la información que quería Dondragmer, si tú te quedas aquí de guardia, Boyd.
—Por un rato, de acuerdo. Tengo otro trabajo que hacer, pero me aseguraré de que las pantallas del Kwembly estén cubiertas. Sin embargo, será mejor que le digas a Don quién está aquí. Así no enviará un mensaje de emergencia en stenno, o como se llame en su lengua nativa. Ahora que lo pienso, supongo que un retraso de sesenta segundos no importará mucho, considerando lo poco que podríamos hacer por él desde aquí.
La mujer se encogió de hombros, pronunció unas cuantas palabras por el transmisor en el lenguaje del pequeño marinero, se despidió de Mersereau y se marchó antes de que Dondragmer recibiese su última frase. Alan Aucoin ya se había marchado.
El laboratorio de meteorología estaba en un nivel más alto del cilindro, lo bastante cerca del eje central de la estación para hacer que una persona pesase un diez por ciento menos que en la sala de comunicaciones. Por ser las facilidades para el ejercicio muy limitadas, los ascensores habían sido omitidos en el diseño de la estación y los intercomunicadores estaban considerados estrictamente como equipamiento de emergencia. Easy Hoffman podía escoger entre una escalera en espiral en el eje de simetría del cilindro o cualquiera entre las diversas escalas. Puesto que no llevaba nada, no se molestó con las escaleras. Su destino estaba casi directamente «encima» de Comunicaciones, y lo alcanzó en menos de un minuto.
Los rasgos más prominentes de la habitación eran dos mapas hemisféricos de Dhrawn, de unos seis metros de diámetro. Cada uno era una pantalla donde estaba marcada la temperatura, la referencia altitud-presión, la velocidad del viento —cuando podía obtenerse— y otros datos que pudiesen conseguirse de los satélites que registraban las imágenes reflejadas, dispuestas en órbitas bajas, o de las brigadas exploradoras mesklinitas. Una mancha de luz verde marcaba la posición de la colonia, justo al norte del ecuador, y nueve chispas amarillas más débiles, esparcidas a su alrededor, indicaban los vehículos de exploración. Sobre el fondo del gigantesco planeta, sus rastros formaban un despliegue embarazosamente pequeño, esparcidos en un radio de unos doce mil kilómetros al este y al oeste y de treinta a cuarenta mil al norte y al Sur en el costado occidental de lo que los meteorólogos llaman Low Alfa. Las luces amarillas, excepto las adentradas en las regiones más frías del oeste, formaban un tosco arco que rodeaba al Low. Pronto iba a ser jalonado de estaciones sensoras, pero hasta entonces se había cubierto poco más de la cuarta parte de su perímetro de ciento treinta mil kilómetros.
El coste había sido alto, no sólo en dinero, que Easy tendía a considerar como una simple medida del esfuerzo empleado, sino también en vidas. Sus ojos buscaron la luz amarilla bordeada de rojo, justo en el interior de Low, que marcaba la posición del Esket. Habían pasado siete meses —tres días y medio de Dhrawn— desde que un ser humano había visto alguna señal de su tripulación, aunque sus transmisores todavía enviaban imágenes de su interior. De vez en cuando, Easy pensaba lúgubremente en sus amigos Kabremm y Destigmet, y ocasionalmente molestaba la conciencia de Dondragmer hablándole de ellos al comandante del Kwembly.
—Hola, Easy, y hola, mamá —cortaron sus melancólicos pensamientos.
—Hola, meteorólogos —respondió—. Tengo un amigo que necesita una predicción. ¿Podéis hacer algo?
—Si es para alguien de la estación, seguro —contestó Benj.
—No seas cínico, hijo. Eres lo suficientemente mayor para entender la diferencia entre no saber nada y no saberlo todo. Es para Dondragmer en el Kwembly —indicó la luz amarilla en el mapa, y describió la situación en líneas generales—. Alan traerá la posición exacta, si eso os ayuda.
—Realmente no es mucho —admitió Seumas McDevitt—. Si no te gusta el cinismo, tendré que escoger mis palabras cuidadosamente; pero la luz en ese mapa puede estar dentro de unos cuantos cientos de kilómetros. Dudo de que podamos confeccionar un pronóstico lo suficientemente preciso para que eso haga una diferencia significativa.
—No estaba seguro de que tuvieseis material para hacer una predicción en absoluto —contrarrestó Easy—. Creo recordar que incluso en este mundo el tiempo viene del oeste y el área al oeste hace días que ha estado fuera de la luz solar.
¿Podéis ver esos lugares lo bastante bien como para conseguir datos de utilidad?
—Oh, seguro —el sarcasmo de Benj se había esfumado, y estaba siendo sustituido por el entusiasmo que le había inducido a escoger la física atmosférica como su primera tentativa—. De todas formas, gran parte de nuestras medidas no provienen de la luz solar reflejada; casi todas son radiaciones directas del planeta. Además, emite mucho más de lo que recibe del sol; conoces la vieja discusión sobre si Dhrawn debe ser considerado un planeta o una estrella. Podemos decir la temperatura del suelo, bastante sobre la naturaleza del terreno, la proporción entre el descenso del termómetro y la altura; las nubes. Los vientos son más difíciles…
Dudó viendo la mirada de McDevitt fija en él y siendo incapaz de leer en el impasible rostro del meteorólogo.
El hombre comprendió a tiempo la dificultad y asintió, antes de que la riada de autoconfianza hubiese perdido fuerza. McDevitt nunca había sido profesor, pero tenía el instinto.
—Los vientos son más difíciles, a causa de la ligera incertidumbre en las alturas de las nubes y del hecho de que los cambios adiabáticos de temperatura muchas veces tienen más que ver con la localización de las nubes que las identidades de las masas de aire. En esa gravedad, la densidad del aire baja a la mitad cada noventa metros de ascensión, y eso provoca terroríficos cambios en la temperatura… —se detuvo de nuevo, esta vez mirando a su madre—. ¿Conoces esto o debo ir más despacio?
—No me gustaría tener que resolver problemas cuantitativos sobre lo que has estado diciendo —replicó Easy—, pero creo tener una buena imagen cualitativa. Tengo la impresión de que dudas un poco de decirle a Don muy exactamente cuándo va a levantar la niebla. ¿Serviría de algo un informe suyo sobre la presión y vientos de superficie? Ya sabes que el Kwembly tiene instrumentos.
—Quizá —admitió McDevitt, mientras Benj asentía silenciosamente—. ¿Puedo hablar directamente con el Kwembly? ¿Me entenderá alguno de ellos? Mi stenno todavía no existe.
—Yo traduciré si puedo conservar tus términos técnicos sin variaciones —replicó Easy—. Aunque si planeas hacer algo más que una visita de un mes aquí, sería una buena idea intentar adquirir el lenguaje de nuestros amiguitos. Muchos de ellos conocen algo del nuestro, pero lo apreciarían.
—Pienso hacerlo. Si puedes ayudarme, estaré encantado.
—Ciertamente, siempre que pueda; pero verás a Benj mucho más.
—¿Benj? Ha llegado aquí conmigo hace tres semanas, y no ha tenido más oportunidades que yo de practicar idiomas. Los dos hemos estado revisando las redes de observación y de computación locales, completando el mapa del proyecto.
Easy hizo una mueca a su hijo.
—Eso está bien. Él es como yo para los idiomas, y creo que te será de utilidad, aunque admito que ha aprendido su stenno más por mí que por los mesklinitas. Insistió en que le enseñase algo que sus hermanas no fueron capaces de entender. Atribúyelo, si quieres, a orgullo materno, mas ponlo a prueba, pero más tarde; me gustaría tener esa información para Dondragmer lo antes posible. Dijo que el viento era del oeste a unos cien kilómetros por hora, si eso sirve de ayuda.
Los meteorólogos pensaron por un momento.
—Operaré lo que tenemos en integración, añadiendo eso último —dijo al fin—. Entonces podremos llamarle y proporcionarle algo, y si los detalles numéricos que nos dé son demasiado diferentes, podemos operar otra vez con bastante facilidad.
El y el muchacho se volvieron hacia el equipo, y durante varios minutos sus actividades no significaron nada para la mujer. Por supuesto, ella sabía que estaban proporcionando datos numéricos y factores influyentes a unos ingenios computadores que, presumiblemente, estaban ya programados para manejar los datos en forma apropiada. Se sintió complacida al ver a Benj realizando su parte del trabajo aparentemente sin supervisión. Ella y su esposo habían sido avisados de que los poderes matemáticos del muchacho quizá no estuviesen a la altura necesitada por su campo de interés. Por supuesto, lo que él hacía ahora era rutina que podía ser manejada por cualquiera con un poco de entrenamiento, lo entendiese realmente o no, pero Easy prefirió interpretar su actuación como alentadora.
—Por supuesto —observó McDevitt, mientras la máquina iba digiriendo su contenido—; de todas formas, quedará lugar para las dudas. Este sol no afecta mucho la temperatura superficial de Dhrawn, pero su efecto no es totalmente despreciable. El planeta ha estado acercándose al sol casi desde que vinimos aquí hace tres años. No tuvimos ningún informe sobre la superficie, excepto los de media docena de robots, hasta que se estableció un año y medio más tarde la colonia mesklinita, e incluso sus medidas cubren solamente una fracción diminuta del planeta. Por mucho que queramos creer en las leyes de la física, nuestro trabajo de predicción es casi por completo empírico. En realidad, todavía no tenemos datos suficientes para reglas empíricas.
Easy asintió.
—Comprendo eso, y también Dondragmer —dijo—. Sin embargo, tenéis más información que él, y supongo que en este momento cualquier cosa le viene bien. Sé que si yo estuviese allá abajo, a miles de kilómetros de cualquier tipo de ayuda, dentro de una máquina que, en realidad, está en período de ensayo e incapaz de ver lo que me rodea… Por mi experiencia puedo deciros que estar en contacto con el exterior ayuda, no sólo en forma de conversaciones, sino de tal modo que puedan más o menos verte y saber lo que estás pasando.
—Sería dificilísimo verle —intervino Benj—. Incluso si el aire estuviese claro en el otro extremo, seis millones de kilómetros es mucha distancia para un telescopio.
—Por supuesto, tienes razón, pero creo que sabes lo que quiero expresar —dijo tranquilamente su madre.
Benj se encogió de hombros y no dijo más; de hecho siguió un silencio bastante tenso quizá durante medio minuto.
Fue interrumpido por el computador, que arrojó delante de McDevitt una página con símbolos crípticos. Los otros dos se inclinaron sobre sus hombros para verla, aunque Easy no se enteró de mucho. El muchacho, después de ojear durante cinco segundos las líneas de la información, emitió un sonido a medio camino entre un gruñido de desprecio y una risotada. El meteorólogo levantó la vista.
—Adelante, Benj. Puedes ser todo lo sarcástico que quieras con éste. Aconsejaría que no se le den a Dondragmer estos resultados sin haberlos censurado.
—¿Por qué? ¿Qué hay de malo en ellos? —preguntó la mujer.
—Bueno, la mayor parte de los datos, por supuesto, provenían de las lecturas de los satélites. Incluí tu información sobre el viento, con algunas dudas. No conozco qué clase de instrumentos tienen las orugas allá abajo, o la precisión con que las cifras te han sido transmitidas, y hablaste de que la velocidad del viento era alrededor de sesenta. No mencioné la niebla, puesto que no me dijiste más que estaba allí, y no tenía cifras. La primera línea de esta operación del computador dice que la visibilidad con luz normal —normal para los ojos humanos, y supongo que será lo mismo para los mesklinitas— es de treinta y cinco kilómetros para una mancha de un grado.
Easy enarcó las cejas.
—¿Pero cómo explicáis algo así? Creía que todos los antiguos chistes sobre los hombres del tiempo estaban completamente pasados de moda.
—En realidad, están rancios. Lo explico por el sencillo hecho de que no tenemos, ni podemos tener, una información completa que darle a la máquina. La carencia más obvia es un mapa topográfico detallado del planeta, especialmente de tres millones de kilómetros cuadrados al oeste del Kwembly. Un viento que bajase o subiese una pendiente de veinticinco metros por kilómetro a una velocidad respetable, cambiaría la temperatura de la masa de aire rápidamente, tal y como Benj apuntó hace unos minutos. En realidad, los mejores mapas que tenemos de la topografía fueron realizados teniendo en cuenta ese efecto, pero son bastante esquemáticos. Habrá que conseguir medidas más detalladas de la gente de Dondragmer y operarlas de nuevo. ¿Dijiste que Aucoin iba a conseguir una posición más exacta para el Kwembly?
Easy no tuvo tiempo de contestar; el mismo Aucoin apareció en la puerta de la habitación. No se molestó en saludar y dio por hecho que los meteorólogos habrían recibido de Easy la información pertinente.
—Ocho punto cuatro cinco grados al sur del ecuador, siete punto nueve dos tres al este del meridiano de la colonia. Es lo más cerca que se atreven a confirmar. ¿Mil metros, o algo así, es demasiada diferencia para lo que necesitas?
—Hoy todo el mundo es sarcástico —musitó McDevitt—. Gracias, eso está muy bien. Easy, ¿podemos bajar a Comunicación y hablar con Dondragmer?
—De acuerdo. ¿Te importa que venga Benj? ¿O tiene algún trabajo aquí? Me gustaría que él también conociese a Dondragmer.
—Y de paso, que despliegue sus poderes lingüísticos. De acuerdo, puede venir. ¿Tú también, Alan?
—No. Hay otros trabajos que hacer. Me gustaría conocer los detalles de cualquier pronóstico que consideréis de confianza y todo lo que informe Dondragmer que concebiblemente pueda afectar a Planificación. Estaré allí.
El meteorólogo asintió. Aucoin salió en una dirección y los otros tres bajaron por las escalas hasta la sala de Comunicaciones. Como había dicho que haría, Mersereau había desaparecido, pero uno de los otros vigilantes había cambiado de posición para observar la pantalla del Kwembly.
Movió la mano y volvió a su puesto cuando Easy entró. Los otros prestaron poca atención al grupo. Se habían dado cuenta de las partidas de Easy y de Mersereau simplemente a causa de la importante norma de que nunca habría en la sala menos de diez observadores a la vez. Los puestos no eran asignados siguiendo un plan rígido; se había demostrado que esto provocaba un equivalente de la hipnosis de la carretera.
Los cuatro equipos de comunicación conectados con el Kwembly tenían sus micrófonos centrados delante de un grupo de seis asientos. Las correspondientes pantallas visuales estaban colocadas más altas, de forma que también podían ser vistas desde los asientos generales más atrás. Cada uno de los seis asientos que formaban la estación estaba equipado con un micrófono y un conmutador selector, que permitía el contacto con uno o con los cuatro radios del Kwembly.
Easy se acomodó en una silla y conectó su micrófono al equipo en el puente de Dondragmer. En la pantalla correspondiente no se veía mucho, puesto que la lente del transmisor apuntaba hacia las ventanas del puente y el informe de los mesklinitas sobre la existencia de la niebla era perfectamente correcto. En la esquina inferior izquierda de la pantalla podía verse parte del puesto del timonel con su ocupante; el resto era un vacío gris enmarcado en rectángulos por la forma de las ventanas. Las luces del puente estaban bajas, pero a Easy le pareció que la niebla detrás de las ventanas estaba iluminada por las luces exteriores del Kwembly.
—¡Don! —llamó—. Aquí Easy. ¿Estás en el puente?
Pulsó un cronometrador y conectó su conmutador de selección con el equipo del laboratorio.
—Borndender, o quienquiera que esté ahí —llamó, todavía en stenno—. Con la información que tenemos no podemos conseguir una predicción del tiempo segura. Estamos hablando con puente, pero estaremos muy agradecidos si podéis darnos tan exactamente como sea posible vuestra temperatura actual, la velocidad del viento, la presión exterior, todo lo que sepáis sobre la niebla y… —vaciló.
—Y la misma información durante las últimas horas, con los tiempos tan exactos como sea posible —intervino Benj en el mismo idioma.
—Estaremos preparados para recibirla en cuanto puente termine de hablar —continuó la mujer.
—También podríamos utilizar cualquier cosa que sepáis sobre la composición del aire, la niebla y la nieve —añadió su hijo.
—Si hay más material que penséis que pueda servir de algo, también será bienvenido —terminó Easy—. Vosotros estáis ahí; nosotros no; por ello debe haber alguna idea sobre el clima de Dhrawn que hayáis formado por vuestra cuenta. —El cronometrador dejó oír un timbrazo—. Ahora llega puente. Esperaremos vuestras palabras cuando termine el capitán.
Las primeras palabras del micrófono se mezclaron con la frase final. El cronometrador había sido dispuesto para el tiempo de un mensaje en viaje de ida y vuelta a la velocidad de la luz entre Dhrawn y la estación, y el puente había contestado rápidamente.
—Aquí Kervenser, señora Hoffman. El capitán está abajo en la sala de soporte vital. Si quiere, le diré que venga, o puede usted conectar con el equipo de allá abajo, pero si tiene algún consejo para nosotros, nos gustaría recibirlo lo antes posible. Desde el puente no se puede ver ni a un cuerpo de distancia. No nos atrevemos a movernos, excepto en círculos. Los exploradores aéreos nos proporcionaron una idea de la región antes de detenernos y parece bastante sólida, pero ciertamente no podemos arriesgarnos a continuar. Vamos muy lentamente, formando un círculo de unos veinticinco cables de diámetro. Excepto cuando estamos de proa o de popa al viento, la nave parece a punto de volcar a cada segundo. La niebla se ha helado en las ventanas, por lo que no podemos ver. Las ruedas todavía parecen estar libres, quizá porque se están moviendo, y el hielo se rompe antes de que pueda ser un problema. Espero que los cables de guardín se hielen de un momento a otro. Desprender el hielo de ellos será un trabajo glorioso. Supongo que será posible trabajar en el exterior, pero a mí no me gustaría hacerlo hasta que se detenga el viento. Un traje espacial congelado suena muy desagradable. ¿Alguna idea?
Easy esperó pacientemente a que Kervenser terminase. El retraso de sesenta y cuatro segundos en los mensajes había tenido un efecto general sobre todos los que hablaban a menudo entre la estación y el planeta; desarrollaban una fuerte tendencia a decir de una vez tanto como fuese posible, adivinando lo que el otro grupo quería oír. Cuando supo que Kervenser había terminado y estaba esperando una respuesta, resumió rápidamente el mensaje que había dado a los científicos. Igual que a ellos, omitió cualquier mención del resultado del computador que había insistido en que el tiempo era despejado. Los mesklinitas sabían que la ciencia humana no era infalible; de hecho, la mayoría de ellos tenía una idea de sus limitaciones más realista y saludable que muchos seres humanos, pero no tenía sentido aparecer como tontos si podían evitarlo. Por supuesto, ella no era meteoróloga, pero era humana, y Kervenser probablemente la hubiese colocado en el mismo montón que a los demás. Cuando terminó, el grupo esperó casi en silencio la respuesta del primer oficial. La traducción susurrada por Benj en beneficio de McDevitt duró sólo unos pocos segundos más que el propio mensaje. Cuando llegó la respuesta, fue simplemente un acuse de recibo y un cortés deseo de que los seres humanos pudiesen proporcionar pronto información de utilidad; los científicos del Kwembly enviaban ya el material solicitado.
Easy y su hijo se prepararon para tomar los datos. Ella puso en marcha un magnetófono para comprobar cualquier término técnico antes de intentar una traducción, pero el mensaje llegó en el lenguaje de los humanos. Evidentemente, era Borndender quien lo enviaba. McDevitt se recobró rápidamente de su sorpresa y comenzó a tomar nota, mientras el muchacho tenía sus ojos puestos en la punta del lápiz y sus oídos en el micrófono.
Era casi mejor que no necesitasen a Easy para la traducción. Aunque conocía bien el stenno, había muchas palabras en los dos lenguajes extrañas para ella; no las podría haber interpretado de ninguna forma. Sabía que no debía sentirse molesta por esto, pero no podía evitarlo. No podía dejar de pensar en los mesklinitas como representantes de una cultura como la de Robin Hood o Harún-Al-Raschid, aunque sabía perfectamente que varios cientos de ellos habían recibido educación científica y técnica muy comprensible durante los últimos cincuenta años. El hecho no había sido muy publicado, puesto que existía la idea, muy extendida, de que proporcionar conocimientos muy avanzados a pueblos «atrasados» era erróneo. Verosímilmente, podría producirles un complejo de inferioridad que impediría mayores progresos.
Los meteorólogos no se preocuparon. Cuando llegó el «enterado» final, McDevitt y su ayudante susurraron un apresurado «Gracias» por el micrófono más cercano y salieron corriendo hacia el laboratorio. Easy, observando que el conmutador de selección había sido conectado con la radio del puente, lo corrigió y envió un acuse de recibo más cuidadoso antes de despedirse. Entonces, decidiendo que no sería de ninguna utilidad en el laboratorio de meteorología, se acomodó en la silla que le permitía la mejor vista de las cuatro pantallas del Kwembly y esperó a que pasase algo.
Mersereau volvió unos pocos minutos después de que los otros se hubiesen marchado, y tuvo que ser puesto al día. Por lo demás, no ocurría nada importante. De vez en cuando había una visión de una forma larga con muchas piernas sobre una de las pantallas, pero los mesklinitas atendían a sus propios asuntos, sin una consideración particular de los observadores.
Easy pensó en comenzar otra conversación con Kervenser; conocía a este oficial y le gustaba casi tanto como su capitán. Sin embargo, la idea del retraso entre una observación y su respuesta la descorazonó, como sucedía a menudo cuando no había nada importante que decir.
La conversación languidecía incluso sin retraso. Había pocas cosas que decir entre Easy y Mersereau que no hubiesen sido dichas ya; un año lejos de la Tierra había agotado casi todos los temas de conversación, excepto asuntos profesionales de poca importancia y asuntos de interés privado y personal. Tenía poco en común con Mersereau, aunque le gustaba bastante, y sus profesiones se relacionaban sólo en cuanto a las charlas con los mesklinitas.
En consecuencia, había pocos ruidos en la sala de Comunicaciones. Cada pocos minutos uno u otro de los vehículos terrestres exploradores enviaría un informe, que era debidamente retransmitido a la colonia; pero la mayor parte de los seres humanos de guardia no tenían más motivos para el cotilleo que Easy y Boyd Mersereau. Easy se encontró intentando adivinar cuándo volverían los hombres del tiempo con su pronóstico y lo seguro que podría ser éste: dos minutos en el laboratorio, o uno, si se daban prisa; uno más para proporcionar el nuevo material al computador; dos para la operación repetida con factores modificados en las variables; dos minutos para volver a la sala de Comunicaciones, ya que ciertamente esta vez no se apresurarían. Todavía estarían discutiendo. Pronto estarían aquí.
Pero antes de que llegasen, algo cambió. De repente, la pantalla del puente demandó atención. Había estado tranquila, con las ventanas grises enmascaradas por el amoníaco helado dominando la escorzada imagen de parte del timonel. Este último había permanecido casi inmóvil, con la barra del guardín completamente a un lado, mientras el Kwembly seguía el curso circular descrito por Kervenser.
De repente, las ventanas se aclararon, aunque poca cosa podía verse detrás de ellas; el ángulo de visión del comunicador no estaba lo suficientemente inclinado como para alcanzar el terreno dentro del radio de las luces. Aparecieron dos mesklinitas más y se lanzaron a las ventanas, mirando al exterior y gesticulando obviamente muy excitados. Mersereau señaló otra pantalla. También había excitación en el laboratorio. Hasta entonces, ninguno de los pequeños exploradores había pensado en informar de lo que pasaba. Easy juzgó que estaban demasiado ocupados con problemas inmediatos. Además, era costumbre en ellos conservar bajo su volumen de sonido o completamente desconectado, a menos que específicamente quisiesen hablar con los seres humanos.
En este momento regresaron los hombres del tiempo. Easy miró a su hijo por el rabillo del ojo y le preguntó sin volverse:
—¿Traéis algo útil esta vez? McDevitt contestó brevemente.
—Sí. ¿Puede traducirlo Benj?
—No. Parece que tienen algún problema. Díselo tú mismo. Con algún suceso como éste, Dondragmer tiene que estar en el puente, o regresará cuando llegues allí. Aquí usa este asiento y el micrófono.
El meteorólogo obedeció sin vacilar. Sería la última vez durante muchos meses que haría este cumplido a Easy. Mientras se sentaba, comenzaba a hablar.
—Dondragmer, tendrás unas diecinueve horas más de visibilidad reducida. La niebla congelada durará menos de una hora; la temperatura está bajando y la niebla se convertirá en cristales de amoníaco, que no se pegarán a tus ventanas. Si puedes librarte del viento que tienen ya, por lo menos podrás ver la nieve a través de ellas. El viento decrecerá gradualmente durante cinco horas más. Para entonces, la temperatura será lo bastante baja; así que no necesitas preocuparte por la fusión eutética. Las nubes serán más altas durante cuarenta y cinco horas más…
Continuaba, pero Easy había dejado de escucharle.
Hacia el final de la segunda frase de McDevitt, mucho antes de que el inicio de su mensaje pudiese haber alcanzado Dhrawn, un mesklinita se había acercado al micrófono del puente, tan cerca que su grotesco rostro llenaba casi toda la pantalla. Uno de sus brazos, equipados con pinzas, se extendió a un lado, fuera de la vista, y Easy supo que estaba activando el transmisor sonoro. No se sintió sorprendida de ver que el capitán hablaba en un tono mucho más calmoso de lo que ella habría hecho bajo las mismas circunstancias.
—Easy, o quienquiera que esté de guardia, por favor, enviad un informe especial a Barlennan. La temperatura ha subido de seis a ciento tres grados en los últimos minutos, el hielo de las ventanas se ha derretido y estamos flotando.
III. EL CENTRO NERVIOSO
Quizá no fuera muy amable por parte de Dondragmer haber dado su informe en el lenguaje humano. El tiempo que se necesitaba para una traducción podría haber amortiguado un poco el choque para McDevitt. Como el meteorólogo dijo más tarde, lo peor era comprender que su propia predicción estaba en camino hacia Dhrawn y que nada podía detenerle. Durante un momento sintió un impulso salvaje de coger una nave y alcanzar las ondas de radio que se dirigían al planeta para interceptarlas de los receptores del Kwembly. La idea fue sólo un centelleo; pues eso puede hacerse solamente en treinta y dos segundos. Además, ninguno de los botes que estaban entonces en la estación era capaz de volar más rápido que la luz. La mayoría eran utilizados para suplir a los satélites de imágenes reflejadas.
A su lado, Easy no parecía haber advertido la discrepancia entre la predicción y el informe de Dondragmer; por lo menos, no le había mirado con la expresión con que lo habrían hecho nueve de cada diez de sus amigos. «Bien, ella no lo hace —pensó—. Por eso está en este puesto.»
La mujer manipulaba de nuevo su conmutador selector, con la atención enfocada en una pantalla más pequeña sobre las cuatro que correspondían al Kwembly. Al principio, un indicador al lado de esta pantalla se iluminó con una luz roja; mientras hacía funcionar sus conmutadores se volvió verde, y la imagen de una habitación, parecida a una oficina, con una docena de mesklinitas a la vista, apareció en la pantalla. Instantáneamente Easy comenzó su informe.
Fue breve. Todo lo que podía dar era una repetición de las últimas frases de Dondragmer. Mucho antes de que en la pantalla hubiese alguna evidencia de que sus palabras estaban siendo recibidas, había terminado.
Sin embargo, cuando llegó la respuesta, fue satisfactoria. Todos los cuerpos oruguiformes que podían verse saltaron hacia el micrófono. Aunque Easy nunca había aprendido a leer las expresiones en los «rostros» mesklinitas, sólo había una forma de interpretar los brazos que se movían salvajemente y las pinzas chasqueantes. Una de las criaturas salió corriendo por una puerta semicircular en el otro extremo de la habitación y desapareció. A pesar de su coloración roja y negra, Easy se acordó de cuando había visto unos cuantos años antes a una de sus hijas inhalando una cinta de espaguetis. Para los ojos humanos, un mesklinita corriendo bajo cuarenta gravedades terrestres parecía no tener piernas.
Todavía no se recibía ningún sonido desde Dhrawn, pero en la sala de Comunicaciones de los humanos había un creciente zumbido de conversaciones. Encontrarse en dificultades no era extraño para los vehículos de exploración. En general, los mesklinitas que las sufrían se las tomaban mucho más tranquilamente que los seres humanos que las observaban sin poder hacer nada. A pesar de la falta de intercomunicadores en la estación, la gente comenzó a entrar en la habitación y a llenar los asientos generales. En las áreas delanteras monitorizadoras, pantalla tras pantalla fue dirigida hacia la unidad «del cuartel general» en la colonia. Mientras tanto, Easy y Mersereau dividían su atención entre los cuatro equipos que informaban desde el Kwembly, dirigiendo únicamente una mirada ocasional a la otra imagen.
En las pantallas no se notaba que el vehículo estuviese flotando, porque los transmisores compartían todos sus movimientos y había muy pocas cosas sueltas por cuyos movimientos pudiera detectarse cabeceos o balanceos. El grueso de la tripulación eran marineros bien entrenados. Los hábitos de toda una vida les impedían dejar cosas sin fijar. Easy vigilaba la pantalla del puente más que las otras, con la esperanza de localizar algo en el exterior que le diese una pista de lo que estaba ocurriendo; pero por las ventanas no se veía nada reconocible.
Después las hojas de vidrio fueron bloqueadas una vez más, mientras Dondragmer regresaba al primer plano y ampliaba su informe.
—No parece haber peligro inmediato. El viento nos empuja con bastante rapidez, a juzgar por nuestra estela. Nuestro rumbo magnético es 66. Flotamos sumergidos hasta la cubierta dos. Nuestros científicos están intentando computar la densidad de este líquido, pero nadie se ha molestado nunca en diseñar paneles deslizantes en este casco, al menos que yo sepa. Si vosotros, seres humanos, tenéis por casualidad esa información, nos gustaría recibirla. Estaremos seguros, a menos que tropecemos con algo sólido, y no puedo adivinar qué probabilidades hay de eso. Toda la maquinaria funciona perfectamente, menos las cadenas, que no encuentran nada sobre qué apoyarse. Si les suministramos energía, se aceleran. Eso es todo por ahora. Si vuestros satélites pueden seguir nuestra localización, recibiremos encantados esa información tan a menudo como podáis conseguirla. Decidle a Barlennan que hasta ahora todo va bien.
Easy cambió las conexiones del micrófono y repitió el informe del capitán lo más al pie de la letra que pudo. A su debido tiempo, vio que lo que decía estaba siendo anotado en el otro extremo del transmisor. Esperaba que el que escribía tendría alguna pregunta; aunque era probable que ella no fuese capaz de contestarla, estaba comenzando a sentirse de nuevo inútil e incapaz. Sin embargo, el mesklinita agradeció sencillamente la información, y con sus notas se dirigió hacia la puerta. Easy quedó preguntándose lo lejos que tendría que ir para entregárselas al comandante. Ningún ser humano tenía una idea clara sobre el trazado de la base mesklinita.
De hecho, el viaje era breve. La mayor parte parecía transcurrir al aire libre, a causa de la actitud de los colonos hacia los objetos masivos por encima de su cabeza: una actitud difícil de vencer, incluso en un mundo donde la gravedad sólo era una fracción de su valor normal en Mesklin. Los tejados de la colonia eran casi todos de película transparente, traídos de su planeta nativo. La única diferencia de un solo piso tan grande como una ciudad era dictada por el terreno. A un mesklinita nunca se le habría ocurrido la idea de un sótano o de un segundo piso. El Kwembly y los vehículos gemelos, de muchas cubiertas, eran de diseño básicamente humano y paneshk.
El mensajero recorrió un laberinto de pasillos durante unos doscientos metros antes de alcanzar la oficina del comandante. Estos se encontraban en el extremo norte del revoltijo de estructuras de treinta centímetros de altura que formaban la mayor parte de la colonia, situada cerca del borde de un acantilado de dos metros, que se extendía durante un kilómetro al este y al oeste, interrumpido por más de una docena de rampas artificiales. Sobre el terreno, debajo del acantilado, estaban dos de los gigantescos vehículos, y sus puentes sobresalían sobre las cubiertas de la «ciudad». La pared de la habitación de Barlennan era transparente y daba directamente sobre el más cercano de aquellos vehículos; el otro estaba aparcado a unos trescientos metros al este. Unos cuantos mesklinitas con trajes aéreos se hacían visibles también en el exterior. Los monstruosos vehículos que atendían les daban un aspecto de enanos.
Barlennan miraba crípticamente este grupo de mecánicos cuando entró el mensajero. Este no empleó ninguna formalidad, sino que al entrar en el compartimiento soltó el informe que Easy había retransmitido. Cuando el comandante giró para recibir la versión escrita, ya la había oído verbalmente.
Por supuesto, no era satisfactoria. Desde que había llegado el primer mensaje, Barlennan había tenido tiempo de hacerse unas cuantas preguntas, y este mensaje no contestaba ninguna. El comandante controló su impaciencia.
—Entiendo que los expertos humanos en climas no han proporcionado todavía nada de utilidad.
—A nosotros nada en absoluto, señor. Pueden, por supuesto, haber hablado con el Kwembly sin que nosotros los hayamos oído.
—Cierto. ¿Ha llegado la noticia a nuestros propios meteorólogos?
—No, que yo sepa, señor. No ha habido nada de utilidad que decirles, pero también Guzmeen puede haber enviado un mensaje allí.
—Muy bien. De todas formas, quiero hablar con ellos yo mismo. Estaré en su departamento durante la próxima media hora o más. Díselo a Guz.
El mensajero hizo un gesto afirmativo con sus pinzas y se desvaneció por la misma puerta por la que había entrado. Barlennan salió por otra, caminando lentamente hacia el oeste, edificio tras edificio, a través de las rampas cubiertas, que hacían de la colonia una unidad. La mayoría de las rampas tenían una pendiente hacia arriba; así que cuando, girando hacia el sur, se apartó del acantilado, estaba un metro y medio más alto que su oficina, aunque todavía no al mismo nivel que los vehículos detrás de él. El material que formaba el techo se combaba algo más tensamente, puesto que la presión del hidrógeno casi puro del interior de la estación no descendía al aumentar la altitud tan rápidamente como la mezcla gaseosa de Dhrawn, mucho más densa. La colonia estaba construida en una elevación bastante alta para Dhrawn. La presión total exterior era casi la misma que la de Mesklin a nivel del mar. Sólo cuando los vehículos descendían a elevaciones más bajas, llevaban argón extra para conservar el equilibrio de su presión interna.
Los mesklinitas tenían mucho cuidado con las grietas, pues el aire en Dhrawn tenía alrededor de un dos por ciento de oxígeno. Barlennan todavía recordaba los horribles resultados de una explosión del oxígeno con el hidrógeno poco tiempo después de haber encontrado seres humanos por primera vez.
El complejo de investigación era el más occidental y el más alto de la colonia. Estaba bastante separado de la mayoría de las otras estructuras, y se diferenciaba de ellas en que tenía un techo sólido, aunque también transparente. Además se acercaba más a un segundo piso que ninguna otra parte de la colonia, puesto que varios instrumentos estaban colocados en el techo, donde podían ser alcanzados mediante rampas y compuertas neumáticas con bastante líquido. No todos los instrumentos habían sido proporcionados por los alienígenas patrocinadores de dicha colonia; durante cincuenta años los mesklinitas habían estado usando sus propias imaginaciones e ingenuidades, aunque no se habían sentido realmente libres para hacerlo hasta que llegaron a Dhrawn.
Al igual que los vehículos de exploración, el complejo del laboratorio era una mezcla de crudeza y sofisticación. La energía se suministraba por unidades de fusión de hidrógeno; los utensilios de vidrio químicos eran de fabricación nativa. La comunicación con la estación orbital se hacía mediante un transmisor de rayo electromagnético en estado sólido; pero en el complejo los mensajes se transportaban físicamente por corredores. Se estaban tomando pasos para variar esto, desconocido por los seres humanos. Los mesklinitas comprendían el telégrafo y estaban a punto de construir teléfonos capaces de transmitir su radio vocal. Sin embargo, ni el teléfono ni el telégrafo estaban siendo instalados en la colonia, porque la mayor parte del esfuerzo administrativo de Barlennan se concentraba en el proyecto que había provocado la simpatía de Easy por la tripulación del Esket. Se necesita mucho trabajo para colocar líneas telegráficas a campo través.
Barlennan no decía nada de todo esto a sus patrocinadores. Le gustaban los seres humanos, aunque no iba tan lejos en ese aspecto como Dondragmer; tenía siempre presente la duración de su vida, asombrosamente corta, lo que le impedía conocer realmente a la gente con la que trabajaba antes de que fuesen reemplazados por otros. Estaba bastante preocupado por la posibilidad de que los humanos, Drommian y Paneshk, averiguasen lo efímeros que eran, por miedo a que esto les deprimiese. De hecho, era política mesklinita evitar las discusiones con alienígenas sobre el tema de la edad. También procuraban no depender de ellos más de lo inevitable. Nunca se sabía si los sucesores tendrían las mismas actitudes. La mayor parte de los mesklinitas pensaban que los humanos eran intrínsecamente inseguros; la confianza que Dondragmer depositaba en ellos resultaba una brillante excepción.
Todo esto lo sabían los científicos mesklinitas que veían llegar a su comandante. Su primera preocupación fue la situación inmediata.
—¿Algún problema, o está solamente de visita?
—Me temo que hay problemas —replicó Barlennan. Delineó brevemente la situación de Dondragmer—. Recoged a todos los que penséis que pueden ser útiles y vayamos al mapa.
Se dirigió hacia la cámara de cuatro metros cuadrados, cuyo suelo era el «mapa» de Low Alfa, y esperó. Hasta entonces muy poco del área había sido «cartografiada». Como muchas veces antes, sintió que le esperaba una larga tarea. Sin embargo, el mapa era más alentador para él que su contrapartida humana, a unos millones de kilómetros por encima. Los dos mostraban el arco recorrido por los vehículos y algo del paisaje. Los mesklinitas lo habían indicado con líneas negras parecidas a las arañas y que sugerían el esquema de las células nerviosas humanas completas con sus núcleos celulares.
Los datos específicamente mesklinitas se centraban en su mayor parte alrededor del punto donde yacía el Esket. Esta información, marcada en rojo, había sido obtenida sin asistencia humana directa. En esta parte de la colonia no habría transmisores visuales mientras Barlennan estuviese al frente.
Sin embargo, ahora concentró su atención a varios metros al sur del Esket, donde había desalentadoramente pocos datos en rojo o en negro. La línea que representaba el rastro del Kwembly tenía un aspecto solitario. Barlennan había levantado su extremo delantero tan alto como le era cómodo, elevando sus ojos a dieciséis o diecisiete centímetros del suelo. Cuando los científicos comenzaron a llegar, estaba mirando el mapa melancólicamente. Bendivence resultaba o muy optimista o muy pesimista. El comandante no pudo decidir cuál era la razón más verosímil para que hubiese llamado cerca de veinte personas para la conferencia. Se agruparon a unos pocos metros de él, le miraron y esperaron cortésmente su información y sus preguntas. Comenzó sin más preámbulos.
—El Kwembly estaba aquí en su último parte —indicó—. Había estado cruzando un campo de nieve, o aguanieve, casi libre de materias en disolución, pero bastante sucia, según los científicos de Don.
—¿Borndender? —preguntó alguien.
Barlennan hizo un gesto afirmativo y continuó.
—El campo de nieve comenzó aquí —reptó hasta un punto a unos metros al noroeste del marcador de posición—. Se encuentra entre un par de cadenas montañosas que solamente hemos indicado en líneas generales. Los globos de Destigmet no han llegado tan al sur todavía, o por lo menos no tenemos ninguna noticia, y los voladores de Don no han visto mucho. Ahora, mientras el Kwembly se había detenido para una revisión rutinaria, apareció un fuerte viento y después una densa niebla de amoníaco puro o casi puro. Entonces la temperatura subió de repente varios grados y se encontraron flotando, siendo empujados hacia el oeste por el viento. Me gustaría oír explicaciones de todo esto, y necesitamos urgentemente consejos constructivos. ¿Por qué subió la temperatura y por qué se derritió la nieve? ¿Hay alguna conexión entre las dos cosas? Recordad que la temperatura más alta que ha sido mencionada ha sido de sólo ciento tres grados, veintiséis o veintisiete grados por debajo del punto de fusión del agua. ¿Por qué el viento? ¿Cuál es su duración probable? Está empujando al Kwembly hacia las regiones calientes dentro de Low Alfa, al sur de la población del Esket.
Hizo un gesto señalando hacia una porción del suelo fuertemente marcado de rojo.
—¿Podéis decirme hasta dónde serán transportados? Yo no quería que Dondragmer fuese en este viaje, y ciertamente no quiero perderle, aunque no estemos de acuerdo en todo. Pediremos toda la ayuda que podamos obtener de los hombres, pero vosotros también tendréis que usar vuestros cerebros. Sé que algunos de vosotros han estado intentando hacerse una idea sobre la climatología de Dhrawn. ¿Tenéis algunas ideas de valor que pudiesen aplicarse aquí?
Siguieron varios minutos de silencio. Incluso aquellos del grupo más propensos a pronunciar charlas retóricas, habían estado trabajando con Barlennan demasiado tiempo para arriesgarse ahora. Durante un rato ninguna idea realmente constructiva salió a la luz. Después uno de los científicos se escurrió hacia la puerta y desapareció, dejando flotar a sus espaldas:
—Un momento, tengo que comprobar una tabla.
En treinta segundos regresó.
—Puedo explicar la temperatura y la fusión —dijo con firmeza—. La superficie del terreno era aguanieve, la niebla amoníaco. El calor de la solución cuando se encontraron y se mezclaron habría causado la elevación de la temperatura. Las soluciones de agua y amoníaco forman eutéticos que pueden fundirse a partir de los setenta y un grados.
La sugestión fue recibida con pequeños gritos de apreciación y gestos aprobatorios de los brazos equipados con pinzas. Barlennan siguió la corriente, aunque las palabras usadas no le eran muy familiares. Pero no había terminado sus preguntas.
—¿Nos proporciona eso alguna idea sobre lo lejos que pueda ser llevado el Kwembly?
—No, no por sí solo. Necesitamos información sobre la extensión del campo de nieve original; puesto que solamente el Kwembly ha estado en esa zona, la única esperanza son los mapas fotográficos realizados por los humanos. Ya sabe lo poco que puede obtenerse de ellos. La mitad del tiempo no se puede distinguir lo que es cielo y lo que son nubes. Además, todos fueron hechos antes de que aterrizásemos aquí.
—De todas formas, inténtalo —ordenó Barlennan—. Si tenéis suerte, por lo menos podéis decir si esas cadenas montañosas al este están bordeando el rumbo actual del Kwembly. Si es así, sería difícil pensar que la nave fuese empujada más allá de unos cuantos cientos de miles de cables.
—Correcto —contestó uno de los investigadores—. Lo comprobaremos. Ben, Dees, venid conmigo; estáis más acostumbrados que yo a los mapas.
Los tres se desvanecieron por la puerta. Los restantes se dividieron en pequeños grupos que se susurraban argumentos los unos a los otros, señalando excitadamente bien al mapa a sus pies, bien hacia objetos presumiblemente en los laboratorios cercanos. Barlennan soportó esto durante varios minutos antes de decidir que era necesario un poco más de empuje.
—Si esa llanura que Don estaba atravesando era agua tan pura, no pudo haber allí ninguna precipitación de amoníaco durante mucho tiempo. ¿Por qué ha cambiado todo tan repentinamente?
—Tiene que ser debido a un efecto estacional —contestó uno de los hombres—. Yo puedo únicamente conjeturar, pero diría que tiene algo que ver con un cambio consistente en la circulación de los vientos. Las corrientes de aire procedentes de partes diferentes del planeta estarán saturadas de agua o de amoníaco, según la naturaleza de la superficie sobre la que pasan, especialmente su temperatura, supongo. El planeta se encuentra casi tan lejos de su sol tanto en un momento como en otro, y su eje está mucho más inclinado que el de Mesklin. Es fácil creer que en un momento del año sólo se ha precipitado agua sobre esa llanura y que en otro obtiene su suministro de amoníaco. En realidad, la presión del vapor de agua es tan baja, que es difícil entender qué situación llevaría agua a la atmósfera sin suministrar todavía más amoníaco, pero estoy seguro de que es posible. Trabajaremos sobre eso, pero es otro de esos momentos en el que estaríamos mucho mejor si contásemos con información de todo el planeta a lo largo de un año. Esos seres humanos parecen tener una prisa horrorosa; podrían haber esperado unos cuantos años más para hacernos aterrizar aquí.
Barlennan hizo el gesto cuyo equivalente humano hubiese sido un gruñido que no comprometiese a nada.
—Un campo de datos hubiese sido conveniente. Piensa simplemente que estás aquí para obtenerlo, en lugar de que te lo hayan dado.
—Por supuesto. ¿Va a enviar al Kalliff o al Hoorsh en ayuda de Dondragmer? Esto ciertamente es diferente de la situación del Esket.
—Sí, desde nuestro punto de vista. Sin embargo, podría parecer raro a los humanos que insistiese en enviar esta vez un vehículo de rescate, después de dejarles convencerme de lo contrario la vez anterior. Pensaré en algo. Hay más de una forma de navegar contra el viento. Vosotros haced ese trabajo teórico del que acabáis de hablar, pero ir pensando en lo que necesitaríais llevar en un viaje campo arriba hacia el Kwembly.
—De acuerdo, comandante.
Los científicos comenzaron a retirarse, pero Barlennan añadió unas cuantas palabras más.
—Jemblakee, no dudo de que te dirigirás a Comunicaciones para hablar con tus colegas humanos. Por favor, no les menciones el calor de la solución y ese asunto eutético. Déjales que lo mencionen ellos primero, si es que lo hacen, y cuando lo hagan, muéstrate impresionado en forma apropiada. ¿Comprendido?
—Perfectamente.
El científico hubiese compartido con su comandante una mueca de entendimiento, si no fuese porque sus rostros no eran capaces de aquel tipo de distorsión. Jemblakee se marchó. Después de pensarlo un momento, Barlennan hizo lo mismo. Los investigadores y técnicos restantes quizá estuviesen mejor si él estaba allí para proporcionarles ocupaciones, pero tenía otras cosas que hacer. Si no podían manejarse sin sus pinzas sobre los timones, tendrían que ir a la deriva por un rato.
Tendría que hablar pronto con la estación humana; pero si iba a haber una discusión, como parecía probable, sería mejor hacer unos cuantos planes. Alguno de los gigantes de dos piernas, Aucoin por ejemplo, que parecían tener mucho que decir sobre su política, se mostraban reluctantes en enviar o arriesgar cualquier tipo de material de reserva sin importarles lo importante que la acción pareciese desde el punto de vista de los mesklinitas. Puesto que los alienígenas habían pagado, esto era perfectamente comprensible, incluso digno de alabanza. Sin embargo, no había nada inmoral en convencerles de adoptar una actitud más conveniente, siempre que pudiese hacerse. Si podía arreglarlo, lo mejor sería trabajar a través de aquella mujer particularmente amistosa, llamada Hoffman. Era mala suerte que los seres humanos tuviesen unos horarios, tan irregulares; si hubiesen dispuesto guardias regulares, decentes, en su sección de Comunicación, habría adivinado el horario y escogido a su contrincante hacía mucho tiempo. Se preguntó, no por primera vez, si lo irregular del horario no habría sido dispuesto deliberadamente para bloquear acciones como aquélla, pero no parecía que hubiese forma de adivinarlo. Sería difícil preguntarlo.
El centro de Comunicaciones de la colonia estaba lo suficientemente lejos de los laboratorios para darle tiempo de pensar en el camino. Se encontraba también lo bastante cerca de su oficina como para animar una pausa y tomar unas cuantas notas antes de abrir realmente la partida de esgrima verbal.
Si el problema de Dondragmer desembocaba en un vehículo averiado, el tema central tendría que ser la cuestión del rescate. Básicamente, los tacaños de allá arriba estarían en contra de enviar el Kalliff, si la situación anterior hacía unos meses en relación con el Esket servía de indicación. Por supuesto, si Barlennan decidía seguir su propia voluntad en aquel asunto o en cualquier otro, ellos no podrían hacer nada, pero Barlennan esperaba conservar el hecho disimulado en la decencia de una conversación cortés. Sería muy feliz si ese aspecto de la situación nunca salía a la luz. Por eso esperaba trabajar con Easy Hoffman en el otro extremo de la discusión. Por alguna razón, tenía tendencia a ponerse de parte de los mesklinitas siempre que surgían diferencias. Ella había sido una razón por la cual, durante la discusión del incidente del Esket, no hubo una pelea abierta, aunque otra razón mucho más importante era que Barlennan nunca había tenido ni la más ligera intención de enviar un vehículo de rescate. En realidad, había estado en el mismo bando que Aucoin.
Bien, por lo menos podía acercarse a la puerta de la sala de Comunicaciones y averiguar quién estaba de guardia arriba. Con las arrugas que equivalían a un encogimiento de hombros, levantó del suelo sus cincuenta centímetros y se dirigió hacia el pasillo. En aquel momento el viento alcanzó la colonia.
Al principio y durante algunos minutos no hubo niebla. Barlennan, cambiando rápidamente sus planes cuando el techo comenzó a arrugarse, deshizo todo el camino y regresó a los laboratorios; pero antes de que tuviese oportunidad de obtener una información constructiva de sus científicos, las estrellas comenzaron a desvanecerse. En unos cuantos minutos las luces mostraron un sólido techo gris a un cuerpo de distancia por encima de los mesklinitas. Los techos aquí eran rígidos y no vibraban con el viento, como lo hacían los del pasillo, pero el sonido en el exterior era lo suficientemente alto para que más de un científico se preguntase lo estables que eran realmente los edificios. Delante del comandante no expresaron esta idea en voz alta, pero éste sabía interpretar sus ocasionales miradas hacia arriba cuando el lamento del denso aire en el exterior subía de tono.
Se le ocurrió que su posición en aquel momento resultaba casi la más inútil para un comandante que no era un científico, puesto que la gente a su alrededor era casi la única en la colonia a quien no podía dar órdenes razonablemente. Hizo sólo una pregunta; en respuesta, se le informó que la velocidad del viento era aproximadamente la mitad de la que Dondragmer había señalado a diez y seis mil kilómetros de distancia. Después partió hacia la sala de Comunicaciones.
Por el camino pensó brevemente en volver a su oficina, pero sabía que cualquiera que le necesitase lo encontraría con igual rapidez en el puesto de Guzmeen. Mientras tanto había ocupado su mente una pregunta, que probablemente podría ser contestada más rápidamente por retransmisión desde la estación humana. Esa pregunta se hacía más y más importante con cada segundo que pasaba. Olvidando que deseaba asegurarse de que Easy Hoffman estuviese de guardia arriba, entró disparado en la sala de Radio y empujó educadamente a un lado al miembro del personal que se encontraba delante del transmisor. Comenzó a hablar casi antes de estar en posición. La visión de los rasgos de Hoffman cuando la pantalla se iluminó fue una sorpresa agradable, más que un inmenso alivio.
—El viento y la niebla han llegado allí también-—comenzó abruptamente—. Algunos hombres habían salido. De momento, yo no puedo hacer nada por ellos, pero algunos estaban trabajando en los vehículos aparcados. Podríais comprobar con vuestros comunicadores si todo va bien allí. No estoy demasiado preocupado, puesto que la velocidad del viento ahora es mucho menor a la señalada por Don. Además, en esta altura el aire es mucho menos denso. Pero no podemos ver en absoluto a través de esta niebla; así que me sentiré aliviado al saber algo más de los hombres en los vehículos.
La imagen de Easy había comenzado a hablar a medio camino de la petición del comandante, obviamente no en contestación, puesto que no había habido bastante tiempo para el viaje de ida y vuelta a la velocidad de la luz. Seguramente los seres humanos tenían también algo que decir. Barlennan se concentró en su propio mensaje hasta que terminó, sabiendo que Guzmeen o alguno de sus ayudantes lo estaría escribiendo. En aquellas circunstancias, el cruce de mensajes era un acontecimiento frecuente y se resolvía por una rutina ya establecida.
Mientras sus propias palabras estaban en camino, el comandante se volvió para preguntar qué deseaban los humanos. Un oficial entró corriendo en la habitación y comenzó su informe tan pronto como vio a Barlennan.
—Señor, todos los grupos han vuelto, excepto los dos que salieron por las puertas del norte. Uno de ellos estaba trabajando en el Hoorsh y el otro nivelaba el terreno para el nuevo complejo veinte cables al norte, al otro lado del valle de aterrizaje. En el primer grupo hay ocho personas y veinte en el segundo.
Barlennan hizo un gesto de comprensión, cerrando simultáneamente sus cuatro pinzas.
—Posiblemente tengamos pronto informes de radio de la estación espacial sobre el grupo del Hoorsh —replicó—. ¿Cuántos han llegado que estuviesen realmente en el exterior cuando vinieron el viento y la niebla? ¿Qué es lo que dicen sobre las condiciones de vida y de movimiento? ¿Hay algún herido?
—Ningún herido, señor. El viento sólo era una pequeña molestia; entraron porque no podían ver para trabajar. Algunos tuvieron problemas para encontrar el camino. Supongo que la brigada que allanaba el suelo está todavía intentando regresar a tientas, a menos que hayan decidido esperar donde se encuentran. Los del Hoorsh pueden no haber advertido nada en el interior. Si el primer grupo estuviese fuera de contacto demasiado tiempo, enviaré un mensajero.
—¿Cómo harás para que éste no se pierda?
—Llevará una brújula, además de escoger a alguien que trabaje mucho en el exterior y conozca bien el terreno.
—No voy a…
La objeción de Barlennan fue interrumpida por la radio.
—Barlennan —llegó la voz de Easy—, todos los comunicadores en el Hoorsh y en el Kalliff están funcionando. Por lo que podemos ver, no hay nadie en el Kalliff. Nada se mueve. Por lo menos hay tres, posiblemente cinco, en la sección de soporte vital del Hoorsh. El hombre que cubre esas pantallas ha visto en los últimos minutos hasta tres al mismo tiempo, pero no confía demasiado en reconocer a los mesklinitas individualmente. El vehículo no parece afectado. La gente a bordo no nos presta atención, y está realizando sus tareas. Ciertamente, no estaban intentando enviarnos un mensaje de emergencia. Jack Braverman está intentando ahora atraer su atención por ese equipo, pero no creo que haya por qué preocuparse. Como dices, el viento más débil y el aire menos denso deberían querer decir que vuestra colonia no corre peligro, puesto que el Kwembly no fue dañado.
—No estoy preocupado, por lo menos no demasiado. Si espera un momento, averiguaré cuál fue su penúltimo mensaje e intentaré contestarlo —dijo Barlennan.
Se volvió hacia el oficial de guardia, cuyo puesto había tomado junto al equipo.
—Supongo que cogiste lo que dijo.
—Sí, señor. No era urgente, sólo interesante.
Otro informe provisional de Dondragmer. El Kwembly todavía flota a la deriva, aunque él cree que ha tocado fondo una vez o dos y el viento todavía sopla por allí. A causa de su propio movimiento, los científicos no se atreven a dar una opinión sobre si la velocidad del viento ha cambiado o no.
El comandante hizo un gesto de aceptación, se volvió hacia el comunicador y dijo:
—Gracias, señora Hoffman. Aprecio debidamente que envíe tan rápidamente incluso los informes de «sin novedad». Durante un rato estaré aquí para conocer lo antes posible si ocurre realmente algo. ¿Vuestros científicos atmosféricos han confeccionado alguna predicción digna de confianza o alguna explicación de lo que pasó?
Para los demás mesklinitas que se encontraban en la habitación, estaba claro que Barlennan hacía todo lo que podía para mantener una expresión ininteligible mientras hacía esta pregunta. Sus brazos y sus piernas estaban cuidadosamente relajados, las pinzas ni fuertemente cerradas ni colgando abiertas, su cabeza ni demasiado alta ni muy cerca del suelo, los ojos fijos firmemente en la pantalla. Los observadores no conocían con detalle lo que estaba en su mente, pero podían decir que atribuía a la pregunta algo más que su valor aparente. Algunos se maravillaban de que se molestase en controlarse así, puesto que era completamente inverosímil que algún ser humano pudiese interpretar su expresión corporal; pero los que le conocían bien sabían que nunca correría riesgos en un asunto como aquél. Después de todo, había algunos seres humanos, de los cuales Elise Rich Hoffman era con seguridad uno, que parecían capaces de ponerse muy rápidamente en el lugar de los mesklinitas, además de hablar stenno tan bien como lo permitía el equipamiento vocal de los humanos.
Observaba la pantalla con interés, preguntándose si aquel ser humano daría señales de haber advertido la actitud del comandante cuando llegase su respuesta. Todo el personal de la sala de Comunicaciones estaba razonablemente familiarizado con las expresiones faciales humanas; la mayoría podían reconocer por el rostro, o sólo por la voz, una docena diferente de seres humanos, por lo menos, y el comandante había expresado hacía mucho tiempo un fuerte deseo de que habilidades de aquel tipo fuesen cultivadas. La mirada de Barlennan abandonó un momento la pantalla y vagó por el círculo que escuchaba atento; se sintió divertido por sus expresiones, aunque al mismo tiempo molesto por su propia claridad. Se preguntó cómo reaccionarían ante la respuesta que Easy pudiese dar.
Evidentemente, la hembra humana había recibido la pregunta y comenzaba a formar una frase de réplica, cuando su atención fue distraída. Durante varios segundos estuvo escuchando algo y sus ojos se apartaron del receptor del comunicador de la colonia. Después su atención volvió a Barlennan.
—Comandante, otro informe de Dondragmer. El Kwembly se ha detenido, o poco menos, sobre el suelo. Pero todavía son arrastrados ligeramente; la corriente del líquido no ha cesado. Han volcado, de forma que las ruedas no tienen contacto con cualquier superficie que esté bajo ellos. Si el río no los arrastra, dejándolos libres, tendrán que quedarse donde están, y Dondragmer piensa que el nivel está bajando.
IV. DE CHARLA
Para Beetchermarlf constituía una sensación curiosa de inutilidad. El timón del Kwembly estaba conectado a las ruedas por sencillos aparejos de poleas y cuerdas; ni siquiera los músculos mesklinitas podían hacer girar las ruedas cuando el vehículo estaba parado y, aunque el movimiento hacia delante posibilitaba el gobierno de la nave, no lo facilitaba demasiado. Ahora, mientras el vehículo flotaba con las unidades de tracción sin tocar fondo, el timón caía flojamente en respuesta a un pequeño empujón, incluso por un ligero balanceo del casco. En teoría, el vehículo podía manejarse en el mar, pero esto requería la instalación de paletas en las cadenas, algo que se hacía mucho más fácilmente en tierra. Dondragmer había pensado momentáneamente, cuando comprendió que estaban a la deriva, en enviar al exterior hombres con trajes especiales para intentar la tarea; después decidió que no valía la pena correr el riesgo, aunque todo el mundo estuviese sólidamente atado al casco por cables salvavidas. De todas formas, era bastante probable, por lo que ellos sabían, que pudiesen llegar al final o al borde de aquel río o lago o lo que fuese sobre lo que flotaban, antes que estuviese completo un trabajo como aquél. Si cuando eso sucediese había hombres fuera, los cables salvavidas no servirían de nada.
Los mismos pensamientos habían pasado por la mente del timonel, mientras permanecía en su puesto. Beetchermarlf era joven, pero no tanto como para pensar que nadie sino él podía ver lo evidente. Estaba completamente dispuesto a dar por sentada la competencia profesional de su capitán.
Sin embargo, según pasaron los minutos empezó a preocuparse ante el fallo de Dondragmer en emitir alguna orden. Algo tendría que hacerse; no podían derivar hacia el este sin más. Miró la brújula; sí, hacia el este indefinidamente. Según los últimos informes aéreos, hacia aquel lado hubo colinas, las mismas que habían bordeado a la izquierda el campo de nieve, mostrándose a veces ligeramente sobre el lejano horizonte en los últimos cinco o seis mil kilómetros. A juzgar por su color eran roca, no hielo. Si la superficie sobre la que el Kwembly flotaba resultaba simplemente el campo de nieve derretido, tenían que chocar pronto con algo. Beetchermarlf no tenía más idea que los demás sobre la rapidez de su marcha, pero su confianza en la resistencia del casco igualaba a la de su capitán. No tenía más deseos de chocar contra una roca en Dhrawn de los que había tenido en Mesklin.
De todas formas, el viento no debería moverlos muy rápidamente, teniendo en cuenta la densidad del aire. La parte superior del casco era ligeramente curva, excepto el puente, y las ruedas en el fondo deberían proporcionar suficiente resistencia al avance. Por todo lo que los exploradores aéreos habían podido ver, el campo nevado era llano; por tanto, el líquido no debería estar en movimiento. Se le ocurrió que la presión exterior lo comprobaría. El timonel se sobresaltó al pensarlo, miró hacia el capitán, vaciló y después habló:
—Señor, ¿y si revisamos las observaciones sobre la presión en el casco? Si donde estamos flotando hay alguna corriente, tendríamos que estar yendo cuesta abajo, y eso se notaría…
Dondragmer le interrumpió.
—Pero la superficie era plana… No, tienes razón. Podemos mirar.
Se elevó hasta la fila de micrófonos y llamó al laboratorio.
—Born, ¿cómo está la presión? Por supuesto, la seguirás.
—Claro, capitán. Las ampollas de seguridad de proa y popa han comenzado a expandirse desde que comenzamos a flotar. Hemos bajado unos seis cuerpos en doce minutos. Estoy preparado para introducir más argón.
Dondragmer acusó ese recibo y miró a su timonel.
—Bien por ti. Tenía que habérseme ocurrido. Eso significa que estamos siendo empujados por una corriente, además de por el viento, y cualquier apuesta sobre la velocidad, la distancia y dónde pararemos queda descartada. A menos que los exploradores aéreos no advirtiesen una pendiente, no puede haber corriente. Si hay una pendiente, esta llanura tiene que desaguar por alguna parte.
—Estamos preparados para un viaje difícil, señor. No veo qué más podemos hacer.
—Una cosa —dijo Dondragmer lúgubremente.
Se acercó de nuevo a los micrófonos y emitió la llamada general semejante a una sirena. Cuando estuvo razonablemente seguro de que todos estaban escuchando, echó su cabeza hacia atrás de forma que estuviese distante por igual de todos los tubos y habló alto, lo suficiente para llegar a todos.
—Todo el mundo en traje especial lo antes posible. Tenéis permiso para dejar vuestros puestos con ese propósito, pero volved tan pronto como podáis —descendió hasta su banco de comandante y se dirigió a Beetchermarlf—. Coge tu traje y el mío y tráelos aquí. ¡Rápido!
El timonel estuvo de vuelta con los trajes en noventa segundos. Comenzó a ayudar al capitán a ponerse el suyo, pero fue impedido con un gesto enfático, y se dedicó a ponerse el suyo. En unos minutos, los dos completamente protegidos, excepto la cubierta de la cabeza, habían vuelto a sus puestos.
La prisa, según resultó, era innecesaria. Pasaron más minutos mientras Beetchermarlf jugaba con el inútil timón y Dondragmer se preguntaba si los científicos humanos proporcionarían alguna vez información y de qué serviría ésta si lo hacían. Esperaba que las vistas de los satélites le diesen alguna idea sobre la velocidad del Kwembly; que sería agradable saber la fuerza probable con la que golpearían cualquier cosa que les detuviese al final. Sabía que aquellas vistas eran difíciles de ordenar; había más de treinta satélites de imágenes reflejadas en órbita, pero estaban a menos de cinco mil kilómetros sobre la superficie. No se había intentado preparar sus órbitas de forma que sus limitados campos de cobertura visual y micróndica fuesen uniformes o complejos. La comunicación no era su objetivo primordial. La principal base humana, en órbita sincrónica a más de nueve millones de kilómetros por encima del meridiano de la colonia, no necesitaba supuestamente ayuda para esta tarea. Además, también la velocidad de los satélites orbitales más bajos (más de ciento cuarenta kilómetros por segundo), por muy útil que los observadores humanos la proclamasen para la comprobación de la localización de las líneas de las bases móviles, le parecía a Dondragmer una causa inevitable de dificultad. No estaba muy esperanzado en obtener su velocidad gracias a esta fuente. Mejor así, porque nunca lo hizo.
Una vez, media hora después de comenzar a derivar, un breve estremecimiento recorrió el Kwembly. El capitán informó a la estación de que probablemente había tocado fondo. A bordo, todos los demás supusieron lo mismo, y la tensión comenzó a subir.
Un poco antes del final hubo un pequeño aviso. Un grito de laboratorio, proveniente del micrófono, fue seguido por un informe de que la presión había comenzado a aumentar más rápidamente y que había sido necesaria una liberación adicional de argón en la atmósfera de la nave para evitar que las ampollas de seguridad explotasen. No se percibía ninguna sensación de velocidad creciente, pero las implicaciones del informe eran lo suficientemente claras. Bajaban más deprisa. ¿A qué velocidad iban horizontalmente? El capitán y el timonel se miraron sin hacer la pregunta en voz alta, pero leyéndola en sus expresiones; la tensión aumentaba, en tanto que las pinzas se agarraron a puntales y estribos con más fuerza.
Entonces se oyó un ruido atronador y el casco se inclinó abruptamente; otro ruido, y se ladeó fuertemente a estribor. Durante varios segundos cabeceó con violencia. Aquellos que se encontraban cerca de la proa y de la popa pudieron sentir cómo guiñaba, además, aunque la niebla continuaba bloqueando cualquier vista del exterior que pudiese explicar la sensación. Después otro ruido, mucho más alto, y el Kwembly volcó a unos sesenta grados a estribor; pero esta vez no se recobró. Unos sonidos raspantes y rechinantes sugerían que algo se movía, pero no fueron acompañados de ningún cambio real. Por primera vez se hizo audible el sonido del líquido corriendo por el casco.
Dondragmer y su compañero no estaban heridos. Para unos seres que consideraban doscientas gravedades terrestres como algo normal y seiscientas como una pequeña inconveniencia, aquel tipo de aceleración no significaba nada. Ni siquiera se habían soltado, y todavía continuaban en sus puestos. El capitán no estaba preocupado por los daños directos de su tripulación. Sus primeras palabras demostraron que consideraba asuntos mucho más lejanos.
—¡Puestos de guardia, informen! —aulló por los micrófonos—. Revisad la firmeza del casco en todos los puntos e informad de todas las grietas, roturas, melladuras y cualquier otra evidencia de escapes. El personal del laboratorio a sus puestos de emergencia, controlad el oxígeno. Soporte vital, cortad la circulación de la cisterna hasta que termine la revisión del oxígeno. ¡Ya!
Aparentemente, los micrófonos estaban intactos. Inmediatamente comenzaron a sonar gritos de respuesta. Mientras los informes se acumulaban, Beetchermarlf comenzó a relajarse. En realidad no esperaba que el estuche que le protegía del aire venenoso de Dhrawn resistiese un choque como aquél, y por su respeto por los ingenieros alienígenas subió varios grados. Había considerado las estructuras artificiales de cualquier tipo inferiores normalmente en fuerza y duración a cualquier otro cuerpo viviente. Por supuesto, tenía excelentes razones para una creencia así. Sin embargo, cuando todos los informes llegaron, pareció que nadie había observado fallos importantes en la estructura, ni siquiera grietas visibles. Si las aberturas normales, inevitables en una estructura con entradas para el personal y el equipo (sin mencionar los orificios en el casco para los instrumentos y cables de control), estaban peor de lo que habían estado, no se sabría durante algún tiempo. Por supuesto, la vigilancia de la presión y la comprobación del oxígeno continuarían como asunto rutinario.
La energía todavía funcionaba, lo que no sorprendió a nadie. Los veinticinco transformadores independientes de hidrógeno, módulos idénticos que podían ser transportados desde cualquier instrumento dentro del Kwembly que utilizase energía a cualquier otro, eran artificios en estado sólido, sin partes móviles mayores que las moléculas de carburante gaseoso con que eran alimentados. Podrían haber sido colocados bajo el martillo de una fragua sin sufrir daños. La mayor parte de las luces exteriores del Kwembly habían sufrido daños, o al menos no funcionaban, aunque podían ser reemplazadas. Algunas, sin embargo, todavía funcionaban, y desde el extremo sumergido del Kwembly se podían ver. En el extremo superior la niebla aún bloqueaba la visión. Drondragmer se aproximó, muy cautelosamente, al extremo inferior y echó una breve ojeada al conglomerado de rocas redondeadas —cuyos diámetros iban desde la mitad de su propia juventud hasta veinte veces más—, entre el cual su nave había conseguido incrustarse. Después trepó con cuidado regresando a su puesto. Conectó el sistema sonoro de su radio y transmitió el informe que Barlennan iba a conocer algo más de un minuto después. Sin esperar una respuesta, comenzó a dar órdenes al timonel.
—Beech, quédate aquí en caso de que los hombres tuviesen algo que decir. Voy a hacer una revisión completa yo mismo, especialmente de las compuertas. A pesar de todo lo que puede decirse en favor de nuestro diseño, no contábamos con un balanceo tan fuerte como éste cuando nos metimos dentro. Quizá sólo podamos utilizar las pequeñas compuertas de emergencia, puesto que en este momento la mayor parece estar por debajo de nosotros. Puede estar bloqueada en el exterior, aunque consiguiésemos abrir la puerta interna y encontrar el tabique todavía sumergido. Si quieres, habla con los seres humanos. Cuantos más de nosotros podamos emplear su lenguaje y más entre ellos el nuestro, mejor. El puente está a tu cargo.
Dondragmer hizo el gesto habitual, aunque ahora bastante inútil, de golpear la escotilla pidiendo salida; después la abrió y desapareció, dejando solo a Beetchermarlf.
El timonel no tenía por el momento deseos de charlar ociosamente con la estación. Su capitán le había dejado con muchas cosas en qué pensar.
No se sentía exactamente feliz de quedar encargado del puente bajo aquellas circunstancias. Ni siquiera estaba demasiado preocupado por el bloqueo de la compuerta principal. Las pequeñas serían suficientes, aunque recordó repentinamente que no lo eran para el equipamiento de soporte vital. Bien, por el momento la conveniencia de salir al exterior parecía muy pequeña; pero si el Kwembly estuviese permanentemente inmovilizado, habría que hacer frente a esa necesidad.
En esa eventualidad, la cuestión principal era de qué serviría salir al exterior. Los veinte mil kilómetros aproximadamente en que Beetchermarlf pensaba, como en cerca de veinte millones de cables, era un camino muy largo, especialmente cargados con el equipamiento de soporte vital. Sin este aparato no podía ni pensarse en ello. Los mesklinitas eran organismos asombrosamente resistentes mecánicamente, y tenían un radio de tolerancia de las temperaturas que todavía muchos biólogos humanos no podían creer; pero el oxígeno era otra cosa. En aquel momento su presión parcial en el exterior era de tres atmósferas y media, más que suficiente para matar a cualquier miembro de la tripulación del Kwembly en unos segundos.
Lo más deseable era colocar de nuevo la enorme máquina sobre sus cadenas. El cómo y el si se podía hacer esto, dependían grandemente de la corriente líquida que fluía alrededor del encallado casco. Trabajar en el exterior en medio de esta corriente quizá no fuese imposible, mas sería difícil y peligroso. Los mesklinitas vestidos con traje especial tendrían que estar pesadamente lastrados para poder realizar cualquier tarea, y los cables salvavidas complicarían los detalles.
Claro que la corriente quizá no fuese permanente. Aparentemente acababa de comenzar su existencia, junto con el cambio del tiempo, y podía dejar de fluir repentinamente. Sin embargo, como Beetchermarlf sabía muy bien, hay una diferencia entre tiempo y clima. Si el río era estacional, su naturaleza «temporal» podría resultar demasiado larga para los mesklinitas: el año en Dhrawn era ocho veces más largo que el de la Tierra y más de una vez y media que el de Mesklin.
Esta era una zona donde la información humana podría ser de utilidad. Los alienígenas habían estado observando a Dhrawn cuidadosamente durante casi medio año, y superficialmente, durante mucho más tiempo. Deberían tener alguna idea sobre sus estaciones. El timonel se preguntó si podría plantear la cuestión a alguien de la estación orbital, puesto que el capitán no lo había hecho. Por supuesto, el capitán había dicho que podía utilizar la radio para charlar y no había mencionado lo que podía o no decirse.
La idea de que hubiese algo, además del incidente del Esket, que no debiera discutirse con los patrocinadores humanos de la expedición a Dhrawn, no había llegado por la cadena de mandos hasta Beetchermarlf. El joven timonel casi había decidido iniciar una llamada cuando habló la radio, a su lado. Y es más, habló en su propio lenguaje, aunque el acento no fuese irreprochable.
—Dondragmer, sé que debes estar ocupado, pero si tú no puedes hablar ahora, me gustaría que alguien pudiese. Me llamo Benjamin Hoffman, un ayudante en el laboratorio aerológico de la estación, y necesito ayuda de dos tipos, si es que alguien puede encontrar tiempo para hablar. Necesito practicar vuestro lenguaje; debe ser obvio que lo necesito. En cuanto al laboratorio, estamos en una posición muy embarazosa. Dos veces seguidas hemos confeccionado pronósticos del tiempo para vuestra zona del planeta que han resultado completamente incorrectos. Sencillamente, no tenemos la suficiente información detallada para hacer el trabajo apropiadamente. Las observaciones que podemos hacer desde aquí no resuelven mucho, y no hay en ningún punto cercano estaciones que informen sobre lo que ocurre ahí abajo. Tú y los otros habéis colocado un montón de automáticos en vuestros viajes; pero como sabes, todavía no cubren más que una pequeña parte del planeta. Puesto que unas buenas predicciones serán tan útiles para ti como para nosotros, pensé que quizá podría hablar detalladamente con alguno de vuestros científicos y elaborar los factores del tiempo sobre los que conozcáis lo suficiente como para completar los cálculos generales y conseguir así unos pronósticos aceptables, por lo menos en vuestras cercanías.
El timonel contestó ansiosamente.
—Benjamín Hoffman, el capitán no está en el puente. Me llamo Beetchermarlf, uno de los timoneles, y estoy de guardia. Hablando por mí, me gustaría intercambiar práctica en el lenguaje cuando lo permitan las obligaciones, como ahora mismo. Me temo que los científicos estarán muy ocupados durante un rato; quizá yo también lo esté la mayor parte del tiempo. Tenemos problemas, aunque no conozcas todos los detalles. El capitán no tenía tiempo para contar la historia completa en el informe que le oí enviar hace unos minutos. Te daré un cuadro de la situación tan completo como pueda y algunas ideas que se me han ocurrido después que el capitán abandonase el puente. Podrías grabar la información para tu gente y comentar mis ideas si lo deseas. Si crees que no vale la pena mencionarlas al capitán, no lo haré. De todas formas, estará bastante ocupado sin ellas. Esperaré hasta que me digas que estás listo para grabar, o si no vas a hacerlo, antes de empezar.
Beetchermarlf se detuvo, no sólo por la razón que acababa de dar. De repente se preguntó si debería molestar a uno de aquellos seres alienígenas con sus propias ideas, que comenzaban a parecerle pobres y toscas.
Sin embargo, los informes sobre los hechos tenían que ser útiles. Había mucha información detallada sobre la situación actual del Kwembly que los hombres no podían conocer posiblemente todavía. Cuando la aprobación de Benj llegó por el micrófono, el timonel había recobrado parte de su confianza.
—Espléndido, Beetchermarlf. Estoy preparado para grabar tu informe. Lo iba a hacer de todas maneras para practicar tu lenguaje. Transmitiré lo que quieras. Incluso si tus meteorólogos están ocupados, quizá nosotros dos podamos intentar hacer lo que yo sugería con la información sobre el tiempo. Probablemente tú puedes conseguir esos datos. Estás en el lugar y puedes verlo todo. Si eres uno de los marineros que Barlennan reclutó en Mesklin, es seguro que sabes un montón de cosas sobre el clima. A juzgar por lo que sé, quizá hayas pasado doble cantidad de años de los que yo he vivido en ese lugar de Mesklin, donde aprendéis métodos de investigación e ingeniería. Adelante, estoy preparado.
Estas palabras terminaron de restaurar la moral de Beetchermarlf. Habían pasado solamente diez años en Mesklin desde que había comenzado la educación alienígena para unos pocos nativos seleccionados. Este ser humano debía tener cinco años o menos. Por supuesto, no había forma de decir lo que esto significaba en términos de madurez de las especies, y no era fácil preguntarlo; pero a pesar del aura de supernormalidad que tendía a rodear a todos los alienígenas, uno no pensaba en un ser de cinco años como en un ser superior.
Tan relajado como cualquiera podía estarlo sobre un suelo con una pendiente de sesenta grados, el marinero comenzó su descripción de la situación del Kwembly. Dio una descripción detallada del viaje sobre lo que ahora tenía que ser reconocido como un río y su final. Describió minuciosamente lo que podía ver desde el puente. Comentó cómo ahora estaban varados fuera de sus rieles y recalcó la situación que esperaba a la tripulación si esto no podía ser corregido. Incluso detalló la estructura de las compuertas neumáticas y explicó por qué la mayor estaba probablemente inutilizada, y quizá las otras también.
—Será una gran ayuda para los planes del capitán —continuó—, si podemos obtener alguna estimación de confianza sobre lo que le sucederá a este río, especialmente si se secará y cuándo. Si todo el campo de nieve se funde en dicha época del año y corre fuera de la llanura a través de esta única corriente, supongo que estaremos aquí durante la mayor parte del año y tendremos que hacer nuestros planes según esto. Si podéis darnos alguna esperanza de que podremos trabajar sobre tierra seca sin esperar demasiado, nos serviría de mucho.
Benj tardó bastante más de sesenta y cuatro segundos en contestar; también él tenía bastante material para pensar.
—Tengo tus detalles grabados y los he enviado a Planificación —llegaron al fin sus palabras—. Ellos distribuirán copias a los laboratorios. Hasta yo puedo ver que imaginarse la historia vital de tu río va a ser un trabajo pesado; quizá imposible sin tener muchos más datos. Como dices, todo el campo de nieve podría estar comenzando una fusión estacional. Si las aguas de Norteamérica tuviesen que fluir a través de un solo río, estarías ahí durante un largo tiempo. No sé qué proporción de la región cubren vuestros informes aéreos obtenidos por los exploradores ni lo ambiguas que puedan ser las fotos desde aquí arriba, pero apuesto a que cuando todo esté pasado a los mapas, todavía habrá lugar para la discusión. Aunque todo el mundo estuviese de acuerdo en una conclusión, aún no sabemos mucho sobre ese planeta.
—¡Pero habéis tenido muchas experiencias en otros planetas! —replicó Beetchermarlf—. Eso debiera ayudaros.
De nuevo la respuesta tardó en llegar más de lo que el simple retraso en la velocidad de la luz podría explicar.
—Los hombres y sus amigos han tenido experiencias en muchos planetas, es cierto, y yo he leído mucho sobre ello. El problema está en que prácticamente nada de todo eso ayuda aquí. Hay tres tipos de planetas básicamente. Uno es el terrestre, como mi propio mundo; es pequeño, denso y prácticamente no tiene hidrógeno. El segundo es el joviano, o Tipo Dos, que tiende a ser mucho más grande y mucho menos denso, a causa de que estos planetas han conservado la mayor parte de su hidrógeno desde el tiempo en que fueron originalmente formados, según creemos.
Esos dos eran los únicos tipos que conocíamos antes de abandonar la vecindad de nuestro propio sol, porque son los únicos tipos en nuestro sistema.
»El Tipo Tres es muy grande, muy denso y muy difícil de explicar. Las teorías que presumían que el Tipo Uno había perdido su hidrógeno a causa de su pequeña masa inicial y que el Dos lo había conservado a causa de su mayor tamaño, estuvieron muy bien en tanto no supimos de la existencia del Tipo Tres. Nuestras ideas eran perfectamente satisfactorias y convincentes mientras no sabíamos demasiado, si me perdonas por expresarme como mi profesor de ciencia básica.
»El Tipo Tres es en el que estás ahora. No hay ninguno de ellos alrededor de un sol con un planeta de Tipo Uno. Supongo que debe haber una razón para eso, pero no la conozco. Bien, entre las razas de la comunidad no sabíamos nada sobre ellos, hasta que aprendimos a viajar entre las estrellas y comenzamos a hacerlo en gran escala, lo suficientemente grande para que el principal interés de las naves errantes no fuese simplemente el encontrar nuevos planetas habitables. Incluso entonces no pudimos estudiarlos directamente, como tampoco podíamos hacerlo en los mundos jovianos. Enviamos a ellos unos cuantos robots especiales, muy caros y generalmente muy poco fiables, pero eso fue todo. Tu especie es la primera que hemos encontrado capaz de soportar la gravedad de un Tipo Tres o la presión de un Tipo Dos.
—Pero según tu descripción, ¿no es Mesklin un Tipo Tres? A estas alturas, debes saber mucho sobre ellos; habéis estado en contacto con nuestro pueblo durante diez años y algunos de vosotros han llegado a aterrizar en el Borde, quiero decir, en el ecuador.
—Sí, hace unos cincuenta años nuestros. El problema estriba en que Mesklin no es un Tipo Tres. Es un Dos peculiar. Hubiese tenido todo el hidrógeno de cualquier mundo joviano, si no fuese por su rotación, ese terrorífico giro que da a vuestro mundo un día de dieciocho minutos y una forma de huevo frito. No hay ningún otro como el vuestro todavía, y nadie ha encontrado casos intermedios, que yo sepa. Esa es la razón por la que las razas de la comunidad estuvieron dispuestas a tomarse tantas molestias, a perder tantísimo esfuerzo en desarrollar el contacto con vuestro mundo y en preparar esta expedición a Dhrawn. En treinta años más o menos averiguaremos muchísimo sobre las condiciones de ese mundo a través de los contadores de neutrino en los satélites de imágenes reflejadas, pero el equipamiento sísmico que vosotros habéis estado plantando añadirá muchísimo detalle y hará desaparecer las ambigüedades. Lo mismo ocurrirá con vuestro trabajo químico. En cinco o seis de nuestros años podremos saber lo bastante sobre esa pelota rocosa como para hacer una adivinanza sensata de por qué está ahí, o por lo menos, si debemos llamarlo una estrella o un planeta.
—¿Quieres decir que sólo entrasteis en contacto con la gente de Mesklin para aprender más cosas sobre Dhrawn?
—No, no quise decir eso en absoluto. La gente merece la pena conocerla por lo que vale… Por lo menos mis dos padres piensan así, aunque conozco personas que ciertamente no lo hacen. Creo que la idea del proyecto de Dhrawn no apareció hasta mucho después de que vuestro colegio estuviese en marcha. Mucho antes de que yo naciese. Por supuesto, cuando se le ocurrió a alguien que vosotros podíais hacer investigación de primera mano en un sitio como Dhrawn, todo el mundo saltó ante la oportunidad.
Esto impulsó a Beetchermarlf a hacer una pregunta que ordinariamente habría considerado como un asunto estrictamente humano en el que no debía meterse: la madurez de un ser humano de cinco años. Se le escapó antes de que pudiese controlarse; durante una hora él y Benj estuvieron discutiendo sobre las razones para actividades tales como el proyecto de Dhrawn y por qué debería dedicarse un esfuerzo tan impresionante a una actividad sin perspectivas claras de provecho material. Benj no defendió su parte demasiado bien, dando usuales respuestas sobre la fuerza de la curiosidad, que Beetchermarlf entendía hasta cierto punto. Conocía la suficiente historia como para saber lo cerca de la extinción que el hombre y otras especies habían llegado, antes de que hubiesen desarrollado el transformador de fusión de hidrógeno; pero era demasiado joven para ser demasiado elocuente. Le faltaba experiencia para ser capaz de afirmar con convencimiento, incluso para sí mismo, que cualquier cultura dependía por completo de su comprensión de las leyes del universo. La conversación nunca se hizo acalorada, lo que hubiese sido difícil en cualquier discusión donde hay un período de enfriamiento entre una observación y su respuesta. El único progreso realmente satisfactorio fue el realizado en el progreso del stenno de Benj.
La conversación se interrumpió cuando Beetchermarlf se dio cuenta de repente de que su ambiente había cambiado. Durante la última hora toda su atención había estado en las palabras de Benj y en sus propias contestaciones. El puente inclinado y el goteante líquido habían pasado al fondo de su mente. Se sintió muy sorprendido al comprender abruptamente que el esquema de luces parpadeando sobre su cabeza era la constelación de Orión. La niebla se había ido.
Alerta una vez más a lo que le rodeaba, advirtió que la línea del agua alrededor del puente parecía un poco más baja. Diez minutos de observación cuidadosa le convencieron de que así era, en efecto. El río estaba bajando.
Por supuesto, a medio camino en esos diez minutos había sido interrogado por Benj sobre su repentino silencio y le había dicho la razón. Inmediatamente el muchacho se lo había notificado a McDevitt, de forma que cuando Beetchermarlf estaba seguro sobre el cambio en el nivel del agua, había varios seres humanos interesados allá arriba escuchándole. El timonel les informó brevemente por la radio, y únicamente entonces llamó a Dondragmer por los micrófonos.
El capitán estaba mucho más allá, detrás de la sección del laboratorio, justo al lado del compartimiento que contenía la ampolla de presión, cuando recibió la llamada. Al terminar de hablar el timonel hubo una pausa. Beetchermarlf esperaba que el capitán entraría corriendo por la escotilla del puente en unos cuantos segundos; pero Dondragmer no cedió a la tentación. Los portillos del resto del casco, incluyendo el compartimiento donde él estaba, eran demasiado pequeños para permitir una estimación clara del nivel del agua; así que tuvo que aceptar el juicio de su timonel. Dondragmer se encontraba dispuesto a hacerlo así, con bastante sorpresa del joven marinero.
—Observa lo más exactamente que puedas la velocidad del descenso, hasta que te releven —fueron sus órdenes—. Comunícame a mí y a los humanos la velocidad en cuanto la sepas con exactitud; después avísanos cuando cambies tu estimación.
Beetchermarlf se dio por enterado de la orden y gateó por el puente hasta un punto donde podía marcar la línea del agua con una raspadura sobre uno de los puntales de las ventanas. Habiendo informado de esto al capitán y a los escuchas humanos, volvió a su estación, conservando los ojos fijos en la marca. Las arrugas en el líquido tenían varios centímetros de alto y se calmaban sólo a intervalos espaciados; de aquí que pasase algún tiempo antes de que pudiese estar absolutamente seguro del cambio en profundidad. Hubo dos o tres preguntas impacientes desde arriba, que contestó cortésmente reuniendo lo mejor de su limitado lenguaje humano, antes de que Benj le informase de que una vez más estaba solo, si exceptuaba ciertos seres sin importancia que vigilaban los otros vehículos. Por tanto, pasaron la mayor parte del tiempo, hasta la llegada de Takoorch como relevo del puente, describiendo sus planetas nativos, corrigiéndose mutuamente los errores sobre la Tierra y Mesklin, como forma de practicar el idioma, y, aunque ninguno se diese cuenta de ello, desarrollando una cariñosa amistad personal. Beetchermarlf volvió seis horas más tarde para relevar a Takoorch (en realidad, el intervalo era de veinticuatro días mesklinitas, la duración estándar de un turno). Observó que el nivel del agua había bajado cerca de medio metro desde la marca de referencia. Takoorch le informó de que el humano Benj acababa de volver de un período de descanso. El más joven de los timoneles se preguntó para sí cuánto tiempo después de la llegada de Tak había decidido el otro que era el momento de descansar. Naturalmente, no podía preguntarlo, pero mientras se acomodaba en su puesto, envió una llamada hacia arriba.
—He vuelto, Benj. No sé lo recientemente que Tak te ha informado, pero el agua ha bajado más de medio cuerpo y la corriente parece mucho más lenta. El viento está bastante tranquilo. ¿Tus científicos tienen algo para nosotros?
Durante el retraso en la respuesta tuvo tiempo de comprender que su última pregunta era bastante inútil, puesto que las principales noticias que se requerían de los científicos humanos eran la probable duración del río, que ahora ya no importaba. De todas formas, quizá tuviesen algo valioso.
—Tu amigo Takoorch nos dijo lo del agua y lo del viento, además de otras muchas cosas —anunció la voz de Benj—. Me alegro de que estés de vuelta, Beetch. No sé nada de los laboratorios, pero por lo que dijiste sobre la forma en que volcasteis, por la velocidad en el descenso del agua y por lo que puedo ver en el modelo de vehículo que tengo aquí, me parece que estaréis en seco dentro de sesenta o setenta horas. Eso, por supuesto, si el agua continuase descendiendo a la misma velocidad. Podría hacerlo si fluyese a través de un canal despejado, pero yo no contaría con eso. No me gusta ser pesimista, pero creo que la velocidad del descenso se detendrá antes de que todo el líquido haya desaparecido.
—Quizá tengas razón —dijo Beetchermarlf—. Por otra parte, si la corriente se remansa, probablemente podremos trabajar en el exterior con bastante comodidad, antes de que todo esto se haya ido.
Fue una observación profética. Estaba todavía regresando a su puesto, cuando el micrófono pidió atención.
—¡Beetchermarlf! Informa a los seres humanos que serás relevado inmediatamente por Kervenser y preséntate ahora mismo en la compuerta de emergencia de estribor con tu traje especial. Quiero una revisión de las ruedas y cables de guardín. Irán contigo otros dos por cuestiones de seguridad. Me interesa más la eficiencia que la rapidez. Quiero saber si hay algún daño que sea más fácil de arreglar mientras todavía estamos volcados que cuando estemos en posición normal. Después de la revisión echa un vistazo general a tu alrededor. Quiero una idea general sobre lo sólidamente que estamos metidos en este lugar y sobre el trabajo necesario para enderezarnos y libertarnos. Yo mismo estaré en el exterior haciendo una revisión similar, pero necesito otra opinión.
—Sí, señor —respondió el timonel.
Esta vez la orden constituía una clara sorpresa, y casi se olvidó de contárselo a Benj. La sorpresa no era el hecho de ir al exterior, sino que el capitán le hubiese escogido para verificar su propio juicio.
Se habían quitado los trajes especiales cuando Dondragmer se convenció de que el casco no había sufrido daños, pero en medio minuto Beetchermarlf se había puesto el suyo otra vez, y momentos más tarde se encontraba junto a la compuerta designada. El capitán y cuatro marineros, todos con los trajes, le esperaban. Los tripulantes llevaban carretes de cuerda.
—Muy bien, Beetch —dijo el capitán—. Stakendee saldrá el primero y atará su cuerda al estribo más cercano; tú irás detrás, y después Praffen. Cada uno de vosotros atará su cable a un estribo diferente. Después debéis dedicaros a vuestra tarea. Esperad… Unid esto al arnés de vuestros trajes. Sin lastre flotaríais.
Les tendió cuatro pesas equipadas con grapas de cierre rápido para sujetarlas al arnés del timonel.
Salieron en silencio por la diminuta escotilla. Esencialmente, era una compuerta líquida en forma de U. similar en su forma de operar a la principal y bastante profunda, de forma que la inclinación del Kwembly no impedía por completo su operación. El hecho de que de todas formas el extremo exterior estaba inmerso en líquido, podría constituir la diferencia. Al emerger dentro de la corriente, Beetchermarlf se alegró del fuerte apretón de Stakendee, mientras buscaba un lugar donde sujetar su propio cable salvavidas. Un minuto más tarde se reunió con ellos el tercer miembro del grupo, y juntos recorrieron la corta distancia que les separaba del lecho del río, compuesto por las rocas redondeadas, visibles desde el puente, dispuestas en un extraño dibujo semejante a unas olas cuyas crestas se extendían contrarias a la dirección de la corriente. A la primera ojeada, Beetchermarlf obtuvo la impresión de que el vehículo había encallado en el seno entre dos de estas olas. La visión era posible, aunque no ideal, porque bastantes de las luces exteriores todavía funcionaban.
El trío se dirigió, bordeando la popa, a echar un vistazo a la parte inferior de su vehículo. Aunque estaba mucho peor iluminado, desde el primer momento se hizo obvio que había mucho que pedirle a Dondragmer.
El Kwembly se sostenía sobre un conjunto de sesenta ruedas de un metro de anchura y dos de longitud, dispuestas en cinco hileras longitudinales de doce ruedas. Todas giraban sobre ruedecillas y estaban interconectadas por un laberinto de cables de guardín, que eran la principal responsabilidad de Beetchermarlf. Cada una de las ruedas tenía una cavidad donde se instalaba una unidad energética y su propio motor, consistente en una barra de quince centímetros de grosor, cuya microestructura le daba un poder directo del campo magnético rotatorio, una de las formas en las que las unidades de fusión podrían entregar su energía. Al no estar instalado el motor, la rueda giraba libremente. En el momento del accidente, diez de los veinticinco transformadores del Kwembly estaban en las ruedas, dispuestos en forma de V, con la punta hacia delante en la proa y en la popa.
En la parte trasera del vehículo habían desaparecido dieciocho ruedas, incluyendo las cinco que tenían motor en aquel lado.
V. DE LA SARTÉN AL CONGELADOR
En un sentido estricto, no todas habían desaparecido. Podían verse varias sobre las rocas, evidentemente desalojadas en el momento del impacto final. Beetchermarlf no podía saber —más bien le asustaba hacerlo— si alguna se había desprendido, con los primeros topetazos, a kilómetros de corriente arriba. Eso podría ser averiguado más tarde. Primero había que inspeccionar lo que quedaba. El timonel se puso a la tarea.
La parte delantera no parecía haber recibido daño alguno; las ruedas continuaban allí, y su laberinto de cables estaba en perfectas condiciones. En la parte central del vehículo algunos cables se habían roto, a pesar de la enorme fuerza de la fibra mesklinita que se había empleado. Algunas de las ruedas estaban torcidas fuera de posición; otras giraban flojamente al tocarlas. El esquema de las partes perdidas en la zona posterior era regular y bastante alentador. Numerándolas desde el lado de popa, la primera fila había perdido las últimas cinco ruedas; las filas segunda y tercera, las cuatro últimas; la fila cuarta, las tres últimas; la fila quinta en el lado de estribor, las dos últimas. Esto sugería que todas habían cedido ante el mismo impacto, que había golpeado el fondo del casco diagonalmente; puesto que algunas de las partes desprendidas se encontraban en los alrededores, parecía haber una buena probabilidad de que todas estuviesen allí.
Los inspectores quedaron sorprendidos ante el poco daño que habían producido las ruedas al desgajarse. Ni Beetchermarlf ni sus compañeros habían tenido nada que ver con el diseño del Kwembly y sus máquinas gemelas. Ninguno tenía más que una idea general del tipo de pensamiento utilizado. Nunca habían considerado los problemas inherentes a la construcción de una máquina movida por las fuentes de energía más sofisticadas, pero operadas por unos seres pertenecientes a una cultura que todavía estaba en la fase del músculo y el viento; seres que, una vez en Dhrawn, estarían alejados de cualquier facilidad para reparaciones y sustituciones. Esta era la razón por la que el gobierno del vehículo se hacía mediante cables y aparejos, en lugar de por instrumentos movidos por energía o artificios similares; de aquí que las compuertas neumáticas fuesen tan sencillas y no completamente a prueba de imprudencias; así mismo esto justificaba por qué no sólo el sistema de soporte vital era operado manualmente (excepto las luces que conservaban vivas las plantas), sino también había sido ideado y construido por científicos y técnicos mesklinitas.
Unos cuantos centenares de aquellos seres habían recibido un extenso conjunto de educación alienígena, aunque no se había intentado extender el nuevo conocimiento entre la cultura mesklinita. Casi todos los «graduados» estaban ahora en Dhrawn, junto con reclutas como Beetchermarlf; en su mayor parte eran jóvenes voluntarios, razonablemente inteligentes, procedentes de la marinería de la nación marítima de Barlennan. Esta gente tendría que realizar cualquier reparación y todo el mantenimiento regular de los vehículos. Este hecho tuvo que estar constantemente en primer plano en las mentes de los diseñadores. Idear unos vehículos capaces de cubrir miles de kilómetros sobre la superficie de Dhrawn en un tiempo razonable y, a la vez, más o menos seguros bajo los cuidados mesklinitas, había producido inevitablemente una maquinaria con asombrosas cualidades. Beetchermarlf no debería sorprenderse de que las piezas de su vehículo se ajustasen tan fácilmente, ni de que los vehículos sufriesen tan pocos daños.
Por supuesto, la inteligencia de los mesklinitas había sido tenida en cuenta. Era la razón principal para no depender de robots: éstos no habían dado resultados satisfactorios en los primeros tiempos de la exploración espacial. La inteligencia mesklinita podía compararse con la de los seres humanos, con los Drommian o con los Paneshks, hecho sorprendente en sí mismo, puesto que los cuatro planetas habían desarrollado sus formas de vida a lo largo de longitudes de tiempo geográfico que diferían ampliamente. Era también bastante seguro que los mesklinitas, en su mayoría, vivían mucho más tiempo que los seres humanos, aunque eran curiosamente bastante reluctantes a discutir tal asunto; en realidad, lo que esto podría significar en términos de su competencia en general era algo tan problemático como el propio Dhrawn.
Desde cualquier punto de vista había sido un proyecto costoso, y la mayor parte del riesgo lo soportaban los mesklinitas. La barcaza gigante que iba a la deriva en órbita cerca de la estación humana y que se suponía capaz de evacuar a toda la colonia, en caso de emergencia, era poco más de un gesto, especialmente para los seres de viaje en los vehículos.
Nada de esto se encontraba en las mentes de los tres marineros que inspeccionaban los daños del Kwembly. Estaban simplemente sorprendidos y encantados al averiguar que las ruedas perdidas sólo habían saltado de las cavidades en las que normalmente se enroscaban y en las que podían ser colocadas de nuevo, aparentemente sin problemas, suponiendo que fuesen encontradas. Con este asunto resuelto a su satisfacción, Beetchermarlf caminó un poco hacia el lecho del río, hasta el límite impuesto por los cables de seguridad, y encontró doce ruedas dentro de ese radio. Algunas estaban dañadas: llantas rotas o con eslabones perdidos; ruedas de soporte agrietadas; unos cuantos ejes mellados. Los tres reunieron todo el material que pudieron alcanzar y lo transportaron bajo la popa del Kwembly. El timonel pensó en doblar la longitud de los cables salvavidas y aumentar el radio de la búsqueda, pero decidió informar primero a Dondragmer y obtener su aprobación. De hecho, el timonel estaba algo sorprendido de que el capitán no hubiese aparecido antes, a la vista de su anunciada intención de revisar el exterior.
Supo la razón cuando él y sus compañeros llegaron a la compuerta bordeando la popa. Dondragmer, sus dos compañeros en la primera salida y seis tripulantes más, que habían sido llamados en el intermedio, estaban cerca del centro del Kwembly trabajando para retirar las piedras de la región de la compuerta principal.
Los trajes especiales no tenían equipo de comunicación; la capacidad transmisora entre su relleno de hidrógeno-argón y el líquido que los rodeaba era muy pobre; pero la voz mesklinita, construida alrededor de un sifón natatorio, en lugar de un aparato pulmonar (los enanitos que usaban hidrógeno no tenían pulmones), era una cosa más entre las que habían preocupado a los biólogos humanos. El timonel captó la atención de su capitán con un fuerte grito y le hizo señas de que le siguiese al otro lado de la popa del vehículo. Dondragmer supuso que el asunto era importante y le siguió, después de ordenar a los otros que continuasen con su trabajo. Una mirada y unas cuantas frases de Beetchermarlf le pusieron al corriente de la situación.
Después de pensar unos cuantos segundos, rechazó la idea de buscar inmediatamente las ruedas desaparecidas. El agua todavía bajaba; sería más seguro y más fácil conducir la búsqueda cuando no quedase nada, si no tardaba mucho. Mientras tanto, podían comenzar las reparaciones en las que habían encontrado ya. Beetchermarlf recibió la orden y comenzó a seleccionar el equipo dañado para planear el trabajo.
Era necesario tener cuidado; algunas partes eran bastante ligeras como para ser transportadas por la corriente al desprenderlas del resto de los aparatos. Objetos de este tipo ya habían desaparecido, seguramente de esa forma. El timonel hizo que una luz portátil fuese traída al lugar y estacionó a uno de sus ayudantes a unos cuantos metros corriente abajo para coger cualquier cosa que se escapase. Pensó en lo útil que sería una red, pero no había redes a bordo del Kwembly; con los kilómetros de cuerda que había, era posible construir una, pero difícilmente parecía valer la pena.
Ocho horas de trabajo, interrumpidas por descansos ocasionales, que había pasado charlando con Benj, dieron frutos positivos en tres de las ruedas dañadas de nuevo en servicio. Algunas de sus partes no eran las originales. Beetchermarlf y los demás habían improvisado con libertad, empleando tejidos y cuerdas mesklinitas, además de polímeros y aleaciones alienígenas que tenían a mano. Las herramientas eran suyas; su cultura había alcanzado altas cotas en artesanía, y objetos como sierras, martillos y el espectro usual de herramientas de filo les eran familiares a los marineros. El hecho de que estuviesen fabricadas con los equivalentes mesklinitas del hueso o el cuerno y la concha no eran una desventaja, considerando la naturaleza general de los tejidos mesklinitas.
Volver a colocar las unidades reparadas en sus torniquetes necesitó fuerza, incluso por estándares mesklinitas. También necesitó un gran esfuerzo con las herramientas, puesto que el metal con los ajustes había sido deformado cuando las ruedas se desgajaron. Las tres primeras tuvieron que ser colocadas en la fila cuarta, puesto que la quinta estaba aplastada contra las piedras del lecho del río, y las otras tres, demasiado altas para ser alcanzadas convenientemente. Beetchermarlf se inclinó ante lo inevitable, fijó las ruedas donde buenamente pudo y volvió a emprender la reparación de otras piezas.
El río continuaba bajando y la corriente decreciendo. Dondragmer ordenó al timonel y a sus ayudantes desplazar su zona de debajo del casco, previendo lo que sucedería al ceder la fuerza flotante bajo el Kwembly. Su precaución fue justificada, pues con un ruido como de piedras molidas el vehículo se deslizó de su inclinación de sesenta grados a unos treinta, poniendo dos filas más de ruedas al alcance del fondo y forzando a dos trabajadores a lanzarse entre las piedras para evitar ser aplastados.
En este momento se hizo evidente que, aunque el agua continuase bajando, el vehículo no lo haría más. Un punto en su costado, a un tercio de la proa, entre las filas primera y segunda, descansaba ahora sobre una roca de cinco metros de diámetro, medio enterrada en el lecho del río, un objeto imposible de desalojar, aun sin el peso del Kwembly sobre él. Beetchermarlf continuó la tarea que se le había asignado, pero no pudo evitar preguntarse cómo se proponía el capitán levantar su nave de aquel promontorio. También sentía curiosidad por saber qué pasaría cuando esto sucediese. La superficie rocosa que formaba el lecho del río era la última cosa en que los diseñadores habían pensado como superficie de apoyo, y el timonel dudaba seriamente de que pudiese correr sobre una base así. Los planetas de alta gravedad tienden a ser bastante llanos, a juzgar por Mesklin (el único ejemplo disponible), y en caso de que se presentase una zona donde la tracción pareciese dificultosa, los diseñadores debían haber supuesto que lo único necesario estribaba en que la tripulación se abstuviese de meterse en ella. Esto era otro buen ejemplo de la razón por la que la exploración por medio de personas era generalmente mejor que la automática. Beetchermarlf, temporalmente en un humor filosófico, concluyó que verosímilmente la previsión dependía mucho de la cantidad de experiencias disponibles.
Dondragmer, que meditaba sobre el mismo problema de cómo liberar a su vehículo, no se encontraba más cerca de la solución que su timonel unas cincuenta horas después de haber encallado. El primer oficial y los científicos estaban igualmente desconcertados. No aparecían preocupados, excepto el capitán, aunque su sentimiento no era exactamente equivalente al sentimiento humano de preocupación. Había conservado para sí mismo y para Beetchermarlf (que estaba en aquel momento en el puente) una conversación que había tenido unas cuantas horas antes con los observadores humanos.
Había comenzado como un informe regular sobre los progresos, en tono optimista. Dondragmer estaba dispuesto a admitir que todavía no había pensado en un plan factible, pero no que fuese incapaz de pensar en alguno. Infortunadamente, había incluido en la observación la frase: «Tenemos un montón de tiempo para pensarlo».
En el otro extremo, Easy se había sentido impulsada a no estar de acuerdo.
—Quizá no tanto como piensas. Por aquí algunos han estado pensando en esas piedras. Son redondas, según tu informe y lo que vemos por el equipo del puente. La causa más probable de que tengan esa forma, según nuestra experiencia, es por arrastramiento sobre el lecho de un río o en una playa. Para mover rocas de ese tamaño, se necesita una corriente tremenda. Tememos que la corriente que os ha llevado hasta ahí es sólo una gota preliminar, el primer deshielo de la temporada, y si no escapáis pronto, os enfrentaréis con una gran cantidad de agua bajando. Dondragmer lo pensó brevemente. —De acuerdo, pero ya estamos haciendo todo lo que podemos. O bien escapamos a tiempo, o no lo lograremos. Si vuestros científicos pueden darnos algún tipo de pronóstico específico sobre esta súper riada, por supuesto nos vendrá bien; de otra forma, tendremos que seguir como hasta ahora. Dejaré aquí un hombre junto a la radio, a menos que haya demasiado que hacer; en ese caso, llamad al laboratorio. Supongo que debo agrandar la información. El capitán regresó al trabajo mientras pensaba. No era un tipo que se aterrorizase; parecía más tranquilo en las situaciones peligrosas que en una discusión personal. Su filosofía era básicamente la que acababa de expresar: hacer todo lo posible en el tiempo disponible, sabiendo que éste se terminaría tarde o temprano. De momento, sólo deseaba saber qué podía realizar.
La enorme roca era el problema principal. Estaba impidiendo la tracción a las unidades conductoras, y no podía moverse al Kwembly con su propia energía hasta que éstas no sólo tocasen el suelo, sino que se apoyasen sobre él fuertemente. Seguidamente en la Tierra, o en el ecuador de Mesklin, podrían haberla movido a base de músculo, pero no bajo la gravedad de Dhrawn. Hasta una roca de medio metro era difícil de mover en aquel campo.
En el interior había aparejos que podían ser dispuestos para el alzamiento, pero ninguno soportaría el peso del vehículo como una carga estática, aunque sus ventajas mecánicas eran adecuadas.
Algunas ruedas (para ser exactos, cuatro) estaban en contacto con la propia roca, causa de los problemas. Otras de la fila quinta tocaban el fondo. Ninguna de aquellas estaba dotada en aquel momento de energía, pero podrían serles añadidos unos transformadores. Si las cuatro de la roca, las delanteras y algunas de las ruedas de la fila quinta eran dotadas de motor, ¿por qué no podría el vehículo retroceder?
Podía. No había razón en absoluto para dudarlo. Sobre suelo llano, con una tracción razonable, cuatro unidades bien espaciadas podían hacerlo. Con su peso concentrado solamente en unas cuantas ruedas, la tracción debiera ser mejor de lo normal, y un movimiento hacia atrás sería en su mayor parte cuesta abajo.
No fue a causa de falta de confianza en sí mismo por lo que Dondragmer delineó este plan al ser humano de guardia: estaba anunciando sus intenciones, no pidiendo consejo. El hombre que le oía no era ingeniero y aprobó despreocupadamente la idea. Informó del hecho a Planificación de forma rutinaria para que la información fuese distribuida. En consecuencia, llegó a un ingeniero al cabo de una hora, mucho antes de que Dondragmer estuviese listo para llevar a cabo su plan. Provocó un enarcamiento de cejas, un rápido examen de un modelo a escala del Kwembly, y dos minutos de rápido trabajo consultando unas tablas.
El ingeniero era un pobre lingüista, pero ésta no era la única razón por la que comenzó a buscar a Easy Hoffman. Él no conocía muy bien a Dondragmer ni tenía idea sobre cómo reaccionarían los mesklinitas ante las críticas; había trabajado con Drommian, puesto que algunos se relacionaban con el proyecto de Dhrawn, y le pareció más seguro que fuese la encargada oficial de suavizar las tensiones la que presentase el asunto. Cuando encontró a Easy, ésta le aseguró rápidamente que nunca había visto a Dondragmer mostrar resentimiento por un aviso razonable, pero estuvo de acuerdo en que su mejor conocimiento del stenno probablemente serviría de ayuda, aunque el capitán hablaba fluidamente el lenguaje humano. Se fueron juntos a la sala de Comunicaciones.
Como acostumbraba hacer cuando no estaba de guardia, Benj estaba allí. A estas alturas se había hecho amigo de varios mesklinitas más, aunque Beetchermarlf continuaba siendo su preferido. Sus largas horas de trabajo, como resultado del accidente, no le habían impedido por completo la conversación, y el stenno de Benj había mejorado mucho; ahora era casi tan bueno como su madre creía. Cuando Wasy y el ingeniero llegaron, estaba escuchando a Takoorch, y no lamentó demasiado interrumpir el intercambio con la noticia de que había un mensaje importante para el capitán.
Dondragmer tardó varios minutos en presentarse en el puente; como el resto de la tripulación, había estado trabajando casi sin descanso, aunque por suerte se encontraba casualmente dentro cuando llegó la llamada.
—Aquí estoy, Easy —se oyó al fin su voz—. Tak dice que tenéis una llamada urgente. Adelante.
—Se trata de la forma en que planeas descender de la roca, Don —comenzó ella—. Por supuesto, aquí no tenemos la imagen total, pero hay dos cosas que preocupan a nuestros ingenieros. Una es el hecho de que tus ruedas delanteras quedarán libres de la piedra, mientras todavía hay tres metros o más de casco —incluyendo parte del puente— encima de ella. ¿Has tomado las medidas para ver si hay algún riesgo de que el casco se golpee sobre la roca al girar las ruedas? Además, hacia el final de la maniobra tendrás el casco soportado casi completamente por los extremos. El tren neumático quizá distribuya la carga, pero aquí mi amigo no está seguro de que lo haga; más aún, si tienes sólo el casco, en lugar del colchón, soportando la mitad del peso del Kwembly, la gravedad de Dhrawn va a hacer un esfuerzo muy respetable para romper en dos tu vehículo. ¿Has registrado eso?
Dondragmer hubo de admitir que no lo había hecho y que sería mejor que lo hiciese así antes de que el proyecto fuese mucho más adelante. Concedió esto por radio, dio las gracias a Wasy y a su amigo y salió por la compuerta principal que había sido despejada hacía mucho tiempo.
En el exterior la corriente había bajado hasta un punto donde los cables salvavidas ya no eran necesarios. La profundidad del agua era de unos dos metros, medidos desde el nivel medio de las rocas más pequeñas. La línea del agua estaba indudablemente en el nivel más conveniente posible para ver el cuadro completo. Tuvo que trepar en parte por las rocas, una tarea difícil en sí misma, aunque ayudado por el hecho de que tenía alguna capacidad de flotación; desde allí tuvo que seguir las ruedas delanteras hasta un punto donde podía comparar la curvatura de la enorme roca y la de la baja proa del Kwembly. No podía estar completamente seguro, puesto que mover el casco hacia atrás cambiaría su inclinación, pero no le gustó lo que veía. Probablemente el ingeniero humano tenía razón. No sólo existía el riesgo de dañar el casco, sino que la barra de gobierno salía de éste justo por delante del colchón neumático mediante un cierre mecánico casi hermético, ayudado por una cisterna líquida, y hacía sus conexiones principales con el laberinto de cables. Un daño serio en la barra no inmovilizaría al vehículo, puesto que había un duplicado a popa, pero no era un riesgo que pudiera ser tomado despreocupadamente.
La respuesta a la situación estaba delante de él todo el tiempo, pero tardó casi otra hora en verla. Un psicólogo humano, cuando más tarde se enteró del asunto, se sintió muy molesto. Estaba buscando diferencias significativas entre la mente humana y la mesklinita, y encontraba lo que él consideraba una cantidad indebida de puntos similares.
Por supuesto, la solución requería trabajo. Incluso las piedras más pequeñas resultaban pesadas. Sin embargo, ellos eran muchos, y no se necesitaba alejarse demasiado para encontrar piedras en abundancia. Con toda la tripulación del Kwembly trabajando, excepto Beetchermarlf y los que le ayudaban con las ruedas, creció con bastante rapidez una rampa de piedras apiladas desde la popa del vehículo atrapado hasta la roca.
Era una ayuda para Beetchermarlf. En cuanto dejaba lista una unidad de soporte dañada, se encontraba con que podía llegar a nuevos lugares de instalación que antes estaban fuera de su alcance. Él y los que transportaban piedras terminaron casi al mismo tiempo, excepto cuatro ruedas que había sido incapaz de reparar a causa de las partes perdidas. Las había usado libremente, empleándolas en las necesidades de algunas de las otras, y había dispuesto los inevitables baches en la tracción lo suficientemente separados como para que el peso del vehículo estuviese distribuido razonablemente bien. Para trabajar en la fila quinta, enterrada prácticamente en el lecho del río, tuvo que desinflar aquel lado del colchón. Cuando las dos ruedas fueron reemplazadas, hinchar el colchón de nuevo provocó que el casco temblase ligeramente, con gran alarma de Dondragmer y de varios trabajadores que se encontraban debajo; afortunadamente, el movimiento fue insignificante.
El capitán había pasado la mayor parte del tiempo moviéndose entre la radio, donde continuaba esperando un pronóstico seguro sobre la próxima riada, y el lugar de trabajo, donde dividía su atención entre el progreso de la rampa y la vigilancia de la corriente. Cuando la rampa estuvo lista, el agua tenía menos de un metro de profundidad y la corriente había cesado por completo; estaban en una piscina, más que en un río.
Era noche cerrada; el sol se había puesto hacía unas cien horas. El tiempo se había aclarado completamente y los trabajadores en el exterior podían ver las estrellas parpadeando violentamente. Su propio sol no resultaba visible; pocas veces lo era a esta profundidad en la pesada atmósfera de Dhrawn. Por el momento, estaba demasiado cerca del horizonte. Ni siquiera Dondragmer conocía con anterioridad si estaba un poco por encima o un poco por debajo. Sol y Fomalhaut, que incluso los menos informados de la tripulación sabían que eran los indicadores del sur, brillaban y se movían sobre una baja eminencia, a unas cuantos kilómetros en aquella dirección. La línea imaginaria que los conectaba se había inclinado menos de veinte grados desde el anochecer en la escala humana; los navegantes mesklinitas hubiesen dicho que menos de cuatro.
Fuera del radio de las propias luces del Kwembly era casi totalmente negro. Dhrawn no tiene luna; las estrellas no suministran más iluminación que en la Tierra o en Mesklin.
La temperatura era casi la misma. Los científicos de Dondragmer habían estado midiendo los alrededores tan perfectamente como lo permitía su equipo y sus conocimientos; después enviaron los resultados a la estación de arriba. El capitán había estado esperando tranquilamente alguna información de utilidad, a su vez, aunque comprendía que los seres humanos no le debían nada. Después de todo, los informes eran simplemente parte del trabajo que los mesklinitas se habían comprometido a hacer en primer lugar.
También había sugerido a sus propios hombres que intentasen pensar un poco por su cuenta. La contestación de Borndender a lo que él consideró un sarcasmo había sido que si los seres humanos le proporcionaban informes de otras partes de Dhrawn y tiempos computados con los que establecer correlaciones, estaría encantado de intentarlo. El capitán no había pretendido ser sarcástico; conocía perfectamente bien la enorme diferencia entre explicar por qué una nave flota sobre agua o sobre amoníaco y explicar por qué 2,3 milicables de lluvia 60-20 cayeron en la colonia entre la hora 40 y la 100 del día 2. Sospechaba que el error de su investigador había sido deliberado. A menudo los mesklinitas eran bastante humanos cuando buscaban excusas, y Borndender estaba en aquel momento molesto por su propia falta de utilidad. Sin mencionar abiertamente este aspecto del asunto, el capitán replicó que las ideas útiles serían bienvenidas, y abandonó el laboratorio.
Hasta los científicos recibieron la orden de salir cuando llegó finalmente el momento de utilizar la rampa. Borndender se irritó y murmuró algo mientras bajaba sobre la naturaleza académica de la diferencia entre estar dentro o fuera del Kwembly si sucedía algo drástico. Sin embargo, Dondragmer no había hecho una sugerencia; había dado una orden, y ni siquiera los científicos le denegaban el derecho o la competencia para hacerlo. Sólo el propio capitán, Beetchermarlf y un técnico llamado Kensnee, del compartimiento de soporte vital, estarían a bordo cuando comenzase el movimiento. Dondragmer había considerado actuar como su propio timonel y arriesgarse con el equipamiento vital, pero reflexionó que Beetchermarlf conocía el entramado de los cables mejor y era más probable que se diese cuenta si algo iba mal. La energía interior no tenía que ver directamente con el movimiento, pero si algún derrumbamiento o colapso de la rampa provocaba dificultades en el sistema de soporte vital, era mejor tener algo a mano. Este sistema de soporte era todavía más importante que el crucero. En una emergencia, la tripulación podría seguramente caminar hasta la colonia llevando su equipo a cuestas, aunque el vehículo estuviese inutilizado.
El razonamiento implicado en la orden de evacuación debería haber dejado a Beetchermarlf y Kensnee a bordo, con todos los demás, el capitán incluido, mirando desde el exterior. Dondragmer no estaba dispuesto a ser tan razonable. Permaneció a bordo.
La tensión entre la multitud de seres oruguiformes agrupados en el exterior del monstruoso casco aumentó cuando los conductores colocaron los cabos sueltos en sus cadenas. Dondragmer estaba tranquilo, ya que no podía ver desde el puente a la tensa multitud; Beetchermarlf podía sentir su humor, y estaba inquieto. Los humanos, observándolo por medio de un equipo que había sido retirado de la sala de Soporte Vital y asegurado sobre una roca que sobresalía del agua a unos cien metros del vehículo, no podían ver nada hasta que éste comenzase a moverse. Estaban todos en calma, excepto Easy y Benj.
El muchacho prestaba poca atención a la vista exterior. En su lugar, vigilaba la pantalla del puente sobre la que podía verse parte de Beetchermarlf. Este tenía un par de pinzas sobre los cables de guardín, sujetándolos fuertemente; los otros tres pares se movían con velocidad casi invisible entre las agarraderas de los cables de control del motor, intentando compensar el tirón de las diferentes ruedas. No había procurado proveer de energía más que a las diez usuales; los cables que normalmente las interconectaban de forma que uno solo hiciese funcionar a todas, habían sido dispuestos para control individual. Beetchermarlf estaba muy ocupado.
Cuando el Kwembly comenzó a retroceder, uno de los seres humanos comentó explosivamente:
—¿Por qué demonios no han puesto controles remotos en ese puente, o por lo menos indicadores de tracción y rotación? Ese pobre chinche se está volviendo loco. No comprendo cómo puede decir si un particular equipo de llantas está agarrándose al suelo, y mucho menos si responde a sus maniobras.
—Si tuviese unos indicadores llamativos, probablemente no podría —replicó Mersereau—. Barlennan no quería en estos vehículos una maquinaria más sofisticada de lo que su gente pudiese reparar sin ayuda, excepto cuando no hubiese elección posible. Yo estuve de acuerdo con él, y también el resto del equipo de Planificación. Mirad, está deslizándose tan suavemente como el hielo.
Un coro de expresivos gritos salió del micrófono, ensordecidos por el hecho de que la mayor parte de los seres que los emitían estaban bajo el agua. Durante un largo momento, una parte de las ruedas centrales giraron en el aire, mientras la popa del Kwembly salía de la rampa y se desplazaba hacia atrás sobre el lecho del río. El ingeniero que había avisado sobre el efecto de puente, cruzó los dedos e hizo girar los ojos hacia arriba. Después la proa bajó al caer sobre la rampa las ruedas delanteras, y una vez más el peso estuvo correctamente distribuido. La tensión del giro, que nadie había considerado seriamente, se debilitó cuando el vehículo descansó sobre el empedrado del lecho del río, relativamente llano, y se detuvo. La tripulación se dividió y se desparramó bordeando la proa y la popa, dirigiéndose a la compuerta principal, sin pensar nadie en recoger el comunicador. Easy decidió recordárselo al capitán, pero decidió que sería más delicado esperar.
Dondragmer no había olvidado el instrumento. Cuando los primeros miembros de la tripulación salieron de la superficie interna de la cisterna de la compuerta, su voz pudo escucharse por los micrófonos.
—¡Kervenser! ¡Reffel! Sacad rápidamente los vehículos aéreos. Reffel, recoge el comunicador que está fuera; asegúrate de que el obturador esté en el vehículo antes de salir; después realiza un recorrido al norte y al este de diez minutos y vuelve. Kervenser, al oeste y al sur durante el mismo tiempo. Borndender, informa cuando todo tu equipo de toma de datos esté a bordo. Beetchermarlf y Takoorch al exterior, colocad de nuevo los cables de control del motor en su posición normal.
Su comunicador en el puente tenía puesto el sonido; por tanto, oyó y tradujo aquellas órdenes, aunque la referencia a un obturador no fue entendida por ninguno. Junto con sus colegas, observó con interés la pantalla del equipo exterior cuando los dos diminutos helicópteros se elevaban desde la cubierta superior. Uno de ellos se dirigió hacia el receptor y seguramente se posó fuera de su campo de vista. El otro todavía seguía ascendiendo cuando salió de la pantalla, dirigiéndose hacia el oeste. La imagen giró cuando el equipo fue recogido por Reffel y colocado en su lugar a borde del helicóptero. Easy apretó ausentemente el botón con el fin de grabar las escenas para futuros trabajos cartográficos, mientras el punto de vista se separaba del suelo.
A Dondragmer le hubiese gustado ser capaz de ver la misma pantalla, pero sólo podía esperar un informe verbal transmitido por Reffel, o uno directo, aunque retrasado, de Kervenser. En realidad, Reffel no se molestó en retransmitir. Los vuelos de diez minutos no produjeron ninguna información que demandase una entrega acelerada.
Según Dondragmer informó a la audiencia humana, el resultado era que el Kwembly se encontraba en un valle de unos ocho kilómetros de anchura, con paredes de roca desnuda, bastante escarpadas para Dhrawn. Los pilotos estimaron que la pendiente era de veinte a treinta grados, y la altura, de unos doce metros. Al oeste no había señales de una nueva riada hasta donde había llegado Kervenser. Advirtió que las rocas desparramadas por el suelo del valle se convertían en roca desnuda a dos o tres kilómetros, y había numerosos estanques, como el que encerraba al Kwembly. Hacia el este, las piedras y los estanques continuaban hasta el punto donde Reffel había volado. Dondragmer sopesó durante un rato estos datos, después de transmitir esta información al satélite. Luego ordenó a uno de los pilotos que volviese a salir.
—Kerv, sal otra vez. Los timoneles no terminarán hasta dentro de unas horas. Vete hacia el oeste, siguiendo el valle tan lejos como puedas en una hora, y observa lo más cerca que tus luces te permitan si hay alguna señal de que baje más agua. Tienes tres horas, a menos que, por supuesto, encuentres algo o tengas que volver a causa de la mala visibilidad. Yo voy a descansar. Antes de partir para tu misión, dile a Stakendee que suba al puente.
Hasta los mesklinitas se cansaban, pero la idea de Dondragmer de que éste era el momento apropiado para descansar un poco fue infortunada, como Barlennan le indicó más tarde. Cuando el capitán insistió en que no habría podido hacer nada, incluso si hubiese estado completamente alerta, su superior dio el equivalente mesklinita a un gruñido de desprecio.
—Te las habrías arreglado para encontrar algo. Más tarde lo hiciste.
Dondragmer se abstuvo de señalar que esto demostraba que su omisión no había sido un error serio; pero tenía que admitir que en ese momento había parecido así.
Casi ocho horas después de la partida de Kervenser, un tripulante gritó ante la puerta del alojamiento del capitán. Cuando Dondragmer respondió, el otro comprendió la situación en una simple frase.
—Señor, Kervenser y los timoneles todavía están fuera, y el estanque de agua en el que nos encontramos se ha helado.
VI. EN LA TRASTIENDA
La impaciencia y la irritación eran notorias en el laboratorio de Planificación, pero hasta entonces no se había producido ningún altercado. Ib Hoffman, quien hacía menos de dos horas que había vuelto de una visita de un mes a la Tierra, y Dromm no habían hecho más que pedir información. Sentada a su lado, Easy no había dicho hasta entonces nada en absoluto, pero veía que pronto habría que hacer algo para encaminar la conversación por canales constructivos. Cambiar la línea de actuación básica del proyecto podría ser una buena idea; a menudo lo era. Pero ahora mismo era inútil que las personas en aquel extremo de la mesa malgastasen el tiempo culpándose unos a otros por la política actual. Todavía menos útil era la pelea de los científicos en el otro extremo. Aún estaban preguntándose por qué un lago se hiela cuando la temperatura estaba subiendo. Una respuesta útil podría conducir a una acción útil, pero a Easy esto le parecía un tema para el laboratorio, más que para una sala de conferencias.
Si su esposo no participaba pronto en la otra discusión, ella misma tendría que hacer algo.
—Ya he oído antes todo ese aspecto de la cuestión, y sigo sin creérmelo —atacaba Mersereau—. Hasta cierto punto, es de sentido común; pero creo que lo hemos sobrepasado con mucho. Comprendo que cuanto más complejo sea el equipo, menos personas se necesitan para atenderlo; pero también se necesitan más aparatos especializados y personal entrenado para mantenerlo y repararlo. Si los vehículos estuviesen tan automatizados como quería alguna gente, nos las hubiésemos arreglado con un centenar de mesklinitas en Dhrawn, en vez de un par de miles; eso al principio, mas probablemente todas las máquinas estarían por ahora inservibles, porque no hubiésemos podido mandar todo el equipo de apoyo y personal que hubiesen necesitado. Todavía no existen suficientes mesklinitas entrenados técnicamente. Yo estuve de acuerdo; Barlennan también; como dije, era de sentido común.
«Pero tú y, por alguna razón, Barlennan llegasteis más allá. Él estaba en contra de la inclusión de helicópteros. Sé que había algunas personas en el proyecto que suponían que nunca podría enseñarse a volar a un mesklinita, y quizá lo que motivaba a Barlennan era su aerofobia racial; pero por lo menos fue capaz de comprender que sin la exploración aérea los vehículos no se atreverían a viajar más que unas cuantos kilómetros por hora sobre terreno nuevo y que llevaría más o menos una eternidad cubrir sólo Low Alfa a esa marcha. Con esto, le convencimos.
«Hubo un montón de material que nos hubiese gustado proporcionarle. Habría sido útil, y hubiese compensado llevarlo, mas nos convenció para no utilizarlo. Nada de armas; de acuerdo en que probablemente hubiesen resultado inútiles. Pero, ¿ningún equipo de radio de corto alcance? ¿Ningún intercomunicador en la colonia? Es una estúpida tontería que Dondragmer tenga que llamarnos a diez millones de kilómetros de distancia y pedirnos que retransmitamos sus informes a Barlennan en la colonia. Generalmente no es importante, puesto que Barí no podría ayudarle físicamente y el retraso no significa mucho, pero en el mejor de los casos es tonto. Ahora que el principal compañero de Don ha desaparecido, seguramente dentro de las ciento sesenta kilómetros alrededor del Kwembly y posiblemente a menos de diez y seis, sin posibilidad de entrar en contacto con él en la galaxia ni desde aquí ni desde el vehículo, la situación es crítica. ¿Qué tiene Barí contra las radios, Alan? ¿Y qué tienes tú?
—Justo la razón que tú mismo acabas de dar —contestó Aucoin con sólo un rastro de mordacidad—: el problema del mantenimiento.
—Estás loco. No hay ningún problema de mantenimiento con un comunicador simplemente vocal, incluso con uno visual. Según tengo entendido, había cuatro en Mesklin en el primer viaje de Barlennan patrocinado desde el exterior hace unos cincuenta años, y ninguno de ellos provocó la más ligera molestia. Ahora mismo hay sesenta en Dhrawn, sin el menor problema en el año y medio que han estado allí. Barlennan debe saberlo, y ciertamente tú lo sabes. Además, ¿por qué retransmitimos vocalmente los mensajes que nos envían? Podríamos hacerlo automáticamente, en lugar de tener a una banda de intérpretes desmenuzándolo todo (lo siento, Easy). No me digas que habría en esta estación un deficiente mantenimiento de una unidad de retransmisión. ¿Quién quiere tomar el pelo a quién?
Easy se estremeció; esto se acercaba peligrosamente a ser objeto de pelea. Su esposo, sin embargo, sintió el movimiento y tocó su brazo en un gesto que ella comprendió. Él se encargaría del asunto. Sin embargo, dejó que Aucoin contestase.
—Nadie está intentando engañar a nadie. No quiero decir mantenimiento del equipo, y admito que escogí mal las palabras. Debería haber dicho de la moral. Los mesklinitas son una especie competente y con una gran seguridad en sí mismos, por lo menos los representantes que más hemos visto. Navegan sobre miles de kilómetros de océano en esos ridículos grupos de balsas, completamente fuera de contacto con la base y lejos de toda ayuda durante meses seguidos, exactamente como hacían los seres humanos hace unos cuantos siglos. Pensamos que hacer la comunicación demasiado fácil minaría su seguridad. Admito que esto no es un dogma; los mesklinitas no son humanos, aunque sus mentes se parezcan mucho a las nuestras. Hay un factor importante cuyo efecto no podemos evaluar, y quizá nunca podamos. No sabemos la duración normal de su vida, si bien está claro que es mucho más larga que la nuestra. Sin embargo, Barlennan estuvo de acuerdo con nosotros sobre la cuestión de la radio. Como tú dijiste, fue él quien lo sacó a relucir, y nunca se ha quejado de la dificultad de la comunicación.
—A nosotros, no —intervino en este momento Ib Hoffman.
Aucoin pareció sorprendido; después, perplejo.
—Sí, Alan, eso he dicho. No se ha quejado ante nosotros. Lo que piense de ello privadamente, ninguno de nosotros lo sabe.
—Pero ¿por qué no iba a quejarse, o incluso a pedir radios, si ha llegado a darse cuenta de que debería tenerlas?
El planificador no iba por completo desencaminado, pero Easy observó con aprobación que había perdido su tono defensivo.
—No sé por qué —admitió Hoffman—. Simplemente recuerdo lo que aprendí sobre nuestros primeros tratos con Barlennan hace unas pocas décadas. Durante la mayor parte de la misión Gravedad fue un agente altamente cooperativo, un adorador de los misteriosos alienígenas de la Tierra, Paneshk, Drom y aquellos otros exóticos lugares en el cielo, haciéndonos nuestro trabajo justo cuando se lo pedíamos; después, al final, repentinamente nos atracó en un chantaje que cinco seres humanos, siete paneshks y nueve drommians de cada diez todavía piensan que nunca debimos pagar. Sabes tan bien como yo que enseñar tecnología avanzada, o incluso ciencia básica, a una cultura que todavía no está en su revolución mecánica enfurece a los ecologistas, porque piensan que todas las razas debieran tener derecho a pasar su propio tipo de dolores de crecimiento; hace sublevarse a los xenófobos, porque estarnos armando contra nosotros a los malvados alienígenas; provoca las críticas de los historiadores, porque estamos enterrando datos inapreciables, y molesta a los tipos administrativos, porque tienen miedo de que estemos creando problemas que todavía no han aprendido a resolver.
—Los xenófobos son el problema principal —dijo Mersereau—. Esos chiflados dan por sentado que todas las especies no humanas serían un enemigo si tuviesen la capacidad técnica. Esa es la razón por la que sólo hemos dado a los mesklinitas material que no puedan duplicar por sí solos, como las unidades de fusión; cosas que no podrían ser desarmadas y estudiadas en detalle sin unas cinco fases de equipo intermedio, como cámaras de difracción de los rayos gamma, que los mesklinitas tampoco tienen. El argumento de Alan parece bueno, pero sólo es una excusa. Sabes tan bien como yo que podrías entrenar en dos meses a un mesklinita para volar en una nave automatizada en parte de forma razonable si los controles fuesen modificados para sus pinzas y que en esta estación todos los científicos darían los tres cuartos de su sangre por bajar a la superficie de Dhrawn cargas de utensilios físicos e instrumentos que ellos habrían improvisado.
—Eso no es completamente verdad, aunque hay elementos ciertos —dijo Hoffman calmosamente—. Estoy de acuerdo con tu sentimiento personal sobre los xenófobos, pero es un hecho que, estando la energía tan barata que un carguero interestelar puede amortizar el coste de su construcción en cuatro o cinco años, una guerra interestelar no resulta tan claramente imposible como se supuso una vez. Además, tú sabes por qué esta estación tiene habitaciones tan enormes, por incómodas que las encontremos algunos y por ineficientes para algunos propósitos. El drommian medio, si hubiese aquí una habitación donde no pudiese entrar, afirmaría que contenía algo deliberadamente mantenido en secreto. Ellos no tienen el concepto de intimidad, y por nuestros estándares la mayoría están seriamente paranoicos. Si cuando tuvimos el primer contacto no hubiésemos decidido compartir la tecnología con ellos, hubiésemos creado un planeta de xenófobos muy competentes, mucho más peligroso que cualquier cosa que la Tierra haya producido. No creo que los mesklinitas reaccionasen de igual forma, pero todavía pienso que fundar el Colegio en Mesklin fue la actuación política más inteligente desde que admitieron al primer drommian en el M.I.T.
—Pero los mesklinitas tuvieron que chantajearnos para que hiciéramos eso.
—Por desgracia, es verdad —admitió Hoffman—; mas todo eso es un asunto secundario. La cuestión ahora es que no sabemos lo que Barlennan piensa o planea en realidad. Podemos, sin embargo, estar perfectamente seguros de que no accedió sin una buena razón a llevar a dos mil compatriotas, incluyéndose a sí mismo, a un mundo casi completamente desconocido y muy peligroso hasta para una especie como la suya.
—Nosotros le dimos una buena razón —señaló Aucoin.
—Sí. Intentamos imitarle en el arte del chantaje. Accedimos a mantener el Colegio de Mesklin, por encima de las objeciones de mucha de nuestra gente, si él hacía el trabajo de Dhrawn para nosotros. Por ninguna de las partes se hizo referencia a un pago material, aunque los mesklinitas son perfectamente conscientes de la relación entre conocimiento y riqueza material. Estoy completamente dispuesto a admitir que Barlennan es un idealista, pero no estoy seguro de cuánto chauvinismo hay en su idealismo o de lo lejos que le llevará.
«Además, todo esto no es el problema ahora. No deberíamos preocuparnos por el equipo que escogimos para los mesklinitas. Ellos estuvieron de acuerdo, fuesen las que fuesen sus reservas privadas. Pero aún estamos en posición de ayudarles con información sobre hechos físicos que no conocen y que difícilmente sus científicos pueden esperar descubrir por sí solos. Tenemos computadores de alta velocidad. Ahora mismo tenemos una máquina exploradora extremadamente cara, helada en un lago de Dhrawn, junto con un centenar de seres humanos que quizá sean personal para algunos, pero para los demás son individualidades. Si queremos cambiar nuestra línea de acción e insistir en que Barlennan acepte una nave cargada con nuevo equipo, espléndido; mas no es el problema actual, Boyd. No sé qué podríamos enviar ahora allá abajo que sirviese en lo más mínimo a Dondragmer.
—Supongo que tienes razón, Ib, pero no puedo evitar pensar en Kervenser y en que hubiese sido mucho mejor si…
—Recuerda que podría haberse llevado uno de los comunicadores. Dondragmer tenía tres, además del situado en el puente, todos ellos portátiles. La decisión de llevarlos o no pertenece estrictamente al propio Kervenser y a su capitán. Dejemos de pensar en lo que pudiese haber sido e intentemos hacer algunos planes constructivos.
Mersereau se sometió, algo irritado con Ib por sus últimas palabras, pero con resentimiento hacia la actitud de Aucoin, distraído por el momento. El planificador tomó de nuevo la guía de la conversación, mirando hacia el otro extremo de la mesa, donde los científicos estaban ahora silenciosos.
—Muy bien, doctor McDevitt. ¿Han efectuado algún acuerdo sobre lo que probablemente sucedió?
—No completamente, pero hay una idea que vale la pena examinar. Como sabéis, los observadores del Kwembly han estado informando de una temperatura casi constante desde que la niebla se aclaró. Ningún enfriamiento por radiación; en todo caso, una ligera tendencia al calentamiento. Las lecturas barométricas en ese lugar han estado subiendo muy lentamente desde que la máquina encalló; las lecturas anteriores carecen de significado, a causa del incierto cambio en la elevación. Las temperaturas han estado muy por debajo de los puntos de congelación tanto del agua como del amoníaco puros, pero algo por encima del eutético del amoníaco y el monohidrato de agua. Nos estamos preguntando si el deshielo inicial no podría haber sido causado por la niebla de amoníaco reaccionando con el aguanieve sobre el que el Kwembly se deslizaba. Dondragmer temía esa posibilidad, y si fuera así, la congelación actual podría ser debida a la evaporación del amoníaco del eutético. Necesitaríamos datos sobre el amoníaco relativo…
—¿Qué? —interrumpieron casi al unísono Hoffman y Aucoin.
—Lo siento. La presión parcial del amoníaco es relativa al valor de saturación; el equivalente de la humedad, relativo al agua. Para confirmar o abandonar la idea necesitaríamos datos sobre eso, y por supuesto, los mesklinitas no los han tomado.
—¿Hubiesen podido?
—Estoy seguro de que podríamos encontrar una técnica con ellos. No sé cuánto tiempo llevaría. El vapor de agua no constituirá un problema; su presión de equilibrio es cuatro o cinco décimas menor que la del amoníaco en esa clase de temperatura. No debería ser muy difícil.
—Comprendo que esto es una hipótesis más que una realidad completamente desarrollada. ¿Resulta suficientemente aceptable para basar alguna acción sobre ella?
—Eso dependería de qué clase de acción.
Aucoin hizo un gesto de impaciencia, y el físico atmosférico continuó apresuradamente.
—Es decir, yo no me arriesgaría a un esfuerzo de todo o nada sólo sobre eso; pero estoy dispuesto a intentar cualquier cosa que no obligue al Kwembly a terminar con algún suministro importante o que le ponga en serio peligro.
El planificador asintió.
—De acuerdo —dijo—. ¿Preferiríais estar aquí y suministrarnos más ideas, o sería más efectivo hablar sobre ésta con los mesklinitas?
McDevitt hizo un gesto con los labios, y pensó durante un momento.
—Hemos estado hablando con ellos con bastante frecuencia, pero supongo que es más probable que algo bueno salga de esa dirección que…
Se detuvo, mientras Easy y su esposa ocultaban sonrisas.
Aucoin asintió, aparentando no haber advertido el paso en falso.
—De acuerdo. Vuelve a Comunicación. ¡Buena suerte! Haznos saber si tú o ellos encontráis algo más que valga la pena.
Los cuatro científicos asintieron y se marcharon juntos. Los diez miembros de la conferencia que se quedaron estuvieron silenciosos durante unos minutos antes de que Aucoin dijese lo que todos, menos uno, pensaban.
—No nos engañemos —dijo lentamente—. La verdadera discusión llegará cuando retransmitamos este informe a Barlennan.
Ib Hoffman se irguió bruscamente.
—¿Todavía no lo habéis hecho? —inquirió violentamente.
—Únicamente durante el encallamiento original Easy les comunicó esto y algunos informes ocasionales sobre los trabajos de reparación; mas todavía nada sobre la nave.
—¿Por qué no?
Easy podía leer señales de peligro en la voz de su esposo, y se preguntó si quería suavizarlo o no. Aucoin pareció sorprendido ante la pregunta.
—Sabes por qué tan bien como yo. No será muy diferente que se enterasen de esto ahora, dentro de diez horas o cuando Dondragmer regrese a la colonia. No hay nada que Barlennan pueda intentar inmediatamente para ayudarle, y lo único que puede hacer no es lo que nosotros preferiríamos.
—¿Y qué es eso? —intervino dulcemente Easy. Ya había decidido qué línea de acción debía seguir.
—Eso es, como sabes muy bien, enviar uno de los dos vehículos que todavía están en la colonia a rescatar el Kwembly, como quería hacer con el Esket.
—¿Y tú todavía te opones?
—Ciertamente, por las mismas razones que antes, si bien admito que Barlennan aceptó aquella vez. No se trata sólo de que tengamos otros planes específicos para esos dos vehículos, aunque eso también cuenta. Piensa lo que quieras, Easy, pero yo no considero una vida poco importante simplemente porque no sea una vida humana. Sin embargo, sí me opongo a malgastar tiempo y recursos. Cambiar nuestra forma de actuar en medio de una operación, generalmente implica alterar las dos cosas.
—Pero si proclamas que las vidas mesklinitas significan para ti tanto como las humanas, ¿cómo puedes hablar de malgastar?
—Tú no piensas, Easy. Lo comprendo, y en realidad no te culpo, pero estás ignorando el hecho de que el Kwembly está a unos dieciséis mil kilómetros por aire de la colonia y a unas veinte mil por el camino que ellos siguieron. Un vehículo de rescate no hubiese podido seguramente recorrer eso en menos de doscientas o doscientas cincuenta horas. La última parte, la que el Kwembly atravesó al ser arrastrado por un río, podría no ser encontrada, y los últimos seis mil kilómetros a través del campo de nieve quizá no sean transitables.
—Podríamos darle direcciones con vistas al satélite.
—Podríamos hacerlo, sin duda. Sin embargo, a menos que Dondragmer logre salir con su tripulación y su vehículo de su problema actual, nada de lo que Barlennan le envíe le serviría probablemente de ayuda, si el Kwembly está en peligro real e inmediato. Si no lo está, si sólo se trata de permanecer detenido por el hielo como un ballenero del siglo XIX, con su sistema vital de circuito cerrado, tiene suministros indefinidamente y transformadores de fusión, mientras nosotros y Barlennan podemos planear un rescate agradable y placentero.
—Como el del Esket de Destigmet —replicó la mujer con cierta amargura—. Lleva allí siete meses, y tú rehúsas hablar sobre el rescate entonces y ahora.
—Esa era una situación muy diferente. El Esket sigue estando allí, sin cambios, según lo que sus equipos de visión nos dicen, pero su tripulación ha desaparecido. No tenemos ni la más ligera idea de lo que les sucedió, pero puesto que no están a bordo y no han estado durante todo este tiempo, es imposible creer que todavía vivan. Los mesklinitas no podrían vivir siete meses en Dhrawn sin mucho más equipo que sus trajes especiales, a pesar de todas sus habilidades y de su admirable resistencia física.
Easy no contestó. En pura lógica, Aucoin tenía toda la razón; pero Easy no podía aceptar la idea de que la situación era puramente lógica. Ib conocía sus sentimientos, y decidió que había llegado el momento de cambiar otra vez de rumbo. Hasta un punto compartía la opinión del planificador sobre política básica; también sabía por qué su mujer no podía compartirla.
—El problema real, inmediato según yo lo veo —intervino Hoffman—, es el que tiene Don con los hombres que todavía están en el exterior. Según tengo entendido, dos están debajo del hielo y nadie parece saber si ese estanque está helado hasta el fondo. A juzgar por el trabajo que se suponía que iban a hacer, en cualquier caso están en algún punto entre las ruedas del Kwembly. Supongo que eso significa un sencillo trabajo de picar y buscar. No tengo ni idea de qué probabilidades de vida tiene un mesklinita con traje especial soportando una cosa así. La temperatura no les molestará, a pesar de encontrarse tan por debajo del punto de fusión del hielo; pero no sé qué otras limitaciones fisiológicas puedan tener. El primer oficial de Don también ha desaparecido durante un vuelo de helicóptero. No podemos ayudarle directamente, puesto que no se llevó un comunicador, pero hay otro helicóptero disponible. ¿Nos ha pedido Dondragmer que le ayudemos mientras buscamos a su piloto con la otra máquina y un equipo de visión?
—Hasta hace media hora no lo había hecho —replicó Mersereau.
—Entonces aconsejo vivamente que se lo insinuemos nosotros.
Aucoin asintió aprobadoramente y miró hacia la mujer.
—Yo diría que es un trabajo para ti, Easy.
—Si nadie se me ha adelantado.
Se levantó, pellizcó la oreja de Ib al pasar y abandonó la habitación.
—El siguiente punto —continuó Hoffman—. Suponiendo que puedas tener razón al oponerte a una expedición de rescate desde la colonia, creo que ya es hora de que Barlennan fuese puesto al día sobre el Kwembly.
—¿Por qué crear más problemas de los que necesitamos? —devolvió Aucoin—. No me gusta discutir con nadie, especialmente cuando el otro en realidad no tiene por qué escucharme.
—No creo que tengas que discutir. Recuerda que la otra vez él estuvo de acuerdo.
—Hace unos cuantos minutos dijiste que no estabas seguro de la sinceridad de sus palabras.
—No lo estoy, pero si esa vez hubiese estado fuertemente en contra nuestra, habría hecho lo que quería y enviado una brigada en ayuda del Esket. Recuerda que lo hizo un par de veces cuando un vehículo estuvo en dificultades.
—Eso fue mucho más cerca de la colonia, y finalmente aprobamos la acción —devolvió Aucoin.
—Sabes tan bien como yo que la aprobamos porque preveíamos que iba a hacerlo de todas formas.
—La aprobamos, Ib, porque tu mujer estaba las dos veces del lado de Barlennan y nos convenció.
De paso, tu argumento es un punto en contra de comunicarle la situación actual.
—¿De qué lado estaba ella durante la pelea del Esket? Sigo pensando que deberíamos contarle pronto a Barlennan la situación actual. Dejando a un lado la pura honradez, cuanto más esperemos más seguro es que tarde o temprano averiguará que hemos estado censurando los informes de la expedición.
—Yo no lo llamaría censurar. Nunca hemos cambiado nada.
—Pero muchas veces has retrasado la transmisión, mientras decidías lo que debería conocer, y como dije antes, no creo que eso sea lo que decidimos pactar con él. Perdona mis sentimientos reaccionarios, pero por motivos puramente egoístas haríamos bien en conservar su confianza cuanto más tiempo mejor.
Varios de los otros miembros que hasta este momento habían escuchado en silencio, irrumpieron a hablar casi al mismo tiempo cuando Hoffman expresó este sentimiento. Aucoin necesitó varios segundos para desarrollar sus ideas, pero pronto se hizo claro que el sentimiento del grupo estaba con Ib. El presidente se rindió graciosamente; su técnica no incluía el quedarse delante del toro.
—Muy bien, le pasaremos a Barlennan el informe completo en cuanto nos separemos —miró hacia el ganador—. Es decir, si la señora Hoffman no lo ha mandado ya. ¿Cuál es el punto siguiente?
Uno de los hombres, quien se había limitado a escuchar hasta aquel momento, hizo una pregunta.
—Perdonadme si no os he seguido bien hace unos pocos minutos. Ib, tanto tú como Alan decís que Barlennan estuvo de acuerdo con la política del proyecto de limitar al mínimo la cantidad de equipamiento sofisticado que su expedición iba a utilizar. Yo también lo entendí así; pero tú, Ib, acabas de mencionar que tienes dudas sobre la sinceridad de Barlennan. ¿Alguna de esas dudas proviene de su aceptación de los helicópteros?
Hoffman movió la cabeza.
—No. Los argumentos que empleamos para su necesidad fueron buenos, y lo único que me sorprendió fue que Barlennan no se adelantase y aceptase el equipo sin discusión.
—Pero los mesklinitas son aerofóbicos por naturaleza. Para alguien de un mundo así, la idea de volar debe ser inimaginable.
Ib sonrió lúgubremente.
—Es verdad. Pero una de las primeras cosas que Barlennan hizo después de cerrar el trato con la gente de la misión Gravedad y comenzar a aprender ciencia básica fue diseñar, construir y volar en un globo de aire caliente por la zona polar de Mesklin donde la gravedad es más alta. Lo que motivó a Barlennan no fue aerofobia. No dudo exactamente de él; simplemente no estoy seguro de lo que piensa, si me perdonáis un juego de palabras bastante tosco.
—De acuerdo —intervino Aucoin—. Creo que nos estamos quedando secos. Sugiero que durante seis horas, por ejemplo, nos separemos. Podemos pensar, bajar a Comunicación y escuchar a los mesklinitas o hablar con ellos; cualquier cosa que mantenga vuestros pensamientos sobre la cuestión de Dhrawn. Ya conocéis mis ideas sobre eso.
—Ahí es donde han estado las mías —era Ib el que hablaba—. Cada vez que uno de los vehículos encuentra problemas, pienso en el Esket, incluso cuando el problema es plenamente natural.
—Me imagino que lo mismo hacemos todos —admitió Aucoin.
«Cuanto más pienso en ello, más me parece que su tripulación debe haberse encontrado con una oposición inteligente. Después de todo, sabemos que en Dhrawn hay vida, aparte de los arbustos y pseudoalgas que hemos encontrado. Eso no explicaría cuantitativamente dicha atmósfera; tiene que haber en alguna parte un sistema ecológico completo. Supongo que en las regiones de temperatura más altas.
—Como Low Alfa —Hoffman completó la idea—. Sí, no existen amoníaco y oxígeno libres en el mismo ambiente durante mucho tiempo en la escala temporal de un planeta. Yo podría creer en la posibilidad de una especie inteligente. No hemos encontrado ninguna señal de ella desde el espacio y las brigadas mesklinitas tampoco, a menos que lo hiciera el Esket; pero veintisiete billones de kilómetros cuadrados de planeta proporcionan un montón de razones. La idea es factible, y no eres el primero en concebirla, pero no sé a donde nos lleva. Según Easy, Barlennan también pensó en ello y en enviar otro vehículo a la zona donde el Esket se había perdido, con la misión específica de buscar y contactar con cualquier inteligencia que pudiese estar allí; pero hasta Barlennan dudaba en emprender ese tipo de búsqueda. Ciertamente, nosotros no lo hemos impulsado a hacerlo.
—¿Por qué no? —interrumpió Mersereau—. Si pudiésemos entrar en contacto con nativos, como hicimos en Mesklin, el proyecto podría funcionar realmente. No tendríamos que depender tanto de…
Aucoin sonrió lúgubremente.
—Precisamente —dijo—. Ahora has encontrado una buena razón para cavilar sobre la franqueza de Barlennan. No estoy diciendo que sea un político de corazón helado que expondría las vidas de sus hombres sólo para tener echado el cerrojo sobre la operación de Dhrawn, pero cuando finalmente accedió a no enviar el Kalliff en la misma dirección, la tripulación del Esket ya estaba con bastante seguridad más allá de todo rescate.
—Aunque hay otro punto —dijo Hoffman pensativamente.
—¿Cuál?
—No estoy seguro de que valga la pena mencionarlo, puesto que no podemos evaluarlo; pero el Kwembly está a las órdenes de Dondragmer, que es un antiguo asociado de Barlennan y que, según un razonamiento normal, debiera ser amigo muy íntimo suyo. ¿Hay alguna posibilidad de que, al estar implicado, influya sobre el juicio de Barl en cuanto a un viaje de rescate, o de que incluso le haga ordenar uno en contra de su propio raciocinio? Yo tampoco creo que esa oruga sea simplemente una máquina administrativa. La frialdad de su sangre es algo puramente físico.
—Yo también he cavilado sobre eso —admitió el planificador principal—. Hace unos meses, me sorprendió mucho que dejase salir a Dondragmer. Tenía la impresión de que no quería que corriese grandes riesgos. No me preocupó demasiado. La verdad es que nadie conoce bastante la psicología mesklinita en general o la de Barlennan en particular para basar sobre ello una planificación seria. Si alguien lo hace, Ib, es tu mujer, y ella no puede, o no quiere, traducir en palabras lo que comprende. Como dices, no estamos en condiciones de dar ningún valor a la posibilidad de la influencia de la amistad. Solamente podemos añadirla a la lista de preguntas. Oigamos alguna idea sobre esos tripulantes que presumiblemente se hallan congelados bajo el Kwembly, y después nos separaremos.
—Un transformador de fusión conservaría una resistencia calorífera grande en funcionamiento, y unos fusibles no son un equipamiento muy complejo —señaló Mersereau—. Los caloríferos tampoco son piezas de equipo demasiado desdeñables en Dhrawn. Si solamente…
—Pero no lo hicimos —interrumpió Aucoin.
—Sí lo hicimos, si me dejas terminar. En el Kwembly hay los suficientes transformadores como para hacerle despegar del planeta, si su energía pudiese ser aplicada a un trabajo semejante. A bordo debe haber algún metal que pueda ser convertido en resistencias o arcos. No sé si los mesklinitas podrían manipular objetos así. Quizá haya un límite incluso a su tolerancia de la temperatura; podríamos preguntarles si han pensado en algo así.
—Te equivocas en una cosa. Sé que tanto en el equipo como en los suministros de esos vehículos hay muy poco metal, y me asombraría que la cuerda mesklinita resultase un buen conductor. No soy químico, pero cualquier cosa unida tan firmemente como ese material debe tener sus electrones muy bien colocados en su sitio. De todas formas, conviene comprobarlo con Dondragmer. Seguramente Easy está todavía en Comunicación; ella puede ayudarte si al otro extremo no están de guardia mesklinitas lingüísticamente bien preparados. Se suspende la reunión.
Mersereau asintió, dirigiéndose al tiempo hacia la puerta, y la reunión se disolvió. Aucoin siguió a Mersereau por la misma puerta; la mayoría salieron en otras direcciones. Únicamente Hoffman permaneció sentado en la mesa. Sus ojos no enfocaban ningún punto en particular, y en su rostro aparecía un ceño que le hacía aparentar más de sus cuarenta años.
Le gustaba Barlennan. Dondragmer le gustaba todavía más, lo mismo que a su mujer. No tenía motivos para la más ligera queja sobre el progreso de la investigación en Dhrawn; considerando las normas que él mismo había ayudado a precisar, tampoco los tenía el resto de los planificadores. No había ninguna razón concreta en absoluto, excepto un truco de hacía medio siglo, para desconfiar del comandante de los mesklinitas. Difícilmente podía creerse que quisiera mantener alejados a los hipotéticos nativos de Dhrawn. Después de todo, los problemas de transferir la responsabilidad del proyecto de investigación en Dhrawn a tales seres, si es que existían, todavía provocarían más retrasos, y seguramente Barlennan comprendería esto.
Las ocasiones eventuales de desacuerdo entre los exploradores y los planificadores eran pocas. Era el tipo de asunto que, por ejemplo, con los drommians sucedía diez veces más a menudo. No, no había razón para suponer que los mesklinitas ya estuviesen embarcados en planes independientes.
Sin embargo, Barlennan no había querido helicópteros, aunque finalmente hubiese accedido a aceptarlos. Era el mismo Barlennan quien había construido y tripulado un globo de aire caliente, como su primer ejercicio en ciencia aplicada.
No había enviado ayuda al Esket, aunque todos los gigantescos vehículos eran necesarios para el proyecto, a pesar del hecho de que más de cien de sus hombres estaban a bordo.
Había rehusado radios de alcance local, por útiles que fuesen. El argumento empleado contra ellas fue que un profesor testarudo las usaría en una situación escolar, pero aquello era la vida real y mortalmente seria.
Cincuenta años antes no sólo había saltado de alegría ante la oportunidad de adquirir conocimientos alienígenas, sino que también había maniobrado deliberadamente para forzar a sus patrocinadores no mesklinitas a dárselos.
Ib Hoffman no podía liberarse de la idea de que Barlennan estaba otra vez haciendo algo clandestino.
Se preguntó qué pensaría Easy de todo esto.
VII. ATRAPADOS POR EL HIELO
Beetchermarlf y Takoorch, como el resto de la tripulación del Kwembly, fueron sorprendidos por la congelación del lago. Durante varias horas ninguno había tenido un momento para mirar a su alrededor, puesto que el laberinto de finos cables en el que se centraba su atención era considerablemente más complicado que, por ejemplo, el cordaje de un buque de vela. Los dos sabían exactamente lo que tenían que hacer, y había poca necesidad de conversación. Incluso aunque sus ojos se hubiesen apartado de su tarea, no había mucho que ver. Se hallaban bajo la inmensa masa del vehículo, techados por el «colchón» neumático que distribuía el peso entre las ruedas, parcialmente ocultos por las mismas ruedas y por la negrura de la noche de Dhrawn, que ocultaba todo más allá del radio de sus pequeñas luces portátiles.
Por tanto, no habían visto, como tampoco los marineros en el interior de la nave, los diminutos cristales que comenzaron a formarse sobre la superficie del lago y a aposentarse en el fondo, brillando y centelleando bajo los focos del Kwembly.
Habían terminado de conectar de nuevo la fila primera de babor, completa de proa a popa; cuando descubrieron que estaban atrapados, trabajaban en la fila segunda.
La luz de la batería de Takoorch se estaba debilitando. Por este motivo se acercó al transformador de fusión más cercano —que casualmente se encontraba en una rueda de la fila primera— para recargarla. Se sobresaltó al comprobar que no podía acercarse al transformador, ni siquiera verlo; después de unos cuantos segundos de manipulaciones y observación, llamó a Beetchermarlf. Les llevó casi diez minutos observar que estaban completamente rodeados de una pared blanca opaca, impenetrable incluso para su fuerza. Había unido todas las ruedas exteriores y rellenado todos los espacios entre ellas, desde el colchón de arriba hasta las piedras abajo, a un metro de altura por término medio. Dentro de la muralla todavía tenían libertad de movimientos.
Sus herramientas eran de filo, más que puntiagudas, y demasiado pequeñas para horadar el hielo de forma apreciable, aunque les llevó una hora completa la acción de raspar para convencerse. No se sentían muy preocupados todavía; obviamente el hielo estaba inmovilizando al Kwembly, y el resto de la tripulación tendría que llegar hasta ellos para libertar el vehículo, suponiendo que rescatarlos no fuese su propósito principal. Por supuesto, el suministro de hidrógeno vital era limitado, pero esto para ellos significaba menos que una escasez de oxígeno equivalente para un ser humano. Tenían diez u once horas todavía de actividad completa, y cuando la presión parcial del hidrógeno descendiese bajo un cierto calor, simplemente perderían la conciencia. Su química corporal se haría más y más lenta, pero deberían pasar cincuenta o cien horas antes de que ocurriese algo irreversible. Una de las razones de la durabilidad de los mesklinitas, aunque los biólogos humanos no tuviesen forma de averiguarlo, era la extraordinaria simplicidad de su bioquímica.
De hecho, los dos estaban lo bastante tranquilos como para volver a la tarea asignada, y habían llegado casi a la parte delantera de la fila segunda antes de hacer otro descubrimiento. Este sí les preocupó.
El hielo se acercaba. No demasiado rápidamente, pero se acercaba. Resultó que ninguno de ellos conocía mejor que Ib Hoffman lo que les pasaría si quedaban congelados en un bloque de aquel material. Ninguno tenía el menor deseo de aprender.
Por lo menos, todavía tenían luz. No todas las unidades de energía estaban en ruedas exteriores, y Takoorch había podido recargar su batería. Eso hizo posible realizar otra investigación, muy cuidadosa, de los límites de su prisión. Beetchermarlf esperaba encontrar espacio libre hacia el fondo o cerca del tope de las murallas que le rodeaban. No sabían si la helada habría empezado desde la superficie o desde el fondo del estanque. No conocían como cualquier ser humano que el hielo flota sobre el agua líquida. Era mejor así, puesto que en este caso habrían llegado a una conclusión errónea. En realidad, los cristales se habrían formado en la superficie, pero al ser más densos que el líquido que los rodeaba, se habían posado para volverse a disolver cuando alcanzaron niveles de amoníaco más ricos. Este efecto había producido el resultado de dejar el lago sin amoníaco de forma bastante uniforme, hasta que hubo alcanzado una composición susceptible de helarse casi simultáneamente. En consecuencia, la búsqueda no procuró espacios abiertos.
Durante algún tiempo permanecieron allí entre dos de las ruedas, estudiando y comprobando cada cierto tiempo el progreso de la helada. No tenían equipos para medir el tiempo ni, por tanto, ninguna base para evaluar la velocidad del proceso. Takoorch suponía que estaba disminuyendo; Beetchermarlf no estaba tan seguro.
De vez en cuando uno de ellos tenía una idea, pero el otro generalmente se las arreglaba para encontrar un punto flaco.
—Podemos mover algunas de esas piedras, las más pequeñas —observó en un momento Takoorch—. ¿Por qué no podríamos excavar un camino bajo el cielo?
—¿Dónde? —contestó su compañero—. El extremo del lago más cercano está a cuarenta o cincuenta cables; fue lo último que supe. No podemos comenzar a excavar tanto en esas rocas antes de que nuestro aire se termine, aunque exista alguna razón para suponer que la helada no incluye el agua entre las rocas, por debajo. Salir antes del borde no nos llevaría a ninguna parte.
Takoorch admitió la veracidad de este aserto con un gesto de aquiescencia y se hizo silencio, mientras el hielo se acercaba un centímetro más.
Beetchermarlf tuvo la siguiente idea constructiva.
—Esas luces deben desprender algo de calor, aunque nosotros no lo sintamos por los trajes —exclamó repentinamente—. ¿Por qué no podrían evitar que se forme hielo a su alrededor, y hasta permitirnos derretir un paso hacia el exterior?
—Vale la pena intentarlo —fue la lacónica respuesta de Takoorch.
Juntos se aproximaron a la barrera helada. Beetchermarlf construyó un pequeño montón de piedras que se apoyaba en el hielo y colocó la luz, ajustada para un brillo completo, en su cima. Después los dos se apiñaron allí, con sus partes delanteras sobre el montón de guijarros, y observaron el espacio entre la lámpara y el hielo.
—Ahora que lo pienso —observó Takoorch mientras esperaban—, nuestros cuerpos desprenden algo de calor, ¿no es así? Quizá simplemente con estar aquí ayudemos a derretir el hielo.
—Supongo que sí —Beetchermarlf tenía sus dudas—. Será mejor que estemos atentos para asegurarnos de que no se hiela el agua a los lados y detrás nuestro, mientras estamos aquí esperando.
—¿Qué importa eso? Si lo hace, quiere decir que nosotros y la luz juntos nos bastamos para hacer retroceder el hielo, y debiéramos ser capaces de derretir un paso al exterior.
—Eso es verdad. Vigila, sin embargo, para que sepamos lo que está pasando.
Takoorch hizo un gesto de asentimiento. De nuevo permanecieron silenciosos.
Pero el mayor de los timoneles no era alguien que soportase el silencio indefinidamente, y pronto lanzó otra idea.
—Ya sé que nuestros cuchillos no hicieron mucha marca en el hielo, pero quizá sirva de algo que lo arañemos justo aquí, en el punto más cercano a la luz.
Desenganchó una de las hojas que llevaba para uso general, y se acercó al hielo.
—¡Espera un momento! —exclamó Beetchermarlf—. Si comienzas a trabajar aquí, ¿cómo vamos a saber nunca si el calor tiene efecto o no?
—Si mi cuchillo nos lleva a alguna parte, ¿a quién le importa si es el calor o mi trabajo? —replicó Takoorch.
Beetchermarlf no encontró una buena respuesta; por tanto, se sometió mientras murmuraba algo sobre «experimentos controlados»; el otro mesklinita comenzó el trabajo con su diminuta hoja.
Su interferencia no resultó en el experimento, aunque quizá retrasase ligeramente la aparición de resultados observables. El calor unido del cuerpo, de la lámpara y el cuchillo resultó ser inadecuado para la tarea; el hielo continuó su progreso. Al final, tuvieron que retirar sus lámparas del montón de piedras y observar cómo iba siendo recubierto lentamente por la muralla cristalina.
—Ahora no tardará mucho —observó Takoorch, mientras balanceaba las luces a su alrededor—. Ahora sólo quedan libres dos unidades energéticas. ¿Recargamos las luces otra vez antes de que desaparezcan, o no vale la pena?
—Quizá sea mejor que lo hagamos —contestó Beetchermarlf—. Es una pena que ese sea el único uso que podamos conseguir de toda esta energía. Cuatro de esas cosas pueden empujar al Kwembly sobre terreno llano. Una vez oí a un ser humano decir que sólo una podría hacerlo si conseguía tracción. Ciertamente eso lograría cortar el hielo si tuviésemos una forma de aplicarlo. Podríamos sacar el transformador con bastante facilidad, pero no sé qué haríamos después. Las unidades pueden transmitir corriente eléctrica, pero no veo cómo podríamos aplicarlos al hielo. La rotación mecánica que se obtiene de ellas funciona únicamente en los ejes del motor.
—Si utilizásemos esa corriente, lo más probable será que nos hagamos daño. No conozco mucho sobre electricidad. En el poco tiempo que estuve en el colegio, aprendí principalmente mecánica, pero sé que eso puede matar. Piensa en otra cosa.
Takoorch se dedicó a cumplir la sugerencia. Igual que su joven compañero, únicamente había estado expuesto al conocimiento alienígena durante un corto período; los dos se habían presentado como voluntarios para el proyecto de Dhrawn, prefiriéndole a más trabajo en las aulas. Ninguno se sentía realmente cómodo pensando en asuntos para los que no podía alcanzar ningún modelo fácilmente visualizable.
Sin embargo, no les faltaba habilidad para pensar en abstracto. Los dos habían oído que el calor representaba uno de los más bajos denominadores comunes de la energía, aunque no se lo imaginasen como un movimiento de partículas al azar.
Fue Beetchermarlf el primero en pensar en otro efecto de la electricidad.
—¡Tak! ¿Recuerdas las explicaciones que nos dieron sobre que no transmitiésemos demasiada energía a las ruedas hasta que el vehículo comenzase a moverse? Los humanos dijeron que eran posibles roturas en las ruedas y daños en los motores si intentábamos acelerar demasiado deprisa. Por debajo de los cien cables por hora, el límite es un cuarto de la energía. Bien, los controles de la energía están aquí, en un punto donde podemos alcanzarlos, y esos motores ciertamente no van a girar. ¿Por qué no proporcionamos energía a esa rueda y dejamos que el motor se caliente todo lo que quiera?
—¿Qué te hace pensar que te calentará? No sabes lo que hace andar a esos motores más que yo. No dijeron que se calentarían; sólo que no era bueno para ellos.
—Ya sé, pero ¿qué otra cosa podría ser? Tú sabes que cualquier tipo de energía que no sea utilizada en alguna otra forma se convierte en calor.
—No suena del todo bien, no sé por qué —replicó el mayor de los marineros—. Sin embargo, supongo que ahora vale la pena intentarlo todo. Ellos no dijeron que el motor rompería también el resto de la nave. Si esto nos daña, no estaremos mucho peor.
Beetchermarlf se detuvo; el pensamiento de que podría poner al Kwembly en peligro no había pasado por su mente. Cuanto más pensaba en ello, menos justificado se sentía para correr el riesgo. Miró la relativamente diminuta unidad energética que descansaba entre las cadenas de la rueda más cercana y se preguntó si una cosa tan pequeña podría realmente suponer un peligro para la enorme masa que se encontraba sobre ellos. Entonces recordó el tamaño, muchísimo mayor, de la máquina que había transportado a él y a sus compañeros a Dhrawn y comprendió que el tipo de energía que podía empujar unas masas tan inmensas a través del cielo no era para ser manipulado descuidadamente. Puesto que había tenido la oportunidad de familiarizarse con su funcionamiento normal y correcto, nunca tendría miedo de usar aquellos motores; pero usar mal deliberadamente uno de ellos era una historia diferente.
—Tienes razón —admitió algo inseguro—. Después de todo, Takoorch había estado dispuesto a correr el riesgo—. Tendremos que hacerlo de forma diferente. Mira, si las ruedas están libres para girar, no podemos dañar el motor o el transformador; además, agitar el agua la calentará.
—¿Lo crees así? Recuerdo haber oído algo semejante, pero si yo, con mi propia fuerza, no puedo romper este hielo, es difícil comprender cómo va a hacerlo el remover simplemente el agua. Además, las ruedas no están libres; se encuentran sobre el fondo, con el peso del Kwembly encima.
—Así es. Tú querías excavar. Comienza a mover las rocas; ese hielo se está acercando.
Beetchermarlf dio el ejemplo y comenzó a remover los redondeados guijarros de los bordes de las cadenas. Era un trabajo duro, hasta para músculos mesklinitas. Las piedras estaban fuertemente prensadas, además. Cuando una se movía, no había mucho lugar donde ponerlas. Las piedras bajo las cadenas, que eran las que realmente tenían que ser desplazadas, no podían ni siquiera ser tocadas hasta que las de los lados estuviesen fuera del camino. Los dos trabajaron furiosamente para dejar libre una trinchera alrededor de la rueda. Se sintieron asustados del tiempo que tardaron en hacerlo.
Cuando el surco fue bastante profundo, intentaron retirar las piedras bajo las cadenas; esto aún fue más desalentador.
El Kwembly tenía una masa de unas doscientas toneladas. En Dhrawn, esto quería decir un peso de siete mil toneladas a distribuir entre las cincuenta y seis ruedas que quedaban; el colchón hacía que la distribución fuese posible. Ciento cuarenta toneladas, aunque fuesen escasas, es demasiado hasta para un mesklinita cuyo peso, incluso en el polo de Mesklin, está un poco por encima de los trescientos. Demasiado hasta para un metro cuadrado de cadena. Si la gravedad de Dhrawn no comprimiese de forma igualmente impresionante los materiales de la superficie, el Kwembly y sus vehículos gemelos se hundirían probablemente dentro de sus colchones antes de viajar un metro.
En otras palabras, las rocas bajo la cadena estaban sujetas muy firmemente. Los dos marineros no podían hacer nada en absoluto para mover una de ellas. No había ningún objeto que pudiese utilizarse como una palanca; sus amplios suministros de cuerda no servían sin poleas; sin ayuda, sus músculos resultaban penosamente inadecuados, situación todavía menos familiar para ellos que para razas cuya revolución mecánica había quedado unos cuantos siglos atrás.
Sin embargo, el hielo aproximándose era un estímulo para el pánico, pero ninguno de los marineros tendía a esa forma de desintegración. Otra vez Beetchermarlf llevó la voz cantante.
—Tak, sal de ahí abajo. Podemos mover esas piedras. Vete hacia delante; van a salir hacia el otro lado.
El joven trepaba por las ruedas mientras hablaba, y Takoorch rápidamente comprendió la idea. Se esfumó detrás de la siguiente rueda, sin una palabra. Beetchermarlf se tendió a lo largo del cuerpo principal de la unidad conductora entre las cadenas. En este espacio de un medio metro de ancho, debajo y por delante de él, estaba la cavidad que albergaba el transformador de energía. Era un objeto rectangular, del mismo tamaño que los comunicadores, con tirantes de control guarnecidos por argollas sobresaliendo de su superficie y ganchos-guía equipados en los extremos con poleas diminutas. Los cables para el control remoto desde el Kwembly estaban enhebrados a través de alguna de las guías y unidos a las argollas, pero el timonel los ignoró. No podía ver mucho, puesto que las luces continuaban sobre el fondo a varios metros de distancia y la parte superior del camino estaba en la sombra; sin embargo, no necesitaba ver. Incluso enfundado en su traje, podía manejar aquellas palancas por el tacto.
Cuidadosamente colocó el control principal del reactor de «operar»; después, todavía más cautelosamente, conectó los motores, que respondieron apropiadamente; a cada lado, las cadenas se movieron hacia delante, y un martilleo de pequeños objetos duros se hizo audible durante un momento, chocando unos contra otros. Después esto cesó y las cadenas comenzaron a correr. Instantáneamente Beetchermarlf cortó la energía y se deslizó fuera de la rueda para ver los resultados.
El plan había funcionado, igual que un programa de computador con un error lógico; hay una respuesta, pero no la deseada. Según el plan del timonel, las cadenas habían arrastrado hacia atrás las rocas que se encontraban debajo, pero se habían olvidado del efecto del colchón neumático encima. Bajo su propio peso y el empujón hacia abajo de la presión del gas, la rueda se había asentado hasta que el chasis entre las cadenas tocó fondo. Mirando hacia arriba, Beetchermarlf podía ver la curva en el colchón, donde la unidad conductora había descendido unos diez centímetros.
Takoorch apareció en su refugio y observó la situación, pero no dijo nada. No había nada útil que decir.
Ninguno de ellos podía adivinar cuánto más cedería el colchón y cuánto tendría que descender la rueda antes de quedar realmente libre, aunque conocían los detalles de la construcción del Kwembly. El colchón no era una sola bolsa de gas, sino que estaba dividido en treinta células separadas, con dos ruedas en equipo unidas a cada una. Los timoneles conocían los detalles de los empalmes —ambos acababan de pasar muchas horas reparando los desperfectos—, pero incluso la reciente visión de la parte inferior del Kwembly, con casi todas las ruedas libres de peso, les dejó muy dudosos sobre lo lejos que una rueda podría llegar sola.
—Bien. Volvamos a acarrear piedras —observó Takoorch mientras introducía sus pinzas bajo una roca—. Quizá ahora éstas hayan sido aflojadas; de otra forma va a ser difícil llegar hasta ellas sólo desde los extremos.
—No tenemos tiempo para eso. El hielo continúa avanzando hacia nosotros. Quizá tendríamos que llevar las cadenas a un cuerpo más de profundidad para que pudiesen correr. Deja las ruedas, Tak. Tendremos que intentar otra cosa.
—Lo que yo quiero saber es qué.
Beetchermarlf se lo enseñó. Cogiendo una luz consigo, trepó una vez más a la parte superior de la rueda. Perplejo, Takoorch le siguió. El marinero más joven se elevó hasta el eje que formaba el soporte giratorio de la rueda y atacó el colchón con su cuchillo.
—¡Pero no puedes dañar la nave! —objetó Takoorch.
—Podemos arreglarlo más tarde. No me gusta más que a ti, y si pudiésemos alcanzarla, de buena gana dejaría salir el aire por la válvula regular de descarga; pero no podemos, y si no sacamos peso de encima de esta rueda muy pronto, no lo haremos en absoluto.
Mientras hablaba, continuó apuñalando el colchón.
No era mucho más fácil que remover las piedras. La fábrica del colchón era extremadamente gruesa y resistente; para soportar al Kwembly tenía que contener una presión de más de siete atmósferas sobre el terreno. Una de las molestias de los viajes largos era la necesidad de hinchar manualmente las células o de descargar el exceso de presión cuando la altura del terreno que atravesaban cambiaba unos cuantos metros más de lo previsto. En aquel momento, el colchón estaba ligeramente fofo, puesto que no se había hinchado después de la bajada por el río; pero la presión interna era, por tanto, mucho más alta.
Una vez y otra Beetchermarlf golpeó el mismo punto sobre la tensa superficie. Cada vez la hoja avanzaba un poco más. Takoorch, convencido por fin de la necesidad, se le unió. El rastro de la segunda hoja cruzaba el de la primera, relampagueando los dos alternativamente con un ritmo casi demasiado rápido para que un ojo humano pudiese seguirlo. Un testigo humano, si hubiese sido posible, hubiese estado esperando que se cortasen mutuamente las tenazas en cualquier momento.
Incluso así, les llevó muchos minutos terminar. La primera señal del éxito fue el fino chorro de burbujas extendiéndose en todas direcciones sobre la hendidura de la combada célula de gas. Unos cuantos golpes más, y el agujero en forma de cruz, con sus brazos de tres centímetros de largo, chorreaba aire de Dhrawn en un flujo de burbujas que hizo el trabajo invisible.
Los prisioneros cesaron en sus esfuerzos.
Lenta, pero visiblemente, el tejido extendido se desplomaba. Las burbujas subían más pausadamente sobre su superficie, reuniéndose en el punto más alto cerca de la muralla de hielo. Durante unos cuantos minutos, Beetchermarlf pensó que el material se deshincharía por completo, pero el peso de la rueda suspendida lo impidió. El centro de la célula, o el punto donde estaba unida la rueda (ninguno de ellos conocía dónde estaban los límites de la célula con precisión), estaba colgando hacia abajo: ahora era un tirón, en lugar de un empujón.
—Conectaré otra vez el motor y veré qué pasa —dijo Beetchermarlf—. Adelántate otra vez un momento.
Takoorch obedeció. Deliberadamente, el más joven de los timoneles colocó unas cuantas piedrecitas bajo los extremos delanteros de las cadenas. Una vez más trepó por la rueda y se acomodó. Esta vez había llevado la luz con él, no para ayudarle a manejar los controles, sino para hacer más fácil decir cómo y si la unidad se movía. Miró hacia el punto de unión a unos cuantos centímetros por encima de él, mientras intentaba de nuevo activar el motor.
Las piedras proporcionaban alguna tracción; el bolsillo se arrugó y el torniquete se ladeó ligeramente, mientras la rueda se lanzaba hacia delante. Una cavidad superior, inaccesible en el interior de las células, dentro de la cual se introducía el eje, impedía que la inclinación excediese de unos cuantos grados. Por supuesto, no podía permitirse que las ruedas se tocasen, pero podía verse el esfuerzo. Mientras el movimiento alcanzó su límite, las ruedas continuaron moviéndose; pero esta vez no lo hacían libremente. Vibraciones sonoras y táctiles indicaban que se estaban deslizando sobre las piedras, y después de unos pocos segundos, la sensación de agua girando, arremolinándose, se hizo perceptible sobre el traje de Beetchermarlf. Comenzó a descender de la rueda, y estuvo a punto de ser barrido por una de las cadenas al cambiar de agarraderas. Con un rápido golpe al control paró a tiempo el motor. Después necesitó varios segundos para recobrar su compostura; incluso su resistente físico difícilmente habría sobrevivido al ser llevado por el espacio entre las cadenas y las rocas. En el mejor de los casos, su traje hubiese resultado arruinado.
Después necesitó un tiempo para rastrear muy cuidadosamente los cables de control que llegaban desde el reactor hasta las vías superiores a lo largo del fondo del colchón, siguiéndolas con los ojos hasta un punto sobre la próxima rueda delantera donde pudiese alcanzarlos. Unos cuantos segundos más tarde estaba encima de la otra rueda, activando de nuevo el motor desde una distancia segura y culpándose mentalmente por no haberlo hecho así desde el principio.
Takoorch reapareció a su lado y observó.
—Bien, pronto sabremos si remover el agua la calienta un poco.
—Lo hará —replicó Beetchermarlf—. Además, las cadenas están frotándose contra las piedras del fondo, en lugar de despedirlas. Lo creas o no, el movimiento produce calor. Sabes muy bien que la fricción sí lo hace. Vigila el hielo o dime si los alrededores se calientan demasiado. Esto está en su punto más bajo, pero sigue siendo un montón de energía.
Con bastante pesimismo, Takoorch llegó hasta un punto donde podía verse el montón de piedras si quedaba libre del hielo. Se sentó a esperar. Las corrientes allí no eran demasiado peligrosas, aunque podía sentir cómo empujaban su cuerpo, no muy bien lastrado. Se ató a un par de rocas de tamaño mediano y se dejó arrastrar bajo las cadenas.
Realmente no comprendía cómo el simple calentamiento del agua podía resolver algo, pero el punto de Beetchermarlf sobre la fricción era reconfortante. Además, aunque no lo habría admitido así en palabras, tendía a conceder a la opinión del joven marinero más peso que a la suya propia y esperaba ver cómo el hielo retrocedía en muy poco tiempo. No fue desilusionado. En cinco minutos le pareció que aumentaba la parte del fondo rocoso visible entre él y la barrera. En diez minutos estaba seguro, y un alarido de alegría advirtió a Beetchermarlf del hecho. Esto último corrió el riesgo de dejar desatendidos los cables de control para acercarse a verlo por sí mismo, y estuvo de acuerdo. El hielo se retiraba. Inmediatamente empezó a planear.
—De acuerdo, Tak. Hagamos que las otras unidades funcionen en cuanto estén libres y podamos llegar hasta sus controles. Quizá seamos capaces de liberar al Kwembly del hielo, además de salir nosotros.
Takoorch hizo una pregunta.
—¿Vas a agujerear las células bajo las unidades dotadas de energía? Eso extraería el aire de un tercio del colchón.
Beetchermarlf se sintió un poco cogido por sorpresa.
—Lo había olvidado. No; podríamos remendarlas todas, pero… No, no es una idea muy buena. Veamos. Cuando tengamos libre otra unidad energética, podremos colocarla sobre la otra rueda que está sobre la célula ya vaciada; eso nos dará el doble de calor. Después, no sé. Podríamos tratar de excavar bajo las demás. No, eso no funcionó demasiado bien. Bueno, de todas formas, podemos colocar una más. Quizá eso sea suficiente.
—Esperémoslo así —dijo Takoorch dubitativamente.
La incertidumbre del joven lo había desilusionado bastante, y no se sentía demasiado impresionado con el plan de sustitución, pero él mismo no tenía nada mejor que ofrecer.
—¿Qué tengo que hacer primero? —preguntó.
—Será mejor que yo regrese y me quede junto a aquellas cuerdas, aunque supongo que todo es bastante seguro —replicó Beetchermarlf indirectamente—. ¿Por qué no continúas comprobando los bordes del hielo y consigues otro transformador en cuanto se deshiele? Podemos ponerlo en esa rueda —indicó la otra que también estaba unida a la célula deshinchada— y activarla lo antes posible. ¿De acuerdo?
Takoorch hizo un gesto de asentimiento y comenzó a vigilar la barrera del hielo. Beetchermarlf volvió junto a los cables de control, esperando pasivamente. Takoorch dio varias vueltas por los límites, observando alegremente que el hielo se retiraba en todas direcciones. Se sintió un poco molesto por el descubrimiento de que el proceso se hacía más lento según aumentaba el espacio libre, pero no demasiado sorprendido. Pronto decidió cuál de los transformadores congelados sería el primero en quedar libre, y se situó cerca para esperar.
Igual que su compañero esperando en los controles, su actitud no puede ser descrita a un ser humano con exactitud. Sabía que la espera era inevitable, y estaba completamente inafectado emocionalmente por el inconveniente. Por los estándares humanos y mesklinitas era razonablemente inteligente, incluso imaginativo, pero no sentía la necesidad de algo que se pareciese remotamente a soñar despierto para ocupar su mente durante la espera. Un reloj mental semiconsciente le hacía comprobar el progreso del deshielo a intervalos razonablemente frecuentes. Esto es todo lo que un ser humano pudo entender sobre lo que pasaba por su mente.
No estaba ni dormido ni preocupado, porque reaccionó rápidamente ante un repentino chasquido y un repiqueteo de piedras a su alrededor. El lugar donde se encontraba estaba casi directamente detrás de la rueda que corría; por tanto, supo al instante lo que había pasado.
Lo mismo le ocurrió a Beetchermarlf, y la unidad energética fue cerrada por un tirón del cable de control antes de que un hombre hubiese percibido algún problema. Los dos mesklinitas se reunieron un segundo o dos más tarde al lado de la rueda que había estado corriendo.
Beetchermarlf tuvo que admitir para sí que estaba en una condición predecible. Los materiales orgánicos mesklinitas eran muy resistentes, y por el uso de un viaje normal la cadena hubiese durado muchos meses más; la fricción deliberada contra rocas resistentes, incluso con tan poca energía en los motores, era demasiado.
Quizá la palabra resistente no describa bien las rocas; aquellas que habían estado bajo la banda de material móvil habían sido visiblemente alisadas en la parte superior por expertos de última hora. Algunas perdieron más de la mitad. Después de un cuidadoso examen, el joven timonel decidió que el fallo de la cadena había sido debido, más que al simple uso, a un corte causado por un guijarro originariamente esférico, que se había desgastado hasta convertirse en una fina lámina de bordes afilados. Cuando la evidencia se hizo patente, Takoorch estuvo de acuerdo.
No hubo preguntas sobre qué hacer, y lo hicieron rápidamente. En menos de cinco minutos el transformador de fusión había sido retirado de la rueda dañada e instalado en la de atrás, que también había sido descargada agujereando la celda de presión. Sin preocuparse por la certeza de destruir otro equipo de cadenas, Beetchermarlf la activó rápidamente.
Ahora Takoorch se sentía intranquilo. El razonable optimismo de una hora antes había quedado sin cimientos. Dudaba que el segundo equipo de cadenas durara lo suficiente como para derretir un paso hacia la libertad. Después de varios minutos de luchar por la cuestión, se le ocurrió que concentrar el agua tibia en un punto podría ser una buena idea, y se lo sugirió a su compañero. Beetchermarlf se sintió molesto consigo mismo por no haber pensado lo mismo antes. Durante una hora los dos trabajaron amontonando piedrecillas entre las ruedas que rodeaban la fuente de calor a su alrededor. Pronto construyeron una pared bastante sólida, encerrando parte del agua que estaban calentado en una región entre la rueda y la parte más cercana de la pared de hielo. Takoorch tuvo la satisfacción de ver derretirse el hielo a lo largo de un frente de dos metros hacia el costado de estribor del Kwembly, retrocediendo casi visiblemente.
Por supuesto, no era completamente feliz. No le parecía posible, lo mismo que tampoco a Beetchermarlf, que las cadenas durasen bastante en las segundas ruedas; si se perdiesen antes de que el camino estuviese libre, era difícil ver qué otra solución podrían tomar para salvarse. En situaciones semejantes, un hombre a veces puede salvarse y esperar que sus amigos le rescatarán a tiempo; de hecho, puede llevar esa esperanza hasta su último momento consciente. Hay pocos mesklinitas constituidos de esa forma. Ninguno de los timoneles se contaba entre ellos. Había una palabra en stenno que Easy había traducido como «esperanza», pero ésta era una de sus acepciones menos eficaces.
Takoorch, guiado por esta indefinible actitud, se colocó entre la zumbante rueda y el hielo que se derretía, abrazando el fondo para evitar desviar la corriente del agua tibia, intentando vigilar simultáneamente las dos cosas. Beetchermarlf permaneció junto a los cables de control.
Puesto que no se había hecho ninguna excavación bajo la segunda rueda, la fusión fue mayor y el efecto calorífero más fuerte. El control era para la velocidad, más que para la energía, a pesar de las palabras que había empleado el timonel. Natural, pero infortunadamente, la presión sobre las cadenas resultaba también mayor. El pesado chasquido que anunciaba su fallo vino muy pronto después de terminar la pared de piedras. Igual que antes, las dos bandas de material habían cedido casi a la vez: el tirón del eje convector, al forzar una de ellas, hizo lo mismo con la otra.
De nuevo los mesklinitas actuaron instantáneamente de acuerdo y sin consultarse. Beetchermarlf cortó la energía mientras se lanzaba desde su puesto a la superficie en deshielo; Takoorch llegó allí antes que él únicamente porque comenzó a medio camino. Los dos habían sacado las hojas cuando alcanzaron la barrera, y ambos comenzaron a arañar frenéticamente la helada superficie. Sabían que se encontraban bastante próximos al costado del Kwembly; quedaba menos de un cuerpo de longitud por penetrar en el hielo, por lo menos horizontalmente. Quizá antes de que la helada sobreviniese, una vez más podrían Ilegal a fuerza de músculo…
El cuchillo de Takoorch se rompió en el primer minuto. Arriba, algunos seres humanos se hubiesen interesado por los sonidos que profirió, aunque ni siquiera Easy Hoffman los hubiese comprendido. Beetchermarlf los cortó con una sugerencia.
—Ponte detrás de mí y muévete tanto como puedas, de forma que el agua enfriada por el hielo sea transportada lejos y se mezcle con el resto. Yo continuaré arañando; tú sigue moviendo.
El mayor de los marineros así lo hizo. Pasaron varios minutos más sin ningún sonido, excepto el del cuchillo.
El progreso continuaba, pero ambos podían ver que su velocidad iba en disminución. El calor en el agua que les rodeaba estaba desapareciendo. Aunque ninguno lo sabía, la única razón de que sus proximidades hubiesen permanecido líquidas durante tanto tiempo estribaba en que la helada a su alrededor había cortado el escape del amoníaco. Los teóricos, tanto humanos como mesklinitas, eran perfectamente correctos, aunque no hubiesen servido de nada a Dondragmer. La congelación bajo el Kwembly había sido más un asunto de amoníaco difundiéndose lentamente en el hielo a través de los límites todavía líquidos entre los cristales sólidos.
Incluso con esta información, el capitán no podría haber hecho más que sus dos hombres atrapados ahora bajo el barco. Por supuesto, si la afirmación hubiese llegado como una predicción, en lugar de una inspirada conclusión, quizá habría llevado al Kwembly a tierra firme, en caso de moverse a tiempo. Beetchermarlf, aun disponiendo en aquel momento de información, no hubiese estado considerándola conscientemente. Estaba demasiado ocupado.
Su cuchillo relampagueaba a la luz de la lámpara tan rápida y fuertemente como era capaz. Su mente consciente se encontraba preocupada únicamente por conseguir lo más que pudiese de la herramienta con el menor riesgo de romperla.
Pero la rompió. Más tarde, nunca se preocuparía de discutir la razón. Sabía que su progreso se hacía más lento, mientras la ansiedad de profundizar más cambiaba en proporción inversa; siendo la clase de persona que era, no admitía ni la más ligera sugerencia de que hubiese podido ser víctima del pánico. Ser así le impedía sugerir que el hueso del cuchillo hubiese sido defectuoso. No podía pensar en otras explicaciones distintas a aquellas dos. Fuese cual fuese la razón, el cuchillo agarrado por el par de pinzas delanteras derechas se quedó repentinamente sin punta, y las briznas de material delante de él no eran más prácticas para ser manejadas por sus pinzas de lo que lo hubiesen sido para los dedos humanos. Molesto, lanzó el mango a un lado; puesto que estaba bajo el agua, ni siquiera tuvo la satisfacción de oírle golpear violentamente el fondo.
Takoorch comprendió la situación inmediatamente. Su comentario hubiese sido considerado cínico, de haber sido oído a diez millones de kilómetros por encima, pero Beetchermarlf lo estimó en su justo valor.
—¿Crees que sería mejor quedarnos aquí y congelarnos cerca del costado o volver hacia el centro? No habrá mucha diferencia en el tiempo, diría yo.
—No lo sé. Quizá cerca del costado nos encuentren antes; depende de dónde penetren primero, si consiguen hacerlo. Si no pueden hacerlo, no veo qué diferencia puede haber. Me gustaría saber lo que sería para una persona estar helada en un bloque de hielo.
—Bien, alguien lo sabrá pronto —dijo Takoorch.
—Quizá. Recuerda el Esket.
—¿Qué tiene que ver eso? Se trata de una emergencia genuina.
—Sólo que hay un montón de gente que no sabe qué pasó allí.
—Oh, ya veo. Bueno, personalmente me volveré al medio, y mientras pueda, pensaré.
Beetchermarlf se sorprendió.
—¿En qué hay que pensar? Estamos aquí para quedarnos, a menos que alguien nos saque o que el tiempo se caliente y nos derritamos de forma natural. Quédate.
—Aquí no. ¿Crees que hacer correr los conductores sin cadenas produciría una fricción suficiente para evitar que el agua…?
—Inténtalo si quieres. Yo no lo esperaría, sin un verdadero peso sobre ellos, incluso en su punto más rápido. Además, me daría miedo acercarme si van realmente rápidos. Acéptalo, Tak; estamos bajo agua; agua, no un océano normal, y cuando se hiele estaremos dentro. No hay ningún otro lugar…
—¿Qué?
—Tú ganas. Nunca deberíamos dejar de pensar. Lo siento. Ven.
Noventa segundos más tarde, los dos mesklinitas, después de tener cierta dificultad en escurrirse por las hendiduras causadas por el cuchillo, estaban a salvo fuera del agua, en el interior de la célula de aire agujereada.
VIII. DEDOS EN EL CALDO
Considerando como mínimo el riesgo de que uno de los desaparecidos timoneles pudiese estar directamente debajo, Dondragmer había ordenado a sus científicos colocar el taladro para obtener muestras cerca de la escotilla principal y conseguir una del hielo. Esto demostró que el estanque donde se encontraba el Kwembly se había helado completamente hasta el fondo, por lo menos en un lugar. Quizá podía esperarse que directamente debajo del casco esto no fuese así, pues allí ni el calor ni el amoníaco podían escapar tan rápidamente; pero el capitán vetó la sugerencia de realizar una perforación en dicha zona. Este parecía ser el emplazamiento más probable de los timoneles perdidos. Allí habían estado trabajando, y era difícil imaginar cómo no habrían visto venir el hielo si hubiesen estado en otro lugar.
Sin embargo, había una forma clara de estar en contacto con ellos. El casco de plástico del Kwembly podía transmitir, por supuesto, el sonido; el problema hubiese sido resuelto golpeándolo; pero lo impedía el colchón. En la poco probable eventualidad de que los sonidos del casco pudieran oírse incluso a través de esta masa, Dondragmer ordenó que un tripulante fuese de proa a popa por la cubierta inferior golpeando con una palanca cada varios metros. Los resultados fueron negativos, lo que quiere decir inciertos. No se podía afirmar si abajo había alguien vivo que pudiera oírle, o si el sonido no había penetrado, o si aquellos que se hallaban debajo no tenían forma de contestar.
Había otro grupo fuera, trabajando en el hielo, pero el capitán ya sabía que el progreso sería lento, pese a la fuerza muscular de los mesklinitas. Herramientas del tamaño del punzón central de un maquinista humano, manejadas por orugas de nueve kilos y cuarenta y cinco centímetros, necesitaban mucho tiempo para rodear unos setenta y cinco metros de circunferencia de casco, hasta una profundidad desconocida. Precisaban todavía más tiempo si, como parecía probable, iba a ser necesaria una excavación detallada alrededor de mandos, ruedas y cables de control.
Además de todo esto, el segundo helicóptero había salido de nuevo con Reffel a sus controles. El comunicador continuaba a bordo y los seres humanos estaban examinando el paisaje revelado por las luces de la pequeña máquina tan cuidadosamente como el propio Reffel. También maldecían tan calurosamente como el piloto la duración de las noches en Dhrawn. A ésta todavía le faltaban seiscientas horas para terminar, y hasta que el sol se levantase, tendría lugar una búsqueda realmente rápida y efectiva.
Las luces tenían que ser utilizadas en un radio bastante estrecho, cubriendo un círculo de un centenar de metros, para que pudiesen servir de algo, bien a los ojos mesklinitas, bien al receptor visual del comunicador. Reffel volaba con un lento rumbo de zig-zag, que desplazaba el círculo atrás y adelante sobre el valle, mientras avanzaba lentamente hacia el oeste. Arriba, en la estación, la imagen televisada en su pantalla estaba siendo grabada y reproducida en beneficio de los topógrafos. Estos se encontraban ya trabajando alegremente en la estructura de un valle de arroyo intermitente bajo cuarenta gravedades terrestres. Durante algún tiempo, poco podía esperarse de la búsqueda por el desaparecido Kervenser, pero estaba llegando información en estado puro, de forma que nadie, ni siquiera los mesklinitas, se quejaban.
Dondragmer no estaba exactamente preocupado por su primer oficial y sus timoneles, puesto que no podía preocuparse realmente. Sería más justo decir que estaba inquieto, pero que había realizado todo lo que podía por los tripulantes desaparecidos y que, habiéndolo hecho, su atención se hallaba en otra parte. En su mente estaban dos cosas importantes. Le hubiese gustado tener información sobre el tiempo que probablemente tardaría el hielo en derretirse, comparado con la probabilidad de que llegase otra riada. Habría dado todavía más por una sugerencia que funcionase sobre cómo librarse del hielo rápidamente y sin riesgos. Expresó estos dos deseos a los seres humanos, además de a sus propios científicos, aunque a estos últimos les había dejado claro que no estaba pidiendo un programa improvisado. La búsqueda de ideas podía combinarse, hasta subordinarse, a la investigación básica que estaban realizando. Dondragmer no era exactamente frío, pero su sentido de los valores incluía la idea de que hasta su acto final debería ser útil.
La reacción humana ante esta conducta asombrosamente objetiva e increíblemente calmosa fue variada. Los meteorólogos y planetólogos la daban por supuesta. La mayoría quizá no eran siquiera conscientes de los apuros del Kwembly, y mucho menos de los mesklinitas desaparecidos. Easy Hoffman, que se había quedado de guardia después de poner al corriente a Barlennan, según Aucoin había aprobado, no se sintió sorprendida. Si hasta entonces sentía alguna reacción emocional, era de respeto por la habilidad del capitán para evitar el pánico en una situación potencialmente peligrosa.
Su hijo tenía sentimientos muy diferentes. Había sido liberado temporalmente de sus obligaciones en el laboratorio aerológico por McDevitt, persona amable y comprensiva, quien reparaba en la amistad desarrollada entre el muchacho y Beetchermarlf. Como resultado, Benj se había convertido en un elemento más de la sala de Comunicaciones…
Había observado silenciosamente cómo Dondragmer había dado las órdenes para el helicóptero y las brigadas cortadoras de hielo. Incluso estaba algo interesado en el intercambio entre los científicos humanos y mesklinitas. McDevitt se había resistido un tanto a arriesgarse a dar más pronósticos, sintiendo que su reputación profesional estaba sufriendo recientemente suficientes sacudidas, pero prometió hacer lo que pudiera. Cuando todos aquellos asuntos hubieron sido arreglados y Dondragmer pareció no querer hacer otra cosa que yacer sobre el puente y esperar los acontecimientos, el muchacho se inquietó. La paciencia, el equivalente humano más cercano a la reacción mesklinita desplegada ahora, no era todavía uno de sus puntos fuertes. Durante varios minutos se removió incómodamente en su asiento delante de las pantallas esperando que pasase algo. Finalmente, no pudo reprimirse por más tiempo.
—Si nadie tiene nada inmediato que enviar, ¿puedo hablar con Don y sus científicos? —preguntó.
Easy le miró; después observó a los demás. Los hombres se encogieron de hombros o hicieron gestos de indiferencia. Ella asintió.
—Adelante. No sé si alguno estará de humor para charlar despreocupadamente, pero lo peor que pueden hacer es decirte que no lo están.
Benj no malgastó tiempo explicando que no iba a charlar ni despreocupadamente ni en plan serio. Conectó su micrófono con el equipo del puente de Dondragmer y comenzó a hablar.
—Don, soy Benj Hoffman. No tienes más que un montón de marineros cortando el hielo en la proa del Kwembly. Hay un montón de energía en tus unidades energéticas, más de lo que un planeta lleno de mesklinitas podría conseguir en un año a fuerza de músculo. ¿Han pensado tus científicos en usar la corriente de los transformadores, bien para utilizar el taladro con el fin de remover el hielo, bien en algún tipo de calorífero? Segundo: ¿están tus marineros simplemente removiendo el hielo, o intentan específicamente llegar hasta abajo para encontrar a Beetchermarlf y a Takoorch? Sé que es importante liberar al Kwembly, pero de todas formas ese mismo hielo tendrá que ser retirado alguna vez. Me parece que hay alguna posibilidad de que parte del agua bajo la nave no se haya congelado todavía y que tus dos hombres estén aún vivos ahí. ¿Estás excavando un túnel o sólo una trinchera?
Algunos de los escuchas humanos fruncieron ligeramente el ceño ante las palabras escogidas por el muchacho, pero a ninguno le pareció apropiado interrumpirle o hacer algún comentario. La mayoría de aquellos que le oyeron miraron hacia Easy y decidieron no decir nada que pudiese ser interpretado como crítica de su hijo. Algunos, de todas formas, no le criticaban; hubiesen querido hacer preguntas similares, pero preferían no ser oídos haciéndolas.
Como era usual en las conversaciones entre la estación y Dhrawn, mientras esperaba la respuesta tuvo mucho tiempo para pensar en otras cosas que podría haber preguntado o dicho y en formas mejores en que podría haber dicho las cosas que había dicho. La mayor parte de los adultos conocían por propia experiencia lo que pasaba en aquel momento por su mente; algunos se sentían divertidos; todos de alguna forma simpatizaban con él. Varios apostaban que no sería capaz de resistir la tentación de enviar otra versión de su mensaje antes de que llegase la respuesta. Cuando la contestación de Dondragmer llegó por el micrófono y Benj continuaba silencioso, nadie aplaudió, pero los que conocían a Easy leían y comprendían la satisfacción en su expresión. No se había atrevido a apostar ni siquiera consigo misma.
—Hola, Benj. Estamos haciendo todo lo que podemos, tanto por los timoneles como por mi primer oficial. Me temo que no haya forma de aplicar la energía del vehículo a ninguna de las herramientas. El transformador produce corriente eléctrica y suministra campos de rotación a los motores de las ruedas, como estoy seguro que ya sabes, pero nada de nuestro equipo ordinario puede utilizarla. Sólo los helicópteros, parte del equipo de investigación del laboratorio y las luces. Incluso si pudiésemos encontrar una forma de aplicar los motores a la instalación, no podemos alcanzarlos; todos están bajo el hielo. Recuerda, Benj, que deliberadamente escogimos permanecer tan independientes como nos fuese posible de materiales complejos. Casi todo lo que tenemos en el planeta que no hemos podido hacer nosotros mismos está en relación directa con nuestro proyecto de investigación.
Ib Hoffman se hallaba presente para oír aquella frase desacertada; más tarde pasó mucho tiempo intentando asegurarse por su hijo de sus palabras exactas.
—Ya lo sé, pero…
Benj permaneció en silencio; ninguna de las palabras que deseaba decir parecía tener ideas debajo. Sabía que las luces no podían ser utilizadas como caloríferos; eran artificios electroluminiscentes en estado sólido; ni arcos ni bombillas con resistencia. Después de todo, habían sido diseñadas no sólo para durar indefinidamente, sino para operar en la atmósfera de Dhrawn, con su oxígeno libre y su enorme radio de presión, sin matar a los mesklinitas. Si Beetchermarlf hubiese comprendido esto, podría haber malgastado menos tiempo, aunque no hubiese conseguido mucho más.
—¿No puedes hacer pasar la corriente de un transformador por algunos cables gruesos y derretir el hielo? ¿O bien pasarla directamente al agua? Debe quedar un montón de amoníaco; quizá pasaría.
Hubo otra pausa, mientras Benj buscaba los fallos de sus propias sugerencias y el mensaje recorría su camino a través de la nada.
—No estoy seguro de conocer bastante sobre esa clase de física, aunque supongo que Borndender y sus hombres sí lo harán —replicó Dondragmer dubitativamente—. Más aún, no sé qué podríamos usar para los cables ni qué tipo de corriente fluiría. Sé que cuando las unidades energéticas son conectadas a equipo regular, como luces o motores, hay controles automáticos de seguridad; pero no tengo idea de cómo funcionan o de si lo harían en un simple circuito directo en serie. Si averiguas por tus ingenieros el riesgo que podríamos correr, me gustaría saberlo, pero sigo sin saber qué utilizaríamos para llevar la corriente. No hay mucho metal en el Kwembly. La mayor parte de nuestros suministros de mantenimiento son cosas como cuerdas, tejidos y madera. Ciertamente, no hay nada pensado para transportar una alta corriente eléctrica. Quizá tengas razón en cuanto a usar el propio hielo como conductor; pero ¿piensas que sería una buena idea con Beetchermarlf y Takoorch en algún punto por debajo? Aunque creo que no estarán directamente en el circuito, aún estoy un tanto inseguro de que se encuentren a salvo. Ahí otra vez tu gente probablemente podría ayudarnos. Si logras, si logramos obtener suficiente información detallada para planear algo realmente prometedor, estaría encantado de intentarlo. Hasta que eso suceda, sólo puedo decir que estamos haciendo todo lo que podemos. Estoy tan preocupado por el Kwembly, Kervenser, Beetchermarlf y Takoorch como puedas estarlo tú.
La última frase del capitán no era completamente cierta, aunque no había error intencional. No comprendía realmente que una amistad pudiese llegar a hacerse íntima en poco tiempo y sin contacto directo entre las partes; su preparación cultural no incluía ni un eficiente servicio de correos, ni una radio amateur. El concepto de una relación por micrófono adquiriendo un peso emocional quizá no le hubiese resultado completamente extraño. Después de todo, estuvo con Barlennan unos años antes, cuando Charles Lackland había acompañado al Bree por radio durante miles de kilómetros en el océano de Mesklin; sin embargo, para él una verdadera amistad entraba en una categoría diferente. Sólo había lamentado de forma convencional la noticia de Lackland años más tarde. Dondragmer sabía que Benj y el joven timonel hablaban bastantes veces, pero no había oído mucho de la conversación; aunque lo hubiese hecho, probablemente no habría entendido por completo los sentimientos implicados.
Afortunadamente, Benj no lo comprendió; así que no tuvo razones para dudar de la sinceridad del capitán. Sin embargo, no estaba satisfecho ni con la respuesta ni con la situación. Le parecía que se hacía demasiado poco para llegar a Beetchermarlf; a él únicamente se lo habían contado. No podía participar. Ni siquiera lograba ver la mayor parte de lo que sucedía. Tenía que sentarse y esperar los informes verbales. Muchos seres humanos más maduros y de naturaleza más paciente que Benj Hoffman hubiesen tenido dificultad en soportar la situación.
Sus sentimientos salieron claramente a la luz en sus siguientes palabras, por lo menos para los humanos que le escuchaban. Easy hizo un gesto de protesta que no llegó a terminar. Después se controló; era demasiado tarde, y siempre existía la posibilidad de que el mesklinita no leyese en las palabras y en el tono del que hablaba tanto como su madre.
—¡Pero no puedes quedarte ahí tumbado sin hacer nada! —exclamó Benj—. Tus hombres podrían estar asfixiándose en este mismo segundo. ¿Sabes cuánto aire tenían en sus trajes?
Esta vez la tentación ganó. En unos segundos comprendió lo que había dicho, y en menos de medio minuto dirigió a Dhrawn palabras que él esperaba que estuviesen mejor escogidas.
—Sé que estás haciendo algo, pero simplemente no comprendo cómo puedes esperar los resultados. Tendría que salir y cortar yo mismo hielo, pero no puedo desde aquí arriba.
—He hecho todo lo que puede hacerse en cuanto a emprender una acción de rescate —llegó finalmente la respuesta de Dondragmer a la primera parte del mensaje—. Durante muchas horas todavía no tenemos necesidad de preocuparnos por el aire. Nosotros no respondemos a su ausencia, como tengo entendido que os sucede a los seres humanos. Aunque la concentración de hidrógeno descienda demasiado para que ellos permanezcan conscientes, su maquinaria corporal se hará más y más lenta durante varias horas. Nadie conoce cuánto tiempo durará eso, y probablemente no sea el mismo para todo el mundo. No tienes que preocuparte porque se… asfixien. Creo que ésa fue la palabra que has empleado, si he adivinado su sentido correctamente.
—Todas las herramientas que tenemos aquí están utilizándose. No habría forma de que yo sirviese de ayuda ni saliese al exterior, y tardaría más en conseguir los informes de Reffel a través de vosotros. Quizá puedas decirme cómo está resultando esta búsqueda de Kervenser. Supongo que no ha aparecido nada significativo, puesto que la luz de su helicóptero todavía es visible desde aquí y el esquema de su vuelo no ha cambiado. Quizá puedas pasarme alguna descripción. Me gustaría conocer esta región todo lo posible.
De nuevo Easy ahogó otra exclamación antes de que pudiese ser advertida por Benj. Mientras el muchacho cambiaba su atención hacia la pantalla que llevaba la señal del helicóptero, se preguntó si Dondragmer estaba simplemente intentando alejar a su hijo de su manía figurativa, o si comprendía realmente la necesidad humana de estar ocupado y sentirse útil. Lo último no parecía probable, pero ni siquiera Easy Hoffman, que probablemente conocía la naturaleza mesklinita mejor que ningún otro ser humano todavía vivo, estaba segura.
Benj no había mirado para nada hacia la otra pantalla, y tuvo que preguntar si sucedía algo. Uno de los observadores replicó brevemente que todo lo que se había visto era una superficie cubierta por piedras de tamaño variable entre un guisante y una casa, interrumpida por estanques helados similares al que aprisionaba al Kwembly. No aparecieron señales del otro helicóptero ni de su piloto. Ninguno esperaba realmente a nadie durante algún tiempo. La búsqueda tenía que ser lenta para ser completa. Si Kervenser se había estrellado tan cerca de su punto de partida, probablemente hubiese sido visto desde el vehículo. Los pequeños helicópteros llevaban luces; Kervenser estuvo usando la suya.
Benj transmitió esta información a Dhrawn; después añadió una pregunta suya obvia.
—¿Por qué Reffel busca tan lenta y cuidadosamente, tan cerca de vosotros? ¿No fue Kervenser observado por lo menos hasta que se perdió de vista?
La tardanza en la respuesta representó un pequeño alivio para el sentimiento de inutilidad del muchacho.
—Lo fue, Benj. Parecía más razonable hacer una búsqueda completa, partiendo de aquí hacia el exterior, lo que tendría también la ventaja de proporcionar datos más completos para sus científicos. Si pueden esperar por esa información, por favor, dile a Reffel que vuele directamente hacia el oeste, bordeando el valle, hasta que pueda ver la luz del puente y que reasuma allí el vuelo de búsqueda.
—Enseguida, capitán —replicó Benj.
La conversación había sido en stenno; así pues, ninguno de los científicos que observaban las pantallas la comprendió. Benj no se molestó en pedir su aprobación antes de pasar la orden en el mismo lenguaje. Reffel no pareció tener problemas en comprender el acento de Benj, y a su debido tiempo su pequeña máquina se dirigió hacia el oeste.
—¿Qué pasa con nuestro mapa? —gruñó un topógrafo.
—Ya has oído al capitán —replicó Benj.
—He oído algo. Si lo hubiese comprendido, hubiese objetado; pero supongo que ahora es demasiado tarde. ¿Crees que cuando vuelva rellenarán el salto que han dado ahora?
—Le preguntaré a Dondragmer —replicó obedientemente el muchacho, mirando inquieto a su madre.
Ella mostraba la expresión impenetrable que él conocía muy bien. Afortunadamente, el científico abandonaba ya la sala de Comunicaciones gruñendo entre dientes. Benj volvió de nuevo su atención a la pantalla de Reffel, antes de que Easy perdiese su gravedad. Otros varios adultos que se encontraban cerca y habían comprendido la sustancia de la conversación con Dondragmer tenían también dificultades para conservar sus rostros serios. Por alguna razón, todos disfrutaban ganando un punto sobre el grupo científico. Pero Benj no se dio cuenta. Todavía estaba preocupado por Beetchermarlf.
La seguridad de Dondragmer de que la falta de hidrógeno no sería un problema inmediato había servido de algo, pero la idea de los tripulantes congelados en el hielo todavía era molesta. Aunque esto tardase más en suceder bajo el casco del Kwembly, al final sucedería. Quizá ya hubiese sucedido. Había que hacer algo.
El calor derrite el hielo. El calor es energía. El Kwembly tenía suficiente energía como para elevarle del campo de gravedad de Dhrawn, aunque no había forma de aplicarla a esta tarea. ¿No tenía el gigantesco vehículo ningún tipo de calorífero en el equipamiento de soporte vital que pudiese ser desmantelado y utilizado en el exterior?
No. No era probable que los mesklinitas necesitasen alguna vez calor en Dhrawn. Las partes del planeta donde no había un calor infernal se aproximaban a una máxima de cincuenta grados al sol. Las regiones con las que todavía tendrían el mayor contacto durante muchos años, como el centro de Low Alfa, eran demasiado cálidas para ellos. El Kwembly tenía equipamiento de refrigeración provisto de energía por los transformadores de fusión, pero por lo que Benj sabía, desde los ensayos originales nunca había sido utilizado. Se esperaba que resultase de utilidad durante la penetración en la parte central de Low Alfa, no programada todavía por lo menos, durante un año terrestre, y posiblemente más adelante. El destino del Esket había hecho que algunos de los planes originales se tambaleasen.
Pero un refrigerador es una bomba de calor. Incluso Benj sabía que la mayor parte de las bombas son reversibles, por lo menos en teoría. Aquél debía tener en algún lugar situado en el exterior del casco del vehículo una sección de alta temperatura para descargar el calor. ¿Dónde estaba? ¿Era transportable? ¿A qué temperatura estaba? Dondragmer debía saberlo. ¿Pero no habría pensado ya en eso? Quizá no. No era un estúpido, ni mucho menos, pero carecía de fondo humano. Lo que sabía de física le había sido enseñado por mesklinitas mucho después de ser adulto. Seguramente no formaría parte de los conocimientos básicos que la mayor parte de los seres inteligentes agrupan bajo el concepto de «sentido común». Benj asintió ante esta idea, pasó un segundo o dos más recordándose que, aunque quedase como un tonto, podría valer la pena, y cogió su micrófono.
Esta vez los adultos que le rodeaban no se sintieron divertidos, mientras el mensaje llegaba a Dhrawn. Ninguno de los presentes conocía lo suficiente sobre los detalles de ingeniería de los vehículos como para contestar las preguntas sobre el descargador calorífero y el refrigerador, pero todos sabían la suficiente física para sentirse molestos por no haber pensado antes en la pregunta. Esperaban la respuesta de Dondragmer con tanta impaciencia como Benj.
—El refrigerador es uno de vuestros aparatos en estado sólido electrónicos, que no pretendo comprender a la perfección —llegaron finalmente a la estación las palabras del capitán. Continuaba empleando su propia lengua, con disgusto de algunos de los oyentes—. No hemos tenido que usarlo desde las pruebas de aceptación; aquí el tiempo algunas veces ha sido bastante caluroso, pero no realmente insoportable. Es una cosa fácil de describir; en todas las habitaciones hay placas de metal que se enfrían al activar el sistema. Hay una barra de metal, una especie de abrazadera, que recorre los costados del casco hasta arriba. Comienza cerca de la popa, corre medio cuerpo hacia delante, del lado de babor de la línea central, cruza hasta unos cuatro cuerpos de distancia del puente y llega por el otro lado hasta un punto a la altura de donde comenzó. Recorrer el casco de lado a lado es una de las pocas cosas que hace. Supongo que esa barra debe ser el radiador. Comprendo, como tú insinuaste que haría, que en el sistema debe haber una parte semejante. Probablemente estará en el exterior. No puede ser ninguna otra cosa. Desgraciadamente, no podría encontrarse más lejos del hielo, suponiendo que tenga suficiente calor como para derretirlo, cosa que no sé todavía. Comprendo que podría calentarse a voluntad proporcionándole la suficiente electricidad, pero no estoy seguro de que me guste la idea de intentar desprenderla del casco para esto.
—Supongo que arruinaría el sistema de refrigeración, especialmente si no pudieses ponerla otra vez —añadió Benj—. Sin embargo, quizá no sea tan difícil. Voy a buscar un ingeniero que conozca realmente ese sistema. Tengo una idea. Te llamaré otra vez.
El muchacho, sin esperar la respuesta de Dondragmer, saltó de su asiento y salió corriendo de la sala de Comunicaciones. En el momento en que desapareció, los observadores que no habían comprendido el lenguaje pidieron a Easy un resumen de la conversación, que ella suministró de buena gana. Cuando Benj volvió remolcando a un ingeniero, los que estaban de guardia abandonaron francamente sus puestos para escucharle. Debieron oírse varias sentidas acciones de gracias cuando se advirtió que el recién llegado no era lingüista y el muchacho estaba sirviendo de intérprete. Los dos se acomodaron delante de las pantallas, y Benj se aseguró de que sabía qué decir antes de conectar su micrófono.
—Tengo que decirle al capitán que la mayor parte de los empalmes que sujetan la barra del radiador a la superficie del Kwembly son una especie de clavos; únicamente penetran un poco en ella, y pueden ser desprendidos sin dañar el casco. Quizá sea necesario utilizar cemento para volverlos a colocar después. Pero tendrán que ser cortadas. La aleación no es muy dura. Podrá hacerse con sierras. Una vez desprendidas, la barra puede ser empleada como una resistencia que desprende calor simplemente colocando sus extremos en los enchufes para corriente directa de un transformador. Puedo decir al capitán que no existe peligro de un cortocircuito, puesto que los transformadores tienen controles de seguridad internos. ¿Es esto correcto, señor Katini?
—Completamente —contestó asintiendo el pequeño ingeniero de cabello gris. Era uno de los que habían contribuido a diseñar y construir los vehículos. Aparecía como uno de los poquísimos seres humanos que habían pasado un largo tiempo en el ecuador de Mesklin bajo tres gravedades—.
No creo que tengas ningún problema en aclararle esto a Dondragmer, incluso sin traducción; si quieres, yo se lo diré directamente. Él y yo siempre nos entendimos con bastante facilidad en mi propia lengua.
Benj asintió reconociéndolo, pero comenzó a hablar en stenno por su micrófono. Easy sospechó que estaba presumiendo, y deseó que esto no le jugase una mala pasada de rebote; mas no vio una verdadera necesidad de intervenir. Tenía que admitir que estaba realizando una buena traducción. Debía haber aprendido mucho de su amigo Beetchermarlf. En cierta forma, actuaba mejor de lo que ella misma habría hecho; empleaba analogías significativas para el capitán, pero que a ella no se le habrían ocurrido.
La respuesta llegó en lengua humana. Dondragmer comprendió la razón más probable de que fuese Benj el que hablaba, en lugar del ingeniero que había suministrado la información. El muchacho se sobresaltó ligeramente y confirmó las sospechas de su madre mirándola rápidamente. Ella, cuidadosamente, conservó sus ojos fijos sobre la pantalla de Dondragmer.
—Tengo la idea —la voz mesklinita llegaba con un ligero acento. No siempre obtenía pleno éxito en limitar su voz al radio de la audibilidad humana—. Podemos desprender la barra y utilizarla con un transformador como un radiador para derretir el hielo alrededor del vehículo. El transformador proporcionará la energía suficiente, y no hay peligro de fundirlo. Sin embargo, acláreme dos puntos, por favor:
«Primero: ¿cómo podemos estar seguros de que podemos volver a conectar la barra después eléctricamente? Conozco lo suficiente como para dudar que el cemento sea el método adecuado. No quiero quedarme para siempre sin sistema de refrigeración, puesto que Dhrawn se está aproximando a su sol y el clima se está haciendo más cálido.
«Segundo: cuando el metal toque el hielo o se sumerja en el agua derretida, ¿no habrá peligro para la gente sobre, dentro o bajo el agua? ¿Serán los trajes suficiente protección? Supongo que, puesto que son transparentes, serán aislantes eléctricos bastante buenos.
El ingeniero comenzó a contestar de golpe, mientras Benj se maravillaba de la conexión que pudiese existir entre la transparencia y la conductibilidad eléctrica y de que Dondragmer, con su preparación, la conociese.
—Puedes hacer la conexión con bastante facilidad. Sólo tienes que apretar fuertemente los metales uno contra otro y utilizar el adhesivo para mantener en su lugar una envoltura de tela alrededor del empalme. Tienes razón en cuanto a la conductividad del cemento. Asegúrate de que no penetre entre las superficies metálicas.
«Tampoco necesitas preocuparte por si electrocutas a alguien dentro de los trajes. Servirán de protección adecuada. Sospecho que se necesitaría un voltaje enorme para herir a tu gente, de todas formas, puesto que los fluidos de vuestro cuerpo no están polarizados, pero no tengo prueba experimental y no creo que la necesites. Se me ha ocurrido que quizá haría mejor golpeando con un arco sobre la superficie del hielo. Quizá tenga amoníaco suficiente para ser un buen conductor. Debería funcionar muy bien, si funciona. Únicamente es posible que esté demasiado caliente para que tus hombres estén cerca, y tendría que ser controlado cuidadosamente. Ahora que lo pienso, el procedimiento destruiría gran parte de la barra, impidiéndote recomponer de nuevo el sistema. Será mejor que nos conformemos con un simple calentador de resistencia y con derretir el hielo, en lugar de hacerlo hervir.
Katini permaneció silencioso, esperando la respuesta de Dondragmer. Benj continuaba pensando, y todos los demás que habían oído esto tenían sus ojos fijos en la pantalla del capitán. Su cambio de idioma había atraído hasta a aquellos que, de otra forma, hubiesen esperado pacientemente una traducción.
Desde el punto de vista humano, esto no fue afortunado. Más tarde Barlennan lo consideró un golpe de suerte.
—De acuerdo —llegó finalmente la respuesta de Dondragmer—. Sacaremos la barra de metal e intentaremos usarla como un calentador. Estoy mandando al exterior hombres para que comiencen a desprender las abrazaderas pequeñas. Haré que uno de los comunicadores sea colocado en el exterior, de forma que podáis vigilar mientras cortamos los conductores y comprobarlo todo antes de conectar la energía. Trabajaremos despacio, para que podáis decirnos si hacemos algo mal, antes de llegar demasiado lejos. No me gusta esta situación. No me gusta hacer algo cuando estoy tan seguro de lo que pueda pasar. Se supone que tengo el mando aquí, y sólo desearía haber aprendido más sobre vuestra ciencia y vuestra tecnología. Quizá tenga una imagen tan aproximada como es posible. En cuanto al resto, confío en vuestro juicio y en vuestro conocimiento; pero es la primera vez en años que me siento tan inseguro.
Fue Benj el que contestó, batiendo a su madre sólo por una fracción de segundo.
—He oído que fuiste el primer mesklinita en comprender la idea general de la verdadera ciencia y uno de los que más hicieron para poner el Colegio en marcha. ¿Qué quieres decir: te gustaría haber aprendido más?
Easy le interrumpió, al igual que Benj empleó el propio idioma de Dondragmer.
—Tú sabes mucho más que yo, Don, y estás al mando. Si no te hubiese convencido lo que te dijo Katini, no habrías dado esas órdenes. Tendrás que acostumbrarte a ese sentimiento que no te gusta; otra vez acabas de chocar contra algo nuevo. Es como aquella vez, hace cincuenta años, mucho antes de que yo naciera, cuando comprendiste repentinamente que la ciencia que utilizábamos nosotros, los alienígenas, se reducía a simples conocimientos llevados más allá del nivel del sentido común. Ahora te encuentras con el hecho de que nadie, ni siquiera un comandante, puede conocerlo todo y de que a veces tiene que seguir un consejo profesional. ¡Acostúmbrate a la idea, Don, y cálmate!
Easy se recostó en su asiento y miró a su hijo, el único en la sala que había seguido completamente sus palabras. El muchacho parecía sobresaltado, casi aterrorizado. Cualquiera que fuese la impresión causada a Dondragmer, había dado en el blanco de Benjamín Ibson Hoffman. Para un padre era una sensación intoxicante; tuvo que luchar contra la ansiedad de decir más. Fue ayudada por una interrupción en voz humana.
—¡Eh! ¿Qué le ha pasado al helicóptero?
Todos los ojos se volvieron a las pantallas de Reffel. Hubo un segundo completo de silencio. Después Easy, mientras continuaba observando atentamente la pantalla, dijo:
—¡Benj, informa a Dondragmer mientras yo llamo a Barlennan!
IX. PROPÓSITOS CRUZADOS
Hacía mucho que en la colonia el tiempo se había despejado, la niebla de amoníaco había sido conducida por el viento hacia las desconocidas regiones centrales de Low Alfa y el viento había descendido hasta convertirse en una suave brisa del noroeste. Las estrellas parpadeaban violentamente, atrayendo la atención de ocasionales mesklinitas que estaban fuera o en los corredores, pero pasando inadvertidas para aquellos que se encontraban en las habitaciones mejor iluminadas bajo el tejado transparente.
A causa de que Barlennan se encontraba en la zona del laboratorio, en la parte occidental de la colonia, cuando Easy llamó, el mensaje tardó algo en llegar hasta él. Lo hizo en forma escrita, conducido por uno de los mensajeros de Guzmeen, que, de acuerdo con las órdenes existentes, no prestó atención al hecho de que Barlennan estuviese en una conferencia. Arrojó la nota delante de su comandante, quien interrumpió sus palabras en la mitad de una frase para leerla. Bendivence y Deeslenver, los científicos con los que hablaba, esperaron en silencio a que terminase, aunque las actitudes de sus cuerpos traicionaban la curiosidad.
Barlennan leyó el mensaje dos veces, pareció intentar recordar algo, y después se volvió hacia el mensajero.
—Supongo que todo esto acaba de llegar.
—Sí, señor.
—¿Y cuánto tiempo ha pasado desde el informe anterior de Dondragmer?
—No hace mucho, señor. Yo diría que menos de una hora. Estará en el cuaderno. ¿Lo compruebo?
—No es tan urgente, en tanto que se conozca. Lo último que yo supe fue que el Kwembly había tocado fondo después de bajar a la deriva por un río durante un par de horas, y eso fue hace mucho tiempo. Supongo que todo iba bien, puesto que Guz no me transmitió nada más. O bien oyó informes provisionales en los intervalos usuales, o preguntaría a los seres humanos.
—No lo sé, señor. No he estado de guardia todo el tiempo. ¿Lo compruebo?
—No. Dentro de poco yo mismo estaré allí. Dile a Guz que no envíe ningún otro mensaje detrás de mí; sólo que retenga cualquier llamada.
El corredor desapareció, y Barlennan se volvió a los discípulos:
—A veces me pregunto si no debiéramos tener más comunicaciones eléctricas en este lugar. Me gustaría saber cuánto tiempo lleva Don metido en este lío, pero quiero saber otras cosas antes de ir a ver a Guzmeen.
Bendivence hizo un gesto que equivalía a un encogimiento de hombros.
—Si lo ordena, podemos hacerlo. Aquí en el laboratorio hay teléfonos que funcionan bastante bien, y podemos electrificar toda la colonia si quiere que el metal sea empleado en eso.
—Todavía no. Nos ajustaremos a las prioridades originales. Tomad, leed esto. El Kwembly ha quedado atrapado en agua helada, o algo así, y sus dos helicópteros han desaparecido. Uno tenía a bordo un comunicador con los seres humanos, que se estaba utilizando en aquel momento.
Deeslenver indicó su emoción con un suave zumbido y, a su vez, alcanzó el mensaje. Bendivence lo pasó silenciosamente. El primero lo leyó dos veces, como había hecho Barlennan antes de hablar.
—Sería de esperar que los humanos estuviesen algo mejor informados si se encontraban mirando tan cuidadosamente. Todo lo que dice esto es que Kervenser no regresó de un vuelo y que otro helicóptero enviado en su búsqueda, con un comunicador a bordo, dejó de enviar señales repentinamente; la pantalla quedó en blanco de improviso.
—Yo veo una posible razón —observó Bendivence.
—Pensé que lo harías —replicó el comandante—. La pregunta no es qué fue lo que desconectó la pantalla, sino por qué sucedió entonces y allí. Podemos dar por descontado que Reffel utilizó el obturador. Habría sido conveniente que hubieseis pensado en ese truco antes de la salida del Esket; habría simplificado mucho esa operación. Debe haber entrado algo en su campo de vista que no concordaría con la historia del Esket. ¿Pero qué pudo ser? El Kwembly está a cinco o seis millones de cables del Esket. Supongo que uno de los dirigibles podría encontrarse allí, pero, ¿por qué?
—No lo sabremos hasta que llegue otro vuelo desde el emplazamiento de Destigmet —replicó el científico—. Lo que me interesa es por qué no supimos antes la desaparición de Kervenser. ¿Por qué hubo tiempo para que saliese Reffel en misión de búsqueda y para que desapareciese también él antes de que nosotros lo hubiésemos sabido? ¿Se retrasó Dondragmer en comunicárselo a los informadores humanos?
—Lo dudo mucho —replicó Barlennan—. En realidad quizá nos hayan comunicado lo de Kervenser cuando sucedió. Recordad que el mensajero dijo que habían estado llegando otros mensajes. Quizá Guzmeen no haya pensado que la desaparición mereciese enviar un corredor mientras Kervenser estuvo perdido durante un buen rato. Podemos comprobar eso en unos cuantos minutos, pero me imagino que esta vez no hay nada divertido. Por otra parte, me he estado preguntando últimamente si la gente de allá arriba nos ha retransmitido siempre la información completa y rápidamente. Una vez o dos he tenido la impresión de que las cosas estaban siendo reunidas y enviadas de una vez. Quizá sea simple holgazanería; tal vez no sea verdad…
—O quizá ellos estén organizando lo que oímos deliberadamente —dijo Bendivence—. En este momento la mitad de nuestra tripulación podría estar perdida sin que nosotros lo supiésemos, si los seres humanos lo quisiesen así. Podría ser que teman que abandonemos el trabajo y pidamos ser devueltos a nuestro hogar si el riesgo resulta ser muy alto, según lo estipulado en el contrato.
—Supongo que eso es posible —admitió Barlennan—. No se me había ocurrido exactamente así. No creo que eso en particular sea muy verosímil, pero cuanto más considero la situación, más me gustaría encontrar una manera de comprobar eso, por lo menos para asegurarme de que ellos no están tomándose su tiempo y teniendo conferencias sobre las cosas que hay que decirnos cada vez que algo va mal en uno de los vehículos.
—¿Crees realmente que eso es posible? —preguntó Deeslenver—. Es difícil decirlo. Nosotros no hemos sido completamente sinceros con ellos, y consideramos que tenemos muy buenas razones para ello. Realmente no me molestaría demasiado. Sabemos que algunos de ellos son buenos negociantes, y es culpa nuestra si no podemos estar a su nivel. Me gustaría saber con certeza si se trata de negocios o de descuidos. Puedo pensar en una forma de comprobarlo, pero preferiría no usarla todavía. Si alguien puede sugerirme una alternativa, será muy bienvenida.
—¿Cuál es la suya? —preguntaron al unísono los dos científicos, quizá Deeslenver media sílaba por delante.
—El Esket, por supuesto. Es el único lugar donde podemos obtener una comprobación independiente de lo que nos dicen. Por lo menos, todavía no he pensado en ninguna otra. Incluso eso necesitaría mucho tiempo. Hasta la aparición del sol no saldrá de allí otro vuelo, y faltan todavía mil doscientas horas aproximadamente. Podríamos mandar al Deedee incluso de noche.
—Si hubiésemos colocado ese sistema de retransmisión por luces que yo sugerí… —comenzó Deeslenver.
—Demasiado arriesgado. Existen muchas probabilidades de que nos vean. No sabemos lo útiles que puedan ser los instrumentos humanos. Sé que la mayor parte de ellos están muy arriba, cerca de esa estación, pero no conozco lo que pueden ver desde allí. La forma despreocupada en que distribuyen estos comunicadores visuales para que los utilicemos en el planeta demuestra que no los consideran un material muy sofisticado y que los emplearon en Mesklin hace doce años. Hay demasiadas probabilidades de que puedan localizar cualquier luz en la cara oscura del planeta. Esa es la razón de que vetase tu idea, Dee; de otra forma, admito que era excelente.
—Bien, todavía no hay metal suficiente para un contacto eléctrico —añadió Bendivence—. En este momento no tengo más ideas. Ahora que lo pienso, se podría hacer una sencilla prueba sobre lo fácilmente que los humanos pueden localizar las luces.
—¿Cómo?
La pregunta se hizo por las actitudes del cuerpo, no verbalmente.
—Podríamos preguntarles inocentemente si tienen alguna forma de rastrear las luces de posición o los focos de los helicópteros desaparecidos.
Barlennan meditó brevemente la sugerencia.
—Bien. Excelente. Vamos allá. Sin embargo, si dicen que no pueden hacerlo, no podremos estar seguros de que dicen la verdad. Puedes ir pensando en otra prueba para eso.
Salió de la sala de mapas en primer lugar, donde se había desarrollado la discusión, y se dirigió por los pasillos de la colonia a la sala de Comunicaciones. La mayor parte de los corredores estaban bastante oscuros. Los patrocinadores de la expedición no habían escatimado el suministro de luces artificiales, pero el propio Barlennan se había mostrado bastante tacaño en cuanto a su distribución. Las habitaciones estaban iluminadas de forma adecuada; los pasillos tenían justo la iluminación mínima.
Esto proporcionaba a los mesklinitas el reconfortante sentimiento de que no había nada sobre su cabeza, al permitirles ver las estrellas con bastante claridad. Ningún nativo de aquel planeta era realmente feliz ante el hecho de que hubiese algo que pudiese caer sobre él. Hasta los científicos miraban arriba de vez en cuando, sintiéndose confortados hasta por la vista de estrellas que ni siquiera eran las suyas. El sol de Mesklin, llamado por los hombres Cyoni 61, estaba en aquel momento bajo el horizonte.
Barlennan miraba hacia arriba más que hacia delante; estaba intentando echar un vistazo a la estación humana. Esta llevaba una baliza luminosa visible desde Dhrawn, brillante como una estrella de cuarta magnitud. Su apenas visible movimiento sobre el fondo celestial era el mejor reloj de larga duración que tenían los mesklinitas. Lo utilizaban para volver a ajustar los instrumentos de tipo péndulo que habían construido; pocas veces marchaban al unísono durante más de unas cuantas veintenas de horas cada vez.
Las estrellas y la estación se esfumaron cuando el trío entró en la sala de Comunicaciones, brillantemente iluminada. Guzmeen vio a Barlennan, e inmediatamente informó.
—No hay más noticias de ninguno de los helicópteros.
—¿Qué informes ha enviado Dondragmer entre el momento en que el Kwembly tocó fondo y ahora durante las últimas ciento treinta horas? ¿Sabes cuánto tiempo hace que ha desaparecido el primer oficial de Don?
—Sólo en términos generales, señor. Se informó del incidente, pero no se dijo nada específico sobre si había sucedido recientemente. Yo di por supuesto que acababa de ocurrir, pero no lo pregunté. Las dos desapariciones fueron comunicadas con bastante proximidad: menos de una hora de diferencia.
—Y cuando llegó la segunda, ¿no te preguntaste por qué supimos las dos casi simultáneamente, aunque tienen que haber ocurrido con un intervalo?
—Sí, señor. Comencé a preguntármelo un cuarto de hora antes que usted, cuando llegó el último mensaje. No tengo ninguna explicación, pero pensé que usted se encargaría de pedir una a los humanos, si lo creía necesario.
Bendivence intervino:
—¿Supone que Don no informó sobre la primera desaparición porque era consecuencia de un error y esperaba poder minimizarlo al informar al mismo tiempo de la desaparición y del encuentro, como si fuesen incidentes de poca importancia?
Barlennan le miró especulativamente, pero no perdió el tiempo en contestar.
—No, no lo creo. Dondragmer y yo no estamos de acuerdo en todo, pero hay algunas cosas que ninguno de nosotros haría.
—¿Incluso si un informe inmediato no significase realmente nada? Después de todo, ni nosotros ni los seres humanos podemos ayudarle, aun conociendo la noticia.
—Incluso así.
—No comprendo por qué.
—Yo sí. Acepta mi palabra; no tengo tiempo para una explicación detallada, y dudo que de todas formas pudiese componer una. Si Dondragmer no informó inicialmente, tuvo una buena razón. Personalmente dudo mucho que el fallo haya sido suyo. Guz, ¿qué humanos retransmitieron los informes? ¿Era siempre el mismo?
—No, señor. No reconocí todas sus voces, y a menudo no se molestan en identificarse. De todas formas, la mitad de las veces los informes llegan en lengua humana. La mayor parte del resto proviene de los humanos Hoffman. Hay otros que hablan nuestra lengua, pero esos dos parecen los únicos que lo hacen con comodidad. Particularmente con el joven tengo la impresión de que ha estado hablando mucho con el Kwembly, y supuse que si se estaban dando charlas sin importancia, nada muy serio podía estar sucediendo.
—De acuerdo. Yo probablemente habría hecho lo mismo. Usaré el equipo. Tengo un par de preguntas que hacer a los humanos.
Barlennan ocupó su lugar delante del receptor, mientras el ayudante de guardia le dejaba su sitio sin serle ordenado. La pantalla estaba en blanco. El capitán oprimió el control de «atención» y esperó pacientemente que pasara un minuto. Podría haber comenzado a hablar en aquel momento, puesto que podía apostarse con seguridad que quienquiera que se encontrase al otro extremo no perdería el tiempo preparando su receptor; pero Barlennan quería ver quién estaba allí. Si el retraso causaba sospechas, tendría que afrontarlo.
El rostro que apareció no le era familiar. Incluso cincuenta años terrestres de trato con los seres humanos no habían sido suficientes para educarle en asuntos tales como parecidos familiares, aunque ningún ser humano hubiese dejado de adivinar que Benj era el hijo de Easy. En realidad, los cincuenta años no habían proporcionado mucha gente diferente para establecer comparaciones; menos de dos veintenas de hombres y ninguna mujer habían aterrizado en Mesklin. Guzmeen reconoció al muchacho, pero el propio Benj le ahorró la necesidad de decírselo a Barlennan.
—Aquí Benj Hoffman —habló la imagen—. No ha llegado nada del Kwembly desde que mi madre llamó hace unos veinte minutos, y no hay ni ingenieros ni científicos en la habitación en este momento. Si tienes preguntas que necesiten respuestas técnicas, dímelo para que pueda llamar al hombre que se necesite. Si sólo es asunto de detallar lo que ha venido sucediendo, yo he estado aquí en la sala de Comunicaciones la mayor parte de estas últimas siete horas, y probablemente puedo decirlo. Espero.
—Tengo dos preguntas —respondió Barlennan—. Puedes contestar probablemente una de ellas. La primera tiene que ver con la segunda desaparición. Me pregunto a qué distancia del Kwembly se encontraba el segundo helicóptero cuando dejó de comunicar. Si no conoces la distancia, quizá puedas decirme por cuánto tiempo había estado buscando su piloto. La segunda depende de una parte de vuestra tecnología que no conozco, pero tú quizá sí. ¿Hay alguna posibilidad de que desde donde estáis veáis luces semejantes a las de los helicópteros? Supongo que vuestros ojos, sin ayuda, no pueden verlas mejor que lo harían los míos, pero tenéis muchos ingenios ópticos sobre los que conozco poco, probablemente alguno del que nunca he oído hablar. Espero.
En la pantalla la imagen de Benj elevó un dedo y asintió justo cuando Barlennan terminaba de hablar, pero el muchacho esperó la otra pregunta antes de comenzar.
—Puedo contestar tu primera pregunta. El señor Cavanaugh ha ido a buscar a alguien que pueda responder a la segunda —fueron sus palabras iniciales—. Kervenser emprendió su vuelo de exploración hace unas once horas. No se comprendió que tenía problemas hasta unas ocho horas más tarde, cuando todo saltó al mismo tiempo; Kervenser y su helicóptero desaparecidos, el Kwembly congelado y Beetchermarlf y Takoorch en algún lugar bajo el hielo; nadie sabe que están allí, pero se encontraban trabajando bajo el casco, y nadie puede pensar en otro sitio donde puedan encontrarse; Reffel, uno de los marineros, cogió el otro vehículo con un equipo visual para buscar a Kervenser, y lo hizo muy cerca de donde estaba el Kwembly durante un rato. Después nosotros le sugerimos que llegase hasta un punto donde un accidente no habría sido ni visto ni oído desde el vehículo, lo que hizo; por supuesto, Dondragmer desde el puente le perdió de vista. Entonces iniciamos una discusión con el capitán; todo el mundo aquí arriba se sintió interesado, y resultó que durante varios minutos nadie estuvo vigilando la pantalla de Reffel. Entonces alguien advirtió que la pantalla estaba completamente en blanco; no un vacío de no-señal, sino el negro de la falta de luz; eso fue todo.
Barlennan miró a Guzmeen y a los científicos. Ninguno de ellos habló, pero no era necesario. ¡Nadie estaba mirando la pantalla cuando Reffel empleó el obturador! No era la suerte con la que se contaba normalmente.
Benj continuaba hablando.
—Por supuesto, el sonido no estaba conectado, ya que nadie había hablado con Reffel ni se tiene idea de lo que sucedió. Esto fue justo antes de que mi madre llamase hace menos de media hora. Eso significaría algo así como dos horas y media entre las dos desapariciones. Tendremos que esperar para contestar la otra pregunta, puesto que el señor Cavanaugh todavía no ha vuelto.
Barlennan estaba un poco perplejo por la aritmética, puesto que el muchacho había empleado las palabras mesklinitas que designaban los números con el significado de éstos en términos humanos. Después de unos cuantos segundos, lo comprendió.
—No me estoy lamentando —dijo—, pero por lo que dices, infiero que pasaron más de dos horas entre la desaparición de Kervenser y la detención del Kwembly y el momento en que se nos dijo. ¿Sabes a qué podría ser debido? Por supuesto, comprendo que no hubiese logrado hacer nada, pero existía un cierto entendimiento de que se me informaría de lo que ocurriese a los vehículos. No sé cuál es tu trabajo en la estación; quizá no tengas esa información; pero el responsable de mis comunicaciones me dice que has hablado largo tiempo con el Kwembly; así que quizá puedas ayudarme. Espero.
Barlennan tenía varios motivos para hacer su observación final. Uno era bastante obvio; quería aprender más sobre Benj Hoffman, especialmente porque este último se servía bien del lenguaje mesklinita, y si Guz estaba en lo cierto, parecía querer hablar con mesklinitas. Quizá fuera, como el otro Hoffman, un nuevo foco de simpatía en la estación. Si era así, sería importante saber cuánta influencia podría tener.
Además, el comandante quería comprobar sin llamar la atención la idea de Guzmeen de que Benj había estado charlando con miembros de la tripulación del Kwembly. Finalmente, hasta Barlennan podía decir que Benj era joven, para ser un ser humano que desempeñaba una tarea importante; su selección de palabras y su estilo narrativo en general lo delataba así. Esto quizá llegara a utilizarse con ventaja si llegaba a establecerse una relación razonablemente íntima.
La respuesta del muchacho, cuando al fin llegó, era indefinida, por una parte, y prometedora, por la otra.
—No sé por qué no te dijeron en su momento lo de Kervenser y la helada —dijo—. Personalmente, yo pensé que te lo habían dicho. He estado hablando bastante con Beetchermarlf; supongo que lo conoces; es uno de los timoneles de Don; ese con el que se puede hablar, y no simplemente escuchar. Cuando supe que había desaparecido, me concentré en lo que podría hacerse. No estuve todo el tiempo en la sala de Comunicaciones; no es mi puesto. Sólo vengo cuando puedo para hablar con Beetch. Admito que alguien debería habértelo dicho antes. Si quieres, intentaré averiguar quién tenía tal misión y por qué no lo hizo. Mi madre y el señor Mersereau.
»No sé cómo explicar mejor mi trabajo aquí. En la Tierra, cuando alguien termina educación básica (lo que todo el mundo debe saber: leer, física, sociología), tiene que trabajar en un puesto no especializado de alguna tarea esencial durante dos o tres años antes de que pueda optar por una educación superior, general o especializada. Nadie lo dice claramente, pero todo el mundo sabe que la gente con la que trabaja es la que más influye en lo que puede hacer después. En teoría, estoy destinado aquí en el laboratorio aeronáutico como una especie de ayudante y recadero; en realidad, en la estación el que grite primero y con más fuerza me tiene allí. Tengo que admitir que no me hacen la vida demasiado difícil. Estos últimos días he podido pasar un montón de tiempo hablando con Beetch.
Sus cincuenta años de experiencia permitieron a Barlennan traducir sin esfuerzo la idea implicada en la utilización de la palabra día por un ser humano.
—Por supuesto —continuó el muchacho—, sirve de algo que conozca vuestro idioma. Mi madre tiene una gran facilidad para los idiomas, y yo la he heredado de ella. Comenzó hace diez años a aprender el vuestro, cuando mi padre tuvo los primeros contactos con el proyecto de Dhrawn. Probablemente trabajaré gran parte del tiempo en Comunicaciones de ahora en adelante, en forma semioficial. Aquí llega el señor Cavanaugh con uno de los astrónomos, cuyo nombre creo que es Tebbetts. Ellos contestarán tu pregunta sobre las luces, y yo intentaré enterarme del otro asunto.
El rostro de Benj fue reemplazado en la pantalla por el del astrónomo, un conjunto de rasgos anchos y oscuros que sorprendió bastante a Barlennan. Nunca había visto a un ser humano con barba, aunque sí estaba acostumbrado a grandes variaciones en el cabello craneal. La de Tebbetts era un pequeño adorno, estilo Van Dyke, completamente compatible con un casco espacial; pero para los ojos de los mesklinitas constituía una drástica diferencia. Barlennan decidió que no sería correcto preguntarle al astrónomo qué era aquello. Quizá fuese mejor obtener la información más tarde, por medio de Benj. No se ganaba nada molestando a alguien.
Para alivio del comandante, la extensión facial no interfería con la dicción de su poseedor. Evidentemente, Tebbetts conocía ya la pregunta. Comenzó a hablar rápidamente, empleando la lengua humana.
—Desde aquí podemos detectar todas las luces artificiales que tenéis, incluyendo las portátiles, aunque podría ser difícil con aquellas que no estén enfocadas en nuestra dirección. Utilizaríamos el equipo regular: mosaicos fotomultiplicadores detrás de un objetivo apropiado; cualquier cosa que necesites puede prepararse dentro de unos cuantos minutos. ¿Qué quieres que hagamos?
La pregunta cogió por sorpresa a Barlennan. En los pocos minutos que habían pasado desde la discusión del asunto con sus científicos, se había ido afianzando más y más en la creencia de que los hombres negarían ser capaces de detectar las luces. Si el comandante hubiese sido un poco más precavido, no habría contestado como lo hizo. De hecho, antes que las palabras llegasen a la estación, estaba lamentando lo que había dicho.
—No creo que tengáis problemas en localizar el Kwembly; ya conocéis su situación mejor que yo, y las luces del puente estarán encendidas. Sus dos helicópteros acaban de desaparecer. Normalmente llevan luces. Me gustaría que escudriñaseis la zona dentro de unos trescientos kilómetros alrededor del Kwembly lo más cuidadosamente que podáis buscando otras luces, y después, que nos digáis a mí y a Dondragmer las posiciones de lo que encontréis. ¿Tardaría eso mucho?
El retraso en el mensaje fue lo suficientemente largo como para que Barlennan comprendiese su error. No podía hacer otra cosa que esperar, aunque esa palabra es una mala traducción de la actitud mesklinita más próxima posible. La respuesta hizo que se animase un poco; quizá el error no había sido demasiado serio, con tal de que los seres humanos no encontrasen cerca del Kwembly más que otras dos luces.
—Me temo que sólo pensaba en detectar luces —dijo Tebbetts—. Situar sus fuentes será más difícil, especialmente desde aquí. Estoy bastante seguro de que podemos resolver tu problema si los helicópteros desaparecidos tienen las luces encendidas. Si creéis que puedan haberse estrellado, no habrá muchas probabilidades de que haya luces; pero me pondré a ello inmediatamente.
—¿Y qué me decís de sus plantas de energía? —preguntó Barlennan, decidido a enterarse de lo peor, ya que había empezado—. ¿No hay otras radiaciones, además de la luz, desprendidas en las reacciones nucleares?
Cuando esta pregunta alcanzó la estación, Tebbetts se había marchado, cumpliendo su promesa; afortunadamente, Benj podía proporcionar una contestación. Era una información básica en el proyecto, y le había sido explicada cuidadosamente después de su llegada.
—Los transformadores de fusión desprenden neutrinos que pueden ser detectados, pero no podemos determinar su origen con exactitud —dijo al comandante—. Para eso están los satélites de sombras reflejadas. Detectan los neutrinos, los cuales prácticamente todos vienen del sol. Las plantas de energía de Dhrawn y las de aquí arriba no cuentan mucho, comparadas con eso, aunque no se trate de un gran sol. Los computadores van siguiendo donde están los satélites, especialmente si el planeta se encuentra entre un satélite dado y el sol, de forma que hay una medida de la absorción de neutrinos a través de las diferentes partes del planeta. En unos cuantos años esperamos tener una radiografía estadística de Dhrawn. Quizá no sea una buena comparación; quiero decir, una buena idea de la densidad y composición del interior del planeta. Ya sabes que todavía se discute si Dhrawn debiera ser considerado un planeta o una estrella, o si el calor extra proviene de la fusión de hidrógeno en su centro o de radioactividad cerca de la superficie.
«Pero estoy tan seguro como es posible de que los helicópteros desaparecidos no pueden ser encontrados a partir de su emisión de neutrinos, aunque sus transformadores estuviesen todavía en funcionamiento.
Barlennan se las arregló para ocultar su alegría ante estas noticias. Simplemente contestó:
—Gracias. No podemos tenerlo todo. Doy por sentado que se me comunicarán los resultados, aunque estéis seguros de que no se encontrará nada; me gustaría saber si tengo que dejar de contar con eso. He terminado por ahora, Benj, pero llama aquí si aparece algo, bien sobre los vehículos o sobre esos amigos tuyos. Después de todo, estoy inquieto por ellos, aunque quizá no en la forma en que tú lo estás por Beetchermarlf. El que yo recuerdo es Takoorch.
Barlennan, que había tenido un contacto más directo con seres humanos y unas razones más egoístas para desarrollar habilidades semejantes, pudo leer más acertadamente entre líneas las palabras de Benj y tener una imagen mucho más correcta de los sentimientos del muchacho que Dondragmer. Estaba seguro de que esto sería útil; pero lo apartó de su mente mientras se alejaba del comunicador.
—Eso podría ser mejor y peor al mismo tiempo —observó a los dos científicos—. Ha sido una suerte que no colocásemos ese sistema de comunicarnos por la noche mediante luces que se reflejaban en pantallas; habríamos sido vistos.
—Ciertamente no —objetó Deeslenver—. El humano dijo que podían localizar esas luces, pero no sugirió que tuviesen costumbre de buscarlas. Si se necesitan instrumentos, apostaría a que están ocupados en cosas más importantes.
—Yo también lo haría si los riesgos no fuesen tantos —replicó Barlennan—. De todas formas, no podemos utilizarlo ahora, porque sabemos que estarán mirando hacia aquí con sus mejores máquinas. Acabamos de pedirles que lo hagan.
—Pero no mirarán hacia aquí. Registrarán los alrededores del Kwembly, a millones de cables de este lugar.
—Piensa en ti mismo allá en nuestro planeta mirando a Toorey. Si tuvieses que examinar de cerca una zona con un telescopio, ¿cuánto te costaría echar un vistazo a otras regiones?
Deeslenver concedió el punto con un gesto.
—Entonces o bien esperamos a que salga el sol o enviamos un vuelo especial, si queremos utilizar el Esket como has sugerido; admito que yo no he encontrado otra forma, ni siquiera sé qué podríamos hacer allí que resultase una buena prueba.
—Eso no importa mucho. Lo esencial será lo pronto, acertada y completamente que los seres humanos nos informen de lo que les hagamos ver. Pensaré en algo durante el próximo par de horas. ¿No estáis los investigadores preparando un vuelo que saldrá pronto?
—No tan pronto —dijo Bendivence—. Además, no estoy de acuerdo en que los detalles no importan. No queremos que adquieran la idea de que pudimos tener algo que ver con lo que pasó en el Esket. No son estúpidos.
—Por supuesto. No quise decir que lo fueran. Será algo completamente natural, teniendo muy en cuenta el hecho de que los seres humanos saben todavía menos que nosotros lo que es natural en este mundo. Volved a los laboratorios y decid a todo el que tenga material que cargar en el Deedee que el momento de la salida ha sido adelantado. Dentro de dos horas tendrá un mensaje por escrito para Destigmet.
—De acuerdo.
Los científicos se esfumaron por la puerta, y Barlennan les siguió más despacio. Estaba comenzando a comprender la validez del punto de Bendivence. ¿Qué podría colocarse delante de uno de los transmisores visuales del Esket que no sugiriese que había mesklinitas en los alrededores, pero que atrajese el interés humano y tentase a las enormes criaturas a censurar sus informes? ¿Cómo podía idear una cosa de aquel tipo sin saber por qué los informes estaban siendo retenidos o sin estar completamente seguro de que lo fuesen? Todavía era posible que el retraso en el asunto del Kwembly hubiese sido un descuido genuino; como había sugerido el joven humano, todo el mundo podía haber pensado que alguien se había encargado ya del asunto. Desde el punto de vista del marinero que era Barlennan, esto equivalía a una completa incompetencia y a una desorganización imperdonable; pero no sería la primera vez que había sospechado aquellas cualidades en seres humanos; por supuesto, no como especie, sino individualmente.
Había que hacer la prueba, y los transmisores del Esket podrían servir de instrumentos para el propósito. Por lo que Barlennan sabía, los transmisores todavía estaban en activo. Naturalmente, se había tenido cuidado de que nadie penetrase en su campo visual desde la «pérdida» del vehículo, y había pasado mucho tiempo desde que ningún ser humano había hecho alguna referencia a ellos. Deberían haber sido obturados, en lugar de esquivados, ya que esto hubiese dejado a los mesklinitas mucha más libertad de acción en el lugar; pero la idea de los obturadores no se les había ocurrido hasta después de que Destigmet partiese con sus instrucciones de erigir una segunda colonia, desconocida para los seres humanos.
Según recordaba Barlennan, uno de los transmisores había estado en el puente en el lugar de costumbre, otro en el laboratorio y otro en el hangar donde se guardaban los helicópteros. Se había dispuesto cuidadosamente que éstos estuviesen realizando vuelos de rutina cuando ocurrió la «catástrofe». El cuarto estaba en la sección de soporte vital, aunque no cubriendo la entrada. Por supuesto, había sido necesario retirar de esta cámara gran parte del equipo.
A pesar de tantos planes, la situación continuaba siendo incómoda; que el laboratorio y la sala de soporte vital continuaran fuera de su alcance, o en el mejor de los casos, accesibles sólo con el mayor de los cuidados, había causado a Destigmet y a su primer oficial Kabremm muchas molestias. Habían pedido permiso varias veces para obturar los equipos, desde que se había inventado la técnica. Barlennan lo había vetado, no queriendo que la atención humana volviese al Esket; ahora bien, quizá la misma red pudiese atrapar dos peces. El repentino oscurecimiento de una, o quizá de las cuatro pantallas, sería sin duda advertido. No podía decirse si los humanos sentirían alguna tentación de ocultar el hecho de la colonia. Podía únicamente probarse.
Cuanto más pensaba en ello, mejor sonaba el plan. Barlennan sintió el goce familiar a todos los seres inteligentes, de cualquier especie, que han resuelto sin ayuda un problema importante. Durante medio minuto disfrutó de él. Al final de ese tiempo, fue alcanzado por otro de los corredores de Guzmeen.
—¡Comandante! —el mensajero se colocó a su lado en el corredor casi a oscuras—. Guzmeen dice que debe usted volver rápidamente a Comunicaciones. Uno de los seres humanos, el hombre llamado Mersereau, está en la pantalla. Guz dice que debiera estar excitado, aunque no lo está, porque está informando de que algo sucede en el Esket… ¡Algo se mueve en el laboratorio!
X. MÁS DATOS
Mantener el paso de Barlennan mientras éste cambiaba de dirección no fue muy fácil, pero el mensajero lo consiguió. El comandante dio por supuesta su presencia continua.
—¿Algún detalle más? ¿Cuándo o qué se estaba moviendo?
—Ninguno, señor. El hombre apareció en la pantalla sin previo aviso. Dijo: «Algo pasa en el Esket. Díselo al comandante». Guzmeen me ordenó que le alcanzase a la velocidad del huracán; así que no oí nada más.
—¿Fueron éstas sus palabras exactas? ¿Empleó nuestro lenguaje?
—No. Era el lenguaje humano. Sus palabras fueron…
El corredor repitió la frase, esta vez en la lengua original. Barlennan no pudo leer más en las palabras que lo que había estado implícito en la traducción.
—Entonces no sabemos si alguien fue visto merodeando por allí, o dejó caer algo dentro del campo de la lente, o…
—Lo primero lo dudo, señor. Sería difícil que el humano no hubiese reconocido a una persona.
—Supongo que no. Bueno, cuando lleguemos allí, habrá algún detalle más.
Sin embargo, no lo había. Boyd Mersereau ni siquiera estaba en la pantalla en el momento en que Barlennan llegó a la sala de Comunicaciones. Más sorprendentemente tampoco había nadie más. El comandante miró con sospecha a Guzmeen. El oficial de comunicaciones se encogió de hombros (equivalentemente):
—Se marchó después de esa única frase sobre el laboratorio, señor.
Barlennan, perplejo, apretó el control de «atención».
Pero Boyd Mersereau tenía otros problemas en su cabeza, la mayor parte, aunque no todos, relacionados con Dhrawn, no con el Esket. Había unos cuantos asuntos mucho más importantes que el gigantesco planeta-estrella.
La principal de sus preocupaciones era la de calmar a Aucoin, quien se encontraba molesto de que no se le hubieran comunicado los intercambios entre Dondragmer y Katini y el comandante y Tebbetts. Se sentía inclinado a culpar al joven Hoffman por decidir en asuntos que modificaban los planes sin contar con la aprobación oficial. Sin embargo, no quería decir nada que pudiese molestar a Easy. La consideraba, con bastante justificación, como el miembro del grupo de Comunicaciones más cerca de ser indispensable. En consecuencia, Mersereau y otros sufrieron los efectos de la desviada ira del administrador.
Esto no era demasiado serio por lo que a Boyd se refería. Hacía años que había clasificado la pacificación de administradores, junto con el afeitado, como algo que llevaba tiempo, pero que no necesitaba una atención completa; valía la pena hacerlo sólo porque generalmente a la larga causaba menos problemas. El centro real de la atención, lo que hacía que incluso las noticias del Esket fuesen relegadas, era el estado de cosas en el Kwembly.
Si estuviese solo, Boyd quizá se habría preocupado moderadamente. Los mesklinitas desaparecidos no eran amigos íntimos suyos. Era lo bastante civilizado como para sentirse tan molesto por su pérdida cual si hubiesen sido humanos, aunque no eran ni sus hermanos ni sus hijos.
El propio Kwembly era un problema, pero bastante corriente. Los vehículos habían tenido dificultades antes; hasta ahora, tarde o temprano siempre habían sido liberados. Con todo, Mersereau se hubiese sentido simplemente ocupado, no preocupado, si hubiese estado solo.
No le dejaban. Benj Hoffman tenía fuertes sentimientos sobre todo el asunto y sabía dejarlos en claro no sólo hablando, aunque estaba perfectamente dispuesto a hablar. Incluso silencioso, irradiaba simpatía. Boyd se encontró a sí mismo discutiendo con Dondragmer el progreso del plan para derretir el hielo o las probabilidades de otra riada, a la luz de sus efectos en los perdidos timoneles, en lugar de hacerlo con un razonable y correcto despego profesional. Era molesto. Beetchermarlf y Takoorch, y hasta Kervenser, no eran tan importantes para el proyecto; la cuestión importante era que la tripulación sobreviviera. De una forma extraña, Benj, sentado silenciosamente a su lado o intercalando unas cuantas observaciones, se las arreglaba para hacer que la objetividad pareciese crueldad. Mersereau no tenía defensa contra aquel particular efecto. Easy sabía muy bien lo que estaba pasando, pero no se entrometió, porque compartía casi por completo los sentimientos de su hijo. En parte a causa de su sexo y en parte por su propio pasado, sentía una simpatía muy intensa por Beetchermarlf y su compañero, y hasta por el propio Takoorch. Unos veinticinco años antes se había visto envuelta en una situación bastante parecida, cuando una cadena de errores la había hecho perderse en el interior de una nave de investigación sin tripulantes en un planeta a alta temperatura y alta presión.
De hecho, llegó más lejos de lo que hubiese llegado Benj. Dondragmer podía, y probablemente quería, enviar un grupo por tierra hasta el lugar de la desaparición de Reffel, puesto que la localización era bastante bien conocida; no resultaba probable que se arriesgase a enviar también uno de los tres comunicadores que le quedaban. Sin embargo, Easy, en parte con argumentos propios y en parte empleando las técnicas de su hijo para poner a Mersereau de su parte, convenció al capitán de que el riesgo de no llevar el comunicador sería mucho mayor. Esta discusión, como otras muchas, se realizó en ausencia de Aucoin; mientras discutía con Dondragmer, Mersereau se preguntaba cómo justificaría este paso al planificador Aucoin. Sin embargo, en la discusión estuvo al lado de Easy, mientras Benj, en el fondo, ocultaba una mueca.
Con su atención ocupada de esta manera, Boyd apenas advirtió la llamada de otro observador indicando que un par de objetos se movían por la pantalla que mostraba el laboratorio del Esket. Cambió brevemente de canal y pasó la noticia a la colonia, volviendo al Kwembly sin esperar el final del ciclo de comunicación. Más tarde afirmaría que no había sido realmente consciente del nombre del Esket en el informe; había pensado que el mensaje era rutinario y propio de un observador cualquiera; su principal sentimiento fue de irritación por ser distraído. Otros hubiesen gritado al observador; siendo el tipo de persona que era, Boyd había hecho lo que le pareció la forma más rápida y sencilla de terminar con la interrupción. Después olvidó completamente el incidente.
Benj había prestado todavía menos atención. La pérdida del Esket había sucedido mucho antes de su llegada a la estación, y el nombre no significaba para él nada de particular, aunque su madre le había mencionado una vez a sus amigos Destigmet y Kabremm.
Por supuesto, fue Easy la que reaccionó ante la llamada. Apenas advirtió lo que Mersereau hacía o decía, y nunca pensó en decírselo a Barlennan hasta que llegasen más detalles. Inmediatamente se trasladó a un asiento que dominaba las pantallas del vehículo «perdido» y relegó el resto del universo a segundo plano.
La llamada de vuelta de Barlennan, por tanto, le proporcionó muy poca información. Easy no había visto nada, y cuando ella había cambiado de puesto, cualquier movimiento había cesado. El observador original sólo podía decir que había visto rodar por el suelo del laboratorio del Esket dos objetos: un carrete de cable o cuerda y un trozo pequeño de tubería. Era posible que algo los hubiera empujado, aunque alrededor del vehículo no hubo señales de vida durante varios meses terrestres; era igualmente posible, y quizá probable, que algo hubiese inclinado al Esket, haciéndolos rodar. Eso fue lo que dijo el observador, aunque no pudo sugerir nada específico como capaz de balancear la monstruosa máquina.
Este asunto dejó a Barlennan en un dilema. Era posible que alguien de la tripulación de Destigmet se hubiese descuidado, o hubiesen operado causas naturales, como los humanos aparentemente preferían creer. También era posible, considerando lo que el propio Barlennan había estado planeando hacer justamente entonces, que todo el asunto fuese la representación de una ficción humana. La conciencia del comandante le impulsaba a conceder más peso a esta posibilidad de lo que quizá habría hecho en circunstancias diferentes.
Resultaba difícil comprender qué se trataba conseguir por medio de una ficción semejante. Difícilmente podía ser una trampa; no debía haber una reacción equivocada ante aquella historia. La única respuesta posible era el completo engaño. Barlennan tuvo que admitir para sí que si había algo más profundo y más sutil, no podía adivinar lo que era.
De todas formas, no le gustaba adivinar. Era mucho más fácil aceptar los informes en su justo valor, teniendo únicamente en cuenta las capacidades del que hablaba, sin preocuparse por los posibles motivos. A veces, reflexionó el comandante, la molesta franqueza de Dondragmer, que le había hecho desaprobar todo el truco del Esket, tenía algo de deseable.
Sí, tenía que suponer que el informe era cierto. Haciéndolo así, volvería cualquier truco humano contra sus planeadores. Bien, entonces no había nada que hacer, excepto que Destigmet informase. Eso quería decir sencillamente que en el Deedee se enviaría un mensaje más.
Le vino a la cabeza que había otra forma de averiguar la veracidad de los informes humanos. Este informe, fuese cierto o no, mostraba señales de haber llegado rápidamente. Y la señora Hoffman tenía que estar implicada.
La idea de que la presencia de Easy hacía que la situación fuese especial era la única sobre el incidente que Barlennan y Aucoin hubiesen tenido en común. Por supuesto, este último no sabía todavía nada del nuevo incidente en el Esket; ni siquiera Mersereau había pensado en ello. Todavía estaba ocupado en otras cosas.
—¡Easy! —Boyd se apartó de su micrófono y gritó en la dirección del nuevo puesto de Easy—. Parece que hemos convencido a Don. Va a enviar un equipo visual con una brigada de búsqueda de seis hombres. Quiere comprobar su propia estimación de la distancia a la que Reffel se ha desvanecido. Cree que podemos localizar dónde estaba su transmisor. Quizá lo supiésemos en el momento, pero no estoy seguro de que fuera grabado. ¿Quieres vigilar esto mientras lo compruebo con los cartógrafos, o prefieres ir tú misma?
—Quiero observar aquí un poco más. Benj puede subir, si puede soportar abandonar un minuto las pantallas.
Miró hacia el muchacho con una media pregunta; éste asintió y desapareció en un momento. Tardó mucho más de lo que había esperado, y volvió algo cariacontecido.
—Dicen que me darían de buena gana el mapa grabado de la primera parte del vuelo de Reffel, antes de que yo le dijese que siguiese adelante hasta que pudiese ver el Kwembly. Todo lo que saben sobre dónde desapareció es que ha debido ser fuera de ese mapa; éste cubre el valle a lo largo de un kilómetro al oeste del vehículo.
Mersereau gruñó disgustado.
—Me había olvidado de eso.
Se volvió hacia su micrófono para transmitir a Dondragmer dicha información, que no servía de mucho.
El capitán no se sintió particularmente sorprendido ni molesto. Ya había discutido su propio cálculo de la distancia y la dirección con Stakendee, quien guiaba el grupo de exploradores.
—Supongo que los seres humanos tenían razón en cuanto a dejarte llevar el comunicador —había observado el capitán—. Será molesto llevarlo, y no me gustaría perderlo; pero tenerlo reducirá el riesgo de perderos a vosotros. Todavía me preocupa una repetición de la riada que nos trajo aquí, y la gente de allá arriba no puede darnos una predicción definida. Están de acuerdo en que tiene que haber pronto una riada estacional. Con el transmisor podrán avisarte directamente si consiguen una información segura, comunicándote conmigo a través de ellos si encuentras algo.
—No estoy seguro de qué sería mejor si llegase una riada —dijo Stakendee—. Si estamos cerca del Kwembly, haremos lo que podamos para regresar a bordo; supongo que si estuviésemos lejos, nos dirigiríamos hacia el norte del valle, que parece estar más cerca. Sin embargo, en caso intermedio, no estoy seguro de qué sería mejor; sobrevivir a la riada no nos serviría de mucho si el vehículo fuese arrastrado corriente abajo a un año de camino.
—Yo también he estado pensando en eso —replicó el capitán—, y todavía no tengo una respuesta. Si somos arrastrados otra vez, hay muchas probabilidades de que el vehículo quede inutilizado. No puedo decidir si deberíamos sacar el equipo de soporte vital y llevarlo al borde del valle antes de que empecemos a intentar derretir el hielo. Lo que afirmas está bien; quizá debiera llevar allí ese equipo en vuestro beneficio, además del nuestro. Bien, lo resolveré. Salid. Cuanto antes terminemos la búsqueda, menos tendremos que preocuparnos sobre riadas.
Stakendee hizo un gesto de asentimiento, y cinco minutos más tarde Dondragmer veía cómo él y su grupo salían por la compuerta principal. El comunicador proporcionaba al grupo una apariencia grotesca; el bloque de plástico, de diez centímetros de alto y ancho y de treinta de longitud, era transportado como si fuera una litera por dos de los exploradores. Las antenas de un metro de altura estaban separadas únicamente cinco centímetros, apoyándose sobre armaduras en el punto medio de los cuarenta y cinco centímetros del cuerpo de los portadores. Las antenas y las armaduras habían sido construidas con las reservas del vehículo, el equivalente mesklinita de la madera. En el compartimiento del almacén había toneladas de aquel material, otra de las incongruencias que aparecían con profusión en el vehículo movido por energía nuclear.
El grupo de exploración bordeó la proa del Kwembly, que daba al noroeste, y se dirigió directamente al oeste. Durante unos minutos Dondragmer observó sus luces que desaparecían y reaparecían sobre las rocas, pero tuvo que ocuparse de otros asuntos mucho antes de que estuviesen fuera del alcance de la vista.
Figuras alargadas hormigueaban sobre el casco, soltando la barra del radiador. A Dondragmer no le había gustado ordenar una actividad tan destructiva; pero había pesado lo mejor que podía los riesgos relativos de hacerlo o no; habiendo alcanzado una decisión, no formaba parte de su naturaleza continuar preocupándose de si era correcta. Igual que la mayoría de los seres humanos pensaban que los drommians eran típicamente paranoicos, la mayor parte de los mesklinitas que los conocían consideraban a los seres humanos como típicamente vacilantes. Dondragmer, tomada la decisión y dada la orden, simplemente vigiló para asegurarse de que el casco sufría el menor daño posible. Desde el puente no podía ver por encima de su curva el punto lejano donde convergían los conductores; tendría que salir al exterior más adelante para supervisar aquella parte del trabajo. Quizá sería todavía mejor sacar un comunicador visual y dejar que los humanos lo supervisasen. Por supuesto, con el retraso en la comunicación sería difícil para ellos detener a tiempo un error serio.
De momento, podía dejarse el trabajo a cargo de Proffen. El problema que el capitán había mencionado a Stakendee necesitaba de una mayor reflexión. El material de soporte vital era fácil de desmontar. Podía ordenar su transporte sin retrasar demasiado la retirada del hielo; pero si llegaba una riada mientras estaba fuera y el Kwembly resultaba arrastrado a larga distancia, las cosas podían complicarse mucho. El sistema era de ciclo cerrado, utilizando plantas mesklinitas, dependiendo para su energía original de los transformadores de fusión. Debido a su naturaleza, tenía la cantidad justa de vegetación necesitada por la tripulación. ¡Si hubiese habido mucha más, no habría suficientes mesklinitas para cuidar las plantas! Sería posible llevar parte del sistema y dejar el resto, y después aumentar cada parte hasta ser capaz de soportar a toda la tripulación si las circunstancias impusiesen una decisión entre el vehículo y el terreno sólido. Resultaría bastante fácil construir más cisternas, pero obtener algún cultivo lo bastante grande como para suministrar hidrógeno a toda la tripulación, quizá llevara más tiempo del que disponían.
En realidad, era mala suerte que toda la comunicación pasase por la estación humana. Una de las tareas primordiales y más importantes de la tripulación del Esket consistía en modificar el antiguo sistema vital o producir uno nuevo capaz de soportar una población mayor. Por todo lo que Dondragmer conocía, quizá esto ya hubiese sido alcanzado hacía meses.
Sus cavilaciones fueron interrumpidas por el comunicador.
—¡Capitán! Aquí Benj Hoffman. ¿Sería demasiada molestia colocar uno de los visores de forma que pudiésemos observar cómo trabajan vuestros hombres en el proyecto del deshielo? Acaso el del puente sirva si se coloca pegado a estribor y enfocado hacia atrás.
—Eso será bastante fácil —replicó el capitán—. Pensaba que tal vez estaría bien que alguno de vosotros vigilase el trabajo.
Puesto que el aparato pesaba menos de doscientos kilos en la gravedad de Dhrawn, fueron sus incómodas dimensiones las que le proporcionaron molestias; su problema fue parecido al de un hombre que intenta mover el embalaje vacío de una nevera. En unos cuantos segundos lo colocó en una posición adecuada, empujándolo por la cubierta, en lugar de intentar levantarlo. A su debido tiempo llegó el enterado del muchacho.
—Gracias, capitán. Así está bien. Puedo ver el terreno a estribor, además de algo que supongo será la compuerta principal y alguna de tu gente trabajando. Es un poco difícil calcular las distancias, pero sé lo que mide el Kwembly y la situación de la compuerta principal; por supuesto, conozco lo que medís vosotros; diría que vuestras luces me permiten ver el hielo unos cincuenta o sesenta metros más allá de la compuerta.
Dondragmer se sintió sorprendido.
—Yo puedo ver tres veces más lejos… No, espera; estás empleando tus números basados en doce; así que no es tanto; pero veo más que tú. Los ojos deben ser mejores que las células receptoras del aparato. Espero que no te limites a mirar lo que ocurre aquí. ¿Las demás pantallas del Kwembly están en un lugar donde puedas verlas? ¿Hay otra gente vigilando? Quiero seguir en contacto lo más posible con el grupo de exploración que acaba de salir de aquí. Después de lo que le sucedió a Reffel, estoy inquieto por ellos y su aparato.
Mientras enviaba este mensaje, Dondragmer se debatía con su propia conciencia. Por una parte, estaba bastante seguro de que Reffel había cerrado su aparato deliberadamente, aunque todavía resultaba menos claro para él que para Barlennan por qué había sido necesario esto. Por otra parte, no aprobaba el secreto de toda la maniobra alrededor del Esket. Aunque no arruinaría los planes de Barlennan deliberadamente con algún acto propio, no se sentiría muy desilusionado si todo quedaba al descubierto. Había bastantes probabilidades de que Reffel tuviese verdaderas dificultades; si, como parecía probable, le había pasado algo a sólo unos kilómetros de distancia, había tenido tiempo de volver y explicarse, aunque fuese a pie.
En resumen, Dondragmer tenía una buena excusa, pero no le gustaba la idea de necesitar una. Después de todo, quedaba el asunto de Kervenser.
—Las cuatro pantallas están justo delante de mí —aseguraba Benj—. Ahora mismo estoy solo en este puesto, aunque hay más gente en la habitación. Mi madre se encuentra a unos tres metros frente a las pantallas del Esket. ¿Te ha contado alguien que en una de ellas se ha movido algo? El señor Mersereau acaba de salir para tener otra discusión con el doctor Aucoin.
Barlennan hubiese dado bastante por oír aquella frase.
—Hay unos diez observadores en la habitación vigilando los otros equipos, pero no conozco muy bien a ninguno. La pantalla de Reffel continúa en blanco; hay cinco personas trabajando en la cámara del Kwembly, donde se encuentra tu otro equipo, aunque no puedo decir qué es lo que hacen. El grupo que marcha a pie continúa su camino. Únicamente puedo ver unos cuantos metros a su alrededor, sólo en una dirección. Las luces no son tan fuertes como las que están alrededor del Kwembly. Si algo viniese detrás de ellos o surge algún problema, se enterarán antes que yo. Hay que tener en cuenta el retraso con que puedo decírselo.
—¿Quieres recordárselo? —preguntó Dondragmer—. El jefe se llama Stakendee. No conoce lo suficiente el lenguaje humano. Es posible que confíe demasiado en que tú le avisarás por el comunicador. Me temo que di por supuesto, sin decir mucho más, que cuando planeábamos la búsqueda, su equipo le serviría de aviso. Por favor, dile que simplemente es una comunicación indirecta entre él y yo.
La respuesta del muchacho tardó mucho más en llegar de lo que se explicaría por el retraso de la luz. Seguramente estaba cumpliendo con la petición, sin molestarse en dar el enterado. El capitán decidió no darle importancia al asunto; Hoffman era muy joven. Había muchas más cosas que necesitaban atención, y se ocupó de ellas hasta que la voz de Benj llegó una vez más al puente.
—He estado en contacto con Stak y le he dicho lo que me pediste. Prometió tener cuidado, pero todavía no está muy lejos del Kwembly, entre las piedras; recuerda que desaparecen un poco corriente arriba. Creo que todavía están dentro de los límites del mapa, aunque en realidad no puedo distinguir un metro cuadrado de otro en ese jardín de rocas. Se trata de planicies de hielo, o de hielo del que sobresalen rocas, u ocasionalmente de rocas sin hielo entre ellas. No veo cómo pueden buscar de forma efectiva. Aunque trepen a las rocas más altas, hay muchas otras que bloquean la vista por detrás. Los helicópteros no son muy grandes, y vosotros los mesklinitas, más pequeños.
—Pensamos en ello cuando enviamos al grupo —replicó Dondragmer—. Una búsqueda entre las piedras realmente efectiva será casi imposible si los desaparecidos están muertos o inconscientes. Sin embargo, como tú mismo dices, las piedras se convierten en roca desnuda a corta distancia de aquí; en cualquier caso, es posible que Kerv o Reffel puedan contestar a las llamadas o pedir ayuda ellos mismos. Por la noche es más fácil ser oído que ser visto. Además, la causa de su desaparición quizá sea mayor o más fácil de localizar.
El capitán tenía una idea bastante clara sobre cómo reaccionaría Benj ante la última frase. No le faltaba razón.
—Encontrar la causa perdiendo otro grupo no nos haría adelantar mucho.
—Sí, si en realidad nos enterásemos de lo que ha pasado. Por favor, Benj, continúa en contacto con el grupo de Stakendee. Voy a atender otros asuntos. Tú siempre sabrás lo que pase medio minuto antes que yo. Supongo que esos segundos no importarán mucho, pero por lo menos estás más cerca de Stak que yo en el tiempo.
«Además, tengo que salir al exterior. El trabajo de sacar la barra del casco está llegando a un punto peligroso. Traeré uno de los equipos al exterior para estar en contacto más cercano contigo, pero no te podré oír bien a través de un traje. El volumen de vuestros comunicadores no es muy impresionante. Te llamaré cuando esté de nuevo dispuesto; no hay nadie a mano para dejarlo aquí de guardia. Mientras tanto, por favor, no dejes de observar lo que le suceda a Stakendee. Anótalo en la forma que halles más conveniente.
El capitán esperó lo suficiente para recibir el enterado de Benj, que esta vez llegó antes de ponerse su traje y dirigirse a la escotilla. Prefiriendo trepar más bien por el interior que por el exterior, subió por las rampas hasta el puente y utilizó la pequeña escotilla en la parte superior del casco: una tubería de forma de U, llena de amoníaco líquido, lo suficientemente grande para un cuerpo mesklinita. Dondragmer corrió, levantó la cubierta interior y penetró en un estanque líquido de tres galones, mientras la cubierta se cerraba sobre él por su propio peso. Siguió la curva hacia abajo y de nuevo hacia arriba, saliendo a la superficie a través de una cubierta similar en la parte exterior del Kwembly.
Ante el suave plástico del casco deslizándose hacia abajo en todas direcciones, excepto a sus espaldas, se sintió algo tenso, pero hacía mucho que había aprendido a controlarse incluso en los lugares elevados. Sus pinzas volaban de un estribo a otro mientras retrocedían hasta el lugar donde los pocos empalmes que quedaban en el refrigerador todavía estaban intactos. Dos de ellos eran los contactos eléctricos que se extendían a lo largo del casco y, por tanto, eran los que preocupaban más a Dondragmer. Los otros, como había esperado, estaban desprendiéndose cual si fuesen clavos de la superficie del vehículo; pero estos últimos tendrían que ser cerrados de forma que más tarde pudieran conectarse de nuevo. Empalmar y soldar eran actos que Dondragmer conocía únicamente en teoría. Sabía que cualquiera que fuese el procedimiento a utilizar, se necesitarían seguramente unos fragmentos que sobresaliesen del casco como punto de partida. El capitán quería estar particularmente seguro de que el corte tendría esto en cuenta.
El acto mismo de cortar, según se le había dicho, no sería un problema para las sierras de los mesklinitas. Seleccionó cuidadosamente los puntos donde iba a hacer los cortes e hizo que dos de sus marineros se dedicasen a la tarea. Avisó al resto para que se apartasen cuando la barra estuviese suelta. Esto no sólo quería decir que bajasen a la superficie, sino también que se alejasen del casco. La idea era bajar el metal al lado de la compuerta, una vez estuviese suelto, pero Dondragmer era prudente en cuanto a pesos, y sabía que la barra podría no esperar a que la bajasen. Hasta un mesklinita lamentaría encontrarse debajo cuando descendiese desde la parte superior del casco, por débil que les pareciese la gravedad de Dhrawn.
Todo esto había llevado la mayor parte de una hora. El capitán se preguntaba sobre el progreso del grupo a pie, pero antes tenía que examinar otra parte del proyecto de deshielo. Volvió a entrar en el vehículo y buscó el laboratorio, donde Borndender estaba preparando una unidad energética que se ajustase a la improvisada resistencia. En realidad no había mucho que hacer; enchufes polarizados, uno en un extremo del bloque y otro en el opuesto, proveerían la corriente directa si la barra podía ser introducida en los agujeros, y cualquier cambio que fuese necesario para hacerlos ajustar tendría que hacerse más en la propia barra que en el generador. Sólo se necesitó un momento para aclararle esto al capitán, quien, mirándolo, decidió que el científico tenía razón y se dirigió apresuradamente al puente. Sólo cuando llegó allí e intentó llamar a Benj comprendió que nunca se había sacado el traje; hablar a Borndender a través del traje era una cosa; hablar por radio con un ser humano, otra muy distinta. Se desvistió lo suficiente para que su aparato sifónico vocal quedase al descubierto, y habló otra vez:
—Ya he vuelto, Benj. ¿Le ha pasado algo a Stakendee?
Mientras esperaba la respuesta terminó de sacarse el traje, lo alisó y lo colocó cerca de la escotilla del centro. Aquél no era su sitio, pero no había tiempo para bajarlo al armario junto a la escotilla principal y volver antes de que llegasen las palabras de Benj.
—Nada realmente importante, a juzgar por lo que sé, capitán —llegó la voz del muchacho—. Han caminado bastante, aunque no puedo saber cuánto. Unos cinco kilómetros quizá desde que os marchasteis, pero es una suposición. No ha habido señales de ninguno de los vehículos. Lo único que hemos visto que pudiera haber afectado a cualquiera de ellos ha sido una nube de vez en cuando a unos cuantos cientos de metros de altura, que se dirige en dirección al Kwembly; por lo menos eso fue lo que Stak supuso. Yo no puedo verlo bien. Supongo que si accidentalmente se penetra en una gran nube uno puede desorientarse, o caso de ir bajo, estrellarse antes de poder enderezar el rumbo; en tales cacharros no hay ningún instrumento para volar a ciegas, ¿verdad? Es difícil creer que les haya pasado eso. Por supuesto, si estaban mirando al suelo, en lugar de atender su vuelo…; pero Stak dice que ninguna de las nubes que hemos visto hasta ahora es lo suficientemente grande como para que tuviesen tiempo de perder el rumbo.
Dondragmer se inclinaba a compartir esta duda sobre la responsabilidad de las nubes; habría dudado de ellos incluso si no tuviese un motivo para otra opinión. Una mirada hacia arriba mostró que ninguna nube había alcanzado todavía al Kwembly. Puesto que Benj acababa de decir que las nubes venían hacia el vehículo, las que Stakendee había visto debían constituir la avanzadilla de la formación y encontrarse mucho más al oeste cuando los helicópteros volaron. Esto quizá no valiese para el caso de Kervenser. Él podría haber llegado muy lejos del Kwembly. Tampoco era probable que Reffel las hubiese encontrado. Dondragmer volvió a atender a Benj, que no se había detenido a esperar una contestación. —Stak dice que el lecho del torrente tiene una pendiente hacia arriba, pero no me dijo cómo lo supo; sólo que habían subido varios metros desde que abandonaron al Kwembly.
Dondragmer pensó que era debido al cambio de presión; siempre se notaba más con los trajes. Simplemente el trepar por el casco provocaba una tensión diferente, que podía ser observada en el traje. Además, la corriente que había llevado el vehículo allí había fluido con bastante rapidez; su pendiente debía de ser bastante grande, aun teniendo en cuenta la gravedad de Dhrawn.
—El único cambio verdadero es la naturaleza del terreno. Están muy lejos de las piedras. En su mayor parte es roca desnuda, con fragmentos de hielo en las cavidades.
—Gracias, Benj. ¿Han averiguado algo tus meteorólogos sobre la posibilidad de otra riada?
El muchacho se rió, aunque el sonido no tenía mucho significado para el mesklinita.
—Me temo que nada. El doctor McDevitt no puede estar seguro. El doctor Aucoin se quejó de ello hace un rato, y mi jefe se marchó. Dijo que en la Tierra los hombres habían necesitado un par de siglos antes de poder hacer pronósticos seguros con diez días, únicamente con un componente variable, el agua, y con las medidas de todo el planeta accesibles. Cualquiera que espere perfeccionar en un par de años los pronósticos en un mundo tan grande como Dhrawn cuando conocemos un área del tamaño de un patio grande, y encima con dos variables y un radio de temperaturas que va de los cincuenta a más de mil grados Kelvin, debe creer aún en la magia. Dijo que teníamos suerte de que el clima no hubiese producido campos de hielo que se convirtieran en pantanos al bajar la temperatura y en tormentas de lluvia de dos metros de profundidad con aire claro en la parte inferior, pero congelando la parte superior de los vehículos, y cuarenta cosas más que su computador arroja cada vez que cambia otra variable. Fue divertido ver al doctor Aucoin intentando calmarlo. Generalmente sucede al contrario.
—Lamento no haber estado allí para oírlo. Pareces divertido —replicó el capitán—. ¿Le dijiste algo a tu jefe sobre las nubes que Stakendee ha visto?
—Oh, ciertamente. Se lo he dicho a todo el mundo, aunque ha sido hace sólo unos minutos, y todavía no han vuelto con nada. Realmente no esperaría que lo hiciesen, capitán; no hay suficiente información detallada de la superficie para una interpretación, sin hablar de un pronóstico. Sin embargo, hubo algo. El doctor McDevitt estaba muy interesado en averiguar cuántos metros había ascendido el grupo de Stak, y dijo que si las nubes que había visto todavía no habían alcanzado al Kwembly, quería saber el momento en que lo harían tan exactamente como fuera posible. Lo siento; debería haberlo dicho antes.
—No importa —replicó Dondragmer—. El hielo aquí todavía está claro. Te haré saber el momento en que vea alguna nube. ¿Quiere decir esto que cree que llega otra niebla como la que precedió la última riada?
A pesar de sus defensas innatas contra la preocupación, el capitán esperó con alguna ansiedad el minuto siguiente.
—No lo dijo y no lo hará. Se ha equivocado muchas veces. No se arriesgará otra vez, si lo conozco un poco, a menos que se trate de avisarte de un peligro muy probable. ¡Espera! Hay algo en la pantalla de Stak.
Las muchas piernas de Dondragmer se tensaron.
—Voy a ver. Sí, todos los hombres de Stak, excepto uno, están a la vista, y ése debe estar soportando el extremo de atrás del aparato, porque todavía se mueve. Hay otra luz delante. Es más brillante que las que nosotros llevamos; por lo menos a mí me lo parece, aunque no puedo decir a qué distancia se encuentra. No estoy seguro de que la gente de Stak la haya visto, pero supongo que sí; dijiste que vuestros ojos son mejores que los receptores. Madre, ¿quieres venir aquí? ¿Deberíamos llamar a Barlennan? Estoy informando a Don. Sí, Stak la ha visto y su grupo se ha parado. La luz tampoco se mueve. Stak tiene puesto el volumen de sonido, pero no puedo oír nada que signifique algo para mí. Han bajado el transmisor y se están desplegando delante de él; ahora puedo ver a los seis. El terreno es casi llano, sólo con un trozo de hielo de vez en cuando. No hay rocas. Ahora los hombres de Stak han apagado sus luces, y no puedo ver nada, excepto la nueva. Se hace más brillante, pero supongo que se trata de que las células del receptor reaccionan ante un campo más oscuro. No puedo ver nada a su alrededor; parece un poco neblinosa, si acaso. Algo la ha bloqueado por un momento; no, se ve otra vez. Pude observar lo suficiente de una silueta para estar bastante seguro de que era uno del grupo de rescate; debe haberse levantado para poder contemplar mejor. Ahora puedo oír unos gritos, pero no entiendo ninguna palabra. No comprendo por qué… Espera. La gente de Stak ha vuelto a encender sus luces. Dos de ellos vienen hacia el aparato; lo recogen y lo llevan hacia delante en dirección al resto del grupo. Todas las luces están delante de ellos; así que ahora puedo ver bastante bien. Hay niebla a un metro, quizá a pocos centímetros; la nueva luz está dentro de ella. No puedo juzgar todavía a qué distancia. El terreno no tiene marcas que ayuden; sólo roca desnuda con seis mesklinitas aplastados contra ella, además de luces y una línea negra que podría ser roca de diferente color, o quizás un pequeño arroyo que se dirige a ellos desde la izquierda y desaparece de mi vista por la derecha. Ahora tengo una vaga sensación de movimiento alrededor de la luz. Quizá sea la luz de un helicóptero. No sé dónde están colocadas, ni a qué distancia del suelo se encuentran cuando la máquina está aparcada, ni lo brillantes que puedan ser.
«Ahora se ve mejor. Sí, algo se mueve. Viene hacia nosotros, sólo un punto negro en la niebla. No lleva ninguna luz. Si mi suposición de la distancia es correcta —que probablemente no lo sea—, es del mismo tamaño de los mesklinitas. Quizá sea Kervenser o Reffel.
»Sí. Casi estoy seguro que es un mesklinita, pero todavía se encuentra demasiado lejos para que yo lo reconozca. De todas formas, no puedo afirmar que reconocería a esos dos. Está cruzando esa línea; debe ser un arroyo; algo de líquido ha pasado durante medio segundo por el camino de la luz; ahora está solo a unos cuantos metros, y los otros se reúnen con él. Están hablando, pero no lo bastante alto para que yo lo entienda. El grupo le rodea, y no puedo reconocer a nadie. Si viniesen un poco más cerca, les preguntaría quién es; pero supongo que de todas formas informarán muy pronto, y no puedo hacer que me oigan a través de los trajes, a menos que estén justo al lado del aparato. Ahora vienen todos hacia aquí. El grupo se divide; dos de ellos están justo delante del aparato; supongo que son Stakendee y el que acaba…
Fue interrumpido por una voz a su lado. Alcanzó no sólo su oído, sino tres micrófonos abiertos y, a través de ellos, tres diferentes receptores de Dhrawn, donde provocó tres reacciones muy diferentes.
—¡Kabremm! ¿Dónde has estado todos estos meses? —preguntó Easy.
XI. JUGANDO CON CABLES
En realidad, no fue por completo culpa de Kabremm, aunque Barlennan tardó mucho en perdonarle. El transmisor había estado lejos de las luces. Cuando el recién llegado encontró al grupo de Stakendee, no había podido verlo; después no lo había advertido; no lo reconoció hasta que estuvo a menos de un metro. Incluso entonces no se preocupó demasiado; todos los seres humanos le parecían iguales. Supuso que su propia gente parecería por lo menos tan indistinguible a los ojos de los humanos, y aunque deliberadamente no se hubiese puesto a la vista, una retirada repentina o cualquier intento de ocultarse hubiese sido mucho más sospechoso que permanecer tranquilamente donde estaba.
Cuando la voz de Easy salió del micrófono con su nombre, era sesenta y cuatro segundos demasiado tarde para hacer nada. Stakendee, cuya respuesta refleja ante el sonido fue avanzar hacia el obturador sobre el equipo visual, comprendió a tiempo que esto sólo empeoraría las cosas. Lo que tendrían que hacer no estaba claro para ninguno de ellos. Ninguno era un experto en intrigas, aunque Mesklin no era más inocente en cuestión de supercherías políticas que en variedad comercial. Ninguno resultaba particularmente rápido de mente. Al contrario de Dondragmer, ambos apoyaban con entusiasmo el engaño sobre el Esket, comprendiendo que cualquier cosa que hiciesen o dejasen de hacer, en relación a este error, probablemente chocaría con lo que pudiesen efectuar Barlennan o Dondragmer. La coordinación era imposible.
Stakendee pensó, después de algunos segundos, en intentar dirigirse a Kabremm como si fuese uno de los desaparecidos Reffel o Kervenser, pero dudaba que pudiese conseguirlo. La señora Hoffman debía de haberlo reconocido con bastante seguridad para haber hablado tan enfáticamente como lo había hecho, y la respuesta de Kabremm no era probable que sirviese de nada. Seguramente no conocía el status de ninguno de los hombres desaparecidos.
El ser humano no había dicho más después de la pregunta; debía estar esperando una contestación. ¡Qué habría visto entre el momento que terminó de hablar y aquel retraso!
Barlennan también había oído el grito de Easy, y se encontraba exactamente en el mismo conflicto. Sólo podía hacer suposiciones sobre la presencia de Kabremm en un lugar cerca del Kwembly, aunque el incidente del corte de comunicaciones de Reffel le había preparado para algo semejante. Únicamente uno de los tres dirigibles era utilizado en el vuelo regular entre el emplazamiento del Esket y la colonia; los otros estaban bajo el control de Destigmet, generalmente explorando. Sin embargo, Dhrawn era lo bastante grande como para que la presencia de uno de ellos en los alrededores del Kwembly fuese una gran sorpresa.
Sin embargo, parecía haber sucedido. Era simplemente mala suerte, resumió Barlennan, aumentada por el hecho de que el único ser humano en todo el universo que posiblemente podía reconocer a Kabremm de vista se había encontrado en un puesto donde podía verle cuando ocurrió el desliz. Por tanto, los seres humanos sabían ahora que la tripulación del Esket no había sido suprimida. No se había pensado nada, en caso de un descubrimiento semejante. No existía ninguna historia planeada y ensayada que Barlennan pudiese suponer que Kabremm utilizaría. Quizá Dondragmer haría algo; podía suponerse que haría todo lo que pudiese, sin tener en cuenta lo que pensaba de todo el asunto, pero era difícil ver qué podía hacer. El problema estaba en que el propio Barlennan no tendría idea de lo que Dondragmer habría dicho y no sabría qué decir cuando las preguntas se dirigiesen a la colonia, como sucedería con seguridad. Probablemente la práctica más segura era afirmar una completa ignorancia y pedir honradamente un informe de Dondragmer tan completo como fuese posible. Al menos, el capitán evitaría que Kabremm, quien se había estado haciendo el desentendido, estropease todo el tinglado.
Fue afortunado para la paz de mente de Barlennan que no comprendiese dónde había sido visto Kabremm. Unos cuantos segundos antes de su grito de reconocimiento, Easy le había dicho que Benj estaba informando de algo desde una pantalla del Kwembly, o habría supuesto que Kabremm había penetrado inadvertidamente dentro del campo visual de un comunicador del Esket. No conocía detalles sobre el grupo de búsqueda de Stakendee, por lo cual supuso que el incidente había ocurrido en el Kwembly, y no ocho kilómetros más lejos. Teniendo en cuenta las circunstancias, ocho kilómetros eran tan malos como ocho mil; la comunicación entre los mesklinitas que no estuviesen en un radio capaz de permitir oírse a gritos, tenía que pasar por los humanos; Dondragmer no se encontraba en mejor posición de cubrir el error de lo que estaba el propio Barlennan. Sin embargo, el capitán del Kwembly se las arregló para hacerlo de forma completamente casual.
El también había oído la exclamación de Easy mejor que Barlennan, en vista de la posición de la mujer entre los micrófonos. Sin embargo, para él resultaba poco más que una distracción, porque su mente estaba completamente absorta con unas palabras que Benj había pronunciado unos cuantos segundos antes. De hecho, se sintió muy molesto; por ello hizo algo que todo el mundo con cierta experiencia en la comunicación Dhrawn-satélite había aprendido a no hacer hacía tiempo. Había interrumpido, enviando una llamada urgente a la estación mientras Benj todavía hablaba.
—¡Por favor! Antes que nada decidme más sobre ese líquido. Por lo que has dicho, tengo la impresión de que hay un arroyo corriendo por el lecho del río delante del receptor visual de Stakendee. Si es así, envía estas órdenes inmediatamente; Stak, con dos hombres para llevar el comunicador, va a seguir inmediatamente ese arroyo corriente arriba, manteniéndote informado sobre su naturaleza y a mí a través de ti; particularmente si está creciendo. Los otros tres van a seguirlo para averiguar su proximidad al Kwembly; cuando se hayan asegurado de esto, que vuelvan rápidamente con la información. Más tarde me interesaré por el que habéis encontrado. Me alegra que haya aparecido uno de ellos. Si este riachuelo es el principio de la próxima riada, tendremos que detener todo lo demás, sacando el equipo de soporte vital fuera del vehículo y del valle. Por favor, comprueba esto y transmite a Stakendee dichas órdenes ahora mismo.
Esta petición comenzó a llegar justo cuando Easy empezó su frase y mucho antes de que Kabremm o Barlennan pudiesen haber replicado. Mersereau y Aucoin continuaban ausentes; por tanto, Benj no vaciló en pasar las órdenes de Dondragmer. Easy, después de un segundo o dos de pensamiento, almacenó la cuestión de Kabremm y transmitió la misma información a Barlennan. Si Don consideraba que la situación era de emergencia, ella estaba dispuesta a aceptar su opinión; él estaba en el lugar de los hechos. Sin embargo, no apartó los ojos de la pantalla que mostraba la imagen de Kabremm. Su presencia todavía necesitaba una explicación. En este punto, ella también ayudó a Barlennan sin darse cuenta. Después de completar la transmisión de las órdenes de Dondragmer, añadió un informe propio que clarificó mucho la situación al comandante.
—No sé lo informado que te encuentras, Barl; han estado pasando cosas bastante repentinamente. Don envió un grupo a pie con un comunicador para buscar a Kervenser y Reffel. Este era el grupo que encontró el arroyo que está preocupando tanto a Don, y a la vez dio con Kabremm. No sé cómo llegó allí, a miles de kilómetros del Esket, pero conseguiremos su historia y te la transmitiremos tan pronto como sea posible. A veces me he preguntado si él o alguno de los otros estaban vivos, pero nunca tuve verdaderas esperanzas. Sé que el equipo de soporte vital en los vehículos es supuestamente portátil, en caso de que los vehículos tengan que ser abandonados; pero no ha habido nunca ninguna señal de que algo haya sido retirado del Esket. Estas noticias serán útiles, además de agradables; debe haber algún medio de que tu gente viva, por lo menos en algunas partes de Dhrawn, sin equipo humano.
La contestación de Barlennan fue un enterado-más-gracias convencional, enviado distraídamente. La última frase de Easy había provocado en su mente una nueva cadena de ideas.
Benj prestó poca atención a las palabras de su madre, puesto que tenía una conversación. Transmitió al grupo de exploración la orden de Dondragmer, vio cómo el grupo se dividía de acuerdo con ella, aunque no pudo interpretar la confusión causada por Kabremm al decirle a Stakendee cómo había llegado allí; después informó sobre el comienzo de la nueva misión al capitán. Sin embargo, continuó el informe con comentarios propios.
—Capitán, espero que esto no necesite todos los hombres. Sé que llevar el equipamiento vital a la ladera significa un montón de trabajo, pero seguramente puedes continuar con la tarea de derretir el Kwembly. No vas a abandonar el vehículo, ¿verdad? Beetch y su amigo todavía están debajo; no puedes abandonarlos. No se necesitarán muchos hombres para hacer funcionar el calentador, me parece a mí.
Para entonces, Dondragmer se había formado una idea básica bastante clara sobre la personalidad de Benj, aunque algunos aspectos detallados estaban fundamentalmente más allá de su comprensión. Contestó con el mayor tacto que pudo.
—Ciertamente no abandonaré el Kwembly mientras haya una probabilidad razonable de salvarlo —dijo—, pero la presencia de líquido a sólo unos cuantos kilómetros de distancia me fuerza a suponer que el riesgo de otra riada es ahora muy alto. Mi tripulación, como grupo, está primero. La barra de metal que hemos cortado del casco descenderá al suelo en unos cuantos minutos más. Respecto a este hecho, sólo Borndender y otro hombre quedarán para ocuparse del calentador. Todos los demás, excepto, por supuesto, la cuadrilla de Stakendee, comenzarán inmediatamente a llevar las cisternas de las plantas y las luces al borde del valle. No quiero abandonar a mis timoneles, pero si llegasen noticias ciertas de que se acerca bastante agua, todos nos dirigiremos a un terreno más elevado, hayan sido encontrados o no los desaparecidos. Supongo que no te gusta la idea, pero estoy seguro de que comprendes por qué no hay otro rumbo posible.
El capitán quedó en silencio, sin saber ni importarle mucho si Benj tenía una contestación para eso; había muchas más cosas que considerar. Permaneció mirando cómo la pesada barra de metal (si las ideas de todos funcionaban, iba a ser un calentador) era descendida hacia el costado de estribor del Kwembly. Le ataron unos cables pasados por los estribos de sujeción por unos hombres sobre el hielo, que iban soltando cuidadosamente el cable bajo las órdenes de Proffen. Colgado sobre el panel de la compuerta del helicóptero, con su extremo delantero llevado a diez centímetros, Proffen vigilaba y ordenaba por medio de gestos, mientras la parte de estribor de la larga barra metálica se deslizaba con lentitud apartándose de él y el otro lado se aproximaba.
Dondragmer se estremeció ligeramente cuando el marinero estuvo a punto de ser barrido del casco por la plateada aleación, pero Proffen la dejó pasar bajo él con bastantes de sus patas sobre el plástico todavía y, por lo menos, tres pares de pinzas sujetando los estribos. Cuando este riesgo personal terminó, dejó que los hombres de los cables trabajasen un poco más rápido; les llevó menos de cinco minutos posar la barra sobre el hielo.
Dondragmer se había vuelto a poner su traje durante la última parte de la operación, y había salido otra vez al casco, desde donde gritó varias órdenes. Todos los que se encontraban fuera se dirigieron obedientemente a la escotilla principal para comenzar a transferir el equipo de soporte vital; el propio capitán volvió a entrar en el puente para ponerse de nuevo en contacto por radio con Benj y Stakendee.
El muchacho no había dicho nada durante el descenso de la barra, realizado a la vista del comunicador del puente. Lo que él podía ver no necesitaba explicaciones. Se sentía un poco infeliz ante la desaparición de la tripulación después de aquello, puesto que Dondragmer tenía razón. A Benj no le gustaba la idea de que todo el grupo fuese utilizado en la operación de abandono del vehículo. La emergencia de dos mesklinitas con un generador le proporcionó algo que ver, además de la lenta ascensión de Stakendee corriente arriba en la pantalla adyacente.
Benj no sabía cuál de los dos era Borndender. Sin embargo, sus acciones eran más interesantes que su identidad, especialmente sus problemas con el radiador.
El cable resultaba lo bastante rígido como para conservar bien su forma cuando fue trasladado; ahora se encontraba sobre el hielo en forma muy parecida a como había sido cuando estaba unido al casco, una especie de horquilla larga y estrecha, con una serie de entrantes en ángulo recto cerca del centro, donde había silueteado la compuerta del helicóptero; los extremos cortados habían estado separados medio metros. El componente vertical original de la curvatura, impreso antes por la forma del casco, estaba ahora achatado por la gravedad. La unidad había sido girada durante el descenso, de forma que las grapas que la habían unido al plástico se encontraban ahora señalando hacia arriba; de aquí que hubiese buen contacto con el hielo durante toda su longitud.
Los mesklinitas pasaron unos cuantos minutos intentando enderezarlo; Benj tenía la impresión de que querían colocarlo lo más cerca posible a lo largo del costado del vehículo. Sin embargo, al fin se dieron cuenta de que de todas formas los extremos libres tendrían que estar cerca para poderlos introducir en el mismo generador, de modo que dejaron en paz el cable y arrastraron hasta allí la unidad energética. Uno de ellos examinó cuidadosamente las cavidades en el generador y los extremos del cable, mientras el otro permanecía a su lado.
Benj no podía ver bien la caja, puesto que su imagen en la pantalla era muy pequeña, pero estaba familiarizado con máquinas semejantes. Era una pieza estándar de equipamiento, que había necesitado muy pocas modificaciones para resultar utilizable en Dhrawn. Había varias clases de toma de energía, además del campo rotatorio utilizado para la conducción mecánica. La corriente eléctrica directa que Borndender quería, podía obtenerse de varios sitios; en los lados opuestos del generador había unas placas de contacto, que podían ser activadas, además de varios tamaños diferentes de enchufes bipolares y de simples enchufes monopolares en los lados opuestos de la caja. Las placas hubieran sido lo más fácil de utilizar, pero los mesklinitas, según se enteró más tarde Benj, las habían considerado demasiado peligrosas; escogieron utilizar los enchufes. Esto quería decir que un extremo de la horquilla tenía que penetrar en un extremo de la unidad y el otro en el opuesto. Borndender ya sabía que el cable era un poco grande para aquellos agujeros. Tendría que ser limado, y había llevado consigo las herramientas apropiadas; esto no constituía un problema. Sin embargo, torcer los extremos para que una pequeña parte mirase la una a la otra era una cosa diferente. Mientras todavía trabajaba en este problema, el resto de la tripulación salía de la compuerta principal, cargada con las cisternas hidropónicas, bombas, luces y generadores, y se dirigía hacia la ladera norte del valle. Borndender los ignoró, excepto por una breve mirada, preguntándose al mismo tiempo si podría pedir alguna ayuda.
Las dos inclinaciones de noventa grados que tenía que conseguir no eran sólo un asunto de fuerza. El metal poseía una sección semicircular de un seis milímetros de radio. Benj lo consideraba un cable pesado, mientras para los mesklinitas se trataba de una barra. La aleación era bastante resistente, incluso a ciento setenta grados Kelvin; por tanto, no había riesgo de romperla. La fuerza mesklinita era igual a la tarea. Lo que les faltaba a los dos científicos, que convertía el asunto en una operación, en lugar de en un procedimiento, era tracción. El hielo bajo ellos era agua casi completamente pura, con un modesto porcentaje de amoníaco, no tan por debajo de su punto de fusión o tan alejado de la estructura ideal cristalina del hielo como para haber perdido su carácter resbaladizo. La pequeña área de las extremidades mesklinitas hacía que, a su paso normal, se agarrasen sobre él, lo que combinado con su baja estructura y sus muchas patas impedía que resbalasen andando normalmente alrededor del congelado Kwembly. Ahora bien, Borndender y su ayudante estaban intentando aplicar una gran fuerza lateral, y sus nueve kilos de peso no proporcionaban suficiente sostén para que sus garras se afianzasen. El metal se resistió a doblarse, y los largos cuerpos se aplastaron contra el hielo con la Tercera Ley de Newton en completo control de la situación. La visión era suficiente para que Benj se riese, a pesar de su preocupación, reacción que fue compartida por Seumas McDevitt, quien acababa de bajar del laboratorio meteorológico.
Finalmente Borndender resolvió su problema de ingeniería volviendo al Kwembly y sacando el material de taladrar. Con esto hizo media docena de agujeros en el hielo de medio metro de profundidad. Colocando barras del soporte de la torre del taladro en ellos, consiguió un apoyo para los músculos mesklinitas. Al fin la barra pasó de la forma de una horquilla a la de un compás.
Colocar sus extremos en las cavidades apropiadas fue relativamente fácil. Necesitó un modesto trabajo de elevación para subir el cable a los cinco centímetros de altura de los enchufes, pero aquí no había problemas de fuerza o de tracción, y se hizo en medio minuto. Con alguna duda, visible hasta para los observadores humanos, Borndender acercó los controles de la unidad energética. Los observadores estaban igualmente tensos; Dondragmer no se encontraba completamente seguro de que la operación fuese útil para su vehículo, pues sólo tenía las palabras de los seres humanos sobre esta situación en particular. Benj y McDevitt también tenían dudas sobre la eficacia del calentador.
Sus dudas fueron rápidamente apaciguadas. Los controles de seguridad introducidos en la unidad actuaron correctamente en lo que se refería a la protección de la propia máquina; sin embargo, no podía analizar detalladamente la carga exterior. Permitieron a la unidad suministrar una corriente, no un voltaje, hasta un límite determinado por el control manual. Por supuesto, Borndender lo había colocado en el valor más bajo posible. La resistencia duró durante varios segundos, y quizá lo habría hecho indefinidamente si los extremos no hubiesen estado fuera del hielo. En la mayor parte de la barra todo fue bien. Una nube de cristales de hierro microscópicos comenzó a elevarse en el momento en que llegó la energía, mientras el agua hervía alrededor del cable para helarse de nuevo en el denso y frígido aire. Ocultó la vista de cómo el cable se hundía en la superficie del hielo, pero nadie dudaba que esto era lo que sucedía.
Sin embargo, el último medio metro más o menos a cada extremo de la barra no estaba protegido por los calores latentes y muy específicos del agua. Aquellos centímetros de metal no dieron señales de la carga que llevaban durante unos tres segundos; después comenzaron a brillar. La resistencia del cable naturalmente subió con su temperatura, y en el esfuerzo para mantener una corriente constante, el generador aplicó más voltaje. El calor adicional desprendido se concentró casi por completo en las secciones ya sobrecalentadas. Durante un largo momento un brillo rojo, después blanco, iluminó la naciente nube, haciendo que Dondragmer se retirase involuntariamente al otro extremo del puente, mientras Borndender y su compañero se aplastaban contra el hielo.
Los observadores humanos gritaron, Benj sin palabras, McDevitt en protesta: «¡No puede explotar!» Por supuesto, sus reacciones eran demasiado tardías para significar algo. Para cuando la imagen alcanzó la estación, un extremo del cable se había derretido y el generador se había detenido automáticamente. Borndender, bastante sorprendido de encontrarse con vida, añadió al control automático el manual, y sin perder tiempo en informar al capitán, se dispuso a imaginarse lo que había pasado.
Esto no le llevó demasiado tiempo; era un pensador ordenado, y había absorbido un conocimiento alienígena mucho mayor que el de los timoneles, quienes todavía esperaban, a unos metros de distancia, su rescate. Comprendía la teoría y construcción de las unidades energéticas casi tan bien como un estudiante de escuela secundaria comprende la teoría y la construcción de un aparato de televisión; no podría construir uno por sí mismo, pero sí deducir razonablemente la causa de un fallo importante. Era más químico que físico en lo que se refería a su entrenamiento específico.
Mientras los seres humanos observaban sorprendidos y Dondragmer lo hacía con cierta ansiedad, los dos científicos repitieron la operación de doblar los extremos hasta que lo restante de la resistencia era utilizable otra vez. Con el equipo del taladro hicieron un foso lo bastante grande como para contener el generador en el fondo de la profunda cavidad excavada en el hielo por los primeros segundos de energía. Colocaron el generador en el agujero, conectaron los extremos una vez más y cubrieron todo con trozos de hielo producidos por la excavación, dejando únicamente los controles al descubierto. Después Borndender conectó de nuevo la energía, retirándose esta vez mucho más rápidamente que antes.
La nube blanca volvió a aparecer, pero esta vez creció y se extendió. Envolvió el costado próximo del Kwembly, incluyendo el puente, bloqueando la visión de Dondragmer y de la lente del comunicador. Al ser iluminado por los focos exteriores, atrajo la atención de la tripulación, que se acercaba ya al borde del valle, y de Stakendee y sus hombres, quienes se encontraban kilómetros al oeste. Esta vez todo el cable estaba sumergido en hielo derretido, que hervía como vapor caliente, se condensaba en forma líquida a una fracción de milímetro de distancia, se evaporaba otra vez con mucha menos violencia de la superficie del estanque que se ensanchaba y se condensaba de nuevo, esta vez en forma de hielo en el aire. El humeante estanque, originalmente de unos dos metros de anchura y de una longitud como unas tres cuartas partes de la del Kwembly, comenzó a bajar de nivel respecto del hielo que le rodeaba, pues su contenido era transportado en forma de polvo de hielo por el suave viento con más rapidez de lo que era reemplazado por el deshielo.
Una parte alcanzó el vehículo, y Dondragmer, que pudo verlo gracias a una momentánea hendidura en la tumultuosa niebla, tuvo repentinamente una idea aterradora. Se puso apresuradamente su traje y corrió hacia la puerta interna de la compuerta principal. Aquí vaciló; con la protección del traje no podía sentir si el vehículo se calentaba de forma peligrosa. No había termómetros internos, excepto en el laboratorio. Durante un momento pensó en coger uno; después decidió que sería arriesgado perder el tiempo, y abrió las válvulas de seguridad en la compuerta líquida. No sabía si el calor duraría lo suficiente para hacer hervir el amoníaco de la misma compuerta. El casco del Kwembly estaba muy bien aislado y la filtración sería lenta, pero no sentía deseos de tener dentro de su vehículo amoníaco hirviendo. Esto era un ejemplo de cómo un poco de conocimiento provocaba una preocupación superflua; la temperatura necesaria para llevar la presión del vapor de amoníaco cerca de las medidas ambientales habría hecho que una explosión fuese la última de las preocupaciones para los mesklinitas. Sin embargo, abriendo las válvulas no se hacía daño alguno, y el capitán se sintió mejor como resultado de su acción. Volvió rápidamente al puente para ver lo que había pasado.
Una suave brisa del oeste proporcionaba vistazos ocasionales, al barrer la niebla helada a un lado. Pudo ver que el nivel del estanque derretido era más bajo. Su área había aumentado enormemente, pero al pasar los minutos se hizo evidente que se había alcanzado una especie de límite. A veces veía a sus dos hombres reptando por un lado y otro, intentando encontrar una buena posición para ver lo que pasaba. Finalmente se colocaron casi debajo del puente, con la brisa a sus espaldas.
Durante algún tiempo el nivel del líquido pareció alcanzar un estado constante, aunque ninguno de los observadores podía comprender por qué. Más tarde decidieron que el estanque en expansión había llegado al espacio todavía líquido bajo el Kwembly, que había tardado sus buenos quince minutos en evaporarse. Al final de aquel tiempo las piedras en el lecho del río comenzaron a dejar ver sus partes superiores sobre la burbujeante agua, y el problema de desconectar el generador antes que otra porción de cable resultase destruida se le ocurrió a Dondragmer repentinamente.
Ahora sabían que no había peligro de que el generador explotase; sin embargo, varios centímetros de cable se habían derretido ya, por lo cual iba ser problemático reparar el refrigerador. No podía permitirse que esta situación empeorara, lo que ocurriría si se perdía más metal. Ahora, mientras el nivel del agua alcanzaba las piedras y el cable dejaba de descender con el hielo, el capitán se preguntó de repente si podría llegar a los controles con la suficiente rapidez para impedir la clase de saturación que había ocurrido antes. No malgastó el tiempo maldiciendo mentalmente a los científicos por no haber atado una cuerda a los controles requeridos; él tampoco lo había ideado a tiempo.
Se puso de nuevo su traje y salió por la escotilla del puente. Aquí la curva del casco ocultaba la vista del estanque, y comenzó a descender por los estribos tan rápidamente como podía con aquella pobre visibilidad. Mientras bajaba, gritó urgentemente a Borndender.
—¡No dejes que el cable vuelva a derretirse! ¡Desconecta la energía!
Un grito de contestación, aunque sin palabras, le comunicó que había sido escuchado, pero a través del blanco vacío no llegó ninguna otra información. Continuó bajando hasta alcanzar finalmente el fondo de la curva del casco. Debajo, separada de su nivel por la espesura del colchón y por dos tercios de la altura de las ruedas, se encontraba la superficie del agua, humeando débilmente. Por supuesto, bajo esta presión no hervía activamente, pero estaba caliente incluso por estándares humanos, y el capitán no se hacía ilusiones sobre la capacidad del traje para protegerle. Se le ocurrió un poco tarde que había una probabilidad de que acabase de cocer vivos a sus dos perdidos timoneles. Fue sólo una idea de paso; había trabajo que hacer.
El generador se encontraba muy hacia atrás de su posición actual, pero la superficie más cercana sobre la cual podía caminar estaba delante. Iba a ser un problema llegar hasta la unidad por cualquier lado, ya que seguramente estaría ahora rodeada por agua caliente; pero si iba a ser necesario un salto, los estribos del casco aparecían como el punto menos indicado para un despegue. Dondragmer siguió hacia delante.
Esto le llevó al aire limpio casi de repente, y vio que sus dos hombres habían desaparecido. Seguramente habían comenzado por el lado extremo del estanque con la esperanza de cumplir su orden. El capitán continuó hacia delante, y en un metro o dos vio que era posible descender a suelo firme. Lo hizo así, y se echó a correr tras lo que esperaba fuese el rastro de sus hombres.
Casi de repente tuvo que frenar, pues su carrera lo llevó otra vez a la niebla de hielo. Se encontraba demasiado cercano al borde del estanque para correr riesgos. Mientras caminaba llamó varias veces y se sintió reconfortado al oír que cada grito era contestado por otro. Sus hombres todavía no habían caído.
Les alcanzó casi bajo la popa del vehículo, habiendo bordeado por completo la parte del estanque que no limitaba con el casco. Ninguno de ellos había obtenido nada; el generador estaba no sólo fuera de alcance, sino también fuera de la vista. Saltar hubiese sido una completa locura, aunque los mesklinitas tendían normalmente a pensarlo así. Borndender y su ayudante no lo habían pensado. La idea sólo se le había ocurrido a Dondragmer, a causa de sus extrañas experiencias en la zona ecuatorial de baja gravedad de Mesklin hacía mucho tiempo.
Pero no quedaba mucho tiempo. Mirando por encima del límite del hielo, los tres podían ver las redondeadas cimas de las rocas, separadas por superficies de agua, que se estrechaban mientras ellos miraban. Ahora el cable tenía que estar prácticamente en seco; sólo la casualidad lo hubiese hecho posarse entre las piedras en un punto mucho más bajo que su altura media, con el agua protectora allí. El capitán había estado sopesando los riesgos durante unos minutos; sin dudarlo más y sin dar ninguna orden, saltó sobre el borde y cayó medio metro más abajo encima de la parte superior de una de las rocas.
Era la energía equivalente a la de una caída desde un octavo piso en la Tierra, y hasta el mesklinita se sintió sacudido. Sin embargo, mantuvo su autocontrol. Un grito les dijo a los de arriba que había sobrevivido sin serios daños y les avisó que no le siguieran, en caso de que el orgullo les proporcionase un impulso que ciertamente no les vendría de la inteligencia. El capitán, habiendo dado aquella orden, relegó a los científicos al fondo de su mente y se concentró en el paso siguiente.
La roca más cercana, con suficiente espacio libre para acomodarle, estaba a medio metro, pero por lo menos era visible. Había otra aún mejor, ligeramente apartada, que exponía sólo a seis centímetros cuadrados de su superficie. Dos segundos después de analizar esta situación, Dondragmer estaba medio metro más cerca del generador y buscaba otro punto de apoyo. El solitario centímetro cuadrado de piedra intermedia había sido tocada quizá por cuatro metros, mientras la forma roja y negra de su cuerpo pasaba de ella a la segunda roca.
El próximo paso fue más dificultoso. Resultaba más difícil estar seguro del camino a seguir, puesto que el casco que había proporcionado la orientación era apenas visible; además, no había superficies grandes tan próximas como aquella desde la que venía. Vaciló mirando y planeando; la cuestión quedó resuelta antes de que alcanzase una decisión. El ruido gorgoteante que había continuado durante muchos minutos mientras el agua explotaba en vapor contra el cable caliente y caía casi al instante de nuevo bajo la presión atmosférica de Dhrawn se detuvo abruptamente; Dondragmer supo que llegaba tarde para salvar el metal. Se relajó inmediatamente y esperó donde estaba, mientras el agua se enfriaba, la evaporación se hacía más lenta y la niebla de cristales de hielo se aclaraba. Él mismo se encontraba incómodamente caliente, y más de una vez se sintió tentado de volver por donde había venido; pero la ascensión por medio metro de hielo con agua caliente a sus pies, que formaría parte del viaje, hizo que la tentación fuese fácilmente resistible. Esperó.
Todavía estaba vivo cuando el aire se aclaró y los cristales de hielo comenzaron a crecer alrededor de los bordes rocosos. Se hallaba a unos dos metros del generador, y andando en zig-zag sobre las piedras pudo llegar a él en cuanto vio el camino. Desconectó los controles y luego miró a su alrededor.
Sus dos hombres se habían dirigido ya por el acantilado de hielo hasta un punto al nivel de la curva original del cable; Dondragmer adivinó que debía ser allí donde el metal había vuelto a derretirse.
En la otra dirección, bajo la masa del casco, había una negra caverna no iluminada por las luces del casco. El capitán no sentía muchas ganas de entrar; era muy probable que encontrase allí los cuerpos de los dos timoneles. Su vacilación fue observada desde arriba.
—¿Qué está esperando ahí, junto al generador? —musitó McDevitt—. Oh, supongo que el hielo todavía no es lo bastante sólido.
—Supongo que eso no es todo —el tono de Benj hizo que el meteorólogo apartase rápidamente la vista de la pantalla.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Tienes que saber lo que pasa. Beetch y su amigo estaban ahí abajo. Deben de haber estado. ¿Cómo iban a escapar del agua caliente? Apuesto a que el capitán acaba de pensar en ello; nunca les habría permitido utilizar eso si hubiese visto lo que sucedería, igual que yo. ¿Puedes imaginar lo que le pasó a Beetch?
McDevitt pensó rápidamente. El muchacho no sería convencido, ni siquiera consolado, por nada que no estuviese bien razonado, y los mejores razonamientos de McDevitt sugerían que la conclusión de Benj era probablemente más acertada. Sin embargo, lo intentó.
—Tiene mal aspecto, pero no pierdas la esperanza. No parece que eso se haya derretido por todas partes bajo el casco, aunque podría ser así; en cualquier caso, hay esperanzas. Si lo hizo, podrían haber salido por el otro lado, que no logramos ver; si no lo hizo, podrían haber estado justo en el borde de la zona líquida, donde el hielo los habría salvado. Además, quizá no hayan estado ahí los dos.
—¿Salvarlos el hielo? Creí que habías dicho que se congelaba porque perdía su amoníaco, no porque la temperatura bajase. El hielo en su punto de fusión, cero grados centígrados, mataría de calor a un mesklinita.
—Eso supongo —admitió el meteorólogo—, pero no estoy seguro. No tengo suficientes datos. Admito que quizá tu amiguito haya muerto; pero sabemos tan poco de lo que ha pasado allá abajo, que sería una locura abandonar las esperanzas. Simplemente espera; no podemos hacer nada más a esta distancia. Incluso Dondragmer está ahí. Puedes confiar en que lo comprobará tan pronto como sea posible.
Benj se contuvo e hizo lo que pudo para buscar posibilidades brillantes, pero la vigilancia que se suponía que iba a mantener sobre Stakendee continuó concentrada en la imagen del capitán.
Dondragmer extendió varias veces parte de su longitud sobre el hielo, pero todas las veces volvió a retroceder. Al fin, pareció seguro de que el hielo aguantaría su peso, y centímetro a centímetro se extendió por completo sobre la superficie recién helada. Una vez retirado del generador esperó un momento, como si pensase que algo sucedería; el hielo se mantuvo, y reemprendió su camino hacia el costado del Kwembly. Los seres humanos vigilaban, en tanto que los puños de Benj se mantenían fuertemente apretados, y hasta los hombres estaban más tensos que de costumbre.
No podían oír nada. Ni siquiera el grito que de repente resonó sobre el hielo penetró en el puente y llegó a su comunicador. No podía suponer siquiera por qué Dondragmer se apartó del casco repentinamente, cuando estaba a punto de desaparecer bajo él. Sólo pudieron mirar cómo echaba a correr sobre el hielo hasta un punto determinado por debajo de sus dos hombres, gesticulando excitadamente, indiferente aparentemente a lo que pudiese averiguarse sobre el destino de su timonel, el amigo de Benj.
XII. CALCULO DIRIGIDO
Dondragmer no se mostraba en absoluto indiferente, pero por sus estándares lo normal era concentrar la atención en un asunto nuevo que probablemente requeriría una acción, antes de aclarar uno antiguo donde la acción no serviría de nada. No había olvidado el destino de sus hombres, pero cuando un grito lejano trajo las palabras: «Aquí termina el arroyo», cambió de programa abrupta y drásticamente.
No podía ver de dónde llegaba la voz, puesto que estaba a medio metro por debajo de la superficie general; pero Borndender informó que a un kilómetro podía verse una luz. Siguiendo la orden del capitán, el científico trepó por el casco para obtener una vista mejor, mientras su ayudante continuaba la búsqueda de una cuerda para sacar al capitán de la fosa del hielo. Esto llevó tiempo. Con el cuidado profesional apropiado, los marineros habían vuelto a colocar en su lugar dentro del vehículo los cables utilizados para bajar el radiador, y cuando Skendra, el ayudante de Borndender, intentó llegar a la compuerta principal, la encontró sellada por una capa de hielo que se había formado con un grosor de medio centímetro sobre el lado de estribor del casco, evidentemente motivado por el vapor emitido desde el estanque caliente. Por fortuna, la mayoría de los estribos sobresalían lo suficiente a través del hielo como para poder ser utilizados, de manera que pudo subir hasta la escotilla del puente.
Mientras tanto, Borndender avisó que se acercaban dos luces sobre el lecho del río. Cumpliendo las órdenes del capitán, hizo unas preguntas por encima de los mil metros de distancia que le separaban de las luces, y escucharon cuidadosamente las respuestas; hasta las voces mesklinitas tenían problemas en llevar las palabras claramente a una distancia semejante a través de dos capas de tejido del traje. Cuando Dondragmer pudo salir del agujero, sabía que los hombres que se acercaban eran parte del grupo de Stakendee, que habían sido enviados corriente abajo. Habían llegado al final a menos de un kilómetro del vehículo, pero no pudieron obtener más detalles hasta que el grupo los alcanzó.
Cuando estuvieron allí, los oficiales no pudieron entenderlos bien; la descripción no se parecía a nada familiar.
—El río no varía de tamaño en todo su curso —informaron los marineros—. No tiene afluentes por ningún lado ni parece estar evaporándose. Cuando llega a donde están las piedras, divaga bastante. Entonces comenzamos a encontrar las obstrucciones más fantásticas. Había una especie de dique de hielo con el arroyo corriendo y bordeando uno de sus extremos. Medio cable más allá había otro, y sucedía lo mismo. Era como si parte del líquido se helase cuando se junta con el hielo entre las piedras, pero sólo lo que viene delante. El agua que viene detrás permanecía líquida y continuaba después de bordear el dique hasta que encontraba hielo. Los diques llegan a adquirir medio cuerpo de altura antes que el agua que los sigue encuentre forma de rodearlos. Llegamos al último, que todavía se estaba formando hace unos pocos minutos. Habíamos visto antes la nube brillante que se elevaba sobre el vehículo, y nos preguntamos si deberíamos volver, en caso de que pasase algo; pero decidimos cumplir las órdenes, por lo menos hasta que el río comenzase a alejarnos otra vez del Kwembly.
—Bien —dijo el capitán—. ¿Estáis seguros de que no aumentaba?
—Por todo lo que pudimos ver, no.
—De acuerdo. Quizá tengamos más tiempo de lo que pensé y lo que está pasando no sea un preludio de lo que nos trajo aquí, aunque me gustaría saber por qué el líquido se congela de una forma tan extraña.
—Sería mejor que lo comprobásemos con los seres humanos —sugirió Borndender, quien tampoco tenía idea sobre el asunto, pero que prefería no decirlo claramente.
—Bien. Ellos querrán medidas y análisis. Supongo que no habréis traído una muestra del río —dijo, más que preguntó, a los recién llegados.
—No, señor. No teníamos dónde llevarla.
—Bien. Born, coge unos recipientes y tráete algo; analízalo tan bien y rápidamente como puedas. Uno de estos hombres te guiará. Volveré al puente e informaré a los seres humanos. El resto coged herramientas y romped el hielo, de forma que la compuerta principal pueda ser utilizada.
Dondragmer dio por terminada la conversación, comenzando a trepar por el casco cubierto de hielo. Mientras lo hacía, transmitía señales hacia el puente, suponiendo que estaba siendo observado y quizá reconocido.
Benj y McDevitt habían conseguido seguir su rastro, aunque para ninguno era fácil diferenciar a los mesklinitas. Cuando llegó al puente, esperaron con ansiedad para oír lo que había sucedido. Benj, en particular, estaba mucho más tenso desde que la búsqueda bajo el vehículo había sido interrumpida; quizá, después de todo, los timoneles no habían estado allí; quizá se encontrasen entre los recién llegados, que habían interrumpido la búsqueda…
Aunque McDevitt era un hombre tranquilo por naturaleza, hasta él se estaba impacientando cuando la voz de Dondragmer alcanzó la estación.
El informe alcanzó al meteorólogo, aunque no sirvió de consuelo a su joven compañero. Benj quería interrumpir con una pregunta sobre Beetchermarlf, pero sabía que sería inútil; y cuando el relato del capitán terminó, McDevitt comenzó inmediatamente.
—No se trata más que de una suposición, capitán, aunque quizá tu científico podría afianzarla cuando analice esas muestras. Parece posible que el charco a vuestro alrededor haya sido originariamente una solución de agua y amoníaco que se congeló no a causa de un descenso en la temperatura, sino porque perdió gran parte de su amoníaco y su punto de congelación subió. La niebla a vuestro alrededor antes de que todo este problema comenzase allá en el campo nevado era amoníaco, según tus científicos. Supongo que venía de las regiones más frías al oeste. Sus gotitas comenzaron a reaccionar con el hielo y se derritieron, en parte formando un eutético y en parte liberando calor; incluso antes de que eso sucediese, tú temías algo así, si no recuerdo mal. Eso hizo comenzar la primera riada. Cuando la nube de amoníaco se alejó hacia Low Alfa, la solución a tu alrededor comenzó a perder amoníaco por evaporación, y finalmente la mezcla que quedó estaba por debajo de su punto de congelación. Supongo que la niebla encontrada por Stakendee es más amoníaco y ha proporcionado el material para el riachuelo que descubrió. Cuando la niebla se une con el hielo se mezclan, hasta que la mezcla tiene demasiado amoníaco en disolución para continuar en estado líquido (esto forma los diques descritos por tus hombres) y el amoníaco líquido que continúa llegando tiene que buscar la forma de rodearlos. Sugiero que si puedes encontrar una forma de llevar ese riachuelo hasta tu vehículo y si resultase ser lo suficientemente grande el problema de tu deshielo quedará resuelto.
Benj, que escuchaba a pesar de su humor, se acordó de la cera que fluía de una vela estriada solidificándose primero por una esquina y después por la otra. Se preguntaba si los computadores podrían manejar las dos situaciones por igual, si el amoníaco y el calor eran tratados de la misma forma en los dos problemas.
—¿Quieres decir que no debo preocuparme por una posible riada? —volvió al fin la voz de Dondragmer.
—Creo que no —contestó McDevitt—. Si tengo razón en cuanto a esto, y hemos hablado mucho de ello aquí, la niebla que Stakendee encontró debe haber pasado sobre la planicie nevada de la que viniste, o lo que quede de ella, y si fuese a provocar otra riada, ya debería haberte alcanzado a estas alturas. Sospecho que la nieve que estaba lo suficientemente alta como para desparramarse sobre el paso por el que fuiste arrastrado, fue utilizada en la primera riada. Esa es la razón de que finalmente encallases donde estás. A propósito, creo que conozco la razón de que la nueva niebla no te haya alcanzado todavía. El lugar donde Stakendee la vio está unos cuantos metros más alta que tú, y el viento del oeste sopla pendiente abajo. Con la gravedad de Dhrawn y esa composición del aire habrá un terrorífico efecto foehm (calentamiento adiabático al subir la presión), y probablemente se evapore justo al subir al lugar donde Stakendee la encuentra.
Dondragmer necesitó un rato para digerir esto. Durante unos cuantos segundos después del retraso normal, McDevitt se preguntó si habría sido claro. Después llegó otra pregunta.
—Si la niebla de amoníaco simplemente se evapora, el gas se encontrará allí todavía, y debe estar en el aire a nuestro alrededor. ¿Por qué no está derritiendo el hielo tan efectivamente como si estuviera en gotas líquidas? ¿Está operando alguna ley física que no haya aprendido en el Colegio?
—No estoy seguro si el estado y la concentración justificarían esa diferencia, así de memoria —admitió el meteorólogo—. Cuando Borndender traiga aquí los nuevos datos, los introduciré todos en la máquina para ver si esta suposición nuestra ignora demasiados hechos. Sobre la base de lo que conocemos ahora, continúo pensando que es razonable, aunque admito que hay aspectos nada claros. Hay demasiadas variables; con agua sola son prácticamente infinitas, si me perdonas que emplee la palabra en un sentido amplio. Con el agua y el amoníaco juntos, el número aumenta infinitamente.
«Pasando de lo abstracto a lo concreto, veo la pantalla de Stakendee, y todavía va bordeando ese arroyuelo en medio de la niebla; no ha llegado a la fuente, pero no he visto otros cursos de agua llegando por ninguno de los lados; tiene una anchura de sólo un par de vuestros cuerpos, y ha permanecido así durante todo el tiempo.
—Eso es un alivio —llegó la respuesta—. Supongo que si estuviese en camino una verdadera riada, tal río proporcionaría una indicación. Muy bien, informaré otra vez en cuanto Borndender tenga los datos. Por favor, continúa vigilando a Stakendee. Voy a salir otra vez a registrar bajo el casco. Antes fui interrumpido.
El meteorólogo hubiese querido decir más, pero fue silenciado por la comprensión de que Dondragmer no estaría allí para oír sus palabras cuando éstas llegasen. Quizá sintiese también alguna simpatía por Benj. Miraron ansiosamente. El hombre se hallaba casi tan preocupado como su compañero, y la forma roja y negra aparecía sobre el costado del casco dentro del alcance del receptor. No todo el tiempo fue visible en su camino hasta el suelo, puesto que Dondragmer tenía que avanzar directamente bajo el puente fuera del radio de visión; pero le vieron otra vez cerca de donde el cable que había sido utilizado para sacarle de allí unos cuantos minutos antes estaba todavía atado alrededor de uno de los postes de Borndender.
Miraron cómo se deslizaba por el cable en el interior de la fosa. Un mesklinita colgado de un cable del espesor de un hilo de pescar de tres kilos y capaz de balancearse como un péndulo bajo cuarenta gravedades terrestres es toda una visión, aun cuando la distancia que tenga que trepar no es mucho mayor que la longitud de su propio cuerpo. Hasta Benj dejó de pensar en Beetchermarlf durante un momento.
El capitán no estaba preocupado por el hielo; seguramente se encontraba helado hasta el fondo, y se dirigió directamente hacia el vehículo, sin molestarse en pasar por las piedras. Su paso se hizo más lento al acercarse, mirando la cavidad delante de él pensativamente.
El Kwembly prácticamente continuaba congelado. El área derretida había llegado a unos diez metros por delante y detrás de sus ruedas, pero sobre el colchón, más allá de aquellos límites y por el lado de estribor, había hielo todavía. Incluso dentro de aquel radio, la parte más baja de las cadenas todavía estaba a tres o cuatro centímetros bajo el agua cuando el calentador se había detenido. Los cables de control de Beetchermarlf habían sido liberados, pero no había ningún rastro del propio timonel. Dondragmer no tenía esperanzas de encontrar a ambos vivos bajo el Kwembly; obviamente, si éste fuera el caso, hubieran salido hacía mucho. Tampoco hubiese apostado que encontraría los cadáveres. Al igual que McDevitt, sabía que había la posibilidad de que los tripulantes no se encontrasen bajo el casco cuando se formó el hielo. Después de todo, había habido otras dos desapariciones sin explicar; la suposición de Dondragmer en cuanto a los paraderos de Kervenser y Reffel estaba lejos de ser una sorpresa para él.
Allá abajo estaba oscuro fuera del radio de las luces. Dondragmer todavía podía ver (la respuesta a cambios bruscos de iluminación era adaptación normal al período de rotación de Mesklin de dieciocho minutos), pero se le escaparon algunos detalles. Vio el estado de las dos ruedas, cuyas cadenas habían sido destrozadas por los intentos de los timoneles de huir, las pilas de piedras que habían hecho para intentar retener el agua caliente en un área pequeña, pero no advirtió la rajadura en el colchón, donde los dos habían buscado el refugio final.
Sin embargo, evidenciaba que, por lo menos, uno de los timoneles perdidos había estado allí un rato. Puesto que el volumen helado era evidentemente pequeño, la posibilidad más verosímil parecía ser que, después de hacer el trabajo que podía verse, habían sido atrapados por el hielo al avanzar, aunque era difícil comprender cómo podría haber sucedido esto. El capitán observó rápidamente la caverna de paredes de hielo, examinando al instante las ruedas expuestas por todos los lados. Nunca se le ocurrió mirar hacia arriba. Después de todo, había tomado parte en la construcción del gigantesco vehículo; sabía que más arriba no había dónde ir.
Al fin salió a la luz y al campo de visión del comunicador. Su aparición sólo fue un alivio para Benj. El muchacho había concluido, igual que el capitán, que no podían estar vivos debajo del casco, y había esperado ver a Dondragmer tirando de unos cuerpos. El alivio duró poco, y la pregunta candente continuó: ¿Dónde estaba Beetchermarlf? El capitán salió de la fosa y del campo de visión. Quizá volvía al puente para hacer un informe detallado. Benj, que mostraba claramente los síntomas de la falta de sueño, esperó silenciosamente con los puños apretados, pero la voz de Dondragmer no llegó.
El capitán había planeado decir a los observadores humanos lo que había encontrado, pero en medio de la ascensión por el casco, visible aunque no reconocido, se detuvo para hablar con uno de los hombres que estaba cortando el hielo de la salida principal.
—Sólo sé lo que el humano Hoffman me comunicó que encontrasteis cuando vuestro grupo llegó a esa corriente —dijo—. ¿Hay más detalles importantes? Sé que encontrasteis a alguien en el punto donde comenzaba la niebla, pero nunca supe por Hoffman si era Reffel o Kervenser. ¿Quién era? ¿Han sufrido daños los helicópteros? Justo entonces hubo una interrupción; parece que alguien allá arriba vio a Kabrem en el Esket; después yo mismo intervine porque la corriente que habíais encontrado me preocupaba. Por eso dividí vuestro grupo. ¿Quién era el que encontrasteis?
—Era Kabremm.
Dondragmer estuvo a punto de caerse de los estribos.
—¿Kabremm? ¿El primer oficial de Destigmet? ¿Aquí? Y un ser humano lo reconoció. ¿Fue en vuestra pantalla en donde se le vio?
—Así pareció, señor. Él no vio nuestro comunicador hasta que era demasiado tarde, y ninguno de nosotros pensó por un instante que había una probabilidad de que un ser humano nos distinguiese; por lo menos, no lo pensamos durante el instante en que nosotros mismos nos reconocimos y el momento en que fue demasiado tarde.
—Pero ¿qué está haciendo aquí? Este planeta tiene tres veces el área de Mesklin; hay otros muchos sitios donde ir. Sabía que el comandante acabaría por ser descubierto tarde o temprano, representando esta comedia del Esket ante los seres humanos, pero nunca pensé que tuviese tan mala suerte.
—No es sólo suerte, señor. Kabremm no tuvo tiempo de contarnos mucho. Aprovechamos vuestra orden de explorar la corriente para separarnos y sacarle de la vista del comunicador, pero tengo entendido que este río ha estado causando problemas la mayor parte de la noche. Hay un bloque de hielo a unos cinco millones de cables corriente abajo, no muy lejos del Esket, y una especie de río de hielo se desliza lentamente hacia las tierras calientes. El Esket, las minas y las granjas están en su camino.
—¿Granjas?
—Así las llama Destigmet. En realidad, se trata de una colonia con tanques hidropónicos. Una especie de círculo de soporte vital de gran tamaño, que no tiene que equilibrarse tan estrictamente como los de los vehículos. De todas formas, Destigmet envió a Kabremm en el Gwelf para explorar corriente arriba, esperando averiguar lo que pasaba con el río de hielo. Habían aterrizado a causa de la niebla cuando los encontramos; podrían haber volado sobre ella fácilmente, pero no habrían visto el lecho del río.
—Entonces deben haber llegado después que la riada nos trajo aquí; si estaban examinando el lecho del río, volaron por encima de nosotros. ¿Cómo pudieron no ver nuestras luces?
—No lo sé, señor. Si Kabremm se lo dijo a Stakendee, yo no lo oí.
Dondragmer se arrugó de forma equivalente a un encogimiento de hombros.
—Probablemente lo hizo, y tendría cuidado de permanecer fuera del alcance de los ojos humanos. Supongo que Kervenser y Reffel se encontraron en el Gwelf y Reffel utilizó su obturador para evitar que el dirigible fuera visto por los humanos; pero sigo sin comprender por qué Kervenser, por lo menos, no volvió para informar.
—Me temo que tampoco sé nada —replicó el marinero.
—Entonces el río que nos trajo aquí debe torcer hacia el norte, si conduce al área del Esket.
El otro supuso correctamente que Dondragmer estaba pensando en voz alta, y no hizo comentarios. El capitán caviló en silencio durante otro minuto o dos.
—La gran pregunta es si el comandante oyó también cuando el humano… Supongo que sería la señora Hoffman; ella es la única que nos conoce bien… Llamó a Kabremm en voz alta. Si lo hizo, probablemente pensó que alguien en el Esket se había descuidado, como yo. Vosotros lo oísteis en vuestro aparato y yo en el mío, aunque eso es normal. Ambos son comunicadores del Kwembly, y probablemente todos están en el mismo lugar de la estación. Sin embargo, no sabemos cuándo se comunican con la colonia. He oído que todos sus aparatos de comunicación están en la misma habitación, pero tiene que ser una habitación grande, y los diferentes equipos quizá no estén muy cerca. Barí puede haberla oído o no.
»En resumen, todo esto quiere decir que un ser humano ha reconocido a un miembro de la tripulación del Esket, no sólo vivo mucho después de que se le diese por muerto, sino también a cinco o seis millones de cables del lugar donde supuestamente había muerto. No sabemos lo seguro que dicho ser humano estaba de su identificación, lo bastante seguro como para pronunciar el nombre de Kabremm en alta voz, aunque no como para pasar la noticia a otros humanos sin investigar más. Supongo que, como a nosotros, no les gusta quedar como tontos. Nosotros no sabemos si Barlennan conoce el error; peor aún, no podemos decir que va a contestar cuando comiencen a llegar las preguntas. Su conducta más probable y más segura sería alegar una completa ignorancia, condimentada con asombro y estupefacción, y supongo que lo comprenderá así; pero me gustaría poder hablar con él sin tener seres humanos escuchando.
—¿No sería ignorancia también lo mejor aquí? —preguntó el marinero.
—Quizá —contestó el capitán—, pero no puedo hacerlo. Ya he dicho a los humanos que vuestro grupo había vuelto, y no pude convencerles de que no sucedió nada en absoluto en vuestro viaje. Me gustaría hacer creer a la señora Hoffman que se equivocó de identidad y que vosotros habíais encontrado a Reffel o a Kervenser; pero hasta que encontremos por lo menos a uno de ellos, incluso eso sería difícil de organizar. ¿Cómo reconoció a Kabremm? ¿Cómo nos reconoce a nosotros? ¿Por la distribución del color y la posición habitual de las patas, como sería de esperar? ¿Cómo?
»Y además, ¿qué se ha hecho de esa pareja? Supongo que Reffel halló inesperadamente al Gwelf y tuvo que cerrar su aparato para evitar que los humanos lo vieran; en ese caso, no debería tardar mucho. Me gustaría que se pareciese más a Kabremm. Podría correr el riesgo de afirmar que era Ref el que había visto. Después de todo, la luz se mostraba bastante oscura hasta para esas máquinas, según me imagino la situación; sólo que no sé qué hará Barl. Ni siquiera sé si la oyó o no. Este es el asunto que me ha estado preocupando desde que comenzó lo del Esket; la coordinación tendría que ser difícil por fuerza con toda nuestra comunicación a larga distancia pasando por la estación humana. Si algo así sucediese, como siempre es probable, antes de que desarrollásemos y pusiéramos en funcionamiento nuestros propios sistemas de comunicación, terminaríamos sobre una balsa sin orzas de deriva y con rompientes a sotavento. —Se detuvo y pensó brevemente—. ¿Hizo Kabremm algún arreglo con vuestro grupo en cuanto a futuras comunicaciones cuando quitamos de en medio el aparato?
—No que yo sepa, señor. Vuestras órdenes de separarnos y marchar en direcciones opuestas llegaron antes de decir mucho.
—Muy bien. Tú sigue adelante y yo pensaré en algo.
—Lo que siempre me preocupó —replicó el marinero, mientras reanudaba el ataque al hielo— fue qué pasaría cuando se enterasen de lo que estábamos haciendo. Me digo a mí mismo que no nos abandonarían aquí; no parecen tan firmes, ni siquiera en asunto de negocios; pero podrían hacerlo mientras no tengamos nuestras propias naves espaciales.
—Fue justamente un temor parecido lo que impulsó al comandante a emprender todo el proyecto, como sabes —replicó Dondragmer—. Parecen seres bien intencionados, tan dignos de confianza como lo permite la corta duración de su vida. Yo personalmente confío en ellos tanto como en cualquier otro. Sin embargo son diferentes, y nunca se está completamente seguro de lo que considerarán motivo o excusa adecuados para tomar alguna acción extraña. Esa es la razón por la que Barlennan quería que fuésemos capaces de arreglárnoslas solos en este mundo en cuanto fuese posible y sin que lo supieran. Algunos podrían haber preferido que siguiésemos dependiendo de ellos.
—Lo sé.
—Las minas fueron un gran paso y los dirigibles un triunfo, pero nos falta mucho, mucho aún para poder pasar sin los generadores humanos; y a veces me pregunto si el comandante comprende lo muy por detrás de esas cosas que en realidad estamos.
«Pero charlar no resuelve los problemas. Tengo que hablar otra vez con los seres humanos. Espero que no mencionar a Kabremm no provocará sospechas; por lo menos serán consistentes con el plan de la identidad equivocada, si tenemos que usarlo. Adelante. Hazme una señal cuando la escotilla principal esté libre.
El marinero hizo un gesto de comprensión y complicidad, y al fin Dondragmer llegó al puente.
Había mucho que contar a los seres humanos sin mencionar a Kabremm, y el capitán comenzó en cuanto hubo doblado su traje.
—Por lo menos uno de los timoneles estuvo algún tiempo bajo el casco; probablemente los dos lo estuvieron, pero no pude encontrar rastro de ninguno, excepto lo que habían hecho intentando escapar; no puedo pensar en otra razón para aquel trabajo; ciertamente, no era el trabajo asignado. Rompieron dos de las ruedas en el proceso. Gran parte del espacio está todavía helado, y me temo que estén entre el hielo. Buscaremos más cuidadosamente con luces cuando vuelva la tripulación y tenga hombres disponibles. El agua, o lo que fuese, hervida por nuestro calentador, formó una capa de hielo sobre el casco que ha cerrado la compuerta principal; debemos conseguir su puesta en servicio tan rápidamente como sea posible. Hay mucho equipo que ahora no puede ser llevado al exterior si tuviésemos que abandonar el Kwembly y mucho que no puede ser trasladado dentro porque no pasará por ninguna otra compuerta.
«Además, el uso de ese calentador provocó la fusión de cerca de un cuerpo del cable del radiador. No veo cómo vamos a reparar el refrigerador si conseguimos liberar al Kwembly. Esto quizá no sea de importancia inmediata, pero si conseguimos ponerlo de nuevo en funcionamiento, tendríamos que pensarlo dos veces antes de penetrar profundamente en Low Alfa sin refrigeración. Una de las pocas cosas de las que parecéis estar realmente seguros es de que el área de baja presión es producida por una temperatura alta, seguramente provocada por calor interno, y sé que averiguarlo tiene una gran importancia para vosotros. Prácticamente no hay metal en el vehículo, y una de las pocas cosas que comprendo sobre ese refrigerador es que el radiador exterior tiene que ser un conductor eléctrico. ¿No es así?
El capitán esperó la contestación con algún interés. Confiaba en que los problemas técnicos desviarían el interés de los humanos del asunto del Esket y Kabremm, pero sabía que esto no habría servido si él mismo se hallase al otro extremo de la conversación. Por supuesto, Benj Hoffman era joven; pero seguramente no sería la única persona allí.
Benj contestó; no parecía muy interesado en la tecnología.
—Si crees que están entre el hielo, ¿por qué no baja gente ahora mismo a buscarlos? Podrían estar vivos todavía dentro de esos trajes, ¿no es verdad? Hace un poco dijiste que nadie lo sabía con certeza, pero que por lo menos no se sofocarían. Me parece que cuanto más retrases encontrarlos, menos probabilidades de vivir. ¿No es ése el problema más importante ahora mismo?
La voz de Easy irrumpió antes de que Dondragmer pudiese componer una respuesta; parecía estar hablando a su hijo tanto como al capitán.
—No es lo más importante. El Kwembly es sinónimo de las vidas de todos sus tripulantes, Benj. El capitán no está siendo cruel con sus hombres. Sé lo que sientes por tu amigo, y está muy bien; pero una persona con responsabilidades tiene que pensar, además de sentir.
—Creí que estabas de mi parte.
—Comparto fuertemente tus sentimientos; pero eso no me impide saber que el capitán tiene razón.
—Supongo que Barlennan reaccionaría de la misma forma. ¿Le has preguntado qué tendría que hacer Dondragmer?
—No se lo he preguntado, pero conoce la situación; si no lo crees, ahí está el micrófono. Hazle tu visión del asunto. Personalmente, no creo que piense en corregir a Dondragmer o a cualquier otro capitán de un vehículo en un asunto así, estando él ausente del escenario.
Hubo una pausa mientras Benj buscaba las palabras para refutar esta afirmación; todavía era bastante joven como para creer que había algo inhumano en pensar más de una cosa por adelantado cada vez. Después de unos diez minutos de silencio, Dondragmer dio por sentado que la transmisión de la estación había terminado y que se imponía una réplica.
—La señora Hoffman (creo haber reconocido su voz) tiene toda la razón, Benj. No me he olvidado de Beetchermarlf, como tampoco tú te has olvidado de Takoorch, aunque hasta para mí es evidente que piensas menos en él. Se trata sencillamente de que tengo que considerar más vidas que las suyas. Temo que tendré que dejarle a ella cualquier otra discusión sobre esto. ¿Podrías hacer que alguno de vuestros ingenieros comenzase a pensar en el problema de mi refrigeración, por favor? Probablemente veas a Borndender trepando por el casco con su muestra; el informe sobre la corriente debería estar aquí dentro de unos cuantos minutos. Si el señor McDevitt continúa allí, por favor, que espere. Si se ha marchado, ¿puedes llamarlo?
Según había dicho el capitán, los observadores habían visto a un mesklinita subiendo, aunque ni siquiera Easy había reconocido a Borndender. Antes de que Benj pudiese decir algo, McDevitt contestó:
—Todavía estoy aquí, capitán. Esperaré. En cuanto el análisis esté aquí, lo llevaré al computador. Si Borndender tiene algunos datos que enviar sobre la presión y la temperatura, junto con la información química, serán útiles.
Benj no se sentía feliz, pero hasta él se daba cuenta de que no era el momento para otra interrupción. Además, su padre acababa de entrar en la sala de Comunicaciones, acompañado por Aucoin y Mersereau. Prudentemente se deslizó de su asiento ante la pantalla del puente para dejar sitio al planificador, aunque estaba demasiado enfadado y molesto como para esperar que sus palabras de los últimos minutos, tan malamente escogidas, no fuesen mencionadas. Ni siquiera se sintió aliviado cuando Easy, poniendo al corriente a los recién llegados, no mencionó la cuestión de los timoneles desaparecidos.
Su relato fue interrumpido por la voz de Dondragmer.
—Borndender dice que ha comprobado la densidad y la temperatura de ebullición del líquido de esa corriente; es casi tres octavos de amoníaco y cinco octavos de agua. Dice también que la temperatura exterior es 71, la presión 26,6 atmósferas estándar (nuestro estándar, por supuesto), y el viento ligeramente del noroeste, 21 grados para ser más precisos, a 120 cables por hora. Una ligera brisa. ¿Será eso suficiente para vuestro computador?
—Todo servirá. Me marcho —replicó McDevitt, mientras se levantaba y se dirigía hacia la puerta. Cuando alcanzaba la salida, miró hacia atrás pensativamente, se detuvo y llamó:
—Benj, siento apartarte de las pantallas en este momento, pero creo que sería mejor que vinieses conmigo un rato. Puedes ayudarme a comprobar los datos; después trae aquí, si quieres, el resultado preliminar y díselo a Dondragmer, mientras yo hago la segunda vuelta.
Easy ocultó su aprobación cuando Benj, en silencio, siguió a su superior. Se dividía entre McDevitt por encauzar la atención en una dirección más sana y su hijo por mostrar más autocontrol del que ella había esperado.
Aucoin no prestó ninguna atención al intercambio; todavía estaba intentando aclarar su imagen del estado actual de las cosas.
—Supongo que no ha aparecido nadie del personal desaparecido —dijo—. Muy bien. He estado pensando. Supongo que Barlennan ha sido informado, según decidimos hace unas pocas horas. ¿Ha sucedido algo más que se le haya dicho a él, pero no a mí?
Easy levantó rápidamente la vista, intentando captar pruebas de resentimiento en el rostro del administrador; pero éste pareció no darse cuenta de que sus palabras podían ser interpretadas como una crítica. Ella pensó rápidamente antes de contestar.
—Sí. Hace unas tres horas, Cavanaugh informó que algo pasaba en las pantallas del Esket. Vio un par de objetos resbalando o rodando sobre el suelo del laboratorio de un lado a otro de la pantalla. Yo comencé a vigilar, pero no ha sucedido nada desde entonces.
«Después, una hora más tarde, el grupo de rescate que Don había enviado en busca de los helicópteros perdidos encontró a un mesklinita; por supuesto, nosotros al principio pensamos que sería uno de los pilotos; cuando se acercó al transmisor reconocí a Kabremm, el primer oficial del Esket.
—¿A diez mil kilómetros de donde se supone que murió la tripulación del Esket?
—Sí.
—¿Se lo dijiste a Barlennan?
—Sí.
—¿Qué dijo?
—Nada concreto. Se dio por enterado del informe, pero no ofreció ninguna teoría.
—¿Ni siquiera te preguntó si estabas segura de la identificación, o en qué la basabas?
—No.
—Bien, si no te importa, a mí me gustaría hacerlo. ¿Cómo reconociste a Kabremm y cómo estás segura de que era él?
—Le conocía, antes de la pérdida del Esket, lo bastante bien como para que sea difícil decir lo que no es; sencillamente es distinto en su distribución de color, su postura y su forma de andar, de la misma forma que tú, Ib y Boyd sois distintos.
—¿La luz era lo bastante clara como para apreciar el color? Allá abajo es de noche.
—Había luces cerca del aparato, aunque la mayor parte se encontraban delante de él, dentro del campo visual, y Kabremm estaba casi por completo iluminado por la espalda.
—¿Conoces bien a los dos desaparecidos para estar segura de que no era ninguno de ellos? ¿Sabes si alguno se parece mucho a Kabremm?
Easy se sonrojó.
—Ciertamente no era Kervenser, el primer oficial de Don. Me temo que no conozco a Reffel lo bastante bien como para estar segura; esa posibilidad no se me había ocurrido. Simplemente vi al hombre y grité su nombre casi por un reflejo. Después de eso no pude hacer más que informar; el micrófono de la colonia estaba activado en aquel momento, y Barlennan, o quienquiera que estuviese de guardia, no hubiese podido evitar oírme.
—Entonces ¿hay una razonable probabilidad de que la falta de comentarios de Barlennan fuese un intento cortés para no avergonzarte, no comentando algo que debe haberle parecido un error estúpido?
—Supongo que es posible.
Easy no podía dar más que información. Sabía que su opinión probablemente no era objetiva.
—Entonces creo —dijo Aucoin lenta y pensativamente— que sería mejor que yo mismo hablase con Barlennan. ¿Dices que no ha pasado nada más en el Esket desde que Cavanaugh vio rodar esos objetos?
—Yo no he visto nada. El equipo del puente, por supuesto, enfoca la oscuridad, pero los otros tres están perfectamente bien iluminados, y no han mostrado cambios, excepto ése.
—Muy bien. Barlennan conoce nuestro idioma bastante bien, según mi experiencia, de forma que no te necesitaré para que traduzcas.
—Oh, no; él te entenderá. ¿Quieres decir que preferirías que yo me marchase?
—No, no. De hecho, será mejor que escuches y me avises si crees que podría estar desarrollándose algún error.
Aucoin alcanzó el conmutador del micrófono de la colonia, pero antes de cerrarlo echó una ojeada hacia Easy.
—No te importará que me asegure de la opinión de Barlennan sobre la identificación de Kabremm, ¿verdad? Creo que nuestro mayor problema es qué hacer con respecto al Kwembly, pero me gustaría arreglar también esa cuestión. Después que planteaste el asunto, no me gustaría que Barlennan adquiriese la noción de que estábamos intentando censurar algo, para decirlo con las mismas palabras que empleó Ib en la reunión.
Se apartó y llamó a Dhrawn.
Barlennan se encontraba en la cámara de Comunicaciones de la colonia; así que no se perdió tiempo en llegar hasta él. Aucoin se identificó en cuanto estuvo seguro de que el comandante estaba en el otro extremo, y comenzó su charla.
Easy, Ib y Boyd la encontraron repetitiva hasta molestar, pero tuvieron que admirar la habilidad con que el planificador recalcaba sus propias ideas. Esencialmente, estaba intentando desviar cualquier sugerencia de que se enviase otro vehículo a rescatar al Kwembly, sin sugerir en absoluto algo así. Era un trabajo muy difícil de manipulación del lenguaje, aunque el asunto había sido el más importante en la mente de Aucoin desde la conferencia; así que, aun cuando no se trataba más que de una improvisación, tenía el mérito de una obra de arte, como Ib observó más tarde. Mencionó la identificación de Kabremm por Easy, pero tan fugazmente que ésta casi no reconoció el asunto. No llegó a decir que debía haber sido un error, aunque obviamente no daba importancia al incidente.
Era una pena, como observó Easy más tarde, que una elocuencia tan retocada fuese malgastada completamente. Por supuesto, Aucoin no podía saber, como ningún otro ser humano, que la identificación de Kabremm constituía la principal preocupación de Barlennan en el momento y que durante dos horas no había pensado en otra cosa. Enfrentado con el colapso inminente de su complejo esquema y sin una alternativa preparada, como rápidamente y con vergüenza había comprendido, empleó aquellas horas en pensar furiosa y rápidamente. Cuando Aucoin llamó, Barlennan tenía preparados los primeros pasos de otro plan. Estaba esperando con tanta ansiedad la oportunidad de ponerlo en práctica, que prestó poca atención a las palabras, bellamente seleccionadas, del planificador. Cuando hubo una pausa, Barlennan tenía preparado su propio discurso, el cual tenía asombrosamente poco que ver con lo que acababa de decirse.
La pausa en realidad no había tenido el objeto de dar tiempo a una respuesta; Aucoin se había detenido un momento para revisar mentalmente lo que había dicho y lo que debería decir a continuación. Pero Mersereau le detuvo cuando iba a reemprender la conversación.
—Ese descanso ha sido lo bastante largo como para que Barlennan suponga que has terminado y esperas una contestación —dijo—. Es mejor que esperes. Probablemente ahora ha comenzado a hablar antes de que llegue allí lo que ibas a decir.
Obedientemente, el administrador esperó. Después de todo, una convención era una convención. Estaba preparado para ser sarcástico si Mersereau se equivocaba, pero la voz del comandante mesklinita llegó en el segundo esperado… Ib y Easy pensaron más tarde que antes lo que se hubiesen atrevido a apostar.
—He estado pensando profundamente desde que la señora Hoffman me habló de Kabremm —dijo—, y la única teoría que he podido encontrar es ésta. Como sabéis, siempre ha estado en nuestra mente la posibilidad de que aquí en Dhrawn hubiese una especie inteligente. Tus científicos estaban seguros de que incluso antes del aterrizaje había vida de un alto nivel de organización, a causa del aire rico en oxígeno, según dijeron. Sé que no hemos encontrado nada, excepto plantas sencillas y animales prácticamente microscópicos, pero el Esket se había aventurado en Low Alfa más que ninguno de los otros vehículos y ahí las condiciones son diferentes. Ciertamente la temperatura es más alta, y no sabemos cómo puede cambiar eso otros factores.
«Hasta ahora, la probabilidad de que el Esket se hubiese encontrado con una oposición inteligente era sólo una posibilidad, sin más soporte que cualquier otra idea que pudiésemos tener en la cabeza. Sin embargo, como vuestra propia gente ha señalado repetidamente, ningún tripulante hubiese podido vivir tanto tiempo sin el sistema de soporte del vehículo o algo de ese tipo. Ciertamente no hubiesen podido viajar desde donde se encuentra todavía el Esket, según lo que sabemos, hasta la vecindad de Dondragmer. Me parece que la presencia de Kabremm allí es una evidencia convincente de que la tripulación de Destigmet encontró y fue capturada por nativos de Dhrawn. No sé por qué Kabremm ha podido dar con el grupo de rescate; quizá se escapó, pero es difícil comprender cómo podría haberlo intentado bajo tales circunstancias. Más probablemente ellos le enviaron deliberadamente para hacer contactos. Me gustaría mucho que pasases a Dondragmer esta idea para saber qué opina y para que averigüe lo que pueda por Kabremm si todavía está allí. No me habéis dicho si continuaba con el grupo de rescate o no. ¿Podéis hacerlo?
En el rompecabezas mental de Ib Hoffman, varias piezas encontraron su sitio. Su silencioso aplauso no fue advertido ni siquiera por Easy.
XIII. HECHOS EXTRAÑOS; FICCIÓN CONVINCENTE
Barlennan se sentía muy complacido de sus palabras. No había dicho ni una sola falsedad; lo peor de lo que podría ser acusado era de no pensar claro. A menos que algunos humanos sospechasen ya activamente, no habría ninguna razón para que no pasasen la teoría al capitán del Kwembly, diciéndole así la línea que Barlennan se proponía seguir. Podía confiarse en que Dondragmer seguiría el juego, especialmente si se le transmitía la pista de que quizá Kabremm no estuviese disponible para un interrogatorio. Era mala suerte, por una parte, hacer surgir la «amenaza nativa» mucho antes de lo que hubiese querido, cuando existía un plan mucho mejor: dejar que los humanos la inventasen ellos mismos; pero cualquier plan que no pudiese modificarse para adaptarse a las nuevas circunstancias era un pobre plan, pensaba.
Aucoin se sintió muy sorprendido. Personalmente no tenía ninguna duda de que Easy estaba equivocada, puesto que hacía mucho que había borrado por completo al Esket de su mente; que Barlennan tomase su opinión en serio había sido una mala sacudida. El administrador sabía que Easy era con mucho la persona mejor cualificada en toda la estación para hacer un reconocimiento semejante, pero no había esperado que los propios mesklinitas se diesen cuenta de ello. Se culpó a sí mismo de no prestar una mayor atención a las charlas entre los observadores (especialmente respecto a Easy) y los mesklinitas en los últimos meses. Había perdido el contacto, un pecado mortal en un administrador.
No obstante, no veía razones para denegar la solicitud de Barlennan. Miró a los otros. Easy y Mersereau le miraban expectativamente; la mujer tenía su mano sobre el micrófono selector en el brazo de su sillón, como si fuese a llamar a Dondragmer. Su esposo mostraba en su rostro una semisonrisa que confundió ligeramente a Aucoin por un momento; pero cuando sus ojos se encontraron, Hoffman asintió como si hubiese estado analizando la teoría mesklinita y la hallase razonable. El planificador vaciló un momento más; después habló por su micrófono.
—Lo haremos ahora mismo, comandante.
Asintió a Easy, que al momento cambió su conmutador de selección y comenzó a hablar. Benj volvió cuando ella empezaba, evidentemente rebosante de información, pero se reprimió cuando vio que ya había comenzado una conversación con el Kwembly. Su padre observaba al muchacho mientras Easy retransmitía la teoría de Barlennan, y difícilmente pudo ocultar su diversión. Estaba muy claro que Benj se tragaba toda la idea. Benj era joven, y varios de sus mayores tampoco parecían demasiado críticos.
—Barlennan quiere tus ideas sobre esa posibilidad, y especialmente cualquier información que puedas haber obtenido de Kabremm —concluyó Easy—. Eso es todo… No, espera —Benj había atraído su atención—. Mi hijo ha vuelto del laboratorio de aerología, y parece tener algo para ti.
—El señor McDevitt ha hecho una pasada añadiendo las nuevas medidas a los datos anteriores, y ahora está haciendo una segunda —dijo Benj sin preámbulos—. Según la primera, tenía razón en cuanto al motivo de la fusión y congelación de vuestro lago y la naturaleza de las nubes que encontró Stakendee. Hay más probabilidades que nunca de que la condensación aumente y haga mayor la corriente. Sugiere que compruebes muy cuidadosamente, como ya dijo antes, el momento en que las nubes alcancen al Kwembly. Según ha adivinado, se están evaporando por un calentamiento adiabático, mientras el aire que las lleva baja por la pendiente del terreno. Dice que cuanto más tarde en alcanzarte, peor será la riada cuando lo haga. Yo no comprendo por qué, pero eso es lo que transmite el computador. Insistió en que me asegurase de recordarte que era otro cálculo aproximado, probablemente tan equivocado como cualquiera de los anteriores. Hizo un largo discurso sobre todas las razones que existen para que no pueda estar seguro, pero ya las conoces.
La respuesta de Dondragmer comenzó casi como un eco de la luz; no podrían haber pasado más que un segundo o dos después del final del informe de Benj, decidiendo qué decir.
—Muy bien, Benj. Por favor, dile a Barlennan que su idea suena razonable y encaja, por lo menos, con la desaparición de mis dos helicópteros. No he tenido la oportunidad de obtener la información de Kabremm, si era él. No lo he visto. No ha vuelto al Kwembly. Tú podrías decir mejor que yo si todavía está con Stakendee y con los que fueron corriente arriba. Tomaré precauciones por si el comandante tuviese razón. Si la idea se me hubiese ocurrido antes, seguramente no habría mandado a toda la tripulación a erigir una base de seguridad en la ladera del valle.
»Sin embargo, quizá haga bien. No veo posibilidades de liberar el vehículo a tiempo, y si el señor McDevitt está moderadamente seguro de que va a llegar otra riada, tendremos que acabar de transportarlo todo fuera rápidamente. Si una corriente parecida a la que nos trajo aquí llega hasta el Kwembly mientras está inmovilizado de esa forma, habrá trozos de casco esparcidos durante millones de cables corriente abajo. Cuando mis hombres vuelvan, cogeré una carga más del equipo necesario y abandonaré el vehículo momentáneamente. Nos estableceremos en el borde del valle, y tan pronto como el equipo de soporte vital funcione adecuadamente allí, comenzaré a enviar cuadrillas para trabajar en la reparación del Kwembly, siempre que la riada no esté claramente en camino. Ese es un plan básico firme. Pensaré en los detalles de los trabajos con vuestra ayuda, y si la teoría de Barlennan pide una acción especial, la tomaré, pero no tengo tiempo para discutir la decisión básica. Puedo ver que al norte se mueven unas luces. Supongo que será mi tripulación volviendo. Giraré el aparato para que podáis verlo.
La imagen de la pantalla se agitó; después saltó abruptamente cuando el capitán empujó el transmisor, haciéndole descubrir un tercio de círculo. El resultado no fue una mejora, desde el punto de vista humano; la región iluminada alrededor del Kwembly donde los detalles no sólo podían ser vistos, sino comparados e interpretados, fue reemplazada por una oscuridad casi total, aliviada por unas pocas motas luminosas. Se necesitó una observación cercana y cuidadosa para confirmar la idea de Dondragmer de que se movían. Easy estaba a punto de pedir que la lente fuese devuelta a su posición anterior, cuando Benj comenzó a hablar.
—¿Quieres decir que has abandonado toda esperanza de encontrar a Beetchermarlf, Takoorch y los otros y vas a marcharte dejándolos ahí? Sé que tienes que preocuparte por cien personas más, pero hay veces en que eso parece una excusa bastante pobre para no intentar ni siquiera rescatar a alguien.
Easy se sintió sorprendida y bastante aplanada ante las palabras escogidas por su hijo, y estuvo a punto de interrumpirle con una reconvención, combinada con disculpas a Dondragmer. No obstante, vaciló en un esfuerzo de hallar palabras que hiciesen esto sin violentar sus propios sentimientos. Se parecían mucho a los de Benj. Aucoin y Mersereau no habían seguido la conversación, puesto que los dos se concentraban en Barlennan en la otra pantalla y Benj había pronunciado sus palabras en stenno. Ib Hoffman no mostraba ninguna expresión que un observador pudiese traducir, aunque Easy quizá hubiese detectado rasgos de humor si hubiese mirado hacia él. McDevitt acababa de entrar, pero demasiado tarde para captar algo que no fuese la expresión del rostro de Easy.
La pausa duró demasiado, de forma que esperaron la respuesta de Dondragmer. Esta no reveló molestia en el tono o selección de las palabras, aunque a Easy le hubiese gustado verlo para juzgar su actitud corporal.
—No los he abandonado, Benj. El equipo que pienso llevar incluye tantas unidades energéticas como es posible, lo que quiere decir que los hombres tendrán que ir bajo el casco con luces para conseguir todas las que puedan de las ruedas no congeladas. Esos hombres tendrán también órdenes de registrar cuidadosamente las paredes de hielo en busca de restos de los timoneles. Si son encontrados, unos hombres comenzarán a cortar el hielo y estarán en ese trabajo hasta el último momento posible. Sin embargo, no puedo justificar poner a toda la tripulación a trabajar rompiendo el hielo hasta que no haya otra cosa que hacer para liberar al vehículo. Después de todo, es perfectamente posible que descubriesen lo que pasaba antes que el estanque se congelase hasta el fondo y que fuesen atrapados al buscar un agujero en el hielo en algún lugar del estanque.
Benj asintió con el rostro algo enrojecido; Easy le evitó la necesidad de componer una apología verbal.
—Gracias, capitán —dijo—. Lo comprendemos. No estábamos acusándote seriamente de deserción; fue una selección de palabras desafortunada. ¿Crees que podrías llevar otra vez el comunicador al lugar iluminado? En realidad, en la forma en que está enfocado ahora no podemos ver nada reconocible.
—Además —dijo McDevitt sin dejar que hubiese una pausa al final de la petición de Easy—, aunque estés planeando abandonar el Kwembly, ¿supones que podrías dejar a bordo una unidad energética para que funcionen las luces y sujetar el comunicador del puente en su lugar para que podamos ver el casco? Eso nos permitiría observar la riada cuando venga, que estoy casi seguro que será dentro de las próximas tres o quince horas, y además decirte si serviría de algo buscar después el vehículo, e incluso dónde hacerlo. Sé que eso te dejará sólo con dos comunicadores, pero me parece que valdría la pena.
De nuevo Dondragmer pareció decidirse en un momento; su respuesta salió del altavoz casi con la campana de los sesenta y cuatro segundos.
—Sí, lo haremos así. De todas formas, hubiese tenido que dejar energía para las luces, puesto que quiero mandar brigadas a trabajar, y como dije, quiero algún tipo de comunicación con ella para más seguridad. Tu sugerencia encaja perfectamente con eso. He vuelto a colocar el aparato de forma que cubra el lado de estribor, como sin duda ves. Ahora tengo que dejar el puente; la tripulación estará de vuelta dentro de un minuto o dos, y quiero distribuirles las tareas en cuanto lleguen.
De nuevo Benj comenzó a hablar sin preguntar a nadie.
—Capitán, si todavía estás ahí cuando llegue esto, ¿harás una señal con la mano o de alguna otra forma, o la hará Beetch si lo encuentras vivo? No te pediré que realices un viaje espacial hasta el puente para dar detalles.
No hubo respuesta. Seguramente Dondragmer se había vestido, saliendo en el momento en que terminó de hablar. Los seres humanos no podían hacer otra cosa que esperar.
Con la ayuda de Easy, Aucoin había retransmitido la respuesta de Dondragmer a la colonia, recibiendo el enterado de Barlennan. El comandante había pedido que se le pusiera al corriente tan completamente como fuera posible de los asuntos del Kwembly, y especialmente de cualquier idea que pudiese tener Dondragmer. Aucoin estuvo de acuerdo. Pidió a Easy que transmitiese la petición al capitán, y ésta le dijo que se haría en cuanto el capitán volviese a establecer contacto.
—De acuerdo —asintió el planificador—. Por lo menos, hasta ahora el envío de un vehículo de rescate no ha sido mencionado. Nosotros tampoco lo mencionaremos.
—Personalmente —replicó Easy—, yo hubiese enviado al Kalliff o al Hoorsh hace horas, la primera vez que quedaron atrapados.
—Ya sé que lo harías. Te agradezco mucho que tu particular sistema moral no te permita sugerir eso a Barlennan por encima de mis objeciones. Mi única esperanza es que él no se decida a insinuarlo, porque cada vez que los dos habéis estado realmente en contra mía, he sido convencido.
Easy miró a Aucoin y después al micrófono especulativamente. Su esposo decidió que se imponía una distracción, y cortó el espeso silencio con una pregunta.
—Alan, ¿qué piensas sobre esa teoría de Barlennan?
Aucoin frunció el ceño. Tanto él como Easy sabían muy bien el motivo de la interrupción de Ib, pero la pregunta no era fácil de ignorar; por lo menos, Easy reconocía que la propia interrupción era una buena idea.
—Es una idea fascinante —dijo lentamente el planificador—, pero no puedo decir que parezca muy probable. Dhrawn es un planeta gigantesco, si puede llamarse planeta, y parece extraño; bien, no sé qué es más extraño: que hayan encontrado inteligencia tan rápidamente o que sólo uno de los vehículos lo haya hecho. Ciertamente no se trata de una cultura que utilice energía electromagnética; la habríamos detectado la primera vez que nos acercamos a este lugar. Una muy inferior, ¿cómo ha podido hacer lo que parece que ha hecho a la tripulación del Esket?
—Sin conocer sus capacidades físicas y mentales, aparte de su nivel cultural, no podría ni siquiera suponerlo —replicó Hoffman—. ¿No terminaron en España algunos de los primeros indios encontrados por Colón?
—Creo que estás forzando las semejanzas, para decirlo suavemente. Hay prácticamente una infinidad de cosas que podrían haberle pasado al Esket sin que haya tropezado con una oposición inteligente. Lo sabes tan bien como yo; tú ayudaste a hacer alguna de las listas, hasta que decidiste que era una especulación sin fundamento. Estoy de acuerdo en que la teoría de Barlennan es un poco más creíble de lo que fue, pero sólo un poco.
—Todavía piensas que me equivoqué al identificar a Kabremm, ¿verdad? —dijo Easy.
—Sí, me temo que sí. Más aún, no creo que hayamos tropezado con otra especie inteligente. No me compares con la gente que se negó a creer que las rocas de Perthe eran herramientas hechas por el hombre. Algunas cosas son intrínsecamente improbables.
Hoffman se echó a reír.
—La habilidad humana para juzgar las probabilidades, puedes llamarla perspicacia estadística; siempre ha sido muy pequeña —señaló—, incluso si se evitan ejemplos tan clásicos como el de Lois Lane. En realidad, las probabilidades no parecen ser tan bajas. Conoces tan bien como yo que en el pequeñísimo volumen de espacio, a cinco parsecs del Sol, sólo con setenta y cuatro estrellas conocidas y unos doscientos planetas sin soles, hemos encontrado veinte razas en nuestro propio estado de desarrollo, que han pasado sanas y salvas su Crisis de la Energía; ocho, incluyendo a Tenebra y Mesklin, que no han llegado todavía; ocho que no pudieron resolverla, y están extinguiéndose; tres que tampoco lo hicieron, pero que tienen alguna esperanza de resurgimiento; todas ellas, recuérdalo, están a cien mil años, en un sentido o en otro, de ese punto clave en su historia. Eso a pesar del hecho de que la edad de los planetas varía desde los nueve billones de años de Panesh hasta la décima parte en Tenebra. Ahí se da más que pura coincidencia, Alan.
—Quizá Panesh, la Tierra y los planetas más antiguos han tenido otras culturas en el pasado; quizá les suceda eso a todos los mundos cada varias décadas de millones de años.
—No ha sucedido antes, a menos que las primeras razas inteligentes fuesen tan inteligentes desde el principio que nunca utilizasen los carburantes fósiles de su planeta. ¿Piensas que la presencia del hombre en la Tierra no será obvia, geológicamente, dentro de un billón de años, con las vetas de carbón agotadas y la botella de cerveza como un objeto fósil? No puedo creerlo, Alan.
—Quizá no, pero no soy lo bastante místico como para creer que una superespecie esté conduciendo las razas de esta parte del espacio hacia un enorme clímax.
—Si prefieres esa Hipótesis del Ser, o bien la Teoría Esfa, no importa. No es pura casualidad, y por tanto no puedes emplear sólo las leyes de la casualidad para criticar lo que ha sugerido Barlennan. No debes suponer que tiene razón; pero te sugiero firmemente que le tomes en serio. Yo lo hago.
Dondragmer hubiese estado interesado en escuchar esta discusión, igual que habría apreciado estar presente en la reunión de personal unas horas antes. Sin embargo, habría estado demasiado ocupado, aun suponiendo que su presencia hubiese sido físicamente posible. Con el regreso de la mayor parte de su tripulación (por supuesto, algunos se habían quedado para continuar montando el equipo de soporte vital), había mucho que ver y mucho que hacer. Veinte de sus hombres fueron enviados a ayudar al trío que se encontraba cortando el hielo de la compuerta principal. Otros tantos fueron bajo el casco con luces y herramientas para encontrar y recobrar todos los generadores que no estuviesen congelados demasiado sólidamente. El capitán cumplió su promesa a Benj, ordenando a este grupo buscar muy cuidadosamente señales de Beetchermarlf y de Takoorch. No obstante, recalcó la importancia de examinar de cerca las paredes del hielo; como resultado, el grupo no encontró nada. Sus miembros salieron en unos cuantos minutos con los dos generadores de las ruedas que habían utilizado los timoneles y dos más que habían sido liberados por la acción del calentador. El resto, que, según las cuentas de Dondragmer y las leyes aritméticas, tenían que ser seis, estaban fuera de alcance, aunque los marineros podían hacer una suposición con bastante fundamento en cuanto a las ruedas donde se encontraban.
Mientras tanto, el resto de la tripulación había entrado en el vehículo por las compuertas disponibles; la pequeña junto al puente, las grandes por las que despegaban los helicópteros y las dos trampillas de emergencia a los lados, cerca de la proa y la popa, que servían para un hombre cada vez. Ya en el interior, cada tripulante se dedicó a la tarea asignada. Dondragmer, durante su ausencia, había estado pensando, además de hablar con los seres humanos. Algunos empaquetaron comida que durase hasta que el equipo de soporte vital terminase su ciclo normal; otros prepararon carretes de cable, luces, generadores y otros aparatos para su transporte.
Muchos estaban trabajando, improvisando medios de transporte; un resultado molesto de que el Kwembly utilizase energía de fusión era la gran escasez de ruedas a bordo. Había pequeñas poleas que sujetaban los cables de control en las esquinas. Resultaban demasiado pequeñas para ser utilizadas en carretillas o en vehículos similares, y Dondragmer había prohibido firmemente el desmantelamiento del vehículo. A bordo no había nada semejante a un balancín, ni siquiera una carretilla. Ingenios semejantes, el primero movido a fuerza de músculos, eran conocidos y utilizados en Mesklin para transportes a media y larga distancia; pero no había nada en el Kwembly que un mesklinita no pudiese llevar fácilmente a cualquier parte del vehículo sin ayuda mecánica. Ahora, con kilómetros por delante y la necesidad de trasladar muchos objetos completos mejor que en piezas, se impuso la improvisación. Aparecieron literas y cosas semejantes. Los corredores que conducían hasta la compuerta principal estuvieron rápidamente repletos de suministros y aparatos que esperaban a que la salida estuviese despejada. El ruido y el ajetreo, sin embargo, no llegaron hasta el colchón donde Beetchermarlf y Takoorch continuaban escondidos.
Según se calculó después, debían haber buscado este refugio unos cuantos minutos antes del momento en que el calentador comenzó a funcionar. El grueso material de goma del colchón, que hasta un cuchillo mesklinita había tenido dificultades en penetrar, bloqueó los sonidos causados por las restallantes burbujas de vapor alrededor del metal caliente y las llamadas de los trabajadores que entraron más tarde. Si estos últimos se hubiesen visto forzados a comunicarse a distancia con alguien, sus resonantes gritos quizá hubiesen penetrado en el resistente material; todos conocían perfectamente bien su trabajo. La hendidura por la que habían entrado los timoneles estaba fuertemente cerrada por la elasticidad del material, de forma que no les llegó ninguna luz. Finalmente el rasgo del carácter mesklinita, descrito más acertadamente como una combinación de paciencia y fatalismo, provocó que ni Beetchermarlf ni su compañero pensasen en abandonar su refugio hasta que el hidrógeno en sus trajes llegase a ser un problema serio.
Como resultado, incluso si Dondragmer hubiese escuchado la llamada de Benj, no hubiese tenido nada que señalar. Los timoneles, a un metro por encima de unos compañeros y a una distancia similar por debajo de otros, no fueron encontrados. No toda la tripulación del Kwembly estaba ocupada en la preparación del movimiento. Cuando los aspectos más necesarios de esa operación hubieron sido solucionados, Dondragmer llamó a dos de sus marineros para un detalle especial.
—Ir hasta el arroyo (si vais hacia el noroeste no lo podéis perder) y seguid corriente arriba hasta que encontréis a Kabremm y al Gwelf —ordenó—. Decidle lo que estamos haciendo. Elegiremos un emplazamiento habitable tan rápidamente como podamos. Comunicadle dónde. Vosotros habéis estado allí; yo no. Colocaremos las máquinas humanas de forma que enfoquen la parte iluminada y activa de esa zona. Eso hará que sea seguro traer al Gwelf y aterrizar en cualquier lugar fuera de esa zona sin riesgo de ser vistos por los seres humanos. Transmitidle que el comandante parece haber comenzado la parte del plan que se refiere a la vida nativa antes, aparentemente para explicar la presencia de Kabremm en los alrededores. No ha sugerido detalles, y probablemente se afirmará en la idea original de dejar que los seres humanos se inventen los suyos.
«Cuando hayáis visto a Kabremm, continuad corriente arriba hasta que encontréis a Stakendee y dadle la misma información. Tened cuidado de no penetrar en el campo visual de su comunicador; cuando creáis que podéis estar cerca de él, apagad vuestras luces de vez en cuando y buscad la suya. Yo, por supuesto, estaré en contacto con él a través de los seres humanos, pero no con ese mensaje. ¿Entendido?
—Sí, señor —contestaron los dos al unísono, y desaparecieron.
Pasaron las horas. La compuerta principal fue abierta y despejada. Casi todo el material se encontraba disponible cuando llegó una llamada. El comunicador que había estado en el laboratorio se hallaba ahora fuera, de forma que Dondragmer pudo ser alcanzado directamente. Todavía era Benj el que hablaba.
—Capitán, Stakendee informa que la corriente que está siguiendo aumenta rápidamente de anchura y de rapidez y que las nubes están convirtiéndose en lluvia. Le he dicho que regrese bajo mi propia responsabilidad.
El capitán miró al cielo todavía sin nubes, después hacia el oeste, lugar donde la niebla anunciada por Stakendee podría verse si fuera de día.
—Gracias. Benj. Es lo que yo hubiese hecho. Abandonaremos el Kwembly ahora mismo, antes de que la corriente se haga demasiado grande para cruzar con el equipo. He asegurado el comunicador en el puente y dejaré las luces como quiere el señor McDevitt. Esperamos que puedas decirnos antes de mucho que estamos en condiciones de volver. Por favor, informa a Barlennan y dile que vigilaremos lo más cuidadosamente posible en caso de que haya nativos; si, según parece sugerir, están utilizando a Kabremm como un medio de ponerse en contacto con nosotros, haré todo lo posible para entablar relaciones de cooperación con ellos. Recuerda que todavía no he visto a Kabremm, y vosotros no lo habéis mencionado después de la primera vez; así que me encuentro completamente a oscuras sobre su estado hasta ahora.
»No olvides tenerme informado de los planes e ideas de Barlennan lo mejor que puedas. Yo haré lo mismo desde aquí, pero las cosas tal vez pasen demasiado rápidamente para un posible aviso por adelantado. Vigila las pantallas. Eso es todo por ahora; nos marchamos.
El capitán dejó oír un resonante grito, que afortunadamente para los oídos humanos, no fue fielmente amplificado por el aparato. Los mesklinitas se pusieron encima, y en dos minutos habían desaparecido del campo de visión del puente.
El otro equipo era transportado cerca del final de la columna, de forma que la pantalla mostraba la cadena de luces balanceándose delante. No podía verse mucho más. Los marineros más próximos, a dos o tres metros de la lente, podían distinguirse con bastante detalle mientras sorteaban las rocas con sus cargas, pero eso era todo. La columna podría haber estado flanqueada a ambos lados por una legión de nativos a seis metros de distancia, sin que ningún ser humano lograse saberlo. Aucoin no fue el primero ni sería el último en maldecir el período de rotación de 1500 horas; todavía quedaban más de seiscientas horas antes de que la débil luz de Lalanda 21.185 volviese.
La corriente era todavía pequeña cuando el grupo chapoteó al cruzarla, aunque Stakendee, a unos cuantos kilómetros hacia el oeste, había confirmado el informe de que crecía. Benj, advirtiendo esto, sugirió que el pequeño grupo cruzase también para que sus miembros pudiesen reunirse con el cuerpo principal al otro lado del valle. Afortunadamente se lo sugirió a Dondragmer antes de actuar por su cuenta. El capitán, acordándose de los dos mensajeros que había enviado corriente arriba, se apresuró a aconsejar que se pospusiese el cruce tanto tiempo como fuese posible, de forma que Stakendee y sus hombres pudiesen comparar con más seguridad el tamaño de la corriente con el que había tenido cuando habían pasado antes por la misma zona. Easy y Benj aceptaron esta excusa. Ib Hoffman, completamente consciente de que el grupo no llevaba instrumentos de medir el tiempo y no podría dar un informe significativo sobre la velocidad del cambio, se sintió sobresaltado durante unos segundos. Luego sonrió para sí.
Durante unos minutos, que se prolongaron hasta formar una hora y otra después, no hubo mucho que ver. La tripulación llegó y subió a las paredes de roca desnuda del valle en el lugar donde habían dejado la primera carga de equipamiento, y se dispusieron a construir algo que podría ser considerado un campamento o una ciudad. Por supuesto, el equipo de soporte vital tenía prioridad. Pasarían muchas horas antes de que sus trajes necesitasen recargarse, pero el momento llegaría. Para unos organismos que prodigaban la energía tanto como los mesklinitas, la comida era también un aspecto de preocupación inmediata. Se pusieron a ello rápida y eficientemente. Dondragmer, como el resto de los capitanes, había pensado mucho por adelantado sobre el problema de abandonar el vehículo.
—Al fin el grupo de Stakendee cruzó el río que contenía de forma incidental el nombre de uno de los mensajeros que el capitán había enviado desde el Kwembly.
En consecuencia, nadie, ni los miembros de la tripulación ni los seres humanos, pudieron observar el crecimiento del arroyo de agua y amoníaco. Hubiese sido una vista interesante. Al principio, según habían informado los testigos, era poco más que un arroyuelo corriendo de hoyo en hoyo sobre la roca desnuda en las zonas más altas del lecho del río, donde los hombres andaban entre las rocas. Cuando las gotitas líquidas de la niebla se condensaron y descendieron más rápidamente, nuevos afluentes diminutos comenzaron a llegar por los lados de la corriente principal, cada vez más profunda y más rápida. Sobre la roca desnuda divagó con más violencia, haciendo rebosar las cubetas que lo habían contenido originariamente. Acá y allá se congelaba temporalmente, mientras el agua, suministrada por los charcos helados corriente arriba, y el amoníaco de la niebla formaban el eutético líquido a la temperatura local: 174 en la escala humana Kelvin y apenas 71 en la utilizada por los científicos mesklinitas.
Entre las rocas, al acercarse al Kwembly, acumuló más y más aguanieve, por lo que su progreso se complicó. El amoníaco disolvió el agua durante un tiempo, y la mezcla fluía al hacerse líquida toda la composición. Después la corriente se detenía y se remansaba, según se había imaginado Benj, como la cera caliente de una vela solidificándose temporalmente por la adición de amoníaco. Luego seguiría su curso al reaccionar el hielo de la parte inferior con la mezcla.
Finalmente llegó al agujero que había sido derretido al costado de estribor del Kwembly, donde los seres humanos podían observar otra vez. Para entonces, el «arroyo» era un entramado complejo de líquido, sólido y quizá aguanieve, que tenía unos tres kilómetros. Sin embargo, la parte sólida iba en disminución. Aunque todavía no había nubes tan lejos corriente abajo, el aire estaba casi saturado con amoníaco, esto es, con respecto a la superficie de amoníaco líquido. La presión del vapor amoniacal que se necesita para equilibrar una mezcla de amoníaco y agua es más baja; por tanto, la condensación ocurría sobre el hielo, compuesto en su mayor parte por agua. Al alcanzar la composición apropiada para la licuefacción, la superficie se desprendía y exponía más sólidos al vapor. El líquido tendía a solidificarse de nuevo para absorber todavía más vapor de amoníaco, pero su movimiento proporcionaba aún acceso a más aguanieve.
La situación era un poco distinta en el espacio bajo el casco del Kwembly, pero no mucho. Donde el líquido tocaba al hielo, éste se disolvía y aparecía aguanieve; pero el amoníaco que se difundía de la superficie lo fundía de nuevo. Lentamente, minuto tras minuto, la abrazadera de hielo sobre el gigantesco vehículo se deshizo tan suavemente que ni los seres humanos, quienes observaban fascinados, ni los dos mesklinitas, que esperaban en su oscuro refugio, pudieron detectar el cambio. El casco flotó en libertad.
Ahora todo el lecho del río era líquido, con unos cuantos fragmentos de aguanieve. Suavemente, de forma muy distinta a la riada de cien horas antes, cuando cinco millones de kilómetros cuadrados habían sido alcanzados por la primera niebla de amoníaco de la estación, comenzó a desarrollarse una corriente. Imperceptiblemente para todos los implicados, el Kwembly se movió con la corriente; imperceptiblemente, porque no había un movimiento relativo que atrajese la atención de los seres humanos y ningún balanceo ni cabeceo fue percibido por los escondidos mesklinitas.
El río estacional que deseca la gran llanura donde el Kwembly había sido atrapado, corta una cadena de colinas, altas montañas para Dhrawn; la cordillera se extiende durante unos seis mil kilómetros de noroeste a sudeste. Durante la mayor parte de su recorrido, antes de la riada, el Kwembly había ido paralelo a esta cadena; Dondragmer, sus timoneles, sus exploradores y en realidad todos sus tripulantes habían sido perfectamente conscientes de la suave elevación a su izquierda, a veces lo bastante cerca como para ser vista desde el puente y a veces sólo un informe del piloto.
La riada había transportado al vehículo a través de un paso cerca del extremo sudoriental de esta cadena hasta las regiones algo más bajas y desiguales cerca del borde de Low Alfa, antes de tocar fondo. Esta primera riada había sido un principio áspero, más bien vacilante, de la nueva estación al acercarse Dhrawn a su débil sol y al variar la latitud del cinturón subestelar. Lo segundo era lo importante; sólo terminaría cuando toda la planicie nevada fuese vaciada, un año terrestre más tarde. Los primeros movimientos del Kwembly fueron suaves y lentos, porque se había liberado muy lentamente; luego suaves y débiles, porque el líquido que le soportaba era pastoso, con cristales en suspensión; finalmente, con la corriente completamente líquida y a gran velocidad, suave, porque era ancho y profundo. Beetchermarlf y Takoorch quizá se hubiesen sentido algo mareados por el descenso de la presión del hidrógeno, pero aun completamente alertas, los ligeros movimientos del casco del Kwembly hubiesen sido enmascarados por sus propias vibraciones sobre la flexible superficie que los sostenía.
Low Alfa no es la región más cálida de Dhrawn, pero los efectos de la zona del deshielo, que tendían a concentrar los elementos radiactivos del planeta, la habían calentado hasta llegar al punto de fusión del hielo en muchos lugares, unos docientos grados Kelvin más que lo que Lalanda 21.185 hubiese conseguido sin ayuda. Un ser humano podría vivir únicamente con una modesta protección artificial en aquella zona, si no fuese por la gravedad y la presión. La parte realmente caliente, Low Beta, está sesenta mil kilómetros al norte; es el principal rasgo que controla el clima de Dhrawn.
El movimiento del Kwembly lo estaba llevando hasta regiones de alta temperatura, que conservaban la fluidez del río, aunque ahora perdía amoníaco en el aire. El curso de la corriente lo controlaba casi por completo la topografía, y no al revés; geológicamente, el río resultaba demasiado joven para haber alterado mucho el paisaje por su propia acción. Además, parte de la superficie expuesta del planeta en aquella zona, era roca ígnea y dura, en lugar de una cubierta de sedimentos blandos en los que la corriente pudiese elegir su curso.
A unos quinientos kilómetros del punto en el que había sido abandonado, el Kwembly penetró en un amplio y profundo lago. Rápida, pero suavemente, tocó el fondo del blando delta de barro, donde el lago confluía con el río. El enorme casco desvió naturalmente la corriente a su alrededor, lanzándola a la excavación de un nuevo canal. Después de media hora se inclinó a un lado y se deslizó en el nuevo canal, enderezándose al flotar libremente. Fue el balanceo implicado en esta última liberación lo que atrajo la atención de los timoneles y les indujo a salir a echar un vistazo.
XIV. RESCATE
No hubiese sido cierto decir que Benj reconoció a Beetchermarlf desde el primer momento. De hecho, la primera de las figuras en forma de oruga en salir del río y trepar por el casco fue Takoorch. Sin embargo, fue el nombre del joven timonel el que salió de cuatro micrófonos de Dhrawn. Uno de ellos estaba en el puente del Kwembly, y no fue oído; dos, en el campamento de Dondragmer, a unos centenares de metros del borde del ancho y rápido río; el cuarto, en el helicóptero de Reffel, aparcado al lado de la masa del Gwelf.
Las máquinas voladoras se encontraban un kilómetro al oeste del campamento de Dondragmer; Kabremm no quería acercarse más, pues no deseaba arriesgarse ni lo más mínimo a repetir su error anterior. Probablemente no se habría movido en absoluto del sitio donde lo había encontrado Stakendee si el río no hubiese subido. Para empezar, estaba rodeado por la niebla, y no tenía ningún deseo de volar. Reffel todavía menos. Sin embargo, no había elección, de forma que Kabremm había dejado que su nave flotase hacia arriba con su propio impulso, hasta que estuvo en el aire claro. Reffel siguió a la otra máquina tan cerca de sus luces de posición como se atrevió a llegar. En cuanto sobrevolaron unos cuantos metros de gotitas de amoníaco, pudieron navegar hacia las luces de Dondragmer, hasta que el comandante del dirigible decidió que estaban bastante cerca. Permitir que el Gwelf llamase la atención de los hombres en órbita arriba hubiese sido un error más serio que el ya cometido. Kabremm todavía estaba intentando qué le diría a Barlennan la próxima vez que se encontrasen.
Tanto él como Reffel habían pasado también unas horas incómodas antes de concluir, a falta de comentarios apropiados, que éste había obturado su visor muy rápidamente después de avistar el Gwelf.
En cualquier caso, Dondragmer y Kabremm habían alcanzado por lo menos una comunicación casi directa y podían coordinar lo que dirían y harían si había más repercusiones del reconocimiento de Easy. La mente del capitán quedó libre de un peso. Sin embargo, todavía estaba dando pasos en relación con aquel error.
El grito de «¡Beetch!» en la inconfundible voz de Benj le distrajo de una de aquellas ocupaciones. Había estado buscando entre la tripulación gente que se pareciese lo más posible a Kabremm. El trabajo se complicaba, debido al hecho de que no había visto al otro oficial durante varios meses. Dondragmer todavía no había tenido tiempo de visitar al Gwelf. Kabremm no quería acercarse más al campamento, y Dondragmer nunca le había conocido muy bien, de todas formas. Su plan era que todos los tripulantes que pudiesen confundirse con el primer oficial del Esket apareciesen fugaz y casualmente, pero con frecuencia, dentro del campo de visión de los transmisores. Cualquier cosa que pudiese minar la certeza de Easy Hoffman de que había visto a Kabremm probablemente valdría la pena.
No obstante, el destino del Kwembly y sus timoneles nunca había estado muy lejos de la mente de su capitán durante las doce horas transcurridas desde que las luces del vehículo se habían desvanecido; al oír el sonido del micrófono, le dedicó toda su atención.
—¡Capitán! —continuó la voz del muchacho—. Acaban de aparecer dos mesklinitas. Están trepando por el casco del Kwembly. Salieron del agua; deben haber estado en algún lugar ahí abajo todo este tiempo, aunque vosotros no pudisteis encontrarlos. Es probable que sean Beetch y Tak. Por supuesto, no puedo hablar con ellos hasta que lleguen al puente, pero me parece que, después de todo, podríamos recuperar el vehículo. Dos hombres pueden manejarlo, ¿no es verdad?
La mente de Dondragmer iba a la carrera. No se había culpado a sí mismo por el abandono del vehículo, aunque la riada hubiese sido un anticlímax semejante. Había sido la decisión más razonable en aquel momento y con el conocimiento disponible. Cuando estuvo clara la naturaleza real de la nueva riada y resultaba obvio que podrían haberse quedado en el vehículo con perfecta seguridad, había sido imposible volver. Al ser un mesklinita, el capitán no había perdido tiempo con ideas de la variedad «si…». Cuando abandonó el vehículo sabía que las probabilidades de volver eran bastante escasas, y cuando éste había descendido por la corriente intacto, en lugar de ser una ruina destrozada, se habían reducido más aún. No habían llegado a cero quizá, pero no existían bastantes como para tomarlas en serio.
Ahora repentinamente habían aumentado otra vez. El Kwembly era no sólo utilizable, sino que sus timoneles estaban vivos y a bordo. Podría hacerse algo si…
—¡Benj! —cuando sus pensamientos llegaron a este punto, Dondragmer habló—. Por favor, ¿harás que tus técnicos determinen lo más exactamente que puedan lo lejos que está el Kwembly ahora? Es perfectamente posible que Beetchermarlf lo dirija solo, aunque hay otros problemas de mantenimiento general que los tendrán ocupados a ambos. No obstante, deberían ser capaces de hacerlo. En cualquier caso, tenemos que averiguar si la distancia implicada es de cincuenta kilómetros o de mil. Lo último lo dudo, puesto que no creo que este río hubiese podido llevarlos tan lejos en doce horas; pero tenemos que averiguarlo. Que tu gente se ponga a ello. Por favor, dile a Barlennan lo que pasa.
Benj obedeció rápida y eficientemente. Ya no estaba cansado, preocupado y resentido. Con el abandono del Kwembly doce horas antes había perdido toda esperanza por la vida de su amigo y se había marchado de la sala de Comunicaciones para conseguir un poco de sueño. No esperaba ser capaz de dormir, pero la química de su propio cuerpo le engañó. Nueve horas más tarde había vuelto a sus tareas normales en el laboratorio de aerología. Sólo una casualidad le había llevado otra vez a las pantallas a unos cuantos minutos de la emergencia de los timoneles. Le envió McDevitt para reunir datos generales de los otros vehículos, pero se había quedado unos cuantos minutos a mirar en el puesto del Kwembly. El meteorólogo dependía enormemente del conocimiento por Benj del lenguaje mesklinita.
El sueño y el repentino descubrimiento de que Beetchermarlf, después de todo, estaba vivo, se combinaron para alejar el resentimiento que le quedaba por la actuación de Dondragmer. Se dio por enterado de la petición del capitán, llamó a su madre para que ocupase su lugar y volvió al laboratorio tan rápidamente como sus músculos podían impulsarle por las escaleras.
Easy, que también había dormido algo, informó a Dondragmer de la partida de Benj y de su propia presencia, comunicó a Barlennan según lo solicitado y volvió al capitán con una pregunta propia.
—Esos son dos de tus hombres perdidos. ¿Piensas que hay alguna probabilidad de encontrar a los pilotos de los helicópteros?
Dondragmer casi se descubrió al contestar, aunque escogió cuidadosamente las palabras. Por supuesto, sabía dónde estaba Reffel, puesto que entre el campamento y el Gwelf habían estado pasando mensajeros constantemente; pero, para desilusión suya, Kervenser no había sido visto por la tripulación del dirigible ni por nadie. Su desaparición era perfectamente auténtica y el capitán consideraba que sus probabilidades de supervivencia resultaban más bajas que las del Kwembly una hora antes. Por supuesto, se podía hablar sobre esto; su fallo consistió en no mencionar a Reffel en absoluto. Las formas del stenno equivalentes a «él» y «ellos» eran tan distintas como las humanas, y Dondragmer se encontró utilizando la primera varias veces al hablar sobre los pilotos perdidos. Easy no pareció advertirlo, pero él lo dudó.
—Es difícil decirlo. Yo no he visto a ninguno. Si cayó en la zona inundada ahora, resulta difícil ver cómo podrían seguir con vida. Es infortunado, no sólo a causa de los propios hombres, sino porque incluso con uno de los helicópteros podríamos pasar al Kwembly más hombres y traerlo aquí rápidamente. Por supuesto, la mayor parte del equipo no podría ser transportado así; por otro lado, si los dos hombres no pueden traer el vehículo aquí por cualquier causa, tener uno de los helicópteros sería mucho mejor para ellos. ¡Lástima que vuestros científicos no puedan localizar el transmisor que Reffel llevaba, como lo hacen con el del Kwembly!
—No eres el primero en pensar así —concedió Easy. El asunto había sido comentado poco después de la desaparición de Reffel—. No conozco lo suficiente sobre las máquinas para saber por qué la señal depende de la claridad de la imagen; siempre pensé que una onda de radio era una onda de radio; pero así parece. O bien el aparato de Reffel está en una oscuridad total, o ha sido destruido.
«Veo que tu equipo de soporte vital está dispuesto y funcionando.
La última frase no fue sólo un esfuerzo de Easy para cambiar de tema; era la primera vez que contemplaba despacio el equipo en cuestión, y se sentía naturalmente curiosa acerca de él. Consistía en veintenas (quizás más de cien) de cisternas cuadradas transparentes, que cubrían en conjunto una docena de metros cuadrados, cada una llena de líquido hasta un tercio de su volumen, con el hidrógeno casi puro que constituía el aire mesklinita burbujeando en su interior. Un generador hacía funcionar las luces que brillaban sobre las cisternas, pero las bombas que mantenían el gas en circulación eran movidas a fuerza de músculo. La vegetación que, en realidad, oxidaba los saturados hidrocarbonos de los desechos biológicos mesklinitas y desprendía hidrógeno puro, estaba representada por una variedad de especies unicelulares, correspondiendo lo más cercanamente a las algas terrestres. Habían sido seleccionadas por ser comestibles, aunque no, como Easy había supuesto, por su sabor. Las secciones del equipo de soporte que utilizaban plantas superiores y producían el equivalente de frutas y vegetales eran demasiado voluminosas para ser trasladadas del vehículo.
Easy no sabía cómo los objetos no gaseosos del ciclo biológico se introducían y retiraban de las cisternas, pero podía ver los cartuchos para recargar los trajes. Se trataba de nuevo de bombear manualmente, introduciendo el hidrógeno en cisternas que contenían porciones de sólido poroso. Este material era otro producto estrictamente no mesklinita, un fragmento de arquitectura molecular ligeramente análoga a la zeolita en su estructura, que absorbía el hidrógeno en las paredes internas de sus canales estructurales y, dentro de un amplio campo de temperaturas, mantenía una presión parcial de equilibrio con el gas, compatible con las necesidades metabólicas de los mesklinitas.
Dondragmer contestó la observación de Easy.
—Sí, tenemos bastante comida y aire. El problema, en realidad, es qué hacer. Hemos salvado una pequeña parte de vuestro equipo planetológico; no podemos seguir con vuestro trabajo. Seguramente lograríamos volver a la colonia a pie, pero tendríamos que llevar el material de soporte vital por etapas. Esto querría decir que trasladaríamos el campamento a unos cuantos kilómetros de aquí, llevaríamos el equipo, recargaríamos los cartuchos de aire cuando el ciclo se hubiese completado y así repetiríamos indefinidamente el proceso. Puesto que la distancia a la colonia es de unas treinta mil; perdón, en vuestros números unos veinte mil de vuestros kilómetros, tardaríamos años en llegar allí; y no hablo de vuestros cortos años. Si vamos a servir de algo más a vuestro proyecto, tenemos que hacer volver al Kwembly.
Lo único que Easy podía hacer era estar de acuerdo, aunque ella veía una alternativa que Dondragmer no había mencionado. Por supuesto, Aucoin no estaría de acuerdo; o quizá sí, teniendo en cuenta las circunstancias. Una tripulación de exploradores, entrenada y eficiente, representaba también toda una inversión. Esa podría ser una buena línea. Pasaron varios minutos más antes de que Benj volviese con su información incidentalmente con un séquito de científicos interesados.
—Capitán —llamó—, el Kwembly continúa moviéndose, aunque no muy rápidamente, a unos veinte cables por hora. Se encuentra, al menos hace seis minutos, a 500 kilómetros de vuestro transmisor, en nuestras cifras. En vuestros números y unidades son 233, 750 cables. Hay un pequeño error si se da mucha diferencia en elevación. Es una distancia grande; no tenemos una idea demasiado buena de la longitud del río, aunque se tomaron unas veinte lecturas de posición desde que la nave comenzó a descender por la corriente, de forma que hay un mapa del río en líneas generales arriba en el laboratorio.
—Gracias —llegó a su debido tiempo la respuesta del capitán—. ¿Estás en contacto verbal con los timoneles?
—Todavía no, pero han entrado. Estoy seguro de que encontrarán pronto el comunicador en el puente, aunque supongo que hay otros lugares que querrán buscar primero. El aire debe estar bastante bajo en sus trajes.
Esto era perfectamente correcto. Los timoneles necesitaron sólo unos cuantos minutos para asegurarse de que el vehículo estaba desierto y advertir que parte del equipo de soporte vital había desaparecido; pero tal suceso les dejó con la necesidad de comprobar el aire a bordo por si estuviese contaminado por oxígeno del exterior. Ninguno de ellos conocía la química básica suficiente para inventar una prueba. Ninguno estaba familiarizado con las rutinas empleadas por Borndender y sus colegas. Pensaban emplear el procedimiento más bien drástico de probar a olerlo, cuando a Beetchermarlf se le ocurrió que quizá habría quedado a bordo algún comunicador por razones científicas y que los seres humanos podían ayudar. No había nadie en el laboratorio, pero el puente era el lugar más probable, y la voz de Beetchermarlf se elevó hasta la estación unos diez minutos después que los timoneles hubiesen subido a bordo.
Cuando oyó la pregunta de Beetchermarlf, Benj pospuso los saludos y se la transmitió rápidamente a Dondragmer. El capitán llamó a sus científicos y delineó la situación. Durante media hora la línea estuvo muy ocupada; Borndender explicaba las cosas y Beetchermarlf repetía las explicaciones; después iba al laboratorio a examinar el material y el equipo; luego volvía al puente para asegurarse de algún detalle…
Al fin las dos partes en la conversación se sintieron seguras de que las instrucciones habían sido comprendidas. Benj, en su puesto central, estaba casi seguro de ello. Sabía bastante de física y química para asegurar que no era probable que explotase algo si Beetch cometía un error; su única preocupación consistía en que su amigo pudiese hacer las pruebas chapuceramente y no provocar una cantidad de oxígeno peligrosa. ¿Era el riesgo sólo de envenenamiento, o las mezclas de hidrógeno y oxígeno presentaban otros peligros? No estaba seguro; las mezclas de hidrógeno y oxígeno tienen otras cualidades. Se sintió bastante tenso hasta que Beetchermarlf volvió al puente con el informe de que sus dos tests estaban completos. El catalizador que suprimía el oxígeno al acelerar su reacción con el amoníaco todavía estaba activo y la concentración de vapor de amoníaco en el aire del vehículo era lo bastante alta como para darle algo en qué trabajar. Los timoneles se habían quitado ya sus trajes y ninguno podía oler oxígeno, aunque, como sucedía con los seres humanos y el sulfito de hidrógeno, el olor no es siempre un test de confianza.
Por lo menos, los dos podían vivir a bordo por un tiempo. Una de sus primeras acciones había sido bombear manualmente la cisterna que hacía circular el aire por medio del soporte vital y asegurarse así de que la mayor parte de las plantas continuaban vivas. El problema siguiente era el de la navegación.
Benj le dijo a su amigo todo lo posible en cuanto a su situación, la del resto de la tripulación y la velocidad actual del Kwembly y su dirección. No había problema en cuanto a utilizar la información. Beetchermarlf podía determinar la dirección muy fácilmente. Las estrellas eran visibles, y tenía una brújula magnética perfectamente buena. El campo magnético de Dhrawn era mucho más fuerte que el de la Tierra, para consternación de los científicos, quienes hacía mucho que habían dado por supuesta una correlación entre campo magnético y velocidad de rotación para planetas normales.
La discusión que resultó en un plan de operaciones detallado fue más corta que la que precedió la prueba del oxígeno, aunque todavía necesitó una larga retransmisión. Ni Dondragmer ni los timoneles tenían dudas serias sobre qué hacer ni cómo.
Beetchermarlf era mucho más joven que Takoorch, pero parecía no haber dudas sobre quién mandaba a bordo. El hecho de que Benj siempre llamase a Beetch por su nombre, en lugar de señalar formalmente al Kwembly, quizá contribuyese a la autoridad del joven. Easy y varios otros seres humanos sospechaban que Takoorch, a pesar de su disposición para discutir sus éxitos del pasado, no tenía mucha prisa en tomar demasiada responsabilidad. Tendía a acceder a las sugerencias de Beetchermarlf, bien al momento o después de unos argumentos nominales.
—Continuamos a la deriva. A menos que este río tenga unas curvas bastante extrañas más abajo, nunca nos acercaremos a los otros con su ayuda —resumió al fin el más joven de los mesklinitas—. El primer trabajo será colocar paletas en algunas de las ruedas. Intentar hacerlo con todas nos llevaría una eternidad; un par de las de los extremos de la última fila, y quizá una central más hacia delante, proporcionarán control. Con energía disponible en otras, podemos continuar o salir a tierra firme si tocásemos fondo. Tak y yo saldremos y comenzaremos la tarea ahora mismo. Vigílanos, Benj; dejaremos el aparato donde está.
Beetchermarlf no esperó una contestación. Él y su compañero se vistieron una vez más y cogieron las paletas, que habían sido diseñadas para ser colocadas sobre las cadenas de las ruedas. Habían sido probadas en Mesklin, pero nunca empleadas en Dhrawn; en realidad, nadie conocía realmente bien cómo funcionarían. Su área era pequeña, puesto que tenían poco espacio sobre las ruedas y parte de aquella pequeña área estaba ocupada por un estuche plástico, diseñado para mantenerlas planas cuando estuviesen subiendo por la parte superior de las ruedas. No obstante, había sido demostrado que podían suministrar algún empuje. Quedaba por ver qué se conseguiría con esto; el Kwembly, por supuesto, flotaba mucho más alto en la solución de agua y amoníaco de Dhrawn que en el océano de hidrocarbono líquido del mundo donde había sido construido.
La instalación de las aletas y de los estuches fue un trabajo largo y difícil para dos personas. Con el vehículo a flote, las piezas tenían que ser sacadas de una en una, puesto que no había dónde ponerlas. Los cables de seguridad molestaban persistentemente. Las pinzas mesklinitas son órganos de manipulación bastante menos efectivos que los dedos humanos, aunque esto es compensado por el hecho de que su poseedor puede utilizar los cuatro pares simultáneamente y en coordinación. No tienen la simetría correspondiente a la derecha o a la izquierda humanas.
La necesidad de luces artificiales era otra molestia. Según resultó, se necesitaron casi quince horas para colocar doce paletas y un escudo en cada una de las tres ruedas. Beetchermarlf le aseguró a Benj que podría hacerse en dos, con cuatro trabajadores en cada rueda.
Para entonces los rastreadores se habían enterado de que el Kwembly, aunque continuaba moviéndose, no se alejaba más del campamento. Parecía haber sido atrapado en un remolino de unos seis kilómetros de diámetro. Beetchermarlf se aprovechó de esto cuando por fin pudo aplicar la energía; esperó hasta que los analistas humanos le dijeron que estaba siendo llevado hacia el sur, antes de poner en funcionamiento las tres ruedas con aletas. Durante unos segundos no estuvo claro que la energía sirviese de algo; después, muy lentamente, los timoneles y los humanos vieron cómo el enorme casco avanzaba suavemente. Los mesklinitas podían ver desde el puente un débil conato de ola de proa; los seres humanos, mirando hacia atrás, pudieron detectar pequeñas arrugas que se extendían hacia los lados. Beetchermarlf hizo girar fuertemente el timón para colocar la proa en línea con Sol y Fomalhaut. Durante casi medio minuto se preguntó si habría una respuesta; después las estrellas comenzaron a balancearse sobre su cabeza, al virar majestuosamente el enorme casco. Una vez en marcha era difícil detenerlo; lo controló muchas veces durante un período de varios minutos, a veces durante un ángulo recto completo, antes de acostumbrarse a sentir la nave. Luego, durante casi una hora, se las arregló para mantener una dirección hacia el sur, aunque al principio no tenía idea de su rumbo real. Podía adivinar por la información anterior que el remolino le llevaba en la misma dirección que al principio, pero que después seguramente le conduciría hacia el este.
Pasó algún tiempo, sin embargo, antes de que las antenas direccionales de los satélites de reflejos y los computadores de la estación le confirmasen esta adivinanza. Cuando lo hicieron, el Kwembly tocó fondo suavemente.
Beetchermarlf activó las dos ruedas delanteras que tenían generadores, dejó inmóviles las equipadas con paletas y llevó a tierra su vehículo.
—Estoy fuera del lago —informó—. Un pequeño problema. Si viajo por tierra con las paletas donde están ahora, las destrozaré. Si resultase que estamos en una isla o tenemos que regresar al agua por cualquier otra razón, habremos malgastado un montón de tiempo en sacarlas y en ponerlas otra vez. Mi primera idea es explorar un poco a pie, dejando aquí el vehículo, para obtener alguna idea de las probabilidades de quedarnos en tierra firme. Nos llevará mucho tiempo, pero no tanto como esperar a que llegue el día. Me gustaría recibir consejos de vosotros, humanos, u órdenes del capitán; esperaremos.
Dondragmer, cuando oyó esto, contestó rápidamente.
—No salgáis. Esperad hasta que los cartógrafos de la estación decidan si os encontráis en la misma orilla del río que nosotros o no. Según me imagino el mapa que han descrito, hay bastantes probabilidades de que el remolino os haya llevado al lado este, que sería la orilla derecha; nosotros estamos en la izquierda. Si están moderadamente seguros de esto, volved al agua y dirigíos al oeste, hasta que creáis haberlo pasado; no, otra idea. Seguid hasta que penséis que estáis enfrente de su boca; después dirigíos hacia el sur una vez más. Me gustaría averiguar si podéis viajar corriente arriba con cierta velocidad. Sé que será lento; quizá no podáis viajar en absoluto en algunos lugares bordeando la orilla.
—Se lo diré a Beetch y a los cartógrafos, capitán —contestó Benj—. Intentaré conseguir una copia de su mapa y conservarla aquí actualizada; quizá eso ahorre algún tiempo en el futuro.
Los datos direccionales no resultaron ser definitivos. La situación del Kwembly podía ser establecida bastante bien, pero el curso del río por el que había venido era mucho menos seguro. Las comprobaciones estaban separadas por muchos kilómetros, pero resultaban suficientes para demostrar que el río estaba lleno de curvas. Después de otra discusión, se decidió que Beetchermarlf volviese a ponerse a flote y se dirigiese al oeste tan cerca de la costa como fuese posible, preferiblemente sin perderla de vista, mientras el alcance de sus luces y la pendiente del lecho del lago lo permitiesen. Si podía ver la boca del río, lo remontaría, según deseaba Dondragmer; si no iba a continuar siguiendo la costa hasta que los hombres arriba tuviesen bastante seguridad de que había pasado la boca; luego giraría hacia el sur.
Resultó factible mantener la costa dentro del alcance de las luces del Kwembly, pero tardaron dos horas en llegar hasta el río. Éste había hecho un amplio giro hacia el oeste, que no había sido advertido en las lecturas de la posición del vehículo durante la deriva corriente abajo; después giraba otra vez y penetraba en el lago en una dirección oblicua hacia el este, que seguramente provocaba el remolino en el sentido contrario al reloj. Uno de los planetógrafos observó que el remolino no podía ser causado por la fuerza de Coriolis, porque el lago se encontraba sólo a siete grados del ecuador, y además en el lado sur de un planeta que tardaba dos meses en rotar.
El delta, que hacía que la línea de la costa se dirigiese hacia el norte brevemente, sirvió de aviso.
Beetchermarlf en el timón y Takoorch en el lado de babor del puente, lanzaron al Kwembly bordeando la península de forma bastante irregular y reduciendo la velocidad varias veces cuando las ruedas se arrastraron sobre el fondo de barro; finalmente encontraron el camino de un canal despejado y penetraron en su corriente.
Esta no era rápida, pero el Kwembly continuaba sin flotar. Los mesklinitas no tenían prisa. Dondragmer calculó más de seis horas para experimentar la forma de luchar contra la corriente. En ese tiempo avanzaron unos dieciséis kilómetros. Si podía mantenerse aquella velocidad, el vehículo estaría de regreso en el campamento un día o dos después, es decir, en una semana humana.
Fue la impaciencia lo que cambió los planes del viaje. Esto, por supuesto, no se debió a ningún mesklinita; Aucoin decidió que dos kilómetros y media por hora no era satisfactorios. A Dondragmer no le importó mucho; concedió que, si era posible, podía combinarse la investigación con el viaje. Ante una sugerencia del planificador, envió a Beetchermarlf en ángulo al oeste hacia la ribera más próxima del río. El terreno parecía no tener obstáculos. Con algunos presentimientos, hizo que los timoneles retirasen las paletas.
Retirarlas resultó mucho más fácil que ponerlas, ya que ahora el vehículo se hallaba sobre terreno seco. Las cosas podían ser depositadas sobre el suelo y los cables de seguridad no eran necesarios. Benj, en su próxima visita a la sala de Comunicaciones, encontró al Kwembly viajando sin problemas hacia el sur, a unos dieciséis kilómetros por hora sobre un terreno llano, interrumpido de vez en cuando por alguna protuberancia rocosa y festoneado aquí y allí con arbustos, la forma de vida más alta encontrada en Dhrawn hasta la fecha. La superficie era de sedimentos firmes; los planetólogos supusieron que el área debía constituir una llanura aluvial, lo que le pareció razonable incluso a Benj.
Beetchermarlf estaba tan dispuesto a hablar como siempre, pero podía verse que toda su atención no se centraba en la conversación. Tanto él como Takoorch miraban adelante tan penetrantemente como lo permitían las luces del Kwembly y sus ojos. No había ninguna seguridad de que el viaje careciese de riesgos; sin la exploración aérea, toda la velocidad que se atrevían a emplear era de dieciséis kilómetros por hora. Cualquier otra más rápida hubiese sido correr más que sus luces. Cuando otros deberes, como el mantenimiento de las plantas, tenían que ser atendidos, detenían el vehículo y hacían el trabajo juntos. Consideraban que un par de ojos no eran suficientes para viajar con seguridad.
De vez en cuando, según pasaban las horas, quienquiera que estuviese en el timón comenzaría a sentir la traidora seguridad de que no podía haber peligro; después de todo, habían recorrido veintenas de kilómetros sin tener que cambiar la dirección, excepto para mantenerse a la vista del río. Un ser humano hubiese aumentado la velocidad poco a poco. La reacción mesklinita fue detenerse y descansar. Hasta Takoorch sabía que cuando se sentía tentado de actuar contra los dictados de un elemental sentido común, era el momento de hacer algo para mejorar su propio estado. En una ocasión, Aucoin descubrió el vehículo detenido cuando llegó a las pantallas, y supuso que se trataba de una parada regular para el mantenimiento del aire; pero entonces vio a uno de los mesklinitas tumbado ociosamente sobre el puente; el equipo había sido colocado de nuevo en su antigua posición, proporcionando una vista del casco. Preguntando por qué no viajaba el vehículo, Takoorch le contestó sencillamente que se había dado cuenta de que se estaba despreocupando. El administrador se marchó muy pensativo.
Al fin, estas precauciones fueron recompensadas; al menos así lo pareció.
Durante algunos kilómetros, las protuberancias en el lecho rocoso se habían vuelto más y más frecuentes, aunque generalmente más pequeñas, más agrupadas y angulares. Los planetólogos habían estado haciendo suposiciones, fútiles en realidad con tan poca información, sobre la estratigrafía subyacente. La superficie básica continuaba siendo sedimentaria, fuertemente comprimida, pero los observadores sospechaban que debía estar perdiendo profundidad y que pronto el Kwembly podría encontrarse sobre el mismo tipo de roca desnuda que formaba el sustrato del campamento de Dondragmer. De vez en cuando, los timoneles hallaban necesario desviarse ligeramente a derecha o izquierda para evitar las protuberancias rocosas; incluso tuvo que reducir velocidad ligeramente. Durante las últimas horas, los planetólogos habían sugerido varias veces, con aire de ruego, que el vehículo se detuviese antes de que fuese demasiado tarde y recogiese unas muestras del sedimento que atravesaba, aunque las rocas fuesen muy grandes para llevárselas. Aucoin señaló que, de todas formas, pasarían un año o dos antes que la muestra pudiese llegar a la estación, y se negó; los científicos le replicaron que un año era mucho mejor que el tiempo que se necesitaría si no se recogían las muestras.
Pero cuando el Kwembly se detuvo, fue a iniciativa de Beetchermarlf. Era una cosa sin importancia, o eso parecía; el suelo delante parecía un poco más oscuro, con un límite muy marcado entre éste y la superficie bajo el vehículo. La línea no se advertía sobre la pantalla del visor, pero los mesklinitas la vieron simultáneamente; sin palabras, estuvieron de acuerdo en que se imponía examinarla de cerca. Beetchermarlf llamó a la estación para informar a los seres humanos y a su capitán de que él y Takoorch saldrían un rato y describió la situación. Easy, traduciendo el mensaje, fue asaltada por dos planetólogos para que persuadiesen a los mesklinitas de que cogiesen unas muestras. Ella supuso que, dadas las circunstancias, ni siquiera Aucoin podría hacer objeciones, y accedió a pedírselo cuando les llamase de nuevo, con el permiso de Dondragmer.
Esta vez el capitán aprobó la salida, sugiriendo únicamente que debía ser precedida de un cuidadoso vistazo desde el puente con la ayuda de los focos. Esto resultó útil. A unos cien metros más adelante, no muy lejos del radio de las luces, un pequeño arroyo corría atravesando su camino y desembocaba en el río. Llevando la luz a estribor, podía verse cómo este afluente era paralelo al paso del vehículo desde el norte, rectificando su curva después un poco más allá de la popa del enorme vehículo y desapareciendo hacia el noroeste. El Kwembly se hallaba sobre una península de unos doscientos metros de anchura y algo menos de longitud, limitada al este —izquierda— por el río principal que habían estado siguiendo y por los otros lados por el pequeño afluente. Tanto a los mesklinitas como a los seres humanos les pareció probable que el cambio en el color del suelo que había atraído la atención de los timoneles estuviese causado por la humedad del arroyo más pequeño, pero ninguno estaba lo bastante seguro como para cancelar la salida propuesta al exterior. Aucoin no se hallaba presente.
En el exterior, incluso con la ayuda de luces extra, la línea de demarcación entre los dos tipos de suelo era mucho menos visible que antes. Beetchermarlf calculó que la distancia sería la causa principal. La tripulación raspó y empaquetó muestras de material a ambos lados de la línea; luego se acercaron a la corriente. Esta resultó ser un torrente de curso rápido y profundo, de tres o cuatro cuerpos de anchura, con su nivel a tres o cuatro centímetros por debajo del suelo, sobre el que cortaba su cauce. Después de una breve consulta, los dos mesklinitas comenzaron a seguirlo alejándose del río. No tenían forma de decir su composición, pero se obtuvo una botella de su contenido para ser analizada más adelante.
Cuando alcanzaron el lugar donde la curva del río se alejaba, hasta los mesklinitas podían ver que el arroyo no había existido durante mucho tiempo. Socavaba con velocidad visible sus riberas, transportando el sedimento al río principal. Ahora que se encontraban en la parte exterior de la curva, el socavamiento de la ribera próxima podía oírse y hasta sentirse. Beetchermarlf sintió cómo crujía repentinamente, y se encontró dentro del arroyo. Tenia sólo tres o cuatro centímetros de profundidad; de manera que aprovechó la ocasión para tomar otra muestra de su contenido. Decidieron continuar corriente arriba unos diez minutos, Beetchermarlf vadeando y Takoorch sobre la ribera. Antes de que el tiempo terminase, habían hallado el origen de la corriente de agua. Era una fuente, a un kilómetro del Kwembly, borboteando violentamente en el centro de la cubeta donde un manantial de procedencia subterránea la alimentaba. Beetchermarlf, investigando en el centro, fue derribado y llevado medio cuerpo arriba por la corriente. No había nada más de particular que hacer. No tenían equipo de cámaras. Nadie había sugerido en serio que llevasen con ellos el visor, y no parecía ganarse nada con coleccionar más muestras. Volvieron al Kwembly para dar una descripción verbal de lo que habían encontrado.
Hasta los científicos estaban de acuerdo en que ahora lo mejor sería llevar las muestras al campamento donde Borndender y sus amigos pudiesen hacer algo útil con ellas. Los timoneles pusieron otra vez el vehículo en movimiento.
Se acercó a la corriente y se introdujo en ella; el colchón suavizó el ligero desnivel al cruzar las ruedas el lecho de aquel valle que se ensanchaba, y en el puente no se sintió nada, ni durante los ocho segundos siguientes.
Más de la mitad del casco había cruzado el pequeño torrente, cuando la distinción entre sólido y líquido empezó a parecer borrosa. En el casco se sintió un pequeño tirón; en la pantalla arriba pudo advertirse un diminuto salto hacia arriba de los pocos rasgos visibles del exterior.
Casi instantáneamente el movimiento se detuvo, aunque los motores continuaron en funcionamiento. No podían conseguir nada, al estar completamente inmersos en el barro fangoso en que se había convertido repentinamente la superficie. No había ni soporte ni tracción. El Kwembly descendió hasta que las ruedas estuvieron enterradas, mientras que el colchón se perdió de vista; bajó casi, aunque no por completo, hasta el nivel donde hubiese estado literalmente flotando en el fango semilíquido. Fue detenido por dos de las protuberancias rocosas, una de las cuales le tocó bajo la popa justo detrás del colchón y la otra en el lado de estribor, unos tres metros delante de la escotilla principal. Hubo un feo sonido chirriante, mientras el casco del vehículo se balanceaba hacia delante y a babor y después se detenía.
Esta vez, como el sentido del olfato de Beetchermarlf le avisó, en alguna parte el casco había fallado. El oxígeno estaba penetrando en el interior.
XV. ESENCIA
—En resumen —dijo Aucoin desde su puesto a la cabecera de la mesa—, podemos escoger entre enviar la nave o no. Si no lo hacemos, el Kwembly y los mesklinitas a bordo están perdidos y Dondragmer y el resto de los tripulantes fuera de acción hasta que un vehículo de rescate como el Kalliff pueda llegar hasta ellos desde la colonia. Desgraciadamente, si intentamos aterrizar con la nave, hay bastantes probabilidades de que no sirva de nada. No sabemos por qué cedió el terreno bajo el Kwembly ni tenemos seguridad de que no suceda lo mismo en otros lugares de la proximidad. Perder la nave sería muy molesto. Aunque aterrizásemos primero cerca del campamento de Dondragmer y lo transportásemos con su tripulación al vehículo, podríamos perder la nave. No hay ninguna seguridad de que la tripulación pudiese reparar el Kwembly. El informe de Beetchermarlf hace que lo dude. Dice que ha encontrado y sellado las principales resquebrajaduras, pero que de vez en cuando el oxígeno continúa penetrando en el casco. Algunas de sus cisternas de soporte vital han sido envenenadas. Hasta ahora ha podido limpiarlas todas las veces y aprovisionarlas de nuevo por medio de las otras, pero no puede continuar siempre así, a menos que consiga detener las restantes filtraciones. Además, ni él ni nadie ha sugerido algo concreto para sacar ese vehículo del fango que lo retiene.
»Hay otro buen argumento en contra de mandar la nave. Si utilizamos control remoto, su operación cerca del suelo sería realmente imposible, teniendo en cuenta el retraso de sesenta segundos en las reacciones. Se podría programar su computador para un aterrizaje, pero los riesgos de esto se demostraron claramente la primera vez que alguien aterrizó lejos de la Tierra. Sería mejor dar a los mesklinitas unas lecciones rápidas para que la piloten ellos mismos.
—No intentes que eso suene completamente estúpido, Alan —señaló suavemente Easy—. El Kwembly es sencillamente el primero de los vehículos en llegar a lo que parece ser su último problema. Dhrawn es un mundo muy grande sobre el que se conoce muy poco, y sospecho que vamos a quedarnos sin vehículos terrestres para rescates o para cualquier otra cosa tarde o temprano. Además, hasta yo sé que los controles de la nave están acoplados al computador, con operadores discrecionales. Admito que, incluso así, las probabilidades son de diez a uno de que alguien que intente un vuelo sobre Dhrawn de suelo a suelo con esa máquina y sin previa experiencia se mataría; pero ¿Beetchermarlf y Takoorch tienen mayores probabilidades de supervivencia sobre cualquier otra base?
—Creo que sí —contestó tranquilamente Aucoin.
—¿Cómo, en nombre de todo lo que es sensato? —gruñó Mersereau—. Aquí todos hemos… Easy levantó su mano. Su gesto o la expresión de su rostro hicieron que Boyd se interrumpiese.
—¿Qué otros procedimientos podrías recomendar conscientemente que tuviesen alguna probabilidad real de salvar al Kwembly, a sus dos timoneles o al resto de la tripulación de Dondragmer? —preguntó.
Aucoin tuvo la decencia de sonrojarse fuertemente, pero contestó con bastante firmeza.
—Lo he mencionado anteriormente, como Boyd recordará —dijo—. Enviar al Kalliff desde la colonia a recogerlos.
Las palabras fueron seguidas por unos segundos de silencio, mientras expresiones regocijadas iban apareciendo sobre los rostros alrededor de la mesa. Al fin fue Ib Hoffman el que habló.
—¿Crees que Barlennan lo aprobará? —preguntó inocentemente.
—En resumen —le dijo Dondragmer a Kabremm—, podemos quedarnos aquí y no hacer nada mientras Barlennan envía un vehículo de rescate desde la colonia. Supongo que puede pensar en algún motivo para enviarlo que no suene demasiado extraño, después que no quiso hacerlo con el Esket.
—Eso será bastante fácil —contestó el primer oficial del Esket—. Uno de los seres humanos estaba en contra de enviarlo, y el comandante simplemente le dejó convencerle en la discusión. Esta vez podría ser más firme.
—Como si la primera vez no hubiese hecho sospechar bastante a algunos de los otros humanos. Pero no importa. Si esperamos, no sabremos cuánto tiempo tardará, ya que ni siquiera conocemos si hay algún camino posible por tierra desde la colonia hasta aquí. Tú viniste desde las minas por el aire y nosotros flotamos gran parte del camino.
—Si decidimos no esperar, podemos hacer dos cosas. Una es trasladarnos por etapas hasta el Kwembly, llevando el equipo vital tan lejos como nos lo permitan los trajes y parándonos después otra vez para recargarlos. Supongo que llegaríamos allí en algún momento. El otro es trasladarse hacia la colonia de la misma forma, hasta encontrar el vehículo de rescate, si viene uno, o llegar hasta allí a pie, si no lo hace. Supongo que tarde o temprano también llegaríamos allí. Aunque alcanzásemos al Kwembly, no tendríamos la seguridad de que podamos repararlo. Si los seres humanos han retransmitido adecuadamente los sentimientos de Beetchermarlf, parece bastante dudoso que podamos hacerlo. No me gusta ninguna de las dos cosas, a causa del tiempo que se pierde con cualquiera de ellas. Hay otras mejores que reptar a pie sobre la superficie de este mundo.
—En mi forma de pensar, utilizar tu dirigible para rescatar a mis timoneles, si se decidiese abandonar el Kwembly, o comenzar a transportar allí mi tripulación y mi equipo es una idea mejor.
—Pero eso…
—Eso, por supuesto, hundiría todo el cuento sobre el Esket. Incluso utilizar el helicóptero de Reffel tendría el mismo efecto; no podríamos explicar lo que le sucedió al equipo visual que llevaba, sin que ellos lo adivinen, no importa qué mentira nos inventemos. No estoy seguro de que valga la pena sacrificar deliberadamente esas vidas a causa de tal engaño, aunque admito que quizá haya que arriesgarse a hacerlo. No hubiese accedido a esto de otra forma.
—Eso he oído —contestó Kabremm—. Nadie ha sido capaz de hacerte ver el riesgo de depender completamente de unos seres que no nos consideran como verdadera gente.
—De acuerdo. Recuerda que algunos de ellos son tan distintos entre sí, como respecto a nosotros. Me decidí sobre los alienígenas en cuanto uno de ellos contestó mi pregunta sobre una cabria diferencial clara y detalladamente y me dio gratis la primera lección sobre el uso de las matemáticas en la ciencia. Comprendo que los humanos son tan distintos entre sí como nosotros; ciertamente el que persuadió a Barl de no enviar ayuda al Esket debe ser lo más distinto posible de la señora Hoffman o de Charles Lackland, pero no desconfío de ellos como especie. Nunca lo haré en la forma que vosotros parecéis intentarlo. No creo que Barlennan lo haga; ha cambiado el tema más de una vez, en lugar de discutirlo conmigo, y ése no es Barlennan cuando está seguro de tener razón. Sigo pensando que sería una buena idea arriar las velas en este asunto y pedir directamente la ayuda humana para el Kwembly o arriesgarse a que ellos se enteren, utilizando allí los tres dirigibles.
—Ya no son tres —Kabremm sabía que aquello no importaba, pero se alegraba de tener una oportunidad de cambiar de tema—. Karfrengin y cuatro hombres más han desaparecido en el Elsh hace dos días.
—Por supuesto, no me habían llegado estas noticias —dijo Dondragmer—. ¿Cómo ha reaccionado el comandante? Creo que hasta él sentiría la tentación de pedir ayuda a los humanos, si comenzamos a perder gente por todo el mapa.
—El tampoco lo sabe. Hemos enviado grupos a pie en su búsqueda, utilizando las ruedas que cogimos del Esket, y no queríamos hacer un informe hasta que estuviese completo.
—¿Podría ser más completo? Karfrengin y sus hombres tienen que haber muerto ya. Los dirigibles no llevan equipo de soporte vital para dos días.
Kabremm se encogió de hombros.
—Eso es asunto de Destigmet. Yo tengo bastantes problemas.
—¿Por qué no se utilizó tu vehículo para la búsqueda?
—Se hizo hasta esta tarde. Hay otros problemas en la mina. Una especie de río de hielo se acerca muy lentamente, pero pronto cubrirá la segunda colonia si no se detiene. Ya ha llegado hasta el Esket y ha comenzado a volcarlo. Esa es la razón de que pudiésemos coger las ruedas tan fácilmente. Destigmet me ha enviado para que siguiese al glaciar e intentase averiguar si hay probabilidades de que no se detenga, o si era sólo algo temporal. En realidad, no debería haber llegado tan lejos, pero no pude pararme. Durante toda la distancia es el mismo río, a veces sólido y a veces líquido a lo largo de su curso; es la cosa más extraña que he visto en este extraño mundo. No hay ninguna probabilidad de que el hielo se detenga. La colonia del Esket está condenada.
—Por supuesto, Barlennan tampoco sabe nada de esto.
—No hay forma de decírselo. Sólo descubrimos que el hielo se movía justo antes del anochecer.
Hasta entonces era simplemente un acantilado a unas cuantas docenas de cables de la mina.
—En otras palabras: no sólo hemos perdido a mi primer oficial y un helicóptero, sino también un dirigible con cinco hombres y, de paso, todo el proyecto del Esket, con mi Kwembly seguramente en la misma lista. ¿Y todavía piensas que no deberíamos terminar este engaño, contar a los humanos toda la historia y conseguir su ayuda?
—Más que nunca. Si supiesen que tenemos tantos problemas, seguramente decidirían que no les serviríamos de mucho y nos abandonarían aquí.
—Tonterías. Nadie abandona así una inversión como la de este proyecto; pero no importa discutir; de todas formas, es un punto sin importancia. Me gustaría…
—Lo que te gustaría en realidad es tener una excusa para descubrir toda la historia a tus amigos que respiran oxígeno.
—Sabes que no haría eso. Estoy completamente dispuesto a utilizar mi propio juicio, pero conozco bastante historia para temer decisiones rápidas que signifiquen cambios en la política básica.
—Gracias a la suerte. Está bien que te gusten algunos humanos, pero no todos son como Hoffman. Tú mismo lo admitiste.
—Pienso —dijo Barlennan a Bendivence— que nos apresuramos demasiado enviando a Deeslenver al Esket con órdenes de obturar sus equipos visuales. Toda la cuestión del Esket parece haberse aquietado, y eso le traerá de nuevo a la vida. Todavía no estamos preparados para el truco principal, y no lo estaremos durante un año o más.
No me pareció mal tener una oportunidad de hacer que los seres humanos comenzasen a pensar siguiendo las líneas de la idea de una amenaza nativa, pero la tripulación de Destigmet no será capaz de representar su parte hasta que tenga muchos más aparatos mecánicos y eléctricos hechos por ellos mismos, evitando que los humanos sepan que los tenemos. A menos que la amenaza nativa parezca real, los seres humanos no seguirán los pasos que queremos.
»Si hubiese alguna forma de ir ahora detrás de Dee y cancelar sus órdenes, lo haría. Me gustaría haberte permitido continuar adelante con tus experimentos de radio y tener ahora mismo un equipo en el Deedee.
—No debiera ser demasiado arriesgado, y me gustaría mucho intentarlo —contestó Bendivence—. Por supuesto, las ondas podrían ser detectadas por los seres humanos, pero si nos limitásemos a pocas transmisiones que fuesen cortas, utilizando un código sencillo, probablemente no comprenderían el origen. No obstante, es demasiado tarde para llamar a Deeslenver.
—Cierto. Me gustaría saber por qué nadie ahí arriba ha dicho nada más sobre Kabremm. La última vez que hablé con la señora Hoffman, tuve la impresión de que no estaba tan segura como antes de haberle visto. ¿Supones que, en realidad, fue un error? ¿O los seres humanos están intentando probarnos en la forma en que quería hacerlo yo con ellos? ¿Habrá hecho algo Dondragmer para sacarnos de este aprieto? Si ella se equivocó, tendríamos que comenzar a pensarlo todo otra vez más.
—¿Y qué sucede con ese otro informe del que no supimos más: de que algo se deslizaba sobre el suelo del Esket? —contrarrestó el científico—. ¿Era eso otra prueba, o realmente sucedió algo allí? Recuerda que no hemos tenido ningún contacto con esa base desde hace ciento cincuenta horas. Si realmente algo mueve al Esket, estamos demasiado poco informados para poder hacer algo sensato. Aun sin tener en cuenta el asunto del Esket, es una gran molestia no poder confiar en los datos.
—Si en el Esket hay problemas, tendremos que confiar en el juicio de Dee —dijo el comandante, ignorando la frase final de Bendivence—. En realidad, ni siquiera es el principal de nuestros problemas. La cuestión verdadera estriba en qué hacer en cuanto a Dondragmer y al Kwembly. Supongo que tuvo una buena razón para abandonar su vehículo y dejarle marchar a la deriva, pero los resultados han sido nefastos. El hecho de que un par de sus hombres quedasen olvidados a bordo, todavía lo complica más. Si no estuviesen allí, podríamos olvidarnos del vehículo y enviar al Kalliff para recoger a la gente.
—¿Por qué no lo hacemos? ¿No lo sugirió el humano Aucoin?
—Lo hizo. Le dije que tendría que pensarlo.
—¿Por qué?
—Porque hay menos de una probabilidad entre diez, quizá menos de una entre cien, de que el Kalliff pudiese llegar allí a tiempo de servir de algo a esos dos hombres. Las probabilidades de que lo consiga son bastante escasas. ¿Recuerdas el campo de nieve que atravesó el Kwembly antes de la primera riada? ¿Cómo supones que está ahora esa zona? ¿Y cuánto tiempo piensas que dos hombres competentes, pero sin un verdadero entrenamiento técnico o científico, van a mantener habitable ese casco agujereado?
»Por supuesto, podríamos confesarlo todo y decir a los humanos que se pongan en contacto con Destigmet a través de la vigilancia que mantiene sobre los comunicadores del Esket; después podrían decirle que enviase uno de los dirigibles a rescatarlos.
—Eso sería malgastar una tremenda cantidad de trabajo y arruinar lo que todavía parece una operación prometedora —contestó Bendivence pensativamente—. Tú no quieres hacerlo más que yo, pero no podemos abandonar a esos dos hombres.
—No podemos —concedió lentamente Barlennan—, pero me pregunto si les haríamos correr un riesgo demasiado grande si esperásemos otra posibilidad.
—¿Cuál?
—Si los seres humanos estaban convencidos de que no podríamos realizar el rescate, es posible, especialmente con dos Hoffman para discutir, que decidan hacer algo ellos mismos.
—¿Pero qué podrían hacer? La nave que llaman La barcaza únicamente aterrizará aquí en la colonia con sus controles automáticos, si no entiendo mal el Plan Uno de Rescate. No pueden volar sobre este mundo desde la estación orbital; si necesitan todo un minuto para corregir un error, la estrellarán en menos de un segundo. No pueden dirigirla personalmente. Está diseñada para rescatarnos a nosotros, con nuestro aire y nuestro control de temperatura, y además la gravedad de Dhrawn incrustaría un ser humano sobre la cubierta.
—No subestimes a esos alienígenas, Ben. Quizá no sean demasiado ingeniosos, pero sus antepasados han tenido tiempo para pensar en montones de ideas ya preparadas sobre las que no sabemos nada. No haría esto si me pareciese que hay bastantes probabilidades de que llegásemos allí nosotros mismos, pero en estas circunstancias no ponemos a los timoneles en un peligro mayor del que ya están; creo que dejaremos que los seres humanos adquieran la idea de llevar a cabo el rescate ellos mismos. Será mucho mejor que abandonar el plan.
—Así pues —dijo Beetchermarlf a Takoorch—, tenemos que encontrar de alguna forma el tiempo entre reparar las filtraciones y limpiar las unidades de aire del veneno para convencer a la gente de que vale la pena rescatar al Kwembly.
»La mejor forma de hacerlo sería si lo pudiésemos poner en marcha nosotros, aunque dudo mucho que logremos hacerlo. Es el vehículo el que va a decidir la línea de actuación. Tu vida y la mía no significan mucho para los humanos, excepto quizá para Benj, que no es el director allá arriba. Si el vehículo continúa vivo, si podemos conservar en funcionamiento esas cisternas para que nos suministren alimento y aire y, de paso, evitar ser envenenados por el oxígeno y hacer progresos reales en la reparación y liberación del vehículo, tal vez entonces se convenzan de que vale la pena un viaje de rescate. Incluso si no lo hacen, tendríamos que realizar esto de todas formas en nuestro beneficio, pero si conseguimos hacer que los humanos le digan a Barlennan que tenemos al Kwembly libre y corriendo y que nosotros solos le llevaremos hasta Dondragmer, tal intento debiera hacer felices a unas cuantas personas, especialmente al comandante.
—¿Crees que podremos hacerlo? —preguntó Takoorch.
—Tú y yo somos los primeros que tenemos que ser convencidos —contestó el timonel más joven—. El resto del mundo lo será más fácilmente después de eso.
—Tal vez —dijo Benj a su padre— no arriesgaremos la nave para salvar dos vidas, aunque para eso está aquí.
—Ninguna de las dos cosas es completamente correcta —contestó Ib Hoffman—. Es una pieza del equipo de emergencia, pero fue planeado para ser utilizado si todo el proyecto se derrumbaba y teníamos que evacuar la colonia. Esto fue siempre una posibilidad; había muchas cosas que no podían ser probadas por adelantado. Por ejemplo, el truco de igualar la presión exterior en los vehículos y en los trajes utilizando extra argón era perfectamente razonable, pero no podíamos estar seguros de si produciría efectos secundarios sobre los propios mesklinitas; el argón es inerte generalmente, pero también lo es el xenón, anestésico efectivo para los seres humanos. Los sistemas vivientes son demasiado complicados para que las deducciones resulten siempre seguras, aunque los mesklinitas parecen mucho más sencillos fisiológicamente que nosotros. Esa puede ser una razón por la que soportan un espectro tan amplio de temperaturas.
«Pero el punto clave es que la nave está calculada para albergarse sobre un polo transmisor cerca de la colonia; no aterrizará en ningún otro lugar de Dhrawn. Por supuesto, puede ser manejada por control remoto, pero no a esta distancia.
«Supongo que lograríamos alterar el programa del computador a bordo para que pudiese posarse sobre otros lugares, por lo menos sobre cualquier superficie razonablemente plana; pero, ¿querrías colocarla cerca de tu amigo por medio de un programa invariable incorporado, o mediante un control remoto a larga distancia? Recuerda que la nave utiliza reactores de protón, tiene una mesa de doce toneladas y debe producir toda una sacudida al bajar sobre un suelo blando a cuarenta gravedades, especialmente porque sus reactores están desplegados para reducir los cráteres.
Benj frunció el ceño pensativamente.
—Pero, ¿por qué no podemos acercarnos más a Dhrawn y reducir el retraso en el control remoto? —preguntó después de un momento.
Ib miró a su hijo sorprendido.
—Tú sabes por qué, o debieras saberlo. Dhrawn tiene una masa de tres mil cuatrocientas setenta y una Tierras y un período de rotación de algo más de mil quinientas horas. Una órbita sincrónica que nos mantiene sobre una longitud constante en el ecuador está, por tanto, a algo más de diez millones de kilómetros. Si utilizas una órbita a ciento sesenta kilómetros sobre la superficie, estarías viajando a algo más de ciento cuarenta kilómetros por segundo y darías la vuelta a Dhrawn en unos cuarenta minutos. Durante dos o tres minutos de esos cuarenta podrías ver el mismo lugar de la superficie. Puesto que el planeta tiene una superficie ochenta y siete veces mayor que la Tierra, ¿cuántas estaciones de control crees que serían necesarias para conseguir un aterrizaje o un despegue?
Benj hizo un gesto de impaciencia.
—Conozco todo eso, pero ya hay un enjambre de estaciones ahí abajo: los satélites de reflejos. Hasta yo sé que todos tienen equipos retransmisores, puesto que están informando constantemente a los computadores aquí arriba; en un momento dado, casi la mitad debe estar detrás de Dhrawn. ¿Por qué no puede un controlador, navegando en uno de ellos o en una nave a la misma altura, conectar con sus retransmisiones y operar el aterrizaje y el despegue desde allí? El retraso no sería mayor de un segundo, incluso desde el lado opuesto del mundo.
—Porque… —Ib comenzó a contestar, pero pronto permaneció silencioso.
Estuvo así durante dos minutos. Benj no le interrumpió; generalmente el muchacho tenía una buena idea sobre cuándo estaba consiguiendo algo.
—Tendría que haber una interrupción de varios minutos en los datos del neutrino, mientras los transmisores estuviesen siendo conectados —dijo Ib finalmente.
—¿Una en cuántos años que llevan integrando ese material?
Generalmente Benj no era sarcástico con ninguno de sus padres, pero sus sentimientos se estaban calentando una vez más. Su padre asintió silenciosamente, concediendo el punto, y continuó pensando.
Debían haber pasado cinco minutos, aunque Benj hubiese jurado que fueron muchos más, cuando el mayor de los Hoffman se puso en pie repentinamente.
—Vamos, hijo. Tienes toda la razón. Funcionará para un aterrizaje inicial espacio-superficie y para un despegue superficie-órbita, y eso es suficiente para un vuelo superficie-superficie; hasta un segundo de retraso es demasiado para el control, pero podemos pasarnos sin eso.
—¡Claro! —animó Benj—. Despegar y volver a la órbita, descansar un minuto, cambiar de órbita para acomodarla al lugar de aterrizaje y finalmente bajar otra vez.
Así es, pero no lo menciones. En primer lugar, si nos acostumbrásemos a hacer este tipo de acción, habría una interrupción significativa en la transmisión de los datos de neutrino. Además, he buscado una excusa para esto casi desde que me uní al proyecto. Ahora la tengo, y voy a usarla.
—¿Una excusa para qué?
—Para hacer exactamente lo que creo que Barlennan ha estado intentando obligarnos a realizar todo el tiempo: poner pilotos mesklinitas en la nave. Supongo que alguna vez querrá su propia nave interestelar, de forma que pueda comenzar a llevar la misma vida entre las estrellas, como acostumbraba hacer en los océanos de Mesklin; pero tendrá que conformarse con un salto de cada vez.
—¿Crees que ha estado queriendo eso todo el tiempo? ¿Por qué debería preocuparse tanto de tener sus propios pilotos espaciales? Y ahora que lo pienso, ¿por qué no era una buena idea, si los mesklinitas podían aprender?
—Lo era. No hay ninguna razón para dudar que puedan aprender.
—Entonces, ¿por qué no se hizo así desde el principio?
—Será mejor que no te dé una conferencia sobre el tema ahora mismo. Me gusta enorgullecerme de mi especie tanto como lo permiten las circunstancias, y la explicación no proporciona mucho crédito ni a la racionalidad del hombre ni a su control emocional.
—Entonces puedo adivinarlo —replicó Benj—. Pero en ese caso, ¿qué te hace pensar que podemos cambiar eso ahora?
—Porque ahora, a poco coste y al mismo nivel general de razonamiento emocional, podemos manipular algunos de los impulsos humanos menos generosos. Voy a descender al laboratorio de planetología y a molestar un poco. Voy a preguntar a esos químicos por qué no conocen lo que atrapó al Kwembly, y cuando me digan que por carecer de alguna muestra de barro, voy a preguntarles por qué no la tienen. Voy a preguntarles por qué se han estado conformando con datos sísmicos y espectros del neutrino, cuando podrían estar analizando muestras minerales transportadas aquí desde todos los lugares donde un vehículo mesklinita se ha detenido durante diez minutos. Si prefieres no descender a ese nivel y trabajar más bien con las emociones más nobles de la humanidad, vete pensando en todas las frases enternecedoras que puedes hacer sobre el horror y la crueldad de abandonar a tu amigo Beetchermarlf, sofocándose lentamente en un mundo extraño, a miles de parsecs de su hogar. Podríamos utilizar eso si tenemos que llevar esta discusión ante una autoridad superior, como el público en general. En realidad, no creo que lo necesitemos, pero ahora mismo no estoy de humor para limitarme a un juego limpio y a unos argumentos lógicos.
»Si Alan Aucoin gruñe por el coste de operar la nave (creo que tiene demasiado sentido común), voy a saltar sobre él con los dos pies. La energía ha sido prácticamente gratis desde que conseguimos los aparatos de fusión; lo que cuesta es el entrenamiento del personal. De todas formas, tenemos que emplear tripulantes mesklinitas; así pues, esa inversión ya está hecha; y dejando la nave balancearse aquí sin utilizarla, está malgastando su coste. Sé que en esa lógica hay un pequeño agujero, pero si lo señalas delante del doctor Aucoin, te azotaré por primera vez desde que tenías siete años, y no creo que la última década haya hecho muchos estragos en mi brazo. Deja a Aucoin que piense solo.
—No tienes que enfadarte conmigo, papá.
—No lo estoy. De hecho, estoy más asustado que enfadado.
—¿Asustado? ¿De qué?
—De lo que pueda sucederle a Barlennan y a su gente en lo que tu madre llama «ese horrible planeta».
—Pero, ¿por qué? ¿Por qué ahora más que antes?
—Porque estoy comenzando a comprender que Barlennan es un ser inteligente, resuelto, calculador, ambicioso y razonablemente cortés, igual que lo era mi único hijo hace seis años, y recuerdo muy bien tu equipo de bucear. Vamos. Tenemos una escuela de astronáutica que organizar y un cuerpo estudiantil que reunir.
EPILOGO: LECCIONES
A trecientos kilómetros, la nave era percibida como un objeto en forma de estrella reflejando la débil luz de Lalanda 21.185. Benj había observado la nave alejándose a esa distancia y colocándose en lo que su piloto consideraba una órbita decente con respecto a la estación, pero ni él ni el piloto habían discutido los detalles técnicos. Era tan incómodo ser capaz de mantener una conversación sin esperar todo un minuto la contestación del otro individuo, que Benj y Beetchermarlf se habían puesto a charlar.
Estas conversaciones se iban haciendo menos frecuentes. Benj había vuelto a trabajar de verdad y, según sospechaba, a recuperar el tiempo perdido. Beetchermarlf estaba muy a menudo lejos en vuelos de prácticas para hablar, y con más frecuencia, demasiado ocupado para charlar con nadie que no fuese su instructor.
—Es el momento de terminar, Beetch —el muchacho acabó con el intercambio al oír silbar a Tebbetts desde la barra—. Va a llegar el instructor.
—Cuando esté listo lo estaré yo —llegó la respuesta—. ¿Quiere usar tu lenguaje o el mío esta vez?
—El te lo comunicará; no me lo ha dicho. Aquí está —contestó Benj.
El astrónomo barbudo, sin embargo, habló primero con Benj, después de echar un rápido vistazo a su alrededor. Los dos estaban a la deriva, sin peso en la sección de observación directa en el centro del eje conector de la estación, y Tebbetts había supuesto que la nave y su estudiante estarían derivando a su lado. Todo lo que su rápida ojeada captó fue el parduzco rescoldo de un sol en una dirección y el débilmente iluminado disco de Dhrawn en la otra, poco mayor que la Luna vista desde la Tierra.
—¿Dónde está, Benj? Creí oírte hablar con él; así que supuse que estabas cerca. Espero que no se retrase. Debería estar resolviendo órbitas de intersección, incluso con nomógrafos en lugar de computadores superrápidos, mejor de lo que lo hace.
—Aquí está, señor —señaló el muchacho—. Justo a más de trescientos kilómetros en una órbita de 17,8 minutos alrededor de la estación.
Tebbetts parpadeó.
—Es ridículo. No creo que ese montón de chatarra pueda rodear nada en tal tiempo a una distancia de sesenta metros, y menos a tantos kilómetros. Tendrá que utilizar energía, acelerando recto hacia nosotros…
—Lo está haciendo, señor. Unas doscientas gravedades de aceleración. El tiempo es el período de rotación de Mesklín, y la aceleración, el valor de la gravedad en su hogar. Dice que no se ha sentido tan cómodo desde que trabaja para Barlennan y desea que hubiese alguna forma de dar luz al sol.
El astrónomo sonrió lentamente.
—Sí, entiendo. Tiene sentido. Debería haber pensado en ello. Tengo aquí unos cuantos ejercicios prácticos más, pero esto es tan bueno como cualquiera de ellos. Yo debería preparar más cosas de ese tipo. Bien, comencemos. ¿Puedes quedarte para corregir mi lenguaje? Creo que tengo todas las palabras de stenno que necesito para el trabajo de hoy y el espacio está bastante vacío; de modo que sus errores o los míos serán relativamente inocuos, pero no hay necesidad de correr riesgos.
—Ha sido una mala suerte que el Kwembly, después de todo, no haya podido ser salvado —observó Aucoin—, pero la tripulación de Dondragmer está haciendo un estudio muy bueno y efectivo de la zona mientras esperan ayuda. Creo que fue una idea muy buena enviar al Kalliff con una tripulación reducida y dejarles allí trabajando mientras esperan, en lugar de transportarlos a la colonia en la nave. De todas formas, eso siempre hubiese sido bastante peligroso, en tanto no haya pilotos mesklinitas con práctica. La forma más segura de hacerlo probablemente fue un único aterrizaje cerca del Kwembly para recoger a los dos timoneles y volver directamente al espacio a fin de que se les entrene.
«Pero ahora tenemos problemas con el Smof. A esta velocidad, nos quedaremos sin vehículos antes de llegar a medio camino de Low Alfa. ¿Conoce alguien al comandante del Smof en la forma que Easy conoce a Dondragmer? Supongo que tú no, ¿no es cierto, Easy? ¿Puede darme alguien una opinión sobre su habilidad para salir de apuros, o vamos a tener que arriesgarnos antes de que estos dos mesklinitas estén completamente entrenados?
—Tebbetts piensa que Beetchermarlf podría operar ya un aterrizaje en la superficie, en tanto no se vea complicado con emergencias mecánicas —señaló un ingeniero—. Personalmente, yo no dudaría en dejarle ir.
—Quizá tengas razón. El problema, sin embargo, es que no podemos descender con la nave sobre un bloque de hielo, y ni siquiera ésta puede elevar uno de esos vehículos terrestres, aunque hubiese alguna forma de conectarlos sin tener que aterrizar. Beetchermarlf y Takoorch pueden continuar con su entrenamiento por el momento. Lo que quiero tan pronto como sea posible, Planetología, es la mejor dirección y distancia para trasladar la tripulación del Smof allí, si tuviesen que abandonar el vehículo, es decir, el punto más cercano donde la nave podría aterrizar para rescatarla. Por supuesto, si está cerca de su emplazamiento actual, no se lo digáis; quiero que hagan lo más que puedan para salvar el vehículo. No tiene sentido tentarlos con un escape fácil.
Ib Hoffman se estremeció ligeramente, pero se abstuvo de hacer comentarios. En cierto modo, Aucoin estaba probablemente justificado. El administrador continuó:
—Además, ¿hay alguna explicación definitiva sobre el fenómeno que atrapó al Kwembly? Ya hace semanas que tenéis las muestras del barro, o lo que sea que trajo Beetchermarlf.
—Sí —contestó un químico—, es un ejemplo fascinante de acción de superficie. Es sensible a la naturaleza y tamaño de las partículas de los minerales presentes, las proporciones del agua y el amoníaco en el fluido lubricante, la temperatura y la presión. Por supuesto, el peso del Kwembly fue la mayor causa de preocupación; los mesklinitas podrían caminar sobre esta materia; de hecho lo hicieron con bastante seguridad. Una vez disparada a causa de una cima en la presión, la fuerza salió del material en una onda…
—De acuerdo, el resto puede servir para un ensayo —asintió Aucoin—. ¿Hay alguna forma de identificar una superficie semejante sin poner un vehículo encima?
—¡Hum! Yo diría que sí. La temperatura de radiación debería proporcionar la suficiente información o, por lo menos, servir de aviso de que habría que hacer otras pruebas. Si vamos a eso, no me preocuparía por la nave; los reactores harán que el agua y el amoníaco se evaporen de una superficie semejante antes de rozarla.
Aucoin asintió y pasó a otros asuntos. Informes sobre los vehículos, informes para publicar, informes sobre suministros, proyectos en programación.
Todavía estaba un poco avergonzado. Había conocido su propio fallo, pero como la mayor parte de la gente, lo había perdonado y se sentía seguro de que no podía ser advertido. Mas los Hoffman sí habían reparado en él, y quizá otros también. Tendría que tener cuidado si quería conservar un puesto de responsabilidad y respetado. Después de todo, se repitió firmemente a sí mismo que los mesklinitas eran personas, aunque pareciesen chinches.
La atención de Ib Hoffman se distraía, aunque sabía que el trabajo era importante. Su mente continuaba regresando al Kwembly, al Smof y a una pieza de un equipo de inmersión bien diseñada y bien construida, que casi había matado a un muchacho de once años. Los informes de Aucoin, puntualizados por los comentarios, ácidos a veces, continuaban; lentamente Ib tomó una decisión.
—Estamos haciendo progresos —observó Barlennan—. Había una buena excusa para sacar los aparatos visuales del Kwembly, puesto que estaba siendo abandonado; así que hemos podido trabajar sin restricciones allí. También pudimos utilizar el helicóptero de Reffel, ya que los humanos lo creen perdido. Jemblakee y Deeslenver tienen la impresión de que el vehículo puede estar en perfectas condiciones en un día más.
Miró hacia el débil sol, casi exactamente por encima de su cabeza.
—Los químicos humanos fueron útiles en cuanto a ese barro donde estaba el Kwembly. Era divertido cómo el que habló con Deeslenver de esto insistía en que eran sólo suposiciones, mientras hacía una sugerencia tras otra. Mala suerte no poder decirle lo acertadas que fueron casi todas sus ideas.
—La inseguridad en sí mismos parece ser un rasgo de los humanos, si pueden hacerse observaciones tan generales —contestó Guzmeen—. ¿Cuándo llegaron estas noticias?
—El Deedee llegó hace una hora y ha vuelto a marcharse. Esa máquina tiene demasiado trabajo. Fue bastante desgraciado que hayamos perdido el Elsh, y con Kabremm y su Gwelf retrasados, las cosas se van amontonando. Espero que podamos encontrarlo. Quizá el Kalliff traiga algo. Se suponía que estaba buscando un camino para llevarle hasta el campamento de Don; así que quizá uno de los exploradores de Kenanken lo descubra. No lleva ni un día de retraso; todavía hay alguna probabilidad.
—Y con todo esto, ¿dices que hemos adelantado? —intervino Guzmeen.
—Seguro. Recuerda que toda la finalidad de la trama del Esket era persuadir a los seres humanos para que nos dejaran utilizar sus naves espaciales. El asunto de un soporte independiente era incidental, aunque útil. Esperábamos convertir el mito de una vida local en una amenaza importante para persuadir a Aucoin de que nos dejara volar y pasarnos meses con esto. Nos hemos adelantado bastante y no hemos perdido mucho: la base junto al Esket, por supuesto, el Elsh con su tripulación y posiblemente a Kabremm con la suya.
—Pero ni siquiera Kabremm y Karfrengin son exactamente reemplazables. No somos muchos. Si Dondragmer y su tripulación no viviesen cuando el Kalliff los alcance, habremos sufrido una pérdida realmente seria; por lo menos las tripulaciones de los dirigibles no estaban compuestas por nuestros científicos y nuestros ingenieros.
—Don no está en peligro serio. Siempre puede ser recogido por Beetchermarlf en la nave espacial humana, quiero decir, en nuestra nave espacial.
—Y si algo fuese mal en esa operación, habremos perdido no sólo nuestra única nave espacial, sino también nuestros únicos pilotos espaciales.
—Eso me sugiere —dijo pensativamente Barlennan— que deberíamos intentar ganar parte del terreno perdido—. Tan pronto como el Kwembly esté preparado, debería comenzar a buscar un lugar apropiado para reemplazar la colonia del Esket. Los científicos de Don no tendrán muchos problemas para encontrar un buen emplazamiento; Dhrawn parece rico en filones metálicos. Quizá debiéramos hacerle buscar más cerca de aquí, no obstante, para que la comunicación sea más rápida.
—Tendremos que construir más dirigibles; el que nos queda no es suficiente para el trabajo. Quizá debiéramos diseñar algunos mayores.
—Me he estado preguntando sobre esto.
Un técnico que había estado escuchando silenciosamente hasta este momento, habló:
—¿Crees que sería inteligente averiguar con mucho tacto algo sobre los dirigibles a través de los humanos? Nunca hemos discutido el tema con ellos; te enseñaron algo sobre los globos hace años, y algunos de los nuestros tuvieron la idea de utilizar en ellos los generadores de los humanos. No sabemos si los usaron alguna vez así. Quizá no sea sólo mala suerte que hayamos perdido a dos de los tres que teníamos en tan poco tiempo. Tal vez haya algo en la idea fundamentalmente incorrecto.
El comandante hizo un gesto de impaciencia.
—Eso es una tontería. No intenté adquirir una educación científica completa a través de los alienígenas, ya que obviamente iba a llevar mucho tiempo; pero algo que sí comprendí fue que las normas subyacentes son esencialmente sencillas. Una vez que los humanos comenzaron a concentrarse en las normas básicas, pasaron de los barcos de vela a las naves espaciales en un par de siglos. Los globos, con energía o sin ella, son artificios sencillos; yo mismo los entiendo perfectamente bien. Poner a bordo un motor no cambia eso; tienen que estar funcionando las mismas reglas.
El técnico observó pensativamente a su comandante y pensó brevemente en tubos de electrones y en circuitos de televisión antes de contestar.
—Supongo —dijo pensativamente— que un trozo de material destrozado por la tempestad y una nave arrastrada por el viento son también ejemplos de las mismas reglas en funcionamiento.
Barlennan no quería dar una respuesta afirmativa, pero no pudo encontrar nada mejor.
Estaba todavía intentando olvidarse de la observación del técnico, aunque consiguiendo únicamente dudar más y más de su situación, cuando un mensajero le llamó a la sala de Comunicaciones unas veinte horas más tarde. En cuanto entró, Guzmeen habló brevemente por un micrófono; un minuto más tarde, un rostro humano, que ninguno de ellos reconoció, apareció sobre la pantalla.
—Soy Ib Hoffman, esposo de Easy y padre de Benj —comenzó el extraño sin más preámbulos—. Estoy hablándoos sólo a vosotros dos, Barlennan y Dondragmer. El resto de los observadores están concentrados en una nueva emergencia en relación con uno de los vehículos. Empleo vuestro idioma lo mejor que puedo, mientras mi mujer me escucha; ella sabe lo que quiero decir y me corregirá si me equivoco demasiado. He decidido que es el momento de aclarar algunos errores, pero no pienso hablar a todo el mundo de ellos; veréis la razón antes de que termine, si no lo hacéis ya. Estoy molesto, principalmente porque odio llamar mentiroso a nadie en cualquier idioma.
»En primer lugar, mis sinceras felicitaciones, Barlennan. Estoy casi seguro de que cuando entregamos la nave a un piloto mesklinita cumplimos uno de tus principales planes, probablemente mucho antes de lo que pensabas o esperabas madurarlo. Eso está muy bien. Yo quería que pasase eso. Probablemente tú también desees hacer vuelos interestelares más adelante por tu cuenta; también lo encuentro espléndido. Yo te ayudaré.
«Pareces pensar que muchos, o al menos la mayoría, de los humanos intentarían ponerte dificultades para esto, y tengo que admitir que algunos lo harían así, aunque creo que ahora tenemos el más efectivo bajo control. Si vamos a eso, no puedes estar seguro de que yo sea sincero; eres lo bastante tramposo como para pensar que todo el mundo lo es. Mala suerte. Lo que creas de lo que te diga está más allá de mi control; sin embargo, tengo que decirlo.
«No sé cuánto has preparado de la situación actual, pero puedo adivinarlo. Estoy casi seguro de que la desaparición del Esket no fue auténtica. No estoy seguro del estado real del Kwembly. Probablemente sabes más de Dhrawn de lo que has dicho. No diré que no me importa, porque me importa; nosotros estamos aquí para aprender lo más que podamos sobre Dhrawn, y lo que tú no nos digas es una pérdida para el proyecto. No puedo amenazarte con represalias por rompimiento de contrato, puesto que no estoy completamente seguro de que lo hayas roto ni me encuentro en posición de cumplir amenazas. En cualquier caso, no tengo ningún deseo de hacerlo. Pero quiero persuadirte de que sería mejor para todos si nos arreglásemos sin secretos. Estamos en un momento en que cualquier actitud que no sea una auténtica franqueza nos costará probablemente mucho a nosotros y a ti. Para que comprendas esto, voy a contarte una historia.
»Tú sabes que los seres humanos respiran oxígeno, como los otros hidrógeno, aunque al ser mucho mayores necesitamos un sistema de bombeo más complicado para llevarlo por nuestros cuerpos. A causa de los detalles de ese sistema, nosotros nos asfixiamos si se nos priva de oxígeno puro y gaseoso dentro de un cierto margen de presión, bastante estrecho.
»Unas tres cuartas partes de la superficie de la Tierra están cubiertas por agua. Nosotros no podemos respirar bajo el agua sin equipo artificial, pero el uso de un equipo semejante es un deporte humano muy corriente. Consiste esencialmente en una botella de aire comprimido y en un sistema de válvulas que proporcionan aire a nuestro sistema respiratorio cuando lo precisamos; sincero y claro.
»Hace seis de nuestros años, cuando Benj tenía once, construyó un aparato semejante, diseñándolo él mismo con mi ayuda. Construyó la botella a presión y el regulador utilizando equipo prefabricado corriente, similar al que puede encontrarse en la mayor parte de los almacenes en nuestro hogar, al igual que había logrado cosas más complejas como pequeñas turbinas gaseosas. Con mi ayuda probó las partes; funcionaban perfectamente. Calculó cuánto tiempo duraría el aire en la botella, y después probó todo el equipo bajo el agua. Yo fui con él, cual medida de seguridad de sentido común, utilizando un equipo de bucear comercial.
«Estoy seguro de que conoces los principios gaseosos e hidrostáticos. Por lo menos Easy me ha dado las palabras que los designan en vuestro lenguaje. Puedes entender que a una cierta profundidad una inhalación incompleta de aire tendría sólo la mitad del volumen que tendría en la superficie. Benj también lo sabía, pero razonó que en lo que se refería al contenido del oxígeno continuaría siendo una inhalación completa, de forma que una botella para una hora sería una botella para una hora mientras la presión de la botella fuese superior a la del agua, sin tener en cuenta la profundidad.
«Para abreviar, no fue así. El aire se le agotó en menos de la tercera parte del tiempo calculado, y tuve que hacer un rescate de emergencia. A causa del rápido cambio de la presión y de algunas peculiaridades que no parecéis compartir, estuvo a punto de morir. El problema resultó ser que la velocidad en la respiración es controlada no por el oxígeno en nuestra sangre, sino por el dióxido de carbono, uno de los productos de desecho. Para mantener un equilibrio normal, tenemos que pasar volúmenes de aire normales a través de nuestros pulmones, sin tener en cuenta el contenido de oxígeno o la presión total; de aquí que el suministro de aire para una hora bajo una presión normal se hace sólo de media hora a diez metros bajo el agua, de un tercio de hora a veinte, y así sucesivamente.
»No quiero insultar la inteligencia de nadie preguntando si se me entiende, pero me gustaría oír vuestros comentarios sobre esta historia.
Las respuestas fueron interesantes, tanto en naturaleza como en el tiempo que tardaron en llegar. La de Barlennan saltó del micrófono con poco más retraso que el del viaje de la luz; la de Dondragmer llegó mucho más tarde, y no se mezcló con la de su comandante.
—Es obvio que un conocimiento incompleto puede llevar a errores, pero no comprendo si es aplicable especialmente al caso presente. Sabemos que nuestro conocimiento no puede ser completo y que, por eso mismo, nuestro trabajo aquí es peligroso. Siempre lo hemos sabido. ¿Por qué recalcarlo ahora? Preferiría oír el informe sobre el vehículo que decís que tiene problemas. Me haces sospechar que me preparas suavemente para la información de que he perdido otro vehículo a causa de algo que no conocían los ingenieros que lo diseñaron. No te preocupes, no os culparé de eso. Nadie puede preverlo todo.
Ib sonrió amargamente ante esta revelación de una característica humana más.
—Eso no es justamente lo que estaba en mi pensamiento, comandante, aunque en lo que acabas de decir haya aspectos válidos. Pero antes de decir algo más, me gustaría esperar la contestación de Dondragmer.
Pasó otro minuto ligeramente tenso antes de que llegase la voz del capitán del Kwembly.
—Tu historia es bastante clara, y probablemente hubiese sido mucho más corta si no hubieses querido sugerir algo. Sospecho que el punto principal no será tanto que tu hijo estuvo en peligro a causa de su ignorancia como que le sucedió eso incluso bajo una supervisión adulta y experimentada. Sospecho que la deducción es que ni siquiera vosotros, los alienígenas, afirmáis ser omniscientes u omnipotentes, que aquí estamos en un cierto peligro por muy cercanamente que nos aconsejéis y nos ayudéis y que cada vez que actuamos por nuestra cuenta aumentamos ese peligro innecesariamente, como el estudiante de química que experimenta por su cuenta.
Dondragmer había pasado mucho más tiempo en el Colegio que su comandante.
—Correcto. Eso fue lo que quise decir —dijo Ib—. No puedo…
—Un momento —interrumpió Easy—. ¿No sería mejor que transmitieses primero a Barlennan la observación de Don?
—De acuerdo.
Su esposo resumió en una frase lo que había dicho el capitán, y continuó:
—No puedo imponerte una línea de conducta; preferiría no hacerlo, aunque pudiera. No espero que reveles todo lo que ha sucedido en Dhrawn desde que construiste la colonia. De hecho, te aconsejaría que no lo hicieses; ya hay bastantes problemas con la administración aquí. Sin embargo, si, por ejemplo, Easy pudiese hablar de vez en cuando con sus viejos amigos Kabremm y Destigmet, yo tendría una idea más acertada de lo que ha estado sucediendo ahí y me encontraría en mejor posición para hacer que las cosas aquí no se complicasen. No espero una decisión inmediata sobre un asunto que significa un cambio importante en la actuación a seguir, comandante, pero, por favor, piénselo.
Barlennan era por experiencia y profesión un capitán, acostumbrado a tener que tomar decisiones rápidas. Además, las circunstancias ya habían hecho que pensamientos similares hubiesen comenzado a circular por su pequeña cabeza. Finalmente, su única política básica era asegurar su propia supervivencia y la de su gente. Contestó rápidamente a Ib.
—Easy puede hablar con Destigmet, pero no ahora mismo; el Esket está muy lejos de aquí. Yo también tendré que esperar para decirte todo lo que me gustaría, porque primero tengo que saber los detalles del problema que mencionaste la primera vez que llamaste. Dijiste que otro de mis vehículos tenía problemas.
»Por favor, dime qué ha pasado para que pueda planear qué clase de ayuda tengo que pedirte.
Ib y Easy Hoffman se miraron el uno al otro e hicieron una mueca, mezclando el alivio y el triunfo.
Pero fue Benj el que hizo la observación esencial. Esto fue más tarde, en el laboratorio de aerología, cuando le estaban contando a él y a McDevitt todo lo que se había dicho. El muchacho contempló las enormes esferas de Dhrawn y la diminuta área donde las luces indicaban un conocimiento parcial.
—Supongo que piensas que está mucho más seguro ahora allá abajo.
Era una idea tranquilizadora.
FIN
Título original inglés: Star Light
Traducción: INMACULADA DE DIOS.
Cubierta: DEAN ELLIS.
©1971, Hal Clement.
©1976, EDAF, Ediciones-Distribuciones, S. A.
I…S.B.N.: 84-7l66-2l8-3
Depósito legal: M. 10.457-1977.
Corregido: Silicon 12/2008