
Herbie Brennan
(Faerie wars 03) El reino en peligro
(Faerie Wars vol.03)
2006, FaerieWars, The Ruler of the Realm
Traducción: Raquel Vázquez Ramil
PRÓLOGO
Fuera de las grandes ciudades metálicas —-protegidas por hechizos e impermeabilizadas-— el clima del infierno era extremo. Las temperaturas de superficie ascendían a 460° C con la atmósfera cargada de dióxido de carbono, lo cual producía un efecto invernadero tan intenso que derretía el plomo. Una capa de veinticuatro kilómetros de nubes de ácido sulfúrico cubría el mundo a una altura de cuarenta y ocho kilómetros, lo que sumía la superficie en una penumbra perpetua.
Debido a las condiciones reinantes, todos los miembros del séquito de Beleth se habían visto obligados a adoptar la forma demoníaca tradicional —-rechonchos, muy robustos, con la piel correosa y alas pequeñas y gruesas-—, mientras el propio Beleth se había transformado en el imponente y musculoso Príncipe de la Oscuridad, cuyo rostro cornudo resultaba muy familiar a todos los magos del mundo.
El grupo se acomodó en el gran salón del castillo de Beleth, una estructura de basalto aferrada a la pared del acantilado como un sapo gigante. La lluvia ácida azotaba la ventana traslúcida, impulsada por un huracán que no daba tregua. Los ojos compuestos y adaptables de los reunidos traspasaron el cristal lleno de marcas, y la insondable penumbra del otro lado les permitió ver una llanura suavemente ondulada, sembrada de trozos de rocas planas e interrumpida en el este por un volcán activo.
- -¿Los portales especiales...? —-tronó Beleth.
Un demonio apestoso que se llamaba Asmodeus se apresuró a responder:
- -En funcionamiento, amo.
- -¿Todos?
- -Sí, amo.
- -¿Tropas?
- -Alerta, amo.
- -¿Hechizos de asalto?
- -En orden, amo.
- -¿Ilusiones?
- -En orden, amo.
- -¿Flores?
- -Maduras, amo.
El volcán del este escupió humo negro y eructó lava que discurrió en forma de horrible río por la llanura abierta. Una pequeña colonia de niffs con colmillos de acero se asustó y huyó.
Beleth se inclinó, con los ojos ensombrecidos.
- -¿Y el chico?
- -En ord... —-Asmodeus se calló a tiempo y cambió la respuesta-—. ¿El chico, amo?
En condiciones normales se habrían comunicado telepáticamente, sin posibilidad de equivocaciones. Pero allí, lejos de los amplificadores de las ciudades, resultaba más fácil recurrir al lenguaje hablado.
Beleth gruñó impaciente.
- -¡El chico! ¡El chico! ¡El chico tonto!
Asmodeus se humedeció los labios.
- -Dentro de unos días, amo. —-Esperaba fervientemente que fuese cierto. Beleth lo despellejaría si algo salía mal.
Pero, de momento, el Príncipe de la Oscuridad pareció satisfecho. Se levantó y recorrió el antiguo salón. Se volvió con una mirada fulminante y una sonrisa en los labios.
- -Entonces —-dijo en tono triunfal-—, ¡la conquista del reino de los elfos puede empezar!
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El olor a especias lo dominaba todo.
Había tres sacos abiertos junto a la puerta: uno lleno de bayas de vainilla seca, otro de pimienta en grano y otro de halud dorado, molido muy fino para destilar su perfume. Detrás de los sacos había barriles y arcones rebosantes de hierbas aromáticas. Muchas relucían como deslumbrantes lentes naranjas, rojas y verdes. Más allá estaba el mostrador de madera oscura con sus estantes repletos de secretos: asafétida para el control de los demonios, raíz de loto en polvo, bulbos de tilosa, canela en rama, vainas de cardamomo, semillas de sésamo, y mandrágoras preparadas para abrir las cerraduras mágicas.
El maestro de las especias miraba a Blue desde el otro lado del mostrador. Se trataba de un hombre pequeño, delgado y con la columna retorcida, el cual o había rechazado los tratamientos de rejuvenecimiento o era tan viejo que nada podía dar color a sus cabellos ni borrarle las arrugas del rostro. Tenía unos ojos muy claros e inteligentes.
Blue se acercó con cautela, preguntándose si el anciano la reconocería bajo su disfraz. Naturalmente, en esa ocasión ni se había planteado vestirse de chico; ya había provocado demasiado escándalo. Pero su aspecto debía engañar a cualquiera. El hechizo de ilusión artesanal la había transformado en una mujer de treinta y pocos años (¡más del doble de su verdadera edad!) y llevaba el anónimo atuendo de un ama de casa agobiada. Podría haber ido con un par de niños pegados a sus faldas, aunque... Blue se estremeció... menos mal que no lo había hecho. Pero aparentaba tenerlos, con lo cual nadie podría imaginar que se hallaba en presencia de la reina. La mayor parte del tiempo nadie reparaba en ella.
El único problema era el pelo. En un momento de vanidad había encargado un cabello rubio hasta la cintura de diosa sexual que —-¡ay!-— arruinaba el efecto, así que se lo había recogido. Fuera o no una ilusión, el pelo pesaba. Sentía como si llevara un casco militar. ¿Se daría cuenta el maestro de las especias? Tenía una fama terrible. ¿Vería a través de la ilusión con la facilidad con la que veía... otras cosas? No importaba. Él la esperaba.
Blue pensó que iba a decirle algo, ofrecerle hinojo, chile o un cucurucho de polvo de sabor, pero el hombre se limitó a mirarla. Ella dijo sin alterarse:
- -Me parece que la Dama Pintada le ha hablado de mí, maestro de las especias.
Durante un momento él la miró sin expresar nada. Luego murmuró: «Ah», salió lentamente del mostrador y pasó el cerrojo de la puerta. Blue oyó cómo entraban en funcionamiento los seguros mágicos. El escaparate se oscureció. Estaban solos en la tienda. No los veía nadie.
El anciano se giró hacia ella.
- -Majestad... —-exclamó. Había un asomo de duda en su voz, pero no vaciló en hacer una profunda reverencia. La columna retorcida lo obligó a ponerse de lado.
- -¿Pueden oírnos? —-preguntó Blue.
El hombre se enderezó con un gesto de dolor y negó con la cabeza.
- -Los hechizos de privacidad se han activado al cerrar la puerta.
- -Bien. Maestro de las especias, yo...
- -Memnón. —-Murmuró el hombre, y al ver su expresión, añadió:-— Perdonadme, majestad, pero no es propio que la reina se dirija a mí por mi título. —-Bajó los ojos-—. Me llamo Memnón.
Blue disimuló una sonrisa. Memnón, el maestro de las especias, era como madame Cardui, muy puntilloso con los buenos modales y el protocolo estricto. No era de extrañar que su amiga le hubiera hablado tan bien de él.
- -Maestro Memnón —-dijo, reconociéndole un trato honorífico-—. ¿Le ha explicado madame Cardui por qué estoy aquí?
Él asintió.
- -Sí, majestad.
- -¿Sabe que nunca deberá hablar de esta visita?
- -Sí, majestad.
- -¿Y puede hacer lo que deseo que haga?
Hubo un mínimo instante de duda antes de que respondiese:
- -Sí, majestad.
- -¿Qué ocurre? —-preguntó Blue de pronto.
- -Majestad, ¿puedo sentarme en vuestra presencia?
Blue parpadeó, y luego se dio cuenta de que él le había hecho una pregunta. Memnón era muy anciano y por su problema de columna vertebral seguramente le costaba trabajo estar de pie.
- -Sí, claro, por supuesto.
Memnón se movió con lentitud.
- -Tengo un taburete detrás del mostrador, majestad. —-Tras acomodarse, dijo:-— Puedo hacer lo que deseáis, pero la Dama Pintada me ha dicho que debo trabajar sin ayudantes.
- -Se trata de un asunto confidencial. Nadie debe saberlo, salvo nosotros dos.
«Y ni siquiera tú lo sabrás —-pensó-— si lo que me contó madame Cardui es cierto.»
Memnón desvió la vista como si se sintiese incómodo.
- -Entonces debéis ayudarme, majestad —-murmuró.
A ella le habían advertido que podía ocurrir aquello.
- -No hay problema, maestro Memnón. Dígame lo que hay que hacer y lo haré.
- -Sí, majestad.
Había algo más; Blue lo notó en el tono del viejo.
- -¿Qué pasa?
El maestro de las especias alzó la cabeza y la miró directamente a los ojos.
- -Majestad, puede ser peligroso que estéis sola conmigo en el laberinto. —-Titubeó antes de añadir:-— Muy peligroso.
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A Henry lo ponía nervioso visitar a su padre.
No sabía por qué. Cabía pensar que se alegrara por alejarse de su madre un rato, y así era, pero no dejaba de sentirse nervioso. Cuando estuviera en el piso, su padre le daría la mano muy contento, con una gran sonrisa, y diría: «¡Vamos, jefe, entra!» (su padre lo llamaba «jefe» desde que había roto con su madre). Pero, aun así, Henry estaba nervioso.
Tal vez fuese la zona. Un año antes, ir por el canal equivalía a jugarse la vida. En aquel momento estaba de moda. Le fastidiaba pensar lo que había pagado su padre por vivir allí (le había enseñado el folleto en una ocasión. Era un grueso y caro producto estilo Metro-Goldwyn-Mayer, con papel de seda y una fotografía a todo color. Y no lo llamaban folleto, sino prospecto). Al menos no tenía que quedarse mucho tiempo. Llevaba preparada la excusa de Hodge. Se marcharía para dar de comer al gato del señor Fogarty.
Tocó el timbre y esperó. Un minuto después volvió a llamar. Con una curiosa sensación de alivio empezó a pensar que tal vez su padre no estuviese. Tocó el timbre por tercera vez, decidiendo que si no aparecía nadie al cabo de diez segundos, se iría a las colinas. Llamaría por teléfono después, diría que había estado allí y haría méritos sin complicarse la vida. Su padre no era una complicación, pero no paraba de preguntarle por su madre. Y lo que molestaba a Henry eran las preguntas y las lágrimas que empañaban los ojos del hombre cuando las hacía.
... nueve... diez... once... doce... trece... catorce... Indudablemente no había nadie en casa. Era libre como el viento, había cumplido. Podía irse. Se sentía como si no tuviera clase.
Sin saber por qué, extendió la mano y empujó la puerta.
La puerta no tenía el cerrojo pasado y se abrió unos centímetros. Henry la miró con gesto bobo, preguntándose qué ocurría. Nadie salía y dejaba la puerta abierta, y menos con la casa vacía. Era arriesgado. Hasta su padre lo sabía. Aquella parte del canal estaba muy de moda, pero la zona que la rodeaba seguía siendo mala. Los nuevos apartamentos a orillas del río debían de ser un blanco para todos los delincuentes del barrio.
Henry volvió a empujar la puerta, que se abrió más. Se le ocurrió una idea horrible. A lo mejor su padre no había dejado la puerta abierta al salir. A lo mejor la había cerrado como siempre. ¡A lo mejor había aparecido un cerdo y había reventado la cerradura! Un cerdo que estaba dentro en aquel momento, revolviéndolos cajones en busca de...
Los nervios que atenazaban el estómago de Henry se convirtieron en miedo atroz. Había visto demasiadas películas de terror. Abrías una puerta, entrabas en una casa vacía y algo con una máscara como las de Scream salía de las sombras y te destrozaba la cabeza con un palo. Pero no sólo sentía miedo por sí mismo. No dejaba de pensar que tal vez su padre había vuelto y la cosa con máscara de Scream se había abalanzado sobre él. Se le ocurría que había un cuerpo en el suelo y manchas de sangre sobre la alfombra clara.
Con el corazón en un puño, abrió del todo y entró en el piso.
La puerta principal daba a un vestíbulo diminuto con un perchero, un espejo de pared y una ridícula mesa a medio pulir que pretendía pasar por un mueble del siglo XVIII. En el recibidor había dos puertas: la más distante conducía a lo que el prospecto denominaba el «dormitorio principal», que tenía una alfombra de pelo largo, una cama de matrimonio —-¿para qué quería su padre una cama de matrimonio si ya no vivía con su madre?-— y una estrecha cristalera que daba a un minúsculo balcón con una escalera de incendios. Henry sabía que había una puerta que comunicaba con la sala de estar y el cuarto de baño del dormitorio. La más próxima del vestíbulo también daba a la sala de estar. El prospecto lo llamaba «salón».
Henry giró con cuidado el picaporte de la puerta de la sala.
Intentaba moverse en silencio, pero el corazón le latía con tanta fuerza que debía de oírse desde la calle. Tenía la garganta seca y el estómago revuelto. Lo peor de todo era que sabía, sabía a ciencia cierta, que iba a encontrar a su padre muerto o agonizando en el suelo. Ojalá hubiese llevado algún arma, pero era demasiado tarde.
El salón era la habitación más grande de la casa, estaba amueblado en cursilón cuero blanco y tenía una escalera de caracol achaparrada que ascendía hasta una celda monjil que el prospecto denominaba «cuarto de invitados». Había una puerta que conducía a la cocina, otra que daba a un segundo cuarto de baño, otra a un despacho que su padre nunca utilizaba, seguramente porque estaba pensado para un enano, y otra que desembocaba en el dormitorio principal. Las ventanas se abrían a otro balcón, sin escalera de incendios, que se asomaba al canal. Henry se fijó enseguida en que en la alfombra no había ningún cadáver y estaba limpia.
Suspiró y el corazón se le calmó.
- -¿Papá...? —-llamó con el entrecejo fruncido, aunque sólo lo fruncía por costumbre. No había cadáver en el suelo ni sangre en la alfombra. Y lo mejor de todo, la casa se veía reluciente y luminosa, sin sombras en las que pudieran agazaparse personajes con máscaras de fantasmas-—. ¿Papá...?
No hubo respuesta. El piso estaba vacío.
Se sintió aliviado, aunque no entendía por qué su padre había dejado la puerta abierta. A lo mejor se estaba volviendo descuidado. Indudablemente tenía muchas cosas en la cabeza en aquellos momentos. Primero, su esposa se había liado con su secretaria. Luego lo había echado de casa (ambos decían que era «de mutuo acuerdo», pero Henry no se engañaba). Después la mujer se había empeñado en que los dos niños se quedasen con ella, lo cual fastidiaba a Henry. Si se pensaba bien, su madre tenía mucho que explicar.
A Henry le pareció que sería mejor que echase un vistazo. No podía marcharse tan campante y dejar la puerta abierta. Pero tampoco podía cerrarla, por si su padre había salido sin llave; tal vez sólo había ido a la tienda de la esquina un momento, arriesgándose a los Cerdos Anónimos. Así que lo mejor era hacer un té y esperar. Cuando su padre regresara, lo saludaría, y luego iría a darle de comer a Hodge.
Encontró las bolsitas de té sin problema; por algún motivo, su padre las guardaba en el frigorífico, donde apenas había nada más. Preparó el té en una taza que ponía: «Teletranspórtame, Scottie, no hay vida inteligente aquí abajo.» Como no había leche, probó a echarle yogur natural y se llevó la taza a la sala. Se sentó en el sillón de cuero cursi y contempló el té con tristeza. El yogur había sido un error. Se había disgregado y flotaba sobre la superficie en glóbulos desiguales. Henry se debatió entre arriesgarse a probarlo o volver a la cocina y hacer otro té.
Aún no había llegado a ninguna conclusión cuando la puerta del cuarto de baño se abrió y salió una mujer joven. Tenía el pelo mojado y las piernas desnudas, e iba envuelta en una toalla.
La mujer vio a Henry y se puso a chillar.
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El laberinto del maestro de las especias se había trazado en el suelo de un sótano situado debajo de la tienda. A Blue le sorprendió su tamaño. Se lo había imaginado más grande. Pero supuso que el maestro sabía lo que hacía. Madame Cardui le había dicho que el maestro había estado practicando —-casi siempre en secreto-— durante dos generaciones.
Blue contempló la estancia. La espiral del laberinto estaba hecha de trocitos de cristal de roca. En la entrada y sobre un trípode había un quemador de incienso de latón, y junto a él una mesa baja con un cuenco de cobre bruñido y dos ampollas de cristal, una que contenía especias y otra con un líquido claro. Cerca de la mesa había una de esas sillas anticuadas sin respaldo y con el asiento de cuero. A un lado se veía un aparador que podía ser también un armario ropero; era difícil saberlo. Y no había nada más, salvo las esferas luminosas pegadas a las vigas del techo, manchadas por las moscas y muy tenues.
- -¿Qué quiere que haga? —-preguntó Blue.
Memnón estaba cerrando la puerta y parecía aún más incómodo que antes.
- -Majestad, ¿estáis segura de que no deseáis que haya nadie más? Tal vez un guardián de confianza...
- -Nadie.
No se trataba tanto del hecho de estar allí, pues lo que ella planeaba no era ilegal, como de la posibilidad de que sus preguntas, y las respuestas que recibiese, llegasen a oídos de... en fin... de cualquiera. Cuando el maestro se apartó de la puerta, Blue le preguntó:
- -¿Cuál es el peligro que corro?
Memnón se mostró muy angustiado.
- -Tal vez intente mataros, majestad.
Blue miró al viejecillo y disimuló una sonrisa. Apenas parecía capaz de aplastar una mosca, mucho menos de hacerle daño a ella. Pero agradeció su preocupación y lealtad, así que le habló en tono serio.
- -Maestro de las especias, asumo toda la responsabilidad de lo que suceda. Si intenta hacerme daño, lo absolverán de cargos criminales, acusaciones de traición y de cualquier otro tipo —-afirmó, pero la expresión del hombre le indicó que no estaba muy seguro, así que añadió con gesto amable:-— ¿Por qué no me explica lo que ocurrirá exactamente para que esté preparada? —-Sonrió-—. Me defenderé si es preciso.
Memnón suspiró.
- -La ceremonia es muy sencilla, majestad. Después de cubrirme, tomo las especias y entro en el laberinto. Al llegar al centro, las especias habrán empezado a surtir efecto. Cuando el dios se manifieste, podéis entrar en el laberinto para hacer vuestras preguntas.
- -¿Y cuándo estaré en peligro?
- -Cuando el dios aparezca.
Bueno, estaba bastante claro. Pero el dios se manifestaría por medio del maestro de las especias, utilizando su cuerpo, así que no sería como sufrir el ataque de un toro salvaje.
Para distraerlo, Blue preguntó:
- -¿Cómo quiere que lo ayude en la ceremonia?
- -Majestad, necesitaré vuestra colaboración para cubrirme y os pediré que toquéis un redoble de tambor cuando acceda al laberinto.
Parecía bastante fácil. Tenía que ponerle la capa y tocar el tambor. No veía por qué requería su ayuda para aquello, pero incluso las ceremonias sencillas tenían sus formalidades.
La asaltó una idea y dijo:
- -Nunca he tocado el tambor.
- -Sólo es un redoble —-repuso el maestro sin precisar; parecía distraído-—. Majestad, ¿estáis segura...?
Blue respondió que sí y se dio cuenta de que la resolución del hombrecillo se derrumbaba. No quería hacerlo, pero lo haría.
- -Tomad esto, majestad —-indicó él en voz baja.
Durante unos instantes Blue no entendió lo que ocurría; luego vio que Memnón le ofrecía un paquetito transparente de especias anaranjadas, apenas mayor que una moneda.
- -¿Qué es esto? —-preguntó recogiendo el paquetito.
- -Espicanardo transformado... Tal vez os sirva de protección. —-Bajó la vista-—. ¿Empezamos, majestad?
El aparador era en realidad un armario, y la capa que estaba dentro se le antojó magnífica. Se trataba de una prenda larga hasta el suelo, hecha de plumas de algún pájaro exótico que avergonzaría a un pavo real. A pesar de la escasa luz de los globos luminosos, los colores bailaban y relucían. A Blue le pareció una capa digna de un dios y se preguntó cómo le sentaría al encorvado maestro de las especias.
El hombrecillo sacó del armario un pequeño tambor de mano de madera, bastante abollado.
- -Piel de dragón —-murmuró al entregárselo.
Blue contempló la desgastada superficie verde.
- -¿Ha dicho piel de dragón?
- -Sólo un pedacito, majestad. El animal no sufrió nada cuando se la quitaron.
Blue siguió observando el tambor con asombro. No entendía cómo se le podía quitar un trozo de piel a un dragón sin hacerle daño... o sin que la criatura lo devorase a uno, llegado el caso. A lo mejor estaba mintiéndole. Hacía años que los dragones se hallaban protegidos y las penas por matarlos eran graves. Pero en ese momento tenía otras cosas en mente. Miró al maestro de las especias.
- -¿Qué hago con esto?
- -Si su majestad tiene la bondad de sentarse en la silla... —-indicó; se lo veía preocupado, nervioso e incómodo a la vez-— y colocarse el tambor entre las piernas... —-continuó. Blue lo hizo sin ceremonias, metiéndose la falda entre las rodillas-—. Y ahora, majestad, tocad el tambor con suavidad: uno-dos.
Blue lo tocó con las yemas de los dedos. Para ser un instrumento tan pequeño, tenía un sonido intenso y sorprendentemente fuerte. Miró al maestro.
- -Con suavidad, majestad —-subrayó él-—. Dejad que la piel de dragón haga su trabajo.
Blue lo tocó de nuevo, con mayor suavidad. Seguía sonando fuerte, pero el anciano se mostró satisfecho.
- -Ahora, uno-dos, como el latido de un corazón humano.
Blue extendió la mano y acarició la piel de dragón. Parecía lisa, pero bajo los dedos notó una capa de pelo verde muy fino. Tap-bum. Miró al maestro de las especias. Tap-bum.
- -¡Perfecto! —-exclamó Memnón-—. Así. Exactamente así y a ese ritmo hasta que yo llegue al centro de la espiral. Luego, más lento y suave. ¿Lo entendéis? —-Parpadeó y añadió:-— ¿Majestad?
Blue asintió.
- -Y ahora, majestad —-continuó-—, dejad el tambor en la silla un momento, por favor, y ayudadme con la capa...
A Blue la capa la pilló desprevenida. Aunque abultaba, estaba hecha de plumas, así que había supuesto que sería ligera, pero cuando probó a descolgarla, se retorció como algo vivo, y era tan pesada que tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para sostenerla. Sólo el cielo sabía cómo iba a arreglárselas el maestro de las especias.
- -¡Mantenedla a raya! —-ordenó él en tono urgente-—. No existe verdadero peligro, pero intentará estrangularos.
¿Cómo podía no existir verdadero peligro cuando algo intentaba estrangularte? ¿Y por qué aquel absurdo hombrecillo no había hablado antes de la capa si tanto le preocupaba su seguridad? Pero Blue luchó de buen humor con la rebelde prenda.
- -¡Sobre los hombros! —-gritó el anciano-—. ¡Ponédmela sobre los hombros! Se tranquilizará cuando entre en contacto conmigo.
«Si se la pongo encima, lo aplastará», pensó Blue. Parecía como si pesara una tonelada. Memnón se cuadró, y la capa se puso tan violenta que casi salió volando de las manos de Blue y aterrizó sobre los hombros del maestro, que se tambaleó un poco, con las rodillas dobladas, pero logró mantenerse derecho. La capa, como él había dicho, se apaciguó de pronto.
- -Gracias, majestad —-dijo Memnón.
* * *
Blue se sentó en la silla de cuero, acariciando con mano ausente la piel de dragón. Era como acariciar un gato. La piel vibraba suavemente, como si ronronease. Pero Blue no apartaba los ojos del maestro de las especias, que se hallaba en la entrada del laberinto. Resultaba impresionante con la capa, mucho más impresionante de lo que cabía esperar de un hombre de su estatura. La prenda lo había transformado, confiriéndole gran autoridad y prestancia. Por primera vez se preguntó si no habría sido buena idea llevar a un guardián con ella. Pero apartó ese pensamiento. A pesar de la ilusión de abultamiento, seguía siendo el mismo hombrecillo frágil. Ella se encontraba totalmente a salvo.
Memnón vertió el contenido de la ampolla con líquido —-¿era agua?-— en el cuenco de cobre y destapó la segunda. Al momento, el embriagador aroma de la nuez moscada impregnó el aire. Aunque la especia no era nuez moscada; Blue se dio cuenta enseguida. Había matices cítricos y una fuerte nota de almizcle mezclado con un curioso asomo de corrupción. El maestro vació la ampolla en el líquido, removió ambas cosas con una espátula y miró a Blue.
- -Tocad el tambor, por favor, majestad.
Blue se sobresaltó levemente y tocó el tambor. Con un movimiento rápido, el maestro de las especias bebió la mezcla del cuenco y entró en el laberinto.
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Pyrgus estaba dispuesto a reconocerlo: tenía miedo.
Como príncipe heredero nunca le habían permitido visitar la ciudad de Yammeth, en realidad ningún lugar del Cretch, e incluso en sus escapadas, una especie de precaución natural lo mantenía alejado de la zona. Pero en aquel momento estaba allí y no le gustaba.
La ciudad no era como la había imaginado. Por un lado, estaba más limpia, mucho más limpia que la capital, que los elfos de la luz consideraban un reluciente ejemplo para el reino. También estaba mejor diseñada, aunque odiaba admitirlo; pero no era raro, pues se trataba de una urbe nueva. La capital tenía casi dos mil años de antigüedad. Yammeth no tenía más de cuatrocientos; había sido edificada cuando el Cretch pasó a manos de los elfos de la noche después de la Guerra de Independencia Parcial. La habían construido de la nada, con la ayuda de mano de obra demoníaca, y diseñado, según se decía, a imitación de las extensiones metálicas e impersonales de Hael.
Tal vez fuera eso lo que lo ponía nervioso, o tal vez se debiese a la luz.
Pyrgus estaba acostumbrado a los callejones oscuros (había vivido en uno antes de que los guardias de su padre lo encontrasen). Pero aquello era distinto. Incluso las calles principales de Yammeth eran sombrías. No sólo sombrías; los globos de las farolas proyectaban una iluminación enfermiza y azul verdosa que hacía que todo pareciese impregnado de hongos. Las gafas empeoraban las cosas. Todo el mundo llevaba gafas, incluido Pyrgus, como parte de su disfraz. Pero los elfos de la noche las necesitaban debido a la sensibilidad de sus ojos a la luz. Pyrgus veía las cosas aún más oscuras con ellas. Ya había tropezado un par de veces y había intentado pasar a través de una puerta de cristal. Debía de estar loco para haber ido allí.
El tráfico no ayudaba. El método de transporte más popular entre los elfos de la noche era algo que no se veía en otras zonas del reino: un compartimento volador de un solo asiento en que se montaba como en un caballo. Por desgracia, los compartimentos eran propulsados por hechizos baratos más pensados para conseguir velocidad que altura, y la mayoría de los elfos de la noche volaban como rayos a la altura de los hombros. Si uno iba a pie, como Pyrgus, tenía muchas posibilidades de perder la cabeza hasta que los oídos se acostumbraban a identificar el zumbido que se acercaba. Por todo ello Pyrgus evitaba las tenebrosas vías principales e iba por las calles laterales, aún más tenebrosas. Tardaba una eternidad en llegar a cualquier sitio.
Aun así, había llegado al muro que marcaba los límites de la finca Ogyris. A pesar de la luz enfermiza, distinguió los tonos rojos y dorados del emblema de los Ogyris sobre el friso decorativo de la parte superior.
Echó un vistazo. No podía utilizar la puerta principal, pero sabía que había otras y tenía que encontrar una en particular. Buscaba la estatua de lord Hairstreak. Pero estaba tallada en cristal volcánico y resultaba casi imposible verla con aquella luz a menos que se topase de narices con ella. En aquel momento no la veía. Apenas veía nada. Desesperado, se arriesgó a quitarse las gafas —-¿cuántos transeúntes lo mirarían tan de cerca como para darse cuenta de que no tenía ojos de gato?-— ¡y allí estaba! Al menos, creyó que estaba allí: una mancha negra con una capa ondeante. Debía de haber un callejón hacia el sur...
¡Sí! Estaba allí. Había una calleja que lindaba con la propiedad.
Pyrgus volvió a ponerse las gafas y se deslizó furtivamente en el callejón. Por suerte, parecía vacío. Pero ¿cómo podía saberlo con aquellas condenadas lentes? Se las quitó otra vez y comprobó que el lugar estaba realmente vacío. Avanzó rápido, palpando el muro, y llegó a la puerta lateral al poco tiempo. Estaba cerrada, por supuesto, y el revestimiento marrón y resbaladizo de hechizos indicaba que saltar sobre ella podía resultar letal. Pero no era la puerta lo que le interesaba. Según su información, existía una pequeña entrada de peatones, apenas una estrecha portezuela de madera, sólo un poco más allá...
Sí, lo tenía: un hueco en el muro. Se acercó, tentó el picaporte y... ¡sí!, se abrió, tal como le habían prometido. Pyrgus entró, cerró la puerta y rezó una triunfante oración de agradecimiento. ¡Estaba en la finca Ogyris!
Curiosamente, veía mejor allí, en parte porque la propiedad estaba a cielo abierto, y en parte porque podía prescindir de las malditas gafas. Si alguien lo encontraba, era hombre muerto, aunque lo descubriese un elfo de la luz. Miró a su alrededor. Se hallaba en un estrecho sendero que serpenteaba por una extensión de césped y desaparecía en un bosquecillo. Seguro que al final del sendero había guardias. La familia Ogyris no pertenecía a la nobleza, pero era tremendamente rica, lo cual la convertía en un imán para todos los ladrones del reino. De hecho, los guardias serían la protección más leve. Pyrgus se estremeció, pensando en el campo de minas que había salvaguardado la vieja fábrica del pegamento milagroso de Chalkhill y Brimstone. Nunca se sabía hasta dónde podían llegar los elfos de la noche.
Se dio cuenta de que se había detenido en la entrada y enderezó la espalda para animarse. Estaba seguro siempre que siguiera las instrucciones. Totalmente seguro. Más seguro que nunca.
El problema era que las instrucciones le resultaban muy complicadas.
Sacó el trozo de papel del bolsillo de su jubón y descubrió con horror que no podía leerlo ni siquiera sin gafas. ¿Qué le ocurría? Habría sido facilísimo llevar un globo portátil o una chispa luminosa. Pero no. Tal vez se había entusiasmado... demasiado...
Entusiasmado o no, no tenía muchas opciones. O bien regresaba a la calle y releía las instrucciones debajo de un farol a la vista de todo el mundo, o confiaba en su memoria. En realidad, no había elección. No podía correr el riesgo de que cualquiera averiguase lo que iba a hacer.
Abandonó el sendero y atravesó el césped en diagonal rezando para encontrar el arco de rosas.
La finca era mucho más grande de lo que había imaginado. Al cabo de quince minutos aún no había visto la casa, aunque había encontrado el obelisco, cosa que lo reconfortaba. También había evitado los guardias y las trampas, lo cual lo reconfortaba aún más. Cuando localizó el lago, siguió por la orilla para descubrir el cobertizo de las barcas.
El lago también era mucho mayor de lo que había pensado. Una propiedad privada de aquel tamaño en medio de una ciudad debía de haber costado un dineral. Pyrgus caminaba por la orilla, esforzándose en vislumbrar el contorno del cobertizo, cuando hubo un repentino resplandor a su izquierda.
Pyrgus se apartó para ocultarse. Su primera idea fue que había activado una trampa, pero cuando miró entre la maleza, descubrió que de pronto se había iluminado un gran invernadero. Se quedó donde estaba, aguardando. Seguramente alguien había encendido los globos luminosos. Pero no veía movimiento ni sombras, nada que indicase que allí había alguien. Quizá se pudiesen encender las luces automáticamente.
Tras unos momentos empezó a andar a gatas, con mucho cuidado.
Cuanto más se aproximaba, más se convencía de que no había nadie en el invernáculo. Y si lo había, estaba muy quieto. Tomó una decisión y se arriesgó a ponerse de pie. Esperó. Se hallaba al borde del resplandor que salía del invernadero, visible para cualquiera que mirase en aquella dirección... pero con la suficiente distancia para poder huir si alguien lo divisaba.
Nada. Ni voces asustadas ni ruidos de alarma. Los globos debían de haberse puesto en marcha de manera automática.
Advirtió que estaba conteniendo el aliento y suspiró. Ya que al parecer no se encontraba en peligro, se dedicó a mirar la construcción con detenimiento. Se trataba de un edificio más macizo de lo que había pensado, y al acercarse, observó que el cristal tenía el destello acusador de los refuerzos mágicos. Dentro había algo de valor. Se acordó de cuando había liberado al fénix de lord Hairstreak. El pájaro se hallaba encerrado en una jaula de cristal recubierta con el mismo tipo de hechizos. ¿Acaso Ogyris retenía a pobres criaturas allí dentro? El invernadero era mucho más grande que la jaula de Hairstreak.
Pyrgus pegó la nariz al vidrio y vio enseguida que era algo muy distinto. Dentro, dispuestas en bandejas, había hileras de delicadas flores exóticas cuyos pétalos brillaban y resplandecían bajo las luces. Incluso a simple vista comprendió que no eran plantas naturales. Los tallos, los capullos, los brotes y las hojas estaban primorosamente esculpidos en un cristal de roca finísimo. Todo el contenido del invernáculo era un artificio, una sorprendente, valiosísima y casi incomprensible obra de arte, que se exhibía en la fantasía de un entorno natural.
¿Habían esculpido las flores una a una? La otra posibilidad era la magia, pero Pyrgus no conocía ningún hechizo que pudiese crear aquel efecto. Las ilusiones eran mucho más toscas, y las transformaciones, muy limitadas. Algún maestro escultor había realizado las piezas con cariño, y el mercader Ogyris las mostraba una a una en su enorme invernadero. Había cientos de flores de cristal. Debían de haber costado una fortuna.
Pyrgus seguía contemplando las flores cristalinas cuando una mano se posó en su hombro.
____________________ 5 ____________________
- -¿Eres hijo de Tim? —-preguntó la joven con aire incrédulo después de que Henry la calmase-—. No me había dicho que tuviese un hijo.
«Muy bonito, papá», pensó Henry. La chica no aparentaba más de veinticinco años, demasiado joven para su padre, que era un hombre de mediana edad, ¡Dios bendito! Tenía el pelo castaño rojizo, como... bueno, como alguien que había conocido en otra parte, y una figura llena de curvas que la toalla no ocultaba muy bien desde que se había puesto a chillar.
- -¿Te ha contado que tiene una esposa? —-inquirió a su vez, y enseguida deseó cortarse la lengua. Era de esas preguntas que sonaban muy resentidas; si su padre no se lo había contado, entonces él se cargaría su maravillosa relación nueva con una pregunta. Estaba seguro de que se trataba de la primera relación maravillosa de su padre, y, aunque la chica parecía demasiado joven, no podía culparlo, no después de lo que había hecho su madre.
- -Sí, claro —-respondió ella, frunciendo el entrecejo, aunque sin dar muestras de estar ofendida-—. Pero creía que su esposa era lesbiana. No sabía que las lesbianas tuviesen hijos.
A Henry también le había sorprendido al enterarse.
- -Sí que los tienen —-afirmó muy serio-—. Al menos mi madre sí. Aunque tal vez no fuera lesbiana cuando nos tuvo; a veces pasa. —-Sonó tan abatido que la expresión de la chica se suavizó.
- -Lo siento. Es terrible. Ni siquiera sé cómo te llamas.
- -Henry —-respondió Henry. Ojalá no se hubiera empeñado en hacer méritos y hubiera ido directamente a casa del señor Fogarty-—. Y tú ¿cómo te llamas?
- -No te rías... Laura Croft.
Él la miró sin entender.
- -Ya sabes, como el videojuego y la película, aunque es Lara.
- -Sí, claro... —-dijo el muchacho en tono dubitativo. No jugaba a los videojuegos y nunca tenía tiempo para ver películas-—. Encantado de conocerte, Laura.
Extendió la mano y se arrepintió enseguida, porque le preocupaba mucho lo que podría ocurrir si a ella se le soltaba la toalla.
Pero Laura le estrechó la mano sin problemas, y luego, o le leyó el pensamiento o siguió su mirada, porque dijo:
- -Deja que me vista. Tu padre debe de estar al llegar. Hazte un té o algo así... —-Miró la taza que Henry sujetaba-—. Oh, ya lo tienes... ¡qué bien! No tardo nada.
El chico se fijó en que Laura se dirigía a la puerta que daba al dormitorio principal, no subía por la escalera de caracol.
Volvió a sentarse en el sillón, preguntándose cómo podía escabullirse antes de que regresara su padre. Lo que había pasado ya resultaba bastante incómodo. La idea de una conversación a tres bandas con su padre y la novia de su padre se le antojaba demasiado horrible. Bebió el té y comprobó que estaba frío, lo cual no importaba porque de todos modos sabía fatal. Pero decidió no preparar otro. También decidió no decirle nada de aquello a su madre, ni siquiera que había ido a visitar a su padre.
La chica salió de nuevo con un vestido amarillo mostaza que le habría sentado fatal a casi todo el mundo, pero que hacía juego con su color de pelo. Tenía el cabello mojado, pero se lo había apartado de la cara. Miró a Henry con una sonrisa.
- -¿Sabes por qué me he dado cuenta enseguida de que eras hijo de Tim y no el asesino del hacha?
Él negó con la cabeza.
- -Eres su viva imagen. —-Explicó Laura, y añadió en tono serio:-— Tienes una mirada muy perspicaz.
- -Vaya —-repuso avergonzado-—. Debo irme. —-Estuvo a punto de añadir: «Debo darle de comer a un gato», pero le pareció una estupidez.
- -No puedes irte tan pronto —-replicó Laura con firmeza-—. Tim me mataría. Deja que te prepare otra taza de té. —-Miró la de Henry con sus glóbulos de yogur-—. Ése tiene una pinta extraña.
Él se sentó otra vez. No veía cómo podía marcharse, aunque quería hacerlo. Laura entró en la cocina. El muchacho la observó a través de la puerta abierta, moviéndose con la agilidad que se adquiere cuando se vive en un sitio.
- -¿Quieres leche y azúcar? —-preguntó ella.
- -No hay leche.
- -Sí que hay.
La había. Laura regresó con una bonita taza de té, aunque Henry no sabía dónde la había encontrado, ni tampoco la leche. Tomó un sorbo.
- -¿Papá y tú sois...? Ya sabes...
La joven lo miró un momento, con un asomo de sonrisa, y luego le facilitó las cosas diciendo:
- -¿Pareja? Sí, lo somos. No es tan mayor para mí.
- -No, supongo que no —-contestó, aunque no lo creía en absoluto.
- -No soy una cazafortunas —-explicó Laura.
Henry la miró sorprendido. Nunca se le había ocurrido pensar que su padre tuviese tanta fortuna como para que mereciese la pena cazarlo. Pero si lo pensaba bien, Tim Atherton era un próspero ejecutivo (conducía un Mercedes, ¡por Dios bendito!), que debía de ganar bastante dinero. Y tenía una cuenta de gastos para alternar con los clientes, así que conocía los mejores restaurantes. A alguien que no fuera de la familia probablemente le parecería rico.
- -No creía que lo fueras —-dijo sinceramente.
Laura se sentó a su lado en el sillón. También se había preparado una taza de té.
- -Era sólo para que lo supieses. —-Luego dudó, pero sólo un segundo-—. No sé por qué Tim no me ha hablado de ti. Supongo que será por el tema de la edad; es muy suspicaz con eso. Pero quiero que sepas que amo a tu padre. Bueno, no espero que me des tu aprobación, ni siquiera caerte bien... ya sé que quieres a tu madre. Pero yo no rompí su matrimonio, no tuve nada que ver con eso. Y es importante que sepas que no soy una cualquiera que intenta sacar tajada.
- -No se me ha ocurrido pensar que lo fueras. —-Tal vez si la dejaba desahogarse, podría irse antes de que su padre volviera. No creía que pudiera resistirlo si él regresaba. Para animarla, preguntó en tono dubitativo:-— ¿Cómo os conocisteis papá y tú?
- -En un club.
Durante un momento Henry pensó que se estaba burlando de él, pero el gesto de la joven le indicó que no. ¿Su padre iba a clubes? ¿El marchoso más viejo del pueblo? Abrió la boca para decir algo, pero no se le ocurrió nada y volvió a cerrarla. Por suerte, Laura tenía ganas de cotorrear.
- -Yo no acostumbro a ir a clubes, pero mi hermana me arrastró a aquél. Dijo que me animaría, aunque ella sólo buscaba compañía. El club era tan espantoso como suelen serlo. A mí no me atraen los hombres de mi edad: siempre están ligando y sólo saben hablar de fútbol. Decidí quedarme media hora para complacer a Sheila, mi hermana, y luego irme a casa. Pero vi a Tim solo en la barra. Estaba bebiendo vino, mientras que los demás, casi todos chicos, bebían cerveza. Parecía muy byroniano, ya sabes, una figura trágica.
Sí, así era su padre, una figura trágica. Su secretaria le había quitado a su esposa, su esposa le había quitado a sus hijos, había tenido que cambiar su casa por un apartamento a orillas del río con publicidad de ensueño. Aunque no estaba seguro de que se le pudiera calificar de byroniano. Henry dejó la taza en el suelo.
- -Vaya, lo siento, pero debo irme. Tengo que hacer una cosa. Ha sido... ha sido muy agradable conocerte y siento haberte asustado cuando, ya sabes, cuando has salido de la ducha y todo eso. Gracias por el té, estaba buenísimo. Por favor, dile a mi padre que he venido...
Una puerta se cerró de golpe y la joven dijo, muy contenta:
- -Puedes decírselo tú mismo. Debe de ser él. —-Henry miró a su alrededor, buscando frenéticamente una forma de escapar, pero en ese momento entró su padre y Laura exclamó con una sonrisa:-— Mira, Tim. ¡Mira quién ha venido!
____________________ 6 ____________________
Cuando el maestro de las especias llegó al centro de la espiral, su aspecto cambió. Su espalda se enderezó. Parecía más alto. La capa de plumas se extendió, creando la ilusión de una mole enorme. Pero lo más impresionante fue su forma de moverse. Los pasos inseguros y temblorosos de anciano desaparecieron y empezó a caminar como un guerrero. Giró en redondo para mirar a Blue y siseó. Sus ojos echaban chispas.
Blue vio, con un escalofrío, que también le había mudado la cara. Aún era un poco reconocible, pero sus rasgos se habían vuelto rubicundos y llenos, y los labios eran más gruesos, con un tono azulado. Lo peor de todo, los dientes, que se habían alargado de forma increíble hasta el punto de que semejaban los de un animal. Memnón siseó otra vez y profirió un prolongado sonido sibilante que cortaba el aire como un cuchillo. Luego puso los ojos en blanco y comenzó a temblar espantosamente.
- -Maestro de las especias... —-murmuró Blue, asustada. El tambor de piel de dragón se deslizó entre sus dedos y cayó al suelo.
El temblor de Memnón se convirtió en algo más violento, una especie de convulsión, como si fuera a sufrir un grave ataque. Su cabeza empezó a sacudirse rítmicamente, con más fuerza cada vez.
- -¡Maestro de las especias!
Él se había puesto a cuatro patas, como un animal, pero las convulsiones eran aún más furiosas. A Blue le preocupaban las sacudidas de la cabeza; podía romperse el cuello. A pesar del miedo repentino, se adelantó. Ocurriese lo que ocurriese, Memnón necesitaba ayuda.
- -¡Atrás! —-ordenó el hombre. Sus ojos feroces se clavaron en los de ella un momento, y luego se reanudaron los bruscos movimientos. Aulló como un lobo y se sujetó el cráneo con ambas manos-—. Quedaos... atrás —-dijo con gran esfuerzo-—. ¡No... estáis a salvo... en la espiral!
Blue se paró en seco, casi con un pie en la entrada. Tenía un torbellino en la mente. La espiral no era más que unas marcas en el suelo. Daría igual estar dentro o fuera. Además, el viejo precisaba ayuda. Ella no podía dejar que se hiciese daño, por muy importante que fuera esa consulta. Con todo, dudó.
Y entonces, de forma increíble, el maestro de las especias se puso de pie y ya no era el maestro de las especias. Los vestigios del anciano habían desaparecido. En su lugar se alzaba una criatura de proporciones gigantescas. Hubo un momento en que parecía como si midiese dos metros y medio y fuera una mole enorme. A Blue se le ocurrió que podía tratarse de un hechizo de ilusión, pero aquello no era una ilusión, al menos no como las que conocía. A pesar de todo, Memnón no había cambiado en realidad. Blue adivinaba sus rasgos demacrados y el pobre cuerpo deforme. Pero era como si un ser ajeno se hubiese metido dentro de él y lo hubiese inflado como un globo. Le daba la impresión de que iba a rompérsele la piel y de que surgiría algo inmenso.
La criatura que antes era el maestro de las especias comenzó a bailar.
Era un baile tosco y salvaje, que se danzaba arrastrando los pies y a pisotones, que evocaba escenas de pantano y la furia de los animales. Blue imaginó, en algún rincón de los límites de su cerebro, que oía los ritmos salvajes de la música primitiva: percusión avasallante, aullidos y gritos guturales.
La criatura giró en redondo para mirarla...
Y sonrió.
La voz que resonó en la estancia no podía haber salido de la garganta del maestro de las especias. Reverberaba como la piel de dragón, pero contenía el frío infinito del espacio más profundo, una voz tan extraña, tan distinta, que Blue se estremeció.
- -Os veo, reina de los elfos —-dijo.
____________________ 7 ____________________
Pyrgus se dio la vuelta y acercó la mano instintivamente al cuchillo. Luego vio un largo cabello negro.
- -¡Por Hael! ¿Qué estás haciendo aquí? —-preguntó Gela, enfadada-—. ¡Te dije en el cobertizo de los botes!
Tenía una voz maravillosa, pero con un acento extraño, seguramente debido a que la familia Ogyris procedía de Haleklind.
- -Me he perdido —-se apresuró a decir Pyrgus. Lo cual no era del todo cierto, pues en realidad se había desviado cuando iba hacia el cobertizo, pero sabía que debía tener cuidado con Gela si no quería acabar enterrado bajo un montón de preguntas. El corazón le seguía latiendo aceleradamente, pero ya no era por la impresión que le había producido sentir la mano en el hombro.
- -¿Cómo has podido perderte? Te di instrucciones muy detalladas. ¿Acaso no sabes que podrían matarte si te pierdes?
Ya estaba otra vez. Pyrgus optó por responder a la primera pregunta y pasar por alto la segunda.
- -No conseguía leer tus instrucciones —-admitió.
- -¿Por qué no? Las anotaste tú. No puedes quejarte de mi letra.
- -No, la verdad es que no. Y no me quejo. Sólo digo que no podía leer las instrucciones, las que yo escribí. —-Dudó antes de añadir:-— Porque... —-Iba a decir: «Porque no las veía», pero comprendió que eso daría pie a otra pregunta y cambió-—. Porque no he traído ninguna luz.
- -¿No has traído luz? —-replicó en tono incrédulo, y movió la cabeza, perpleja.
Pyrgus decidió acabar con aquella situación absurda haciendo una pregunta:
- -¿Qué son esas cosas del invernadero?
Gela era una chica más o menos de su edad; aparte de eso no se parecían en nada. Pyrgus era un príncipe con aspecto de campesino, bajo y corpulento. A Gela nadie la confundiría con una campesina ni en sueños. La ropa que llevaba poseía el sello inconfundible del estilo de diseño. Su cabello lucía el corte y brillo de un estilista experto, y los rasgos de su cara eran delicados. Aunque pertenecía a los elfos de la noche, tenía los ojos grandes, grandes y líquidos. En resumen, era la criatura más exótica con que se había tropezado Pyrgus.
- -Ah —-exclamó Gela.
Él esperó.
- -¿Ah?
- -Algo que no deberías haber visto.
Pyrgus miró a través del cristal.
- -¿Por qué? —-inquirió con curiosidad.
- -Oh, ya sabes... —-Ella se encogió de hombros y dijo sin darle importancia:-— No has tocado el cristal, ¿verdad?
- -No... —-O tal vez sí. ¿No había pegado la nariz? Era incapaz de acordarse con Gela tan cerca. La observó con aire suspicaz-—. ¿Por qué?
- -Papá lo ha dotado de alarmas. Fuerza letal y todo eso.
- -¿Fuerza letal y qué más?
Ella se encogió de hombros otra vez.
- -Ya sabes. Te mataría.
- -¿Sólo tocarlo? —-Le parecía increíble. Era peor aún que los adoquines minados de Chalkhill y Brimstone.
- -No lo sé. Tal vez no sea sólo por tocarlo. Pero si intentas entrar...
- -No lo he intentado —-declaró Pyrgus-—, ni he tocado el cristal. —-Frunció el entrecejo-—. ¿No es un poco... exagerado? Ya sé que las esculturas deben de ser muy valiosas, pero...
- -Oh, no se trata de eso, sino de estúpida política.
¿Política? Aquello resultaba cada vez más confuso.
- -¿Qué tiene que ver un invernadero con la política?
Gela lanzó un profundo suspiro.
- -Yo no debería saberlo, pero mi padre las está cultivando para alguien.
- -¿Cultivando el qué? —-preguntó, completamente asombrado.
Ella señaló el invernadero.
- -Las flores.
- -No son flores, sino esculturas.
Gela ladeó la cabeza y lo observó con gesto desdeñoso.
- -Si no fueran flores —-replicó-—, ¿por qué crees que se encienden las luces?
Él la miró con aire inexpresivo.
- -Si sólo fueran esculturas, ¿para qué iba a encender mi padre los globos de cultivo en mitad de la noche? —-continuó ella en tono de exagerada paciencia-—. ¿Para qué tiene el lugar iluminado, llamando la atención, cuando no quiere llamarla? En primer lugar, ¿por qué las ha puesto en un invernadero? ¿Por qué no están moliéndote a palos sus aburridos guardias en este preciso instante?
La única pregunta de Gela que tenía sentido era la última.
- -¿Por qué no están moliéndome a palos sus aburridos guardias en este preciso instante? —-repitió Pyrgus. No creía lo que la chica decía de las flores, pero había cientos de esculturas de cristal allí dentro, y cada una de ellas valía una fortuna. ¿Por qué el padre de Gela no tenía a todo un ejército a su alrededor? Podía permitírselo.
El rostro de Gela adoptó la peligrosa expresión de cuando estaba impaciente.
- -Porque los guardias atraen la atención. Se supone que no hay nada de esto, ¿sabes? Si pones vigilantes junto a algo, todo el mundo sabe que se trata de una cosa importante. Mi padre sólo quiere que sus flores crezcan tranquilamente de noche, cuando no ronda nadie por aquí. Durante el día el cristal se vuelve opaco para que nadie vea lo que hay dentro. —-Parpadeó despacio, velando y desvelando sus magníficos ojos-—. Además, hay algunos hechizos realmente peligrosos en ese edificio.
- -¿Por qué no es opaco de noche? Los globos de cultivo están dentro.
- -Tiene algo que ver con la luz de las estrellas —-respondió vagamente, mirando por encima del hombro-—. ¿Vamos a estar aquí toda la noche hablando de horticultura?
- -¿Para quién las cultiva? —-Aún no se creía que fueran auténticas flores, pero tal vez sacase algo útil de la historia.
- -Es un secreto —-advirtió Gela en tono severo.
- -¿Tú lo sabes?
- -Claro que sí, soy el ojito derecho de papá, ¿no? —-Hizo un gesto desdeñoso-—. Pero ya te he contado demasiado. —-Alzó la cabeza-—. Ahora vamos al cobertizo de los botes a celebrar nuestra reunión, ¿o ya se te ha olvidado el lío que montaste con todo esto?
- -Vamos al cobertizo —-aceptó Pyrgus.
Resultó que el cobertizo no estaba tan lejos; se acordaba de las instrucciones bastante bien antes de desviarse hacia el invernadero. Siguió a la chica por la orilla del lago, y luego por un caminito que conducía a un pequeño embarcadero. A un lado había un edificio de madera. Gela abrió la puerta y desapareció dentro. Pyrgus dudó un instante, pero la imitó.
Dentro estaba negro como boca de lobo. La voz de la muchacha flotó imperiosamente en la oscuridad que se abría ante él.
- -Cierra la puerta.
Cerró tras de sí, y un globo luminoso se encendió de pronto. Proyectaba la luz tenue que gustaba a los elfos de la noche, pero Pyrgus veía bastante bien. Gela se encontraba a unos metros de distancia, junto a dos botes de remos y unos aparejos de pesca. Parecía desconcertada.
- -Y bien, ¿vas a decirme por qué estamos aquí?
Pyrgus se acercó a ella y la besó.
____________________ 8 ____________________
Henry se zafó al fin, con el leve consuelo de que su padre estaba aún más incómodo que él.
Entendía que no le hubiese hablado de sus hijos a una novia que, por edad, podía ser también su hija. No era nada del otro mundo. Pero el hombre sentía remordimientos, se le notaba en los ojos. Veía a su nuevo ligue sentado en el sofá y a Henry a su lado, incómodo, y cualquiera habría pensado que lo habían pillado con las manos en la masa.
- -Ah, Henry, jefe. No te esperaba hoy. Ya veo que conoces a mi... mi... veo que conoces a Laura. Se queda un par...
Cuando le fallaron las palabras, intervino Laura con malicia:
- -No me habías dicho que tenías un hijo, Tim. —-Parpadeó y añadió:-— Y una hija.
Y el pobre de Tim, que iba a la discoteca ahora que estaba solo, se lanzó a una explicación tan enrevesada que Henry no la recordaba en absoluto. Y seguro que habría seguido explicándose si Henry no hubiese hablado.
- -Está bien, papá.
El tono de su voz convenció a Tim de que realmente estaba bien: si había hecho algo horrible, como ser desleal o cualquier otra cosa, Henry se lo perdonaba. No parecía preocupado por Laura, tal vez porque su sonrisa indicaba que no le importaba en absoluto.
Salvada la explicación, Tim se volvió campechano y empezó a hablar de que Henry se quedase a pasar la tarde y que saliesen todos a cenar después, como si su esposa no se fuera a poner hecha una furia si descubría aquel plan tan divertido. El muchacho dijo que no y murmuró algo sobre el señor Fogarty.
Después de eso, la cosa degeneró en una incómoda conversación de circunstancias hasta que Henry se levantó y anunció firmemente que se marchaba, lo cual debió de ser un alivio para todos.
En aquel momento se encontraba en la calle del señor Fogarty, muy preocupado.
Hasta entonces había dado por supuesto que sus padres se divorciarían. Vivían separados, su madre tenía una nueva pareja, así que ¿qué otra cosa podrían hacer? Pero el hecho de que su padre hubiese encontrado a otra mujer lo convertía en algo definitivo. Si había una mínima posibilidad de que sus padres se reconciliasen, ya se había esfumado. O se esfumaría en cuanto su madre se enterase. No importaba que fuese ella la que inició la ruptura. Cuando se enterara de que su marido se consolaba con otra persona —-joven y guapa-—, nunca se lo perdonaría. Después de eso, sólo quedaban las formalidades legales.
Incluyendo la custodia.
Henry se preguntó si Aisling y él tendrían que comparecer en los tribunales. Si lo hacían, a lo mejor el juez les preguntaba con cuál de los progenitores querían vivir. Una pesadilla. Henry no podía mudarse con su padre, que estaba en plena luna de miel con Laura. En un piso tan pequeño como aquél seguro que se oía todo. Pero si decía que prefería a su madre, a él le dolería. Además, en realidad no deseaba quedarse con su madre. La odiaba casi tanto como la quería y estaba seguro de que con el tiempo Anaïs acabaría instalándose en casa.
Aunque a lo mejor el juez no preguntaba, sino que decidía directamente y ellos no tenían nada que decir. Se estremeció.
- -Hola, Hodge —-saludó con tristeza cuando el viejo gato surgió de la nada y se restregó contra sus tobillos.
Reinaba la oscuridad en la cocina del señor Fogarty, así que encendió la luz antes de sacar una bolsa de Whiskas del armario. Luego, en un impulso, sacó otra. El señor Fogarty no veía bien las bolsas de Whiskas, que consideraba demasiado buenas para un gato, pero Hodge había adelgazado últimamente —-seguro que necesitaba que lo desparasitasen-— y su dueño no estaba. La historia era que el hombre había ido a visitar a su hija a Nueva Zelanda.
¡Vaya historia!
La idea lo asaltó como un rayo. Sabía que el señor Fogarty era el Guardián del reino de los elfos y que a Blue la habían coronado emperatriz de los elfos. Incluso había visitado el reino. Pero allí en la cocina del señor Fogarty, mientras le daba de comer a su gato, todo parecía... parecía...
La luz se apagó como si la bombilla hubiese explotado. Henry no prestó atención. No estaba tan oscuro y podía cambiarla más tarde. De todos modos, no tardaría en acabar lo que estaba haciendo.
... Todo parecía una locura, eso era lo que pensaba en realidad. Era un adolescente, ¡por Dios! ¿Cuántos adolescentes conocía que creyesen en los elfos? Los elfos no existían y tampoco su reino. «No hay ningún país de los elfos.» Resonó como una voz en su cabeza.
El problema estaba en que se acordaba del país de los elfos. Puso las bolsas de Whiskas junto al plato de Hodge sobre la encimera. Si se acordaba del país de los elfos, algo raro pasaba. A su memoria le sucedía algo. Miró al gato, que tenía los ojos clavados en él. ¡Algo le ocurría a su mente!
De pronto, Henry tuvo mucho miedo.
Entre los maullidos indignados de Hodge, salió de la cocina y se dirigió al jardín trasero del señor Fogarty. Sentía el pecho oprimido y necesitaba aire. La luz del atardecer había adquirido un matiz azulado y había una ligera vibración en el suelo, como si circulasen camiones pesados. A Henry le dio la sensación de que se elevaba.
«No existe el país de los elfos», repitió la voz en su cabeza.
Todo comenzaba a tener un espantoso sentido. Henry sabía que el estrés producía enfermedades (su padre había padecido una molesta úlcera durante años porque desempeñaba un trabajo de mucha exigencia) y que la acumulación de estrés degeneraba en enfermedades mentales. Todo el mundo lo sabía. Sólo que pensaban que no podía ocurrirles a ellos.
Y él había sufrido mucho estrés, sin duda. Su madre tenía una aventura. Su padre había sido expulsado de casa (y había encontrado una novia, cosa que debía tenerse en cuenta). Sus padres iban a divorciarse definitivamente, aunque ninguno de los dos lo admitía. Lo cual significaba que a él podían enviarlo a una especie de orfanato hasta que cumpliera dieciocho años. O debería vivir con su madre y Aisling, que era mucho peor. Claro que sufría estrés. Sufría mucho más estrés en aquellos momentos que en toda su vida. Lo único que quería era alejarse, alejarse de su horrible madre, de su horrible hermana, de su débil y estúpido padre, y de todos los líos de su casa...
¿Y no era eso lo que había hecho? ¿No había escapado de todo? ¿No había creado un mundo de fantasía y... («No existe el país de los elfos»)... y había vivido en él?
Cuanto más lo pensaba, más sentido le encontraba. El de su imaginación no tenía nada que ver con el país de los elfos del que hablaban los libros. El suyo estaba lleno de héroes, el tipo de personas que le gustaban a Henry, a las que no se parecía. Y los adolescentes ejercían el mando. Pyrgus era príncipe y podía haber sido emperador si hubiese querido. Blue era reina, la soberana absoluta del reino. Podía hacer lo que se le antojara. Si fueras adolescente y desearas crear un mundo de fantasía, ¿no soñarías con uno en que los adolescentes mandasen?
Bajo sus pies, la vibración se tornó más pronunciada. ¿Cuántos camiones pasaban por allí?
Henry miró la budleya en que había encontrado a Pyrgus por primera vez, en la que creía que había encontrado a Pyrgus. Parecía de verdad. Pero a veces los sueños semejaban reales y las alucinaciones se les antojaban verdaderas a los locos.
Blue parecía real. Henry se acordaba de la primera vez que la había visto, cuando iba a darse un baño.
De pronto supo a qué se debía aquello. No tenía novia. Sí, tenía a Charlie Severs, pero se trataba de una amiga que casualmente era una chica. Ellos dos no eran pareja ni nada por el estilo. No... bueno, eso. Todos los chicos del colegio tenían novia, o al menos salían con montones de chicas. Eso aseguraban la mayoría de ellos. Henry también lo aseguraba a veces, pero no era cierto. Era un poco tímido con las chicas en ese aspecto. Ni siquiera se imaginaba pidiéndole a una... Pero eso no significaba que no le apeteciese. ¡Claro que le apetecía! Como a todos los chicos de su edad, lo hiciesen o no.
Había otra cosa. Henry se habría cortado el cuello antes de reconocerlo, pero era un poquitín romántico. No deseaba líos de una noche. Ansiaba una chica a la que pudiese (incluso en su cabeza la palabra surgía con vergüenza) amar. Correr por los trigales juntos, ayudarla cuando necesitase ayuda, caminar de la mano, llevarle flores, escribirle poemas y...
y...
Y todo eso.
Pero a las chicas ya no les interesaban esas cosas. Si les escribías poemas y les mandabas flores, te tomaban por un acosador.
Había soñado con enamorarse de una chica hermosa, una chica anticuada, una especie de princesa de cuento de hadas. Y Blue era realmente una princesa de los elfos, al menos hasta que la coronaron reina. Y habían hecho cosas heroicas juntos, como rescatar a su hermano. Y su hermano era el mejor amigo de Henry. Y todo había ocurrido en el país de los elfos, por los clavos de Cristo, donde él no tenía que aguantar a su horrible madre ni a su horrible hermana ni sus verdaderos problemas.
Se movía como un zombi cuando dejó atrás la luz azul del jardín del señor Fogarty y salió a la calle para dirigirse a la parada del autobús. Ya no pasaban camiones.
Cuando llegó a casa, se encontró, a pesar de todas las promesas y declaraciones de su madre, con que Anaïs se había mudado allí.
____________________ 9 ____________________
- -¿Quién eres? —-preguntó Blue. Quería decir: «¿Qué eres?», pero sonaba mal y seguramente era peligroso. La criatura que estaba en medio de la espiral ya no era el maestro de las especias. Se erguía como un gigante emplumado y la miraba como un animal salvaje.
- -Soy Yidam.
Blue jamás había oído aquella palabra y no sabía si era un nombre o una descripción. Según madame Cardui, Memnón estaba poseído por un dios que hacía sus predicciones, pero se trataba de uno de los antiguos dioses que había en el mundo antes del advenimiento de la Luz. Por lo que ella sabía, los antiguos dioses eran tan feroces como los demonios. Aquél lo parecía.
- -Lord Yidam —-dijo por si acaso-—, ¿podéis ver el futuro?
- -Estoy por encima del tiempo.
Blue dudó. No quería irritar a aquel ser, pero era importante hablar con claridad.
- -¿Podéis ver mi futuro?
Vio asombrada que el Yidam sonreía.
- -Sentaos a mi lado, reina de los elfos.
El único ruido de la estancia eran los latidos del corazón de Blue. Tras un buen rato, ella se decantó por la sinceridad en vez de la diplomacia.
- -El maestro de las especias ha dicho que podríais matarme si entraba en la espiral.
- -El maestro de las especias estaba equivocado.
Y allí estaba, delante de ella. Unas simples palabras. ¿Creía al anciano o al Yidam? ¿Se arriesgaba a acercarse?
Advirtió que lo único que había entre el Yidam y ella era un dibujo en espiral trazado en el suelo. El ser podría haber salvado de un salto la distancia que los separaba. La seguridad que sentía era pura ilusión. Se tragó el miedo y entró en la espiral.
Cuando se acuclilló a su lado, la muchacha se fijó en que la criatura había transformado completamente al viejo maestro. Se alzaba sobre ella y, de cerca, en sus ojos ardían fuegos internos. Blue se esforzó por no retroceder cuando el Yidam se aproximó a ella con sus enormes manos de estrangulador.
Pero las manos se posaron suavemente sobre su coronilla. Blue sintió cómo descendía por su espalda el cosquilleo de los rayos atrapados y comprendió que había recibido una bendición.
- -Gracias, lord Yidam —-murmuró.
Las bendiciones siempre eran buenas, pero si la criatura no podía ver su futuro, estaba perdiendo el tiempo.
El Yidam se inclinó un poco hacia delante.
- -Sois valiente, reina de los elfos —-declaró. Parecía increíble, pero durante un momento Blue pensó que aquellos ojos feroces captaban hasta el menor destello-—. Pero ¿sois tan valiente como para afrontar lo que diga?
La joven parpadeó. Las palabras del Yidam eran inquietantes. Evocaban algo que protestaba en los rincones de su mente desde que había decidido consultar al maestro de las especias. ¿Quería conocer el futuro realmente? ¿Un futuro que tal vez incluyese detalles sobre su propia muerte? O peor aún, sobre la muerte de Pyrgus y Henry. ¿Podía vivir conociéndolo?
¿Quería conocer el futuro del reino? ¿Y si el Yidam le decía que caería en manos de los enemigos o de las hordas de demonios? ¿Y si estaba destinado a la corrupción y la desintegración? ¿Cómo podría seguir sabiendo que todos sus esfuerzos serían en vano?
Pero se encontraba allí y necesitaba orientación, lo cual estaba por encima de todo.
- -Lord Yidam, ¿qué ocurrirá si emprendo una guerra contra los elfos de la noche?
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- -¿Crees en los elfos? —-preguntó Henry.
- -¿Cómo?
Se inclinó hacia delante.
- -¿Crees en los elfos? —-repitió, bajando aún más la voz. Estaban en un nuevo café que se llamaba Ropo's y que era muy popular entre los chicos del colegio. Había al menos ocho alumnos en las mesas cercanas (algunos vestidos de góticos) y Henry no quería que lo oyeran.
- -¿Elfos? —-exclamó Charlie, mirándolo con cara rara-—. ¿Como los del árbol de Navidad?
Él asintió.
- -Pero de verdad.
- -¿De verdad? —-Charlie estaba empeñada en repetir todo lo que su amigo decía esa noche-—. ¿Como seres con alas que revolotean entre los jacintos silvestres?
- -Una vez me pareció ver a uno.
- -¿Te pareció qué...?
- -Charlie —-siseó-—, por favor, no repitas todo lo que digo. Sí, he dicho que una vez me pareció ver a uno.
- -¿Viste una personita con alas revoloteando entre los jacintos?
- -Me encontraba muy presionado.
A Charlie le interesó el comentario. Conocía todas las presiones que había sufrido Henry y frunció el entrecejo.
- -¿Lo de tu madre no te habrá hecho ver cosas? —-Sonó indignada.
- -Creo que sí, ¿qué otra cosa podría ser? —-Lo asaltó una idea-—. No estaba revoloteando entre los jacintos. Hodge lo capturó.
- -¿El gato del señor Fogarty?
Henry asintió.
- -Sí.
La sombra de una sonrisa deformó los labios de Charlie.
- -¿El gato del señor Fogarty capturó un elfo?
- -Escucha —-pidió Henry en tono urgente-—, hasta hoy creía que todo eso era cierto. Luego he ido a ver a mi padre y tiene una novia; y al llegar a casa, Anaïs se había trasladado a vivir con mi madre.
- -¡Oh, Dios mío! —-exclamó atónita. El asomo de sonrisa desapareció-—. ¿Me estás diciendo que has de vivir con tu madre y Aisling y, además, con esa horrible Anaïs?
- -En realidad no es horrible, sino bastante agradable. Lo intenta. Pero ya sabes...
- -Oh, lo sé perfectamente —-replicó muy enfadada-—. Se van a divorciar, ¿no? Si tu padre se ha buscado una novia...
Henry asintió con tristeza.
- -Supongo que sí.
Charlie le tomó la mano.
- -No es tan malo como crees, Henry. Parece espantoso, pero no es tan malo como crees. Y cuando se acabe, se acabó.
Sus padres se habían divorciado y su madre había vuelto a casarse con un hombre al que Charlie adoraba. Henry habló en tono inseguro:
- -¿Sabes qué ocurre con los hijos, conmigo y con Aisling? Me refiero a si hemos de ir al juzgado. ¿Y quién decide dónde vamos a vivir? —-Tragó saliva-—. No quiero vivir con Anaïs y mi madre, sería horrible para mi padre; pero tampoco puedo irme a vivir con él ahora que tiene novia... ¿Te he dicho que es joven? Sólo unos años mayor que nosotros. No puedo trasladarme allí, ni creo que él lo quiera, así que ¿tendré que irme a vivir a un orfanato o a un lugar similar hasta que cumpla dieciocho años?
- -No lo sé, Henry. Yo era muy pequeña para acordarme de esas cosas. De todos modos, creo que mis padres llegaron a un acuerdo entre ellos, y a mí me encantó quedarme con mi madre; odiaba a mi verdadero padre. No se parecía en nada a tu situación. —-Miró con gesto pensativo a cierta distancia y luego centró la vista de nuevo en Henry-—. ¿Qué sucede con los elfos?
Él suspiró.
- -Oh, es una estupidez. —-Sacudió la cabeza e intentó sonreír-—. Fue después de que comenzase ese asunto, lo de mi madre y Anaïs. O al menos después de que yo me enterase. Supongo que no pude soportarlo. ¿Cuántas veces te encuentras con que tu madre es lesbiana? Creo que quería huir. Ya sabes, huir de... todo. Y como no había forma de escapar, supongo que... empecé... a inventar cosas. Dentro de mi cabeza. Supongo que construí todo un mundo absurdo dentro de mi cabeza... —-Esbozó una débil sonrisa-—. Y, bueno... acabé allí. —-Ver la expresión de Charlie le dio ganas de llorar.
- -Pero... ¿qué ocurrió en realidad? —-preguntó ella con una curiosa mezcla de asombro y compasión.
Henry había llegado demasiado lejos para retroceder. Además, confiaba en Charlie. Siempre había hablado con ella, desde que eran pequeños. Tomó aliento y consiguió inyectar un poco de energía a su voz.
- -Tuve esa... cosa... No sé, una alucinación o algo así, un sueño o un recuerdo falso o...
- -Henry, cuéntame qué pasó.
Él se removió, incómodo.
- -Después de saber lo de mi madre, fui a casa del señor Fogarty. Tenía que limpiar su cobertizo. Y cuando estaba allí, apareció Hodge con una cosa en la boca. Parecía una mariposa. Ya sabes cómo son los gatos. La capturó, pero no estaba muerta, así que intenté quitársela. —-Dudó y luego añadió:-— Fue entonces cuando vi a un elfo.
- -¿Creías que era un elfo?
- -Sí.
Tras unos instantes, Charlie dijo:
- -Continúa.
- -Supongo que sólo era una mariposa. Pero yo me inventé una fantasía sobre una mariposa que era un elfo que se llamaba Pyrgus...
- -¿Pyrgus?
Henry asintió.
- -¿Tenía más nombres?
- -Pyrgus Malvae —-respondió él.
- -Ése es el nombre de una mariposa. El nombre latino de la mariposa ajedrezada menor.
- -¿En serio? —-preguntó sorprendido, y tras unos momentos añadió:-— Supongo que lo sabía. Inconscientemente. ¿La ajedrezada menor tiene alas pequeñitas con manchitas marrones?
- -Sí.
Henry sacudió la cabeza, anonadado.
- -Seguramente la convertí en parte de mi fantasía. La mariposa ajedrezada menor se convierte en un elfo y yo le pongo el nombre de la mariposa. —-Movió la cabeza-—. Tengo problemas, Charlie.
- -Me parece que sí —-repuso ella en voz baja.
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Henry perdió el último autobús de vuelta a casa.
Vivía a seis kilómetros de la ciudad y cuando llamó a su madre para que fuera a recogerlo, le respondió el contestador automático (con la voz de su padre, lo cual era un verdadero plomazo). Así que se puso a caminar bajo la lluvia. No le importaba demasiado. Sólo pensaba en las cuatro palabras que habían salido de la boca de Charlie: «Me parece que sí.»
Charlie era la chica más buena y cariñosa que conocía. Si hubiera alguna forma de no herirlo, la habría encontrado. Pero ella creía que él tenía problemas. Pensaba —-lo había expresado de un modo muy diplomático-— que a lo mejor necesitaba «ayuda». Con lo cual se refería a ayuda psiquiátrica, aunque en ningún momento había dicho psiquiatra, sino «terapeuta».
Henry oyó el ruido de un coche a su espalda y percibió el resplandor de los faros. Siguió caminando por la orilla sin mirar; llevaba una chaqueta de color claro, así que el vehículo no tendría dificultad en distinguirlo. Charlie tampoco se había referido a un «problema psiquiátrico». Había hablado con mucho tacto de «presiones emocionales» y de «tensión»; lo que él ya había estado pensando. Se había mostrado tranquila, optimista y le había infundido confianza, tal como se debía hacer con los locos. Pero lo fundamental era que creía que Henry estaba como una cabra.
Le pareció que el coche aminoraba la marcha, pero no lo vio pasar. Volvió la vista.
Había un reluciente disco de plata sobre la carretera.
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Era igual que cuando huyó de su padre. En determinado momento estaba centrado en sus cosas, intentando convencer al camarero de que tenía edad suficiente para beber cerveza, y sin transición se encontraba ante un grupo de gigantescos soldados que lo llamaban «señor» con exagerada educación, pero que estaban dispuestos a romperle los brazos si no hacía lo que le decían.
Aunque en aquel momento no era su padre quien los enviaba, sino su hermana pequeña, ¡por el reino de la Luz! Pyrgus sabía que a Blue se le subiría a la cabeza que la nombrasen reina. Ya ejercía de mandona cuando no era más que princesa.
Sonrió a los seis corpulentos soldados que rodeaban su mesa en la posada y trató de parecer más seguro de lo que estaba en realidad.
- -Por favor, presente mis respetos a su majestad —-saludó al oficial pomposamente-—, y comuníquele que me reuniré con ella en el palacio en breve, a la mayor brevedad posible. —-Nada más decirlo, se dio cuenta de que no debería haberlo hecho.
- -Disculpad, señor —-contestó el capitán-—, pero su majestad ha insistido en que debíais ir inmediatamente, señor. Tenemos órdenes de acompañaros, señor. —-Parpadeó despacio-—. Ahora, señor.
Pyrgus sabía de qué se trataba. Ya había recibido dos mensajes de Blue, entregados en mano por un trinio naranja. El primero era una notita amable en que le pedía que fuese al palacio para «hablar de algo importante». Como no hizo caso, el trinio volvió a aparecer unos días después. En esa ocasión el tono era menos amistoso. Se le «ordenaba» que se presentase enseguida en palacio «para debatir asuntos de vital importancia para el reino». Tampoco hizo caso esa vez. A Blue le iría bien comprender que no todo el mundo se ponía firme cada vez que ella chasqueaba los dedos. Pero había acabado por enviar a un contundente pelotón.
Lo intentó otra vez.
- -Si me permite ir a casa a cambiarme... —-empezó con un gesto vago y sin dejar de sonreír-—. Como puede ver, no voy vestido para asistir a una reunión en palacio. —-Lo cual era cierto. Desde que había renunciado al trono, ponía mucho empeño en andar desaliñado. En aquel momento llevaba un jubón de cuero roto y unos bombachos marrones que habrían avergonzado a un criador de cerdos. La sensación de libertad era maravillosa.
- -Disculpad, señor. Las órdenes de su majestad decían «inmediatamente». Se ha mostrado muy clara en ese aspecto. No ha hablado de trajes. —-Le lanzó una mirada maliciosa-—. Espero que vuestra ropa resulte aceptable, señor.
Pyrgus suspiró.
- -Oh, muy bien, capitán. Lo acompañaré.
- -¿Ahora, señor?
- -Ahora mismo, capitán.
Tenían un ouklo dorado esperando fuera. Flotaba a la altura de la rodilla para facilitar el acceso y zumbaba un poco por el exceso de energía que procedía de una carga de hechizos nuevos. Al menos Blue pensaba en su comodidad.
El vehículo cabeceó como un barco cuando Pyrgus subió a bordo. Observó con sorpresa que el capitán y dos de sus hombres también montaban y se sentaban frente a él con expresión pétrea. Los otros tres guardias se apiñaron en la parte superior con el conductor. El vehículo arrancó suavemente en cuanto la puerta se cerró. Pyrgus percibió el «clic» de una cerradura mágica y esbozó una leve sonrisa. No se arriesgaban a perderlo.
- -No creo que sepa de qué se trata, ¿verdad? —-le preguntó al capitán en un intento de entablar conversación.
- -No, señor, me temo que no, señor.
- -¿Ninguna crisis? ¿Ninguna guerra a punto de estallar? ¿No hay demonios sueltos?
- -No sé nada de eso, señor —-repuso con fría formalidad.
- -No —-murmuró Pyrgus-—. No creo que lo sepa. —-Los soldados profesionales nunca sabían nada sobre nada. Renunció a la conversación, se recostó y cerró los ojos.
Los asientos eran de la nueva ordoespuma tratada con hechizos que se acomodaba al trasero y lo apretaba suavemente de vez en cuando para evitar la incomodidad en los viajes largos. Daba la impresión de que uno estaba sentado en la mano de un gigante, y Pyrgus no tenía muy claro que le gustase. Por mucho que se preparase, los apretones lo pillaban por sorpresa y daba un saltito involuntario. Era como tener un fastidioso tic facial, sólo que en otro sitio.
Para distraerse miró a través de la ventanilla del carruaje.
- -Este no es el camino de palacio —-dijo de pronto.
- -No, señor, no lo es porque no vais al palacio, señor.
- -¿Adónde vamos? —-Pyrgus frunció el entrecejo.
- -No tengo permiso para decirlo, señor. Seguridad, señor.
Aquello era típico de Blue, casi tan paranoica como el señor Fogarty. Daba igual, debía de ser algo muy grave para que quisiera verlo en un sitio diferente del palacio.
Lo asaltó una idea y preguntó:
- -¿Soy el único que va a la reunión?
- -No sabría decirle, señor —-respondió el capitán.
El asiento estrujó el trasero de Pyrgus y lo distrajo. Procuró pasarlo por alto y miró otra vez por la ventanilla. A lo mejor se había precipitado al no hacer caso a los primeros mensajes de Blue. Tal vez fuese mandona, pero no era estúpida, y en aquellos momentos era la reina y tenía la responsabilidad de todo lo que ocurría en el reino. Blue sabía lo que pensaba su hermano de los asuntos de Estado, así que no lo habría llamado si no fuera algo importante. Lo mínimo que él podía hacer era darle un poco de apoyo. Torció el gesto. Se sentía culpable.
Observó que el carruaje salía de la ciudad por la Puerta del Tullido, lo cual significaba que Blue había convocado la reunión fuera no sólo del palacio, sino también de las residencias oficiales. Seguramente había alquilado algún sitio o cabía la posibilidad de que madame Cardui hubiese localizado una casa segura. Se preguntó dónde estaría.
Unos veinte minutos después llegaron a una casita solariega rodeada de árboles y con tantas medidas de seguridad que a Pyrgus le costó reprimir la risa. Tenía que hablar con Blue sobre aquella tontería. Pero la figura que estaba en la puerta no era Blue.
Se trataba de Black Hairstreak.
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Henry se quedó de piedra. Aquello parecía salido de Encuentros en la tercera fase. La nave era enorme, del tamaño de dos o tres camiones articulados, y zumbaba casi a dos metros por encima de la superficie de la carretera (que vibraba como había vibrado el suelo en casa del señor Fogarty, según pensó Henry de modo incoherente). Era como las fotografías falsas que había visto de platillos volantes: un brillante disco de metal con un bulto en la parte superior y una luz que salía por abajo. Tenía una hilera de ventanillas redondas (aunque no se veía nada a través de ellas), encima de las cuales destacaba otro círculo de luces. En cualquier momento, si era como en la película, surgiría una rampa plateada y un hombrecillo verde con una gran cabeza y ojos enormes bajaría por ella.
El platillo expulsó una rampa plateada y un hombrecillo verde con una gran cabeza y ojos enormes bajó por ella.
Henry intentó escapar, pero de pronto se sintió muy tranquilo.
En su estado sereno e inmóvil era mucho más consciente de todo lo que lo rodeaba, sobre todo del silencio. No había ruido de tráfico. Los débiles ruidos de fondo de los animales y los insectos nocturnos habían cesado. El platillo ya no zumbaba.
Era un platillo bonito, muy bonito.
El hombrecillo era sin duda verde, pero no verde brillante, verde oliva, verde hierba ni nada así. Si hubiera que denunciar el hecho a la policía (aunque resultaba ridículo pensar en poner una denuncia), tenía que saber exactamente cuál era el matiz de verde de la piel del hombre, que de lo contrario pasaría a convertirse en gris.
El extraterrestre se giró hacia el muchacho. Tenía unos ojos grandísimos, negros y hermosos. Si Henry los miraba fijamente, podía ver estrellas y constelaciones en ellos. Veía las profundidades del espacio. El hombrecillo caminó hacia él.
Enterrado dentro del Henry que parecía tranquilo había otro que gritaba por salir. El segundo Henry estaba aterrorizado, histérico, sobrecogido. Quería luchar, quería estrujar al alienígena, aplastarlo contra el suelo como si fuera un gusano (y seguramente podría haberlo hecho, pues las extremidades del hombrecillo eran larguiruchas como ramitas). Pero sobre todo quería huir del marciano y de la gran nave reluciente como si lo persiguiera el diablo.
Henry gritó, pero no se oyó ningún sonido. No podía moverse. El hombrecillo verde lo miraba, y él estaba completamente paralizado. Pensó que tal vez estuviera a punto de morir.
El extraterrestre lo miró a los ojos y saltó sobre su cabeza.
Era horrible tener a alguien dentro de la cabeza, como un insecto deslizándose implacablemente por su oído, pero peor. El alienígena recorría sin parar la mente de Henry, levantando tapas en todas partes para mirar sus pensamientos íntimos. Vaya, allí estaba Aisling, su hermana, con un puñal clavado en la frente. También estaba Blue bañándose. Y su madre explicándole que todo lo hacía en realidad por su propio bien.
Parecía como si el hombrecillo verde buscase algo. A lo mejor sólo se estaba cerciorando de que se trataba de Henry. Se deslizó, se arrastró, rebuscó y empujó. Encontró un recuerdo del muchacho sentado en el retrete. No había ningún lugar al que no pudiese ir, al que no fuese.
Y al cabo se retiró.
Del platillo volante surgió un brillante rayo de luz azul que iluminó a Henry. Aunque él no se movió, le dio la impresión de que lo ponían patas arriba. Luego recuperó la posición normal y empezó a temblar. El temblor se convirtió en una vibración y la vibración en un grito. La luz azul empezó a arrastrarlo hacia la nave.
Algo le dijo a Henry que debía de estar soñando. Era lo único que tenía sentido. Seguramente se había cansado al ir caminando a casa y se había acostado junto a la carretera para echar una cabezadita. En aquel momento estaba soñando.
Se encontró dentro del platillo volante. No había luz, el hombrecillo verde se había esfumado y no parecía que hubiese nadie más. Henry ya no estaba paralizado. Podía mover las manos, los brazos y las piernas. De hecho, se sentía normal. Pero lo que había pasado no era normal. Se hallaba en un platillo volante y los extraterrestres se habían ido, con lo cual podía huir.
Quería huir. Quería huir con todas sus fuerzas. Pero...
Le sucedía algo. Lo sabía con certeza. No estaba soñando. Aquello era demasiado real para tratarse de un sueño. Pero al mismo tiempo semejaba un sueño. Ocurrían cosas. Y lo que ocurría en aquel momento era que se puso a explorar en vez de huir.
La nave era aún más grande por dentro de lo que sugería por fuera. Henry estaba en una habitación con las paredes plateadas y un suelo fangoso y blando que parecía como... orgánico. No había ventanas y no localizaba los interruptores de la luz (aunque sí había luz: un agradable resplandor rosado). Vio una puerta sin picaporte, pero cuando se acercó, la puerta se abrió automáticamente como las de Star Trek o las de Tesco.
Salió a un pasillo que serpenteaba como un arroyo. De él surgían derivaciones (de escasos metros) que conducían a otras salas. Algunas tenían puerta y otras no. Henry siguió las vueltas del corredor y descubrió estancias con revestimiento metálico, otras con expositores de armas (las armas parecían rifles láser), una llena de huevos gigantes (al menos eso se le antojaron, pues eran muy grandes y blancos y tenían forma de huevo). Le dio la impresión de que se había pasado horas caminando, mirando una habitación tras otra. Curiosamente, no había visto cocinas ni cuartos de baño.
Encontró una sala horrible y espantosa.
Abrió la puerta y lo deslumbró un fulgor repentino. Luego sus ojos se acostumbraron y vio hileras de grandes tubos transparentes mayores que él. Había un laberinto de cables y cañerías que iban desde los tubos hasta una consola de control situada en el centro de la habitación. Aproximadamente la mitad de los tubos estaban iluminados por una luz violeta que permitía ver un líquido espeso y viscoso dentro, el cual borboteaba como una enorme y parsimoniosa pecera. Flotaban en él montones de bebés humanos desnudos, con los ojos firmemente apretados, que abrían y cerraban las manos siguiendo un ritmo espeluznante.
Henry intentó quebrar los tubos para liberar a los bebés, pero estaban hechos de un tipo de cristal irrompible. Se preguntó si podría destaparlos utilizando la consola, pero temía herir a los pequeños accidentalmente. Al rato abandonó la estancia abrumado por la frustración.
Detrás de él las criaturas abrían y cerraban las manos... abrían y cerraban las manos... abrían...
Henry tropezó con una ventanilla y miró. Esperaba ver la carretera por la que había caminado, pero descubrió una oscuridad salpicada de estrellas brillantes. Estaba contemplando el espacio. El platillo había despegado. Ya no había posibilidad de huir.
Una gran tristeza se apoderó de él, y se acostó junto a la ventanilla para dormir un poco.
Despertó rodeado de hombrecillos verdes que lo miraban con enormes ojos negros. Los encabezaba una mujer alta y rubia que parecía completamente humana y era muy hermosa.
- -Quiero enseñarte algo, Henry —-le dijo, y el chico la oyó perfectamente a pesar de que ella no había movido los labios. Lo miró con tristeza-—. Quiero enseñarte lo que ocurrirá si los humanos no tratan su planeta con respeto. —-Se volvió y señaló una pantalla situada en la pared que tenía detrás.
La pantalla se animó con imágenes de un mundo destruido. Henry vio ciudades arrasadas por la guerra nuclear, océanos cuajados de contaminación, niños que morían de hambre en una tierra superpoblada (también niños blancos, no sólo los consabidos chiquillos de grandes ojos y vientres hinchados de África). Había personas cuyo rostro era una masa plagada de cánceres por el deterioro definitivo de la capa de ozono. Había huracanes y terremotos, maremotos que se tragaban continentes enteros. Había mutantes por efecto de la radiación, que ya no eran humanos y que se arrastraban por páramos desolados.
Henry quería desviar la vista, pero no podía mover la cabeza.
- -¿Se lo dirás? —-preguntó la mujer-—. ¿Les contarás lo que va a pasar?
- -¡Henry será el ungido! —-cantaron otras voces a coro dentro de su cabeza.
Sin saber cómo, Henry se encontró desnudo y tendido en una camilla. Lo rodeaban hombrecillos verdes con batas blancas. Comprobó avergonzado que la bella mujer estaba con ellos y también llevaba una bata blanca. Junto a la camilla había bandejas de instrumental quirúrgico y una especie de máquina con los brazos doblados, taladros y escalpelos que parecía pensada por un dentista loco.
La hermosa desconocida sonrió con benevolencia.
- -Debes prepararte —-advirtió.
- -Henry será el rey —-corearon las voces-—. Henry será el rey ungido.
Las manos extraterrestres se estiraron para tocarlo. En el aire flotaba el olor a antiséptico. Una espuma se extendió sobre su cuerpo, fría al principio y luego tan abrasadora que casi no podía aguantarla hasta que otra cosa se esparció sobre él y la eliminó. Las criaturas sondaron su trasero y sus genitales.
«¡Dejadme en paz!», pensó Henry, incapaz de hablar.
- -Preparado para el implante —-dijo una voz ronca dentro de su mente, diferente de todas las voces que había oído antes.
La mujer hermosa se inclinó sobre él sin dejar de sonreír. Sujetaba el taladro de dentista, que giraba con un agudo chirrido. Pero no lo dirigió hacia la boca de Henry, sino hacia su ojo.
Henry empezó a gritar y no pudo parar.
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- -Tiene sentido —-dijo Blue.
Estaban sentados entre las orquídeas del invernadero, detrás del salón del trono. Era un lugar extraño para un consejo de guerra, pero su padre lo había protegido con tantos hechizos que se trataba de la estancia más resguardada del palacio.
Los ojos de Blue se posaron en sus interlocutores. El guardián Fogarty seguía pareciendo un anciano, pero los tratamientos de rejuvenecimiento empezaban a notarse. Se percibía energía en él y tenía mejor piel. A su lado se encontraba madame Cardui con los ojos cerrados, aunque Blue sabía que estaba muy despierta. Los dos eran amigos suyos. Los gestos de desaprobación procedían de tres generales uniformados: Creerful, Vanelke y Ovard. Ojalá Pyrgus estuviera allí. Blue se sentía en desventaja.
Se humedeció los labios.
- -Piensen en cómo lo harán. Hace meses que todo está patas arriba. El tío Hairstreak ha intentado apoderarse del trono dos veces y ha fracasado...
- -Y ésa es precisamente la razón de que no vuelva a intentarlo, majestad —-dijo el general Ovard en tono paciente.
Ovard había sido el asesor militar más próximo a su padre. Pero Blue no se podía permitir el lujo de mostrarse débil.
- -Déjeme terminar, general. —-Luego, sin esperar respuesta, se dirigió a los demás-—. Hairstreak sigue teniendo ambiciones. Y, aunque ha fallado, los elfos de la noche todavía lo apoyan.
- -No creo que les apetezca otro fracaso —-murmuró Ovard.
Blue no le hizo caso.
- -Consideren el otro aspecto de la cuestión. Estuvimos a punto de perder la primera vez. ¿Qué ha...?
- -Oh, vamos, majestad, yo no diría que estuvimos a punto de perder. —-No fue Ovard el que habló, sino el general Creerful. Eran viejos. Los militares veteranos siempre eran viejos. Aunque fuese emperatriz, nunca la tomarían en serio. La miraban y veían a una niña pequeña.
Blue le lanzó una mirada fulminante.
- -Mi padre, el Emperador Púrpura, fue asesinado, general. Yo diría que eso se aproxima mucho a perder.
Creerful bajó la vista y no dijo nada. Tras unos momentos, Blue prosiguió:
- -Lo que vino a continuación fue una inteligente trama que pudo haber triunfado. De hecho, casi triunfó. No olviden que mi hermano fue expulsado del Palacio Púrpura. Tuvimos muchísima suerte al encontrar a nuestros aliados. No podríamos haber cambiado las cosas sin ellos. No debemos esperar tanta suerte una segunda vez y mi tío lo sabe.
Madame Cardui abrió los ojos.
- -Los elfos del bosque son amigos nuestros —-dijo en tono amable-—. Estoy segura de que se les podrá convencer para que vuelvan a ayudarnos.
Blue sentía gran admiración por madame Cardui, pero la atravesó con una mirada firme.
- -Los elfos del bosque son amigos de usted —-afirmó-—, que no es lo mismo. Cuando nos ayudaron, miraban por sus propios intereses. No podemos contar con que nos apoyen otra vez.
La dama asintió levemente y cerró los ojos de nuevo.
- -Supongo que tenéis razón, majestad.
Blue se giró hacia los otros.
- -Consideren lo sucedido como lo harían los elfos de la noche. El Emperador Púrpura fue asesinado. El nuevo Emperador Púrpura abdicó. Ahora hay una jovencita en el trono. ¡Una chica, además!
De pronto todos se pusieron a hablar a la vez. Incluso Madame Cardui abrió los ojos.
Blue levantó una mano para pedir silencio.
- -¡Piénsenlo! —-exclamó-—. Sólo tengo dieciséis años. Carezco de experiencia en política, guerras y cosas de ese estilo. Y soy una chica. Estoy aquí sólo porque mi hermano no quiso el trono. No tendría que haberme convertido en reina. Yo debía crecer tranquilamente, casarme con un príncipe extranjero y tener montones de estúpidos bebés. No debería saber nada de asuntos de Estado. Así me veía mi padre. Y así me ve mi tío. Así me ven los elfos de la noche.
El guardián Fogarty habló por primera vez desde el inicio de la reunión.
- -Tiene razón —-admitió.
Blue lo miró con gesto agradecido.
- -Pónganse en el lugar de los elfos de la noche. Sus enemigos son débiles y los dirige una muchacha que no sabe nada de nada. ¿Se les ocurre una ocasión mejor para atacar?
- -¿Y cuál es la solución? —-preguntó Fogarty imperturbable.
Ése era el quid. A pesar de su pregunta, el hombre sabía adonde quería ir a parar Blue. Ya era hora de que los otros también lo supieran.
- -Les he expuesto mi solución antes de comenzar la reunión, Guardián. Debemos atacar primero.
El general Ovard se atragantó y se volvió hacia ella a punto de estallar.
- -¡Eso desatará una guerra civil!
Blue respiró a fondo.
- -Sí —-reconoció.
Se produjo un largo silencio, que rompió al fin el general Vanelke. Era el más viejo de los tres generales, un veterano de varias campañas y casi siempre el primero en expresar una opinión. Había estado extrañamente callado durante la sesión, pero en aquel momento se aclaró la garganta.
- -Sois una niña, majestad —-dijo sin rodeos-—. Si somos sinceros, tenemos que admitirlo, y es tarea de cabezas mayores guiaros hasta donde podamos. Pero mucho más importante es el hecho de que nunca habéis visto una guerra. La primera acción de los elfos de la noche se interrumpió antes de salir a la superficie. La segunda fue un acto de traición que desencadenó una pequeña batalla. Ninguna de las dos acabó en contienda. Pero ahora estáis proponiendo una guerra, majestad.
Blue lo miró y asintió.
- -Sí, ¿y cuál es su argumento, general Vanelke?
- -Mi argumento —-comenzó el viejo general en tono serio-— es que los que nunca la han vivido tienen más prisa por ir a la guerra. No se dan cuenta de la magnitud del paso. —-Se inclinó hacia delante-—. Permitidme que os explique, majestad, lo que la guerra, especialmente la civil, significará para el reino. En primer lugar y sobre todo, significará muerte. No cientos, sino miles, tal vez incluso millones perderán la vida. Y no sólo los viejos e inútiles, sino los mejores y más jóvenes, la flor y nata de nuestro reino, con toda su fuerza y una vida por delante. La pérdida de uno de ellos ya sería una tragedia. La guerra multiplica la tragedia más allá de todo cálculo.
Blue iba a intervenir, pero el hombre la contuvo con una mirada y continuó:
- -En segundo lugar, habrá dolor. Para vos, majestad, la guerra es una decisión, un golpe de pluma. Para los otros puede suponer la pérdida de los brazos o las piernas, la ceguera o la incapacidad. Y no sólo para vuestros soldados, majestad. Se supone que se les paga por correr esos riesgos. Pero los civiles también sufrirán. En las guerras civiles hay muchísimas víctimas entre la población.
»Habrá destrucción. Hasta las contiendas breves y decisivas (y las civiles casi nunca lo son) causan destrucción generalizada. Los hechizos de las armas han alcanzado proporciones increíbles hoy en día. Nuestro enemigo está bien equipado. ¿Estáis vos lista para imponer esos hechizos a vuestro pueblo? ¿Estáis lista para asumir el coste que pagarán las generaciones futuras? —-Cuadró los hombros-—. Y por último —-concluyó-—, aunque lo consideréis una traición, existe la posibilidad de que no ganemos.
Blue habló sin alterarse.
- -Nuestra causa es justa, general. —-Sabía que el hombre decía la verdad, palabra por palabra, pero ¿y si la elección no estaba entre la guerra y la paz? ¿Y si se trataba de elegir entre una guerra y otra guerra mayor, más larga y sangrienta? Aunque se esforzaba por no mostrar sus sentimientos, estaba aterrorizada. Había pensado mucho lo que iba a hacer. Estaba segura, muy segura, de que era lo correcto. Pero le horrorizaba la posibilidad de equivocarse. El general Vanelke, aunque no lo supiera, estaba expresando todas sus dudas.
- -La justicia no tiene nada que ver —-repuso Vanelke, implacable-—. Dios se alía con la fuerza y el vencedor escribe los libros de Historia. Hace un momento habéis hablado de los elfos salvajes como posibles colaboradores, o lo ha hecho la Dama Pintada. Los elfos de la noche tienen sus propios aliados, las poderosas hordas demoníacas de Hael. Se pueden cerrar los portales, pero la guerra creará un enorme incentivo para volver a abrirlos. Y cuando los abran, tal vez nos encontremos con algo que no podamos digerir.
Lo cual también era cierto. El hecho de que los portales de Hael estuviesen clausurados había contribuido mucho a su decisión. Pero al igual que Vanelke, Blue sabía que no iban a estar siempre así. Todo dependía de la rapidez con que se moviesen, de lo rápido que venciesen. Blue se sintió muy vieja de repente. Antes de convertirse en emperatriz, todo parecía muy sencillo. Estaba el reino y había que gobernarlo, ¿acaso existía algo más fácil? Pero después de que le pusieran la corona en la cabeza, todo se había vuelto complicado.
- -El problema, general Vanelke —-dijo con paciencia-—, es que usted habla como si se tratase de elegir entre la guerra y la paz. Pero yo no creo que la elección sea ésa. Creo que mi tío no tardará en decantarse por iniciar una contienda por su cuenta, y tendremos que enfrentarnos a los horrores que usted describe y a otros peores, con dos inconvenientes añadidos: no estaremos preparados y habremos perdido el elemento sorpresa. Al menos, si atacamos primero, podemos conseguir una victoria rápida y reducir los horrores al mínimo.
- -Tal vez podamos evitar todos los horrores —-afirmó una voz nueva.
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- -¿Dónde estabas? —-preguntó Blue de mal humor. Habían dejado a los demás en el pequeño invernadero y estaban metidos en uno de los cubículos de seguridad que había detrás del trono principal.
- -¡Has enviado los guardias a buscarme! —-dijo Pyrgus en tono acusatorio.
- -¿Y qué otra cosa podía hacer? —-siseó furiosa-—. Te mandé dos mensajes y no les hiciste caso.
- -Sí, claro, tu pequeño ejército está secuestrado, ¿lo sabías?
Blue lo miró, perpleja.
- -¿Qué?
- -Tus guardias. Están secuestrados. ¿Dónde crees que he estado todo este tiempo?
- -Acabo de preguntártelo —-señaló crispada.
- -He estado con el tío Hairstreak —-explicó Pyrgus.
Y comprobó con satisfacción cómo le cerraba la boca a su hermana.
Pero tras unos momentos Blue reaccionó.
- -¿Hairstreak te ha raptado?
- -Es una forma de decirlo.
- -Me atacas los nervios cuando te pones así, Pyrgus. ¿A qué te refieres con que «es una forma de decirlo»?
Él decidió que ya había bromeado bastante.
- -Le ha aplicado un lien a tu capitán de guardia, y el pobre me ha llevado directamente a él en vez de traerme aquí.
- -¿Y los otros guardias?
- -Obedecían órdenes.
Blue miró a su hermano con gesto reflexivo. Un lien era un hechizo muy costoso, incluso para alguien con la riqueza de Hairstreak. Debía de tener muchas ganas de echarle el guante a Pyrgus.
- -Cuéntame lo peor.
- -Bueno, tal vez no sea lo peor. Por eso quería hablar contigo a solas. Hairstreak te envía un mensaje.
- -¿Sobre qué?
Pyrgus, que era un poquito alto para el cubículo de seguridad, se agachó hasta quedarse cómodamente en cuclillas. Tras una breve duda, Blue lo imitó. Solían acurrucarse así de niños, cuando la vida era mucho menos complicada.
- -No sé si creerlo —-dijo Pyrgus en voz baja-—, pero esto es lo que ha ocurrido...
* * *
Pyrgus aún tenía su hoja halek y se preguntaba sobre las repercusiones políticas de utilizarla contra su tío. Pero el hecho mismo de que la conservase resultaba llamativo. La casa estaba atestada de hombres de Hairstreak, pero no lo habían registrado. Eso no era propio de su tío, que estaba vivo porque se tomaba la seguridad muy en serio.
De momento Pyrgus decidió mantener las manos quietas y esperar. Hairstreak se dirigió a él brevemente:
- -¿Un refresco? ¿Hordio o algo parecido? ¿O prefieres una copa? Supongo que tienes edad suficiente para beber cerveza, ¿no?
Pyrgus creía que sí, pero necesitaba tener las ideas claras. Tampoco le apetecía comer nada. Casi constituía una tradición envenenar el hordio cuando alguien quería librarse de un enemigo. Cuatro emperadores púrpura habían muerto así en los últimos quinientos años. Pyrgus ya había sido envenenado una vez y no le atraía repetir la experiencia.
- -No, gracias —-dijo fríamente.
Estaban en lo que parecía un comedor más bien pequeño. En la chimenea ardían unos leños y a Pyrgus el olor le recordó el bosque. Hairstreak le daba la espalda al fuego, una vieja artimaña para recortar su silueta y resultar más amenazante. Pero no pretendía sonar amenazante cuando dijo:
- -Supongo que debería disculparme por haberte traído hasta aquí de esta forma.
Era la primera vez que Pyrgus lo oía disculparse por algo, así que esperó.
- -Debería hablar con tu hermana —-continuó el hombre-—, pero seguro que no quiere verme, y, francamente, no es tan fácil de pescar como tú. —-Deformó su rostro con lo que aspiraba a ser una sonrisa paternal-—. Deberías prestar más atención a tu seguridad, sobrino.
Pyrgus lo miró, preguntándose si su tío no debería seguir su propio consejo. Tres pasos, cuatro como mucho, y podría haberle clavado el halek en el estómago. Si no se rompía, que era otra cuestión. Lord Hairstreak moriría y el reino tendría un problema menos. Pero se trataba de una vana especulación en aquella circunstancia. Esperó.
- -En cualquier caso, quiero que lleves un mensaje a tu hermana.
A Pyrgus se le ocurrió que tal vez Blue se estuviese preguntando dónde estaba. Cuando más permaneciese con lord Hairstreak, más se preocuparía ella. Se preocuparía y se enfadaría. Podía soportar la preocupación, que tenía mucha gracia cuando afectaba a la hermana de uno. Pero Blue se ponía muy borde cuando se enfadaba.
- -¿Cuál es el mensaje? —-preguntó bruscamente.
- -Que los elfos del bando de la noche desean negociar —-respondió Hairstreak.
* * *
- -¿Negociar qué? —-quiso saber Blue.
- -Una nueva relación —-contestó Pyrgus.
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Henry abrió los ojos y vio que estaba de nuevo en la carretera.
Ya no era de noche, sino pleno día. Miró a su alrededor, preguntándose qué había ocurrido. Lo último que recordaba era que se dirigía a su casa bastante tarde después de haber estado con Charlie. Se desvió al arcén para que pasase un coche y de pronto los faros del vehículo se fundieron con la luz del día. Lo cual sonaba imposible, aunque allí estaba.
Pero ¿dónde era allí?
Volvió a mirar a su alrededor. La carretera en que se hallaba parecía discurrir por el campo. Serpenteaba a través de un centón de pequeñas parcelas que no le resultaban familiares.
Brillaba el sol.
¿Cómo había llegado hasta allí? Evidentemente había dejado atrás su casa y se había adentrado en el campo. Lo espeluznante —-lo que le daba miedo para ser sincero-— era que había olvidado todo lo acontecido entre la aproximación del coche y ese momento. No podía ser buena cosa. Debía de haber sufrido daños cerebrales o algo semejante. Tal vez el coche lo había golpeado.
Henry se detuvo y se palpó. No parecía tener nada roto y tampoco había rastro de sangre. Pero aun así, una fuerte sacudida podía afectar a la memoria. Estaba seguro de haber oído cosas sobre boxeadores que se tornaban muy raros después de haber recibido un golpe en la cabeza. Se quedaban groguis, hablaban solos y seguramente no se acordaban de nada.
El problema es que no estaba herido. Ni en la cabeza ni en ningún sitio. Le picaba un poco un lado de la nariz, pero ésa no solía ser la consecuencia de que a uno lo atropellase un coche y le destrozase la cabeza.
Pero ¿dónde estaba? Cerca había un muro y un letrero que ponía «Granja de sementales». Había granjas de sementales en la zona, pero ninguna próxima a su casa. Cuando rebasó el desvío de su casa, evidentemente siguió caminando y caminando sin parar...
Era curioso que las piernas no le doliesen. Había estado andando toda la noche.
El miedo que Henry sentía se convirtió en un dolor de fondo. No sabía dónde estaba. No sabía cómo había llegado allí. Sin gran emoción se dio cuenta de que se estaba volviendo loco. Tenía que estar volviéndose loco. Primero veía elfos y luego se perdía.
Giró sobre sí mismo y avanzó hacia lo que esperaba que fuese el camino de su casa.
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- -¿Qué clase de nueva relación? —-preguntó el señor Fogarty en tono suspicaz.
Blue miró a Pyrgus, que respondió:
- -Lord Hairstreak cree que redundaría en interés de todos que los elfos de la noche y los elfos de la luz firmasen un tratado de no agresión. —-Los presentes en la habitación se miraron. La mayoría parecían impresionados y bastante escépticos. Tras unos momentos...
- -¿En qué términos? —-inquirió el general Vanelke.
Pyrgus aún no sabía qué pensar al respecto. Desconfiaba de su tío casi tanto como Blue, y la facilidad con que Hairstreak lo había pescado le fastidiaba más de lo que estaba dispuesto a reconocer. Se encogió de hombros.
- -Básicamente, ambas partes acuerdan no entrar en guerra con la otra. Si hay disputas, las arreglamos mediante la negociación o el arbitraje. Mi tío dice que los detalles se pueden perfilar después, pero que si coincidimos en los principios, podría abrirse una nueva era de cooperación que beneficiaría a los dos bandos y dejaría atrás nuestras históricas desavenencias. Son sus palabras. Más o menos.
- -¿Lo crees? —-preguntó Fogarty.
Ardua cuestión. Nadie en su sano juicio confiaría en lord Hairstreak más allá del escupitajo de un perino. Pero de todos modos le había parecido sincero. Pyrgus se encogió de hombros otra vez.
- -Yo cuento las cosas como me las han contado a mí.
- -¿Qué opina usted, Guardián? —-quiso saber Blue.
- -Tendría que pensarlo. —-Repuso el señor Fogarty, y luego añadió:-— Pero, en líneas generales, preferiría un saco de mierda de perro a confiar en lord Hairstreak.
Pyrgus lo miró con admiración. Los símiles del Mundo Análogo eran mucho más expresivos que los del reino.
- -Creo que deberíamos hablar con lord Hairstreak —-dijo el general Vanelke sin que le preguntasen, y lanzó una mirada fulminante a Fogarty-—. En líneas generales, yo creo que hablar es preferible a la guerra.
- -¿General Creerful? —-preguntó Blue.
- -Considerando todos los factores, estoy de acuerdo con Vanelke. Hablar no perjudica a nadie. Los dos bandos podrían llevar endriagos como prueba de buena fe.
La idea agradó a Pyrgus, a quien le gustaban los animales.
- -El endriago de Henry sigue en palacio, ¿verdad? —-le preguntó a Blue-—. El que nombraste chevalier.
- -No estoy convencida de que deba reunirme con mi tío —-replicó ella sin contestar a su pregunta.
- -Los detalles correrán a cargo de funcionarios de ambos bandos —-dijo el general Ovard-—. No os veréis involucrada hasta la ceremonia de la firma.
- -Suponiendo que se trate de una firma —-murmuró perezosamente madame Cardui.
- -¿También usted está a favor de hablar? —-le preguntó Blue al general Ovard.
Ovard asintió.
- -Sí.
Blue se fijó en aquellos rostros serios. Todos rebosaban madurez y experiencia. Hasta Pyrgus era mayor que ella. Hablar parecía razonable. Pero ¿y si se trataba de una trampa? Hairstreak era capaz de cualquier engaño. Su instinto le decía que no confiase en él. Aun así, tres de sus jefes militares coincidían en que debían celebrarse conversaciones.
En ese instante Blue vio cómo podría haber sido su vida. Si viviese su padre o si Pyrgus hubiese aceptado el trono, ella no tendría aquellas preocupaciones. Dispondría de tiempo para hacer las cosas que le gustaban. Era una niña, por el reino de la luz. Debería estar pensando en ropa, música y en ver el mundo. Debería estar pensando en el amor. Debería estar pensando en... Henry. Le resultaba brutal haber de enfrentarse a decisiones de vida o muerte sobre el futuro del reino.
Brutal o no, la vida que tenía era la que había elegido.
Tras unos momentos, dijo:
- -Gracias, generales. Me gustaría hablar del asunto con mis asesores políticos. Volveré a comunicarme con ustedes cuando haya tomado una decisión. —-Inexpresiva, añadió:-— Mientras tanto, quiero que se preparen para un ataque militar contra Yammeth Cretch.
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Cuando los tres militares se marcharon, habló Fogarty:
- -¿No os tragáis la idea del tratado, majestad? —-Esbozó una sonrisa dura-—. Claro que no.
Blue suspiró. Delante de los generales la reunión tenía que ser formal. En aquel momento se encontraba entre amigos y podía relajarse un poco. Miró al Guardián y sacudió la cabeza.
- -Creo que es una trampa o que podría serlo. —-Por el rabillo del ojo veía a Pyrgus examinando una orquídea. Se parecía a su padre cuando cuidaba las plantas.
- -¿Qué creéis que anda buscando? —-preguntó Fogarty.
Blue no sabía qué pretendía Hairstreak. Ni siquiera sabía si pretendía algo. Lo que sabía era que le daba miedo equivocarse. Aquel miedo agobiante la acompañaba desde el día en que había aceptado la corona.
- -Comprar tiempo —-respondió con más convicción de la que sentía-—. Sigo pensando que es probable que ataque antes de que yo tenga verdadera experiencia en el gobierno del reino. Pero aún no está listo. O es eso, o bien quiere que bajemos la guardia. Si estuviéramos en medio de unas negociaciones de paz, lo último que esperaríamos sería la guerra.
- -Nuestro endriago lo descubriría enseguida —-aseguró.
- -A lo mejor no quiere que haya endriagos.
- -¿Y no resultaría sospechoso?
- -Sí, pero ya ha ocurrido otras veces. —-Si algo había hecho Blue era estudiar política. La historia del reino era una larga y triste letanía de traiciones y engaños. Miró a Fogarty muy seria-—. De hecho, la mayoría de los tratados se han arreglado sin endriagos.
- -Lo he estado pensando —-intervino Pyrgus-—, y un endriago no garantizaría la buena fe. El general Ovard ha dicho que los funcionarios se encargarían de los detalles. Y eso es lo que ocurriría. Si los hombres de Hairstreak creen que él es sincero, los endriagos no descubrirían nada incorrecto.
- -Aún queda la ceremonia de la firma —-precisó Fogarty.
- -Para entonces tal vez fuera demasiado tarde. —-Pyrgus los miró uno a uno-—. De verdad, los endriagos no son la clave.
De pronto habló madame Cardui.
- -Eso no es todo, ¿verdad, cariño? —-inquirió. Pyrgus la miró, pero la dama se dirigía a Blue.
Seguramente era hora de decírselo. Blue estaba acostumbrada a hacer las cosas por su cuenta, siempre lo había hecho desde pequeña. Pero en aquel momento era distinto. Ella era responsable de todo el reino. Tenía que empezar a compartir. Sonrió, un poco avergonzada.
- -No, no lo es. Fui al oráculo.
- -Ah.
Se produjo un largo silencio hasta que habló Pyrgus:
- -¿Qué oráculo?
- -Blue visitó al maestro de las especias —-explicó madame Cardui.
- -¿Quién es el maestro de las especias? —-preguntó Fogarty.
- -¿Con qué dios hablaste? —-quiso saber Pyrgus, muy emocionado, y en un aparte le dijo al Guardián:-— Es un oráculo.
- -Genial —-murmuró.
- -Le pregunté... —-respondió Blue en tono dubitativo-—. Hablé con el Yidam. ¿Es bueno? —-Miró primero a su hermano y luego a la Dama Pintada.
- -Bueno pero peligroso —-afirmó la mujer.
- -Y peliagudo —-añadió Pyrgus-—. Al menos eso es lo que dice todo el mundo. Yo no me atrevería a ir al maestro de las especias. —-Contempló a su hermana con admiración.
- -Supongo que nadie me explicará de qué se trata —-se quejó Fogarty amargamente.
Madame Cardui le tomó la mano.
- -El maestro de las especias sabe cómo convocar a los dioses antiguos que gobernaban antes de la luz. Te descubren el futuro si estás dispuesto a asumir el riesgo. —-Le dio una palmadita en la rodilla-—. Te lo explicaré después, cariño. —-Se volvió hacia Blue con gesto expectante-—. ¿Preguntaste por las intenciones de Hairstreak?
Blue sacudió la cabeza.
- -No. Pregunté qué ocurriría si atacábamos a los elfos de la noche. —-Los miró de uno en uno, buscando aprobación, pero se detuvo enseguida. Tenía que ser clara-—. Dijo que ganaríamos. Rápidamente. —-Como nadie hablaba, añadió:-— También dijo que corría el peligro de que me traicionase alguien cercano. —-Parpadeó-—. La verdad es que me fue muy bien con él. Con el Yidam. Creo que le caí bien.
- -¿El peligro de que te traicionaran? —-repitió Pyrgus.
- -Ha de tratarse de lord Hairstreak —-dijo Blue en tono serio-—. Un tío es alguien bastante cercano. Ya veis por qué no me fío de su tratado. —-Buscaba aprobación de nuevo. No podía evitarlo-—. Sigo pensando que deberíamos atacar. —-Consiguió con esfuerzo no convertir su frase en una pregunta.
La voz ronca del señor Fogarty quebró el silencio.
- -¿El oráculo ese dijo que ganaríamos? En otras palabras, ¿que tú ganarías la guerra?
Blue respondió con cierta impaciencia:
- -No, no exactamente con esas palabras, Guardián. Dijo algo como... «Un enemigo se dará a la fuga rápidamente». Algo así. Pero es lo que quería decir.
- -Ah —-exclamó, y torció el gesto-—. Malditos oráculos.
Todos lo miraron, hasta que madame Cardui preguntó:
- -¿Qué significa eso, cariño?
- -También nosotros teníamos uno... bueno, hace siglos. El oráculo de Delfos. Algo similar a vuestro maestro de la especias, al parecer, aunque era una mujer. La poseían los dioses y predecía el futuro. ¿No es eso lo que ocurre?
Blue asintió.
- -El tinglado era famoso en el mundo antiguo —-continuó Fogarty. Respiró hondo y suspiró-—. Había un rey llamado Creso que quería atacar a los persas. El oráculo le dijo que si lo hacía, podía significar la destrucción de un poderoso imperio. —-Miró de reojo a Blue.
- -¿Y el ataque tuvo éxito? —-preguntó ella con el entrecejo fruncido.
- -Los persas le dieron una paliza. El poderoso imperio destruido fue el suyo. —-La observó con sus fríos ojos azules-—. Hay que tener cuidado a la hora de interpretar un vaticinio.
- -Oh.
- -Entonces, ¿usted no atacaría a los elfos de la noche, señor Fogarty? —-preguntó Pyrgus.
- -Sí, los atacaría inmediatamente. No creo en los oráculos.
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Hairstreak esperó hasta que el vehículo que transportaba a Pyrgus se perdió de vista. El chico era difícil, pero seguramente se podía confiar en él para que le transmitiese un mensaje a su hermana. Lo que ocurriera después ya era otro cantar. Blue siempre había sido muy tozuda y después de convertirse en reina...
En su calidad de reina, aquel carácter tozudo podía servir a sus propios intereses.
Regresó a la casa con cara de pocos amigos. Lo estaban esperando, con sus estúpidas preguntas. Pero no le importaba. También él podía esperar, más que todos los demás juntos.
Pelidne se hallaba junto a la puerta. Hairstreak lo miró con un asomo de desagrado. ¡Qué pena lo de Cossus Cossus! Era un engorro instruir a un nuevo Guardián, pero no se podía confiar en un hombre que tenía un gusano en el trasero. Y lo que le faltaba a Pelidne de experiencia, lo compensaba con su lealtad. Por no hablar de sus interesantes talentos, que sin duda resultarían útiles.
- -¿Están ahí? —-preguntó Hairstreak.
Pelidne asintió.
- -Los he llevado a la sala de conferencias, señor.
- -¿Los seguros están activados?
- -Sí, señor.
- -¿Han tomado precauciones para que no los siguieran?
El sirviente pareció confundido.
- -Doy por sentado que sí, señor.
- -No des nada por sentado —-le advirtió Hairstreak-—. Son idiotas, todos. Pon un contingente de guardias a registrar la zona. Si encuentran a alguien, que lo interroguen y lo maten dolorosamente. Puedes echar los cuerpos a mi slith. El pobrecillo hace días que no come.
- -Sí, señor.
La sala de conferencias estaba a más de nueve metros por debajo de los cimientos de la mansión, era funcional y a prueba de hechizos. Se hizo un repentino silencio cuando entró Hairstreak, como si hubiesen estado hablando a su espalda. Lo cual probablemente era cierto. Los ojos del lord recorrieron todos los rostros fríamente, sin sonreír. El anciano duque Electo estaba allí, vestido con su repugnante traje magenta y con aspecto de ser más viejo que Dios. Apenas salía de su castillo, y eso demostraba la importancia que concedía a aquella reunión. Hairstreak lo saludó con la cabeza.
El resto, con unas cuantas excepciones notables, se reducía al grupo habitual: Anthocharis Cardamines, con su irritante tic, las horribles gemelas Colias, Hecla y Lesbia, que lo miraban con malicia, el imbécil de Croceus, que había matado a su padre, y todas las demás malas hierbas endogámicas a las que debía sufrir por sus títulos. Sus títulos heredados. No había un solo talento verdadero entre ellos.
Aunque las excepciones resultaban interesantes. Hamearis, duque de Borgoña, estaba recostado en un sillón al final de la mesa. A pesar de la oscuridad, aquel hombre era enorme. Incluso sentado parecía erguirse sobre los otros. Se aprovechaba de ello, naturalmente. Los hombros se debían en parte a la armadura acolchada. Pero no había que subestimarlo por eso. Había peleado en más batallas de las que le correspondían y atraía a gran cantidad de seguidores que lo consideraban un héroe. Había sido el aliado más próximo a Hairstreak, pero ya no era lo mismo. Tenían ideas muy diferentes sobre la situación del momento.
También estaba Fuscus, el buenazo de Fuscus, con su carita de niño, su ejército privado y su guardarropa de uniformes militares. Se rumoreaba que se ponía uno distinto cada noche y que se paseaba por las almenas esgrimiendo una espada de ámbar. Puro teatro. Hairstreak dudaba de que Fuscus hubiese asestado un golpe en su vida. Pero el ejército privado era otra cuestión. Una fuerza de élite, bien adiestrada, bien armada y lista para actuar ante una señal de su amo. Lo cual convertía a Fuscus en una potencia con la que había que contar. En otra época Hairstreak lo había considerado un buen aliado, pero se había unido a Borgoña, y Hairstreak ya no confiaba en Borgoña.
La última excepción era aún más interesante. Zosine Typha Ogyris, el único elfo de la habitación sin título. Pero compensaba la carencia de cuna con la riqueza. Se trataba de una criatura menuda, calva, con pinta de sapo y las manos tranquilamente dobladas sobre el regazo. Parecía inofensivo, pero disponía de más medios que seis casas nobles. Era una persona increíble. Había llegado al reino sin un cuarto, como refugiado de Haleklind. Algunos decían que había cimentado su fortuna transportando estiércol a las huertas. ¡Estiércol! A Hairstreak le había costado mucho disponer la seguridad de aquella conferencia. Los representantes de las grandes casas pensaban que los degradaba codearse con alguien que carecía de título. Pero allí estaba Zosine, sí. Y al margen de lo que pasara con Hamearis, Hairstreak podía confiar totalmente en Zosine.
Para mayor irritación, fue Hamearis el que tomó la iniciativa.
- -Ah, Blackie —-dijo, como si estuviera al frente de la reunión-—, ¿lo has hecho?
Hairstreak se preguntó si un estilete envenenado penetraría en la armadura acolchada. Pero mantuvo el rostro impasible, incluso con expresión benévola, cuando fijó la mirada en Borgoña.
- -Naturalmente.
- -¿Y ya hay respuesta?
- -Imposible —-contestó, arrastrando una silla de la cabecera de la mesa-—. Acabo de enviar el mensaje.
- -¿A qué se debe el retraso? —-preguntó Hecla Colias con voz ronca, siempre dispuesta a crear problemas.
Hairstreak le dirigió una mirada de advertencia.
- -A que no me pareció oportuno hacerlo antes. —-Observó con satisfacción que Hecla bajaba la vista enseguida. Echó la silla hacia atrás para transmitir tranquilidad y miró a los reunidos-—. El príncipe heredero Pyrgus... —-Se interrumpió, sonrió levemente y luego continuó:-— O mejor debería decir el ex príncipe heredero Pyrgus ha recibido detalles de nuestra oferta y va de camino para comunicárselos a la joven reina. ¿Qué...?
- -¿Se han puesto por escrito? —-intervino alguien. Hairstreak reconoció la voz de Cardamines, que no era tanto un enemigo como una lata. Tenía un aire pedante.
Se esforzó por sonreír.
- -No veo la necesidad, Anthocharis. A estas alturas sólo estamos ofreciendo negociar —-explicó. Cardamines asintió, soltó un gruñido y se retorció. Hairstreak se volvió hacia los otros-—. El propósito de esta reunión es perfeccionar nuestra postura si su majestad acepta... —-Se detuvo un segundo-—. Y definirla si su majestad se niega.
El propósito de la reunión no era nada de eso, pero sonaba bien. Cerró la boca y esperó la inevitable reacción.
Se produjo sin demora.
- -Creo que coincidiremos en nuestra postura —-rugió la áspera voz de Electo-—. En ambos sentidos.
- -Yo también —-afirmó Lesbia, que era tan víbora como su hermana, pero un poco mejor en la cama, por lo que recordaba Hairstreak.
- -Tal vez no en ambos sentidos —-precisó Cardamines en tono pedante.
Y empezaron. Hairstreak cerró los ojos y dejó que la discusión le resbalase. Naturalmente, ya estaba todo decidido. Se trataba de la peor derrota que había sufrido en el consejo de los elfos de la noche. Peor aún porque era totalmente inesperada. ¿Negociar una solución pacífica? Casi se estremeció. Pero una vez hecha la propuesta —-por un noble menor que evidentemente actuaba por órdenes de otros-—, doblegaron su cabeza. Incluso Hamearis lo abandonó y no consiguió entender por qué.
El resultado final fue bastante simple. Los elfos de la noche habían cambiado de idea. Habían perdido su espíritu, la voluntad de luchar. Incluso se burlaron de Hairstreak por los dos últimos intentos de apoderarse del trono. Querían la paz. Peor aún, la querían a cualquier precio. La oferta de negociación encubría una capitulación completa. Si Blue deseaba paz, la tendría. Y si aceptaba rápidamente, él no podía hacer nada al respecto. Había perdido sus apoyos y sin apoyos no era nadie.
Pero Blue no aceptaría enseguida; conocía a su sobrina. Siempre había sido suspicaz y para colmo la asesoraba un Guardián que estaba más chiflado que una capucha roja de la frontera. Pensaría en una trampa. Buscaría la forma de ganar tiempo. Pospondría las negociaciones mientras su vieja bruja de cabecera o un jefe de espías intentaban averiguar qué había detrás de ellos. Y todo eso le daría tiempo a él para conseguir que los miembros del consejo lo respaldaran.
Comenzando en aquel momento.
Miró por encima del hombro y vio que Pelidne había entrado en la habitación silenciosamente.
- -Refrescos —-ordenó cortante, e hizo un leve gesto.
Pelidne le respondió con otro gesto tan sutil que nadie más lo percibió.
- -Claro, señor.
Debía de tener una bandeja preparada, porque regresó de inmediato. Croceus alzó la vista al instante —-corrían rumores de que era adicto a la simbala-—, y escogió una pequeña jarra de cerveza cuando Pelidne se acercó. Hamearis tomó una simbala, la tragó y se recostó, sonriendo mientras la música le hacía efecto. Las dos gemelas Colias bebieron vino, como Fuscus.
Cuando todos los invitados estuvieron servidos, Pelidne ofreció la bandeja a Hairstreak. Iba a recoger su zumo de tamarindo cuando Fuscus empezó a toser. La discusión se había reanudado, así que la mayoría no reparó en él. Pero cuando tiró la silla al suelo con un traqueteo y se quedó a medio levantar, doblado sobre la mesa, Lesbia Colias chilló y se apartó de él. Fuscus se retorció y vomitó sobre la madera brillante. La otra gemela, Hecla, se incorporó de manera brusca, lo miró con los ojos como platos y soltó un gemido que sonó sospechosamente placentero.
- -¿Qué le pasa a ese tipo? —-preguntó el duque Electo con impaciencia.
A Fuscus le sucedió algo muy desagradable. Empezando por la boca, su cabeza se abrió muy despacio. Al cabo de un momento había sangre y sesos por toda la mesa.
En la habitación estalló un clamor, aunque Hairstreak se fijó en que Borgoña no se había movido y que lo miraba con intensidad. En el momento justo, Zosine Ogyris se levantó de un salto.
- -Que alguien llame a un médico —-pidió con una voz de curiosa sonoridad-—. Evidentemente este hombre tiene refinia.
La refinia era una enfermedad tropical, pero cualquiera podía comprender que un médico no le serviría de nada a Fuscus. Aun así, el diagnóstico tuvo el efecto deseado. La refinia era contagiosa. La estancia se vació en cuestión de segundos. Sólo quedaron en ella Hairstreak, Pelidne y el cuerpo de Fuscus desintegrándose a toda prisa.
- -¿Algo en la bebida? —-preguntó Hairstreak tranquilamente.
Pelidne negó con la cabeza y abrió la mano izquierda. De su sortija de sello salió la reluciente punta de una aguja.
- -Bien hecho —-dijo Hairstreak.
Sintió una leve oleada de satisfacción. Borgoña no creería la historia de la refinia ni un instante. A esas alturas debía de haberse dado cuenta de que su nuevo amigo había sido asesinado brutalmente en público. Los otros no tardarían en llegar a la misma conclusión.
Se trataba de transmitir un mensaje importante. En breve todas las grandes casas comprenderían que Hairstreak seguía siendo un hombre con el que había que contar. Pasado un tiempo, las nuevas políticas comenzarían a cambiar. Lo único que necesitaba era que Blue le diese ese tiempo.
Lo único que necesitaba era que Blue se negase a negociar.
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- -¿Creen que Blue va a negociar? —-preguntó Pyrgus. En otro tiempo habría sabido la respuesta (Blue y él siempre habían estado muy unidos), pero las cosas habían cambiado desde que era reina. Seguía pareciendo su hermana pequeña (casi siempre), pero algo había madurado en ella de pronto. Se había vuelto seria y un poco dura. Pyrgus no sabía si le gustaba. Desde luego, era algo que no entendía.
- -No lo sé —-respondió el guardián Fogarty.
- -¿Cree que debería hacerlo? —-insistió Pyrgus.
- -Sí —-afirmó sin asomo de duda.
- -Pensaba que querías atacar al bando de la noche, cariño —-puntualizó madame Cardui.
Paseaban por los alrededores del Palacio Púrpura con Kitterick, el enano naranja de madame Cardui, que era la esencia de la discreción y su mejor mecanismo de seguridad cuando había problemas.
- -No estoy seguro de haber dicho eso, sólo hacía un comentario sobre los oráculos. —-Fogarty caminó en silencio unos instantes y luego añadió:-— Sé que la enviaste a visitar al maestro de las especias, Cynthia, pero Blue es impresionable. Aún no sabe que no se puede tomar todo al pie de la letra. Y, naturalmente, oye lo que quiere oír. Las cosas se han puesto difíciles en el reino. No deseo que adopte decisiones siguiendo los consejos de un fantasma. —-Torció el gesto-—. ¿A qué viene esa sonrisa?
- -No tomar las cosas al pie de la letra. Es una expresión muy curiosa, cariño.
- -Muy corriente en mi mundo —-dijo Fogarty, y se le ablandó el gesto. Pyrgus observaba la conversación con interés-—. Aunque tus oráculos dijeran claramente «Aplastarás a Hairstreak como si fuera un gusano», no es una vía libre. Debes recordar que Blue preguntó: «¿Qué ocurrirá si...?» Que te digan qué ocurrirá si se da determinada condición no significa que debas hacerlo. Puede que ganemos si atacamos al bando de la noche, pero a lo mejor también ganamos si negociamos, y con menos pérdidas de vidas.
- -Te ha impresionado el general Vanelke —-repuso la dama con mala intención.
- -Pues sí —-admitió-—. Sufrí una guerra en mi mundo. Por eso tengo la cicatriz y perdí un dedo. Tuve mucha suerte de no perder también la pierna. No deja lugar para las tonterías. La guerra no es noble, no se trata de «una extensión de la diplomacia por otros medios». —-En su voz se percibía la ironía-—. La guerra es un follón que casi siempre inicia un idiota que no tiene que luchar. Son los pobres soldados los que pagan el pato.
- -No sabía que hubieras sido guerrero.
- -¡Guerrero y un cuerno! Fui un pobre soldado raso. No me habría alistado si no me hubieran obligado. —-Desvió la vista de sus interlocutores y miró a lo lejos.
- -¿Le ha dicho a Blue que debía negociar? —-preguntó Pyrgus.
- -Sí —-respondió Fogarty-—. He hablado con ella antes de marcharnos. —-Seguía sumido en sus recuerdos, pues añadió de forma incomprensible:-— Churchill dijo que era mejor hablar que pelear.
- -¿Cree que Blue lo hará?
El hombre lo fulminó con la mirada.
- -Ya me lo has preguntado.
- -Sí, ya lo sé. Pero tal vez deberíamos intentar que lo hiciera.
Fogarty lo miró con expresión cínica.
- -¿Has conseguido alguna vez que tu hermana hiciese algo?
A decir verdad, no, ni tan sólo cuando era pequeña. Pyrgus no dudaba de que Blue lo quisiese, pero la obediencia no entraba en su vocabulario. Aun así, no le gustaba el curso que estaban tomando las cosas. En respuesta a la pregunta del señor Fogarty dijo:
- -No. Pero creo que conozco a alguien que podría convencerla.
- -¿Henry? —-aventuró madame Cardui con una sonrisa. Pyrgus asintió-—. ¿Sabe Henry que Blue está enamorada de él?
- -No creo —-respondió con una sonrisa. Estaba pensando en su hermana y su amigo. Le caía bien Henry.
El señor Fogarty se detuvo y contempló el lejano horizonte.
- -Glándulas —-murmuró.
- -No seas tan cínico, Alan —-lo riñó la mujer-—. Si uno no puede enamorarse a su edad, ¿cuándo lo hará?
Por algún motivo él se enterneció y esbozó una sonrisa.
- -Supongo que tienes razón.
- -¿Quiere enviar a buscarlo, señor Fogarty? —-se apresuró a decir Pyrgus-—. ¿O debería trasladarme yo y traerlo? —-Le apetecía hacer otro viaje al Mundo Análogo, aunque no pudiera quedarse mucho tiempo.
Pero el hombre repuso:
- -Tal vez no haga falta. —-Miró alternativamente a Pyrgus y a madame Cardui-—. ¿Tenéis un minuto?
Desde que se había instalado definitivamente en el reino de los elfos, el señor Fogarty vivía en Saram na Roinen, la casa del Guardián, una residencia oficial que constaba de un gran pabellón y varias edificaciones anexas junto a los jardines del Palacio Púrpura. Cuando abrió la puerta, Pyrgus se fijó en que al hombre le había faltado tiempo para convertir el lugar en un vertedero. Fogarty los condujo directamente a la parte de atrás y los guió por un caminito que llevaba a una de las construcciones anexas.
La estructura de piedra había sido un ornitherium, pero las elevadas celosías estaban cerradas con tablas y habían desaparecido las perchas exteriores. Ni siquiera estaba la antigua cabina de audición. En el interior, de la configuración original sólo quedaba el techo abovedado. El resto había sido arrancado y sustituido por... sustituido por...
Pyrgus parpadeó. ¡El resto había sido sustituido por el cobertizo del señor Fogarty! Lo recordaba de cuando el viejo Hodge lo confundió con un ratón. Se trataba del original exagerado. Había trastos para llenar unos grandes almacenes y el banco de trabajo del medio era enorme, con piezas de maquinaria esparcidas por todas partes.
- -Es algo en lo que he estado trabajando —-dijo el Guardián con entusiasmo-—. ¿Alguno de vosotros ha visto Star Trek? —-Sacudió la cabeza-—. No, claro que no; debo de estar senil. —-Los hizo pasar y cerró la puerta-—. Se trata de un programa de televisión de nuestro mundo. Puedes hablarles de la televisión, Pyrgus, tú la conoces. Star Trek es sobre un viaje espacial. Tienen una nave espacial y una cosa que se llama «transportador». No es más que ficción, pero el transportador me dio que pensar. —-Se acercó al banco-—. Funciona cuando se transporta a gente de un lugar a otro, al planeta o a la nave, da igual; si estás en la nave, los desmaterializas en el planeta y los trasladas a bordo. —-Miró a Pyrgus y a madame Cardui-—. ¿Veis adonde quiero llegar?
El muchacho negó con la cabeza.
- -No... —-dijo la dama.
- -Supongo, señor —-intervino Kitterick-—, que usted cree que en el proceso hay algo análogo a la tecnología de nuestros portales, pero mejorado.
Pyrgus parpadeó.
- -¡Exactamente! —-exclamó Fogarty, y se centró en el trinio-—. Es una cuestión de transmisión, por supuesto. Escaneas la constitución de alguien y transmites la información al punto de destino, donde se reconstruye por medio de átomos locales. El problema siempre ha sido qué hacer con el cuerpo.
- -¿Qué cuerpo?
- -El cuerpo que escaneas de este lado. Has de hacer algo con el cuerpo; si no, estarías en dos lugares a la vez. Ya veis por qué la transmisión de la materia nunca ha llegado a convertirse en propuesta comercial. Imaginaos una línea aérea que tuviera que matar a sus pasajeros para llevarlos a su destino. Acabaría hasta el techo de cadáveres al cabo de la primera semana.
- -Y nadie querría viajar a causa del olor —-comentó Kitterick como si nada.
- -¿Me estás tomando el pelo? —-Fogarty frunció el entrecejo.
- -Por supuesto que no, señor. Continúe, por favor.
El hombre dejó a un lado la crispación y recuperó el entusiasmo.
- -La cuestión es que si se introduce un portal, se soluciona el problema de los cuerpos. Ya no hay que transmitir información, sino los átomos reales. Con el portal en funcionamiento, no hace falta más energía.
- -Señor Fogarty —-dijo Pyrgus, que no había entendido una palabra-—, ¿qué tiene eso que ver con Henry?
El Guardián señaló una cajita de su banco de trabajo.
- -Esa cosa de ahí es un prototipo de transportador portátil Mark II. No sólo abre un portal como los que construí anteriormente, sino que permite que uno se centre en un objetivo y lo alcance a través del prototipo.
- -¿Hasta aquí?
- -En teoría —-respondió ceñudo.
- -¿Funciona?
- -Aún no lo he probado.
Pyrgus habló tras unos momentos:
- -¿Quiere usted decir que podría encerrar a Henry y trasladarlo a nuestro ornither.... a su cobertizo? ¿Aquí y ahora?
- -Podría intentarlo —-aseguró el señor Fogarty.
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A Henry le dolían las piernas cuando llegó al final de su calle, pero sus problemas no empezaron realmente hasta que entró en casa. Su madre debió de oír el ruido de la llave en la cerradura porque lo estaba esperando en el vestíbulo. Iba vestida para ir al trabajo, con uno de sus espantosos trajes de tweed, pero tenía la camisa arrugada y círculos morados alrededor de los ojos. Parecía como si llevara meses sin dormir, pero eso no amortiguó su ira.
- -¿Dónde diablos te habías metido? —-preguntó-—. Estábamos muertas de preocupación. Anaïs ha llamado a todos los hospitales, y yo acabo de dar parte de tu desaparición a la policía. Por Dios, Henry, ¿no podías llamar? ¿Para qué crees que te compramos un teléfono móvil? ¿Nunca piensas, ni un minuto, en nadie más que en ti mismo en toda tu... egoísta... vida? —-En ese momento lanzó los brazos al cuello de un agobiado Henry y rompió a llorar-—. ¡Oh, hijo, creíamos que te habían matado!
Él jamás había visto llorar a su madre y no sabía cómo enfrentarse a ella. Lo abrazaba con tanta fuerza que apenas lo dejaba respirar; sentía sus lágrimas resbalándole por la mandíbula y el cuello.
- -¿Dónde estabas? —-preguntó entre sollozos-—. ¿Dónde has estado?
Henry no podía contestar. Al menos no encontraba una respuesta satisfactoria. ¿Dónde había estado? Caminando toda la noche y casi toda la mañana, por lo visto. Su madre le preguntaría por qué, y él lo ignoraba. Tal vez lo hubiese atropellado un coche, pero no se sentía como si lo hubiesen atropellado. No tenía huesos rotos, no le dolía la cabeza y ni siquiera se le veía un rasguño. Su mente retrocedió a una idea anterior. Aquel vacío de su memoria podía formar parte de su crisis nerviosa, el asunto de ver elfos y viajar al país de los elfos.
- -Mamá...
Había hablado con Charlie de su crisis nerviosa. Y Charlie había dicho algo al respecto, pero no se acordaba de qué.
- -Mamá... —-repitió, haciendo un esfuerzo.
No entendía por qué su madre se ponía así. Había pasado otras noches fuera. Generalmente en casa de Charlie, y se lo comunicaba en el último minuto. Siempre llamaba, por supuesto, pero algunas veces sus padres ya estaban acostados —-¿qué preocupación sentían entonces?-— ¡y él había tenido que dejar un mensaje en el contestador, caramba!
Recordó de repente que había dejado un mensaje en el contestador la noche anterior. No pensaba pasar la noche fuera, sino buscar a alguien que lo llevase a casa. Pero nadie había respondido al teléfono, así que dejó un mensaje. Se acordaba muy bien: «Mamá, he perdido el autobús. ¿Podrías venir a buscarme? Si no oyes esto, volveré a casa andando.»
¡Entonces comprendió por qué estaba tan disgustada! No había oído el mensaje hasta la mañana. Después había ido a su habitación y comprobado que aún no había llegado a casa. ¡No estaba preocupada, sino que se sentía culpable! ¡Qué típico! Nunca reconocía que se había equivocado. No había estado angustiada en absoluto. Se había ido a la cama y no había vuelto a pensar en él hasta esa misma mañana. En aquel momento estaba montando una escena para cubrirse.
- -Mamá. —-La agarró por los brazos y la apartó-—. Te importaba un comino dónde estuviera.
Luego, conteniendo las lágrimas, subió corriendo a su habitación y cerró la puerta con llave.
A pequeña escala, su cuarto se parecía mucho al cobertizo del señor Fogarty, salvo que la ropa diseminada sustituía a las herramientas, y las maquetas de diferentes tipos, a las piezas de máquinas. Henry se sentó en el borde de la cama pensando en lo infantiles que eran aquellas maquetas. Más de la mitad de los barcos que había hecho eran de plástico, ¿no resultaba increíble? Y estaba también la estúpida maqueta de cartón del cerdo volador. Era la última que había hecho, unas semanas antes. No entendía cómo podía haberse sentido tan orgulloso de ella.
Su madre llamó a la puerta casi inmediatamente.
- -Vete, mamá —-dijo desanimado.
Una voz respondió:
- -No soy Martha, Henry, sino Anaïs.
Tras unos momentos, él se levantó y abrió la puerta.
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- -¿Puedo pasar? —-preguntó Anaïs. Llevaba un jersey, vaqueros y zapatillas deportivas de diseño.
Henry se encogió de hombros, se apartó y volvió a sentarse en la cama sin mirarla.
La joven cerró la puerta y entró en la habitación. El vio por el rabillo del ojo que estaba inquieta y tal vez un poquito asustada. Pero su voz sonó firme cuando habló.
- -Henry, tenemos que hablar.
El muchacho se imaginó a su madre diciendo lo mismo. Lo cual significaba: «Henry, tienes que escuchar.» Después de eso, su madre le decía qué había hecho mal, por qué no debía repetirlo y cómo podía mejorar de cara al futuro. Pero aquélla no era su madre, sino la «otra mujer» de la casa.
Se encogió de hombros otra vez, mirándose los pies, y dijo:
- -Pues hablemos.
- -¿Puedo sentarme? —-preguntó Anaïs alegremente y le sonrió.
- -No hay donde sentarse —-murmuró. Y era verdad. El único asiento de la habitación (un viejo sillón hundido) estaba tan enterrado bajo un montón de trastos que apenas se veía.
- -Podría sentarme a tu lado en la cama. —-Ladeó la cabeza con gesto interrogativo.
- -¡No quiero que te sientes a mi lado en la cama! —-exclamó Henry. Se sentía furioso de pronto y se esforzó por controlarse.
La sonrisa de Anaïs desapareció.
- -De acuerdo, me quedaré de pie. Y hablaré. Al menos mientras me dejes. Quería decirte que lo lamento.
Era lo último que él esperaba. Lo desconcertó tanto que su ira desapareció y la miró. Anaïs se humedeció los labios y continuó:
- -Henry, entiendo lo difícil que esto debe de ser para ti...
- -No, no lo entiendes —-se apresuró a decir, y sintió aflorar la ira de nuevo-—. ¡No lo entiendes en absoluto! —-Volvió a clavar la vista en los pies. Si no tenía cuidado, acabaría llorando.
- -No, no lo entiendo —-reconoció ella.
Parte del problema radicaba en que era muy guapa, muy joven y muy agradable. Ése era el problema. Henry quería odiarla. Quería odiarla con todas sus fuerzas, pero era tan agradable que no podía. Más agradable que su madre, desde luego. No imaginaba qué había visto en su madre.
- -Claro que no lo entiendo —-repitió Anaïs-—. Pero sé que debes de sentirte fatal. Ojalá no fuera así, pero yo no puedo hacer gran cosa al respecto. De todos modos, huir no es la respuesta, Henry.
- -No he huido. Me he quedado en casa de Charlie. —-Le lanzó una mirada desafiante-—. Ya lo he hecho otras veces.
- -Henry —-dijo ella con paciencia-—, no has estado con Charlie. Es el primer lugar al que llamamos. Nos dijo que querías quedarte en su casa, pero que estaban sus primas o algo así y que no había camas libres. También estaba angustiada por ti.
«Seguro que sí», pensó Henry. Acababa de contarle que veía elfos. Odiaba la forma en que Anaïs decía «nos», como si su madre y ella fuesen una pareja. Y lo eran, sí, pero no hacía falta que se lo restregaran en las narices.
- -¿Llamasteis a papá? —-preguntó.
Anaïs parpadeó.
- -No inmediatamente —-admitió de mala gana.
- -¿Por qué no? ¿No pensasteis que podía estar con él?
- -No estabas con él.
- -No, pero ésa no es la cuestión. La cuestión es que estabais muy preocupadas, sí, pero ninguna de las dos, ni mamá, ni tú, pensasteis que lo primero que debíais hacer era llamar a papá. ¿Lo llamasteis?
Anaïs estaba cabizbaja.
- -No. —-Alzó la vista de pronto-—. Estuvo mal. Tienes razón, Henry; estuvo muy mal. Pero a veces la gente... hace las cosas mal. Estábamos preocupadas. No sabíamos qué había ocurrido. Desapareciste tres días y nos pusimos frenéticas. Tu madre te quiere, Henry. Yo te quiero...
- -No digas eso... —-la interrumpió furioso, pero se contuvo-—. No he desaparecido tres días.
Anaïs se acercó y se sentó a su lado, a pesar de todo. Lo miró a los ojos y le agarró las manos.
- -Sí, Henry. Así fue. Estábamos locas de inquietud... todo el mundo lo estaba. Charlotte dijo que habías ido a su casa y que te habías marchado solo. Creía que ibas a tomar el último autobús. Fue el martes. Hoy es sábado.
- -Hoy no es sábado —-susurró él. Sin saber por qué, de pronto tuvo miedo.
- -¿Qué ocurre? —-le preguntó Anaïs sin alterarse-—. ¿Tomas drogas?
- -¡No tomo drogas! —-siseó-—. ¡Nunca he tomado drogas! —-No podía haber estado fuera tres días. Había perdido el autobús la noche anterior, nada más.
Pasaba algo raro. No sólo se trataba de una confusión. Henry parpadeó varias veces y sacudió la cabeza para aclarar las ideas. Sentía como si realmente hubiese tomado drogas. A la realidad le sucedía algo. La habitación daba vueltas. Se miró las manos para intentar serenarse. Las sujetaban las manos pequeñas y bien cuidadas de Anaïs, con las uñas pintadas de brillante color rojo. Pero sus propias manos estaban desapareciendo entre las manos de la joven.
Henry las contempló con espantada fascinación. Sus manos se estaban convirtiendo en chispitas, como si fuese un efecto especial. Sintió náuseas. Alzó la vista para mirar la cara de Anaïs. Se estaba borrando en una nube blanca. Y de pronto también él se estaba borrando.
Pensó que debía de estar muriendo.
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La suite imperial era amplia y lujosa, y Blue la odiaba. Las sillas eran demasiado grandes; la cama, demasiado blanda; y las tapicerías, demasiado ostentosas.
Los recuerdos le resultaban demasiado dolorosos.
Todo le recordaba a su padre. Seguía pensando que podía captar su olor y el ruido de sus movimientos. Una vez, de noche, le pareció oír el borboteo grave de sus carcajadas.
Incluso veía la mancha de sangre en la alfombra, aunque los sirvientes habían restregado hasta la última partícula y, luego, debido a su insistencia, habían reemplazado por completo la cobertura del suelo. Pero la tradición exigía que la nueva alfombra tuviera el mismo color y el mismo dibujo, y la mancha de sangre continuaba allí, extendiéndose en su mente.
La reina debía vivir en la suite imperial; también lo mandaba la tradición. Pero necesitaba pensar. ¿Cómo podía pensar cuando veía a su padre en todas partes? Tenía que salir de allí.
En un impulso activó el panel secreto que Comma había descubierto durante los pocos días que había jugado a ser emperador. Daba a un pasadizo que había servido de huida de emergencia a los emperadores durante generaciones. En otras épocas huían para salvar la vida. Blue escapaba de un fantasma. Entró en el túnel y el panel se cerró tras ella.
El pasadizo conducía a orillas de la isla imperial, junto al amplio brazo del río. Estaba oscureciendo, y Blue se sentó en unas rocas para contemplar las luces de la ciudad. A un tiro de piedra, el tráfico se apiñaba a la luz de las antorchas en Loman Bridge. Había decenas de miles de súbditos suyos allí fuera y nunca se había sentido tan sola. Una decisión equivocada podía costarles la vida a muchos. ¿Qué iba a hacer? ¿Qué debía hacer?
Un gran trozo de musgo se desprendió de la roca en que estaba sentada y cayó al suelo con un sonoro golpetazo.
- -¡Maldita sea! —-murmuró enfadado.
Blue se levantó inmediatamente, buscando entre los pliegues de su vestido el pequeño stimlus letal que guardaba como último recurso de defensa. Era estúpido, completamente estúpido, no haber avisado a los guardias de que iba a salir, pero aún no se había acostumbrado a ser la reina.
- -¿Eres tú, Blue?
Ella forzó la vista en la penumbra. La voz le sonaba muy familiar.
- -¿Flapwazzle? —-Parpadeó-—. ¿Flapwazzle?
- -No puedo mentir —-afirmó Flapwazzle con sinceridad, y se le acercó serpenteando por el suelo.
Sin saber cómo, la carga de la responsabilidad del Estado había desaparecido y Blue sintió una pequeña burbuja de dicha en el estómago.
- -¿Qué haces aquí?
- -Juntando omron. —-Era algo que los endriagos hacían al atardecer. Blue nunca lo había entendido. Flapwazzle añadió:-— Después de hartarme, me he quedado dormido. No creía que iba a encontrarte aquí. En realidad, no pensaba que encontraría a nadie.
Los problemas de Blue resurgieron.
- -Estaba intentando tomar una decisión.
Pensó que él le preguntaría de qué se trataba, y no sabía si contárselo, pero Flapwazzle se limitó a comentar:
- -Debe de resultar peliagudo ser reina.
Casi tenía gracia. Aquélla era la palabra adecuada para describirlo: peliagudo. Ninguno de los cortesanos o los asesores la habría utilizado, pero era la palabra exacta. Sonrió por primera vez en varios días.
- -Así es. Muy peliagudo. —-¿Cómo descubrir qué pretendía su tío? Peliagudo. ¿Cómo elegir entre la guerra y la paz? Peliagudo. Se le ocurrió una idea y se emocionó-—. Flapwazzle, ¿harías algo por mí? —-dijo de pronto. No podía darle órdenes y tampoco lo habría hecho. Los endriagos no eran súbditos suyos en términos estrictos, lo cual explicaba por qué no había pensado antes en algo tan evidente.
- -Claro —-respondió él enseguida.
La preocupación sustituyó a la emoción inicial.
- -Podría resultar peligroso.
Él se había doblado sobre uno de sus pies y le daba tanto calor que la joven reina deseó que también le cubriese el otro.
- -Peligro es mi segundo nombre. —-Replicó el endriago, y se apresuró a añadir:-— Es sólo una metáfora, naturalmente. Algo que aprendí en alguna parte. No tengo segundo nombre y si lo tuviera, no sería algo tan pretencioso como «peligro». —-Se retorció un poco. Los endriagos carecían de capacidad de mentir, así que les costaba entender las metáforas.
- -¿Irías a visitar a mi tío?
- -¿A lord Hairstreak?
- -A ese mismo —-dijo Blue en tono ácido-—. Quiero que utilices tu percepción de la verdad.
- -No le va a gustar.
Lo cual era quedarse muy corto. Blue empezó a sentirse culpable —-realmente se trataba de una misión peligrosa-—, pero cuanto más hablaba, más le parecía que era la solución de todos sus problemas. Y Flapwazzle podía hacerlo. De hecho, era el único endriago al que podía encargarle el trabajo. Ya había demostrado su eficacia otras veces.
Tomó aliento y se lo contó todo.
- -¿Quieres que averigüe si es una oferta sincera? —-preguntó él.
Blue asintió.
- -¿Podrías hacerlo?
- -Sí, si consigo acercarme lo suficiente. Tal vez tenga problemas para burlar a sus guardias.
- -Yo puedo introducirte en su mansión —-afirmó ella devanándose los sesos. Haría una visita de Estado, pero las formalidades pondrían a Hairstreak en guardia. Si se presentaba con sus guardaespaldas, su tío podía sentirse empujado a acrecentar sus propias medidas de seguridad. Pero si se limitaba a aparecer sin más...
A Blue le gustaba la idea de aparecer sin más. Era el tipo de cosa desatinada que solía hacer antes de convertirse en reina. Naturalmente, tendría que tomar precauciones en vez de ceñirse a las normas. Ordenaría una cuenta atrás, como hacían los antiguos emperadores cuando existía riesgo de guerra. Y llevaría su stimlus. No, no llevaría el stimlus; los hechizos de seguridad de su tío detectarían el arma enseguida. Lo mejor era presentarse de forma inocente y con las manos vacías. Le bastaba con la cuenta atrás. Pero necesitaba encontrar la manera de esconder a Flapwazzle.
- -Mi tío no debe saber que vas conmigo. Es importante que no se dé cuenta de que lo estamos examinando.
- -Aparte de eso, podría matarme.
- -Sí, podría hacerlo. —-Resultaba imposible ocultarles cosas a los endriagos.
Pero aquél estaba dispuesto a asumir el riesgo.
- -Que sea lo que sea. —-Se encogió de hombros con desenfado-—. ¿Cuándo lo hacemos?
«Ahora estaría bien», pensó Blue. En cuanto desatase la cuenta atrás y hallase el modo de disimular a Flapwazzle.
Mientras recorrían el pasadizo, el endriago observó, tratando de entablar conversación:
- -¿Sabes? Cuando me he quedado dormido, antes de caer de la roca...
- -¿Sí?
- -Estaba soñando con Henry, en que tenía muchos problemas.
- -A veces yo también sueño con él —-admitió Blue.
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Henry tenía, en efecto, muchos problemas.
Debía de estar alucinando. Había una figura inclinada sobre él. Tras unos momentos reconoció al señor Fogarty.
- -Creía que estaba en Nueva Zelanda —-dijo entre sueños.
- -No seas idiota —-repuso Fogarty.
- -¿Qué le ocurre? —-La voz, procedente de la izquierda, pertenecía a Pyrgus.
- -Está un poco desorientado, nada más. Se pondrá bien enseguida.
- -Quiero hablar con él sobre Blue.
- -Un momento. Sus átomos se han disgregado y han vuelto a fusionarse. No creas que va a ponerse a dar saltos.
Henry intentó levantarse y se cayó. El techo era precioso. Abovedado, como el de una iglesia, aunque más bajo. El suelo de madera olía a vainilla. Le dolía un poco el cuerpo. O bastante, en realidad.
- -A lo mejor puedo ayudar, señor...
- -Se le dan muy bien los primeros auxilios, querido —-aseguró una voz de mujer.
- -Adelante —-dijo el señor Fogarty.
Un pulgar naranja se clavó en el esternón de Henry. Lo dominó de pronto un dolor incontrolable y todo se desenfocó. Se dobló hasta sentarse, agarrándose el pecho. El rostro sonriente del enano de madame Cardui se cernía sobre él.
- -Así está mejor, ¿verdad? —-preguntó Kitterick.
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A Henry le daba la impresión de haber pasado por una picadora. Observó con perplejidad que le dolía todo, incluso el pelo. Pero peor que el dolor era la confusión. Un segundo antes estaba en su cuarto.
Miró a su alrededor. Se encontraba en el cobertizo del señor Fogarty, en una versión de película de la Paramount del cobertizo del señor Fogarty. Era enorme y estaba lleno de cosas asquerosas. Había un banco de trabajo con herramientas. También había un portal más bien pequeño con fuego azul que se alzó sobre su cabeza brevemente y luego se extinguió, esparciendo gotitas como si fuera una burbuja.
Pyrgus le sonreía. Madame Cardui también le sonreía. Kitterick lo miraba. El señor Fogarty estaba delante de él con el entrecejo fruncido. Había regresado. ¡Había regresado al reino! ¡No eran imaginaciones suyas!
Se puso en pie penosamente. Vio por la ventana el perfil distante del Palacio Púrpura, con sus enormes piedras ciclópeas ennegrecidas por el tiempo. Era como volver a casa. Dio un paso y casi se cayó.
- -Es sólo una secuela —-explicó el Guardián, sin dirigirse a nadie en particular.
Henry estiró una mano para apoyarse en el banco, se encontró con Pyrgus y le sonrió.
- -No podemos llevarlo ante la reina en semejante estado —-dijo madame Cardui.
- -Conozco algo que lo reanimará —-comentó Pyrgus con energía.
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- -¿Qué sitio es éste? —-preguntó Henry.
Aunque era su tercera visita al reino, nunca había estado en la ciudad. Le parecía una experiencia extraña, como retroceder en el tiempo. No dejaba de pensar en dibujos que había visto del Londres isabelino y en la película Shakespeare in Love. La ciudad se componía de calles estrechas y sucias, ventanas minúsculas y edificios salientes. El río podría ser una versión más ancha del Támesis. Pero a pesar de las similitudes, había espeluznantes diferencias. Y aquélla era una de ellas.
- -Es un salón chispeante —-respondió Pyrgus.
La fachada era muy chabacana. El revestimiento de hechizos creaba bandas luminosas de colores que se deslizaban y entrelazaban sin la menor concesión al buen gusto. Sobre la puerta había una espiral giratoria que ejercía efectos hipnóticos sobre los transeúntes. Henry se fijó en que atraía a un ejército de insectos y pajarillos.
- -No es una taberna, ¿verdad? —-preguntó-—. No puedo entrar en bares. —-Aunque no fuese una taberna, no estaba muy seguro de querer entrar. Se sentía mucho mejor, pero aún le dolían los músculos y deseaba acostarse en cualquier parte y dormir. Pero le pareció que Pyrgus tenía otras intenciones.
- -No, no es una taberna. Podemos ir a una si te apetece, pero creo que esto es mejor para ti. —-Frunció el entrecejo-—. ¿Por qué no puedes ir a las tabernas?
- -Soy demasiado joven.
- -Tienes la misma edad que yo.
- -Sí, ya lo sé. —-Y dejó el tema. Miró la entrada con gesto suspicaz-—. No se trata de... un fumadero de opio, ¿verdad?
- -No sé qué es el opio. Pero si quieres un fumadero, podemos ir a un punto de saturación. También resultan estimulantes. —-Y añadió en tono alegre:-— Aunque éste es completamente orgánico.
- -Éste será genial, Pyrgus —-dijo Henry cansado, recordando al fin su buena educación.
La puerta situada bajo la espiral giratoria se abrió a un túnel serpenteante que parecía el interior de un intestino. Las paredes, el techo y el suelo eran de color rosa resplandeciente y todo el lugar se movía ligeramente, como si los empujase hacia dentro. A Henry no le gustaba —-sentía como si el edificio lo hubiese tragado-—, pero por suerte el intestino resultó muy corto.
Pasaron por un esfínter blando y resbaladizo y llegaron a una estancia abierta y alegremente iluminada. El espacio estaba ocupado por sillas de cuero blanco colocadas de dos en dos, con mesitas entre ellas. De cada asiento salían cables que iban a pequeñas cajas negras atornilladas al suelo. Encima flotaba un inmenso letrero, sostenido por hechizos, que anunciaba en letras góticas:
LA EXPERIENCIA CHISPEANTE ORGÁNICA
- -Agarra esas sillas —-dijo Pyrgus-—. Mejor nos quedamos cerca de la puerta por si hay un ultraje de poder.
- -¿Qué ocurre en un ultraje de poder? —-repuso Henry muy interesado, preguntándose qué sería aquello. No creía que pudiese resistir un ultraje de ésos; se sentía demasiado dolorido. Pero Pyrgus se dirigió a una cabina, seguramente para pagar a alguien.
Henry se acomodó con cuidado en un asiento. Crujía un poco cuando él se movía, como suelen hacer los asientos de cuero. Miró a su alrededor. El salón chispeante, vendiese lo que vendiese, no estaba haciendo un gran negocio. Había algunas parejas, sentadas unas frente a otras, pero al lugar le faltaba mucho para llenarse.
Pyrgus volvió y se sentó con una amplia sonrisa.
- -Y ahora ¿qué sucede? —-preguntó Henry con cautela.
- -Van a enviar a alguien —-respondió Pyrgus.
Ese alguien resultó una chica bastante guapa con rasgos menudos y delicados. Llevaba una bandeja con dos vasos largos; Henry observó con alivio que contenían algo tan poco amenazante como zumo de frutas gaseoso. Fue a recoger uno cuando la camarera los dejó en la mesa, pero Pyrgus le dijo en tono urgente, como si hubiese metido la pata:
- -¡Eso es para después!
La chica le dedicó una sonrisa a Henry, buscó algo en la parte delantera de su vestido y sacó una reluciente llave colgada de un cordel. Luego se inclinó hacia delante e insertó la llave en una pequeña ranura que había en el centro de la mesa.
- -Disfrutad de vuestra experiencia chispeante orgánica —-dijo en tono profesional, y se marchó.
- -¿Qué sucede ahora? —-volvió a preguntar Henry. Rezaba por que no fuese algo agotador.
- -Espera —-respondió Pyrgus, sonriendo.
Henry esperó.
Tras unos instantes, susurró:
- -¿A qué estamos esperand...? ¡Guau!
Una descarga de suave electricidad le subió por la columna vertebral. Su cabeza explotó como un fuego de artificio. Todo su ser estalló en colores que bailaban al son de una música fantástica. Las piezas desgajadas de su mente volaron por el aire como el juego de un malabarista y se mantuvieron allí, dando vueltas y descendiendo, mientras una emoción embriagadora se apoderaba de su estómago —-¿dónde estaba su estómago a todo eso?-— hasta que le pareció que iba a estallar. Entonces paró de repente.
- -¿A que ha sido genial? —-exclamó Pyrgus con ojos brillantes.
Henry tomó su vaso y reparó en que le temblaba la mano.
Una vez, durante unas vacaciones en España, había tomado zumo de tamarindo, y tenía el mismo sabor agridulce que aquello, pero ahí acababa todo el parecido. Desde el primer sorbo el líquido se retorció en su boca como un gato poniéndose cómodo. Al principio le resultó extraño, pero tras unos momentos decidió que le gustaba. De hecho, se reclinó en el asiento y decidió que le gustaba mucho la experiencia chispeante orgánica. Le gustaban muchísimo Pyrgus y el reino de los elfos. Y hablar. Se preguntó por qué no hablaba.
- -Mis dolores han desaparecido. —-Oyó su propia voz y sonrió.
- -¿De verdad? —-preguntó Pyrgus-—. ¿Han desaparecido de verdad? —-Tomó un buen trago de su bebida.
Hablaron de los dolores de Henry durante unos minutos o tal vez durante gran parte de la tarde. Llegaron a la conclusión de que había estado sometido a mucha tensión y el nuevo transportador del señor Fogarty no había ayudado nada. Resolvieron que era una suerte que no se hubiese vuelto loco. Eso les pareció muy divertido y rieron un montón.
- -Hablando de locura —-dijo Pyrgus más tarde-—, ¿estás enamorado de mi hermana?
- -Oh, sí —-respondió Henry inmediatamente. No se sentía incómodo, ni con la pregunta ni con la respuesta.
Pyrgus dejó el vaso en la mesa.
- -Pretende iniciar una guerra.
- -¡Qué raro! —-exclamó Henry.
Había un hechizo de privacidad alrededor de cada par de mesas —-o al menos eso aseguraba Pyrgus-—, así que se sentían a sus anchas para charlar del asunto. Hablaron de la oferta de Hairstreak y le dieron vueltas a la respuesta de Blue. Calcularon cuánta gente —-y animales, se apresuró a incluir Pyrgus-— podía morir si estallaba una guerra a gran escala. Examinaron en detalle la actitud de Blue desde que se había convertido en reina de los elfos.
- -Todo el poder corrompe —-afirmó Henry, muy serio-—. ¡El poder absoluto corrompe... absolutamente!
- -¡Caramba! —-exclamó Pyrgus en tono admirativo-—. Es cierto.
Conversaron un rato de corrupción, y luego decidieron que Henry debía convencer a Blue de que diera una oportunidad a la paz.
Pero cuando fueron al Palacio Púrpura, Blue se había marchado.
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- -¿Te encuentras bien? —-preguntó Blue.
- -Sí, perfectamente.
- -Creo que te has caído.
- -Lo siento.
Blue notó cómo Flapwazzle volvía a trepar. Tenía unos piececillos muy blandos y calentitos, varios cientos. Se pegaban a su piel sin hacerle el menor daño.
- -Si te deslizas mucho, parece que lleve miriñaque.
- -Lo siento —-repitió Flapwazzle.
Blue se encontraba más cómoda que con algunos de sus trajes oficiales, casi como si llevara una almohadilla térmica en medio de la espalda. Se había puesto una blusa blanca floja encima, y resultaba bien siempre que Flapwazzle no se moviese. Pero cuando se puso la chaqueta ceñida que hacía juego con la falda y se retorció para verse en el espejo de su habitación, parecía como si le hubiera salido joroba.
- -¿Cómo queda con la chaqueta? —-preguntó el endriago.
- -Un poco raro.
- -¿Se me ve?
- -Casi... —-Se retorció otra vez.
- -Podría dejar de respirar. Los endriagos podemos estar bastante tiempo sin oxígeno...
- -Inténtalo.
- -¿Qué tal?
Blue frunció el entrecejo y sacudió la cabeza.
- -No... no eres tú... es la chaqueta. Voy a quitármela. —-Se la quitó y se miró otra vez. No iba vestida de forma apropiada para una visita. ¿Se daría cuenta Hairstreak? Se daba cuenta de todo, pero ¿qué podía hacer? No la registraría, pues era la reina. Aparte de eso, su tío nunca imaginaría que ella llevaba un endriago pegado a la espalda, ni en sueños-—. Ya puedes volver a respirar, Flapwazzle... —-Sí, así estaba bien, mientras el animal no se cayese-—. ¿Seguro que puedes sostenerte? Estaremos allí mucho tiempo...
- -No hay problema —-aseguró-—. Se trata de una característica evolutiva. Mis antepasados se pegaban a las rocas.
Aquello era demasiado peligroso. Si lord Hairstreak descubría lo que pretendía, mataría a Flapwazzle. Incluso podía ocurrírsele matarla a ella, sobre todo haciendo que pareciese un accidente y suponiendo que no tuviese verdaderas intenciones de firmar la paz. Pero eso era lo que iban a averiguar.
Estarían completamente solos. Sin ayuda. Sin guardaespaldas. Blue se preguntó si debía contarle a alguien lo que iba a hacer. Pero si lo contaba, se montaría un lío tan grande que no podría soportarlo. Siempre se montaban líos con todo desde que era reina. Había supuesto que convertirse en reina le daría más libertad, pero en realidad tenía menos. Por eso había ido sola a ver al oráculo. Y había acertado.
Enderezó la espalda, y Flapwazzle permaneció en su sitio. Podía ordenar que empezase la cuenta atrás antes de salir del palacio. Lo bueno de sus jefes militares era que nunca hacían preguntas, sino que se limitaban a cumplir lo que se les ordenaba.
- -Muy bien —-dijo-—. ¡Vamos allá!
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- -¿Por qué me mira todo el mundo? —-preguntó Pyrgus.
- -Eres el siguiente en la sucesión al trono —-explicó el señor Fogarty.
- -No, no es cierto... ¡Abdiqué!
- -¿Quieres que vaya a buscar a Comma? —-replicó en tono ácido. Se encontraban todos (el señor Fogarty, madame Cardui, su enano naranja Kitterick, Pyrgus y Henry) en el salón del trono. El Guardián había puesto soldados en la puerta.
- -De acuerdo, que quede entre nosotros de momento. —-Miró a su alrededor, confiando en poder librarse de asumir la responsabilidad. Pero nadie se ofreció-—. ¿Seguro que Blue no está en palacio?
- -No está en palacio.
- -No creerá que la han secuestrado, ¿verdad? —-se apresuró a decir Henry. Parecía preocupado.
Fogarty se encogió de hombros.
- -Podría ser, pero su volador personal ha desaparecido.
Pyrgus parpadeó.
- -¿Tiene un volador personal? ¿Y por qué yo no?
- -No tienes edad.
- -¡Blue es un año más joven que yo! No puede tener un volador personal.
- -Blue es la reina. Puede tener todo lo que se le antoje.
- -¿Quiere decir que si yo fuera emperador, podría tener uno?
- -Podrías, pero no lo eres, así que no puedes. ¿Nos centramos en lo que importa? —-replicó el señor Fogarty-—. Se ha marchado a algún sitio o la han llevado a alguna parte sin decírselo a nadie.
- -Siempre se marcha sin decírselo a nadie —-murmuró Pyrgus, fastidiado por el asunto del volador personal-—. ¿Blue le ha hablado a alguien del oráculo?
- -No —-respondió el hombre irritado-—. Pero dado que estamos en pie de guerra, ¿no te parece un poco sospechoso que desaparezca precisamente ahora?
- -¿Estamos en pie de guerra? —-repitió Pyrgus.
El Guardián se acercó al trono, se sentó en él sin darse cuenta y suspiró.
- -Antes de irse, ha llamado a Creerful para ordenarle una cuenta atrás.
- -¿Qué es una cuenta atrás? —-preguntó Henry, pero nadie le hizo caso.
Pyrgus miró al señor Fogarty con la boca abierta. Su hermana tenía la locura del poder. Una cosa era prepararse para la guerra por si ocurría y otra activar una cuenta atrás. Cuando se acabara, lanzarían un ataque sin esperar órdenes.
- -¿Cuánto nos queda? —-preguntó.
- -Tres días —-respondió el hombre.
- -Ha ido a ver a Hairstreak —-gimió Pyrgus. Era lo único que tenía sentido. La cuenta atrás era una tradición establecida por un Emperador Púrpura llamado Scotilandes el Enclenque, a quien le horrorizaba la idea de que lo secuestrasen. Cada vez que sus deberes lo obligaban a visitar a un enemigo, ordenaba a sus generales que atacasen dentro de un plazo si no regresaba. Afirmaba que, si aún estaba vivo, lo rescatarían, y si no, lo vengarían. Eso había ocurrido casi quinientos años antes. Como estrategia, las cuentas atrás se habían abandonado en los últimos años (habían iniciado demasiadas guerras no deseadas), pero Blue respetaba mucho las tradiciones. Pyrgus miró al señor Fogarty con los ojos como platos-—. Si atacamos a Hairstreak, estallará una guerra. ¿Qué ocurre si Blue no regresa a tiempo?
- -Sería un problema.
- -A lo mejor no ha ido a ver a Hairstreak —-dijo Henry muy animado-—. A lo mejor ha ido a algún lugar que podríamos atacar sin emprender una guerra.
Fogarty miró a madame Cardui, pero no dijo nada. Tras unos momentos, la dama habló en tono incómodo:
- -La verdad es que nosotros... bueno... sabemos que ha ido a visitar a Hairstreak.
Tres pares de ojos se fijaron en ella. Llevaba un caftán lila que contrastaba violentamente con Kitterick, sobre el que se había sentado la mujer. Fue Pyrgus el que habló.
- -¿Lo sabemos?
Madame Cardui asintió.
- -Le hemos puesto un seguidor.
- -¿Nosotros? —-preguntó Pyrgus-—. ¿Quiénes somos nosotros?
La Dama Pintada se encogió de hombros e hizo un mohín.
- -De acuerdo, cariño, fui yo. El día que se convirtió en reina.
- -¿Le puso un seguidor a un miembro de la familia real? —-Pyrgus ni siquiera intentó disimular el enfado. Los seguidores eran ilegales en el reino y no los utilizaban ni los elfos de la noche.
- -Agradece que lo haya hecho —-replicó ella sin amilanarse-—. Así puedo decirte exactamente dónde está en este preciso momento.
- -¿Dónde está en este preciso momento? —-se apresuró a preguntar Henry.
- -Acercándose a la nueva mansión de Hairstreak —-respondió en tono despreocupado.
Pyrgus continuaba mirándola con furia.
- -No me habrá puesto un seguidor a mí, ¿verdad?
Madame Cardui sonrió.
- -Claro que no, cariño, ya no eres importante.
El señor Fogarty reparó de pronto en que estaba sentado en el trono y se levantó enseguida.
- -Podemos discutir todo esto más tarde —-gruñó-—. Ahora debemos decidir cómo vamos a manejar el asunto.
- -Ese seguidor —-dijo Henry mirando a madame Cardui-— ¿puede decirle si Blue está sola?
- -No lleva protección, pero tampoco está totalmente sola. La acompaña un endriago oculto.
- -¿No será Flapwazzle?
La dama asintió.
- -Me temo que sí, querido.
Fogarty sacudió la cabeza.
- -Está claro lo que pretende. Si ha escondido a Flapwazzle, eso significa que quiere averiguar si la oferta de Hairstreak es sincera. Típica maniobra de Blue, sin considerar las repercusiones ni el peligro que corre.
- -O el que corre Flapwazzle —-murmuró Henry.
- -¡Sí, Flapwazzle! —-repitió Pyrgus, fulminando al Guardián con la mirada como si fuera culpa suya.
El hombre no le hizo caso.
- -La cuestión es: ¿qué hacemos?
Tras unos minutos Henry preguntó, un poco alterado:
- -¿Tenemos que hacer algo? —-Miró a los demás-—. Me refiero a que tal vez lo consiga. Y si la oferta de lord Hairstreak es sincera, no le hará daño, ¿verdad? No pasará nada si vuelve antes de tres días, ¿no?
Fogarty le dedicó una mirada de desprecio.
- -Principio básico de la política: no confiar en Hairstreak. ¿Qué sucede si se entera de lo que planea Blue? En el mejor de los casos, la oferta es sincera y él se siente ofendido por la falta de confianza de su sobrina. En el peor de los casos, la oferta no es sincera y ha conseguido un estupendo rehén.
- -Pero la dificultad —-dijo madame Cardui, interrumpiendo el monólogo cuando el Guardián paró para respirar-— es que no podemos enviar un contingente de tropas para protegerla. Por un lado, eso podría desatar la misma guerra que queremos evitar. Por otro, está claro que Blue prefiere que no haya guardias en su misión y, al fin y al cabo, es la reina. Debemos tener en cuenta sus deseos. —-Dudó, y luego añadió:-— Hemos de movernos con cautela. La situación resulta extremadamente delicada. Mi gente ha visto indicios de problemas con los demonios.
Fogarty la miró sorprendido.
- -Los portales siguen cerrados, ¿no?
Ella asintió.
- -Los portales normales sí, pero...
Henry los interrumpió.
- -Pyrgus y yo iremos a buscarla —-declaró.
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La mansión del bosque de lord Hairstreak —-arrasada hasta los cimientos-— había sido famosa por sus estrictas medidas de seguridad. El bosque estaba lleno de haniels, y cualquiera que vagase por allí podía ser devorado. Su nueva casa carecía de aquellas defensas naturales. Aunque estaba rodeada por varios cientos de hectáreas, el anterior propietario había dedicado los terrenos ajardines, acabando con la flora y fauna que resultaban más peligrosas que decorativas. En consecuencia, había sido facilísimo matar al propietario anterior, un destino que Hairstreak no tenía intención de compartir.
El nuevo sistema de seguridad era de tecnología punta. Se centraba en la mansión, funcionaba por hechizos y era globular. Había costado una fortuna instalarlo e iba a costar una fortuna mantenerlo. Pero valdría la pena.
- -¿Está activo? —-preguntó Hairstreak.
- -Activo pero no armado —-respondió Pelidne.
- -¿Cómo veo lo que ocurre? —-No había globos de visión ni pantallas, nada, salvo un pequeño mostrador de controles y una palanca de mando a medida que se ajustaba a la forma y el tamaño de cualquier mano.
- -Los anteojos, señor. En la mesa.
Lord Hairstreak se quitó las gafas y las sustituyó por los anteojos, procurando no deshacerse la raya del pelo. De pronto le pareció como si flotase en el exterior de la mansión. La luz era extraña, como un brillante claro de luna con un peculiar matiz azulado, pero todo resultaba claramente visible. El efecto tridimensional era impresionante.
- -¿Cómo cambio el punto de vista? —-preguntó.
- -La palanca de mando, señor.
Hairstreak miró sin querer hacia la palanca y descubrió con sorpresa que aún podía verla, a pesar de los anteojos. De hecho, con un pequeño esfuerzo, veía todo lo que había en la atestada sala de control, incluido Pelidne. Y al mismo tiempo percibía todo lo que ocurría en el exterior. Se trataba de una pieza increíble de la tecnología de hechizos que afectaba a los niveles más profundos de su mente. Estiró la mano y aferró la palanca.
De pronto empezó a dar vueltas descontroladas, girando y cabeceando en el pseudocuerpo que flotaba en el exterior.
- -¡Ay! —-exclamó violentamente.
- -Con suavidad, señor. Requiere un poco de práctica.
Había un manual en alguna parte. Mientras, agarró la palanca (y comprobó con alivio que ya no daba vueltas) y la empujó un poquitín.
De súbito cayó bruscamente al suelo y tuvo una perspectiva completa de la avenida principal. Tiró de la palanca hacia atrás y voló por el aire, sobre la vasta extensión de su finca. La sensación resultaba extremadamente emocionante. Si no fuera un equipo tan caro, lo vería como un excelente juguete.
Con las indicaciones de Pelidne manejó los mandos durante unos minutos hasta que aprendió. Era extraordinario. Sólo con unos anteojos y la palanca, podía controlar hasta el último rincón de su propiedad, espiar a sus vigilantes, deslizarse entre sus guardias sin que lo vieran, e incluso examinar cualquier flor que le apeteciera. Se trataba de una ilusión, naturalmente, pero muy realista. Incluso se acostumbraba uno a la extraña luz.
- -¿Estamos listos para una prueba? —-preguntó.
- -Oh, sí —-aseguró Pelidne.
Hairstreak dudó.
- -¿Y qué pasa con los nuestros? ¿Los pone en peligro?
- -No, señor; están codificados.
- -¿Y los extraños?
- -El sistema está diseñado para atacar a los extraños.
Hairstreak echó un vistazo a su alrededor y torció el gesto.
- -A lo mejor un día me apetece divertir a los invitados —-dijo en tono sarcástico.
- -Se puede preparar para que no agreda a individuos concretos —-explicó Pelidne-—, o a ciertos grupos, como a todos los elfos de la noche, o a gente de cierta edad, o a todos los hombres que lleven traje de pirata. Es muy flexible. Útil si quiere hacer un baile de disfraces o algo parecido, señor.
- -¿Aún no está programado? ¿Atacará a cualquiera que entre en el terreno?
- -Salvo a nuestra gente. Siempre que esté armado, por supuesto.
Hairstreak se humedeció los labios.
- -¿Cómo lo armo?
- -El interruptor de la derecha del panel.
Lord Hairstreak, emocionado, pulsó el interruptor. Una hilera de siete reveladores se iluminó enseguida, uno detrás de otro. El hombre volvió a centrar su atención en el exterior y vio que la luz azul había adquirido un tono mucho más realista, pero cómodo para un elfo de la noche.
- -Suéltalo —-susurró con voz seca.
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El chico tenía los ojos de un elfo de la luz, era un muchacho andrajoso de poco más de trece años. Los sirvientes lo habían descubierto vagando por los límites de la finca de Hairstreak, y se había salvado porque el sistema de seguridad aún no estaba armado. Dijo que se había perdido mientras recogía leña para su madre, lo cual podía ser cierto. Varias familias pobres de elfos de la luz vivían junto a la propiedad, y hacía frío por las noches. Pero la noche anterior no habían tenido fuego en su cabaña. Los guardias de Hairstreak apresaron al chico y lo metieron en una jaula, que colgaron de un árbol en la avenida principal como advertencia para los demás.
- -Supongo que no sirve exactamente de prueba —-dijo Pelidne-—. No iba hacia la mansión.
Hairstreak observó, fascinado, cómo dos de sus sirvientes bajaban la jaula al suelo, abrían la cerradura y se metían entre la maleza. Aunque el chico estaba libre, no se movió, y los observó con aire suspicaz.
- -Yendo... o viniendo. —-Hairstreak se encogió de hombros-—. No importa mientras el sistema funcione como es debido.
Al fin el muchacho empujó la puerta de la jaula, que se abrió. Pero no salió. Miró la avenida principal de arriba abajo como si esperase que apareciera alguien y lo atrapara.
- -¿Dónde está el nódulo más cercano? —-preguntó Hairstreak con curiosidad.
- -A menos de treinta metros, señor.
- -¿En qué dirección?
- -En cualquier dirección. El terreno está lleno.
El chico estaba saliendo de la jaula en aquel momento. Su acción más predecible sería correr por la avenida hacia la puerta principal, pero él era demasiado precavido para eso. Esperó un momento, y luego se decidió. Se agachó, corrió por la avenida en dirección opuesta a los sirvientes y desapareció entre dos matas de rododendros. Hairstreak activó la palanca y se elevó para seguirlo.
Desde su aventajado punto de observación podía ver cómo el chaval avanzaba a toda prisa sobre la descuidada hierba. Como había dicho Pelidne, no había recorrido treinta metros cuando un rastreador surgió de su escondrijo y se abalanzó tras él.
El chico lo tenía muy difícil. El rastreador lo golpeó de lado con toda la fuerza, lo tiró al suelo y saltó sobre su pecho, gruñendo salvajemente. El muchacho era una pieza de caza; Hairstreak debía concedérselo. Luchó y se sacudió desesperadamente intentando soltarse, pero la criatura hundió unos dientes metálicos en su hombro y, a los pocos segundos, el chaval puso los ojos en blanco y se quedó quieto.
- -¿Cuál es nuestro nivel de alerta? —-preguntó Hairstreak.
- -Nivel uno, señor, para la prueba: buscar, retener e inmovilizar. En el nivel dos, el rastreador le arrancará el brazo: buscar, retener, inmovilizar e inutilizar. En el nivel tres lo mata: se autoriza la fuerza letal. —-Dudó-—. ¿Quiere que suba el nivel de alerta, señor?
- -No; vamos a esperar y así disfrutaré más tiempo.
- -¿Qué quiere que haga con el chico?
- -Cuando despierte, déjalo ir. No nos perjudicará que hable de su experiencia, así desanimará a otros intrusos. —-Hairstreak iba a quitarse los anteojos, pero lo pensó mejor-—. ¿Qué es ese ruido?
- -¿Ruido, señor?
- -Un silbido agudo.
Pelidne se inclinó e hizo ajustes en el panel de control. Un penetrante sonido invadió el recinto.
- -Alerta aérea, señor.
Una expresión de alegre sorpresa iluminó los rasgos de Hairstreak.
- -¡Qué interesante! No sabía que el sistema detectase incursiones aéreas.
- -El campo de hechizos forma un globo, centrado en la casa. Detecta las incursiones aéreas y subterráneas. No es probable que se trate de un ataque, claro, sino de una línea de vehículos comerciales o algo por el estilo. Tiene sensibilidad para registrar perturbaciones a gran altura. —-Pelidne hizo otro ajuste-—. Si relaja los músculos del cuello, señor, los anteojos girarán automáticamente en su cabeza en la dirección del intruso, y simularán una imagen si éste se encuentra demasiado lejos para la detección visual.
Hairstreak se reclinó en su silla y dejó que su cabeza rodase en el respaldo. Su percepción salió disparada hacia el espacio exterior, elevándose a una altura que no había alcanzado nunca. Se sentía como un haniel de las montañas lanzándose desde un pico cubierto de nieve.
- -No es una línea comercial —-dijo en voz baja-—, sino un volador personal.
La ululante alarma empezó a sonar en tono urgente.
- -Y acaba de penetrar en el globo de detección —-observó Pelidne-—. ¿Le gustaría dispararle, señor?
Hairstreak elevó una ceja por encima de los anteojos.
- -¿Puedo hacerlo?
Pelidne esbozó una sonrisa lúgubre.
- -Puede hacerlo legalmente, señor. La nave ha entrado en nuestro espacio aéreo. Sólo tiene que apretar el botón rojo que está encima de la palanca. El sistema hará el resto.
- -Fascinante —-exclamó Hairstreak.
Su pulgar apretó el botón rojo.
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El volador personal de Blue era de un asiento y tenía forma de dardo con un moderno acabado en negro muy brillante e interior carmesí de estilizadas líneas. Los controles activados por voz respondían al instante, y la compresión de hechizos recién instalada permitía que el vehículo surcase el aire como un cometa. A Blue le encantaba utilizarlo, pero aquel viaje era una excepción.
- -¿Te encuentras bien? —-preguntó.
- -Sí, estupendamente. —-Flapwazzle se retorció sobre la espalda de la muchacha.
- -¿De verdad?
- -No puedo mentir.
El problema era que Blue no se sentía cómoda. Generalmente se recostaba en el asiento carmesí, anulaba los seguros y volaba a máxima velocidad. Pero con Flapwazzle pegado a su columna, no quería recostarse por miedo a aplastarlo. Y como tampoco quería que la aceleración la echase hacia atrás, ordenó a la nave que mantuviese una tediosa y tranquila marcha. Por desgracia, el volador no estaba pensado para desplazarse de esa forma y avanzaba erráticamente, exigiendo atención constante. Blue se inclinó hacia delante, con el entrecejo fruncido, y trató de manejar la nave con paciencia mientras le dolía la cabeza, le picaba la espalda y se le ponía el cuello rígido.
- -¿Cuál es nuestro plan? —-preguntó el endriago.
- -¿Cuál es nuestro plan para qué? —-dijo Blue, distraída. El volador estaba empezando a adquirir velocidad otra vez, lo cual era un alivio, pero al mirar hacia abajo reparó en que había perdido la pista del lugar al que se dirigían. Lo que menos le apetecía en ese momento era una charla amistosa con Flapwazzle.
- -Nuestro plan cuando lleguemos a casa de Hairstreak. ¿Qué vas a decirle? ¿Qué excusa darás para hacerle una visita?
«Buena pregunta», pensó Blue a pesar de sus problemas. Era importante que lord Hairstreak no sospechase. Sí, se trataba de su tío, pero no se llevaban muy bien, así que no podía decir que pasaba por allí y había entrado a tomar una taza de hierba cana.
- -Le diré que deseo oír más detalles de su oferta —-respondió al cabo de unos minutos.
- -¿No bastaría con que enviaras a un subalterno para eso?
Seguramente sí. Además, ¿qué detalles podría darle? Era una oferta para negociar. Había que decir sí o no.
- -Además, ¿qué detalles va a darte? —-preguntó Flapwazzle, haciéndose eco de sus pensamientos.
- -¿Se te ocurre algo? —-inquirió Blue para taparle la boca-—. Banco de nubes a estribor, evitarlo —-le ordenó al volador.
- -¿Por qué no le preguntas con qué apoyo cuenta para las negociaciones?
El volador descendió para esquivar las nubes, y Blue advirtió dos cosas. La primera era que ya no estaban sobre la ciudad. Y la segunda, que habían perdido el rumbo definitivamente. La nueva mansión de lord Hairstreak era la antigua finca Tellervo, que se encontraba fuera de las murallas de la ciudad, al noroeste, pero no muy lejos.
La finca Tellervo resultaba inconfundible, incluso desde el cielo. El viejo Zoilus Tellervo estaba obsesionado con la construcción de caprichos —-sobre todo imitaciones de ruinas antiguas-— y había docenas desperdigados por la propiedad. Hairstreak aún no había tenido tiempo de demolerlos. En el terreno de abajo no se veían rastros de ruinas, imitaciones ni nada por el estilo, así que aún no habían llegado.
La cuestión era: ¿dónde estaban?
Blue se recostó (Flapwazzle iba a pasarlo mal) y torció la cabeza para ver a lo lejos. Las montañas resultaban claramente visibles a babor, así que no podían ir tan descaminados. Pero debajo se veían monótonas tierras de labor. Podían estar en cualquier parte.
- -¿Por qué no le preguntas cuánto apoyo tiene para las negociaciones? —-insistió Flapwazzle con voz amortiguada.
¡Blue vio entonces la sierra! El antiguo terraplén serpenteaba como una culebra hacia una extensión de agua que debía de ser el lago Ormo. Lo cual significaba que no estaba tan lejos de la nueva finca de Hairstreak.
- -Completamente a estribor —-le ordenó al volador con un suspiro de alivio.
Cuando la nave giró hacia la derecha, Blue se tranquilizó y se despreocupó de los controles.
- -¿Que por qué no le pregunto con qué ayuda cuenta para las negociaciones? —-le dijo a Flapwazzle retóricamente-—. Sí, ¿por qué no? Una gran idea.
Sí que lo era. Debería haber pensando en preguntárselo de todos modos. ¿Qué apoyo tenía? Una cosa era que Hairstreak dijese que estaba dispuesto a negociar, pero, aunque fuese sincero, ¿de qué serviría si las grandes casas del bando de la noche no lo secundaban? Claro que tenía que preguntárselo. Y resultaba bastante comprensible que lo hiciese personalmente. ¡Bien por Flapwazzle!
Una alarma sonó en un rincón de la cabina del volador y una luz roja se encendió en el panel que tenía delante.
- -Y ahora ¿qué ocurre? —-resopló cansada. Seguramente otra queja de que volaban demasiado lentos, demasiado bajo o demasiado alto.
- -Somos objetivo de unos misiles de tierra —-anunció la voz movida por hechizos del volador.
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«Debe de ser el amor», pensó Pyrgus. Era lo único que podría haber hecho que Henry se transformase del chico callado y reservado que él conocía en aquel nuevo carácter emprendedor que daba órdenes tajantes sin esperar respuesta. Henry organizó la misión, trazó el plan y dirigió el transporte que los sacó a los tres —-madame Cardui insistió en que los acompañase Kitterick-— del Palacio Púrpura.
- -Y ahora ¿qué hacemos? —-preguntó Pyrgus.
Se habían escondido detrás de unos arbustos, desde los que veían el portalón de acceso a la finca de lord Hairstreak, que sorprendentemente estaba abierto y sin vigilancia. Su transporte, un carro de reparto sin letreros trucado con un hechizo equipado con turbocompresor, estaba aparcado en la esquina con aspecto inofensivo. «Nada que ver con un volador personal», pensó Pyrgus con amargura.
- -Si me permiten una sugerencia, caballeros —-dijo Kitterick-—, creo que sería conveniente dedicar un momento a revisar la situación.
Pyrgus miró al trinio. Seguramente era un buen consejo.
- -Por mí no hay problema —-respondió, y observó a Henry con recelo.
Henry parecía absorto en sus pensamientos. Su cara había adoptado la expresión granítica de la del señor Fogarty.
- -Sabemos que Blue se dirigía a la mansión de lord Hairstreak —-dijo el muchacho en voz baja-—, pero no sabemos si ha llegado.
- -Sería muy probable —-repuso Pyrgus, y añadió:-— sobre todo porque viajaba en un volador personal.
- -Si me permiten expresar una opinión, príncipe heredero, Hombre Férreo —-terció Kitterick-—, creo que debemos dar por supuesto que su majestad ha llegado, para bien o para mal, a la residencia de lord Hairstreak.
- -Nuestro trabajo es rescatarla —-afirmó Henry.
- -Nuestro trabajo no es nada de eso —-replicó Pyrgus-—. Al menos aún no. —-¿Qué le pasaba a su amigo? Blue, o todo lo relacionado con Blue, lo desquiciaba por completo-—. Nuestro trabajo es averiguar si se encuentra bien, a ser posible evitando un incidente diplomático. Y si se encuentra bien, allá ella.
- -Nuestro trabajo es rescatarla —-repitió Henry, como si Pyrgus no hubiese hablado.
- -Bueno, quizá —-concedió irritado. Quería rescatar a su hermana, pero desde la muerte de su padre había empezado a ver que en la vida no todo era blanco y negro. Antes se habría precipitado, como aquel nuevo Henry más impetuoso. Pero en aquel momento era consciente de que no beneficiaría a nadie precipitarse para que Hairstreak los matase. O, tal vez aún peor para el reino, para que los capturase. Aunque tampoco se trataba de llamar al ejército, lo cual desembocaría seguramente en la guerra civil que todos intentaban evitar. Tras estudiar todos los factores, se inclinó por la cautela combinada con la astucia.
- -Observo, señores, que la puerta está abierta y la finca parece desprotegida —-dijo Kitterick.
Pyrgus se volvió hacia él con el entrecejo fruncido.
- -¿Qué deduces de eso, Kitterick?
- -Por lo que sabemos de lord Hairstreak, yo diría que a veces las apariencias engañan.
- -Seguro que hay guardias —-intervino Henry muy serio-—. Aunque no en la puerta.
- -¿Entramos o qué? —-le preguntó Pyrgus.
- -Entramos. Con cuidado y a hurtadillas, ocultándonos en los arbustos. Nos acercaremos a la casa y miraremos por las ventanas hasta encontrar a Blue. Si hay el menor indicio de peligro, atacaremos. Triunfaremos gracias al elemento sorpresa. Cuando la hayamos puesto a salvo, podéis arrasar el lugar igual que hicisteis con la fábrica de pegamento. Con bombas de hechizos o con lo que sea.
- -Otra opción, señor, es que vayamos tranquilamente por la avenida.
Ambos se giraron para mirar a Kitterick.
- -Podríamos decir que hemos venido en plan preventivo —-sugirió el trinio-—. A la vista de los acontecimientos, parece que su majestad se ha embarcado en una misión diplomática. Aún no tenemos motivos para pensar que se halla en una situación de peligro personal. Si entramos a escondidas y nos descubren, lord Hairstreak podría alegar que estamos metidos en un asunto de espionaje. Por el contrario, entrar sin disimulo tiene la ventaja de la transparencia completa. Si nos paran los guardias, como supongo que harán en algún momento, diremos que formamos parte del séquito de su majestad. Nos acompañarán entonces hasta la mansión, donde decidiremos sin problema cuál es la actitud de lord Hairstreak ante los hechos. En otro caso (si no nos detienen los guardias), nos presentaremos en la puerta principal y pediremos audiencia con su señoría y su majestad. De una u otra forma, evitaremos cualquier posibilidad de que haya un incidente diplomático, mostraremos nuestra solidaridad con su majestad, estaremos cerca para protegerla físicamente, si fuera necesario, y al mismo tiempo trasmitiremos a lord Hairstreak el mensaje claro de que conocemos el paradero de su majestad y de que cualquier acción que pretenda tomar contra ella tendría... consecuencias. Por eso opino que entrar por la avenida es lo más razonable.
Tras unos momentos, Pyrgus sacudió la cabeza.
- -Oh, no, eso son memeces.
- -Una absoluta tontería —-coincidió Henry-—. No la tendré en cuenta.
Estaban agazapados detrás de los arbustos cuando el primero de los rastreadores de Hairstreak encontró a Pyrgus.
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Hairstreak levantó el dedo del botón rojo.
- -Ese volador luce el emblema real —-murmuró, tanto para sí como para Pelidne.
- -¿Esperamos a un emisario de palacio, señor?
- -No, pero eso no quiere decir que no puedan enviar uno.
- -¿Qué órdenes da, señor?
Hairstreak se quitó los anteojos con expresión pensativa.
- -Procedimiento normal, Pelidne. Acompaña a nuestro visitante a la pista de aterrizaje y trátalo con la mayor cortesía. Avísame cuando se conozca su identidad. Si tiene credenciales legítimas de palacio, intenta averiguar el motivo de la visita.
- -¿Y luego lo entretengo?
- -Sí, exactamente. Ofrécele bebidas, emborráchalo, lo que se te ocurra. Comunícame la información que obtengas. Estaré en mi despacho.
- -¿Y el volador, señor?
- -Regístralo a fondo cuando salga el piloto.
Pelidne dudó.
- -Un volador real seguro que cuenta con hechizos. No habrá forma de disimular que lo hemos registrado.
Hairstreak se encogió de hombros.
- -Supondrán que vamos a registrarlo. Seríamos tontos si no lo hiciéramos.
- -Sí, señor. —-Cuando su amo iba a salir, Pelidne le preguntó:-— ¿Y el sistema de seguridad, señor?
- -¿Qué ocurre con él?
- -¿Lo mantengo activado?
- -Por supuesto. No creo que nuestro visitante venga a pasear. Y si lo hace, se merece cualquier cosa que le pase —-respondió irguiéndose-—. Ponte en contacto con mi despacho cuando la nave aterrice.
Pero no llegó a su despacho. Cuando bajaba por las escaleras del vestíbulo principal, una alterada sirvienta lo interceptó.
- -Señor —-dijo sin aliento-—, lord Hairstreak, señor. ¡Es su majestad! —-exclamó. Él se volvió para mirarla con rostro inexpresivo. La chica agitaba los brazos dominada por el pánico-—. Es la reina, señor. Fuera, señor. Ha venido en un volador, señor; nunca había visto un aterrizaje tan rápido. La reina Blue, señor. ¿Qué hacemos, señor?
Hairstreak la miró durante un buen rato.
- -¿La reina Blue? ¿La reina Blue pilotaba el volador?
- -Sí, señor. La reina, señor. Está fuera, señor. ¿Qué hacemos?
Hairstreak esbozó una sonrisa escalofriante.
- -Apártate de mi camino, muchacha. Yo mismo daré la bienvenida a su majestad.
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- -Ha sido el peor aterrizaje de mi vida —-susurró Flapwazzle.
- -¿Tenías miedo? —-preguntó Blue.
- -Estaba petrificado. Eres la reina más aterradora desde Quercusia.
- -Debía salir del alcance de los misiles —-se explicó con una sonrisa.
- -Habría sido peor si los hubieran disparado. —-Flapwazzle hizo un movimiento extraño, y Blue tardó unos momentos en darse cuenta de que se estaba rascando-—. Me gustaría saber por qué no lo han hecho.
- -A lo mejor tengo ocasión de preguntarlo. Y ahora cállate, que viene alguien.
Blue esperaba que volviese la sirvienta, pero cuando se abrió la puerta, apareció Hairstreak en persona. Era un hombre bajo e iba vestido de negro, como de costumbre. Hizo una complicada reverencia y una sonrisa deformó sus rasgos.
- -Majestad —-dijo en tono empalagoso-—, si me hubierais avisado de que veníais, habría dispuesto los preparativos oportunos.
- -¿Como desconectar los misiles tierra-aire? —-preguntó ella en tono inocente.
Hairstreak esbozó una leve sonrisa.
- -Medidas de seguridad normales, me temo. Lamentables, desde luego, pero en estos tiempos tan difíciles... —-Sus ojos centellearon cuando añadió:-— Por suerte no se han lanzado.
- -¿Por suerte para ti o para mí, tío?
- -Para los dos, querida. —-Cuadró los hombros-—. Pero ¿en qué estoy pensado? Estáis en la puerta, majestad. Entrad, por favor. Honráis mi humilde hogar con vuestra presencia. —-Declaró haciéndose a un lado; entonces Blue se fijó en un joven delgado que estaba detrás de él, en la sombra. No había nada raro en su aspecto, pero ella se estremeció sin saber por qué. Hairstreak debió de advertirlo, pues dijo por encima del hombro:-— Pelidne, que los sirvientes preparen comida para su majestad. En el salón de banquetes principal.
- -No hace falta —-se apresuró a decir Blue. Al verse allí, recordó que había activado una cuenta atrás. Tres días eran un buen margen de seguridad, pero aun así no tenía sentido que invirtiese más tiempo del que necesitaba-—. Se trata de una visita breve. Pero agradecería disponer de unos minutos en una habitación segura.
- -Claro —-dijo Hairstreak sonriente.
La condujo a un pasillo junto a la escalera principal y abrió una pesada puerta. La estancia era pequeñísima y estaba amueblada sólo con dos sillas y una mesita, pero había un fuerte olor a hechizos de privacidad.
- -Es un asunto confidencial —-aclaró Blue cuando vio que Pelidne hacía ademán de seguirlos.
Hairstreak se encogió de hombros e hizo un gesto con la cabeza. Pelidne se marchó al momento. No había pronunciado ni una sola palabra. Hairstreak cerró la puerta y dijo:
- -¿Debo imaginar que esto tiene que ver con la oferta que envié a través vuestro hermano?
- -Sí.
- -Entonces sentémonos y hablemos. —-Dudó un instante-—. Tal vez vuestro endriago estaría más cómodo en el suelo que aplastado contra el respaldo de la silla.
Blue se quedó de piedra. Durante un segundo pensó en contradecirlo: «¿Endriago? ¿Qué endriago?», pero Flapwazzle dijo de forma audible:
- -Sabe que estoy aquí, Blue. —-Y se deslizó por debajo de la camisa de la reina.
Hairstreak sonrió con cierta tristeza.
- -Ah, es Flapwoggle, ¿verdad? El endriago famoso por infiltrarse en mi laberinto de obsidiana.
- -Flapwazzle —-lo corrigió Flapwazzle en tono cortante.
- -Sí, claro.
Blue habló, un poco avergonzada:
- -Me pareció buena idea que estuviera presente un endriago. —-A pesar de lo incómoda que se sentía, aguantó la mirada de su tío-—. Por el bien de los dos.
- -Naturalmente —-se limitó a decir él, y señaló la silla más próxima.
Blue esperó a que Hairstreak se sentase antes de hablar.
- -Pyrgus me ha dicho que los elfos de la noche quieren la paz, ¿es eso cierto?
- -Es lo que siempre han querido la mayoría de ellos —-respondió el hombre en tono hipócrita.
- -¿Y me ofreces negociar para conseguirla?
- -Negociar un tratado, sí.
Blue respiró a fondo.
- -¿Es una oferta sincera? —-inquirió abiertamente.
Esperaba una respuesta ofendida, pero Hairstreak se encogió de hombros.
- -Es una oferta de lo más sincera. Pero pregúntale al endriago. Supongo que para eso está aquí.
Blue se puso colorada, dudó y luego dijo:
- -¿Flapwazzle?
- -Dice la verdad —-afirmó Flapwazzle.
Blue asimiló de pronto la noticia. En lo más profundo había creído que se trataba de un complot. Pero en aquel momento, con una creciente emoción, comenzó a entender las consecuencias. Había una oferta sincera sobre la mesa. Eso significaba la posibilidad de una paz real en el reino por primera vez durante siglos. Las negociaciones del tratado serían, sin duda, duras; habría que llegar a compromisos, pero la voluntad estaba allí. Había ocurrido algo inesperado. Ella reinaba en un momento decisivo de la historia. Si no sucedía nada malo, su nombre se recordaría durante un milenio. Aquello daba que pensar.
Si no se torcían las cosas...
De repente recordó la pregunta del endriago.
- -Tío, ¿con qué apoyo cuentas para hacer esta oferta?
- -Con el suficiente —-respondió conciso-—. Todas las grandes casas de los elfos de la noche la respaldan.
- -¿Hay disidentes? ¿Casas que no están de acuerdo?
- -Como dices, algunas casas no están de acuerdo, pero no llegan para alterar el resultado. Si se firma un tratado en las presentes circunstancias, entrará en vigor.
Blue miró a Flapwazzle, que dijo:
- -Es verdad, pero se calla algo.
- -¿Qué te callas, tío?
Hairstreak chasqueó la lengua con un gesto que sonaba sincero.
- -Oh, venga, Blue, no esperarás que revele mi postura negociadora antes de que haya conversaciones, ¿verdad? Ni siquiera has dicho si estás de acuerdo con la propuesta inicial.
Parecía bastante razonable. Y Hairstreak tenía razón: Blue ni siquiera había aceptado las negociaciones. Al menos no formalmente. En su interior no cabía la menor duda.
Abrió la boca para hablar cuando alguien llamó estruendosamente a la puerta.
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Blue sintió miedo de pronto, sin ningún motivo. Se le desbocó el corazón cuando Hairstreak atravesó la habitación.
- -¿Qué ocurre? —-le preguntó a Flapwazzle, que se había acurrucado de forma protectora alrededor de sus pies.
- -No lo sé —-respondió nervioso-—. Es el vampiro de Hairstreak, lo huelo. Y está preocupado por algo; también lo huelo. Pero no sé por qué. Sólo percibo la verdad, no leo las mentes.
Blue se atragantó.
- -¿Un vampiro? ¿El tío Hairstreak tiene un vampiro?
- -El mustio joven que rondaba por la puerta, el que ha intentado entrar. He olvidado cómo lo llamaba tu tío.
- -Pelidne. ¿Pelidne es un vampiro?
- -¿No te has fijado en que estaba muy pálido?
Blue había alzado la voz e hizo un esfuerzo para hablar más bajo.
- -Sí, pero no se me ha ocurrido que fuese un vampiro. —-Los sirvientes vampiros eran ilegales, pero resultaba absurdo creer que eso le importase mucho a su tío-—. ¿Por qué no me lo habías dicho?
- -No creía que fuera importante.
- -¿Que no es importante? —-siseó-—. ¿Y si se hubiera bebido nuestra sangre?
- -La mía no. Son alérgicos.
Lord Hairstreak había abierto la puerta; fuera estaba Pelidne, que se inclinó para susurrar algo al oído de su amo. Blue apenas pudo contener el impulso de advertir a gritos el peligro que corría el cuello de su tío.
Éste retrocedió de un salto, como si lo hubiese mordido.
- -¿Tres? —-preguntó, y miró a su sobrina a través de la puerta abierta.
Pelidne, el vampiro Pelidne, se adelantó para susurrar algo más.
- -No me gusta el cariz de esto —-murmuró Flapwazzle-—. Creo que deberíamos salir de aquí. —-Empezó a trepar por la pierna de Blue.
Ella se levantó sin esperar a que el endriago se pegase a su espalda de nuevo.
- -Ya hemos acabado, tío —-declaró en tono imperioso. Intentó salir de la habitación, pero se lo impidió Flapwazzle, que se había adherido a su rodilla.
Lord Hairstreak se movió con rapidez y bloqueó la entrada.
- -Majestad —-dijo formalmente-—, ha ocurrido algo que deberíais saber. —-Parpadeó despacio, como un lagarto-—. Si no lo sabéis ya —-añadió dulcemente.
Blue no lo sabía, y por tanto la expresión de su rostro fue sincera. La dominaba el pánico. Percibía las sensaciones de Flapwazzle, que estaba en su muslo temblando ligeramente, y aquello la asustaba. En lo único que pensaba era en salir de la mansión y subir a su volador.
- -Debo regresar al Palacio Púrpura —-dijo a la desesperada, tratando de engañar... (¿engañar a quién?)-—. Me esperan, y ya ha pasado la hora de que Flapwazzle se vaya a la cama.
El endriago dio un salto y se enroscó en torno al estómago de Blue.
- -¡Escápate! —-susurró.
Ella iba a intentarlo, pero lord Hairstreak la sujetó por un brazo.
- -Por aquí, majestad —-dijo en tono airado. Casi la arrastró fuera de la habitación y por el pasillo hasta que se detuvo-—. ¿Podríais explicarme esto, majestad?
Había tres cuerpos tendidos junto a la escalera.
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Al principio Blue sólo vio los cuerpos inmóviles y apilados con unas espantosas heridas. Luego sus ojos se fijaron en el detalle familiar del cabello pelirrojo.
- -¡Dios de la luz! —-exclamó-—. ¡Pyrgus!
Se apartó de Hairstreak e hincó una rodilla en el suelo. A Pyrgus lo habían arrojado sin contemplaciones sobre un cuerpo de piel naranja, el trinio sirviente de madame Cardui, Kitterick. Blue sintió una opresión en el pecho que casi le paró el corazón. Sus ojos se posaron entonces en el tercer cuerpo.
¡Henry! ¡Era Henry! No sabía que hubiese regresado al reino. Se volvió para mirar a lord Hairstreak.
- -¡Los has matado! —-gritó-—. ¡Has matado a los tres!
- -No seas estúpida. No están muertos. La pregunta es: ¿qué se creían que iban a hacer?
Blue ni le respondió. Al fijarse más detenidamente, vio que Pyrgus respiraba. También Henry. Pero Pyrgus se encontraba sobre una enorme mancha roja que brotaba de su costado, y el pelo de Henry estaba empapado de sangre. No podía ver el alcance de las heridas de Kitterick, porque lo tapaba su hermano, pero por lo que distinguía del enano, le parecían peores que las de los otros dos. Siempre luchaba como un demonio para que no lo capturasen.
Se levantó con esfuerzo y se enfrentó a su tío, echando chispas por los ojos.
- -¿Qué les has hecho? —-quiso saber. Si Pyrgus o Henry morían, tendría que colgar a Hairstreak y al diablo con las consecuencias políticas.
- -Nada —-respondió con impaciencia-—. Tu hermano y sus amigos andaban curioseando por mis dominios, en un claro intento de espionaje o sabotaje. Han sido detectados y neutralizados por mi sistema de seguridad automático. —-Torció el labio con una mueca-—. Me parece increíble que se hayan puesto en movimiento sin vuestro conocimiento, majestad.
«No conoce a Pyrgus», pensó Blue. Pero estaba demasiado preocupada para dejarse intimidar.
- -¿Sistema de seguridad? —-repitió-—. ¡Tu sistema de seguridad ha podido matarlos!
- -¡Oh, tonterías! —-Hairstreak sacudió la cabeza-—. Sólo están en coma. El sistema usa un derivado de la toxina de trinio. —-Miró a Kitterick con cara de asco-—. Irónicamente.
- -La toxina de trinio es letal —-dijo Blue, asustada otra vez.
- -He dicho un derivado —-gritó el hombre, a punto de perder la compostura-—. Lo peor que les puede pasar es que duerman un rato.
- -Dice la verdad —-murmuró Flapwazzle, que estaba sobre el vientre de Blue.
A pesar de las palabras del endriago, ella estaba frenética.
- -¡Están heridos! —-le chilló a Hairstreak.
- -Pelidne, vete a buscar al médico jefe. —-Ordenó él por encima del hombro, y le dijo a su sobrina, enfadado:-— Ese maldito enano me ha roto cuatro rastreadores, ya que hablamos de culpables.
Blue no sabía qué era un rastreador, pero supuso que formaría parte del sistema de seguridad. Hairstreak tenía el descaro de sacar el tema. Igual que culpar a alguien por mancharle de sangre la espada después de clavársela. Daba lo mismo, ya no sentía el pánico inicial y comprendía que su tío tenía cierta razón. ¿Qué hacía allí Pyrgus? ¿Y de dónde había salido Henry? Lo más probable es que hubiesen tenido la romántica idea de rescatarla. Y como siempre, debería rescatarlos ella.
De las entrañas de la casa salió como un rayo un hombre menudo y calvo con una mandrágora bordada en la túnica. Parecía como si acabase de despertar de una siesta.
- -Arréglalos —-ordenó Hairstreak, señalando los cuerpos tirados en el suelo-—. Avísame cuando hayas acabado. —-Sin más preámbulos agarró a Blue por el brazo otra vez-—. Acompáñame, sobrina. Has de explicarme este... ¡Ay! —-Soltó la mano cuando Flapwazzle lo mordió.
- -Está prohibido tocar la persona de la reina —-dijo el endriago, enroscado sobre el estómago real.
Pelidne se acercó a ellos, con una gracia y una velocidad sobrecogedoras. Pero Hairstreak le indicó que se apartase.
- -La criatura tiene razón. Me había olvidado. —-Miró a Blue con gesto serio-—. No obstante, majestad, es evidente que debemos hablar. Si su majestad tiene la bondad de acompañarme...
- -Claro, tío —-respondió ella con presteza. A pesar de los buenos modales de su tío, sabía que no le quedaba elección.
Hairstreak la llevó a la habitación en que habían estado antes y cerró la puerta con cuidado. Luego se volvió hacia la muchacha.
- -¿Y bien?
Era el mismo tono que empleaba su padre cuando lo irritaba, generalmente acompañado por la palabra «jovencita». En aquel momento era su tío el que estaba enfadado, y, aunque también ella se sentía furiosa, sabía muy bien que se trataba de una situación delicada. Pyrgus, Henry y Kitterick no tenían derecho a entrar en las tierras de Hairstreak, y mucho menos a esconderse detrás de los arbustos buscando sabía Dios qué. (Blue no dudaba de la veracidad de lo que le había contado Hairstreak; era típico de Pyrgus... que encima había arrastrado al pobre Henry.)
No se le ocurrió ni por un momento que estuvieran detrás de nada siniestro, y los tres habían pagado con creces su estupidez —-sus heridas parecían horribles-—, pero eso no alteraba el hecho de que básicamente habían hecho algo malo... ni de que la política del reino se encontraba en un punto crítico. ¿Impediría eso el tratado? Seguramente no, pero sin duda daría a Hairstreak una ventaja en las negociaciones que Blue habría preferido que no tuviese. Lo que necesitaba en aquel momento era un lavado de imagen.
- -No han venido aquí obedeciendo órdenes mías, tío —-declaró.
- -¿Por orden de quién han venido? —-preguntó él fríamente.
- -No lo sé.
- -¿Esperas que me lo crea?
- -La reina dice la verdad —-aseguró Flapwazzle mientras se deslizaba hasta el suelo.
- -Entonces no pondrás inconveniente a que los interrogue.
Blue tomó aliento. No tenía intención de entregar a nadie a lord Hairstreak para que lo interrogase: sus métodos eran bien conocidos. Pero no cabía duda de que había que interrogar a aquellos tres idiotas. Habló con firmeza:
- -Suéltalos. Los interrogaré yo misma.
Hairstreak sacudió la cabeza.
- -Eso no me parece aceptable —-dijo.
Entonces empezó la discusión de verdad. Aún no habían decidido nada cuando la puerta se abrió silenciosamente.
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Pyrgus abrió los ojos, se encontró con un hombrecillo calvo inclinado sobre él, y volvió a cerrarlos. Tenía la cabeza como si alguien hubiese lijado la superficie de su cerebro. Pero eso no era nada comparado con el estómago. Se había convertido en un mar revuelto y cuajado que amenazaba con salirle por la boca a borbotones. (Se preguntó si el hombrecillo se quitaría de en medio.) Le dolía el costado como nunca, con un dolor tan profundo y penetrante que casi pensó que alguien le había clavado un cuchillo.
Se quejó. Su mente parecía melaza y su cuerpo se negó a moverse. Lo peor de todo era que no tenía ni idea de qué había sucedido y se le ocurrió que lo mejor sería quedarse quieto y morir tranquilamente.
Oyó el crujido familiar y el burbujeo de un cucurucho de hechizos.
- -¿Qué...? —-susurró con enorme esfuerzo.
Un olor agrio se le metió por la nariz y lo hizo estornudar, lo cual empeoró el estado de su cabeza. Aquello le recordaba cuando lo habían envenenado. Después le explicarían que si Blue no le hubiese dado el antídoto cuando se lo dio, le habría explotado el cráneo. Se había sentido mucho mejor que en aquel momento. Ojalá Blue estuviese allí y le diese el antídoto otra vez.
Entonces, de pronto, empezó a sentirse mejor.
Abrió los ojos de nuevo. El hombrecillo calvo seguía allí.
- -Eso te sentará bien —-le dijo en tono enérgico-—. Y ahora voy a echar un vistazo al costado.
Aunque Pyrgus tenía la mente más clara y su estómago ya no estaba mareado, comprobó que no soportaba que el hombrecillo le apartase la chaqueta y hurgase en la herida del costado. El dolor estalló de pronto, y luego se atenuó convirtiéndose en una sensación desagradable.
- -Parece peor de lo que es —-murmuró el hombrecillo, hablando en parte para sí-—. Has perdido mucha sangre, pero creo que sobrevivirás. Lo más alarmante será la magulladura. Te va a doler como Hael durante un rato. A todo esto, ¿qué te ha pasado?
Una pregunta muy buena, y Pyrgus no tenía muy clara la respuesta. Estaba escondido detrás de los arbustos de la mansión de Hairstreak, y de repente aparecía allí, tirado como el intestino de un oso y seguramente con peor aspecto. No tenía ni idea de qué había ocurrido en medio.
¡Henry y Kitterick!
Consiguió sentarse a duras penas.
- -¿Mis amigos...? —-preguntó sin aliento.
- -Tus amigos están mejor que tú. El otro chico tiene algunas magulladuras en el hombro y un pequeño corte en la cabeza, pero eso es todo. Incluso ha resistido el veneno; ha sido el primero en despertar. El trinio tiene un brazo roto, pero ya ha empezado a soldarse; ya sabes lo que pasa con los trinios. El único que me preocupa eres tú.
Pyrgus miró a su alrededor.
- -¿Dónde están? —-Notó que hablaba con voz más fuerte y que sentía el cuerpo mucho menos débil. Se le ocurrió levantarse y comprobó, con sorpresa, que lo lograba sin demasiada dificultad.
El hombrecillo calvo, que llevaba la insignia del gremio de médicos en la chaqueta, lo observó con interés. Cuando Pyrgus se puso en pie (jadeando un poco y apoyándose en una pared), le dijo:
- -Se están aseando en el cuarto de baño. —-Señaló una puerta-—. Sería mejor que hicieras lo mismo; estás a punto de ir de visita.
Se hallaban en un pequeño vestíbulo decorado con antigüedades bárbaras.
- -¿De visita? —-repitió Pyrgus-—. ¿Adonde?
- -Lord Hairstreak quiere veros.
En el baño, Pyrgus encontró a Kitterick limpiando la sangre de la cabeza de Henry con una toalla. Ninguno de los dos parecía estar para muchos trotes.
- -Vamos a ver a Hairstreak —-anunció sin preámbulos-—. Será mejor que nos pongamos de acuerdo en nuestra historia.
Kitterick retrocedió para admirar su trabajo y dejó la toalla. Le dedicó una breve sonrisa a Henry y luego le dijo a Pyrgus:
- -Sugiero, señor, que digamos que traíamos un mensaje personal urgente a su majestad.
- -Estupendo, Kitterick —-exclamó con admiración-—. ¿Y qué hacíamos escondidos entre los arbustos?
- -¿Escondidos, señor? Nada de eso. Caminábamos por la avenida como representantes legítimos de su majestad y del Palacio Púrpura cuando hemos sido atacados por artilugios mecánicos gobernados por un sistema de seguridad defectuoso.
Pyrgus frunció el entrecejo.
- -¿No nos han encontrado entre los arbustos?
- -Sí, señor, con toda probabilidad. Exactamente en el lugar al que nos han conducido los artilugios mecánicos.
- -¿Crees que se tragará semejante cosa? —-preguntó Henry, que tenía una expresión extraña en el rostro.
- -No, señor, pero le va a costar trabajo demostrar lo contrario.
- -Y echa la culpa a su estúpido sistema de seguridad —-dijo Pyrgus, con una sonrisa.
Kitterick, a su vez, sonrió con autosuficiencia.
- -Una ventaja añadida.
- -¡Brillante! —-exclamó Pyrgus-—. ¿Te parece bien, Henry?
Henry se encogió de hombros y miró hacia otro lado, como si el tema no le importase.
- -Muy bien —-dijo Pyrgus, lleno de energía-—. Vayamos a ver a mi querido tío.
Empujó la puerta del baño y se detuvo. El pequeño médico estaba con un hombre al que nunca había visto. Era joven, alto, delgado y rubio.
Tenía la piel muy pálida.
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Los tres se presentaron en un apretado grupo, mirando a su alrededor con recelo.
- -¡Pyrgus! —-chilló Blue.
Iba a correr hacia su hermano, pero se refrenó. El vampiro de Hairstreak se encontraba detrás de él, con una delgada mano apoyada en su hombro.
Blue dio un paso atrás. A su espalda, Flapwazzle soltó un gruñido sordo y amenazante. Henry y Kitterick estaban con Pyrgus. Ya no parecían heridos ni presentaban signos de maltrato.
- -¿Te encuentras bien, Henry? —-preguntó Blue en voz baja. El rostro del muchacho era inexpresivo.
- -Sí.
- -¿Pyrgus?
- -Traemos un mensaje confidencial para Blue —-dijo él, y movió los ojos de forma especial, como si quisiera indicar algo.
- -¿Kitterick?
- -Como nunca, señora. Yo diría que en la cúspide de mi salud.
Intervino entonces Hairstreak.
- -Tras el intercambio de cumplidos, majestad, tal vez vuestra gente se digne contarnos por qué ha entrado en mi propiedad y qué...
- -Traemos un mensaje confidencial para su majestad —-repitió Pyrgus en voz alta, interrumpiéndolo-—. Íbamos a...
- -Cállate, Pyrgus —-ordenó Blue, cortando su discurso. No tenía ni idea de qué cuento chino se le habría ocurrido para explicar su presencia allí, pero la situación era demasiado delicada para que él se entrometiese a ciegas. Ella tenía que asumir el control. Debía impedir que su hermano dijese algo que empeorase las cosas. Tenía que conseguir que su tío cambiase de idea y no los interrogase. Todo estaba bastante liado, pero había logrado lo que quería. La oferta de los elfos de la noche era sincera, y Hairstreak contaba con apoyo para hacerla efectiva. Lo esencial en aquel momento era regresar al Palacio Púrpura lo más rápidamente posible y sin provocar más a su tío. Se le ocurrió una idea y se volvió hacia él-—. Lord Hairstreak —-empezó formalmente-—, tal vez si nosotros...
Henry se separó del pequeño grupo que estaba junto a la puerta.
- -Es hora de que nos vayamos, Blue —-dijo en voz baja, agarrándola del brazo. Ella lo miró, asombrada, mientras él la conducía fuera de la habitación.
- -Pelidne —-llamó Hairstreak en tono cortante.
El sirviente se interpuso al momento entre ellos y la puerta. Henry se movió con una velocidad tan sobrehumana que su brazo se difuminó. Blue ni siquiera vio el golpe. Pero cuando el muchacho retrocedió, observó que Pelidne contemplaba horrorizado la estaca de madera que sobresalía de su pecho. Se tambaleó hacia delante, con los ojos desorbitados. La sangre manaba abundantemente de la herida hasta que, de pronto, se convirtió en asfixiantes nubes de polvo. Los atractivos rasgos de Pelidne se arrugaron y pasaron a ser los un hombre muy viejo. La nariz se hundió, los labios se afinaron y apergaminaron sobre unos dientes afilados y podridos. De pronto se derrumbó, deshaciéndose dentro de la ropa. Un intenso olor a podredumbre inundó la habitación.
- -¿Qué...? —-Blue se quedó sin habla.
Henry había vuelto a agarrarla del brazo y la arrastraba hacia la puerta. Hairstreak parecía atónito, pero sacó un estilete de un bolsillo oculto de su jubón. Pyrgus, boquiabierto, retrocedió. Incluso Kitterick estaba sorprendido.
Blue recuperó la voz.
- -¡No, Henry! —-gritó. Aquello era un desastre. Había matado a un sirviente de su tío. En un instante la posibilidad de un tratado se había hecho añicos. Intentó liberarse, pero la mano de Henry la sujetaba como un torno-—. ¡Suéltame! —-exigió.
Lord Hairstreak se hallaba en el centro de la habitación cuando Pyrgus se recuperó de su asombro y empezó a ir hacia Henry, con Kitterick por delante.
De pronto, Blue y Henry ya no estaban allí.
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- -¿A qué te refieres con que no estaban allí?
Pyrgus nunca había visto a madame Cardui de aquella forma. Ni siquiera sabía que madame Cardui tenía un despacho en el Palacio Púrpura hasta que fue a buscarla. Y allí estaba, no en un simple despacho, sino en una suite llena de actividad. No había ni rastro de las enloquecidas combinaciones de colores que exhibía en su apartamento de la ciudad ni del derroche de hechizos. Allí todo era concreto, eficiente y funcional. Y, aunque la mujer seguía siendo la Dama Pintada —-cabello morado, un vestido ondeante, sandalias que acariciaban sus pies y sonreían benévolamente cuando uno las miraba-—, había un matiz de dureza en ella. No era de extrañar que Blue la hubiese nombrado jefa del servicio de espionaje imperial.
- -Eso... que no estaban allí —-dijo Pyrgus sin convencimiento.
- -¿Te refieres a que eran invisibles? ¿Utilizaron un hechizo de invisibilidad?
Pyrgus negó con la cabeza.
- -No. ¿Sabe usted cómo desaparece uno con un hechizo de invisibilidad? Primero se desvanece un poco, se deshace y se disuelve en chispas. Bueno, pues no hubo nada de eso. No creo que fuera invisibilidad. No parecía invisibilidad. Además, el vampiro de Hairstreak cerró la puerta cuando entramos. La habríamos visto abrirse si hubiesen salido por ella, fueran o no invisibles.
- -¿No hay otra forma de salir de la habitación?
- -Ni siquiera una ventana. Era una cámara de privacidad.
- -¿Y no podría ser una especie de transportación? Alan siempre está hablando de la modificación de su transportador portátil. ¿No podría tratarse de algo similar?
Pyrgus se había preguntado lo mismo. Y a todo eso, ¿dónde estaba el señor Fogarty? No se encontraba en el palacio cuando regresaron y tampoco en su pabellón. Kitterick había sugerido entonces buscar a madame Cardui.
- -No lo sé —-respondió-—. No creo. —-A menos que fuera Fogarty el que los transportó. Parecía demasiada coincidencia que alguien desarrollase exactamente la misma tecnología y al mismo tiempo. A menos que fuese robada. Las posibilidades resultaban confusas-—. Tendrá que preguntárselo a él.
- -Sí, lo haré en cuanto lo encuentre. Pero ¿crees que es posible?
- -No lo sé —-repitió Pyrgus, frunciendo el entrecejo-—. Supongo que podría ser. —-El problema era que no sabía qué ocurría cuando el Guardián lo trasladaba a uno. Tal vez dejase de estar allí como Blue y Henry. O tal vez se extinguiese como con un hechizo de invisibilidad. Sencillamente no lo sabía.
- -Creo que Alan me lo habría dicho si hubiese planeado rescatarlos por medio de un transportador. —-Observó madame Cardui. Luego, haciéndose eco de un pensamiento anterior de Pyrgus, añadió:-— No entiendo cómo Hairstreak podría haberlo robado.
- -¿Piensa que Hairstreak está detrás de esto?
- -La verdad es que no. ¿Para qué iba a raptarlos si ya los tenía en su poder? —-Sus ojos se posaron en el muchacho-—. Sólo estaba pensando en voz alta. ¿Cómo pudo Henry matar a un vampiro?
- -¿Cómo dice? —-Frunció el entrecejo.
- -Son muy difíciles de matar. Difíciles y peligrosos. Me cae bien Henry, es un chico agradable, pero no da el tipo de héroe de acción. Cuéntame qué ocurrió exactamente.
Pyrgus ya le había contado exactamente lo ocurrido, pero se lo contó otra vez. No había mucho que decir. Henry se había movido a una velocidad imposible (¿y dónde había encontrado una estaca cuando la necesitaba?) y había desaparecido con Blue de una forma también imposible.
La dama lo miró con gesto reflexivo durante largo rato hasta que, de repente, volvió la cabeza.
- -Kitterick, ¿lo grabaste?
El trinio estaba acariciando a la gata transparente, estirada de forma provocativa sobre unos cojines. Los miró.
- -Por supuesto, madame.
La mujer se levantó.
- -Creo que es hora de que rebobinemos todo el incidente.
Pyrgus los siguió hasta una habitación sin ventanas, fuera del despacho principal. Estaba llena de aparatos de proyección, y cuando entraron, un globo de realidad se extendió en medio del suelo.
- -No conocía este lugar —-dijo, mirando a su alrededor con asombro.
- -Tu hermana aceptó crearlo el día que se convirtió en reina. —-Madame Cardui bajó la intensidad de la luz con un gesto-—. Kitterick, siéntate, por favor.
- -Sí, madame. —-El trinio trepó a una gran silla pegada al principal aparato de proyección. Cuando se acomodó, aparecieron unas tiras que le sujetaron las muñecas y los tobillos, mientras dos relucientes tentáculos metálicos se insertaban en sus orejas. Él cerró los ojos.
- -¿Estás preparado, Kitterick?
- -Sí, madame.
La dama se inclinó ante él y sacó una pequeña tarjeta de la maraña de tubos que rodeaban la máquina. Estaba conectada mediante tres cables de diferentes colores (rojo, verde y azul) al proyector. Cynthia dividió en dos el cabello de Kitterick, insertó la tarjeta en la ranura de su cráneo y encendió un interruptor en la parte de atrás de la silla.
El globo de realidad empezó a brillar.
Pyrgus miraba, fascinado, cuando una joven trinia muy guapa con un bañador de lentejuelas se materializó dentro del globo.
- -¡Concéntrate, Kitterick! —-ordenó la Dama Pintada.
- -Lo siento, madame.
La hermosa trinia desapareció y la sustituyó una réplica de la cámara de privacidad de lord Hairstreak. Estaban todos allí: Blue junto a Hairstreak, Flapwazzle... («¿Dónde se ha metido Flapwazzle?», pensó de pronto Pyrgus. Había regresado con ellos al palacio.) Henry, Kitterick y el propio Pyrgus en la habitación con la puerta cerrada. Y detrás de Pyrgus, la esbelta figura de Pelidne, el vampiro de Hairstreak. Nadie se movía.
- -Escena en movimiento —-exigió madame Cardui.
La escena cobró vida en tres dimensiones, a todo color y con sonido estéreo.
- -¿Kitterick? —-preguntó Blue en tono desenfadado.
- -Como nunca, señora. —-El Kitterick que se hallaba dentro del globo de realidad asintió con gesto benévolo-—. Yo diría que en la cúspide de mi salud. —-(Pyrgus se fijó en que el verdadero Kitterick, el que estaba sentado en la silla, vocalizaba las palabras en silencio.)
- -Tras el intercambio de cumplidos, majestad —-intervino Hairstreak-—, tal vez vuestra gente se digne contarnos por qué ha entrado en mi propiedad y qué...
- -Traemos un mensaje confidencial para su majestad. —-(Pyrgus se vio a sí mismo diciéndolo)-—. Íbamos a...
- -Cállate, Pyrgus —-lo cortó Blue, y se volvió hacia su tío-—. Lord Hairstreak, tal vez si nosotros...
Y entonces ocurrió. Henry dejó su lugar junto a la puerta y se acercó a Blue y Hairstreak. Tenía una expresión extraña en el rostro, como la de alguien que escuchase una música lejana.
- -Es hora de que nos vayamos, Blue —-dijo, y la agarró por un brazo.
Pyrgus observó cuidadosamente. Podía ser que Blue estuviera sobre aviso, aunque por su cara no lo parecía. Se mostró sorprendida y recelosa, y un poco conmocionada. Pyrgus habría apostado su cuchillo halek a que, si no hubiera sido Henry, su hermana habría apartado el brazo. La vio avanzar, de mala gana, hacia la puerta.
- -¡Pelidne! —-Era la voz de Hairstreak.
En la escena debía de influir la concentración de Kitterick, porque el foco se redujo y Hairstreak, Kitterick y gran parte de Pyrgus quedaron cortados. Pelidne aumentó de tamaño, igual que Blue y Henry.
- -Cámara lenta —-murmuró madame Cardui.
De la cabeza de Kitterick surgió un audible «clic» cuando la apoyó en la silla. Dentro del globo de realidad, Pelidne retiró despacio la mano del hombro de Pyrgus, aún visible, y empezó a situarse entre Blue y la puerta. A pesar de que la escena estaba ralentizada, se movió a considerable velocidad. Pero no podía compararse con la velocidad de Henry. Incluso con la escena a paso lento como un caracol, se lo veía borroso. Pyrgus se fijó en que retorcía el cuerpo para sacar algo de un bolsillo.
En el momento Pyrgus había pensado que Henry estaba apuñalando al vampiro. En aquel instante se dio cuenta de que le había clavado una estaca, que entró en el pecho de Pelidne como una espada y se hundió en él, enterrándose salvo un par de centímetros.
Lo que ocurrió a continuación fue aún peor que la realidad, pues se rebobinaron todos los detalles a cámara lenta. La escena retembló cuando Kitterick echó la cabeza hacia atrás para evitar el chorro de sangre. Pelidne se convirtió poco a poco en polvo podrido. Su ropa debía de ser nueva porque quedó impecable en el suelo.
- -¿Qué...? —-preguntó alguien. A Pyrgus le pareció que podía tratarse de la voz de Blue.
El foco de la escena se redujo de nuevo. Pyrgus oyó a su espalda algo similar a un ronquido, como si Kitterick se hubiese dormido. En el globo de realidad sólo se veía a Henry y Blue. Él la sujetaba por el brazo y la arrastraba hacia la puerta. Parecía tranquilísimo. Nadie diría que acababa de matar a un vampiro.
- -¡No, Henry! —-gritó Blue-—. ¡Suéltame! —-Y trató de liberarse.
Pyrgus se inclinó hacia delante. En aquel punto habían desaparecido.
Pero no desaparecieron. Henry siguió arrastrando a Blue hacia la puerta, que abrió con la mano libre. Miró un momento la habitación, empujó a Blue al pasillo y cerró la puerta a su espalda.
Pyrgus lo contempló con gesto incrédulo.
- -Eso no fue lo que ocurrió —-le dijo a madame Cardui.
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- -Ah, eres tú, Alan —-dijo madame Cardui cuando Fogarty entró-—. ¿Dónde estabas...? —-Se interrumpió-—. ¿Por qué diablos te has vestido así?
Pyrgus se giró y parpadeó. El Guardián llevaba el atuendo de ceremonia del Emperador Púrpura. Sólo le faltaba la corona. Estaba sonriente.
- -Me he enterado de lo de Blue. Alguien tiene que encargarse del negocio. —-Torció el gesto-—. Aunque sea a costa de vestirse como un chulo.
A Pyrgus lo asaltaron las sospechas. Habría puesto su vida en manos de aquel hombre, pero a veces el afán de poder alteraba a las personas.
- -¿Cómo se ha enterado de lo de Blue, señor Fogarty? —-preguntó con recelo.
El Guardián estaba mirando a Kitterick, que seguía atado a la silla con la tarjeta metida en la cabeza.
- -¿Qué?
- -¿Cómo se ha enterado de lo de Blue, señor Fogarty? —-repitió Pyrgus-—. Sólo lo sabíamos Kitterick y yo.
El hombre se volvió lentamente hacia él. Una sonrisa asomó a sus labios.
- -No erais los únicos que lo sabíais. Me lo ha contado la alfombra parlante.
- -¡Oh, Flapwazzle! —-exclamó el chico aliviado.
- -Hemos tenido un problema de protocolo —-explicó muy animado-—. En ausencia de la reina, la autoridad suprema pasa temporalmente al Guardián. Éste puede delegar en el siguiente en la línea de sucesión al trono, que es Comma, ¿quieres que lo haga? No, supongo que no. O puede dirigirse a los parientes más próximos de su majestad ausente, que en este caso eres tú, Pyrgus; ya, no me lo digas, sé que no quieres; o a la reina Quercusia, que está loca y encerrada; o, y esto te va a encantar, a lord Hairstreak. El Guardián puede también asumir el trono durante un período que se corresponde a un mes del calendario. He tomado una decisión ejecutiva. Durante lo que queda de mes rendiréis homenaje al emperador Fogarty. ¿Algún inconveniente? Supongo que no. Y ahora, ¿qué diablos estás haciendo, Kitterick?
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Los delegados llegaron a la mansión de Hairstreak quejándose, pero llegaron. La mayoría de ellos miraban a su anfitrión con abierto recelo, aunque el respeto matizaba sus expresiones. El asesinato de Fuscus había surtido efecto. No había ni un alma en la habitación a la que se le ocurriese oponerse a Hairstreak. Salvo tal vez Hamearis. El duque de Borgoña había estado demasiadas veces a punto de morir para tener miedo, pero saludó con amabilidad al entrar.
¿Se darían cuenta de la ausencia de Pelidne? Hairstreak sintió que una furia impotente le agarrotaba el estómago. Resultaba increíble que el chico humano hubiese matado a Pelidne. Y muy frustrante no saber cómo. Borgoña, con toda su experiencia militar, nunca se había enfrentado solo a un vampiro. El viejo duque Electo había ejecutado a uno en una ocasión, pero había contado con la ayuda de dieciocho de sus mejores hombres, once de los cuales habían muerto en la acción.
Seguramente la ausencia de Pelidne no tendría repercusiones. Si la notaban, supondrían que su amo lo había enviado a alguna parte. No había motivos para sospechar que estuviese muerto, y él no pensaba contarlo a menos que tuviese que hacerlo.
Lo que más lo enfurecía era que Pelidne se había vuelto insustituible. Había pocos vampiros en el reino, y muchos menos que en el Mundo Análogo. Él había tardado años en encontrar uno y meses en negociar un contrato. Aún se estremecía al pensar en el coste. ¿Y qué había conseguido? Unas semanas de servicio, un miserable asesinato y un sistema de seguridad tremendamente caro que nadie entendía. ¿Cómo lo había matado el mocoso?
Hairstreak dejó a un lado esas ideas. Tenía problemas más urgentes que resolver. Aguardó hasta que todo el mundo estuvo sentado y cerró la puerta para activar los hechizos de privacidad.
- -Y bien, Blackie —-dijo Hamearis en tono alegre-—. No esperaba regresar tan pronto.
Tampoco los demás, por la cara que ponían. Hairstreak decidió eliminar los preliminares habituales.
- -La reina Blue ha desaparecido —-anunció sin rodeos-—. Es posible que haya muerto. —-El comentario no era para provocar un efecto teatral: si el chico había matado a un vampiro, podía hacer cualquier cosa.
Hubo un instantáneo rumor de voces. Hairstreak se reclinó en la silla y esperó, sonriendo, mientras los otros hablaban a gritos entre sí. Alguien tomaría las riendas y los calmaría. Por el momento, él no quería hacerlo. Era mejor aguardar antes de realizar su movimiento; de esa forma causaría más impacto.
Fue Electo el que apaciguó el griterío con su peculiar voz de barítono.
- -Si tenéis la bondad de callaros un momento, tal vez nos enteremos de qué ha ocurrido. —-Cuando el ruido cesó, miró a la cabecera de la mesa-—. ¿Hairstreak?
Éste les contó de forma resumida lo que había sucedido. Por una vez no ocultó nada, salvo la muerte de Pelidne.
- -Por Dios —-exclamó Electo cuando el lord acabó de hablar-—. ¿Quieres decir que ella estaba bajo tu cuidado cuando ese tipejo la secuestró?
- -Bajo mi cuidado no —-repuso en tono amargo-—. Estaba de visita en mi mansión, que es distinto. Quiso venir sin medidas de seguridad. No soy responsable de lo que le aconteció.
- -No creo que el bando de la luz opine lo mismo —-murmuró Electo.
- -¿Fuiste responsable, Blackie? —-preguntó Hamearis, directo como siempre.
Hairstreak esbozó una sonrisita fría.
- -¿Que yo lo arreglé para que la secuestraran? —-Negó con la cabeza-—. No; me quedé tan sorprendido como los demás cuando ocurrió.
Croceus, que nunca había sido muy brillante, frunció el entrecejo.
- -No entiendo cómo lo hizo ese chico. ¿No tenías guardias, cerraduras o algo así? ¿Estaba apagado tu sistema de seguridad? Veo que has instalado un sistema nuevo. Me he fijado al entrar.
- -Funcionaban las medidas de precaución habituales. Ya os lo he explicado. El chico y la reina Blue desaparecieron sin más.
- -No te comprendo —-terció Cardamines-—. ¿Te refieres a que utilizaron un cucurucho de invisibilidad o algo parecido?
- -No; se trataba de una nueva tecnología de hechizos. —-Hairstreak les lanzó una mirada penetrante-—. Pero ésos son detalles sin importancia. Lo esencial es que la reina Blue ha sido secuestrada, no importa cómo ni por quién, y que eso cambia la situación política.
Durante unos momentos pensó que iba a tener que dar explicaciones, hasta que Hecla Colias hizo la pregunta crucial, seguramente con la intención de ponerlo nervioso:
- -¿Para qué vino a visitarte la reina Blue?
Hairstreak le dedicó una sonría sombría.
- -Vino a rechazar nuestra oferta de negociación —-respondió.
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La cabeza de Kitterick vibraba de forma alarmante, pero madame Cardui no hizo caso. La repetición en el globo de realidad se hallaba en primer plano y a cámara lenta, lo cual daba a las figuras aspecto de gigantes agotados.
- -¿Qué es eso? —-preguntó Fogarty de repente.
- -¿Qué es qué? —-le preguntó a su vez Cynthia, con el entrecejo fruncido.
- -Ese efecto chispeante. —-Costaba trabajo verlo a causa del ángulo-—. ¿Henry no lleva algo en la mano?
Cynthia se inclinó hacia delante.
- -¡Páralo! —-le ordenó a Kitterick-—. Oh, sí, creo que tienes razón...
- -¿Podemos verlo otra vez? Sólo esa parte.
- -¡Kitterick! —-gritó madame Cardui.
Hubo un desagradable ruido chirriante dentro de la cabeza del trinio y luego se repitió la acción en el globo de realidad.
- -¿Lo ves? —-inquirió Fogarty. El problema eran las posiciones relativas de las personas que salían en la escena. Kitterick sólo podía grabar lo que había visto, y a veces interceptaban la visión cuerpos o muebles. Parecía como si Henry hubiese sacado algo del bolsillo, pero estaba de lado, así que no se distinguía qué era. Y también estaba el destello, parecidísimo al rastro del polvo de hadas en una película de Walt Disney.
- -Sí. Sí, hay algo...
- -¿Un cucurucho de hechizos? —-sugirió. No conocía ningún hechizo que le permitiera a uno abandonar una habitación mientras los demás pensaban que había desaparecido, pero salían nuevos productos al mercado todos los días.
Cynthia arrugó la frente.
- -No creo que sea eso, Alan. Parece demasiado grande para serlo. ¿Y qué me dices de esas partículas, el destello? No salen destellos de un cucurucho de hechizos.
- -¿Y de un nuevo tipo?
- -No lo sé.
- -¿Puedes agrandar el primer plano, Kitterick? —-preguntó Fogarty. El trinio soltó un jadeo, pero el globo de realidad se llenó con una parte del cuerpo de Henry-—. ¿Crees que se trata del borde de una copa, Cynthia?
- -Podría ser. Una copa de cristal. —-Dudó, sumida en sus pensamientos-—. O una hoja halek. Tiene el mismo brillo.
- -¿De dónde iba a sacar Henry una hoja halek? En el Mundo Análogo no las hay. —-Fogarty se enderezó-—. La verdad es que parece cristal, pero no sé. —-Echó un vistazo a la habitación-—. Muy bien, Kitterick, puedes desconectar. Pyrgus, sácale esa cosa de la cabeza antes de que acabe ronco.
- -Gracias, señor —-repuso Kitterick con voz ronca.
Cuando la escena se apagó y el globo de realidad se deshizo, el Guardián habló de nuevo:
- -¿Y el seguidor que habías puesto detrás de Blue...?
- -Los perdió.
- -Creía que eso no podía ocurrir.
- -Pues no, pero ocurrió, cariño.
- -¿Dónde los perdió?
- -En los alrededores de la mansión de Hairstreak.
- -Tiene un sistema de seguridad despiadado —-intervino Pyrgus-—. Si te atrapan los rastreadores, te inyectan una cosa que te deja sin sentido.
- -¿Crees que no pudieron ir muy lejos? —-preguntó Fogarty.
- -Nosotros no pudimos.
- -Interesante cuestión —-observó madame Cardui-—. Entonces, ¿te parece posible que Hairstreak los tenga en su poder en este momento?
Pyrgus se pasó la lengua por los labios, con aire nervioso.
- -No; sin duda Henry buscaba algo. No lo entiendo y tampoco entiendo cómo lo hizo ni por qué, pero se llevó a Blue.
- -Sí, ya lo sé, pero al margen de lo que hiciera o lo que planeara, ¿podría ser que el sistema de seguridad de Hairstreak los hubiese atrapado al salir de la mansión?
- -Podría ser —-reconoció de mala gana-—, pero Henry sabía lo del sistema de seguridad. Le afectó tanto como a Kitterick o a mí.
Fogarty se interpuso entre ambos.
- -Ese seguidor, Cynthia, ¿podría hablar con él?
- -Es un demonio, Alan, ¿comprendes lo que significa?
- -Sí, lo sé. Seguro que puedes adoptar medidas de salvaguarda...
- -Claro. ¿Cuándo...?
Él se encogió de hombros.
- -Ahora. ¿Puede ser ahora?
- -Yo me marcharé y... —-repuso Pyrgus.
- -Quiero que estés con nosotros —-le dijo Fogarty en tono cortante.
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Pyrgus miraba con gesto nervioso. La última vez que había tenido algo que ver con demonios fue cuando un apestoso elfo de la noche que se llamaba Brimstone intentó sacrificarlo ante uno de ellos. Nunca se le ocurrió que podría haber medios para convocar a uno en palacio. Pero madame Cardui era una caja de sorpresas.
Se encontraban en una pequeña biblioteca del sótano, otra estancia de la que él no sabía nada, atestada de una sorprendente variedad de libros raros. Había varios que le parecieron del Mundo Análogo. Sus ojos se deslizaron sobre los títulos: La mónada jeroglífica... Clavis Chymicus... Misterios de la rosa cruz... Iluminaciones... Líber Visionum... Portales astrales... Ars Notoria, antes de llegar al motivo de un círculo dentro de un triángulo trazado en el mosaico del suelo. Había visto aquel dibujo antes, aunque el círculo y el triángulo de Brimstone estaban hechos con partes de animales. Pyrgus se estremeció. Adoraba a los animales.
Aquel círculo tenía una estrella de cinco puntas en su interior. La estancia olía ligeramente a un incienso empalagoso y embriagador.
El señor Fogarty también contemplaba el círculo.
- -En mi mundo sería mejor encerrar estas tonterías —-comentó.
- -¿Encerrar?
- -En un manicomio, Cynthia. Ya nadie cree en eso.
- -Tontos que son —-replicó ella con ironía.
Fogarty siguió el ejemplo de Pyrgus y miró los libros. Sacó uno de los estantes; el muchacho se fijó en el título, Conjurar espíritus, cuando el hombre lo abrió para hojearlo.
- -Creía que todos los portales del infierno estaban cerrados —-dijo Pyrgus.
Madame Cardui estaba muy ocupada con un quemador de incienso.
- -Y lo están, cariño —-contestó con aire ausente-—, pero el seguidor no va a salir de Hael.
- -¿No? —-preguntó sorprendido-—. Pensaba que todos los demonios venían de Hael.
La dama acabó con el quemador y encendió el carbón con una llama azul que surgió de la punta de una larga uña pintada. El humo perfumado empezó a ascender hacia el techo.
- -Sí, claro. Así es, cariño, en última instancia. Pero éste ha sido reclutado. Vive en el reino. Unos cuantos demonios quedaron atrapados aquí cuando los portales se cerraron; la mayoría de ellos están al servicio de los elfos de la noche, por supuesto. Viven en limbos cuando no se encuentran operativos, pero hay que controlarlos igual que si estuvieran en Hael. —-Se fijó en la expresión de Pyrgus y añadió:-— Son bastante cómodos. Los limbos están amueblados. Al menos los míos: cama con cajones, cojines... tienen incluso un pequeño globo de entretenimiento. En blanco y negro, naturalmente.
- -El hogar de los hogares —-dijo Fogarty con una de sus sonrisas salvajes.
- -Comprueba las salvaguardas, por favor, Kitterick —-pidió ella.
- -Sí, madame.
Cuando el trinio se agachó para examinar el mosaico del suelo, el señor Fogarty preguntó por encima del hombro:
- -¿Estás listo, Flapwazzle?
Flapwazzle se había adherido al respaldo de una silla.
- -Sí —-murmuró.
- -Círculo sin rupturas —-informó Kitterick-—. Triángulo sin rupturas. Todos los campos de fuerza activos. Provisiones de incienso suficientes. Asafétida de reserva. Espejo negro colocado —-continuó. Pyrgus buscó un espejo, pero no vio ninguno-—. Cristales de roca alineados. Aceite de ungüento listo. Agua cargada lista. Fumigaciones listas. Ampolla de purificación lista. Ramo de salvia listo. Velas negras listas. Temporizador en marcha. Relámpago atrapado cerrado.
- -Parecen muchas precauciones para un solo diablillo —-comentó el señor Fogarty.
- -Nunca sobran. —-Dijo madame Cardui. Los miró a todos y ordenó:-— Y ahora, todos al círculo, queridos. Tú también, Flapwazzle.
Obedecieron y se apiñaron dentro del círculo. Pyrgus estaba junto al endriago y, sin pensar, se agachó para hacerle cosquillas en las orejas.
- -Esto me recuerda mi época con el gran Mefisto —-suspiró Cynthia-—, que con frecuencia utilizaba demonios en algunas de sus ilusiones más desconcertantes. —-Esbozó una sonrisita infantil-—. Era un elfo de la luz, así que nadie sospechó nunca de él. —-La sonrisa desapareció-—. ¿Preparados para empezar la oración?
- -No tenemos que hacer nada, ¿verdad? —-inquirió Fogarty.
- -Nada en absoluto, cariño, sólo procurar no salir del círculo. Cuando le preguntes, no lo mires a los ojos.
- -De acuerdo —-murmuró-—. ¿Necesitas un libro?
- -Oh, no, cariño. He hecho esto muchas veces, lo sé de memoria.
Se colocó frente al triángulo y alzó los brazos. Kitterick sacó un abanico con una fioritura que habría hecho justicia al gran Mefisto y lo usó para dirigir el humo del incienso hacia madame Cardui, que inició la oración con una agradable y resonante voz de soprano.
No se semejaba en nada a la forma en que Brimstone había llamado a Beleth. Nada de orquesta lejana ni de apariciones graduales. El triángulo estaba vacío, y de repente surgió un diablillo en él, luchando violentamente contra los campos de fuerza invisibles. La criatura medía poco más de metro y cuarto, estaba cubierta de pelo negro de la cabeza a los pies y tenía una larga cola prensil. Tenía también las orejas puntiagudas y derechas, dos cuernecitos en medio de la frente, ojos que ardían luminosamente y una boca gruñona guarnecida con dientecillos afilados. Aunque era más pequeño que Kitterick, a Pyrgus se le antojó lo más terrorífico que había visto después de Beleth.
- -Oh, vamos, querido —-dijo madame Cardui en tono cansado-—. Lo he dicho todo en su debida y prístina forma.
La criatura del triángulo se transformó inmediatamente. El pelo desapareció, el color de la piel pasó del negro al blanco grisáceo, los cuernos y la cola se difuminaron, y la cabeza empezó a inflarse de forma alarmante, como si fuera un globo monstruoso. El cambio se realizó en unos segundos. Pyrgus tenía ante sí a una criatura frágil, de larga cabeza y enormes ojos negros, como las que lo capturaron cuando estaba en Hael. El chico se apresuró a desviar la vista.
- -Éste es John el Negro, Alan —-dijo Cynthia a modo de presentación-—. John el Negro, éste es el guardián Fogarty. Quiero que respondas a sus preguntas con sinceridad, so pena de horribles castigos, tormento eterno, etcétera. Conoces las legalidades tan bien como yo.
- -Por supuesto, madame Cardui —-repuso John el Negro. Tenía una hendidura minúscula y caprichosa a modo de boca. Su voz, bastante aguda, resonaba dentro de la cabeza, como advirtió Pyrgus.
La dama hizo una breve indicación a Fogarty, que preguntó:
- -Eres lo que se llama un seguidor, ¿correcto?
- -Sí, guardián Fogarty.
- -¿Tenías la misión de seguir a la reina Blue?
- -Sí, guardián Fogarty.
- -¿Lo hiciste?
- -Sí, guardián Fogarty.
- -Basta con que digas sólo sí.
- -Sí, guardián Fogarty.
El hombre lanzó un suspiro.
- -¿La seguiste a la mansión de lord Hairstreak?
- -Sí, guardián Fogarty.
- -¿La seguiste dentro de la mansión de lord Hairstreak?
- -Sí, guardián Fogarty.
- -¿La seguiste cuando el joven Henry Atherton la sacó de allí?
- -Sí, guardián Fogarty.
- -¿Adónde fueron?
- -No lo sé, guardián Fogarty.
Fogarty frunció el entrecejo.
- -¿A qué te refieres con que no lo sabes?
- -Abandonaron la mansión y se dirigieron hacia el norte por la avenida principal —-explicó John el Negro, con un curioso tono mecánico en la voz-—. Luego fueron hacia el nordeste por la avenida secundaria y desaparecieron en las proximidades del capricho de Haleklind.
El Guardián miró a Pyrgus, quien le explicó en voz baja:
- -La finca está llena de caprichos, señor Fogarty. El anterior propietario... —-No apartó los ojos del diablillo, y se puso nervioso.
- -¿Qué quiere decir que desaparecieron? —-le preguntó Fogarty a John el Negro.
- -Quiere decir que desaparecieron, guardián Fogarty.
- -¿Te refieres a que desaparecieron sin dejar rastro? ¿Estaban allí y de repente ya no estaban?
- -Sí, guardián Fogarty.
- -¿Utilizaron un hechizo de invisibilidad?
- -No, guardián Fogarty.
- -¿No pudiste seguirlos más?
- -No, guardián Fogarty.
- -¿La reina Blue fue con Henry voluntariamente?
- -Sí, guardián Fogarty.
- -¿Y no tienes idea de dónde pueden estar ahora?
- -No, guardián Fogarty.
- -¿Dice la verdad? —-le preguntó a Flapwazzle.
- -Miente descaradamente —-respondió el endriago.
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Hairstreak contemplaba los preparativos militares con cierta satisfacción.
Se había embarcado en una operación arriesgada. «Aunque no demasiado arriesgada», pensó. La desaparición de la reina sumiría el reino en el caos, al menos durante un tiempo. Con un poco de suerte, sus aliados no descubrirían que había mentido hasta que fuera demasiado tarde. Cabía incluso la posibilidad de que Blue no hubiese comunicado su decisión a sus consejeros (era muy reservada), con lo cual los elfos de la luz no podrían contradecirlo hasta que la reina reapareciese. Si reaparecía. Y entonces él los embaucaría. Era la palabra de la reina contra la suya, y la suya tenía más peso para los elfos de la noche. Además, a esas alturas los preparativos para la guerra estarían muy avanzados. Los acontecimientos tendían a adquirir impulso propio.
Lo único que realmente le preocupaba era que aún no sabía quién la había secuestrado, pues estaba claro que el chico no actuaba solo. Aquello suponía una debilidad en su posición. Pero esperaba que cambiase pronto. Todo su servicio de espionaje estaba trabajando para averiguar quién se encontraba involucrado.
Mientras tanto, los ejércitos combinados de las grandes casas habían empezado a almacenar municiones y suministros en las enormes cuevas situadas debajo de Yammeth Cretch. El duque Electo, que sabía de aquellas cosas, calculaba que en cuestión de días toda la comunidad de los elfos de la noche estaría en pie de guerra.
Aunque el tiempo no importaba gran cosa. El bando de la luz no tenía ni idea de lo que ocurría. Estaban demasiado ocupados buscando a su reina. A menos que los rumores de una cuenta atrás fuesen ciertos. Pero Hairstreak lo dudaba mucho. Su sobrina no estaba tan loca como para resucitar aquella antigua costumbre.
Un soldado que estaba apilando cajas (uno de los hombres de Borgoña, por su insignia) perdió el equilibrio y se retorció violentamente, y le cayó encima todo el montón. El hombre emitió una especie de maullido cuando el pesado equipo comenzó a aplastarle el pecho. A Hairstreak se le ocurrió la idea de dar la alarma, pero la descartó. Resultaba mucho más interesante ver morir al soldado.
Habría muchas más muertes en las semanas siguientes.
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Fogarty se subió el traje imperial por encima de la rodilla y se sentó, rascándose una marca de una descarnada canilla.
- -¡Vaya pérdida de tiempo! —-exclamó.
Pyrgus lo miró con recelo. Nunca se sabía lo que iba a hacer el señor Fogarty, y al actuar como Emperador Púrpura resultaba desquiciante.
- -¿Por qué no lo ha obligado a decir la verdad? —-preguntó.
El hombre le lanzó una mirada bajo las cejas gris acero.
- -Así se hacía antiguamente. Se los amenazaba con tormentos. Ya has oído a Cynthia al leerle la fórmula tradicional. Pero ¿sabes una cosa, Pyrgus? He leído mucho sobre los demonios y creo que nos han engañado, a los humanos y a los elfos, durante un montón de tiempo. —-Dejó de rascarse y se cubrió de nuevo la rodilla-—. No ignoras lo que ocurre con los demonios, ¿verdad? Están organizados como insectos. —-Le indicó una silla próxima-—. ¿Quieres sentarte un minuto?
Pyrgus se sentó en el borde del asiento y esperó. Se encontraban en el despacho oficial del Guardián, tras dejar que madame Cardui y Kitterick arreglasen las cosas después de despedir al demonio.
- -No tratas con insectos —-explicó el señor Fogarty-—. No individualmente. Tratas con la colmena. El individuo es la colmena. Ocurre lo mismo con los demonios. Crees que estás hablando con uno o con otro, John el Negro o quien sea, pero estás hablando con todos. Están unidos dentro de sus cabezas. Todos vinculados. Y los vínculos se juntan en el rey. Así que, en realidad, estás hablando con Beleth.
- -¿Beleth? —-Pyrgus no estaba seguro de entenderlo.
- -No lo entiendes, ¿verdad? —-Suspiró-—. Es lo mismo. Nunca llegarás a nada atormentando a un demonio individual. ¿Qué le importa John el Negro a Beleth? Al pobre diablillo lo vendieron como sirviente y tiene que hacer lo que le ordenan, mientras Beleth se queda con su paga. Tortura a John el Negro todo lo que quieras, pero no te dirá nada que Beleth no desee que diga. Beleth tiene sus propios planes.
- -Pero la gente, los elfos de la noche, torturan a los demonios. Es una de las formas de controlarlos.
Fogarty se encogió de hombros.
- -Un mero juego, por lo que yo sé. Una manera de que la gente crea que los controla. Pero a un demonio no se lo controla. Siempre oculta cosas. Siempre sigue las órdenes de Beleth.
- -¿Qué vamos a hacer? ¿Buscaremos a Blue? —-Dudó un instante y añadió:-— ¿Y a Henry?
- -Bueno. Es tan cierto como el infierno que John el Negro no va a decirnos dónde están. —-Miró de reojo a Pyrgus-—. Pero tú podrías hacerlo.
Al chico lo asaltó uno de aquellos sentimientos de zozobra que lo asaltaban a veces.
- -¿Qué? —-dijo, lleno de incertidumbre.
- -¿Qué tenía Henry en la mano? —-preguntó el señor Fogarty; esperó un segundo y añadió:-— Oh, vamos, Pyrgus. Me he fijado en tu cara cuando Kitterick estaba repitiendo las escenas. Nos preguntábamos si sería una copa de cristal o un cuchillo halek, pero tú sabías de qué se trataba, ¿verdad?
El muchacho bajó la vista, echó un fugaz vistazo a su espalda y volvió a bajar la vista.
- -Sí —-admitió al fin.
Fogarty esperó.
- -Bueno, ¿vas a decírmelo o prefieres seguir ahí sentado con cara de desgraciado?
- -Era una flor de cristal.
- -¿Y el polvo de hadas?
Pyrgus parpadeó.
- -¿Polvo de hadas...?
- -Esa cosa que centelleaba. Lo has visto en la repetición.
- -No sé qué era. Nunca había visto nada parecido. Podría ser lo que queda cuando el cristal se estruja y se convierte en polvo.
- -¿Se te ocurriría estrujar el cristal y convertirlo en polvo con una sola mano?
Pyrgus sacudió la cabeza, aturdido.
- -Supongo que no —-dijo Fogarty-—. ¿Qué sucede, Pyrgus?
Este, que no podía apartar la vista de los ojos grises del Guardián, tragó saliva.
- -Tal vez fuera una especie de magia nueva o algo semejante. Puede que Henry...
- -Corta el rollo —-replicó con impaciencia-—. Henry no hace magia. Es alérgico a ella. No me lo trago, Pyrgus, y tampoco me trago tu forma de actuar. Sabes algo que no quieres contarme y pienso sacártelo aunque tenga que retorcerte el cuello. Estamos en una cuenta atrás, por el amor de Dios. Dejando a un lado la seguridad de tu hermana, si no la encontramos en menos de tres días, estallará una guerra.
- -He visto antes flores como ésa —-reconoció Pyrgus.
Fogarty soltó un explosivo suspiro.
- -Ah —-exclamó-—. Muy bien, ¿dónde?
El chico se humedeció los labios.
- -Hay un elfo de la noche que se llama Zosine Ogyris...
- -¿El mercader rico como Creso?
- -No sé nada de Creso, pero él es rico.
- -¿Qué hace? —-se interesó el hombre-—. ¿Fabrica esas cosas?
Pyrgus negó con la cabeza.
- -No; las cultiva.
- -Creía que habías dicho que eran de cristal.
- -Sí, son de cristal. Cristal de roca. Pero Gel... alguien me dijo que las cultiva. —-Dudó, mirando al señor Fogarty-—. Yo tampoco sé cómo es posible.
El Guardián se quedó callado unos momentos, y luego decidió obviamente no preocuparse por las imposibilidades.
- -¿Qué hace con ellas? ¿Las vende? —-Frunció el entrecejo-—. No he oído hablar de flores de cristal.
Aquélla situación era terriblemente incómoda. Pyrgus se preguntó si no podría correr un tupido velo sobre el resto. Pero le daba un poco de miedo el señor Fogarty y tenía la sensación de que ya se había metido en suficientes problemas sin necesidad de empeorar las cosas, así que respiró hondo.
- -Creo que las cultiva para lord Hairstreak.
Fogarty lo miró asombrado.
- -¿Y para qué las quiere Hairstreak?
- -No lo sé —-respondió con desaliento.
El Guardián se levantó y empezó a caminar. De repente se volvió hacia Pyrgus.
- -¿Por qué diablos no habías dicho nada de esto antes?
Pyrgus era incapaz de mirarlo a los ojos.
- -Pos taba vendo ja —-murmuró.
- -¿Que estabas qué?
- -Estaba viéndome con su hija.
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En ese momento llegó tan campante madame Cardui.
- -¿Viéndote con la hija de quién, cariño? —-preguntó alegremente.
Pyrgus gimió para sus adentros.
- -De Zosine Ogyris —-respondió el señor Fogarty por él.
La expresión de la dama cambió al instante.
- -¿De un elfo de la noche? —-Miró a Pyrgus, atónita-—. ¿Has estado viéndote con alguien de los elfos de la noche?
- -Sí —-admitió Pyrgus.
- -¿Y de los elfos de la noche que se dedican al comercio? —-Lo dijo como si fuera la peste.
- -Sí, su padre es mercader —-respondió el muchacho, un poco ofendido por el tono de madame Cardui. Aunque lo incómodo era que se tratase de un elfo de la noche.
- -Pero eres príncipe del reino.
- -Sí, ya lo sé. —-No sabía qué más podía decir, así que se calló. Por algún motivo se sentía muy joven. Parpadeó ante la Dama Pintada.
- -¿Va en serio? No estás... no estarás...
- -Pues claro que sí —-intervino el señor Fogarty-—. Es un adolescente; sólo piensan en eso.
- -No me refería a eso, Alan. Es muy normal que un joven de buena cuna se divierta con el campesinado de vez en cuando; la familia real lo ha hecho durante siglos. —-Se volvió hacia Pyrgus-—. Me refería a que no estarás pensando en casarte con ella, ¿verdad?
- -Oh, no —-se apresuró a contestar el chico. Lo cual era cierto, y no porque Gela fuese una persona corriente ni una estupidez por el estilo. Le parecía realmente estupenda y lo había... impresionado mucho cuando la conoció. Pero nunca había pensado en el matrimonio. Y era lógico, pues aún no había averiguado qué sentía por Nymphalis. Nymph también era estupenda, pero de otra forma. Y casi tan mandona como su hermana, aunque estaba acostumbrado. El problema estribaba en que no creía que Nymph abandonase su hogar en el bosque.
- -Me alivia oír eso —-dijo Cynthia, interrumpiendo los pensamientos de Pyrgus. Los rasgos de la mujer se suavizaron-—. No pasa nada, cariño; espero que hayas sido discreto. Estoy segura de que es guapísima y muy complaciente, pero ¿de los elfos de la noche? ¿Y en un momento político tan desquiciante? ¡Qué vergüenza para tu pobre y querida hermana!
- -Es muy guapa —-afirmó, y se dio cuenta de que alzaba la barbilla, cosa que ocurría cuando la rebeldía se agitaba en su estómago. ¿Quién se creía madame Cardui que era? Parecía su padre-—. Pero eso...
El señor Fogarty lo interrumpió.
- -Deja al chico en paz, Cynthia. Tal vez se trate de una bendición disfrazada. Pyrgus dice que Henry estrujó una extraña flor de cristal antes de desaparecer y que Ogyris las cultiva para Hairstreak.
La mujer frunció el entrecejo.
- -¿Flores de cristal? ¿Te refieres a flores transparentes como el cristal o a flores hechas de cristal?
- -No lo sé. ¿Y tú, Pyrgus?
- -Creo que son flores hechas de cristal —-contestó, aliviado al ver que el interrogatorio acerca de Gela había terminado-—. No sé si tiene mucho sentido; nunca había oído hablar de ellas.
- -Ni yo tampoco —-admitió madame Cardui con gesto pensativo-—. Me pregunto para qué las quiere Hairstreak.
- -Creo que es lo que deberíamos averiguar —-dijo Fogarty-—. Esas cosas están relacionadas con la desaparición de Blue. Si Henry tenía una, probablemente la consiguió en casa de Ogyris. No entiendo el papel de Hairstreak; él ya tenía a Blue en su poder, pero apuesto a que Ogyris sabe algo. —-Dudó, mientras reflexionaba-—. Además, es la única pista que tenemos.
Madame Cardui lo miró.
- -¿Qué piensas hacer, cariño?
- -Traer a Ogyris para interrogarlo.
- -¿Crees que hablará?
- -Lo hará cuando haya acabado con él.
Pyrgus tosió ligeramente.
- -¿Cómo piensa traerlo, señor Fogarty?
El hombre alzó una ceja.
- -Con un contingente de guardias de palacio.
- -Él tiene sus propios guardias —-informó Pyrgus-—. Gel... Alguien me explicó que es una especie de ejército privado. Y su propiedad se encuentra en medio de Yammeth City. Si envía elfos de la luz armados, probablemente habrá un combate, muy grande. Podría estallar la guerra.
- -¿Se te ocurre algo mejor?
A Pyrgus no se le ocurría nada, pero tenía los pies en la tierra.
- -¿Por qué no voy yo solo a casa del mercader Ogyris a ver qué averiguo? Un elfo de la luz no llama la atención. Sé donde están las flores y conozco la finca... —-Lo último no era del todo cierto, pero Gela le había dado indicaciones y a lo mejor aún seguía abierta la puertecilla. Además, si lo sorprendían, siempre podía decir que había ido a ver a Gela. Con suerte se pondrían en contacto con ella antes de matarlo. Estaba seguro de que la chica respondería por él, a pesar de lo que había sucedido. Siempre que no lo sorprendiesen in fraganti, naturalmente. Resultaba obvio que el mercader Ogyris no quería que nadie supiese de sus preciosas flores.
- -Es demasiado peligroso, cariño —-dijo madame Cardui con firmeza-—. Tu hermana no me perdonaría que te dejase hacerlo.
- -No; espera un minuto, Cynthia —-terció Fogarty ceñudo-—. Hemos de averiguar lo de esas flores, y Pyrgus tiene razón en lo que dice sobre arrestar a Ogyris; eso podría desencadenar la guerra.
- -Podemos enviar a uno de mis agentes, a alguien entrenado.
- -Pero si lo capturan, sabrán que el servicio de espionaje imperial está interesado —-se apresuró a decir Pyrgus-—. Lo interrogarán. Recuerden que mi tío se encuentra involucrado, aunque no sepamos cómo. Pero si me capturan a mí... —-Titubeó, pero acabó diciendo:-— Yo puedo fingir que iba a ver a Gela.
- -¿Gela es la mujerzuela de la hija? —-preguntó con dulzura madame Cardui.
- -No es una... —-Pyrgus echaba chispas.
Pero el señor Fogarty lo interrumpió.
- -El chico tiene razón, Cynthia. Es la tapadera perfecta. No podemos permitirnos cometer errores. Han secuestrado a Blue y nos encontramos al borde de una guerra civil. Una situación delicada. Lo último que necesitamos es empeorar las cosas. Lo único que me preocupa realmente es el tiempo. Nos hallamos en una cuenta atrás. Ni siquiera como emperador en funciones puedo ordenar a los generales que pongan fin al estado de alerta, sólo Blue puede hacerlo. Por tanto, precisamos resultados rápidos.
- -Puedo ir ahora mismo —-propuso Pyrgus-—, si les parece.
- -Sí —-dijo Fogarty-—, tendrá que ser ahora.
- -Llévate a Kitterick —-sugirió madame Cardui-—. Es un excelente guardaespaldas. Por si acaso...
- -Sí. Llévate a Kitterick. Puede pasar por tu criado.
- -Vale, de acuerdo —-aceptó Pyrgus; se encaminó hacia la puerta, pero se detuvo-—. Madame Cardui... —-Se humedeció los labios-—. Acerca de lo mío con Gela...
Ella lo miró.
- -¿Sí?
- -No se lo cuente a Nymph, por favor —-pidió.
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Cuando la puerta se cerró, Fogarty preguntó:
- -¿Vienes a mi habitación, Cynthia?
- -Claro, querido —-respondió muy cariñosa-—. ¿Has ocupado la suite imperial?
Él esbozó una leve sonrisa.
- -No; con el traje ya me basta. Pero he decidido que es mejor que duerma en palacio hasta que hayamos superado la situación de emergencia.
- -El traje te sienta bien —-afirmó madame Cardui con una amplia y cálida sonrisa-—. Emperador Alan suena muy bien.
Fogarty hizo una mueca.
- -Con esta ropa tengo pinta de imbécil, pero la gente obedece al verme.
La habitación que había elegido era espartana, de las que se reservaban habitualmente para visitantes de poca importancia. Pero al menos hacía calor en ella. Fogarty se quitó el traje por la cabeza, se tendió en la cama y dio unas palmaditas en la colcha.
Madame Cardui atravesó la habitación lentamente mientras él la miraba. Resultaba extraño ver dónde había acabado: viviendo en otra dimensión de la realidad, algo sobre lo que solía especular cuando se dedicaba a la física cuántica. Pero no era tan extraño como haber conocido a aquella maravillosa mujer a su edad.
Ella se tendió a su lado y le apretó la mano. En esa ocasión el gesto no le dolió. Los tratamientos de rejuvenecimiento habían curado por completo la artritis de los cinco dedos y empezaban a dejarse notar en la otra mano. Las manchas de la vejez se habían borrado en parte, y aquella misma mañana, cuando se peinaba el poco pelo gris que le quedaba, notó que el cabello comenzaba a crecer. Si seguía con los magos, acabaría pareciéndose a Robert Redford.
- -Estás pensativo —-observó Cynthia.
- -Pienso en la guerra.
- -¿En qué aspecto de la guerra?
- -En que parece inevitable —-dijo Fogarty mirando al techo-—. Cuando iba al colegio, tuve un profesor que nos dijo que no debíamos considerar la historia como un período de paz salpicado por etapas de guerra, sino como un período de guerra salpicado por etapas de paz. Creo que tenía razón. —-Se puso de lado para mirarla-—. Mi padre estuvo en la del catorce al dieciocho.
- -¿Qué es la del catorce al dieciocho?
- -La Primera Guerra Mundial. La primera de mi mundo en la que combatieron todos los países, al menos todos los importantes. Perdimos ocho millones de soldados. Otros tantos civiles murieron. La llamaban la «guerra para acabar con las guerras». Desde luego, acabó con mi padre; lo sorprendió una bala en la batalla del Somme. Pero no acabó con la guerra. La repetimos veintiún años después. Yo estuve en ésa.
- -Cuéntame —-pidió madame Cardui, acariciándole la mano con cariño.
- -Seguramente habría disfrutado más si hubiera sabido que iba a sobrevivir —-repuso él pensativo-—. Tuve miedo todo el tiempo, estuve agotado casi siempre, y dolorido después de que me hiriesen. ¿Sabes que aún me duele cuando hay humedad? En esa guerra destruimos ciudades enteras, países enteros.
- -Tenemos un hechizo para eso —-dijo ella en voz baja-—. Nadie se ha atrevido a utilizarlo nunca.
- -El caso es que esa guerra tampoco acabó con las guerras —-explicó Fogarty-—. Cinco años después de que terminase, hubo otra en Asia, en un sitio llamado Corea. Después de acabar en Corea, empezamos otra cerca, en Vietnam, que duró veinte años. Y después tuvimos la de Afganistán, la árabe-israelí, la de Irán-Iraq, las dos guerras del Golfo, la de las Malvinas, la de Angola y sabe Dios cuántas guerras civiles de las que ni siquiera nos enteramos. Entiendes lo que quería decir mi viejo profesor de Historia, ¿verdad?
- -En el reino no hemos tenido una situación tan mala, pero casi.
- -Lo que me llama la atención es que cuando las cosas derivan hacia la guerra, nadie es capaz de pararlas. Después de que se movilizan los soldados, parece que hay que enviarlos a la guerra como sea.
- -¿Crees que es eso lo que ocurrirá? —-preguntó madame Cardui.
- -Hemos movilizado a nuestros soldados. Blue apretó ese botón al ordenar la cuenta atrás.
- -Los elfos de la noche también se están movilizando.
- -¿Tienes datos del espionaje? ¿Es algo definitivo?
- -Sí.
- -¿Cuándo pensabas decírmelo?
- -Esta noche, cuando estuviéramos solos. No quería mencionarlo delante de Pyrgus.
- -¿Demasiada presión para él?
- -Algo parecido.
Fogarty se puso de espaldas.
- -Quiero que hagas algo por mí, Cynthia...
- -Por supuesto, querido.
- -Quiero que te pongas en contacto con la reina Cleopatra de los elfos del bosque y la convenzas para que luche a nuestro lado.
- -¿Crees que se llegará a eso?
- -Oh, sí —-afirmó Fogarty-—, llegaremos a eso.
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- -¿Pido un ouklo para que nos transporte, señor? —-preguntó Kitterick.
- -¡Nada de eso! —-exclamó Pyrgus-—. Quiero un volador personal.
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Hairstreak abrió el vino y olió el corcho.
- -Tiene casi cincuenta años y el color de la sangre. —-Miró a su invitado y alzó una ceja.
- -Gracias, Blackie —-dijo Hamearis-—. Prefiero la cerveza, pero haré una excepción.
Aquel tipo era un zoquete en muchos aspectos, pero resultaba útil. Gozaba de gran respeto entre los elfos de la noche y era hora de que hiciese algo. Hairstreak llenó con generosidad una copa de vino y la deslizó sobre la mesa. Fue menos generoso con su propia copa. Todas las negociaciones requerían la cabeza despejada si se tenía sensatez, y aquello, aunque Hamearis no lo supiera, era una negociación.
Un vino soberbio. Hairstreak lo bebía a sorbitos. Hamearis vació su copa y la empujó para pedir más.
- -Tú y yo hemos pasado muchas cosas juntos, Borgoña —-dijo Hairstreak mientras le servía vino-—, así que podemos capear pequeños desacuerdos, ¿eh? —-Se esforzó por hablar en tono campechano y franco, viejos soldados charlando de otros tiempos.
- -Nada de desacuerdos en este momento, Blackie —-repuso Hamearis-—. Ahora que esa pequeña estúpida nos ha tirado nuestra oferta a la cara. —-Estudió la expresión de su anfitrión-—. Si es que nos la tiró a la cara.
Hairstreak optó por no hacer caso a la indirecta.
- -Una oportunidad histórica de reconciliación —-dijo con soltura-—. Es una pena que nos haya dejado de lado.
- -Creo recordar que te mostraste menos entusiasmado cuando surgió el tema. —-Tomó otro enorme trago de vino.
- -Oh, admito que tenía mis dudas. Para ser sincero, Borgoña, temía que mi sobrina reaccionase como lo hizo. Es una chica muy testaruda, muy suspicaz, y tan mal dispuesta hacia los elfos de la noche como su padre.
Hamearis dejó la copa sobre la mesa.
- -¿Qué hiciste con ella? —-preguntó.
La pregunta no era tan inesperada. Hairstreak esbozó una levísima sonrisa.
- -¿Pretendes decir que la secuestré?
- -Se especula...
Hairstreak lo miró a los ojos.
- -Permite que te diga aquí y ahora, como viejo amigo que eres, que no tengo nada que ver con la desaparición de Blue. No la planeé. No la orquesté. No tengo la menor idea de cómo se hizo ni de dónde está. —-Desvió la vista y añadió:-— Aunque mi gente se está empleando a fondo para averiguarlo.
Hamearis habló al cabo de un momento.
- -Te creo, Blackie. —-Alzó su copa de nuevo-—. La verdad es que nunca he creído que lo hubieras hecho tú. Y no porque piense que no eres capaz, sino porque un pretexto como ése, que desapareció sin más, no es de tu estilo. —-Frunció el entrecejo-—. Sin embargo, me gustaría saber quién se la llevó. ¿Qué sucedió en realidad?
- -Desapareció sin más —-dijo Hairstreak sonriendo. Luego se puso serio y se encogió de hombros-—. Es literalmente lo que ocurrió. El chico del Mundo Análogo quiso llevársela. Pelidne intentó impedirlo. El chico mató a Pelidne, y luego la reina Blue y él desaparecieron.
- -No se la llevó al Mundo Análogo, ¿verdad?
- -No veo cómo. Pero no te he pedido que vinieras para hablar de misterios. Blue no está. Nuestra propuesta ha sido rechazada. Tenemos que planificar nuestra estrategia.
- -Hemos de conseguir que la reina regrese —-dijo Hamearis sin rodeos-—. Hay una cuenta atrás en marcha.
- -He oído rumores —-admitió Hairstreak-—. Dudo que sean ciertos.
- -Pues sí que es verdad. Me lo han dicho mis espías.
Hairstreak lo miró, atónito.
- -¿Estás seguro?
- -Me pregunto por qué no te lo han dicho los tuyos.
Hairstreak se preguntaba lo mismo. Rodarían cabezas. Aparte de eso, el protocolo exigía que una cuenta atrás activa se comunicase a todas las partes interesadas. Blue debería haberlo hecho cuando la puso en funcionamiento. El emperador en funciones debería haberla confirmado en el momento de la desaparición de la reina. Y a todo eso, ¿quién era el emperador en funciones? Suponía que Pyrgus, aunque no lo sabía. Miró a Hamearis, horrorizado. No daba crédito a la magnitud de la traición. O a su propia estupidez por no haberla previsto. La verdad pura y dura era que había subestimado a Blue por su empeño en verla como a una niña.
- -¿Cuánto dura? —-preguntó.
- -Tres días.
- -¿Desde su visita o su desaparición?
- -Da lo mismo por lo que veo.
- -Sí, tienes razón. —-Hairstreak lo miró con aire pensativo-—. Eso lo cambia todo.
Hamearis sonrió.
- -Desde luego cambia la medida del tiempo. ¿Qué ibas a hacer, Blackie?
- -¿Hacer?
Hamearis se removió en la silla.
- -Oh, vamos, nunca fuiste partidario de la oferta de negociación. Querías atacar mientras los elfos de la luz tuviesen a una niña de líder. También yo...
- -¿También tú? —-se extrañó Hairstreak-—. ¡Votaste contra mí en el Consejo!
- -Pues claro. No tenías respaldo. Pero ahora han cambiado las cosas. ¿Cuál es tu plan?
Hairstreak dudó un instante, y luego dijo:
- -Ataque sorpresa. Pillarlos desprevenidos. —-Desvió la vista y añadió con amargura:-— No me imaginaba una cuenta atrás.
Hamearis se inclinó hacia delante.
- -Podría haber una forma de recuperar la iniciativa.
Hairstreak lo miró.
- -¿Qué sugieres?
Borgoña era un guerrero veterano en cuerpo y alma.
- -Decapitar a la bestia —-respondió-—. Ya han perdido a su reina niña. Yo hablo de acabar con el resto de su estructura de mando. Asesinar al príncipe Pyrgus y a todos los miembros de la familia real que estén en la línea de sucesión al trono. Descabezar su servicio de espionaje. Hace mucho que tenemos clavada en el costado la espina de la vieja bruja. Matar a su Guardián análogo; ¿cómo se llama? ¿Fogarty? Matar a tu hermana Quercusia. Está loca, pero tiene sangre real y podría convertirse en un punto de unión. Después de eso, nos queda la vía libre para organizar un ataque preventivo contra el palacio y eliminar a los generales. Sin su estructura de mando, los elfos de la luz se convertirán en ovejas. Podemos invadirlos y asumir el mando; tú puedes invadirlos y asumir el mando. Es una operación limitada, Hairstreak. Si quieres, la organizo yo. Utilizaré al gremio de asesinos para que no sigan el rastro hasta nosotros. Podemos hacerlo sin problemas antes de que la cuenta atrás expire.
Hairstreak lo miró un momento, y luego dijo:
- -Hazlo.
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La habitación era un cubo blanco, sin nada especial, de unos cinco metros y medio. No había muebles, ni puertas, ni ventanas, tampoco cortinas ni alfombras, aunque el suelo era un poco blando. Blue no vio ninguna fuente luminosa, pero había luz, una iluminación tenue y blanca que no resultaba ni muy clara ni muy oscura. Seguía sin saber cómo habían llegado allí.
Henry estaba agachado en el suelo, con la espalda apoyada en la pared. Tenía los ojos cerrados, pero Blue sabía que no estaba dormido.
- -¡No puedes tenerme aquí encerrada para siempre! —-gritó. Aunque no valiera para nada, decir algo rompía la monotonía del lugar. Estaba empezando a perder la noción del tiempo.
- -No tardarán en venir a buscarnos —-dijo él sin abrir los ojos.
- -¿Quién vendrá a buscarnos? —-inquirió, no por primera vez.
Henry no respondió. Nunca respondía a esa pregunta. Blue creía que se había vuelto loco.
- -¡Tengo que ir al baño! —-dijo de pronto.
- -La habitación absorberá los desperdicios —-repuso el muchacho.
- -¿Quieres que me vaya al rincón? —-preguntó muy enfadada. Estaba furiosa con Henry, furiosa con la forma en que la había secuestrado, furiosa con su manera de comportarse. No quedaba nada del antiguo Henry.
- -No quiero que vayas a ningún sitio —-repuso con brusquedad.
Blue era incapaz de asimilar el cambio que se había producido en él. Parecía como si no le importase nada. Ni ella ni lo demás. Había sido muy dominante, muy agresivo, después de abandonar la mansión de su tío. Pero desde su llegada a aquel lugar no se había movido.
- -¡Tengo hambre! —-gritó Blue, esperando una respuesta considerada.
- -No hay comida. Pero pronto vendrán por nosotros.
«¿Quién vendrá por nosotros?» Blue temía hacer la pregunta. No podía creer que Henry trabajase para lord Hairstreak; resultaba inimaginable. Pero debía de estar trabajando para alguien. Y pronto aparecería.
Nada tenía sentido. Si su tío planeaba algo contra ella, secuestrarla o matarla, no había que andarse con rodeos, ¿para qué iba a involucrar a Henry? Hairstreak ya la tenía en su poder. Al principio no había ningún guardia y después tan sólo la protección de un trinio herido. Podría haberla...
Sus pensamientos se interrumpieron. Hairstreak no quería que se supiese que la había secuestrado. No podía cometer el delito en su propia mansión. ¡Por eso había involucrado a Henry! Todo estaba muy claro.
Blue comprendió de pronto que estaba pensando lo impensable. Todas las piezas encajaban. Henry la había vendido a su tío. Lo miró y se le revolvió el estómago. ¿Qué le había ofrecido Hairstreak?
Se preguntó qué haría el muchacho si lo atacaba. Era más fuerte que ella —-que tenía un cardenal en el brazo, donde él la había agarrado cuando estaban en la mansión-—, pero no se lo veía muy despierto. Cerraba los ojos a menudo. No estaba dormido. Parecía más bien como si estuviera concentrado en algo, escuchando. Pero aun así...
Si esperaba hasta que él cerrase los ojos, podría acercársele y ponerle el stimlus contra el cuello. Sí, podía. Claro que podía. Sería fácil. Se dio cuenta de que estaba discutiendo consigo misma. ¿Realmente podría matar a Henry a pesar de lo que él hubiera hecho? ¿Podría...?
La discusión interior se desinfló bruscamente como un globo. No tenía el stimlus. Había decidido no llevarlo por si los hechizos de seguridad de su tío detectaban un arma.
¿Podría dominar a Henry sin un stimlus? ¿Arrancarle los ojos o estrangularlo hasta que muriese? Era una estúpida. No tenía fuerza suficiente, ni aunque fuese capaz de hacerlo. ¿Y qué conseguiría haciéndolo? ¿Qué lograría si lo mataba? Ni siquiera sabía cómo había entrado en aquella espeluznante habitación ni cómo salir de ella. No había ventanas, ni puertas...
¿O sí?
De pronto se le ocurrió que lo había creído todo al dedillo. Lo que había visto era una habitación sin ninguna característica, pero lo que veía tal vez no fuera la realidad. Se acordó de una ocasión en que había entrado en la vivienda de Brimstone. No se parecía a cómo era hasta que descubrió el hechizo de ilusión. Allí tal vez ocurriese algo similar. Un hechizo de ilusión podía haber cambiado todo el aspecto del lugar. Al fin y al cabo, la luz tenía que salir de algún sitio, así que evidentemente el foco estaba oculto.
Miró a Henry. Había vuelto a cerrar los ojos. ¿Lo notaría si ella se desplazaba? Sólo había una forma de averiguarlo. Empezó a caminar con cuidado apoyándose en una pared. Henry no se movió.
Caminaba con cautela y muy despacio. Henry podía abrir los ojos en cualquier momento, y cuando lo hiciese, ella quería dar la impresión de que tan sólo estaba estirando las piernas. No sería fácil. Un buen hechizo de ilusión afectaba al carácter de un objeto, no únicamente a su aspecto; pero ni siquiera los mejores conseguían engañar tan bien al olfato como a la vista. Con un poco de tiempo se podían percibir los signos delatores. Pero para eso había que acercarse. Acercarse mucho. Si Henry abría los ojos mientras ella tenía la nariz pegada a la pared, advertiría lo que estaba haciendo.
Miró hacia atrás. Henry continuaba con los ojos cerrados, pero movía los labios silenciosamente, tenía el cuerpo tenso como un muelle y parpadeaba.
Blue se quedó quieta. ¡Había encontrado una puerta! Sólo estaba escondida a la vista. Percibía el contorno sin dificultad. Miró a Henry. Aún no había abierto los ojos.
Blue empujó la puerta con cuidado.
Y se abrió.
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El volador personal era fantástico. Alcanzaba una velocidad máxima siete veces superior a un ouklo. Con sólo una palabra daba una vuelta de campana. Se sostenía en el aire sin calarse y, cuando se ladeaba bruscamente, desataba aquel ruido sónico. Si Pyrgus no estuviese en medio de una misión seria, lo habría pasado muy bien.
Se hallaba sobre la cuadrícula urbana de Yammeth City, y al ver la enorme extensión verde que era su destino final, puso el volador en picado.
- -¿Vamos a estrellarnos en la finca Ogyris, señor? —-quiso saber Kitterick-—. Es posible que el mercader Ogyris tenga una pista de aterrizaje.
- -Y seguramente también defensas aéreas —-dijo Pyrgus, con el entrecejo fruncido-—. Además, no quiero que sepa que estamos aquí. Creo que aterrizaremos en un lugar de las afueras de la ciudad e iremos a pie.
- -Hay una pista de aterrizaje pública muy cerca de la puerta principal de la finca, señor.
- -¿De verdad? ¿Cómo lo sabes?
- -Me he equipado con mapas de Yammeth City, señor.
- -¿Tienes mapas? ¿Por qué no me los habías enseñado? —-Como era la primera vez que usaba un volador personal, había tenido problemas para encontrar las cosas.
- -Son internos, señor. Están impresos en mi cerebro. Me temo que sólo tengo acceso virtual.
Pyrgus puso el volador en circuito de espera y describió un amplio círculo sobre la ciudad.
- -¿En esa pista pública no llamará la atención un volador de los elfos de la luz? Me refiero a que no quiero que se divulgue que hemos llegado.
- -Oh, no lo creo, señor. Los elfos de la noche usan los transportes aéreos mucho más que nosotros, así que habrá montones de vehículos entrando y saliendo. Uno más apenas se notará. Además, este volador no tiene ningún signo.
Pyrgus lo pensó un instante. Nada le apetecía menos que una larga caminata por Yammeth City. Si la pista estaba tan cerca de la puerta de la finca...
- -De acuerdo —-concedió-—. ¿Dónde está ese sitio?
- -Es el largo rectángulo bordeado de verde, delante y un poco a estribor, señor.
Pyrgus lo vio.
- -Lo tengo. ¡Vamos a bajar!
Kitterick tenía razón en que pasarían inadvertidos. Había varios cientos de vehículos de los elfos de la noche aparcados en pulcras hileras. No paraba de entrar y salir gente. Al parecer no había ninguna norma. Pyrgus se puso las lentes y entregó otras a Kitterick.
- -¿Qué es esto, señor?
- -Gafas con cristales oscuros. Así la gente no nos verá los ojos y no sabrá que no somos elfos de la noche.
Kitterick parpadeó.
- -No mido ni metro y medio y tengo la piel naranja. Supongo que se darán cuenta de que no soy un elfo de la noche aunque lleve gafas oscuras, señor. —-Le devolvió las lentes a Pyrgus-—. Permítame decir, señor, que no creo que debamos preocuparnos sin necesidad. Hay bastantes trinios empleados en el servicio en el Cretch. Y más aún desde que los portales de Hael están cerrados y los demonios servidores son muy raros. —-Empezó a recoger el equipo de vuelo-—. ¿Puedo preguntarle si tenemos un plan para esta misión o si nos vamos a limitar a agazaparnos tras los arbustos hasta que alguien nos ataque como ocurrió en la mansión de lord Hairstreak?
Pyrgus sonrió.
- -Nada de agazaparnos tras los arbustos, Kitterick. Tenemos un plan. Nos presentaremos en la puerta principal y preguntaremos por Gela.
- -¿Gela, señor?
Pyrgus dudó.
- -Mi... amiga. Mi amiga Gela. La hija del mercader Ogyris. —-Se sentía mucho menos seguro de lo que aparentaba. Tal vez Gela no quisiese ayudarlos. En realidad, pensándolo bien, le pareció poco probable, pero no se le ocurría una idea mejor y valía la pena intentarlo.
- -Entiendo, señor.
- -Creo que Gela nos dejará entrar. A lo mejor nos pide que vayamos a la casa para tomar una taza de humo o algo así. Le diré que no le comente nuestra visita a su padre. Luego, mientras uno de nosotros la entretiene hablando, el otro podría escabullirse y echar un vistazo a las flores de cristal. —-Dudó-—. Tal vez tú —-añadió sin convicción.
- -¿Me permite decir, señor, que es el peor plan que he oído en mi vida?
- -Es el único que tengo —-repuso Pyrgus amargamente-—. Podríamos intentarlo.
- -Naturalmente.
* * *
Las puertas principales de la finca Ogyris eran unos enormes bastiones ornamentales flanqueados por estatuas gemelas de demonios sonrientes, talladas en un chabacano mármol rosa. Las puertas eran de hierro forjado letal, tremendamente caro, pero impermeable a los ataques de los elfos y con una fina cobertura negra de hechizos para proteger a los visitantes admitidos que las tocasen por accidente. Estaban cerradas.
Pyrgus parpadeó. No se le había ocurrido que pudieran estar cerradas, aunque al verse allí comprendió que era lo más normal.
- -¿Y ahora qué hacemos? —-murmuró.
- -Permítame, señor —-dijo Kitterick, y colocó la palma de la mano abierta sobre la placa de identificación hundida en la pared de la izquierda.
- -Por favor, diga su nombre y ocupación —-ordenó la estatua más próxima.
- -Por favor, mire a la puerta y hable con claridad —-indicó su gemela del otro lado.
- -Por favor, evite tocar las puertas en todo momento —-dijo la primera estatua.
- -Las puertas son de hierro —-explicó la otra-—. Muy peligrosas para los elfos.
- -El amo las recubrió de hechizos, pero están un poco desgastados.
- -Necesitan repuesto.
- -Así que apártese o deje que el enano las toque. El hierro no afecta a los trinios.
- -El príncipe Pyrgus, ¿verdad? Ha estado aquí antes con la joven señorita Gela, ¿no?
- -Sí —-admitió Pyrgus, nervioso.
- -Me había parecido reconocerlo. Encantado de volver a verlo, señor. Cuidado con las puertas.
- -Me temo que tendrá que decir su nombre y qué le trae, señor —-dijo la otra estatua-—. Para el informe. Debemos comprobar a todos los visitantes con la Central de Seguridad.
- -Tiempos revueltos.
- -Una pura formalidad en su caso, señor.
- -Pero hay que cumplirla. Nombre completo con los títulos, señor. Hable claro, por favor. Oh, y dé también el nombre del enano. Hay que sellarlo, puesto que es la primera vez que viene.
Nada de que Gela los dejase pasar sin que se enterase su padre.
- -Príncipe Pyrgus Malvae de la Casa de Iris —-dijo en voz baja, por si acaso lo oían los transeúntes. Nunca se sabía lo que podía pasarle a un elfo de la luz en Yammeth City. Se oían historias de linchamientos.
- -Un poco más alto, señor —-pidió la estatua.
- -¡Príncipe Pyrgus Malvae de la Casa de Iris! —-gritó, abandonando toda cautela-—. Caballero comandante de la Daga Gris, archidiácono honorario de la Iglesia de la Luz, ex emperador electo, ex príncipe heredero del reino, amigo principal y patrocinador de la Liga Protectora de Animales, presidente del Congreso del Misterio, gran heraldo honorario del Colegio de Heráldica, primer cobredentoide de la antigua y honorable orden de la Mano Inmaculada y otros honores secundarios. —-Tomó aliento y añadió:-— Y Kitterick. —-Se inclinó y preguntó:-— No tienes títulos, ¿verdad, Kitterick?
- -Me temo que no, señor.
- -Y el trinio naranja Kitterick —-dijo Pyrgus en voz alta.
- -¿Y qué le trae por aquí, señor? Sucintamente. Una cosa como «visitar al mercader Ogyris», «traer adornos para la casa» o algo por el estilo, señor.
- -Visitar a la señorita Gela Ogyris.
- -Transmitiendo —-murmuró la primera estatua, y cerró los ojos para procesar la información.
- -¿Le importaría ponerse a mi lado, señor Kitterick? —-preguntó la segunda en tono amistoso-—. Así lo sellaré mientras esperamos.
Cuando Kitterick se acercó a la estatua, ésta sacó un gran sello de caucho de los pliegues de su túnica y le estampó unas luminosas letras OG en la frente.
- -Enséñelas si lo detienen. Tienen validez durante veinticuatro horas. No las lave hasta que quiera quitárselas; la lluvia no les afecta, pero salen con el jabón. Entre las generaciones más jóvenes hay quienes las conservan semanas, como accesorio de moda.
- -Listo —-dijo la primera estatua.
Oyeron un ruido y las enormes puertas se abrieron.
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Henry abrió los ojos, que lanzaron chispas.
- -No te servirá de nada —-dijo.
Blue giró en redondo, con el corazón en un puño. Henry seguía agachado junto a la pared. No había forma de que se levantase, cruzase la habitación y llegase hasta ella antes de que se escabullese por la puerta abierta. Aun así, dudó.
- -Vuelve aquí —-ordenó él, y cerró los ojos de nuevo. Había algo aterrador en su despreocupada confianza.
Blue dio la vuelta y salió por la puerta. Se produjo un leve «clic» cuando la puerta se cerró tras ella.
Se encontraba en otro cubo blanco.
La habitación parecía igual a la que había abandonado. Paredes blancas, suelo blanco, techo blanco, la misma luz oculta, la misma extraña blandura bajo los pies.
Y Henry agachado junto a una pared.
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La serpenteante avenida de la finca Ogyris, de más de seis kilómetros, no estaba pensada para recorridos a pie. Cuando Pyrgus y Kitterick llegaron a la casa, estaba anocheciendo.
- -¿Te encuentras bien, Kitterick? —-preguntó Pyrgus. Le dolían los pies y tenía un tirón en el músculo de una pantorrilla.
- -Como nunca, señor —-respondió el trinio irritantemente.
La mansión Ogyris era una curiosa construcción relativamente nueva. Combinaba las esbeltas agujas de los castillos tradicionales de Haleklind con un sólido apuntalamiento —-muy de moda en el Cretch en esa época-— que parecía inspirado en la mazmorra de un gnomo. El resultado se semejaba un poco a un puercoespín gigante agazapado para saltar. En una ostentosa exhibición de riqueza, Zosine Ogyris había instalado generosos recubrimientos de hechizos que convertían el material de la base del edificio en cobre, plata, oro, platino, oricalco y de nuevo en cobre, etc., a intervalos de siete minutos. En aquel momento era de cobre pulido y el reflejo de los rayos del sol poniente producía la impresión de un incendio.
- -Bueno, ya llegamos —-dijo Pyrgus, acercándose a la gigantesca puerta.
La mujer que respondió a su llamada, y que Pyrgus tomó por una criada, era baja y regordeta, y había algo en sus ojos que recordaba a Gela. Tenía la piel grisácea y las arrugas de la nariz de una campesina de Halek, cosa que era en realidad, pues Ogyris la había traído con él de su tierra natal. Llevaba un almidonado delantal de rayas azules y tenía las manos cubiertas de harina.
- -Siento haberlos hecho esperar —-dijo alegremente-—. Estoy preparando bizcochos.
Pyrgus le dedicó una sonrisa dudosa.
- -He venido a ver a Gela. —-Había llegado la hora de saber si la muchacha quería verlo.
- -No está. Su padre la mandó a casa.
Pyrgus parpadeó. Aquélla era la casa de Gela.
- -Al Creen —-informó la mujer, utilizando el término dialectal para denominar a Haleklind-—. Pensó que estaría más segura. —-Como Pyrgus la miraba con cara de no entender, añadió:-— La guerra.
- -¿La guerra?
- -La guerra que se avecina —-explicó con una naturalidad que lo dejó helado. Sin darle tiempo a reaccionar, la mujer empezó a inclinar el cuerpo en un ángulo alarmante. Pyrgus tardó unos momentos en comprender que estaba mirando algo situado detrás de él-—. ¿Eres tú, Kitterick? —-preguntó con el rostro iluminado.
- -Pues claro, Genoveva —-respondió Kitterick sonriendo, y se presentó ante ella-—. Me alegro de volver a verte.
- -¡Vaya! —-exclamó Genoveva-—. ¡Ésta sí que es una bonita sorpresa! Entra, entra, y que pase el guapo de tu amigo. Prepararé un poco de humo y podéis probar mis bizcochos y decirme si he perdido mano. —-Sonrió a Pyrgus y añadió:-— Así que Gela te conoce... ¡Qué suerte tiene!
Mientras la seguían por un pasillo enlosado en dirección al olor de los bizcochos, Pyrgus le susurró a Kitterick en tono urgente:
- -No sabía que conocieras a los criados de Ogyris.
- -No es su criada, señor —-lo corrigió-—, sino su esposa.
- -¿Su esposa? —-preguntó en voz alta, y luego repitió entre susurros:-— ¿Su esposa? ¿La madre de Gela?
- -Sí, señor. Genoveva, señor. Una mujer muy agradable. Tiene una mano estupenda para los bizcochos, como no tardaremos en comprobar. Se casó con Ogyris cuando tenía dieciséis años y él veinticinco. Antes de que abandonase Haleklind y se hiciese rico. Tengo entendido que son felices como dos tórtolos. Los matrimonios de Halek suelen ser así. Creo que está relacionado con la composición de la tierra.
- -¿Por qué se ocupa de hornear? —-inquirió con curiosidad.
Debió de hablar demasiado alto, porque Genoveva respondió por encima del hombro:
- -Porque no hay una criada en todo el país capaz de hacer bizcochos como los míos. Eso dice Zosine Typha. Yo creo que es un complot para mantenerme a raya —-añadió con sorna.
- -¿De qué la conoces? —-le preguntó Pyrgus a Kitterick.
- -Me temo que no tengo libertad para contarlo, señor.
El chico lo miró, perplejo, y luego dijo:
- -Oh, ¿una misión para madame Cardui?
- -Algo así, señor.
- -Pero ¿la conoces bien?
El trinio sonrió un poco, con los colmillos venenosos al aire.
- -Muy bien, señor. Estupendamente.
Pyrgus abrió la boca para seguir preguntando, pero lo pensó mejor y dijo:
- -Supongo que no podrás conseguir que te hable de las flores de cristal, ¿verdad?
- -No sea tonto, señor —-repuso Kitterick en tono amable-—. Es extremadamente leal a su marido. En algunos aspectos. Además, dudo que sepa nada de ellas. Los hombres de Halek son muy machistas. No les cuentan nada a sus mujeres, nada en absoluto. A veces me ha parecido una característica digna de la mayor admiración.
- -Dejad de cotillear a mi espalda —-dijo Genoveva alegremente por encima del hombro-—. No lo soporto cuando tengo buen apetito.
- -Le sugiero, señor —-continuó el trinio en voz baja-—, en relación con las flores de cristal, que le diga a Veva, la señora Ogyris, que le interesa la arquitectura de Halek y que le gustaría ver la casa. Ella le proporcionará un pase que le permitirá entrar en cualquier área que quiera. Si alguien lo detiene, enséñelo. Yo estaré charlando con ella en la cocina hasta que usted regrese.
- -No me dejará andar fisgando por su casa —-protestó Pyrgus-—. No me conoce desde los tiempos del primigenio.
- -Oh, sí que lo dejará, señor —-aseguró Kitterick-—. Es una tradición de la hospitalidad de Halek.
- -¿Y si quiere acompañarme, guiarme en el recorrido?
- -No lo hará, señor. Acepte mi palabra. —-Sonrió.
- -Ya llegamos, chicos —-dijo Genoveva abriendo la puerta de la cocina-—. Humo y bizcochos, y si os portáis bien, tal vez haya un tarro de mi conserva de melcocha casera.
- -Procure no tardar demasiado, señor —-susurró Kitterick-—. No sé cuánto tiempo podré distraerla.
Pyrgus los siguió a la cocina. El plan parecía una locura, pero por su vida que no se le ocurría otro mejor.
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- -Hola, Blue —-dijo Henry, y sonrió con frialdad-—. Te había dicho que iban a venir.
Estaba flanqueado por demonios. Menos uno, todos se habían presentado con la típica figura larga y flaca y la piel gris. Clavaron sus enormes ojos negros en ella. Blue intentó apartar la cabeza, pero lo hizo demasiado tarde, y sintió que le flaqueaba la voluntad.
La excepción era un demonio flaco, con rabo y desnudo, salvo una cobertura de pelo negro. Tenía un asomo de cuernos, las orejas puntiagudas, los dientes afilados y ojos amarillos y centelleantes. Sonrió y dio un salto para agarrar la mano de Blue. Su piel era suave y agradable, como la de un gato.
- -Ve con John, Blue —-dijo Henry.
«¿Ir adonde?» Era un pensamiento estúpido, pero no se le ocurrió otro en aquel atroz instante. ¿Cómo podía ir a ninguna parte cuando la única puerta de la habitación conducía de nuevo a ella?
Luego la asaltaron otros pensamientos como olas gigantes: Henry no trabajaba para lord Hairstreak, sino para las hordas de Hael, lo cual significaba que no la había traicionado. Porque nadie como Henry trabajaba voluntariamente para Hael. ¡Los demonios lo controlaban!
Parecía una locura, pero se sintió aliviada.
El alivio duró menos de un segundo. Estaban metidos en un tremendo lío y el chico ni siquiera lo sabía. Si querían salir de aquello, dependería de ella. Pero ya había caído en la misma red que Henry. ¿Podría recuperar el control de su mente después de mirar a un demonio a los ojos?
La asquerosa criaturilla que estaba a su lado le apretó la mano calurosamente.
Blue observó en detalle lo que estaba sucediendo. No se sentía distinta de como era habitualmente, sino que se trataba de una ilusión, una trampa sutil. Al margen de lo que sintiese, le daba la mano a un demonio en una habitación llena de demonios. Debería correr, pelear o gritar, cualquier cosa menos quedarse tan tranquila. Cuando los demonios se apoderaban del control de la mente de alguien, lograban que hiciese lo que ellos querían.
¿Podía Blue utilizar ese análisis? ¿Conservaba aún instinto propio?
Intentó mover un poco el brazo izquierdo. Lo movió sin problemas. Aplacó la repentina sensación de euforia. ¿Qué demostraba? A los demonios no les importaba su brazo izquierdo. ¿Y para qué tontear con un movimiento de nada? ¿Por qué no corría y veía qué pasaba? Sería una verdadera prueba. Pero no quería correr porque tenía que ir con John, como Henry había dicho.
Le pareció una idea tan natural que se quedó de piedra.
Había un rayo de luz azul en el suelo. Blue no sabía de dónde salía. La criatura que estaba a su lado se introdujo en su mente y acarició la superficie de su cerebro.
- -Soy John el Negro —-dijo en silencio-—. Vamos juntos a la luz.
Y eso era lo que iban a hacer, por supuesto. Blue dio un pasito, luego otro. Henry la miraba con los ojos entrecerrados y una sonrisa.
Blue trató de recordar lo que Pyrgus le había contado sobre la posesión demoníaca. Cuando le ocurrió a él, se esforzó en no pensar en su nombre, porque cuando sabían el nombre de uno, tenían el control total. ¡Para mucho le servía a ella aquella información! Ellos ya sabían su nombre. Reina Blue, emperatriz del reino de los elfos, que en aquel momento caminaba como una niña sobre un charco de luz.
Pensó que no era el momento de resistirse. La controlaban de forma efectiva, haciéndola caminar. Tal vez más tarde, cuando centrasen la atención en otra cosa, encontraría una oportunidad de escapar.
De la mano de John el Negro, Blue siguió caminando.
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A Blue la condujeron airosamente por el rayo de luz. Una extraña tecnología de hechizos. No había nada parecido en el reino. Producía tranquilidad y sueño y la llevaba con suavidad hacia arriba, cada vez más arriba.
Llegó a la pared de la estancia cúbica y la atravesó como si fuera bruma. Y en ningún momento la mano semejante a la garra de un gato de John el Negro soltó la suya.
El repentino resplandor la cegó y la lastimó. Blue ahogó un grito y retiró la mano. John el Negro sujetó su mente con tenacidad, y ella se quedó quieta, incapaz de moverse, incapaz tan siquiera de cerrar los ojos. John el Negro volvió a tomarla de la mano, y la parálisis de Blue cesó.
Ella intentó borrar las lágrimas de sus ojos. Sentía una gélida calma. El incidente había durado menos de un segundo, pero había aprendido algo. Mientras la criatura demoníaca la sujetaba, la había controlado suavemente. Cuando ella retiró la mano, la respuesta del demonio había sido casi de pánico. Cerrar su mente y su cuerpo desataba una reacción exagerada. Él seguía teniendo el control, pero se trataba de un control crudo y brutal.
Blue se esforzó en no prestar atención al dolor de sus ojos para pensar. El problema era que nadie sabía gran cosa sobre la posesión demoníaca. Los elfos de la noche tenían técnicas y hechizos para protegerse contra ella, pero ni siquiera ellos sabían bien cómo funcionaba. Henry se hallaba bajo control demoníaco, evidentemente llevaba así cierto tiempo, y nadie lo había tocado. El señor Fogarty estaba poseído por un demonio cuando mató al padre de Blue, pero ninguna de aquellas criaturas había estado con él ni lo había tocado en el momento. ¿Por qué aquel demonio tenía que tocarla? Henry y el señor Fogarty eran humanos. Tal vez fuese distinto con los elfos.
Se sumergió en su memoria para recordar qué le había ocurrido a Pyrgus exactamente. Su hermano decía que los demonios habían saltado sobre él, de forma que habían estado en contacto con él. Pero después, ¿le habían dado la mano? No había hablado de eso, aunque no quería decir que no hubiese sucedido. Además, a Pyrgus lo habían poseído mientras estaba en Hael, el mundo de los demonios. A lo mejor también era distinto en Hael.
No importaba. Seguía pensando que había averiguado algo. En aquel momento parecía que los demonios necesitaban el contacto para controlarla de forma efectiva. Era un conocimiento que podía utilizar.
Blue volvió la cabeza, disimulando las lágrimas de sus ojos. El entorno se concretó poco a poco. Se encontraba en una extraña habitación de metal iluminada por un penetrante globo violeta. Cuando sus ojos se acostumbraron, vio que la luz procedía de una hilera de enormes tubos transparentes llenos de líquido que borboteaba lentamente. En el líquido flotaban montones de bebés desnudos con la boca abierta y los ojos cerrados. Observó con horror que los niños respiraban el líquido. No tenía forma de saber si los bebés eran elfos o humanos.
- -Yo tampoco —-dijo Henry, leyéndole el pensamiento. Estaba traspasando la pared en otro rayo de luz azul. Dos de las criaturas grises de ojos negros lo seguían. Los tres aterrizaron como el vilano de cardo.
Cuando Blue miró a Henry, no lo miraba en realidad. Lo comprendió en aquel momento. Había algo detrás de los ojos del chico.
- -Entonces, ¿qué son? —-preguntó enfadada.
- -Híbridos. Parte de nuestro programa de reproducción.
¿Nuestro programa de reproducción? La criatura que hablaba a través de Henry era un demonio. Tenía que conseguir que hablase. Hablar lo distraería. Además, cualquier información podía ser de utilidad.
- -¿Vuestro programa de reproducción? —-repitió.
La criatura dejó de fingir que era Henry. La voz cambió, convirtiéndose en un gruñido grave que sonaba aún más espeluznante al salir de la boca de un muchacho.
- -Para una raza más fuerte —-respondió. La miró con ojos fríos e inexpresivos.
Blue se fijó otra vez en los bebés que flotaban en los tubos. Algunos eran gorditos, pero otros parecían pálidos y enfermizos. Todos se movían despacio en el líquido. Abrían y cerraban las manos. Entonces comprendió algo con horror.
- -Son...
- -En parte del Mundo Análogo y en parte de Hael —-explicó el demonio. Los ojos de Henry la miraban-—. Ahora vamos a empezar la segunda fase.
El silencio era tan profundo que parecía como si se hubieran eliminado los sonidos de la habitación. El miedo agarrotó el estómago de Blue. Temía preguntar, pero debía hacerlo. Su voz sonó ronca, apenas un susurro.
- -¿Cuál es la segunda fase?
La criatura que estaba dentro de Henry deformó los labios del chico en una sonrisa.
- -Un niño de Hael nacido de una madre elfa. —-Los ojos del muchacho se posaron en John el Negro, que apretó la mano de Blue.
Ella intentó apartarse y gritar, pero la dominó la parálisis.
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La vida era muy difícil sin Kitterick. Madame Cardui alzó a Lancelina y le acarició la piel transparente. Cuando una llegaba a cierta edad, las facultades se atrofiaban. Un dolorcillo por un lado, una molestia por otro... Nada que no pudiese soportar, por supuesto, sobre todo con ayuda de los maravillosos parches de rejuvenecimiento. Pero la confusión mental era otra cosa. No había ningún hechizo en el reino para eso. Por eso Kitterick era una ayuda tan grande. Tenía una increíble capacidad de almacenamiento. Listas... informes... cosas pendientes... viejos fotogramas... nuevos planes... lo absorbía todo. Cualquiera pensaría que iba a estallarle la cabeza. Pero no, las cosas salían exactamente en el momento preciso. Admirable. Incluso en un trinio. Se perdería sin él. Ya estaba perdida sin él. Pero las necesidades de Pyrgus tenían prioridad.
Pyrgus. ¡Qué joven tan brillante! ¡Y qué descarriado! Como casi todos los jóvenes. Aquella relación con una elfa de la noche, por ejemplo. Algo espantoso. Alan tenía razón, por supuesto, era la atracción de lo exótico. La fruta prohibida. Los jóvenes nunca pensaban en muchas más cosas (excepto en los animales en el caso de Pyrgus, lo cual resultaba bastante extraño). Madame Cardui suspiró cuando el ouklo se detuvo. También ella se había portado mal cuando era joven. Su padre se retorció cuando le habló del gran Mefisto. Una carrera en los escenarios constituía un tremendo escándalo en aquellos tiempos. Y Mefisto era mucho mayor que ella.
Descendió del vehículo y dio un golpecito en un lado para que siguiera su camino. Estaba segura de que debería haber imitado a Alan, quedándose en el palacio mientras durase la emergencia. Pero la verdad es que a cualquiera le apetecía estar en su propia cama en tiempos de crisis. En su propia cama y en su propia casa.
- -Te daré ratones molidos cuando lleguemos —-le prometió a Lancelina mientras subía por la estrecha escalera. La gata (que lo entendía absolutamente todo según su ama) se puso a ronronear.
El guardián de madame Cardui saltó en el descansillo y ella lo apartó con impaciencia. Resultaban pesadísimas tantas medidas de seguridad. Estaba convencida de que en su juventud las cosas eran mucho más llevaderas. Aunque cuando era joven, no tenía nada que ver con el espionaje. Una ocupación que conllevaba sus riesgos. Suspiró y se dispuso a abrir la puerta de su apartamento.
Lancelina soltó un gruñidito.
La dama se quedó inmóvil, con la mano ante la puerta.
- -¿Qué sucede, cariño? —-preguntó.
Lancelina gruñó otra vez.
Con la gata en los brazos, Cynthia volvió sobre sus pasos y reactivó el guardián.
- -Informe —-ordenó.
- -¿Completo o sinopsis? —-preguntó la criatura.
- -Sinopsis.
- -¿Autorización?
- -Contraseña: Dama Pintada.
El guardián se llevó la mano derecha al turbante.
- -Procesando... Ningún visitante, madame Cardui. Ningún intento de acceso. Ningún incidente, ningún accidente. Salvaguardas intactas. Seguridad intacta. No hay necesidad de reparaciones. Última iniciación del sistema hace dos mil doscientas horas. Situación normal. ¿Reinicio, madame Cardui?
- -No —-respondió con aire ausente mientras regresaba a las escaleras. Cuando llegó a la puerta, Lancelina se agitó en sus brazos-—. No pasa nada, cariño —-aseguró.
Los hechizos de seguridad estaban muy bien, aunque hasta los sistemas más sofisticados se podían burlar contando con recursos. Pero Alan (¡querido Alan!) le había enseñado un truco especial, nuevo en el reino, que según él utilizaban habitualmente los espías en el Mundo Análogo. Se agachó y buscó el hilo invisible que había colocado debajo de la puerta. Estaba intacto. Nadie había entrado por allí.
Madame Cardui abrió la puerta.
En el apartamento reinaba la oscuridad.
- -Luces —-ordenó.
Todos los sistemas se activaron inmediatamente, sobre las paredes bailaron complicados dibujos, música relajante empezó a sonar y surgió la suave iluminación rosada que le gustaba tanto.
El asesino la esperaba en medio del salón.
Estaba vestido de negro de la cabeza a los pies y llevaba las gafas oscuras de los elfos de la noche. Una cinta con la insignia del gremio de los asesinos cubría su frente. Como la mayoría de los asesinos, era pequeño y enjuto, pero llevaba una daga halek en cada mano. Había estado esperando —-sólo Dios sabía cuánto tiempo-— en cuclillas, preparándose para cuando ella entrase.
- -Colmillo —-susurró madame Cardui.
Lancelina dio un salto en una ráfaga de luz, se posó sobre la rodilla del asesino y trepó por su cuerpo hasta la cara, atacándolo con las cuatro zarpas al mismo tiempo. Las gafas volaron por el aire y el hombre chilló mientras la gata le destrozaba los ojos y luego se lanzaba contra la arteria de la garganta.
Cuando el cadáver cayó retorcido al suelo, Lancelina se movió con elegancia y regresó a los brazos de su ama.
- -Ratones molidos —-murmuró ella sensualmente.
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¡El pase funcionaba! A Pyrgus le parecía increíble, pero lo habían parado tres grupos de guardias distintos, y cada vez que enseñaba el pase, lo saludaban con reverencias y sonrisas. Había unas sorprendentes diferencias culturales con Haleklind. Ningún elfo de la luz dejaría que un completo desconocido se pasease libremente por su casa, y tampoco ningún elfo de la noche, sin duda.
Aunque no tan libremente. Había puertas cerradas con llave: la puerta del despacho de Ogyris, por ejemplo, y la de su estudio privado. De hecho, unas cuantas puertas estaban cerradas a cal y canto. Por mucho que mostrara el pase, seguían firmemente cerradas. Tampoco se podía entrar a la fuerza, pues los guardias podían aparecer en cualquier momento. Tenía permiso para ir a donde quisiera, pero ningún pase le daba derecho al allanamiento. ¡Una pena! Seguro que había documentos interesantes en el despacho o el estudio.
Pero no tenía motivos para quejarse. Kitterick valía su peso en oro. El pase le permitía ir a donde quisiera, lo cual significaba que podía salir y echar un vistazo al invernadero. Aunque no sabía si podría entrar cuando llegase.
Salió por la puerta principal, mostrando el pase ante los retratos de los antepasados de Ogyris, colgados en las paredes del vestíbulo.
Encontró el invernadero sin problemas. Fuera reinaba la oscuridad y el edificio estaba iluminado como en su primera visita. Recordó el comentario de Gela de que su padre prefería las protecciones mágicas a llamar la atención apostando guardianes, pero aun así tuvo cuidado. Esperó durante un rato, aguzando el oído, antes de acercarse demasiado.
No había cambiado nada. Las flores de cristal seguían dentro, plantadas en pulcras hileras. Miró a través del cristal (procurando no tocarlo), sin acabar de creer que fuesen plantas vivas. Aunque parecían superiores a la habilidad de cualquier artista. Las flores eran perfectas, las hojas y los tallos de cristal, una verdadera maravilla. Lanzaban suaves destellos bajo los globos de crecimiento. La luz de las estrellas se reflejaba en sus profundidades.
Estaba perdiendo el tiempo. Las reflexiones poéticas no le devolverían a Blue. Tenía que averiguar más cosas sobre aquellas flores, y Gela le había contado que estaban salvaguardadas por hechizos.
Intentó recordar qué había dicho Gela exactamente e imaginar al mismo tiempo qué hechizos utilizaría él para preservar algo tan valioso. Como al mercader Ogyris no le interesaba el dinero, seguro que se trataba de magia muy resistente. Y como las flores eran muy especiales, con toda probabilidad las protecciones contarían con fuerza letal.
Debía empezar con el cristal. Estaba seguro de que Gela se lo había advertido. «Apártate del cristal», le había dicho, o unas palabras similares. Gela creía que era peligroso. Pyrgus también lo creía.
Se le ocurrió una idea y empezó a rodear el invernadero, examinando el terreno cuidadosamente. Al mirar de cerca la hierba, vio que ocultaba restos de insectos en gran número y tropezó con varios pájaros muertos con quemaduras en las plumas. Tenía sentido si su teoría era correcta. Todo lo que se precipitaba contra el cristal se quemaba.
Lo cual significaba que había algún tipo de recubrimiento de alto voltaje.
Pyrgus sintió un escalofrío. Se podía provocar un cortocircuito en un recubrimiento de alto voltaje con un cuchillo halek.
Resultaba peligrosísimo, claro. A veces los cuchillos halek se rompían al utilizarlos y proyectaban su energía a través del brazo del usuario paralizándole el corazón (la razón era que se empleaban más para amenazar que para matar). Pero un soldado le había dicho que si se utilizaban sobre un objeto que contenía hechizos, las posibilidades de que se rompiesen eran de una sobre tres. Sólo los locos los usaban con algo lleno de hechizos.
Pero dándole vueltas a las cosas en la cabeza no iba a hacer que regresase Blue ni a impedir la guerra civil.
Pyrgus sacó su cuchillo. La hoja de cristal azul finamente tallada reflejó la luz del edificio. ¿Se rompería si la empleaba contra el invernadero? El soldado había dicho que las posibilidades eran de una sobre tres.
Pyrgus dudó. ¿Y si sólo rompía un panel de vidrio? Eso podía ocurrir si cada panel tenía un recubrimiento individual. Algunos paneles eran grandes y le permitirían entrar, pero la mayoría de ellos no. Tenía que elegir el objetivo cuidadosamente; desde luego, no se arriesgaría a emplear la hoja halek más de una vez.
Rodeó de nuevo el invernadero, prestando mucha atención a su estructura. Luego lo rodeó otra vez y se detuvo ante la puerta de entrada, que se componía de un gran panel de vidrio y otros más pequeños. Podría pasar por el espacio del grande si se rompía entero. Y si sólo se rompía en parte, metería la mano y abriría la puerta desde dentro. No le parecía probable que el mercader Ogyris hubiera dispuesto recubrimientos interiores. Lo importante era mantener a la gente fuera, no amenazar a quien estuviese trabajando dentro.
Se humedeció los labios y dio unos golpecitos con la hoja halek sobre la palma de su mano izquierda. ¿Tenía valor para hacerlo? Sintió el cosquilleo de las fuerzas atrapadas en la hoja cuando afloraron a la superficie. Había una oportunidad sobre tres de que estuviese a unos segundos de la muerte.
Pensó en Blue y lanzó el cuchillo contra el cristal.
El resultado fue sorprendente. De la hoja salieron energías mágicas, pero no se rompió (¡No se rompió! ¡Sí! ¡Gracias, poderes de la luz!). El panel de vidrio se resquebrajó estrepitosamente y se deshizo en un montón de cristalitos que cayeron a sus pies. Pero antes de que Pyrgus se moviera, las grietas empezaron a cubrir la superficie del invernadero. Los vidrios se quebraron uno tras otro, desmoronándose en pedazos y haciendo cada vez más ruido. Las grietas se multiplicaron. Enormes planchas de cristal se aplastaron contra el creciente montón de fragmentos que cubría el suelo. Algunos paneles cayeron enteros y se hicieron añicos al estrellarse contra la tierra. En cuestión de segundos Pyrgus se vio rodeado por una tempestad de cristal roto. El ruido era atronador.
- -¡Caramba! —-murmuró.
Se hallaba junto al esqueleto desnudo de un invernadero. No quedaba ni un solo panel intacto. El estruendo no podía pasar inadvertido. Como mucho, tenía unos minutos para hacer lo que debía hacer. Después, seguro que aparecían los guardias.
Pyrgus enfundó el cuchillo y atravesó la entrada vacía, aplastando el cristal roto con los pies. Los globos de crecimiento habían sobrevivido y colgaban en las alturas de la estructura del edificio. Había cristal roto dentro, pero las flores parecían milagrosamente intactas.
Miró a su alrededor con gesto culpable. Era un absoluto desastre. Se había metido en un buen problema. Con el mercader Ogyris. Con Gela. Seguramente con la mitad del reino. ¡Una destrucción increíble!
Pero no había tiempo para preocuparse por eso. Al acercarse comprobó que Gela tenía razón: las flores eran de verdad. Los tallos estaban plantados en tierra abonada con un novedoso sistema de hilos que proporcionaba alimento y humedad. Algunos tenían brotecillos en la base.
Pyrgus aún no sabía qué eran y le quedaba poco tiempo para averiguarlo.
Había arriesgado tanto que cualquier otro riesgo parecía pequeño. Estiró la mano, arrancó la flor más próxima por el tallo y la guardó en el bolsillo. Nunca desvelaría el secreto de las flores allí. Su única esperanza consistía en recoger algunas e investigarlas posteriormente, a ser posible con la ayuda de personas que supieran más que él de aquello.
Iba a arrancar otra flor de cristal cuando los guardias cayeron sobre él como una tromba.
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Pyrgus luchó como una furia. Pero aparecieron guardias por todas partes hasta que estuvo rodeado por un remolino de casi cien. Aunque utilizase de nuevo la hoja halek, no se libraría. En unos instantes se vio sobre el suelo, aplastado por el peso de los cuerpos.
- -¡Inmovilizadlo, muchachos! —-ordenó una voz ronca.
Dos de los guardias lo sujetaron por los brazos. Otros dos ayudaron a ponerlo de pie. Pyrgus dejó de luchar. Estaba rodeado de hombres que iban mucho más armados que él.
- -¿Lo registro, señor? —-preguntó alguien-—. Tal vez lleve un arma.
- -Tengo un pase de la señora Ogyris.
- -Un pase, ¿eh? —-preguntó el oficial, y miró con gesto significativo el desastre del invernadero.
- -Deje que se lo enseñe —-pidió Pyrgus. El pase no serviría para mucho, pero si ganaba tiempo, a lo mejor se le ocurría algo más sensato.
Uno de los soldados le aflojó el brazo, y Pyrgus se soltó. El hombre no se molestó en volver a sujetarlo: el muchacho no iba a ir a ninguna parte.
- -Lo tengo aquí —-dijo. Pensó que tal vez cambiasen las cosas si les decía quién era. Podían decidir matarlo allí mismo, por supuesto, pero se trataba de un príncipe del reino, así que a lo mejor preferían entregarlo a las autoridades de palacio o llevarlo a Haleklind. Fuese lo que fuese, debía hacer algo.
Buscó el pase en el bolsillo y su mano se cerró sobre la flor de cristal. Cuando iba a sacarla, uno de los soldados gritó:
- -¡Cuidado! ¡Tiene un arma!
Media docena de hombres se abalanzaron sobre él. El brazo de Pyrgus se agitó y su mano se cerró entre convulsiones. La flor se disolvió en un polvo brillante entre sus dedos.
Los movimientos cesaron. Los guardias se quedaron quietos como si fueran de piedra.
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Los demonios llevaron a Blue a una habitación diferente.
Había una extraña cama con una colcha de color rojo brillante y abultados tubos metálicos que salían de debajo y desaparecían en el suelo. Los globos luminosos del techo emitían una suave luz rosada que dejaba sombras agazapadas en los rincones en penumbra. Había una pantalla en una pared. Y nada más.
Los demonios se retiraron. Henry se derrumbó en el suelo.
- -¡Dios, Blue! —-exclamó-—. ¡Cuánto lo siento!
La parálisis de la joven desapareció y el escurridizo control de Hael abandonó su mente. Giró en redondo cuando la puerta se cerró. Henry estaba llorando, el antiguo Henry, el que ella conocía, no la cosa que había estado hablando a través de él. Se arrodilló a su lado, dudó y luego posó la mano sobre el hombro tembloroso del chico.
- -¿Qué ha ocurrido? —-le preguntó con ternura.
Durante unos momentos Henry no fue capaz de responder, ni siquiera de alzar la vista. Después volvió el rostro cubierto de lágrimas hacia ella.
- -Me obligaron a hacerlo, Blue —-dijo.
Blue le acunó la cabeza como si fuera un niño.
- -Lo sé, Henry, lo sé.
Permanecieron así, acurrucados en el suelo, mucho tiempo. El muchacho dejó de llorar al fin y se apartó con suavidad.
- -Ahora estoy bien. Me encuentro mejor.
- -Necesito saber qué ocurre. Tengo que saber qué pasa. —-Dudó-—. ¿Tú lo sabes? —-Tal vez él no se acordase.
Henry empezó a levantarse. Parecía sentirse mal, casi enfermo. Por algún motivo evitó mirarla a los ojos.
- -Te hablaron de su programa de reproducción —-murmuró.
Blue se estremeció, pensando en John el Negro.
- -No ocurrirá —-dijo con firmeza-—. Antes me mato. —-Se fijó en la expresión de Henry-—. ¿Qué pasa? No creerás que yo iba... ¿Con un demonio?
- -No es con un demonio, Blue, sino conmigo.
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- -¡Las flores paran el tiempo! —-anunció Pyrgus de forma teatral. Casi no se lo creía, pero estaba emocionado y aterrado a la vez. El único problema era que aún no sabía adonde había llevado Henry a Blue. Pero sí sabía cómo y tal vez pudiera averiguar su paradero a partir de ahí.
El señor Fogarty, en camisa y calcetines de dormir, le lanzó una mirada fulminante.
- -¿Y eso qué significa? —-preguntó.
- -¡Paran el tiempo! —-repitió Pyrgus-—. Los guardias me rodeaban, yo estrujo una flor y el tiempo se detiene. Los guardias se quedan inmóviles, pero yo puedo moverme. Así me he escapado.
- -¿Un hechizo de éxtasis? —-Frunció el entrecejo.
- -No —-repuso, alterado-—. Las flores detienen el tiempo. El tiempo se detiene para todo el mundo menos para la persona que toca la flor. He salido, subido a mi volador y regresado aquí. —-Miró al Guardián sonriendo como un idiota-—. ¡El viaje de regreso ha durado cinco minutos! Y eso porque el tiempo estaba parado durante la mayor parte del viaje. Por eso sé que no se trataba de un hechizo de éxtasis. Es como si la flor lo envolviera a uno en una burbuja, y los demás y el tiempo quedasen fuera, de forma que se puede uno desplazar y hacer cosas mientras los otros esperan que avance el reloj. Si no hubiera desaparecido la burbuja antes de llegar aquí, no podría hablarle en este momento.
- -Guardias...
- -¿Has tenido problemas con los guardias del mercader Ogyris? —-Madame Cardui apartó la vista de Pyrgus para mirar por la ventana y sonrió. Se encontraban en una estancia privada del palacio que daba a la rosaleda.
- -Otro follón diplomático —-dijo el señor Fogarty secamente, aunque no parecía contrariado.
La dama se volvió hacia Pyrgus.
- -A propósito, cariño, ¿qué has hecho con Kitterick?
- -¡Ah! —-exclamó incómodo.
- -¿Ah? —-repitió ella alzando una ceja.
- -Me parece que... lo he dejado.
- -¿Porque estaba fuera de tu tiempo?
Pyrgus no lo tenía claro, pero habló al fin:
- -No, no creo, madame Cardui. Es decir, probablemente estaba fuera de mi tiempo, aunque no lo he comprobado. El caso... —-Aquélla era la parte desagradable-—. Me parece que me he olvidado de él. —-Resultaba muy embarazoso, pero era la verdad. Tenía un montón de cosas en la cabeza al salir de la finca Ogyris. Miró avergonzado a la mujer, esperando el estallido.
- -¿No le pasará nada? —-fue lo único que dijo ella.
«No; si el mercader Ogyris no vuelve a casa inesperadamente», pensó Pyrgus, que dijo en voz alta:
- -Seguramente en este momento está de regreso. Kitterick sabe cuidarse.
- -Sí, eso es cierto.
- -¿Cuánto dura? —-preguntó Fogarty de repente con la vista clavada en Pyrgus.
El chico lo miró sin entender.
- -¿Qué?
- -La parada del tiempo —-dijo Fogarty con impaciencia-—. Estábamos hablando de eso, ¿no? ¿Cuánto? ¿Un minuto? ¿Cinco minutos? ¿Un par de horas?
- -No lo sé. Desde mi punto de vista no existía el tiempo.
- -¿Cuántas flores de ésas había?
- -Oh, docenas. Cientos. Tal vez mil.
- -Supongo que no has traído ninguna.
Sacudió la cabeza.
- -No, señor Fogarty.
- -¿No habrás destruido el resto?
Pyrgus se acordó del desastre del gran invernadero.
- -He roto... el lugar en que las cultivan, así que no creo que el mercader Ogyris pueda cultivar más hasta que lo arregle. Pero las flores no se han marchitado ni nada por el estilo. Supongo que lo peor que puede pasar es que dejen de crecer. Estoy seguro de que no morirán, al menos no enseguida. Son de cristal de roca.
Daba la impresión de que el señor Fogarty no estaba escuchando.
- -Imagino que no has averiguado dónde está Blue.
- -No exactamente —-se apresuró a decir Pyrgus-—, pero ahora sabemos cómo se la llevó Henry. Debió de estrujar una de esas flores y la burbuja envolvió también a Blue. Cuando uno está en la burbuja, puede ir a cualquier parte y hacer lo que sea. Nadie lo parará.
- -¿Por qué se llevaría a Blue? —-se preguntó madame Cardui-—. Sé que no le hará daño. ¿No crees, cariño?
Fogarty se levantó bruscamente.
- -De acuerdo; vosotros dos, acompañadme.
- -¿Adónde vamos, querido?
Fogarty estaba serio.
- -Quiero que me acompañes como jefa del servicio de espionaje, Cynthia, y tú, Pyrgus, como príncipe heredero, hermano de la reina o el título oficial que te corresponda. Vamos a ver a los generales y a hablar con ellos para que detengan la cuenta atrás. Si los elfos de la noche tienen flores que paran el tiempo, sería suicida atacarlos mañana. Acabarían con nuestras fuerzas por completo. —-Se dirigió a la puerta.
- -Alan... —-lo llamó madame Cardui suavemente.
- -¿Qué? —-gruñó con impaciencia.
Los ojos de la dama se posaron en la camisa y los calcetines de dormir del señor Fogarty.
- -Creo que resultarás más impresionante si te vistes con tu traje de emperador, cariño.
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Los tres generales imperiales —-Creerful, Vanelke y Ovard-— se encontraban en la sala de situación, en las profundidades del lecho de roca del palacio. Sus uniformes se veían inmaculados, pero parecía como si llevasen días sin dormir. El lugar era un hervidero de actividad. Los mensajeros iban de un lado a otro llevando documentos e información de última hora. Los magos militares estudiaban espejos cóncavos. Soldados con equipos de combate vigilaban todas las puertas y se pusieron firmes cuando el guardián Fogarty entró.
Él miró a su alrededor con curiosidad. Era su primera visita a la sala de situación y el descenso de veinte minutos en el eje suspensor le había dado náuseas. Pero eso no reducía su interés. En medio de la habitación había una enorme mesa de operaciones en que se exhibía una representación geográfica de todo el paisaje del reino. Se trataba de una ilusión muy lograda, el último grito en tecnología de hechizos. Se parecía a un ferrocarril en miniatura que Fogarty había tenido de niño, con todos los detalles en los edificios diminutos, carreteras y puentes, pero mucho más grande. Cuando el ojo se desplazaba en determinada dirección, el paisaje se desplegaba como si la mesa leyese la mente. Lo cual ocurría, seguro. Fogarty observó que con sólo pensar en un lugar, surgía ante la vista. Había movimientos animados de tropas en muchas carreteras.
Apartó los ojos para mirar las hileras de globos de visión de cristal. La mayoría tenían como objetivo Yammeth Cretch, el centro de los elfos de la noche. Un tercio visualizaban Yammeth City.
- -Fíjate en los globos de la fila que está a tu izquierda —-murmuró madame Cardui.
Fogarty siguió la indicación de la mujer. Tres globos mostraban vistas alternas de una gran cueva subterránea. Soldados de la noche estaban almacenando municiones en ella.
- -Está debajo de Yammeth City —-dijo la dama-—. Sólo logramos introducir en ella tres sensores.
- -Parece como si se estuvieran preparando para atacarnos.
Ella asintió.
- -Conocen la cuenta atrás.
- -Tenemos que parar esto. Es una locura.
El general Creerful abandonó un apretado grupo de mujeres uniformadas y se dirigió hacia ellos. Tenía el aspecto de un hombre sin tiempo para interrupciones, pero los saludó con educación.
- -Príncipe heredero. Guardián. —-Su rostro se suavizó un poco-—. Dama Pintada.
- -Que vengan los otros dos —-ordenó Fogarty tajante.
Creerful parpadeó.
- -¿Cómo dice?
- -Vanelke y Ovard. Que vengan. Tenemos que hablar. —-Le lanzó una mirada fulminante. Su experiencia le indicaba que lo único que los militares respetaban era la dureza, y en una situación como aquélla estaba dispuesto a dársela al cien por cien.
Los ojos de Creerful centellearon de ira, pero apartó la vista tras un momento de tensión y volvió sobre sus pasos. Un momento después regresó con sus colegas generales. Ovard fue el único que se atrevió a desafiar a la suerte.
- -Hay mucho que hacer, Guardián. Espero que se trate de algo importante.
- -Si le apetece, tendremos algo más que palabras la semana que viene, Ovard —-repuso Fogarty-—. Ahora mismo no tengo tiempo. Quiero que paren la cuenta atrás.
Ovard tal vez estuviese desconcertado, pero no lo demostró.
- -Ya sabe que no podemos hacer eso, Guardián.
- -Pueden y lo van a hacer —-dijo Fogarty con firmeza-—. Les ordeno que acuartelen a todas las fuerzas de la luz. Se lo ordeno oficialmente como emperador en funciones. Y confirman la orden el príncipe heredero Pyrgus y madame Cardui, jefa del servicio de espionaje imperial. —-Miró a los otros dos, que asintieron.
Ovard suspiró y dejó que el cansancio asomase a su voz por primera vez.
- -Puede presentar a toda la familia real si quiere, Guardián. La ley no cambia. El único elfo del planeta que puede cancelar una cuenta atrás activa es el monarca reinante. La última vez que lo comprobé era la reina Holly Blue.
- -La reina Blue no está en situación de cancelarla.
Creerful se adelantó.
- -Y ése es el motivo de una cuenta atrás, majestad en funciones, como usted bien sabe, o debería saber.
- -He hablado de la circunstancia con madame Cardui —-aseguró Fogarty, muy serio-—. Si no acceden a nuestros deseos, ordenará a su servicio de espionaje que no dé información de reconocimiento.
Creerful suspiró.
- -Estoy seguro de que madame Cardui no hará nada semejante —-dijo sin mirarla-—. Pero si lo hiciera, nos veríamos obligados a arrestarla por traición.
Otra metedura de pata.
- -De acuerdo. —-Fogarty miró a su alrededor para asegurarse de que nadie más pudiese oírlo y clavó los ojos en Ovard-—. A ver qué les parece esto. Los elfos de la noche tienen un arma secreta, cuyos detalles conoce el príncipe Pyrgus, con la cual nuestro pueblo será destruido completamente sin ni siquiera tiempo para levantar un dedo y defenderse.
Esperó, previendo discusiones, dudas y preguntas acerca de los detalles. Pero los tres generales lo miraron con ojos de ancianos que habían visto demasiadas guerras y sufrimientos. Vanelke habló en tono amable:
- -Usted no es del reino, Alan. No esperamos que lo entienda. Se trata de una cuestión de leyes y tradición. No importa que nos eliminen. —-Cerró los ojos un instante y los abrió de nuevo-—. A menos que la reina Blue regrese para dar la contraorden, la cuenta atrás debe continuar. Mañana al ponerse el sol estallará la guerra.
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Blue lo miró asombrada.
- -¿Contigo?
Henry parecía muy avergonzado.
- -Es un poco complicado.
- -Será mejor que te expliques.
Henry se sentó en la cama, pero luego dio un salto como si lo hubiesen pinchado.
- -Lo siento —-murmuró, sin aclarar el por qué. Miró a Blue y se humedeció los labios-—. Me pusieron una cosa en la cara.
Ella esperó. Quería abrazarlo y consolarlo de nuevo, pero tenía que saber qué ocurría y saberlo enseguida.
- -Sigue —-ordenó.
- -Me la metieron por el ojo. —-Observó la expresión de Blue y se apresuró a añadir:-— Es como cuando te hacen atravesar las paredes con esa luz azul. No te destrozan el ojo ni nada por el estilo, pero duele mucho y da miedo.
- -Continúa.
- -Es una cosa que te pone en contacto con Haelmente.
Ella nunca había oído aquel término.
- -¿Qué es Haelmente?
- -La Internet de los demonios. —-Reparó en la expresión perpleja de Blue y añadió:-— Una especie de emisora mental que permite que su líder les diga lo que tienen que hacer.
Blue frunció el entrecejo.
- -¿Te refieres a Beleth?
El muchacho asintió.
- -Sí, Beleth. La Haelmente es su red de comunicaciones.
- -No lo entiendo —-dijo, a punto de impacientarse. A veces Henry daba muchas vueltas para explicar algo.
- -Tampoco yo —-admitió él-—. Al menos no del todo. Creo que se trata de una especie de red mental. No sé si es natural o algo que inventaron. Pero permite que Beleth transmita las órdenes con gran rapidez. —-Dudó, y luego añadió:-— Y garantiza que se obedezcan.
Se produjo un largo silencio. Blue se preguntaba por qué nadie le había hablado antes de Haelmente. Tal vez no la conociesen. Los elfos de la luz evitaban el contacto con los demonios y ni siquiera los elfos de la noche los comprendían por completo. Todo el mundo sabía que los demonios eran básicamente malos, pero había algo más importante: eran distintos. Seguramente los elfos nunca habían comprendido esa diferencia. O tal vez fuese una nueva tecnología que habían inventado, como decía Henry.
- -¿Te pusieron algo en el cerebro que te vincula a ellos? —-preguntó al fin.
- -Pueden activarlo a distancia. Ahora está apagado. —-Titubeó-—. Cuando está encendido, yo también soy un demonio.
- -¿Quieres decir que estás poseído? —-Recordó la horrible sensación de John el Negro introduciéndose en su cerebro.
- -Peor que eso —-murmuró Henry-—. Cambio completamente.
Estaba empezando a asimilarlo y a Blue le daba miedo.
- -¿Te conviertes en un demonio?
Henry asintió.
- -Sí.
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Estaban sentados uno al lado del otro en la espantosa cama roja. Henry se mantenía rígido, procurando a toda costa no tocar a Blue.
- -Hay cosas que debes saber —-dijo.
Ella lo miró y esperó.
- -Sólo puedo contártelas mientras mi implante esté desactivado. Ahora soy yo, pero recuerdo la cosa que llevo dentro. Sé lo que están haciendo los demonios y lo que ha estado planeando Beleth.
- -¿Qué?
- -La conquista total. Van a apoderarse de tu mundo y del mío.
El plan llevaba años en funcionamiento, según Henry. El objetivo era el dominio demoníaco del reino de los elfos y de su análogo, el mundo humano. El medio consistía en un programa de reproducción. Beleth había decidido probarlo primero con la humanidad.
Hasta ese momento se habían producido ataques esporádicos. Pero el nuevo plan implicaba un salto para pasar a la acción declarada. Los demonios ya no perseguían a los humanos abiertamente, sino que se concentraban en el secuestro de individuos seleccionados y en reproducirse con ellos. Se trataba de un proceso difícil. Las crías eran enfermizas y muchas morían. Pero sobrevivían bastantes, que se infiltraban en puestos de poder en el mundo terrestre.
- -Empezaron con jefes de tribus y brujos en África —-explicó Henry-—. Siguieron con reyes europeos y sus consejeros, papas, sacerdotes y gente así. Recientemente han sido políticos y dictadores. No son todos malos, desde luego, pero algunos son hijos de demonios vinculados a la Haelmente por la sangre. Llevan siglos empujando a la humanidad hacia el infierno.
- -¿No lo ha notado nadie?
- -Eso ha sido lo más inteligente —-dijo Henry, cansado-—. En cuanto empezaron a infiltrarse, se esforzaron por convencer a la gente de que los demonios no existían.
- -¡Qué ridiculez! —-exclamó Blue.
- -Lo sé. Beleth no creía que los humanos fuesen tan estúpidos, pero uno de sus asesores diseñó una estrategia. En vez de esconderse, los demonios aparecieron ante los humanos, pero en formas absurdas. Leprechauns, boggarts y criaturas así. Cualquier cosa que pareciese misteriosa. Por último hubo unos hombrecillos verdes del espacio exterior que nadie tomó en serio.
- -Espera un minuto —-lo interrumpió Blue. Le preocupaba algo que acababa de oír-—. Si la reproducción con los humanos era tan difícil, ¿por qué no se limitaron a introducir implantes en la gente como hicieron contigo?
- -Nueva tecnología. No la tenían cuando Beleth ideó el plan. Han comenzado ahora a utilizar implantes. El primer ministro británico y el presidente de Estados Unidos tienen uno. Pero los demonios han de ser cuidadosos. Estas cosas son detectadas por los rayos X. Si los humanos averiguan lo que ocurre, podría desbaratarse todo el plan. Y Beleth no quiere; hasta el momento le ha funcionado muy bien. Así que ya ves —-concluyó.
Tras unos momentos, Blue preguntó:
- -¿Qué veo?
- -Por qué estamos aquí.
Blue no veía nada. Tenía ganas de agarrar a Henry y sacudirlo, pero se controló.
- -¿Por qué estamos aquí, Henry? —-inquirió sin perder la calma.
- -Infiltración. Ha funcionado tan bien en mi mundo que quieren probarla en el reino de los elfos. —-Vaciló, desvió la vista y murmuró:-— Comenzando con nuestro hijo.
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Subir en un eje suspensor era mucho menos intimidante que bajar. Para empezar, no había que penetrar en el espacio al principio del viaje. Pyrgus, que flotaba al lado del señor Fogarty, le preguntó en tono vacilante:
- -¿Cree que los generales lo harán?
- -Lo harán —-aseguró Fogarty, y se volvió hacia madame Cardui-—. ¿Te has puesto en contacto con los elfos salvajes?
- -Ojalá no los hubieses tratado así, cariño.
- -¿Te has puesto en contacto con los elfos del bosque? —-preguntó de nuevo, cansado.
- -¿Crees realmente que habrá guerra?
- -Ya has oído a los chicos de uniforme. Estaremos en guerra mañana al ponerse el sol. Hemos intentado evitarlo, Cynthia. La cuestión es ganarla. Has hablado con Cleopatra, ¿verdad?
Madame Cardui bajó la vista y asintió.
- -Recibí un mensaje suyo por la noche. Tuvo la amabilidad de enviar una respuesta inmediata.
- -Que no me has comunicado.
- -Querido, ¿acaso he tenido oportunidad? Estabas en cama cuando Pyrgus llegó con sus noticias, y luego fuimos directos a la sala de situación. —-Se encogió de hombros-—. De todos modos, no avanzamos nada. La reina Cleopatra lo lamenta profundamente, pero entiende que la presente situación es un asunto entre los elfos de la luz y los elfos de la noche. No guarda relación con los elfos del bosque, ni tiene relevancia para ellos, y en consecuencia ha declinado formalmente poner sus fuerzas a nuestra disposición.
Fogarty resopló.
- -¿Puedes concertarme una cita con la reina Cleopatra más tarde?
- -No conseguirás que cambie de idea, Alan. La conozco muy bien.
- -No pretendo que cambie de idea. Si no quiere unirse a nosotros, no se unirá. Pero tal vez tenga algún indicio del paradero de Blue; los elfos del bosque saben mucho de escondites. Y podría ayudarnos a conseguir las flores del tiempo o a destruirlas.
Llegaron a la superficie y salieron del eje suspensor. Pyrgus se animó de repente.
- -¿Se refiere a un ataque de comandos, señor Fogarty?
- -Algo parecido. —-Se fijó en la expresión de Cynthia y añadió:-— Mañana estaremos en guerra. Tenemos que empezar a pensar en formas de ganarla.
- -¡Una idea brillante! —-exclamó Pyrgus con entusiasmo-—. ¡Yo dirigiré el ataque!
- -¡De eso nada! —-repusieron Fogarty y madame Cardui a la vez.
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- -¿Quieren que tengamos un niño?
Henry asintió con gesto abatido.
Blue lo miró durante muchísimo tiempo. En su mente bullían montones de preguntas, pero al final sólo formuló una:
- -¿Por qué nosotros?
- -Porque tú eres la reina —-se apresuró a decir Henry-—. Si tuvieras un hijo demonio, éste estaría automáticamente en una posición de poder cuando creciera.
Se callaba algo.
- -¿Por qué tú? —-quiso saber Blue-—. ¿Por qué no... un demonio de verdad? —-Pensó en John el Negro con su pelo, su cola y su garra que la sujetaba.
- -Yo soy un demonio de verdad cuando activan la cosa. Sólo mi figura permanece igual. Creen que no... aceptarías... algo con forma de demonio. Pensaron que a lo mejor averiguabas que había un demonio en mi interior. Por eso han desactivado mi implante.
- -Podían haberme obligado —-dijo fríamente.
- -No, no pueden. Algo así no es posible. Los implantes no funcionan con los elfos.
Aquella información resultaba interesante. De todos modos, no habrían utilizado un implante con ella: querían una madre elfa, no un demonio que se pareciese a ella. Aun así, los demonios podían entrar en las mentes, tanto de los humanos como de los elfos. ¿Por qué no podían controlarla de aquella forma?
- -¿Qué hay de la... posesión? —-preguntó, llena de dudas.
- -La posesión no obligará a los elfos a hacer algo contra sus principios morales más profundos —-respondió Henry-—. Con ella sólo pueden retenerte, hacerte caminar y cosas por el estilo. Con los humanos es diferente: nos obligan a hacer lo que quieren.
El señor Fogarty estaba poseído por un demonio cuando mató a su padre. Obligaban a los humanos a hacer lo que ellos querían, incluso matar. Blue se agitó con inquietud. Seguía teniendo la sensación de que Henry se callaba algo.
- -¿Por qué te escogieron, Henry? —-preguntó de nuevo.
Él se puso colorado, bajó la vista al suelo y se apartó de ella con rigidez. Durante unos momentos Blue creyó que no iba a responder, pero murmuró:
- -Creen que estás enamorada de mí...
Blue quiso abrazarlo, pero no era el momento. Además, la consumía la furia contra los demonios.
- -¿Creen que lo único que han de hacer es dejarnos solos en una habitación y tendremos un hijo porque yo estoy enamorada de ti?
Henry la miró de forma extraña. Al cabo de un instante dijo:
- -No entienden a la gente.
- -No, no la entienden. —-Casi daba risa.
- -Claro que... —-empezó, pero se interrumpió.
El tono alertó a Blue.
- -¿Qué? Vamos, Henry, debo saberlo todo antes de que te conviertas otra vez en un demonio. Es la única forma que tenemos de sobrevivir a esto.
- -Si nosotros no... —-dijo lentamente-—. Si nosotros no... ya sabes... si nosotros no... me refiero de mutuo acuerdo, ellos... ellos... —-Tragó saliva-—. Te forzarán. Te obligarán.
Blue tardó un segundo en asimilar lo que Henry había dicho.
- -¿Y tú serías...? —-preguntó, ofendida.
- -¡Me convertirán otra vez en un demonio! —-gimió él.
De repente Blue comprendió lo que debía de estar sufriendo el muchacho y suavizó el tono:
- -¿Así que lo intentarán de todos modos, si nosotros no... de mutuo acuerdo? —-Estuvo a punto de añadir: «Porque te amo.»
- -Sí —-afirmó Henry.
Blue suspiró, se levantó y fue hasta la pantalla.
- -Para eso sirve esta cosa, ¿no? —-preguntó, acariciando la pantalla-—. Para ver lo que hacemos.
- -Sí.
Ella hubo de hacer un enorme esfuerzo para contenerse y aparentar una tranquilidad que no sentía porque debía ser fuerte por los dos.
- -¿Y qué ocurre si no concibo?
- -No importa. Lo sabrán enseguida. Tienen una prueba que se lo indica. Si no quedas embarazada, invadirán el reino.
Blue lo miró, asombrada.
- -Todos los portales están cerrados —-dijo como una tonta.
- -Han abierto portales nuevos —-repuso Henry.
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Al acercarse al eje suspensor, había que pasar por una serie de controles altamente protegidos. A Fogarty, madame Cardui y Pyrgus los reconocieron a simple vista, así que las formalidades fueron mínimas, pero la conversación se desarrollaba a trancas y barrancas.
- -La cuestión es —-le dijo Fogarty a madame Cardui-— que con la tecnología de hechizos de los elfos del bosque podríamos entrar en la finca de Ogyris sin ser detectados. Me parece que pueden desplazarse directamente de árbol en árbol. ¿Hay árboles cerca de tus flores de cristal? —-le preguntó a Pyrgus.
- -Es lógico que yo dirija el ataque —-respondió él-—. Conozco el terreno. He estado allí. Y sé dónde están las flores. Son muy difíciles de encontrar.
- -Aunque no lo consigan —-continuó el Guardián, impertérrito-—, sabemos que pueden atravesar las superficies sólidas mejor que nosotros. Cuantos más hombres, menos peligro.
- -Sí, querido, tiene sentido —-dijo Cynthia-—. Pero no creo que Cleo esté de acuerdo.
- -Y soy el único que ha tocado una flor del tiempo —-siguió Pyrgus. Aparte de Henry, que no estaba allí y que era, además, el motivo de casi todos los problemas.
- -Claro que estará de acuerdo —-afirmó Fogarty con gran seguridad, y bajó la voz cuando pasaron ante otro control.
- -Soy el único que conoce la forma de destruirlas —-dijo Pyrgus, preguntándose si se lo tragarían.
- -¿Qué vas a hacer? —-le preguntó madame Cardui a Fogarty con suspicacia.
- -Cautivarla.
Cuando salieron del pasillo de control, se encontraron en la extensa suite del sótano colindante. Cynthia esbozó una simpática sonrisa.
- -Sí, claro, estoy segura de que puedes cautivar a cualquier mujer, cariño, pero aparte de eso...
- -He pensado en explicarle que no les interesa que ganen los otros, cosa que ocurrirá si no encontramos a Blue y destruimos las flores del tiempo. Hairstreak ya llevó los demonios al bosque en una ocasión. Podría volver a hacerlo si obtiene la supremacía. Los portales del infierno no estarán cerrados siempre, te lo aseguro. —-Suspiró-—. También podría prometerle que los dejaríamos tranquilos si ganamos, y supongo que eso le interesará. Firmaríamos un tratado para garantizarlo, tanto por nuestra parte como por parte de los elfos de la noche.
- -¿Crees que los elfos de la noche estarán de acuerdo?
- -Lo harán si ganamos, los que queden.
- -¿Saben? —-continuó Pyrgus-—. No basta con aplastarlas. Yo estrujé una sola flor y el tiempo se detuvo durante... —-No sabía durante cuánto, pero declaró:-— Durante horas. Si se aplastan cientos, no hay forma de saber hasta cuándo se parará el tiempo. Podría pararse para siempre. Tal vez interfiriese con el funcionamiento de nuestro univers...
Unos hombres vestidos de negro aparecieron en la entrada de la amplia estancia. Estaban colocados en forma de flecha y en actitud de combate.
- -¿Qué quieren esos idiotas? —-preguntó Fogarty.
Madame Cardui los miró con sus ojos miopes.
- -Parecen del gremio de asesinos, querido. Supongo que querrán mataros a Pyrgus y a ti.
Un numeroso grupo de espadachines se abalanzó sobre los intrusos.
- -¿Tú crees?
- -Oh, yo diría que sí, querido. Ayer uno intentó matarme.
- -¿En serio? —-dijo Fogarty, preocupado-—. ¿Te encuentras bien?
- -Oh, sí. Lancelina estaba conmigo.
El choque del otro extremo de la habitación estaba adquiriendo proporciones de batalla campal. Pyrgus se fijó en que los espadachines preferían capturar a los asesinos a matarlos, cosa que no acababan de conseguir, pues los asesinos peleaban con una intensidad suicida.
- -¿Quién los ha contratado?
- -Un hombre de lord Hairstreak, el duque de Borgoña, según el que me atacó.
Fogarty frunció el entrecejo.
- -Creía que Lancelina lo había matado.
- -Interrogué al cadáver.
Fogarty apartó los ojos del combate.
- -No sé cómo pudiste interrogar a un cadáver.
- -Se puede hacer cuando está recién muerto.
- -Oh —-exclamó, y frunció el entrecejo de nuevo-—. Deberías haberme dicho que te habían atacado.
- -No quería que te preocuparas, cariño. Además, ¿qué ibas a hacer? Ordené una alerta inmediata en todo el servicio de espionaje. Nos enteramos de los planes del gremio con respecto a ti, Pyrgus y los generales. Como puedes observar. —-Señaló vagamente con la mano la masa de hombres que combatían.
La lucha casi había terminado, y el resultado estaba cantado. Los hombres de madame Cardui superaban en número a los asesinos y eran muy hábiles. Quitaron de en medio a uno o dos cuerpos. El resto de los hombres de negro fueron dominados y conducidos a otro lugar.
- -Ya ven cuál es la lógica de mi posición en este ataque —-dijo Pyrgus, y tomó aliento-—. Y, además, soy su superior jerárquico, Guardián.
- -No me digas —-murmuró Fogarty.
Habían llegado al final de la amplia escalera de piedra que llevaba a los pisos superiores del palacio.
- -Bien lo sabe usted —-replicó con impaciencia-—. Sigo siendo el príncipe heredero o algo similar.
- -Y yo sigo siendo emperador en funciones o algo similar —-gruñó el hombre, y luego suavizó la voz-—. Pero tienes razón. Tú encontraste esas malditas flores, sabes dónde están y las conoces mejor que nadie, así que me parece lógico que participes en el ataque.
- -Que dirija el ataque —-se apresuró a corregir Pyrgus.
- -Muy bien, que dirijas el ataque —-admitió en tono irritado, y miró a Cynthia-—. Podemos enviar a algunos de los nuestros para que lo protejan, ¿verdad? Si son capaces de vencer a los asesinos, no tendrán problemas con los guardias de Ogyris. Intentaré que los elfos del bosque participen. La reina Cleopatra no nos negará un pequeño contingente. Tal vez incluso envíe... —-Se interrumpió.
Madame Cardui miró a Pyrgus.
- -¿Qué ocurre, cariño? —-preguntó-—. ¿Qué te sucede?
Pyrgus contemplaba las escaleras, boquiabierto y asombrado.
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Blue se sentó al lado de Henry, lo abrazó y lo besó.
- -¿Qué haces? —-preguntó él sin resuello; se apartó y la miró, atónito.
Blue lo atrajo de nuevo hacia ella y le susurró al oído:
- -Nos están vigilando. Tenemos que hacerles creer que va a pasar algo.
- -¿Por qué? —-quiso saber, con la boca pegada al pelo de Blue.
- -¡Para ganar tiempo, idiota! —-respondió crispada, y lo besó otra vez. Tras unos momentos el muchacho empezó a reaccionar como si estuviera disfrutando. Cuando se separaron, ella murmuró:-— Vale, no exageremos. —-Se movió, colocando su cuerpo entre Henry y la pantalla-—. Vacíate los bolsillos.
- -¿Qué?
- -¡Vacíate los bolsillos! Hemos de salir de aquí y quiero saber si tienes algo que pueda servirnos. —-Se le ocurrió una idea-—. A todo esto, ¿qué lugar es éste? ¿Lo sabes?
- -Estamos en una de las naves de los demonios. Un transporte. En la tierra los llamamos platillos volantes. —-Obedeció y empezó a vaciarse los bolsillos.
- -¿Esa extraña habitación cuadrada forma parte de la nave?
Henry negó con la cabeza.
- -Es un cubo de almacenaje del limbo —-explicó en términos incomprensibles-—. El platillo nos recogió allí.
Blue lo miró con el corazón encogido.
- -¿Dónde está el platillo ahora? ¿En el espacio?
Henry asintió.
- -Seguramente sí. —-Se fijó en la expresión de Blue-—. ¿Qué pasa?
- -Si estamos en el espacio, no podemos escapar. A menos que sepas pilotar un platillo.
- -No, no sé. Pero recuerdo cómo funciona la luz azul. —-Reparó en la expresión de perplejidad de Blue y añadió:-— La luz que nos sacó del cubo.
- -¡No queremos volver al cubo! —-exclamó. Luego, tras un momento de duda, preguntó:-— ¿O sí?
- -No creo. Pero la luz nos hará llegar a cualquier parte si averiguamos las coordenadas. Hay... —-La miró y sonrió. Había acabado de vaciar los bolsillos.
Blue miró el montoncito que estaba sobre la cama. Había varias monedas desconocidas, un pedazo de papel con algo escrito, un paquetito blanco con lo que parecía un tentempié y varios trozos de cuerda. No era precisamente un equipo de comando para asaltar —-¿cómo lo había llamado?-— un platillo volante.
Se esforzó en pensar. El cubo del limbo estaba atestado de demonios, pero sólo recordaba haber visto a tres en el platillo: los dos que acompañaban a Henry y John el Negro. Seguramente habría otros, ¿cuántos constituían la tripulación de un platillo? Necesitaba saber contra qué se enfrentaba.
- -¿Qué tienes? —-preguntó Henry en un susurro, y miró a su alrededor-—. ¿Crees que debemos seguir... besándonos?
- -¿Qué tengo dónde? —-repuso ella de mal humor, pasando por alto la segunda pregunta-—. ¿Sabes cuántos demonios hay en esta nave? ¿Veinte? ¿Treinta? ¿Cien? ¿Cuántos?
- -En los bolsillos. Tal vez tengas algo útil. Sólo hay tres.
¿Aquello significaba lo que ella creía que significaba?
- -¿Sólo tres de tripulación?
- -No hacen falta más. La mayor parte de la nave es automática. Además, me tienen a mí cuando el implante está activado. —-Se movió para tapar la pantalla-—. A ver, seguro que llevas algo.
- -Esto —-dijo Blue, y le enseñó el fino stimlus medio oculto en su mano. De pronto se sentía eufórica. Sólo tres. Aún existía la posibilidad de que pudiesen salir de allí.
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- -¿Qué es eso? —-preguntó Henry.
«Stimlus», dijo Blue moviendo los labios. De pronto se le había ocurrido que tal vez escuchasen los susurros. No quería estropear el elemento sorpresa.
«Stimlus», repitió Henry de la misma forma, con el entrecejo fruncido.
«Oh, por la luz», pensó Blue. Buscó una tablilla de escribir en el bolsillo de su túnica y también encontró el adorno púrpura que se suponía que debía llevar como reina. Lo ocultó a la pantalla y acarició el recubrimiento de hechizos. Las palabras empezaron a dibujarse en la superficie.
«Mata por contacto.»
Henry miró las letras, y luego a ella.
- -¿El stimlus mata por contacto? —-preguntó.
«Mata por contacto» se borró y fue sustituido por un mensaje en brillantes letras mayúsculas de color rojo: «NO HABLES EN ALTO. SI QUIERES DECIR ALGO, PON EL PULGAR SOBRE LA TABLILLA Y PIENSA CON CLARIDAD.»
- -¡Genial! —-murmuró Henry.
Lo entendió a la primera; la tablilla quedó en blanco y luego aparecieron las palabras: «¿Los matará a todos?»
Blue apartó el pulgar del chico con el suyo.
«Mata sólo a uno. Tiene una carga simple. Debe haber contacto.»
Henry movió el pulgar sobre la tablilla.
«Mejor que una patada en los dientes de un abadejo mojado.»
Ella lo miró, desconcertada.
- -De acuerdo —-dijo, avergonzado, y volvió a poner el pulgar en la tablilla: «¿Cuál es el plan?»
Blue pensó que de vez en cuando estaría bien que otra persona se encargase de todo. Movió el pulgar y sus palabras empezaron a llenar la tablilla: «Colocarse junto a la puerta. Los atraemos, y luego atacamos. Pillarlos por sorpresa. Matarlos.»
- -¿Matar? —-preguntó Henry con los ojos como platos.
- -¡Oh, por Dios! —-exclamó Blue-—. ¿Qué quieres hacer? ¿Invitarlos a un baile?
Henry agarró la tablilla.
«Ellos son tres y nosotros sólo dos.»
«Son unas criaturitas de nada.»
«Nunca he matado a nadie.»
«No te pasará nada si no los miras a los ojos.»
Henry la observó como si estuviera haciéndose a la idea. Tras unos momentos asintió y se puso al lado de la puerta. Blue se acercó a la pantalla y rompió el frágil cristal de una patada. El recubrimiento de hechizos se volvió morado y comenzó a emitir pitidos. La muchacha giró en redondo y corrió para apostarse con su amigo junto a la puerta.
El plan se desarrolló enseguida. Los demonios entraron corriendo, pero sólo John el Negro conservaba su forma original. Los otros dos se habían transformado en criaturas de pesadilla, musculosas y enormes.
- -¡Caramba! —-exclamó Henry.
Blue se dio cuenta de que él no tenía ningún arma. Era una estupidez. No debía de haber empezado aquello hasta que Henry tuviese un arma. Pero no había ninguna, no había nada en la habitación que pudiese servir de estaca. Se adelantó y apretó el stimlus contra el costado del demonio más cercano. Percibió un sonoro siseo y el olor de la carne quemada, y luego la criatura se tambaleó con los ojos en blanco.
Blue dio media vuelta y se llevó la agradable sorpresa de que Henry tenía agarrado al segundo demonio de pesadilla e intentaba estrangularlo. La criatura se sacudía de un lado a otro para desprenderse. Blue hizo un gesto de dolor cuando la rodilla de Henry se estrelló contra la pared, pero se fijó en que el chico no soltaba a su presa. Entonces ella se abalanzó sobre el demonio.
El stimlus resultaba inútil, pues se había gastado después de la descarga. Sabía que no tenía fuerza para matar a aquella bestia, ni aunque Henry la sujetase, así que se lanzó a sus ojos, el punto más vulnerable.
El demonio se puso derecho y rugió, buscando las manos de la joven.
- -Buena chica, Blue —-murmuró Henry, que tenía la frente perlada de sudor y luchaba para no soltar el cuello del demonio. Él no podía matar a una criatura como aquélla, pero sí distraerla hasta que Blue la dejase ciega. Un demonio ciego era casi tan inofensivo como un demonio muerto.
Blue se lanzó a los ojos del demonio otra vez, pero había otro detrás de ella, el diablillo peludo con los brotes de cuernos y las orejas puntiagudas. John el Negro agarró los hombros de Blue con sus finos dedos rematados en garras.
- -Basta, majestad —-le dijo con acento malvado al oído.
Ella cayó hacia atrás. Ambos rodaron por el suelo: John el Negro, agarrado a la espalda de Blue. La joven reina sintió cómo las garras le rasgaban la ropa y luego un dolor agudo cuando llegaron a la piel. Echó la cabeza atrás con la esperanza de darle en el rostro, pero falló. Uno de los brazos flacos del diablillo le rodeó la garganta y la apretó.
Casi al instante, la visión de Blue empezó a nublarse. El demonio adelantó la otra mano y le arañó la cara. La sangre brotó y le empañó los ojos. Blue, desesperada, se lanzó hacia atrás contra la pared más próxima. Hubo un golpe ensordecedor, el brazo que sujetaba su garganta se aflojó y sintió cómo John el Negro la soltaba. Se tambaleó, cayó, pero se levantó enseguida. El demonio negro yacía en el suelo a su lado. Aún respiraba, pero parecía aturdido por la caída. Blue se agachó, lo agarró por la cabeza y le rompió el esquelético cuello. Luego se le doblaron las rodillas.
Lo último que vio antes de perder el conocimiento fue a Henry a su lado, sonriendo. Contra todo pronóstico, había estrangulado a su demonio.
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- -¡Dios mío! —-exclamó Fogarty.
Blue flotaba en un rayo de luz en lo alto de la escalera. Tenía un tremendo moretón en la mejilla derecha y sangre seca sobre la cara, el pelo enmarañado y la ropa en jirones. Pero lo peor de todo eran sus ojos, vidriosos, ensombrecidos e inyectados en sangre.
- -¡Blue! —-gritó Pyrgus, y empezó a subir la escalera.
Junto a ella flotaba una figura que acababa de atravesar la pared. Fogarty vio con asombro que se trataba de Henry.
La muchacha aterrizó ágilmente e hizo ademán de dirigirse a su hermano, pero dio la vuelta y se tambaleó.
- -¡Blue! —-gritó Pyrgus otra vez.
Blue se cayó de narices.
* * *
Blue abrió los ojos de repente. Las olas acariciaban suavemente una playa dorada. El canto de las aves marinas se fundía con los acordes de una música relajante. Se sentía fatal. Le dolía la cara, la cabeza, la nariz y todo el cuerpo desde el cuello a los pies.
- -¡Oh, qué bien, estás despierta, querida!
Blue ladeó la cabeza con gran cuidado. Punzadas de dolor cárdeno la obligaron a cerrar los ojos un momento, pero volvió a abrirlos para mirar el rostro sonriente de madame Cardui.
- -No pasa nada, cariño, no intentes hablar.
Blue no creía que pudiese hablar. Pero al menos ya no se sentía tan confusa. Estaba acostada y unas limpísimas sábanas la cubrían hasta la barbilla. La playa era una ilusión pintada en el techo, y la música relajante, obra de seres elementales encerrados en frascos junto a la cama. Debía de ser la enfermería de palacio. Los hechizos eran el tratamiento habitual para la recuperación de los pacientes.
- -Ahora te encuentras a salvo, cariño. Has pasado por una experiencia difícil, pero se acabó y todo está bien. ¿Tienes dolor? Parpadea una vez para decir que sí.
Blue parpadeó una vez.
- -Los curanderos te darán algo para eso enseguida. Están esperando los resultados de tus últimos análisis. Sufres envenenamiento demoníaco, pero nada más, ni huesos rotos, ni órganos dañados, ni nada por el estilo. La verdad es que has tenido mucha suerte. Si Pyrgus no hubiese reaccionado tan rápido, te habrías roto el cuello.
A Blue le parecía que no le cabía la lengua en la boca y le dolían todos los dientes. Sus labios estaban hinchados de forma desmesurada.
- -¿Oh... es... Pur... mam?
Madame Cardui extendió la mano y la posó en la frente de la joven.
- -No intentes hablar aún, Blue, cariño. Aquí está Danaus, el jefe de los curanderos cirujanos magos. Espero que tus análisis estén... sí, bien; ¿lo ves? Dice que sí. Pronto te sentirás mucho mejor, y mientras el curandero jefe Danaus hace su trabajo, te pondré al día, ¿vale?
Blue se preguntó por qué hasta las personas sensatas como la Dama Pintada se sentían obligadas a tratarla como una imbécil cuando se ponía enferma. En aquel momento vio al curandero cirujano mago jefe Danaus, una figura alta y rolliza con la cabeza afeitada y la ropa azul de su profesión. Llevaba un globo de energía en una mano y una ampolla de seres elementales en miniatura en la otra.
- -Intentad relajaos, majestad —-dijo con voz de trueno-—. Un cuerpo relajado no puede albergar emociones negativas. —-Una sonrisa profesional arrugó su rostro de luna llena-—. Pronto nos sentiremos mejor, os lo aseguro.
Blue se preguntó si podría ordenar que lo decapitasen. No obstante, cuando el hombre abrió la ampolla e hizo que los pequeños seres elementales penetrasen en su cuerpo, ella empezó a sentirse mejor casi al instante.
Madame Cardui notó la diferencia, le posó un dedo sobre los labios (que ya no estaban hinchados, cosa increíble) y dijo suavemente:
- -Será mejor dejar nuestra conversación para cuando estemos solas...
Blue asintió y esperó. El curandero cirujano mago jefe Danaus comprobó su trabajo, se declaró satisfecho, aconsejó a su majestad imperial que no se cansase demasiado y se retiró caminando de espaldas y haciendo torpes reverencias.
Cuando cerró la puerta, madame Cardui afirmó:
- -Está habitación es segura. Podemos hablar con libertad.
- -Ha sido duro. ¿Dónde está Henry? ¿Ha llegado? —-preguntó. Henry había tenido la idea de utilizar el transportador de los demonios para proyectarla directamente hacia el palacio. Luego, cuando ella estuviera a salvo, pensaba ponerlo en posición automática para seguirla.
- -Detrás de ti —-dijo con seriedad-—. ¿Adónde te llevó?
Blue apartó las sábanas para incorporarse en la cama y se sorprendió al ver que ya no se sentía débil.
- -No estoy segura. A un lugar en forma de cubo. —-A pesar de los seres elementales que se habían introducido en su corriente sanguínea, aún notaba la mente confusa. Pero Henry había aparecido detrás de ella, así que todo estaba bien.
La dama frunció el entrecejo.
- -¿A qué te refieres con forma de cubo?
Blue sacudió la cabeza.
- -No tiene importancia. —-Se sentía más fuerte. Apartó las mantas y posó los pies en el suelo-—. ¿Dónde está mi ropa?
- -La que llevabas puesta había visto días mejores, me temo. Me he deshecho de ella. Hay cosas nuevas en el armario. —-Dudó una fracción de segundo-—. Tienes mucho mejor aspecto, cariño, desde que Danaus ha dado vía libre a sus pequeños ayudantes. No quiero que te excedas bajo ningún concepto después de todo lo que has pasado, pero hay un par de asuntos urgentes...
- -Un momento —-dijo Blue con firmeza. Necesitaba tener la mente despejada. Debía reunir a su gente y explicarles el plan de Beleth-—. ¿Dónde está Pyrgus? —-preguntó.
- -Ahora mismo no se encuentra en palacio, cariño. Hemos tenido que enviarlo a...
- -¿Dónde está Henry? —-la interrumpió Blue.
- -En los calabozos. Lo he arrestado. Se encuentra a la espera de ser ejecutado por traición.
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- -¿Quién diablos eres tú? —-preguntó Fogarty, enfadado. Estaba en el bosque, a punto de iniciar otra ronda de conversaciones con la reina Cleopatra, y le molestaban las interrupciones. Sobre todo cuando las cosas iban bien. La reina había aceptado colaborar en el ataque a las flores del tiempo; no podía dejar que cayeran en manos de Hairstreak, aunque Blue hubiese regresado. Un poco más de su encanto y la reina aceptaría una alianza formal.
- -Nyman, señor —-respondió el intruso-—. El nuevo enano de madame Cardui, señor.
Fogarty frunció el entrecejo.
- -¿Dónde está Kitterick?
- -Sigue desaparecido, señor. Paradero desconocido. Madame me ha ascendido temporalmente a causa del estado de emergencia. Siempre se me ha dado bien hacer recados, llevar mensajes y cosas así. Supongo que regresaré a las cocinas cuando Kitterick aparezca, pero mientras tanto es una subida de sueldo, un cambio de la rutina de pelar patatas, y aquí estoy, señor. —-Sonrió. Le faltaba un diente.
- -¿Y qué quieres? —-preguntó el Guardián, que seguía con el entrecejo fruncido.
Nyman miró a su alrededor, movió la cabeza y se situó a la sombra de un gran roble.
- -Es confidencial, señor, lo ha dicho ella misma —-subrayó cuando el hombre se reunió con él, y empezó a dar saltitos.
- -¿Qué estás haciendo? —-Pensó que aquella criatura estaba loca.
- -Intento ponerme al nivel de su oído, señor, puesto que es usted bastante alto y yo estoy verticalmente poco desarrollado, digamos.
- -¡Oh, vaya por Dios! —-explotó Fogarty, y se inclinó hasta que su oído quedó a la altura de la cabeza de Nyman.
- -Ella misma dice que tiene usted que regresar inmediatamente, señor —-susurró el enano-—. Creo que hay un problema.
- -¿Qué tipo de problema?
- -Ah, eso no me lo ha dicho, señor. Nada peligroso ni demasiado confidencial por si algún bellaco me hace cantar. No soy lo que usted consideraría un estoico cuando me presionan, señor.
- -No eres un trinio, ¿verdad?
- -Pues claro que no, señor, como habrá comprobado por el color un hombre elegante, grande e inteligente como usted. No aguanto a esos tipos, a decir verdad: demasiado bien organizados. Soy lo que usted llamaría un lep.
- -Ah —-dijo Fogarty, que no tenía la menor idea de lo que era un lep-—. Ahora escuche, señor Nyman, quiero que vaya a donde ella mis... a ver a madame Cardui y le diga que estoy en medio de unas negociaciones muy delicadas. —-Se interrumpió. Nyman sacudía la cabeza con gesto solemne-—. ¿Qué sucede?
- -Ella misma ha dicho que tal vez hubiese algún problema con usted, disculpe, señor, y que si lo había, debía decirle una cosa... —-Le hizo una seña para que se inclinase otra vez y luego susurró:-— Hay un gran lío, señor. Se trata de Henry.
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Era maravilloso dirigir el ataque de un comando. Pyrgus llevaba el traje completo de camuflaje con un casco tan lleno de hojas que parecía una parcela de terreno. Tenía la cara pintada a rayas verde oliva y marrón. Pero eso no era lo mejor. Lo mejor (mientras se arrastraba boca abajo sobre la maleza) era que había veinte hombres armados detrás de él, duros como clavos y dispuestos a perder la vida en la misión.
Y todos lo llamaban señor.
- -¡Quietos! —-ordenó Pyrgus en un susurro.
- -¡Señor! —-repusieron al unísono, y se quedaron quietos. Era absolutamente genial.
Ojalá Nymph pudiese verlo en aquel momento.
O no. Alzó la cabeza con cuidado sobre la hierba y comprobó que seguía perdido. Arrastrarse boca abajo le cambiaba a uno la perspectiva. Las cosas que parecían de una manera cuando uno estaba de pie se volvían totalmente distintas cuando estaba tendido y mirando entre la maleza. Pero ¿qué iba a hacer? No podía desfilar con sus hombres por la avenida principal de la finca Ogyris. Se trataba de un asalto, no de un ataque frontal. No se montaba un ataque frontal con veinte hombres, por muy duros que fueran.
Además, un ataque frontal desencadenaría una guerra y acababan de evitar una gracias a que había vuelto Blue para detener la cuenta atrás. Al menos el señor Fogarty y madame Cardui no habían cancelado el asalto. Así que Pyrgus dirigía a veinte hombres.
Naturalmente, no les había dicho que se habían perdido. No quería desmoralizarlos al principio de la misión. Además, tenía que concentrarse en encontrar a Nymph. ¿No era estupendo? Los elfos del bosque habían aceptado enviar gente al mando de Nymph. Blue había vuelto sana y salva, no habría guerra, tenía veinte hombres a su mando e iba a ver de nuevo a Nymph. La vida no podía ir mejor.
Estaba a punto de bajar la cabeza y continuar cuando percibió algo por el rabillo del ojo y giró la cabeza. ¡Agua! El reflejo del sol sobre el agua. ¡El lago! Si llegaban al lago, se orientaría por fin. Estaba muy cerca. Podría seguir el camino que bordeaba el lago en medio de la más absoluta oscuridad, así que a plena luz del día estaba tirado, incluso arrastrándose.
- -¡A la izquierda! —-siseó, y dio la vuelta.
- -¡Señor! —-respondieron sus hombres, y fueron tras él.
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- -Que lo suelten, madame Cynthia —-ordenó Blue-—. Y quítese esa idea de la cabeza.
Madame Cardui frunció el entrecejo.
- -Querida, ¿no recuerdas que fue Henry quien te secuestró? —-Dudó-—. ¿Qué ocurre?
Blue estaba sentada al borde de la cama poniéndose las botas.
- -Henry no sabía lo que hacía. Estaba poseído por Beleth.
- -¿Beleth? —-exclamó la dama, y un gesto de comprensión le iluminó el rostro-—. Me preguntaba si aquello era un rayo transportador demoníaco. Querida, creo que será mejor que me lo cuentes todo.
Blue se lo contó, y sorprendentemente lo hizo en muy poco tiempo.
- -¡Pobre Henry! —-dijo la mujer cuando Blue acabó; se acercó a la puerta y dio instrucciones a uno de los guardias de fuera. Mientras el hombre se alejaba corriendo, ella se volvió hacia la joven reina-—. He ordenado que pongan en libertad a Henry. Lo llevarán directamente a la enfermería para que le quiten el implante de Beleth.
- -Gracias. —-Casi había acabado de vestirse.
Madame Cardui se dejó caer sobre la cama. De pronto parecía muy vieja.
- -Estoy perdiendo capacidad, querida. He estado buscando en el lugar equivocado.
Blue la miró y comprendió enseguida a qué se refería.
- -También yo, madame Cynthia. Creía que el tío Hairstreak estaba detrás de todos nuestros problemas, sin pensar que tal vez no estuviese detrás de algunos.
- -Hablando de eso, tienes que cancelar la cuenta atrás.
- -Sí, claro, lo haré inmediatamente.
Madame Cardui dudó.
- -Hay una cosa...
- -¿Sí?
- -Abreviaré, querida —-dijo, y le habló de las flores del tiempo.
- -Así me sacó Henry de la mansión de Hairstreak. Nunca me lo explicó. Creía que se trataba de un hechizo de éxtasis.
- -El caso es que cuando desapareciste con la cuenta atrás en funcionamiento —-continuó la dama-—, nosotros, o sea el guardián Fogarty y yo, decidimos que no permitiríamos que los elfos de la noche tuviesen un arma tan poderosa. Ya te imaginas las implicaciones militares. Así que ordenamos el asalto de un comando para destruir las flores. Pyrgus lo dirige en este momento.
- -¿Por qué Pyrgus? —-se apresuró a preguntar Blue. Era su hermano mayor, pero siempre había sido muy protectora con él.
- -Él sabe dónde se cultivan las flores. Espero que sea en un solo lugar.
Blue habló al cabo de un rato:
- -Ha hecho lo correcto, madame Cynthia. Las flores que paran el tiempo cambiarían totalmente el equilibrio del poder militar. ¿Cuántos hombres ha llevado Pyrgus?
- -Una veintena de los mejores, y se va a reunir con otros tantos de los elfos del bosque. Alan los convenció para que nos ayudasen. —-Lo cual se le antojaba sorprendente, pero nunca se debía subestimar a Alan.
- -Supongo que a los elfos del bosque los dirige esa tal Nymphalis —-dijo Blue en tono ácido.
Madame Cardui sonrió.
- -Imagino que sí. Aún no estoy al tanto de los pormenores.
- -¿Dónde está el guardián Fogarty? Me gustaría saber más cosas sobre el asalto.
La dama la miró con cariño. Hacía un instante era una niña herida y de pronto se había convertido en toda una reina. Blue era digna hija de su padre, sobre todo cuando existía el menor peligro para su familia.
- -Me temo que sigue con la reina Cleopatra.
- -Que venga a verme en cuanto llegue —-ordenó Blue, levantándose-—. Creo que voy a visitar a nuestros generales en la sala de situación. Después de que cancele la cuenta atrás, tenemos que hablar de la estrategia de Hael.
- -Tal vez no sea tan urgente —-murmuró-—. Los planes de los demonios contigo han fracasado estrepitosamente.
Blue la miró a los ojos.
- -Henry dijo que si no tenían éxito conmigo, invadirían el reino.
Madame Cardui parpadeó.
- -Los portales están cerrados. —-Titubeó-—. ¿Verdad?
- -A eso me refiero. Henry dice que han abierto otros nuevos.
- -¿Dónde? —-preguntó tras unos momentos.
- -Ese es el problema. No lo sabemos. Lo que sabemos es que tenemos que ponernos en contacto con el tío Hairstreak y aceptar su oferta de un tratado. No podemos permitirnos el lujo de pelear entre nosotros con Beleth a las puertas.
- -Estoy completamente de acuerdo —-declaró madame Cardui-—. Si te sientes con fuerzas, nos pondremos en movimiento ahora mismo.
Pero cuando salieron de la habitación, apareció un mensajero militar con noticias que le dieron un vuelco total a la situación.
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Pyrgus se levantó con cuidado.
Sus hombres —-¡sus hombres!-— y él estaban en el punto de reunión, un bosquecillo ornamental en el extremo del lago más alejado de la casa principal, pero no había ni rastro de Nymph ni de sus elfos del bosque. Resultaba preocupante. Si Nymph llegaba tarde, no pasaba nada, pero si no aparecía, ¿cuánto debía esperar él? En aquel momento Ogyris ya se habría enterado de la catástrofe del invernadero y habría medidas de seguridad en el lugar, como mínimo un contingente de guardias de primera. Lo cual significaba una lucha. Y Pyrgus prefería afrontarla con los elfos del bosque al lado.
Había algo detrás de él. Pyrgus casi se muere del susto cuando una mano se posó en su hombro.
- -¡Nymph! —-exclamó. Controló el abrumador impulso de abrazarla y besarla y se limitó a sonreír como un idiota.
- -¿Qué es eso que llevas en la cabeza? —-preguntó Nymph con curiosidad.
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Todo resultó mucho más fácil después de la llegada de los elfos del bosque. Nymph tenía una especie de instinto para saber adonde debían ir. Amablemente indicaba a Pyrgus la dirección correcta cuando se perdía, cosa que sucedía menos, pues ya no se arrastraba boca abajo.
Tardaron cinco minutos en volver al camino del lago, y desde allí se encaminaron a la casa de botes. Pyrgus debería estar contento con la misión. Pero no lo estaba. Todo le parecía demasiado tranquilo.
Se le ocurrió de pronto que hacía mucho tiempo que estaba todo tranquilo. Para el bando de la luz, Ogyris era un elfo de la noche, la raza más despiadada del reino. Las flores de cristal constituían su tesoro. Tal vez hubiese confiado en los hechizos y en el secreto antes, pero Pyrgus había destruido su invernadero. En aquel momento toda la finca debería ser un hervidero de guardias, con nuevas medidas de seguridad para proteger las flores. Se acordó de lo que habían soportado cuando visitaron a Hairstreak, y se trataba de un mero sistema rutinario. Ogyris tendría que haber puesto a un millar de rastreadores tras ellos. Pero nada.
- -¿Qué sucede? —-susurró Nymph.
- -Esto está muy tranquilo, demasiado tranquilo.
- -No son más que nervios. —-Se encogió de hombros-—. ¿Estamos cerca?
- -Debería aparecer en la siguiente elevación. —-Pyrgus frunció el entrecejo. Seguía inquieto.
Cuando llegaron a la siguiente elevación, descubrieron por qué Ogyris no había ordenado más medidas de seguridad. Los restos del invernadero se habían esfumado.
No quedaba ni una sola flor de cristal.
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Fogarty entró en el palacio como un torbellino, dando órdenes.
- -Cambio de ropa, no puede uno ver a la gente con el culo cubierto de tierra. Quiero una cita con la reina. Que alguien me informe de lo que sucede. Envía un agradecimiento formal a los elfos del bosque. Que vengan a verme los malditos generales. A ver si madame Cardui sale de su escondite. Lleva...
- -Sí, claro, recién puesta del mes pasado y sin pizca de tierra encima —-dijo Nyman.
El Guardián se detuvo y lo miró de arriba abajo, frunciendo el entrecejo, hasta que comprendió que el lep le hablaba de la ropa.
- -¡Para ti no, idiota, para mí!
- -Ah, ya lo entiendo, señor. Déjeme a mí. Iré a buscar algo a su pabellón y puede cambiarse aquí. —-Sacó una libreta de notas del bolsillo de su jubón y humedeció la punta de un lápiz-—. ¿Cómo era el resto, señor...?
Fogarty se lo resumió. Las buenas noticias lo habían animado tanto que sentía como si le hubiera estallado un petardo en la cabeza. El tratamiento de rejuvenecimiento debía de afectar a sus hormonas.
- -No eres tan tonto como pareces, ¿verdad, Nyman? Veamos... La ropa primero. Y una ducha sónica. Luego vete a buscar a madame Cardui; ella me pondrá al día de lo que sucede. Después a la reina y a los generales.
- -Está en la sala de situación, señor —-repuso Nyman, y lo miró con gesto inexpresivo-—. Ella misma, señor. En la sala de situación, señor. Me ha dicho que lo llevara a usted allí.
- -Sí, claro.
* * *
Los guardias pararon a Nyman en el primer control; había insistido en acompañar al Guardián aunque no tenía ninguna autorización de seguridad. Fogarty continuó solo. Una curiosa sensación de inquietud había sustituido a su efervescencia anterior. Teniendo en consideración que el palacio ya no estaba en cuenta atrás, había gran número de militares en los pasillos, y hubo de esperar su turno en el eje suspensor oyendo las formales disculpas de los vigilantes porque una oleada de mensajeros tenía prioridad sobre el Guardián del reino.
Pero cuando entró en el suspensor, su constitución le permitió descender tan rápido que alcanzó a un grupo que habían bajado antes y que llevaban los brazaletes de mensajeros de reconocimiento.
- -¿A qué viene toda esta actividad? —-preguntó.
- -No sabría decirle, señor.
- -No podría decirle, señor.
- -El mandamás nunca nos cuenta nada, señor.
- -Gracias —-gruñó Fogarty, cuya cabeza quedaba a la altura de los tobillos de los mensajeros en aquel momento.
- -De nada, señor. —-La voz del mensajero flotó tras él.
¿Qué diablos sucedía? Con el regreso de Blue, la cuenta atrás debería haberse detenido inmediatamente. A menos que hubiera algún otro factor que desconocía. Le pareció que había vuelto muy a tiempo.
Pronto lo sabría.
Al final del eje suspensor, el pasillo que conducía a la sala de situación era un hervidero de actividad. Fogarty empleó los codos vigorosamente para abrirse paso entre la multitud. Cuando los guardias de la puerta lo vieron, le hicieron sitio. Atravesó la puerta y contempló la escena que se desarrollaba ante sí. Los preparativos para la guerra se habían acelerado al máximo. Todo el mundo se movía por dos. Los tres generales lanzaban órdenes a gritos. Todos los globos de visión estaban encendidos. Cynthia se encontraba apoyada en la puerta dando instrucciones a varios de sus agentes.
- -¡Ah, estás ahí! —-exclamó al verlo. Debió de usar algún tipo de tecnología de suspensión de su vestido, porque flotó hacia él en la posición en que se hallaba y luego se irguió con soltura.
Fogarty miró a su alrededor.
- -¿Qué demonios pasa, Cynthia? ¿Blue no ha cancelado la cuenta atrás?
- -La cuenta atrás es lo de menos, cariño. Nuestros amigos los elfos de la noche han lanzado un ataque preventivo. —-Lo miró muy seria-—. Me temo que el reino está en guerra.
____________________ 76 ____________________
Hamearis Lucina, el duque de Borgoña, proyectaba una falsa imagen práctica, pero tenía una vena romántica que mostraba en sus gustos arquitectónicos. Su castillo era una pesadilla gótica, llena de sombrías torres y torrecillas, arcos apuntados, contrafuertes volantes y gran cantidad de gárgolas dispuestas a saltar sobre los visitantes inoportunos. La estructura se alzaba al borde de un remoto y solitario acantilado, azotado permanentemente por el oleaje de un mar enfurecido.
Toda una vida de campañas militares le había proporcionado sustanciosos botines y varias cicatrices interesantes, y podía permitirse el lujo de utilizar hechizos climatológicos que reforzaban el ambiente misterioso. Mientras otros buscaban la luz del sol, el espléndido desembolso de Hamearis creaba nieblas y lluvias perpetuas con tormentas frecuentes y vientos ululantes.
Todo ello hacía que su castillo fuese el menos visitado de las grandes casas... y el lugar perfecto para esconder un secreto militar.
El ouklo negro de Hairstreak siguió la carretera del acantilado, dando erráticos saltos a merced del viento dominante. El nerviosismo de Hairstreak no tenía nada que ver con la tormenta exterior. Los elfos de la noche volvían a estar unidos. Había estallado la guerra. Borgoña era un firme aliado. En teoría todo estaba saliendo tal como lo había planeado y, con el elemento sorpresa, estaba garantizada la victoria.
A pesar de todo, tenía la íntima sensación de que se le escapaba algo. La sensación lo acompañaba desde que el joven análogo había matado a su vampiro y desaparecido con Blue.
¿Cómo lo habría conseguido? Había aspectos que Hairstreak no entendía; y no se podía controlar lo que no se entendía.
El ouklo se detuvo en el patio adoquinado del castillo, donde Hamearis tenía caballos porque un caballo le había salvado la vida en una ocasión, y desde entonces era muy supersticioso con aquellas estúpidas criaturas. Hairstreak esperó a que los guardias de su camarada rodeasen el vehículo antes de salir. Se envolvió en su capa y corrió bajo la fría lluvia hasta el portalón de la entrada, donde lo esperaba Borgoña.
- -Por la oscuridad, Hamearis, ¿no desconectas nunca este maldito tiempo? —-Le entregó la capa empapada a un lacayo.
Su colega lo miró con sincera sorpresa y luego dijo:
- -¿Sabes una cosa, Blackie? Apenas lo noto. —-Posó una amistosa mano sobre su hombro-—. Entra y te secaremos frente al fuego con un ponche caliente antes de hablar de cosas importantes. Si envías a tus guardias a las cocinas, las chicas los entretendrán. La última vez que he mirado allí, tenían un guiso de hordio en el caldero.
Hairstreak se pasó los dedos por el pelo y torció la boca porque estaba mojado.
- -Prefiero ir directamente a la torre.
Borgoña se encogió de hombros.
- -Como quieras.
La torre era un resto del castillo original. Algunos expertos creían que databa de la época del Palacio Púrpura primitivo. Tenía los mismos muros ciclópeos, mucho más grandes de lo que podía lograr un hechizo moderno. Hairstreak la veía como una estructura que aguantaría siempre y resistiría cualquier cosa que los hombres y los elementos hiciesen. A veces se preguntaba por la cultura olvidada que los había construido. ¿Cómo habían sido aquellos elfos?
Pequeños, al parecer. La única entrada de la torre era una puertecilla de roble que daba acceso a una estrecha escalera de caracol. Él no era muy alto, pero tuvo que doblarse para pasar. Hamearis, que iba delante, tuvo casi que agacharse y ponerse de lado. Pero al menos estaban a salvo frente a asaltos. Los miembros de un ejército tendrían que subir por aquellos escalones de uno en uno.
Hairstreak estaba sudando y el pelo le echaba humo cuando llegaron a la habitación de la torre. A pesar de su inquietud, sintió un cosquilleo de emoción. Allí se encontraba el verdadero centro neurálgico del ataque de los elfos de la noche. Y era todo un contraste con la sala de situación que estaba debajo del Palacio Púrpura.
En una ocasión, años atrás, Apatura Iris, el difunto y llorado Emperador Púrpura, lo había llevado a ver la sala de situación en un vano intento de intimidarlo. ¡Qué carrerillas! ¡Qué bullicio! Demasiada gente... soldados de guardia, mujeres de uniforme, mensajeros con trocitos de papel, asesores de los asesores y asesores de los asesores de los asesores. Había nada menos que tres generales, que ya entonces eran viejos, y un montón de magos. Había globos de visión, muchísimos, y armarios llenos de ingenios elementales. Había señalizadores y descifradores de códigos, hibernadores y destructores de hechizos. Un recuento de armamento. (¡Qué error permitirle que viese todo aquello!) Diecisiete consolas de comunicaciones. Todo eso sin una guerra. ¡Qué locura! ¡Qué increíble locura! El tipo de fuerza bruta exagerada que a los elfos de la luz les gustaba tanto.
¡Qué diferente de la habitación de la torre!
Presentaba un reconfortante aspecto espartano y estaba agradablemente vacía. No había vigilantes en la puerta que constituyesen un riesgo de seguridad ni personal para discutir cada decisión. No hacía falta nadie. Nadie podía llegar hasta allí; los espíritus guardianes colocados en la agotadora escalera arrancarían la carne de los huesos a todo el que la pisara, excepto a Hamearis y a él. Y así, los secretos de los elfos de la noche no salían de los elfos de la noche.
Pero el verdadero tesoro de la habitación de la torre era su equipo. Los mensajeros, las consolas de comunicaciones, los globos de visión, los señalizadores, los descifradores de códigos, los destructores de hechizos y demás tonterías se habían sustituido por un solo globo de cristal brillante colocado en una bola de amatista. Sólo dos elementos movidos por hechizos valían por todo (y por todos) lo que había en la sala de situación de los elfos de la luz.
Un solo hombre podía controlar toda la maquinaria de guerra de los elfos de la noche.
Hairstreak tomó una silla y se sentó, colocando las manos con las palmas hacia abajo sobre la bola de amatista. En el momento de establecer contacto, el globo de cristal empezó a brillar y la bola a zumbar.
- -Acceso concedido —-murmuró la bola con una suave voz femenina.
Hairstreak miró a Hamearis y sonrió. El acceso, adaptado a su vibración personal, era la medida de seguridad definitiva. Había exigido muchas maniobras políticas. Pero el acuerdo funcionaba. Hairstreak era el único capaz de controlar las fuerzas de la noche. Oh, sí, podía delegar, naturalmente, y había delegado en Hamearis y en uno o dos subordinados de confianza, pero sólo por tiempo limitado y con la posibilidad de anulación a distancia. Se humedeció los labios y saboreó el delicioso gusto del poder.
- -Veamos cómo marcha nuestro ataque. Siéntate, Hamearis, querido amigo, nos llevará un rato.
El sistema, vinculado a los pensamientos que había detrás de sus palabras, le proporcionó una silla a Hamearis al otro lado del globo y presentó una vista aérea de las cuevas del Yammeth dentro del propio globo.
Era increíble lo mucho que se había hecho en el poco tiempo transcurrido desde que inspeccionó el lugar en persona. Las enormes cavernas estaban llenas de abastecimientos: cajas de productos alimenticios concentrados, armas, estuches de hechizos, botellas con rayos cautivos, contenedores forrados de plomo con diablillos, djinns y otros seres elementales militares, artilugios de ingeniería, equipo avanzado de acampada. Y sobre todo las tropas, que esperaban pacientemente en una ciudad de tiendas de campaña distribuida en pulcras filas sobre el suelo de la cueva.
No habrían de esperar mucho. La línea de vanguardia se estaba adelantando. Aquellos refuerzos se unirían a ella en el momento crucial. Ya nada podía detener al bando de la noche.
- -Sabrás que ellos tienen ojos espías en las cuevas, ¿no? —-comentó Hamearis-—. Siete según nuestro último recuento.
- -Siete, ¿eh? —-Tres más que cuando había hecho la inspección en persona. La gente de la vieja Cardui estaba mejorando-—. Supongo que todos neutralizados.
- -De forma sutil, como tú ordenaste, Blackie. —-Sonrió-—. Nuestros chicos mágicos crearon una ilusión envolvente, la mejor que he visto en mi vida. Los elfos de la luz saben que estamos haciendo preparativos, sí, pero poco a poco y fundamentalmente defensivos. No tienen ni idea de cuál es nuestro verdadero nivel de ejecución. —-La sonrisa se amplió-—. Ni de nuestra capacidad ofensiva.
- -Bien hecho —-murmuró Hairstreak-—. Veamos qué hace la oposición —-le dijo a la bola de amatista.
- -Conectando... —-respondió la bola.
El globo de cristal lanzó breves destellos y presentó una escena de la propia sala de situación. Hairstreak se llenó de orgullo. Los muy idiotas habían creído que su sala de situación era inviolable a causa del granito forrado de cuarzo que la rodeaba. Ningún hechizo penetraba en el cuarzo, como sabía todo el mundo. Y la gente de Cardui peinaba el lugar a cada momento en busca de ojos espías. ¡Qué estupidez! Alguien le había comentado un día que los generales siempre luchaban en la guerra anterior, no en la que tenían delante. Era muy cierto. Los elfos de la luz tomaron medidas contra todo lo que se había utilizado contra ellos en el pasado, y ni una sola vez, en su arrogancia, imaginaron que sus enemigos podían desarrollar nuevos medios para utilizarlos en aquel preciso momento.
Hairstreak se inclinó hacia delante. Su ojo espía indetectable mostraba una ajetreada sala de situación, pero la sala de situación siempre estaba ajetreada, por lo que él sabía. Incluso cuando reinaba la paz, hervía de actividad. Los tres generales se encontraban allí, como si se hallasen en pie de guerra. Hairstreak se concentró y el globo lo acercó a lo que quería ver; sí, allí estaba, el globo de visión dentro del globo de visión. ¡Las tropas de la luz estaban formadas y ellos perdían!
Hairstreak se reclinó en la silla. No le preocupaba nada de lo que había visto. No subestimaba a los elfos de la luz. La lucha sería dura, pero estaba seguro de que ganaría. Y la victoria le daría un botín inimaginable. La victoria le daría el reino.
- -¿Probamos nuestro nuevo juguete? —-le preguntó a Hamearis en tono alegre-—. Supongo que se encuentra completamente operativo.
- -Oh, sí —-confirmó Hamearis-—. Hace casi un día.
Hairstreak murmuró una contraseña. La escena cambió de repente en el globo de cristal. Tenía ante sí una zona de bosque, la misma en la que él se había construido una mansión. El lugar se hallaba en ruinas, arrasado hasta los cimientos, y el bosque cerrado ocultaba los restos, como una especie de criatura gigantesca sobre una herida. No había gran cosa que ver allí, pero no importaba. La zona era un mero punto de referencia, sin importancia estratégica. Como punto de referencia, le permitía explorar...
¡Todo!
Le costaba trabajo contener la emoción. La tecnología no era tan llamativa como el sistema de vigilancia que rodeaba su casa: no había ilusión de vuelo ni sensación de movimiento, sólo una imagen tridimensional dentro del globo de cristal, pero de un alcance impresionante. Hasta entonces, la vigilancia se había visto limitada siempre por cosas como la ubicación de los ojos espías o el establecimiento de marcadores de zona. Pero aquel artefacto... ¡aquel artefacto le permitía ver el reino! ¿En qué estaba pensando? ¡Aquel artefacto ponía el mundo ante él!
Ni en sueños se le habría ocurrido nada mejor. Con un pensamiento retiró la escena de su antigua mansión y vio de repente el bosque entero, la llanura que lo rodeaba, las montañas de más allá, la costa y el mar. Si quisiera, podría examinar la curvatura del planeta. En una visión divina podría haber contemplado su majestuoso desplazamiento alrededor del sol. Pero divina o no, aquella visión carecía de importancia práctica. Conjuró una vista aérea de la capital de la luz, siguió por el río hasta el puente Loman y se detuvo sobre la isla imperial.
Luego descendió para entrar en el Palacio Púrpura. Resultaba increíble. No había limitaciones. Podía introducirse de verdad en el Palacio Púrpura, examinar los pasillos y las habitaciones. El reino no tenía secretos para él. Con una sonrisa de placer observó cómo una cocinera echaba verdura en una olla.
¡Qué bien lo iba a pasar cuando acabase la guerra! Podría espiar a todos los enemigos, tener informes de todo el mundo. Frustraría los complots antes de que empezasen y se aseguraría la obediencia total y absoluta de todos para siempre. Aquel increíble artefacto le había entregado más poder del que habían tenido los emperadores a lo largo de toda la historia de los elfos. ¡Ah, cómo iba a disfrutar cuando acabase la guerra!
Y antes de eso, ¡qué fácil sería ganar! Aquélla era el arma táctica definitiva. Con ella no se le ocultaría ningún movimiento de las tropas enemigas. No habría decisión enemiga que le pasase inadvertida. Podría supervisar batallas enteras y disponer sus propias fuerzas con una precisión incomparable. Diseñaría su victoria como un artista.
Revisó escena tras escena en un enloquecido documental que lo llevó más allá del reino hasta Haleklind, la tierra fronteriza, Feltwell Spur, Graphium, Wallach, y de nuevo al reino, donde examinó las provincias del sur, Yammeth City, los grandes campos de cereal del oeste, la franja de industrias pesadas, de depósitos de transporte del norte y de más allá, el este de Yammeth Cretch hasta las extensiones desérticas de...
Detuvo la escena con un pensamiento y se inclinó hacia delante.
- -¿Qué es eso, Borgoña? —-preguntó con el corazón en un puño.
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Henry abrió los ojos.
Estaba en una extraña cama, en una extraña habitación con un extravagante techo que le producía la impresión de hallarse en el exterior. De algún lugar salía una música suave, pero había un curioso olor que le recordó a los hospitales. ¿Se encontraba en un hospital?
Intentó sentarse, pero las sábanas lo envolvían de tal forma que no lo dejaron moverse. Se debatió y consiguió aflojarlas un poco, pero el esfuerzo le demostró que se encontraba débil. Debía de estar en un hospital. Aunque no parecía un hospital. Junto a la cama había frascos llenos de cosas nebulosas que se retorcían y flotaban, como los extraños extraterrestres a los que convertían en bebés.
Seguramente el coche lo había atropellado.
Hizo otro esfuerzo para sentarse y logró aflojar las sábanas. Recordaba haber ido caminando a casa porque la asquerosa de su madre no había contestado al teléfono. Recordaba los faros de un coche detrás de él. Después de eso... nada.
Notó un dolor sordo en un lado de la nariz y una punzada fugaz en el ojo. Tal vez se hubiese caído y se hubiese golpeado la cabeza.
Había un espejito en una pared. Aferrado a las sábanas, consiguió al fin poner los pies en el suelo. Llevaba una especie de camisón de seda que no le tapaba el culo, lo cual significaba que tenía que estar en un hospital. Pero la cama no parecía una cama de hospital y no había máquinas ni cosas así en la habitación.
Se acercó al espejo. Una venda le tapaba un lado de la nariz hasta el borde del ojo. No había más señales de heridas ni tampoco cardenales. A cada instante se sentía más fuerte.
Si lo había atropellado un coche, no le había hecho mucho daño.
Pero ¿dónde estaba?
Bajo el olor a hospital percibió otro que le resultaba curiosamente familiar. Se semejaba al olor de los cartuchos de Lethe que utilizaba con su madre para que olvidase...
Se detuvo en seco en un momento de creciente emoción. ¿Sería posible?
No quería abrir la puerta por si lo veía alguien con el culo al aire, pero había un armario en la habitación, y cuando lo abrió, allí estaba su ropa recién lavada y pulcramente planchada, y ¡más ropa de su talla!, como aquella maravillosa túnica verde, lo cual significaba que sí, había regresado al reino, al Palacio Púrpura, aunque no sabía cómo.
Se quitó el camisón de seda y se vistió más rápido que nunca. Luego abrió la puerta, contempló el suntuoso pasillo y supo, con toda certeza, que se hallaba en el Palacio Púrpura. Era estupendo.
Se le ocurrió ver si encontraba a Blue.
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- -Y ahora ¿qué hacemos? —-susurró Pyrgus. Se sentía realmente estúpido admitiéndolo delante de Nymph, pero no tenía ni una sola idea en la cabeza. Estaba tan obsesionado con encontrar las flores de cristal que no se le había ocurrido que podían haberlas cambiado de sitio.
- -No lo sé —-respondió Nymph. Estaban tendidos sobre la hierba contemplando los restos del invernadero de Ogyris. Los cristales rotos y las flores habían desaparecido, pero quedaba el muro de los cimientos y el esqueleto de la estructura. Sus hombres se encontraban en diferentes escondites detrás de ellos-—. ¿Crees que el mercero Ogyris las ha guardado en la casa?
Pyrgus no lo sabía, pero pensó que si el mercader Ogyris había llevado las flores a la casa, necesitarían muchos más hombres para efectuar un ataque. Le pareció de pronto que los asaltos de comandos eran muy divertidos, pero que él no tenía condiciones de líder militar. Se puso de lado para mirar a Nymph y abrió la boca para decir algo cuando la chica le preguntó:
- -¿Cómo te enteraste de lo de las flores, Pyrgus?
No se habría sentido más chafado si hubiera aparecido en el horizonte todo el ejército de Hairstreak. Notó, con profunda vergüenza, que de repente se ponía rojo como la grana.
- -Dio la casualidad de que estaba visitando la finca —-musitó, y se apresuró a añadir:-— ¿Crees que sería buena idea...?
- -El mercero Ogyris es un elfo de la noche, ¿verdad? —-lo interrumpió Nymph.
- -Sí. Estaba pensando...
El rostro de Nymph permaneció inexpresivo.
- -¿Por qué a un príncipe de la luz se le ocurriría visitar la propiedad de un elfo de la noche?
Pyrgus renunció a su intento de desviar la conversación y murmuró:
- -Asuntos de negocios. —-Apartó la vista, incapaz de sostenerle la mirada.
Ella no pensaba dejarlo en paz.
- -¿Con el mercero Ogyris?
- -On sija —-farfulló Pyrgus tras un arbusto.
- -¿Cómo dices? —-preguntó educadamente.
- -Con su hija —-dijo de forma más clara.
- -Oh. ¿El mercero Ogyris tiene una hija?
Aquello se estaba convirtiendo en un desastre. Primero las flores habían desaparecido y en aquel momento Nymph estaba a punto de enterarse de que existía Gela. Pyrgus decidió negar la evidencia con descaro:
- -Oh sí, creo que sí, es decir, sí. La he visto una o dos veces. Muy poco. Una simple. Muy simple. Y muy joven. Una niña, en realidad.
- -¿Y qué... negocio tenías con esa simple y jovencísima niña?
- -Oh, ya sabes... —-Se encogió de hombros.
- -Pues no, no sé —-repuso Nymph fríamente-—. ¿Por qué no me lo cuentas?
Pyrgus vio con gran alivio cómo un soldado se acercaba retorciéndose entre la hierba y se detenía a su lado. El hombre hizo un torpe saludo.
- -Canal, señor.
- -¿Canal? —-Había sido divertido durante un rato, pero decididamente no tenía madera para dirigir una operación militar.
- -Sí, señor. Canal, señor —-Repitió. Era un hombre bajo y enjuto con los ojos hundidos. Se fijó en el gesto de incomprensión de Pyrgus, pues añadió:-— Entrante.
Nymph también reparó en el gesto de Pyrgus y se inclinó para susurrarle al oído:
- -Se trata de un medio de comunicación. Debe de haber un mensaje de palacio o tal vez de mi madre. Dile que adelante. —-Dudó, y luego añadió:-— Llámalo CC, el nombre oficial. Significa canal de comunicaciones.
- -Adelante, CC —-dijo él en tono enérgico.
- -Tengo que sentarme, señor. No puedo hacerlo acostado.
Pyrgus miró a su alrededor. Gracias al follón de las flores de cristal no había ni un guardia a la vista. Seguramente no les pasaría nada aunque se pusieran a bailar en círculo, mucho menos por sentarse.
- -¿Cómo te llamas?
- -Woodfordi, señor.
- -Adelante, Woodfordi.
El pequeño CC se sentó y cruzó un tobillo sobre cada muslo en una postura imposible. Puso las manos con las palmas hacia arriba sobre el regazo y dobló los dedos anulares hasta tocar los pulgares. Sus ojos bizquearon de forma alarmante cuando los centró en la punta de la nariz. Respiró profundamente y sus párpados empezaron a caer. Tras unos momentos se estremeció y anunció con una voz grave y resonante:
- -Aquí el guía militar del cuartel general de comunicaciones actuando como guardián espiritual de esta nave humana. Mensaje entrante para su alteza real el príncipe heredero Pyrgus Malvae.
- -Adelante —-ordenó Nymph, pasando de Pyrgus por completo.
El CC se estremeció otra vez y sus rasgos se aflojaron.
- -¿Eres tú, cariño? —-preguntó.
Pyrgus miró a Nymph, que le indicó que contestase.
- -Sí —-dijo, no muy seguro.
- -¿Has conseguido las flores?
- -La verdad... —-Una expresión dolorida le crispó los rasgos.
- -No te preocupes por eso de momento, cariño —-dijo la voz de madame Cardui, un poco más grave por efecto de las cuerdas vocales del CC-—. Ha habido un pequeño cambio de planes. ¿Estás solo?
- -Nymph está conmigo. Y el CC, claro.
- -El CC no se acordará de nada —-aseguró madame Cardui-—. Me alegro de que Nymph esté ahí. ¿Cómo te encuentras, querida?
- -Bien, gracias, Dama Pintada —-dijo Nymph.
El tono de la mujer sonó crispado incluso a través del canal.
- -Pyrgus, la situación ha cambiado desde que abandonaste el palacio. Los elfos de la noche han lanzado un ataque preventivo contra nuestras fuerzas y...
- -¿Qué? —-exclamó el chico, y la propia Nymph pareció impresionada-—. ¿Estamos en guerra? ¿Una guerra civil?
- -Créeme, a mí me ha pillado por sorpresa tanto como a ti, cariño. Me temo que la lucha ya ha empezado. Es una tragedia, pero debemos afrontarla. Lo que...
- -¿Dónde está Blue? —-la interrumpió Pyrgus.
- -A mi lado, cariño. A salvo y completamente...
- -Quiero hablar con ella —-exigió.
La voz de Blue sonó inmediatamente. También ella parecía llena de energía.
- -Pyrgus, quiero que tú...
- -¿Cómo estás?
- -Bien. Henry estaba... bueno, eso no importa ahora. Te lo contaré cuando vuelvas. Quiero que prestes atención a madame Cardui. Hemos encontrado algo que puede ser importante para la campaña de guerra.
«Campaña de guerra», pensó Pyrgus. Había ocurrido. El mayor desastre en la historia del reino y se resumía en tres palabras.
- -Sí, muy bien.
La voz de madame Cardui sustituyó a la de Blue:
- -¿Debo entender que no has encontrado las flores?
- -Aún no —-admitió Pyrgus, pensando que sonaba mejor que «rotundamente no».
- -Eso no importa de momento. Esto es más importante. ¿Sabes ir al desierto oriental?
- -Yo sí —-susurró Nymph.
- -Sí —-afirmó Pyrgus en voz bien alta, fulminando a Nymph con la mirada; él no era tan idiota.
- -¿Cuánto tardarías en llegar allí desde donde te hallas?
Pyrgus frunció el entrecejo.
- -No mucho. Tenemos voladores dentro de la finca y estamos en Yammeth City. Cuando regresemos a los voladores, sólo serán quince minutos hasta el desierto.
- -Eso me parecía. Sois las personas más próximas al lugar. Y ahora esto es lo que quiero que hagas: volad al desierto inmediatamente. Nymphalis, el CC y tú. Nadie más. Se trata de una misión de alto secreto, más que de alto secreto, en realidad. Preferiría que fuerais sólo Nymphalis y tú, pero deberás ponerte en contacto conmigo lo antes posible, así que el CC va también. El resto de vuestros hombres tendrán que encontrar las flores del tiempo por su cuenta. Nombra un oficial al mando temporalmente y déjalos.
- -Madame Car... —-empezó Pyrgus, pero la dama no lo escuchaba.
- -Tu triangulación es treinta y ocho, diecisiete, ciento cinco. ¿Te acordarás?
- -Sí, cía...
- -Yo me acordaré, Dama Pintada —-aseguró Nymph, interrumpiéndolo.
- -Bien. Gracias, Nymphalis. Es un alivio contar con alguien maduro y experimentado en esta misión. He hablado con tu madre, naturalmente. —-Percibieron el matiz de preocupación incluso en boca del CC-—. Podéis aterrizar en esa triangulación, queridos, pero me temo que tendréis que hacer el resto del viaje a pie. Habría preferido que os quedaseis en el volador, pero las corrientes volcánicas impiden que podáis ir más allá por el aire. Se trata de una misión peligrosa y quiero que extreméis las precauciones.
- -Yo cuidaré de él —-prometió Nymph, provocando la furia de Pyrgus.
- -Gracias, querida. Y ahora desde vuestras coordenadas de aterrizaje debéis ir hacia el nordeste, directamente al nordeste. La buena noticia es que no está lejos, a una hora de marcha, dos como mucho, y podéis obtener ayuda de los nómadas, aunque yo no contaría con ella. Lo peor serán las montañas: hay una cadena de montañas volcánicas poco elevadas. Pero cuando la coronéis, tendréis una clara visión de lo que sucede.
- -Pero ¿qué suce...? —-intentó preguntar Pyrgus.
- -No quiero héroes, Pyrgus, ni tácticas guerrilleras ni nada por el estilo. En realidad, lo que quiero es que os aseguréis de que no os ven. Utilizad al CC para informarme inmediatamente.
- -¿Sobre qué debo informar? —-preguntó desesperado.
- -Parece que lord Hairstreak ha encontrado aliados —-respondió madame Cardui.
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Inesperadamente, madame Cardui se puso de puntillas para darle un beso en la mejilla.
- -Tengo que verte en mi despacho, Alan —-susurró-—. La puerta de la derecha. Me reuniré contigo dentro de un momento.
«Todos los días se aprende algo», pensó Fogarty. Un despacho en la parte noble del palacio y otro junto a la sala de situación. Una mujer notable en todos los aspectos. A veces pensaba que había tenido más suerte de la que merecía. Lo único que necesitaba era tiempo para disfrutarla.
Miró a su alrededor. El despacho de madame Cardui era pequeño, pero muy completo. Había una mesa y uno de aquellos caros y modernos sillones que se amoldaban al culo y lo pellizcaban de vez en cuando para recordarle a uno que estaba vivo. Una unidad de almacenaje biológico bullía y borboteaba en un caldero que había en un rincón. Un mayordomo movido por hechizos permanecía preparado por si la dama quería un tentempié. Había también una silla reproductora para los visitantes, lista para clonarse indefinidamente dependiendo de cuántos visitantes hubiese; se distinguía por el asqueroso material negro que la recubría.
Pero lo que llamó la atención de Fogarty fue el globo de visión en miniatura empotrado en la mesa. Seguro que se trataba de un levitador, el último grito. Debía de estar conectado con los globos de visión de la sala de situación, pero no se veía ningún cable. Aquellos aparatitos eran increíblemente caros, aunque los pagaban los contribuyentes.
Iba hacia la silla reproductora cuando entró madame Cardui y cerró la puerta con cuidado. Apretó con el dedo el cucurucho de hechizos empotrado y el olor a cuero de los hechizos de privacidad llenó la habitación. Las cerraduras, bien engrasadas, se bloquearon.
- -Me parece mejor que hablemos a solas, cariño —-dijo mientras atravesaba la habitación-—. Los generales son buenas personas a su manera, pero nunca se sabe cómo interpretan el concepto de lealtad. Y con tanto bullicio, tampoco se sabe quién puede estar escuchando. Además, sospecho que Hairstreak tiene un ojo espía ahí dentro a pesar de nuestros barridos.
- -No te fíes de nadie —-repuso. La silla había percibido su singularidad e inhibió su tendencia a reproducirse. Fogarty se sentó con un gruñido. La superficie de la silla era fría y húmeda, desagradable, lo cual se le antojó deliberado. Cynthia era igual que él. No daba pie a que los visitantes abusasen de su hospitalidad-—. ¿Qué sucede?
Madame Cardui ocupó su asiento.
- -Hay algo que quiero que veas... —-Puso las manos sobre la mesa y el globo levitó hasta ponerse a la altura de los ojos. Cuando empezó a brillar, ella dijo:-— Acerca tu silla, Alan. Esto no es muy fácil de ver, ni siquiera a corta distancia.
Fogarty apretó los dientes, arrimó la silla y se inclinó hacia delante. Cuando el globo se calentó, empezó a formarse una escena, y de pronto tuvo ante sí una arrasada extensión de rocas desnudas y restos humeantes.
- -¿Has logrado introducir un ojo espía en Hael? —-preguntó, utilizando la pronunciación del reino. Si lo había conseguido, estaba impresionado.
Pero Cynthia negó con la cabeza.
- -No, cariño, no es Hael, sino una zona del desierto que está al este de Yammeth City. Fumarolas... filtraciones de gas... ríos de lava... manantiales de lodo ardiente. Dicen que es la zona con mayor actividad volcánica del planeta. Allí no vive nadie más que unos cuantos trinios nómadas, e incluso para ellos la vida resulta muy difícil. Los elfos de la noche lo consideran una protección para ese flanco de su ciudad. Cualquiera que intente cruzar con un ejército por allí perderá el noventa por ciento de sus hombres antes de encontrar a un solo enemigo. Pero fíjate...
- -¿Qué debo mirar? —-preguntó tras unos momentos.
La fina mano de madame Cardui señaló un punto.
- -¿Ves esa cadena montañosa? Hay una ruptura, una especie de abertura bastante grande, cariño, que en parte queda oculta tras el polvo de esa filtración. La visibilidad varía, pero mantén la vista fija... ahí, en ese lugar. Se aclarará enseguida y podrás verla...
- -¿No puedes conseguir un primer plano? Acerca el objetivo o lo que tengas allí.
Ella sacudió la cabeza.
- -No tenemos ningún ojo espía en el desierto. Hay tantas emanaciones de azufre que la humedad se convierte en ácido. Los ojos están húmedos, naturalmente, y su recubrimiento de hechizos se disuelve en cuestión de horas. No vale la pena instalarlos. ¿Y para qué? ¿Por unos trinios errantes? No; el ojo a través del que estás mirando se encuentra en la puerta oriental de Yammeth City. Normalmente enfoca a la ciudad: hay unas cuantas fábricas de hechizos en esa zona a las que nos interesa echar el ojo, perdona el juego de palabras. Pero una de ellas voló la semana pasada, creo que por un accidente industrial relacionado con duendecillos. En cualquier caso, la descarga de energía le dio la vuelta al ojo. No le hizo daño, sólo le dio la vuelta y provocó que mirase al desierto. Con todo lo que está pasando, no tuvimos ocasión de enviar a un agente a corregirlo. Hoy a primera hora un monitor ha observado esto...
- -¿Qué?
- -Mira hacia donde yo... ahí, donde el polvo se está despejando. Mira. Hay una ruptura en la cadena montañosa. Cuando la veas, fíjate bien.
Fogarty se fijó. La columna de polvo parecía menos densa, pero seguía sin ver la ruptura entre las montañas. De repente la vio. Durante apenas un segundo divisó lo que tenía aspecto de ser una llanura cubierta por puntitos negros. Lo malo era que no se podía adivinar la perspectiva. No sabía si estaba viendo hormigas o tanques blindados.
- -¿Lo has visto? —-preguntó madame Cardui.
- -Creo que sí. No estoy seguro.
- -¿Qué te parece que será?
Fogarty se encogió de hombros.
- -No lo sé. ¿Y tú qué opinas?
- -Creo que se trata de Beleth —-respondió.
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- -¿Beleth? —-repitió Fogarty-—. ¿El rey del infierno?
- -Bueno, técnicamente su título es el de Príncipe de la Oscuridad, sí, ese Beleth.
Fogarty sacudió la cabeza y frunció el entrecejo.
- -Los portales del infierno están cerrados.
- -Puede que hayan abierto otros nuevos. Blue dice que los demonios planean una invasión.
- -¿Cómo sabe Blue lo que planean los demonios?
Madame Cardui lo miró y movió la cabeza con impaciencia.
- -Lo siento, cariño. Me he olvidado de que estabas con los elfos del bosque cuando Blue despertó. Blue fue secuestrada por los demonios, que utilizaron a Henry como agente.
- -¡Dios mío! —-exclamó, y reaccionando tardíamente, preguntó:-— ¿Utilizaron a Henry?
- -Le pusieron un implante. Se lo hemos quitado. Te contaré toda la historia cuando dispongamos de más tiempo —-prometió-—. Lo importante es que Blue tiene información acerca de una posible invasión demoníaca. Me preocupa lo que pueda ocurrir. Si las tropas de Beleth se unen a los elfos de la noche, estamos acabados.
- -Te entiendo. —-Se inclinó hacia delante para mirar el interior de la bola de cristal-—. Pero ¿estás segura de que esas manchitas son demonios?
- -Claro que no. Por eso he enviado a Pyrgus a que lo averigüe.
- -¿Has enviado a Pyrgus?
- -Sí.
Fogarty parpadeó.
- -Un poco peligroso si por casualidad es cierto.
- -Se encontraba cerca y puedo confiar en él. No es momento de andarse con remilgos: estamos en guerra y tenemos que saber a qué nos enfrentamos. Además, Nymphalis está con él. Aparte de Kitterick, no conozco a nadie que pueda protegerlo mejor.
Fogarty apartó la vista de la escena del globo.
- -¿Lo sabe Blue?
Madame Cardui retiró las manos y el globo se hundió en el hueco de la mesa.
- -¿Lo de Pyrgus? Sí, estaba conmigo cuando le he encargado la misión.
- -¿Y dónde está Blue? ¿La reina no debería encontrarse al frente de su propia guerra?
- -Ella coincide contigo en eso. Ha estado en la sala de situación hasta que por poco se desmaya. A base de amenazas he conseguido que se tomara un descanso. Aún se está recuperando de los efectos del envenenamiento demoníaco. Pero espero que regrese dentro de poco.
- -Sabe lo de los demonios, ¿no? —-Fogarty señaló el globo con la mano.
- -Suponiendo que sean realmente demonios —-suspiró ella-—, y no el producto de la imaginación de una vieja. No, no lo sabe, y no tengo intención de preocuparla hasta que estemos seguros.
- -Tal vez nosotros... —-empezó, pero lo interrumpió una estruendosa llamada a la puerta.
- -Oh, querido, ¿y ahora qué? —-Madame Cardui suspiró, cruzó la habitación y abrió la cerradura de seguridad.
Ante la puerta se hallaba el rubicundo rostro del general Creerful, con la mano levantada para volver a llamar. Ninguneó a la dama por completo.
- -Guardián, lord Hairstreak se encuentra a las puertas del palacio. Exige ver a la reina Blue.
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El calor lo golpeó como una pared. Y luego estaba el olor.
- -¡Puaj! —-exclamó Pyrgus, y empezó a toser sin poder evitarlo cuando un humo ácido se le metió en la garganta. Nymph, que le seguía los pasos, también se puso a toser. Sólo Woodfordi, que cerraba el grupo, parecía no sentirse afectado.
Pyrgus miró a su alrededor sin dejar de toser. Era su primera visita al desierto oriental, y si de él dependía, sería la última. Había oído hablar de aquel lugar, pero nada lo había preparado para la realidad. Un suelo rocoso y estéril se extendía hasta donde alcanzaba la vista, interrumpido a intervalos por columnas de humo y polvo. Un entramado de grietas lanzaba destellos rojos de los ríos de lava que corrían por debajo, proyectando un resplandor especial en todo el escenario. A unos noventa metros de donde habían aterrizado, Pyrgus vio un lago de lodo que borboteaba suavemente.
Woodfordi le entregó un frasco.
- -Pruebe esto, señor, disculpe, señor. Y la señorita también.
- -¿Qué es? —-preguntó Pyrgus entre toses.
- -Una cosilla para la garganta. Asunto del ejército. Dicen que forra los conductos y evita los daños permanentes. No sé que es, señor, pero funciona.
Tomó un traguito y le dio el frasco a Nymph. Se trataba de un líquido viscoso que sabía fatal, pero la tos cesó inmediatamente. Pyrgus cerró el volador —-no tenía sentido correr riesgos innecesarios-— y luego dijo:
- -Nordeste, ¿verdad? —-Y alzó la vista al cielo.
Woodfordi esbozó una leve sonrisa.
- -Me temo que no lo recuerdo, señor. Parte del entrenamiento.
- -Sí, nordeste —-confirmó Nymph.
- -Yo iré delante —-dijo Pyrgus, poniéndose en marcha.
La marcha era costosa, incluso en terreno llano, y al cabo de media hora empezó a preguntarse por el cálculo de tiempo que había hecho madame Cardui. El problema eran los humos. Aunque el líquido de Woodfordi aplacaba la tos, no había forma de evitar los gases nocivos que se metían en los pulmones. Pyrgus había leído en alguna parte que si uno se quedaba demasiado tiempo en aquel páramo, comenzaba a alucinar. (Y si el tiempo era excesivo, sobrevenía la muerte.) Pero ya antes de que eso ocurriese, el desierto minaba las fuerzas.
Lo irritante era que ni Nymph ni el soldadito Woodfordi parecían tan afectados como él, así que tuvo que esforzarse al límite para mantener el estúpido paso que había impuesto al principio. Los otros dos caminaban detrás de él sin dificultad. Incluso tenían aliento para mantener una agradable conversación.
- -¿Cómo te hiciste CC? —-preguntó Nymph.
- -Creo que nací para serlo, señorita —-respondió Woodfordi-—. Mis padres me encontraron charlando con mi abuelita cuando era pequeño. Sólo que la vieja había muerto antes de que yo naciera. No sabían muy bien qué hacer conmigo. Gente sencilla, mis viejos; mi padre trabajaba en una granja de hordio, que la luz lo tenga en su gloria. Me mandaron a una escuela especial. Creo que, a decir verdad, estaban un poco asustados.
- -¿Era una escuela de entrenamiento?
- -En realidad no, señorita. Pero uno de los profesores se dio cuenta de lo mío y reunió fondos para enviarme a la Academia de Física durante un año; ya sabe, la que está junto a Flannelmaker's Square. Allí me encontraron los militares. Sólo de esa forma podía un enano como yo entrar en el ejército. Mi mujer dice que tengo que subirme a una caja para besarla en casi cualquier lugar. Así que usted no me imagina en combate, ¿verdad?
- -¿Aún sigues hablando con los muertos? —-preguntó Nymph con curiosidad, y los oídos de Pyrgus se aguzaron, aunque fingía no estar escuchando.
- -Cielos, no, señorita. El ejército me quitó la costumbre. Carece de utilidad para ellos. Las tropas perderían el tiempo charlando con los camaradas fallecidos. Pero me entrenaron para ponerme en contacto con el guía militar; creo que es una especie de ángel, aunque nadie lo creería al oírlo lanzar juramentos, y me enseñó a hacer los mensajes. Recibirlos fue fácil desde el principio, pero enviarlos resulta más complicado hasta que se le pilla el truco.
- -¿Puedes enviar un mensaje a cualquiera?
Woodfordi negó con la cabeza.
- -Oh, no, señorita, sólo al otro canal. Se podría decir que constituimos una especie de red. Cuando la Dama Pintada se comunicó con usted antes, hablaba al oído de un compañero mío que se llama Weiskei.
Pyrgus se detuvo en seco. Habían llegado a una zona sembrada de pedruscos y estaba seguro de que había visto algo que se movía detrás de una roca.
- -¡Quietos! —-ordenó.
Nymph respondió de inmediato echando mano a su arco. El muchacho señaló la roca en silencio, y Nymph se aproximó a ella describiendo un círculo. Para desviar la atención, Pyrgus ordenó:
- -Mejor póngase a cubierto, señor Woodfordi.
- -¡Señor! —-Woodfordi obedeció.
Entonces Pyrgus pensó de pronto que tal vez Nymph se estuviese acercando a un peligro y corrió hacia la roca mientras buscaba su reconfortante cuchillo halek.
Y de repente, de forma increíble, se encontraron rodeados.
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Blue despertó sobresaltada. Durante una milésima de segundo no supo dónde estaba; luego vio que se encontraba en sus habitaciones imperiales, en un cómodo sillón en el que debía de haberse quedado dormida. ¿Cuánto tiempo había dormido? ¿Minutos? ¿Horas?
Se sentía mejor. Varios dolores habían desaparecido de su cuerpo, dejándole sólo un residuo de rigidez, y tenía la mente mucho más clara. Iba a levantarse del sillón cuando recuperó la memoria. La guerra. Debía ir a la sala de situación.
Cuando volvió a sonar un golpe en la puerta, se dio cuenta de que eso era lo que la había despertado.
- -¡Adelante! —-gritó, y su voz liberó el hechizo de seguridad. Era el guardián Fogarty con madame Cynthia y...-— ¿Qué hace él aquí? —-preguntó. El corazón se le desbocó de repente. Durante un momento de locura pensó que tal vez fuese un prisionero de guerra.
- -Querida —-dijo madame Cardui con cautela-—, tu tío tiene algo que decirte.
Lord Hairstreak entró, arrogante como siempre, vestido con su habitual ropa negra.
- -Majestad... —-empezó formalmente. Por Hael, ¿qué estaba haciendo él allí? Sin guardias. Sin uniforme. Como si se tratase de una visita social-—. He venido a ofrecer una tregua inmediata. —-Blue lo miró, convencida de haber oído mal. Nadie ofrecería una tregua tan pronto. Tenía que ser un truco.
- -¿Por qué? —-se limitó a preguntar.
El rostro de Hairstreak presentaba una expresión indescifrable.
- -Porque si no dejamos de luchar enseguida, el reino estará condenado.
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Pyrgus enfundó el cuchillo lentamente. Por el rabillo del ojo vio cómo Nymph depositaba el arco y las flechas en el suelo, se erguía y alzaba las manos para que viesen que las tenía vacías. A la derecha, Woodfordi no había hecho caso a la orden de ponerse a cubierto y también tenía las manos en alto.
- -Venimos en son de paz —-dijo Pyrgus, sintiéndose estúpido.
Había unos veinticinco trinios nómadas ante ellos y sólo Dios sabía cuántos escondidos tras las rocas. Llevaban únicamente taparrabos, debido al calor, y había representación de los tres tipos de trinios: predominaban los violetas, como era de esperar en un ambiente hostil, pero también había bastantes naranjas y uno o dos verdes. No iban armados. No lo necesitaban: todos eran tóxicos. La mordedura de un trinio resultaba fatal, y un escupitajo venenoso, que podía desplazarse varios metros, producía incapacidad durante meses. Pyrgus observó con alivio que el líder —-se sabía que era el líder por las plumas-— pertenecía a los naranjas.
- -¿Onde ais? —-preguntó el líder solemnemente. Tenía la cara pintada a rayas blancas y moradas.
Pyrgus lo miró sin entender. Se suponía que los trinios, incluso los nómadas, hablaban el idioma elfo normal y tal vez aquél lo hablase, pero su acento era tan cerrado como el del entrecortado dialecto del alto Halek.
- -Al nordeste, habitante del llano —-respondió Nymph señalando hacia allí. «Habitante del llano» era un título honorífico, equivalente a señor.
- -¿Els vustro jefi? —-preguntó el trinio.
- -Sí —-afirmó Nymph e hizo una seña-—. Pyrgus. —-Luego, señalando al tercer miembro del grupo, añadió:-— Woodfordi.
El trinio se dio un golpe en el pecho.
- -¡Nagel! —-exclamó entre toses.
Se trataba de una presentación.
- -Venimos en son de paz —-repitió Pyrgus, no muy convencido.
Uno de los trinios verdes se adelantó, acompañado por un extraño animalillo que Pyrgus jamás había visto. Era bajo y rechoncho, no tenía pelo y sí muchas arrugas, como su amo. El trinio soltó lo que parecía un chorro de improperios, cuyo contenido Pyrgus ni siquiera adivinó. Pero ejerció un efecto electrizante sobre el resto de la tribu, que se acercó murmurando, y sobre el líder, que empezó a agitar los brazos.
- -¿Qué sucede? —-le preguntó Pyrgus a Nymph sin entender nada.
Ella sonrió.
- -Nada. Sólo quiere casarse conmigo.
Durante un segundo a Pyrgus le pareció que había oído mal.
- -¿Que quiere qué?
- -Casarse conmigo —-repitió Nymph-—. Dice que te dará cuarenta placoides.
- -No puede... —-empezó, y luego preguntó:-— ¿Qué es un placoide?
- -La pequeña criatura que lo acompaña. Las hace él. Es el brujo de la tribu. —-La sonrisa se le ensanchó-—. Un precio altísimo por una esposa. Me halaga.
- -¡Pero no puede casarse contigo! —-protestó Pyrgus-—. ¡No lo permitiré!
- -Será mejor que se lo digas —-repuso ella como si nada-—. Sólo tienes que hablar despacio y pronunciar las palabras con cuidado.
- -No puedes casarte... —-le gritó Pyrgus al brujo, y haciendo un aparte con Nymph, le preguntó:-— ¿Cómo se llama?
- -Innatus, me parece.
- -Escucha, Innatus. De ninguna manera permitiré que tú...
- -Mejor no amenaces —-observó Nymph en voz baja-—. Tiene mucho peso.
Pero Pyrgus continuó:
- -... te cases con esta chica, y si se te ocurre poner uno de tus horribles dedos... —-continuó, sacando la hoja halek ante un coro de exclamaciones y sonrisas de los trinios que los rodeaban-— sobre un pelo de...
La voz de Nagel lo interrumpió, pero no le hablaba a él, sino a Innatus.
- -¡Oh, qué encanto! —-exclamó Nymph-—. También él quiere casarse conmigo.
- -¿Está loco...?
Woodfordi agarró a Pyrgus por el codo.
- -Disculpe, señor, pero le sugiero que se la entregue al jefe. Política del ejército en situaciones parecidas. Siempre entregar la chica al hombre más importante de la tribu. El brujo es un pez gordo, sí, pero el naranja con plumas y rayas es el jefe.
- -¿Estás loco...?
Woodfordi retrocedió, levantando las manos.
- -Sólo le decía cómo se hace en el ejército, señor.
- -Cuarenta placoides, siete fardos de hordio y un contrato de servicio completo.
- -En el nombre de la luz, ¿de qué hablas? —-explotó Pyrgus.
- -De lo que ofrece Nagel —-respondió Nymph-—. Se nota que es un trinio naranja, ¿verdad? ¡Un contrato de servicio completo! Un trinio violeta se limitaría a matarte.
La mirada aterrorizada de Pyrgus se posó en los dos trinios.
- -¡No podéis casaros con ella! —-gritó a la desesperada-—. ¡Ninguno de los dos! Porque... porque... —-Miró a su alrededor en busca de inspiración. Aquello era una locura-—. Porque está comprometida para casarse conmigo —-dijo al fin.
- -¡Oooh! —-exclamó Nymph, y se puso a su lado, sacando pecho muy orgullosa y sonriendo.
Pyrgus aún tenía la hoja halek en la mano, pero la crisis se desinfló sola. Innatus dio la vuelta y se alejó, seguido por la extraña criaturilla. Nagel se encogió de hombros, como si no le importase, y murmuró algo al oído de Nymph, que respondió:
- -Sí.
- -¿Qué dice? ¿Qué dice? —-quiso saber Pyrgus.
- -Que no podemos ir al nordeste.
- -¿Quién se cree que va a detenernos? —-estalló otra vez-—. ¿Un montón de enanos medio locos que quieren casarse con lo primero que ven? Dile que...
- -No pretende detenernos, Pyrgus —-explicó Nymph con paciencia-—. No podemos ir al nordeste porque hay un río de magma que bloquea el camino.
- -Oh —-dijo desarmado.
Le daba la impresión de que se había puesto en ridículo, y no sólo por querer ir al nordeste. Como líder del grupo, los hechos se le habían ido de las manos por completo.
- -¿Qué vamos a hacer?
- -No hay problema —-respondió ella alegremente-—. Se ha ofrecido a enseñarnos otro camino.
* * *
Viajar con los trinios resultaba muy diferente a viajar solo, y Pyrgus enseguida notó que en aquel territorio la distancia más corta entre dos puntos no siempre era una línea recta. Los enanos evitaban áreas que a él le parecían completamente seguras. Por el contrario, en dos memorables ocasiones, los guiaron a través de charcos de lodo y lava que él no se habría atrevido a pisar por su cuenta.
Tenían razón en lo del río de magma. Antes de desviarse momentáneamente hacia el sur, Pyrgus lo divisó a lo lejos, un reluciente río carmesí que impedía el paso de cualquier ser vivo.
En determinado momento del excéntrico avance, Woodfordi, que al parecer entendía a los trinios casi tan bien como Nymph, susurró al oído de Pyrgus:
- -Se habla de enemigos más adelante, señor.
- -¿Qué clase de enemigos?
- -Yo qué sé, señor. Sólo he captado un fragmento de conversación.
- -Mantén los oídos abiertos —-ordenó Pyrgus-—, e infórmame de todo lo que oigas.
Pero no hubo necesidad. Poco después Nymph lo agarró por el codo.
- -Nagel dice que debemos andar con precaución; hay enemigos más adelante.
- -¿Quiénes?
- -Los llaman la fluida oscuridad. Yo nunca había oído hablar de ellos, ¿y tú?
Pyrgus negó con la cabeza.
- -Probablemente se trata de otro grupo tribal. No es nuestra lucha. A menos que nos veamos metidos en ella.
- -No creo que Nagel tenga intención de luchar; espera evitar un enfrentamiento. Quiere que caminemos agachados, que nos mantengamos a cubierto y que nos quedemos quietos cuando él dé la señal.
- -Me parece bien.
La orden de agacharse y quedarse quietos se produjo casi un cuarto de hora después. Pyrgus se agazapó tras una roca con Nymph y miró a su alrededor, pero no vio ni rastro de la fluida oscuridad. Los trinios parecían haberse desvanecido. Tenían una asombrosa forma de fundirse con el entorno. De pronto se preguntó cómo vivían en aquel lugar. Desde que había pisado el páramo, no había visto ni una sola planta, tampoco había visto animales, ya puestos, salvo la cosa que había fabricado Innatus.
- -¿Hablabas en serio? —-preguntó Nymph en tono indiferente.
- -¿De qué?
- -De que estamos comprometidos para casarnos.
Pyrgus sintió una oleada de emociones, entre ellas pánico.
- -Yo, ah... ah... yo... ah —-titubeó.
- -Oh, ya sé que sólo lo has dicho para salvarme de Nagel e Innatus, y ha sido muy caballeroso por tu parte. —-Dudó-—. Pero me preguntaba...
- -¿Te preguntabas?
Nymph asintió.
- -Sí, en efecto. —-Lo miró a los ojos.
Cuando Pyrgus se dio cuenta de que ella no iba a decir nada más, habló:
- -Yo... ah... —-Se humedeció los labios, y luego se sorprendió diciendo:-— Me... gustaría. —-Sonrió humildemente y se sintió como un idiota, aunque no le importaba. Si aquello progresaba, Blue lo mataría. Su sonrisa se ensanchó. Seguía sin importarle.
- -¿Y qué pasa con Gela?
La sonrisa de Pyrgus desapareció. Nymph sabía lo de Gela, así que no tenía sentido negarlo. Se le ocurrió un centenar de mentiras, pero su boca acabó diciendo algo que casi era verdad:
- -No sucedió nada.
- -Pero ¿te atraía?
- -Sí, pero no sucedió nada.
- -Entonces ¿tú no...?
- -Oh, no, no, claro que no. —-Como entre ellos la verdad se había convertido de pronto en algo importante, añadió:-— Bueno, la besé una vez y ella...
La sombra de una sonrisa bailaba en los labios de Nymph.
- -¿Te besó a ti?
- -Me dio un puñetazo en la nariz —-dijo Pyrgus, y los dos se echaron a reír.
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Tomados de la mano subieron a lo alto de la elevación para ver lo que los trinios denominaban fluida oscuridad.
Pyrgus se quedó de piedra. Debajo de ellos las legiones de demonios de Beleth se extendían a lo largo de kilómetros por la llanura desértica. Esperaban con inhumana paciencia, armados y acorazados. Perros infernales se agazapaban junto a cada pie. Hileras de gigantes escarabajos de transporte arrastraban armamento pesado. Una ciudad de tiendas de campaña proporcionaba cobijo.
El reflejo rojo de los ríos de magma sobre las superficies metálicas creaba la impresión de que no habían abandonado su Hael nativo.
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- -¿Usted confía en él? —-preguntó Blue.
- -¿En Hairstreak? —-Fogarty sacudió la cabeza-—. Claro que no.
- -Aunque dice la verdad sobre las legiones de Beleth —-afirmó madame Cardui-—. Ya han entrado en el reino.
Blue la miró, sorprendida.
- -¿Y por qué yo no lo sabía?
- -Pyrgus ha llamado para confirmarlo hace unos minutos. Después de que llegase lord Hairstreak. Según su informe, no se trata de unos cuantos demonios. Parece el ejército demoníaco entero, una fuerza de ataque mucho más fuerte que cualquiera de las que se habían congregado aquí. Con esa ayuda de Beleth, los elfos de la noche ganarían la guerra en cuestión de semanas.
Blue sintió todo el peso de su cargo sobre ella. Aquello era un lío y estaba empeorando. Una vocecilla en su interior insistía en decirle que era culpa suya. Si no hubiera puesto la cuenta atrás en marcha, su tío no habría ordenado el ataque del bando de la noche. Pero si no hubiera ido a ver a su tío en primer lugar, los demonios no habrían tenido oportunidad de secuestrarla ni ella se habría enterado de sus planes.
Aunque no conocía todos sus planes. No recordaba que Henry le hubiera dicho si los planes de Beleth involucraban a los elfos de la noche ni si pensaba atacar. Necesitaba que Henry se lo aclarase si podía. Mientras tanto...
- -Entonces, ¿no creen a lord Hairstreak?
Madame Cardui suspiró, sacudió la cabeza y se encogió de hombros.
- -Realmente no lo sé. Esto no tiene sentido. El bando de la noche ha sido aliado de Hael durante generaciones. ¿Por qué iba a cambiar ahora?
- -¿Por qué se empeña Hairstreak en que ahora cambie? —-puntualizó el guardián Fogarty-—. Según él, la invasión de los demonios no tiene nada que ver con él ni con ningún elfo de la noche.
- -Cariño, yo no creería ni una sola palabra de lord Hairstreak, aunque la pronunciase sobre la tumba de su madre.
- -Tampoco yo en condiciones normales. Pero ese hombre está asustado, y nunca lo había visto asustado. Ya lo has escuchado. No sólo quiere la paz entre el bando de la luz y el de la noche, sino también una alianza contra Beleth. Nunca había hecho algo así.
- -Nunca lo había necesitado —-murmuró Blue con aire pensativo, y miró a madame Cardui-—. Que venga Henry.
- -¿Henry, querida?
Una idea espantosa asaltó la mente de Blue.
- -Lo ha puesto en libertad, ¿verdad? ¿No seguirá condenado a muerte?
- -No, claro que no, querida. Se encuentra en la enfermería recuperándose de su pequeña operación.
- -Entonces que venga ahora mismo, Cynthia —-ordenó con impaciencia-—. Es el único que puede decirnos si la oferta es sincera. Él sabe qué planean exactamente los demonios. Estaba conectado a la Haelmente.
- -¿Qué es la Haelmente? —-preguntó Fogarty.
Blue no le hizo caso; seguía mirando a madame Cardui.
- -¿Qué sucede?
- -Me temo que Henry se encuentra sedado.
Aunque quería mucho a la Dama Pintada, Blue la habría matado en aquel momento. Pero el asesinato era un lujo que no podía permitirse en tal circunstancia.
- -¿Cuándo despertará?
- -Seguramente demasiado tarde. Tal vez tengamos que tomar esta decisión sin él.
Blue se esforzó por controlar la furia.
- -Muy bien. Que vaya alguien a comprobarlo. Mientras tanto, ¿qué opinan?
- -Las fuerzas de Beleth están congregadas en el desierto oriental —-expuso madame Cardui-—, en el lugar perfecto para ayudar a Yammeth Cretch.
- -O para invadirla. —-Precisó Fogarty. Se sentó en el brazo de un sillón y dijo:-— Repasemos lo que tenemos, a ver si nos aclaramos. ¿Te parece bien, Blue?
Ella asintió.
Fogarty empezó a señalar puntos con los dedos.
- -Primero, el ejército de Beleth está acampado en el desierto oriental. Todo su ejército, una enorme fuerza de ataque.
- -Sí.
- -Lord Hairstreak dice que no tiene nada que ver con él. No llamó a Beleth, no le pidió ayuda, no sabía que se habían reabierto los portales de Hael. Cuando se enteró de que los demonios estaban allí... ¿qué?... ¿decidió que Beleth estaba a punto de atacarlo y vino a pedirnos ayuda? Eso carece de sentido.
- -Es lo que he dicho yo, cariño. Si tu antiguo aliado aparece, ¿no correrías a recibirlo con los brazos abiertos? ¿Por qué no lo hizo su señoría?
- -¿Sigue Hairstreak en el palacio?
Madame Cardui asintió.
- -Se ha negado a marcharse, a pesar de que Blue lo ha despedido. Ahora se encuentra en una antecámara, esperando que volvamos a hablar con él.
- -Entonces vamos a preguntarle —-sugirió Fogarty.
Hairstreak entró con aspecto de no haber dormido durante meses, pero mantuvo la compostura.
- -¿Ya le encuentras sentido? —-le espetó a Blue.
Fogarty se encaró con él.
- -Cuando descubrió que Beleth había llegado, ¿por qué no envió a alguien a reunirse con él? —-preguntó abiertamente-—. Al fin y al cabo se trata de su antiguo aliado.
Hairstreak esbozó una fría sonrisa.
- -Oh, lo hice. Claro que lo hice. Supuse que había venido a ayudar a nuestra causa, la causa de la noche, naturalmente. Envié a Borgoña a recibirlo para que acompañase a los demonios hasta Yammeth City. —-La sonrisa se convirtió en una carcajada falsa y escalofriante-—. Parecía un extraordinario golpe de suerte.
- -¿Y qué ocurrió? —-preguntó madame Cardui tras unos instantes.
Hairstreak la miró a los ojos.
- -Me devolvió la cabeza de Borgoña en un saco.
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Resultaba extraño, pero de repente Hairstreak se le antojó pequeño a Blue. Seguía siendo el mismo hombre, pero daba la impresión de haber encogido, como si la vida se le escapase al igual que a un globo pinchado. Como había observado el señor Fogarty, había miedo en sus ojos. Blue nunca había visto a su tío asustado.
- -¿No han atacado Yammeth City...? —-preguntó madame Cardui. Se refería a las hordas demoníacas de Beleth. Era una reflexión y una pregunta a la vez.
- -Aún no —-respondió Hairstreak.
- -¿Ni ningún otro lugar del Cretch?
Hairstreak negó con la cabeza. Respondía a Cynthia, pero no apartaba los ojos de su sobrina.
Blue no decía nada; observaba y esperaba. Confiaba contra todo pronóstico que de la conversación saliera algo que le aclarase las ideas. Pero lo único que pensaba era en que estaban allí, sosteniendo una conferencia estratégica con su tío. De niña le habían enseñado a considerarlo su perverso tío, como un personaje de un relato mítico. Y de pronto ya no era un enemigo, y tampoco los elfos de la noche. O eso parecía.
- -¿Por qué piensa eso? —-preguntó madame Cardui-—. Por lo visto tiene a sus fuerzas bien situadas. A una hora escasa de camino de las murallas de su ciudad, según creo.
- -¿Y por qué Beleth se manchó las manos matando a Borgoña? —-dijo Fogarty-—. ¿Por qué no aceptó su invitación, llevó a su ejército sin más preparativos y atacó al bando de la noche por sorpresa desde el interior de sus propias defensas? Eso es lo que yo habría hecho.
Hairstreak se encogió de hombros.
- -Tal vez esté esperando a que ustedes hagan su trabajo sucio.
Fogarty se inclinó hacia delante.
- -Suponiendo que lo crea, ¿por qué iba a volverse Beleth contra sus antiguos amigos? Los elfos de la noche y el infierno han sido compinches durante siglos. Beleth les ha proporcionado sirvientes demonios, mano de obra demoníaca, Dios sabe qué, a cambio de... —-Titubeó, sin saber qué decir.
- -No es un comentario muy acertado, guardián Fogarty —-dijo Hairstreak fríamente-—. Beleth nunca nos dio nada de buena gana. Hace generaciones nuestros magos desarrollaron técnicas para obligar a los demonios a aceptar ciertos pactos. Desde entonces nuestros sirvientes han sido la escoria. Los elfos de la luz podrían haber obtenido los mismos beneficios, pero prefirieron no hacerlo por un... mal entendido sentido de la moralidad. —-Centró de nuevo la atención en Blue-—. No soy historiador, pero creo que el asunto de los demonios fue la primera causa de ruptura entre nosotros.
- -Y supongo que ahora no podrás obligarlos —-dijo Blue de pronto.
Hairstreak le dedicó una fría sonrisa.
- -Hay más de un millón de demonios en el desierto oriental. Ese número rebasa todo posible forzamiento.
- -¿Cree que se trata de una venganza por los siglos de explotación? —-Había un destello perverso en los ojos de Fogarty.
Tal vez Hairstreak tuviese sentido del humor, pero no lo demostró.
- -Oh, no creo que vayan por nosotros —-dijo muy serio.
- -Muy bien. ¿Qué planes cree que tiene Beleth?
Hairstreak los miró.
- -Creo que está esperando a que estalle la guerra entre los elfos de la noche y los de la luz.
- -Cosa que ya ha ocurrido —-precisó Blue-—, gracias a tu ataque preventivo.
Los ojos de su tío centellearon.
- -No fui yo el que inició la cuenta atrás, sobrina.
- -Tal vez sea mejor que dejemos continuar a vuestro tío, majestad —-dijo madame Cardui en tono conciliatorio-—. Al fin y al cabo, tiene más experiencia que nosotros con los demonios. —-Miró al lord y le dedicó una sonrisa encantadora.
- -Continúa, tío —-ordenó Blue-—. ¿Los planes de Beleth...?
- -No creo que intervenga en la guerra. Supongo que le da absolutamente igual quién gane. Cuando la guerra termine, atacará al vencedor, sabiendo que estará debilitado por el conflicto. De esa forma, planea apropiarse de todo el reino.
Sonaba horriblemente plausible. Pero la mayoría de los tortuosos planes de Hairstreak también resultaban horriblemente plausibles. Blue no sabía si confiar en él.
- -¿Cómo opinas que podríamos detenerlo?
Hairstreak se encogió de hombros.
- -Conoces mi propuesta. Una alianza militar inmediata entre el bando de la noche y el de la luz. Nuestras fuerzas combinadas pueden atacar a Beleth en el desierto y, con suerte, devolverlo a Hael, adonde pertenece.
- -¿Por qué no utiliza usted sus flores del tiempo contra él? —-preguntó de pronto el guardián Fogarty.
- -¿Qué flores del tiempo? —-repuso Hairstreak.
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- -¿Lo creéis? —-preguntó el guardián Fogarty en cuanto estuvieron solos.
- -No lo sé —-respondió Blue-—. Ojalá estuviese aquí Flapwazzle. —-Se le ocurrió una idea y dijo:-— ¿Dónde está? ¿Huyó de lord Hairstreak?
Madame Cardui asintió.
- -Regresó sano y salvo y se fue de caza. Lo hacen cuando están tensos. Creo que el asunto de Henry y el vampiro lo puso nervioso. Le tiene mucho cariño al chico.
- -Por el reino de la luz, ¿aún no ha despertado Henry? —-preguntó Blue.
- -Pronto, querida, te lo prometo.
El Guardián intervino en tono impaciente:
- -Ya hablaremos con él más tarde. Mientras tanto, ¿creemos a Hairstreak? —-Miró a sus interlocutoras.
- -Creo que sí —-dijo madame Cardui lentamente.
Fogarty y Blue la miraron.
- -¿Incluyendo la parte de las flores del tiempo?
- -No estoy segura de eso, Alan. Pero supongo que lo que dice podría ser cierto. Pyrgus obtuvo la información de la hija de Ogyris, que es casi una niña y, por tanto, una fuente no muy fiable. A lo mejor el mercader Ogyris cultivaba las flores para sus propios fines. Tal vez planease vendérselas al mejor postor.
- -Y tal vez el mejor postor fuera Beleth —-sugirió Blue. En aquella situación cualquier cosa parecía posible.
Fogarty parpadeó.
- -Henry utilizó una flor del tiempo para secuestrarte. Supusimos que la había conseguido de lord Hairstreak, pero ahora sabemos que el chico estaba trabajando para los demonios. Tuvo que obtenerla de ellos, lo cual significa que Ogyris ha estado suministrándoselas a Beleth.
Madame Cardui se estremeció.
- -En ese caso, estamos todos perdidos.
- -Esto es ridículo —-repuso Blue-—. Necesitamos a Henry. ¿Cómo voy a tomar una decisión sobre algo así cuando él puede darnos la respuesta? Voy a la enfermería a ver si ha superado la sedación. Si no lo ha hecho, ordenaré a los magos que lo despierten.
- -Te acompaño —-se apresuró a decir Fogarty.
Encontraron a Henry vagando por los pasillos de la enfermería. Tenía una venda en la nariz y una expresión ausente. Sonrió tímidamente cuando vio a Blue.
Tardaron menos de un minuto en descubrir que Henry no recordaba nada de lo que había ocurrido después de que los demonios le insertasen el implante.
Blue lanzó un profundo suspiro.
- -Dígale a mi tío que tendrá que esperar hasta mañana por la respuesta. Creo que necesitamos dormir.
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Hairstreak abandonó el palacio furibundo. ¡Cómo se atrevía aquella estúpida chica a tratarlo de semejante forma! ¡Cómo se atrevía a negarse a escuchar cuando el futuro del reino estaba en juego! El tiempo se acababa, ¿no se daba cuenta? Los demonios podían atacar en cualquier momento, tal vez dentro de una hora o por la noche. Y a pesar de ello debía esperar otro día antes de poder actuar, o el tiempo que tardase la muy desgraciada en decidirse. No le extrañaba que el imperio se encontrase sumido en semejante caos. Tampoco le extrañaba que Beleth hubiese resuelto aprovechar la oportunidad.
Pensar en Beleth lo puso furioso. La traición de aquella criatura resultaba increíble. Aunque debería haberlo previsto. No se podía confiar en un demonio. Pero de nada servían las recriminaciones. La cuestión era: ¿qué hacer a continuación?
Su escolta lo rodeó cuando abandonó el Palacio Púrpura. Hairstreak no se hacía ilusiones: la situación era grave, mucho más grave de lo que creía la joven reina Blue. Pero los elfos de la luz nunca habían asimilado la verdad sobre los demonios. Los demonios eran peligrosos. No se debía olvidar que tenían sus propios objetivos. Aunque eso era precisamente lo que había hecho él. Iba a necesitar mucha habilidad para no pagar las consecuencias de aquel pequeño error.
Hairstreak ordenó a su transporte que fuese directamente a las cuevas, cuya entrada oeste tenía amplitud suficiente para el aterrizaje. Si había algo parecido a un golpe de suerte en aquellas lamentables circunstancias era el hecho de que Hamearis hubiese muerto. Hairstreak lo echaba de menos —-habían pasado muchas cosas juntos-—, pero con Borgoña fuera de la escena, él se encontraba indiscutiblemente al mando de todo el despliegue militar del bando de la noche. Nadie cuestionaría sus decisiones ni sus órdenes.
Salió del volador y entró en la cueva principal. Los refuerzos de la noche se extendían ante él, esperando con tanta paciencia como los demonios del desierto. Había mucho menos bullicio que la última vez que había estado allí. Los preparativos estaban hechos, y los pertrechos y el armamento, en su lugar y listos. Un ejército que aguardaba órdenes definitivas, tan próximo a la acción como un arco tensado. Sólo faltaba saber qué orden dar.
Hasta entonces, Hairstreak había mantenido a su extenso ejército en reserva. Pero tendría que asumir la responsabilidad pronto. Estaba rabioso con Blue. Si ella comprendiese la urgencia de la situación, él tomaría la decisión enseguida. La única medida sensata consistía en una alianza contra los demonios. Todo lo demás era una locura. Aunque aquella locura se le había echado encima. ¿Podía permitirse el lujo de esperar hasta el día siguiente? Y si Blue rechazaba el tratado, ¿debería él lanzar el resto de sus fuerzas contra los elfos de la luz o atacar primero a las legiones de Beleth?
Había casi un millón de demonios acampados en el desierto. Aquellas criaturas no temían la muerte. Cuando se ponían en marcha, eran implacables como hormigas. Afluían en oleadas, sin importarles cuántos muriesen. Además, si Beleth había conseguido que un ejército entero atravesase los portales, podría transportar también refuerzos en caso necesario. Había muchísimos demonios en Hael. Otro millón combatiendo no sería nada para él, u otros dos, o tres o diez. Las posibilidades resultaban espeluznantes. La única esperanza consistía en lograr una victoria rápida y decisiva, y luego cerrar los portales antes de que Beleth reaccionase. Cerrarlos, sabotearlos, mantenerlos clausurados. Para siempre, si podía ser. Los elfos de la noche podían prescindir de sus sirvientes demonios. Había que pagar por ellos un precio demasiado alto.
La otra posibilidad era lanzar todo su poder contra la propia Blue, con la esperanza de alcanzar un rápido triunfo antes de que Beleth se moviese. Pero ¿qué oportunidades tenía? Estaba seguro de poder invadir a los elfos de la luz. Pero ¿pronto...? No parecía probable. Aunque sólo tardase unos días, no contaba con garantías de que Beleth no fuese a atacar inmediatamente.
El general Proeles, el militar más veterano, se presentó a saludarlo flanqueado por tres edecanes. Hairstreak esperó hasta que estuvo a su lado y le dijo:
- -Que se vayan tus hombres, Graphium, esto es privado. —-Despidió a su gente con un gesto vago.
Proeles era un hombre alto y delgado, ligeramente encorvado para ser militar. Tenía un aire educado que dejaba traslucir un carácter de acero.
- -¿Doy por sentado que la misión no ha tenido éxito, señoría? —-preguntó.
Hairstreak se encogió de hombros.
- -Mi sobrina no tomará una decisión hasta mañana. Tal vez ni siquiera entonces.
- -¿Acuartelará sus fuerzas mientras tanto?
Hairstreak negó con la cabeza.
- -¿Sabemos por qué? —-Era un general perspicaz. Su pregunta significaba: ¿hay lugar para el compromiso o la negociación?
- -No confía en nosotros —-suspiró-—. Quizá le hayamos dado motivos.
Como era de esperar, Proeles no respondió a la alusión.
- -¿Tiene planes de contingencia para el caso de que se niegue?
Hairstreak suspiró otra vez, más profundamente.
- -Uno desesperado, Graphium. Por eso he despedido a nuestros hombres. Quiero que escuches lo que tengo en mente y que me des tu opinión. Luego, a menos que me convenzas de que hay otro camino mejor, quiero que emprendas la acción inmediatamente. Inmediatamente —-subrayó-—. No sé cuánto tiempo tenemos, así que la rapidez es esencial.
Proeles asintió con gesto serio.
- -Entiendo, señoría.
Hairstreak lo miró a los ojos.
- -Así analizo yo la situación. Si nos vencen los elfos de la luz, será una tragedia. Si nos vence Beleth, será el desastre más grande de la historia del reino. No habría posibilidad de recuperación ni para nosotros ni para el bando de la luz. Nuestro mundo se convertiría en un estado esclavo con los demonios de amos. ¿Estás de acuerdo hasta aquí?
Proeles asintió otra vez.
- -Sí, si nos vencen.
- -Evidentemente, nos esforzaremos por evitar cualquiera de las dos eventualidades. Tal vez incluso venzamos, aunque lo dudo. Creo que podríamos derrotar a Beleth o a Blue, pero no a los dos. Sólo un loco lo pensaría. —-Miró al general, que se encogió de hombros ligeramente-—. Yo opino que, dadas las circunstancias, debemos procurar la derrota de Beleth como prioridad absoluta. ¿De acuerdo?
- -Desde luego. Por eso le ha ofrecido una alianza a la reina.
- -Podría rechazarla —-observó Hairstreak-—. Blue está obsesionada con luchar contra nosotros. No ve, no quiere ver, la gran amenaza. Tal vez sea demasiado tarde cuando recupere el sentido. Permíteme que te hable claramente, Proeles...
- -Por supuesto —-murmuró.
- -Nuestro ataque preventivo no ha tenido el éxito que yo esperaba. Los elfos de la luz están contraatacando en Yammeth Cretch. Nuestras tropas los mantienen a raya hasta el momento, pero si Beleth se mueve, estamos perdidos. Por tanto... —-siguió, y tomó aliento-—, he llegado a la conclusión de que debemos emplear a todos nuestros hombres para realizar un gran ataque contra las fuerzas de Beleth situadas en el desierto. No sólo las tropas de reserva de aquí, sino las fuerzas que ahora luchan contra los elfos de la luz.
- -¿A pesar de que la reina no ha aceptado un alto el fuego?
- -Sí.
Proeles estaba atónito.
- -¿Está dispuesto a dejar el Cretch y la ciudad desprotegidos?
Hairstreak asintió con gesto amargo.
- -Sí. —-Se encogió de hombros-—. Oh, podemos desplegar unas cuantas milicias de hombres demasiado viejos y enfermos para participar en la ofensiva principal. Entretendrán al bando de la luz un poco, pero la verdad es que estoy dispuesto a sacrificar todo el Cretch, si hiciera falta, por conseguir una victoria rápida sobre Beleth. —-Dudó-—. Hay una cosa más...
El general esperó.
- -No todos los elfos de la noche viven en el Cretch. Simultáneamente a nuestro ataque contra Beleth debe haber un levantamiento inmediato de todos los elfos de la noche leales del reino. Podemos tener en vilo al reino dentro de unas horas y, con suerte, eso mantendrá a los elfos de la luz ocupados mientras nosotros nos deshacemos de Beleth. Si ocurre algo así, cerramos los portales de nuevo, y si no perdemos a demasiados hombres en el proceso, podremos centrar la atención en el problema de la reina Blue. Tal vez no tengamos fuerza suficiente para derrocarla si no derrotamos a los elfos de la luz completamente. —-Miró a Proeles-—. Agradecería tu opinión.
- -Hay una gran cantidad de oraciones condicionales en su plan, señoría.
- -¿Tienes otro mejor?
Proeles sacudió la cabeza.
- -No, señoría.
- -Entonces toma las medidas de contingencia. Nuestros comandantes deben actuar en cuanto puedan. Preferiblemente esta noche. —-Hairstreak giró en redondo y regresó a su volador. Mientras subía al vehículo, dijo en parte para sí:-— Y reza a la Oscuridad para que ésta sea la decisión correcta.
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Pyrgus se detuvo, dominado por una extraña y sobrecogedora sensación de inquietud.
- -¿Qué sucede? —-preguntó Nymph.
- -Algo va mal —-respondió. Según sus cálculos estaban cerca de donde habían dejado el volador, tan cerca que lo único que pensaba era en regresar. Pero en aquel momento...
Miró a su alrededor. Los trinios, que los habían escoltado tan alegremente hasta entonces, habían desaparecido. La infinidad del desierto se extendía tras ellos, rocosa, desolada y desnuda.
- -¿Nagel...? —-llamó en tono urgente.
El enano naranja se materializó surgiendo de detrás de una roca.
- -¡Calle tú! —-exclamó, lanzando chispas por los ojos.
Pyrgus miró a Nymph.
- -Quiere que te calles —-explicó ella.
- -Pregúntale qué sucede. Hay algo raro.
Nymph iba a hablar, pero antes de que pronunciase una palabra, Nagel se puso un dedo sobre los labios, la agarró de la mano y le indicó que se agachase tras un resalte rocoso. Pyrgus los miró un instante y luego los siguió.
Se produjo casi una repetición de lo que había ocurrido cuando subieron a la elevación y vieron las legiones de Hael acampadas en lo más profundo del desierto. Obedeciendo a las señales urgentes de Nagel, levantaron la cabeza con cuidado.
Un pequeño contingente de hombres que llevaban el uniforme gris y negro del regimiento de exploradores de élite del bando de la noche avanzaba por el desierto en dirección a las legiones de Beleth.
- -Dios de la luz —-gimió Pyrgus-—. Son mensajeros. Hairstreak se va a unir a Beleth. Ha de ser eso. Tendremos que enfrentarnos a los dos. —-Buscó a Woodfordi. El palacio debía enterarse de aquello inmediatamente.
Nagel dijo algo en susurros.
- -Abandonemos esta posición —-tradujo Nymph-—. Tal vez vengan más. Si nos quedamos aquí, nos descubrirán.
El trinio ya estaba descendiendo. Pyrgus y Nymph lo imitaron. Durante un frustrante cuarto de hora siguieron a la tribu de trinios, moviéndose en silencio y a cubierto, hasta que Nagel ordenó detenerse en un cráter superficial rodeado por una fumarola sulfurosa.
- -Dice que aquí estamos a salvo —-explicó Nymph.
Pyrgus arrugó la nariz.
- -Ya entiendo por qué. —-Dirigiéndose a Woodfordi, le preguntó:-— ¿Puedes hablar con mi hermana, la reina Blue? ¿Puedes hablar con ella directamente?
Woodfordi negó con la cabeza.
- -Lo dudo, señor. Su majestad no suele tener un CC a mano. Se dice que no nos soporta por algún motivo, señor.
- -Vale, pues ponme otra vez con madame Cardui. Ella transmitirá el mensaje.
- -Sí, señor. —-Woodfordi se agachó adoptando una postura imposible y bizqueó. Al cabo de un instante enderezó los ojos-—. No puedo establecer la comunicación, señor.
- -¿Por qué no? ¿La Dama Pintada no tiene su CC a mano?
- -No es eso, señor. Se trata de Orion. No responde.
- -Por Hael, ¿quién es Orion?
Woodfordi se puso muy serio.
- -Nada de Hael, señor. Es el ángel de las comunicaciones. Sería más apropiado decir «Por el cielo, ¿quién es Orion?», señor, si entiende lo que le digo. Se llama a sí mismo guía militar y guardián espiritual, pero sólo porque le gusta llevar uniforme. La mayoría de los ángeles van desnudos allá arriba, debido el clima agradable.
A pesar de la urgencia de la situación, Pyrgus frunció el entrecejo y dijo:
- -No sabía que estuviéramos en contacto con el cielo.
- -Secreto militar, señor. —-Woodfordi se dio un golpecito en la nariz-—. Es necesario. La verdad es que no debería habérselo contado, pero espero que no pase nada, ya que es usted de la familia real y todo eso.
- -¿Por qué no puedes comunicar? —-preguntó Pyrgus, regresando de mala gana al asunto que tenían entre manos.
- -Tal vez se deba al lugar, señor —-respondió muy serio-—. La recepción no era gran cosa antes, a decir verdad. Demasiada actividad volcánica por aquí. Las tensiones de la tierra influyen en los flujos de energía y descubren campos de relámpagos atrapados. Eso afecta a la red. Es como los portales de transportación a la inversa. Seguiré intentándolo si quiere, señor, pero creo que no mejorará la situación hasta que salgamos del corazón del desierto.
Pero Pyrgus dejó de escuchar de repente. Tenía el aspecto de alguien a quien acababa de ocurrírsele una idea.
- -¿Qué? —-preguntó Nymph.
- -¡Portales! —-exclamó, y miró a su alrededor con aire alterado-—. Nagel, antes has llamado a los demonios fluida oscuridad. ¿Significa eso que los has visto antes en el desierto? —-Sí, había de ser eso. Nadie tenía nombres para cosas que nunca había visto.
Nagel asintió.
- -Ja.
- -¿De dónde vienen? —-preguntó Pyrgus. Tenía la cara de alguien dominado por una creciente emoción.
Nagel señaló un punto.
- -Por llí horas mino lado gan picio.
Los oídos del chico debían de estar acostumbrándose porque casi lo entendió, pero se volvió hacia Nymph.
- -Por allí, la dirección en la que está señalando, a una hora de camino. Por lo visto es junto a lo que ellos llaman el Gran Precipicio. —-Miró fijamente a Pyrgus-—. ¿Qué ocurre?
- -Hay un ejército de demonios en el desierto, eso lo vemos —-dijo emocionado-—. Pero no se nos había ocurrido preguntar cómo habían llegado hasta aquí. ¿Verdad que no?
- -No... —-contestó en tono inseguro.
Pyrgus la agarró por el hombro.
- -Tiene que haber portales. No existe otra forma de que se puedan transportar tantas tropas en tan poco tiempo. Bueno, se podrían embarcar, pero no sin que se notase. Por tanto, se trata de portales. Pero no pueden ser los normales; nos habríamos enterado si hubiesen vuelto a abrirlos, ¿no?
- -Sí... —-afirmó Nymph, aún más insegura.
- -¡Así que Beleth debe de haber abierto portales nuevos! —-exclamó Pyrgus-—. Sé a lo que se refiere Nagel cuando habla del Gran Precipicio. Es un accidente geológico en lo más profundo del desierto, casi inaccesible y alejado de todas partes. Perfecto para los portales de Beleth y sus tropas demoníacas. Les gustan los ambientes volcánicos. ¿No lo entiendes, Nymph...?
- -¿Entender qué, Pyrgus? —-preguntó pacientemente.
Él sonrió.
- -No podemos hacer nada con las tropas que Beleth ya tiene aquí. Pero si saboteamos los portales, evitaremos que envíe más. Nada de refuerzos. Nada de suministros. Podría significar la diferencia entre la victoria y la derrota.
Nymph pareció interesada.
- -¿Conoces el camino del Gran Precipicio?
Pyrgus negó con la cabeza.
- -No, pero Nagel sí; conoce este desierto como la palma de su mano. Y su gente podría ayudarnos. Los trinios violetas son guerreros. Nos apoyarán si los portales están protegidos. A los trinios verdes se les dan muy bien las cuestiones técnicas: Innatus hizo el pequeño placoide; podrían ayudarnos con el sabotaje. Tenemos una oportunidad increíble, Nymph. Si estamos todos juntos, lo conseguiremos. Y si nos movemos con rapidez, haremos el trabajo antes de que anochezca. —-Se giró hacia Nagel-—. ¿Lo harás, Nagel? —-preguntó en tono urgente-—. ¿Nos vas a ayudar?
- -Oh, ja.
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Pyrgus se estaba cansando de andar a rastras, pero reconocía que era mejor que ser visto por los demonios. Alzó la cabeza con cautela.
El Gran Precipicio se erguía ante él como la columna central del desierto, un escarpado macizo de arenisca tan alto que tenía un microclima propio: el polvo y la arena del suelo del desierto formaban remolinos que parecían djinns dando vueltas.
Pyrgus giró la cabeza y se quedó boquiabierto. Los portales se encontraban dispuestos a intervalos, separados por uno o dos metros de distancia. Pero había más de los que hubiera imaginado en la peor pesadilla. Había veintenas, cientos, miles y más. Se extendían como centinelas sobre la base del precipicio hasta donde alcanzaba la vista. Semejante cantidad de portales no se habría construido desde que se cerraron los habituales. Beleth debía de haberlos construido en secreto durante años.
No había guardias a la vista. Tal vez Beleth creyese que no hacían falta. Para destruir tantos portales se necesitaba un ejército, y aun así se tardaría días o semanas. Además, el secreto se había mantenido tanto tiempo que seguramente Beleth creía que nunca los descubrirían. Nadie se adentraba hasta aquel punto en el desierto; hasta los trinios nómadas lo evitaban. Era la base perfecta para una invasión demoníaca.
Pyrgus recorrió con la vista la larga línea de portales.
- -¡Demasiados para un sabotaje! —-murmuró entre dientes. Aunque consiguiesen cerrar uno o dos, quedarían miles. Al despliegue bélico de Beleth no le produciría más efecto que la picadura de un mosquito.
- -Yo no estaría tan seguro —-replicó Nymphalis, tendida en el suelo junto a él. Se giró hacia Woodfordi, que estaba a su lado-—. ¿Qué te parece?
- -¿Se refiere a la distancia de separación, señorita?
Ella asintió en silencio.
- -Es difícil saberlo desde aquí. —-Woodfordi frunció el entrecejo-—. Pero me parece que están demasiado juntos...
- -¿De qué estáis hablando? —-quiso saber Pyrgus.
- -Reacción en cadena —-respondió Nymph-—. La tecnología de los portales es inestable por naturaleza. Básicamente, se crea un agujero en la realidad. Dentro de cada portal la inestabilidad está controlada, pero sigue allí. ¿Entiendes lo que eso significa?
- -No —-admitió. Odiaba que Nymph le diese lecciones.
- -Si saboteamos un portal, o sea, si lo volamos, activamos la inestabilidad del mismo. La detonación del sabotaje provoca que el portal también reviente, lo cual da lugar a una explosión mucho mayor. Pero si hay otro portal cerca, otro muy próximo, la explosión del primero provocará que también reviente el segundo. —-Contempló la hilera de portales que se extendía bajo el precipicio-—. Si la proximidad de esos portales es suficiente, sólo tenemos que volar uno para que todos estallen como petardos, uno detrás de otro.
Pyrgus la miraba, asombrado.
- -¿Cómo sabes todos esos rollos técnicos? —-preguntó-—. Los elfos del bosque no utilizan portales.
Nymph se limitó a sonreír.
- -Es una lástima que no tengamos nada con que volar el primero —-dijo Pyrgus. Cuando había hablado de sabotaje, pensaba en bloquear los portales con rocas, un viejo truco guerrillero que habría encerrado a los demonios detrás de las piedras.
- -Tal vez tengamos algo, señor —-terció Woodfordi. Buscó en su equipo y sacó una ramita de sauce pintada de unos veinte centímetros de longitud.
- -¿Qué es eso?
- -Una varita explosiva, señor. Hay que partirla por la mitad para deshacer la cobertura de hechizos, y luego colocar los pedazos junto a lo que se quiere volar. El plazo para ponerse a cubierto es de ocho segundos.
- -Creía que los CC no eran combatientes.
Woodfordi sonrió.
- -Nos dan el equipo y el entrenamiento básico —-explicó-—. Por si acaso.
Nymph, que observaba a Woodfordi, preguntó:
- -¿Cuál es el problema?
Pyrgus la miró sorprendido.
- -¿Por qué tendría que haber un problema?
- -En realidad, señorita, ocho segundos es tiempo suficiente para ponerse a cubierto de la onda expansiva —-respondió Woodfordi-—. Pero si la varita activa el portal, la detonación sería mucho mayor. Muchísimo...
- -Entonces, quien reviente el primer portal tal vez no consiga alejarse a tiempo. ¿Podría sorprenderlo una explosión mayor?
- -Podría morir, señorita, sí —-contestó muy serio.
- -Yo lo haré —-se ofreció Pyrgus.
- -No, de eso nada —-repuso Nymph enseguida.
- -Yo soy el soldado —-replicó Woodfordi-—. Es mi trabajo.
- -Eres nuestro canal de comunicaciones —-le dijo Pyrgus enfadado-—. Necesitamos estar comunicados con el palacio.
- -No puedo comunicarme desde aquí —-observó-—. Orion no responde.
- -Porque estamos en medio del desierto. Te utilizaremos más tarde.
- -Lo haré yo —-dijo Nymph-—. Corro más rápido que vosotros.
- -¡No es cierto! —-exclamó Pyrgus.
- -Oh, claro que sí —-afirmó muy confiada-—. Además, sé cómo se produce la explosión de un portal y creo que puedo ponerme a cubierto en ocho segundos.
- -¿Cómo sabes lo de la explosión del portal?
Sorprendentemente, Nymph se limitó a sonreír.
La discusión continuó hasta que Nagel se interpuso entre ellos y dijo:
- -Garlo arrera.
Pyrgus parpadeó.
- -¿Jugarlo a una carrera? —-Había entendido a Nagel y le parecía una buena idea. No creía que tuviese problemas para vencer a una chica, y las piernas de Woodfordi eran muy cortas.
- -Daquí aquella roca —-dijo Nagel, señalando-—. Contaré hasta tres.
Corrieron, y Nymph ganó sin problemas.
- -Podéis ayudarme a colocar la varita —-les dijo para animarlos (y sin tener el detalle de respirar con dificultad)-—. Esperaré a que os marchéis antes de partirla.
- -Tenemos que calcular bien la distancia entre los portales antes de hacer el trabajo —-dijo Pyrgus con mala cara.
Nymph lo miró radiante.
- -Entonces inspeccionémoslos bien —-sugirió-—. ¿Vienes, Nagel?
El trinio sacudió la cabeza.
- -Si vais a volar cosas, he de sacar a mi gente de la zona. Odian las explosiones. —-Se alejó y desapareció entre las rocas.
- -Iré yo —-se ofreció Woodfordi-—. Tengo un metro y sé qué distancia necesitamos.
Los tres se dirigían al portal más cercano cuando unas rocas se transformaron en un grupo de basiliscos guardianes.
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A Henry le ardía la cara.
- -¿Que hice qué?
- -Eso no es lo peor —-dijo Fogarty. Su rostro parecía tan inexpresivo como siempre, pero había un brillo en sus ojos que indicaba que estaba disfrutando.
- -¿Qué es lo peor? —-quiso saber Henry, muy nervioso.
- -Intentaste que se aparease contigo.
Había una guerra y el mundo se estaba derrumbando a su alrededor, pero como no podían hacer nada al respecto, Fogarty y Henry habían ido al pabellón del primero y estaban tomando té análogo de una reserva cada vez menor mientras uno ponía al otro al tanto de lo que había sucedido.
A Henry no le estaba gustando nada la experiencia.
Miró al señor Fogarty boqueando como un pez, y al fin consiguió decir:
- -¿Aparearse?
- -¿Es que no lo entiendes? ¿Acaso tus padres se olvidaron de contarte lo que les ocurre a los pájaros y las abejas?
A Henry le temblaba tanto la mano que tuvo que dejar a un lado la taza.
- -Imposible.
- -No según Blue. Y lo hiciste. No sé a qué viene tanto lío por eso. Creía que la chica te gustaba.
- -Sí, me gusta, pero... —-Alzó la taza de té y la volvió a dejar inmediatamente-—. ¡La respeto! —-gritó.
Tal vez fuera por su tono, pero el gesto del señor Fogarty se enterneció.
- -Mira, Henry, no puedes tomártelo como algo personal. Beleth te había operado. No sabías lo que hacías. Por lo que dice Blue, el implante te convirtió en un demonio.
- -¿Con cuernos...? —-preguntó el muchacho tras unos momentos.
- -¡Oh, por Dios, Henry! —-exclamó con impaciencia.
Cuando fue nombrado Guardián del imperio, instaló su residencia oficial en el pabellón de la entrada del Palacio Púrpura. Pero como se movía continuamente por el reino, la había convertido poco a poco en una mezcla de vertedero y la casita que Henry le cuidaba en el Mundo Análogo. Se encontraban en una habitación que era prácticamente una réplica de su cocina original, en la que no faltaban las cajas oxidadas de galletas y fragmentos de material eléctrico a medio componer.
- -No sé —-dijo Henry-—. ¡No me acuerdo de nada! —-Aunque intentó impedirlo, sus palabras salieron en una especie de quejido.
El señor Fogarty hizo un gesto con la mano.
- -No eras tú, y Beleth tiene un programa de reproducción.
Resultaba casi insoportable. Henry quería mucho a Blue, pero siempre se metía en líos con ella. Caramba, la primera vez que la había visto, estaba desnuda dándose un baño. Seguro que había pensado que era un completo pervertido. Se preguntó si no debería irse a casa para no regresar al reino de los elfos nunca más. Si se quedaba y seguían ocurriendo cosas así, Blue lo odiaría para siempre.
- -Señor Fogarty...
Pero el hombre lo interrumpió.
- -Te lo contaré en pocas palabras, ¿vale? —-preguntó, y Henry asintió-—. Es un asunto de platillos volantes. Si lo estudias como lo he hecho yo, verás que los demonios tienen un programa de reproducción...
- -Creía que eran los extraterrestres los que tenían platillos volantes —-replicó desconcertado-—. Ya sabe, el espacio exterior y ese rollo.
- -Es lo mismo. Demonios... extraterrestres... lo mismo. Por Cristo, Henry, fuiste abducido. Suelen hacerlo. En nuestro mundo llevan años haciéndolo. Te lo habría contado antes si te hubieras quitado los tapones de los oídos y me hubieras escuchado. ¿Para qué crees que abducen a la gente? Todos los que se autodenominan expertos te dirán que a los genes les ocurre algo y que quieren mejorar la raza, pero es peor que eso. Se están infiltrando entre nosotros, Henry. Tienen hijos con humanas y los sitúan en posiciones de poder cuando crecen. Parecen personas corrientes, pero son demonios con forma humana. —-Miró hacia atrás y bajó la voz:-— Medio gobierno, Henry, y no te hablo de los yanquis; han perdido a casi todo el Senado. —-Lo taladró con la mirada-—. Y ahora quieren hacer lo mismo en el reino. Y pensaron que debían empezar con Blue y contigo.
- -¿Con Blue y conmigo? —-¿Beleth lo había convertido en demonio para que tuviera un hijo con Blue y, cuando creciese, se convirtiera en el próximo Emperador Púrpura y tener así a un demonio en el trono? Pensó que iba a vomitar, entre una mezcla de vergüenza y asco. No quería enterarse de los detalles, pero debía hacerlo. Aquello era tan horrible que ya no podía ser peor-—. ¿Y yo le pedí a Blue... bueno, ya sabe...?
- -Sí, lo hiciste.
- -¿Y ella qué dijo? —-Henry oyó la pregunta que había formulado su boca.
El señor Fogarty lo miró con gesto inexpresivo.
- -No me lo contó.
- -Pero no hicimos nada, ¿verdad? —-dijo tras unos momentos. Si habían hecho algo, tendría que abandonar el reino. Nunca podría volver a mirar a Blue a la cara. Nunca podría volver a mirarse en el espejo. Se metería en un monasterio.
- -Hicisteis bastante, por lo que deduzco. Para empezar, mataste a un demonio. Le retorciste el cuello o algo parecido.
A Henry le sonó tan absurdo que ni siquiera se molestó en discutírselo.
- -Huimos.
- -Oh, sí. —-El señor Fogarty hizo un ridículo gesto de asentimiento y le guiñó un ojo-—. Eres todo un héroe, Henry.
No, no era un héroe ni nada por el estilo. ¿Cómo podía enfrentarse a Blue después de lo acontecido? Beleth lo había convertido en un monstruo.
Henry se detuvo. ¿Cuándo había regresado?
- -Señor Fogarty —-dijo con el entrecejo fruncido-—, si el implante me convirtió en un demonio, ¿cómo ayudé a Blue a escapar?
- -Desactivaron el implante. Supusieron que Blue sabría que no eras tú cuando intentases poseerla, así que lo apagaron. —-Torció la boca como si quisiese disimular una sonrisa-—. Beleth imaginó que los dos os aparearíais voluntariamente si os dejaba solos el tiempo suficiente. Así le haríais el trabajo sucio. —-Sonrió abiertamente-—. Eso sí que tiene miga. La gente debe de estar hablando de ti y de Blue en el...
Pero Henry seguía confuso.
- -Espere un momento, señor Fogarty.
- -... infierno —-concluyó Fogarty.
- -Hay algo que no encaja.
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Pyrgus nunca había visto basiliscos guardianes. Aquel contingente se componía del tradicional grupo de cinco, cuatro machos y una hembra, todos vestidos igual, con mono plateado y botas plateadas de suela gruesa. En su forma original eran demonios de piel gris, cabeza grande y enormes ojos negros como el azabache. Apenas le llegaban a la cintura, pero eran las criaturas más peligrosas que habitaban sobre la superficie del planeta. Se pusieron a retozar con sus piernecillas larguiruchas como monos juguetones, cotorreando entre chasquidos semejantes a las pinzas de las langostas.
- -¡No los miréis a los ojos! —-gritó Pyrgus.
Pero era demasiado tarde. Nymphalis había dejado sus armas y caminaba hacia los demonios con gesto inexpresivo.
Pyrgus se abalanzó sobre ella y le dio un empujón con el hombro. El golpe fue tan fuerte que la joven perdió el equilibrio y cayó sobre el suelo pedregoso.
- -Lo siento —-murmuró el chico, pero el golpe tuvo el efecto deseado: Nymph rodó hacia un lado y se levantó con la mirada despejada.
Y sin armas.
Woodfordi, con los ojos clavados en el suelo, buscaba algo en su bolsa, y sacó una espada corta enfundada, una de las pocas armas efectivas contra los basiliscos guardianes. La hoja se retorció bajo el efecto de los hechizos militares ofensivos. Al verla, el basilisco hembra se detuvo en seco y cerró los enormes ojos. Woodfordi empezó a gemir.
- -¿Qué sucede? —-preguntó Pyrgus.
- -CC... particularmente... particularmente susceptible —-dijo sin aliento-—. Incluso sin... contacto visual. Tome... la espada. Halek... —-Sacudió la cabeza.
- -¡Nagel! —-aulló Pyrgus, pero recordó que los trinios habían huido de las explosiones proyectadas. Seguramente no podrían oírlo.
Los cuatro basiliscos machos se habían acercado a Nymph. Tenían boquitas salientes y hendiduras en el lugar de la nariz, pero había una expresión de triunfo en sus rostros. Woodfordi sudaba a mares. La espada que tenía en la mano se volvía contra su propia garganta.
- -Ayúdeme —-pidió débilmente.
Pero Pyrgus corrió a ayudar a Nymph. Se enfrentó a los basiliscos y acuchilló al más próximo con su hoja halek. El arma se combó hacia arriba entre las costillas de la criatura y le partió el corazón.
Se produjo una asombrosa descarga de energía. Un fuego azul envolvió al basilisco en un aura ondeante mientras su cuerpo se retorcía y agitaba como el de un pez varado. Durante un instante sus ojos se nublaron, luego agarró la hoja del cuchillo y la partió de un solo movimiento.
Pyrgus no tuvo tiempo de sorprenderse. La descarga de pura energía lo elevó y lo lanzó hacia atrás varios metros. Cayó con una violencia tremenda, pero el dolor le sirvió para comprobar que seguía vivo. Seguramente lo había salvado la descarga de energía que había sufrido el basilisco. Fuera cual fuera el motivo, continuaba luchando.
Los cinco demonios corrieron hacia él como una bandada de pájaros.
El cuerpo de Woodfordi se enderezó, pero temblaba tanto que soltó la espada. Nymph estaba a su lado.
- -¡Agárrela! —-dijo Woodfordi sin aliento-—. Yo no puedo usarla...
Nymph se precipitó sobre la espada y la recogió de un solo movimiento. Aquella velocidad sobrehumana le recordó a Pyrgus cuando había luchado con ella. Nymph atacó al basilisco más cercano y le amputó el brazo por el hombro.
La criatura profirió un aullido que no salió sólo de su boca, sino también de su mente. Woodfordi se tapó los oídos con las manos y cayó de rodillas. Pyrgus, que intentaba levantarse, se agitó de forma incontrolable y se tambaleó. Sentía como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago y le ardía un hombro. Sólo Nymph parecía no estar afectada. Seguía en pie, moviéndose velozmente mientras atacaba a los demonios restantes.
Era rápida, pero los demonios la superaban. Uno corrió hacia ella y, ante el asombro de Pyrgus, saltó como un insecto por encima de la cabeza de la joven. El movimiento pilló a Nymph por sorpresa y dudó. El basilisco aterrizó, rebotó y se dio la vuelta. Los otros cuatro se abrieron en abanico. Pyrgus observó con horror que el que había perdido el brazo continuaba en pie, moviéndose mientras un lodo verdoso se solidificaba y le cerraba la herida. En un abrir y cerrar de ojos Nymph se vio rodeada.
Pyrgus, que no tenía arma, tomó una piedra y se la arrojó al basilisco más cercano. Le dio en la parte de atrás de la cabeza pelada, haciendo que se tambalease. El demonio se volvió y miró con gesto acusador a Pyrgus, que desvió la cabeza para evitar la electrizante mirada. Resultaba evidente que el basilisco estaba más sorprendido que herido, pero era la oportunidad que necesitaba Nymph. De un salto lo empujó y rompió el círculo. Aún tenía la espada de Woodfordi.
Pyrgus agarró otra piedra y corrió hacia los basiliscos. El maltrecho Woodfordi se había recuperado y estaba buscando otra arma en su equipo. Pyrgus llegó junto a Nymph, que pareció menos contenta de verlo de lo que él esperaba.
- -¡Aléjate! —-le ordenó-—. Tu cuchillo se ha roto.
El basilisco que había perdido el brazo abrió la boca sin labios y dejó al descubierto unos dientes puntiagudos. Los otros sacaron espadas cortas. Las armas tenían hojas de obsidiana pulida. Los ojos de los demonios se centraron en Nymph y avanzaron hacia ella formando un grupo unido. Ella los atacó con su espada, pero ellos la esquivaron fácilmente.
- -¡Nagel! —-gritó Pyrgus desesperado.
Woodfordi le lanzó una daga militar y arrojó algo al suelo en medio de los demonios.
- -¡Fuera! —-gritó en tono urgente-—. ¡Apártense!
Nymph se alejó de las criaturas, agarró a Pyrgus y lo arrastró a todo correr. Woodfordi también corría. Se oyó un curioso ruido y luego percibieron el olor familiar de los hechizos sin pulir. Pyrgus miró por encima del hombro a tiempo de ver el resplandor multicolor y cómo se elevaban grandes cantidades de humo y polvo.
Se produjo una explosión autocontrolada, magia militar diseñada para la destrucción masiva a corta distancia. No hubo ruido, ni onda expansiva, ni detonación. Pyrgus, Nymph y Woodfordi se detuvieron y se volvieron a mirar. La destrucción había sido increíble. Donde antes estaban los demonios se veía un enorme cráter ennegrecido con columnas de humo que se elevaban hacia el cielo implacable.
- -¡Muy bien, Woodfordi! —-exclamó Pyrgus lleno de admiración.
Luego, al borde del cráter apareció la cabeza de un basilisco, enrojecida por el polvo del desierto pero intacta. Se trataba de la criatura que Nymph había herido, la cual se arrastraba con su único brazo. Apareció otra cabeza y después otra. Los ojos líquidos estaban llenos de odio.
Al otro lado del cráter un segundo grupo de rocas se estaba metamorfoseando en otro conjunto de basiliscos guardianes. Luego surgió otro y otro más. El desierto se llenó con los chasquidos de las pinzas de langosta.
- -¡Válgame Dios! —-exclamó Nymph con los ojos como platos.
- -¡Corred! —-gritó Pyrgus.
Pero Nymph era incapaz de moverse.
- -¿Correr adonde? —-preguntó.
Pyrgus miró a su alrededor con desesperación. Detrás de ellos se alzaba el Gran Precipicio, escarpado, imposible de escalar y de traspasar. Por delante se acercaban los basiliscos. Y más allá aparecían más basiliscos despojándose de sus disfraces pétreos. Las criaturas avanzaban hacia ellos con una terrorífica y deliberada lentitud. No había escapatoria.
Pyrgus actuó sin pensar en las consecuencias. Agarró a sus dos compañeros por los brazos y, arrastrándolos tras él, se hundió en el portal de Hael más cercano.
Una cerrada guardia de tres basiliscos los siguió de cerca.
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Se oyó una discreta llamada a la puerta de la habitación antes de que se abriera en silencio. Madame Cardui, que padecía terriblemente de insomnio, estaba incorporada en la cama, esplendorosa con un holgado albornoz y leyendo documentos de Estado. Miró por encima de sus gafas a la figura que acababa de entrar.
- -Ah, Kitterick, has vuelto.
- -Sí, madame.
- -Estamos en guerra, Kitterick.
- -Eso me han dado a entender sus guardias, madame.
- -¿No has visto nada raro?
- -Tuve suerte en la ruta de regreso. —-Empezó a limpiar la habitación, una rutina natural en él.
- -Has estado fuera mucho tiempo. Supongo que con la señora Ogyris.
- -Eso me temo, madame. ¿No la informó Pyrgus directamente?
La dama suspiró.
- -Fue la esencia de la discreción. ¿Resultaron fructíferos tus esfuerzos?
- -Es un modo de expresarlo, madame.
- -¿Información sobre la guerra?
Kitterick negó con la cabeza.
- -Me temo que no, madame. No contaba con semejante acontecimiento, así que me concentré en las flores del tiempo.
Ella se quitó las gafas y se masajeó el caballete de la nariz.
- -Tampoco nosotros contábamos con el acontecimiento, Kitterick. ¿Contribuirán las flores del tiempo a nuestra ruina?
Lancelina, la gata transparente de madame Cardui, surgió de debajo de una mesa y se acurrucó en torno a los tobillos de Kitterick, que se agachó y le acarició las orejas con gesto ausente.
- -No, madame, de ninguna manera —-dijo muy convencido.
- -Ah —-exclamó la mujer, y esperó.
- -Al parecer Pyrgus las ha destruido.
Ella frunció el entrecejo.
- -Pyrgus me contó que las habían cambiado de sitio.
Kitterick sacudió la cabeza.
- -No, entonces no, sino en su visita anterior. Cuando destrozó el invernadero. —-Se acercó con aire respetuoso al lecho, sacó una flor de cristal del bolsillo de su jubón y se la ofreció a su ama casi con un gesto galante.
- -Vaya, gracias, Kitterick. ¿Se trata de una de esas flores? —-Era algo exquisito, como una maravillosa obra de arte.
- -Sí, madame. Pero ya no sirve para controlar el tiempo. Ninguna de ellas sirve para eso. Se necesita una flor viva, y ésta, como las demás, está muerta. Requieren una atmósfera especial para crecer. Cuando se cortan, se pueden conservar varias horas con un spray sellador. Después se convierten en algo inerte. El cristal del invernadero era impermeable. Al mercader Ogyris no se le ocurrió que nadie fuera tan idiota como para atacarlo con un cuchillo halek. Cuando Pyrgus lo rompió, no había nadie que rociase el líquido conservante. Toda la cosecha murió en unos minutos.
- -Ya entiendo —-dijo la dama, sintiendo un ligero alivio. Un problema menos. Lancelina se subió a la cama, se enroscó formando un signo de interrogación y se quedó dormida.
- -Hay una cosa, madame...
El tono del trinio la puso sobre aviso.
- -¿Sí, Kitterick?
- -Las flores no se cultivaban para los elfos de la noche, como creía Pyrgus, sino para exportarlas a Hael.
Un repentino escalofrío sustituyó al alivio. Era lo que ella había temido.
- -¿Para que Beleth las utilizase contra nosotros?
- -Según parece, el reino tiene una considerable deuda de gratitud con el príncipe Pyrgus, aunque él no supiera lo que hacía. La señora Ogyris no estaba al tanto de los detalles, pero por lo visto los demonios planeaban un ataque contra los elfos de la luz y creían que las flores del tiempo inclinarían a su favor el equilibro militar. Abordaron al mercader Ogyris hace algún tiempo, antes de que los portales se cerrasen.
Madame Cardui se inclinó ligeramente hacia delante.
- -Entonces, ¿se trataba de un plan a largo plazo?
- -En efecto. Las flores son originarias de Hael. En su estado natural controlan el tiempo sólo un segundo o así; creo que sirven de defensa contra los insectos. Los híbridos que el mercader Ogyris cultivaba sólo se podían producir en el reino. El espectro luminoso impide que crezcan en Hael. Así que los demonios hicieron un trato.
Cynthia se estremeció. Beleth se presentaba como un enemigo implacable, mucho más peligroso que lord Hairstreak. Si el reino superaba aquella crisis, el servicio de espionaje tendría que prestar mucha más atención a los demonios. Si el reino sobrevivía...
- -Al parecer, la señora Ogyris ha sido de lo más comunicativa, Kitterick —-dijo madame Cardui secamente.
Kitterick bajó los ojos con aire modesto.
- -De lo más comunicativa, madame —-admitió.
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Blue saltó de la cama.
Curiosamente había dormido, pero en aquel momento estaba despierta y alterada. Los globos resplandecientes respondieron a su movimiento, pero los apagó con una orden pronunciada entre susurros. Mejor no alertar a nadie. Se acercó a la ventana y descorrió las cortinas en silencio. Las lunas gemelas del reino besaban el horizonte y bañaban la habitación con un suave resplandor, suficiente para que se vistiese.
Fue hasta el armario y se quitó el camisón por la cabeza. La mayoría de sus trajes eran serios y funcionales. Prefería la ropa de chico, y su gusto no había cambiado desde que era reina. Pero se trataba de una ocasión especial y debía lucir su mejor aspecto, así que eligió el vestido de seda de araña que había encargado para la coronación de Pyrgus. Era formal, pero le sentaba bien. Sólo lamentaba que no fuese nuevo, pero aún no había encargado otro, y hasta que lo hiciera, la creación de las amas de la seda era con mucho lo que más la favorecía de todo lo que tenía en el armario.
Cuando el resbaladizo tejido se deslizó sobre su cuerpo, sintió el hechizo familiar. Sin necesidad de un espejo sabía que estaba soberbia. Se sentía elegante y confiada. Exactamente como debía sentirse en una noche tan importante. Se preguntó brevemente por el maquillaje, pero decidió que no necesitaba hechizos de ilusión. Era joven, lozana, y con la seda de araña sabía que resultaba atractiva. No hacía falta nada más.
Cuando abandonó sus aposentos, su guardia personal se dispuso a acompañarla, pero los disuadió con un gesto. Hablarían, naturalmente. Especularían acerca de sus paseos a medianoche. Pero no importaba. Dentro de una o dos horas todo el mundo estaría enterado.
El Palacio Púrpura era un edificio tan gigantesco que los sirvientes nuevos se perdían muchas veces durante días mientras deambulaban por pasadizos y pasillos. Diez años antes, un desgraciado había muerto de hambre en un ala que no se utilizaba al no encontrar una despensa. Cuando descubrieron el cuerpo consumido, el padre de Blue, el anterior Emperador Púrpura, ordenó colocar mapas en lugares estratégicos con recubrimientos de hechizos que localizaban a los individuos y proporcionaban el camino para ir a un destino que se expresase en voz alta. Blue, que caminaba por el laberinto desde que había aprendido a andar, no los necesitaba. Además, ninguno de los recubrimientos de hechizos contenía su destino.
En los pasillos alfombrados y provistos de pesados cortinajes el personal se pegaba a la pared, inclinándose y haciendo reverencias a su paso. Pero no tardó en llegar a la parte antigua del palacio, donde las alfombras dejaban paso a las losas, y los cortinones de terciopelo, a los banderines de algodón y luego a nada. El aire se enfriaba de forma notable al alejarse de las calderas centrales. Había condensación en las paredes. Tendría que hacer algo al respecto. No debía hacer frío en ninguna parte del palacio. Pero de momento otras cosas ocupaban su mente.
Dobló una esquina, dudó un momento —-ni siquiera ella conocía bien aquella ala del edificio-— y vio lo que estaba buscando: una puerta de roble ribeteada de hierro y tan pequeña que un hombre adulto habría tenido que doblarse para pasar por ella. La madera olía a hechizos antiguos. La cerradura estaba oxidada y en desuso.
Blue sacó una pesada llave, pero tomó precauciones antes de utilizarla. Aunque las protecciones fuesen antiguas, podían resultar letales. Tenía ante sí algo hecho en los viejos tiempos, mucho antes de que los elfos accediesen al trono del pavo real. Aquella puerta estaba prohibida incluso para la reina. No se habría atrevido a franquearla sin ayuda.
Del mismo bolsillo que la llave sacó un trozo de pergamino, y entrecerró los ojos para ver las runas que se retorcían en su superficie. No había mucha luz. La parte antigua del palacio obtenía la iluminación de la piedra de los muros, que contenían una luminosidad residual que nadie entendía. Era más barata que los globos resplandecientes y muy adecuada para una zona que hacía generaciones que no se utilizaba, pero constituía una irritación en aquel momento en que Blue quería ver con claridad lo que tenía delante. Para ayudarse siguió los dibujos con la punta del dedo, percibiendo el cálido cosquilleo de la magia que encerraban. Susurró las palabras conteniendo el aliento y casi comprendió su significado.
Tras unos momentos algo en su interior le dijo que se encontraba segura. Sin dudarlo, insertó la llave en la cerradura. No hubo aullidos, ni escándalos provocados por hechizos, ni ataques de ningún tipo. Pero la cerradura estaba atascada por el tiempo y tuvo que emplear toda su fuerza para girar la llave.
La puertecita se abrió lentamente. Blue inclinó la cabeza y traspasó el umbral, humedeciéndose los labios. Se encontraba en lo alto de una estrecha escalera de caracol de piedra que descendía hasta perderse en la oscuridad.
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Pyrgus se pegó a la empinada pared con tanta fuerza que perdió el arma y cayó dando vueltas. Nymph fue tras él, seguida inmediatamente por Woodfordi. Los tres descendieron entre una maraña de brazos y piernas. Nymph se recuperó enseguida y se puso de pie en un abrir y cerrar de ojos, empuñando una espada defensiva. Pyrgus se levantó jadeando mientras la sangre brotaba de los arañazos que tenía en la cara y las manos.
Los basiliscos guardianes habían desaparecido. No sólo los demonios que habían estado tan cerca de ellos, sino también los otros. Las rocas sólo eran rocas.
- -¿Adónde han ido? —-preguntó Pyrgus.
- -A esconderse —-respondió Nymph con una mirada precavida.
- -¿Por qué? —-quiso saber Woodfordi, que se incorporó con cuidado, tentándose los brazos y las piernas para ver si tenía algún hueso roto.
- -Sí, ¿por qué? —-repitió Pyrgus-—. Nos tenían en su poder. Estaban ahí, detrás de nosotros. —-Pero no le preocupaban los basiliscos-—. El portal no ha funcionado.
Seguían en el desierto, bajo los largos rayos del sol poniente. No había fuego azul ni traslado devastador. El portal estaba inerte. Pyrgus acercó la mano con cuidado a donde debían de haber estado los campos de fuerzas. Era un gesto peligroso que podría costarle un dedo, pero no había nada.
- -Recoge tu arma, Pyrgus. Los demonios regresarán —-indicó Nymph en tono seco.
- -No tengo un arma decente —-repuso de mal humor. Estaba harto de estropear caros cuchillos halek. La daga de Woodfordi no podía sustituirlos.
- -¿Qué sucede? —-preguntó Woodfordi mirando el portal.
Había algo extraño.
- -Protégeme —-le pidió Pyrgus a Nymph. Se limpió la sangre de los ojos y se acercó al portal siguiente de la fila.
- -Cuidado —-gritó ella, moviéndose nerviosamente y girando la cabeza en busca de los demonios atacantes.
El segundo portal también estaba inerte. Al acercarse, Pyrgus divisó algo que no había visto antes. El portal parecía de verdad a cierta distancia, pero era evidente que aquello nunca había funcionado. Carecía de tecnología de control.
- -Los demonios no existen —-susurró, y giró en redondo-—. ¡Se trata de una ilusión! —-le gritó a Nymph.
Ella lo miró, pero no bajó la guardia. Woodfordi seguía en el primer portal, examinándolo minuciosamente.
- -No eran verdaderos basiliscos guardianes —-dijo Pyrgus con los ojos como platos, y sacudió la cabeza.
- -Le he cortado un brazo a uno.
- -Deberíamos habernos dado cuenta cuando han sobrevivido a la explosión. Nada habría sobrevivido a semejante explosión.
Woodfordi retrocedió y contempló la hilera de portales demoníacos.
- -Hechizos reflectantes —-dijo.
- -Blue me habló de eso. La atacaron unos basiliscos guardianes cuando entró en casa de Brimstone, pero se trataba de una ilusión.
- -¿Quién es Brimstone? —-preguntó Nymph en tono irritante.
- -No importa. Una ilusión puede matar. Es real mientras dura, aunque siga siendo una ilusión. Se establecen como medida de seguridad.
Debió de convencerla porque Nymph se relajó un poco.
- -¿Qué protegían?
- -Los portales —-sugirió Woodfordi-—, aunque también ellos eran una especie de ilusión.
- -Ha de haber uno real en alguna parte —-dijo Pyrgus, mirando el que tenía delante-—. ¿Lo buscamos?
Woodfordi sacudió la cabeza.
- -Será sólo un armazón. Éste ni siquiera funciona.
- -¿De qué estáis hablando? —-preguntó Nymph, irritada.
- -Todo esto es un montaje —-respondió Pyrgus muy alterado-—. Los portales son falsos. Alguien construyó uno y luego estableció un hechizo reflectante para que pareciesen miles. Es como estar entre dos espejos, sólo que no hay espejos.
- -Luego colocaron una ilusión de basiliscos guardianes para impedir que alguien se enterase —-explicó Woodfordi, y miró a su alrededor-—. No se necesita nada más. Por aquí no andan más que unos cuantos trinios errantes.
Sonaba bien, pero no tenía sentido. ¿Para qué tomarse el trabajo de establecer complicadas y costosas ilusiones en una zona del desierto en la que, como había dicho Woodfordi, los únicos seres que había eran unos trinios errantes?
- -Esto no tiene sen... —-Pyrgus se interrumpió cuando lo asaltó una nueva idea como un rayo-—. Un momento. Si esos portales son falsos, ¿cómo introdujo Beleth a su ejército?
Los tres se miraron con cara de no entender nada.
- -Tal vez... —-empezó Nymph, pero se calló.
- -Seguramente utilizó... —-dijo Woodfordi, pero también se calló.
Siguieron mirándose en silencio.
- -A menos que el ejército de Beleth también sea una ilusión —-sugirió Pyrgus con aire pensativo.
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- -No tiene sentido —-dijo Henry-—. Acaba de decirme que el implante de Beleth me convirtió en un demonio. Me convertí en demonio, y luego cambié de forma otra vez para parecer Henry, ¿algo así? —-Miraba fijamente al señor Fogarty.
- -Exacto. Al menos eso fue lo que le dijiste a Blue y ella pensaba que tú sabías de qué hablabas.
Henry tomó un sorbo de té, lo encontró frío y se humedeció los labios.
- -La idea era que yo debía... bueno, ya sabe... con Blue.
- -Sí, reproducirte con ella —-dijo Fogarty claramente. Al parecer estaba perdiendo la paciencia con la sensibilidad de Henry.
- -¿Y eso era para que los demonios tuviesen un pequeño demonio, o al menos un pequeño medio demonio, en el Palacio Púrpura?
- -Ése era el plan, sí.
- -¿Y el demonio adoptó mi apariencia para que Blue no sospechase que la iban a secuestrar?
- -Estás repitiendo todo lo que te he dicho —-observó el Guardián con impaciencia-—. ¿Adónde quieres llegar?
- -Pero cuando nos dejaron en la habitación para... —-continuó, y tragó saliva-— reproducirnos, desactivaron el implante y yo me convertí en el Henry verdadero. Eso no tiene sentido.
- -Sí que lo tiene. Blue es muy sensible. Les preocupaba que ella pudiese darse cuenta de que se estaba apareando con un demonio, aunque tuviese tu forma.
- -Si yo volvía a ser yo, ¿cómo iba a producir un niño demonio?
Fogarty parpadeó y tardó unos momentos en hablar.
- -Bueno, tú... supongo que si tú... —-Se calló, mirando al muchacho-—. Estás en lo cierto. Eso no tiene ningún sentido.
Se miraron el uno al otro.
- -¿Está seguro de que entendió bien lo que Blue le contó? —-preguntó Henry al fin.
- -No estoy tan senil.
- -Entonces, ¿cree que Blue lo comprendió bien?
- -¿Cómo voy a saberlo? Sólo te estoy contando lo que nos dijo a Cynthia y a mí. Según ella, eso le explicaste tú cuando eras un demonio. O cuando no lo eras, cuando el implante estaba desactivado. No creo que lo comprendiese mal.
- -A menos que yo le mintiera.
El señor Fogarty captó la idea enseguida.
- -¿Te refieres a que el implante no estaba desactivado?
- -No lo sé. Pero es posible. Supongo...
- -Yo voy más allá que tú —-dijo el hombre con aire pensativo-—. Supón que los demonios querían engañar a Blue fingiendo que el implante estaba desactivado cuando no lo estaba. Supón que intentaban darle gato por liebre y que aquello no era lo que estaba ocurriendo en realidad.
- -Eso es lo que yo pienso. Tal vez la historia del niño no fuera más que un encubrimiento de otra cosa. —-Se sintió aliviado y a la vez un poquitín decepcionado.
- -¿Qué? ¿Un encubrimiento de qué?
- -No lo sé.
- -Esto puede ser importante, Henry.
- -Ya sé que puede ser importante, señor Fogarty. Pero no me acuerdo. Usted sabe que no me acuerdo. No me acuerdo de nada desde que me sacaron el implante. Ni siquiera me acuerdo de cómo llegué al reino.
- -Tal vez yo pueda lograr que recuerdes. —-Frunció el entrecejo.
Había algo en su tono que le hizo pensar a Henry en mangueras de goma y luces en los ojos.
- -¿Cómo... cómo piensa hacerlo? —-preguntó con cautela.
- -No eres el primero.
- -¿El primero en qué?
Fogarty se levantó y empezó a dar vueltas a la habitación.
- -Te pusieron el implante tras una abducción en un platillo volante. No eres el primero. Los demonios llevan desde mil novecientos sesenta y uno abduciendo a gente de la tierra. Esas personas perdieron la memoria, pero nosotros sabemos cómo pueden recuperarla. Se ha hecho cientos de veces.
Henry se preguntó quiénes serían aquellos «nosotros», pero se limitó a decir:
- -¿Cómo... cómo hacemos eso, señor Fogarty?
El hombre se acercó a él con una sonrisa triunfante.
- -¡Te hipnotizamos! —-exclamó.
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Las antorchas resplandecieron en los apliques de la pared cuando Blue pisó con miedo la escalera. Se detuvo una milésima de segundo. No conocía aquella tecnología. Las antorchas no parecían alimentadas por hechizos. Las encendía un artilugio mecánico que producía una chispa. Aquella parte del castillo llevaba siglos cerrada. ¿Cómo era posible que un artefacto mecánico funcionase después de tanto tiempo? ¿Cómo podían arder las antorchas en medio de aquella humedad?
Apartó las dudas de su mente y se concentró en sus pasos. Los peldaños de piedra estaban gastados y resultaban resbaladizos. No importaba el porqué de las cosas, sino el resultado. En aquel momento se encontraba allí y era feliz.
La escalera de caracol era tan estrecha que un par de veces se quemó el pelo con las teas, pero llegó al final. Se hallaba en un minúsculo vestíbulo, frente a una puerta flanqueada por estatuas pintadas de guardianes con colmillos cuyos colores se habían desvanecido con el tiempo. La puerta consistía en toscas planchas de madera oscura salpicadas de esquirlas de obsidiana. No tenía picaporte, y Blue no vio ninguna cerradura.
Intentó empujarla, pero unas garras metálicas le sujetaron la mano. Blue se quedó inmóvil, con el corazón en un puño, pero se esforzó por evitar el pánico. Si hubiera retirado la mano, las garras le habrían desgarrado la piel hasta el hueso. Pero al no hacerlo, una de ellas le hizo un rasguño del que brotó una gota de sangre. Blue la miró, fascinada.
En la puerta apareció algo, no un artilugio mecánico, sino una sinuosa cinta que tenía un aspecto curiosamente orgánico. Se deslizó sobre la mano de Blue y lamió la sangre como si fuera una lengua. La joven esperó, consciente de lo que estaba ocurriendo. Al parecer, la prueba resultó satisfactoria, pues las garras se apartaron de repente y la puerta se derrumbó en polvorientos pedazos a sus pies. Blue los pisó con delicadeza.
Se encontraba en una inmensa caja de laca negra, cuyas pulidas superficies reflejaban una llamita que ardía en una fuente de piedra situada en el centro de la estancia. El efecto era opresivo, pero evidentemente se trataba de una antecámara que daba a otra habitación. Blue se dirigió a una arcada abierta y dudó ante un impulso interior. Había una arcaica linterna apagada en el suelo, junto a la fuente de piedra. La arcada estaba oscura —-parecía absorber la poca luz que había-—, y necesitaba luz para traspasarla. Resultaba ridículo creer que la linterna funcionaría después de tantos años, pero aun así la recogió.
Tardó varios minutos en averiguar cómo funcionaba, pero por fin consiguió encenderla con una llama y se dirigió a la arcada, manteniendo la luz en alto.
Nunca había visto una habitación como la que tenía delante. Era como caminar bajo el cielo nocturno, pero un cielo salpicado de extrañas estrellas. Un perezoso río incrustado, que centelleaba a la luz de la linterna, discurría sobre el suelo de mosaico. Había criaturas vivas en sus orillas, con caparazones y aspecto de insectos, pero a Blue le dio la impresión de que eran inofensivas mientras no las molestasen.
Pisó el río, convencida de que representaba un camino seguro. Un poco más adelante la linterna resplandeció y vio la forma del dios.
La figura era tan diferente a todo lo que conocía que su primer impulso fue tirarse al suelo y encogerse. La representación en laca rojo sangre se alzaba hasta las estrellas, horriblemente desnuda y deforme. Sus brazos extendidos definían el arco a través del que Blue había pasado. Pero lo que más la sobrecogió fue la cara. La miraba obscenamente desde la penumbra que cubría su cabeza con unas fauces abiertas que parecía que iban a tragarla viva.
Blue desvió los ojos y se concentró en respirar. Tenía que recordar por qué estaba allí. Si se trataba de un examen, debía superarlo. Lo que tenía que hacer era mucho más importante que la estúpida representación de un dios arcaico, por mucho poder antiguo que irradiase.
Al poco rato se calmó y traspasó la entrada bajo las piernas separadas de la manifestación divina.
La tercera y última habitación era la más rara de todas. Tenía proporciones colosales, como si la hubieran construido para alojar a un gigante. Las paredes y el techo estaban forrados de placas de latón, verdes por efecto del tiempo, pero que a pesar de todo reflejaban la luz de su lámpara. Incrustado en el suelo de granito pulido había un claro círculo que contenía un enorme pentagrama de latón. En el centro exacto de la figura se alzaba un altar en forma de doble cubo tallado en pórfido. Y sobre el altar había un antiguo libro abierto.
Los ojos de Blue se volvieron vidriosos mientras avanzaba.
Entró en el círculo y de pronto la estancia empezó a emitir un agudo aullido que alcanzó un breve crescendo, y luego se convirtió en un zumbido de fondo. Blue dejó la linterna en el suelo y se acercó al altar. Tenía aspecto de sonámbula, pero sonreía.
El altar la empequeñeció. Tuvo que ponerse de puntillas para alcanzar el libro, que, aunque era grande, tenía proporciones manejables. Lo alzó, procurando no perder la página por donde estaba abierto. Las hojas eran de la piel de un animal desconocido y olían fuertemente a polvo de sepultura y a tierra fría y húmeda. La encuadernación era de cuero profusamente labrado.
A Blue la asaltó una fugaz punzada de pánico. Se trataba de un libro manuscrito con una letra adornada y extraña, y delicadamente iluminado en los bordes con escenas y criaturas tan raras que casi distorsionaban la mente. ¿Cómo iba a leer aquello? No lo entendía en absoluto.
Entonces, como si el libro tuviese vida propia, las palabras empezaron a moverse sutilmente. Las letras no cambiaron, pero Blue, haciendo un esfuerzo, encontró cierto grado de comprensión.
Micma Goho Mad Zir Comselha Zien Biah Os Londoh Norz Chis Othil Gigipah Vnd-L Chis ta Pu-Im Q Mospleh Teloch...
Las palabras estaban en un idioma tan arcaico que ella ni siquiera imaginaba de dónde había salido. Aunque no se parecía a nada de lo que conocía, el significado resonó en su mente: «Mira, dice tu Dios, soy un círculo en cuyas manos hay doce reinos. Seis son los templos del aliento vivo. El resto son como afiladas hoces o los cuernos de la muerte...»
Blue, con el libro abierto entre las manos, dio un paso atrás y luego otro, y se encontró junto al claro círculo con el pentagrama incrustado y el altar. Le dolía el pecho, pero no hizo caso. Respiró hondo. Aunque nunca había oído aquellas palabras, empezó a entonar la invocación de la página que tenía delante:
- -Micma Goho Mad Zir Comselha Zien Biah Os Londoh Norz...
La llama de su linterna parpadeó salvajemente y el zumbido de fondo se elevó de forma notable en intensidad y volumen.
- -Chis Othil Gigipah Vnd-L Chis ta Pu-Im...
Y al momento el pentagrama comenzó a centellear.
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Era de noche cuando Pyrgus y sus dos acompañantes lograron desandar sus pasos y subir a la elevación desde la que habían espiado al ejército de Beleth, pero las lunas salían tan temprano en aquella época del año que tenían luz suficiente para ver.
El campamento de los demonios se extendía ante ellos.
Pyrgus, tendido en el suelo, se apoyaba en los codos; lo flanqueaban Nymph a la derecha y Woodfordi a la izquierda. Distinguió las parpadeantes hogueras y los movimientos rígidos y robóticos de los centinelas.
- -A mí me parece real —-murmuró Woodfordi, haciéndose eco de los pensamientos de Pyrgus.
- -Por lo que yo sé —-susurró Nymph-—, las ilusiones deben parecer reales.
- -Sí, claro, las ilusiones deben parecer reales —-aceptó Pyrgus-—, pero hay ilusiones e ilusiones. —-Como Nymph lo miró con resignación, añadió:-— Me refiero a que los basiliscos guardianes son una ilusión que puede matar. Cuando se activan, y mientras dura, es como si fueran reales. Pueden atacarte, hacerte trizas y reaccionar en todo como si fuesen de verdad, salvo que tú no puedes matarlos. Pero eso no es posible con un ejército entero.
- -¿Por qué no? —-preguntó Nymph.
- -Cuesta demasiado.
- -A Beleth no le falta el dinero.
Pyrgus sacudió la cabeza.
- -No se trata sólo de dinero, sino del coste de energía. Los hechizos necesitan energía. No se pueden mantener a base de hacerlos cada vez más grandes. Al cabo de un tiempo el hechizo necesita más energía de la que la tecnología puede aportar. Un ejército ilusorio capaz de luchar está fuera del alcance de cualquiera, por mucho dinero que tenga.
- -Disculpe, señor, todo eso es muy interesante —-dijo Woodfordi-—, pero no nos sirve para averiguar si ese ejército de ahí abajo es o no real.
- -No —-admitió Pyrgus, y se levantó-—. La única forma de averiguarlo...
Inmediatamente empezó la discusión.
- -No puedes bajar ahí —-dijo Nymph-—. Resulta demasiado peligroso. —-Contempló el campamento de los demonios y añadió:-— Iré yo.
- -Es mi trabajo —-declaró Woodfordi-—. Me entrenaron para el espionaje.
Pyrgus lo miró, sorprendido.
- -¿De verdad?
Woodfordi negó con la cabeza.
- -En realidad no, señor. Pero la señorita tiene razón: no podemos permitir que un príncipe corra semejante riesgo.
Discutieron durante un rato, y luego los tres se pusieron de acuerdo para ir, pero sólo con la condición indispensable de que no hubiera heroicidades.
No hicieron falta. El ejército de Beleth era tan incorpóreo como un rayo de luna.
Woodfordi pasó la mano sobre un centinela.
- -¿Qué sucede aquí? —-susurró en parte para sí.
- -No lo sé —-respondió Pyrgus-—. Pero sí sé que tenemos que informar de esto al palacio. ¿Sigues sin poder establecer comunicación, Woodfordi?
- -Me temo que sí, señor.
- -Entonces debemos regresar al volador enseguida.
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- -No creo que pueda hipnotizarme, señor Fogarty —-dijo Henry.
Fogarty buscaba algo en una de sus cajas de latón.
- -¿Por qué dices eso?
- -Subí una vez al escenario cuando era pequeño. El ilustre Svengali no pudo dormirme.
- -¿El ilustre qué?
- -No creo que fuera su verdadero nombre —-explicó.
- -¡Ah! —-Sacó un viejo reloj de bolsillo de la caja y empezó a desenredar la cadena de una maraña de cables eléctricos. Dirigiéndose a Henry dijo:-— Con los niños pequeños no es fácil; tienen la capacidad de atención de los pececillos de colores. Seguramente ahora lo harás mejor.
Henry observó con nerviosismo cómo el hombre desenredaba el reloj. A pesar de su experiencia negativa con el ilustre Svengali, le daba la impresión de que el señor Fogarty podía conseguirlo.
- -No... me obligará a hacer cosas, ¿verdad? —-preguntó.
- -¡Por Cristo bendito, Henry! —-exclamó con impaciencia-—. Nos encontramos en guerra, los demonios nos están invadiendo, el Príncipe de la Oscuridad te ha hecho un implante, ¿y te preocupa que te obligue a meterte el dedo en el culo y ladrar como un perro? Esto es serio.
- -Lo siento, señor Fogarty —-repuso. Daba igual. Seguramente no funcionaría-—. ¿Qué quiere que haga?
- -Siéntate ahí y mira el reloj. —-Empezó a mover el antiguo reloj en el extremo de la cadena-—. Que tus ojos sigan el reloj.
El ilustre Svengali no había utilizado un reloj. Miraba a la gente a los ojos y hacía unos curiosos movimientos con la mano. Henry esperaba que el señor Fogarty supiera lo que estaba haciendo. ¿Qué sucedería si lo dormía y después no podía despertarlo? Siguió con los ojos el reloj, que oscilaba como un largo y lento péndulo.
- -Se cierran —-observó el señor Fogarty-—. Tus ojos se están cerrando... —-Sí, los ojos de Henry se estaban cerrando, pero no era de extrañar. Si se mueven los ojos de un lado a otro, se cansan, y cuando se cansan, se cierran. Eso no significaba que lo estuviese hipnotizando-—. Se cierran de tal forma que apenas puedes abrirlos.
Henry se dio cuenta de que se le cerraban los ojos poco a poco y que, de un salto, volvía a abrirlos. Sabía que si los cerraba del todo, tendría problemas. Veía el programa de Paul McKenna en televisión. No te enseñaban cómo lo lograba —-probablemente para evitar que la gente en casa se hipnotizara por accidente-—, pero aquellos tipos siempre acababan con los ojos cerrados haciendo estupideces. Cuando uno cerraba los ojos, se convertía en arcilla en manos de Paul McKenna. Henry no tenía muy claro que quisiese convertirse en arcilla en manos del señor Fogarty.
Entonces recordó por qué estaban haciendo aquello. Era importante saber qué tramaban Beleth y sus demonios. Porque definitivamente algo no encajaba en la historia que le habían contado a Blue.
- -Se cierran —-repitió Fogarty con voz pastosa. «Se cierran», pensó Henry mientras sus párpados caían. Se sentía muy cómodo. La hipnosis siempre le había parecido una lucha de voluntades, pero no era así con el señor Fogarty. Le llamó la atención no haberse fijado antes en la bonita voz que tenía el hombre-—. Se cierran y no puedes abrirlos —-dijo el Guardián con su bonita voz.
Henry dejó que los ojos se le cerraran. No importaba que se cerraran. Tal vez el señor Fogarty estuviese loco, pero era un loco encantador, y Henry confiaba en él. Bueno, más o menos. No del todo. Tenía una voz bonita y sosegante. Y, además, él aún no era arcilla. Si quería, podía abrir los ojos en cualquier momento. Sólo que no quería. No quería ofender al señor Fogarty abriéndolos.
- -Caer. Hundirse en la oscuridad, en la cálida y segura oscuridad. Seguro y bien. Feliz y relajado. —-Henry se sentía seguro y bien, feliz y relajado. Estaba flotando en la oscuridad, una oscuridad cálida y segura dentro de su cabeza que surgía al cerrar los ojos y escuchar...-— Escucha mi voz.
Henry no estaba dormido, naturalmente. Lo sabía. Pero no quería llevarle la contraria el señor Fogarty porque sería una grosería. Le parecía mucho mejor flotar en la cálida y segura oscuridad y dejar que el hombre creyera que estaba dormido cuando, en realidad, estaba muy despierto, se enteraba de todo lo que ocurría y podía abrir los ojos cuando quisiese, aunque en aquel momento no quería.
Fogarty se acercó y le tocó el brazo derecho.
- -Brazo pesado —-dijo, y el brazo de Henry cayó como si fuera de plomo. Era muy raro. Henry intentó levantarlo, pero resultaba demasiado pesado-—. Ahora se vuelve ligero. Más ligero que el aire. Tan ligero que flota en el aire.
Henry estuvo a punto de reír. Su brazo era muy ligero, como un globo lleno de gas. Más ligero que el aire. Quería flotar en el aire. Henry se relajó y miró, con los ojos cerrados, cómo su brazo se movía por su cuenta. Primero se retorció, luego se agitó, y por último se levantó. El señor Fogarty tenía razón: ¡flotaba en el aire! ¡Qué maravilla!
- -Tu brazo flota por su cuenta hasta que toques la cara con la mano. Y cuando toques la cara con la mano, caerás en un profundo... y tranquilo... sueño.
Henry sabía que no estaba traspuesto, naturalmente. Se encontraba muy despierto y en pleno dominio de sus facultades. Podía hacer lo que quisiera, decir lo que quisiera. Podía saltar y bailar claque si le apetecía. Pero era mejor no comentárselo al señor Fogarty, que se estaba esforzando tanto para dormirlo. Además, resultaba interesante estar allí sentado con el brazo flotando en el aire.
- -Profundo... tranquilo... sueño. Cuando toques la cara con la mano.
No había forma de que cayese en un sueño profundo y tranquilo. Estaba claro. Henry no tenía sueño, no tenía ningún sueño, sólo se sentía cálido y seguro y muy, muy relajado...
Henry tocó la cara con la mano.
- -¡Abre los ojos! —-ordenó el Guardián con firmeza.
Henry abrió los ojos. Madame Cardui estaba detrás del señor Fogarty —-¿cuándo había entrado?-— y los dos lo miraban muy serios.
- -No ha funcionado, ¿eh? —-dijo en tono comprensivo.
- -Beleth ha implantado a Blue —-respondió el señor Fogarty.
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Blue tenía tanta presión en el cráneo que empezó a dolerle la cabeza. El sonido de fondo de la habitación de latón se había convertido en un aullido, como los gritos de almas perdidas martirizadas por el dolor. El resplandor del pentagrama aumentó, reflejándose en el techo y las paredes. El inmenso altar de pórfido retembló.
- -Od commemahé do pereje salabarotza kynutzire fabaonu, od zodumebi pereji od salabarotza... —-Leía el libro en voz alta, y su voz sonaba clara y sincera en medio del barullo. Aunque el idioma era desconocido para ella, lo entendió: «Y te encierro en el fuego de azufre mezclado con veneno y los mares de fuego y azufre...»
Las palabras eran una blasfemia de la época de los dioses antiguos, pero no le importaba, como tampoco le importaba el dolor que sentía. Estaba haciendo algo importante, vital para el bienestar del reino. No había nada más importante que eso.
- -Niisa, eca, dorebesa na-e-el od zodameranu asapeta uaunesa komesalohé! —-cantó. «¡Ven, por tanto, obedece mi poder y preséntate dentro de este círculo!»
El aullido se intensificó y las placas de latón hicieron resonancia con una espantosa vibración. A Blue le dolía la cabeza tanto que apenas podía ver las palabras que se retorcían y se arrastraban sobre las páginas del libro.
- -Niisa! —-repitió. «¡Ven!»
Las placas de latón del techo se movieron y cayó un hilillo de polvo. Toda la estancia temblaba, como si la sacudiera un violento terremoto. La linterna parpadeó y se apagó, pero la estancia siguió iluminada por sus propios reflejos. Sobre el aullido se elevó el profundo sonido subsónico de un tambor y, luego, de forma incongruente, la música de una orquesta lejana. La cacofonía alteraba el cuerpo y la mente y condujo a Blue al borde de la locura, pero no dudó ni un instante.
- -Niisa! Niisa! Niisa! —-chilló. «¡Ven! ¡Ven! ¡Ven!» Los ruidos y las vibraciones cesaron. Hubo un instante de profundo silencio. Luego, el inmenso altar se agrietó y se deshizo.
De sus profundidades salió Beleth, Príncipe de la Oscuridad.
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Cuando el volador descendió en picado sobre Yammeth City, Nymph dijo de pronto:
- -Mirad hacia el este.
Pyrgus miró en la dirección que señalaba el dedo de Nymph. Debajo de ellos, decenas de miles de tropas de la noche recorrían la ciudad, acompañadas por artillería pesada. Nunca había visto tantos soldados juntos en toda su vida y se desanimó.
- -Espero que nuestros hombres puedan contener a esa tropa.
- -Avanzan en la dirección equivocada —-afirmó Nymph.
Pyrgus parpadeó. Woodfordi abandonó su asiento y se levantó para mirar por encima del hombro del chico.
- -Tienes razón —-admitió Pyrgus. Las fuerzas salían por las puertas de la ciudad para ir al desierto oriental. Se volvió con el entrecejo fruncido-—. ¿Qué sucede? ¿Se baten en retirada frente a nuestras tropas?
- -¿Te parece una retirada? —-preguntó a su vez Nymph.
No parecía una retirada. Los hombres desfilaban en orden, sin indicios de bajas.
- -A lo mejor el ejército del tío Hairstreak va a unirse al de Beleth.
- -El ejército de Beleth no existe.
- -Tal vez él no lo sepa.
- -Poco probable.
Pyrgus la miró con mala cara.
- -Vale, ¿qué crees que sucede, cerebrito?
Nymph se encogió de hombros y desvió la vista.
- -No lo sé.
- -Supongo que aún no te has puesto en contacto con tu red —-le dijo Pyrgus a Woodfordi.
- -Me temo que no, señor. Debería haberlo hecho, pero no he podido y eso es lo que hay. Creo que el ángel de las comunicaciones está enfermo. —-Estiró el cuello por encima de la cabeza de Pyrgus para ver mejor la ciudad que tenían debajo. Prácticamente todas las calles estaban llenas de hombres que desfilaban como hormigas en dirección a la puerta oriental-—. ¿Por qué lo pregunta, señor?
- -Porque cuanto antes se entere de esto el palacio, mejor.
- -Los tuyos seguro que ya lo saben —-comentó Nymph-—. Por los generales. —-Se sentó y añadió:-— Puesto que lord Hairstreak se está retirando.
- -¿Por qué iba a retirarse? —-preguntó Pyrgus en tono beligerante.
- -Yo tampoco lo sé.
- -Hay que comunicárselo al palacio lo antes posible —-murmuró.
- -No tardaremos en llegar allí —-dijo Woodfordi con gesto conciliador.
Pyrgus dio un giro a la nave y aumentó la velocidad al máximo, sin hacer caso a la voz alimentada por hechizos que le decía que no era seguro.
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Henry miró al señor Fogarty.
- -¿Cómo sabe que Blue ha sido implantada?
- -Me lo acabas de decir.
- -No estaba dormido —-aseguró.
- -Claro que estabas dormido, corazón. Nunca había visto un trance tan profundo. Te acordarás enseguida. Tras la sugestión, a veces se tarda uno o dos minutos en recuperarse.
- -Tenías razón, Henry —-afirmó madame Cardui.
La mujer debía de haberse reunido con ellos mientras él se encontraba en trance. Resultaba espeluznante. Ni siquiera se había dado cuenta. Se humedeció los labios.
- -¿Razón? —-repitió.
- -La historia de que Beleth quería que te apareases con Blue, cariño. Pura tontería.
- -¿En serio? —-Tal vez hubiese cientos de emociones más apropiadas para aquel momento, pero él sintió alivio.
Madame Cardui sonrió.
- -Una historia que implantaron en la cabeza de Blue y la tuya para distraernos de la invasión.
- -¿No ocurrió nada de eso? —-inquirió Henry. Pero el señor Fogarty estaba en lo cierto: empezaba a ver escenas-—. ¿No me pusieron en una habitación con Blue?
- -No.
- -¿No maté a un demonio?
- -Eso me pareció un poco rocambolesco desde el principio.
- -Supongo que podrías matar a un demonio sin problemas, cariño, pero no ocurrió en realidad —-dijo Cynthia en tono amable-—. Blue tampoco mató a ninguno. No llevaba su stimlus. Eran falsos recuerdos.
- -Entonces, ¿no secuestré a Blue?
- -Sí que la secuestraste —-respondió el señor Fogarty-—. Funcionó así: Beleth te abdujo y te implantó. Luego te programaron para raptar a Blue y la implantaron. El asunto de los demonios que crían bebés semihumanos es cierto, pero no se aplica al reino; el ADN es demasiado distinto. Pero os proporcionaron los mismos recuerdos falsos a Blue y a ti y os enviaron de vuelta para distraernos de sus verdaderos planes. Una pequeña treta muy astuta.
Henry estaba empezando a recordar, como Fogarty había dicho. Se acordaba del implante y de la escalofriante y viscosa sensación que lo había asaltado cuando los demonios de ojos negros con blancas batas de laboratorio introdujeron los falsos recuerdos en su cerebro. Volvió a sentirse culpable del secuestro. Por su culpa también había sido reajustado el cerebro de Blue. Pensarlo lo ponía nervioso. Muy nervioso.
- -Tienen que sacar esa cosa —-dijo.
- -Ya te la hemos sacado, cariño. Por eso perdiste totalmente la memoria.
- -A mí no —-se apresuró a precisar-—. A Blue. Tienen que quitarle eso de la cabeza.
- -Ahora está dormida —-explicó madame Cardui-—. Yo me ocuparé de que le extraigan el implante por la mañana, cuando haya descansado. Luego Alan puede hipnotizarla y restaurar sus verdaderos recuerdos.
- -¡No, ahora! —-insistió. No sabía por qué, pero era vital que le quitasen el implante inmediatamente.
- -¿Henry, cariño, qué ocurre?
No sabía qué ocurría, pero sentía verdadero pánico. No podían esperar hasta el día siguiente porque si esperaban hasta el día siguiente...
No sabía qué sucedería si esperaban hasta el día siguiente. Algo malo, pero ignoraba qué. Algo malo le sucedería a Blue. Algo malo le sucedería al reino. El pánico que lo dominaba era tan fuerte que no pudo seguir sentado y se levantó.
- -Henry... —-dijo el señor Fogarty.
- -Algo malo... —-titubeó. Luego los recuerdos afluyeron y se calló, con los ojos muy abiertos-—. ¡Oh, Dios mío! —-exclamó, y se abalanzó hacia la puerta.
- -Henry, ¿qué ocurre? —-gritó madame Cardui tras él.
Pero el muchacho ya había salido y corría a toda velocidad hacia el Palacio Púrpura.
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Una de las mejores cosas que Pyrgus había hecho era nombrar a Henry caballero comandante de la daga gris. Le permitía entrar libremente en el Palacio Púrpura y ser saludado por los guardias.
Irrumpió en el pasillo de los aposentos imperiales y dijo, sin respiración:
- -¡Debo ver a la reina Blue inmediatamente!
Los guardias lo saludaron enseguida, pero el capitán repuso con gesto de disculpa:
- -Me temo que no se encuentra en sus habitaciones, señor.
- -¿Dónde está? —-Tuvo la horrible sensación de que ya sabía la respuesta.
- -No lo sé, señor. Rechazó la escolta.
- -¿Cuándo abandonó sus aposentos?
- -Hace un buen rato.
¡Tenía que ser! ¡Tenía que ser!
- -¿Cómo iba vestida?
El capitán parpadeó.
- -¿Vestida, señor?
- -Sí, vestida, hombre, ¡vestida! —-le gritó Henry a la cara-—. ¿Qué llevaba puesto?
El capitán lo miró, desconcertado.
- -Un traje largo muy bonito, señor. Como si fuera a una fiesta. No la ropa que se pone habitualmente.
¡Dios bendito, había llegado demasiado tarde! ¡Se había acordado demasiado tarde!
El capitán frunció el entrecejo.
- -¿Sucede algo, señor? Señor...
Pero Henry se alejaba corriendo por el pasillo. ¿Cómo podía haber ocurrido? ¿Cómo había permitido que ocurriese?
¿Por qué no se había acordado antes? Tal vez Blue se hubiese perdido en aquel momento, perdido para siempre. ¡Y por culpa suya!
Con un gran esfuerzo Henry apartó la culpa y la autocompasión de su mente. Tal vez aún hubiera tiempo. Pero necesitaba tener la cabeza clara. Si conseguía alcanzarla a tiempo, detendría el desastre, aunque tuviera que obligarla. La había secuestrado antes. Podía volver a hacerlo. Cuando le sacaran el implante, se pondría bien y lo entendería.
En aquel momento se guiaba por el instinto, torciendo y doblando por pasadizos del palacio que nunca había visto. Aunque no era realmente instinto, por mucho que a él se lo pareciese. Sabía que estaba siguiendo el recuerdo de las instrucciones que los demonios habían implantado en su cabeza. Sabía adonde iba Blue, porque se suponía que debía haberla acompañado. Y si no le hubieran quitado el implante, es lo que habría hecho. Pero tal vez pudiese volver el plan de Beleth contra él.
Se encontraba en la parte antigua del palacio, corriendo como otro demonio. Pyrgus le había contado que aquella zona del edificio databa de una época anterior al gobierno de los elfos en el reino. Había en ella estancias que no se habían abierto durante milenios y los rumores hablaban de fantasmas. La mayoría de los residentes del palacio evitaban el lugar, pero Henry estaba demasiado desesperado para tener miedo.
Parte de él esperaba alcanzar a Blue antes de que hubiera ido demasiado lejos, pero cuando llegó al pasillo en el que estaba la puertecilla, aún no había visto ni rastro de ella. Una idea horrible lo asaltó. ¿Y si la puerta estaba cerrada con llave? Los demonios de Beleth le habían dado la llave a Blue, y Henry no necesitaba llave porque la acompañaría. Pero... ¿qué ocurriría si había cerrado tras ella?
Henry se detuvo. La puerta estaba entornada, pero cuando la empujó, vio que no estaba cerrada con llave. Estuvo a punto de gemir de alivio mientras se abalanzaba por la estrecha escalera de caracol.
Pero su alivio duró poco. Antes de llegar al pie de la escalera oyó el aullido. Blue hacía iniciado la espantosa ceremonia que abriría al fin las puertas del infierno.
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Pyrgus pasó por alto las precauciones cuando el volador llegó a la isla imperial. Envió una simple ráfaga de códigos para que neutralizase el sistema de seguridad del palacio y lanzó el morro de la nave hacia la extensión de césped situada ante la entrada principal.
- -Correas —-ordenó. Nymph y Woodfordi quedaron firmemente sujetos a sus asientos por mallas corporales. A Woodfordi se le pusieron los nudillos blancos de agarrar los brazos del asiento-—. En picado —-murmuró.
Hubo un grito elemental cuando el volador inició el pronunciado descenso sin disminuir la velocidad. Pyrgus mantenía los ojos fijos en el objetivo, un área llana entre dos macizos de flores. La tierra se precipitaba hacia él a enorme velocidad. Esperó, con el corazón desbocado, hasta que casi podía extender la mano y tocarla, y entonces ordenó:
- -¡Aterrizar!
El volador intentó obedecer, pero Pyrgus había dejado ir las cosas demasiado lejos. Las manifestaciones de pensamiento tulpa insertas en el sistema de propulsión leyeron la situación en un instante, reinstauraron las medidas de seguridad y enviaron hacia arriba la nave. Ésta rebotó, chocó con la rama de un árbol, se rompió como un huevo. Pyrgus cayó como un fardo al suelo. Nymph y Woodfordi quedaron colgando de sus mallas.
- -Ha sido emocionante —-comentó Nymph. Sacó un cuchillo de una bota y se liberó, sujetándose al asiento con una mano. Luego trepó sobre la rama y soltó a Woodfordi.
- -Gracias, señorita —-murmuró-—. Creía que era hombre muerto.
- -También yo —-reconoció Nymph. Se movió en el árbol y cayó ágilmente al suelo, dejando que Woodfordi se las arreglasé solo. Pyrgus, que se había puesto en pie, se dirigía cojeando hacia un contingente de guardias que acababan de salir del palacio.
- -¡Estoy bien! —-gritó por encima del hombro. Nymph sonrió para sí-—. ¡Acompañadnos a ver a la reina Blue! —-ordenó de forma grandilocuente a los guardias que se acercaban. De pronto se fijó en una alta figura que estaba en las escaleras del palacio-—. Señor Fogarty, ¿puede reunir a Blue, los generales y madame Cardui? Hay noticias.
Sorprendido, Pyrgus vio que el Guardián hacía caso omiso a la urgencia de su tono y bajaba las escaleras para dirigirse hacia él. Los soldados se abrieron en abanico y los rodearon; luego se separaron para dejar pasar a Nymph y Woodfordi.
- -Por Cristo, todo ocurre esta noche —-dijo Fogarty mirando el desastre del árbol-—. ¿Tienes idea de lo que cuesta ese maldito cacharro? —-Se volvió hacia Pyrgus-—. Henry también ha perdido la cabeza.
El chico lo agarró por el brazo, se inclinó hacia él y susurró:
- -¡El ejército de Beleth es una ilusión! Los portales tampoco son reales. No hay invasión de demonios, y el tío Hairstreak está llevando a todas las fuerzas de la noche al desierto.
Fogarty lo miró sin entender durante un momento, y luego sacudió la cabeza.
- -Soy demasiado viejo para esto —-dijo.
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Beleth había adoptado su forma más poderosa. De su frente salían cuernos de carnero enroscados. Sus dientes eran sonrientes colmillos, y su cuerpo, nudosos músculos. Sólo su estatura estaba recortada, tal vez porque había estado encerrado en el altar: medía poco más de un metro ochenta. Una capa rojo sangre lo cubría de los hombros hasta los tobillos. Iba descalzo, y Blue se fijó en que cada uno de los dedos del pie remataba en una perversa garra. Los ojos de Beleth se clavaron en los de la joven.
Beleth se sacudió como si quisiera desprenderse de los restos del bloque de pórfido. La pared de latón situada a su espalda estaba cambiando: cada placa se derretía sobre la siguiente, y luego se deslizaba hacia el suelo. Durante un instante fugaz Blue se preguntó si el círculo del pentagrama retendría a Beleth, pero él se desprendió de su capa y caminó hacia ella.
Blue dio un paso adelante y se lanzó en sus brazos.
- -Cariño —-susurró sin aliento mientras se estiraba para besarlo.
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- -¡Nooo! —-gritó Henry.
Detrás de Blue y el demonio la pared había desaparecido y la estancia se abría a una escena que le congeló la sangre. Veía una vasta plaza metálica, rodeada por achaparrados edificios negros bajo un cielo opresivo. En un lado de la plaza había dos tronos gemelos de obsidiana adornados con complicadas incrustaciones de algo que parecía oro. Ante los tronos se alineaban filas de miles, decenas de miles de demonios con cuernos, arrodillados.
Henry corrió. No tenía armas, pero le dio un empujón tan fuerte a Beleth que la criatura se tambaleó.
- -¡Déjala en paz, bastardo! —-chilló, y empezó a aporrear y darle patadas al demonio.
Beleth se lo quitó de encima como si fuera un mosquito.
Lo lanzó al suelo violentamente. Los pies del chico tropezaron con los restos de pórfido y cayó. Beleth se acercó a él y le propinó una tremenda patada con una garra. La ropa de Henry se desgarró y empezó a brotarle sangre de un profundo corte del estómago.
- -¡Henry! —-gritó Blue, que experimentó una sacudida como si también le hubieran dado una patada.
Los ojos del muchacho se nublaron y luego se cerraron lentamente.
Beleth se volvió hacia Blue con una sonrisa.
- -¿Está muerto? —-preguntó ella.
El demonio negó con la cabeza.
- -Aún no. Podríamos ofrecerlo en sacrificio para celebrar nuestro matrimonio. —-Clavó la mirada en ella-—. ¿Te gustaría, cariño?
- -Sí —-dijo Blue tras un momento de silencio.
Beleth la tomó de la mano y la condujo a través de la pared abierta. Hubo un instante de transición cuando la magia antigua hizo efecto, y luego aparecieron en la plaza metálica. Los demonios arrodillados se postraron inmediatamente, con la frente aplastada contra el pavimento de metal. La voz de Beleth se elevó y alcanzó la intensidad del trueno.
- -¡Mirad a mi nueva consorte y reina vuestra!
Los demonios postrados lanzaron un rugido de aprobación.
Blue miraba hacia atrás. Dos de los demonios de Beleth habían entrado en la estancia del pentagrama y arrastraban el cuerpo inerte de Henry, que parecía más muerto que vivo. A ella se le revolvió el estómago, pero se sobrepuso con un gran esfuerzo. Nada debía interferir en sus deberes con el reino.
- -Aún no es del todo cierto —-le dijo Beleth en voz baja-—, pero pronto serás ambas cosas.
La llevó hasta el más pequeño de los dos tronos y esperó educadamente a que ella se sentara antes de sentarse él. Blue tenía ante sí un mar de espaldas de demonios; de pronto las criaturas empezaron a levantarse y se distribuyeron en segmentos reglamentados para ocupar su lugar.
A los demonios les encantaban las formalidades y el ceremonial, sin duda. Los ayudantes más próximos a Beleth estaban vestidos con traje y capa, y tenían cuernos, rostro afilado y ojos centelleantes. Detrás de ellos se encontraban filas y filas de guardias, desnudos en gran parte, y la pobre luz se reflejaba tímidamente en sus escamas. Cuatro enormes demonios con cola peluda y prensil se adelantaron y ocuparon el lugar de los puntos cardinales.
La atmósfera olía a azufre y resultaba opresiva y abrasadora. Blue notó un hilillo de sudor que le corría por un lado de la cara. Dos ancianos chambelanes transportaron una sólida mesa de roble a través de la plaza y la colocaron delante de los tronos. Blue supuso que sería para la firma del pacto matrimonial.
La sensación de singularidad se acentuó cuando los abanderados rodearon la mesa por tres de sus lados. Se trataba de diablillos vestidos de forma variopinta y discordante con colores complementarios que centelleaban y contrastaban sin ayuda de ningún hechizo. En los estandartes predominaban el escarlata y el negro, que reflejaban el pesado brocado extendido sobre la mesa.
Blue se esforzó por no mirar directamente a los demonios que arrastraron a Henry y lo arrojaron como un fardo contra una pata de la mesa. El chico estaba vivo pero inconsciente, y le costaba respirar. Blue tuvo la incómoda sensación de que tal vez le pidiesen que bebiese la sangre de Henry como parte de la ceremonia, si le quedaba sangre en las venas. Tenía la ropa empapada a causa de la herida del estómago.
Beleth se aclaró la garganta, se levantó en su trono para acentuar su estatura y contempló con gesto dominante a la multitud congregada.
- -Ésta es una ocasión solemne —-declaró con una voz que parecía demasiado potente para salir de su boca y su pecho-—. Un pacto formal de matrimonio, el primero de este tipo, entre un príncipe de la oscuridad y una reina de los elfos.
Los aplausos espontáneos de sus súbditos lo obligaron a hacer una pausa.
Cuando el ruido se extinguió, Beleth continuó con un discurso generosamente salpicado de palabras como «histórico», «orgullo», «significativo» y «época». Blue lo escuchaba muy atenta, pero cuando él se sentó en su trono, se inclinó y le preguntó en voz baja:
- -¿Qué hay del chico?
Beleth la miró y frunció el entrecejo.
- -¿Qué pasa con él? —-rugió.
- -Está inconsciente. Si va a haber un sacrificio, ¿no tendría que estar despierto para que sufra?
Beleth disimuló la sorpresa y el placer.
- -Muy cierto, querida. Nuestra tradición exige una muerte lenta y dolorosa. No tiene mérito si está dormido.
Ordenó algo a uno de sus ayudantes, y al cabo de unos momentos dos demonios curanderos se arrodillaron junto a Henry. Blue observó con satisfacción que el chico abría los ojos enseguida, pero los curanderos no hicieron nada por su herida.
Una criatura que era casi toda brazos y piernas se adelantó y depositó un enorme volumen encuadernado en piel sobre la mesa. Blue lo miró con curiosidad. Debía de ser el legendario Libro de los Pactos que recogía todos los tratados importantes de los demonios desde hacía cinco siglos. Había oído que en algún lugar, guardada en arcones ignífugos ocultos en las profundidades de Hael, había toda una biblioteca de libros como aquél de épocas anteriores. Dudaba que registrasen nada parecido a lo que iba a ocurrir en aquel momento.
- -Nunca ha habido un contrato como éste —-tronó Beleth, como si hubiera leído sus pensamientos. Blue le lanzó una mirada fugaz, pero la expresión del príncipe resultaba impenetrable, así que procuró tranquilizarse. Se trataba de un momento vital para el reino.
Había llegado la hora. Blue percibió la emoción de los expectantes demonios como si fuera una niebla física. Al cabo de unos minutos Beleth y ella estarían casados. Rezó para que Henry entendiese lo que iba a hacer.
Apareció una antigua pluma de ceremonia junto a una hoja de pergamino virgen. En aquel punto dominaba la tradición. La pluma era de águila, y el pergamino, de piel de cordero cuidadosamente curtida, blanqueada y seca. Tenía un color cremoso y una agradable textura. El texto estaba escrito en tinta negra con una potente y esmerada caligrafía que describía los términos del contrato matrimonial. Una vez firmado, el documento tenía validez permanente.
- -El pacto —-explicó Beleth con petulancia ante un murmullo de aprecio de la multitud. Y empezó a leerlo con su retumbante voz, cláusula por cláusula.
Blue prestó poca atención. El acuerdo era muy sencillo en esencia. La obligaba a obedecer a su futuro marido a cambio de recibir su protección. «Obedecer en todo», decían las palabras exactas. Los términos eran personales, pero tenían implicaciones políticas. El pacto entregaba a los demonios el control del reino de los elfos.
- -¿Estás de acuerdo con los términos? —-le preguntó Beleth formalmente.
Blue vio por el rabillo del ojo que Henry la miraba. Dudó. ¿Había otra posibilidad?
- -Querida... —-urgió Beleth.
Blue enderezó la espalda.
- -Sí —-afirmó.
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Hubo alaridos de emoción entre los demonios congregados. Blue estaba muy tiesa en su trono. Vio la expresión incrédula en la cara de Henry, aunque él debía de saber lo que sucedía. Una parte de ella quería gritarle que corriese, que se salvase. Pero no conseguiría nada en aquel momento.
Además, estaba segura de que Henry nunca la abandonaría.
- -¡Entonces, firmemos el pacto! —-anunció Beleth en tono grandilocuente.
El acuerdo verbal no significaba nada. La tradición de Hael exigía un contrato escrito y firmado con sangre. Blue sabía cuál era su deber.
Los heraldos entonaron una fanfarria de siniestras trompetas. El sonido resonó caóticamente en los edificios metálicos circundantes. Un subalterno se presentó con una navaja y un minúsculo cuenco dorado.
Beleth miró a Blue y sonrió. Luego alzó la navaja y, sin dudar, rasgó la palma de su mano izquierda hasta que cierta cantidad de sangre verdosa cayó en el cuenco. Tomó la pluma, la mojó y firmó en la piel de cordero con una rúbrica.
Los demonios lo aclamaron. Beleth inclinó la cabeza ligeramente en señal de reconocimiento y de nuevo sonrió a Blue.
- -Ahora tú, querida. Sé valiente.
El subalterno limpió el cuenco con un paño de lino limpio y entregó la navaja a Blue.
Con una última mirada anhelante a Henry, Blue se inclinó en su trono y le cortó salvajemente la garganta a Beleth de oreja a oreja.
- -Adiós, querido —-dijo.
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Se reunieron en el salón del trono.
- -No sé qué ocurre —-dijo Pyrgus-—. Lo único que sé es que Beleth no tiene tropas de verdad en el desierto. Ni tampoco portales de verdad. Se trata de una gran mentira.
- -¿Para qué? —-preguntó Fogarty de mal humor-—. ¿Qué sentido tiene?
- -Será mejor que le pregunte a Henry, que ha pasado un tiempo con los demonios.
- -Henry no se encuentra aquí. Ya te lo he dicho. Estábamos hablando de Blue y ha salido corriendo.
Madame Cardui llegó un poco tarde.
- -Blue no está en sus habitaciones. Estoy preocupada.
- -Estará a salvo en el palacio —-afirmó Pyrgus.
Cynthia miró a Fogarty.
- -¿No le has hablado del implante de Blue?
Pyrgus los miró.
- -¿Implante? ¿Qué implante?
- -Se me olvidan las cosas —-dijo el Guardián irritado, y se encogió de hombros-—. ¡Acaba de estrellar el volador contra un árbol, por Dios!
- -Beleth ha implantado a Blue como hizo con Henry, para darle falsos recuerdos —-explicó la dama.
- -Espera un momento... —-exclamó Fogarty de pronto.
- -¿Qué es un implante? —-quiso saber Nymph. Era la primera vez que hablaba desde su dramática llegada.
- -Espera un momento... —-repitió Fogarty con el entrecejo fruncido-—. No tiene sentido. Supusimos que los falsos recuerdos eran una maniobra para distraer la atención de la invasión de Beleth. Pero Pyrgus acaba de decir que la invasión también es una farsa. —-Se calló y los miró de uno en uno.
- -Entonces, ¿cuál era el verdadero motivo para el implante de Blue? —-preguntó madame Cardui.
- -¿Y dónde está Blue en este momento? —-susurró Pyrgus.
- -Detrás de ti —-respondió Blue en tono serio.
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Había sangre en el vestido de Blue y en sus manos, salpicaba sus brazos desnudos y manchaba su cara. Henry estaba detrás de ella, con la ropa empapada de sangre.
- -Que lleven a Henry a la enfermería —-ordenó Blue.
- -¡Estás herida, cariño!
Blue sacudió la cabeza.
- -No es mi sangre.
Pyrgus se abalanzó en brazos de su hermana, que empezó a temblar violentamente. Las lágrimas formaban surcos en su rostro ensangrentado.
- -¿Qué diablos te ha pasado? —-preguntó Fogarty.
Blue abrazó a Pyrgus y sus lágrimas se convirtieron en una espantosa risa gorjeante.
- -Ahora soy reina de Hael, señor Fogarty —-dijo, y se desmayó.
* * *
Despertó en la enfermería, sintiéndose mucho mejor a pesar del dolor de cabeza. Alzó la mano con cautela y tocó la venda.
- -Lo hemos quitado —-dijo una voz familiar.
Blue se volvió lentamente.
- -¿Dónde está Henry, señor Fogarty?
- -Se encuentra bien. Hemos tenido que darle puntos, pero se encuentra bien. —-Sujetaba un pequeño cilindro metálico entre los dedos-—. Implantaron esto en tu cerebro. Interesante, ¿eh? El de Henry salió con más facilidad. Estaba alojado en la cavidad nasal. Seguramente Beleth tenía intenciones diferentes contigo.
- -Sí.
- -Hay una enorme cantidad de demonios en uno de los sótanos del palacio.
- -No crearán ningún problema —-aseguró Blue.
- -Ya me había dado cuenta. —-Ladeó la cabeza y la miró-—. ¿Puedes recordar?
- -Sí. Todo.
- -Henry perdió la memoria cuando le sacamos el implante.
- -Debe de ser distinto con los elfos.
- -¿Qué ocurrió?
Blue miró la ventana que se abría al sol de la mañana. Evidentemente había estado inconsciente durante horas.
- -Beleth quería casarse conmigo. De esa forma controlaría el reino. El implante de mi cerebro le permitía manipular mis pensamientos y emociones.
- -Eso es lo que me contó Henry. El asunto del desierto era una maniobra de diversión.
- -Más bien una distracción —-precisó Blue-—. Beleth quería que todo el mundo estuviese tan preocupado que no sospechase lo que ocurría en realidad. Se trataba de un plan muy complicado.
- -¿Por qué se estropeó?
- -No lo sé —-respondió sinceramente; se incorporó en la cama y esbozó una sombría sonrisa-—. Cuando metieron esa cosa en mi cerebro, me sentí atraída por Beleth. Pero había algo más. Yo creía que el matrimonio beneficiaría al reino. Me parecía que era mi deber.
- -¿Cuándo dejaste de pensar eso?
- -Cuando Beleth atacó a Henry.
Fogarty giró el cilindro entre los dedos.
- -¿Te cuento algo interesante? Le eché un vistazo a esto cuando te lo quitaron. Está quemado por dentro.
- -¿De verdad?
- -Cuesta mucho quemar uno de estos implantes, en realidad resulta casi imposible. Debes de amarlo mucho —-dijo en voz baja.
- -Sí —-afirmó Blue-—. Lo amo.
- -Henry dice que le cortaste la garganta a Beleth —-comentó tras unos momentos.
A Blue se le nublaron ligeramente los ojos mientras asentía.
- -¿No tuviste miedo?
- -Muchísimo.
- -Pensarías que los demonios iban a despedazarte, y también a Henry.
- -Sí.
- -¿Por qué no lo hicieron? —-preguntó Fogarty con curiosidad.
- -La costumbre los obliga a aceptar a cualquier nuevo líder que tenga la fuerza suficiente para matar al anterior. Beleth se comió a su padre para acceder al trono.
- -Extrañas criaturas. ¿Vas a dejar el portal abierto?
- -No es un portal, sino magia antigua de la época anterior a los elfos. No sé cómo Beleth se apoderó de ella. Pero no, no voy a dejarlo abierto si consigo averiguar cómo se cierra.
Fogarty se inclinó hacia delante en su silla.
- -¿Te sientes con fuerzas para levantarte?
- -Creo que sí, ¿por qué?
- -Los demás están esperando. Es necesario que hables con los generales.
- -Déme esa bata, señor Fogarty —-pidió Blue.
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El general Creerful se inclinó en silencio cuando entraron en la sala de situación. Saludó brevemente a Pyrgus, pasó por completo del señor Fogarty y madame Cardui, y se dirigió a Blue con cara de palo:
- -Las fuerzas principales de lord Hairstreak se baten en retirada, señora. Hubo cierta oposición, pero hemos penetrado en el Cretch y nos acercamos a Yammeth City. Preveo que rendiremos la ciudad en cuestión de horas.
Blue observó que no había protecciones en Yammeth City. Uno de los globos más grandes mostraba toda la ciudad desde una perspectiva elevada. Para ser una capital en guerra, parecía muy tranquila, con las calles desiertas. Hasta que se observaba el sector oriental, donde las tropas y las máquinas de guerra de los elfos de la noche se concentraban en gran número. Resultaba obvio que su tío aún no se había dado cuenta de que las fuerzas demoníacas del desierto eran una ilusión. De pronto se le ocurrió que seguramente Beleth había matado a Borgoña porque lo había averiguado.
- -Debemos retirarnos —-dijo sin rodeos.
Creerful no disimuló su sorpresa.
- -¿Retirarnos, majestad?
- -Inmediatamente.
- -Reina Blue, los elfos de la noche se encuentran a nuestra merced. Tal vez nunca volvamos a tener otra oportunidad parecida.
- -Los elfos de la noche son nuestros primos, no nuestros enemigos —-explicó Blue con aire cansado-—. Nuestro verdadero enemigo ha sido derrotado. —-Volvió a mirar el globo-—. ¿Tenemos comunicación con lord Hairstreak?
Una expresión precavida brilló en los ojos de Creerful.
- -No, majestad.
- -¿Cuánto tardaremos en ponernos en contacto con él?
- -Tal vez una hora con mensajeros. La red CC está cerrada. Depende de donde se halle.
- -¿Qué le ha pasado a la red de CC? —-preguntó madame Cardui.
Junto al general Creerful se encontraba el general Vanelke, que se hizo cargo de la pregunta.
- -Sospechamos de un sabotaje. Se produjeron varios actos de rebelión causados por elfos de la noche que vivían en la capital. Estamos trabajando para reparar los daños, pero tal vez pase algún tiempo antes de que volvamos a estar operativos. En este punto seguramente serán más rápidos los mensajeros.
- -Entonces envíe mensajeros, general —-ordenó Blue-—. Mensaje cifrado, naturalmente. Informe a mi tío de nuestra retirada. Dígale que aceptamos su oferta de alianza.
EPÍLOGO
Blue y Henry caminaban por los jardines del Palacio Púrpura. Estaba anocheciendo y en las distantes calles de la ciudad empezaban a brillar puntitos de luz. Los alhelíes nocturnos desplegaban su fragancia, una extraña mezcolanza que se había convertido en familiar.
- -¿Qué ocurre, Henry? —-preguntó Blue.
Lo que le ocurría era que pronto tendría que regresar. Tendría que explicarle a su madre dónde había estado y a Anaïs cómo se las había arreglado para desaparecer delante de sus propios ojos. Tendría que vivir con la culpa por lo que le había hecho a Blue. Su amiga era muy amable con él, pero estaba seguro de que nunca lo perdonaría. Henry se encogió de hombros.
- -Oh, ya sabes... he de volver a casa —-murmuró. No quería irse.
- -Me gustaría conocer a tu familia —-dijo inesperadamente Blue.
Henry la miró, sorprendido, y luego contuvo una loca necesidad de reír. Pensó en su madre y en su amante lesbiana. Pensó en su padre, que vivía con una chica que podía ser su hija. Pensó en Aisling, la mocosa egoísta de su hermana.
- -Oh, no, no te gustaría —-replicó con total sinceridad-—. ¡Créeme, no te gustaría nada!
- -¿A ti no te gustan?
- -No mucho. Mi padre está bien, supongo. Pero mi madre... —-Dudó. Realmente no sabía qué decir sobre su madre. Tras unos momentos continuó:-— Mi madre es de las que siempre te están diciendo lo que tienes que hacer. Lo sabe todo mejor que nadie. —-Luego añadió con amargura:-— Pero convirtió su matrimonio en un desastre. Echó a mi padre y lo convenció de que era culpa suya. —-Sin saber por qué, se acordó de lo que su madre había intentado hacer con Hodge.
- -Entonces, ¿no quieres regresar?
- -No me apetece nada —-respondió, y sonrió para aligerar la conversación.
Blue dejó de mirarlo. Henry no lo sabía con seguridad debido a la penumbra, pero le dio la impresión de que se había puesto colorada.
- -¿Por qué no te quedas aquí? —-preguntó Blue.
Henry la miró asombrado.
FIN
GLOSARIO
( el: elfo de la luz / en: elfo de la noche / hum: humano.)
Ama de la seda (el): Miembro de una hermandad, exclusivamente femenina, especialista en el manejo de las hilanderas y en convertir la seda hilada en un artículo caro y muy solicitado como elemento de moda.
Anaïs (hum): amante de la madre de Henry.
Apatura Iris (el): Padre del príncipe Pyrgus, el príncipe Comma y la reina Blue. Emperador Púrpura durante más de veinte años.
Asmodeus: Apestoso demonio.
Atherthon, Aisling (hum): Hermana pequeña de Henry Atherton y majadera sin par.
Atherton, Henry (hum): Adolescente que vive en uno de los condados de Inglaterra y que fue el primero en establecer contacto con el reino de los elfos cuando rescató al príncipe Pyrgus Malvae de las garras de un gato.
Atherton, Martha (hum): Directora de un colegio de niñas en el sur de Inglaterra. Esposa de Tim Atherton y madre de Henry y Aisling.
Atherton, Tim (hum): Próspero ejecutivo. Esposo de Martha Atherton y padre de Henry y Aisling.
Beleth (también conocido como Príncipe de los Demonios y Príncipe de la Oscuridad): Príncipe de Hael, una dimensión alternativa de la realidad habitada por demonios.
Blue, reina Holly (el): Hermana pequeña del príncipe Pyrgus Malvae e hija del anterior Emperador Púrpura Apatura Iris.
Brimstone, Silas (en): Anciano demonólogo, anterior propietario de una fábrica de pegamento.
Canal: Médium militar utilizado para las comunicaciones.
Capucha roja de la frontera: Hongo sensible que habita en las zonas rocosas de las tierras vírgenes del reino y escupe esporas psicodélicas cuando lo atacan.
Cardui, madame Cynthia (también conocida como Dama Pintada) (el): Anciana excéntrica cuyas infinitas relaciones sociales la convierten en una de las agentes más valiosas de la reina Blue.
Casa de Iris: Casa real del imperio de los elfos.
Chalkhill, Jasper (en): Socio de Silas Brimstone y, en secreto, antiguo jefe del Servicio de Inteligencia de lord Hairstreak.
Chevalier: El equivalente a un caballero en el reino.
Cleopatra: Reina de los elfos salvajes.
Comma, príncipe (el I en): Hermanastro del príncipe Pyrgus y de la reina Blue (hijo del mismo padre, pero de diferente madre).
Cossus Cossus (en): Anterior Guardián de Lord Hairstreak.
Creen: Lo que los nativos de Haleklind llaman Haleklind.
Cuchillo halek (u hoja halek): Arma de cristal de roca que libera energías mágicas para matar todo lo que atraviesa. Los cuchillos halek tienden a romperse, en cuyo caso las energías matan a la persona que los usa.
Cucurucho de hechizos: Cucuruchos de bolsillo que no llegan a medir tres centímetros y contienen energías mágicas que se aplican para obtener un resultado específico. El cucurucho antiguo debía encenderse; la versión más moderna se prende sola y se «abre» con una uña. Ambas clases descargan una especie de fuegos artificiales.
Cuenta atrás: Peligrosa medida militar contra el secuestro.
Demonio: Forma adoptada frecuentemente por las especies cambiantes que habitan en el reino de Hael cuando entran en contacto con elfos o humanos.
Elfo de la luz (los del bando de la luz): Una de las dos clases principales de elfos, opuesta a la utilización de demonios en cualquier circunstancia y perteneciente a la Iglesia de la Luz.
Elfo de la noche (los del bando de la noche): Una de las dos clases principales de elfos, que se distingue físicamente por los ojos de gato muy sensibles a la luz. Utilizan sirvientes demoníacos.
Elfo del bosque: Denominación que se da a los elfos salvajes para no ofenderlos.
Elfo salvaje: Elfos nómadas que viven y cazan en las entrañas del gran bosque primigenio que cubre gran parte del reino de los elfos. No se conoce que los elfos salvajes mantengan alianzas con los elfos de la luz ni con los de la noche.
Endriago: Animal inteligente que se parece mucho a una alfombra lanuda o felpudo. Los endriagos tienen una habilidad especial para discernir la verdad que los convierte en compañeros muy populares en el reino de los elfos.
Fluida oscuridad: Nombre que los trinios nómadas dan a los demonios.
Fogarty, Alan (hum): Ex físico y ladrón de bancos paranoico con un extraordinario talento para los artefactos de ingeniería. Fogarty fue nombrado Guardián de la Casa de Iris en reconocimiento a la ayuda prestada al príncipe Pyrgus, aunque en un principio el gato de Fogarty estuvo a punto de comerse al príncipe.
Guardián: Título antiguo que se adjudica al principal consejero de una casa noble.
Hael: Nombre suavizado del infierno.
Haelmente: La Internet mental del infierno.
Hairstreak, lord Black (en): Noble jefe de la Casa de Hairstreak y líder de los elfos de la noche.
Haleklind: País de los magos halek.
Halud: Especia exótica.
Haniel: León alado que habita en las áreas boscosas del reino de los elfos.
Hechizo de éxtasis: Hechizo que inmoviliza algo y lo conserva intacto mientras dura.
Hodge: Gato del señor Fogarty.
Ilustre Svengali (hum): Hipnotizador que daba espectáculos en teatros.
Innatus: Chamán de los trinios nómadas.
John el Negro: Demonio.
Kitterick: Trinio de color naranja al servicio de madame Cardui.
Lancelina: Gata transparente de madame Cardui.
Laura Croft (hum): Nuevo ligue del padre de Henry.
Levitador: Globo de visión equipado con un dispositivo antigravedad.
Lien: Hechizo mágico que obliga a la víctima a actuar de determinada manera.
Limbo: Dimensión de la realidad habitada temporalmente por demonios sujetos a un contrato como sirvientes.
Maestro de las especias: Oráculo del reino que hace predicciones con la ayuda de especias que alteran la mente.
Mago halek: Ni humano ni elfo. Se le considera el practicante de la magia más habilidoso del reino de los elfos. Los magos halek son especialistas en tecnología de armamentos.
Malvae, príncipe Pyrgus (el): Hermano de la reina Holly Blue. A Pyrgus le gustan los animales mucho más que la política y en una ocasión llegó a escaparse de casa para vivir como un elfo corriente a causa de los desacuerdos con su padre.
McKenna, Paul: Hipnotizador televisivo.
Memnón: Maestro de las especias (véase la entrada correspondiente).
Mundo Análogo (también conocido como «mundo terrestre»): Nombres utilizados en el reino de los elfos para referirse al mundo terrestre de los colegios, las espinillas y los padres que acaban divorciándose.
Nagel: Cacique de los trinios nómadas.
Niff (naturaleza de Hael): Animal de fuerte coraza con colmillos de acero, un poco más pequeño que un zorro.
Nyman: Leprechaun al servicio de madame Cardui.
Ogyris, Gela (en): Hija de Zosine Ogyris.
Ogyris, Genoveva (en): Esposa de Zosine Ogyris y antigua amante de Kitterick.
Ogyris, Zosine Typha (en): Rico mercader de Haleklind que vive en Yammeth Cretch y es aliado de lord Hairstreak.
Ojo espía: Dispositivo oculto.
Orion: Ángel de las comunicaciones.
Ornitherium: Antigua pajarera.
Ouklo: Carruaje que se eleva, conducido por hechizos.
Pelidne: Último Guardián de lord Hairstreak.
Perino: Minúsculo anfibio que escupe en sus patas delanteras cuando lo atacan.
Placoide: Forma de vida creada artificialmente.
Portal: Vía de entrada a la energía interdimensional que permite acceder a un mundo alternativo por medios naturales o artificiales, o mediante creaciones de ingeniería.
Primigenio: En la mitología del reino, la primera criatura sensible creada por la Luz en el Jardín de Hedón.
Proeles, Graphium (en): Uno de los generales de Hairstreak.
Quercusia (en): Madre de Comma.
Rastreador: Robot mecanizado potencialmente letal que forma parte del nuevo sistema de seguridad de Hairstreak.
Refinia: Enfermedad tropical del reino que provoca una grave inflamación del cerebro.
Reino de los elfos: Aspecto paralelo de la realidad habitado por varias especies alienígenas, como los elfos de la luz y los elfos de la noche.
Ropo's: Popular café bar.
Salón chispeante: Establecimiento de moda especializado en proporcionar a los clientes experiencias de expansión mental.
Seguidor: Espía demoníaco.
Severs, Charlotte (Charlie) (hum): La mejor amiga de Henry Atherton en el mundo terrestre.
Simbala: Variante de música muy pegadiza que se vende legalmente en tiendas con licencia e ilegalmente en todas partes.
Slith: Peligroso reptil gris que habita en zonas boscosas del reino de los elfos. Los sliths segregan un ácido muy tóxico que pueden lanzar a distancias considerables.
Somme: Sangrienta batalla de la Primera Guerra Mundial.
Stimlus: Arma de energía personal.
Transportador: Versión hecha por el señor Fogarty del artefacto que se utiliza en Star Trek.
Trinio: Raza de enanos que no son humanos ni elfos y que viven en el reino de los elfos. Los trinios de color naranja se dedican a servir, los de color violeta suelen ser guerreros y los verdes se han especializado en nanotecnología biológica y, en consecuencia, pueden crear máquinas vivientes.
Tulpa: Forma de pensamiento inteligente.
Volador personal: Vehículo del reino parecido a grandes rasgos a un coche de carreras volador.
Woodfordi (el): Canal militar.
Yammeth Cretch: Principal territorio de los elfos de la noche.
Yidam: Uno de los antiguos dioses que recorrían el reino antes de la aparición de la Luz.