Bolsilibro de JUAN GALLARDO MUÑOZ
<p>Datos del libro</p></h3> <p></p> <p></p> <p></p> <p>Autor: Garland, Curtis</p> <p>©1988, Editorial Astri, S.A.</p> <p>Colección: Ciencia ficción, 24</p> <p>ISBN: 9788475905129</p> <p>Generado con: QualityEbook v0.60</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>EL UNICO QUE VOLVIO</p></h3> <p style="text-align:center; text-indent:0em;"><img src="/storefb2/C/G-Curtis/El-Unico-Que-Volvio/i1"/></p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">©<strong> CURTIS GARLAND</strong></p> <p>Texto</p> <p></p> <p>©<strong> ALMAZAN</strong></p> <p>Cubierta</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">1ª edición: febrero de 1988</p> <p>1ª edición en América: agosto de 1988</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Esta publicación es propiedad de</p> <p>EDITORIAL ASTRI, S.A.</p> <p>Apto. Correos 96008 — Barcelona</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">ISBN: 84-7.590-512-9</p> <p>Depósito legal: M-2.391-1988</p> <p>Imprime FUTURA-GIESA</p> <p>Tel. 28 12 00</p> <p>08006 Barcelona</p> <p></p> <p>Printed in Spain — Impreso en España</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>1</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">E</style>RA el único que volvió.</p> <p>El proyecto había sido un absoluto fracaso que costó muchos millones de dólares a la administración norteamericana y sus resultados distaron mucho de ser lo halagüeños que la NASA y el Gobierno esperaban.</p> <p>Realmente, se habían perdido casi todas las esperanzas de que regresara alguno de ellos, cuando se detectó el retorno a la Tierra de la cápsula Z-ll, única que regresaba de todas las enviadas para culminar aquel ambicioso proyecto. . —Menos mal —había comentado alguien en Cabo Cañaveral—. Al menos, el fracaso no será absoluto..., aunque casi, casi.</p> <p>—El tripulante de la Z-ll regresa con vida. Y, al parecer, ileso. Sus sistemas de comunicación funcionan perfectamente —informó un técnico en comunicaciones.</p> <p>—Ya —el jefe de operaciones giró la cabeza—. ¿Quién es el tripulante de la Z-ll?</p> <p>—Dean Forrester —le dijo el encargado de personal, tras consultar sus notas—. Se identificó hace un momento. Su organismo funciona perfectamente. Los diagnósticos clínicos del control de salud a distancia, son perfectos. No hay problemas, señor. Si la cápsula aterriza sin novedad, Dean Forrester estará a salvo. Será el único astronauta del Proyecto Eros que regresa vivo... e incluso el único que regresa.</p> <p>El jefe de personal comprobó por sí mismo lo que le decían, examinando los cuadros clínicos que aparecían en la pantalla. correspondientes al viajero de la cápsula Z-ll.</p> <p>—Sí, todo parece en orden. Presión normal, actividad cardíaca y respiratoria sin alteración, reflejos mentales correctos... Me pregunto cómo habrá podido salvarse el astronauta Dean Forrester de todo lo que pudo sucederles a los demás... y de lo que en realidad no tenemos la menor evidencia, salvo sus últimos mensajes de emergencia, nunca esclarecidos, antes de que las constantes vitales de cada uno de ellos se borrasen total y definitivamente de nuestras pantallas de control.</p> <p>—Eso, posiblemente lo sepamos muy en breve —comentó otro de los observadores del centro espacial—. La cápsula va a entrar en la atmósfera de un momento a otro. Su trayectoria es normal, y, si nada sucede, aterrizará en la zona desértica prevista, hacia donde ya hemos indicado que vuelen nuestros equipos de rescate. Todo está alerta para recibir al que vuelve. Al único que vuelve...</p> <p>El jefe de operaciones asintió, pensativo. Se encaminó a su propio despacho, y una vez allí descolgó el teléfono, pidiendo línea directa con la Casa Blanca. No tardó en tener comunicación con el secretario del presidente de los Estados Unidos, al que informó, en ausencia del presidente de su residencia de Washington.</p> <p>—Informa el coronel Waters, de la NASA —dijo escuetamente—. He preferido esperar a dar este informe hasta estar seguro de que, realmente, no se producía alteración alguna, o se trataba sólo de una falsa esperanza. Le ruego que informe urgentemente al señor presidente sobre el regreso de uno de los componentes de la expedición del Proyecto Eros, a los cuales habíamos dado ya por perdidos.</p> <p>—¿Es algo totalmente comprobado, coronel?</p> <p>—Por completo, sí. El astronauta Dean Forrester viaja a bordo y en excelentes condiciones físicas y psíquicas, a juzgar por los cuadros clínicos de control a distancia. El contacto con la atmósfera va a producirse de un momento a otro, y la trayectoria y velocidad de regreso de la cápsula Z-ll son totalmente correctas. De modo que, si todo sigue bien, y no hay motivos para dudar de ello, puesto que la cápsula está siendo manipulada por su ocupante, pero también está ya bajo control remoto de nuestra base, en breve plazo se posará suavemente en tierra, en el punto previsto o muy cerca de él.</p> <p>—¿Todo está dispuesto para recoger y atender sin pérdida de tiempo al astronauta?</p> <p>—Absolutamente todo, señor. Los aviones ya sobrevuelan la zona señalada, a la distancia prudencial prevista, a la espera de que la cápsula aparezca visible. Para la posibilidad de un aterrizaje de emergencia, se han dispuesto ya los sistemas de seguridad necesarios, e impedir así un impacto demasiado fuerte. Pero, según hemos comprobado por medio de nuestros controles remotos, los paracaídas de la cápsula funcionan perfectamente y no habrá fallo en su despliegue en el momento oportuno.</p> <p>—Muy bien. Me congratula saber todo eso. El señor presidente se halla convocado en una rueda de prensa aquí, en Washington. Tendré línea directa con él en un momento, y él decidirá si debemos informar al país de la buena nueva, tras las duras críticas que el fracaso inicial del proyecto reportaron al Gobierno y a la NASA, coronel. Gracias por todo, buena suerte... y enhorabuena por este inesperado regreso de uno de nuestros astronautas. Su información sobre lo sucedido en el planeta Eros puede sernos de gran interés, estoy seguro.</p> <p>Se cortó la comunicación y el coronel Waters, de la NASA, se quedó mirando pensativamente el teléfono, antes de colgarlo. Luego se frotó el mentón, regresando a la sala de seguimiento espacial, donde todo parecía seguir bajo el signo del optimismo, afortunadamente para Dean Forrester, el astronauta que volvía.</p> <p>Comprobó por los paneles electrónicos que así era, y siguió su camino hasta alcanzar el corredor que discurría por la gran vidriera que asomaba a la vasta explanada de lanzamiento de cohetes y rampas de disparo. La actividad en la base espacial era la de cualquier día normal y nada hacía suponer que aquella fecha tenía algo de excepción con respecto a las demás.</p> <p>Y, sin embargo, así era.</p> <p>Del mayor fracaso en la historia de la NASA, quizá iban a pasar a un triunfo relativo —relativo, porque eran muchas las víctimas del Proyecto Eros, aun regresando uno de sus componentes con vida—, que pondría en claro muchas cosas sobre las ideas científicas puestas en práctica en aquel desastroso proyecto.</p> <p>Todo dependía de lo que Dean Forrester pudiera informarles sobre sus compañeros de peripecia espacial... y sobre lo sucedido en aquel remoto y recién descubierto mundo que era el planeta Eros.</p> <p>Un cuerpo celeste que ni siquiera era realmente un planeta, sino más bien un gran asteroide, surgido por sorpresa dentro del Sistema Solar, a suficiente distancia para que pudiesen probar la capacidad de los nuevos cohetes «Magnum», de capacidad de alcance y velocidad impresionantes, que luego liberaban a sus cápsulas a una media de marcha realmente increíble pocos años atrás. Los nuevos sistemas energéticos aplicados a la astronáutica habían revolucionado ésta hasta límites insospechados. Ahora, las naves podían llegar mucho más lejos, e infinitamente más rápidas. La idea de bautizar a aquel mundo lejano y nuevo, más allá de Plutón, con el nombre de Eros, fue una buena idea, sin duda alguna. Ello permitió muchos chistes maliciosos y comentarios burlones sobre la obsesión sexual, más que posible, de muchos de los componentes de la NASA, pero el nombre cuajó, y para todos quedó aquel diminuto cuerpo celeste como el planeta Eros.</p> <p>Ello provocó la idea en los científicos y técnicos, y el Proyecto Eros fue una realidad. Hombres y mujeres fueron enviados allí, tras comprobarse mediante un primer cohete con una cápsula investigadora, que Eros era un mundo dotado de atmósfera respirable, sumamente gélido debido a su distancia del sol, pero templado sin embargo en su superficie por un extraño fenómeno luminoso, el reflejo de luz de una estrella próxima, en una especie de satélite natural que giraba en torno suyo y que convertía los días de Eros en algo así como un invierno en Groenlandia, y las noches en auténtica invernada polar. Pero todo ello con agua, oxígeno y todo lo preciso para vivir..., así como aparente ausencia de cualquier vida inteligente, aunque no de formas de vida, orgánica, ya que la presencia del agua helada permitía la existencia de animales de algún género., bien en §u helada superficie, bien en sus profundas aguas cubiertas por la costra de hielo casi eternos.</p> <p>A tan inhóspito lugar fueron enviados los ocho astronautas voluntarios, elegidos entre un número aún mayor de personas expertas en vuelos espaciales, que se ofrecieron para tal expedición, pese a sus evidentes riesgos y peligros.</p> <p>Cuatro hombres y cuatro mujeres, tal como se pedía. Cuatro astronautas varones, experimentados y seguros de sí, y cuatro mujeres, también con muchas jornadas de vuelo espacial, incluso conviviendo con hombres en los sky-labs de cooperación internacional.</p> <p>Se dio la curiosa circunstancia de que colaboró estrechamente en el proyecto la astronáutica soviética, ofreciendo a sus propios voluntarios, de los que fueron seleccionados un hombre y una mujer, para formar parte del grupo de ocho. Luego, recibieron sus instrucciones, que aceptaron con ciego sentido de su deber y de su condición de disciplinados astronautas. Y partieron hacia el lejano y misterioso mundo bautizado por los terrestres con el nombre de Eros.</p> <p>Ese fue el principio de todo.</p> <p>Y, ahora, éste era su final: el regreso, seis años más tarde, de Dean Forrester, el único astronauta viviente del Proyecto Eros, dado por perdido de modo definitivo hasta entonces, como todos los demás.</p> <p>Y entre todo ello... ¿qué?</p> <p>Un enigma, un paréntesis oscuro y misterioso, del que nada supieron jamás. Una incógnita que tal vez ahora, con toda seguridad, iba a ser despejada por el único que podía hacerlo: Dean Forrester, el astronauta que volvió.</p> <p>Porque todo lo que llegaron a saber oficialmente de la perdida expedición, fue solamente lo que tenían registrado en sus instrumentos electrónicos, en sus grabaciones de los contactos con la expedición: repentinas llamadas de emergencia, desde el planeta Eros, avisando de un presunto peligro. Repentino silencio después, sin nuevos contactos, sin la menor conexión, no ya con el estado físico y mental de los astronautas, cuyos controles se interrumpieron súbitamente, apenas sonaron las llamadas de alarma, sino ni tan siquiera con sus voces o con un sistema Morse de socorro. Nada. Absolutamente nada. El silencio más profundo, durante casi dos años, envolvió el enigma de lo sucedido en Eros.</p> <p>La NASA por su lado, y las autoridades soviéticas de investigación espacial por la suya, habían enviado cápsulas a control remoto, sin tripular, hasta la superficie de Eros, en busca de información al respecto.</p> <p>Todo fracasó.</p> <p>Las cápsulas informaron de las mismas condiciones de vida anteriores, de todos los detalles meteorológicos y toponímicos del planeta, pero sin añadir dato alguno que sirviera para poner en claro la suerte corrida por los ocho astronautas.</p> <p>Las fotografías obtenidas en la superficie de Eros, y enviadas a la Tierra por televisión, no revelaron ni siquiera la presencia de cápsula alguna y se pensó que debían yacer, junto con sus ocupantes, bajo la densa capa de hielo del planeta. La sombra del fracaso y del escándalo cayó sobre los responsables. Los medios de comunicación de los Estados Unidos y de todo Occidente no perdonaron a la NASA, ni a los propios americanos, el error trágico de aquel proyecto. Incluso dentro de la Unión Soviética duras críticas se alzaron contra los responsables de la astronáutica rusa, y hubo dimisiones y destituciones en los organismos correspondientes.</p> <p>Luego, otros éxitos espaciales fueron haciendo olvidar el Proyecto Eros. Y ahora, seis años más tarde eran pocos los que se acordaban de ello. Quizá solamente los familiares y amigos de los perdidos en el espacio...</p> <p>—¡Los familiares! —exclamó bruscamente el coronel Waters, parándose en seco y golpeándose la frente con energía—. ¡Cielos! ¿En qué estoy pensando yo? Dean Forrester tiene una esposa... unos parientes... Tengo que informarles de ello. Debo hacerlo ya, para que sepan lo que sucede...</p> <p>Y se precipitó con rapidez hacia un teléfono, para informar a la presunta viuda de Forrester de la buena nueva, totalmente imprevisible, que significaba el retorno de su marido a la Tierra, a la vida misma...</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>2</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">—N</style>O es posible... Dean.,, vuelve... Frente a Jennie Forrester, Davy Vincent se limitó a afirmar lentamente con la cabeza, esbozando una amable y suave sonrisa. Luego, murmuró en tono cordial:</p> <p>—Si, Jennie. Es posible. Dean vuelve. Tenemos que aceptarlo como es. Por fortuna, no todo se perdió en el Proyecto Eros. Tú, cuando menos, puedes volver a ser feliz...</p> <p>Jennie no supo qué decir. Sus ojos brillaban, cuajados de lágrimas. Luego, sollozó ahogadamente y se mordió la punta de sus dedos, nerviosamente, cayendo en un sofá, estremecida. Davy Vincent, su buen amigo, se aproximó a ella.</p> <p>—Es..., es maravilloso..., increíble... —susurró la joven esposa.</p> <p>—Claro que lo es, Jennie. El coronel Waters nunca te hubiera llamado, de no estar totalmente seguro. Luego, me telefoneó a mí, para que viniera a verte y te hiciese compañía en estas horas. Si quieres, podemos ir a Nuevo México, donde tomará tierra su cápsula. Pero creo que él llegará antes que nosotros y, además, no podrás verle más que a distancia, puesto que debe iniciar su cuarentena para ser convenientemente esterilizado de posibles gérmenes. Ya sabes cómo funcionan todas estas cosas, Jennie...</p> <p>—Sí, ya lo sé —suspiró ella débilmente, alzando la cabeza y mirando a Davy con una expresión dulce y radiante—. Oh, Dios, si es como un milagro. Cuando ya todo estaba perdido, cuando las esperanzas se habían muerto..., ocurre esto.</p> <p>—Te dije una vez que jamás dejases de perder la esperanza. Es lo último que un ser humado debe abandonar.</p> <p>—Parecía tan improbable que volviese...</p> <p>—Improbable, pero no imposible —sonrió Vincent—. No teníamos su cadáver, que es lo único que resulta ya irreversible, Jennie. Sólo teníamos una persona desaparecida en el espacio. Como lo están las otras siete del proyecto. Ahora tal vez sí podamos estar seguros de algo, cuando él regrese, cuando esté aquí y nos cuente lo que realmente sucedió, allá en los confines de nuestro Sistema Solar...</p> <p>Jennie asintió, con la cabeza baja. Vincent observó cómo enjugaba algunas lágrimas en silencio. Le oprimió afectuosamente el hombro.</p> <p>—Davy... ¿van a televisar su llegada? —musitó al fin.</p> <p>—Por supuesto. Es un acontecimiento nacional. Más aún: mundial. Los rusos han solicitado también conectar con la televisión americana. Es su único medio de saber qué les sucedió a los astronautas Bolnov y Alexandrovna. También su país arde en expectación. La única respuesta posible la tiene él, Dean...</p> <p>—¿No será todo esto demasiado para él, después de la terrible odisea que ha vivido durante casi seis años lejos de la Tierra? —musitó ella con voz ahogada.</p> <p>—No creo que le permitan hablar con nadie en tanto no esté totalmente recuperado y hayan tenido con él algunas conversaciones amplias las autoridades y los psiquiatras. Ya sabes cómo funcionan estas cosas. Según la información que Dean sea capaz de proporcionar, podría ser tema de seguridad nacional o estricto secreto, y el Gobierno intentaría bloquear esa información hacia la opinión pública y hacia el extranjero.</p> <p>—¿Tan terrible puede ser lo que sepa Dean? —se estremeció ella,</p> <p>—Oh, no. Tal vez sea puramente rutinario. Un simple desastre cósmico, como hubo ya otros durante la conquista del espacio —la serenó Vincent—. Pero a veces existen cuestiones estrictamente confidenciales, y se debe evitar que trasciendan. Como posibles errores técnicos o humanos, contacto con otras formas de vida que pudieran provocar una psicosis de pánico en los seres humanos... Ya sabes que, durante muchos años, los Gobiernos han estado ocultando a sus pueblos la realidad sobre los platillos volantes, mintiéndoles cínicamente, negando su existencia, mientras invertían sumas considerables de dinero, personal y organización, en el estudio minucioso y exhaustivo de la materia, hasta comprobar que todo era cierto, que esos OVNIS existen, pero que no conviene notificar de ello a los ciudadanos normales, por miedo a no sé qué reacciones.</p> <p>—Pero Dean es un ser humano, es uno de nosotros, no un alienígena, Davy...</p> <p>—Claro, Jennie. Sólo te hablo de posible interés en evitar que sus informes sean difundidos antes de tiempo, sin una censura previa. Incluso nosotros, los considerados ciudadanos más libres del mundo, tenemos coartadas ciertas libertades, cuando la posible seguridad del Estado anda por medio, trata de entenderlo.</p> <p>—Eso significa que tardaré aún en ver aquí, en casa, a mi esposo...</p> <p>—Me temo que sí. Aparte la cuarentena, puedes imaginar que durante cosa de un par de semanas, dependerá exclusivamente de las altas esferas de Washington, y permanecerá totalmente aislado. Pero todo pasa, Jennie, como han pasado estos seis años... y Dean estará en casa dentro de mes y medio lo más tardar. Como si nada hubiera sucedido.—Pero han pasado seis años, Davy... ¿Cómo volverá Dean? —se preguntó ella con repentina angustia—. Puede que incluso sea como un extraño para mí...</p> <p>—Esa impresión puede durar un día entero..., o sólo un minuto —rió Davy de buena gana—. En el peor de los casos, no más de veinticuatro horas. En cuanto hayas tenido ocasión de abrazarle, de besarle, de charlar juntos, de comer, de veros cara a cara nuevamente..., todo volverá a ser igual. Lo celebro por ti, Jennie. De veras.</p> <p>—Davy... —ella se incorporó ahora lentamente, y le miró a los ojos, pese a que él intentaba eludir su mirada—. Davy, soy muy feliz de que él regrese, pero... por otro lado lo lamento.</p> <p>—¡Jennie! ¿Qué dices? —parpadeó Vincent.</p> <p>—La verdad —suspiró ella—. Davy, una mujer se da cuenta de ciertas cosas, aunque la persona que tiene al lado y la conforta y alienta siempre sea sólo un amigo, el mejor de todos, y pretenda seguirlo siendo. En estos últimos años, posiblemente en estos dos en que ya di por definitivamente muerto a Dean... no sé, empecé a advertir lo que sucedía en ti, Davy.</p> <p>—Jennie, por Dios... —trató él de detenerla.</p> <p>—Déjame terminar. Es preferible que haya sinceridad entre nosotros. Nuestros asuntos son algo que no tiene por qué entrar en el top secret oficial. No estamos tan deshumanizados aún. Sé que sentías algo por mí, que lo sientes aún, pese a que sepas renunciar tan generosamente llegado el momento.</p> <p>—Jennie, yo...</p> <p>—Sé lo que sientes, y hasta yo misma empecé a compartir esos sentimientos tuyos.</p> <p>—¡Jennie! —la miró él con sorpresa y desconcierto.</p> <p>—Ya ves que te soy sincera —sonrió ella tristemente—. Sí, Davy. Resulta difícil para una mujer, junto a un hombre como tú, no darse cuenta de que puede llegar a sentir algo que no es sólo amistad... algo que tú supiste ganarte por ti mismo, con tu generosidad y nobleza, con tu modo de comportarte conmigo en todo este tiempo. Además de ser el mejor amigo de Dean, fuiste mi mejor amigo. Y empezaba a ser algo distinto, más allá de la amistad... cuando, de repente, ha vuelto él. Tú no podrías ya decirme nunca lo que sientes. Te lo impediría la nobleza misma de tu carácter, tu lealtad a los amigos y a ti mismo. Yo... no sé lo que siento, siquiera. No sé lo que sentiré por mi marido cuando esté aquí otra vez a mi lado.</p> <p>—Jennie, no hables así...</p> <p>—¿Qué quieres que te diga? Hace seis años que lo perdí. Dos, en que pensé que había muerto. Ahora, a mis veintisiete años, soy aún una mujer en la plenitud. El espejo me dice que sigo siendo joven y atractiva. Puedo ser amada. Y amar de nuevo, Pero me hice tanto a la idea de haberlo perdido que ahora... no sé lo que sentiré ante él. No se si seguiré queriéndole como entonces. Por eso te dije que voy a necesitar quizá algún tiempo para que todo vuelva a ser como fue. Sin embargo, ya sabía que había empezado a sentir algo por ti, Davy. Y era hermoso saberlo. De un momento a otro, ambos nos hubiéramos sincerado, estoy segura. Y hubiésemos sido felices... —movió la cabeza, con pesar—. Ahora todo eso ha cambiado. Seguirás siendo el buen amigo de todos, y nada más. Pero ¿cómo me sentiré yo? ¿Cómo se sentirá Dean a mi lado, si capta mis dudas? ¿Cómo será ahora él mismo, al regreso de una expedición en la que se perdieron para siempre todos sus compañeros de viaje?</p> <p>—Estás torturándote inútilmente. No sabes aún nada sobre lo que ha de venir, pero no puedes mostrarte pesimista en todo ello. Como tú has dicho, si algo pudo haber cambiado, esa posibilidad pasó ya definitivamente. Dean ha vuelto, y eso es lo que cuenta para ti y para mí. Seis años de ausencia no deben cambiar nada, Jennie. Y no lo cambiarán, estoy seguro. Por otro lado, tal vez te encuentres con un Dean diferente, porque la soledad, el espacio, la odisea que haya podido vivir, la experiencia terrible de volver solo, después de seis años de ausencia, en un remoto confín del Sistema Solar, Pero lentamente volverá a ser el que fue, se reintegrará en la vida normal y olvidará todos sus traumas, estoy seguro de ello.</p> <p>—¿Y si no fuese así?</p> <p>—Será así, no lo dudes —la alentó Davy Vincent, con su amplia y contagiosa sonrisa—. Vamos, Jennie, arriba ese ánimo. Hay que afrontar la nueva vida con más ánimos que nunca. Dean no se merecería un recibimiento frío, receloso u hostil. El necesita, más que nadie, de afecto, comprensión y ayuda por parte de todos. Pero especialmente por tu parte.</p> <p>—Si, Davy. Estoy segura de que así será... —le miró con dulzura, brillantes sus hermosos ojos pardos, bajo el doble arco de sus pelirrojas cejas bien dibujadas—. Así tiene que ser, ahora que todo vuelve a ser igual que antes... Como si estos seis años no hubieran transcurrido. Tú sabes que nunca sentí celos y que no opuse objeción alguna a ese proyecto, pese a que sabía que, cumpliéndolo, tenía que convivir sexualmente con otra mujer, en ese planeta lejano, y tener allí los hijos esperados, para que el Proyecto Eros fuese una realidad.</p> <p>—Lo sé, Jennie. Tres mujeres y dos hombres fuisteis esforzados sacrificados del proyecto, ya que tres astronautas varones, entre ellos Dean, y dos de las astronautas femeninas, estaban casados y debían tener contacto sexual obligado con su pareja elegida siempre fríamente por medio de una computadora que seleccionaba los genes y los espermatozoides adecuados a cada caso, en la idea de estudiar biológicamente la procreación y la vida sexual en otros mundos donde la vida fuese posible, como en Eros. Era una idea puramente científica, pero a la que hombres y mujeres debían prestar un sacrificio propio indudable: novias o esposas tolerando que su pareja o su cónyuge realizara actos sexuales con otra persona, y hasta esperar que las mujeres fecundadas tuvieran hijos en un lejano planeta. Hijos nacidos de un acto sexual frío y deshumanizado, eso sí. Pero siempre con el riesgo evidente de que, dada la soledad y distancia a que eran enviados los ocho seres, pudiese establecerse entre ellos, a la larga, un lazo afectivo que fuese más allá del frío y científico coito planeado por biólogos y computadoras.</p> <p>—Así es, Davy. Sin embargo, yo no sentí nunca celos de todo ello. Estaba segura de que Dean seguiría recordándome, allí donde estuviese, aunque su especial misión y la propia soledad y distanciamiento pudieran ejercer sobre él una influencia capaz de llevarle a la infidelidad misma. La esposa de un astronauta debe estar dispuesta a toda clase de sacrificios y de renunciamientos. Y así lo acepté siempre. Como ahora debo aceptar lo que sucede. Era el destino de Dean. Y mi propio destino. Espero que ambos superemos la prueba del retomo.</p> <p>—La superaréis, estoy seguro —asintió Davy Vincent, camino ya de la salida—. Te avisaré de todo en cuanto sepa más detalles. ¿Te quedas aquí?</p> <p>—Sí. Veré por televisión su llegada. Y esperaré en casa. Es mejor.</p> <p>—Como quieras —el alto, atlético y rubio astronauta Davy Vincent, amigo de Dean Forrester y compañero suyo dentro de la NASA, dirigió una última sonrisa y un guiño a la mujer que acababa de confesarle que había llegado a sentir por él algo más que amistad—. Animo. Y fe, Jennie. Mucha fe en que todo salga bien...</p> <p>Salió, cerrando la puerta tras de sí. Jennie suspiró, volviendo a sentarse en el sofá. Luego, silenciosamente, rompió a llorar.</p> <h2>* * *</h2> <p></p> <p style="text-indent:0em;">—¿Resultados?</p> <p>—Perfectos —dijo el jefe de operaciones de aterrizaje, volviéndose satisfecho hacia el teléfono directamente conectado con la Casa Blanca—. Señor presidente, no sólo ha tomado tierra la cápsula en los territorios desérticos de Nuevo México, sino que lo ha hecho a sólo cinco millas del Cosmodromo 2000, con un mínimo, por tanto, de desvío, teniendo en cuenta el desgaste de la energía de a bordo, las averías de algunos controles manuales y las interferencias provocadas por otro' tipo de averías electrónicas en los circuitos de contacto con los controles remotos. Por otro lado, el estado del ocupante, según sus propias declaraciones y según los controles clínicos a distancia, es virtualmente perfecto, dado el tiempo transcurrido lejos de la Tierra, dada la distancia del viaje realizado. Y los posibles problemas psíquicos y físicos sufridos por el viajero. En suma, señor: ahora, todo estará ya en manos de los médicos que se ocuparán de Dean Forrester, y de los expertos que examinarán la cápsula, tras su prolongada estancia en el espacio y en los hielos del planeta Eros.</p> <p>—¿Es todo?</p> <p>—Es todo por el momento, señor presidente —afirmó el jefe de operaciones de Nuevo México—. Le volveré a llamar apenas tenga el primer contacto personal con el astronauta y con sus médicos, dentro de la cámara de esterilización y observación, durante la inmediata cuarentena.</p> <p>—Bien. ¿La señora Forrester está ahí?</p> <p>—No, señor. Se negó a ello. Está presenciando la operación a través de la televisión, en su hogar de Tenessee.</p> <p>—Gracias. Comunicaré personalmente con ella, en tal caso. Quiero ser el primero en felicitar a la abnegada señora Forrester. Luego pensaremos en la posibilidad de dedicar un homenaje nacional a ella y a su esposo. Se lo tienen ambos merecido, tanto por su cooperación en el Proyecto Eros, con todos sus problemas psicológicos y emotivos, como en su posterior sacrificio mutuo, uno de ellos esperando y desesperando, y el otro viviendo su odisea en los límites del Sistema Solar.</p> <p>—Sí, señor. Esperaré sus noticias al respecto. Todos en la NASA estamos dispuestos a colaborar en ello.</p> <p>Colgó. Ahora, todo se debía centrar en la operación de aproximarse a la cápsula con helicópteros que remolcasen la cápsula al lugar adecuado, donde expertos ataviados con indumentarias herméticas, asépticas, se ocuparían del recién llegado.</p> <p>Del único que volvió del planeta desconocido.</p> <p>Del único que regresó del misterio.</p> <h2>* * *</h2> <p></p> <p style="text-indent:0em;">El doctor Kendrik clavó sus ojos en el jefe de investigaciones personales del Cuerpo de Astronautas Especializados de la NASA, adscrito al Proyecto Eros, profesor Lydecker, después del examen de los datos computados.</p> <p>—¿Qué opina usted de todo esto? —preguntó, con semblante serio.</p> <p>—No lo sé —confesó el profesor con un suspiro—. No sé qué pensar, doctor:</p> <p>—¿Cree que todo está normal?</p> <p>—Al menos, lo parece —admitió Lydecker, frotándose la sien, reflexivo—. ¿Ve usted algo raro en el paciente?</p> <p>—No. Y sin embargo...</p> <p>—Sin embargo, ¿qué?</p> <p>—No sé... Hay algo extraño en su historia.</p> <p>—¿Extraño?</p> <p>—Eso dije, sí —el doctor Kendrik paseó por la estancia, sin dejar de releer los informes clínicos y psíquicos extendidos en las hojas de la computadora. Luego, las comparó con las declaraciones del astronauta y con el gráfico del detector de mentiras. Finalmente, una última hoja, ésta con la grabación magnética de la «caja negra» de la cápsula Z— 11, apareció ante él, con sus indicaciones en clave, que la computadora se había encargado descifra conforme el código previamente establecido.</p> <p>—¿A qué se refiere, exactamente, al hablar de ese algo extraño? —insistió Lydecker preocupado.</p> <p>—A esas fechas en blanco.</p> <p>—Oh, las fechas... —asintió el profesor, arrugando el ceño—. Sí, lo entiendo. Pero el paciente no mentía. No revela nada el detector de mentiras.</p> <p>—Cierto. El parece ignorar lo ocurrido en ese período de tiempo. Al menos, de un modo consciente. Por otro lado, la «caja negra» no registra nada de nada en el mismo espacio temporal. Y los informes clínicos son correctos. Dean Forrester está totalmente bien. Psíquicamente, sufre las lógicas alteraciones de un hombre sometido a la experiencia de la soledad, del silencio, de los hielos, de la noche en un planeta lejano, frío e ignoto, donde no tuvo contacto alguno con otro ser viviente.</p> <p>—De modo que parece confirmado: no hay nadie en Eros. Nada humano ni animal. Nada vivo, salvo posible fauna marina bajo los hielos. Superficie sólo de hielo, de nieve y ventiscas... Respirable pero desértico e inhóspito como el propio polo terrestre.</p> <p>—Así es. No creo que mienta. Y, sin embargo..., ¿por qué ignora lo que sucedió en ese período de tiempo?</p> <p>—Lo ignoro. Y él parece ignorarlo, también. No creo que mienta.</p> <p>—Lo cual resulta más extraño todavía. No parece haber existido un largo período de inconsciencia. No sería lógico. En un clima tan duro como el de Eros, hubiese significado la muerte del viajero, prescindir de alimentos, bebida y calor durante una serie tan larga de días. Tenga, en cuenta que el espacio en blanco cubre... tres meses, exactamente. Tres meses es demasiado tiempo para que un humano entre en coma o en letargo, durante uña invernada, sin recordar nada de nada y sin tener noción de cuanto le sucede. Tendría que alimentarse, nutrirse de hidratos, de vitaminas, de proteínas. En suma, tendría que estar consciente para sobrevivir a semejantes condiciones climáticas. Y él... sobrevivió.</p> <p>—Eso es lo cierto. Sobrevivió. Lo tenemos aquí. Esperábamos resolver un montón de enigmas. Y apenas si sabemos algo más de lo que sabíamos.</p> <p>—Sólo que no hay lugar a dudas sobre una serie de cuestiones. La primordial es ésta: los otros siete astronautas hallaron la muerte en Eros.</p> <p>—Sí. Eso... parece evidente —resopló amargamente el profesor Lydecker—. En ello coincide. Las pruebas que nos aporta ahora Dean Forrester son indiscutibles, definitivas.</p> <p>—Trajo consigo los datos computados de las siete cápsulas restantes del Proyecto Eros. Todas se estrellaron en el planeta, quedando inservibles. Pero eso no fue todo. Trae las placas de identificación de los siete. Y también el mensaje póstumo del último de ellos, el astronauta soviético Leónidas Bolnov, que sobrevivió a los otros siete y grabó su mensaje final, rodeado de cadáveres... No hay duda sobre todo eso. j Cuando Dean Forrester los halló, ya nada podía hacer por ellos. Incluso Bolnov había muerto...</p> <p>Reinó el silencio en la estancia blanca, aséptica. Tras un largo mutismo, el profesor August Lydecker hizo un comentario sombrío:</p> <p>—Y esos tres meses siguientes, sólo unas horas después de hallar a los siete cadáveres en la estepa helada de Eros..., ¿qué significan? ¿Por qué no sabe nada, no recuerda nada, ningún control dice nada y, sin embargo, él tuvo que vivir en cierto modo normalmente, puesto que no se advierten en él síntomas de deshidratación, debilitamiento o alteración física o mental? Es decir, el primer gráfico clínico de que disponemos en el computador de a bordo de la cápsula Z— 11, inmediatamente después de la pérdida de todo contacto con él y de la propia pérdida de noción de las cosas por parte de Forrester, es totalmente correcto. Por tanto, no hubo alteración física ni psíquica, no hay síntomas de debilidad, dolencia o fiebre de ningún tipo.</p> <p>—Por tanto, en buena lógica, debió perder la memoria en ese lapso de tiempo —sugirió vivamente el doctor Kendrick.</p> <p>—Claro. Hemos pensado en eso, pero... ¿Y los mecanismos? ¿Y la «caja negra»? ¿Y los registros clínicos de control? ¿Qué pasó con ellos, para no haber NADA grabado a bordo de la cápsula, precisamente en esos tres meses tan sólo? Las máquinas no pierden la memoria, profesor.</p> <p>—Eso es cierto —Lydeker bajó la cabeza, ceñudo—. Por tanto, estamos ante un misterio que no sólo afecta al astronauta sino también a sus ingenios y mecanismos a bordo. Sabemos que no pudo estar los tres meses lejos de su cápsula, porque con las condiciones climáticas y la soledad de Eros, no hubiese podido sobrevivir. Por lo tanto, ¿qué sucedió en ese período de tiempo para que no sepamos nada en absoluto, y que el hermetismo se mantenga sobre personas y máquinas?</p> <p>—Tal vez una interferencia magnética.</p> <p>—Es la posibilidad más aceptable. Pero los detectores de a bordo no acusan tampoco alteraciones en los circuitos antimagnéticos de la Z-ll.</p> <p>—Por lo tanto, el círculo del enigma se cierra ahí. Todo es inexplicable, física y científicamente.</p> <p>—Exacto.</p> <p>—Sólo los dioses del Universo lo saben...</p> <p>—¿Los dioses? —pestañeó, sorprendido el doctor Kendrick.</p> <p>—Si, amigo mío —rió entre dientes el profesor Lydecker—. Los antiguos atribuían a sus dioses todo lo que para ellos era inexplicable. Yo, que he dedicado mi vida entera al estudio del espacio, acostumbro a hacer lo mismo. Cuando no entiendo algo, me pregunto si no es cosa de los dioses, y solamente ellos pueden aclarárnoslas alguna vez.</p> <p>—Pero los dioses no existen...</p> <p>—¿Quién sabe? —se encogió de hombros el profesor—. ¿Quién sabe nada, exactamente, sobre el espacio que nos rodea, sobre la Creación toda, amigo mío?</p> <p>El doctor Kendrick no supo qué responder. Agitó de nuevo los documentos relativos al dossier Forrester, con aire perplejo.</p> <p>—Yo, profesor... —comentó al fin—. Yo ni siquiera sé nada sobre Dean Forrester y esos tres meses de vacío en el planeta Eros. Y ello me preocupa. Me preocupa mucho más de lo que usted pueda imaginar...</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>3</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">—D</style>EAN...</p> <p>—Jennie...</p> <p>Eso fue todo. No supieron, sin duda, decir otra cosa ninguno de ellos dos. Era el reencuentro. El regreso, después de seis largos años...</p> <p>De momento, no se abrazaron, no fueron el uno al encuentro del otro. Por el contrario, se estuvieron mirando largamente, él en la puerta de entrada, ella en medio de la sala, contemplándose como dos auténticos extraños, como dos personas que jamás se hubieran visto antes.</p> <p>Y, sin embargo, eran marido y mujer. Habían sido felices durante un corto período de tiempo, antes de que la misión de él en el trágico Proyecto Eros les separase en lo que pareció una ausencia definitiva.</p> <p>De aquel matrimonio no habían nacido hijos. Sin embargo, él había sido seleccionado para tenerlos con otra mujer, en una fría misión biológica allá en el espacio. Según ginecólogos de la NASA, era problema de ella el no traer hijos al mundo. Un problema que dejaría de serlo en cualquier momento, porque no era irreversible, pero que, de ^omento, les impidió tener descendencia. Así, aquellos seis años sin otra cosa de Dean que su propio recuerdo, habían sido aún más amargos y solitarios para la esposa que se quedó en la Tierra y que llegó a creerle muerto.</p> <p>Y ahora... había vuelto.</p> <p>Ahora, él estaba allí, frente a ella. Ahora, él estaba de nuevo en casa. Y todo parecía tan imposible, tan increíblemente real, que ella se preguntaba si era cierto, si Dean Forrester había vuelto del vacío sin fin del Cosmos, como él tal vez se preguntaría si era posible que estuviera ahora allí, de regreso de ese vacío cósmico, o acaso de la negrura eterna de la misma muerte.</p> <p>Volvieron a repetir, como dos máquinas atascadas o como dos personas incapaces de articular otra cosa que palabras escuetas e inseguras:</p> <p>—Dean...</p> <p>—Jennie...</p> <p>Luego, él se decidió. El hombre alto, atlético, de cabello oscuro, corto, de facciones enérgicas y ojos color café, se movió hacia ella con resolución.</p> <p>Jennie Forrester no supo qué hacer. Notó el temblor en sus rodillas cuando dio el paso inicial hacia él.</p> <p>Luego, algo les hizo ir más de prisa, les atrajo insosteniblemente, el uno hacia el otro... y un fuerte abrazo les unió.</p> <p>Ella se sintió rodeada por los fuertes brazos del marido. El notó temblar y sollozar a su mujer, apretada contra él, acurrucándose como temerosa de algo que no existía. El abrazo se hizo más y más apretado.</p> <p>—Jennie, Jennie... —susurró roncamente Dean Forrester.</p> <p>—Oh, Dean cariño... — susurró ella, entre sollozos—. Has vuelto... ¡Eres tú de nuevo!</p> <p>—Sí, Jennie, soy yo. El mismo de antes, el de siempre... Ya todo lo demás ha pasado... Soy yo... y estoy aquí, junto a ti.</p> <p>Su mano acarició los sedosos cabellos rojos, su boca buscó la de ella, los labios se encontraron en un repentino contacto, primero suave y tierno, luego intenso y apasionado.</p> <p>Y ya no dijeron nada más. No hacía falta. Eran marido y esposa. Eran, por encima de todo, hombre y mujer. Se atraían mutuamente. Se encontraban de nuevo. Lo demás, era lógica humana. Era el encuentro con el afecto perdido, con el sexo anhelado y soñado en vano durante años de soledad mutua.</p> <p>Los dedos de él oprimieron la firme carne femenina, recorrieron sus formas suaves y bien moldeadas. Ella gimió en sus brazos. Se entregó.</p> <p>No podía ser de otro modo. Después de todo, era su Dean. El hombre con quien se había casado. Y, después de todo, seis años parecían ahora tan poco tiempo...</p> <h2>* * *</h2> <p></p> <p style="text-indent:0em;">El humo del cigarrillo se elevó en el aire suavemente, con espirales leves y azuladas.</p> <p>Respiró profundamente Dean Forrester, saboreando el tabaco que entraba en sus pulmones en forma de aquel humo que luego expulsaba lentamente, con fruición. Sacudió la cabeza, con gesto de extrañeza.</p> <p>—Es increíble... —murmuró.</p> <p>—¿Qué es lo increíble? —musitó ella, desde el lecho, incorporándose envuelta a medias en la sábana, que moldeaba su cuerpo, que se adhería a sus juveniles senos erectos—. ¿Todo esto de ahora, Dean?</p> <p>—Sí, todo. Tú..., yo..., este momento..., e incluso el cigarrillo.</p> <p>—¿El cigarrillo?</p> <p>—Sí, Jennie. ¿Sabes cuándo fumé el último cigarrillo, antes de probar otro que me dieron en Nuevo México, apenas me recogieron de la cápsula Z-ll? Hacia justamente cinco años, diez meses y varios días. Lo fumé en Eros, apenas llegado a aquel planeta. Luego, todo se complicó. Incluso perdí mí pequeña reserva de tabaco. No fumé más. Fue otra dura prueba.</p> <p>—Lo creo. Todo debieron ser pruebas realmente terribles —asintió ella, mirándole fijamente—. Dean, ¿te trastornó mucho la experiencia?</p> <p>—Bastante. Pero no tanto como imaginé. Apenas pude volver a la tierra, me sentí otro hombre ya. Casi me volví a encontrar normal, pese a todo cuanto había sufrido. Los médicos me han encontrado perfectamente bien. Incluso se asombran de mi estado físico y anímico actual. Mi cuerpo y mi mente funcionan de maravilla, como si nada hubiera sucedido.</p> <p>—Pero sucedieron cosas...</p> <p>—Sí, claro —resopló Dean Forrester, bajando la mirada—. Claro que sucedieron cosas, querida...</p> <p>—¿Qué cosas, exactamente? —se interesó ella de pronto—, No me has contado nada aún. No sé nada por ti, ni por medio de los hombres de la NASA...</p> <p>—Son cosas del trabajo —sonrió él encogiéndose de hombros—. Estrictamente confidencial. Siempre trabajan así ellos, ya lo sabes. Y nosotros... no hemos tenido aún tiempo de hablar de nuestras cosas, de cambiar impresiones, de echar una mirada hacia atrás, hacia estos años...</p> <p>—¿Me vas a hablar de todo lo sucedido... allí, en ese planeta?</p> <p>—Por supuesto —la miró, sorprendido—. ¿Por qué no habría de hacerlo, Jennie?</p> <p>—No sé... De momento tuve la impresión de que no iba a gustarte mucho referirte a todo eso.</p> <p>—Es una tontería. Ocurrió, y ha quedado ya atrás. No hay por qué sentir trauma alguno por ello. No olvidaré nunca a mis siete compañeros muertos en el planeta, pero eso no significa que deba poner un muro de olvido y de silencio entre mi vida actual y cuanto allí he experimentado. Te aseguro que no traigo psicosis alguna de nada. Soy el mismo de siempre. ¿Has notado algo raro en mí?</p> <p>—¿Raro? No, la verdad que no —movió ella la cabeza, negativamente—. Eso es lo que más me ha sorprendido de ti, Dean. Tenía miedo a este encuentro, te lo confieso.</p> <p>—¿Miedo} —el astronauta enarcó las cejas—. ¿A mí? ¿Por qué?</p> <p>—No, no era exactamente a ti, Dean. Era a lo que podías haber cambiado, a la nueva personalidad que, tal vez, hubieras adoptado allá, en esos años de soledad y de aislamiento. Había opiniones aquí, a tu regreso, de que incluso era posible volvieras loco, trastornado, alterado psíquicamente...</p> <p>—Ya lo oí en la base —rió Forrester, de buena gana—. Se llevaron un gran chasco todos esos cerebros que se creen expertos en la materia. Tuvieron que confesar que entre el Dean Forrester que se marchó en el Proyecto Eros y el que ahora ha vuelto no había la más mínima diferencia.</p> <p>—Me alegra saberlo. Me siento ya mejor, mucho mejor —sonrió Jennie—. Todo ha resultado, a fin de cuentas, mucho más fácil de lo que imaginé.</p> <p>—No tenía por qué ser de otro modo..., aunque te confieso que yo también tuve miedo al regresar, al pensar en nuestro reencuentro... —sonrió Forrester, frotándose el mentón, pensativo—. Fue tan distinto todo aquello...</p> <p>—¿Puedes recordarlo todo? ¿No has olvidado nada de cuanto te ocurrió en ese lejano planeta? —se interesó vivamente ella—. Ha tenido que ser, dentro de lo angustioso de tu situación, una experiencia fascinante. Has sido el primer hombre que llegó tan lejos, que puso el pie en un mundo tan distante y extraño...</p> <p>—Sí, eso es cierto —asintió Forrester, sombrío—. Una experiencia inolvidable y terrible. Pero no, Jennie. No todo puedo recordarlo, desgraciadamente. Este ha sido el gran problema de los psiquiatras, de los técnicos, de los médicos... Hay un espacio en blanco en mis recuerdos.</p> <p>—¿Un espacio en blanco? —se extrañó Jennie.</p> <p>—Eso es. Como un paréntesis de vacío. No recuerdo nada. Son cosa de tres meses de absoluta amnesia, de ausencia de recuerdos o ideas. Tal vez estuve aletargado, quizá sufrí un sopor, un influjo magnético, no sé... O será simplemente una laguna mental. Pero lo extraño es que también los grabadores de a bordo, e incluso la «caja negra» de la nave, con sus impresiones constantes, sufren el mismo lapso de vacío, sin registrar hecho alguno, como si yo y todos los mecanismos electrónicos de a bordo hubiéramos sufrido el mismo fenómeno, acaso idéntica radiación o paralización total. No tiene sentido, porque yo desperté de ese vacío con total vitalidad sin el menor síntoma de deshidratación, de carencia vitamínica o proteínica, con las calorías adecuadas al frío tremendo de aquel mundo lejano... E incluso recuerdo que mi barba, que me dejé crecer para combatir mejor las bajas temperaturas de la superficie de Eros, seguía más o menos con idéntica longitud y frondosidad cuando tuve noción de las cosas. Yo ignoraba que habían transcurrido tres meses terrestres de inconsciencia, a no ser porque el único mecanismo que funcionó a bordo fue el calendario automático, de tiempo convencional terrestre, en el que habían pasado ya noventa fechas.</p> <p>—¿No pudo ser un error del calendario?</p> <p>—No. Ya lo pensaron los técnicos de la NASA, pero han confirmado que el calendario no fue manipulado, ni sufrió alteración alguna. Por otro lado, la «caja negra» acusó ese espacio en blanco, correspondiente a tres meses exactos, igual que la computadora de controles clínicos y vitales. No hay duda al respecto.</p> <p>—Pero todo ello está montado conforme a nuestro tiempo convencional. En Eros, el tiempo debe ser distinto concepto...</p> <p>—Así es. Pero han hecho los acoplamientos adecuados al caso y todo coincide. El tiempo que yo pasé en Eros sin que recuerde nada de nada... corresponde, exactamente, a tres meses terrestres. Y allí no resultó menor de un par de meses como mínimo...</p> <p>—Es extraño, Dean, pero supongo que no tiene ya la menor importancia...</p> <p>—No, ya no —sonrió Forrester, incorporándose, apagando el cigarrillo en el cenicero, con un suspiro, y encaminándose hacia el lecho, mientras un avión supersónico partía de la pistas de la NASA, y desfilaba veloz ante las vidrieras de su alojamiento dentro de las instalaciones residenciales de la base—. Ahora, sólo importamos tú y yo, Jennie...</p> <h2>* * *</h2> <p></p> <p style="text-indent:0em;">—De modo que ya todo está en orden...</p> <p>—Sí, Vincent. Todo en orden. Hoy mismo regresó Forrester a su domicilio.</p> <p>—Me alegro por él. Y por Jennie —Vincent apretó los labios, tratando de olvidar otros pensamientos que cruzaban por su mente—. ¿Todo resultó bien, a lo que veo?</p> <p>—Sí, todo —asintió el doctor Kendrick, mostrándole un informe final de la Comisión de Examen de los astronautas de la NASA—. Ese es el veredicto definitivo de los expertos. Entre ellos, va mi firma, claro está.</p> <p>Davy Vincent tomó el documento, donde se hacía constar que, «comprobada la perfecta salud mental, el equilibrio emocional, el excelente estado físico y la recuperación vital del examinado, Dean Forrester», no se veía inconveniente alguno en darle de alta y autorizarle a que se reintegrase a su vida normal, si bien permanecería aún, a título preventivo, separado unos meses de toda actividad astronáutica, pudiendo reunirse con su esposa y hacer una vida regular en todos los órdenes. Se aconsejaba igualmente que se le concediese un período de vacaciones lejos de toda actividad de la NASA, por un mínimo de dos meses, y que se le evitaran en lo posible las molestias de su actual popularidad, aunque no veían problema en que hiciera declaraciones a los medios informativos, e incluso apariciones personales ante las cámaras de televisión, siempre que no resultara una actividad exhaustiva.</p> <p>Terminaban añadiendo que el paciente examinado carecía de todo indicio de posible contaminación en el exterior, así como de cualquier tipo de virus o bacteria que pudiese representar para él o para las personas que le rodeasen el menor riesgo en salubridad.</p> <p>Firmaban aquel documento varios médicos, psiquiatras, expertos en Medicina espacial, psicólogos, técnicos de astronáutica, el profesor Lydecker, como jefe de la comisión, y el doctor Kendrick, como médico civil de la NASA.</p> <p>—Excelente —suspiró Vincent, devolviendo el documento al médico—. Todo ha resultado mucho mejor de lo que imaginábamos, ¿no es cierto?</p> <p>—Sí, mucho mejor —asintió el médico, aunque sus ojos revelaban algo, una sombra que le daba un cierto aire de inquietud y perplejidad inexplicables—. Aparte ese lapsus de memoria de que tanto se ha hablado ya, Dean Forrester está perfectamente normal. La experiencia de llegar a aquel mundo y encontrarse en él con los restos de las otras siete cápsulas destrozadas en sus respectivos puntos de aterrizaje, y conteniendo los cuerpos de sus siete únicos camaradas de viaje, parece haber dejado en él menos huella psíquica de lo que en principio temíamos todos. Además, está ese largo tiempo en que él mismo, sufriendo gravísimas averías en su cápsula, pudo finalmente repararlas y salir de allí a todo evento tras largas jornadas de incertidumbre, de aislamiento, de soledad y desesperación, rodeado de hielos eternos, sufriendo una temperatura polar durante más de un año, a distancia inmensa de su mundo y de su gente. Y pensando en todo momento que ya jamás volvería, y que aquel planeta sería su tumba, i como lo fue de todos los demás.</p> <p>—Ha demostrado una gran fortaleza de ánimo y una energía física increíble —asintió Vincent, pensativo—. Hubiera querido hablar con él, pero cuando abandonó el recinto de cuarentena, estaba yo entrenándome para ese próximo vuelo... Ahora, no sé si debo ir a su casa, o esperar a que regrese de las vacaciones.</p> <p>—Preguntó por ti, apenas lo hubo hecho por su esposa —le comentó el doctor Kendrick—. Se alegró mucho de que, en estos seis años, te hayas hecho un astronauta de primera fila.</p> <p>—Bah... —Vincent meneó la cabeza—. No es lo mismo poner el pie un día en Marte, como hice yo el pasado año, en compañía de McDougall y el astronauta ruso Fedoriev, que llegar a los confines del Sistema Solar, como él hizo. Es como si yo no hubiera salido de la vecindad de mi barrio, doctor.</p> <p>—Yo que usted, no envidiaría el viaje a Eros —comentó Kendrick arrugando el ceño—. Debe ser aquél un mundo inquietante y terrible, estoy seguro. Todavía, la muerte por choque violento de los otros siete astronautas no ha tenido una explicación clara y convincente. No me explico qué pudo fallarles a todos ellos, para impactar en la superficie helada del planeta. Ni tampoco por qué el Z-ll de Forrester chocó también, sufriendo graves daños en el impacto... Los indicadores de a bordo no aclaran nada, ni el propio Forrester j se lo explica. Sólo recuerda que fallaron todos los mandos, que la gravedad del planeta pareció alterarse repentinamente por una causa desconocida y que el descenso, que la computadora había fijado a su velocidad normal para un aterrizaje suave sobre sus soportes inferiores, se convirtió en vertiginoso y mortal. Todos pudieron frenarlo en parte, gracias a los mandos manuales, pero no fue suficiente, al menos en siete de los ocho casos. Tu amigo Forrester pudo haber sido uno más de esos casos. Todos pudieron haber muerto, y ahora nada sabríamos de lo sucedido allí, ni él estaría de vuelta.</p> <p>—Lo sé —suspiró Davy—, Pero lo que cuenta ahora es que Dean regresó y está aquí, entre nosotros. Y, lo que es mejor, completamente normal, recuperado del todo. ¿No es eso maravilloso, doctor Kendrick?</p> <p>—¿Maravilloso? —de nuevo aquella sombra extraña de duda, asomó a los ojos pensativos, preocupados, del médico de la NASA. Luego, para sorpresa de Vincent, meneó la cabeza y comentó entre dientes, con tono preocupado—: No sé, amigo mío... Todos deberíamos alegrarnos de que las cosas hayan sido así para Forrester, es cierto. Sin embargo...</p> <p>Se quedó en silencio. Vincent trató de apremiarle, dominando su sorpresa:</p> <p>—Sin embargo..., ¿qué, doctor?</p> <p>—No sé... Es algo que me inquieta... ¿Sabes una cosa, Vincent? Cierto que tu amigo Forrester es un hombre normal, recuperado... Yo diría, precisamente, que eso es lo que me preocupa de él. Le veo demasiado recuperado, demasiado normal...</p> <p>Y sin aclarar más, tomó bruscamente el documento de encima de su mesa de trabajo, y salió de la estancia sin despedirse siquiera de Davy Vincent.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>4</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">D</style>AVY Vincent descendió de la cápsula WQ-1.003, del nuevo Proyecto Interplanetario Alfa-Centauro.</p> <p>Alrededor de la zona del Pacífico, donde había amerizado tras su viaje espacial en torno a Marte, Júpiter y Saturno, captando toda clase de datos posibles sobre las estrellas y sus fenómenos, así como toda clase de estrellas nova o de galaxias poco conocidas, que estudiaba exhaustivamente desde el observatorio espacial a bordo de la WQ-1.003, se hallaban los navíos norteamericanos y los expertos de la NASA desplazados allí para recogerle en su retorno.</p> <p>Habían sido casi tres meses de ausencia, en el cumplimiento de su misión, y ahora se quedaba allá arriba, en el laboratorio espacial en viaje por el Sistema Solar, su sucesor en el estudio y control de datos astronómicos, comandante de Astronáutica de la Unión Soviética, Iván Zokowsky. Los vuelos cósmicos en cooperación mundial eran ya rutinarios casi. La «carrera del espacio» era algo del pasado. Ahora todos colaboraban, ahorrando presupuestos ingentes a sus respectivos países, e intercambiando información científica y técnica en perfecta armonía.</p> <p>—Enhorabuena, Vincent —le felicitó la voz del presidente, a través del teléfono especialmente conectado con la Casa Blanca, apenas hubo pisado el suelo del portaaviones Siglo XXI, de reciente botadura, presente en la tarea de rescate de su cápsula</p> <p>—. El país y su presidente nos sentimos orgullosos de su cooperación en la tarea de investigar los grandes enigmas del espacio, que tanto pueden contribuir al futuro de la Humanidad, hallando fuentes energéticas cósmicas, y facilitando el desplazamiento futuro de los hombres hacia otros mundos. Todos nos sentimos hoy felices de acogerle de regreso en casa. ¡Bien venido, astronauta Vincent! Espero recibirle personalmente, apenas termine su cuarentena, en Washington, para hacerle entrega del galardón que sólo un hombre alcanzó antes de usted, en la historia de la investigación y la conquista del espacio: su camarada y amigo Dean Forrester, el único que volvió del lejano planeta Eros... Usted también se ha hecho acreedor, por su labor en estos meses de aislamiento, lejos del planeta Tierra, a la nueva condecoración oficial: ¡la medalla de oro al progreso científico y el sacrificio humano!</p> <p>Tras agradecer emocionadamente aquel inesperado honor, Vincent fue puesto en manos de los equipos de esterilización, pasando a la cámara de aislamiento. Por fortuna, últimamente se había experimentado con éxito total una serie de innovaciones en el proceso de esterilización, y la famosa «cuarentena» ya sólo tenía de tal el nombre, pero eran sólo diez los que permanecía el astronauta, a su regreso, sometido a pruebas y exámenes clínicos, para determinar la posible existencia de virus a bacterias de cualquier género ajenas a la Tierra.</p> <p>Así, sólo once días después de haber amarado con su cápsula de retorno en el Pacífico, Davy Vincent estaba ya dado de alta, libre de servicio por un tiempo y dispuesto a ser objeto de la atención informativa durante una serie de febriles días de actividad.</p> <p>Días en los que no faltaría tampoco su visita a Washington y la entrevista personal con el presidente, que procedería a imponerle la medalla de oro al mérito espacial. La misma que recibiera Dean Forrester en una memorable jornada de la historia de la Astronáutica de los Estados Unidos y del mundo entero, unos pocos meses atrás...</p> <p>Eso le hizo pensar precisamente en su amigo Dean. Preguntó a un joven empleado de la NASA, el jefe de mecánica Howard McLane. Un muchacho varonil, alto y bien parecido, que acostumbraba a tener mucho éxito con las mujeres.</p> <p>—Hola, Howard —le saludó—. ¿Qué sabes de Forrester? ¿Sigue de vacaciones?</p> <p>—¿Vacaciones? Oh, no —negó McLane, riendo—. Ya volvió. Y muy feliz. ¿Sabes que va a ser padre?</p> <p>—¿De veras? —Davy miró con sorpresa al joven mecánico—. Creí que no podían tener hijos...</p> <p>—Pues los tendrán. Ella está embarazada. Bastante avanzada, por lo que pude ver el otro día, cuando salió de la base con su marido, en dirección a la ciudad.</p> <p>—¿Avanzada? —pestañeó Davy—. Sólo puede estar de... dos o tres meses. Eso como máximo.</p> <p>—Sí, claro. Olvidaba que es lo que tardó en regresar usted de ese bonito viaje, señor Vincent. Y por entonces, ellos acababan de salir de viaje de reposo... Bueno, por ser el primer embarazo, quizá sea más... abultado, digo yo.</p> <p>—Sí, no soy experto en esas cosas —rezongó secamente Vincent—. Nunca estuve casado.</p> <p>—Oiga, no hace falta eso para tener hijos, Vincent.</p> <p>—Ya lo sé. Sin embargo, tampoco ninguna de las chicas que conocí me vino con el cuento del embarazo. No la hubiese creído, tampoco —agitó su mano Vincent—. Bien, Howard, adiós... Has sido muy amable.</p> <p>Davy se encaminó a la salida del recinto de despegue de cohetes y departamentos oficiales de la base, para mostrar su distintivo a la policía militar y a los servicios de seguridad civil de la base. Luego se encaminó a las viviendas del personal de la NASA. Se detuvo un momento en un pequeño bar destinado a refrescos, helados y emparedados. Pidió un bocadillo de queso y un vaso de naranjada. Se alejó con una cosa en cada mano. Un pequeño cohete de pruebas rugió a su espalda, elevándose en el cielo unos centenares de metros. Ni siquiera se volvió a mirar. Estaba harto de cohetes y todo eso. Era la rutina suya de cada día.</p> <p>Se paró en la esquina ajardinada de la zona residencial. Miró a las vidrieras de un apartamento determinado. Era el de los Forrester. Dudó. No sabía qué hacer. Finalmente, se encaminó hacia allá. Pulsó el llamador y esperó.</p> <p>Fue Dean en persona quien le abrió. Ambos hombres se quedaron mirando.</p> <p>—Davy...</p> <p>—Hola, Dean —avanzó hacia su amigo—. Por fin nos encontramos...</p> <p>Se apretaron la mano. Luego, Dean le dio un fuerte abrazo, al que correspondió Davy con energía. Se sonrieron jovialmente.</p> <p>—Davy, supe de tu viaje a Marte, Júpiter y Saturno —habló Dean Forrester con tono entusiasta—. Creo que fue algo grande...</p> <p>—No como lo tuyo, Dean. Sólo un paseo por la vecindad.</p> <p>—Lo mío fue un fracaso, Davy.</p> <p>—Tonterías. Fracasó el proyecto. Tú, no. Fuiste y volviste. Sobreviviste. Fue una experiencia única.</p> <p>—Quizá —se estremeció Forrester llevándole hacia el interior—. Pero no quisiera haberla vivido. Aún, a veces, me despierto por la noche angustiado, soñando que estaba en las heladas estepas de Eros, bajo un cielo negro y sin luces, en medio de las ventiscas y susurros de aquel mundo lejano...</p> <p>—¿Susurros? —repitió Davy, sorprendido.</p> <p>—Bueno, ya sabes lo que sucede en las regiones polares. Esos ruidos que producen los vientos en el hielo, en los ventisqueros... Algo que no sabes lo que es, que parecen voces humanas, murmullos del «más allá»..., o quizá cantos de sirenas invisibles, que te atraen hacia la desesperanza, hacia la locura y la muerte...</p> <p>—Cantos de sirena... —asintió cansadamente Davy—. Sí, tal vez... En fin, olvidemos todo eso. Ya pasó. Se va quedando cada vez más lejos. ¿Cómo va vuestra vida?</p> <p>—Bien —sonrió Forrester—. Jennie parece feliz otra vez. Ya no tiene preocupaciones ni sufrimientos. Yo tampoco. Incluso..., incluso vamos a tener un hijo, ¿lo sabías?</p> <p>—Acabo de enterarme de ello —rió de buena gana Vincent—. Os felicito. Es evidente que todo ha cambiado para mejorar. Seis años fue una espera muy larga. Pero ha valido la pena esperar, para esta felicidad de ahora, ¿no crees? ¿Está bien Jennie?</p> <p>—Sí, muy bien. Y muy esperanzada con ese futuro hijo... Ah, ya me contó tu comportamiento de este tiempo. Has sido un gran amigo para ella, como lo fuiste siempre para mí. El que siempre has sido, Davy. Gracias por todo.</p> <p>—No digas tonterías. Sólo intenté consolarla de vez en cuando, hacerle compañía. Pero no era fácil. Ella sólo pensaba en ti. Estaba tan sola...</p> <p>—Ahora, todo será distinto. Incluso cuando vuelva a viajar por el espacio... ella estará bien acompañada. Tendrá a nuestro hijo. Tal vez sea hombre, incluso... Un niño llamado Dean, que le haga compañía en mis ausencias... Algo maravilloso, Davy. Me siento realmente feliz.</p> <p>—Me alegra, Dean, me alegra mucho —permaneció en medio de la estancia, mientras su amigo iba a un mueble bar en busca de algún licor para invitarle. Le ofreció:</p> <p>—¿Qué te gusta más? ¿Brandy, whisky, una ginebra?</p> <p>—Prefiero brandy —sonrió Davy—. Entona un poco después de la cuarentena y sus rigores, tú lo sabes.</p> <p>—¿Si lo sé? —resopló Dean Forrester, riendo, mientras le tendía una copa de ambarino licor—. Cielos, yo no tuve tu fortuna. Entonces aún era una verdadera cuarentena, al pie de la letra. Y además los interminables interrogatorios, pruebas y toda clase de test psicológicos, psicotécnicos y de todo tipo. Necesité beberme media botella de brandy para salir del marasmo en que me quedé después...</p> <p>—Lo creo —Davy Vincent tomó un sorbo de su brandy. Observó que su amigo guardaba las botellas y cerraba el mueble bar. Sorprendido, indagó—: ¿Tú no bebes?</p> <p>—No, en absoluto —rechazó vivamente Dean—. Prefiero tomar zumos de fruta y olvidarme un poco del alcohol. Es lo mejor, créeme. Sobre todo, cuando uno está algo nervioso... Y te aseguro que ahora no es por ese maldito viaje y sus recuerdos, no. Ahora es... por el niño. No puedo evitarlo. Parece infantil, ¿verdad?</p> <p>—No, claro que no. Te comprendo. Es hermoso lo que os ocurre —bebió otro sorbo pensativamente—. ¿Seguro que también Jennie está animada?</p> <p>—Oh, mucho, sí. No podía esperarse algo así. Casi no se lo pudo creer.</p> <p>—¿Todo va bien en el embarazo?</p> <p>—Perfecto. Es como si no sucediera nada. No nota dolores, molestias ni nada parecido. Es feliz, rotundamente feliz, Davy. ¿Vas a esperar a que vuelva?</p> <p>—No, creo que no —rechazó apurando su copa—. Gracias una vez más, Dean. Tengo cosas que hacer. No hay familia que me espere, mas siempre habrá alguna compañía grata por ahí que me haga olvidar mi cuarentena... y el viaje espacial. Hasta otro día. Mis saludos a Jennie.</p> <p>—Se los daré —Dean le guiñó un ojo—. ¿De modo que de conquistas, como siempre?</p> <p>—Bueno, hay que hacer algo más que conquistar el espacio, ¿no crees? —rió a su vez Vincent, guiñándole un ojo.</p> <p>Abandonó la casa, mientras Dean le despedía, cordial, en la puerta. Dobló la esquina cuando el automóvil se detenía frente al acceso a la zona residencial, y dos funcionarios del servicio civil de Seguridad corrían hacia el vehículo, presurosos.</p> <p>—¿Qué sucede? —preguntó a un tercer funcionario que aparecía en la puerta de la cabina de control de acceso a la zona residencial de la base—. ¿Alguna emergencia?</p> <p>—Sí, una e importante —le dijo el empleado—. Una mujer está a punto de dar a luz en ese automóvil. Ha tenido que ser trasladada urgentemente a la base desde el supermercado de la ciudad. Ya han sido avisados los servicios clínicos de guardia.</p> <p>—Vaya... ¿Quién es ella? —se interesó Vincent, escudriñando el automóvil.</p> <p>Le dieron la respuesta, pero no la necesitaba. Estaban extrayendo ya a la futura madre, trasladándola con rapidez a una camilla, para introducirla en el puesto de control, donde aguardaba una ambulancia.</p> <p>—Es la señora Forrester —le dijo el empleado de Seguridad—. Jennie Forrester.</p> <h2>* * *</h2> <p></p> <p style="text-indent:0em;">—¡Jennie Forrester! ¡No es posible doctor Kendrick! ¡Ella no puede tener un hijo! ¡Hace solamente tres meses que volvió su marido!</p> <p>—Bueno, amigo Vincent, no te pongas así —sonrió el médico con gesto grave—. Creo que, en todo caso, ha de ser su marido quien reaccione de tal forma. A fin de cuentas, ello sólo significa que, en ausencia del esposo, ella no fue enteramente fiel a su memoria. Después de seis años de ausencia, dándole ya por muerto, no creo tampoco que se la pueda reprochar demasiado ese desliz...</p> <p>—¿Es que no lo entiende, doctor? ¡Jennie es incapaz de engañar a Dean con otro hombre!</p> <p>—Lo creo, Davy, pero Dean Forrester estaba virtualmente dado por muerto. No era ya ninguna infidelidad que ella...</p> <p>—¡No es eso, doctor! ¡Jennie no pudo tener relación sexual con hombre alguno!</p> <p>—Escucha, Vincent, esto es un puro disparate —protestó el médico—. Nadie tiene los hijos por arte de magia. Y ya no hay vírgenes fuera de la Biblia, entiéndelo.</p> <p>—Doctor Kendrick, esto no tiene sentido. Soy amigo de Jennie, he visto cuál era su vida durante esos seis años... Nunca vi mujer más leal a su marido, más fiel al recuerdo del desaparecido... De haber existido algo yo lo sabría. Me lo hubiera confesado.</p> <p>—Pues no lo hizo. Y, sin embargo, lo hubo. Dean no puede ser su padre. El informe médico que obra en mi poder es concluyente. Está a punto de dar a luz, eso es obvio. Además, el embarazo es normal, no hay alteraciones graves. Todo irá bien, no temas por ella. Y, ciertamente, no tendrá ningún hijo de tres meses. Los prodigios ya no existen en el mundo.</p> <p>Davy iba a seguir protestando. Pero se dio cuenta de que era inútil. No le conducía a ninguna parte decir nada. Los hechos eran irreversibles, al parecer. Se preguntó cuál sería el estado de ánimo de Dean Forrester. Y el de la propia Jennie...</p> <p>La recordó días atrás, cuando Dean volvía del planeta Eros. Todo parecía tan normal... Ni el menor indicio de que ella pudiera estar ya embarazada de cinco meses... Sacudió la cabeza.</p> <p>—Es imposible —jadeó—. Totalmente imposible. No lo entiendo.</p> <p>Hubo un zumbido en el teléfono de la consulta del doctor Kendrick. Este tomó el aparato rápidamente.</p> <p>—Doctor Kendrick al habla —dijo—. ¿Qué sucede? Sí, sí, entiendo... ¿Qué? Bien, bien, todo está bien. Iré a visitar a la paciente ahora, gracias. Sí, de acuerdo, doctor Adams. ¿Qué? Entiendo, sí. No tardaré.</p> <p>Colgó. Se quedó mirando fijamente a Davy Vincent. Este le contempló, aproximándose a él, indeciso. —¿Algo nuevo, doctor? —quiso saber. —Sí, Davy. Jennie Forrester ha dado a luz ya. —Cielos...</p> <p>—¿Y sabes qué tuvo?</p> <p>—¿Cómo voy a saberlo? ¿Niño... o niña? —respiró hondo. —Niñas.</p> <p>—¿<i>Niñas</i>? —repitió Davy—. ¿Gemelas? —Más que eso —farfulló Kendrick, encaminándose hacia la salida—. Si quieres, ven conmigo, Vincent. Después de todo, eres amigo de los Forrester. ¿Sabes las hijas que tuvo Jennie? Exactamente SEIS. Seis hijas... de un solo parto.</p> <h2>* * *</h2> <p></p> <p style="text-indent:0em;">—Seis... ¡Seis hijas de una vez! Y todas en perfecto estado...</p> <p>—Eso es. Una noticia sorprendente, ¿no?</p> <p>—Imagino —resopló el profesor August Lydecker, encogiéndose de hombros con estupor—. No puedo entenderlo. Es un parto insólito. Y sólo tres meses después de regresar Dean Forrester... Ni siquiera puede uno pensar en algo pícaro o desvergonzado. Sobre todo, después de ver llorar a esa mujer, de oírla jurar y perjurar que jamás engañó a Dean ni a su recuerdo con nadie... Que no tuvo relación sexual ni siquiera contacto con nadie en el terreno amoroso... ¡Es un, absurdo completo!</p> <p>—Es de suponer que ella miente, ¿no? —sugirió el coronel Waters.</p> <p>—Eso dice la fría lógica, pero...</p> <p>Había sido Davy Vincent quien hablara. Todos le miraron a él. El joven y rubio astronauta se incorporó. Sabía por qué le miraban de aquel modo, por qué había cierto escepticismo en el ambiente.</p> <p>—Es obvio que desconfían precisamente de mí —dijo, agresivo—. Saben de mi amistad con los Forrester. Saben que visité a Jennie frecuentemente durante esos años... Por ello, precisamente, tengo motivos para hablar mejor que nadie de todo lo que ocurre.</p> <p>—No sea suspicaz, Vincent —le objetó Lydecker secamente—. Yo no he pensado absolutamente nada. Pero, por supuesto, imagino que esto no ha sucedido por obra y gracia del Espíritu Santo, amigo mío. Creo que debemos ser sensatos y poner los pies sobre la tierra.</p> <p>—Usted es un experto en cuestiones espaciales, profesor —le replicó a su vez Vincent—. ¿No puede estar la clave de todo en esa prolongada permanencia de Dean Forrester en el espacio? Tal vez ello generó en sus evoluciones genéticas una alteración importante, un fenómeno de fertilidad acelerada...</p> <p>—No existen antecedentes al respecto, Davy —rechazó el doctor Kendrick con viveza—. Los exámenes del mismo no dieron resultado anormal alguno, recuérdalo...</p> <p>—¿Alguien se preocupó de examinar a Forrester en ese sentido? —objetó Davy.</p> <p>Un silencio acogió su pregunta. Los demás se miraron entre sí, sin comentar nada. Finalmente, el doctor Kendrick meneó la cabeza en sentido negativo.</p> <p>—No —convino—. En absoluto.</p> <p>Lydecker fue a una computadora y presionó una serie de teclas. En una pantalla fluorescente de televisión empezaron a formarse palabras en letras de color verde. Era la ficha médica de Dean Forrester, a su regreso del espacio exterior.</p> <p>Allí nada aludía a su aspecto sexual, salvo en determinadas reacciones ante el regreso a la vida normal y la exhibición de filmes con mujeres desnudas, para estudiar su grado de intensidad de apetitos sexuales contenidos durante años, como un informe más en el proceso de datos obtenido. Aquello no aclaraba nada. Dean había reaccionado ante los estímulos sexuales como lo haría cualquier hombre normal, sometido a una larga abstinencia.</p> <p>—Eso no nos resuelve el problema —comentó secamente Davy—. ¿Van a examinarle ahora? Creo que es el momento adecuado para comprobar si, realmente, puede fecundar a una mujer en sólo tres meses...</p> <p>—Yo considero que sigue siendo un disparate pensar en ello —replicó Kendrick—. En todo caso, la alteración genética se hubiese producido en ella, no en él. Es la mujer quien fecunda en su cuerpo, no el hombre.</p> <p>—Pero la semilla puede ser la que se altere también —insistió Vincent.</p> <p>—Mire, Vincent, las niñas están siendo examinadas en estos momentos/por los médicos de Maternidad y por un experto de la NASA —señaló el profesor Lydecker, pensativo—, Si hay algo anómalo en ellas, es evidente que lo descubrirán... No se hable ya más de ello, a la espera de los resultados definitivos de ese examen. No estamos sino especulando sobre algo que, después de todo, podría ser simplemente un problema humano muy normal: el hecho de que nuestra joven señora Forrester hubiera sido una mujer poco fiel a la memoria de su marido en un momento determinado, lo cual no la haría, ni mucho menos, culpable de nada. No estamos aquí para juzgar la moralidad de los demás, señores.</p> <p>—¿Esa es su última palabra, profesor? —indagó Davy.</p> <p>—Por el momento, sí, le guste o no —cortó vivamente el científico, echando a andar hacia la salida—. Vamos, caballeros. Hay otras cosas por resolver en esta base. Y más complejas que preocuparse por un parto, aunque éste haya sido de seis hermosas niñas...</p> <p>Davy Vincent se quedó solo en la estancia. Malhumorado, se dirigió hacia otra puerta a la utilizada por los investigadores de la NASA, saliendo a los largos corredores del edificio. Caminó por ellos abstraído, silencioso. Salió a los jardines y, tras una duda, se encaminó al edificio del centro médico, buscando el pabellón de Maternidad.</p> <p>Una joven enfermera, con el emblema de la NASA sobre su seno izquierdo, y un uniforme blanco, lo bastante corto para mostrar el inicio de unos bien formados muslos enfundados en medias blancas, le atendió sonriente, indicándole el lugar donde encontraría a la flamante madre, Jennie Forrester.</p> <p>—Estamos muy ocupados últimamente en este pabellón —le informó la joven, tras pulsar un teclado, para que le fuese autorizado el paso a Vincent a la estancia donde se alojaba la mujer de Dean. Y añadió con una sonrisa divertida—. No es sólo su joven amiga la privilegiada, señor. Acabamos de atender otro parto importante y nada rutinario. Una joven enfermera, de la sección de Esterilización de Astronautas, acaba de dar a luz cinco hermosas criaturas. ¡Y todas son niñas! ¿Ha visto alguna vez en su vida algo más sorprendente?</p> <p>—Cinco niñas... —tartamudeó Vincent, perplejo. Clavó sus ojos en la enfermera de Maternidad—. Cielos, ¿es una especie de epidemia?</p> <p>—Algo así —sonrió la enfermera—. Mi colega se demoró un poco en el parto, y éste resultó algo más difícil, pero todo ha salido bien, ahora. Lo que sucede es que ella jura y perjura que su único contacto sexual con un hombre, en estos últimos meses, ha sido hace tres meses aproximadamente... y, además, ella es soltera.</p> <p>—Tres meses... —repitió Davy Vincent, alterado—. ¿Está segura de eso?</p> <p>—Es lo que ella dice —rió suavemente la joven, guiñándole un ojo—. Hay muchachas con poca memoria, ¿sabe? Ella admite que muchas veces tuvo relaciones íntimas con jóvenes de esta base, pero que en este año no hubo sino una aventura demasiado reciente. Por supuesto, debió olvidarse de otra, nueve meses atrás... En fin, discúlpeme. Debo ir a cuidar de ciertas cosas. Usted puede pasar a visitar a la señora Forrester y...</p> <p>Sonó el teléfono de su mesa. Lo tomó, con la indiferencia de la rutina, informando de que hablaba Maternidad de Cabo Cañaveral, y escuchó atenta. Dio un leve respingo y sus ojos se abrieron desmesuradamente, cambiando el tono de su voz.</p> <p>—Oh, sí, sí —dijo con perplejidad—. Por supuesto, todo está listo. Sí, esperaremos. No, no se preocupen de nada, voy a dar el aviso oportuno. Será cosa de breves minutos, no se alarmen...</p> <p>Colgó. Se puso en pie, algo alterada, y clavó sus ojos en Davy, mientras estiraba mecánicamente su corta falda sobre los bellos muslos.</p> <p>—¿Dijo usted epidemia? —murmuró con voz sorprendida—. ¡Es como la peste!</p> <p>—¿A qué se refiere?</p> <p>—Esa era una llamada de urgencia. Vienen hacia acá con una ambulancia. Esta vez se trata de una camarera que está dando a luz precipitadamente, por el camino..., ¡y lleva tres niñas! Pero el parto múltiple continúa... Cielos, perdóneme. Debo prepararlo todo para cuando lleguen...</p> <p>Y se alejó, dejando allí solo a un Davy Vincent desorientado y atónito, que no pudo evitar un estremecimiento, como si todo aquel súbito proceso de maternidad desorbitada empezara a causarle desasosiego, incluso miedo.</p> <p>Miedo a algo que no entendía. Y que no le gustaba lo más mínimo.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>5</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">—D</style>AVY, me alegra mucho verte... Pasa, por favor...</p> <p>Vincent avanzó hacia el lecho. La joven yacía allí, pálida pero serena, con una suave sonrisa en sus bien moldeados labios, los verdosos ojos abiertos y tristes, fijos en él. La mano, sobre el embozo, era nacarada, esbelta y grácil como un ave.</p> <p>Entraba la luz por las grandes vidrieras de la amplia y confortable estancia del centro médico de la base espacial. Un sistema de aislamiento impedía que el bramido de los cohetes y naves llegase hasta el interior. Sin embargo, la panorámica exterior era amplia y luminosa, aunque el color ahumado de los grandes paneles de vidrio y tamizaran una excesiva claridad solar.</p> <p>Se acercó Davy al lecho con pasos suaves, prudentes. El suelo acolchado tampoco producía ruidos. Una sensación de paz se respiraba allí dentro. De repente, todas las preocupaciones y temores le parecieron pueriles a Vincent. Como una idea estúpida y sin sentido, que no conducía a nada.</p> <p>—Hola, Jennie —saludó suavemente, llegando ante ella—. Estaré poco tiempo. No deseo molestarte.</p> <p>—Sabes que no me molestas —le sonrió débil, pero agradablemente—. ¿Cómo va todo?</p> <p>—Bien, muy bien. Estuve en las proximidades de Marte, de Saturno, de Júpiter... Un viaje rutinario, no como Dean...</p> <p>—Qué cosas dices —suspiró—. Si hace unas décadas se hubiera hecho algo así...</p> <p>—El mundo va de prisa. Lo que ayer maravillaba, hoy es ya costumbre. ¿Y tú? ¿Cómo te encuentras ahora?</p> <p>—Muy bien. Pero algo cansada. Muy débil.</p> <p>—Es natural...</p> <p>—Davy, ¿qué piensas de todo... de todo esto? —susurró ella de pronto.</p> <p>—No sé...</p> <p>—Davy, no me gustan las evasivas —movió la pelirroja cabecita en la almohada—. Davy, tú no creerás que yo...</p> <p>—No, claro que no. Pero ahora descansa.</p> <p>—No puedo. Es algo que me tortura. Davy, yo sé que no hubo nada. No es posible que esto sucediese. Pero ha ocurrido. ¿Qué pensará Dean de mí?</p> <p>—Nada malo. ¿Dónde está él ahora?</p> <p>—Fue... fue a ver a... las niñas. Las debe estar viendo en la sala de cuidados...</p> <p>—¿Tú... las viste ya?</p> <p>—Sí —se estremeció Jennie. Cerró los ojos—. Es horrible, Davy...</p> <p>—No hables así. Es maravilloso ser madre.</p> <p>—¡Pero no de eso, Davy! Esas niñas...</p> <p>—¿Qué les pasa? Todos dicen que son preciosas...</p> <p>—Davy, yo no quiero verlas. He pedido que no las traigan más. Dean no lo entiende, está irritado... Dice que no me reprocha cosa alguna. Incluso parece... entusiasmado con las niñas...</p> <p>—¿Qué más quieres, Jennie? Yo sé que no tienes tampoco nada por lo que se te pueda reprochar. Opino que hay algo peculiar en todo esto, un fenómeno genético acaso...</p> <p>—Hay algo más, Davy. Tengo... tengo miedo.</p> <p>—¿Miedo? —Davy Vincent notó un leve escalofrío. Era la misma impresión que él no se atrevía a manifestar. Miedo. Pero ¿a qué? Trató de contemporizar, de ser jovial—: Jennie, no se tiene miedo una vez pasado lo peor. Ya no.</p> <p>—Lo peor parece haber empezado ahora. ¿Sabes por qué no quiero ver a... a las niñas?</p> <p>—No. ¿Por qué?</p> <p>—Son ellas... Cuando me las trajeron... todas me miraban a mí. Fue como si hubiera una rara malignidad en sus ojos, Davy. Algo extraño, frío, amenazador...</p> <p>—¿En niñas recién nacidas? —dudó Vincent, perplejo.</p> <p>—Sí, Davy, sí. Tal vez me tomes por loca. Pero sólo te lo he dicho a ti. Ellos creen que me trastorna el hecho de haber dado a luz ahora, cuando Dean lleva sólo tres meses conmigo, pero no es eso. ¡No es eso!</p> <p>Un sollozo ahogó su voz. Davy se sentó en el borde de la cama/ tratando de darle alientos. Oprimió con calor sus manos. Estaban heladas, trémulas. Temblaba toda ella. Las friccionó, enérgico y afectuoso.</p> <p>—Vamos, vamos, Jennie, no debes comportarte así —la alentó—. Yo estoy aquí, yo trato de entenderte. No creo que estés trastornada. Algo raro sucede, y no me sorprende tu actitud.</p> <p>—Davy, si yo pudiera decirte... si pudiera decirte que en todo este tiempo... jamás tuve el menor indicio de maternidad próxima, que mi vida era absolutamente normal, que clínicamente es imposible que yo fuese madre, que desde que Dean desapareció, ningún hombre me había tocado... ¿tú me creerías?</p> <p>—Te estoy creyendo, Jennie. Estoy seguro de ello.</p> <p>—Pero entonces... ¿qué sucede? ¿Por qué sólo en tres meses...?</p> <p>—Escucha esto, Jennie: no eres tú sola. Acabo de hablar con una enfermera. Hay otros dos casos. Una de ellas jura y perjura que nadie la tocó hasta hace tres meses aproximadamente. Y es una chica soltera, que no tiene que dar cuentas a nadie. También ha tenido varias niñas. Exactamente cinco. Ahora, otra viene hacia acá, en ambulancia. Está teniendo sus hijos en el vehículo. Y son varios. Lleva tres... y todos niñas, ¿lo entiendes ahora?</p> <p>—Dios mío, no —trémula, aferró los brazos de Davy y le miró con horror—. ¿Qué es lo que ocurre?</p> <p>—No lo sé. Pero ocurre. Y eso es lo que cuenta, Jennie. Ya no eres tú sola. Van a tener numerosos casos de maternidad súbita y prolífica. Jennie, serénate. Tiene que haber algo anormal en todo esto. Posiblemente estemos sometidos a radiaciones, acaso haya en la Base algún virus desconocido, algo que pasaron por alto los sistemas de esterilización y cuarentena de los astronautas... algo que influye de un modo decisivo en las madres gestantes. Es mi teoría. Y voy a formularla ante un comité de investigación lo antes posible.</p> <p>—Davy, espera aún un momento... Las niñas...</p> <p>—Sí, ¿qué hay con ellas? —indagó Vincent, ya en pie.</p> <p>—¿Por qué... por qué me dan miedo? ¿Por qué tienen esa extraña mirada? Es... es como si no fuesen hijas mías. No las quiero. No siento nada por ellas... salvo temor, algo parecido a la aversión...</p> <p>—Sucede a veces, Jennie. El parto ha sido insólito, su número también, pero estoy seguro de que las terminarás queriendo. Son tuyas, de Dean... No dudo sobre eso, yo creo en ti.</p> <p>—Gracias, Davy, pero... no es eso. No las siento realmente mías. Es una extraña sensación, pero tuve la absurda impresión, cuando las vi ante mí, de que me vigilaban, de que su mirada era demasiado inteligente para su edad... Además, estaba el otro detalle...</p> <p>—¿Qué detalle, Jennie? —se inquietó Davy, ya en la puerta, mirándola fijamente.</p> <p>—Las vi al otro día del parto y... y me pareció como si tuvieran ya una o dos semanas de vida. No podía creer que eran recién nacidas. La propia enfermera comentó que nunca había visto unas criaturas tan desarrolladas... y tan rápidamente adaptadas a la vida, como si hiciera ya varios días de su venida al mundo...</p> <p>Davy no dijo nada. Tras un silencio, movió la cabeza, comenzó a cerrar la puerta y se despidió de Jennie con unas suaves palabras confortables:</p> <p>—Descansa ahora, por favor. Duerme, y todo eso te parecerá ridículo. Volveré mañana, tienes mi palabra...</p> <p>Cerró y se alejó pasillo adelante. Momentos después, pedía permiso para ver a las hijas de los Forrester a través del vidrio de separación de la sala de cuidados infantiles.</p> <h2>* * *</h2> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Seis niñas en hilera. Un nombre sobre su larga cuna: Forrester. Las examinó desde detrás de la amplia vidriera de los visitantes.</p> <p>Eran bellas. Muy bellas las seis. No se movían apenas en su lecho, reposando apaciblemente allí. Davy aproximó el rostro a la vidriera. Las estudió con mayor atención.</p> <p>Jennie estaba en lo cierto. Ahora hacía tres días del parto. Las niñas parecían tener un mes de edad. Perplejo, observó sus manitas, sus rostros, sus cabecitas bien formadas.</p> <p>Y sus ojos.</p> <p>Sobre todo, sus ojos. Los tenían dirigidos hacia las enfermeras y demás personal de aséptica indumentaria que se movía por entre los niños allí reunidos. Era una mirada curiosa, como si todo les interesara sobremanera. Los ojos eran vivaces, agudos, llenos de inteligencia.</p> <p>Sin saber por qué, Davy Vincent golpeó suavemente con los dedos sobre el vidrio para atraer su atención. Inmediatamente, seis pares de ojos infantiles se volvieron hacia él. Fue una sorprendente reacción colectiva. Se clavaron en él, con rara fijeza.</p> <p>Trató de ver la sonrisa infantil, la mueca curiosa, la mirada risueña habitual en los niños. No encontró nada de eso en las seis niñas de Jennie. Es más, no captó el menor parecido con Dean o con ella. Los ojos de las niñas eran singularmente violáceos de tono. El cabello, de un rubio blancuzco, casi albino.</p> <p>Seguían mirándole. Con extraña insistencia. Davy Vincent se estremeció. Jennie también tenía razón en eso. Parecían vigilar. Le estudiaban, como si la criatura fuese él y ellas las adultas. Se sintió como un animal en la jaula de un zoo.</p> <p>Luego... luego notó una sensación rara, alucinante. Repulsiva, incluso.</p> <p>Los ojos de las niñas parecían sonreírle con malignidad. Pero también con deseo. Aquellas criaturas de pocos días se fijaban en el hombre, en el macho. O lo parecía.</p> <p>Era una idea descabellada, insana. Dudó de su equilibrio mental.</p> <p>—Cielos, Davy, no puedes convertirte en un sátiro repugnante y monstruoso —se dijo a sí mismo—. Las criaturas recién nacidas no saben nada de sexo. Tienes una imaginación morbosa...</p> <p>Se empezó a retirar, asustado, de la amplía vidriera. Los ojos infantiles seguían fijos en él. En aquel instante, desvió él su mirada. Una enfermera estaba situando un grupo de criaturas en otra amplia cuna colectiva. Eran seis más. Observó que, en otra inmediata, había ya cinco.</p> <p>Perplejo, recordó que había un parto en camino. Debía ser este último. Otras seis niñas, como Jennie. Ya habían nacido diecisiete niñas en pocos días.</p> <p>Atónito, observó a las recién nacidas. Primero, a las cinco ■ hijas de la enfermera de esterilización. Luego, a las de la camarera.</p> <p>Era increíble.</p> <p>Todas, absolutamente todas, eran iguales entre sí. Pelo rubio albino, ojos violeta, aspecto de llevar ya varios días o semanas de vida...</p> <p>Como si fuesen del mismo padre y la misma madre.</p> <p>Se alejó de la vidriera. Pero no pudo evitar dirigir una última ojeada a las seis niñas de Jennie y Dean Forrester. Tuvo un escalofrío.</p> <p>Seguían mirándole. Fijas, malignas, singularmente astutas. E incluso ahora le sonreían las seis. Con una sonrisa impúdica, imposible en una boca infantil. Una sonrisa como podía dirigir a un hombre cualquier mujerzuela ávida de sexo...</p> <h2>* * *</h2> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Se paró en seco, al llegar a la zona ajardinada que rodeaba el edificio del Centro Médico. Sorprendido, miró al hombre que paseaba agitado, arriba y abajo, las manos cruzadas a la espalda.</p> <p>Se detuvo junto a él. Le llamó:</p> <p>—Dean... ¿Qué haces aquí?</p> <p>Forrester volvió la cabeza. Miró a su amigo. Este observó que estaba pálido, desencajado, con barba de un par de días y expresión entristecida en sus ojos rodeados de profundas ojeras.</p> <p>—Davy... Davy, amigo mío —jadeó—. Es... es horrible todo esto.</p> <p>—¿Qué es lo horrible? —Davy puso una mano en su hombro—. Dean, amigo mío, no debes torturarte más. Has de tener fe en Jennie, aunque te parezca imposible lo que ella te diga. Algo está sucediendo que...</p> <p>—Oh, ¿te refieres a... a eso? —Dean se encogió de hombros, con una amarga mueca que tal vez pretendió ser una sonrisa—. No, Davy, no. No es nada de lo que imaginas. Yo no dudo de Jennie. Sé que me ha sido fiel, aunque nadie lo crea.</p> <p>—Yo también lo creo. Pero entonces, Dean, ¿por qué estás así? Te noto preocupado, hundido...</p> <p>—¿No es para estarlo? —le miró con gesto de profunda desesperanza—, ¿Qué me ocurre, Davy, por el amor de Dios?</p> <p>—¿A ti? No sé... Tal vez exista una alteración biológica. Es lo que yo opino. Debes ponerte en manos de los médicos, y que ellos juzguen...</p> <p>—No, Davy, no. Eso no resolverá ya nada... Acabo de saber lo de Judy Conway, lo de Norah Stuart...</p> <p>—Judy Conway? ¿Norah Stuart? ¿Quiénes son ellas? —Oh, tú conoces a ambas, pero no sabes sus nombres. Una trabaja de enfermera en Esterilización y Cuarentenas. Es jefe de enfermeras. La otra... sirve de camarera en el restaurante de la base...</p> <p>—Una enfermera y una camarera... —Davy recordó algo. Miró, aprensivo, a su amigo—. Espera. Acabo de saber que dos mujeres así...</p> <p>—Tuvieron hijos numerosos hoy —asintió amargamente Dean</p> <p>—. Sí, ésa es la realidad de los hechos.</p> <p>—Bien, ¿y qué te importa eso a ti? Puede ser una alteración biológica generalizada, una especie de... de epidemia...</p> <p>—No, Davy, no es eso. No hay tal epidemia. A nadie más le ocurre nada. Soy... soy yo solo. —¿Tú?</p> <p>—Venía de un largo viaje. La cuarentena... es larga, tú sabes. Uno es débil ante ciertas cosas... Había tratado muchas veces a esas chicas, pero nunca parecieron demostrar por mí más interés que por otros astronautas. Esta vez fue diferente. Parecían saber que venía ávido de sexo, de mujeres... Me provocaron. Yo aún... aún no había visto a Jennie... Fui débil, cedí...</p> <p>—Tú... tuviste relación sexual con las dos.</p> <p>—Eso es. Pocos días antes de ver a Jennie. ¡Y ahora, Davy, ellas también tienen numerosas hijas, y sólo pasan una gestación de TRES meses! ¿Tiene eso sentido?</p> <p>—Más del que supones —le miró gravemente Davy Vincent, apretándole el brazo con energía—. Vamos, hay que explicar eso inmediatamente al doctor Kendrick, al profesor Lydecker. Ello confirma mi teoría. Ese viaje espacial alteró tu biología. La clave de esos partos múltiples y rápidos está en ti, Dean...</p> <p>—Espera. Aún no te he dicho todo.</p> <p>—¿Hay más todavía?</p> <p>—Sí, lo hay. Es... es como algo superior a mí. Yo nunca antes de ahora engañé a Jennie. Siempre fui un buen marido, no he sido apasionado ni ardiente, no tuve problemas sexuales de ningún tipo. Ahora, todo es diferente. Parezco atraer a mujeres que antes ni se preocupaban de mí. Y yo cedo ante todas ellas.</p> <p>—Dean, ¿hay... hay más mujeres...? —se inquietó Davy.</p> <p>—Muchas —resopló Dean Forrester—. En estos meses... al menos doce, catorce, no sé. Esposas de personal de la base, muchachitas jóvenes y solteras, un par de viudas... Caen en mis brazos, parezco seducirlas a todas. Lo cierto es que soy yo quien me siento seducido, arrastrado a la sexualidad más apasionada... Engaño una y otra vez a Jennie, sin por ello sentirme siquiera culpable... ¿Qué me está ocurriendo, Davy, por Dios?</p> <p>—No lo sé. Yo no soy médico, pero imagino que todo proviene de ese largo viaje tuyo al planeta Eros... Tiene gracia, Dean. Eros... Un planeta bautizado así... y tú vuelves de ese modo. Es premonitorio, ¿no te parece? Pero eso es pura anécdota. Vamos, tienen que examinarte. No puedes llenamos toda la base de criaturas, no puedes invadir esto de... de niñas extrañas.</p> <p>—Extrañas...—con ojos brillantes, excitados, Dean se volvió a él bruscamente—. De modo que tú... tú también piensas igual. ¿Las... las has visto?</p> <p>—Sí —confesó Davy—. Son muy bonitas.</p> <p>—Tal vez lo sean. Pero no parecen niñas. Ni siquiera parecen mías o de Jennie... Miran de un modo... como si te desnudaran. Es impúdico, terrible... pero cierto.</p> <p>Se estremeció Vincent. Le daba miedo que el propio Forrester coincidiera con él en aquellos extraños terrores. Trató de eludir el tema, arrastrando a Dean hacia el pabellón de investigación de personal.</p> <p>—Vamos, deja de torturarte con ideas absurdas —contemporizó—. Es mejor que te examinen cuanto antes. Ellos descubrirán la causa de todo...</p> <p>—Sí, creo que tienes razón —resopló él amargamente—. Vamos allá, Davy. Será lo mejor para todos. Tengo que salir de este mar de dudas, de incertidumbres... Y así se demostrará también de un modo fehaciente que Jennie no tiene nada de qué avergonzarse...</p> <p>Los dos hombres se encaminaron al pabellón de investigación con paso rápido.</p> <p>A sus espaldas, una ambulancia hacía sonar su aguda sirena de emergencia. Giraron la cabeza. Se detenía ahora ante Maternidad. Se miraron ambos, angustiados.</p> <p>—Dios mío... Dios mío... —susurró Forrester, palideciendo más aún.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>6</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">E</style>L doctor Kendrick regresó de la ventana, tras ver pasar una nueva ambulancia hacia el edificio de Maternidad. Se quedó contemplando fijamente a Dean Forrester.</p> <p>—Déme los nombres de todas esas mujeres —pidió—. Serán examinadas antes de dar a luz, si es que realmente todas ellas pasan por ese trance.</p> <p>—Pasarán. Estoy seguro, doctor —afirmó nerviosamente Forrester.</p> <p>—Vaya escribiendo los nombres, en tal caso —le observó, mientras comenzaba a escribir en una hoja de papel—. ¿Dice que no puede dominar sus deseos sexuales?</p> <p>—Eso es. En cuanto ellas se insinúan, yo acepto con rapidez la aventura.</p> <p>—¿Y ellas son también rápidas en ofrecerse?</p> <p>—Así es, sí.</p> <p>—¿No le sucedió antes de ese viaje en ninguna ocasión?</p> <p>—Como a cualquier hombre normal, doctor. No con esa intensidad, con esa frecuencia... Es como si fuese irresistible, como si las hipnotizase. Y luego, sé que no puedo evadirme de ellas, que las deseo ferozmente. —¿En cuánto hay con ellas relación sexual, las olvida, le producen algún sentimiento especial?</p> <p>—Indiferencia a veces. Disgusto otras. Nunca vuelvo a sentir nada especial por ninguna de ellas, si a eso se refiere. Incluso me indigno, me asqueo por engañar de modo tan miserable a mi mujer. Y no soy ningún puritano, doctor.</p> <p>—¿Cómo fue su permanencia en el planeta, en lo relativo a los apetitos sexuales, Forrester?</p> <p>—A eso, creo que ya contesté durante la investigación, doctor —suspiró el astronauta—. Normal en un hombre solitario, perdido en un lugar así. Añoraba a la mujer, me excitaba pensar en ellas... Pero el intenso frío era un lenitivo a mis deseos. Nada fuera de lo normal, nada exagerado ni desorbitado, doctor.</p> <p>—¿En todo momento fue así, Forrester?</p> <p>—Que yo sepa, sí... —reflexionó, arrugó el ceño, como evocando algo, y luego añadió con tono vacilante—: Bueno, en los últimos meses, la cosa fue algo diferente.</p> <p>—¿Diferente? ¿En qué sentido?</p> <p>—Deseaba con más intensidad a una mujer. Es normal también, ¿no? Eran ya seis años de forzosa abstinencia, doctor...</p> <p>—Eso sería, sin duda, después de esos tres meses de vacío mental...</p> <p>—Pues... sí —miró con sorpresa al médico—. Sí, doctor. Fue después, estoy seguro. ¿Por qué lo ha preguntado?</p> <p>—Por nada. Era una simple idea —Kendrick arrugó el ceño, paseando por la estancia, mientras Forrester terminaba su larga lista de mujeres conquistadas últimamente—. Relacioné ideas. Tres meses de embarazo, tres meses de amnesia... Igual período, ¿se ha dado cuenta?</p> <p>—¿Qué puede tener que ver una cosa con otra? —se inquietó Forrester.</p> <p>—No lo sé. Estamos especulando, simplemente. Si supiéramos algo de ese lapso de tiempo... —fue al teléfono, y marcó un número, preguntando luego—: ¿Pueden facilitarme la lista de ingresadas en Maternidad hoy? Sí, espero, gracias... Ah, por favor, si alguna da a luz, no dejen de informarme detalladamente.</p> <p>Aguardó, unos instantes. Luego, asintió con la cabeza, escuchando algo y fue hasta donde Dean Forrester escribía su lista de nombres. Rápido, marcó con un aspa dos de los nombres allí anotados. Dean dio un respingo y le miró con sorpresa.</p> <p>—¿Esas dos? —jadeó—. ¿Ellas están...?</p> <p>—Una ha ingresado ya. La otra está en camino. Hay una tercera dando a luz. Y también son varias niñas... —marcó un tercer nombre que hizo lanzar una interjección a Dean—. Ya no hay duda, Forrester. Es usted el padre de todas esas criaturas. Si Dios no lo remedia, en pocos días tendrá más hijos que cualquier personaje de la Biblia.</p> <p>—Hijas, doctor —hizo notar Davy, bruscamente—. Sólo hijas.</p> <p>—Cierto... —la mirada huraña de Kendrick se clavó en Vincent, perpleja—. Otro raro fenómeno... ¿Por qué solamente niñas?</p> <p>—Y todas iguales —dijo patéticamente Forrester—. Ojos violeta, pelo rubio albino, crecimiento anormal...</p> <p>—Creo que debo ingresarlo, Forrester. Y someterle a una revisión completa de su actividad sexual —sentenció el doctor Kendrick pulsando un botón—. Tal vez eso nos aclare el fenómeno...</p> <p>—Doctor, ocurre algo extraño.</p> <p>—¿Todavía más? —se inquietó el médico, mirándole.</p> <p>—Es sobre lo que usted ha dicho antes... Esas tres mujeres, doctor... sólo hace un mes que tuvieron relación sexual conmigo...</p> <p>—Un mes —los ojos de Kendrick brillaron excitados. Cambió una mirada con Vincent, que había alzado su cabeza, sobresaltado</p> <p>—Cielos, el período de gestación' se acelera por momentos y...</p> <p>Se interrumpió. El teléfono sonaba. Lo tomó, atendiendo la llamada. Lanzó una imprecación al ser informado. Luego, se limitó a manifestar:</p> <p>—No hagan nada. Avisaré al profesor Lydecker y al doctor Arden. Irán hacia allá en seguida.</p> <p>Colgó. Su mirada fue a los dos hombres reunidos con él en su despacho. Pálido, el rostro de Dean se volvía patéticamente hacia él.</p> <p>—¿Algo..., algo nuevo, doctor? —se expresó, angustiado.</p> <p>—Me temo que sí, Forrester. Otra mujer ha llamado. Está a punto de dar a luz —repasó la lista de nombres y marcó otra con un aspa—. Las otras ya están en pleno parto. Siempre niñas... y numerosas. La que menos, ha tenido cuatro ya.</p> <p>—Doctor, esa mujer... —señaló la recién anotada—. ¡Sólo hace tres o cuatro semanas que ella y yo...!</p> <p>—Es terrible, Forrester —dijo, sombríamente, Kendrick—. Las cosas se aceleran por momentos. Es como si algo imprevisible se estuviera desencadenando. No es sólo lo que usted dice, con ser grave. Me han informado de algo relacionado con sus hijas...</p> <p>—Las mías... —se estremeció Forrester. Demudado, interpeló al médico—: ¿Qué pasa ahora, por el amor de Dios, doctor?</p> <p>—Su crecimiento. Las enfermeras están aterrorizadas. Dicen... dicen que, de repente, han tomado el aspecto de tener ya un año cumplido... Han crecido DE SUBITO, ¿lo entiende, Forrester?</p> <h2>* * *</h2> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Davy Vincent cruzó apresuradamente la zona ajardinada, en dirección a Maternidad. Dean Forrester, bajo los efectos de un poderoso sedante, se quedaba allí dentro, en manos del doctor Kendrick y un grupo de sexólogos y psiquiatras, requeridos urgentemente por el doctor Kendrick mismo. Ahora, Davy, un Davy preocupado, ensombrecido, realmente desasosegado e inquieto, volvía al centro médico para comprobar por sí mismo el nuevo fenómeno producido en la sala de maternidad.</p> <p>Observó que había ya movimiento de personal médico y técnico en el pabellón, mientras llegaba alguna que otra ambulancia con nuevos casos de partos múltiples. Era como una auténtica epidemia ya.</p> <p>Solicitó ver a las criaturas y la enfermera de las piernas bonitas puso algún leve reparo inicial, porque había recibido órdenes estrictas de aislar a todas las niñas que nacieran, y no permitir visitas, salvo las especialmente autorizadas.</p> <p>—Lo sé —le dijo Davy con energía—. He estado con el doctor Kendrick y con Dean Forrester ahora mismo. Sé lo que sucede, y quiero verlas sólo un momento. Si es imprescindible, buscaré ese permiso...</p> <p>—Está bien, venga conmigo —le invitó ella—. Le mostraré a las criaturas sin necesidad de permiso, pero en lo sucesivo, provéase de él, por favor. Yo me limito a cumplir órdenes.</p> <p>Le precedió por el corredor. Davy, acaso por alejar preocupaciones, acaso porque era un acto muy lógico en cualquier hombre ante una figura como la que taconeaba delante de él, examinó las curvas de la enfermera, fijándose particularmente en cada detalle.</p> <p>Repentinamente, ella redujo el paso y se volvió a mirarle. Había una dulzura insólita en su mirada.</p> <p>—No vaya tan lejos, señor Vincent —dijo—. No contagio la peste...</p> <p>Davy se puso a su lado y caminaron juntos ahora. La enfermera le rozó varias veces. Parecía buscar los contactos de un modo poco disimulado.</p> <p>La miró, y se encontró con sus ojos. Ella se paró, humedeciendo los labios con su lengua, maliciosamente,</p> <p>—¿Le gusto? —preguntó de repente.</p> <p>Y se echó sobre él, con un murmullo ronco, rodeándole con sus brazos, buscando su boca con la pulpa húmeda de sus labios.</p> <p>Davy miró a ambos lados del desierto corredor, sorprendido por la súbita pasión de aquella joven enfermera.</p> <p>—Nadie pasa por este corredor. Yo llevo llave y cerré la puerta al entrar... ¿A qué esperas, mi amor? —susurró.</p> <p>Davy, bruscamente, la apartó.</p> <p>—Enfermera, no es el momento —dijo, brusco—. Lo siento. Me gustas, pero no creo que debamos ahora...</p> <p>Ella le miró, como herida, avergonzada por el rechazo sufrido. Fue sólo un momento. Luego, enrojeció repentinamente, se arregló los cabellos y abotonó su uniforme blanco que ella misma había abierto.</p> <p>—Pero... ¿qué he hecho? —susurró—. ¿Qué me ha sucedido a mí? Dios mío, señor Vincent, ¿qué pensará de mí, ahora?</p> <p>—Muchacha, pienso que eres una jovencita encantadora y que no hubiera sido sacrificio alguno obedecerte —comentó Vincent, escudriñándola, captando su vergüenza, su rubor—. Pero había algo raro en ti. Como si de repente, algo te hiciera actuar así, como si no fueses tú misma...</p> <p>—Es cierto... —le temblaba la voz—. Oh, usted es un hombre guapo, atractivo... Pero ¿cómo iba yo a atreverme a...?</p> <p>—Serénate —la calmó él—. ¿Cómo te llamas?</p> <p>—Stella... Stella Kane... ¿Va a dar parte de mí?</p> <p>—Stella, no seas tonta —la acarició suavemente la mejilla y el cabello dorado, bajo la cofia de enfermera—. He olvidado lo sucedido. Sé que está pasando algo muy extraño en torno mío. Pero no imaginaba que yo también pasaría por el mismo raro fenómeno que padece mi amigo Forrester. El también, de repente, se ha vuelto irresistible para las mujeres. Lo malo es que él tampoco puede resistir la tentación. Yo, de momento, lie podido. Quizá por eso no hemos llegado más lejos, aunque era difícil, créeme. Stella, no té sientas avergonzada por nada. Creo que ni siquiera eras tú en ese momento...</p> <p>Emprendieron de nuevo la marcha en silencio. Ella parecía incapaz de hablar, de comentar algo. Eludía su mirada. Davy preguntó de repente:</p> <p>—¿Has tenido contacto con esas niñas?</p> <p>—¿Las recién nacidas? —asintió—. Estuve en la sala de esterilización con ellas, hoy mismo. Son tan originales, tan raras...</p> <p>—Raras. Sí, ésa es la palabra. Y tal vez peligrosas...</p> <p>—¿Peligrosas? —la enfermera le miró, sorprendida—. ¿Unas criaturas?</p> <p>Davy asintió, sin añadir nada más. Habían llegado ante la vidriera de las visitas. Otra enfermera montaba guardia allí y les miró, dirigiendo un leve reproche a Stella cuando supo que Davy no tenía autorización.</p> <p>—No se preocupe —dijo éste—. Puede llamar al doctor Kendrick, si quiere. El le confirmará que puedo estar aquí...</p> <p>Y sin añadir más, se quedó contemplando a las niñas.</p> <p>Lanzó una interjección.</p> <p>—Miren eso —silabeó—. ¡Parecen tener DOS años al menos!</p> <p>Era cierto. Desde poco antes que las viera por primera vez, las seis niñas habían crecido de modo inconcebible. Se movían en el lecho, agitando sus piernitas en el aire, con total expresión de inteligencia, los rostros y el cabello propios de niñas de una edad próxima a los dos años. Sonreían, mirando malévolamente a través de la vidriera.</p> <p>Una vez más, clavaron sus pupilas color violeta en Davy Vincent. Parecían felices al verle allí. Davy desvió la mirada de ellas, con cierto esfuerzo. Notó algo así como un influjo hipnótico en su mente, y le costó luchar contra él. Se sentía repentinamente torpe, lento de ideas.</p> <p>La otra enfermera, mirándole también muy fijo ahora, se estaba desabrochando su blusa blanca. Davy giró la cabeza. Stella sonreía voluptuosa.</p> <p>—¡Oh, muchacho, ven aquí...! —susurró la enfermera de más edad y más opulencias, empezando a moverse despacio, incitante, hacia él.</p> <p>Stella le cerraba el paso por el otro lado, en tanto también se desabotonaba el uniforme.</p> <p>—Mi amor —susurró Stella.</p> <p>Davy sintió que se erizaban sus cabellos. En otra ocasión, hubiera considerado que su atractivo para las damas era irresistible, pero ahora todo era distinto. Tras la vidriera, captó la sonrisa gozosa de las niñas, que parecían gozar monstruosamente con aquella torpe escena.</p> <p>Pero no era eso lo peor.</p> <p>Las demás niñas, incluso las recién nacidas, ya con aspecto de llevar varios días o semanas con vida, se agitaban, se movían en sus cunas, como un enjambre de pequeñas, monstruosas mujercitas capaces de comprender lo que iba a ocurrir ante sus ojos infantiles...</p> <p>Por un lado, Stella le rodeaba ya con sus brazos. Por el otro, la enfermera robusta se abalanzaba hacia él...</p> <p>Davy jamás había pensado que pudiera sentir terror ante dos mujeres.</p> <p>Y, sin embargo, eso era justamente lo que producía en él la increíble escena que estaba viviendo.</p> <p>Terror. Terror a una actitud que no tenía sentido, y sí mucho de estremecedora y deshumanizada...</p> <h2>* * *</h2> <p></p> <p style="text-indent:0em;">—¿Dean Forrester ha escapado!</p> <p>El doctor Kendrick, atónito, contempló a la doctora Sheldon, de investigación sexual, con gesto de estupor e incredulidad.</p> <p>Ella le contemplaba con estúpida sonrisa, voluptuosamente tendida en un sofá, retorciéndose como una loca.</p> <p>—¡Forrester! —jadeó Kendrick, furioso consigo mismo—. ¡Debí imaginarlo, después de lo que él nos contó y de lo que sospechaba Vincent! ¡No debí dejarlo a solas con usted, doctora, en esta consulta! ¡El maldito ha vuelto a hacerlo! ¡La ha seducido a usted, doctora Sheldon, y ha escapado de aquí, quizá horrorizado por su propia debilidad! ¡Es preciso encontrarle!</p> <p>Ella seguía como en trance y el doctor Kendrick telefoneó, apremiante, a sus colaboradores, cerrando la puerta de golpe y precipitándose en busca de Forrester por todas las dependencias del pabellón de investigación del personal astronáutico.</p> <p>No dio en parte alguna con él. Transmitió instrucciones para su búsqueda, y telefoneó a Maternidad y al propio domicilio de Forrester, sin dar con él.</p> <p>Repentinamente, había empezado a temer lo peor. Tras aquel nuevo acto demencial, seguramente ajeno a su voluntad y a la de la doctora Sheldon, debía de sentirse enfurecido, deseoso de terminar de una vez con aquel estado de cosas. Pero él no podía hacer nada, puesto que ignoraba las causas de su propio estado, y en plena ofuscación podía hacer cualquier tontería.</p> <p>Una vez hubo dado con su colega, el doctor Arlan, le rogó que se ocuparan de la doctora Sheldon, internándola y procediendo a impedir, por todos los medios clínicos posibles, que llegase a prosperar la experiencia vivida con Dean Forrester.</p> <p>Luego, trató de localizar a Davy Vincent sin conseguirlo, y su irritación y disgusto subieron de punto. Marcó el número de la oficina del coronel Waters, asesor militar de la NASA, y le informó de todos sus temores.</p> <p>El asombro del coronel era justificado. Todo aquello tenía tanto sentido como un cuento chino, pero el tono sombrío y malhumorado de Kendrick debió impresionar lo suficiente al militar, para convencerle de que, realmente, algo andaba muy mal en la Base.</p> <p>—Ocúpese de todas las cuestiones técnicas de su competencia, doctor —le dijo el coronel Waters—. Yo voy a llevar a cabo una operación de control y vigilancia, para impedir que Forrester escape de la Base, pero también para tener dominada la situación. Sea lo que fuere lo que nos haya traído Forrester de ese maldito viaje espacial, y sea lo que fuere lo que provoca esos nacimientos masivos e inexplicables, no puede significar peligro alguno para nosotros y mucho menos para el exterior. Sólo averiguando la naturaleza de los hechos, dentro de una situación de estricto control y plena seguridad, estaremos realmente tranquilos.</p> <p>Kendrick colgó, justo cuando el doctor Arlan, seguido de los ayudantes suyos, entraban en su despacho. Al ver sus gestos, el doctor Kendrick temió que alguna novedad nefasta viniera a ensombrecer aún más el panorama.</p> <p>—Y bien, ¿qué ocurre ahora? —se interesó.</p> <p>—Imposible impedir que la doctora Sheldon tenga hijos, doctor Kendrick —habló el doctor Arlan gravemente—. Su estado de gestación está ya muy avanzado.</p> <p>—¿Qué? —aulló Kendrick, palideciendo—. ¡Si apenas hace una hora que todo ocurrió y ella nunca tuvo hijos, ni siquiera es una mujer capacitada para tenerlos, como sabemos muy bien nosotros!</p> <p>—Pues algo alteró su naturaleza, doctor Kendrick, pero evidentemente quedó embarazada hace ya algún tiempo, y ahora sería un auténtico crimen lo que provocaríamos con una acción así.</p> <p>—No, no., —susurró Kendrick, sintiéndose enloquecer—. La ficha de la doctora Sheldon la poseo yo, precisamente. Sé que es estéril. No puede tener hijos. Y ahora... ahora, de un contacto que hace sólo UNA HORA que se produjo..., ¡su embarazo ya está avanzado!</p> <p>—Cosa de cuatro meses diría yo. O algo más —dijo un ayudante del doctor Arlan, mientras éste lo corroboraba con un asentimiento de cabeza.</p> <p>—Dios mío... Eso significa que, tal vez hoy mismo, nacerán más niñas... ¡Que el proceso evolutivo de la gestación se reduce por momentos! ¡Es como fecundar automáticamente, como si no fueran humanos, ni siquiera animales...! Doctor Arlan, si esa mujer tiene hoy mismo varias niñas, ustedes serán responsables de ello.</p> <p>—No, doctor, eso es una locura. Su embarazo está avanzado, pero antes de otros cuatro meses, como mínimo, no puede dar a luz... —parpadeó Arlan, mirándole como sí dudase de su estado mental.</p> <p>—Una apuesta, doctor Arlan. Mil dólares a que hoy mismo da a luz la doctora Sheldon...</p> <p>—Aceptados —dijo prontamente el médico a su colega—. Será el dinero ganado más fácilmente en toda mi vida...</p> <p>—No esté tan seguro de ello, doctor Arlan —manifestó ásperamente el doctor Kendrick, saliendo bruscamente de la habitación.</p> <p>Esto sucedía a las cinco de la tarde.</p> <p>A las nueve de la noche, el doctor Arlan, demudado, ponía mil dólares en la mano del doctor Kendrick, en un cheque al portador.</p> <p>La doctora Sheldon estaba dando a luz cinco hermosas niñas de ojos color violeta y cabello rubio platino.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>7</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">D</style>AVY Vincent se enjugó el sudor de su rostro.</p> <p>Aún le dolían los nudillos de sus manos. Lamentaba haberlo hecho, pero no tuvo otro remedio. Las enfermeras Stella Kane y Ana Scott estaban ahora hospitalizadas, inconscientes inicialmente por dos golpes virulentos en su mentón, de los que habían resultado con un fuerte hematoma y una leve conmoción.</p> <p>Tendría tiempo de disculparse. No había tenido otra salida para eludirlas. Jamás unas mujeres le habían parecido tan anormales en su acceso súbito y desatado.</p> <p>—Eran... eran como dos abejas-reina —le había dicho sordamente al alucinado doctor Kendrick, apenas pudo hablar con él™. Como las «mantis religiosas», doctor... Para ellas sólo existía el macho, el amor sin freno. Sólo les hubiera faltado devorarme después. Pero sabemos que a Dean no le ocurrió eso en ninguna de sus numerosas actividades sexuales de estos últimos meses...</p> <p>Ahora, sabía que Dean Forrester seguía sin aparecer por parte alguna. Apenas experimentó con la doctora Sheldon, se evadió del pabellón de investigación de personal, y su actual paradero era desconocido. Acababa de ver a Jennie, y ella tampoco había visto todavía a Dean.</p> <p>Patrullas civiles y militares recorrían las instalaciones de la NASA, en busca del desaparecido. Lo que ahora pudiera estar haciendo o pensando el desesperado Dean Forrester, era un completo misterio, pero su razón debía de estarle fallando, o algo se derrumbaba dentro de él por momentos.</p> <p>Davy acababa de saber que ya eran treinta y siete las niñas nacidas en Maternidad. Muchas de ellas, con un desarrollo ya insólito, que las hacía parecer mayores de tres o cuatro años.</p> <p>Se estremeció. Aún recordaba el extraño gestó de odio, de decepción, que había creído captar en aquellas seis criaturas, hijas de Jennie y Dean, cuando él resistió la tentación y detuvo a ambas mujeres por medios violentos. Era como si eso no entrara en sus planes, como si la acción de Davy las hubiese defraudado profundamente.</p> <p>—Es monstruoso, pero es como si fuesen ya adultas —musitó para sí, mientras caminaba presuroso entre las zonas ajardinadas, bajo las luces del alumbrado nocturno de la Base—. Lo fueron desde un principio. No son sólo mujeres en embrión, es que son ya mujeres, hembras mentalmente desarrolladas... y creo que sexualmente adultas, sobre todo.</p> <p>Sexo, siempre sexo... Forrester, el irresistible... Mujeres que se entregaban voluptuosas, irrefrenables... Partos múltiples, embarazos de pocos meses primero, de semanas después, de horas en el caso de la doctora Sheldon... Un crescendo virulento y aterrador en el que sólo había un denominador común que llegaba a ser obsesionante: sexo, sexo, SEXO.;.</p> <p>—Pero ¿por qué, por qué? —jadeó—. ¿Qué está ocurriendo? ¿Qué significa todo esto?</p> <p>Observó la presencia de los soldados del coronel Waters, rodeando ahora el edificio de maternidad. Las órdenes eran estrictas: nadie podía entrar en el pabellón. Nadie podía salir de él. Nadie debía visitar a las niñas, totalmente aisladas ahora en la sala esterilizada, sometidas a control médico y vigilancia por medio de computadoras y controles remotos, sin el menor contacto humano con ellas.</p> <p>Las frías, asépticas luces en las hileras de ventanas del recinto hospitalario eran como ojos interrogantes abiertos. Davy se preguntaba qué estaba sucediendo realmente tras aquellas paredes.</p> <p>Un jeep militar se detuvo junto a él. Un joven oficial le pidió su identificación y permiso de circulación nocturno. Eran medidas de emergencia aplicadas por el coronel Waters. Disponía de ambas cosas, junto con un reducido número de personas. Su amistad con Forrester, su buena relación con el profesor Lydecker y el doctor Kendrick, y el hecho de que hubiera sido el primero en presentir algo, en sospechar que las cosas no eran tan simples como parecían, le había dado ese privilegio, del que ahora disfrutaba.</p> <p>Tal vez todas aquellas medidas eran ridículas e inútiles, pero no se podía hacer otra cosa. Davy Vincent se había hecho examinar por los médicos, tras su rara experiencia con las dos enfermeras. Aparentemente, no tenía nada anormal. Tal vez eran solamente ellas las desequilibradas sexuales momentáneas y no él. A fin de cuentas, había sabido resistir una situación tentadora para cualquier hombre. Forrester, por ejemplo, no era capaz de ello.</p> <p>Los ojos de Davy se perdieron en la noche estrellada. Miró hacia aquellas oscuras alturas, allá donde él estaba habituado a moverse dentro de una cápsula espacial. Era imposible ver al diminuto planeta Eros, apenas un asteroide. Sólo el telescopio electrónico permitía captar su situación en los confines del Sistema Solar.</p> <p>Allí había empezado todo. De allí regresó Dean Forrester un día. Esos tres meses de misterioso olvido habían sido quizá cruciales en el origen de los hechos que ahora estaban ellos viviendo.</p> <p>¿Qué había sucedido en ese tiempo? ¿Qué extraño fenómeno cósmico alteró la vida del astronauta hasta el punto de convertirle en una especie de reproductor increíble y fértil^ capaz de alterar todos los equilibrios demográficos de la Tierra?</p> <p>—Eros... —murmuró—. Precisamente Eros... Me pregunto si fue casualidad... o algo indujo a los astrónomos a bautizar así ese maldito planeta...</p> <p>Un proyecto de tipo genético y biológico había sido el inicio de todo. Ninguno de los expertos de la NASA pudo jamás imaginar que tuviera esas circunstancias.</p> <p>Davy siguió adelante, sintiendo que su cabeza era un hervidero de extrañas y encontradas ideas. De súbito, oyó un leve siseo. Se paró en seco. Escuchó, sin que nada volviera a sonar. Un par de mecánicos se cruzaron con él, camino de las pistas. Siguió adelante.</p> <p>El siseo se repitió.</p> <p>De nuevo paró. Giró la cabeza, sin ver a nadie. Pero esta vez, de detrás de un largo seto, junto a un muro del edificio de oficinas inmediato, le llegó una voz susurrante:</p> <p>—Davy, soy yo...</p> <p>—¡Dean! —exclamó Vincent, al reconocer aquella voz.</p> <p>Trató de buscar una abertura en el seto, para rodearlo. Al no verla próxima, se dispuso a saltar por encima. La voz, implorante, rogó:</p> <p>—No, no. Eso no, Davy, por el amor de Dios. Es mejor que no lo hagas. Quédate ahí. Hablaremos de ese modo...</p> <p>Había un extraño patetismo en aquel tono, que sobrecogió a Davy. Pegándose cuanto pudo al seto, interrogó:</p> <p>—Dean, ¿qué haces ahí? Todo el mundo en la Base te está buscando. Se ha dado orden de capturarte sea como fuere, si no te entregas tú mismo...</p> <p>—Lo sé. He visto a los soldados, a los grupos de Seguridad civil... He oído las órdenes por los altavoces...</p> <p>—Entonces, ¿por qué sigues ocultándote? Este juego es inútil. Terminarán por encontrarte. Además, no tiene sentido que huyas. No eres culpable de nada...</p> <p>—Te equivocas, Davy. Soy culpable. Terriblemente culpable de todo. Yo... yo he provocado el desastre...</p> <p>—¿Desastre? ¿Qué desastre? Por el momento, sólo has aumentado increíblemente la población de la base, eso fue todo.</p> <p>—No bromees, Davy. Esto es demasiado serio para tomarlo a broma... Ahora sé exactamente lo que ocurre. Ahora he visto claro...</p> <p>—Dean, ocurra lo que ocurra, tú no eres culpable. No pueden responsabilizarte de lo que te ocurre, tú lo sabes. Te buscan para estudiarte, para sanarte, si tienes en realidad algo enfermo... para impedir que esto siga adelante, eso es todo.</p> <p>—Nadie puede sanarme ya, Davy... —otra vez aquel desgarrador patetismo en la voz del oculto Forrester—. Ni nadie puede evitar que esto siga hasta su final...</p> <p>—¿Qué quieres decir?</p> <p>—Lo que he dicho, Davy... Es terrible, pero debes comprender que así están las cosas. Yo... yo he recordado, de repente. ¿Lo entiendes, amigo mío? He recordado... aquellos tres meses de vacío mental en Eros...</p> <p>—¿De veras? ¿Fue entonces cuando...?</p> <p>—Sí. Fue entonces cuando empezó todo este horror.</p> <p>—Tienes que revelárselo al doctor Kendrick, al profesor Lydecker... ¡Es tu deber, Dean! ¡No puedes seguir ocultándote, huyendo de ti mismo! Es una actitud ridícula, irresponsable... Es una perfecta locura, y tú lo sabes. Está Jennie, además. La tienes muy preocupada, sabe que te buscan, que no apareces por parte alguna...</p> <p>—Jennie... Tendrás que cuidar de ella, Davy. Cuidar de ella por el resto de su vida, si te es posible...</p> <p>—¡Dean! —se angustió Davy, de pronto—. ¿Qué tonterías estás diciendo?</p> <p>—Es ya lo único que queda por hacer, créeme. Yo... yo no puedo ya volver. Apenas recordé, apenas se rompió lo que bloqueaba mis recuerdos... firmé mi sentencia de muerte. No me perdonarán...</p> <p>—¿Quiéne no te perdonarán? —se inquietó Vincent.</p> <p>—Es mejor que no lo sepas aún, Davy. Toma contigo a Jennie. Intenta huir lejos de aquí. No averigües nada, no te detengas ante nada... Muy pronto, el horror caerá sobre todos... ¡Y yo he sido su portador inconsciente!</p> <p>—No sé lo que quieres decir, Dean, pero intuyo algo espantoso. Estás obligado a ir a las autoridades, revelarles cuánto sucede, para que ellos traten de evitar eso que tanto temes!</p> <p>—Pero ¿es que no té das cuenta, Davy? ¡Es que NADIE puede evitarlo! Yo he desatado el horror, y ahora éste se apoderará de todos nosotros. Por eso debes escapar, llevarte a Jennie contigo, aunque ella no quiera...</p> <p>—¿Y las niñas, Dean? ¿Y tus hijas?</p> <p>—Las niñas... Mis... hijas... —un horror latente se percibía en la voz del astronauta, al otro lado del seto—. Dios mío, no... No las nombres siquiera. No son hijas mías. Ni de Jennie...</p> <p>—¿Qué dices?</p> <p>—¡Oh, basta ya! ¡No pierdas más tiempo! Si te contara eso, intentarías algo, cometerías el estúpido error de quedarte, de luchar... contra algo que no admite lucha alguna. ¡Davy, cada minuto es precioso! El proceso evolutivo de ellas se ha desencadenado ya... ¡En pocos días, acaso en horas... ya no serán lo que eran! ¡Davy, por el amor de Dios, haz algo, pero no preguntes más! ¡Ve a por Jennie, salid ambos de aquí y no os entretengáis por nada, mientras aún sea tiempo!</p> <p>—Dean, tengo que verte. Acompáñame, huye con nosotros, ayúdame a...</p> <p>—No, Davy, no puedo... ¡No saltes, no trates de verme!</p> <p>No ahora, te lo ruego... Serla... serla demasiado horrible... Mi estado actual... no es como para que me veas. Ni tú, ni nadie... Por eso escapé, apenas se entregó a mí aquella doctora... Entonces vi claro, recordé, entendí... Al despejarse mi mente, recordé todo lo demás... Y me fui. No para huir. No para escapar, porque eso ya no es posible... ¡Lo que hice fue impedir que nadie me viese, que nadie llegara a ver... lo que soy ahora!</p> <p>—Dean, yo...</p> <p>—¡Vete! ¡Escapa! ¡Salva a Jennie, quiera ella o no! ¡Es lo mejor, lo único que puedes hacer ya por mí, amigo mío!</p> <p>Luego, notó que la voz se alejaba, que el cuerpo de Dean Forrester se iba apartando del seto, de él... para hundirse en la oscuridad de la noche, a cubierto de las patrullas de vigilancia militar o civil de la Base.</p> <p>Davy vaciló un momento. Después, sin poderlo resistir, salvó de un ágil salto el seto bien cortado.</p> <p>Ya era tarde. Dean Forrester se había ido. No descubrió señal alguna de su presencia en derredor. Le sorprendió la rapidez con que su amigo se ausentara. Luego, creyó oír unos extraños roces, allá en las zonas ajardinadas, entre los arbustos y flores, pero no llegó a ver nada, aunque por un momento tuvo la rara impresión de que una informe figura que no tenía nada de humana, se agitaba un fugaz instante entre la vegetación.</p> <p>Cuando llegó allí, no había nada. Ni se escuchaba ruido alguno en toda la zona.</p> <p>Miró al suelo de gravilla, removida por unas pisadas. No captó huella alguna de calzado o de pies humanos. Notando un escalofrío, regresó rápidamente, en dirección al edificio de la Maternidad.</p> <p>Las mujeres que habían dado a luz recientemente, se hallaban en los pabellones individuales que circundaban el recinto, en otra zona ajardinada. Hacia allá se dirigió resueltamente Davy Vincent, rehuyendo las patrullas de vigilancia.</p> <p>Dean Forrester le había pedido algo, con patético tono: quería que tomara a Jennie consigo, y la sacara de allí.</p> <p>Era una perfecta locura, pero eso era, justamente, lo que iba a hacer.</p> <p>Los alojamientos de las madres no estaban vigilados, porque nadie temía que pudiera suceder nada allí. En realidad, todo mostraba un aire quieto y apacible, bajo la luz de las estrellas,</p> <p>Vincent se encaminó al pabellón ocupado por Jennie. Estaba cerca de él cuando vio luz en el interior, a través de las rendijas de las persianas graduables, y captó un extraño rumor allí dentro.</p> <p>Luego, oyó un grito ahogado. Y un cuerpo cayendo al suelo, con sordo golpe.</p> <p>—¡Jennie! —exclamó con voz brusca Vincent, precipitándose resueltamente hacia la puerta del pabellón.</p> <p>Algo le decía que la esposa de Dean Forrester corría en esos momentos algún serio peligro.</p> <p>Tras las palabras que le dijera desde la oscuridad, momentos antes, el astronauta que había regresado de los confines del Sistema Solar, Davy Vincent, no pudo por menos de sentir un vivo terror, una angustia sin límites, al pensar en la clase de peligro que podía acechar ahora a la joven esposa.</p> <h2>* * *</h2> <p></p> <p style="text-indent:0em;">—¡Jennie! —repitió, tras golpear la puerta, que permanecía herméticamente cerrada.</p> <p>Y al no recibir respuesta y captar dentro una serie de ruidos indefinibles, cargó violentamente contra la hoja de madera por dos veces, terminando por derribarla sin más dilaciones.</p> <p>Se encontró así en el interior del pabellón ocupado por la paciente. Sus ojos incrédulos, presenciaron la escena que se ofrecía ante sus ojos. Un ramalazo de horror, un escalofrío de angustia sin límites, sacudió su cuerpo.</p> <p>Jennie yacía inconscientemente en el suelo, al pie de la cama, despeinada, semidesnuda y con el rostro mortalmente pálido. Ante ella, varias personas permanecían agrupadas, silenciosas. Ahora, habían vuelto sus cabezas hacia Davy Vincent, mirándole con extraña malignidad.</p> <p>Seis mujeres desnudas, de singular belleza. Sus cuerpos sin ropa alguna brillaban suavemente, como de satinada piel, a la luz de la lámpara del recinto. Su pelo era de un dorado platino, sus ojos grandes y color violeta, singularmente malévolos...</p> <p>¡Eran las hijas de Jennie... pero ya ADULTAS!</p> <p>—Davy... —susurró una de ellas, mirándole con obsesiva fijeza y comenzando a moverse hacia él—. Davy, cariño... Ven a nosotras... ¿No deseas hacernos felices a todas? Ven... Ven...</p> <p>Davy Vincent luchó contra aquel influjo extraño, magnético, que se apoderaba de él, mientras las seis extrañas mujeres, plenas de una sensualidad salvaje y abrasadora, se movían hacia él.</p> <p>Ya no pensaba en Jennie. Ya no se acordaba de su afán desesperado por sacarla de allí, por rescatarla del peligro. Sus pensamientos se embotaban, su cuerpo se negaba a huir, su mente no podía pensar...</p> <p>Ojos color violeta, profundos y ardientes, se clavaban en él, llegando con su fuego hasta el fondo mismo de su cerebro.</p> <p>Se hundió en un sueño de orgias voluptuosas con aquellas criaturas apasionadas.</p> <p>Hubiera querido luchar, rebelarse contra todo eso, pero no podía. Ni siquiera sabía ya quién era él. Sólo parecía recordar que era un hombre, un simple macho de la especie, y ellas, mujeres...</p> <p>Seis criaturas, seis niñas que poco antes viera a través de un vidrio, en una sala de maternidad, en pocas horas se habían convertido en seis mujeres que le acosaban sin que él pudiera hacer nada por evitarlo.</p> <p>Mientras, Jennie, la madre, yacía inconsciente, ajena a aquella insólita escena que tenía lugar junto a ella...</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>8</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">D</style>AVY Vincent parecía flotar aún entre brumas.</p> <p>Davy Vincent, borrosamente, se daba cuenta de lo que le rodeaba. Ahora, ellas se habían apartado, sin embargo.</p> <p>Le miraban, complacidas, sonrientes, felices. Parecían satisfechas de su actividad. La que siempre hablaba por las demás, elogió con voz susurrante:</p> <p>—Perfecto, Davy... Ahora, permite que nos despidamos. Ya no nos eres necesario, amor. Hiciste lo que debías. La misión del macho es ésa: procrear, fertilizar a la hembra... Davy, amor... Gracias. Y adiós...</p> <p>Las seis sonreían, se acercaban de nuevo a él, con su abdomen, que ya se abombaba, radiantes de satisfacción. Davy esperó, como aletargado, vio aproximarse los rostros de bellos ojos violeta, las bocas entreabiertas, los labios húmedos y carnosos, para besarle todas en aquella despedida.</p> <p>Estaban ya muy cerca. Sentía su aliento. Las bocas se abrían, como para besarle.</p> <p>Davy no se movía, se limitaba a ser pasivo, a esperar... Ellas tenían ya sus bocas junto a su rostro... Los ojos violeta revelaban algo desconocido, que la mente de Davy no podía entender.</p> <p>Hasta que, de repente, sí entendió...</p> <p>Aquellas bocas dejaban ver los dientes, blancos y fuertes... la saliva deslizándose entre ellos y la lengua voraz...</p> <p>Eran bocas hambrientas. Bocas que iban a morder, a comer, no a besar...</p> <p>Fue sólo una idea remota, fugaz. No podía luchar contra aquella especie de paralización que le impedía luchar, evadirse, hacer algo...</p> <p>Y, de repente, cuando las bocas caían ya sobre su cuello y su rostro, cuando estuvo seguro de que iba a ser devorado vivo por aquellas extrañas hembras... sonó el grito agudo, ronco, inhumano casi.</p> <p>—¡Apartaos, malditas! ¡Davy, lucha! ¡Davy, sal de tu aturdimiento! ¡Esas odiosas criaturas van a devorarte! ¡Es lo que hacen con los machos, lo que harán con todos los hombres del mundo, una vez fertilizadas!</p> <p>Y Davy, brutalmente casi, salió de su aturdimiento, de su torpeza mental y física, para comprender, en toda su terrible significación, lo que estaba sucediendo.</p> <p>Y para presenciar cómo Dean Forrester, o lo que quedaba de él, se enfrentaba a seis arpías cuya belleza se borraba por efecto de su maligna expresión al contemplar la presencia del que había sido su víctima...</p> <h2>* * *</h2> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Gritaron roncamente las seis mujeres, retrocediendo ante la presencia inesperada de Dean Forrester.</p> <p>Luego, éste saltó sobre ellas, furiosamente, enarbolando en sus manos aquel objeto devastador, del que se había provisto en alguna parte, para acudir en ayuda suya.</p> <p>Era un hacha de regulares dimensiones, de afilada hoja, que hizo gritar agudamente a Davy:</p> <p>—¡No, Dean, no lo hagas! ¡Después de todo son mujeres..., son tus hijas!</p> <p>—¡Mis hijas! —aulló Dean Forrester—. ¡Ellas no son nada mío! ¡Sólo he sido un mero vehículo inconsciente, porque me prepararon para ello, las muy malditas, allá en su mundo frío y lejano! ¡Son como hijas del diablo, no de ningún ser humano, Davy! ¡Mira lo que son, realmente, viendo lo que tú has hecho germinar en ellas!</p> <p>Y ferozmente, Dean Forrester descargó el primer hachazo en el vientre de una de las hermosas mujeres. Ella aulló desgarradoramente, al ser hundido su abdomen por el tajo profundo y brutal.</p> <p>Pero no brotó sangre de la terrible herida, sino una especie de acuoso humor lechoso... ¡junto con los cuerpos en formación de unos seres aterradores, que nada tenían de humanos!</p> <p>Davy, mortalmente pálido, ya ni siquiera se fijaba en cuál era el aspecto del cuerpo de su amigo Dean, del cual sólo quedaba de humano su cabeza, sus brazos... y poca cosa más. El resto del cuerpo, bajo las ropas medio reventadas, se había transformado en una especie de enorme insecto color parduzco oscuro, tornasolado de verde, y sus piernas eran largas patas flexibles, rugosas y erizadas de pinchos, que al moverse producían el chirrido de un gigantesco coleóptero.</p> <p>Lo peor para Davy Vincent, no fue eso, sino descubrir lo que él mismo había engendrado en una de las hermosas mujeres. ¡Porque aquellas formas en embrión que escapaban del vientre materno, no eran sino insectos repulsivos, de igual apariencia que Dean Forrester ahora, pero con cabeza y patas de insecto también, en algo parecido a una nueva especie de mantis religiosa provista de membranas como alas!</p> <p>Luego, el hacha alcanzó a las otras mujeres, aniquilándolas sin piedad, mientras ellas chillaban rabiosamente, intentando alcanzar a Dean con sus mordiscos, con sus manos engaritadas, dirigiéndole profundas miradas de odio.</p> <p>Cuando cayeron al suelo, en medio de los charcos blanquecinos, hasta cosa de dos docenas o más de insectos en embrión se agitaban sobre el viscoso líquido, escapando del seno materno, para ser pisoteados con rabia por la monstruosa mutación que era ahora Dean Forrester.</p> <p>—Dios mío... —susurró Davy, estremecido—. De modo que era eso...</p> <p>—Sí, Davy —habló roncamente su amigo—. Era eso. Algo así como abejas reina o mantis... Insectos gigantescos e inteligentes, la única forma de vida del planeta Eros. Devoraron a todos sus machos, y ya no podían procrear. Se morían lentamente cuando yo llegué allí y concibieron su siniestra idea, utilizándome como vehículo a mí... Mira, mira eso, Davy. Aún no lo habías visto todo...</p> <p>Vincent miró al suelo. Sintió náuseas, se le contrajo el estómago.</p> <p>Las seis mujeres ya no eran tales. Sus cuerpos, con la muerte, se habían ido alterando paulatinamente. Ahora eran gigantescas formas aladas, oscuras, crujientes... Eran insectos enormes, de feo rostro y saltones ojos ya sin vida. No había belleza en ellos. Sólo fealdad y muerte.</p> <p>—Dios mío... —repitió, dominando su cúmulo tremendo de sorpresas sucesivas—. Dean, ¿qué significa realmente todo este horror?</p> <p>—Te dije que no perdieras tiempo. Jennie peligraba... —se aproximó a ella, mirándola con patética expresión en aquel rostro humano, aposentado sobre hombros de insecto repulsivo, y meneó esa cabeza incongruente—. Al menos está inconsciente y no puede verme... Mejor así. Que no sepa nunca... en lo que me he convertido yo... Llévatela de aquí, Davy, si aún es tiempo. Me temo que ya se nos acaba a todos...</p> <p>—¿Qué va a suceder ahora, Dean? —se angustió Vincent.</p> <p>—Ya puedes imaginarlo... Ahí afuera hay ya docenas de mujeres como éstas. Seducirán a cuantos hombres hallen a su paso para que hagan germinar en sus vientres, con toda celeridad, nuevas crías. Invadirán todo. Son como una plaga sin fin. Devorarán a los machos. Hasta extinguir la vida en la Tierra, como hicieron en Eros. Son imitantes. Pueden alterar su apariencia física a gusto de quienes les contemplan. Una raza de mujeres solamente. Sólo gestan mujeres, a su vez. Hembras de su especie, sería más correcto decir. —¿Y... tú?</p> <p>—Ya me ves —sonrió tristemente Forrester—, Esos tres meses borrados de mi mente, de las máquinas... Ellas lo hicieron. Cuando me hallaron con vida, me llevaron a su madriguera. Adoptaron aspecto voluptuoso y deseable, de hermosas mujeres, al leer mis pensamientos. Me estudiaron largamente, me hicieron una extraña operación de la que no quedaban huellas, para que yo fuese un hombre de especial atracción hacia las mujeres de la Tierra. Una vez aquí, el maldito mejunje que ellas me inocularon con genes de tu especie, sería transmitido a las mujeres de mi mundo. Y empezarían a nacer «ellas». En cantidad cada vez mayor, con rapidez creciente, a medida que estudiaran las crías el proceso de gestación humano... Son endiabladamente astutas y fuertes. De no intervenir yo.,., te hubiesen devorado vivo. Es la ley de su especie, como la de las abejas reina y las mantis de nuestro mundo. Son una especie de insecto inteligente, muy avanzada. A mí... me inocularon tejidos suyos. Una vez cumplida mi tarea en la Tierra, me convertiría en un insecto macho. Y terminaría siendo devorado por ellas, por sus crías... Ahora, ya lo sabes todo. Ni Jennie ni yo procreamos, realmente, semejante clase de seres. Ni tú tampoco, Davy. Hemos sido meros receptáculos. Lo que lograron, sin duda, fue adaptar su propio organismo al del macho humano, para ser fertilizadas a su vez, y extenderse con mayor rapidez. Ya te dije que son muy listas. Y muy crueles» Ellas no conocen la piedad.</p> <p>—De modo que terminarás... convertido en un insecto.</p> <p>—Eso es. Cosa de horas ya. Quizá de minutos. Davy, entonces mi mente se nublará. Pensaré como ellas. Atacaré a los humanos, sean quienes sean. No debes permitirlo, si aún sigues aquí. Davy, ¿por qué no terminas ahora... de una vez? —y le tendió, con gesto patético, el hacha recién utilizada.</p> <p>Vincent retrocedió, angustiado. Meneó la cabeza con energía.</p> <p>—No puedo... Sabes que no podría... —musitó.</p> <p>—Está bien —sollozó Dean, contemplando sus manos, que iban cambiando paulatinamente de color, cubriéndose de una costra velluda por momentos—. Mira, ya termina el proceso de mutación a que me condenaron... Debo irme. No volveremos a vemos, amigo mío. Adiós. Y gracias por todo. Si aún es tiempo.., cuida de Jennie. Sácala de este infierno, di a las autoridades que destruyan todo esto, que acaben con cuantas criaturas nacieron aquí en estos días...</p> <p>—Será difícil que acepten eso las autoridades, las madres...</p> <p>—Lo sé. Pero debes intentarlo. Es el único medio de erradicar el mal. Si no, en poco tiempo la Tierra será una gigantesca colmena de insectos hembra... y de hombres devorados tras cumplir su misión reproductora.</p> <p>—¿Y las mujeres?</p> <p>—Ya lo viste: empiezan por matar a sus madres —afuera, en alguna parte, en alguno de los pabellones, sonó un agudo, largo grito de mujer. Ambos se estremecieron, se miraron con horror—. ¿Lo oyes? Otra madre que es sacrificada. Y así todas... No perdonan. A nadie. No lo olvides cuando luches con ellas como yo lo hice aquí. No te dejes influenciar por ellas, por su poder magnético. Recuerda siempre que, aparezcan como aparezcan ante tus ojos, no dejan de ser lo que son... Tienen la virtud de sugestionar, de hipnotizar, de despertar desenfrenados apetitos sexuales... Lo saben, y lo utilizan en su beneficio, las malditas alimañas... Adiós, Davy. No puedo esperar más. Ni tú tampoco. ¡Huye! ¡Coge a Jennie y huye!</p> <p>Dirigió una mirada larga, entrañable, a su esposa inconsciente, que se agitaba ya débilmente, a punto de volver en sí. Rápido, el monstruo en que actualmente se había convertido Dean Forrester, se alejó, saliendo del pabellón.</p> <p>Fuera de allí, una serie de alaridos horribles empezaban a sonar. Se oyeron disparos lejanos, gritos masculinos, sirenas de alarma...</p> <p>Davy Vincent encajó sus mandíbulas. Tomó en brazos a Jennie y salió con ella de aquel edificio.</p> <p>Lo que contempló, distaba mucho de ser agradable ni esperanzados Sus ojos se dilataron, aterrados.</p> <p>Había soldados en tierra, abatidos. Les faltaba la cabeza. El cuello era un muñón sangrante, la calavera aparecía cerca, ensangrentada y con jirones de piel y de cabello encima.</p> <p>El festín de las mujeres-insecto había comenzado ya en la Tierra. Cada macho seducido por su extraño poder, pasaba luego a ser su alimento.</p> <p>La bárbara, feroz ley de las hormigas, las abejas y las mantis, se cumplía entre aquella raza siniestra, llegada de otros mundos, a través de los órganos genéticos de un ser humano, el único que regresó de los límites del Sistema Solar.</p> <p>Algo más allá, yacían otras mujeres-insecto, con los vientres hendidos a hachazos. Un poco más lejos, yacía el hacha de Dean Forrester. Y no lejos de ella, descubrió Davy un cuerpo enorme de insecto alado, decapitado por sí mismo, en un supremo esfuerzo final.</p> <p>Jennie nunca lo sabría. Pero allí estaba lo que quedaba de su esposo. Dean Forrester había terminado justo a tiempo con su vida. Ahora, ya no quedaba nada de él. Sólo unos jirones de ropa, desgarrada por la metamorfosis monstruosa. Allá, en el edificio de la Maternidad, una dura lucha tenía lugar. Enjambres de mujeres atacaban a los soldados. Algunos yacían ya decapitados y medio devorados. Otros, eran cuerpos de mujer, en plena mutación, muertos a balazos por un destacamento que se había atrincherado en su jeeps quizá a salvo del nefasto poder magnético de las hembras-insecto.</p> <p>En otros puntos, la orgía continuaba, las mujeres eran amadas salvajemente por soldados o civiles, que no tardaban en pasar a ser banquete rápido de sus propias parejas, en una cruel danza nupcial bañada en sangre.</p> <p>—La orgía ha comenzado. Y es, a la vez, sexo y muerte; reproducción y peligro para los humanos... —jadeó Davy, corriendo a través del claro, con Jennie en sus brazos.</p> <p>Ella abrió los ojos, le miró con profunda sorpresa, aferrándose a su cuello.</p> <p>—¡Davy! —gimió—. ¿Qué ocurre? ¿Adonde me llevas? ¡Oh, cielos...!</p> <p>Repentinamente, dilataba sus ojos con terror. Era evidente que había recordado, que a su mente volvía la imagen de las seis mujeres asaltándola ferozmente en su pabellón.</p> <p>—¿Ya recuerdas, Jennie? —musitó Davy, sin dejar de correr en dirección a un lugar seguro—. Sí, ellas te atacaron. Pude salvarte a tiempo... y Dean luego me salvó a mí.</p> <p>—¡Dean! ¿Dónde está él ahora?</p> <p>—Jennie, has de ser fuerte —musitó Davy—. El... murió luchando a mi lado, tratando de defendernos...</p> <p>—¡Oh, no! —Jennie rompió en sollozos—. ¿Qué es lo que ocurre realmente, Davy? ¿Qué horror es este que nos rodea?</p> <p>—El peor imaginable. Algo que llegó de otro planeta, que Dean se trajo de allí sin saberlo... Fue utilizado por una raza inteligente y cruel. Solamente era un objeto en sus manos, el vehículo destinado a desencadenar todo esto... Cuando pudo recordarlo todo, ya era tarde y...</p> <p>Se interrumpió. Un grupo de mujeres cerraban su paso hacia las verjas metálicas que rodeaban los hangares. Parecían comprender que lo que él intentaba era huir en un vehículo, alejándose de Cabo Cañaveral para informar de lo que allí sucedía en estos momentos.</p> <p>Le miraron con sus grandes ojos violeta, hermosas y deseables.</p> <p>—¡Qué hermoso macho! —musitó una de ellas—. ¡Ven, ven aquí! Serás feliz con nosotras, con todas nosotras... Abandona a esa mujer.</p> <p>Su influjo magnético era poderoso. Davy lo sabía por experiencia. Evitó mirarlas y trató de dar un rodeo, a la carrera, pero ellas se desplazaron, formando una línea que le impedía penetrar al interior de los aparcamientos de vehículos civiles y militares.</p> <p>—¿A qué esperas? —le tentó otra—. Ven, amor...</p> <p>Vincent ponía todas sus fuerzas en resistir la llamada del deseo, los influjos diabólicos de aquellas mentes capaces de trastornar a todo hombre a quien sometieran a su voluntad. Pero, por otro lado, tenía que abrirse paso cuanto antes o más enemigos llegarían, formando un cerco inexorable que provocaría su muerte y la de Jennie.</p> <p>Ella, horrorizada, contemplaba a aquellas mujeres que, como desnudas ninfas, recorrían el recinto haciéndose dueñas de los enclaves estratégicos, utilizando su endiablada astucia y su maldad para ir apoderándose de todo, paso a paso, reduciendo a los hombres a la impotencia con su poder hipnótico, para luego convertirlos en su festín.</p> <p>—Tengo que pasar... —musitó Vincent, exasperado—. ¡Tengo que pasar...! ' ;</p> <p>Echó a correr hacia atrás, sin que Jennie supiera qué pretendía. Davy se detuvo junto al cadáver descabezado de un joven soldado. Se inclinó y tomó su pistola,, sin soltar a Jennie. Ella misma le alentó, ahora:</p> <p>—No, Davy. Puedes dejarme en el suelo. Tómame de una mano y te seguiré... ¿Serás capaz de..., de disparar sobre ellas?</p> <p>—No hay otro remedio. Eso... o perecer. Es nuestra alternativa. Dean me enseñó, antes, a ser despiadado con ellas.</p> <p>Llegó ante la hilera de las tentadoras mujeres. Sin mirar a sus peligrosos ojos color violeta, disparó el arma inesperadamente.</p> <p>Tomó por blanco las cabezas de dos de las hermosas criaturas. Ellas cayeron, exhalando un grito ronco. Las demás, enfurecidas, se lanzaron como arpías sobre ellos, al comprender que no podían nada sus artes contra la lúcida mente y la voluntad férrea del hombre.</p> <p>Davy disparó una vez más, abatiendo a otra, y llevando casi a rastras a Jennie, logró alcanzar la valla de alambre, salvándola y corriendo hacia los vehículos allí estacionados.</p> <p>—¡Si alcanzamos uno, quizá haya posibilidades! —masculló Davy, mirando hacia atrás, y comprobando que un grupo de mujeres platinadas corrían ya en pos de ellos para impedirles la fuga.</p> <p>Más lejos, en los restantes edificios de la base, la lucha implacable proseguía. Era la hora de las hembras-insecto. Pronto todo el lugar sería de ellas. Su poder reproductor, en simples minutos, ahora que lograban ir seduciendo a cuantos hombres hallaban a su paso, eliminándoles luego ferozmente, se bastaría para invadir la base de criaturas infernales.</p> <p>—¡Por aquí, Vincent!.—gritó una voz aguda.</p> <p>Giró la cabeza, descubriendo entonces al doctor Kendrick. El médico estaba manipulando un jeep militar, que acababa de sacar de un cobertizo, y su lívido semblante era la prueba más evidente de que sabía lo que estaba sucediendo y había comprendido perfectamente que sólo había un medio de sobrevivir: alejarse lo antes posible de Cabo Cañaveral.</p> <p>—¡Vamos, vamos, no pierda tiempo! —le apremió el médico—. ¡Esas malditas criaturas se están haciendo dueñas de todo! ¡Y no perdonan a nadie!</p> <p>El jeep se aproximó hasta ellos. Davy hizo subir rápidamente a Jennie, y se volvió, cuando tres de las mujeres llegaban ya cerca de ellos. Hizo dos disparos, abatiendo a dos de ellas. La tercera retrocedió, emitiendo unos extraños gritos, en demanda de ayuda.</p> <p>Saltó luego Vincent al vehículo y el doctor Kendrick pisó el acelerador, alejándose de allí a la mayor velocidad posible, perseguidos por un enjambre de mujeres vociferantes que, pese a todo, fueron quedándose atrás, en el infierno en que se había convertido la base espacial, aquella dantesca noche de orgía y de muerte.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>9</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">E</style>L general Matheson escuchó en silencio la historia del doctor Kendrick y del astronauta Vincent.</p> <p>Inicialmente, el escepticismo y la incredulidad habían asomado a su semblante.</p> <p>Luego, cuando sus ayudantes intentaron en vano comunicar con Cabo Cañaveral, empezó a mostrar auténtica preocupación. En una sala inmediata, Jennie Forrester era atendida por una enfermera del servicio de Sanidad Militar.</p> <p>Así, la historia de Davy pudo ser completa y minuciosa. El general, finalmente, se puso en pie y fue personalmente al teléfono, pidiendo comunicar con el Pentágono y con la Casa Blanca.</p> <p>—Muy bien —dijo después—. Vamos a enviar observadores aéreos a la zona, con instrucciones precisas de que no aterricen bajo pretexto alguno y se limiten a fotografiar desde el aire todo el lugar. Con esos informes, veremos lo que se hace, aunque por otro lado, situaremos tropas de la Guardia Nacional en torno a la base, aislándola por completo del resto de la región, para impedir que esas extrañas criaturas se dispersen por doquier. Lo que me preocupa es que, siendo tan inteligentes, posean ahora toda clase de cohetes y naves espaciales.</p> <p>—Ya he pensado en ello, señor —asintió Davy Vincent, sombrío, moviendo la cabeza de arriba abajo—. Y siento igual preocupación que usted. No me gusta pensar que pueda haber la posibilidad de que esos seres se extiendan por doquier, utilizando las posibilidades que tienen en sus manos.</p> <p>—Eso significaría el fin de la Humanidad —se estremeció el doctor Kendrick—. Si usted las hubiera visto... Además, tienen un raro poder magnético. Pueden someter a cuantos hombres deseen, convirtiéndolos en esclavos suyos y devorándoles tras el acto sexual, como auténticos insectos que son.</p> <p>—Sí, ya me lo han contado. No sería una invasión agradable, ciertamente. Pero lo importante es que el presidente conoce ya la noticia y le ha dado el crédito que merece, Y el Pentágono va a poner sus medios para combatir la situación, que no son pocos. Ustedes, señores, pueden ir a descansar por el momento. Créanme que, por ahora, no resuelven nada permaneciendo en pie. Tanto ustedes como la señora Forrester, serán atendidos médicamente y se les aplicarán sedantes para estas horas inmediatas.</p> <p>Davy y el médico se miraron. Este se encogió de hombros.</p> <p>—Creo que el general tiene razón —acabó por manifestar—. No podemos hacer gran cosa ya, estando todo c n manos del Gobierno y del Ejército, Vincent. Nuestra tan a se terminó ya por ahora...</p> <p>Asintió Davy, pensativo, y ambos hombres salieron del despacho del general, que estrechó calurosamente su mano en señal de gratitud por todo cuanto habían hecho.</p> <p>Ahora, como dijera el propio militar, el asunto estaba ya en otras manos más fuertes que las suyas, y no era su tarea intentar algo que estaba muy lejos de corresponderles a ellos o de poder ser combatido por sus pobres fuerzas.</p> <h2>* * *</h2> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Cuando Davy Vincent despertó, el sol estaba ya muy alto en el cielo. Recordó los sucesos de la noche anterior como una auténtica pesadilla y se puso en pie de un salto, yendo a la ventana de la habitación que le habían dado en aquel cuartel militar, próximo a Cabo Cañaveral.</p> <p>Observó allá fuera los preparativos de una operación militar a gran escala. Vehículos blindados, unidades militares bien pertrechadas, se movían por doquier, en un despliegue impresionante de fuerza. Miró al cielo radiante de sol. Numerosos aviones volaban hacia el sur. Hacia la base.</p> <p>—Cálmese, Vincent —dijo una voz tras él—. Todo va bien.</p> <p>Se volvió. Era el doctor Kendrick quien estaba en la puerta de la habitación, con una sonrisa cordial en sus labios, y un brillo optimista en sus ojos. Davy se acercó a él, anhelante.</p> <p>—¿Sabe algo nuevo? —preguntó.</p> <p>—Desperté antes que usted y estuve hablando con el general Matheson —informó el doctor—. Se ha comprobado cuanto dijimos. Las hembras-insecto del planeta Eros se disponen a utilizar las naves espaciales para desplazarse a larga distancia e ir tomando posiciones. Creo que va a ser preciso emplear la energía nuclear...</p> <p>—Cielos... ¿Una bomba atómica sobre Cabo Cañaveral? —se estremeció Davy.</p> <p>—Es inevitable, o esa especie se esparcirá como una horda por el mundo. Creo que el presidente ha autorizado el lanzamiento de la bomba de neutrones. No destruirá las instalaciones ni cuanto contiene la base, ya lo sabe usted. Pero esa especie quedará extinguida por completo...</p> <h2>* * *</h2> <p></p> <p style="text-indent:0em;">El destello cegador de la bomba de neutrones llegó al punto de observación justamente al caer la tarde de aquel día,</p> <p>Jennie se acurrucó contra Davy Vincent, mientras la tarde se inundaba de un nuevo sol deslumbrador, y la tierra temblaba por la explosión nuclear que, en vez de servir para una guerra entre los seres humanos, era el medio de destruir una especie monstruosa de seres llegados de otro mundo para extenderse sobre la Tierra,</p> <p>Las primeras informaciones que se fueron transmitiendo hablaban de una aniquilación total de toda clase de vida humana o animal en la base de Cabo Cañaveral. Si algún ser humano estaba aún allí, resistiendo el acoso de las mujeres— insecto, habría sido desintegrado junto con ellas, sin que las instalaciones, la vegetación y los edificios sufrieran el menor daño.</p> <p>La pesadilla había terminado.</p> <p>El peligro llegado del planeta Eros se extinguió allí mismo donde instaló su primera y terrorífica colmena. No era posible que quedase ni una sola criatura con vida.</p> <p>—Gracias a Dios, un ingenio de destrucción del hombre tiene una utilidad práctica y salvadora para todos nosotros —comentó amargamente el doctor Kendrick, mirando a la distancia, donde tantos amigos habían desaparecido para siempre, ahora desintegrados por la energía nuclear desencadenada, pero quizá ya sin vida mucho antes, víctimas de la ferocidad de aquellos monstruos hermosos—. Creo que es el mejor epílogo que podía tener esta horrible tragedia.</p> <p>Jennie tuvo un sollozo, acaso recordando a Dean Forrester, su marido, muerto también en aquella noche dantesca. Davy la confortó apretando con calor sus manos.</p> <p>—Serénate, Jennie, querida —murmuró—. Dean mismo me pidió... que cuidara de ti de ahora en adelante.</p> <p>—Davy...</p> <p>—Será algo que haré muy gustosamente, querida. Te lo juro...Se miraron a los ojos. No hacía falta más para que ella comprendiese que, en efecto, así iba a ser.</p> <p>—He perdido a un ser querido... y gano otro —musitó tristemente, pero con una luz de esperanza en sus ojos—. Dios, al menos, no me lo quitó todo, Davy...</p> <p>—No. Dios siempre deja un resquicio de luz a sus criaturas..., como hoy nos ha dado finalmente la paz ante ese horror desencadenado aquí sin nadie imaginarlo...</p> <h2>* * *</h2> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Nunca más se oyó hablar de nuevos casos de partos múltiples ni de la existencia de criaturas extrañas a este mundo.</p> <p>La bomba de neutrones dio resultado. Pero todos sabían que no fue esa bomba solamente la que dio fin a la pesadilla, apenas iniciada, sino el valor y energía de un puñado de seres humanos, la voluntad de supervivencia de unos pocos, enfrentados a un peligro terrible y devastador, que jamás imaginaron que pudiera comenzar tan imprevisiblemente, con la simple llegada de un astronauta a la Tierra.</p> <p>Con el retorno de un hombre milagrosamente salvado en un lejano lugar del espacio.</p> <p>Dean Forrester fue el único que volvió.</p> <p>Pero en realidad muchos se preguntaban si, realmente, el verdadero Dean Forrester llegó a regresar alguna vez...</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>F I N</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><img src="/storefb2/C/G-Curtis/El-Unico-Que-Volvio/i2"/></p> <!-- bodyarray --> </div> </div> </section> </main> <footer> <div class="container"> <div class="footer-block"> <div>© <a href="">www.you-books.com</a>. 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