Frank Herbert
DESTINO: EL VACÍO
Título original: Destination: Void
© 1966, 1978 by Frank Herbert
© 1987 Ediciones B S.A.
Rocafort 104 — Barcelona
ISBN: 84-7735-614-9
Edición digital: Sadrac
Revisiones: Abur_chocolat/Jota
PRÓLOGO
Ese era el quinto navío tripulado por clones que salía de la Base Lunar dentro del Proyecto Conciencia y, cumpliendo con las exigencias de su deber, se inclinó hacia el monitor para observarlo atentamente. En la imagen se lo veía rebasando la órbita de Plutón y en esos momentos, como él sabía, la tripulación ya se habría encontrado con las frustraciones programadas de costumbre, y quizás incluso con algunos muertos y heridos graves. Pero ése era el plan.
Se llamaba Terrestre Número Cinco.
El navío tenía la forma de un huevo gigantesco, una de cuyas mitades se extendía como una negra sombra recortada en el telón de fondo de las estrellas en tanto que la otra mitad reflejaba los destellos plateados del lejano sol.
Una tos nerviosa resonó en la oscuridad detrás de él, pero logró sofocar el reflejo de toser a su vez. Otros carecían de su autocontrol. Para cuando se apagaron las toses la nave ya había empezado a girar. El movimiento era imposible..., pero no había forma de negar lo que todos estaban viendo. Dio una vuelta de ciento ochenta grados invirtiendo su curso y volviendo a emprender el sendero que seguía antes.
—¿Alguna pista sobre cómo lo han hecho? —preguntó.
—No, señor. Ninguna.
—Quiero que revise de nuevo la cápsula de mensajes —dijo—. Hay algo que se nos escapa.
—Sí, señor —parecía más bien un suspiro de resignación.
—Preparándose para el lanzamiento de la cápsula... —dijo una voz en la oscuridad.
Sí, todos lo han visto el número suficiente de veces como para predecir la secuencia.
La cápsula era una aguja plateada que asomaba de la popa de la nave y se mantenía adherida a su punto ciego —pues, ¿quién sabía qué tipo de armas era capaz de tener una nave semejante?— hasta que se perdiera entre las estrellas.
En algún lugar bajo sus pies hubo un breve destello llameante... el relé láser con su mensaje: destruir. Una luz purpúrea lamió la bulbosa nariz de la nave. Se mantuvo durante el breve tiempo de tres latidos de su corazón y la nave estalló formando una cegadora flor anaranjada.
—Desde luego, ese modelo Flattery es digno de toda confianza —dijo alguien.
La habitación se llenó de risitas nerviosas, pero él las ignoró, concentrándose en el monitor. Diablos, ¿por qué pensaban siempre en el modelo Flattery? Podía ser cualquiera de la tripulación.
La imagen se enfocó sobre la bola de luz con la avasalladora velocidad del lapso temporal, haciendo que el destello anaranjado de la explosión pareciera parpadear de un modo antinatural. Finalmente el movimiento se hizo más lento, y la imagen mostró los restos de la nave y las breves explosiones de luz buscando su objetivo, la caja de grabación. Eso y la cápsula de mensajes era lo más importante que perduraba después de cada fracaso.
Vio cómo los retractores en forma de garra cogían la caja de grabación, haciéndola desaparecer del campo visual. La luz cristalina siguió iluminando los restos, buscando: todo lo que vieran podía ser valioso. Pero la luz sólo revelaba metal retorcido, jirones de plástico y, de vez en cuando, los miembros destrozados de algún tripulante. Hubo una imagen, breve y particularmente brutal, una cabeza entrevista fugazmente, con parte del hombro y un brazo que había sido amputado justo bajo el codo. Un halo de glóbulos sanguinolentos rodeaba la cabeza, pero aún era reconocible.
—¡Tim! —dijo alguien.
—Mierda... mierda... mierda... —empezó a repetir una voz femenina en la parte trasera de la habitación, hasta que alguien la hizo callar.
La imagen desapareció y él se reclinó en su asiento, sintiendo la punzada de dolor entre los hombros. Tendría que identificar a esa mujer y hacer que la transfiriesen, lo sabía. Era imposible no reconocer el matiz de histeria que había en su voz. Lo más indicado sería alguna forma de catarsis, y lo más dura posible. Desconectó el holovisor y encendió las luces de la habitación. Luego se puso en pie y se volvió hacia ellos, enfrentándose a la repentina y cegadora claridad.
—Son clones —dijo, manteniendo deliberadamente fría su voz—. No son seres humanos; son clones, tal y como lo indica el que todos lleven como segundo nombre «Lon» ¡Son objetos, propiedades! Quien se olvide de ello saldrá de la Base Lunar en la próxima lanzadera. El cartel que hay en mi puerta dice «Morgan Hempstead, Director». No habrá más estallidos emocionales en esta habitación mientras yo siga siéndolo.
1
Le llamamos Proyecto Conciencia, y nuestras herramientas básicas son los clones cuidadosamente seleccionados, nuestros dobles. El motivador es la frustración, y por eso introducimos en nuestro sistema objetivos falsos y cosas que se estropean. Por eso elegimos Tau Ceti como blanco: no hay ningún planeta habitable en Tau Ceti.
Morgan Hempstead. Conferencias en la Base Lunar.
—Está muerto —dijo Bickel.
Sostenía entre los dedos el extremo roto de un tubo de alimentación y estaba contemplando el panel del que lo había arrancado. El corazón le latía demasiado de prisa y notaba que le temblaban las manos.
Unas letras rojas fluorescentes de ocho centímetros de alto formaban una advertencia en el panel que tenía delante. La advertencia parecía una burla después de lo que había hecho unos instantes antes:
NÚCLEO MENTAL ORGÁNICO
MANIPULACIÓN SOLO A CARGO DE
INGENIEROS DE SISTEMAS VITALES
Bickel sentía como si ahora la nave estuviera mucho más silenciosa. Algo (no alguien, pensó) había desaparecido. Era como si la mismísima calma molecular del espacio exterior hubiera invadido los cascos concéntricos del Terrestre, fluyendo a través de ellos hasta llegar al corazón de ese pedazo de metal con forma de huevo que volaba hacia Tau Ceti.
Bickel se dio cuenta de que sus dos compañeros estaban como atrapados por ese silencio. Temían romper ese tranquilo instante de vergüenza, culpabilidad, ira... y alivio.
—¿Qué otra cosa podíamos hacer? —les preguntó Bickel. Seguía sosteniendo el tubo entre los dedos, contemplándolo.
Raja Lon Flattery, su psiquiatra-capellán, carraspeó levemente.
—Calma, John. Todos compartimos la culpa de eso.
Bickel le miró, fijándose en su expresión calculadora y penetrante, percibiendo una vez más los delgados y altivos rasgos de su rostro que, no sabía cómo, le transmitían la sensación de una terrible superioridad encerrada en sus distantes ojos marrones y sus revueltas cejas negras.
—¡Ya sabes lo que puedes hacer con tu culpa! —gruñó Bickel. Pero las palabras de Flattery habían destruido su ira, haciéndole sentirse derrotado.
Bickel se volvió hacia Timberlake: Cerril Lon Timberlake, ingeniero de sistemas vitales, el hombre que debía haber asumido la responsabilidad de ese sucio trabajo.
Timberlake, un hombre nervioso de movimientos veloces que parecía un espantapájaros, con una piel casi tan oscura como su cabello, tenía clavados los ojos en la cubierta metálica, rehuyendo la mirada de Bickel.
Vergüenza y miedo... eso es todo lo que Tim siente, pensó Bickel.
La debilidad de Timberlake, su incapacidad de matar al NMO, aunque ello significara salvar la nave con sus millares de vidas indefensas, había estado a punto de acabar con ellos. Y ahora todo lo que podía sentir era vergüenza... y miedo.
No había dudas sobre lo que debían hacer. El NMO se había vuelto loco, convirtiéndose en una conciencia inestable que iba a la deriva. No era ya más que una bola de materia cerebral enferma, cuyos músculos habían hecho de cada servomecanismo de la nave un arma asesina, que les contemplaba enloquecido desde cada sensor y les dirigía balbuceos irracionales y rabiosos desde cada parlante.
No había duda posible. No con tres de los suyos asesinados. Lo único asombroso era que se les hubiera permitido destruirle.
Quizá deseaba morir, pensó Bickel. Y se preguntó si ése había sido el destino de las otras seis naves del Proyecto que se habían esfumado en la nada sin dejar rastro alguno.
¿Se volvieron locos sus NMO? ¿No supieron hacer frente sus dotaciones umbilicales al dilema: matarle o morir?
Una lágrima empezó a deslizarse por la mejilla izquierda de Timberlake. Para Bickel eso fue el golpe final. Sintió cómo la ira volvía a invadirle y se encaró con él.
—¿Qué hacemos ahora, capitán?
A ninguno de los compañeros de Bickel se le escapó la ironía cargada en el tratamiento. Flattery abrió la boca dispuesto a contestarle pero luego lo pensó mejor. Sí era posible decir que hubiera un capitán en la nave —dejando aparte el NMO de servicio—, una ley no escrita le daba ese tratamiento al ingeniero de sistemas vitales de la dotación umbilical. Pero ninguno de ellos había usado jamás esa palabra de modo oficial.
Finalmente, Timberlake se volvió hacia Bickel; pero todo lo que dijo fue:
—Ya conoces la razón de que no pudiera decidirme a hacerlo.
Bickel siguió mirándole fijamente. ¿Qué desgraciado destino les había hecho cargar con esta imitación de un ingeniero de sistemas vitales? La tripulación había constado de seis personas: los tres presentes más la enfermera Maida Lon Blaine, el especialista en herramientas Oscar Lon Anderson y el bioquímico Sam Lon Scheler. Ahora Blaine, Anderson y Scheler estaban muertos: el cuerpo reventado de Scheler taponaba uno de los conductos de acceso a la popa, Anderson había sido estrangulado por una compuerta enloquecida y la hermosa Maida había sido aplastada por una caja de cargamento que se había soltado.
Bickel pensaba que casi toda esa tragedia era culpa de Timberlake. ¡Si ese estúpido hubiera sido capaz de actuar del modo implacable pero obvio que se requería en los primeros momentos! Habían recibido bastantes avisos, empezando con el hecho de que dos de los tres NMO de la nave se volvieran catatónicos. Era fácil ver donde estaba el problema. Y los síntomas... exactamente los mismos síntomas que habían precedido al colapso del viejo proyecto Conciencia Artificial allá en la Tierra: la destrucción irracional de gente y objetos. Pero Tim se había negado a verlo. Tim había pronunciado vagos discursos sobre la santidad de toda clase de vida.
La vida... ¡Ja!, pensó Bickel. Todos ellos, incluyendo a los colonos en los tanques de hibernación, eran material de biopsia desechable, dobles que habían crecido bajo condiciones de esterilidad gnotobiótica en la Base Lunar. «Intocados por manos humanas», ese era su chiste secreto. Habían conocido a sus profesores nacidos en la Tierra sólo como voces e imágenes del tamaño de muñecos, visibles en las pantallas catódicas del sistema de comunicaciones de la base y, muy de vez en cuando, a través de los cristales triples de las compuertas que sellaban los compartimentos esterilizados. Habían salido de los tanques ajolote para encontrarse con las almohadilladas manos metálicas de las enfermeras que eran extensiones servomecanizadas del personal de la Base Lunar, apartados para siempre de todo contacto íntimo con aquellos a los que servían.
Falta de contacto... esa es la historia de nuestras vidas, pensó Bickel, y ese pensamiento hizo ceder gradualmente su ira hacia Timberlake.
—Bueno... será mejor que hagamos algo —dijo Flattery, interviniendo.
Sabía que debía ponerles en movimiento. Eso era parte de su trabajo... mantenerlos activos, trabajando y moviéndose, incluso si sus acciones desembocaban en un conflicto abierto. Eso ya podría arreglarse cuando llegara el momento.
Raj tiene razón, pensó Timberlake. Debemos hacer algo. Aspiró una honda bocanada de aire intentando librarse de su sentimiento de vergüenza y fracaso... y también del resentimiento de Bickel... el maldito Bickel, Bickel, el hombre especial y superior de innumerables talentos. Bickel, de quien dependían todas sus vidas.
Timberlake recorrió con la mirada el familiar espacio de la sala de mando central situada en el corazón de la nave, un espacio de veintisiete metros de longitud y doce de anchura. Al igual que la nave, la sala tenía una vaga forma de huevo. Cuatro literas de acción de formas redondeadas y provistas de tableros de control casi idénticos entre sí se hallaban dispuestas más o menos en paralelo a la curva que trazaba la parte más ancha de la estancia. Tubos y alambres codificados según sus colores, diales e instrumentos de control, así como una gran variedad de hileras de interruptores e indicadores de alarma se extendían formando una ordenada confusión a lo largo de las grises paredes metálicas. Aquí se encontraba todo lo necesario para controlar el funcionamiento de la nave y de su conciencia autónoma... un Núcleo Mental Orgánico.
Núcleo Mental Orgánico, pensó Timberlake, y al hacerlo sintió que le volvían a invadir la culpa y el dolor. No un cerebro humano, oh, no. Un Núcleo Mental Orgánico. Mejor aún, un NMO. El eufemismo hace más sencillo olvidar que el núcleo fue una vez el cerebro humano de un niño deforme, condenado a morir. Sólo utilizan los casos terminales, dado que ello hace menos discutible la moralidad del acto.
Y ahora le hemos matado.
—Os diré lo que voy a hacer —les explicó Bickel, mirando hacia el tablero de Aceptar-y-Traducir que servía como auxiliar al transmisor de su consola personal de control—: informaré a la Base Lunar de lo que ha ocurrido.
Se apartó del panel destrozado y dejó caer el extremo del tubo de alimentación al suelo, sin mirarlo. Dado que la gravedad de la nave era sólo una cuarta parte de la normal, el tubo bajó lentamente flotando hacia el suelo.
—No tenemos código para esta... esta clase de emergencia —dijo Timberlake, encarándose con Bickel, contemplando con irritación su rostro de forma cuadrada y sintiendo que cada uno de sus rasgos le disgustaba, desde su corto cabello rubio hasta la ancha boca y el voluntarioso mentón.
—Lo sé —dijo Bickel pasando junto a él—. Lo transmitiré en lenguaje sin cifrar.
—¡No puedes hacerlo! —protestó Timberlake, ahora mirando la espalda de Bickel.
—Cada segundo de retraso se añade al lapso temporal —dijo Bickel—. En estos momentos tendrá que atravesar ya más de una cuarta parte del sistema solar.
Se instaló en su litera, disponiendo la cubierta para que lo tapara a medias, y luego hizo girar el transmisor hasta ponerlo en posición.
—¡Será como si se lo contaras a toda la población de la Tierra, incluidos ya sabes quiénes! —dijo Timberlake.
Como estaba bastante de acuerdo con lo que decía Timberlake y deseaba ganar tiempo, Flattery se acercó a la litera de Bickel y le miró.
—¿Qué piensas decirles exactamente?
—Pues no pienso andarme con rodeos —le replicó Bickel. Empezó la secuencia de precalentamiento del transmisor y luego comprobó la cinta—. Voy a decirles que nos vimos obligados a quitarle el control de la nave al último cerebro... y que le matamos durante el proceso.
—Nos dirán que abortemos la misión —le contestó Timberlake.
Sólo una leve vacilación en los dedos de Bickel, ya alzados sobre el teclado, le reveló que le había oído.
—¿Y qué dirás que les sucedió a los cerebros? —le preguntó Flattery.
—Que se volvieron chalados —dijo Bickel—. Sólo pienso informarles de las bajas que hemos sufrido.
—No es eso precisamente lo que ocurrió —dijo Flattery.
—Sería mejor que lo habláramos un poco —dijo Timberlake, empezando a sentir cierta desesperación.
—Oye, mira... —dijo Bickel, volviéndose hacia Timberlake—, se supone que debes ser el capitán de esta lata de conservas, y aquí estamos, a la deriva, sin que nadie se ocupe de los controles —se volvió de nuevo hacia el teclado—. ¿Piensas que estás calificado para decirme lo que debo hacer?
Timberlake palideció de ira. Qué fácil le es vencerme, pensó.
—El mundo entero estará escuchando —musitó.
Sin embargo, se dio la vuelta y se dirigió a su litera para examinar los controles temporales que habían dispuesto justo después de que el primer cerebro de la nave hubiera empezado a portarse de un modo extraño. Se dejó caer en la litera, comprobó los circuitos del computador y pidió los datos del curso que seguían.
—Los Núcleos no se volvieron locos —dijo Flattery—. No puedes...
—En lo que a nosotros concierne, se volvieron locos.
Bickel conectó el interruptor principal. Un murmullo que les erizó el vello llenó la estancia a medida que los amplificadores láser iban acumulando potencia.
Podría detenerle, pensó Flattery, mientras Bickel introducía la cinta vocal en el transmisor. Pero debemos enviar el mensaje, y el único modo de hacerlo es sin el código.
Una serie de chasquidos surgieron a medida que el mensaje era comprimido y luego multiplicado, preparándolo para el salto láser a través del sistema solar.
Con un gesto brusco que traicionaba algo de sus propias dudas, Bickel apretó la tecla anaranjada del transmisor y luego se apoyó de nuevo en su litera mientras empezaba la secuencia de transmisión. El sonido de los relés al cerrarse invadió la sala ovalada.
Haz algo incluso si es un error, se recordó a sí mismo Flattery. Las reglas establecidas no sirven de nada ahora. Y ya es demasiado tarde para detener a Bickel.
Flattery pensó que cuando la nave abandonó la órbita lunar, ya había sido tarde para detenerle. Ese hombre autoritario y de maneras bruscas —o uno de sus relevos en los tanques de hibernación— tenía la clave del auténtico propósito de la nave. El resto eran meros compañeros de viaje.
Al oír el sonido de los relés, Timberlake alzó la mano hacia una agarradera y la apretó ferozmente de pura frustración. Sabía que no debía culpar a Bickel por enfadarse. El sucio trabajo de matar a su último Núcleo Mental Orgánico era algo de lo que habría debido encargarse el ingeniero de sistemas vitales. Pero Bickel debía conocer las inhibiciones que habían sido implantadas en el especialista de esos sistemas.
Durante unos breves instantes, Timberlake dejó que su mente retrocediera hasta los laboratorios y compartimentos estériles de la Luna... el único hogar que habían conocido los ocupantes del Terrestre.
«¡La mayor aventura del hombre: el salto a las estrellas!»
Desde sus primeros instantes de conciencia habían vivido con ese impresionante concepto. Los ocupantes del Terrestre habían sido escogidos con gran cuidado: eran los 3.006 sobrevivientes del más duro proceso de selección que los directores del Proyecto fueron capaces de imaginar para los dobles que tenían a su cargo. Los últimos seis habían sido elegidos entre lo mejor de todos, eran la dotación umbilical que debía tripular la nave hasta que dejara el sistema solar para desconectar luego los escasos controles manuales y entregar el trayecto de 200 años hasta Tau Ceti a la competencia de una conciencia solitaria, un Núcleo Mental Orgánico.
Y mientras esas 3.006 personas yacieran dormidas tras los escudos de agua de los tanques de hibernación, en el corazón de la nave, sus vidas quedarían bajo el cuidado de los servomecanismos y sensores unidos quirúrgicamente al NMO.
Pero ahora somos 3.003, pensó Timberlake con esa misma sensación de dolor, vergüenza y derrota. Y nuestro último NMO ha muerto.
Sentado ante los controles de emergencia, tuvo la impresión repentina de estar solo y vulnerable. Se había sentido razonablemente confiado mientras los cerebros existían y uno de ellos era, en última instancia, responsable de la segundad de la nave. La existencia de los controles de emergencia no había hecho sino aumentar su sensación de confianza. Pero ahora, frente a las hileras de conmutadores, los diales y manecillas, el tablero del computador auxiliar con su parlante incorporado, sus aparatos de lectura y sus cintas de código..., ahora Timberlake se daba cuenta de lo inadecuadas que eran sus pobres reacciones humanas ante las exigencias mensurables en milisegundos de las más mínimas emergencias que podían producirse.
La nave se está moviendo demasiado aprisa, pensó.
Sabía que su velocidad era lenta en comparación con la que debían estar llevando en esos momentos... pero aún así, era demasiado elevada. Activó una pequeña pantalla sensora a su izquierda y se permitió echarle un breve vistazo al cosmos exterior y a los nítidos puntos luminosos de las estrellas recortándose contra el vacío del espacio.
Como de costumbre, el espectáculo le hizo sentir la impresión de que era sólo una diminuta chispa de vida a merced de un azar irracional. Apagó la pantalla.
Algo se movió junto a su codo, atrayendo su atención. Se volvió para ver a Bickel, quien se acercó a él apoyándose en un tubo de guía junto a la consola de control. Había tal expresión de alivio en su rostro que Timberlake comprendió de repente que para Bickel mandar ese mensaje a la Base Lunar había sido como quitarse de encima toda la culpabilidad. Timberlake se preguntó entonces qué habría sentido al matar, incluso si el acto tenía como víctima a una criatura cuya humanidad había permanecido oculta tras toda un aura de mecanismos desde los lejanos años en que el cerebro fue extraído de un cuerpo agonizante.
Bickel estudió el tablero. Cuando el segundo NMO empezó a portarse de modo extraño, Bickel había puesto fuera de funcionamiento el sistema para incrementar el impulso. Pero de todas maneras, el Terrestre se encontraría fuera del sistema solar en diez meses.
Diez meses, pensó Bickel. Demasiado pronto, y demasiado despacio.
Durante esos diez meses la posibilidad computada de que se produjera una emergencia total en el navío alcanzaba la cifra más elevada. La dotación no se encontraba preparada para enfrentarse a ese tipo de presión.
Bickel miró de soslayo a Flattery, dándose cuenta de lo silencioso y absorto que parecía estar el psiquiatra-capellán. Algunas veces a Bickel le ponía los nervios de punta el darse cuenta de lo poco que se le podía esconder a Flattery, pero ésa no era una de aquellas veces. Bickel se dio cuenta de que ahora cada uno de ellos debía convertirse en especialista de sus compañeros. De otro modo, las presiones de la nave y las presiones psicológicas podían llegar a destruirles.
—¿Cuánto crees que tardará en contestar la Base Lunar? —le preguntó Bickel a Timberlake.
Flattery se puso rígido y clavó los ojos en la nuca de Bickel. La pregunta... un equilibrio tan delicado de camaradería y disculpas en el tono de voz... Flattery se dio cuenta de que Bickel lo había hecho deliberadamente. Bickel era más listo de lo que habían sospechado, aunque quizá debían haberlo supuesto. Después de todo, era la figura alrededor de la cual giraba el Terrestre.
—Tardarán un poco en digerirlo —dijo Timberlake—. Sigo pensando en que debíamos haber esperado.
Réplica errónea, pensó Flattery. Tendría que haber aceptado esa apertura. Se pasó el dedo por una de sus hirsutas cejas y avanzó con deliberada torpeza, haciendo que los otros dos se percataran de su presencia.
—Las relaciones públicas son su problema básico —dijo Flattery—. Eso ocasionará cierto retraso.
—Su primera pregunta será: ¿por qué falló el NMO? —dijo Timberlake.
—No había razón médica para ello —se apresuró a decir Flattery; se dio cuenta de que había replicado con excesiva rapidez y percibió que también él se hallaba ahora a la defensiva.
—Resultará ser algo nuevo, algo que nadie había previsto... esperad y ya lo veréis —dijo Timberlake.
¿Algo que nadie había previsto?, se preguntó Bickel. Lo dudaba, pero siguió callado. Por primera vez desde su llegada a bordo sentía la enorme masa del Terrestre a su alrededor, y pensó en todas las energías y esperanzas que habían logrado poner en marcha esa empresa. De pronto se le había ocurrido que una montaña de planes de lo más realistas se habían invertido en el proyecto.
Percibió en su interior las noches sin sueño, las largas sesiones de los ingenieros y los científicos en la que esos soñadores pragmáticos se arrojaban unos a otros sus ideas como pelotas por encima de las tazas de café y los ceniceros desbordantes de colillas.
¿Algo que nadie había previsto? Parece difícil creerlo.
Y con todo, otras seis naves se habían desvanecido en el silencio que ahora les rodeaba... otra seis naves muy parecidas a su Terrestre. Decidió hablar, más para mantener intacto su propio valor que con ánimo de discutir.
—No creo que esto se les haya podido escapar en el tablero de diseño. La Base Lunar tendrá algún plan. En algún lugar habrá alguien al que se le haya ocurrido esta posibilidad.
—Entonces, ¿por qué no nos prepararon para ella? —preguntó Timberlake.
Flattery observó atentamente a Bickel, muy consciente de lo que le había afectado esa pregunta. Ahora empezará a tener dudas, pensó. Ahora empezará a hacerse las preguntas realmente peligrosas.
2
Los hologramas que están viendo en este momento pertenecen al diseño de nuestro modelo Bickel, el más logrado de nuestros «Órganos de Análisis». Su misión es explorar más allá de los modelos de conciencia que la humanidad hereda, y están grabados en sus genes.
Morgan Hempstead. Conferencias en la Base Lunar.
Timberlake movió un dial en su consola para corregir un fallo del ajuste automático de temperatura en el compartimiento tres, anillo nueve del segundo casco de la nave.
—Deberíamos llevar ya mucho tiempo metidos en nuestros tanques de hibernación, y haber rebasado la esfera del sistema solar —musitó.
—Tim, la lectura del tiempo —pidió Flattery.
Timberlake pulsó la tecla verde de la esquina superior derecha del tablero y alzó los ojos hacia la pantalla principal, donde aparecía la lectura del reloj de pulso láser: «Diez meses».
Por lo indefinido de la respuesta, aparentemente el núcleo computador del Terrestre compartía sus dudas.
—¿Cuánto falta para Tau Ceti? —le preguntó Flattery.
—¿A esta velocidad? —le preguntó a su vez Timberlake.
Apartó los ojos un instante de su tablero, y por el modo en que miró a Flattery delató que no se le había ocurrido la posibilidad de hacer el viaje de ese modo: difícil, largo y lento, y con la tripulación activa durante todo el trayecto.
—Digamos que cuatrocientos años, más o menos —dijo Bickel—. Es la primera pregunta que introduje en el computador después de que desmontásemos el incrementador de impulso.
«Es demasiado rápido y listo», pensó Flattery; «habrá que vigilarle o cederá». Y luego se recordó a sí mismo, casi como regañándose: «Pero el trabajo de Bickel requiere un hombre que pueda ceder... incluso hacerse pedazos».
—Lo mejor sería que en primer lugar trajéramos a un relevo de los tanques de hibernación —dijo Bickel.
Flattery miró hacia la izquierda, a las otras tres literas de la estancia: vacías, con las cubiertas recogidas y esperando.
—Traer sólo a uno, ¿eh? —dijo Flattery—. ¿Y vivir aquí?
—Puede que necesitemos periodos ocasionales de reposo en los cubículos —dijo Bickel, señalando con la cabeza hacia la compuerta lateral que llevaba a sus espartanos camarotes—. Pero éste es el lugar más seguro de la nave.
—¿Y si el Proyecto nos ordena abortar la misión? —preguntó Timberlake.
—Su primera orden no será esa —dijo Bickel—. Siete naciones han invertido una inmensa suma de dinero en este asunto, aparte de muchos esfuerzos y sueños. Tienen un propósito, y no cederán fácilmente.
Demasiado listo y rápido, pensó Flattery.
—¿A quién sugieres para que lo saquemos de hibernación? —le preguntó.
—Prudence Weygand, doctora en medicina —dijo Bickel.
—Crees que necesitaremos otro médico, ¿eh? —le preguntó Flattery.
—Creo que necesitamos a Prudence Weygand. Es médico, por descontado, pero nos puede servir también de enfermera para reemplazar a... Maida. También es una mujer, y puede que necesitemos el modo de pensar de una mujer en este lío. ¿Tienes alguna objeción contra ella, Tim?
—¿De qué vale mi opinión? —murmuró Timberlake—. Ya lo habéis decidido, ¿no?
Bickel se había vuelto ya hacia su litera. La petulancia que había en la voz de Timberlake le hizo vacilar, pero luego sacó el traje de vacío y empezó a ponérselo.
—Yo me encargaré de esto mientras que tú y Raj la sacáis —les dijo sin volverse—. Será mejor que vosotros dos os vistáis también y os quedarais así un rato. Sin un NMO a los controles... —se encogió de hombros, acabó de colocar en su lugar los cierres del traje y se tendió en su litera—. Haré la cuenta en el indicador rojo.
Timberlake sintió que todo aquel vértigo le engullía como un remolino. El tablero principal se movió sobre sus guías y se detuvo al unirse a la consola de Bickel.
—¿Y si la Base Lunar contesta mientras estamos en los tanques? —dijo Flattery—. No podremos detener el proceso y volver aquí a tiempo de...
—¿Qué podemos hacer aparte de grabar el mensaje? —le replicó Bickel.
Ajustó los sensores de integridad del casco, y una vez hubo terminado comprobó el sistema de Aceptar-y-Traducir, haciendo girar la consola de éste para tenerla bien cerca, allí donde le fuera posible ver el indicador por si la Base Lunar contestaba.
Flattery se encogió de hombros y sacó su traje de vacío. Se dio cuenta de que Timberlake ya se lo estaba poniendo, aunque no muy a gusto.
A Tim le molesta que Bickel se esté apoderando del mando, pensó Flattery, pero no se da cuenta de que eso es necesario... No puede gustarle, pero ya acabará aceptándolo.
Bickel se convenció finalmente de que la nave funcionaba tan bien como era posible sin el control homeostático de un NMO, y volvió a reclinarse en su litera con los ojos clavados en el tablero, en tanto que los otros dos abandonaban la sala. Oyó un silbido al abrirse los sellos de la compuerta, y luego el chasquido metálico de los cierres magnéticos al entrar en los pestillos y colocarse de nuevo automáticamente los sellos.
Bickel sentía ahora la nave a su alrededor como si poseyera conexiones neurales con todos los instrumentos que aparecían en su tablero. La Terrestre se extendía ante él sin ningún secreto: un gigante monstruoso que a la vez era tan frágil como un huevo... un huevo metálico.
Sin quererlo, la atención de Bickel fue atraída hacia esa luz apagada en la esquina inferior izquierda de su tablero... la luz que habría debido brillar con un vivo destello amarillo indicando que todo iba bien en el NMO.
Pero nada iba bien en el NMO. Los cerebros que no dormían habían fallado. Se les sometió a pruebas de resistencia diseñadas para cada situación concebible, se dijo Bickel. Sucedió algo inconcebible. ¿O no fue así?
La pregunta de Timberlake seguía inquietándole: ¿Por qué no se nos preparó para ello?
En el tablero principal que había sobre él apareció una hilera de luces amarillas, indicándole que el centro de gravedad de la nave se había desplazado. Una brusca y pronunciada variación en el campo gravitatorio había soltado de sus soportes la caja de cargamento para la colonia que mató a Maida. Delicadamente, para que no se produjeran oscilaciones, Bickel empezó a hacer ajustes en los controles para devolver el campo a sus cifras originales.
Habría sido más sencillo arreglárselas sin gravedad, pensó. Pero la ciencia médica nunca había llegado a resolver realmente el problema del deterioro físico sufrido por los seres humanos que pasaban un tiempo prolongado en gravedad cero. El mecanismo del equilibrio del oído interno era aún más susceptible. Cuatro o cinco semanas sin gravedad provocaban daños permanentes en algunos sujetos. Por lo tanto, vivían con un sistema mínimo: el mecanismo del campo gravitatorio que había fallado de modo inesperado y mortífero con Maida.
Las luces del indicador empezaron a parpadear.
Bickel siguió efectuando con mucho cuidado el reajuste. No tenía más que un indicio de teoría para explicar lo que hacía variar de ese modo el campo. Sospechaba que se debía a las anomalías locales que se producían al moverse a través del campo gravitatorio del sistema solar.
La última de las luces se apagó.
Bickel se dejó caer nuevamente en la litera, sintiendo que su respiración se había vuelto ronca y algo jadeante. Tenía el cuerpo cubierto de sudor y podía notar cómo el sistema de su traje intentaba compensarlo. Se dio cuenta entonces de que esa guardia en la sala central podía llegar a ser una especie muy peculiar de infierno. La tensa responsabilidad y el duelo con una muerte desconocida podían llegar a dejarle totalmente agotado. Desde aquí se controlaban sólo las funciones más esenciales de la nave, y los monitores nunca habían sido diseñados para ese tipo de trabajo. Los ajustes más delicados y las reparaciones menos importantes debían esperar hasta alcanzar el punto en que se hubieran hecho lo bastante importantes como para que un tripulante fuera enviado a dirigir los servomecanismos en su tarea.
Podía predecirse mediante cálculos el aumento del daño... el tipo de daño en el que un fallo se añadía a otro hasta dejar fuera de funcionamiento a la nave. Había un punto en que la nave moriría, y ese punto estaba en el futuro que les aguardaba: era fácil decir cuál sería en función de los daños sufridos.
Bickel no intentó introducir el problema en el computador. Conocía sus propios límites. El saber exactamente cuál era ese momento desconocido se convertiría para él en una pesada carga. Aún tenían meses por delante... puede que diez meses enteros. Y esos diez meses eran una eternidad, tal y como estaban ahora las cosas. Era mucho más probable que al navío le sucediera algún otro tipo de catástrofe; casi podía sentirlo.
Había algo que funcionaba mal en el Huevo de Lata... Muy Mal. Bickel no lograba entender que un hombre debiera estar sentado aquí, sintiendo cómo el peso de la responsabilidad aumentaba a cada latido de su corazón, esperando, sabiendo que algún mecanismo o alguna función del equilibrio de la nave fuera a sufrir problemas... y que, pese a todo, no tuviera a su alcance más que medios torpes y poco eficaces para enfrentarse a esos problemas.
Con el NMO en funcionamiento, el equilibrio de la nave había sido un reflejo de nervios y servomecanismos delicadamente ajustados... una respuesta tan homeostática como la de un cuerpo humano sano.
Bickel añadió su propia pregunta a la que había planteado antes Timberlake: ¿Por qué han puesto todos los huevos en la misma cesta?
3
Lo más importante es el hecho de investigar. Eso es más importante incluso que los investigadores. La conciencia debe soñar, y tener un terreno adecuado para ello... y, en el acto de soñar, debe estar siempre creando nuevos sueños.
Morgan Hempstead. Conferencias en la Base Lunar.
Al despertar, Prudence pensó: ¡Lo hemos logrado!
Sintió una nerviosa alegría ante la idea de pisar un mundo virgen, con todas sus extrañas cosas nuevas, y problemas que nadie había encarado jamás. Los seis fracasos habían valido la pena. El siete era el número afortunado. Hemos triunfado. De lo contrario...
Su mente pareció hundirse en un lodazal. De lo contrario era un concepto del que nacían varios senderos muy distintos.
La sensación peculiar de salir de la hibernación, a medio camino entre el dolor y el cosquilleo, iba invadiendo los músculos de sus brazos y piernas, produciendo fugaces nudos de dolor. En tanto que médico, conocía las razones de ese dolor y era capaz de racionalizar el hecho que lo producía: la hibernación humana era un proceso muy distinto a la de los animales. Ni una gota de agua podía permanecer en el cuerpo, y se llegaba a estar tan cerca de las fronteras de la muerte que algunos afirmaban que la hibernación humana era una muerte suspendida.
Intentó sentarse.
Estaba tendida en el suelo del laboratorio lanzadera, y entonces vio a Timberlake y Flattery mirándola. Las expresiones de sus caras le hicieron enfocar agudamente en su cerebro ese concepto de antes: de lo contrario... Por un breve instante miró más allá, hacia los tubos y los implantes de estimulación que habían dejado de estar en contacto funcional con su cuerpo.
Flattery la hizo volver a tenderse.
—Despacio, doctora Weygand —le dijo.
Doctora Weygand, pensó ella. No Prudence ni Prue. Doctora Weygand. Frialdad, formalismo.
Su alegría inicial comenzó a extinguirse. Flattery empezó a explicárselo todo con voz tranquila y llena de seguridad, y pronto ella supo que esa alegría debería ser pospuesta de modo indefinido. Había surgido un problema, y la habían despertado a causa de él.
—¿A quién hemos perdido? —dijo, y sintió que le dolía la garganta después de meses sin haberla usado.
Timberlake se lo dijo.
—Tres muertos... —dijo ella.
No preguntó cómo habían muerto. El otro problema, la contingencia para la que había sido preparada, era más importante que la mera curiosidad.
—Bickel pidió que te sacáramos de la hibernación —dijo Flattery.
—¿Sabes por qué? —le preguntó, ignorando la expresión extraña con que Timberlake les observaba.
—Lo racionalizó —dijo Flattery, deseando que ella se hubiera guardado esas preguntas hasta que hubieran estado a solas.
—Naturalmente —dijo ella—. Pero se ha...
—Aún no se ha planteado el problema —dijo Flattery.
—No hay que atosigarle —dijo ella, y mirando a Timberlake, añadió—. Tim, limítate a olvidar lo que has oído aquí.
Timberlake torció el gesto, sintiéndose repentinamente cansado y temeroso. Flattery se inclinó sobre el brazo derecho de Prue con una pistola anestésica en la mano.
—¿Es necesario? —le preguntó ella, y luego dijo—. Sí, claro...
—En estos momentos, lo único que debes hacer es recuperarte —dijo él, apretando la pistola contra su brazo.
Sintió el golpe del mecanismo al ponerse en marcha y luego el lento avance del narcótico en su organismo. Flattery y Timberlake se convirtieron en figuras borrosas rodeadas por halos de luz.
«Al menos Bickel sigue vivo», pensó ella. «No tendremos que reemplazarle con un relevo... con el segundo de la clase». Y un instante antes de sumergirse en los nebulosos abismos del sueño se preguntó: «¿Cómo habrá muerto Maida? La hermosa Maida que...»
Timberlake observó cómo se iban velando sus ojos azul claro. Su respiración se fue haciendo suave y regular.
Como especialista de sistemas vitales, Timberlake había comprobado la cinta del archivo computerizado correspondiente a cada una de las personas del Huevo de Lata. Recordó en esos momentos que Prudence Lon Weygand había alcanzado una calificación soberbia como cirujana: Excelente, 9 en el manejo de útiles. Y la escala sólo llegaba hasta el 10. Empezó a pensar en la extraña conversación que ella mantuvo con Flattery y se dio cuenta de que aquella cinta no contenía toda la historia: obviamente sus funciones en la nave iban más allá de las reservadas a una cirujana-ecóloga... y como mínimo, una de esas funciones tenía que ver con Bickel.
Tim, limítate a olvidar lo que has oído aquí. A Timberlake aún le parecía escuchar esa fría orden en su cabeza, y sabía que no encajaba con el índice emocional de las cintas de Prudence Lon Weygand. Por ejemplo, en el vector de compasión estaba clasificada como «Posición nueve-d verde». En el reducido espacio disponible para la dotación umbilical, ese índice emocional planteaba problemas debido a lo estrechamente unido que estaba al impulso sexual. Con algo parecido al estupor, Timberlake examinó más de cerca el espectro de sus tubos de alimentación en el gráfico de hibernación y vio que se le habían estado proporcionando las drogas supresoras sexuales anti-S incluso en ese estado. La habían tenido preparada.
¿Preparada para qué?, se preguntó a sí mismo.
Flattery bajó de nuevo la tapa del cubículo y la cerró.
—Dormirá hasta volver prácticamente a la normalidad —dijo—. Será mejor que saquemos un traje de vacío de los almacenes; lo necesitará cuando salga.
Timberlake asintió y comprobó por última vez los escasos sistemas vitales que aún seguían conectados al cubículo. Flattery estaba actuando de un modo muy raro... casi misterioso.
—No hagas caso de todo lo que dijo al despertar —prosiguió Flattery—. Es la confusión normal al salir de la hibernación, ya sabes lo que sucede entonces.
Pero le estuvieron dando drogas anti-S durante la hibernación, pensó Timberlake.
Flattery señaló con la cabeza hacia la compuerta que llevaba a la sala de control y dijo:
—John lleva casi cuatro horas solo ante el tablero. Ya es hora de que descanse un poco.
Timberlake acabó de inspeccionar los indicadores del cubículo y se volvió, precediéndole hacia la compuerta. Al ver la expresión inquieta y pensativa de su rostro, Flattery pensó: «Maldita sea esa mujer y su bocaza. Si Tim le dice ahora algo equivocado a Bickel, puede que todo el proyecto se vaya al cuerno».
4
El estatuto legal del clon como propiedad no puede ser cuestionado. Es una decisión que hemos tomado como especie para asegurar nuestra supervivencia. El clon es un banco de piezas de repuesto, y mucho más que eso. El clon no entra dentro de la prohibición que existe en cuanto a efectuar experimentos con seres humanos sin que se les informe y consientan en ello. Los clones son propiedades, y eso es todo.
Morgan Hempstead. Conferencias en la Base Lunar.
Bickel oyó cuando Flattery y Timberlake entraban en la sala de control, pero estaba obligado a mantener toda su atención en el gran tablero. Acababa de surgir una extraña perturbación cíclica en los circuitos primarios de los bancos de navegación analógica del computador. Aparecía y luego desaparecía, sin causa aparente. Cada una de las perturbaciones en las funciones del computador le obligaba a plantearse de nuevo esa pregunta básica: ¿por qué habían fallado los NMO?
¿Acaso esa nueva pulsación era algo para lo que no estaban preparados los cerebros? Pero ¿cómo era eso posible, si todos los circuitos del último NMO habían sido probados en funcionamiento?
Bickel tenía la sensación de que la respuesta al fracaso del NMO estaba en el área psicológica. El problema se encontraba en ese lugar dentro del cual no podían introducir sus aparatos de prueba: la materia gris que en tiempos formó parte de un ser humano.
Bien, yo sé lo que debemos hacer para arreglar este embrollo, pensó Bickel. Pero... ¿me seguirán los otros?
Bickel oyó cómo Flattery se instalaba en su litera y se arriesgó a lanzarle una rápida mirada. Flattery podía ser difícil de manejar. Sí, estaba doctorado en medicina y había recibido entrenamiento para operar el navío. Podía prestar un turno de guardia, sabía arreglar los servomecanismos y los sensores más sencillos y obedecer las precauciones ordinarias prescritas por el sistema de seguridad vital. Pero también había otro Flattery: el psiquiatra-capellán. Para Bickel, la mitad del psiquiatra ofrecía una especial utilidad, pero el enigma del capellán sólo podía ofrecerle misticismo y discusiones interminables.
Nunca sé qué máscara lleva Flattery en un momento dado, pensó Bickel. Ojalá hubiera sido posible no llevar un capellán a bordo del Huevo de Lata, pero no hubo forma de lograrlo: los millones de personas con opiniones religiosas del mundo pagaban una enorme cantidad de impuestos. Los psiquiatras encargados de entrenar a Flattery y sus relevos habían encarado su labor con toda la sinceridad posible: no tenían demasiada libertad al respecto. Hacía ya mucho tiempo que los psiquiatras habían dejado de negar que su función fuera semejante a la de los brujos... y el paso que había de la brujería a la divinidad era bastante corto.
Timberlake se acercó a Bickel y estudió la perturbación aparecida en los bancos de navegación.
—Se comporta como si fuera un pulso de referencia Doppler surgido del reloj —dijo— ¿Has estado comprobando nuestra posición?
—No —dijo Bickel.
Y justo cuando le contestaba, su mente comprendió de pronto qué era esa perturbación cíclica. Había preparado una alarma en la red del computador para que le advirtiera del momento en que los daños de la nave llegaran a un punto crítico. Los daños en el sistema de navegación podían ser muy graves, especialmente si eran internos. Pero a diferencia de lo que ocurría con la destrucción de la maquinaria, ese daño interno sólo se delataría mediante los errores de posición. El circuito que había improvisado estaba poniendo sobre aviso a uno de los programas principales del computador, y ahora éste realizaba periódicamente una comprobación Doppler de su posición.
Bickel se instaló delante del tablero del computador y realizó una serie de pruebas de referencia con los circuitos de navegación, leyendo luego la resonancia inducida en los diales. Encajaba.
Le explicó a Tim lo que estaba ocurriendo.
—El computador actúa de un modo... casi humano —dijo Flattery.
Bickel y Timberlake intercambiaron una rápida mirada de entendimiento. Casi humano, ¡desde luego! El condenado trasto estaba simplemente haciendo aquello para lo que había sido diseñado.
—Será mejor que cojamos los esquemas del computador y el resto de los planos de diseño, y pensemos realmente en serio sobre lo que puede significar para él la desaparición del NMO —dijo Timberlake.
Bickel asintió. En esos instantes dio gracias de que Timberlake fuera tan bueno en electrónica como cualquiera a bordo de la nave: esos eran los cimientos necesarios para su especialidad. Sin embargo, en sus capacidades siempre había ese pequeño «casi»: el trabajar como ingeniero en sistemas vitales dejaba atrapados a los hombres como él en el rincón de los «generalistas». Sabían mucho de biofísica, pero no eran médicos. Estaban versados en electrónica, pero no poseían la habilidad para armonizar sin esfuerzo las variables, que era la prerrogativa del auténtico ingeniero.
—¿Estás listo para descansar un poco, John? —le preguntó Flattery.
—Cuando queráis. ¿Cómo está Prue?
—La doctora Weygand está durmiendo —dijo Flattery—. Necesita unas cuantas horas más para recuperarse.
¿Por qué se ha vuelto de pronto tan formalista?, se preguntó Bickel. Raj debe saber que estuvimos en la misma clase. Entonces siempre fue Prue. ¿Por qué de pronto debe ser la doctora Weygand?
—Yo me ocuparé del tablero —dijo Flattery, y empezaron a realizar el cambio de guardia.
Timberlake, sintiendo que Bickel se hacía preguntas sobre ella, se dio cuenta de que el énfasis con que Flattery había pronunciado la palabra «doctora» no iba dirigido al ingeniero electrónico.
«Raj me estaba diciendo algo», pensó Timberlake. «Me estaba diciendo que quizá la doctora Weygand tenga razones médicas para haberse portado de un modo tan extraño. Raj me está diciendo que mantenga la boca cerrada». Y sintió cierto resentimiento ante el hecho de que Flattery hubiera creído necesario avisarle de ello.
Bickel cerró su conexión con los controles y abandonó la litera, empezando luego una serie de ejercicios para aflojar un poco sus envarados músculos. Recordó las clases que había compartido con Prue Weygand —matemática en computación, reparación de servos y sensores, funcionamiento del navío— y recordó también a la mujer. Era tan femenina que a veces podía resultar inquietante, y estaba dotada de una gran sensibilidad, que hacía siempre transparente lo que sentía. Bickel pensó que una foto de Prue Weygand descansando mostraría meramente a una mujer no demasiado llamativa, con rasgos regulares y una buena figura, pero no sensacional. Y pese a todo, siempre atraía las miradas de los hombres. Irradiaba de ella una especie de energía vital, especialmente cuando andaba.
¿Fue esa la razón de que la escogiera? se preguntó Bickel. Hizo una pausa en sus ejercicios para examinar esa pregunta. Las mujeres como Prue resultaban problemáticas en una tripulación donde el resto fueran hombres... a menos que todos tomaran drogas anti-S. Pero no podían permitirse el lujo de embotar tanto sus facultades ahora.
«La escogí porque en una nave donde hay cinco relevos para todo, ella es única», se dijo Bickel, intentando tranquilizarse a sí mismo. «Ha sido entrenada en ecología, medicina y matemáticas de computación. Nos será condenadamente útil». Pero aún sentía ciertas dudas.
Se obligó a dejar de pensar en ello y se dedicó a examinar la sala de control, centrando toda su atención en la nave. La nave, más el computador, más los colonos en hibernación... todo un conjunto de recursos que para Bickel podían encajar lógicamente en una función, unos recursos que podía sopesar y evaluar para utilizarlos del modo necesario.
Le pareció sentir los dieciséis cascos concéntricos de la nave extendiéndose a su alrededor: una gran masa ovalada que tenía casi un kilómetro y medio de longitud. Más allá de la barrera de agua y los escudos que protegían al núcleo, se extendían muchos kilómetros de corredores y pasajes, además de un laberinto de compartimentos capaces de sellarse automáticamente. Y a través de todo el navío se hallaba el complicado conjunto de aparatos necesarios para que la vida humana fuera posible en ese entorno radicalmente ajeno a ella: el espacio.
En los tanques de hibernación tenían a dos mil humanos adultos, un millar de embriones humanos y más de seis mil embriones de animales... todo un espectro ecológico completo.
Bickel se volvió y sus ojos recorrieron el tablero. Su plan requería poner en peligro el computador, pero ese riesgo era necesario. Quizá los demás no estuvieron de acuerdo, quizá se opusieran a él... pero finalmente tendrían que aceptarlo.
Miró a Flattery, ocupado en el gran tablero, y luego a Timberlake, que se relajaba con un masaje en su litera. Sus ojos volvieron de nuevo al tablero. El computador del Huevo de Lata era básicamente un sistema polivalente con relojes de rubí láser internos adaptados al «tiempo real», para ir archivando sus propias «experiencias». Había incorporadas en él más de 800.000 rutinas especializadas, instaladas al precio de un exorbitante esfuerzo humano. Bickel sopesó mentalmente el potencial sin utilizar del computador: su flujo de pensamiento evaluado en nanosegundos y sus recursos multiprogramables le permitían regir a la vez miles de secuencias. Era capaz de controlarlas desde el principio hasta el final, gracias a un núcleo de memoria que poseía la capacidad de ponerle en contacto con ingentes reservas de funciones detectoras, operaciones de conexión y redes de alarma.
Con un NMO conectado al sistema como programa de supervisión —como instancia decisora suprema, mejor dicho—, el computador y la nave que controlaba habían sido como una criatura metálica dotada de vida. Pero tres cerebros habían fallado sucesivamente en esa conexión delicada y llena de poderes. Y Bickel el pragmático sólo confiaba en aquello capaz de funcionar. Sin el NMO, el computador de la nave no era sino una masa inerte de maquinaria cuyas respuestas obedecían a un esquema prefijado, y que podían ser aceptadas o rechazadas sólo después de que un ser humano tomara esa decisión.
—¿Cuánto falta para que Prue se una a nosotros? —preguntó Bickel.
—Unas tres horas —dijo Timberlake.
—Quiero su opinión sobre las autopsias —dijo Bickel—. No estoy satisfecho con los resultados de las dos primeras.
Timberlake desconectó el masaje de su litera y miró interrogativamente a Flattery. El psiquiatra-capellán se limitó a sonreír, recordando una vez más que Bickel tenía la tendencia de confiar excesivamente en la lógica, pasando por alto todo lo que no fuera su línea básica de razonamiento; eso a veces le hacía espantosamente aburrido.
—La Base Lunar hará ciertas preguntas para las que no tenemos respuestas —dijo Bickel—. No podemos permitirnos el lujo de quedar como unos idiotas ante ellos —miró a Timberlake—. Nos harán pedacitos lentamente a todos, uno por uno... desde el encargado de sistemas vitales hasta...
—¡Los sistemas vitales funcionaban perfectamente! —le cortó Timberlake.
—Pues será mejor que podamos probarlo —dijo Bickel.
—Revisé toda la consola cuando falló el primer Cerebro —dijo Timberlake—. Puedes comprobarlo tú mismo.
—Ya lo hice. Encontré un par de cosas que no me gustaron. El Primer Cerebro prefería que le llamaran Myrtle. ¿Por qué? No he hallado nada en el núcleo de memoria que pueda explicarlo... salvo el hecho de que fuera extraído de un monstruo genético que probablemente era del sexo femenino.
—Las pruebas de fiabilidad del sistema vital personal de Myrtle, efectuadas en el centro homeostático de la Base Anders, dieron una probabilidad de error de 0,0002 —dijo Timberlake.
—No dejes que esa preferencia por una identidad te engañe —dijo Flattery—. Era en beneficio nuestro, para que fuéramos capaces de antropomorfizar al NMO, y a la nave con él.
—Ya... —dijo Bickel—. Ésa es la razón de que todos acabaran cediendo, pero ¿es la razón correcta?
—Esos cerebros eran tan perfectos como cualquier otro cerebro normal —dijo Flattery, preguntándose por qué permitía que la actitud de Bickel le irritara—. De acuerdo, fueron educados desde sus infancias como una parte del sistema total nave-servos-sensores. ¿Y qué? No conocían ningún otro tipo de vida, ni querían...
—Dijiste que había un par de cosas —le interrumpió Timberlake—. ¿Cuál es la otra?
—Tu informe sobre los sistemas vitales —dijo Bickel—, la anotación 9107 sobre Myrtle. Dice así: «Ninguno de los sistemas parece haber fallado, por lo tanto...». ¿Por qué usaste la palabra parece, Tim? ¿Tenías acaso algunas dudas que no podías transcribir en el informe?
—¡Ni una sola, maldición! —dijo Timberlake—. ¡Esos sistemas eran perfectos!
—Entonces, ¿por qué no te limitaste a poner eso en el informe?
—Tim estaba siendo precavido, es todo —dijo Flattery—. Si has comprobado las grabaciones, habrás visto que mi informe médico confirma todo lo dicho en el otro.
—Salvo en un aspecto —dijo Bickel.
—¿Qué aspecto? —preguntó Timberlake, con los ojos clavados en Bickel y el rostro enrojecido. Un músculo latía lentamente en su mentón.
Bickel ignoró su rabia y siguió hablando:
—Nada explica las quemaduras internas que Raj halló en esos cerebros. Tú dices en el informe: «Quemaduras internas, especialmente a lo largo de los excesivamente desarrollados axones colaterales del extremo aferente». ¿Qué diablos quieres decir con eso de excesivamente? ¿Excesivamente en comparación a qué?
—Uno de los canales principales que llevan a los centros superiores del cerebro era como unas cuatro veces más grueso que cualquier otro visto por mí antes —dijo Flattery—. No sé cual es la razón, pero yo diría que se trataba de un crecimiento compensatorio. Esos NMO tenían que manejar una entrada de datos procedentes de los sensores mucho mayor de la que recibe un ser humano normal. Supongo que te fijarías también en lo grandes que eran los lóbulos frontales, pero el...
—Los planos de diseño del proceso creador de los NMO explican todo eso —dijo Bickel—. Crecimiento compensatorio, de acuerdo... pero no encontré ni una sola palabra sobre unos axones colaterales demasiado grandes. Ni una palabra.
—Esos cerebros habían estado en el sistema mucho más tiempo que los examinados —dijo Timberlake—. Según los informes, sólo cuatro murieron de causas naturales, y nosotros...
—¿Causas naturales? -le preguntó Bickel—. ¿Qué tipo de causa natural puede ser fatal para un NMO?
—Sabes lo que puede ocurrir tan bien como yo —dijo Flattery—. Accidentes... materias irritantes en el baño nutricio, un escudo de radiación faltante a causa de...
—¡De un error humano, no de un NMO! —le replicó bruscamente Bickel—. Nada de «naturales», entonces. Y otra cosa más: Myrtle se hundió en la catatonia, o como quieras llamar a ese estado, cuando sólo llevábamos diez días, catorce horas, ocho minutos y once segundos fuera de la Base Lunar. Pusimos en servicio a Pequeño Joe y duró seis días, nueve horas y un segundo. Por lo tanto le entregamos la nave a Harvey, nuestra última oportunidad... y Harvey aguantó quince horas. ¡Kaput!
—La tensión se hace cada vez mayor, y los cerebros ceden cada vez más de prisa —dijo Flattery—. Pero supongo que te habrás dado cuenta de que las últimas palabras de todos ellos delataron un tipo de perturbación cercano a la esquizofrenia...
—¡Cercano! —dijo Bickel con voz burlona—. Eso es todo lo que se lee en los condenados informes: «Algo similar a...» «Un estado que recuerda a los de...» «Cercano a...» —miró primero a Flattery, y luego a Timberlake—. La verdad es que ignoramos qué diablos sucede en la materia gris de un NMO.
En el tablero principal sobre la cabeza de Flattery, se oyó un chasquido y luego un zumbido. Bickel esperó mientras Flattery luchaba por ajustar manualmente la temperatura en un compartimiento. Flattery acabó de estudiar los diales, asegurándose de que el equilibrio se mantenía, y se limpió la frente cubierta de sudor.
—Amigo, ese tablero es criminal —musitó Timberlake—. No me extraña que esos NMO acabaran rindiéndose.
Flattery apartó unos segundos los ojos del tablero para responderle:
—Tim, no te hagas el tonto. Esta parte del trabajo era como un juego de niños para un NMO en buen funcionamiento. Podían resolver casi todos los problemas homeostáticos de la nave mediante algo emparentado con la acción refleja.
—Emparentado... —dijo Bickel.
—¡Basta ya! —ladró Flattery.
Luego fingió estar muy ocupado con el tablero, para ocultar la confusión que sentía al haber dejado que Bickel le hiciera perder el control de ese modo. Un largo silencio reinó en la sala de mandos. Lo rompió Flattery, una vez recobrada la calma.
—Lo que iba a decir es que las últimas cintas de cada cerebro muestran frases que se parecen a la escritura de los esquizofrénicos. Fingen tener un cierto sentido, a veces incluso topas con alguna frase muy bien construida, casi impresionante... pero lo esencial...
Se calló de golpe al ver aparecer en el tablero principal tres barras diagonales de un vivo color amarillo. La mano de Flattery saltó hacia los controles al mismo tiempo que Bickel gritaba:
—¡Fluctuación gravitatoria! —y se precipitaba hacia su litera.
Las cubiertas de las literas se cerraron con un chasquido a su alrededor, y luego empezaron a sentir las extrañas y erráticas fluctuaciones de peso, la incontrolable variación en el sistema que centraba el equilibrio del campo gravitatorio. La inexplicable anomalía que había matado a Maida.
5
Hacer computadores es como entrenar perros. Debes ser más listo que el perro. Si creas un computador más inteligente que tú, eso se debe a un accidente, a la sinergia, o a una intervención divina.
Entrevista con John Bickel (el original) en La Paz.
Bickel observó cómo las manos de Flattery luchaban para hacer que el sistema gravitatorio volviera a equilibrarse. Tardó en lograrlo unos cuantos minutos —que resultaron bastante agitados—, pero al fin las fuerzas que tiraban de ellos en todas direcciones empezaron a calmarse. El sistema fue centrándose lentamente, mientras Flattery esperaba a que terminara de asentarse. Hizo un último y delicado ajuste en los controles.
—¿Dónde estábamos? —dijo Timberlake.
—Estábamos pasando por el cedazo nuestros datos, esperando sacar algo útil de ellos —dijo Bickel—. Es un sistema largo y no muy bueno, pero debemos hacerlo.
—Compartir la culpa —dijo Flattery.
—¿Cómo? —dijo Bickel, algo ofendido.
—No importa —replicó Flattery—. Volvamos a la primera casilla: recordarás que el primer NMO, Myrtle, dijo: «No me he encarnado». Quizá eso sea lo más preciso que dijo en la fase final de sus balbuceos. Después de todo, aparte de su tejido cerebral, carecía de carne. Pero recordad también que luego, después de un largo silencio, dijo: «Me estoy contando los dedos». No tenía dedos, ni recuerdo consciente de haberlos tenido. Y esa última pregunta: «¿Por qué estáis todos tan muertos?». La mejor hipótesis respecto a todas esas frases es que su posible significado racional se debe a una mera coincidencia.
—Creo que se refería a nosotros, a la tripulación —dijo Bickel—. Ya sé que es una locura, de acuerdo; pero se trataba de una pregunta directa hecha por los parlantes, y nosotros éramos los únicos que podíamos oírla.
—A menos que se estuviera refiriendo a los colonos en los tanques de hibernación —dijo Flattery—. Podría parecer que están muertos bajo ciertas...
—Myrtle tenía contacto directo con los sensores de los tanques —indicó Timberlake—. Si estaban vivos o no es algo que debía saber muy bien.
Bickel asintió.
—Y ¿qué piensas de Pequeño Joe? Iba rugiendo por todos los parlantes de la nave: «¡Estoy despierto! ¡Que Dios me ayude, estoy despierto!».
—Quizá fuera una petición de auxilio —dijo Flattery—. Incluso los delirios más enloquecidos son de un modo u otro una petición de auxilio.
—Eso deja sólo a Harvey —dijo Bickel—. Harvey gritó: «Me estáis obligando a enfermar». Y cuando...
—¿Qué podíamos hacer? —preguntó Timberlake, y Bickel se dio cuenta del matiz histérico que había en su tono de voz—. No había nada que estuviese mal en sus sistemas vitales. ¡Sé que no había nada estropeado!
—Calma, Tim —dijo Flattery—. No era más que otra frase carente de sentido.
—Pero todos sabemos lo que significaba —dijo Bickel—. No vi que nadie diera señales de sorpresa cuando Harvey dijo: «¡He perdido!», y luego se apagó... para siempre. Y nos quedamos con tres Cerebros muertos y ningún recambio para ellos.
La falta de miramientos con que Bickel había expresado esto último hizo estremecerse a Timberlake de modo tal, que no halló explicación. Nunca se había sentido demasiado unido a los NMO. Siempre hubo algo levemente acusador en todo lo referente a las «criaturas de la nave». Raj Lon Flattery le había asegurado que eso era algo estrictamente subjetivo que provenía de sus propias actitudes. Raj dijo estar totalmente convencido de que las entidades NMO-nave-computador estaban perfectamente adaptadas a su modo de vida, y eran felices gozando de sus particulares compensaciones.
¿Qué compensaciones?, se preguntó Timberlake. ¿Vivir mucho tiempo? Pero ¿qué son trescientos o cuatrocientos años de vida, si cada año es un infierno? Se dio cuenta entonces de que las respuestas tranquilizadoras que le habían dado en sus clases de entrenamiento no se acercaban realmente al núcleo del problema: la felicidad de los NMO.
¿Qué sucedería si realmente su vida fuese un infierno? Y debía serlo: están atados como máquinas a todo ese metal, plástico y vidrio, y el tiempo se extiende ante ellos eterno, interminable. Quizá era preferible la muerte.
6
Cada símbolo oculta ciertas premisas detrás de él. Cada palabra, aunque no lo diga, da por sentadas cosas que han sido enterradas por la historia y las experiencias que han condicionado a quienes la pronuncian. Si uno consigue extraer esos significados ocultos en las palabras, es como si un nuevo flujo de conocimientos afluyera a la conciencia.
Raja Lon Flattery. El Libro de la Nave.
Había transcurrido ya la mitad del tiempo asignado para la recuperación de Prudence Weygand, y durante esas horas se habían hecho frecuentes unos silencios llenos de incomodidad en la sala de mandos.
A Flattery no le gustaban esos silencios. Sentía que poco a poco sus compañeros se distanciaban más entre ellos, quizá de un modo irremisible. Y él necesitaba mantener ese delicado contacto, ese medio de control. Ahora mismo reinaba uno de esos silencios; parecía filtrarse hacia ellos desde el espacio que rodeaba el casco de la nave. Flattery sabía que hubiera debido romperlo, pero el silencio le oprimía. Tuvo que aclararse la garganta antes de hablar.
—Me gustaría deciros algo sobre la ira. He presenciado varios estallidos de ira desde nuestra emergencia... incluyendo el mío.
El tono formal, la expresión de su rostro... Todo indicaba que Flattery hablaba ahora de modo oficial como capellán.
—La ira podría llegar a destruirnos —dijo—. El Libro de los Proverbios nos avisa de ello: «Quien cede con prontitud a la ira obra tontamente, y el hombre que obra mal será odiado por sus semejantes. Quien no se deje ganar fácilmente por la ira da muestras de sabiduría, y quien se apresure a tomar sus decisiones acabará cometiendo locuras». Intentemos moderarnos un poco y no ceder tan de prisa al enfado.
Bickel tragó una honda bocanada de aire. Sabía que Flattery tenía razón, pero le molestaba el que se hubiera atrincherado en la religión para hacérselo ver. Hubiera sido más sencillo decir que eso era justamente lo que le molestaba de la religión: el modo en que apelaba a las emociones antes que a la inteligencia.
—Hemos estado perdiendo el tiempo intentando abarcar demasiadas cosas a la vez —dijo Bickel—. Ese tablero principal es una verdadera monstruosidad, que no podemos controlar. Necesitamos un plan organizado y consistente para enfrentarnos a nuestros problemas. Cuando la Base Lunar nos conteste quiero poder decirles que hemos logrado...
Un repentino y poderoso aumento de la gravedad le aplastó contra el costado de su litera. La fluctuación había llegado sin que sonara ningún timbre de alerta, ni se encendiera ninguna luz. Los cerrojos automáticos de las literas se dispararon, y largas telarañas de luces rojas se fueron encendiendo en el tablero principal junto con hileras de luces amarillas.
Flattery golpeó el interruptor que desconectaba la gravedad con el canto de la mano izquierda. La fuerza gravitatoria fue disminuyendo y las luces amarillas se fueron apagando a medida que los interruptores de presión se desconectaban uno a uno. En el tablero sólo quedó una hilera de luces rojas.
—Daños en el casco tres, sección seis catorce —dijo Flattery y empezó a poner en funcionamiento los sensores remotos para que investigaran la zona.
Sin pensarlo conscientemente y sin que nadie lo discutiera, Bickel asumió el mando de la nave.
—Tim, ocúpate de los repetidores G. Deja la gravedad desconectada mientras sigues la inspección de los relés hasta reequilibrar el sistema.
Timberlake movió su tablero dispuesto a obedecerle.
Bickel hizo girar el tablero de AyT hasta tenerlo junto a él y lo sintonizó con los sistemas de la nave y el control del computador. Luego empezó a introducir preguntas codificadas en los grabadores del núcleo. ¿Qué era lo que había encontrado en su trayecto que pudiera explicar esa brutal fluctuación gravitatoria? ¿Qué habían registrado los sensores automáticos?
Las respuestas empezaron a entrar en las cintas casi al instante... demasiado aprisa.
—Error de datos —dijo Flattery, leyéndolas por encima del hombro de Bickel.
Repentinamente furioso, Bickel pulsó el interruptor principal del núcleo en su tablero, dejó estabilizados los controles de AyT y abrió el sistema del núcleo para proceder a una comparación de referencia.
—¡Estás en el núcleo! —dijo Flattery, su voz aguda por el miedo—. No tienes guías de referencia ni fusible de seguridad. Podrías estropear para siempre todas las secuencias de control.
—¡Vuelve a dejarlo como estaba! —gritó Timberlake, levantando la cabeza del apoyo de su litera para mirar a Bickel.
—Callaos los dos. Sé que el núcleo es muy delicado, pero dentro de él hay algo que ya no funciona bien, y que está lo bastante estropeado como para matarnos a todos.
—¿Crees que vas a tener tiempo de comprobar unas ochocientas mil secuencias de control? —le preguntó secamente Timberlake—. ¡No digas tonterías!
—Hay reglas que prohíben lo que estás haciendo —dijo Flattery, intentando mantener su voz tranquila y razonable—. Y tú conoces la razón de que las haya.
—No intentes decirme cómo he de hacer mi trabajo —le respondió Bickel.
Mientras hablaba, Bickel iba examinando las respuestas de memoria del núcleo en contacto directo, con mucho cuidado para evitar una descarga repentina.
—Si cometes un solo error —dijo Timberlake—, se necesitarían seis o siete mil técnicos provistos de un segundo sistema maestro y varios miles de relés impresos para arreglar los daños. ¿Estás dispuesto a...?
—¡Dejad de distraerme!
—¿Qué buscas ahí? —le preguntó Flattery, sintiendo interés a pesar de su miedo. Se había dado cuenta de que Bickel, con sus profundas inhibiciones implantadas en cuanto a volver atrás, era incapaz de hacer algo que fuera a privarles de una de sus herramientas básicas.
—Estoy comprobando la disponibilidad de los periféricos en la memoria del núcleo —dijo Bickel—. En algún sitio debe haber una obstrucción o un desvío. Eso debería aparecer en los módulos de adquisición y control de fase de la entrada de datos... —señaló hacia un medidor del tablero—. ¡Y aquí lo tenemos!
La aguja del medidor saltó de pronto al máximo, para caer luego a cero y permanecer allí.
Con mucha lentitud y cautela, Bickel ordenó una secuencia principal de diagnóstico —aún en contacto directo—, y puso luego el núcleo nuevamente bajo control auxiliar. Finalmente empezó a sacar la sección de memoria del núcleo que presentaba problemas.
En sus controles se empezó a oír el agudo chasquido de los errores que iban apareciendo. Bickel fue leyendo en voz alta el significado de las cifras en código que aparecían en la pantalla sobre su tablero.
—Desactivada región predicción/memoria del núcleo. La masa protónica y dispersión relativas al curso de la nave/masa/velocidad no están acordes con la predicción —Bickel les miró—. Al parecer estamos encontrándonos con algo que no es hidrógeno, y además en unas concentraciones inesperadas... parcialmente a causa de nuestra relación velocidad/masa.
—Vientos solares —murmuró Timberlake—. Dijeron que...
—¡Vientos solares un cuerno! —dijo Bickel—. Mira eso —señaló un grupo de cifras codificadas que estaba apareciendo en la pantalla.
—Veintiséis protones en el núcleo —dijo Timberlake.
—Hierro —dijo Bickel—. Por aquí hay átomos de hierro libres. Lo que nos está ocurriendo es nada menos que la vieja curvatura magnética del campo gravitatorio.
—Tendremos que frenar la nave —dijo Timberlake.
—¡Tonterías! —le rebatió Bickel con énfasis—. Pondremos un fusible de sobrecarga para que interrumpa el sistema G. No entiendo por qué diablos no lo hicieron los ingenieros al diseñarlo...
—Quizá no podían concebir ninguna fuerza lo bastante grande como para hacer que el sistema se desviara —dijo Flattery.
—Sin duda —dijo Bickel, con la voz llena de disgusto—. Pero cuando pienso que un sencillo interruptor con un contrapeso podría haber evitado la muerte de Maida...
—También ellos confiaban en los reflejos del NMO —dijo Flattery—, ya lo sabes.
—Lo que sé es que estaban pensando en línea recta, cuando tendrían que haber previsto también las curvas —respondió Bickel.
Abrió los cierres de su litera, puso su traje en manejo portátil y se lanzó cruzando en diagonal la sala de control hacia la compuerta de Herramientas y Reparaciones. Aquel trayecto en condiciones de ingravidez le recordó que tenían un tiempo limitado para volver a la gravedad normal. Un lapso demasiado prolongado sin gravedad y la tripulación sufriría daños físicos irreversibles.
7
Pensé en la criatura que había dejado libre entre la humanidad, dándole la voluntad y el poder para llevar a cabo sus horrorosos propósitos... Un ser al que yo mismo había moldeado, dándole la vida, y que se había enfrentado conmigo a medianoche entre los precipicios de una montaña inaccesible.
Mary Shelley. Frankenstein o el Prometeo moderno.
Bickel se cogió a una abrazadera para equilibrarse e hizo girar el aparato de reparaciones móvil. Abrió un panel para tener acceso al sistema gravitatorio, identificó los cables y se puso a trabajar. Se movía en silencio, con gestos rápidos e irritados, sin vacilar nunca ni una fracción de segundo, pensando todo el rato en su dilema.
Hierro. ¿Iones libres de hierro aquí? Era posible pero, ¿acaso había una respuesta más sencilla a la anomalía, algo que fuera capaz de producir lecturas falsas en sus instrumentos?
¿Era posible que alguna parte del sistema informador de la computadora hubiera sido mantenido en secreto, que no se les hubiera revelado su existencia? Sabía que no sólo era posible sino probable, pero... ¿qué razón había tenido la Base Lunar para hacerlo?
La respuesta se le escapaba, pero sabía que no le quedaba otro remedio que seguir buscándola.
Finalmente logró instalar el fusible improvisado en el cable que proveía de energía al generador gravitatorio. Hizo las conexiones, comprobó los circuitos con una carga falsa y colocó de nuevo en su sitio el panel.
—Tendremos que volver a ponerlo en posición manualmente cada vez —dijo.
Apoyó un pie en la mampara y se impulsó hasta regresar a su litera. Se instaló de nuevo en ella y miró a Timberlake.
—¿Está equilibrado el sistema?
—Por lo que se ve aquí, sí —dijo él—. Haz una prueba, Raj.
Flattery se aseguró de que tanto Timberlake como Bickel estaban seguros en sus literas y conectó el campo gravitatorio. A medida que los generadores se ponían en marcha, oyeron un leve silbido que se fue acallando al estabilizarse el sistema. Flattery sintió la presión en sus omóplatos y fue afinando los ajustes hechos antes por Timberlake.
—Tim —dijo Bickel—, quiero los esquemas para la cámara del NMO, incluyendo cada una de las conexiones de los sensores y sus códigos de función, ordenados desde el menos preciso al más delicado. Necesitaré que hagas lo mismo con el control de servomecanismos, todo el...
—¿Por qué? —preguntó Timberlake.
—¿Estás pensando en conectar el cerebro de un colono? —le preguntó Flattery, intentando ocultar la revulsión que le causaba tal idea.
—Un cerebro humano maduro probablemente no sobreviviría a la transferencia —dijo Timberlake, sintiendo vergüenza por el interés que había sentido al pensarlo.
Cada una de las inhibiciones incluidas en su entrenamiento protestaba ante algo así, pero si el sistema del NMO era restaurado, ninguno de ellos tendría que volver a pasar la espantosa prueba de instalarse ante el tablero principal de la sala de mandos. Alzó los ojos para mirar a la flecha de un verde claro que indicaba quién estaba a cargo de los controles —Flattery— y empezó a sudar de miedo imaginando cuando esa flecha girara hasta indicarle a él.
—¡Diablos! —les replicó bruscamente Bickel—. ¿De dónde habéis sacado tal idea? No será de nada que yo haya dicho... —levantó la cabeza de la litera y miró primero a Timberlake y luego a Flattery—. No sabemos qué les ocurrió a nuestros tres perfectos cerebros. ¿Por qué infiernos iba a querer yo conectar ahora uno que no ha sido probado? —apoyó de nuevo la cabeza en la litera—. De todos modos es imposible. Un hombre tiene derecho a emitir su opinión sobre lo que van a hacerle. ¿Cómo pensáis que íbamos a poder realizar una votación en los tanques? No podemos despertarles a todos para preguntárselo.
—¿Estás pensando en desmantelar los controles del NMO y convertirnos en un sistema ecológico cerrado? —le preguntó Flattery—. Si se trata de eso, deberías...
Le interrumpió el agudo zumbido del receptor AyT, que llenó la estancia avisándoles de que estaba procesándose un mensaje.
Bickel fue siguiendo el movimiento de las luces a través de su tablero a medida que el mensaje era engullido por los receptores, pasado a los bloques de comparación y luego refinado hasta formar una comunicación —con el coeficiente de fiabilidad probable anotado junto a cada letra—, siendo finalmente reducida su velocidad hasta hacerlo inteligible para los oídos humanos.
Se han tomado su tiempo, desde luego, pensó Bickel. Examinó el reloj y luego sustrajo la demora causada por la distancia. Casi siete horas... Entonces pensó en las primeras naves, que usaban la radio de un solo canal y enviaban sus mensajes a través del sistema solar con sólo unos cuantos vatios de potencia... Pero el factor de error/incertidumbre se incrementaba con la distancia, y a medida que aumentaba la interferencia. El sistema del Huevo de Lata había sido ideado para enviar informes automáticamente monitorizados por el computador a través de distancias estelares, y era capaz de transmitir a la Tierra —a unos observadores que aún no habían nacido— cómo iba todo en sus naves estelares.
Sonó el timbre que indicaba el final del proceso: el mensaje estaba listo. Bickel activó el parlante y fluyó de los aparatos la voz de Morgan Hempstead, director de la Base Lunar Unida, perfectamente reconocible y con sus gélidos y acerados matices preservados por los comparadores del AyT.
—A la nave Terrestre de la BLU, desde Control del Proyecto. Les habla Morgan Hempstead. Esperamos que puedan entender nuestra inquietud y preocupación. Cada una de las decisiones que tomemos a partir de este punto debe tener como motivo primordial la conservación de sus vidas y las de los colonos...
Eso lo dice pour la gallèrie, pensó Flattery. En los tanques de hibernación hay representadas siete naciones y cuatro razas... pero se les puede sacrificar tan fácilmente como a los que nos precedieron.
—Tenemos varias preguntas para empezar —dijo Hempstead.
Yo también tengo algunas, pensó Bickel.
—¿Por qué no fue alertado el Proyecto cuando falló el primer NMO? —les preguntó Hempstead.
Bickel archivó mentalmente la pregunta. Conocía la respuesta, pero no pensaba transmitirla nunca, porque Hempstead la conocía igual de bien que él. El Huevo de Lata era una idea con el impulso suficiente como para haber sobrevivido a seis fracasos: sólo otra catástrofe definitiva sería capaz de ponerle fin. Nada, excepto una emergencia desesperada, podía hacerles correr el riesgo de abortar la misión pidiendo ayuda.
—Las referencias Doppler indican que estarán fuera del sistema solar en aproximadamente trescientos dieciséis días a la velocidad actual estabilizada —dijo Hempstead—. Tiempo hasta Tau Ceti: cuatrocientos años o más.
Mientras le escuchaba, Bickel se iba imaginando al hombre que había tras esa voz: un rostro que parecía tallado en piedra, con el cabello gris, los ojos entre grises y azulados, y el aura de alguien capaz de tomar decisiones instantáneas impregnando hasta el más pequeño de sus gestos. Los chicos de psiquiatría le habían bautizado como «Papaíto» a espaldas suyas, pero cuando daba una orden se precipitaban a cumplirla. Bickel se dio cuenta de ya no volverían a verle, pero que sus decisiones eran aún capaces de imponerse a ellos.
—El primer análisis indica las siguientes posibilidades —prosiguió Hempstead—. Primera: pueden volver y ponerse en órbita alrededor de la BLU hasta que se resuelva el problema y se instalen nuevos Núcleos Mentales Orgánicos. Con eso volveríamos a encontrarnos ante el viejo problema del control estéril bajo unas condiciones no exactamente ideales. Eso podría eliminar también definitivamente a la nave como probable causa del fracaso de los NMO, haciendo quizá la solución imposible.
—Siempre fue capaz de aburrir hasta a los muertos —dijo Timberlake.
—Segunda posibilidad: pueden convertirse en una ecología cerrada y proseguir a la velocidad actual, ya sea sacando relevos de los tanques de hibernación, o engendrando y educando a los complementos necesarios. Naturalmente, con ello habría una elevada probabilidad de daños genéticos debido a la necesidad de permanecer fuera de las áreas protegidas del núcleo el tiempo suficiente para construir alojamiento. Sin embargo, su mayor problema sería la comida, a menos que adoptaran un sistema más reducido e integrado de reciclaje.
—Un sistema integrado y reducido de reciclaje... —dijo Flattery—. Se refiere al canibalismo. Han llegado a discutirlo como posibilidad...
Bickel se volvió para mirar a Flattery. La idea del canibalismo era repugnante, pero no era eso lo que le había llamado la atención. «Han llegado a discutirlo». Esa sencilla frase contenía volúmenes enteros de preguntas sin respuesta e implicaciones ocultas.
—Tercera —estaba diciendo Hempstead—: pueden construir la conciencia necesaria en su robo-piloto, usando el computador de la nave como base. Nuestros cálculos indican que tienen los materiales suficientes, incluidos los equipos de neuronas almacenados para los robots de la colonia. Eso es teóricamente factible.
—¡Teóricamente factible! —se burló Timberlake—. ¿Acaso piensa que nunca hemos oído mencionar todos los fracasos de...?
—Shhhh —le hizo callar Flattery.
—El Consejo del Proyecto sugiere que continúen con el curso y la velocidad actuales —siguió Hempstead— mientras se hallen dentro del sistema solar. Si no se ha logrado ninguna solución para entonces, la opinión actual es que se les ordenará volver —a eso siguió un largo silencio-... a menos que tengan alguna sugerencia alternativa.
Se les ordenará volver, pensó Flattery. Se volvió para ver el efecto que esas palabras clave producían en Bickel. Iban dirigidas a él, y habían sido preparadas cuidadosamente para activar sus motivaciones más hondas.
Bickel estaba callado y pensativo, con los ojos clavados en la imagen microscópica del mensaje que aparecía sobre el parlante, comprobando la fidelidad y precisión con que se había recibido.
—Por el momento —dijo Hempstead—, el Control pide un informe detallado sobre el estado de todos los sistemas de la nave, con especial referencia a los colonos hibernados. Es un hecho reconocido que prolongar el viaje aumenta la probabilidad de fallos en la hibernación. También hemos admitido que deben reemplazar las pérdidas en la tripulación a partir de los tanques. Se harán sugerencias en cuanto a esos reemplazos, atendiendo a sus peticiones. Compartimos su dolor ante esos desgraciados accidentes, pero el Proyecto debe continuar.
—Un informe detallado sobre todos los sistemas de la nave —dijo Timberlake—. Se ha vuelto loco...
Qué fría era la conversación de Hempstead, pensó Flattery. La frase delataba el gran cuidado con que había sido preparada. La cantidad justa de dolor; no demasiada.
Del parlante salió un crujido atenuado por los filtros y luego nuevamente la voz:
—Aquí Morgan Hempstead cerrando la transmisión. Acusen el recibo y respondan a nuestras preguntas de inmediato. BLU, fin del mensaje.
—Faltan demasiadas cosas por decir —Bickel había estado sintiendo constantemente a lo largo del mensaje las «tachadas por razones políticas». El delgado alambre político sobre el que hacían equilibrios era puesto más de relieve por todo lo que no se había dicho.
—Crear una conciencia en nuestro computador —gruñó Timberlake—. ¿Hasta qué grado de estupidez pueden llegar? —miró a Bickel—. John, tú formabas parte de uno de los primeros intentos en la BLU. Tendrás el honor de responderle a «Papaíto» donde puede meterse esa idea.
—Ese intento fue todo un desastre, de acuerdo —dijo Bickel—. Pero sigue siendo el único camino que nos queda, realmente.
Timberlake siguió hablando, enfurecido, como si no le hubiera oído.
—En ese fracaso de la BLU había tales expertos, que al lado de ellos nosotros somos una mera pandilla de aficionados.
Pero Flattery sí había oído a Bickel, y tuvo que darse la vuelta para ocultar una sonrisa.
—Todos leímos aquel informe, Tim —le dijo, en tono apacible.
—La única parte que valía la pena leer era el resumen final —Timberlake alzó la voz, convirtiéndola en un falsete burlón—: «Logro imposible para el nivel actual de la tecnología».
—Eso era una excusa, no un auténtico resumen del experimento —dijo Bickel.
Su mente retrocedió hasta los días de investigaciones infructuosas en la BLU en busca del Factor de la Conciencia Artificial. Siempre había existido un muro estéril entre su parte del grupo y el personal de la estación, pero los tres recintos de vidrio del muro no habían logrado esconder nunca el olor del fracaso. Ese olor había rodeado al proyecto desde el principio. Se habían enredado en ovillos interminables de fibra pseudoneurónica, perdiéndose en un laboratorio de luces que parpadeaban y relés que chasqueaban, entre el siseo de las cintas y el aroma amargo del ozono en los aislantes quemados al sobrecargarse los circuitos. Habían buscado un modo mecánico para lograr hacer algo de lo que su carne era capaz sin ningún esfuerzo: ser conscientes. Y habían fracasado.
Y sobre todos ellos se había cernido constantemente el temor —aunque no hablaran de ello—, sabiendo lo que había sucedido al único proyecto que había logrado el éxito, según los informes, allá en la Tierra.
Timberlake se aclaró la garganta, y sacó una mano de la litera observándose atentamente las uñas.
—Bien, ¿cómo vamos a contestar sus malditas preguntas? Allá deben estar viviendo en un sueño si esperan que presentemos un informe detallado sobre los sistemas de la nave sin la ayuda de un NMO.
—Pero tenían que pedírnoslo —dijo Bickel—. Y tendremos que mandarles algún tipo de informe.
Bickel miró a Flattery.
—Raj, tú podrías hacer algo que dejara contento a Hempstead. Los psiquiatras son expertos en mentir.
A veces Bickel puede llegar a percibir de un modo increíble las cosas más sutiles, pensó Flattery. He de avisar a Prudence.
—John, todos nosotros prometimos dejar de lado las mentiras.
—Igual que dejamos de lado el derecho a nacer y tener padres —dijo Bickel—. Fue muy sencillo: alguien lo hizo en nuestro nombre.
Flattery sabía que debía decir algo de prisa, antes de que la conversación se hundiera en la más abyecta autocompasión. Concentró toda su atención en un lugar donde la pintura del tablero principal había saltado y escogió sus palabras con mucho cuidado:
—La nave precisa una dirección consciente para el trayecto principal, John. Debe tenerla. El viaje conlleva demasiadas cosas desconocidas, a las cuales se deberá dar respuesta de modo muy rápido. Así pues, ¿qué hacemos?
—¿Me lo preguntas a mí? —replicó Bickel—. Tú eres el psiquiatra.
Pero no el motivador, pensó Flattery. No soy yo quien puede dotar de un propósito a nuestros esfuerzos.
—Para esto harán falta métodos más directos —dijo.
Bickel le miró.
—Bueno, ¿qué vamos a decirles? —insistió Timberlake—. Quieren saber la razón de que no les alertáramos cuando el primer cerebro se fue al cuerno. De todos...
—Hay otra cosa más —dijo Bickel, mirando fijamente a Timberlake y apartando los ojos de Flattery—. No nos dieron ningún código para ese tipo de emergencia. ¿Debemos pensar entonces que creían imposible un fallo en los NMO? No. Debemos pensar que tenían otro motivo, y que tras esa decisión había un propósito determinado.
—Ah, demonios... —protestó Timberlake—. Bick, le estás buscando las tres patas al gato.
Bickel negó enfáticamente con la cabeza.
—No es así. Nos estaban diciendo con muchísima claridad que si eso ocurría, estábamos abandonados a nuestros propios recursos. Debemos encontrar un conductor para el viaje del Huevo de Lata.
Está dando vueltas alrededor del problema principal, pensó Flattery. ¿Cuándo dará finalmente con él?
Bickel se humedeció los labios con la lengua. Esta conversación en la que se evitaba constantemente la auténtica necesidad de encontrar una conciencia que dirigiera la nave le perturbaba profundamente. Era demasiado honesto consigo mismo como para ignorar ese hecho.
—No había ninguna razón física para que esos cerebros fallaran —dijo Timberlake, recogiendo el hilo de la conversación anterior—. Los sistemas vitales eran perfectos. Es como si hubieran decidido suicidarse... bajo los efectos de alguna tensión desconocida.
Con un gesto brusco, Bickel puso su tablero de AyT en fase de transmisión.
—De acuerdo, intentaremos entretenerles un poco con su informe detallado. De todos modos ya saben que eso llevará tiempo. En cuanto a la razón de que no les alertáramos antes, he decidido decirles sin rodeos que eso fue su error, al no darnos ningún código para ese tipo de emergencia. Si...
—Lo único que conseguirás será irritar a Hempstead —dijo Flattery.
—La ira de Hempstead nos será mucho más útil que su calma y sus trucos ocultos —dijo Bickel—. Un hombre irritado comete más errores, y puede que así nos ayude realmente un poco.
—¿Qué te hace pensar que «Papaíto» intentará engañarnos? —le preguntó Timberlake.
—Es un político, y un administrador. Aunque sea de modo inconsciente... —Bickel vaciló unos segundos; una idea había parecido brillar en su mente... para escapársele después. Siguió hablando en voz más baja—. Aunque sea de modo inconsciente, pondrá las consideraciones políticas por delante de todo lo demás. Sus primeros esfuerzos irán consagrados a mantenerse en el poder. Nosotros nos hallamos en una posición en la que podemos tirar por la borda los elementos políticos y concentrarnos en nuestro problema más inmediato. Para hacer eso debemos introducir unos cuantos palos entre los engranajes políticos y dedicarnos sólo a lo que necesitamos. Ya veréis como acabamos enterándonos de algo útil...
Diestro, sutil y capaz, de gran astucia, pensó Flattery. Será mejor que le vigile de un modo muy cuidadoso.
—Algo útil... —dijo Timberlake—. ¿Como qué?
—Como el consejo de ciertos especialistas de la Base Lunar, y la cantidad de tiempo de computador que pueden concedernos.
—No puedes separar la política de todo lo demás —protestó Flattery—. Lo único que lograrás será ponerles a todos nerviosos y...
—Si quieres ver lo que hay en el fondo de la olla, tienes que sacudirla con fuerza primero —dijo Bickel—. Y quiero que, primeramente, nos definan la «conciencia».
Otra vez muy por delante mío, pensó Flattery. Le estoy subestimando continuamente, y debo evitarlo. Un descuido podría arruinarlo todo.
8
Entre toda la dotación del Terrestre, Raja Lon Flattery es aquel al que se le ha dado la información más precisa, aunque por supuesto de un modo adecuadamente calculado. Eso era necesario, pues se le debía proporcionar una terminal secreta instalada en su cubículo a través de la cual podría observar el estado de la nave y la dotación. El sistema requería un fusible principal, y Flattery es ese fusible.
Morgan Hempstead. Conferencias en la Base Lunar.
Acudió a la sala de mandos, sintiéndose aún algo débil y desorientada. Estaba claro que el desplazamiento del poder estaba produciéndose más aprisa de lo esperado, por lo que se obligó a controlar la debilidad de su cuerpo y trató de colocarse una máscara de bienestar y tranquilidad que realmente no sentía.
La estancia ovalada de la sala de mandos no debería confundirla de ese modo; había pasado en ella muchas horas de entrenamiento —rodeada por los diales, los indicadores, los tubos y los controles de los tableros— antes de que partieran, pero persistía la sensación de encontrarse en un sitio que no le era familiar. Luego, a medida que fue recobrándose, empezó a darse cuenta de los sutiles cambios que se habían efectuado en las conexiones, los controles y los indicadores. Todo era obra de Bickel.
Comprendió que todos aquellos cambios eran necesarios para poder situar la nave bajo control manual, pero también se daba cuenta de todos los fallos que se habían cometido en el trabajo. Sólo entonces descubrió el enorme peligro que estaban corriendo y se volvió hacia Flattery, que estaba terminando su turno en el gran tablero. En todos sus gestos había claras señales de fatiga: seguía moviéndose con la precisión de un cirujano, pero el modo en que se relajaba bruscamente tras cada uno de los ajustes que hacía en el tablero delataba el rápido agotamiento de su energía.
«Debería ser relevado ahora mismo», pensó, aunque sabía que aún no estaba lista para ver cómo el indicador verde giraba apuntándola a ella, y tampoco segura de qué tal estarían Bickel y Timberlake.
Tim permanecía callado y con expresión malhumorada. Bickel la recibió calurosamente, y luego le había entregado un grueso fajo de programas. Evidentemente, el fin del trabajo era construir un modelo electrónico capaz de multi-simulación, a la imagen del núcleo de memoria del computador principal.
Muchos de los programas no estaban completos. Se instaló en su litera y se dedicó a examinar la serie de pruebas que fue apareciendo ante ella en la pantalla. Le parecía notar la opresiva cubierta de la litera incluso a través del traje de vacío, y sintió deseos de que su cuerpo hubiera tenido el tiempo suficiente para recuperarse totalmente de la ordalía sufrida al salir de hibernación. Pero a su alrededor todo le indicaba que debía ponerse manos a la obra. No había tiempo para permitirse el lujo de una lenta recuperación.
Bueno, estás orgullosa de tu posición y el título... Prudence Lon Weygand, D.M., se dijo a sí misma. Tú pediste el trabajo. Ya sabes qué debes hacer; adelante...
Sin embargo, la vieja reprimenda de siempre no logró darle nuevas energías. Por ello, antes de hablar hizo un esfuerzo consciente para no dar señal alguna de que se encontraba aún débil.
—Esta vez la Base Lunar tarda más en responder —dijo—. Y les hice algunas preguntas para las que necesitamos contestaciones.
—Estarán demasiado ocupados intentando saber cuál es el significado real de nuestra réplica —dijo Bickel.
—O quizá están intentando encontrar un modo para decirnos que hemos mordido más de lo que podemos llegar a masticar —dijo Timberlake.
Ella sintió el miedo en su voz.
—Raj lleva en el tablero casi cuatro horas. ¿No va siendo ya hora de que descanse, Tim?
Flattery sabía lo que ella estaba haciendo, pero no pudo evitar que un escalofrío le recorriera la espalda. Siempre cabía la posibilidad de que Tim no fuera capaz de hacerlo.
Timberlake sintió que se le resecaba la garganta. Naturalmente, ella había supuesto que él daba las órdenes: él era el encargado de los sistemas vitales. Y la muy perra tampoco se había ofrecido como voluntaria para relevarle... Pero quizás había pasado aún poco tiempo desde que salió de los tanques. Los metabolismos no siempre eran iguales, y seguramente ella debía conocer muy bien lo que podía hacer y lo que no. Por otra parte, según el turno normal, le correspondía suceder a Bickel en el tablero principal.
Sus ojos recorrieron las paredes de la sala de mandos y el círculo con que el tablero encerraba sus literas. Bickel iba el primero, luego Prue, luego Flattery... y el último lugar era el suyo.
Mi turno, se dijo Timberlake. Sintió que las palmas de sus manos empezaban a cubrirse de sudor. Bickel había cumplido su turno en el tablero lamentando obviamente cada minuto que le apartaba de sus malditos cálculos. Estaba claro que no se ofrecería como voluntario.
Debo ocuparme del tablero, pensó Timberlake. Cuando esa flecha verde se moviera señalando hacia él, más de tres mil vidas dependerían de sus actos. Y además de esas vidas, estaban también todas las otras vidas y sueños que habían sido invertidos en el proyecto.
Cada una de esas vidas parecía señalarle con el dedo.
¡No puedo!, pensó.
Tarda demasiado, pensó Flattery.
—Voy a entregarte el tablero cuando acabe la cuenta, Tim. Me estoy quedando sin fuerzas.
Antes de que Timberlake pudiera protestar la cuenta ya había empezado, y su mano se movió automáticamente hacia el gran interruptor rojo. El tablero se le acercó y la flecha giró, señalándole. Todas las exigencias del tablero parecieron caer de golpe sobre él, sumergiéndole. Casi una tercera parte del sistema que controlaba el escudo de temperatura necesitaba ser reajustado.
Deberíamos seguir las conexiones del NMO e instalar automatismos para hacer la parte fea del trabajo, pensó.
Y, finalmente, entró en la rutina exigida por el tablero.
—Esto es lo que haremos —dijo Bickel.
Alzó los ojos y sorprendió un intercambio de miradas algo raras entre Flattery y Prue. Se detuvo, indeciso. ¿Habría algo entre los dos? Si se trataba de los típicos problemas entre un hombre y una mujer, la cosa podía resultar grave.
—Estabas diciendo... —le animó Prudence.
Bickel vio que ella tenía clavados los ojos en él. Se aclaró la garganta y examinó las cifras y los esquemas intentando asegurarse de que estaban bien.
—El computador debe ser la base para lo que construyamos, sea lo que fuere, pero no podemos interferir con el núcleo de la memoria y los controles principales. Eso quiere decir que deberemos usar un modelo electrónico simulado. Parte del sistema AyT...
—¿Y las comunicaciones con la Base Lunar? —preguntó Prudence.
Vaya estupidez, pensó, logrando ocultar su irritación.
—Instalaremos un circuito automático que restaure la función del AyT cada vez que un flujo llegue a nuestras antenas. Usaremos una bocina de alarma.
—Oh... —ella asintió, preguntándose lo lejos que podría llegar hasta que él se diera cuenta de que le estaba haciendo enfadar de modo deliberado.
—Se tratará de un modelo capaz de funcionar —dijo—, que duplicará ciertas características reales del sistema total, pero que no funcionará de modo tan completo como el sistema basado en el computador. Con todo, podrá darnos la posibilidad de observar directamente ciertas funciones con equipo convencional, y nos dirá el punto en que debemos apartarnos de lo convencional. El ambiente, las señales y los parámetros del sistema pueden ser observados y cambiados a medida que progrese su desarrollo. Y lo único que nos hará falta será un enlace de un solo sentido con el computador para permitirle registrar todos los resultados que obtengamos.
Eso ya era fácil de imaginar, pensó Flattery. Pero ¿adonde irá después de eso?
—Generaremos un entorno con una escala temporal y le aplicaremos al sistema sus propias señales para producir efectos, siempre bajo análisis.
—Bien —dijo Prudence—. ¿Y luego?
—Basándome en mi experiencia con las pruebas de la BLU —respondió Bickel—, puedo deciros qué caminos vale la pena explorar y cuáles pueden acabar dándonos una conciencia artificial. Y digo «pueden»... A partir de ahí, tendremos que actuar a base de probar, e ir eliminando lo que no sirva.
—¿Tendremos que lidiar siempre con el lapso de retraso y la posibilidad de que haya errores de transmisión mientras dejamos que la Base Lunar vaya analizando nuestros progresos? —dijo Flattery.
Bickel examinó sus cálculos y esquemas para mirar luego otra vez a Prudence.
—¿Tenemos a bordo algún matemático lo bastante competente como para descifrar las traducciones a código de nuestros resultados?
Prudence dejó de mirar a Bickel y sus ojos se posaron en los gráficos y los fajos de esquemas. Había podido seguir gran parte de lo que él hacía para combinarlo después con los programas que le había entregado, pero cada vez que se encaraban con el problema, se metían en el mismo círculo vicioso: ¿dónde empezaba realmente la conciencia?
—Quizá yo pueda arreglármelas con la parte matemática —dijo—. Sólo quizá...
—Entonces, ¿qué camino exploraremos primero? —le preguntó Flattery.
—La hipótesis de la teoría de campo —dijo Bickel.
—¡Oh, estupendo! —gruñó Timberlake—. Así que debemos suponer que el todo es mayor que la suma de sus partes.
—Vale —dijo Bickel—. Pero el simple hecho de que no podamos ver algo o definirlo, no quiere decir que no esté ahí, y que no deba entrar en la suma. Vamos a tener que jugar con montones de incógnitas, demonios. El mejor modo de encarar esa clase de trabajo es como lo haría un ingeniero: si funciona, entonces ésa es la respuesta que buscábamos.
—Defíneme lo que es la conciencia —dijo Prudence.
—Eso se lo dejaremos a los grandes cerebros de la BLU —dijo Bickel.
—¿Y nuestro único contacto entre el modelo simulado y el computador principal será a través de los canales de carga? —preguntó Prudence—. ¿Qué hacemos con los programas de supervisión y control?
—No vamos a tocar las líneas de comunicación interna del computador —dijo Bickel—. Nuestro sistema auxiliar entrará por un canal de un solo sentido, y montaremos en él un fusible para evitar los rebotes.
—Entonces... no podrá darnos una simulación total —le señaló ella.
—Cierto —concedió Bickel—. Tendremos siempre que arreglárnoslas con un coeficiente de error. Si se hace demasiado alto, cambiaremos nuestro plan de ataque. El simulador será solamente un ayudante..., y en ciertos aspectos no será demasiado inteligente.
—¿No hay modo alguno de que ese ayudante pierda los estribos? —preguntó Flattery.
—El programa que lo supervise será, siempre, uno de nosotros —dijo Bickel, intentando no dar señales de irritación al hablar—. Uno de nosotros se encontrará siempre en el asiento del conductor. Lo conduciremos como... como un buey tirando de una carreta es conducido desde el pescante.
—Ese buey no tendrá luego ideas propias, ¿verdad? —insistió Flattery.
—No, a menos que logremos resolver el problema de la conciencia —dijo Bickel.
—¡Bah! —le soltó bruscamente Flattery—. Y cuando sea consciente, ¿entonces qué?
Bickel le miró, sorprendido, absorbiendo el auténtico significado de lo que había dicho.
—Yo... —dijo por fin-... supongo que será como un recién nacido... en cierto sentido.
—¿Qué recién nacido tuvo alguna vez la información y todas las experiencias que están acumuladas en el computador principal de esta nave? —le espetó Flattery.
Bickel está recibiendo demasiadas cosas de golpe, pensó Prudence. Si le empujamos hasta desequilibrarlo puede que se rebele, o que empiece a buscar en los sitios equivocados. No debemos dejar que lo adivine.
—Bueno... el ser humano nace con instintos —dijo Bickel—. Y a los bebés se les da un entrenamiento en... en humanidad.
—Encuentro los aspectos religiosos y morales de todo este asunto levemente repugnantes —dijo Flattery con voz átona—. Creo que esto es un pecado. Si no se trata de un pecado de orgullo, entonces es algo igualmente maligno.
Prudence le miró. Flattery parecía realmente inquieto... se le habían enrojecido las mejillas, le temblaban las manos y en sus ojos había un brillo extraño.
Eso no estaba en el programa, pensó ella. Quizás sólo esté cansado.
—Muy bien —dijo—. Podemos construir un campo de impulsos capaces de interactuar entre sí, pero eso nos mete de golpe en un problema de la teoría de juegos donde tenemos incontables...
—¡Oh, no! —le cortó Bickel—. El intento que hicieron en la BLU estaba viciado desde el principio con ideas de la teoría de juegos como la «Orden Constante» y la «Constante de Movilidad», aparte de toda la conducta dirigida desde dentro o desde fuera. Me costó muchísimo tiempo darme cuenta de que no sabían ni tan siquiera de qué estaban hablando.
—Para ti es fácil decirlo —contestó Prudence, esforzándose por hablar despacio y sin excitarse—. Olvidas que yo vi la máquina de juegos que produjeron. Cuanto más la usaban, más iba convirtiéndose en...
—Bien, cambió —admitió Bickel—. La máquina creó partes de su... personalidad a partir de sus oponentes. ¿Qué quiere decir eso? Tenía algunas características comunes con la conciencia, claro... pero no era consciente.
Ella le dio la espalda, logrando que su gesto resultara a la vez despectivo y burlón. «Debe pensar que sólo puede confiar en sí mismo», se dijo.
Flattery miró a Prudence, y luego volvió a mirar a Bickel. Cada vez le costaba más ocultar el resentimiento que sentía hacia él. «Psiquiatra, cúrate a ti mismo», pensó. «Bickel debe tomar el mando. Yo no soy más que un fusible de seguridad». Contempló el panel falso que había en su tablero repetidor personal, pensando en el gatillo que escondía y en el gemelo de éste, oculto en su cubículo tras la mampara, bajo las líneas del gráfico sagrado.
«Orden de retroceso arbitrario», se recordó Flattery a sí mismo. Esa era la señal en código procedente de la BLU para la que debía mantenerse a la escucha, la señal a la que debía obedecer... a menos que, según su juicio personal, la nave debiera ser destruida antes de que recibiera dicha señal.
Bastaría sencillamente con apretar uno de esos gatillos ocultos para activar el programa principal en el cerebro del computador, abriendo las compuertas y detonando las cargas explosivas. Significaría la muerte y la destrucción para la tripulación, la nave, los colonos y toda la carga.
¡Colonos y carga!, pensó Flattery. Era un psiquiatra demasiado bueno como para no darse cuenta de la culpabilidad que se escondía tras el cuidadoso aprovisionamiento de la nave. «Si resolvéis el problema de la Conciencia Artificial, podréis crear una colonia en algún lugar del espacio. No en Tau Ceti, naturalmente, pero...»
Y era demasiado bueno como adivino para que no lograra ver a través de toda la cortina de humo religiosa, comprendiendo lo esencialmente justo que era su papel en el proyecto. Dados los peligros conocidos, debía existir un fusible de seguridad. Tenía que haber alguien con la voluntad y los medios para destruir la nave. Flattery conocía las razones: eran muy reales y el único calificativo posible era el de «brutales».
Los primeros y vacilantes intentos por reproducir de modo mecánico la conciencia habían sido hechos en una isla de Puget Sound. La isla ya no existía. «¡Una conciencia enloquecida, sin freno!», habían gritado. Y era cierto. Algo había desafiado las leyes naturales, matando al personal del laboratorio, destruyendo todos los sensores y devastando con rayos energéticos todo lo que rodeaba los edificios.
Finalmente, se había llevado la isla... sólo Dios sabía dónde. ¡Puf! Ya no había isla. Ni personal de laboratorio. Sólo quedaba el agua grisácea, y el frío viento del norte rizando las blancas olas. Los peces y las algas habían invadido el área donde antes se había encontrado la tierra cubierta de hombres y equipo.
Sólo el pensarlo hizo que Flattery se estremeciera. Conjuró en su mente la imagen del gráfico sagrado de su cubículo y trató de absorber un poco de la paz que había en su campo de serenidad, y en la tranquila expresión de aquellos rostros santos.
Ni tan siquiera la Base Lunar mantenía demasiado contacto ahora con el proyecto. Era demasiado vergonzoso educar al personal de la nave, verse obligados a frustrar a tantos hombres y mujeres jóvenes y entusiastas.
«Cada nave del proyecto debe mantener su coeficiente de frustración», decían las instrucciones confidenciales. «La frustración debe provenir tanto de fuentes mecánicas como humanas». Pensaban en ella como en un umbral, un factor que ayudaba al incremento de la inteligencia.
Parecía una locura, pero quizá tuviera sentido.
Y por eso en la tripulación había alguien como Flattery... y como Prudence Lon Weygand. Y equipo que se estropeaba, unidades robóticas de reparación a las que constantemente les hacía falta un supervisor humano... y emergencias programadas para complicar aún más las reales.
9
El Universo deriva en última instancia de un principio de conciencia espiritual único y eterno. Al aceptar esto te conviertes en un creyente de La Nada, que debe ser entendida como el Vacío Primordial: es decir, la materia básica a partir de la cual se creó todo e, igualmente, el telón de fondo sobre el cual puede ser percibido todo lo creado.
Documentos de la Base Lunar. La educación de un Capellán-Psiquiatra.
El turno de guardia había sido agotador, y Flattery ansiaba el momento de volver a su cubículo. Quería bañarse en el generador de campo y examinar el humor del complejo de computadores. Ese era uno de sus deberes primordiales: estar seguro de que el computador había vuelto al estado de pura máquina después de haber sido privado de su último Núcleo Mental Orgánico. Siempre quedaba la posibilidad —por difícil que fuera— de que uno de esos intentos lograra verse coronado accidentalmente por el éxito.
Pero no había modo alguno de que pudiera irse pronto sin despertar el tipo equivocado de sospechas. Bien, había otra cosa que el capellán-psiquiatra debía hacer también.
Miró a Bickel.
—No podrás mantener bajo observación todos los matices del comportamiento de tu máquina —dijo Flattery—. No puedes estar totalmente seguro de cada una de las interacciones posibles para sus circuitos.
—Ya —dijo Bickel—. El sumar las partes no te da la suma que quieres... o la que te hace falta. Así pues, ¿por qué esos idiotas de la BLU se dedicaron a construir sus circuitos alrededor de multiplicadores Eng? Respóndeme a eso.
Timberlake miró a Flattery, pensando: «¡Adelante! Haz que Bickel empiece con ese tema. ¡En eso es el número uno!».
—En la BLU se dijo que estabas intentando convencerles para usar... —contestó Flattery, pero Bickel le interrumpió:
—¿Intentando? —dijo con un gruñido—. Prácticamente se los supliqué de rodillas. Se portaron como si yo fuera un imbécil, y repitieron una y otra vez que los computadores se limitan a sumar... Incluso cuando multiplican, lo que están haciendo es meramente una serie de sumas. Siguieron con eso hasta que yo...
—No sugeriste ningún cambio lógico en los circuitos —dijo Flattery—. Al menos, eso es lo que oí yo.
—Porque no me dieron la oportunidad de hacerlo —dijo Bickel—. ¡Mira! El multiplicador Eng funciona mediante semiconductores, y es lo bastante pequeño como para satisfacer nuestras necesidades de miniaturización. Trabaja de modo algo parecido al de un seguidor catódico, y por eso las exigencias de circuitería no son demasiado difíciles para nosotros. Básicamente es un multiplicador, y según el tipo de circuitos usados harán falta varios potenciales de tipo linear, semilinear e incluso no-linear de los que el aparato sacará un potencial que será producto de los que hayan entrado en él. Lo que hace es multiplicarlos. Pero lo más importante es que cuando inviertes el cableado, obtienes un aparato capaz de actuar sobre un circuito dividiéndolo en un punto que varía según la carga del potencial. ¡Trabaja como una célula nerviosa!
—El equipo de la BLU debió tener buenas razones para no seguir tus sugerencias al respecto —dijo Prudence—. Si ellos...
—Dijeron que yo no había logrado probar que se tratara del análogo de una función orgánica —se burló Bickel—. ¡Que no lo había probado! ¡Jesús! Si ni tan siquiera me concedieron el tiempo de computador necesario para efectuar las pruebas de los circuitos. Todo el mundo andaba ocupado intentando definir qué es la conciencia.
—Pero tú aceptaste su definición, ¿no? —preguntó Flattery.
—Si la hubiera aceptado, no les pediría ahora que volvieran a definir de qué se trata —resopló Bickel—. Ya había visto todas las etiquetas que mi estómago era capaz de soportar sin ponerse enfermo. La conciencia es darse cuenta de los objetos, decían. Y entonces, ¿qué sucede con los objetos de la conciencia?, pregunté yo. Olvídate de ellos, me dijeron. Es sencillamente el darse cuenta de las cosas. Entonces yo les pregunté qué era la conciencia cuando no había nada sobre lo cual enfocarla. Eso no es importante, me dijeron. Es pura y simplemente el darse cuenta de las cosas. Luego cambiaron de rumbo, y dijeron que ese darse cuenta de las cosas resulta de tres fuerzas primarias. ¿Cuáles son esas tres fuerzas primarias? Una entidad o «yo», más el organismo de esa entidad, más todas las cosas externas susceptibles de actuar como estímulo. ¡Más los objetos! No, no es eso, dijeron ellos. Esto quiere decir simplemente que la conciencia (o el darse cuenta) juega con tres factores, y es una complicación carente de sentido intentar multiplicar dos por dos cuando puedes sumarlos y seguir los circuitos de un modo más directo.
—Estás simplificando excesivamente la discusión —dijo Prudence.
—De acuerdo, la estoy simplificando demasiado. Pero lo que os he contado era lo esencial.
—Y, naturalmente, tienes una respuesta preparada —dijo ella.
—Ya os he dicho que no pude lograr que me dieran tiempo para usar el computador. Ni siquiera tuve ocasión de hacerlo a escondidas.
—Pero insistes en que puedes probar tu...
—Mira —dijo Bickel—, me dijeron que no había logrado probar que se trataba de una función parecida a la de un órgano. Pero yo sé que puedo hacerlo.
—Lo sabes, eso es todo —dijo ella—. No puedes hallar las palabras suficientes para...
—Cuando se ha trabajado como yo, con tantos instrumentos destinados a medir flujos mentales, y se ha visto la cantidad suficiente de diseños de computador —dijo—, adquieres una capacidad instintiva para entender las funciones de esos trastos. A veces te basta con mirar el diseño de un circuito para saber al momento cómo se supone que va a funcionar. No te hace falta mirar las instrucciones del fabricante.
—¿Te estoy entendiendo correctamente? —le preguntó Flattery—. ¿Te estás refiriendo a Dios como a una especie de fabricante? Si se trata de eso...
—¡Adelante! —estalló Bickel—. Fíjate en el diseño del cerebelo humano. No intentes discutir conmigo sobre quién lo diseñó; limítate a mirarlo. Eres médico. ¿Qué te sugiere?
—¿Qué te sugiere a ti? —contraatacó Flattery.
—Que dentro de él se efectúan mediciones de ciertos potenciales —dijo Bickel—. Es un sistema de equilibrio... muy parecido al reflejo vestibular que nos impide caer constantemente de culo cuando andamos.
—Pero el cerebelo es igualmente una terminal, un final —dijo Prudence.
—El aflujo de señales del cerebro al cerebelo no cesa ni tan siquiera cuando duermes —dijo Flattery—. ¿Cómo puedes entonces...?
—Por lo tanto, el cerebelo absorbe energía como si fuera una esponja de capacidad infinita —dijo Bickel—. La energía está fluyendo siempre hacia él... de todos los tipos: emocional, sensorial, motriz y mental. ¿Por qué debemos asumir ingenuamente que el cerebelo no efectúa ninguna actividad? Eso es algo que no podrás hallar en ningún otro lugar de la naturaleza, o de los ingenios fabricados por el hombre: un sistema de tal complicación que se limita a permanecer inmóvil sin hacer absolutamente nada.
—¿Pretendes decir que el cerebelo es la sede de la conciencia? —preguntó Flattery.
—Y aún no la has definido —dijo Prudence.
Toda su atención estaba concentrada en Bickel, e intentaba con todas sus fuerzas ocultar el nerviosismo que sentía. Su argumento no era nuevo, pero le parecía notar que esta vez sabía mucho mejor a dónde se dirigía que cualquiera de las veces anteriores.
—¿La sede de la conciencia? ¡No! Lo que digo es que el cerebelo podría actuar como mediador de la conciencia, integrándola, equilibrándola... y que esa conciencia es un fenómeno consistente en un campo que se produce a partir de tres o más líneas energéticas. Somos algo más que nuestras ideas.
—Prue tiene razón —dijo Flattery—. No estás definiendo lo que es la conciencia.
Miró a Prue, consciente de su creciente emoción y empezando a sentir cierto resentimiento hacia ella. El conocer cuál era la fuente de ese resentimiento no le servía de mucho alivio.
—Pero puedo llegar hasta ahí por la puerta de atrás —dijo Bickel.
—Lo que no es la conciencia —dijo Prudence.
—¡Correcto! —exclamó Bickel—. No se trata de la mera introspección, ni del sentir, el percibir o el pensar. Todo eso son funciones fisiológicas. Todo eso pueden hacerlo las máquinas, y pese a ello siguen sin ser conscientes. Lo que andamos persiguiendo es un fenómeno del tercer orden... una relación, no una cosa. Algo que no es sinónimo del darse cuenta de las cosas o del ser consciente de ellas, algo que no es subjetivo. Una relación.
—Somos más que nuestras ideas —repitió Prudence.
—Ahí está la respuesta: super-máquinas sumadoras de la BLU —dijo Bickel—. Eso es lo que no cesaba de repetirles siempre sobre la indefinición de esa dichosa conciencia humana... Cuando se suman las entradas de datos como si fueran una serie ordenada en el tiempo, no siempre se obtiene una respuesta acorde a la proporcionada por la salida de datos. Y si no se trata de sumar, entonces debe tratarse de un problema matemático más sofisticado.
Mientras escuchaba a Bickel, Timberlake sintió de un modo intuitivo que eso encajaba. Bickel iba en la buena dirección, a pesar de que el paisaje a su alrededor siguiera cubierto de niebla. Somos más que nuestras ideas.
Prudence se reclinó en su litera, sopesando las palabras de Bickel. Las instrucciones eran que se le debía dejar en libertad sin ponerle trabas, pero al mismo tiempo debía tener la sensación de que sí se las ponían. Notando que se había dejado involucrar demasiado estrechamente en el problema, se obligó a dar a sus siguientes palabras un matiz de irritación:
—¡Maldita sea, sigues sin dar una definición!
—Puede que jamás logremos hacerlo —dijo Bickel—. Pero eso no quiere decir que seamos incapaces de reproducirla.
—¿Quieres empezar a montar un prototipo para comprobar tus teorías? —preguntó Flattery.
—Usando como base nuestro sistema de comunicaciones AyT —dijo Bickel.
—El AyT está conectado directamente al núcleo del computador —dijo Flattery—. Es parte del programa principal de traducción. Si cometes un solo error, puede que destruyas el corazón de la computadora. No estoy muy seguro de que debiéramos...
—Estará dotado de interruptores y fusibles de una seguridad a toda prueba —dijo Bickel—. No habrá ni la menor oportunidad de que haya una descarga de rebote y...
—Sin el computador, todos nuestros sistemas automáticos cesarán de funcionar —dijo Timberlake—. Quizá fuera mejor que lo pensáramos un poco. Si...
—¡Basta ya, Tim! —protestó Bickel—. Podrías disponer ese sistema de seguridad tan bien como yo. No existe la menor oportunidad de que algo pueda pasar a través de...
—No logro quitarme de la cabeza esas supuestas máquinas-para-pensar de la BLU —dijo Timberlake—. No podremos observar toda su conducta. Si se nos pasa por alto una sola conexión, es posible que trastornemos un programa de control que resulte vital.
—No vamos a pasar por alto ninguna conexión, eso es todo. Tenemos a nuestra disposición la totalidad de los planos; no estamos volando a ciegas. Lo único que podríamos estropear realmente es el AyT, y a la distancia actual de la BLU su valor no es muy grande que digamos.
¿Acaso quiere dejarnos aislados de la BLU?, pensó Flattery. Ellos sugirieron que podía llegar a intentarlo. No podemos dejar que lo haga.
—Si arruinas el sistema AyT —dijo Flattery—, ¿cuánto tardaríamos en poder restablecer las comunicaciones?
—De quince a veinte horas —dijo Bickel—. Pasado ese tiempo podríamos haber montado un circuito improvisado que se encargara de ellas.
—Sí, más o menos sería eso —accedió él.
—Usaremos el AyT como base para nuestro simulador —dijo Bickel—. Saquearemos los depósitos destinados a la colonia y cogeremos rollos de fibra neurótica, multiplicadores Eng y el resto de los componentes básicos. Lo que necesitamos conseguir es un sistema que pueda simular las funciones del aparato nervioso humano.
—Pero... ¿será consciente? —le preguntó Flattery.
—Todo lo que podemos hacer es ir avanzando a base de intentos —dijo Bickel—. Nuestro computador y el mismo AyT funcionan sobre principios análogos a los de la adición. Vamos a construir un sistema que funcionará de un modo estrictamente basado en infinitas multiplicaciones. Nuestro sistema producirá unidades-mensaje que serán el resultado de muchos multiplicadores.
—Lo haces parecer tan sencillo... —dijo Prudence—. Conectar la red A y la red B en los puntos D y D prima y se obtiene el Factor Conciencia... FC para abreviar.
Bickel frunció los labios, enfadado.
—¿Tienes un plan mejor?
¿Habré presionado demasiado?, se preguntó ella.
—Oh, estoy contigo, Bickel —se apresuró a decir—. Obviamente conoces todas las respuestas.
—No conozco todas las respuestas —gruñó Bickel—, pero no pienso quedarme aquí sentado gimoteando sobre el destino, y no pienso dar la vuelta.
¿Y si llegamos a tener que hacerlo?, se preguntó Flattery. ¿Qué haremos entonces con todas las inhibiciones de Bickel?
—¿Piensas esperar a que responda la Base Lunar? —dijo Flattery.
Bickel miró a Prudence.
—Preferiría empezar de inmediato, pero eso quiere decir que me saltaría el turno que me corresponde en el tablero... y dado que necesitaremos a Tim...
—Podemos arreglárnoslas —dijo Flattery—. Parece que todo va bien de momento.
Prudence alzó los ojos hacia el gran tablero y las hileras de repetidores inactivos que había sobre su litera, interrogándose sobre las razones del repentino escalofrío que había notado. Me da miedo sentarme ante el tablero, pensó.
Tantos millares de vidas encerradas en los tanques de hibernación... todas dependiendo de que su primera reacción fuera la correcta. ¿Sabían realmente lo que estaban haciendo todos los grandes cerebros de la BLU cuando nos mandaron aquí? ¿Era éste el único camino? ¿Deberíamos quizá sacar más gente de la hibernación para que nos ayudaran?
Pero eso significaría sobrecargar varios sistemas... incluyendo a Bickel.
10
La cacería ha fascinado a la humanidad desde sus comienzos, y existen buenas razones para que así ocurra. Lo que sin embargo muchos no lograron entender es que la emoción de la cacería puede subsistir incluso si la presa es una idea, un concepto o una teoría. A medida que la conciencia iba desarrollándose, se hizo cada vez más claro que ésta era la cacería más importante, y la única de cuyo desenlace dependía que toda la humanidad sobreviviera o pereciese.
Raja Lon Flattery. El Libro de la Nave.
El crujir de sus literas, el chasquido de los relés... todos los sutiles y familiares ruidos de la sala de mandos intentaban distraer a Prudence.
Durante la última media hora Bickel había estado examinando los esquemas, decidiendo cuál iba a ser el camino que seguiría con el computador y compartiendo algo de sus planes con los demás. Ella había llegado a odiar el levísimo roce de los planos al pasar entre sus dedos.
Aquí había tensiones que no lograba entender del todo, pero el papel que debía jugar ella estaba muy claro: debía ser a la vez una mediadora y un acicate. La mezcla de olores individuales —que daba su propio olor particular a la sala— contenía ahora un aroma acre que identificó de inmediato: el miedo.
Tenemos una oportunidad de conseguir la gloria, se dijo. Muy poca gente ha tenido jamás esa oportunidad. Pero eran palabras vacías, charlas de instrucción carentes de sentido cuando las ponía frente a un hecho que no podía rehuir: No somos gente. No soy una persona.
Por primera vez desde que había salido del tanque, sintió esa vieja y familiar mezcla de dolor y asombro al hacerse de nuevo la eterna pregunta: ¿cómo habría sido el crecer en una familia normal, habiendo nacido como todo el mundo... madurando en ese ruidoso e íntimo sentimiento de pertenecerse que compartían los no-elegidos?
«Sois lo mejor de lo mejor, la crema de los elegidos», les habían repetido una y otra vez Morgan Hempstead y sus cohortes. Pero todos sabían cuál había sido el origen de esa crema tan selecta: tejido obtenido mediante biopsia de un voluntario en buena salud, colocado luego en un tanque evolutivo, al que se le había estimulado el código genético permitiendo luego que creciera y se desarrollara. El producto era un gemelo exacto, al que se podía usar... y sacrificar del modo que se deseara.
¡Los elegidos!, pensó. Nos arrebataron un tesoro valiosísimo, y las compensaciones que nos dieron no sirven de nada.
Sintonizó una de las cámaras de popa en la pequeña pantalla de la esquina del tablero, y se dedicó a contemplar el centro del sistema solar, buscando con la vista el planeta que les había engendrado.
Habían sido moldeados y motivados en ciertas direcciones. Se les había entrenado, implantándoseles abundantes inhibiciones. Les habían dado cuerda como si fueran juguetes, y luego se les había enviado a explorar las tinieblas, con un «silbato» láser colgado del cuello para que la BLU pudiera saber siempre dónde estaban.
Y ¿dónde estamos?, se preguntó, mientras desconectaba la pantalla.
—Prue, sería mejor que te encargaras del tablero principal —dijo Flattery—. Normalmente vendrías después de John.
La visión de los diales e indicadores del tablero principal la llenó repentinamente de miedo e ira. El asalto de esas imperiosas emociones se manifestó bruscamente en el rubor de sus mejillas y la sequedad de su garganta.
—Yo... no he tenido el tiempo suficiente para... para recuperarme —dijo Flattery, hablando entrecortadamente—. Si no fuera así yo...
—Está bien —dijo ella—. Me haré cargo del tablero.
Tragó una honda bocanada de aire, se recostó en la litera y le hizo señal a Timberlake de que empezara a contar.
Apelar a sus instintos femeninos de protección ha dado resultado, pensó Flattery. Ella estaba a punto de perder el control. Tenía que encargarse del tablero justo ahora, o nunca habría sido capaz de enfrentarse con él.
Flattery observó a Timberlake: una oleada de alivio invadía sus rasgos cuando la flecha verde giró señalando a Prudence. A Tim, dominado por la intuición, le aterraba la responsabilidad que implicaba la sala de mandos. Prudence, siempre capaz de percibir las emociones de los demás y profundamente emotiva ella misma, compartía ese miedo.
«Y yo, porque siento su miedo, soy capaz de superar mi propia repugnancia», pensó Flattery. Sólo Bickel, con su lógica y penetrante inteligencia, parecía ser inmune a esas presiones. Flattery creía que eso era un defecto emocional de Bickel, pero sabía que quizá sus vidas dependieran de ese defecto.
—Tim, consígueme la lista de carga y los planos de almacenamiento —dijo Bickel—. Te daré una lista de lo que nos hace falta de las provisiones de la colonia. Podríamos instalarnos al lado del compartimiento de reparaciones del computador, para tener fácil acceso a...
—No os quedéis mucho tiempo fuera del área protegida por el escudo —dijo Prudence—. Será mejor que sintonicéis vuestros dosímetros con unos repetidores de aquí, así podremos teneros vigilados.
—Muy bien —dijo Bickel.
Abandonó su litera y miró a Prudence, estudiando el perfil de su rostro y el modo atento y algo preocupado con que observaba el tablero principal. Luego miró a Flattery, que estaba tendido en su litera con los ojos cerrados, descansando a la espera de que llegara su turno ante los controles; y finalmente miró a Timberlake, que estaba obteniendo copias de los planos de almacenamiento a partir de la impresora de los bancos de memoria del computador.
Ninguno de ellos ha logrado centrarse realmente en lo que debemos hacer, pensó Bickel. No se han enfrentado aún al hecho de que el simulador, tarde o temprano, deberá ser conectado directamente al computador. Lo único que estamos haciendo es construir un juego de lóbulos frontales... y eso si tenemos éxito. Y nuestro «buey» tiene sólo una fuente de experiencia a mano, a partir de la cual cobrar vida y conciencia: el computador y sus bancos de memoria.
Bickel sabía que cuando cayeran en la cuenta iba a encontrarse con una buena pelea entre manos. Una gran parte de la nave dependía casi por completo de los programas principales de control; entrometerse en esos programas implicaba un peligro muy alto. Bickel creía que eso era un error grave en el diseño del Huevo de Lata. No podía ver ninguna razón lógica para que fuera así. ¿Por qué toda la nave dependía del control y la intervención lógicas del ordenador, incluyendo las unidades robot de reparaciones?
Prudence se dio cuenta de que Bickel la estaba observando, al ver su rostro reflejado en el plástico que cubría un indicador. Sus preguntas, sus dudas y la decisión que había tomado estaban tan claras en sus rasgos, y le resultaban tan fáciles de entender, como el dial que había bajo el plástico. Era ella quien le había preparado, y pensaba que lo había hecho todo lo bien que podía esperarse. Se concentró de nuevo en la consola, sintiendo los impulsos que emanaban de los instrumentos de la nave hasta llegar al casco exterior y al mismísimo espacio.
La rutina del trabajo estaba empezando a limar un poco la agudeza de su temor inicial. Aspiró hondamente y sintonizó uno de los sensores exteriores de proa con la pantalla superior, estudiando la imagen tachonada de estrellas que se extendía ante el Huevo de Lata.
Ése es nuestro premio, pensó, contemplando las estrellas. Primero debemos limpiar los establos, y luego seremos los primeros en llegar ahí. La zanahoria y el garrote. Ahí tenemos la zanahoria, un planeta virgen que será todo nuestro, y los tanques llenos de colonos como prueba de la buena fe del planeta Tierra. Y yo... yo soy el garrote.
De repente la imagen de la pantalla le pareció repulsiva. La apagó y volvió a concentrarse en el gran tablero, siempre lleno de exigencias y pequeñas tareas que realizar.
Lo que nos inquieta más es la incertidumbre, pensó. Ahí afuera hay demasiadas cosas que ignoramos... y algo debe ir mal. Pero no sabemos de qué se trata, ni cuándo va a ocurrir. Sólo sabemos que cuando llegue, ese golpe será absolutamente irresistible y nos destruirá sin dejar rastro. Ya ha ocurrido antes.
Seis veces.
Oyó cómo Bickel y Timberlake salían, y el silbido de la compuerta al cerrarse detrás de ellos. Se volvió para mirar a Flattery. En la mejilla izquierda, justo bajo el ojo, tenía una diminuta mancha azulada, como un pequeño moretón. De pronto esa manchita le pareció un defecto descomunal en lo que, de no ser por ella, habría sido una criatura perfecta. La aterraba: tuvo que encararse nuevamente con el tablero para ocultar sus emociones.
—¿Cuál... cuál fue la razón de que los otros seis intentos fracasaran? —preguntó.
—Debes tener fe —le dijo Flattery—. Una nave lo conseguirá algún día. Quizá sea la nuestra.
—Parece un modo tan... tan caro de hacer el trabajo —murmuró ella.
—No se desperdicia gran cosa. La energía solar es barata en la Base Lunar, y las materias primas son abundantes.
—Pero nosotros... ¡nosotros estamos vivos! —protestó ella.
—Hay muchos más en el lugar de donde vinimos. Serán casi exactamente iguales a nosotros... y todos ellos son hijos de Dios. Sus ojos nos vigilan a todos. Deberíamos...
—¡Oh, basta de eso! Conozco las razones de que necesitemos un capellán: debe proporcionarnos ese parloteo vacío justo cuando lo necesitemos. Pero yo no lo necesito, y jamás me hará falta.
—Cuánto orgullo —dijo Flattery.
—Ya sabes lo que puedes hacer con todas tus mierdas metafísicas. Dios no existe, lo único que...
—¡Cállate! —ladró él—. Hablo en tanto que tu capellán. Me sorprende tu estupidez, la temeridad con que te permites pronunciar tales blasfemias justamente aquí.
—Oh, sí —le respondió ella burlonamente—. Se me olvidaba... Al mismo tiempo eres nuestro astuto guía indio, siempre husmeando el territorio desconocido que yace ante nosotros. Eres ese algo más en nuestras apuestas, el factor «y si...», el...
—No tienes ni la menor idea de la cantidad de cosas desconocidas a las que nos estamos enfrentando —dijo él.
—Eso es de Hamlet —dijo ella, imitando el tono de su voz, como si estuviera a punto de anunciar ominosos portentos—: «Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de las que sueña tu filosofía».
Flattery sintió una repentina punzada de miedo por ella.
—Rezaré por ti, Prudence —y maldijo interiormente el sonido de su propia voz. Había parecido justamente lo que ella decía, un estúpido presuntuoso y arrogante. Pero rezaré por ella de todos modos, pensó.
Prudence se volvió nuevamente hacia el tablero. Un garrote sirve para golpear a la gente con él, se recordó... para obligarles a que hagan más de lo que se creen capaces. Raj no puede ser un mero capellán; debe ser un supercapellán.
Flattery aspiró una honda y temblorosa bocanada de aire. Las blasfemias de Prue habían logrado remover lo más profundo de sus propias dudas. Pensó entonces en lo poco que sospechaba ella —o cualquiera de los otros— que había más allá del pequeño venero de su conocimiento científico, profundamente escondido en esa caja de Pandora donde cualquier cosa era posible.
¿Cualquier cosa? se preguntó.
Ésa era la clave del problema, naturalmente. Estaban penetrando en las fronteras de cualquier cosa... y antes, ese terreno había sido siempre prerrogativa exclusiva de Dios.
11
Uno de los requisitos de la conciencia es forzosamente algún tipo de conducta simbólica. Y debe notarse siempre que los símbolos abstraen... que reducen todo mensaje a una forma elegida de antemano.
Morgan Hempstead. Conferencias en la Base Lunar.
—Tim, deja todos esos programas sobre el banco —le ordenó Bickel—. Empieza dejando las partes necesarias del plan de aprovisionamiento encima de lo que vamos a necesitar. Eso estará en los almacenes robotizados. Volveré dentro de un minuto.
Timberlake clavó los ojos en la espalda de Bickel. De qué modo tan obvio había ido a parar el control y el mando a sus manos. Nadie le había puesto la más pequeña objeción... por ahora. Se encogió de hombros y empezó a separar las listas de carga de los planos.
Bickel examinó la habitación.
La habían diseñado de modo tal que la sala de mandos encajaba parcialmente en la curvatura de una pared, y enfrente había un muro recto que tendría unos cuatro metros y medio de alto y diez de largo: estaba cubierto de conectores para equipo, comparadores, multímetros simultáneos, monitores para controlar y observar los sistemas de protección, instrumentos de diagnóstico, diales e indicadores.
Detrás de esa pared de hardware y sus capas de protección se hallaban los primeros bancos del laberinto, formado por los programas principales de control —que desembocaban en las secciones de memoria del núcleo— y la enorme colección de secuencias y subprogramas que significaban los límites del equipo.
—Tendremos que establecer algún tipo de bloqueo en el sistema, para encontrar las conexiones audiovisuales y las bandas del AyT —dijo Bickel—. Va a ser una operación endiabladamente difícil de principio a final, y la única información que entre en el sistema tendrá que provenir de nosotros. Eso quiere decir que uno de nosotros deberá estar continuamente observando las lecturas. Tendremos que ir eliminando la basura y el ruido a medida que avancemos, y mantener un control continuo sobre cada una de las secuencias que utilicemos. Bien, empecemos con un sistema de circuitos de puerta... este mismo —Bickel señaló un lector óptico que había delante suyo en la pared.
El modo de empezar a tratar con el problema le resultaba muy claro. Si lograra mantener igualmente abierta esa puerta a su propia conciencia, dando sólo un paso cada vez...
Pero el peso de los seis fracasos anteriores seguía existiendo, así como el desconocimiento de las razones por las que habían fracasado: más de dieciocho mil personas perdidas.
No piensan en nosotros como si fuéramos auténticos seres humanos, se dijo Bickel. Somos piezas a las que se puede usar, y que son fáciles de reponer.
¿Qué sucedió en las otras seis naves?
Se limpió el sudor de las manos.
Las conferencias con el personal sólo habían servido para frustrarle. Recordaba muy bien las horas pasadas sentado ante la consola, los ojos clavados en la videopantalla, con su escritorio lleno de papeles manchados de tinta, observando cómo se movían los rostros en las secciones de la pantalla... rostros que él conocía sólo en imagen, y a los que nunca podría tocar.
Y el recuerdo estaba siempre dominado por la voz de Hempstead, surgiendo de sus firmes y anchos labios, por entre dos hileras de dientes impecables:
- Cualquier teoría dirigida a explicar la pérdida de esas naves, debe seguir siendo por el momento solamente una teoría. Al finalizar el análisis debemos admitir que, sencillamente, no sabemos lo que sucedió. Lo único que podemos hacer es plantear hipótesis.
Hipótesis:
Fallo de sistemas.
Fallo mecánico.
Fallo humano.
Y dentro de esa serie de hipótesis, una interminable cadena de divisiones y subdivisiones.
Pero jamás ni una sola palabra de sospecha sobre los Núcleos Mentales Orgánicos. Ni el menor atisbo de una hipótesis o teoría sobre ellos. Los cerebros eran perfectos.
—¿Por qué? —murmuró Bickel, contemplando los indicadores del panel.
Timberlake alzó los ojos, y el fajo de papeles amontonados en el banco crujió levemente.
—¿Cómo?
—¿Por qué no sospecharon la posibilidad de un fallo en el NMO? —le preguntó Bickel.
—Un error estúpido.
—Eso es una respuesta demasiado sencilla —protestó Bickel—. Algo más... debe existir una razón muy importante para que no nos dieran todos los hechos —se acercó al panel del computador y limpió de él la minúscula mancha dejada por un dedo.
—¿Dónde quieres ir a parar? —le preguntó Timberlake.
—Piensa en lo fácil que era mantenernos algo oculto. Todo lo que decíamos, lo que hacíamos... incluso lo que respirábamos o comíamos, estaba bajo un control absoluto. Éramos los huérfanos en órbita, ¿te acuerdas? Aislamiento esterilizado. Ésa es la historia de nuestras vidas: aislamiento... tanto físico como mental.
—Eso no parece lógico —dijo Timberlake—. Había muy buenas razones para ese aislamiento esterilizado, y grandes ventajas en una nave libre de gérmenes. Pero si mantienes secreta cierta información y resulta que es necesaria... Bueno, eso no da óptimos resultados precisamente.
—¿No pensaste nunca en que te manipulaban? —le preguntó Bickel.
—Ahhh... pero ellos no harían algo así.
—¿No lo harían?
—Pero...
—¿Qué sabemos realmente sobre el Proyecto Tau Ceti? —le preguntó Bickel—. Sólo aquello que nos han dicho. Mandaron sondas automáticas y dijeron que habían encontrado un planeta habitable en órbita de Tau Ceti. Por lo tanto, la BLU empezó a enviar naves.
—Bueno... ¿por qué no? —le preguntó Timberlake.
—Hay montones de razones para ese no.
—Maldición, eres demasiado suspicaz.
—Claro que lo soy. Nos dijeron que se mandaban duplicados de seres humanos únicamente a causa de los peligros... Dobles.
—Tiene sentido —dijo Timberlake.
—¿No percibes nada sospechoso en todo el asunto?
—¡No, diablos!
—Ya veo... —Bickel le dio la espalda al reluciente panel del computador y miró a Timberlake, frunciendo el ceño—. Entonces, probemos otro camino. ¿No te resulta difícil centrar adecuadamente el problema de la conciencia?
—¿A qué te refieres?
—Tenemos que fabricar una conciencia artificial —dijo Bickel—. Es la mejor oportunidad que tenemos. El Proyecto lo sabe, al igual que nosotros. ¿No te resulta difícil encararte con ese problema?
—¿Qué problema?
—¿No piensas que el crear una conciencia artificial va a ser un problema considerable?
—Bueno...
—Pues nuestra vida depende de que lo resolvamos —dijo Bickel.
—Supongo que sí.
—¡Supones! ¿Tienes algún otro plan?
—Podríamos volver...
Bickel intentó sofocar una oleada de ira.
—¡Ninguno de vosotros lo ve!
—Ver... ¿qué?
—El Huevo de Lata depende casi por completo del computador para su funcionamiento. El sistema de AyT utiliza los bancos de traducción del computador. Todos los sensores de la nave son filtrados a través del computador, el cual decide la prioridad con que deben aparecer en las pantallas de la sala de mandos. Cada una de las personas que hay en los tanques de hibernación tiene un sistema vital individual programado... a través del computador. Los motores están controlados por el computador. Los sistemas vitales de la tripulación, los escudos, todos los circuitos de seguridad, la integridad del casco, los reflectores de radiación...
—Porque se suponía que todo iba a ser controlado por el NMO.
Bickel atravesó la habitación en una sola zancada —gracias a la baja gravedad— y golpeó con la mano el fajo de papeles que había en el banco. El gesto hizo que varios cayeran al suelo, pero él no les hizo caso alguno.
—¡Y todos los cerebros de seis... no, de siete naves... todos se estropearon! Lo presiento... Los NMO se estropearon... y no nos dieron ni una sola advertencia al respecto.
Timberlake abrió la boca para decir algo, pero se lo pensó mejor y permaneció callado. Se agachó, recogió los planos que habían caído al suelo y volvió a ponerlos sobre el banco. Algo en la fuerza de las palabras de Bickel, o quizás en la vehemencia con que las pronunció, hacía imposible toda discusión.
Tiene razón, pensó Timberlake. Miró a Bickel, dándose cuenta del sudor que le cubría la frente y las arrugas de concentración en el rabillo de sus ojos.
—Aún podemos volver —dijo Timberlake.
—No creo que podamos. Este viaje es sólo de ida.
—¿Por qué no? Si diéramos la vuelta...
—¿Y si tuviéramos algún fallo del computador?
—Seguiríamos yendo en dirección hacia casa.
—¿Llamas ir hacia casa a caer de cabeza en el Sol?
Timberlake se pasó la lengua por los labios. Bickel prosiguió:
—A los niños se les solía enseñar a nadar echándoles de cabeza a un lago —dijo—. Bueno, pues nos han echado a un lago. Será mejor que empecemos a nadar pronto, o te aseguro que nos hundiremos.
—El Proyecto no nos haría algo así —musitó Timberlake.
—Oh... ¿no lo harían?
—Pero... seis naves... más de dieciocho mil personas...
—¿Personas? ¿Dónde ves esas personas? Que yo sepa, las únicas pérdidas sufridas son dobles, a los que es muy fácil reemplazar si tienes una fuente de energía barata.
—Somos personas —dijo Timberlake—, no simples dobles.
—Lo somos para nosotros -dijo Bickel—. Ahora, aquí tienes una pregunta realmente jugosa, para que la pienses: considerando todos los fracasos de las naves previas, y las numerosas posibilidades de que algo funcionara mal, ¿por qué el Proyecto no nos dio un código para comunicar el fracaso de los NMO, ni a nosotros... ni a ninguno de los demás?
—Esas sospechas tuyas son... una locura —dijo Timberlake.
—Sí —dijo Bickel—. La verdad es que nos dirigimos hacia Tau Ceti. Nuestras vidas dependen por completo de un sistema de computador que, si no funciona a la perfección, se estropea de modo irrevocable, gracias a un simple exceso de precauciones. Naves como la nuestra se han desparramado por todo el cielo: Dubne, Schedar, Hamal...
—Siempre queda la oportunidad de que esas otras seis naves lo consiguieran. Tú lo sabes. Desaparecieron, claro que sí, pero...
—Ah, ahora llegamos realmente al meollo de la cuestión. Quizá no fueron fracasos, ¿eh? Quizá...
—No tendría sentido enviar dos naves para fundar colonias al mismo destino —le hizo ver Timberlake—. No si carecían de una total seguridad respecto a lo que...
—Tim... ¿crees realmente eso?
—Bueno...
—Tim, yo tengo una idea mejor. Si algún loco hijo de perra te echase de cabeza a un lago cuando tú no sabías nadar, y resultara que aprendías a nadar... así —Bickel chasqueó los dedos-... y si luego resultara que podías seguir manteniéndote a flote... ¿no te pondrías a nadar como un loco para alejarte de ese hijo de perra?
12
PREGUNTA: Define a Dios.
NMO: El todo es mayor que la suma de sus partes.
PREGUNTA: ¿Cómo puede Dios contener el universo?
NMO: Estudien el holograma. El individuo es a la vez el láser y el blanco.
Fragmento de la Cápsula de Mensajes número 4.
Se cree que fue originado por el modelo Flattery (4B)
En la sala de mandos los ruidos seguían siendo los que la tripulación había llegado a aceptar como normales: el crujido de las literas al girar sobre sus cojinetes, o el chasquido de algún relé que de vez en cuando les avisaba para que inspeccionaran un dial en el gran tablero.
—¿Ha dicho ya algo Bickel sobre ese proyecto de conciencia artificial realizado en la BLU? —preguntó Prudence.
Apartó su atención por unos momentos de la consola principal y miró a Flattery, su único compañero durante su solitario turno de guardia. Flattery parecía algo pálido, y sus labios estaban fruncidos en un gesto de tristeza. Miró nuevamente la consola, y vio por el reloj que a su turno aún le faltaba algo más de una hora para acabar. La tensión constante estaba empezando a minar sus reservas de energía. Pensó que Flattery estaba tomándose un rato condenadamente largo para responder..., pero la verdad es que siempre había meditado sus respuestas.
—Ha dicho algo —respondió Flattery al fin, mirando hacia la compuerta que llevaba a la habitación del computador en la que estaban trabajando Bickel y Timberlake—. Prue... ¿no deberíamos estar escuchándoles para estar seguros de que...?
—Aún no —dijo ella.
—No tendrían por qué enterarse de que les estábamos escuchando.
—Subestimas a Bickel —dijo ella—, y ése es el peor de los errores que puedes cometer. Es perfectamente capaz de haber puesto un trazador en las comunicaciones, tal y como he hecho yo, sólo por si se da la casualidad de descubrir algo interesante... Como por ejemplo, pescarnos escuchándole.
—¿Crees que ha empezado ya a... a construir?
—Esta fase es básicamente de preparación —dijo ella—. Ahora estarán recogiendo el material. Es posible seguir con bastante precisión sus movimientos desde el tablero, observando las variaciones en los sensores de temperatura, los repetidores de los dosímetros y la tensión fluctuante en las herramientas robot que manejan la carga.
—¿Ya han estado en las secciones de carga?
—Uno de ellos sí... probablemente Tim.
—¿Sabes lo que dijo Bickel sobre el intento en la BLU? —le preguntó Flattery. Se detuvo un segundo para rascarse bajo el mentón—. Dijo que el fracaso básico estaba ya en el planteamiento. Que los expertos se alejaban cada vez más del objetivo, que lo intentaban todo salvo centrar su atención en el problema principal.
—Eso no resulta demasiado consolador —dijo ella.
—Puede que sospeche —dijo Flattery—, pero no hay modo de que lo sepa con seguridad.
—Estás subestimándole de nuevo.
—Bueno, al menos va a necesitar nuestra ayuda —dijo Flattery—, y podremos saber qué tal van las cosas por el modo en que le haga falta.
—¿Estás seguro de que nos necesita?
—Te necesitará a ti para la parte más complicada de sus análisis matemáticos —dijo Flattery—. Y a mí... bueno, se meterá en el problema de von Neumann prácticamente apenas dé los primeros pasos. Puede que aún no lo haya considerado, pero deberá hacerlo cuando se dé cuenta de que necesita obtener resultados deterministas y fiables a partir de un equipo que no es muy digno de confianza.
Ella se volvió a mirarle, y se dio cuenta de la expresión absorta de sus ojos.
—¿Puedes repetir eso?
—Tiene que trabajar con materias que no están vivas.
—¿Y qué? —volvió a concentrarse en el tablero—. La naturaleza hace lo mismo, y se las arregla bien. Los sistemas vivos no están vivos por debajo del nivel molecular.
—Y tú... tú subestimas a la vida —dijo Flattery—. Los elementos básicos que Bickel va a coger de nuestros almacenes (los rollos de neuronas cuasibiológicas, el cable nerex y otras cosas por el estilo) carecen todos de vida, pero se encuentran a un nivel muy por encima del molecular.
—Pero la delicadeza de su estructura es imprescindible para que puedan cumplir sus funciones, al igual que en cualquier tejido viviente...
—Quizás estés empezando a ver ya el orgullo esencial que subyace en cualquier intento de aproximarse al problema —dijo Flattery.
—Oh, capellán... basta ya. No estamos en el siglo dieciocho, intentando fabricar el pato maravilloso de Vaucanson.
—Estamos tratando con algo mucho más complejo que los autómatas primitivos, pero nuestras intenciones son las mismas de Vaucanson.
—Eso es totalmente falso —dijo Prudence—. Si tuviéramos éxito y lleváramos nuestra máquina a los tiempos de Vaucanson para enseñársela, lo único que haría es quedar asombrado ante nuestra habilidad mecánica.
—No ves el meollo del asunto. El pobre Vaucanson acudiría corriendo en busca del cura más cercano, y se presentaría voluntario para formar parte de la turba encargada de lincharnos. Mira, él jamás pretendió realmente llegar a construir algo que estuviera vivo.
—Es simplemente una cuestión de grado, pero no hay diferencia básica —protestó ella.
—Comparado con nosotros, era como Aladino frotando su lámpara —dijo Flattery—. Y aunque sus intenciones hubieran sido las mismas, él no era consciente de ello.
—No haces más que dar vueltas al mismo argumento.
—¿De veras? Estamos ante el tema que escritores y filósofos han rehuido durante siglos, apartando púdicamente los ojos de él. Estamos hablando del monstruo, Prue... el pobre monstruo de Frankenstein, el aprendiz de brujo. Sólo podemos encararnos con la idea de construir un robot consciente si reconocemos el peligro que eso implica: el de que podemos estar construyendo un «golem» capaz de destruirnos.
—Así que en tus horas libres te dedicas a contar historias de fantasmas...
—La risa es un modo tan bueno como cualquier otro de enfrentarse a ese temor —dijo él.
—¡Estás hablando realmente en serio! —le replicó ella en tono acusador.
—Nunca hablé más en serio. ¿Por qué piensas que el Proyecto se siente tan feliz mandándonos bien lejos al espacio para que realicemos nuestra labor?
Ella intentó tragar saliva, y se dio cuenta repentinamente de que se le había secado la boca... y de que tenía miedo. Flattery había dado en el blanco. Había descubierto una verdad imposible de ignorar: tuvo que obligarse a aceptarla como un hecho, porque en ese mismo instante sintió un impulso casi irresistible de llamar a Bickel y Tim para suplicarles que se detuvieran ahora mismo. Un escalofrío le recorrió la espalda.
—¿Dónde trazamos la línea divisoria entre lo que vive y lo inanimado? —le preguntó Flattery. La observó atentamente, notando las oscuras líneas de fatiga bajo sus ojos y la leve pulsación de un nervio en su sien—. ¿Acaso nuestra criatura estará... viva?
Ella carraspeó.
—¿No sería más pertinente preguntar si nuestra criatura será capaz de reproducirse? Si existe algún peligro... algún peligro real de que...
—Entonces ciertamente nos hallaremos pisando terreno prohibido... —y Flattery se preguntó de nuevo por qué esa idea le hacía sentir siempre un repentino vacío en el estómago.
—¡Oh, Raj, por el amor de Dios! —dijo Prudence, con vehemencia—. ¿Has olvidado por completo que eres un científico?
—Por el amor de Dios, precisamente, eso es algo que nunca puedo olvidar —le contestó él con voz tranquila.
—¡Basta!
Ella se dio cuenta de que, inconscientemente, su voz había cobrado el tono perentorio de la madre del dormitorio que tenía asignado en la BLU. ¡Madre de dormitorio! Una figura de cabellos grises, que jamás la había tocado salvo a través de las prolongaciones acolchadas del robot que dirigía desde algún remoto santuario en la Central del Proyecto. Qué triste le había parecido siempre esa mujer, qué cínica... y qué lejana.
—La religión tiene sus exigencias, y el pasarlas por alto significa estar dispuesto a pagar un precio terrible —dijo Flattery.
—La religión es un mero hecho igual a cualquier otro —le replicó Prue—. Hemos investigado las religiones primitivas, ¿por qué no vamos a poder hacer igual con la nuestra? Dios nos hizo curiosos al crearnos, ¿verdad? ¿No se supone acaso que como científicos debemos estar más allá del alcance de los prejuicios?
—Sólo un estúpido puede suponer que ha escapado a sus prejuicios.
—Bueno, pues entonces prefiero ser calvinista, y estoy dispuesta a condenarme para mayor gloria de Dios.
—No debes hablar así —contestó él secamente. Se llevó la mano a la cabeza, pensando: No puedo permitir que me maneje de este modo.
—No puedes probarme que haya nada sobre lo que no deba hablar —dijo ella—. Dices que los científicos pueden entender a Dios si lo igualan a la idea del infinito matemático. Podemos manipular el infinito en las matemáticas... ¿por qué no podemos manipular a Dios?
—Qué pretensiones tan estúpidas —dijo él—. El infinito matemático. Cero partido por cero, ¿eh? ¿O infinito menos infinito? ¿O infinitas veces cero?
—Dios veces cero —dijo ella—. ¿Por qué no?
—¡Tú eres la experta en matemáticas! —replicó él, alzando la voz—. Tú sabes mejor que cualquier otra persona que son meras formas indeterminadas, estupideces matemáticas carentes de sentido.
—Dios menos infinito. Tonterías matemáticas.
Él la miró fijamente. Sentía la garganta reseca y ardiente. Había logrado engañarle atrayéndole a este callejón sin salida. ¡Blasfemia, eso era! Y él era mucho más vulnerable que ella... mucho más culpable.
—Se supone que ésa es tu función en lo tocante a mí, ¿verdad? —la acusó—. Se supone que debes acosarme y ponerme constantemente a prueba, sin darme ni un momento de respiro. Ya lo sé.
Cuan poco sabe... cuan poco sospecha, pensó ella.
—El infinito no está sujeto a las condiciones del número o la cantidad —le dijo—. Si Dios existe, no veo la razón de que debiera estar sujeto a esas condiciones tampoco. En cuanto a lo de ponerte a prueba... ¡paparruchas! Todo lo que necesitas es que te den alguna patada en la filosofía de vez en cuando.
—Que me limite a predicar, y te deje encargada de las matemáticas... ¿Es eso?
—No hay blasfemia alguna en crear un nuevo tipo de cálculo, o cualquier otra nueva herramienta que nos ayude a vérnoslas con el universo —le dijo ella.
—¿Nuestro universo? —le preguntó Flattery.
—Toda la parte de él que podamos llegar a recorrer —dijo ella—. Ésa es la motivación de una nave-colonia, ¿no?
—¿Ah, sí?
Prudence ajustó el repetidor de curso constante y dijo:
—Me limitaré a las matemáticas... ¿Qué te parecería un tipo de cálculo capaz de ir más allá del límite X sobre Y a medida que éstos tienden hacia el infinito? Eso debería ser posible.
—Crear un nuevo tipo de cálculo no es lo mismo que construir esta criatura viva y dotada de conciencia —dijo él.
—Sin ese cálculo, jamás lograremos crearla.
Sigue intentando acorralarme, pensó él. ¿Por qué?
—El problema que discutimos es si nos estamos entrometiendo en algo que es de dominio divino: el crear.
—Ah, todos sois iguales. Queréis glorificar a Dios, pero limitáis rigurosamente los medios para hacerlo.
Flattery clavó los ojos en la curva grisácea del metal que tenía sobre la cabeza, distinguiendo las leves imperfecciones que había en el acabado de la mampara. Tenía la sensación de que le estaban manipulando, de que ella le acechaba igual que si fuera un animal al que pretendía cazar. ¿Era acaso su alma lo que buscaba? Le parecía hallarse en un profundo peligro, como si la idea de que la conciencia era algo que se podía crear fuera a infligirle una herida incurable a su alma.
Se llevó la mano a los labios. «No puedo permitir que me tiente de este modo con sus cebos».
—Raj —susurró ella, y su voz estaba llena de terror.
Giró en redondo hacia ella y vio las líneas luminosas que cruzaban el tablero principal como heridas ensangrentadas.
—La temperatura ha llegado casi a la línea roja de peligro en el sector C-8 y en los tanques de hibernación —dijo ella—. Haga lo que haga, sólo consigo que el sistema siga oscilando.
Las manos de Flattery volaron hacia los repetidores de los sistemas vitales y los monitores de su tablero se encendieron. Examinó los instrumentos.
—Llama a Tim —le ordenó.
—¡Nada de lo que hago parece dar resultado! —jadeó ella.
La miró y vio que estaba luchando contra el tablero, no haciéndolo funcionar.
—¡Llama a Tim! —dijo.
Ella golpeó el interruptor del circuito con el borde de la mano izquierda y gritó:
—¡Tim, a la sala de mandos! ¡Emergencia!
Flattery examinó nuevamente los instrumentos. Al parecer las fluctuaciones de temperaturas se producían en tres puntos fuera de los tanques de hibernación, con fluctuaciones correspondientes en el interior. Mientras Prue intentaba compensar una de ellas, las otras dos empezaron a moverse hacia el límite de tolerancia.
Tuvo que hacer un esfuerzo de voluntad para no tocar los controles. Si la temperatura de los tanques rebasaba la línea roja sin que se hubieran tomado las precauciones para iniciar el proceso de salida de hibernación, algunos de sus indefensos ocupantes morirían. Pese a los desesperados esfuerzos de Prue, la muerte estaba cada vez más cerca en tres sectores del tanque C-8... en el interior del cual había casi cuatrocientos seres humanos.
La escotilla se abrió con un fuerte golpe. Timberlake la cruzó de un salto, con Bickel justo detrás de él.
—Los tanques de hibernación —jadeó Prudence—. La temperatura...
Timberlake atravesó con un solo impulso la sala de mandos y se instaló en su litera. Cuando se giró para tomar los controles móviles, su traje de vacío rozó con un agudo chirrido los bordes de la cubierta.
—El interruptor rojo, pronto —ordenó secamente—. ¡Al diablo con la cuenta! Tomo el control.
El gran tablero giró hacia él, con una velocidad casi excesiva.
—C-8 —dijo ella, hundiéndose en el acolchado de su litera y limpiándose el sudor de la frente.
—Ya lo tengo —dijo él. Examinó los diales e indicadores y sus dedos parecieron bailar sobre la consola.
Bickel se instaló en su litera y conectó los repetidores.
—Es algo en el escudo del casco —dijo.
—Las primeras dos capas —replicó Timberlake.
Prudence se llevó la mano a la garganta, intentando no mirar a Bickel. «No debe sospechar que le observamos», pensó. Y luego: «¿No sería una monstruosa ironía perder a nuestros colonos, y vernos obligados a cargar con esa culpa antes de que sea necesario?»
—Lo estás logrando —dijo Bickel.
Ella miró hacia el tablero por encima de Timberlake y vio los indicadores de alerta encendiéndose y apagándose, y los diales volviendo a su posición normal.
—La retroalimentación falló en un sector de los deflectores del casco, uno que estaba enfocado en C-8 —dijo Timberlake—. El sistema empezó a oscilar, y eso puso en acción los fusibles de sobrecarga, dejándonos totalmente desprotegidos.
—Otro fallo de diseño -se burló Bickel.
Y se trataba de un problema tan sencillo, pensó Bickel... La curva del casco actuaba como una lente capaz de enfocar al interior de la nave... a menos que los sistemas deflectores y los escudos del casco lo compensaran.
Prudence siguió con la vista los indicadores de alerta que aún seguían encendidos.
—C-8 está en línea con esa parte de los almacenes que estuvisteis vaciando. ¿Sólo hace falta eso para desequilibrar a toda la nave?
—Como para darnos mucha confianza en el maravilloso diseño del Huevo de Lata, ¿verdad? —dijo Bickel.
¡No me advirtieron!, pensó ella. Me engañaron, hicieron trampa. Dijeron que se trataría de emergencias calculadas, sólo lo suficiente para mantener en buena forma nuestras capacidades de reacción. ¡Capacidades de reacción!
—Las compensaciones que hiciste eran excesivas, Prue —dijo Timberlake—. Debes hacer ajustes mínimos para evitar las oscilaciones, mientras buscas la fuente del problema. Había sensores encendidos a lo largo de toda la nave indicando los puntos en que hacía falta reforzar el escudo del casco.
«Me asusté. Perdí la cabeza», pensó ella.
—Supongo que estaba demasiado cansada... —en el mismo instante en que las palabras surgían de sus labios, se dio cuenta de lo pobres que eran como excusa.
Estaba demasiado concentrada en trabajar a Flattery, pensó. Había logrado encaminarle a una preciosa encerrona, de la que iba a salir sólo peleando con uñas y dientes... y se me pasó por alto el problema de la nave, hasta que casi acaba en catástrofe total.
En ese momento se le ocurrió la idea que quizás algún otro miembro de la tripulación la tenía a ella como «proyecto especial», al que mantener siempre al máximo de sus capacidades... siempre en tensión.
—Prue, debes recordar que cuando saltan los fusibles de sobrecarga, todo el mecanismo automático del computador queda fuera de los circuitos —dijo Bickel—. Todo fue diseñado para que una inteligencia consciente se encargara de arreglar el problema... uno de nosotros o un NMO.
—¡Oh, cállate! —explotó ella—. Cometí un error. Lo sé, y no volveré a repetirlo.
—No hubo ningún daño que lamentar —dijo Timberlake.
—¡No te necesito para que me defiendas! —le cortó ella, pensando: «¡Ningún daño! No hubo daño alguno excepto el sufrido por un miembro de la tripulación... ¡yo!». Apretó fuertemente las manos para que dejaran de temblar. «Cualquier emergencia realmente grave nos caerá encima sin que podamos defendernos. Es imposible dar la vuelta sin correr el riesgo de precipitarnos de cabeza en el Sol, o convertirnos en uno más de su cortejo de cometas a la deriva. Y no podemos seguir adelante, a menos que resolvamos algo insoluble».
—Tómatelo con calma, Prue —dijo Flattery, intentando tranquilizarla—. Supongo que te dejamos en el tablero demasiado pronto, cuando llevabas muy poco rato fuera de hibernación.
¡Gracias por la excusa!, pensó ella.
Flattery recorrió la habitación con los ojos y percibió el tenso silencio de Bickel y Timberlake, ambos irritados y algo ofendidos por la ira de Prue. Bickel abandonó su litera y sujetó un equipo de medidores al prendedor de su hombro izquierdo. En el bolsillo delantero llevaba un multímetro cuya punta sobresalía levemente. Timberlake estaba acabando de ajustar la temperatura del casco, colocando nuevamente el sistema en los circuitos de control del computador.
Flattery miró otra vez a Prudence. No tendría que haber perdido la cabeza, pensó. No es de esa clase de personas. Tiene la amplitud de miras típica de las mujeres, y confía en su intuición. Debería arreglárselas mejor en el gran tablero que cualquiera de nosotros. ¿Se encontrará bajo tensiones superiores a las nuestras? ¿Sabe acaso algo que yo ignoro?
13
Por sinergia entendemos el funcionamiento conjunto de una serie de componentes, que hemos unido en nuestro intento de lograr una conciencia artificial. Al funcionar de modo conjunto, los componentes producen más que...
Prudence Lon Weygand (3).
Segmento incompleto de una cápsula de mensajes.
A Prudence le hicieron falta casi veinte minutos para recuperar la calma. En ese tiempo, Timberlake hizo una comprobación de cada tanque de hibernación situado en el complejo. Realizó esa tarea con una dedicación casi obsesiva, que ninguno de ellos malinterpretó: sus funciones como ingeniero de sistemas vitales habían recibido un estímulo que no podía ignorar.
Flattery dejó que pasara el tiempo, esperando un poco más incluso de lo estrictamente necesario. Bickel se estaba poniendo nervioso, cada vez más impaciente por volver a su trabajo, pero a Timberlake le hacía falta ese refuerzo de su papel en la nave. Y a Prudence le hacía falta tiempo para irse recobrando.
Bickel, finalmente, se hartó de esperar.
—¿Podemos volver al trabajo? —preguntó.
—Tim, ahora puedo ocuparme yo del tablero —dijo Flattery.
Timberlake estudió sus instrumentos.
—Está bien. Empiezo a contar.
El tablero cambió de manos y Timberlake se irguió en su litera. El agudo dolor que le recorrió la espalda le dijo lo tenso que había llegado a estar.
—Volvamos al depósito —dijo Bickel.
—¿Habéis avanzado mucho? —preguntó Prudence.
—Apenas si hemos empezado —dijo Bickel—. Venga, en marcha.
—Entonces, ¿el único modo que tienen las máquinas para producir otras máquinas es usar a un hombre? —preguntó ella.
—Igual que la gallina de Sam Butler —dijo Timberlake—. Filosofía I.
—Filosofía algún otro número, ¿no? —sugirió Bickel.
—Un momento —dijo ella—. Al intentar reproducir una conciencia de modo artificial, estamos jugando con una variación de la variabilidad. Ése es un campo en el que todos los buenos adivinos —hizo un leve gesto de cabeza hacia Flattery— y la mayor parte de los científicos han estado de acuerdo en firmar un pacto de silencio, considerándolo como territorio exclusivo de Dios en los cielos y de lo que Dios ha creado en la Tierra: los genes.
—Ajá —dijo Bickel—. Estupendo... resolvámoslo en algún otro momento.
—Ninguno de vosotros lo ha entendido todavía —dijo ella.
Bickel la miró fijamente.
—¿Yo tampoco? Vale, Prue... Dejemos a un lado todas las frases bonitas: si resolvemos este problema nos condenamos, y si no lo resolvemos estaremos muertos. ¿Intentabas decir eso?
—¡Bravo! —dijo ella, volviéndose para mirar a Flattery.
Flattery contempló su tablero con gesto huraño, ignorándola a propósito.
—¿Lo ves, Raj? —le preguntó Prudence.
No es posible que conozca mis instrucciones, pensó Flattery. Quizá tenga algunas ideas al respecto, pero no puede conocerlas. Y lo que es seguro es que si me viera obligado a hacernos saltar en pedazos... no podría detenerme.
—Sí, ya veo —dijo Flattery—. No hay que subestimar a John Lon Bickel.
Al oír su nombre, Bickel alzó de golpe la cabeza y contempló fijamente el perfil de Flattery, notando cómo los ágiles dedos de éste se movían igual que las patas de una araña sobre el gran tablero.
—Qué listo eres, Raj —dijo ella-... ¡y qué condenadamente tonto!
—¡Ya es suficiente! —le gritó Bickel, volviéndose hacia ella—. Será mejor que aireemos un poco la atmósfera. Mira, Prue, estamos abandonados a nuestros propios recursos. No tienes ni idea de hasta qué punto es cierto eso. Tenemos que confiar el uno en el otro porque... ¡maldición, porque no podemos confiar en el Huevo de Lata! No podemos permitirnos el lujo de andar constantemente a dentelladas el uno con el otro...
«Oh, ¿no podemos?», pensó ella.
—Estamos atrapados en una nave que contiene sólo un mecanismo de primera clase —continuó Bickel—. Sólo tenemos una cosa que funcione de modo eficiente y sin problemas, tal y como debería hacerlo: el computador. Todo el resto de la nave parece haber sido diseñado y construido por seis monos zurdos.
—Bickel cree que eso es algo deliberado —dijo Timberlake.
Prudence se encontró mirando involuntariamente a Flattery y se obligó a no fijarse en Bickel, concentrando toda su atención en Timberlake. «Es demasiado pronto para que Bickel sospeche», pensó.
Timberlake rehuyó su mirada. Parecía un niño pequeño al que han pillado robando la mermelada. Flattery rompió finalmente el silencio.
—¿Deliberado? —preguntó.
—Sí —dijo Timberlake—. Piensa que las otras seis naves tuvieron el mismo problema: algo fue mal con los NMO.
Bickel es mucho más listo y suspicaz de lo que habían supuesto, pensó Prudence. Raj o yo tendremos que apoyarle; no hay otro modo de mantener la situación controlada.
—¿Por qué los NMO? —preguntó Flattery.
—No nos andemos con rodeos —dijo Bickel—. La cosa es obvia. ¿Qué parte de la nave no se menciona jamás en los análisis de tensión? ¿Qué parte de ella se supone que es a prueba de fracaso?
—Seguramente no se trata de los NMO —dijo Flattery.
Intentó que su voz sonara desafiante, pero no lo consiguió y pensó: «Que Dios nos ayude. Bickel ha logrado ver cuál era la verdad demasiado pronto».
—Pues sí, ciertamente: los NMO —dijo Bickel—. ¡Y nos entregaron tres de esas condenadas cosas! Una en funcionamiento, y dos como repuesto. ¡Jamás hubo la menor alusión a que un NMO pudiera fallar y, sin embargo, en el Huevo de Lata había tres!
—¿Por qué crees? —preguntó Prudence.
—Para poder estar seguros de que habríamos rebasado ampliamente el punto de no regreso antes de que empezaran las duchas frías —dijo Bickel.
Supongo que me ha tocado a mí apoyarlo, pensó Prudence.
—¡Siempre las malditas maniobras del Proyecto! —dijo—. Claro... Encaja muy bien en su carácter.
Flattery la miró sorprendido, pero clavó de nuevo los ojos en el gran tablero antes de que Bickel pudiera darse cuenta.
—Duchas frías... —dijo Bickel—. Esta nave es meramente un complicado aparato de simulación con un solo propósito... y mi teoría es que las otras naves también lo eran.
—¿Por qué? —le preguntó Flattery—. ¿Por qué iban a hacer algo así?
—¿No lo ves? —le preguntó a su vez Bickel—. ¿No reconoces cuál era su propósito? Puedes ver su sombra en todo lo que nos rodea, y es la única cosa que tiene sentido en toda esta bufonada. El secreto, el misterio, todas esas complicadas maniobras... todo ha sido calculado para meternos en un gran tobogán engrasado que da a un océano muy especial. No es solamente una ducha fría... se trata de nadar o ahogarse. Y el único modo de que consigamos nadar es desarrollar una conciencia artificial.
—Entonces, ¿por qué un fraude tan complejo y elaborado? —le preguntó Flattery—. Por ejemplo, ¿para qué todos los colonos?
—¿Y por qué no los colonos? —le replicó Bickel—. Reemplazos siempre disponibles, para los miembros de la tripulación que vayan pereciendo en el camino. Otra flecha en la aljaba... por si se da la casualidad de topar con un planeta habitable en el que podamos plantar la semilla de la humanidad. Y... quizás haya otra razón.
—¿Cuál? —preguntó Prudence.
—Aún no puedo decir de qué se trata —respondió Bickel—. Es sólo una intuición. Y aún hay algo muchísimo más importante que debemos tomar en consideración: el potencial destructivo de este proyecto.
—Será mejor que nos expliques eso —dijo Flattery, sintiendo ya en la boca y en el cuello una extraña sequedad. Bickel había logrado percibir lo horrible del Proyecto Conciencia.
—No nos engañemos —dijo Bickel—. Si realmente logramos solucionar el problema, la cosa que hayamos creado podría ser la peor amenaza imaginable para la humanidad: un ser sin ningún freno, el monstruo de Frankenstein, una fría inteligencia carente de todo color o emociones, un error iracundo —se encogió de hombros—. Hubo una isla en Puget Sound; todos habéis oído hablar de ella. ¿Qué sucedió? ¿Resolvieron el problema?
—Entonces debemos incorporarle inhibiciones, algo que nos sirva de protección —dijo Prudence.
—¿Cómo? —le preguntó Bickel—. ¿Acaso podemos llegar a crear esa conciencia sin darle libre albedrío? Quizás ése fue el problema original que tuvo nuestro Creador... el darnos la conciencia sin permitirnos actuar en contra de... ¿de qué? ¿del mismo Dios?
«La conciencia: el regalo de la serpiente», pensó Flattery. Se pasó la lengua por los labios.
—¿Entonces?
—Entonces dotaron a esta nave de un seguro perfecto, para proteger a la Tierra y al resto de la humanidad —dijo Bickel—. El único dispositivo perfecto que se me ocurre, tomando en consideración todas las variantes posibles, es un ser humano... uno de nosotros —les fue mirando uno a uno—. Si empezamos a ir por mal camino, uno de nosotros apretará un botón, mandándonos a todos al infierno.
—¡Oh, vamos! —dijo Flattery.
—Podrías ser tú —dijo Bickel—. Probablemente lo seas... aunque quizá resultara demasiado obvio.
Prudence se llevó una mano al pecho y pensó: «¡Santo Dios! Nunca se me ocurrió esa posibilidad. Pero Bickel tiene razón... y es Raj, claro. Es el único que encaja. ¿Qué puedo hacer ahora?»
Timberlake se agitó en su litera, sumido en un profundo mutismo. Había estado escuchando atentamente la discusión, y lo único que le había sorprendido era lo fácil que le resultaba aceptar los argumentos expuestos por Bickel. ¿Sería porque tenía razón? Tenía razón, claro. Pero, ¿por qué lo aceptaban, cuando la cosa no resultaba realmente tan obvia? ¿Acaso le tenían miedo a Bickel quien, eso estaba claro, era el más inteligente de todos ellos? ¿O se trataba quizá de que ya sabían todo eso... de modo subconsciente?
—Os diré una cosa —habló finalmente Timberlake—. Bickel tiene razón, y lo sabemos. Por lo tanto, uno de nosotros está encargado de apretar ese botón. No quiero saber de quién se trata.
—No pienso discutir contigo sobre eso —dijo Bickel—. Sea quien fuere... si las cosas van mal, yo sería el último dispuesto a detenerle.
14
El maestro Zen nos dice que una idea omnipresente puede muy fácilmente quedar oculta bajo su propia omnipresencia: el bosque oculto por los árboles. En nuestra conducta normal de cada día vivimos bajo una ilusión potentísima, presos por una imagen falsa del yo. Cada una de las inclinaciones naturales del orgullo y su ego actúan como hechizos, y junto con las convenciones y su amo —el entrenamiento social— conspiran para mantener esa ilusión.
El semántico llama a eso «la inercia de las viejas premisas». Y eso es lo que mantiene nuestros análisis de la conciencia dentro de unos límites prefijados.
Escribió «Prudence Lon Weygand» al final del cuaderno de bitácora, y empezó a pasar la cinta por el grabador automático. Luego sincronizó la cinta para que pasara a Flattery, encargado ahora del tablero. Según el contador, éste era ya su turno número treinta y cinco.
Flattery se removió en su litera, preparándose para su guardia de cuatro horas. Los reflejos de los diales eran casi hipnóticos. Agitó la cabeza para acabar de concentrarse y oyó el leve roce de la tela al abandonar Prudence su litera. Ella se quedó unos instantes de pie, estirándose, y luego hizo una docena de flexiones.
¡Qué fácilmente aceptan la posibilidad de que yo sea el verdugo!, pensó Flattery. Se dio cuenta de lo alerta y preparada que parecía Prudence. La rutina actual de cuatro horas de guardia y cuatro horas de reposo podía mantenerse mientras no se presentara ningún problema serio, pero trastornaba por completo el ciclo metabólico. Ella debería comer o descansar pero, obviamente, sus nervios estaban demasiado tensos.
Prudence miró a Flattery, ya instalado para el turno de guardia. Comprobó el listado de reparaciones y vio que no había nada demasiado urgente. Llevaban algo más de veinticinco horas en las que el gran tablero sólo había precisado pequeños ajustes. Todo iba como una seda... demasiado bien, casi.
El peligro te mantiene alerta y preparada, pensó. Una paz demasiado prolongada embota las facultades. Entonces se preguntó si el Proyecto habría previsto el peligro especial que ella había descubierto para mantenerse ocupada, y pensó: «¿Soy acaso el garrote que debe golpear no sólo a los otros, sino también a mí?»
Pese a todo, la línea que debía seguir en sus investigaciones parecía muy clara: definir el océano químico en el que nadaba la conciencia. Ella pensaba que la clave final radicaba en las fracciones de serotonina y adrenalina. Lo que estaba buscando era un principio activo, algo entre el sinexil y la noradrenalina, capaz de producir a gran velocidad ingentes cantidades de neurohormonas. El producto final sería la raíz estimuladora de la conciencia humana. Si lograba encontrar un análogo químicamente producido podría explicar en detalle los mecanismos que hacían funcionar a la conciencia, y obtendría con ello una secuencia punto por punto que luego podrían seguir con su máquina de simulación.
Los peligros para su persona en el rumbo que había elegido eran enormes. No tenía ningún conejillo de indias con el que ir experimentando los productos de su ingenio, y la posibilidad de un error letal estaba siempre presente. La última sustancia —un derivado de la cohoba con una adición extra de nitrógeno— había excitado enormemente su cerebro, haciéndola entrar en un extraño estado de hiperconciencia. Todos los sonidos se habían convertido en líquidos, que se mezclaban dentro de ella para ser luego traducidos a un proceso centrífugo de conciencia. Había sido una experiencia aterradora, pero no quería detenerse.
Sólo podía hacer las pruebas durante los períodos de reposo en su cubículo privado, y siempre existía la posibilidad de que alguna respuesta física pudiera traicionarla. No podía permitírselo; sabía que todos los demás estarían de acuerdo en prohibirle que hiciera esas pruebas. Habían sido condicionados de ese modo.
—Sería mejor que comieras algo e intentaras descansar —dijo Flattery.
—No tengo hambre.
—Intenta descansar, al menos.
—Después, quizá. Creo que daré una vuelta para ver lo que están haciendo Bickel y Tim.
Contempló la gran pantalla que tenían encima, sintonizada con las cámaras de observación que había en el taller que ahora ocupaban. «Necesitamos que exista un control permanente sobre cada uno de nosotros», había argumentado Timberlake. «No podemos esperar a que alguien empiece a chillar pidiendo ayuda».
En la pantalla se veía a Bickel solo en el taller, pero otra de las cámaras mostraba a Timberlake dormido en el cubículo adyacente.
Cuatro horas de guardia y cuatro horas fuera del tablero, más este constante atisbar por encima del hombro de los demás... «Dentro de una semana estaremos todos hechos papilla», pensó.
Bickel alzó los ojos para mirar en su pantalla y vio a Prudence observándole.
—El diablo siempre encuentra maldades para las manos ociosas —dijo.
Se burlan de mí, pensó Flattery. Se ríen de Dios, del diablo y de mí.
—¿Qué te parecería un poco de café? —le preguntó Prudence a Bickel.
—Luego —dijo él—. De todos modos, será mejor que aquí no entre ya ningún tipo de comida. Debemos mantener los paneles abiertos, y no podemos correr el riesgo de contaminar las estructuras más delicadas. Si estás libre, no me vendría mal un poco de ayuda.
Caminando cautelosamente en la baja gravedad, Prue cruzó la compuerta y se detuvo unos instantes para observar lo que Tim y Bickel habían hecho desde su último período libre.
Allí donde había estado el lector óptico —en el gran panel que había delante de la compuerta— se extendía ahora una protuberancia mecánica, una compleja estructura de bloques plásticos: circuitos multiplicadores Eng, cada uno sellado en el interior de una cubierta aislante de plástico. Uniendo los bloques había un inextricable laberinto de cables, una negra telaraña de fibra pseudoneurónica aislada.
Bickel la había oído entrar. Sin apartar la vista de lo que estaba haciendo en uno de los extremos de la angulosa estructura, dijo:
—Coge el visor de microenlaces que hay en el banco. Necesito 21,006 centímetros de neurofibra K-A4, con bulbos terminales y multisinapsis espaciadas al azar. Conéctalo tal y como he indicado en el esquema G-20... Debería estar arriba del montón de diagramas que hay en el lado derecho del banco.
Bickel tomó asiento en la cubierta y puso en posición otro bloque de multiplicadores Eng. Luego instaló sobre el bloque un visor portátil, apoyó la frente en el protector almohadillado y empezó a hacer las conexiones.
¡Sí, señor!, pensó ella.
Encontró el esquema indicado, cogió el rollo de neurofibra y metió el extremo en el visor, pegando los ojos a la lente. La imagen aumentada de la fibra conductora —con sus secciones sinápticas indicadas en color verde y los bulbos terminales en amarillo— llenó su campo visual. Observó una vez más el esquema y luego empezó a realizar las conexiones.
—¿Qué estamos haciendo ahora, jefe? —le preguntó.
—Instalamos un sistema de ciclos ruleta —dijo Bickel.
—¿Por qué?
—Una máquina es capaz de reproducir cualquier tipo de conducta —dijo Bickel—. Hemos de fabricar un trasto para que sea capaz de satisfacer cualquier tipo de requerimientos imaginables en lo tocante a entrada y salida de datos. Debe actuar tal y como nosotros queramos, bajo las circunstancias específicas que le demos. Raj fue terminante cuando discutimos eso.
Ella intentó mantener su tono de voz deliberadamente humorístico.
—Eso era un error, ¿no?
—Puedes apostar tu preciosa vida a que sí. Un ambiente y una conducta específica... eso es determinismo puro. El fabricante del aparato sigue al mando. Lo que es peor, ese aparato necesita una memoria totalmente detallada: todo lo existente en el pasado de la máquina debe estar a mano... ¡al momento! A cada segundo que pasa, la carga de esa memoria se hace más y más pesada, y todo debe estar siempre disponible. Y eso te mete de lleno en un problema de diseño infinito.
Prudence tomó la longitud indicada de fibra y luego hizo el empalme indicado en el esquema.
—Diseño infinito... Eso quiere decir una forma indeterminada y, por definición, es imposible construir algo indeterminado. Por lo tanto, ¿qué hacemos ahora?
—No sigas tanto las reglas —dijo Bickel—. Estamos intentando crear una red de conducta en la que exista un coeficiente inhibitorio determinado al azar, y que encaje en las exigencias de probabilidad necesarias... —dejó de mirar por el visor y se limpió el sudor de la frente—. Buscamos un modelo de conducta que sea el resultado de un mal funcionamiento deliberadamente incorporado al sistema.
—Una conducta determinista a partir de elementos no fiables —dijo ella, y le pareció sentir en eso la mano de Flattery... un argumento dejado caer al azar, un leve empujón en la dirección deseada—. Bickel, le he estado dando vueltas constantemente a tus sospechas —dijo—. Incluso si estás en lo cierto sobre que uno de nosotros está encargado de hacer volar la nave si las cosas se ponen mal... Bueno, ¿cómo puedes estar seguro de que esa persona-fusible sigue con nosotros? Quiero decir que, después de todo, murieron tres miembros de la tripulación original.
—De acuerdo —dijo Bickel—. Digamos entonces que al sacarte de la hibernación, te hubieras encontrado con que nuestro capellán-psiquiatra había muerto. ¿Cuáles serían tus órdenes entonces?
—¿Órdenes?
—¡Deja ya de fingir! Todos teníamos órdenes especiales.
—Habría insistido para sacar a otro capellán-psiquiatra de los tanques de hibernación —dijo ella con un hilo de voz—. ¿Qué habrías hecho tú?
—Tenía mis órdenes, igual que tú.
Ella levantó la vista para contemplar a Flattery, que aparecía en la pantalla sobre sus cabezas. Estaba concentrado en el gran tablero, y no daba la impresión de estar escuchando la conversación que ellos mantenían y que surgía del intercomunicador. Pero estaba fingiendo, y ella lo sabía. Todo lo que se decía aquí era registrado en su cerebro, para ser luego sopesado y analizado.
Bickel tiene razón, pensó. Es Raj.
—¡Pon atención en lo que haces! —le dijo Bickel.
Ella se volvió, y le encontró observándola.
—Si echas a perder las conexiones de ese rollo de cable, te volveré a meter en los tanques de hibernación —dijo él.
—No amenaces con algo que no puedes llevar a cabo —dijo ella.
Pero se concentró nuevamente en el visor y acabó una serie de conexiones entrelazadas; luego las comprobó para estar segura de que no oscilaban en resonancia. Después localizó la fuente de salida de la señal y dejó instalada allí una conexión para el multiplicador Eng.
—Apenas hayas terminado con el G-20 me lo das —dijo Bickel. Bostezó, frotándose los ojos con los nudillos.
Prudence cotejó el bloque acabado de montar con el esquema, vio que encajaba y, tras apartar con delicadeza el visor, se lo llevó a Bickel. Hacía ya tiempo que él necesitaba un descanso; se dio cuenta de que estaba trabajando demasiado y que, aparentemente, pensaba seguir.
—Toma —le dijo tendiéndole el bloque—. ¿Por qué no descansas un poco en cuanto lo hayas instalado?
—Ya estamos casi listos para empezar el primer programa —dijo Bickel.
Cogió el G-20 y empezó a conectarlo con el bloque de multiplicadores Eng que había instalado hacía unos momentos, pasando luego uno de los haces por la conexión que había en el panel del computador.
Prudence retrocedió unos pasos y estudió la excrecencia mecánica que brotaba de la pared. Como si lo viera entonces por primera vez, el aparato cobró de repente un nuevo significado para ella.
—Esto es algo más que un aparato de análisis —dijo.
—Cierto.
Bickel se puso de pie, limpió sus manos en los costados del traje de vacío y luego se colgó el micromanipulador y el visor a un costado.
—Esto, aparte de darnos el análisis que necesitamos sobre los errores incorporados al funcionamiento, le proporcionará al pequeño «buey» que vamos creando un intercambio energético en tres sentidos.
—Lo has conectado al computador —dijo ella en tono acusatorio, señalando con el dedo los cables que entraban en el panel.
—Cada cable de ese tablero tiene incorporado un diodo. Las señales energéticas pueden ir del computador al aparato, para que controle y analice, pero todo lo que ingresa en el computador debe ser codificado por uno de nosotros e insertado ahí —Bickel señaló las conexiones de entrada alineadas en la esquina derecha de la pared.
—¿Un intercambio en tres sentidos? —preguntó ella.
—Estamos listos para poner a prueba mi hipótesis sobre la teoría de campo. Tengo un programa fuente listo para ser insertado. Si nuestro Buey no funciona, sólo se producirá una transferencia del material en la salida final, sin haberlo alterado. Si se produce el campo, entonces actuará como filtro y sólo dejará pasar los dígitos significativos, eliminando los otros.
—¿Y qué hay de esos ciclos ruleta?
—La supresión del cero será intermitente —dijo él—, pero seguiremos obteniendo en la lectura final solamente los dígitos significativos.
Prudence hizo un gesto de asentimiento, contemplando a Bickel con una nueva comprensión de sus actos.
—Todos los datos sensoriales que entran en la conciencia humana son intermitentes.
Era una idea explosiva: ¡Formas ondulatorias! Todo aquello que la conciencia es capaz de identificar debe moverse de un modo organizado, y debe hacerlo contra un telón de fondo que ponga de relieve... ¡que subraye!... esa organización. Por lo tanto: intermitencias. Y Bickel ha logrado entender perfectamente que eso era necesario.
El comprender todo eso le resultó —sin que supiera la razón— profundamente sexual, y al darse cuenta de ello la llenó de inquietud. No había modo de que pudiera incluir las drogas anti-S en su actual programa de pruebas. Se preguntó si acaso su organismo sería finalmente capaz de traicionarla.
Obligándose a fingir una calma que no sentía, le dijo:
—Lo que vemos e identificamos debe ser algo significativo y discreto, que siempre debe estar en movimiento recortándose contra otra cosa.
—Ahora sí lo has entendido —dijo Bickel—. Pero asumimos que el espectador de esos datos está dotado de continuidad... es un flujo de conciencia. En algún sitio dentro de nosotros, lo discreto se convierte en amorfo. La conciencia poda lo carente de significado para enfocarse únicamente sobre lo significativo.
—Eso es un juicio tuyo —dijo ella—, y es allí donde la teoría fisicalista se cae de bruces. Si se trata de una máquina dotada de introspección, entonces no será consciente. La introspección confunde la conciencia con el pensar. Pero el percibir, el sentir y el pensar son procesos fisiológicos, y la conciencia...
—Es otra cosa —dijo Bickel—. Es una relación, un campo, un intercambio selectivo. Algo que desprecia los dígitos carentes de significado. Es un cedazo, un filtro. Ahora podremos ver si tenemos al fin una máquina que sepa hacer eso basándose en datos intermitentes, algunos de los cuales serán erróneos.
—Datos erróneos... resultados dotados de significado —musitó ella.
—¿Cómo has dicho?
Pero ella hizo caso omiso de Bickel, y miró por la pantalla a Flattery, con aspecto tranquilo, controlando el gran tablero. Algo que Flattery había dicho volvió ahora a su mente, pero como si lo hubieran amplificado miles de veces:
«No existe nada en nosotros sobre lo que podamos ser totalmente objetivos, salvo nuestras respuestas físicas, los reflejos de la conducta. Existimos en un bosque de ilusiones, donde el mismo concepto de la conciencia se confunde con una ilusión».
Una fugaz iluminación invadió su mente, y vio a Bickel, ese hombre que trabajaba, como algo más que carne, tendones y nervios; algo más que una compleja maquinaria físico-química en la que había huecos por llenar. Era una criatura minúscula y vulnerable, pero dentro de ella había fuerzas capaces de abarcar cualquier universo conocido. Había algo en esa huidiza comprensión de su ser que le pareció casi religioso... algo sagrado. Lo paladeó lentamente, dándose cuenta de que era una sensación absolutamente privada y personal, que jamás podría transmitir por completo a ninguna otra criatura.
Bickel terminó la conexión del conjunto G-20, se puso en pie y se frotó la espalda. Le temblaban las manos a causa de la feroz concentración que le había exigido la tarea recién terminada.
—Hagamos una prueba rápida —dijo—. Prue, vigila el monitor en el tablero de diagnóstico —hizo un gesto señalando el panel de diales e indicadores que tenía a la izquierda, esperando como una hilera de ojos relucientes—. Yo le daré una entrada energética de un quinto de segundo a cada red de los ciclos ruleta con el generador manual.
Dio la vuelta al conjunto de bloques del aparato y pasó sobre los cables con extrema precaución. Luego conectó los interruptores para que el programa empezara a fluir en la entrada de datos.
—Empezando —dijo.
—Empezando —le respondió ella, viendo cómo las agujas giraban en sus diales, registrando la energía.
—Dame el umbral de sinapsis principales, el de los bulbos terminales y el tiempo de acción en cada red —Bickel bajó tres interruptores a la vez—. Intercambio activado.
Esperó, sintiendo cómo aumentaba la tensión y un nudo iba apretando su estómago.
—El intercambio denota entrada de energía —dijo ella.
—Red uno —dijo él, introduciendo el primer impulso calculado para el lapso temporal prescrito desde el generador.
—Hay un atasco en los nódulos de la quinta capa —dijo ella, concentrándose en los indicadores de esa capa como si creyera que sus pensamientos eran capaces de activarlos. Pero las agujas siguieron clavadas en el cero—. No pasa ningún impulso por ahí —dijo.
—Probaré haciendo cambiar los ciclos ruleta —dijo Bickel, manipulando un dial.
—Nada —dijo ella.
Bickel apagó sus interruptores y movió las conexiones hacia la izquierda.
—Bueno, probaremos con un potencial en oscilación trigonométrica a través de las bobinas. Dame las nuevas lecturas en cada capa de las redes. Empezando... ya.
—Estás provocando una reacción no lineal a través de todas las redes —dijo ella—. Se aproxima a una linealidad cero.
—¡Eso es imposible! —dijo Bickel—. Esas cosas siguen siendo circuitos abiertos, las llamemos como las llamemos —bajó otro interruptor—. Lee las demás redes.
Prudence luchó contra una creciente oleada de frustración, y barrió los diales con la vista.
—No lineal —dijo.
Bickel dio un paso hacia atrás y contempló el panel de entrada.
—¡Esto carece de sentido! Lo que tenemos aquí es, básicamente, un transductor. ¡Las salidas deberían encajar!
Prudence leyó nuevamente sus diales.
—El producto que obtienes sigue siendo cero.
—¿Algún tipo de calentamiento? —dijo Bickel.
—Nada significativo —respondió ella.
Bickel frunció los labios, pensativo.
—No sé cómo, pero hemos creado un sistema unitario ortogonal para cada red, y para el conjunto total —dijo—. Y eso es una contradicción lógica. Podría significar que en cada una de esas redes aisladas tenemos más de un sistema.
—Lo que tenemos es una incógnita que está tragando energía —dijo Prudence, sintiendo un creciente nerviosismo—. ¿No es acaso eso nuestra definición de...?
—No es consciente —dijo Bickel—. Sea lo que fuere, el sistema desconocido no puede ser consciente... todavía no. Este equipo es demasiado sencillo, no tiene suficientes fuentes de datos...
—Entonces debe haber algún error en el montaje —dijo Prudence.
Los hombros de Bickel se hundieron lentamente. Tragó aire de un modo lento y agotado.
—Sí. Debe ser eso.
—¿Dónde tienes el informe del montaje y los circuitos de prueba? —le preguntó Prudence.
—Aislé un tanque de almacenamiento auxiliar —dijo Bickel, señalando vagamente hacia su izquierda—. Ése, el rojo... Todo está ahí, incluyendo esto —movió la mano hacia el panel de diagnóstico.
—Debes comer algo y descansar un poco —dijo ella—. Empezaré a seguir los circuitos.
—Tenemos algún tipo de obstrucción en la prueba directa —dijo Bickel—. No fue una reacción de circuito abierto. Hum... y la prueba de intercambio de redes produce cero en la salida, sin indicar el punto de pérdida. ¡Ese trasto es una condenada esponja!
—Se tratará de algún error muy sencillo, ya verás —dijo ella—. Despierta a Tim y mándale para aquí cuando te vayas. Ya lleva más de cuatro horas descansando.
—Yo sí estoy cansado —admitió Bickel, pensando por primera vez en el tiempo que llevaba sin hacer una pausa. Tres turnos completos, al menos.
Me cansé en exceso, pensó. Tendría que haberlo previsto, este trabajo es agotador. Trabajar demasiado tiempo sin descansar es el modo más seguro de cometer errores.
—Será una tontería —dijo, pero en el mismo instante en que lo decía supo que no era cierto.
Dormir... necesitaba dormir. Se dirigió hacia los cubículos, examinando una y otra vez el problema en su mente desde todos los ángulos posibles. El aparato producía una reacción contradictoria. Nada tan simple era capaz de producir una contradicción tan compleja.
Detrás de él, Prudence activó las lecturas correspondientes a la parte roja del panel y empezó a intentar acostumbrarse al aparato. A veces, en ese tipo de problemas originados por un computador, se podía avanzar de modo intuitivo hasta la zona en que estaba el problema, ahorrándose de ese modo horas de agotadora cacería. Como ella sabía muy bien, alguna parte del aparato le daría la sensación de que no era correcta.
Timberlake, aún bostezando, se reunió con ella.
—Bick me lo ha contado. Problemas.
—Y bastante raros.
—Eso me pareció entender... —se aclaró la garganta—. ¿Qué sucedió exactamente?
Ella le contó las pruebas que habían hecho y la obstrucción existente en los nódulos de la quinta capa, así como el desacuerdo subsiguiente entre la entrada de datos y la salida.
—¿Linealidad cero? —le preguntó él.
—Casi.
—¿Y ningún tipo de calentamiento?
—Nada que pudiera verse en los sensores.
Timberlake miró las lecturas y los dos lados del panel.
—Éste es el tanque de almacenamiento que aislamos. ¿Has examinado todo el procedimiento que seguimos?
—Estaba empezando a familiarizarme con el aparato cuando llegaste.
—Ese trasto tendría que haber funcionado —dijo Timberlake—. De principio a fin fue un trabajo limpio y sin problemas. Podría haber jurado que sería capaz de darnos esa lectura integrada, quitando los dígitos carentes de significado, y que a partir de ahí habríamos podido seguir avanzando... —se calló unos instantes, y luego siguió hablando—. Una retroalimentación inesperada podría haber hecho que... que se portara tal y como lo hizo.
—No te entiendo.
—Una oscilación. Un impulso retroactivo que se nos hubiera pasado por alto.
—Eso podría echar a perder la prueba directa —dijo ella—, pero no explica la otra reacción. Si hubiera estado en el computador, claro... pero funciona en un solo sentido, ¿no?
—Hay barreras por todos lados. Nuestro aparato puede recibir datos seleccionados del computador, pero no hace que ingrese nada a él. No..., estaba pensando en ese tanque de almacenamiento de ahí.
Señaló con la cabeza el panel que había delante de Prudence; ella se volvió hacia él, sorprendida.
—Pero se trata solo de... de una grabadora muy sofisticada. Todo lo que hace es ir registrando nuestro trabajo, paso a paso. Está aislado del resto del computador, ¿no?
—¿Y si no estuviera aislado del resto del computador? —preguntó Timberlake.
—Pero Bickel me aseguró que...
—Ya —dijo Timberlake—, y probablemente eso creía. Yo también comprobé el trabajo. Si los esquemas que nos dieron son correctos, está aislado. Pero... ¿y si los esquemas están equivocados?
—¿Por qué iban a estar equivocados?
—No lo sé, pero... ¿y si lo están?
Timberlake fue hacia el panel de la izquierda y lo examinó, deteniéndose en una salida del traductor.
—Es fácil de comprobar. Lo único que debemos hacer es averiguar si alguna parte de la prueba ha llegado a los bancos principales.
—Si lo ha hecho, no tenemos modo de saber qué daños habrá producido —dijo ella.
—No necesariamente —respondió Timberlake, y empezó a preparar una cinta de programa, acudiendo a los bancos del computador para los datos que necesitaba—. Esto debería servir —dijo finalmente.
Unos segundos después, la señal de carga-y-ejecución brilló en el monitor delante de Timberlake. Él conectó la impresora y empezó a leer la traducción automática.
—Muy rápido —dijo Prudence.
Timberlake la ignoró, los ojos clavados en la cinta que iba emergiendo de la impresora.
—¡Por el amor de Cristo! —dijo.
—¿Qué sucede? —dijo ella, combatiendo una repentina oleada de pánico irracional.
—Busca a Bickel —dijo Timberlake—. Ese maldito trasto nos está dando la lectura abreviada justamente aquí.
—¿Cómo?
—La respuesta que esperábamos obtener del aparato si funcionaba —dijo Timberlake—. ¡Está aquí mismo, ahora!
—Eso es imposible —dijo ella.
—Claro que es imposible —dijo Timberlake—. Tú ayudaste a programar ese trasto; échale una mirada —giró en redondo y pasó junto a ella, lanzado a la carrera hacia los cubículos.
Prudence se inclinó sobre la impresora, buscó entre los datos y reconoció parte de las fórmulas matemáticas que había preparado en el programa para Bickel.
Y aterrada, casi sin poder respirar, se dio cuenta de que en la copia que salía de la impresora faltaban los dígitos carentes de sentido. El mensaje había sido reducido a lo esencial.
15
Los computadores son meramente sistemas dotados de una gran cantidad de inconsciencia: todo está contenido en una memoria de acceso inmediato, y está sujeto a programas que el operador inicia. El operador, por lo tanto, es la conciencia del computador.
Raja Lon Flattery. El Libro de la Nave.
Pasaron como mínimo cinco minutos antes de que Timberlake volviera con Bickel. Mientras esperaba, Prudence realizó el experimento por dos veces más: cada una de las lecturas produjo el mismo mensaje abreviado.
Sintió una opresión en el pecho. Cada uno de los ruidos del cuarto parecía asfixiarla: la multitud de leves chasquidos metálicos, el casi inaudible zumbido del medidor de tiempo, el débil siseo de un ventilador. Tenía la sensación de que el aparato ante el que estaba sentada era algo profundamente peligroso, que le exigía actuar con precaución y mucho cuidado. Algo totalmente nuevo había despertado a la vida a bordo del Terrestre.
La compuerta se abrió ruidosamente detrás de ella. Bickel la apartó a un lado y se inclinó sobre la terminal.
—¡Déjame ver! —sus dedos volaron sobre las teclas, y leyó luego el mensaje—. ¡Dios mío, lo es!
Timberlake se acercó a él y miró por encima de su hombro.
—¿Cómo? —preguntó.
—Tim —le ordenó Bickel—, quita el panel de ese tanque de almacenamiento. Compruébalo con todo lo que tengamos a mano. Debe existir una conexión con el computador principal en algún sitio... una conexión que no aparece en los planos.
—Pero... ¿por qué ha empezado a darnos la respuesta correcta ahora? —preguntó Prudence.
—¿Eso? —Bickel rechazó su pregunta con un gesto desdeñoso—. En el programa había un diagrama en clave, expresando lo que esperábamos obtener. Cada parte de ese programa fue elaborada con el computador principal, y nunca llegamos a eliminar el trabajo. Debe seguir ahí dentro... actuando como un filtro. Lo filtró todo, salvo la respuesta óptima del diagrama. Diablos, cualquiera puede fabricar un computador capaz de efectuar ese tipo de selección. Eso no prueba nada...
—No tan de prisa —dijo ella, sintiendo que se le había ocurrido algo de repente—. ¿Qué tenemos realmente en ese aparato de prueba? —miró hacia el mecanismo al que Bickel, de modo tan irreverente, había llamado el Buey, que seguía asomando del panel como una protuberancia surrealista—. Dijiste que era una especie de... de transductor. ¿Qué significa eso, realmente? Ese aparato de ahí se compone de bloques que simulan sistemas nerviosos, dispuestos para integrar tres corrientes energéticas. El término técnico es simuladores de sistemas nerviosos.
Se emociona demasiado y luego habla en exceso, pensó Bickel. Sabía que esa idea era en parte fruto de su propia fatiga, pero a pesar de todo se encontraba nervioso y lleno de entusiasmo, dispuesto a seguir trabajando con mayor empuje gracias al rápido descubrimiento de lo que había ido mal. Deseaba cortar la conexión con el computador y repetir la prueba.
Timberlake ya estaba quitando el panel para dejar libre el acceso al tanque de almacenamiento. Al moverlo hacia un lado, el metal chirrió secamente sobre la mampara.
—Sí, eso es: simuladores de sistemas nerviosos —dijo Bickel.
Su atención seguía concentrada en Timberlake, admirando el modo concienzudo y rápido como trabajaba. Era bueno en lo suyo.
Prudence se confundió al interpretar las reacciones de Bickel, y dijo:
—Entonces, ¿qué es un sistema nervioso, sino un espacio de acumulación? Recoge energía, del mismo modo que una telaraña recogería lo que tú le arrojaras. La red nerviosa registra en cuatro dimensiones la energía que tú le arrojas.
—Buena analogía —dijo Bickel—. ¿Encuentras algo, Tim?
—Todavía no —contestó Timberlake, dándoles la espalda y con medio cuerpo introducido en el angosto espacio que había bajo la primera capa de cables del panel que daba acceso al sistema de almacenamiento.
Al darse cuenta de la zona en que Timberlake había concentrado sus esfuerzos, Bickel dijo:
—Creo que tienes razón, Tim. Lo más probable es que esté ahí, en los haces primarios.
Prudence, inmersa aún en lo que se le acababa de ocurrir, dijo:
—Por lo tanto, lo que tenemos aquí es un espacio múltiple de acumulación, capaz de absorber energía en las cuatro dimensiones. El programa de prueba pasa a través de este espacio como impulsos de flujo en cuatro dimensiones, y se filtra a través de los ciclos ruleta inhibitorios hasta...
—¿Qué has dicho? —la interrumpió Bickel.
Ella alzó los ojos para encontrarle mirándola fijamente.
—¿Qué he dicho de qué? —le preguntó.
—Eso sobre los impulsos de flujo...
—Dije que el programa de prueba pasa a través del espacio de acumulación bajo la forma de impulsos de flujo en cuatro dimensiones, y se filtra a través de la ruleta inhibidora...
—Por Dios, tiene razón... —dijo Bickel—. Los ciclos ruleta serían un filtro... Nunca se me ocurrió considerarlo de ese modo. Se obtendría una acumulación de pulsos nodulares en puntos situados de modo aleatorio en las capas del sistema. El programa de prueba debería hallar su propio camino a través de eso, cancelándose en algunos puntos, pero logrando pasar en todos aquellos donde hubiera un potencial más alto.
—Y ese filtro sirve de pantalla a todo el aparato, a través de un sistema aleatorio de errores —dijo Prudence—. Por lo tanto, debes estar equivocado en lo tocante al modo en que se produjeron tus respuestas abreviadas. El programa que llegó al computador no podía parecerse en nada al que tecleaste anteriormente en los bancos. Y, a pesar de todo, produjo las respuestas correctas.
—Repasemos todo esto despacio —dijo Bickel—. Tenemos aquí una serie de circuitos, el Buey más el computador, que deberían conectar eventos puntuales del espaciotiempo. ¿Correcto?
—Correcto. Ése es el espacio capaz de acumular energía en cuatro dimensiones.
—Por lo tanto, enviamos a través de él corrientes energéticas en forma ondulatoria. Y esas corrientes...
—¡Eh! —gritó Timberlake, su voz resonando huecamente detrás del cableado.
Bickel miró hacia abajo y vio que por el espacio del panel asomaban sólo los pies de Timberlake.
—Lo encontré —dijo Timberlake—. Es un haz de cincuenta cables, con una sola conexión. ¿Lo desconecto?
—¿A dónde lleva? —le preguntó Bickel.
—Según el código de colores, lleva directamente a los bancos de almacenamiento accesorios —dijo Timberlake. Sus pies desaparecieron por el hueco—. ¡Todos los bancos están conectados de igual modo! ¿Por qué diablos no aparece eso en los planos?
Bickel se puso a cuatro patas delante del hueco dejado por el panel.
—¿Hay algún tipo de buffer, o sistema de puertas en esas líneas?
Una linterna osciló en la oscuridad del hueco.
—¡Por Dios, sí! —dijo Timberlake—. ¿Cómo lo sabías?
—Tenía que haber uno —dijo Bickel—. Es un sistema a prueba de fallos en el computador... y algo más. No intentes manipularlo.
—¿Por qué? ¿A qué te refieres? —le preguntó Prudence.
—Es un sistema de grabación —dijo Bickel.
Y con eso obtuvo la respuesta a una de sus preguntas anteriores: ¿sería capaz la Base Lunar de instalar equipo oculto en el sistema nave-más-computador? Sí... y aquí estaba uno de esos elementos ocultos.
—¿Grabación? —Prudence parecía desconcertada.
—¡Sí! —Bickel estaba enfadado—. Todo lo que hace el computador, todo lo que hacemos nosotros... todo queda grabado.
—¿Por qué?
—Para que puedan recuperarlo y analizarlo, incluso si nosotros ya no estamos disponibles para ayudarles.
—Pero... ¿por qué razón iban a mantener esto en secreto?
—No deseaban que empezáramos a hacernos preguntas sobre sus propósitos... No querían que sospecháramos sobre el verdadero motivo de este viaje, hasta que fuera demasiado tarde como para cambiar de rumbo.
Prudence parecía a la defensiva.
—Aún podríamos intentar volver a...
—Oh, Prue, no seas tonta. Este viaje es sólo de ida. No quieren que volvamos. Podríamos llegar a ser muy peligrosos. La única cosa de utilidad que podemos ofrecerles es información... y descubrimientos.
Bickel se balanceó sobre las puntas de los pies, intentando librarse de una repentina sensación de abandono y desánimo.
¡Bastardos!, pensó. Sabían que lo encontraríamos apenas metiéramos la mano en el interior del computador. Nos tienen bien atados...
Timberlake salió a rastras del hueco y se puso de pie.
—Ahí abajo hay un panel con letras rojas: «¡Peligro grave! Acceso sólo para el personal de la Base Lunar». ¿Tiene eso algún sentido para ti?
—Ojalá no lo tuviera —dijo Bickel, atisbando en el hueco.
Timberlake parecía tan desconcertado como lo había estado antes Prudence.
—Pero un sistema de grabación con tales dispositivos de seguridad y...
—Esa cosa tiene «no tocar» escrito por todas partes —dijo Bickel—. Os lo garantizo... Si empezamos a trastear con ese sistema ocurrirá algo realmente catastrófico. No debemos cambiar ni una pieza de sitio.
Se puso nuevamente en pie y quitó las conexiones de bloqueo instaladas para aislar su sistema de prueba. Se movía con rigidez, y como si le costara coordinar sus gestos.
¡Aislar! Apartó de un empujón a Prudence, que aún parecía no haberse recobrado de su desconcierto. ¿Habría entendido alguno de los otros lo que estaba ocurriendo realmente aquí?
Las piezas del sistema de prueba resonaban sobre el banco a medida que él las iba arrojando allí. Todo lo que había logrado con su experimento era cambiar el potencial en un punto, y asegurar que les fuera imposible seguir la pista a ninguna fracción de las informaciones que el sistema de prueba había enviado al sistema total del computador.
Timberlake le siguió hasta el banco.
—Pero esos resultados, las respuestas abreviadas...
—¡Usa la cabeza! —gritó Bickel, girando en redondo—. Este computador posee un sistema de acceso aleatorio, al menos en lo que a nosotros concierne... Contiene bloques enormes de información encajados bit a bit de tal modo, que sólo el conjunto total del computador puede reproducirlos. Por eso nos encontramos con tantas rutinas para funciones especiales que se dividen y subdividen hasta el infinito... Las direcciones de ésas sí las sabemos.
—Pero el seguro, la advertencia...
—Ése es un mensaje especialmente dirigido a nosotros —dijo Bickel.
Prudence sabía que debía apartarle de esas conjeturas.
—Los Núcleos Orgánicos debían saber dónde se encontraba su información —dijo a toda prisa.
—Y están muertos —dijo Bickel—. ¿Captas el mensaje?
—¡Espera un minuto! —dijo Timberlake—. ¿Estás intentando decirnos que...?
—El computador es quien nos mantiene con vida —dijo Bickel—. Solamente él... Ganemos o perdamos, tendrá que ser en su compañía.
Timberlake se volvió para mirar hacia el hueco donde había estado el panel.
—Pero nosotros... —y se interrumpió a media frase.
Prudence, dándose cuenta de lo que Timberlake había deducido, sintió que se le secaba la garganta. Parte de la información contenida en ese monstruo debía encontrarse recogida muchas veces, según la potencia con la que hubiera sido insertada. Otra parte de la información estaría recogida solamente una vez, y podía perderse por el mero movimiento de un protón. Y era el total de ese sistema el que controlaba su destino.
—Los bancos de almacenamiento del computador se parecen, en definitiva, a un enorme sistema equilibrado internamente —dijo Bickel.
Prudence asintió. En ciertos aspectos era como una soberbia memoria humana —incluso funcionaba de un modo parecido—, pero era un instrumento muy delicado, con todas las delicadas debilidades que ese término implicaba.
—Jesús —murmuró Timberlake—. Y acabamos de meter en su interior un programa desconocido.
—Peor aún —dijo Bickel—. A causa de esa conexión con el computador que no aparecía en los esquemas...
Tragó saliva, preguntándose si se habrían dado cuenta ya de la magnitud del desastre. Se dio la vuelta y señaló con la mano hacia los montones de cubos y rectángulos, y los haces de fibra nerviosa cuasibiológica que formaban su «Buey».
Los otros dos se volvieron en la dirección que les indicaba.
—...En realidad, ese aparato es ahora una extensión del computador —dijo Bickel.
—¡El factor error! —dijo Prudence, y se tapó la boca con la mano.
—Acabamos de introducir un factor de error en el computador —dijo Bickel—. Y eso quiere decir: primero, que hemos introducido en él la probabilidad... no, mejor la certidumbre, representada por un número desconocido de subespacios en el espaciotiempo del computador. El programa que hemos metido dentro... y que no sabemos dónde ha ido a parar, producirá conexiones topológicas desconocidas y nuevas redes a lo largo de todo el sistema.
—Básicamente, en los bancos de memoria —dijo Timberlake.
—Y en las redes transductoras —dijo Bickel.
—Pero esta unidad de almacenamiento de aquí nos proporcionó la información analítica de los circuitos cuando se la pedimos —dijo Prudence.
—Claro —dijo Bickel—. Pero lo que le pedías exigía, como máximo, la ejecución de una subrutina. Sólo Dios sabe de dónde vino la información. Para empezar, saliendo de esta unidad hay cincuenta cables... y recuerda que esos cables son filtrados por un sistema de buffers. Los bits salen de aquí, pasan a través del sistema de buffers y se dividen siguiendo cincuenta caminos distintos, según sus diferencias de potencial. Esa es sólo la primera etapa. En la siguiente, la división es de cincuenta veces cincuenta. Y luego cincuenta veces cincuenta veces cincuenta, y así sucesivamente...
Era como intentar trabajar con una memoria en la que todo estuviera almacenado siguiendo un orden totalmente determinado por el azar. Lo único que podían dar por seguro era que sólo había un modo de recuperar los datos contenidos en ella: saber cuál era ese orden.
Amnesia selectiva garantizada. Pero eso... eso era algo casi humano.
—Este banco de aquí es algo así como un telar —dijo Prudence—. Cogió las distintas hebras que formaban la grabación de la unidad de prueba y las tejió para hacerlas pasar por los tanques de almacenamiento de todo el sistema..., dispersando esa grabación a través de un número ignorado de células, que fueron contaminadas por ella.
—Y un número desconocido de veces —dijo Bickel—, no lo olvides. Y la única pista que tenemos en cuanto al conjunto de la prueba es la de un programa de subrutina. Si se pierde, entonces perdemos toda la grabación... a menos que logremos hacer encajar una cantidad suficiente de sus fragmentos en otro programa, y podamos así sacarla del sistema.
—Pero ese modo de funcionar es muy parecido al de la memoria humana, ¿verdad? —les preguntó Prudence—. Y además, hay otra cosa: produjo la respuesta correcta en el traductor. La respuesta correcta.
Bickel la miró, dándole vueltas una y otra vez a ese hecho en su cerebro. «¡Santo Dios, tiene razón! Aunque no se deba a la explicación que nos ha soltado tan astutamente, el aparato había producido las respuestas correctas a pesar de los errores y los fallos de programación».
El procedimiento con que habían procesado los datos apestaba. Era un sistema heurístico, y en ninguna circunstancia debería haberles proporcionado los datos deseados. Pero sí había ocurrido. ¿Por qué?
Bickel tuvo la extraña sensación de que su mente vacilaba: se trataba de algo tan físico que por unos momentos le asombró que los demás no se dieran cuenta de ello. La hermosa claridad con la que había entendido lo que ocurrió dentro del computador empapó su organismo como si fuera un estimulante.
¿Acaso ellos no lo veían? Miró a Prudence y luego a Timberlake, dándose cuenta de que todo había ocurrido en una fracción de segundo.
«Pues el movimiento sólo produce movimiento». Las palabras resonaron en su mente, dejándole maravillado ante el modo en que cosas tan aparentemente carentes de conexión —una línea de poesía aquí, una frase técnica allá— podían unirse con un leve esfuerzo matemático para producir en su mente la respuesta adecuada.
Igual que había sucedido en el computador.
Prudence, interpretando correctamente la expresión de Bickel, le miró.
—Has dado con algo, John —le dijo con voz tranquila.
Él asintió.
—Prudence, tú eres la matemática. ¿Qué es pi? —ella siguió mirándole, ahora con expresión desconcertada—. No bromeo —dijo Bickel.
—La relación existente entre la circunferencia de un círculo y su diámetro —dijo ella—. Una aproximación racional sería el dividir veintidós por siete. Un valor más aproximado aún sería trescientos cincuenta y cinco partido por ciento trece.
—En la mayoría de los casos, ¿daría resultados significativos esa aproximación del valor de pi? —le preguntó Bickel.
—No hace falta que me lo preguntes; ya sabes que sí.
—Bien... Ahora dime la razón de que no respondieras a mi pregunta diciendo que «pi» es un alimento de sabor dulce, generalmente consistente en una corteza delgada y un relleno que suele ser de fruta.
El modo en que la miraba, esperando su respuesta, le hizo ver que hablaba muy en serio, lo que le daba al problema bastante más importancia de la que parecía tener a primera vista. Miró a Timberlake, y él interpretó esa mirada como una petición de ayuda.
—Es obvio —dijo Timberlake—. Al principio ya estableces una categoría diciendo «Tú eres la matemática», y luego le preguntas: «¿qué es pi?». No le preguntaste: «¿qué es un pastel?»‹a type="note" l:href="#nota1"›[1]‹/a›
—Cierto —dijo Bickel—. Tenías dos referencias, que actuaban a modo de cedazo con las que filtrar la pregunta y poder darme la respuesta adecuada. Y luego, al darte cuenta de que se trataba de una pregunta retórica, aunque no supieras exactamente en qué modo, no intentaste explicarme primero que no existe un número racional para el valor de pi; te limitaste a darme los valores aproximados racionales.
—Bueno, sabía que no hacía falta que te explicara eso -dijo Prudence.
—Ésa era la categoría «información común» —dijo Bickel—. Tú sólo necesitabas darme la respuesta que tenía sentido.
—¡Por todas las vacas sagradas! —explotó Timberlake, viendo hacia donde intentaba llevarles Bickel.
—Te referirás más bien al Buey sagrado... —dijo Bickel.
Prudence giró en redondo y señaló con una mano temblorosa hacia el panel del computador.
—Pero... ¡no era consciente! ¡Es imposible!
—No era consciente —estuvo de acuerdo Bickel—. Pero nada más salir del huevo, por así decirlo, ya obtuvimos un resultado con sentido. Y no fue un accidente. ¿Qué podemos decir, pues, sobre los resultados de esta prueba?
»Primero, podemos decir que el computador tenía la información suficiente como para producir una respuesta precisa y adecuada pese a los errores inherentes al sistema. Segundo, podemos decir que hemos introducido un nuevo tipo de datos en el sistema que antes calificábamos como un computador: podemos seguir calificándole de tal, pero ahora se halla un escalón por encima del mero «computador». Ha aprendido a usar un nuevo tipo de datos.
Prudence abrió la boca para decir algo, pero no llegó a hacerlo.
—Todo lo que he dicho hasta ahora encuadra en la teoría del campo —dijo Bickel, sonriéndoles—. Y recordad luego que al Buey le dimos tres fuentes de energía, que el integrador incorporado permitía extenderse de un modo idéntico. El sistema de buffer de esta unidad de almacenamiento dispersó esos impulsos a través del sistema. Fueron divididos y luego vueltos a dividir... pero cada vez que se reencontraban se reforzaban mutuamente.
—En sí, el programa era como una especie de comparador —dijo Timberlake—. Al computador le era posible comparar la precisión de la señal basándose en su potencia.
—Y el computador ya sabía como comparar las señales del AyT comprobando su fidelidad y precisión, haciéndolas pasar por un código filtro —dijo Bickel—. La potencia de la señal era meramente otro tipo de filtro.
—Si no estás demasiado ocupado felicitándote a ti mismo —dijo Prudence—, piensa en cómo algunas de esas señales deben haber aumentado de potencia al ser emparejadas una y otra vez. La probabilidad de que algunos componentes del computador hayan sufrido daños por...
—Aún nos movemos —dijo Bickel, pero lo hizo a la defensiva, dándose cuenta de que Prudence estaba en lo cierto.
Había fusibles de sobrecarga en el filtro para proteger a los componentes del computador, pero las señales erráticas que superasen los potenciales de barrera podían haber destrozado algunos de los programas principales.
Miró hacia la pantalla de arriba, que mostraba a Flattery delante del tablero principal: tenía un aspecto relajado pero alerta, y sus ojos escrutaban constantemente toda la superficie del tablero principal.
«¡Maldita sea esta Prue!», pensó. Por un segundo todo había sido de color rosa, y la alegría de ver cómo el Buey daba su primer paso hacia adelante le había llenado de ánimo. No había llegado aún a la conciencia, pero avanzaba hacia ella... Y lo único que se le ocurría a esa mujer era echarles un jarro de agua fría por encima.
Bickel miró de nuevo a la pantalla y sus ojos se encontraron con los de Flattery.
—¿Has estado escuchando, Raj?
—Sí —dijo Flattery.
—¿Hemos llegado ya al punto peligroso? —le preguntó Bickel.
—¿Crees que soy realmente ese hipotético fusible humano? —le preguntó a su vez Flattery, logrando que en sus palabras hubiera un admirable equilibrio entre la burla y la inocencia ofendida.
Casi ha llegado demasiado lejos, pensó Prudence. Si no está subestimando a Bickel, entonces está empujándole con demasiada fuerza. Un camino es tan peligroso como el otro.
—Eres el candidato más lógico —dijo Bickel—; pero lo único que te pedía era que nos dieras tus opiniones sobre lo sucedido.
Flattery sofocó una abrupta punzada de celos. Bickel, pese a sus obvios defectos —que realmente eran enormes—, lograba mantener de un modo magnífico su equilibrio emocional. O... o al menos lo parecía, lo cual venía a ser lo mismo en lo tocante a la operación.
—Ahhh, sí, ese gran progreso... —dijo Flattery—. Si he comprendido correctamente en qué consistía la prueba original, las distancias del impulso temporal no se correspondían con las distancias espaciales: no eran proporcionales.
—Esencialmente se trata de eso —Bickel se preguntó si acaso sería el tono de Flattery el que le hacía ponerse tan a la defensiva—. El promedio del producto fue prácticamente de cero.
—Los sistemas nerviosos artificiales producen algo vagamente equivalente al espacio psicológico...
Flattery hizo una pausa para observar el tablero principal y luego miró nuevamente a la pantalla y a Bickel.
—Podría decirse que los impulsos de la prueba eran más o menos como datos sensoriales que alimentaban ese espacio psicológico; una región en cierto modo equivalente a lo que Prudence llamaba «espacio de acumulación». Me gusta su analogía de la telaraña, y luego de la tinta que empapa las células. Pero hay una gran diferencia entre el espacio físico y el psicológico.
Guardó un largo silencio, obligando de ese modo a que Bickel admitiera su dependencia de otro experto.
—Si piensas explicarlo, adelante... —dijo Bickel, con cierta ira en su voz. No le gustaba nada depender de Flattery.
—De acuerdo —dijo Flattery, sin alzar la voz y en tono amigable—. Se puede datar una señal en el espacio físico, repetirla y comparar luego los resultados obtenidos. Las diferencias existentes tendrán una relación positiva con un cambio efectuado en la distancia. Pero el espacio psicológico... bueno, eso es algo muy distinto. Ahí el tiempo puede depender sencillamente del... del humor.
»¿Y qué es el humor, John? ¿Puede darse una comparación entre esta y otras experiencias previas de tipo similar? Tu impulso temporal en el espacio psicológico se encontrará con muchas más variables que en el espacio físico.
—¿Estás diciendo que no hemos analizado correctamente los resultados? —le preguntó Timberlake, clavando los ojos en la pantalla y con la oscura impresión de que, sin saber cómo, ellos tres se estaban aliando en contra de Flattery.
—Estáis intentando llegar a un tipo de comparación proporcional entre el mundo de los sentidos y el mundo físico —dijo Flattery—. Pero no podéis utilizar las mismas reglas de medida. Cada neurona existente en vuestro sistema nervioso introduce un elemento aleatorio en el tiempo de conducción, y obtendréis más y más aleatoriedad a partir de la similar variación que tiene lugar en el lapso de retraso sináptico. La diferencia entre el mundo de los sentidos y el mundo físico es la que existe entre la distancia temporal y la distancia espacial, y un examen de vuestro aparato, por muy somero que sea, me indica que tendréis distancias temporales aleatorias.
—El cero como probabilidad —dijo Bickel—. Eso no encaja...
—Esa prueba en la que se disparó una corriente energética —dijo Flattery, con cierto tono de aburrimiento— puso en acción una serie de impulsos que no estaban regulados de modo temporal. Obtendréis una amplia variable de lapsos-demora en vuestro sistema, algo de lo que se podría sacar un promedio estadístico... utilizando la mecánica de probabilidades.
—¿Sobre todo el sistema? —le preguntó Bickel.
—¿Por qué no? Cuanto más grande sea el sistema, más probable es que eso sea cierto. Y el sistema que tenéis aquí abarca todo el computador.
—Pero obtuvimos la respuesta directamente en el traductor —dijo Bickel, con vehemencia—. ¡Prueba a meter ahí tu mecánica de probabilidades!
—Ni se me ocurriría intentarlo —dijo Flattery—. Al igual que tampoco se me ocurriría intentar llegar a conclusiones tan definidas basándome en una sola prueba.
Bickel le miró furioso.
—¡De acuerdo, la repetiremos!
—No, no lo haréis —dijo Flattery—. No sin haber imaginado antes un medio de aislar al Buey del computador... Y antes de que se os ocurra sacar del sistema alguna unidad de almacenamiento, será mejor que decidáis cuál va a ser en concreto la que desconectéis. ¿Una que se encargue de proteger la vida de algún ocupante de un tanque de hibernación? ¿Qué os parecería una de las que controlan el motor?
—No podemos distinguir una de otra sin alguna especie de bloqueo completo del sistema como un todo —protestó Bickel.
—Exactamente. Para hacer eso no se tardaría más de unos ocho o nueve años..., teniendo en cuenta los efectivos para hacer el trabajo que tenemos a nuestro alcance.
Bickel sabía que el argumento de Flattery era indiscutible, pero eso no ayudaba en nada a calmar la ira que le inundaba al ver la fría actitud de superioridad que éste había adoptado. Y, pese a todo, Bickel seguía teniendo la sensación de que habían logrado aproximarse a un hecho escurridizo, casi imposible de enunciar con claridad, pero decididamente vital, que todos debían aceptar y tomar en consideración. Habían logrado acercarse mucho a él, y luego habían vuelto a distanciarse.
—Entonces transmitiremos el problema a la Base Lunar, y dejaremos que ellos lo analicen —dijo Bickel.
—Olvidando, al hacerlo, tu propio análisis sobre las razones de que se nos mandara aquí a resolver el problema —dijo Flattery.
—Ah, entonces estás admitiendo que se nos mandó aquí para que nadáramos o, de lo contrario, para que nos ahogáramos...
—No estoy admitiendo nada, pero te sugiero que vuelvas aquí y te encargues del AyT. Desde hace un minuto nos está llegando un mensaje de la Base Lunar.
16
El sentido de la percepción y las habilidades de identificación que el ser humano posee para tratar con datos de alta complejidad, pasan por alto casi del todo a la conciencia verbal/analítica. Generalmente, somos conscientes de que hemos efectuado un acto de reconocimiento cognoscitivo sólo después de que ha tenido lugar. De ese modo, lo que entendemos como conciencia debe ser identificado como una habilidad de tipo reflexivo para observar el entorno, y que posee una aplicabilidad bastante limitada. Para producir la conciencia —artificial o no—, lo que debemos hacer es bajar, no subir.
John Lon Bickel (5). Datos de la cápsula de mensajes.
Cuando Bickel pasó la grabación del nuevo mensaje recibido de la Base Lunar, la voz de Morgan Hempstead, despersonalizada por la transmisión, llenó la sala de mandos:
—Llamando a la nave Terrestre de la BLU. Aquí Proyecto llamando a la nave Terrestre de la BLU.
Siguió un largo silencio, en el que todos fueron conscientes del siseo de la cinta que iba pasando a través de los cabezales seleccionadores.
Para Prudence, ese siseo era como algo arcano y demoníaco, un sonido que salía directamente del fango primordial de la evolución, y al oírlo una parte peligrosa de su propio cerebro parecía despertar.
«Es una tontería», se dijo. «Es mera reacción de mi última prueba».
Sí, tenía que ser eso: los experimentos químicos que realizaba en su propia persona estaban generando desequilibrios. Ahora estaba usando una serie de variantes sobre el tetrahidrocanabinol, cambiando de sitio los radicales CH y añadiendo oxígeno.
Lo que oía era sólo el siseo de la cinta, se recordó a sí misma; pero sentía el fuerte deseo de oscilar su cabeza lentamente de un lado a otro. Algo en lo más hondo de su ser estaba fascinado ante ese ruido.
Bickel recorrió la estancia con la mirada. Flattery seguía en el gran tablero, con aire tranquilo y siempre seguro de sí; Prudence estaba tendida en su litera con los ojos clavados en el traductor vocal del AyT y Timberlake estaba igualmente tendido, con los ojos cerrados y respirando lenta y profundamente. De no ser por el pulso latiendo en sus sienes, habría sido fácil creerle dormido. Bickel conocía esa postura tan típica de Timberlake: significaba que estaba dándole vueltas a un problema difícil.
—Blanco —dijo Hempstead.
—Eso debe ser un error —dijo Bickel, sorprendido—. Esta vez el AyT se ha equivocado bien...
—A veces nosotros podemos superarle, no creas... —dijo Flattery.
—Sobre la pregunta: definición de la conciencia —decía Hempstead—. Referencias a la barrera nerviosa y el umbral de datos en su computador. Hasta el momento es la mejor sugerencia.
—La mejor definición hasta el momento —dijo Flattery—. Debía referirse a eso.
—Nuevo Núcleo Mental Orgánico —dijo Hempstead—. Instrucciones a todo el personal médico para que abandonen tales repeticiones en su pérdida de orden.
—Algo no funciona en el AyT —dijo Prudence.
—No es en el AyT —dijo Bickel—, son los circuitos traductores del computador.
—Ese maldito y salvaje programa que metimos en el sistema lo ha corrompido como si fuera una plaga contagiosa... —gruñó Timberlake. Abrió los ojos y los clavó con expresión acusadora en Bickel.
—Abandonen todos los intentos de ese tipo —decía Hempstead—. Repito: abandonen todos los intentos de ese tipo. Se trata de una orden directa.
—Ese sí parece el Hempstead de siempre —dijo Prudence.
—Bajo ninguna circunstancia deben intentar crear componentes inanimados —dijo Hempstead.
—Prueba a encontrarle sentido a eso en tu diccionario... —dijo Timberlake.
—Analicen curso y datos de reacción relacionados con los cambios de masa —dijo Hempstead—. Área desconocida derivada matemáticamente.
—¡Tonterías! —gruñó Timberlake— ¡Basura!
—Proyecto corto y cierro —dijo Hempstead—. Acusen anual recibo del mensaje y aceptación.
Timberlake se irguió en su litera y puso los pies en el suelo.
—Adelante, Bick —dijo—. Dales el acuso anual‹a type="note" l:href="#nota2"›[2]‹/a› de recibo...
Flattery miró a Timberlake y luego volvió a concentrarse en el tablero. Estaba muy claro que Timberlake intentaba recuperar su autoridad; era algo fácilmente predecible desde hacía cierto tiempo. El primer revés que sufriera Bickel le haría lanzarse a la carga: si no era por ninguna otra razón, bastaría el miedo por todas las vidas que dependían del buen funcionamiento de los sistemas vitales. Flattery había observado el modo en que Timberlake estudiaba los repetidores; no había nada que fuera mal en ellos... todavía. Pero una amenaza a una parte cualquiera de la nave pondría en peligro a todo el conjunto.
—¿Nos estaba pidiendo que instaláramos un nuevo cerebro? —preguntó Prudence.
—¿Dónde podríamos obtener uno? —dijo Timberlake.
—Ya hemos discutido eso —respondió ella, mirándolos uno por uno.
Y por primera vez desde que había ocupado su lugar en la tripulación, Prudence se permitió el lujo de preguntarse qué sería realmente el convertirse en esa entidad sin cuerpo, esa mentalidad encarnada en la nave que era el centro de aquel vasto leviatán. Se estremeció.
«Me desafían y me tientan con sus blasfemias», pensó Flattery.
—¿Tienes frío, Prudence? —le preguntó.
«Me observa todo el tiempo», pensó ella. Su parte de médico se encaró entonces con su parte femenina.
—Me encuentro perfectamente —dijo.
Pero no era verdad. Oleadas de euforia y depresión invadían su organismo sin ningún aviso previo, y le costaba grandes esfuerzos de voluntad el disimularlas. Extraños dolores psíquicos torturaban su mente... Fantasías de un poderío cuasidivino competían con un anhelo de humillarse y sufrir penalidades físicas.
Sospechaba que se encontraba ya muy cerca de hallar el estimulador selectivo de la conciencia. Algunas de las combinaciones que estaba usando le proporcionaban cantidades enormes de oxígeno al cerebro a intervalos irregulares: parecía haber algún tipo de umbral al respecto, en el que estaba involucrada la barrera de la sangre cerebral. Pese a todo, los experimentos tenían efectos residuales. Uno de ellos había sido obligarla a cesar por completo en la toma de las drogas anti-S y los sustitutos para equilibrar la química corporal que las acompañaban. En los últimos tiempos había tenido que ocultar unos indicios bastante acentuados del síndrome de abstinencia, y se había encontrado incapaz de acallar un apetito casi compulsivo hacia todos los alimentos que contuvieran grandes cantidades de vitamina B.
Se encontraba igualmente acosada por fantasías y sueños sexuales, en los que aparecían todos sus compañeros.
Bickel se apartó del AyT sosteniendo en las manos un rollo de cinta.
—Basura —dijo.
—¿Qué otra cosa iba a ser? —le preguntó secamente Timberlake.
Flattery abrió la boca, pero no llegó a decir nada. Se quedó muy rígido, estudiando el gráfico que aparecía en su tablero. No eran imaginaciones suyas: la línea del gráfico estaba subiendo...
—Llevamos varios minutos ganando velocidad. Es lento... pero constante.
—¡Y ahora problemas con el motor! —gruñó Timberlake.
Flattery activó el visor que le daba la lectura de los motores y la examinó.
—No, ninguna emisión. En los niveles aparece el goteo de radiación habitual.
—¿Registro de masas? —preguntó Bickel.
Las manos de Flattery revolotearon sobre el teclado y sus ojos recorrieron los indicadores.
—¡Fuera de registro! ¡La masa de referencia no aparece en el registro!
—¿Qué lecturas tienes? —le preguntó Bickel.
—Varían alrededor de los diez argos -musitó Flattery—. No hay gráficos anteriores... y tampoco hay ninguna constante de serie en la curva de cambio. La masa no concuerda con la velocidad en el registro.
—¿Qué fue lo que dijo Hempstead? —les preguntó Bickel, mirando de nuevo la cinta de la impresora—. «Analicen curso y datos de reacción concernientes a los cambios de masa». Si...
—¡Eso podría ser un error de recepción! —gritó Timberlake.
—Continúa el incremento de velocidad —dijo Flattery—. Llevamos ya unos cuatro minutos incrementando gradualmente, de modo lento.
La nave está programada para que haya emergencias, pensó Prudence. Eso es lo que dijeron, pero... ¿qué emergencias proceden del programa... y cuáles de fuentes desconocidas?
Flattery tomó una lectura del comparador.
—En los últimos setenta y tres segundos, nuestra velocidad ha subido un 0,011002 respecto a la referencia fijada.
Bickel empezó a manipular su tablero del computador; sus dedos bailaron sobre las teclas. Comprobó los indicadores y examinó las lecturas de la pantalla.
—Interferencia de masas —dijo.
Timberlake tosió.
—Ese trasto quiere decirnos que nuestra velocidad ha incrementado nuestra masa hasta el punto en que algo está... ¿está chocando con nosotros?
—No lo sabemos —dijo Bickel.
—Y con el computador en tal estado, la respuesta puede que carezca de sentido —dijo Timberlake.
—No es ése el problema —dijo Flattery—. Estoy recibiendo informes directos.
—La velocidad y la masa son nuestras principales variables —dijo Bickel—. La masa de referencia se ha vuelto loca. Algo fuera del espectro calificado está chocando con nuestros sensores. Eso arrojaría la...
—Preparaos para los retrodisparos —dijo Flattery.
—¿No sería más inteligente hacer girar la nave? —preguntó Timberlake, accionando el mando manual de su litera. La cubierta se cerró a su alrededor.
—Raj tiene razón —dijo Bickel—. Usaremos un impulso mínimo para cambiar. Está ocurriendo algo para lo que carecemos de experiencias previas.
—Empezaré el retro con microemisiones —dijo Flattery—. Prue, controla el gráfico de ruta. Tim, vigila nuestra referencia de masa. Estoy grabándolo todo para análisis posterior.
—Si es que hay un después... —musitó Timberlake.
Flattery no le prestó atención.
—John, controla la temperatura del casco y la comparación Doppler.
—Bien.
Bickel carraspeó, pensando en lo tosca e ineficiente que era esta división de funciones entre los cuatro si se la comparaba con un robocerebro controlando adecuadamente la nave. La tripulación era como un grupo de lisiados que se encontraba bruscamente metido en una situación que requería la habilidad, el equilibrio y la gracia de un atleta.
—Empezando el retrodisparo —dijo Flattery.
Movió los microcontroles una muesca.
Las literas hicieron un ligero ajuste de posición para adaptarse al cambio. Lo notaron como un breve deslizarse de sus consolas repetidoras, avanzando unos centímetros sobre los conductos, cañerías e instrumentos fijos de las paredes.
—Informe sobre el gráfico de ruta —dijo Flattery.
—La velocidad baja de modo desigual —respondió Prudence—. Sacudidas.
Bickel, observando el borde de su consola repetidora —allí donde coincidía con el borde de un panel— pudo ver el movimiento del navío que frenaba con una serie de pequeñas oscilaciones. Sus manos, posadas sobre las teclas de la consola, percibieron un suave temblor.
—Cuando la gráfica se nivele dímelo —pidió nuevamente Flattery—. Informa referencia de masas.
—Desigual —dijo Timberlake—. La media del gráfico baja, pero el registro directo sube y baja... es 0.008, luego 0.095..., 0.069...
—Si se nivela dímelo —le replicó Flattery.
—Microincremento de temperatura a lo largo del primer cuadrante de popa —dijo Bickel, sin que se le hubiera preguntado—. El sistema de compensación se está encargando adecuadamente de él. La referencia Doppler muestra una deceleración de 0.00904 y subiendo.
—Confirmar —dijo Flattery.
—Los sistemas lo confirman —dijo Prudence.
Flattery movió una muesca más los microcontroles, sintiendo cómo el sudor se acumulaba en su nuca y su espalda, demasiado aprisa como para que su traje pudiera eliminarlo.
—Gráfico —dijo.
—Disminuyendo por debajo de la referencia fijada —dijo Prudence—. El descenso sigue sin ser constante.
—Lectura iónica —dijo Flattery.
—Uno sobre cuatro punto dos ocho doble cero uno —respondió Timberlake—. La concordancia con la tasa de emisión es positiva. Retros normales.
—El índice de la gráfica en descenso está nivelado ahora —dijo Prudence.
—La referencia de masa está nivelada, y la discordancia es de 0.000001001 —dijo Timberlake.
—¿Temperatura del casco? —preguntó Flattery.
—Se mantiene...
Bickel se permitió una honda exhalación. Cambios en la temperatura del casco que no deberían producirse, variaciones en la velocidad sin ninguna explicación clara... cosas mucho más alarmantes que cualquier fallo físico al que pudieran tocar y reparar con las manos.
Flattery oyó el suspiro, y pensó: «El Huevo de Lata se ha salvado por los pelos. Pero, ¿cuál ha sido exactamente el peligro? ¿Lo sabe Bickel? ¿Nos ha dicho todo lo que pudo sacarle al computador? Y aun así, ¿cómo vamos a confiar a partir de ahora en la información del computador?».
Pero Flattery recordó otra parte del mensaje de Hempstead, que muy posiblemente habían recibido de modo alterado: «Área desconocida derivada matemáticamente».
¿Y si eso se aproximaba bastante a lo que en realidad había dicho Hempstead? Algo desconocido, que habían logrado derivar matemáticamente en sus ecuaciones. La nave se había topado con un problema de masa/velocidad.
—Raj, baja la velocidad otros dos puntos y mantenla —dijo Bickel—. Necesitaremos comprobaciones regulares sobre todas las variaciones de masa/velocidad de ahora en adelante.
—Empiezo a bajar —dijo Flattery—. Informes en orden —cogió de nuevo los microcontroles y los movió otras dos muescas.
—La gráfica de curso baja de modo nivelado —dijo Prudence.
—La referencia de masa concuerda —dijo Timberlake—. Emisión iónica normal.
—La temperatura se mantiene normal —dijo Bickel al informar—. La comparación Doppler es positiva-cero.
Bickel miró las dos agujas negras y delgadas del comparador Doppler. Habían sido ellas las que acabaron con la emergencia, dando un modo para comparar la velocidad a cada momento mediante la referencia Doppler que establecían con cuerpos astronómicos fijos. La comparación Doppler y el cambio en la velocidad habían concordado en cada momento.
Bickel tuvo la sensación de que sólo conocía un área de probabilidades para explicar lo que había sucedido, pero en esa área estaba implicada una teoría que siempre había sido tratada como una especie de juego matemático. Primero se debía suponer que el universo contenía dos grupos de materia, cada uno de ellos moviéndose más rápido que la luz en relación al otro. Luego, la extrapolación Cavendish sobre la teoría gravitatoria producía transformaciones negativas. Esto abre grandes agujeros en la teoría newtoniana de que dos cuerpos siempre se atraen entre sí con una fuerza inversamente proporcional al cuadrado de la distancia existente entre ellos. El problema estaba en ese «siempre», y en la implicación de que toda la materia ejercía una atracción gravitatoria, pensó Bickel.
—No entiendo qué ha ocurrido —dijo Flattery—, pero tengo la clara sensación de que estamos llegando al punto decisivo.
—¿Decisivo para qué? —preguntó Prudence, con un claro matiz de miedo en su tono.
—Estamos a punto de abandonar el sistema solar, y a una velocidad excesiva —dijo Bickel—. Estamos casi fuera de control, y pronto nos será imposible maniobrar. Es muy probable que nos veamos precipitados hacia otra dimensión.
—Sin ninguna plegaria que nos pueda hacer huir de ella —dijo Timberlake.
—Las transformaciones negativas en la teoría gravitatoria... —susurró Prudence.
—¿Qué? —ladró Timberlake.
—El intercambio implícito de energía que hay en una masa enorme que se aproxima a la velocidad de la luz —le contestó Prudence—. Las fórmulas negativas de las ecuaciones no se cancelan a menos que puedas construir transformaciones hipotéticas más allá de la velocidad de la luz. Existe una región en la que la relación masa/velocidad cambia, y en la que dos cuerpos, teóricamente, se repelen entre sí en lugar de atraerse.
—Ahora bien...-dijo Bickel—, ¿cómo le soltamos todo eso a Hempstead y sus chicos sin avisarles de lo que vamos a hacer?
—Me temo que ya estarán avisados —dijo Timberlake con un gruñido—. El computador...
—No parece haberse estropeado de un modo demasiado importante —dijo Bickel—. Nuestros sistemas vitales siguen funcionando. Los servos y sensores de la nave aparentemente están en orden, y cuando pides información obtienes respuestas dotadas de sentido.
—Que tengan sentido aparente no significa que sean correctas —dijo Timberlake.
—¿Nos estaba diciendo acaso Hempstead que dejáramos de intentarlo... que desistiéramos? —preguntó Flattery—. Si se trataba de eso...
—No lo sabemos —dijo Bickel—. Mientras no lo sepamos, no estamos obligados a obedecerle.
O a desobedecerle, pensó Flattery.
—¿Por qué el computador parece funcionar cuando se le pide información, pero no para la traducción del AyT?
—Eso podría significar que sólo tenemos problemas en una banda —dijo Prudence—. Si es eso, si sólo hay una banda contaminada... —se calló de pronto y miró a Bickel.
Éste tenía los ojos cerrados, y la frente perlada de sudor. El diagrama de los circuitos aparecía con tal claridad en su mente como si lo hubieran proyectado en ella desde el exterior. Nunca había llegado a desconectar por completo el Buey del sistema AyT cuando lo usaron para las rutinas interpretativas del Buey.
Una extraña sensación de vacío pareció extenderse por su pecho, al darse cuenta de que cada una de las señales que llegaban al AyT desde el exterior habían entrado en el computador a través del Buey... para perderse allí después de haberse mezclado en las bobinas traductoras del AyT.
—No desconectaste al Buey del tablero de AyT-musitó Timberlake.
—Pero mi lectura del computador pasa por el tablero del AyT —dijo Bickel, sintiendo la desesperación que había en su propia voz—. ¡Cada una de las peticiones de programa que pongo en el computador han pasado a través de esos mismos circuitos del Buey!
—Estabas usando subrutinas con direcciones conocidas —le indicó Prudence.
—Y todo lo que has pedido hasta el momento se ha dispersado a través de todo el sistema para perderse... —dijo Timberlake.
—¿De veras ha sucedido así? —le preguntó Bickel.
Abrió los ojos. Sólo había un modo lógico de estar seguro, naturalmente. No causaría más daño de los que ya habían tenido lugar... si es que se había causado algún daño.
Flattery pensó: «No se nos ocurrió la idea de que Bickel nos cortara el contacto con la BLU de ese modo, ¡destruyendo las bobinas del traductor!»
Sin el sistema traductor para decodificar los mensajes —llegados mediante impulsos láser multirepetidos—, la tripulación se hallaba incomunicada: como si utilizaran señales con banderas para transmitir y recibir los mensajes. Naturalmente, Bickel podría construir un transmisor de radio; para enviar un mensaje a las distancias actuales, sólo harían falta unos cuantos vatios. Pero en la BLU no se había hecho el menor preparativo para tales medios de comunicación. Y el número de oídos curiosos a la escucha sería enorme.
Con mucho cuidado —pues el primer intento de comprobación debía ser el bueno— Bickel intercambió las posiciones de cinco sectores en el AyT, realizando luego tres controles sucesivos.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Timberlake.
—Calla —le ordenó Prudence, la cual ya se había dado cuenta de lo que pretendía Bickel.
—Pero si ya...
—Una rutina de diagnóstico —dijo Bickel—. Usaremos una búsqueda simulsincrónica hecha con un registro-B y pondremos un repetidor en nuestra prueba original en el cableado del Buey. Si hemos provocado ya algún daño, el mensaje pasará por los mismos canales de antes y no podrá causar nuevos daños.
—Y el registro-B puede indicarnos dónde fueron a parar nuestros datos —dijo Timberlake—. Ya...
—¿Estás seguro? —le preguntó Flattery.
—La técnica es la adecuada —dijo Prudence.
Trabajando con rapidez y comprobando tres veces cada uno de los pasos, Bickel compuso el programa necesario. Tragó una honda bocanada de aire y envió los primeros elementos de la rutina de diagnóstico a través de la entrada de datos, ajustando el equilibrio de la prueba para que pudiera operarse «fuera de línea». Eso le obligaba a mantener un control constante, tecleando cada paso en persona.
Finalmente, empezó a obtener datos en la salida. Los colocó en transferencia condicional, con la impresora vigilando cada paso en la secuencia de control.
Notó que alguien respiraba sobre su hombro y alzó los ojos para encontrarse con Prudence, que había abandonado su litera y estaba arrodillada junto a él, leyendo los datos de la impresora.
—Los datos han sido desplazados, no borrados —murmuró ella.
—Eso parece —dijo Bickel.
—¡A efectos prácticos, igual daría que se hubieran perdido! —gruñó Timberlake.
—No —le replicó Bickel—. El computador sigue en estado de operatividad total mientras lo hagamos pasar todo a través del Buey.
—¿Por qué no funcionó el AyT? —le preguntó perentoriamente Timberlake.
—Venga, Tim... —dijo Bickel—. Fuiste tú el que me ayudó a construir el aparato de prueba.
—Los mensajes que entraban pasaban por los circuitos del AyT dos veces —dijo Timberlake—. Claro...
—Los bits se fueron autocancelando a lo largo de las conexiones —dijo Bickel—. Probablemente al final no nos llegó ni una quinta parte del mensaje.
—Parecía más bien corto, desde luego —dijo Prudence.
—Ese mensaje es lo único que hemos perdido realmente —dijo Bickel—. Pediré que lo repitan.
—¡Espera! —dijo Flattery.
—¿Sí? —Bickel le miró.
—¿Qué piensas decirle a la BLU para explicar lo que sucedió con el mensaje original? —le preguntó Flattery, apartando los ojos del gran tablero para mirar directamente a Bickel—. ¿Y si nos dijeran que lo abandonáramos todo?
—¿Os disteis cuenta de que el principio y el final del mensaje de Hempstead no parecían haber sufrido ninguna alteración? —dijo Timberlake.
—Las formas habituales de iniciar una transmisión y finalizarla —dijo Bickel—. Era fácil reconocerlas y traducirlas, aun partiendo de fracciones minúsculas de los datos.
—Pero la carga del mensaje era más leve al principio —dijo Timberlake—. Y eso podría ser parte de la explicación... se daría un efecto de cancelación mínimo en ese momento. Podríamos intentar recuperar más partes del mensaje, especialmente en el principio, antes de que el aumento de la carga lo fuera haciendo ininteligible.
Todo eso suena enormemente cauteloso viniendo de Timberlake, pensó Flattery. ¿Estará empezando a adoptar los puntos de vista de Bickel?
Bickel sintió una repentina duda: no sabía el porqué, pero se encontraba incapaz de refutar la lógica que había en los argumentos de Timberlake. Cogió la copia del mensaje y la colocó en el aparato para pasarla de nuevo. Si la copia hubiera sido el primer paso de la recepción, y no el paso intermedio... Desconectó los circuitos de retroalimentación y metió la copia directamente en el Buey y luego en el AyT, siguiendo el curso del mensaje a través del sistema de Impresión Óptica y luego en la pantalla que tenían sobre ellos.
En la pantalla apareció el mensaje original de Hempstead. Todos alzaron la vista para leerlo.
Ése sí debe ser el mensaje exacto, pensó Bickel.
Primero hubo una larga pausa debida a la demora de transmisión y luego pudieron leer:
ESCOJAN MEDIANTE SORTEO DE ENTRE LOS COLONOS HIBERNADOS UN CEREBRO ADECUADO PARA REEMPLAZAR SU NÚCLEO MENTAL ORGÁNICO PUNTO INSTRUCCIONES AL PERSONAL MÉDICO PARA USAR UN CEREBRO HUMANO COMA INSTALARLO COMO NÚCLEO MENTAL ORGÁNICO TEMPORAL COMA Y DEVOLVER NAVE A PAUSA PAUSA PAUSA ALGUNAS VECES CON EL BLANCO PUNTO PUNTO PUNTO PUNTO PUNTO PUNTO SOBRE LA CUESTIÓN DEFINICIÓN DE LA CONCIENCIA COMA TIENEN ESE DATO VARIAS VECES EN SU COMPUTADOR COMA Y PUEDEN HALLAR LAS REFERENCIAS EN ÉL PUNTO SE HACE REFERENCIA A LOS DATOS NÚMERO PROGRAMA UNISCERO PARA BARRERA NERVIOSA Y UMBRAL DE DATOS NÚMERO DE PROGRAMA EL PUNTO DE SU COMPUTADOR SIGUE SIENDO EL MEJOR HASTA EL MOMENTO PUNTO NUEVO NÚCLEO MENTAL ORGÁNICO PUNTO INSTRUCCIONES AL PERSONAL MÉDICO PARA QUE ABANDONE TODA INTENCIÓN DE REPETIR TALES INTENTOS EN SU PÉRDIDA DE ORDEN PUNTO.
Bickel interrumpió la secuencia.
—¿Queréis oír algo más?
—Cada vez es menos digno de confianza —dijo Flattery—. No veo la necesidad de seguir escuchando.
—¡Inescrupulosos hijos de puta! —gruñó Timberlake.
17
«Recuerda que soy tu criatura; debí ser tu Adán, pero soy más bien el ángel caído, al que privaste de toda alegría sin que hubiera cometido maldad alguna... Como Adán, no había vínculo aparente que me uniera a ningún otro ser vivo... Satanás tuvo a sus compañeros los demonios, para que le admirasen y dieran ánimos, pero yo...»
Palabras del monstruo de Frankenstein.
Después del estallido de ira de Timberlake, permanecieron sentados y silenciosos durante largo rato en el acolchado aislamiento de sus literas, dejando que sus mentes fueran comprendiendo la magnitud del problema en que se hallaban metidos. Sólo Flattery —aún sentado ante el gran tablero— parecía estar vivo, y su litera crujía bajo sus movimientos. Los controles que accionaba emitían leves chasquidos. El omnipresente olor a confinamiento de la sala de mandos se filtraba lentamente en sus mentes, sin que se dieran cuenta consciente de él.
¿Tomar el cerebro de un colono?, pensó Prudence. ¿Les habría dicho realmente Hempstead que cometieran una atrocidad semejante? Sí, creía que sí...
Bickel parecía estar casi dormido, pero sus puños se abrían y cerraban sin cesar.
Prudence miró a Timberlake y percibió la expresión tenebrosa de sus rasgos, el modo instintivo en que sus labios se fruncían, dejando los dientes al descubierto. Esos idiotas de la BLU, pensó. ¿Acaso no se dan cuenta de que al decir eso están pisoteando sin piedad las más profundas inhibiciones de nuestro ingeniero de sistemas vitales? ¡Matar a un colono indefenso de los tanques de hibernación!
No, pensó. Lo que la BLU nos ha pedido es aún peor que el asesinato...
Flattery, al notar el efecto que el mensaje estaba teniendo sobre Timberlake, sintió una punzada de remordimiento... y un leve miedo personal. Flattery no se hacía demasiadas ilusiones en cuanto al lugar que ocupaba en la nave. Era a la vez el Judas y el chivo expiatorio, las funciones clásicas que limitaban el espectro religioso. Podía dar la vida, y ser también el verdugo, y a menos que lograra encontrar cierta compensación en esos poderes divinos, era él, en última instancia, la víctima de lo que el destino le deparase al Terrestre.
«Como el pájaro que se aleje de su nido, así será también el hombre que se aleje de su hogar», citó mentalmente.
—No importa lo que ordenen, eso no podemos hacerlo —dijo en voz alta.
—Ni tan siquiera lo sugieras —dijo Timberlake.
—Entonces será mejor que entendamos de una vez lo que hemos construido, y que sigamos a partir de ahí —dijo Flattery—. ¿Qué hemos construido, John?
—Que me condenen si lo sé —dijo Bickel.
—Bueno, sea lo que fuere, no parece tratarse de una conciencia... —dijo Prudence.
—¡Maldición! —estalló Bickel—. ¡Ya empiezas de nuevo con eso! ¡Conciencia, conciencia! ¡No es un cachivache! Al menos eso es algo seguro. No sabes cómo definir la conciencia, ni sabes lo que es, pero no paras de arrojar frases a tu alrededor como si tuvieran significado, y...
—Eso es —dijo Timberlake—. Eso es lo que me está dando patadas en el estómago constantemente. Empezamos a construir algo... y no sabemos de qué se trata.
Ya es hora de atizarles duro, pensó Flattery.
—Te equivocas, Tim —dijo Flattery—. Y tú también, John. Prudence sabe lo que es la conciencia, igual que lo sabes tú. Es un ser humano, y los seres humanos son las únicas criaturas que conocemos que pueden llegar a saber qué es la conciencia. Los computadores no pueden hacer ese trabajo; es algo que deben hacer los seres humanos.
—Entonces, haz que la defina —dijo Bickel.
—Quizá no pueda hacerlo —dijo Flattery—, pero sabe de qué se trata.
—Hace un rato decías que quizá no tuviéramos necesidad de llegar a definirla —dijo Prudence, mirando de modo acusador a Bickel.
—Oh, como método de ingeniería es condenadamente pobre —dijo Bickel—. Copiar el original, y aguardar con la esperanza de conseguir los mismos resultados. No podemos estar seguros de que logremos copiar todo lo que hay en el modelo humano. ¿De qué nos estamos olvidando?
Se siente frustrado y está empezando a dar golpes a ciegas, pensó ella. Es el momento de empujar, mientras que Raj logre tenerle irritado conmigo.
—De acuerdo, ingeniero, ¿dónde crees tú que vas con tu idea sobre la teoría de campo?
Bickel la miró, repentinamente, consciente de que le estaba provocando de un modo deliberado. «Está bien, seguiré su juego», pensó. ¿Se supone que debo enfadarme? No... eso sería demasiado fácil. El mejor ataque siempre es el que llega de una dirección inesperada.
—Bueno, Prue, haz un leve esfuerzo mental e intenta comprender lo que digo —le respondió en tono desafiante—. La hipótesis de la teoría de campo juega con tres fuerzas: en primer lugar tienes la fuente de la experiencia, el universo que se derrama sobre nosotros.
—Eso debe guardar una profunda relación con el modo en que funciona nuestro sistema nervioso —dijo ella—. No intentes darme lecciones de mi propia especialidad.
—Ni se me ocurriría intentarlo, y tienes razón. Éste es el segundo elemento: debe existir alguien que experimente ese universo.
—¿Y el tercero?
—El tercero... bueno, ése es realmente complicado. Es la relación existente entre ese alguien y toda esa materia prima neural a la que llamamos experiencia. Esa relación, ese fenómeno del tercer orden, es nuestro campo.
—El yo —dijo ella.
—Un campo —le replicó Bickel.
Ella se encogió de hombros.
—La «jaula espaciotemporal» de Huxley, con su «confuso enjambre de ideas».
—Cierto, Huxley dijo que el yo consciente tenía que derivar de la memoria; pero lo único que estaba haciendo era jugar con las palabras, porque le daba miedo lo que había detrás de ellas.
—¿Y a ti no te da miedo? —le preguntó Flattery.
—Será mejor que me escuchéis más atentamente —dijo Bickel—. Cuando intentáis decir que un yo consciente deriva sólo de nuestra función neumónica, estáis identificando ese alguien que siente las experiencias con aquello que las proporciona.
—La memoria es experiencia —dijo Prudence, mostrándose de acuerdo con él.
—Debemos concentrarnos en esa relación de tercer orden —dijo Bickel.
—El campo total es mayor que la suma de sus partes— dijo ella.
«Ya está lista para llevarse un buen susto», pensó Bickel. Y Raj también.
—Ah, vosotros, doctores, tan llenos de autosatisfacción... me dais náuseas. Dices que sólo los seres humanos son conscientes. Viniendo de Raj, eso es un sacrilegio, y viniendo de ti es una estupidez. Ves una pequeña esquina del espectro total, y en seguida dices que sabes perfectamente cómo es todo el universo de la luz. Acaso jamás alguno de vosotros se ha preguntado: ¿Soy realmente consciente?
Flattery sintió un inexplicable dolor en el pecho, y durante el breve espacio de un latido, la consola que tenía delante se convirtió en un confuso manchón. Después de eso, logró recuperar nuevamente su autocontrol.
«En la BLU se reían, y citaban a Edgar Allan Poe», pensó Flattery. Habían dicho que quizá los seres humanos no poseyeran lo que Poe llamó el «órgano del análisis», pero que una sociedad podía llegar a crear un órgano parecido a partir de uno de sus miembros. ¿Se habían dado cuenta de lo peligroso que sería el monstruo que estaban creando? ¿Acaso se le podía ocultar algo a Bickel cuando decidía centrar su atención? Naturalmente, a eso se refería Prue cuando le advirtió sobre los peligros de subestimarle. Pero, ¿habían sabido acaso los manipuladores de la BLU que dejaban suelto a un alfil entre los peones?
Quizá se dieron cuenta de ello, al menos inconscientemente, cuando me encargaron vigilarle, pensó Flattery.
—Estáis intentando dividir la pregunta básica reduciéndola a partes cada vez más pequeñas —dijo Bickel—. Etiquetas cada vez más y más diminutas... Pero con eso lo único que hacéis es rehuir el problema final.
—¿Si somos conscientes? —musitó Prudence, dándole vueltas una y otra vez a esa idea en su mente.
Y pensó en su experiencia con el derivado de la marihuana, el THC... el tetrahidrocanabimol. Había estado buscando un antiataráxico, un estimulador selectivo de la conciencia... algo que mantuviera alejadas las tinieblas de un modo muy especial. Pero en el mismo instante en que había logrado aproximarse a la experiencia de esa estimulación, las tinieblas se habían lanzado sobre su conciencia.
Adenocromo, pensó. La idea se le ocurrió de modo repentino y explosivo, como si una criatura estuviera oculta, agazapada en su camino, y hubiera saltado de pronto sobre ella.
Adenocromo... nitrógeno a CH3. Si lo invertía, dándole a una de las formas del THC un CH3 normal al que unirse... Ahhh, eso se parecía mucho a una de las modalidades letales, pero en una dosis extremadamente pequeña, quizá... ¿Lograría atravesar la barrera de la sangre cerebral? Y el adenocromo era un alucinógeno. ¿Qué pasaría entonces?
—Vuestros dedos ya tocan el otro lado del muro —estaba diciendo Bickel—, pero aún no habéis logrado alzar los ojos hasta ese nivel; sólo podéis ver el borroso reflejo de la luz pero mentís, os mentís a vosotros mismos y a los que os rodean, y a los que están más abajo, diciendo que podéis ver el horizonte...
Como si sus palabras hubieran abierto una puerta, el recuerdo de un sueño invadió a Prudence. Lo había tenido durante... durante un largo período que había pasado dormida... un tiempo en el que...
¡Durante la hibernación!
¡Había tenido ese sueño en el tanque de hibernación!
En el sueño había otras personas a su alrededor, pero ella las había rechazado. Los otros habían construido un pequeño muro y se habían burlado de ella, desafiándola a que intentara trepar por él. Pero cada vez que lo intentaba, hacían el muro un poco más alto. Más y más alto. Hasta que dejó de intentarlo.
Finalmente, los otros habían dejado de hacerle caso, pero les había oído riendo y hablando al otro lado del muro.
Al recordar ese sueño, Prudence miró a Bickel y entendió lo que él había tenido claro probablemente desde el principio. El problema de crear una conciencia artificial era en realidad el problema de la conciencia en sí. Era una enorme elevación, como un gran acantilado —o un muro—, a la que debían trepar. Se alzaba muy por encima de sus cabezas, negra y austera... con un lejano destello luminoso en la cima, pareciendo desafiarles.
—Has dicho eso deliberadamente, para que me sintiera insignificante —dijo ella, acusándole.
—Bienvenida al club —dijo Bickel.
—¿Qué estás diciendo? —le preguntó Timberlake—. ¿Estás diciendo que incluso aunque logremos construir un sistema análogo a un ser humano, puede que no logremos crear una... una conciencia?
—Echemos otro vistazo a lo que les sucedió a los cerebros de la nave —dijo Bickel—. ¿Cuál era la orden básica que, supuestamente, debían obedecer?
—Permanecer conscientes y alerta en todo momento —dijo Timberlake—. Pero si estás diciendo que sucumbieron a la fatiga... infiernos, eso es una tontería. Estaban protegidos contra todo tipo de...
—No se trata de la fatiga —dijo Bickel—. Lo que me pregunto, sencillamente, es... ¿y si tomaron demasiado al pie de la letra esa orden de permanecer conscientes?
- Alto grado de conciencia —dijo en tono pensativo Prudence.
—El umbral... —dijo Flattery, con asombro en su voz.
—Sí —dijo Prudence—. Un sujeto hiperconsciente tiene un umbral muy bajo. Los impulsos entran en su conciencia con gran facilidad. Lo que estás sugiriendo es que los NMO no fueron capaces de arreglárselas con la hiperconciencia...
—Algo parecido.
—Mira —dijo ella—, el constante asalto de los impulsos nerviosos sobre la conciencia humana... —miró con aire defensivo a Bickel—. Bueno, ¿de qué otro modo podemos llamarla?
—De acuerdo —dijo Bickel—, continúa...
Ella le miró durante un instante.
—Se trata de un asalto de magnitudes gigantescas: los impulsos están siempre presentes, y giran como enjambre a tu alrededor. Debe existir un factor limitador, un umbral. Los impulsos deben superar cierto umbral antes de que puedas llegar a ser... consciente de ellos.
—Y ese umbral varía de una persona a otra, e incluso en la misma persona puede variar de un minuto a otro —dijo Flattery.
—Pero ¿cómo consiguen saltar ese muro los impulsos nerviosos? —preguntó Bickel.
«¿Por qué sigue usando esa palabra?», se preguntó ella.
—A veces los impulsos se hacen más fuertes —dijo Flattery.
—Pero eso no es todo —dijo Prudence—. También hay actividad por parte de... del que experimenta. Enfocas tu atención en algo, y eso hace bajar tu umbral respecto a eso en particular.
—También el peligro puede hacerlo bajar —dijo Flattery, esperando para ver si Bickel sería capaz de entender la alusión que ocultaban sus palabras.
Bickel miró a Flattery, con expresión pensativa.
—Ahora mismo estamos en peligro, Raj. ¿Se trata de algo que nos hicieron... deliberadamente?
—¿Crees acaso que los peligros de ahí afuera no son reales? —le preguntó Flattery, señalando inconscientemente con el pulgar hacia la pared del casco que tenía más cerca.
Bickel se quedó callado, sintiendo cómo se le secaba la lengua. Un terror irracional pareció invadirle, como un remolino de negrura y vacío que amenazara con tragarle.
—John —le preguntó Prudence—, ¿te encuentras bien?
—Fue sólo un poco de mal de nave —logró contestar Bickel, con una sonrisa no muy sincera—. Quizás... quizás esté algo cansado. Me pasé más de dos turnos trabajando en ese aparato, y ya no sé el tiempo que llevo sin haber descansado realmente bien...
Saber cuándo se debe aflojar constituye la mitad del arte, se recordó mentalmente Prudence.
—Come algo y acuéstate un poco. Quizás nos ayude que dejemos que repose un rato el problema.
Y pensó: «Puedo dar ese consejo, pero soy incapaz de seguirlo yo misma». Los últimos experimentos químicos que había realizado en sí misma estaban trastornando su sentido de la realidad. Se preguntó si debería contárselo a Raj, pero rechazó la idea tan pronto como se le ocurrió. Raj diría que estaba jugando con sustancias peligrosas, y que debía dejarlo; la obligaría a detener los experimentos y a ella le parecía que ya era demasiado tarde para atreverse a parar. Había algo... algo... algo tan cerca...
—¿Qué hay de la respuesta a Hempstead? —preguntó Bickel.
—Dejemos que suden un poco —gruñó Timberlake.
—Si rebasamos en mucho el lapso de respuesta, pensarán que hemos sufrido algún fallo en el sistema de transmisión —dijo Bickel—. Volverán a enviarnos el mensaje.
—Con eso conseguiremos recibirlo bien, sin tener que traicionarnos —dijo Flattery.
—Vaya... ¿no es una sugerencia algo retorcida para venir de nuestro clérigo? —preguntó Bickel.
—Eso venía del psiquiatra —dijo Prudence—. Anda, Bick, duerme un poco.
—Y yo, mientras, puedo quedarme sentadito aquí dándole vueltas a los pulgares —dijo Timberlake.
Bickel le miró, recordando la amarga ira que había sentido Timberlake ante la sugerencia de Hempstead. Por primera vez en muchas horas, Bickel estudió atentamente a Timberlake. Se dio cuenta de la herida que había sufrido su orgullo al cederle el mando de la nave, y notó cuál era la principal preocupación de Timberlake: las vidas de aquellos que transportaban.
Comprendió que en esos momentos no había modo alguno de aliviar las tensiones que sufría Timberlake. Esas vidas corrían peligro... cada una de las vidas contenidas en el Huevo de Lata, desde el más humilde embrión de gallina encerrado en los tanques de hibernación hasta el mismo Timberlake.
Se dio cuenta también de que a veces Timberlake entendía las cosas de modo intuitivo. Y era ingeniero. Si tuviera una ocupación para mantenerle distraído, quizás eso le serviría de ayuda... y la verdad era que la tripulación necesitaba desesperadamente toda la ayuda disponible.
—Tim —dijo Bickel—, el problema que debemos resolver en este asunto de la conciencia es parecido a la búsqueda de un efecto específico en un sintonizador o un amplificador. Podrías ir dándole vueltas a la idea mientras yo descanso; necesito algunas respuestas precisas que puedan ser traducidas a esquemas de trabajo.
—Pero lo único que tenemos es el trasto de ahí al lado —protestó Timberlake.
—Es un comienzo. De acuerdo... tenemos que usar el Buey, porque durante cierto tiempo es la única entrada de que disponemos para introducir en el computador datos vitales... por ahora. Pero sigue siendo sólo un comienzo. En realidad, nada ha cambiado.
—Excepto que nuestro plazo se ha reducido dos días, y que no estamos más cerca que antes de la solución —gruñó Timberlake.
Bickel reprimió un acceso de ira.
—Como quieras —dijo.
Se dio la vuelta y atravesó la escotilla que llevaba a los cubículos, sellándola nuevamente después de pasar. Oyó a su espalda el silbido de los expansores de la escotilla, muy parecido a un suspiro, y se quedó inmóvil unos momentos, preguntándose si tenía la energía suficiente para comer y meterse a dormir en un cubículo.
—Debo comer —musitó—. He de conservar las fuerzas.
Se acercó algo vacilante al rapibar, usó media carga de calor para preparar un tubo de sopa y la engulló. Pollo; sintió cómo el alimento iba esparciendo sus energías a través de su organismo. Después de la sopa se tomó un tubo de chocolate caliente.
Luego fue hasta su tanque acolchado y controló los repetidores de sistemas vitales del cubículo. Todos los indicadores daban señal normal. Se metió en el tanque, cerró la compuerta y puso en marcha el cierre neumático. Lenta y suavemente el tanque se cerró a su alrededor, acogiéndole en su abrazo casi ingrávido. Sintió el flujo del aire rico en oxígeno sobre su rostro, filtrado y vuelto a filtrar tal cantidad de veces que había perdido casi todo el olor característico de la nave.
Sus músculos empezaron a relajarse y, como solía ocurrirle cada vez que se preparaba para dormir en el cubículo, pensó en su curioso efecto tranquilizador. Era casi como volver al útero.
¿Qué útero habrá acogido a mi yo original?, se preguntó. En algún lugar ignorado debió existir una madre... y un padre. Incluso si crecí en una cámara de gestación, tuvo que existir en algún lugar una carne y una sangre que me concibieran. ¿Quiénes eran? Nunca lo sabré. No vale la pena ni pensar en ello.
Se obligó a concentrarse en el «cubo» que le rodeaba, el útero artificial que le proporcionaba ese intenso sentimiento de seguridad, y cuya protección le garantizaba un sueño profundo.
¿Por qué descansamos mejor y más profundamente en un cubo? El dormir un rato en una de las literas no puede ni compararse con esto. ¿Por qué? ¿Se trata de algún atavismo, un regreso filogenético al mar? ¿O es algo más, algo que aún no hemos logrado entender?
Bickel centró sus sentidos en la suavidad de su entorno y en la rica humedad del aire. El sueño ya estaba invadiendo con sus tentáculos todo su cuerpo, haciéndole sentir lo profunda y lenta que se había vuelto su respiración.
Lo rítmica que...
Los ritmos del aparato, pensó de pronto, rechazando el sueño. Hay un factor de oscilación en nuestro problema. La oscilación está presente en el poder cautivador de la hipnosis, en la respiración de las personas dormidas, en el latido del corazón... en el sexo...
Y todas las células vivas tienen un polo norte y un polo sur magnético, pensó.
Recordó al diseñador biólogo, Vincent Frame, desarrollando ese tema en una conferencia de Ingeniería Biológica que había dado en la BLU.
Soy una estructura compuesta de muchas células distintas, pensó Bickel. Coordinada.
Frame les había recalcado una y otra vez ese punto, indicándoles que había indicios de que era de vital importancia entender las oscilaciones y ritmos de las actividades humanas: las energías celulares. En el curso de esa conferencia que ahora rememoraba, Frame les había estado explicando el proceso de diseño de un diván para baja gravedad. Ritmos... los ritmos característicos de la vida.
Frame había vuelto una y otra vez a ese concepto.
Oscilación.
Pese a la fatiga, y a sentir el acecho del sueño en los confines de su conciencia, Bickel sentía igualmente que era muy importante no perder esa «pista fresca» con la que su mente había dado por pura casualidad. Conectó su intercomunicador, y alzó los ojos hacia el diminuto monitor.
El rostro de Timberlake le miró desde la pantalla.
—Recuerda las conferencias del doctor Frame. Oscilación. Luego lo discutiremos —Bickel soltó el interruptor del intercomunicador antes de que Timberlake pudiera responderle.
Se dejó caer nuevamente sobre la superficie acolchada y sintió que el suelo emergía de su oscura morada para engullirle.
18
¿Es la conciencia meramente una forma especial de alucinación?
Prudence Lon Weygan (5), fragmento de una Cápsula de Mensajes.
Flattery acababa de transferirle el tablero a Prudence. Miró a Timberlake, que estaba sentado en el borde de su litera con los ojos clavados en un bloc de notas; el delgado papel crujió levemente cuando dio vuelta una hoja para garabatear algo.
En el monitor que Timberlake tenía al lado se veía a Bickel, quien se había quedado dormido unos segundos después de haber transmitido su extraño mensaje.
—Tim, ¿tenía algún sentido para ti el mensaje de Bick? —le preguntó Flattery.
—Puede que sí —Timberlake dejó de mirar el bloc—. Supongamos que la conciencia implica un receptor orgánico de algún tipo, el cual produce una estructura en forma de campo.
—Y esa estructura en forma de campo se extiende y se contrae según las tensiones a que se vea sometida... —dijo Prudence.
Timberlake hizo un gesto de asentimiento.
—Y esa estructura sería el fenómeno que llamamos conciencia.
—¿Estáis los dos de acuerdo con él? —les preguntó Flattery.
—Por el momento, sí —dijo Timberlake—. Ahora, sigamos con nuestra hipótesis. El receptor orgánico estaría sujeto a una tormenta continua de impresiones.
—Y la mayoría de los investigadores creen que el cerebelo es el foco de esa tormenta de impresiones —dijo Prudence.
—Pero no es la sede de la conciencia, ciertamente —objetó Flattery.
—Puede que la conciencia no tenga ninguna sede —dijo Prudence—. Estaríamos hablando de un fenómeno móvil, capaz de autodesplazarse.
—De acuerdo —dijo Timberlake—. ¿Cuáles son las impresiones que entran? ¿Qué recibe el cerebelo?
—Algún tipo de impulsos eléctricos —dijo Prudence.
—Sí... pero, ¿de qué modo es filtrado ese impulso que entra en el receptor?
Flattery tragó una honda bocanada de aire, sintiendo por fin esa extraña impresión que tienen los cazadores cuando ven cercana la presa. ¿Sería acaso posible que esta tripulación fuera a triunfar? Se dio cuenta de que Prudence le había hecho una pregunta.
—¿Qué has dicho?
—¿Entiendes el concepto? Estamos hablando de impulsos eléctricos agrupados, siendo cada uno de esos grupos de una duración extremadamente breve.
—Pero los grupos no serían totalmente discretos —dijo Flattery.
—Claro que no —dijo ella—. Es algo parecido a la ambigüedad de la luz. A veces el físico debe tratar a la luz como una onda, y otras veces como un flujo de partículas.
—Ondículas... —dijo Flattery, pensativo.
—Correcto. Así que algunas veces pensaremos en esos grupos de impulsos nerviosos como unidades discretas o partículas, y otras pensaremos en ellos como un flujo continuo... ondas.
—A ver si consigues encontrarme ese flujo discreto —dijo Timberlake.
Prudence apartó los ojos de la gran consola y examinó atentamente a Timberlake. Era imposible no darse cuenta de que estaba nervioso y excitado. Con su acostumbrada intuición, Timberlake se les había adelantado hasta algún lugar ignorado, al que se suponía que ellos debían seguirle.
—Bueno, el camino ya está bastante bien explorado —dijo Flattery—. Las corrientes que modulan las acciones del ser humano pasan por el camino de la corteza y el puente del cerebelo. ¿A dónde quieres ir a parar?
Prudence vio el diagrama en su mente: (1) corteza (2) puente (3) cerebelo. ¡Tres fases! ¿Eran las mismas que las tres fuentes de energía esenciales en el campo del yo imaginado por Bickel?
Expresó su idea en palabras y luego esperó, no muy segura de cómo iban a reaccionar los demás.
—Tres caminos, no uno... —dijo Flattery, en tono pensativo—. No... no se trata de eso... —Y luego, bruscamente, exclamó—. ¡Holográfico!
—Un campo holográfico —dijo Prudence.
Se dio cuenta de que también a Flattery se le había contagiado el nerviosismo de Timberlake, pero el tablero le exigió toda su atención durante unos instantes, y sólo después llegaría a darse cuenta de que se había perdido algún tipo de silenciosa comunicación entre Flattery y Timberlake: quizás un gesto de entendimiento, una mirada...
—Quiero que lo digas en voz alta —habló finalmente Timberlake—. ¿Dónde se encuentra el punto terminal al que van a parar todos esos datos?
—En las áreas silenciosas o no funcionales del cerebelo —dijo Prudence.
Flattery sintió la repentina necesidad de aclarar la frase:
—Es decir, los lóbulos superior e inferior, el declive, el folio y el túber... la parte principal del cerebelo.
—La mediación se realiza por conducto de la corteza cerebral —dijo Prudence.
—¿Silenciosa o no funcional? —dijo Timberlake—. Oye, ¿acaso los médicos no os dais nunca cuenta realmente de las palabras que pronunciáis?
—¿Qué quieres decir? —le preguntó Flattery, con un asomo de ira en su voz.
—¿Cuál es el potencial, el efecto? —le interrogó Timberlake.
—No entiendo...
—¡Lo que llega es energía! ¿Hace girar una rueda? ¿Enciende alguna luz? No puedes ir acumulando energía en un sistema de modo indefinido sin que de él salga algún tipo de respuesta... o sin que haya un efecto que lo equilibre.
—Pero tú dijiste...
—¿Cuál es la salida, el potencial, el efecto equilibrador? La energía entra. ¿Qué sale?
—¿Sugieres acaso que este... este potencial es la conciencia? —le preguntó Prudence.
Y se acordó de que Bickel había calificado al sistema como una «esponja infinita». Flattery interrumpió el curso de sus pensamientos.
—¿No dijo Bickel algo sobre que la conciencia era como el reflejo vestibular del oído interno?
—El modo en que mantenemos el equilibrio —dijo Timberlake—. Lo que nos dice dónde está el arriba y dónde el abajo.
—Qué cosa más rara... —dijo Prudence—. Tengo la sensación de haber estado todo este tiempo como adormilada, de que no estaba lo bastante despierta como para entender adonde quería ir a parar Bickel.
—Pero ahora estás empezando a verlo —dijo Timberlake.
—Esa tormenta de impresiones sensoriales no cesa cuando uno está dormido —objetó Flattery—. ¿Intentas decirme que el sueño es una forma de la conciencia? —mientras hablaba, se acordó de que también había usado ese argumento con Bickel, pero ahora se vio obligado a ser honesto consigo mismo y enfrentarse a la respuesta obvia, más todo lo que esa respuesta llevaba implícito—. Sí, naturalmente. El sueño es una forma de la conciencia. Sencillamente, se acerca mucho a uno de los límites del espectro que la constituye.
—¿Y toda esa energía por explicar? —insistió Timberlake.
—Debe ser usada para algo —dijo Flattery—. Eso me parece claro...
—Muy bien —dijo Timberlake—. El efecto conciencia... el campo, o lo que sea, puede ser capaz de servir como mediador en ese equilibrio energético. Quizá se trate de un mecanismo homeostático.
—Todos los mecanismos de control biológico lo son —dijo Prudence—. ¿Y qué?
—No basta con afirmar que la conciencia manipula y equilibra la tormenta de impresiones sensoriales —dijo Flattery—. Eso sigue dejando tu pregunta por responder, Tim. ¿Qué le ocurre a la energía?
—Debe haber algún otro efecto en el sistema, no sé dónde —dijo Timberlake—. En algún lugar debe existir un flujo inexplicado de energía... o uno que ha sido explicado de un modo erróneo...
—Sinergia —dijo Prudence.
Flattery la miró con sorpresa. Esa palabra estaba justamente en la punta de su lengua cuando la pronunció ella.
—¿Sinergia? —dijo Timberlake, pensativo—. ¿Hay alguna sorpresa médica escondida ahí?
Prudence percibió la pregunta que iba escondida dentro de la pregunta. El ingeniero de sistemas vitales estaba relativamente familiarizado con la sinergia, pero deseaba saber si una simplificación médica podría ayudarle. Timberlake había encontrado una buena pista que seguir.
—Es el efecto producido por nuestros reflejos espinales —dijo—. La sinergia actúa a través del cerebelo como un efecto extra. Se encuentra en el lado del... bueno, del circuito que sale de la corteza cerebral.
—Lo que andamos buscando es un efecto integrador o de equilibrio —dijo Timberlake.
—Eso es... posible —dijo Flattery.
Pero eso no le bastaba a Timberlake.
—En el lado que lleva hasta la corteza cerebral, basta sencillamente con la integración sináptica. ¿Acaso la sinergia implica una salida de datos desde el lóbulo frontal o el girus? ¿Podría ser la explicación a nuestra energía perdida?
—¿Por qué el girus? —le preguntó Flattery.
—Sigo buscando áreas secundarias de mediación. No podemos permitirnos el pasar nada por alto. Tenemos que acertar a la primera, o nos hundiremos en la nada igual que las demás naves.
—Estás dando vueltas igual que Bickel —le replicó Flattery—. Bueno, has limitado el área que buscamos hasta centrarte en los lóbulos frontales. ¿Y qué?
Pero Timberlake no se dejaba apartar tan fácilmente de su idea.
—Muchos investigadores creen que esos lóbulos...
—¡Magnífico! —le cortó Flattery—. Cantidades ingentes de personas ilustres pueden haber llegado a sugerir que dichos lóbulos son el misterioso centro de la conciencia. Pero quizá Prue esté más cerca que tú de la verdad. Móvil, ¿recuerdas? Puede que la conciencia carezca de sede fija.
Timberlake pestañeó lentamente.
—¿De qué sirve saber dónde está si no sabes qué es?
Flattery siguió acosándole.
—Puede que la sinergia no haya sido explicada por completo, pero sigue siendo útil como concepto. Sin embargo, si estás sugiriendo que la sinergia es la conciencia...
—Un callejón sin salida —dijo Timberlake—. Pero Bickel cree que debemos buscar un sensor capaz de regular el campo, y de tratar a la vez respuestas mentales y emocionales.
«Entonces, ¡eso es lo que le preocupa!», pensó Prudence.
—Si vamos a reproducir esa cosa de modo artificial —dijo en voz alta—, lo que construyamos debe poseer respuestas sensoriales, mentales y emocionales que regular.
Flattery se dejó caer en el respaldo de su litera.
—Hum... Podemos darle al Buey de Bickel sus respuestas sensoriales y mentales, pero... ¿cómo vamos a darle emociones?
—¿Qué te parecería la retroalimentación negativa? —le preguntó Timberlake—. Las emociones siempre llevan implícita una meta. La retroalimentación negativa podría darnos en ese sistema un elemento capaz de buscar metas.
—¿Acaso la conciencia requiere una meta? —le preguntó Timberlake.
Se dio cuenta, al notar el repentino silencio que acogió su pregunta, de que habían llegado a un punto crítico de sus análisis. Todos lo habían notado. El desafío representado por las ideas de Bickel les había acicateado para realizar ese esfuerzo, y ahora todos se encontraban tensos y preparados, como corredores esperando oír el disparo de la salida.
—Una meta —musitó Timberlake, para proseguir luego en voz más alta—. Un objeto sobre el que enfocarse —miró a Flattery—. ¿La relación de campo?
Se acerca, pero no lo bastante, pensó Prudence.
—No una entidad, una parte o una zona del cerebro —dijo Flattery—, sino un lazo de conexión entre esas entidades, partes o zonas.
Por el rabillo del ojo Flattery vio cómo Prudence ajustaba un dial de la gran consola, y percibió la tensión que había en cada uno de sus movimientos.
—¡Un puente! —gritó Timberlake—. ¡Naturalmente! ¡Un puente!
—¿Un puente hecho de lenguaje? —le preguntó Prudence.
—Pero los símbolos están cargados de errores, taras y debilidades —dijo Timberlake—. Eso es...
Flattery vio cómo los gestos de Prudence se hacían más rápidos y seguros a medida que lo iba entendiendo.
—Abarcar el tiempo, percibirlo... —dijo—. Con palabras... con símbolos.
Y Flattery pensó: Hay una puerta a la imaginación que debes franquear antes de ser consciente, y las llaves para esa puerta son los símbolos. Puedes transportar ideas a través de esa puerta desde un tiempo y lugar a otro, pero debes llevar esas ideas mediante símbolos. Pero, entonces... ¿sabe uno acaso lo que lleva... y quién es el que realmente lleva esas ideas?
—Cada símbolo lleva detrás premisas ocultas —dijo Flattery—. Cada palabra lleva en sí una serie de cosas que se dan por supuestas sin necesidad de expresarlas en voz alta.
—Y la palabra más crítica de todo el problema es la palabra conciencia -dijo Timberlake.
—La cual asume —dijo Prudence— que existe un yo capaz de ser consciente.
—Un puente cruza de un sitio a otro —dijo Timberlake—. Si empieza a dar señales de ruina, los ingenieros buscan los planos originales y los pedidos del material usado, yendo luego al puente para examinarlo. Estudiar el puente bajo condiciones estáticas y bajo distintas cargas. Luego pueden cambiar partes de él, colocar nuevos soportes...
—O pueden derribar todo el condenado puente para empezar de nuevo —dijo Prudence—. ¿Es que ninguno de los dos me ha escuchado, o qué? Nuestra palabra da por sentado que existe un yo para ser consciente.
—Ya te hemos oído —dijo Flattery—. Pero hay otras cosas ocultas aún más importantes... más que el «Conócete a ti mismo». ¿Qué hay de «Conoce tus límites»?
—Límites... —dijo Timberlake, como recogiendo la palabra—. En un extremo... el sueño, o el sueño de la muerte; y al otro extremo... el despertar.
—Y la pregunta de la religión occidental es: «¿Qué hay más allá de la muerte?» —dijo Flattery—. Pero la pregunta del maestro Zen es: «¿Qué hay más allá del despertar?»
—¡Por... por el amor de Cristo!
La voz pertenecía a Bickel, y procedía de la pantalla del circuito de mando que tenían encima.
Flattery alzó los ojos —medio ocultando una sonrisa— para encontrarse a Bickel contemplándole desde la pantalla.
—¡Os dejo solos media hora, y tú consigues meter a esos pobres idiotas en algún callejón místico sin salida! ¡Os arrojáis etiquetas unos a otros como esos imbéciles de la BLU! ¡Maestro Zen...! ¿Qué piensas sacar luego a relucir, la Conciencia Cósmica? De todas las formas poco prácticas que...
—John, hemos logrado refinar el problema hasta llegar a su esencia —dijo Timberlake—. Si quisieras...
—Te pedí que me dieras algunas sugerencias sobre circuitos. Os he estado oyendo jugar a un vóley verbal durante diez minutos, y sólo quiero saber una cosa: ¿De qué nos va a servir todo ese parloteo a la hora de construir solamente un circuito? ¡Solamente uno!
—Tú mismo le pediste a la BLU que definiera la conciencia —protestó Prudence.
—Porque deseaba mantenerles ocupados, ¡y que no nos estorbaran!
La pantalla se apagó. Flattery miró la consola que estaba ante Prudence, y vio que la aguja del circuito de mando señalaba «encendido», pero la pantalla siguió apagada.
¡Está encendida!, se dijo Flattery. El indicador tenía que haber sido movido deliberadamente. ¡Ella lo hizo! Para despertar a Bickel...
Pero entonces, ¿por qué estaba apagada la pantalla?
—John instaló un control maestro en el circuito de mando —dijo Prudence, como si le hubiera leído la mente—. ¿Alguna idea sobre la razón de que lo hiciera?
—¿No viste dónde estuvo? —le preguntó Timberlake—. Estaba en el taller... ¡trabajando en el Buey!
Timberlake abrió su litera y, prácticamente en un solo movimiento, se lanzó hacia la escotilla que llevaba al taller del computador. Tiró con fuerza de los pestillos, pero éstos no se movieron lo más mínimo.
—¡Tiene atrancada la puerta! —dijo Timberlake, alzando la voz a causa del miedo—. Si estropea el computador...
—Ya te has dado cuenta, así que será mejor que te sientes y mires —dijo burlonamente la voz de Bickel.
Todos alzaron la cabeza, para contemplar el taller apareciendo en la gran pantalla. Bickel estaba inmóvil, con los restos de la primera instalación que había hecho para el Buey, rodeándole... medidores, bloques neurónicos, cables sueltos... todo había sido apilado formando un precario montón y apartado de la pared del computador.
—Bickel, debes ser razonable —le imploró Timberlake—. No puedes entrar ahí y...
—Cállate o desconecto el video —le advirtió Bickel.
Se arrodilló llevando entre las manos un bloque neurónico de repuesto, lo insertó entre el Buey y la pared y empezó a conectarlo.
—John, por favor —le suplicó Prudence—, si...
—No vais a detenerle con palabras —dijo Flattery.
—Escuchad a Raj —Bickel puso otro bloque en la pared y siguió haciendo conexiones—. Ritmo —dijo—. Me dormí pensando en él... y acabó despertándome. Eso, y vuestra charla. Ritmo...
Otro bloque neurónico ocupó su lugar junto a los dos primeros.
—Cuéntanos lo que estás haciendo —dijo Flattery y, con una seña, le indicó a Timberlake que se acercara a él.
—La anatomía del proceso visión-cerebro puede ser reducida a la descripción matemática de un proceso de observación —contestó Bickel—. De ello puede deducirse que cualquier otra función cerebral, incluyendo la conciencia, debería someterse en su anatomía al mismo modo de estudio. Puedo duplicar el ciclo del ritmo alfa para un barrido de exploración cerebral programándolo en el ciclo temporal de estos bloques neurónicos. Si trazo cada uno de los ritmos de un modelo humano y luego los duplico...
—¿Cuál es la función de todos esos ritmos humanos? —le preguntó Flattery.
Mientras hablaba, Flattery garabateó algo en una hoja de un bloc y la metió luego entre los dedos de Timberlake.
Timberlake miró hacia la pantalla pero Bickel seguía dándole la espalda a las lentes de video del taller.
—No estamos totalmente seguros de esas funciones, ¿verdad? —le preguntó Flattery, haciéndole gestos frenéticos a Timberlake para que leyera la nota.
Timberlake miró el papel y leyó:
«Da la vuelta por los tanques de hibernación. Bickel no ha cerrado la compuerta de los cubículos. Toma el otro pasillo de acceso y sorpréndele».
Timberlake miró nuevamente hacia la pantalla.
Bajo las manos de Bickel, el Buey estaba cobrando una nueva forma: ahora salía de un ángulo de la estancia para prolongarse hasta el muro del computador. A los ojos de Timberlake estaba empezando a cobrar el aspecto de una imposibilidad topológica: un laberinto de triángulos de plástico, las formas oblongas de los acopladores neurónicos, las hileras de multiplicadores Eng... y los cables con sus códigos de colores entrelazándose como una telaraña enloquecida.
Timberlake sintió que una mano le aferraba el brazo, sacudiéndole. Miró la mano y luego siguió el brazo al que pertenecía hasta encontrarse con el rostro iracundo de Flattery.
Flattery le indicó con un gesto la nota. Timberlake la miró de nuevo y comprendió la razón de que se hubiera quedado como paralizado:
¿Por los tanques de hibernación? No. Tendría que ser pasando a través de ellos. Flattery debe saberlo...
Los ojos torturados de Timberlake se clavaron en Flattery, llenos de terror.
Bickel me ha infectado con su escepticismo cínico, pensó. Tengo miedo de lo que pueda hallar en los tanques de hibernación si me acerco demasiado a ellos. Encontraré los tanques vacíos, y sólo habrá cables que vayan de los tanques al computador. Y el computador estará programado para simular la presencia de las personas hibernadas en esos tanques. Todo resultará no ser más que un fraude monstruoso.
Descubriré que soy un ingeniero de sistemas vitales encargado de cuidar... nada.
«¿Por qué me da tanto miedo eso?». Incluso el pensarlo le hacía estremecerse. Flattery le sacudió nuevamente el brazo. ¿Por qué no va él?, se preguntó Timberlake. ¡Lo desea tanto!
La respuesta era obvia: Flattery no estaba tan familiarizado con los computadores. No podría llegar a analizar lo que estaba haciendo Bickel y reparar los daños... si era posible hacerlo.
Estoy aterrado, pensó Timberlake. Soy incapaz de moverme.
Pero sabía muy bien que no podía quedarse inmóvil. Tenía que ir por el otro pasillo, y cuando llegara a los tanques de hibernación... no podría resistir la tentación de inspeccionarlos de cerca: pasaría por alto los diales, los indicadores y los aparatos... y miraría en los tanques.
Pero pese a todo su inexplicable terror, seguía existiendo la otra posibilidad: que los tanques contuvieran vida, y que esa vida compartiera sus peligros.
19
La célula posee energías, que oscilan y laten con el ritmo tumultuoso de la vida. Podemos ver reflejos de esta actividad básica en la estructura celular coordinada a la que nos referimos normalmente como «ser humano». ¿Han visto alguna vez a un hombre tamborilear nerviosamente con los dedos sobre su escritorio? ¿Han cronometrado alguna vez la periodicidad con que se da el parpadeo? La respiración posee un ritmo característico en cada estado distinto de la estructura celular total. Deben tener esto siempre presente cuando diseñen aparatos que vayan a ser usados por ese amasijo de células humanas. Siempre deben recordar el latido, y las necesidades de las células que lo componen.
Vincent Frame, biólogo diseñador.
Usaré de nuevo el impulso inicial del generador, se dijo Bickel. Se recostó unos instantes en el confuso pero organizado montón de aparatos que formaban el Buey, conectó un cable a la entrada temporal de datos y luego siguió el cable de salida, dejándolo apartado.
El efecto y el modo de conseguirlo estaban aún más claros en su mente. Se había despertado de repente, sin saber cuánto tiempo había dormido, pero sintiéndose descansando y con esa respuesta ocupando su mente.
Se volvió hacia los cables del computador y conectó el Buey mediante un sistema amortiguador que enviaría sus impulsos a un banco de memoria para pruebas. Luego conectó el banco a un nuevo sistema de bloques neurónicos, y activó los interruptores que hacían del total del sistema una sola unidad.
—John, ¿quieres por lo menos explicarnos lo que estás haciendo? —dijo la voz de Flattery desde la pantalla.
Bickel miró hacia atrás y vio a Prudence ante los controles y a Flattery sentado en el borde de su litera. No había señal alguna de Timberlake, pero las lentes de esa pantalla no abarcaban la totalidad de la sala de mandos. Probablemente Timberlake estaría intentando abrir la escotilla. Bueno, se dijo, que lo intente.
—Lo único que tenemos a mano para usar como modelo a la hora de producir la función Conciencia es a nosotros mismos —dijo Bickel—. Y todo el mundo está de acuerdo en afirmar que no podemos meternos dentro de nosotros mismos, como lo haría un ingeniero para duplicar el mecanismo. Pero, amigo mío, hay otro modo de encarar el problema; un modo que ha sido puesto muchas veces a prueba y ha resultado siempre efectivo...
—Raj... —dijo Prudence; Flattery la miró—. El suministro auxiliar de energía está oscilando.
—Es el taller —dijo Flattery, con voz átona—. John se ha instalado una línea directa para evitar que le dejáramos sin energía —miró nuevamente a Bickel—. ¿No es verdad?
—Así es. No debiera causaros ningún problema, he aislado el cable. Vuestro tablero principal sigue funcionando —Bickel se volvió otra vez hacia el Buey y empezó a unir series de neurofibras programadas.
—¿Cuál es ese método tan efectivo y ya comprobado de que hablas?
Flattery examinó los indicadores en el tablero de la sala de mandos, siguiendo el avance de Timberlake mediante los detectores de calor. Timberlake se encontraba ahora en la segunda zona, y estaba a punto de dar la vuelta para dirigirse hacia el otro lado del escudo protector y los tanques de hibernación.
¿Por qué le costó tanto a Tim decidirse a partir?, se preguntó Flattery.
Bickel terminó una conexión triple en las fibras y se enderezó.
—El sistema que no puedes reducir a sus componentes para examinarlos se llama «caja negra». Si podemos fabricar una caja blanca lo bastante parecida, y con un potencial global semejante al de la caja negra (es decir, si logramos hacer que sea lo suficientemente compleja), entonces podemos obligar a la caja negra, dado el modo en que funciona, a que transfiera su forma de actuar a la caja blanca. Las uniremos y luego haremos que cada una reciba los mismos impulsos de prueba.
—¿Cuál es tu caja blanca? —le preguntó Flattery, sintiendo despertar su interés pese al miedo— ¿Eso? —señaló con la cabeza hacia la aparentemente insensata acumulación de bloques que era el Buey.
—No, diablos... no se acerca a la complejidad necesaria ni por asomo. Pero la totalidad de nuestro sistema de computadores sí serviría.
¡Se ha vuelto loco!, pensó Flattery. ¡No puede estar sugiriendo seriamente que piensa disparar un impulso energético sin control a través del computador!
Flattery observó nuevamente los indicadores. Timberlake estaba entrando ya en el recinto de hibernación, pero se movía con enloquecedora lentitud.
—Entonces... ¿cuál es la función del Buey en todo esto? —le preguntó Flattery, volviendo a mirar a Bickel.
—Es nuestro clasificador —dijo Bickel—. Filtra los ritmos del sistema, y actúa como un tosco par de lóbulos frontales —conectó dos partes del aparato mediante unos empalmes improvisados—. Ya está. Ahora, unas cuantas pruebas.
—¿No deberías esperar un poco? —le sugirió Flattery—. Deberíamos discutirlo entre todos... ¿Y si has cometido algún error, y...?
—No he cometido ningún error —dijo Bickel.
Flattery miró los indicadores. Timberlake se encontraba ahora en los tanques de hibernación, pero no se movía... se había quedado quieto ahí.
Sometimos a Bickel, nuestro «órgano de análisis», a una presión demasiado elevada, pensó Flattery. Debimos pensar en la posibilidad de que perdiera el control.
¿Qué demonios estaba entreteniendo a Timberlake?
—Primero, una línea directa de prueba —dijo Bickel, conectando un indicador en la pared del computador, los ojos clavados en los diales del circuito de diagnóstico que tenía sobre él.
Flattery contuvo el aliento y se volvió lentamente para mirar el gran tablero ante el que estaba sentada Prudence. Si la prueba de Bickel estropeaba el sistema central del computador, donde primero aparecerían los daños sería en el gran tablero.
Las luces del tablero siguieron de color verde. El lento y constante chasquido de los relés en los monitores y las trazadoras de gráficos se mantuvieron inalterados. Todo parecía tener el aspecto tranquilizador de costumbre.
—Estoy obteniendo respuestas de redes nerviosas individuales en los bloques separados —dijo Bickel.
Flattery siguió observando el tablero. Si Bickel destrozaba el computador, la nave habría muerto. La mayor parte de los sistemas automáticos del Huevo de Lata dependían de las líneas internas de comunicación del computador y de los programas supervisores de control.
—¿No me habéis oído? —preguntó Bickel—. ¡Me están llegando respuestas de las redes nerviosas! ¡Este trasto se portará como si fuera un sistema nervioso humano!
—¡Raj, ya lo está haciendo!
Era Prudence. Flattery bajó la vista hacia el lugar que ella le indicaba. Había programado una pequeña parte de su propio tablero auxiliar para que actuara como un sistema repetidor conectado a los circuitos diagnóstico de Bickel.
—Ritmos beta —dijo, señalando con el dedo hacia la pantalla del centro.
Flattery clavó los ojos en la línea verde que ondulaba sobre la pantalla, digiriendo lentamente lo que Bickel había dicho y lo que significaba esa línea de la pantalla.
Caja negra... caja blanca.
Quizá fuera teóricamente posible usar la totalidad del computador como una caja blanca que recibiera la serie de ritmos y modelos que llamaban conciencia. Pero aún quedaban muchas preguntas por contestar... y una de ellas era más vital que todas las demás juntas:
—¿Qué pretendes usar como caja negra? —le preguntó Flattery—. ¿De dónde conseguirás tus ritmos originales?
—De un cerebro humano consciente. Voy a usar uno de los tanques de hibernación que tenemos de repuesto, y adaptaré los sistemas de retroalimentación electroencefalográfica para que actúen como amplificadores humanos.
Está completamente loco, pensó Flattery. La conmoción causada al hacerlo matará a la persona que utilice.
Bickel alzó los ojos hasta mirar directamente a Flattery... dándose cuenta de que el capellán-psiquiatra había comprendido las posibilidades letales que encerraba su propósito. «¿Quién le pondrá el cascabel al gato?» pensó Bickel, tragando saliva. «Bueno, si llega a ser necesario, yo lo haré».
—¿Cómo piensas proteger a tu sujeto de los efectos causados por la energía? —le preguntó Prudence—. ¿Usando curare?
En el mismo instante de formular su pregunta, se preguntó de qué modo se estaba protegiendo ella de sus propios experimentos. La respuesta era muy clara y brutal: ¡tan mal como pensaba hacerlo Bickel! ¿Por qué esta tripulación sentía tal tendencia a los esfuerzos del tipo «todo o nada»?
—Creo que el sujeto deberá estar totalmente consciente —dijo Bickel—. Sin ningún tipo de mediación... y sin narcoinhibidores.
Calló unos segundos, esperando la explosión de ira de Timberlake. Esta propuesta debía herir profundamente, con toda seguridad, el condicionamiento del ingeniero en sistemas vitales. ¿Dónde estaba Timberlake?
—¡No, rotundamente no! —estalló Flattery—. ¡Sería un asesinato!
—O quizás... un suicidio —dijo Bickel.
Prudence apartó los ojos de la consola y se encaró con Bickel.
—John, se razonable —le imploró—. Ya estás poniendo en peligro al computador con todo eso...
—La nave sigue funcionando, ¿no? —contraatacó Bickel.
—Pero si lanzas una corriente energética a través de eso... —indicó con la cabeza la pila de bloques y cables entrelazados que formaban el Buey, al lado de Bickel-...¿cómo evitarás que se produzcan daños en el núcleo de memoria del computador?
—El núcleo de memoria es un sistema fijo, y está protegido. Mantendré el potencial del Buey por debajo del umbral de los sistemas amortiguadores. Por otro lado... —se encogió de hombros— ya hemos hecho pasar corrientes similares por el computador sin...
—¡Y con eso hemos logrado dispersar la información no sabemos dónde! —replicó ella, bruscamente.
—Aún podemos hallarla, si utilizamos al Buey para que nos clasifique las rutinas de programación —dijo Bickel.
Flattery miró los sensores que había delante de Prudence. ¿Qué le había pasado a Timberlake? ¿Estaría herido? ¿Inconsciente? Pero según los sensores el ingeniero en sistemas vitales seguía moviéndose ocasionalmente... aunque siempre dentro del recinto de los tanques de hibernación.
—Si te entiendo correctamente —dijo Prudence—, tendrás que añadir una serie de canales al Buey para simular redes nerviosas, hasta que el computador y él lleguen al grado de complejidad que posee un sistema nervioso humano. A medida que lo vayas construyendo y sometiendo a pruebas, nos haremos más y más dependientes de esa monstruosidad improvisada a la que llamas el Buey... Nuestras vidas dependerán de él.
—Le hace falta una gama completa de aparatos sensoriales —dijo Bickel—. No puede hacerse de otro modo.
—¡Debe existir otro modo! —dijo ella—. ¿De dónde has sacado esa loca idea?
—De ti.
La sorpresa la hizo quedarse muda unos instantes.
—¡Eso es imposible!
—Eres una mujer —le hizo ver Bickel—, capaz como cualquier otra de reproducir biológicamente la vida consciente. Usando ese método, posees un sustrato de moléculas capaces de asumir una amplia variedad de formas... formas muy distintas. Esas moléculas asumen una forma particular en presencia de otra molécula que ya tenga esa forma —se encogió de hombros—. Caja negra... caja blanca.
—Creí que te referías a mí personalmente —dijo ella, mirando hacia los sensores y viendo en ellos los movimientos aparentemente irracionales de Timberlake.
—Mira —dijo Bickel, sin darse cuenta de lo que la preocupaba—, la conducta básica del computador seguirá intacta. No interferiremos con sus programas de supervisión ni con sus comandos constantes. Queremos poner en pie un sistema capaz de tratar con probabilidades, con una capacidad constante de movimiento para lo...
—¡Teoría de juegos! —se burló Flattery—. No puedes predecir cuál será la conducta de tu máquina... no por completo.
Miró nuevamente hacia los indicadores. ¿Qué estaba haciendo Tim?
—¡Se trata justamente de eso! —dijo Bickel—. Si la máquina va a ser consciente, entonces no podemos predecir su conducta, dada la definición de lo que es la conciencia y su naturaleza. La conciencia es un juego en el que los movimientos permitidos no han sido establecidos de antemano. El único objeto del juego es ganar.
¿Todo vale entonces?, se preguntó Flattery. Se fijó repentinamente en Bickel, en sus rasgos tal y como aparecían en la pantalla, y se dio cuenta de que tal concepto era por naturaleza esencialmente blasfemo. ¡Las reglas debían existir!
—La máquina obtiene parte de su personalidad a partir del creador, y otra parte de sus oponentes —dijo Bickel.
Algo de Dios, algo del Diablo, pensó Flattery. Ha de existir algún error esencial en sus razonamientos... en alguna parte de ellos. Bickel se está comportando de un modo que excede con mucho a todas las previsiones. El «órgano de análisis» está actuando ilógicamente. No está haciendo la mejor jugada posible en cada momento.
—Introducirás factores de error e incrementos de pérdida en todo el sistema del computador —le advirtió Prudence—. Eso no sólo no es lógico, es...
Se calló de golpe y examinó el tablero, corrigiendo el equilibrio de presión en el sistema de recirculación atmosférica. Luego esperó unos instantes para ver si los aparatos automáticos eran capaces de trabajar en las nuevas condiciones.
—Debes hacer la mejor jugada posible en cada momento determinado —dijo Flattery—. Tu sugerencia no me parece...
—Ahí has dado en el blanco —dijo Bickel—. La mejor jugada posible... A veces, la mejor jugada posible es hacer un movimiento peligrosamente estúpido, que cambia toda la estructura teórica del juego. Cambias el juego.
—¿Y todas las vidas que contienen los tanques de hibernación? —le preguntó Prudence—. ¿Tienen alguna opción en este... este juego?
—Ya escogieron en su momento.
—Y ahora que están indefensas, tú cambias las reglas... —dijo Flattery.
—Ese fue uno de los riesgos que aceptaron, cuando se les ofreció la hibernación —dijo Bickel—. Ésa fue su opción.
Flattery abandonó la discusión y saltó de su litera.
—¿Qué vas a hacer? —le preguntó Prudence.
—Quiero ver qué le ha pasado a Tim.
—¿Dónde está Tim? —preguntó Bickel.
—En los tanques de hibernación —dijo Flattery, sabiendo que Bickel podía obtener la respuesta por sí mismo... una vez hubiera consultado los repetidores del taller.
—¿Entre los tanques? —preguntó Bickel.
—¡Naturalmente!
—¡Prue! —le ordenó secamente Bickel—. Intenta llamarle por el circuito de control.
Ella percibió la premura que había en su tono, y giró en redondo para obedecerle. No hubo respuesta alguna de Timberlake.
—¡Idiotas! —dijo Bickel; Flattery se detuvo ante la compuerta y miró hacia la pantalla—. ¿Quién le dejó ir a los tanques de hibernación? ¡Ciegos, idiotas! ¿No sabéis acaso lo que probablemente va a encontrar ahí?
—¿A qué te refieres?
—Toda la maldita nave es meramente un aparato de simulación —dijo Bickel—. Ahí abajo no habrá nada, excepto algunos relevos para la tripulación. ¡Esos tanques deben estar vacíos!
¡Se equivoca!, pensó Flattery. ¿O no...?
El pensarlo hizo que vacilara. Vio inmediatamente el modo en que eso podía afectar a Timberlake: un hombre que había sido preparado delicadamente, igual que todos los demás, para efectuar unas funciones específicas.
—Siempre le quedarán los sistemas de la tripulación —dijo Prudence.
Miró hacia el otro extremo de la sala y sintió el halo de soledad que parecía dominar la nave. El Huevo de Lata, con todos sus peligros programados, quizá contuviera meramente unos cuantos seres humanos lanzados sin ningún destino hacia la nada.
«No serían capaces de hacerlo», pensó Flattery. «Pero si fueron capaces de prepararme para engañar al resto de la tripulación...». Sentía como si sus pies hubieran echado raíces en la cubierta. Intentó tragar saliva, pero tenía la garganta reseca.
—Raj, ¿te encuentras mal? —le preguntó Prudence, estudiando su cara y notando la expresión vacía y como extraviada de sus ojos.
«¡Pero eso es imposible!», pensaba Flattery. «Me lo prometieron cuando descubrí los informes auténticos sobre Tau Ceti: si triunfábamos, podíamos enviar la cápsula de mensajes y luego proseguir hacia...»
—Los planetas de Tau Ceti son inhabitables, sí —había admitido Hempstead cuando él le arrojó las pruebas de ello a la cara—. No hay ningún Edén. Pero se sabe que el universo contiene miles de millones de planetas habitables. Se dará cuenta, naturalmente, de que no pueden regresar aquí. El peligro que ello supondría...
—Los donantes de las biopsias son todos criminales —dijo Flattery entonces, incapaz de reprimir por más tiempo su otra terrible sospecha.
—Eran gente brillante, que perdió el buen rumbo —protestó Hempstead—. Esa es una de las razones por las que no pueden volver, pero no hay nada que les impida seguir explorando hasta hallar su propio Edén.
Al recordar las palabras, Flattery notó cuan huecas sonaban. Fraudes y engaños desde el principio del viaje, pensó. Pero... ¿por qué?
20
En las personas diestras, lo que se llama función racional opera básicamente a partir del hemisferio izquierdo de la corteza cerebral. Las operaciones «intuitivas», en cambio, habitan principalmente en el hemisferio derecho. Existen considerables pruebas de que se da una retroalimentación positiva entre los dos hemisferios, y que ésta tiene lugar a través del cuerpo calloso. Lo que se intercambia entre los hemisferios sigue siendo prácticamente un misterio total, pero no puede haber duda alguna de que su función respecto a la conciencia es muy importante.
Morgan Hempstead. Conferencias en la Base lunar.
Timberlake se habia lanzado con una premura desesperada por el pasillo, sabiendo que debía moverse con rapidez o de lo contrario el terror le dejaría paralizado.
Al llegar a la compuerta del pasillo la abrió a toda prisa, sellándola luego. Tomó un mono-róbox del estante y sintonizó los sensores con la guía impresa en la pared del pasillo; luego metió las ruedas con un golpe seco en los rieles y aferró los controles manuales. De nuevo se encontraba con esa reluctancia aterrorizada a efectuar el menor gesto. Alzó los ojos y estudió lentamente la larga, casi infinita curva del pasillo que era visible a través de los cierres transparentes de seguridad.
No puedo volver, pensó.
Con un gesto brusco conectó a plena potencia el pequeño motor del róbox y dejó que le condujera por el pasillo que se curvaba a lo lejos.
El viento causado por su paso era como un tenue siseo, y tuvo la impresión de ser un pistón hundiéndose en el vacío del pasillo. Las compuertas se abrían automáticamente ante la señal del róbox, y se cerraban detrás de él. Redujo un poco la velocidad para atravesar la capa protectora de los escudos, tomó por la bifurcación que rodeaba los tanques y siguió luego a lo largo del ángulo formado por el escudo de agua. Finalmente, se detuvo en la habitación de acceso a los tanques de hibernación.
Apagó el motor del róbox y se quedó mirando la compuerta de acceso. Era un gran óvalo de color amarillo, en cuyo sello había una advertencia escrita en gruesas letras azules:
ESTA COMPUERTA DEBE SER CERRADA Y ASEGURADA
ANTES DE QUE SE ABRA LA COMPUERTA INTERIOR
Ahora, enfrentándose finalmente al momento decisivo, Timberlake sintió que le invadía una tranquila sumisión al destino. Hizo girar los cierres rompiendo el sello y, al ir girando la compuerta, vio la escarcha que se había formado en la parte interior. Los generadores de su traje agudizaron su zumbido habitual, compensando el bajón en la temperatura producido al salir el aire helado del interior.
Timberlake atravesó la compuerta, la cerró, puso el seguro y se dio vuelta. Sobre la compuerta interior había instalado un estante de grandes generadores, con un letrero de advertencia al lado:
¡ALTO — PELIGRO!
SE PRECISA TRAJE ESPACIAL O DE B-TEMP
PARA CRUZAR LA SIGUIENTE COMPUERTA.
ANTES DE ABRIR LA COMPUERTA ASEGÚRESE DE QUE SU
GENERADOR DE REPUESTO ESTÁ EN BUENAS CONDICIONES
Timberlake se colocó uno de los generadores de repuesto a la espalda, cerró las correas de sujeción y conectó unos segundos la turbina del aparato, comprobándolo. El generador empezó a zumbar. Timberlake lo desconectó, abrió la siguiente compuerta, la cruzó y volvió a cerrarla.
Tenía delante una compuerta más pequeña, sobre la que podía leerse lo siguiente:
ENTRADA RESERVADA A INGENIEROS DE SISTEMAS VITALES
O PERSONAL MÉDICO.
DEBE USARSE TRAJE EN TODO MOMENTO MÁS ALLÁ DE ESTE PUNTO.
NO ABRA LA COMPUERTA HASTA HABER AJUSTADO SU TRAJE PARA EL FRÍO RIGUROSO DE LAS TEMPERATURAS DE HIBERNACIÓN
Timberlake acopló el generador auxiliar a su traje, comprobó los dos generadores y los ajustó para que mantuvieran la temperatura de seguridad. El recordar esa rutina le mantenía ocupado y apartaba sus pensamientos de lo que le aguardaba tras esa compuerta. Los sellos del traje fueron deslizándose bajo sus dedos enguantados a medida que iba asegurándolos. Dejó caer el visor antiniebla sobre la placa frontal de su casco y comprobó por última vez los sellos.
El momento de la decisión final había llegado.
Timberlake se obligó a proceder con lentitud y calma. Se dijo que de sus actos dependían otras vidas aparte de la suya, y que si en el interior de los tanques penetraba algo de calor, los resultados podían ser desastrosos para sus indefensos ocupantes. Pasó cuidadosamente todo su traje por un sensor calórico y estudió el dial. Cero.
Sus manos enguantadas tomaron los cerrojos de la compuerta interior y rompieron el sello. La compuerta se movió morosamente hacia afuera, indicando una leve diferencia de presión: nada anormal. Dio un paso hacia adelante y penetró en el frío seco y brillante que envolvía la primera hilera de tanques de hibernación. Aquí había estado Prudence. Vio su tanque vacío a la izquierda, con los cables colgando y la cubierta sin cerrar, revelando el interior acolchado.
Todo lo que le rodeaba parecía nítido y cortante bajo la áspera iluminación azulada. Examinó lentamente la habitación, con mucho cuidado: tenía la forma de un tonel gigante, con un espacio abierto en el centro rodeado por toneles más pequeños: los tanques individuales de hibernación. Una escalerilla de mecanotubo conducía hasta el centro, y de allí partían escaleras más cortas con barandillas que se bifurcaban hacia los otros tanques.
Timberlake recorrió la estancia en tres saltos, gracias a la baja gravedad, y sujetó una de las abrazaderas que había junto a la escotilla que separaba esta sección de la contigua.
Miró hacia atrás. No... no eran como toneles, pensó. Los tanques individuales se perdían a lo lejos, rodeándole... como si fueran pedazos de gruesa tubería grisácea, esperando a que alguien los uniera entre sí para formar algo útil... quizá un desagüe, quizá...
Sabía que el examinar estos tanques carecía de objeto. Ésta era la sección número 1: relevos de la tripulación, alta prioridad. Si había algún fraude debía estar más lejos, en alguna de las secciones más alejadas.
Timberlake abrió la válvula de seguridad del cerrojo, hizo girar la escotilla, la cruzó y luego cerró de nuevo el mecanismo, para aislar la sección por si se producía algún daño parcial.
Examinó la nueva sección, idéntica a la anterior salvo por la presencia del tanque vacío que había pertenecido a Prudence.
Timberlake tragó saliva. Sentía las mejillas húmedas y frías, y un molesto escozor entre los omoplatos. De pronto se encontró acordándose del profesor Aldiss Warren, el instructor de biofísica de la BLU. Era un hombre ya anciano, con barbita de chivo, voz aparentemente senil y una mente tan cortante como una cimitarra.
¿Por qué pienso en el viejo Warren... ahora?, se preguntó Timberlake.
Como si el hacerse esa pregunta le hubiera estimulado la mente, haciéndole darse cuenta de todo con más agudeza, recordó cómo el anciano se había apartado bruscamente del tema principal en un seminario de discusión para hablarles de la fortaleza moral:
—¿Quieren poner a prueba la fuerza de su moral? —les había preguntado—. Es muy sencillo. Construyan un computador médico con una conexión a la que se puedan dirigir llamadas particulares. Prográmenlo de modo que cualquiera que llame al computador y se someta a sus exámenes pueda saber con un día de aproximación cuándo va a morir... de causas naturales, por supuesto, si es que desean llamar natural a la vejez. Luego den un paso hacia atrás, y dedíquense a ver si alguien utiliza el aparato.
Una estudiante le había preguntado:
—¿No se precisaría cierto... cierto coraje para no usar el computador?
—¡Bah! —había explotado el viejo Warren.
—Las preguntas hipotéticas como ésta siempre me aburren enormemente —había dicho otro estudiante.
—Claro —le había respondido el viejo Warren—. Ustedes son jóvenes y fuertes, y no se han encarado con el hecho de que podemos construir ese computador médico hoy mismo, ahora. Hemos tenido la capacidad de construirlo desde hace más de treinta años. No sería demasiado costoso... al menos dado el coste de ese tipo de cosas. Pero no lo construimos, porque hay muy poca gente (incluso entre aquellos capaces de construirlo) con la fortaleza moral necesaria para utilizarlo...
Timberlake se quedó callado e inmóvil entre los tanques de hibernación, comprendiendo la razón de que hubiera recordado ese incidente. El entrar en ese recinto bañado por las frías luces azules se parecía mucho a utilizar el hipotético predictor de muertes del viejo Warren.
Bickel me ha contagiado con su certeza de que esta nave no es lo que parece ser, pensó Timberlake. Ha tomado el mando, echándome a un lado. La única razón para existir que me queda... —alzó la vista y examinó el recinto-...está aquí. Si me la arrebatan también, entonces seré realmente un inútil... excepto como chico de los recados para el computador de Bickel: Sí, Bickel. Al momento, Bickel. ¿Algo más, Bickel?
Con cierto asombro al darse cuenta de cómo, inconscientemente, había llegado a dramatizar ese cambio de posiciones dentro de la tripulación, Timberlake fue dándole vueltas mentalmente a esas ideas. Sentía un leve orgullo al ser consciente de cómo funcionaba su cerebro, de los recursos que poseía su mente y al entender que todo esto, al menos en parte, era obra de su condicionamiento.
Finalmente dejó de pensar, y avanzó hacia un tanque individual que se encontraba en la parte baja, algo a la izquierda del centro. El tanque se parecía a cualquier otro. Activó la luz fría del interior, se sujetó a un soporte y se inclinó sobre la mirilla para inspeccionar el contenido del tanque.
La luz parpadeó brevemente, y acabó estabilizándose. Timberlake vio los tubos principales clasificados por colores que colgaban como un haz de spaghetti al otro lado del tanque, y se extendían a derecha e izquierda de la figura inmóvil que yacía bajo la luz.
Contempló el delgado perfil de un hombre, con la piel cerúlea y el comienzo de una barba negra. Era como un maniquí... y Timberlake pensó inmediatamente en sofisticados muñecos de tamaño humano colocados ahí para mantener el engaño.
El nombre del ocupante estaba escrito en la placa de identificación del tanque, justo bajo el lugar donde penetraban los spaghetti de las conexiones del apoyo vital.
—Martín Rhoades...
Y el número de código que revelaba las especialidades que se le habían inculcado en su condicionamiento. Era un organizador, un ejecutivo... y también era médico. Si es que se trataba de un ser humano auténtico.
Timberlake descubrió que su mente revoloteaba de un concepto a otro. Persona. Ser humano. ¿Acaso una persona lleva implícita alguna raison d'étre? Eso significa «una razón de ser». ¿Cuál es mi razón para existir?, se preguntó.
Timberlake estudió los indicadores de los sistemas vitales situados sobre el haz de spaghetti. Registraban una tenue chispa de vida en el interior del tanque. Timberlake hizo un pequeño ajuste en el medidor de oxígeno y notó cómo se producía inmediatamente un impulso en el acoplamiento electroencefalográfico del tanque. El medidor de oxígeno se reajustó automáticamente.
Por lo tanto, realmente se trataba de un hombre en estado de hibernación. Esa reacción de retroalimentación, con la compleja modificación del encefalograma, no podía haber sido programada para lo inesperado. La variación de oxígeno en ese preciso instante, obviamente, era algo imposible de prever. Pero un homeóstato humano la había detectado, reaccionando correctamente.
Timberlake cambió de escalera y comprobó el tanque de enfrente, comprobando luego otro, más avanzada la hilera.
Los fue recorriendo al azar, deteniéndose sólo para comprobar que en cada uno de ellos hubiera un ser humano con vida. Los nombres parecían saltar hacia él desde las placas de identificación: Tossa Lon Nikki. Artemus Lon St. John. Peter Lon Vardack. Legata Lon Hamill.
Reconoció a uno de ellos: el cabello negro, la piel aceitunada bajo las palidez de cera, los rasgos que parecían tallados a golpes de cincel. Frank Lipera, que había sido compañero suyo cuando estudiaba ingeniería humana.
Timberlake acabó con la sección y entró en la siguiente... y luego en la siguiente. Descubrió que podía reconocer a muchos de los ocupantes de los tanques, y eso le hizo sentir una oleada de soledad. Tuvo la sensación de que muy bien podría ser el guardián de un museo, encargado de proteger las viejas reliquias que contenía durante la breve duración de su vida, manteniendo secuestradas bajo las frías luces azuladas una amplia porción de la cultura y los conocimientos del hombre.
Llegó por último a un rincón de la sección siete, y se topó con otro rostro reconocible de su pasado en la BLU: rubio y de aspecto germánico, pálida piel de cera, Timberlake leyó el nombre escrito sobre la mirilla de inspección: «PEABODY, Alan Lon K-7a».
Sí, era Al Peabody, tuvo que reconocer Timberlake. Y, pese a todo, en cierto modo, no era Al... Era como si el que había sido su compañero en las clases de gimnasia, su oponente en los partidos de tenis y vóley, se hubiera ido a un lugar muy lejano y siguiera allí, esperándole.
Pero «Peabody, Alan K-7a» había probado ser una persona con reacciones homeostáticas individuales. Era posible despertarle, hacer que hablara y actuara, obligarle a pensar... Sí, podía llegar a ser consciente.
Y la conciencia es algo que va más allá del hablar, el actuar y el pensar, se dijo Timberlake.
Soltó el asa a la que se había sujeto y se dejó caer hasta la escalera, sin más deseos de comprobar el resto de los tanques. Estaba absolutamente seguro de que todos contenían seres humanos. Quizá Bickel estuviera en lo cierto al pensar que el Huevo de Lata no era sino una compleja simulación, pero aquí el calibre de tal simulación era demasiado grande como para no ser real. En los tanques de hibernación no había fraude alguno, al menos no por lo que él podía ver.
Recordó algo: «Yo tenía que venir por aquí, sorprender a Bickel y detenerle», pensó Timberlake. «Detenerle para que no hiciera... ¿qué?»
Algún factor casi imperceptible —y del que Timberlake a duras penas si era consciente— le aseguraba que las actividades de Bickel en el taller, fueran las que fueran, no representaban ningún peligro inmediato para los indefensos durmientes.
«Haga lo que haga Bickel, ya debe estar terminando», pensó Timberlake. «Llevo fuera... casi una hora». Miró hacia las hileras de tanques. «Sin embargo, cada uno de los tanques que he comprobado funciona con una eficiencia absoluta, como si todo el sistema estuviera ajustado en unas condiciones óptimas».
Timberlake sacudió la cabeza. Casi habría sido posible pensar que un núcleo mental seguía encargándose de controlar las partes más vitales de la nave. Tuvo la sensación de que casi podía oír las colosales pulsaciones de la vida a su alrededor.
Ya no sentía escozor alguno entre los omoplatos, pero ahora se encontraba agotado y un poco mareado. A su cuerpo le costaba hacer que los músculos le obedecieran.
Timberlake pensó de pronto que quizás estuvieran encarando el problema de cómo reproducir la conciencia de un modo excesivamente literal. «¿Tendremos acaso que instalar mecanismos en el Buey para permitirle sentir cansancio?» se preguntó. Nuestros objetivos son demasiado estrechos... como los campesinos que le pidieron sus tres deseos al genio. Puede que si conseguimos nuestros deseos, luego no nos gusten. Dios, qué cansado estoy...
Algo se movió junto a la mampara más alejada... una figura vestida con un traje espacial. Por un instante casi irreal, Timberlake creyó que una de las personas hibernadas se había revivido ella misma. La figura avanzó hasta quedar plenamente iluminada por la fría luz y Timberlake reconoció los rasgos de Flattery tras el visor antiniebla de su casco en forma de burbuja.
—¡Tim! —gritó Flattery; su voz retumbó, aumentada por los amplificadores del traje, despertando un tintineo metálico en el aire helado del tanque—. ¿Hay algo que ande mal en el receptor de tu traje? —le preguntó, deteniéndose ante él.
Timberlake miró hacia los mandos que tenía cerca de su mentón y vio que la luz indicadora de su circuito estaba apagada. Lo dejé desconectado, pensó. Ni tan siquiera se me ocurrió conectarlo... ¿Por qué no lo hice?
Flattery estudiaba cuidadosamente a Timberlake. No le había parecido notar nada malo en sus movimientos cuando le vio por primera vez, desde el otro extremo de la sala de tanques. Parecía consciente de todo lo que le rodeaba.
—¿Te encuentras bien, Tim? —le preguntó Flattery.
—Claro... claro, me encuentro bien.
Como los tres deseos, pensó Timberlake. Como las tres S de nuestra broma escolar: Seguridad, Sueño y Sexo. Sintió que le tocaban el hombro, y se dio cuenta de que había oído abrirse la compuerta interior. Dio la vuelta y vio a Bickel junto a él.
—¿Te encuentras con ánimos para trabajar un poco, Tim? —le preguntó Bickel—. Necesito que me ayudes.
Una inflexión sutilmente escondida en su voz le dijo a Timberlake que Bickel había estado preocupado por él. «Pero debe saber que vine hasta aquí... para intentar detenerle». En ese instante, Timberlake se dio cuenta de que los tres, allí parados, se encontraban muy cerca el uno del otro, una cercanía que iba más allá de la simple proximidad física.
—Sea lo que fuere eso que estás haciendo en el taller, Bick —dijo Timberlake—, no parece tener ningún efecto contraproducente en los tanques de hibernación. Todos los durmientes que comprobé se encontraban perfectamente.
—Todos los... —Bickel asintió—. Encontraste... ahhh.
—Echa un vistazo tú mismo —le dijo Timberlake, dándose cuenta de que Bickel no se había atrevido a comprobar si su sospecha sobre los tanques de hibernación era cierta o no—. Están todos ocupados.
—Discúlpame.
Esa cortesía sonaba algo rara viniendo de Bickel. Dio un salto para llegar hasta una abrazadera superior, giró hasta llegar a una escalera y, por una extraña casualidad, eligió el tanque de «Peabody, Alan K-7a».
Luego fue avanzando a lo largo de los tanques de la hilera K, deteniéndose tan sólo para mirar brevemente a través de las mirillas. Se dejó caer nuevamente hasta el suelo y volvió con ellos.
—¿Todos? —preguntó, señalando con la cabeza hacia las demás secciones.
—El único tanque vacío es el de Prue —dijo Timberlake.
—¡Prue! —dijo Flattery—. Está sola en la sala de control...
Conectó su transmisor, cambiando los circuitos con un gesto brusco. Vieron moverse sus labios pero su voz era apenas audible.
Bickel miró hacia abajo y se dio cuenta de que no había hecho caso de su circuito de mando. Lo conectó rápidamente, para escuchar a Prudence diciendo:
—...de momento. Pero no me gusta nada la idea de estar aquí sola si se presenta una verdadera emergencia.
También Bickel prefirió el silencio, pensó Timberlake. Deseaba estar unos momentos a solas.
Flattery puso de nuevo los circuitos de su traje en la posición de amplificador vocal, y miró interrogativamente a Bickel.
—¿No sería mejor que volviéramos?
Bickel pensó: Raj parece aún más aliviado que Tim de que los tanques sean realmente lo que parecen. ¿Por qué será?
—¿No quieres comprobar los tanques tú mismo? —le dijo, algo irónico.
—Puedo aceptar tu palabra al respecto —dijo Flattery.
¿Qué está haciendo ahora?, se preguntó Flattery. ¿Hasta dónde intenta llevarme?
Timberlake percibió la burla que había en el tono de Bickel, y notó que ese breve momento en que todos habían estado muy cerca el uno del otro ya había pasado. No habían dado ni un paso, pero de nuevo se encontraban muy separados. Y, con un extraño sentimiento de alivio, Timberlake se dio cuenta de que había adoptado el partido de Bickel.
—Todo esto no es ninguna ilusión —dijo Flattery, señalando con la mano los tanques que les rodeaban.
—Y eres consciente de ello —dijo Bickel.
Flattery intentó sofocar una brusca punzada de ira, pero notó un sabor amargo en la boca. «No voy a dejar que me manipule de este modo», pensó.
—Por supuesto que sí.
—Nunca apliques las palabras «por supuesto» a la conciencia —fue la reprimenda de Bickel—. La conciencia puede proyectar ilusiones, objetos insustanciales sin ningún estímulo que los respalde, y hacer que aparezcan en tu pantalla —señaló con un gesto hacia los tanques de encima—. Anda, compruébalos. Te esperaremos.
Flattery, irritado, se reafirmó en su decisión.
—No lo haré —y se dispuso a marcharse, dejando allí a Bickel.
—¿A dónde vas? —le preguntó Bickel, una de sus manos enguantadas cogiendo el brazo de Flattery.
—Volveré por el camino más corto... cruzando por el taller —dijo Flattery—. ¡Si es que no te importa! —agitó el brazo, haciendo que Bickel le soltara.
—Será un placer —dijo Bickel, apartándose de su camino.
Timberlake se quedó mirando a Flattery mientras éste soltaba los cierres de la escotilla, abriéndola y pasando por ella a la habitación contigua. «El miedo de Flattery no se debía sólo a que estuviera preocupado por mí», comprendió. Aún sigue asustado...
Bickel cogió a Timberlake del brazo y le ayudó a cruzar, siguiéndole luego a través de la compuerta. Flattery se encontraba ya en la compuerta siguiente y estaba abriéndola. «Un modo de actuar poco seguro», pensó Timberlake, aunque le dejó hacer sin protestar.
Finalmente llegaron hasta las compuertas interiores, y al pasadizo situado bajo la instalación primaria del computador que llevaba hasta el taller. Cruzaron las compuertas y volvieron a sellarlas. Bickel se quitó el casco. Flattery y Timberlake le imitaron, mientras aquél empezaba a quitarse los sellos de sus guantes.
Timberlake no dejaba de mirar a Flattery, observando el modo en que éste examinaba las cajas que sobresalían del Buey y el complicado laberinto de cables.
—¿Un número infinito de redes nerviosas?-preguntó Flattery.
—¿Por qué no? —le replicó Bickel—. Ahí lo tienes. A ti te es posible contar hasta un número superior al de tus terminaciones nerviosas, ¿no? Pues el Buey puede hacer lo mismo. Debe hacerlo.
—Ya conoces el peligro —dijo Flattery.
—Una parte de él —admitió Bickel.
—Esta nave podría llegar a convertirse en una colosal superficie receptora de señales sensoriales. Sus receptores podrían lograr combinaciones que nos serían desconocidas, y acabar contactando con fuentes energéticas totalmente ignoradas.
—¿Es ésa una de las teorías?
Flattery dio un paso más hacia el Buey. Bickel le avisó entonces:
—Antes de que se te ocurra hacer algo posiblemente destructivo —dijo, señalando con la cabeza hacia el confuso montón de aparatos y cables que parecía colgar de la pared como un pulpo metálico—, será mejor que sepas una cosa: ya estoy empezando a obtener reacciones a baja escala de tipo consciente; el sistema está empezando a activar ciertos sensores. Es como un animal abriendo y cerrando los ojos: un sensor calórico allí, uno auditivo allá...
—Podría tratarse de resultados debidos sólo al azar; fluctuaciones causadas por tus impulsos energéticos —dijo Flattery.
—No cuando a cada una de esas actividades la acompaña una reacción de las redes nerviosas.
Flattery intentó digerir lo que le estaba diciendo, y empezó a sentir cómo su condicionamiento disparaba sus reacciones: miedo, suspicacia, alerta... aquellas emociones para las que él era meramente un mecanismo inconsciente, empezaban a surgir en toda su incontrolable intensidad. En su recuerdo apareció bruscamente y con extraña claridad la imagen del programa de autodestrucción, y las dos teclas rojas que le harían entrar en actividad dentro de la memoria del computador.
—Tim, ¿te sientes cansado? —le preguntó Bickel.
Timberlake le miró. «¿Estoy cansado?», se preguntó. Hacía sólo unos minutos la fatiga le abrumaba, dejándole casi incapaz de moverse. Ahora... algo le había excitado, llenándole de energía.
¡Reacciones de tipo consciente!
—Estoy listo para otro turno completo.
—Ese aparato es aún demasiado simple como para aproximarse ni de lejos a la plena conciencia —dijo Bickel—. Falta conectar la mayoría de los sensores de la nave a los circuitos del Buey. Los controles róbox, por ejemplo, no están conectados a él, y no posee...
—¡Un momento! —le cortó secamente Flattery. Los otros dos se volvieron, impresionados y sorprendidos por la ira de su voz—. Admites que este mecanismo buscador de metas puede llegar a operar totalmente fuera de tu control —dijo—, ¿y aun así estás dispuesto a darle ojos... y músculos?
—Raj... cuando hayamos terminado, ese aparato debe poseer un control total sobre la nave.
—Para poder llevarnos a través de la Gran Nada, y dejarnos sanos y salvos en Tau Ceti —dijo Flattery—. ¿Supones entonces que éste es el programa básico del computador de la nave?
—No supongo nada. Lo he comprobado, y ése es el programa básico.
¡A Tau Ceti!, pensó Flattery. Sentía a la vez deseos de reír y de llorar. No sabía si debía contarles la verdad... ¡pobres tontos! Pero... no, eso les haría menos eficientes. Era mejor seguir con la mascarada, hasta llegar a su ridícula conclusión. Aspiró una honda bocanada de aire, intentando controlarse.
—Está bien, John, pero no puedes llegar a prever cada una de las metas de tu... de tu Buey.
—A menos que incorporemos todas las metas a su diseño... —respondió Timberlake.
Flattery le indicó que se callara con una seña.
—Con eso no haríamos sino ir en contra de lo que pretendemos.
—Tendríamos que anticipar todos los peligros posibles —accedió Bickel—. Y es precisamente porque no podemos hacerlo por lo que necesitamos esa entidad consciente guiando la nave... con sus... sus manos en cada control.
Flattery examinó el argumento, intentando hallar un fallo en la lógica de Bickel. Las palabras le parecían simples ecos de los muchos entrenamientos a los que Flattery se había visto sujeto en la BLU: «Necesitarán encontrar una técnica de supervivencia en un entorno profundamente alterado. Recuerden: no podrán prever por anticipado todos los peligros».
—Los seguros no servirían de nada, claro —dijo Flattery.
—Es el mismo asunto —dijo Bickel—. Los seguros funcionan sólo cuando los peligros se conocen por anticipado.
—¿Puedes evitar que el núcleo del computador sufra daños?
—Lo protegeré con todos los sistemas y amortiguadores que se me ocurran. De hecho, ya he empezado a prepararlos.
—Así pues, la nave tiene un programa supervisor de prioridad absoluta —dijo Flattery—, con la orden de llevarnos sanos y salvos a Tau Ceti... ¿estás seguro de ello, no?
—La orden está ahí. No es ningún engaño.
—¿Y si acabara sucediendo que el ir a Tau Ceti fuera fatal?
¿Por qué de pronto discute tanto?, se preguntó Bickel. Seguramente ya debe conocer la respuesta a esa pregunta...
—Eso se resuelve con una sencilla decisión binaria: le damos al computador una alternativa para que revise el programa, y lo hará.
—Ah... —dijo Flattery—. Siempre el mejor movimiento posible en cada circunstancia, ¿no? Pero ahora nos encontramos en la partida de croquet de la Reina de Corazones, tú mismo lo dijiste... ¿Y si la Reina cambia de pronto las reglas? No tenemos ninguna Alicia en este País de las Maravillas para que nos devuelva a la realidad.
Bickel se dijo: «Un movimiento deliberadamente malo realizado en algún momento del juego, cambia toda la estructura teórica de éste. Es una de las posibilidades existentes, desde luego...»
Se encogió de hombros.
—Entonces, supongo que nos mandarán a todos al verdugo para que nos decapite.
21
«No había ideas claras en mi mente; todo estaba confuso... Una extraña multiplicidad de sensaciones se había apoderado de mí y veía, sentía, olía y oía todo al mismo tiempo. Tardé ciertamente mucho en aprender a distinguir entre las distintas operaciones de mis sentidos...»
Palabras del monstruo de Frankenstein.
Prudence, que llevaba en los controles menos de una hora, empezaba a sentir ya la proximidad de la fatiga: sabía que cuando llegara el final de su turno ante los controles, lo único que la mantendría consciente sería su fuerza de voluntad. Una parte de la carga que sentía pesar sobre ella era la aparentemente interminable discusión conceptual en que se habían enzarzado los demás, el eterno juego de las palabras y las ideas.
Las palabras eran tan inútiles en su actual situación... necesitaban acción, una acción decidida y constructiva.
Timberlake carraspeó. Sentía un agudo deseo de inspeccionar y poner a prueba lo que Bickel había construido: se moría de ganas y de curiosidad, ansiando recorrer cada uno de sus circuitos y tratando de hallar el motivo por el que no estuviera aún trastornando las funciones básicas del computador.
—Si nos metemos en el problema de la Reina de Corazones —dijo Timberlake—, la nave tendrá mejores oportunidades si está controlada por una inteligencia consciente y dotada de imaginación.
- ¿Nuestro tipo de conciencia? —preguntó Flattery.
Eso es lo que le roe por dentro, pensó Bickel. Obviamente, a él se le ha encargado ocuparse de que no dejemos suelta por el universo una máquina asesina. La homeóstasis en una raza puede ser muy distinta del equilibrio preciso para mantener vivo a un individuo. Pero aquí estamos totalmente aislados; somos como una raza completa metida en un tubo de ensayo.
—Estamos hablando de crear una máquina dotada de una cualidad específica —siguió Flattery—. Debe operar por sí misma a partir de su capacidad interna, usando la probabilidad. No podemos determinar de antemano todo lo que podrá hacer —Bickel iba a decir algo, pero Flattery alzó la mano adelantándose—. Pero podemos determinar algunas de sus emociones. ¿Qué tal si hacemos que se preocupe por nosotros? ¿Y que nos admire y nos ame?
Bickel le miró. Era una idea muy audaz... y encajaba muy bien dentro de la función de Flattery como capellán, aunque estuviera algo influida por su entrenamiento psiquiátrico y su misión de proteger a la totalidad de la raza.
—Pensad en la conciencia como un patrón de conducta —dijo Flattery—. ¿Qué ha contribuido al desarrollo de tal patrón? Si retrocedemos hasta...
El repentino sonido de alarma del tablero ahogó su voz. Todos pudieron sentir cómo la nave oscilaba, y la inmediata falta de peso al actuar el improvisado fusible de seguridad desconectando el sistema gravitatorio.
Bickel se lanzó flotando hacia la parte delantera del taller y, sujetándose a una abrazadera, giró en redondo, lanzándose con una patada hacia la compuerta que daba a la sala de control. Abrió los cerrojos y la cruzó con el mismo movimiento lleno de gracia que había usado para abrirla, aterrizando en su litera. Cerró la cubierta protectora y examinó los repetidores. Tim y Flattery le siguieron, casi pisándole los talones.
Prudence estaba haciendo mínimas correcciones en el tablero, estudiando los indicadores de pérdida energética. Bickel vio que el computador estaba utilizando casi el ochenta por ciento de su capacidad y empezó a buscar señales de fuego, o pérdidas en el casco. Flattery y Timberlake se instalaron en sus literas, y se oyó el seco chasquido de sus cubiertas al cerrarse.
—Pérdidas en el computador —dijo Timberlake.
—Fuga de radiación en el depósito cuatro —dijo Prudence, con la voz enronquecida—. La temperatura aumenta de modo constante en las mamparas del segundo casco... no, ahora empieza a estabilizarse.
Programó una comprobación total del casco y examinó los diales de los sensores. Bickel, mirando por encima de su hombro al gran tablero, comprendió casi al mismo tiempo que ella lo que implicaban las luces que se encendían y apagaban.
—Hemos perdido toda una sección del escudo exterior.
—Y del casco —dijo ella.
Bickel se recostó en su litera y sintonizó la pantalla repetidora para que le fuera entregando los resultados de los sensores, empezando luego un análisis sobre el área indicada.
—Vigila el tablero; yo me encargaré de la revisión.
Las imágenes empezaron a sucederse en la pequeña pantalla que había en la esquina de su tablero, a medida que iba sintonizando los distintos sensores. Cuando se encontraba a punto de llegar al depósito número cuatro, se encontró contemplando la oscuridad tachonada de estrellas del espacio exterior. Los ojos de los sensores revelaban la espuma coagulante que se derramaba por un gran agujero ovalado del casco.
Por el rabillo del ojo, Bickel vio a Flattery practicando un examen cercano de los bordes del agujero en el casco.
—Es como si lo hubieran cortado con un cuchillo —dijo—. Los bordes están lisos, y no hay huellas de fractura.
—¿Un meteorito? —le preguntó Timberlake, dejando por un momento de inspeccionar los tanques de hibernación.
—Los bordes no parecen fundidos, y tampoco hay evidencias de calor producido por la fricción —dijo Flattery. Quitó las manos del tablero, pensando en la isla de Puget Sound y la feroz ola destructiva que había asolado los alrededores. Una conciencia sin límites morales... ¿Habría empezado ya?
—¿Qué puede haber cortado de ese modo el escudo exterior y el casco sin calentarlos antes, como mínimo, a temperaturas de fusión? —le preguntó Bickel.
Nadie le respondió.
Bickel miró a Flattery, dándose cuenta de la palidez de su piel y las líneas de tensión alrededor de sus labios. ¡Él lo sabe!, pensó.
—Raj... ¿qué pudo hacer eso?
Flattery sacudió la cabeza.
Bickel examinó la lectura del reloj láser en sus propios repetidores, extrajo un cálculo aproximado de posición calculando el tiempo de retraso que habría en la transmisión a la BLU y puso en posición su aparato transmisor, sintonizándolo para el código de AyT.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Flattery.
—Será mejor que informemos sobre esto -dijo Bickel, empezando a preparar la cinta.
—¿Qué tal anda la gravedad? —preguntó Timberlake, mirando a Prudence.
—Las lecturas de los sistemas indican que funciona —dijo ella—. Lo intentaré.
Pulsó el interruptor. Todos sintieron en sus cuerpos el tirón de la gravedad habitual de la nave, una cuarta parte de la terrestre. Timberlake abrió la cubierta de su litera y puso los pies en el suelo.
—¿Adónde vas? —le preguntó Prudence.
—Voy a echar un vistazo afuera —dijo Timberlake—. ¿Una fuerza desconocida se lleva una rebanada de nuestro casco sin siquiera chamuscar el área, ni dejar la menor grieta? No existe nada parecido. Tengo que echarle una mirada.
—No te muevas —dijo Bickel—. Podría haber cargamento suelto... No sé, cualquier cosa...
Timberlake pensó en la hermosa Maida, aplastada por los fardos que se habían soltado de sus ataduras, y tragó saliva.
—¿Qué puede impedir que nos corten en dos la próxima vez con idéntica facilidad? —preguntó Prudence.
—Prue, ¿cuál es nuestra velocidad? —le preguntó a su vez Timberlake.
—C sobre uno cinco dos siete y manteniéndose.
—Eso... lo que fuera... ¿nos ha frenado algo? —preguntó Flattery.
Prudence comprobó las lecturas con el indicador comparativo.
—No.
Timberlake tragó aire con un leve temblor.
—Un fenómeno de impacto prácticamente cero con un efecto fuerza de... ¿de cuánto? ¿Infinito? —meneó la cabeza—. No existe ningún equivalente cinético.
Bickel conectó el interruptor de transmisión y esperó a que éste diera señal, mirando mientras tanto a Timberlake.
—¿Empezó el universo con la «gran explosión» de Gamow, o nos encontramos metidos en mitad de la «creación continua» de Hoyle? ¿O las dos a la vez...?
—Eso no es más que un juego matemático —dijo Prudence—. Oh, sí, ya lo sé: la unión de una masa infinita y una fuente finita es algo realizable; postulando un impacto cero... una fuerza infinita. Pero eso sigue siendo un juego matemático, un problema que se cierra sobre sí mismo. No prueba nada.
—Prueba el poder original que actuó en el Génesis —dijo Flattery, en un susurro.
—Oh, Raj, ya estás empezando otra vez... —le riñó Prudence—. Estás intentando retorcer las matemáticas para demostrar la existencia de Dios.
—¿Quieres decir que Dios nos dio un puñetazo? —le preguntó Timberlake—. ¿Es eso lo que intentas decir, Raj?
—Vamos, dadas las circunstancias creo que puedes hacer algo mejor que adoptar esa actitud —le replicó Flattery con cierta sequedad.
«Cuando reciban ese mensaje en la BLU, sabrán que hemos logrado fabricar una conciencia sin control», se dijo. No puede haber otra respuesta para ello.
—Bick, tenías una teoría al respecto —dijo Timberlake.
Bickel estaba observando cómo el marcador de tiempo giraba lentamente en su dial. Aún le faltaba un buen trecho para emitir su blip, indicándoles que el mensaje había dispuesto del tiempo suficiente para llegar a su destino.
—Puede que se trate de algún fenómeno de contacto que existe solamente aquí, en la zona más allá de Saturno —dijo Bickel—. Quizá sea algún tipo de campo producido por ondas de presión que se originan en la zona de convección solar. El Universo contiene una cantidad endiablada de movimientos oscilatorios. Quizás hemos dado con un nuevo tipo de combinación...
—¿Es eso lo que sugeriste en el mensaje a la BLU? —le preguntó Flattery.
—Sí.
—¿Y si no fuera un juego matemático? —preguntó Timberlake—. ¿Nos sería posible programar una curva de probabilidades para intentar predecir los límites de tal hipotético fenómeno?
Bickel apartó los dedos del teclado del AyT, considerando la pregunta de Timberlake. Tenía la sensación de que era posible expresar un programa tal en funciones matriciales. Era algo parecido a su caza del factor Conciencia, como si intentaran seguir el rastro de un sistema asombrosamente complejo con unos datos de partida muy pobres. Podían intentar acercarse gradualmente a él, usando series de ecuaciones lineales simultáneas, cada una de ellas definiendo hiperplanos paralelos en el espacio n-dimensional.
—¿Qué te parece eso, Prue? —le preguntó.
Ella vió adonde se dirigía la imaginación de Bickel y empezó a pensar en el problema, visualizando en su mente los vectores diagonales que iban apareciendo como coeficientes de las ecuaciones simultáneas.
La totalidad del proceso le ocupó apenas unos segundos, pero al terminarlo permaneció en silencio, paladeando la experiencia. Esto era algo totalmente nuevo. Había preparado toda una simulación programada en su mente, comprobándola y archivando los resultados en su memoria, recordando cada uno de los datos en el momento justo en que lo necesitaba. Era una hazaña de la que jamás se hubiera creído capaz. Su propia mente... parecía una computadora.
Le dijo a Bickel lo que había ocurrido, dándole los resultados. Bickel se encontró llenando los huecos existentes en el proceso allí donde ella se había saltado ciertos pasos para encontrar las respuestas más deprisa. En algún lugar (probablemente en las interminables sesiones de estudio en la BLU), había absorbido una enorme cantidad de matemáticas altamente esotéricas. La repentina necesidad y el estímulo de Prue le habían colocado en un estado de hipersensibilidad mental en el que ese conocimiento le había resultado de nuevo disponible.
Tuvo pronto una extremada sensación de fuerza física, como si hubiera crecido varios centímetros. El esfuerzo mental había excitado su mente hasta el límite: se encontraba relajado pero dispuesto a todo, consciente de su propio tono emocional y de todo su estado vasomuscular.
La sensación empezó a desvanecerse. Bickel sintió la nave y todas las presiones que le rodeaban... el firme y constante movimiento de la materia que se alejaba del Sol. La experiencia había durado, en su totalidad, menos de medio minuto.
Una oleada de ira y tristeza le invadió, al notar cómo se iba desvaneciendo. Pensó que había experimentado algo de un valor infinito, y que parte de esa experiencia seguía guardada en algún lugar de su memoria. Era como si un delgado hilo le uniera a la experiencia, permitiéndole albergar la esperanza de que algún día le sería nuevamente posible seguir ese hilo; pero las presiones de la nave y de los que le rodeaban no le permitía intentarlo ahora.
Comprendió repentinamente que dentro de sí llevaba un peso enorme, que podía llegar a romper por entero ese precioso hilo. La idea le hizo sentir una punzada de temor.
—¿Crees posible tal programa? —le apremió Timberlake.
—¡Naturalmente que sí! —le respondió bruscamente Bickel—. No podemos limitar las variables.
Se volvió de nuevo hacia el teclado del AyT y empezó a componer el mensaje golpeando ferozmente las teclas. Recordó las alteraciones que había hecho en el sistema del computador: Caja negra... caja blanca. Para poder poner en funcionamiento el aparato que estaban construyendo, necesitaban una caja negra... y sólo había algo que, de modo obvio, pudiera servir para albergar el proceso de impresión que debería efectuarse en la caja blanca del computador: un cerebro humano.
Yo proporcionaré los modelos a imprimir, se dijo.
¿Sería entonces el Buey/Computador otro Bickel?
Prudence alzó los ojos hacia la gran consola, interrogándose sobre los motivos del repentino enfado de Bickel y utilizando ese problema como una excusa para no pensar en lo que le había sucedido a la nave. Pero le resultaba imposible evadirse de ello.
El daño había sido causado por algo que estaba fuera de la nave. Habían notado una leve sacudida —que se había transmitido a todo el Huevo de Lata—, pero ésta había tenido lugar después: los indicadores de daños ya habían empezado a encenderse con sus destellos rojos y amarillos. La sacudida había sido causada por la repentina energía extra que se había necesitado y los varios equipos de control automático de averías que habían entrado en funcionamiento.
Impacto cero... fuerza infinita.
Algo que estaba fuera de la nave los había atravesado, como un cuchillo caliente cortando la mantequilla. No... algo infinitamente más filoso que un cuchillo.
Algo de afuera de la nave.
Se llevó una mano a la mejilla. Eso parecía indicar que esto no entraba en los peligros programados para la nave. Se habían topado con algo procedente del inmenso y desconocido espacio. Pensó repentinamente en los monstruos marinos pintados en los viejos mapas de la Tierra, en los dragones con doce patas y las figuras humanoides con bocas en el pecho, llenas de colmillos.
Logró calmarse un poco al recordar que todos esos monstruos se habían esfumado como si fueran de humo ante la inquieta curiosidad del primate humano.
Pero, pese a todo... algo había golpeado al Huevo de Lata.
Realizó otra inspección del tablero, notando que el control automático de averías había inundado casi la totalidad de los Almacenes Cuatro con espuma selladora. Las puertas de las secciones que rodeaban el área dañada habían sido clausuradas a lo largo de dos capas del casco.
Fuera lo que fuese, lo que les había atacado se había conformado con llevarse una delgada porción de la nave... Al menos, esta vez.
Bickel levantó la mano hacia el interruptor temporal de transmisión y lo conectó. La estancia se llenó con el zumbido del instrumental que iba acumulando energía para lanzar su multipulso de información a través del espacio. El «crujido-chasquido» del interruptor de transmisión con su tenue olor a ozono le pareció casi un decepcionante anticlímax.
—No podrán sacar más conclusiones que nosotros, a partir de eso —dijo Timberlake.
—En la BLU tienen a los mejores expertos en física de partículas —dijo Bickel—. Quizá alguno de ellos sea capaz de resolverlo.
—¿Un fenómeno de neutrinos? —preguntó Timberlake—. ¡Tonterías! Se limitarán a decir que hemos malinterpretado los datos.
—Es la hora de mi guardia —dijo Flattery—. ¿Prue?
Las palabras de Flattery le hicieron darse cuenta, con una repentina oleada de alivio, de hasta qué punto se había quedado agotada. Le dolía la espalda y sentía temblores en los músculos de los antebrazos. Sólo recordaba una ocasión anterior en la que hubiera estado tan cansada, después de casi cinco horas de cirugía.
Le estaba exigiendo demasiado a su organismo: las largas guardias, el trabajo en el taller y las pruebas químicas, usando su propio organismo como conejillo de indias. Pero el adenocromo-THC se le estaba resistiendo. No lograba cruzar la barrera de la sangre cerebral, cuando era necesario que entrara en contacto activo con el tejido neural. A menos que se atreviera a utilizar una dosis casi letal...
Aún no se había atrevido a intentarlo, aunque la magnitud de la recompensa era muy tentadora. Si pudiera inhibir las estructuras menos sofisticadas del cerebro y hacer que las más complejas entraran totalmente en actividad, entonces podría proporcionarle a Bickel los pasos secuenciales necesarios para duplicar las funciones electrónicas.
—Voy a ceder el tablero siguiendo la cuenta —dijo.
Mientras el gran tablero cambiaba de manos, Flattery examinó los instrumentos preparándose para la inmersión en el estado de ánimo de la nave. «Y, realmente, el Huevo de Lata tiene estados de ánimo muy caprichosos», se dijo.
A veces tenía la impresión de que la nave llevaba dentro fantasmas: los dieciséis clones muertos en accidentes durante su construcción en la Luna, los miembros de la tripulación asesinados por el salvajismo programado de la nave... quizás incluso los NMO sacrificados en su altar. Un altar dedicado al orgullo humano. Todas las experiencias anteriores, todos los colonos y tripulantes muertos... y los NMO.
«Todos esos espectros acompañándonos en nuestro viaje... ¿Tenían alma esos cerebros sin cuerpo?», se preguntó Flattery. «Y, pensando en ello... si logramos insuflar la conciencia en nuestra maquinaria, ¿tendrá entonces alma nuestra creación?»
—¿Han terminado de sellar el agujero los mecanismos automáticos? —preguntó Bickel.
—Completamente sellado —dijo Flattery. Y se preguntó: ¿Cuándo nos atacará de nuevo la conciencia salvaje?
—¿Qué había en esos almacenes? —preguntó Prudence—. ¿Qué hemos perdido?
—Concentrados alimenticios —respondió Bickel—. Fue lo primero que comprobé.
Y el tono de su voz quería decir: «El turno de guardia te correspondía; debiste haberlo comprobado tú».
- Raj, ¿quieres que empecemos a compartir los turnos? —le preguntó Timberlake—. Cuando haya descansado un poco...
—Cuando hayas descansado un poco, puedes echarme una mano en el taller —dijo Bickel.
Flattery miró primero a Bickel y luego a Timberlake, preguntándose cómo iba a sentarle ese desplante al ingeniero de sistemas vitales. Timberlake había cerrado los ojos, y se veía claramente su cansancio en el aspecto pálido y transido de sus rasgos. Daba la impresión de estar casi dormido... salvo por su respiración ronca y jadeante.
—Quieres seguir de inmediato, ¿eh? —le preguntó Prudence—. ¿No crees que deberíamos aguardar a que las focas amaestradas de Hempstead hayan examinado un poco el problema?
—Lo que nos atacó vino de fuera —dijo Bickel—. Ése es otro problema.
—John tiene razón —dijo Timberlake, con voz ronca. Se aclaró la garganta, abrió los cierres de su litera y se puso en pie—. Estoy listo.
—Por lo tanto, parece ser que hemos llegado a la decisión de que no puedes andar trasteando en el computador como si fueras un salvaje... ¡así de fácil! —dijo Prudence, chasqueando los dedos.
—¡Por el amor de Dios! —dijo Bickel—. ¿Acaso ninguno de vosotros ha comprendido aún que debemos utilizar el computador como el elemento básico de ataque para el problema, y que ésa era su intención? —les miró: Flattery estaba ocupado con el tablero, Timberlake parecía a punto de quedarse dormido y Prudence le contemplaba desde su litera—. No se trata de un computador corriente. Tiene elementos que ni tan siquiera sospechamos. Estuvo conectado a un Núcleo Mental Orgánico por casi seis años, durante la construcción y programación de la nave. ¡Tiene sistemas amortiguadores, conexiones y dobles enlaces que quizá ni sus propios diseñadores conocen!
—¿Estás sugiriendo que ya es consciente? —le preguntó Prudence.
—No. Sólo estoy sugiriendo que ya hemos llegado bastante lejos, usando ese computador y nuestro Buey como simulador de lóbulos frontales. ¡Hemos avanzado más que el proyecto de la BLU en veinte años! Y deberíamos seguir adelante. Estamos avanzando en línea recta hacia...
—En la naturaleza no existe la línea recta —dijo Flattery.
Bickel lanzó un suspiro. Y ahora qué pasa, se preguntó.
—Si tienes algo que decir, escúpelo.
—La conciencia es un tipo de conducta —dijo Flattery.
—De acuerdo en eso.
—Pero las raíces de nuestra conducta están tan enterradas en el pasado, que no podemos llegar a ellas directamente.
—Otra vez las emociones, ¿eh? —le preguntó Bickel.
—No —dijo Flattery.
—El instinto —dijo Prudence.
Flattery asintió.
—Sí. El tipo de respuestas codificadas en los genes que le dicen a un polluelo cómo debe romper la cáscara del huevo.
—Emoción o instinto, ¿qué diferencia hay? —le preguntó Bickel—. Las emociones son producidas por los instintos. ¿Insistes en que no podemos darle la conciencia al Buey hasta que no posea «instintos» más «emociones»?
—Ya sabes a qué me refiero —dijo Flattery.
—«Tiene» que amarnos... —repuso Bickel.
Se mordió el labio superior, nuevamente impresionado por la hermosa sencillez de esa idea. Flattery tenía razón, claro. Esa era la rienda que podía servir para darles cierta seguridad con el Buey; un freno capaz de controlarlo sin coartarle libertad de movimientos.
—Debe poseer un sistema autónomo de reacciones emocionales —dijo Flattery—. El sistema debe corresponder a un conjunto de efectos físicos a los que el Buey sea... consciente.
Emoción, pensó Bickel. La característica que nos da la sensación de ser una persona, lo que reúne y ordena todos nuestros juicios personales. Un proceso en forma de cápsula, que no está obligado a seguir secuencia alguna. Se trataba de algo que rompía con todos los conceptos existentes sobre la máquina: la emoción como un proceso; un modo audaz de pensar en el tiempo y el sentido que de él debía tener la máquina.
—No hay nada en nosotros sobre lo que podamos ser objetivos —dijo Bickel—, salvo nuestras propias respuestas físicas. ¿Os acordáis? Eso es lo que decía siempre el doctor Ellers.
Flattery pensó en Ellers, el director psiquiátrico de la BLU. «Bickel es el propósito, la fuerza que dará dirección a vuestra búsqueda», había dicho Ellers. «Tenéis sustitutos, naturalmente; puede que ocurran accidentes. Pero no tenéis nada que pueda compararse a Bickel. Él es a la vez un descubridor y un creador».
Un descubridor y un creador... Los fracasos de todos los que le habían precedido, todos esos hermanos-clones... todo había sido un preparativo para este nuevo asalto al problema. Si triunfamos sobrevivimos, si fracasamos...
Y Bickel estaba pensando: Emoción. ¿Cómo podemos simbolizarla y programarla? ¿Qué hace el cuerpo para ello? Estamos dentro de él, en contacto directo con todas las actividades del cuerpo. Ésa es la única cosa sobre la que realmente podemos ser objetivos. Lo que hace el cuerpo...
—Debe poseer un cuerpo que funcione en todas sus facetas —dijo Bickel, viendo de pronto la totalidad del problema y su respuesta como si hubiera tenido una revelación repentina—. Debe poseer un cuerpo que haya pasado por crisis y traumatismos... —miró a Flattery—. Y también por la culpabilidad, Raj. Debe tenerla.
—¿La culpa? —le preguntó Flattery, y al decir esas palabras no supo por qué esa sugerencia le hacía sentirse irritado y algo temeroso.
Abrió la boca para hacer una objeción, y entonces se dio cuenta de algo que parecía un crujido rítmico. Al principio pensó en una alarma de averías, pero luego se dio cuenta de que era Timberlake. El ingeniero de sistemas vitales había vuelto a bajar la cubierta de su litera. Estaba dormido... roncando.
—La culpa —dijo Bickel, mirando fijamente a Flattery.
—¿Cómo? —preguntó Prudence.
—En términos de ingeniería de programas —dijo Bickel—, debemos instalar funciones-trampa, sistemas de alarma interna... monitores que interrumpan las operaciones según las necesidades funcionales del sistema como un todo.
—La culpa es una emoción artificial; no tiene nada que ver con la conciencia —le objetó Flattery.
—El miedo y la culpa son como el padre y el hijo. No puedes tener culpa sin miedo.
—Pero sí miedo sin culpa —dijo Flattery.
—¿De veras? —preguntó Bickel, y pensó: El síndrome de Caín y Abel. ¿Cómo lo habrá contraído nuestra raza?
—No tan rápido —dijo Prudence—. ¿Estás sugiriendo que... que asustemos al Buey?
—Sí.
—¡Rotundamente no! —escupió Flattery. Había puesto en marcha el programa de ejercicios de su litera, pero lo apagó y se volvió para mirar a Bickel.
—Nuestra criatura ya tiene una memoria bastante amplia y rápida —arguyó Bickel—. Se trata de una memoria direccional, si exceptúa nuestros problemas de dirección en ciertos programas, que no están interfiriendo de todos modos con ninguna función de la nave; y apostaría que ya posee un área protegida de memoria en la que están incluidas las ilusiones necesarias para la autoprotección.
—Pero... ¡el miedo! —dijo Flattery.
—Es el otro lado de la moneda, Raj. ¿Quieres que nos ame? De acuerdo. El amor es un tipo de necesidad, ¿no? Estoy dispuesto a meter en él una necesidad de fuentes externas de programación... es decir, de nosotros, ¿me entiendes? Dejaré en su estructura los huecos necesarios que sólo nosotros podremos colmar. Tendrá emociones, pero eso quiere decir que el espectro será ilimitado, Raj, y que en él estará incluido el miedo.
«La culpa y el miedo», pensó Prudence. «Raj tendrá que enfrentarse a ello». Miró a Bickel, notando la expresión velada y como ausente de sus ojos.
—Placer y dolor —musitó Bickel.
Miró fijamente a Prudence, a Timberlake —que seguía durmiendo— y finalmente a Flattery. ¿Se habrán dado cuenta de que el Buey debería ser capaz también de reproducirse a sí mismo?
Prudence sintió cómo se le aceleraba el pulso, y apartó los ojos de Bickel. Se llevó una mano a la sien y comprobó los latidos, poniendo en relación ese hecho con su respiración jadeante, su temperatura corporal... Debía tratarse de los efectos de la fatiga, su conciencia de ella y de ciertos anhelos emocionales. Los experimentos químicos que realizaba en su cuerpo le estaban proporcionando una conciencia muy aguda de sus funciones corporales, y esa conciencia le decía ahora que precisaba un reajuste químico.
—¿Y bien, Raj? —dijo Bickel.
«Debo tranquilizarme», pensó Flattery, recostándose nuevamente en su litera. «Debo tener un aspecto tranquilo y natural». Apartó los ojos del falso panel que había en su tablero repetidor, el panel bajo el cual yacían la muerte y la destrucción; Bickel se estaba volviendo tremendamente agudo, y capaz de percibir los indicios más insignificantes. Flattery percibió el tranquilo color verde del tablero y el chasquido de los relés en los medidores de trazo. Todo parecía tranquilizador, todo iba como de costumbre en la nave... todos los sistemas funcionaban.
Y pese a ello, en lo más hondo de su ser, Flattery sentía un nudo de angustia, como un animal agazapado que oye aproximarse los pasos del cazador. Placer y dolor. Es factible, claro: la orientación gradual hacia una meta que luego es prohibida... la interferencia, la eliminación... la frustración... Las amenazas de ser destruido.
—Vuelvo al taller —dijo Bickel—. El modo de hacerlo está bastante claro, ¿no?
—Quizá lo esté para ti —le replicó Flattery.
—No podemos detenernos —dijo Prudence, esperando que Flattery entendiera lo que deseaba decir en realidad: No podemos detenerle.
—Adelante —dijo Flattery—. Ve uniendo tus bloques simuladores de redes nerviosas. Pero antes de conectar el sistema a la totalidad del computador, deja que lo pensemos un buen rato —miró a Bickel—. ¿Aún sigues pensando en realizar ese experimento de la caja negra y la caja blanca?
Bickel se limitó a mirarle en silencio.
—Ya conoces los peligros —añadió Flattery.
Bickel sentía una extraña alegría, exultante, como si hubiera logrado vencer por fin a un factor interno que se le había estado resistiendo. La nave —sus organismos vivientes, sus problemas— le parecía ahora una marioneta, y su contenido meros juguetes. El camino estaba tan claro para él, que todo lo anterior era como meras alusiones envueltas en sombras... Sí, ahora estaba todo muy claro. Podía ver los planos necesarios ordenadamente apilados en su mente, como transparencias una sobre otra.
Construcción tetradimensional, se recordó a sí mismo. Tenemos que construir una red dotada de profundidad que contenga senderos tan complejos como mundos. Debe ser capaz de absorber transmisiones asincrónicas. Debe ser capaz de abstraer patrones cuantificables a partir de los impulsos transmitidos. Lo importante es la estructura, no el material. Lo importante es la topología. ¡Ésa es la clave de todo el maldito problema!
—Prue, échame una mano —dijo Bickel.
Miró el cronómetro que había junto al gran tablero, y luego a Timberlake. «Que duerma», pensó. «Prue puede ayudarme. Hizo un buen trabajo con la electrónica... precisión de cirujana, limpia y con la cantidad mínima de cables y las conexiones justas».
- Vamos a necesitar un área de acoplamiento para cada grupo múltiple de bloques —dijo Bickel, mirando a Prudence—. Te encargaré ese trabajo mientras yo voy construyendo los sistemas de bloques principales.
Como si las palabras de él se hubieran ido acumulando en su mente, creando una presión que iba aumentando hasta explotar de pronto en una idea comprensible, Prudence vio lo que Bickel pretendía: meter un torrente continuo de datos en un complejo Buey-Computador enormemente aumentado. Iba a proyectar en el computador, como si se tratara de una película sobre una pantalla, una extensión gigantesca de datos... un psicoespacio casi infinito.
La extensión de conexiones que harían falta se alineó en su mente, junto a columnas paralelas de números binarios, cruzándose y entrelazándose. Y se dio cuenta de que podía plantear de otro modo el problema —usando para ello las funciones matriciales que él no había previsto— y creando así un diagrama problema-solución que sería parecido a un tablero de ajedrez multidimensional.
En el instante de esa revelación, se dio cuenta de que Bickel no habría sido capaz de formular su solución al problema sin usar la misma palanca matemática para desplazar los pesos más grandes del trabajo.
—Utilizaste las matrices adyacentes —dijo en tono acusatorio.
Bickel asintió. Ella se había dado cuenta de que Bickel se estaba metiendo en una nueva concepción matemática... un cálculo de cualidades mediante el que era capaz de seguir los impulsos neurónicos y hacerlos encajar dentro de los psicoespacios programados en el Buey/Computador.
Prudence había empezado a entender lo que él había descubierto, pero los demás no estaban aún listos para que se les contara en detalle. Las posibilidades eran enormes... e inquietantes. Los métodos implicados permitirían construir computadores totalmente nuevos, de tamaño más reducido y cuya complejidad básica se vería multiplicada por mil, como mínimo. Pero aún más importante era la comprensión que ello le daba de su propio psicoespacio y las funciones que tenía en la abstracción... la excitación agregada nervio-célula de su propio cuerpo y el modo en que todo eso era reducido a valores reconocibles.
Bickel se daba cuenta de que usar ese marco de referencias mentales le colocaba en un umbral. Cierta presión aquí, una utilización de energía allá... y sabía que se vería proyectado a un estado de conciencia tal como nunca antes había experimentado.
El comprenderlo le daba miedo, pero al mismo tiempo le maravillaba y le atraía. Se volvió y atravesó la escotilla para entrar en el taller, deteniéndose un instante para mirar a Flattery.
—Raj —dijo—, no somos conscientes.
—¿Eh? ¿Qué has dicho? —era Timberlake, saliendo de su sueño, frotándose los ojos y mirando fijamente a Bickel.
—No estamos despiertos —dijo Bickel.
22
Más allá de los sentidos están los objetos; más allá de los objetos está la mente; más allá de la mente está el intelecto; más allá del intelecto está el Gran Yo.
Katha-Upanishad. Fragmento utilizado para
la instrucción de los Capellanes-Psiquiatras.
«No estamos despiertos».
Las palabras acosaron a Flattery durante todo su turno de guardia. Timberlake había murmurado algo así como «¡Maldito bromista!», y se había ido a los cubículos para dormir un poco más. Pero Flattery, repartiendo su atención entre la consola y la pantalla de arriba —en la que se veía a Prudence y Bickel trabajando en el taller—, sentía como si en su mente la nave estuviera cobrando una curiosa identidad.
Tenía la sensación de que él y los otros eran meramente células de un organismo más grande, que los diales, los indicadores, los controles y sensores, el omnipresente circuito de intercomunicación... todo era como los sentidos, los nervios y órganos de algo que no era él.
No estamos despiertos.
Siempre intentamos no pensar en eso, reflexionó Flattery.
La voz de Bickel, hablando con Prudence en el taller:
—Ésta es la entrada principal con la que deberemos manejar la retroalimentación negativa. Sigue el código de color, y conéctalo por aquí. Ése es el circuito amortiguador; debemos tener cuidado para no introducir ciclos reverberantes en los senderos neurales aleatorios.
Y Prudence, hablando a medias consigo misma:
—El cráneo humano contiene alrededor de quince mil millones de neuronas. He realizado una extrapolación, partiendo de nuestros bloques de construcción y del computador: vamos a terminar teniendo más del doble de ese número dentro de esta... esta bestia.
Su voces eran como ecos en la mente de Flattery.
Bickel: —Piensa en un umbral que debemos rebasar. Hay varios tipos de presión capaces de lograrlo. Son las presiones que acompañan a la entropía... o las de la variabilidad en proliferación: a ésas puedes llamarlas vida. La entropía por un lado, la vida por el otro. Cada una logra rebasar el umbral, bajo cierto nivel de presión. Cuando una logra rebasarlo, eso desencadena el factor Conciencia.
Prudence: —¿Qué es lo que funcionaría, un homeóstato o un filtro?
Bickel: —Las dos cosas a la vez.
Flattery pensó entonces en la nave como un todo, la gran máquina cuya vida continuada requería cierta organización óptima... un proceso de ordenamiento. Ello implicaba ciertamente la entropía, dado que el sistema total de una nave tendía a cierto equilibrio mediante la distribución uniforme de sus energías.
En lo que concierne a la nave, el orden es más natural que el caos, pensó Flattery. Estamos usando la nave como si todos sus componentes fueran una orquesta, y Bickel el director. Sólo Bickel posee la partitura capaz de lograr la música que deseamos: la conciencia.
Bickel: —Prue, te repito que la conciencia debe ser algo que fluye en contra de la corriente del tiempo... de ese tiempo en el que se halla metida.
Prudence: —No lo sé. Cuando un bloque de células se enciende, eso da origen a un impulso. El impulso se divide y forma una estructura de múltiples ramificaciones con un solo tallo... en las redes nerviosas, es el espacio que las contiene. El tallo contiene naturalmente ese impulso original, y la transmisión se produce a través del espacio tetradimensional... incluyendo el tiempo.
Bickel: —Y la conciencia es como una barca que navegaba en esa corriente.
Prudence: —¿Contra la corriente? Debes incluir el tiempo en el diagrama, ciertamente, pero el encendido de ese impulso y su ramificación son como un sólido complejo introducido en el tiempo, como las nervaduras en una hoja tetradimensional.
Bickel: —Piensa en el sistema de AyT de la nave. ¿En qué consiste? Ese aparato toma centenares de copias de un solo mensaje. Todos los duplicados han sido transmitidos en un solo impulso comprimido, un solo disparo... y luego los va frenando, los compara, quiebra los tallos erróneos y te pasa el mensaje traducido correctamente.
Prudence: —Pero en esa imagen tuya, la conciencia no entra hasta que los mensajes llegan a su receptor humano.
Bickel: —Retroalimentación negativa, Prue. Lo que entra se ajusta a lo que sale. Si el sistema funciona mal, el operador humano lo arregla igual que si se tratara de un dique en una corriente, para que luego puedas arreglártelas si de pronto el caudal aumenta de un modo significativo.
Prudence (alzando los ojos de un rollo de fibra neurónica que estaba metiendo en un micromanipulador): —La conciencia... ¿un tipo de retroalimentación negativa?
Bickel: —Prue, ¿se te ha ocurrido pensar alguna vez que la retroalimentación negativa es la perfeccionista más terrible del universo? No permite el fallo. Está construida para mantener el sistema funcionando dentro de ciertos límites, sin importar el tipo de perturbaciones existentes.
Prudence: —Pero esos... esos circuitos del Buey... has introducido deliberadamente errores que no...
Bickel: —¿Por qué no? Todas nuestras ideas convencionales sobre la retroalimentación implican cierta uniformidad del entorno. Pero vivimos en un universo no uniforme; eso de ahí fuera es totalmente impredecible. Tenemos que mantener el equilibrio, cambiando nosotros mismos las reglas de modo aleatorio.
Orden opuesto al caos, pensó Flattery contemplando la pantalla. ¡Dios santo! ¡El complejo de bloques amontonados unos sobre otros cada vez sobresalían más de la pared! Se había convertido ya en dos grandes estructuras, con una jungla de haces de pseudoneuronas como lianas, uniéndolas y rodeándolas una y otra vez.
Bickel estaba tendido de espaldas trabajando bajo el aparato. Varios rollos de cable, listos para ser conectados, le cubrían las rodillas.
No estamos despiertos, pensó Flattery. ¡Oh, Dios! ¡Qué fácil sería abandonar en ese mismo punto! Después de todo, era él quien ocupaba el asiento del conductor, ¿no? Uno de los gatillos estaba aquí mismo, junto a su mano. ¿Quién llegaría a enterarse? La nave moriría, el problema se habría acabado. Que esos bastardos de la BLU volvieran a intentarlo... con otra persona.
Pero ése era el verdadero problema: volverían a intentarlo, sí, pero no con otra persona. La misma mascarada lamentable... ¡una vez, y otra, y otra!
Mira a Prue, pensó. Ha suspendido sus inyecciones anti-S. Está experimentando con las funciones químicas de su cuerpo. Dentro de muy poco tiempo estará exhibiéndose y haciendo poses delante de Bickel. Y él sólo piensa en ella como una buena experta con el micromanipulador. ¡Trabaja bien!
No estamos despiertos. La conciencia crea la variedad, y desarrolla las probabilidades más extrañas. Y la variedad se alimenta de la variedad. Basta con interpretar esa música tan propia y especial para producir lo impredecible... los errores producidos.
¿Dónde se rompe la comunicación?
Bickel (saliendo con un gruñido de la parte inferior del Buey): —El cuerpo generalizado y el cerebro especializado, Prue... ponlos juntos, y ¿qué obtienes? Ilusión. Ésa es la protectora que deseamos, la ilusión. Es la protectora que permite acostarse juntos a sistemas virtualmente incompatibles. La conciencia es productora de ilusiones.
Prudence: —¿Dónde guardas el rollo de neuronas R4DBd?
Bickel: —Segundo estante, extremo izquierdo del banco. Y ahora, tomemos la ilusión de la posición central, por ejemplo.
Prudence: —Es el resultado natural de la indefensión y dependencia que sufre el niño respecto a su entorno. De niños somos el centro del universo, y jamás logramos desprendernos de ese recuerdo.
Bickel: —Bueno, las impresiones sensoriales del individuo son algo así como guijarros lanzados a un estanque tetradimensional. La conciencia se fija en las ondulaciones creadas por esos guijarros y les da una integración espacial y temporal, para que puedan ser interpretadas. La conciencia debe sacar el sentido de todo. Pero su herramienta básica es la ilusión.
Integración espaciotemporal, pensó Flattery. A la identidad formada por su nave, el Huevo de Lata, le faltaba en estos momentos cierta capacidad integradora. En lugar de poseer una eficiente fuerza autoreguladora, la nave debía arreglárselas con el poco adecuado sistema retroalimentador representado por cuatro seres humanos tenuemente conectados a su «sistema nervioso».
Ése era un modo de ver las cosas.
Pero había un momento —en el futuro cercano— en el cual las averías superarían el punto de recuperación posible. Los seres humanos estaban fallando.
Flattery sintió una profunda amargura hacia la sociedad capaz de enviar la nave y su carga a la nada. Conocía las razones de tal sentimiento, pero las razones nunca habían sido capaces de evitar la amargura.
Recordó lo dicho por Hempstead y sus cohortes:
—Piense en la sociedad como una construcción humana, un mecanismo defensivo muy sofisticado. Las restricciones sociales llegan a ser incorporadas en las células mediante un proceso de selección. Y tales restricciones se convierten en parte de la retroalimentación que autorregula los sistemas de gobierno de la sociedad. Existen serias dudas en estos momentos sobre si a los seres humanos les es posible romper las pautas de conducta que ellos mismos se han impuesto. La verdad es que se requieren métodos muy audaces para explorar lo que hay más allá de esas pautas.
Flattery conocía muy bien lo que decía la ley: «La experiencia individual humana no es el factor de control predominante en la conducta humana. Lo que predomina es el modelo celular social».
Deliberadamente, se golpeó los nudillos con el borde de su litera para interrumpir el curso de sus fantaseos. Centró su atención en la consola y vio que de nuevo debía realizar los acostumbrados ajustes de temperatura. Los mecanismos automáticos nunca eran capaces de mantenerla constante.
Bickel: —Cuidado con la longitud de esos circuitos para demora temporal. Puedes llegar a confundir el presente psicológico del Buey.
Prudence: —El... ¿qué?
Bickel: —Su presente psicológico... su «presente engañoso»... lo que experimentas en un momento dado; ese breve intervalo al que llamas ahora. El profesor Ferrel... ¿recuerdas al viejo profesor Ferrel, el barril?
Prudence: —¿Quién podría olvidar al cuñado de Hempstead?
Bickel: —De acuerdo, pero no era ningún estúpido. Nos encontrábamos en el trazador de satélites... él de su lado de la pared estéril, y yo del mío. Y me dijo: «¡Mira cómo se mueve!». Era una lanzadera que venía de la Tierra. Y luego añadió: «Sabes perfectamente que está cambiando de posición con una rapidez infernal. Pero te parece ver todos los cambios de posición justamente ahora... en el presente. No hay transiciones bruscas; sólo una corriente. Ése es el presente engañoso, chico. No lo olvides nunca». Y no lo olvidé.
Prudence: —El Buey... ¿podrá experimentar realmente el tiempo?
Bickel: —Debe hacerlo. Nuestros circuitos para la demora temporal deben darle un modo de medida interno. Debe sentir cuál es su propio tiempo. De otro modo, sería meramente un enorme montón de confusiones.
Prudence: —El... ahora.
Bickel: —Si piensas en ello, te darás cuenta de que en realidad no llegamos a interpretar directamente la experiencia del tiempo. Lo absorbemos en grandes dosis. Pero la verdad es que el tiempo real debe ser algo gradual y progresivo, un cambio suave y constante en relación al telón de fondo de una medida constante.
Prudence: —Hum... Por lo tanto, lo que hacemos es preparar el tiempo físico del Buey, y ponerlo en marcha como si fuera un juguete mecánico... hacia una dirección.
Bickel: —Las partes más lejanas de su «presente engañoso» deben irse desvaneciendo, igual que pasa en nosotros. El pasado debe ser menos intenso que las cosas que asoman por el horizonte. Necesita una especie de «borrado serial» constante; de otro modo, no sería capaz de distinguir entre los puntos que tiene cerca en el tiempo y aquellos que están aún lejos.
Flattery miró hacia la pantalla y vio cómo Bickel conectaba un osciloscopio al Buey, tomando una lectura de control.
Entropía, pensó Flattery. Una dirección en el tiempo. Proyectó una imagen en su mente: chorros de agua... uno con la etiqueta de la Entropía, y otro con la de ese tozudo probabilismo al que llamamos Vida. Equilibrada entre los dos, como una pelota sobre una fuente, bailaría la Conciencia.
Es tan sencillo, pensó Flattery. Pero, ¿cómo reproducirlo... a menos que seas Dios?
Bickel: —¡Espera! No conectes esa capa sin haber efectuado antes el programa de prueba inicial.
Prudence: —¡Tú y tus malditas precauciones!
Bickel: —La vida es una proposición llena de cautelas; un error en esos circuitos podría jodernos para el resto. Recuerda que el Buey debe asimilar entradas de datos altamente complicadas, y filtrarlas a través de sistemas integradores más y más sencillos, hasta poder exhibir finalmente los resultados como símbolos sobre los que actuar. Piensa en tu propio sentido de la vista. ¿Cuántas neuronas receptoras hay en la retina?
Prudence: —Alrededor de... ¿cien millones?
Bickel: —Pero cuando el sistema llega a la capa de ganglios, ¿cuántas células hay?
Prudence: —Aproximadamente un millón.
Bickel: —Hacia abajo, ¿te das cuenta? El sistema acepta auténticas hordas de impresiones sensoriales, y las combina como señales discretas, en una cantidad final cada vez más y más pequeña. Por fin obtenemos un dato sensorial llamado imagen; pero esa imagen la interpretamos partiendo de un enorme archivo de comparaciones topológicas, todas ellas obtenidas de experiencias traducidas previamente.
Prudence: —¿Y tú piensas que el computador posee suficientes... experiencias para ese tipo de comparación?
Bickel: —Cuando hayamos acabado con él... las tendrá.
Y Flattery pensó: Caja negra... caja blanca.
Prudence: —¿No es más probable que con ello vayas a sobrecargar el computador, dejándolo atascado?
Bickel: —¡Mujer, por el amor de Dios! Tú personalmente estás recibiendo a cada momento todo tipo de informaciones. ¿Acaso tus propios sistemas no son capaces de evaluarla toda, alinearla, programarla y clasificar los datos?
Prudence: —Pero la existencia del Huevo de Lata depende del computador. Si metemos las manos en él...
Bickel: —No hay otro modo. Deberías haberte dado cuenta de ello en el mismo instante en que comprendiste que toda la nave era una simulación.
Prudence (enfadada): —¿A qué te refieres? ¿Por qué?
Bickel: —Porque el computador es el único lugar donde puede almacenarse semejante cantidad de información. Verás, chica... no tenemos tiempo para entrenar a un niño carente de toda educación.
Antes de que ella pudiera contestarle, empezó a sonar el aviso de transmisión. El AyT se había puesto en control manual, para impedir que sus circuitos interfirieran con el trabajo que se estaba realizando en el taller. La alarma hizo que tanto Bickel como Flattery entraran inmediatamente en acción: Bickel conectó el interruptor principal en el taller, y Flattery hizo lo mismo, con un golpe seco, en el interruptor de su consola, dándose cuenta con algo parecido al alivio de que el mensaje procedente de la BLU pasaría por los circuitos del Buey antes de que ellos pudieran verlo en la pantalla.
23
Sentía los deberes de un creador hacia su Conciencia Artificial. Me parecía que mi objetivo principal debía ser el hacer feliz a esa criatura, proporcionándole toda la alegría de que yo fuera capaz. De lo contrario, todo el proyecto carecía de meta para mí; ya existen demasiadas criaturas desgraciadas en este universo.
Raja Lon Flattery. Comunión privada con el Buey.
Al mensaje le hicieron falta varios minutos para abrirse paso a través del AyT y los complementos añadidos al Buey, colocados recientemente por Bickel en el sistema. Esos minutos fueron para la sala de mandos un tiempo lleno de tensión. Flattery examinaba incesantemente los indicadores de su tablero; ahora en el sistema se habían introducido incógnitas enormes, y cualquier dato que entrara en él podía originar una conducta imprevisible en cualquier zona de la nave.
«¡Conducta!», pensó Flattery, como si hubiera pescado esa palabra en su propia mente. Una palabra llena de prejuicios antropomórficos. «¿Por qué iba a jugar siguiendo nuestras reglas?»
En el taller, Bickel sentía cómo su tensión iba aumentando también. El mensaje que habían recibido, ¿se convertiría también en basura carente de sentido?
Prudence, junto a él, notaba agudamente todos los olores de su cuerpo sudoroso y cansado, todas las pruebas de su concentración en el problema común. «¿Por qué no? Quiere vivir, igual que yo».
Bickel examinó los indicadores de los circuitos repetidores del taller y vio cómo las agujas llegaban al máximo, para descansar luego en el área normal. Oyó el característico zumbido agudo del AyT, que podía sentirse ahora también en el taller, al ser el Buey parte del sistema de circuitos. El sonido hizo que a Bickel se le erizara el vello de los brazos con algo parecido a un cosquilleo.
Los diales registraron la pausa normal del AyT. Los impulsos múltiples del mensaje estaban siendo seleccionados, comparados y traducidos, pasando luego al sistema de salida de datos.
Bickel miró a la pantalla y vio que Flattery había colocado el sistema en la posición de audio.
La voz de Morgan Hempstead empezó a brotar de los altavoces:
—Aquí el Proyecto llamando a la nave Terrestre de la BLU. Aquí el Proyecto llamando. Nos vemos incapaces de proporcionarles una determinación exacta sobre la fuerza que dañó a la nave. Sugerimos un error en la transmisión, o datos insuficientes. La posibilidad de un encuentro con un campo de neutrinos del tipo teórico A-G ha sido sugerida en uno de los análisis. ¿Por qué no han acusado el recibo de nuestra orden respecto al procedimiento de regreso?
Bickel observó sus diales. El mensaje llegaba con notable claridad, y ahora que pasaba por los circuitos del Buey «mejorado», no había ninguna distorsión observable a primera vista.
Les llegó claramente el ruido de Hempstead carraspeando. A Prudence le produjo una extraña impresión oír ese ruido tan corriente, el de un hombre que carraspeaba. Ese acto tan desprovisto de sentido había sido transmitido a través de millones y millones de kilómetros, y su único efecto era informarles de que a Hempstead le molestaba un poco la garganta.
Una vez más, la voz brotó de los comunicadores:
—La BLU está sufriendo fuertes, repito, fuertes presiones políticas en lo tocante a dar la orden de abortar la misión. Enviarán acuse de recibo de este mensaje apenas puedan. La nave debe volver inmediatamente a una órbita alrededor de la BLU mientras se toman medidas para disponer de ustedes y de la carga.
—Qué palabras más feas... «tomar medidas» —dijo Prudence. Miró a Bickel: aparentemente, se lo estaba tomando con mucha calma.
Flattery podía sentir los pesados latidos del corazón en su pecho. Se preguntó si en las palabras siguientes vendría esa letal indicación en código... «Mate la nave», debía decir Hempstead.
Bickel contemplaba el altavoz con una mueca de incomprensión. Qué clara sonaba la voz de Hempstead... incluso ese carraspeo que el AyT debería haber filtrado del mensaje, eliminándolo. Giró la cabeza, mirando hacia la excrescencia surrealista del Buey que brotaba de la pared.
La voz de Hempstead interrumpió nuevamente el curso de sus ideas:
—Esperamos de esta transmisión que realicen un análisis más completo de sus daños. La naturaleza y la extensión de éstos son de primordial importancia. Acusen recibo de inmediato. Proyecto, corto y cierro.
—Prue... ¿qué te ha parecido Papaíto esta vez? —dijo Bickel, intentando que el tono de su voz no traicionara la importancia de la pregunta.
—Preocupado —dijo Prudence. Y se preguntó la razón de que Bickel, con todas sus inhibiciones contra el regreso, fuera capaz de tomarse todo aquello con tanta calma.
—Prue, ¿si desearas transmitir a la perfección las emociones que encierra un mensaje de alguien, cómo lo harías? —le preguntó Bickel.
Ella le miró, sorprendida.
—Pues mencionando de qué emoción se trata, o imitando el tono del original. ¿Por qué?
—El AyT, teóricamente, no es capaz de hacer eso —dijo Bickel. Miró hacia arriba y se encontró con los ojos de Flattery en la pantalla—. No acuses recibo de esa transmisión, Raj.
—¿El AyT está funcionando demasiado bien? —preguntó Prudence.
—No —dijo Bickel—. Está funcionando de un modo que teóricamente es imposible. El mensaje de pulsos láser está reducido prácticamente a lo esencial, y nada más. Las modulaciones originales de la voz siguen ahí, al menos en teoría, y a menudo son lo bastante fuertes como para que sea posible reconocer ciertos manierismos, pero se supone que las sutilezas están más allá de su alcance. Ese último mensaje sonaba prácticamente en alta fidelidad...
—Tal vez los circuitos del Buey hacen más sensible el sistema —dijo ella.
—Hum. Quizá —le contestó Bickel.
—¿Hubo alguna actividad en las redes nerviosas acompañando todo eso? —preguntó Flattery.
—Incluso un pez tiene actividad en sus redes nerviosas —dijo Bickel—. La actividad nerviosa no implica que esta cosa sea consciente.
—Pero sí que está sensibilizada del mismo modo que algo consciente —dijo Flattery.
Bickel asintió.
—Elevación y disminución selectiva de los umbrales —dijo Flattery—. Control de umbrales...
Bickel asintió nuevamente.
—¿De qué se trata? —preguntó Prudence.
—Esa cosa —señaló hacia el Buey— acaba de probar que posee control de sus umbrales..., algo parecido a lo que nos sucede cuando reconocemos un objeto —miró a Prudence—. Cuando bajas el umbral de tu recepción, dispersas el mensaje espaciotemporal y lo proyectas a través de un «aura de reconocimiento» interna para efectuar una comparación mental. El mensaje es una configuración espaciotemporal que sobreimpones a una zona de cognición. Esa zona puede discriminar de un modo muy amplio entre lo que es «dar justo en el clavo», o similitud máxima, y una especie de «borrón» que podrías llamar «algo parecido». El control de umbral es el encargado de afinar ese tipo de comparación.
Con gestos precisos y controlados, Bickel volvió al circuito que había estado conectando cuando el mensaje de la BLU le había interrumpido. Tomó un haz de fibras —fijándose bien en sus indicaciones neurónicas— y lo metió en un micromanipulador, disponiéndose a terminar la conexión con una toma múltiple.
Y en la sala de mandos, Flattery extendió la mano izquierda para aferrar la abrazadera que tenía junto a su litera, apretándola hasta que los nudillos se le volvieron blancos.
Estaban desobedeciendo a Hempstead de modo descarado y flagrante. El capellán psiquiatra tenía instrucciones muy precisas para tal contingencia: «¡Obedece! Si los demás intentan detenerte, haz volar la nave»... Pero podía sentir muy claramente cómo Bickel se estaba acercando a la solución del problema que obsesionaba a todo el Proyecto. Estaban muy cerca del triunfo, y seguramente eso debía permitirle cierta amplitud de interpretación en lo tocante a las órdenes...
Oh, alma mía, ¿quién puede decirme lo que debo hacer? ¿Quién puede decirme dónde se halla mi alma? Las palabras del salmo 139 parecían deslizarse por su mente: «Cantaré tus alabanzas; pues soy obra tuya, temible y maravillosa».
¿Traicionamos a Dios al crear algo temible y maravilloso?, se preguntó.
—Padre nuestro que estás en los Cielos... —musitó.
Pero soy yo quien está en los cielos, se dijo. ¡Y los cielos me exponen a un riesgo espiritual!
Los ruidos de Prudence y Bickel trabajando en el taller parecían casi una mera onda portadora de sus pensamientos.
La fe y el conocimiento, pensó. Y sintió el eterno conflicto, que ahora había escogido su cuerpo como arena de combate: el conocimiento atacando siempre los confines de la fe. Y percibió igualmente las constructivas emociones que su fe había sido cuidadosamente adiestrada para contener.
Podría poner fin a todas estas estupideces, pensó. Pero estamos unidos por el mismo voto, y la violencia nos traicionaría a todos.
«La religión y la psiquiatría no son sino dos ramas del arte de curar». Recordaba claramente las palabras. Era el instructor de Usos de la fe, el curso del segundo año que le preparaba para desempeñar su papel. «La religión y la psiquiatría comparten idéntico tronco común».
Cúrate a ti mismo, pensó, y las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos. ¿Dónde estaban la fe, la esperanza y la risa, el amor y la creatividad, que se le habían entregado para que hiciera uso de ellos?
Flattery alzó los ojos a través de un telón de lágrimas y vio en la pantalla que tanto Bickel como Prudence le ignoraban, tan concentrados estaban en el proyecto.
Fíjate en cómo se tocan sus manos, pensó Flattery. El verlos le hizo sentir una repentina oleada de culpa, y recordó la admonición de Brooks: «Mantente bien apartado del disimulo, y aléjate siempre de toda necesidad de disimular».
—Qué horrible es la hora en que por primera vez nos vemos en la necesidad de ocultar algo —murmuró—. Dios mío, por favor... ¿acaso he olvidado cómo rezar?
Flattery ignoró la vital consola que había ante él, cerró los ojos y apretó ferozmente la abrazadera.
—El Señor es mi pastor —murmuró—. Nada me faltará...
Pero las palabras habían perdido todo su poder sobre él.
«Aquí no hay aguas... ni verdes pastos», pensó. Esas cosas jamás habían existido para él... ni para ninguno de los que habían salido de los tanques de cultivo y las guarderías estériles de la BLU. Para ellos... sólo había existido el valle de las sombras de la muerte.
NO CRUCE ESTA ESCOTILLA SIN LEER LA
PRESIÓN DEL AIRE EN EL PASADIZO CONTIGUO
Cada mañana, cuando iba a clase (once años), había cruzado la escotilla que llevaba escrito ese aviso.
NO AVANCE MAS ALLÁ DE ESTE PUNTO
SIN LLEVAR UN TRAJE ESPACIAL COMPLETO
Ese cartel omnipresente había marcado las fronteras dentro de las cuales podían desenvolverse libremente sus actividades. Y aún lo hacía.
El traje era como otra inhibición social que establecía sus propios límites de conducta. Restringía el contacto con otros seres humanos, y te reducía a una serie de señales en código y altavoces despersonalizados, convirtiendo a cada persona en un títere que bailaba en la pantalla de un osciloscopio.
El enemigo omnipresente era el exterior... esa ausencia total —en el vacío llamado espacio— de las cosas que permitían la vida. Era un lugar maligno y les daba miedo, un miedo que nunca cesaba. La vara de la ley y el caduceo de la medicina podían servir de consuelo ante el espacio, pero él soñaba siempre con el aire filtrado y la celda —parecida a un útero— en la que le era posible librarse del maldito traje. Esa era la única fuente verdadera de consuelo, y no le importaba que procediera del mismísimo diablo.
Lo único que se podía esgrimir ante la presencia de ese enemigo era un tubo de presión procedente del estante. El aceitarse la cabeza sólo servía para enturbiar la placa visual del casco. El cabello debía estar cortado casi a cero, y la grasa natural del pelo era algo a combatir con detergentes.
¿La bondad, la compasión? Cualquier cosa capaz de preservar la esperanza de que algún día podría caminar bajo un cielo azul sin tener que llevar traje de vacío.
He perdido la fe, pensó Flattery. Dios, ¿por qué me has arrebatado la fe?
—Benditos sean los puros de corazón, pues ellos verán a Dios —murmuró.
«Eras un estúpido, Mateo», pensó. Una ramera nunca podrá recobrar la virginidad.
—El universo en su totalidad es una mera cuestión de química y mecánica, materia y energía —musitó.
Pero el control completo, y la manipulación de la materia y la energía era algo que se suponía reservado a Dios.
No somos dioses, pensó Flattery. Al intentar crear una máquina que sea capaz de pensar en forma autónoma, estamos blasfemando. Ésa es la razón de que se me encargara vigilar la misión: evitar la blasfemia de colocar un alma dentro de una máquina. ¡Tendría que bajar ahí, y hacer pedazos toda esa maquinaria ahora mismo!
—¡Raj!
Era la voz de Bickel, retumbando desde el intercomunicador. Flattery miró hacia la pantalla, sintiendo la boca repentinamente seca.
—Estoy obteniendo acción independiente en los empalmes fotosensoriales de los circuitos de grabación y almacenamiento del computador —dijo Bickel—. Prue, comprueba el gasto de corriente.
—Normal —dijo ella—. No es ningún cortocircuito.
—No... no es consciente —dijo Flattery, con voz ronca.
—Concedido —dijo Bickel—. Pero, ¿qué diablos es? El computador se está programando a sí mismo y... —una pausa de silencio, y luego—. ¡Maldición!
—¿Qué ha pasado? —preguntó Prue.
—Se paró —dijo Bickel.
—¿Qué... qué lo ha desconectado? —preguntó Flattery.
—Conecté un bloque inhibidor en el extremo de un simulador de red nerviosa individual, y mandé un impulso de prueba por él. La prueba evidentemente desencadenó un ritmo de resonancia, que se abrió paso a través del Buey hasta llegar a la red del computador por el camino de las conexiones de los monitores. Entonces fue cuando empecé a registrar la reacción de autoprogramación.
Prudence resiguió con el dedo una gruesa conexión codificada por el color que asomaba en la parte inferior del Buey.
—La conexión del monitor que entra en el circuito de grabación y almacenamiento es de un solo sentido. Hay un buffer ahí mismo...
Bickel cogió el cable de la conexión que ella le había indicado.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Prudence.
—Estoy desconectándolo. Voy a conseguir un diagrama total del experimento a partir de los bancos de memoria, y lo analizaré antes de continuar.
Silencio.
Flattery miró hacia la pantalla con una profunda sensación de repugnancia, procedente de su entrenamiento religioso. Se lo habían machacado una y otra vez: «No eres exactamente una persona. Eres un clon». Siempre habían puesto un énfasis algo excesivo en esa afirmación, como para que le fuera posible aceptarla por completo. Pese a todo, comprendía las razones de ese condicionamiento y las aceptaba.
Pero... ¿y lo que estaba haciendo Bickel?
La BLU poseía un banco completo de clones, capaz de recrear la tripulación del Terrestre tal y como había sido en el momento del lanzamiento. Quizá hubiera algunas variables menores, y los Núcleos Mentales Orgánicos podían ser distintos; nunca había llegado a saberlo con total certeza, pero estaba enterado de que era más barato obtener los NMO a partir de seres humanos en mal estado físico que clonarlos y prepararlos luego para la nave. De ese extraño modo, quizá los NMO fueran genéticamente más humanos que la tripulación.
Flattery sabía que no debía sentirse culpable ante la idea de hacer explotar la nave... con él dentro. El mensaje había sido muy claro: «Podemos recrearos a todos aquí, en la Luna. Sois infinitos. No podéis morir del todo, porque vuestras células seguirán viviendo».
¿Mis células exactas?, se preguntó. ¿Mi conciencia exacta? Pero ¿acaso no era ése el problema central de todo el proyecto? ¿Qué es la conciencia?
Miró nuevamente hacia la pantalla. «Si mato ahora a la nave/computador/cerebro... ¿estaré cometiendo un asesinato?»
24
Durante un largo período de tiempo, los clones nos han ofrecido una herramienta extremadamente útil para determinar el cambio genético. Está claro que en estos momentos nuestras técnicas de clonación en la BLU nos permiten clonar indefinidamente a una persona. Es posible que dentro de diez mil años poseamos material genético que sea contemporáneo de este preciso momento... ¡de ahora mismo! Incluso tal vez esto sea de mayor utilidad a la raza humana que el comprender la conciencia.
Morgan Hempstead. Conferencias en la Base Lunar.
El funcionamiento rutinario de los sensores hacía encenderse y apagarse hileras de indicadores en el muro del computador. Las parpadeantes luces cambiaban de un modo extraño la iluminación del taller. La mampara curva que había delante del computador reflejaba primero el amarillo, luego el verde, el malva... el rojo. Las olas de colores teñían el diagrama que Timberlake tenía en la mano, y que estaba comparando con las lecturas de los controles.
La pantalla superior mostraba a Prudence en la sala de mandos, a medio camino de su guardia, con Flattery dormitando en su litera.
Qué raro que no haya querido ir a los cubículos, pensó Timberlake.
Bickel salió de entre las dos ramificaciones del Buey, justo cuando la pared reflejaba una fugaz ráfaga de luces verdes.
—Esa última lectura se desvía sólo 0.008 —dijo Timberlake.
—Insignificante —dijo Bickel—. ¿Ondulaciones?
Timberlake señaló con un gesto al osciloscopio que tenía delante, y al hacerlo sintió una aguda punzada de dolor en la nuca. Estaba muy cansado, y tenía todo el cuerpo rígido. Bickel no les había dejado descansar, y llevaban casi tres turnos seguidos. Se frotó el cuello.
Bickel dejó de estudiar el osciloscopio.
—¿Recuerdas que te dije algo sobre que debías hablarme de todas las oscilaciones implicadas en la vida? Ritmos, vibraciones... una inmensa serie de latidos.
—Sí —dijo Timberlake—. ¿Estás listo ya para la prueba a escala total?
Bickel contempló las luces que se encendían y apagaban, sintiendo una extraña reluctancia a moverse ahora que había llegado el momento de la prueba. Sabía cual era la fuente de esa reluctancia: lo que había hecho en secreto, y el temor a sus posibles consecuencias.
Una prueba más... y luego... ¿qué falta?
Caja negra... caja blanca.
—¿Piensas que no va a funcionar? —le preguntó Timberlake.
La actitud de Bickel le impacientaba un poco, pero tenía la sensación de que no era el momento de darle prisas.
—El sistema nervioso humano, incluyendo la región del cerebro que suponemos influye en la conciencia, ha pasado un condenado montón de pruebas —dijo Bickel.
—Y esa cosa... —Timberlake señaló hacia el Buey— es un análogo lógicamente simplificado del cerebro humano.
—La simplicidad lógica tiene muy poco que ver en nuestro problema. Estamos fabricando algo, de acuerdo, pero no seguimos las viejas reglas para construir puentes y carreteras.
Está retrasando deliberadamente el momento, pensó Timberlake. ¿Por qué será?
—Entonces, ¿qué estamos haciendo?
—No hace falta demasiado para tirar por el suelo todo el castillo de naipes de la lógica; a veces basta con una palabra —dijo Bickel—. El cerebro ha tenido que enfrentarse a muchas demandas que nada tenían que ver con la simplicidad de su diseño. Por ejemplo, tuvo que sobrevivir mientras se desarrollaba. Su tamaño y su forma tuvieron una importancia decisiva en ello. Tuvo que adaptar la estructura existente a nuevas funciones... —miró directamente a Timberlake—. El cerebro humano es obviamente un híbrido de función y estructura; eso implica cierta fortaleza, pero también cierta debilidad.
—¿Y? —dijo Timberlake, encogiéndose de hombros—. ¿Qué peligros corre ahora el castillo de naipes?
—Toda esa charla de Raj sobre el psicoespacio y las psicorelaciones, ese camino de neuronas condenadamente casual que se extiende en forma de abanico para formar nuevos tipos de espacio. Es perfectamente posible que nuestro universo normal se vea retorcido a través de un número infinito de psicoespacios.
—¿Ah, sí? —Timberlake se le quedó mirando, preguntándose cuáles serían las razones del miedo que percibía en la voz de Bickel.
—Puede haber un número infinito de tipos de conciencia —prosiguió Bickel—. Ahora que se acerca el momento de soltar a esta criatura, me pregunto qué espacio habitará.
—Raj y sus malditas historias de terror... —dijo Timberlake.
Bickel siguió contemplando la estructura del Buey, preguntándose si había hecho bien al obrar en secreto. ¿Lograría ese maldito laberinto electrónico crear su propia culpa?
Bickel sabía que para llegar al nivel en que fuera capaz de aceptar dentro de su interior la huella de la caja negra, el Buey/Computador debería salvar ciertas barreras. Tendría que flexionar sus músculos mentales. Y la culpa era una de esas barreras.
Al dejar huecos en la programación, proporcionándole datos a los que les faltaban obviamente ciertos elementos, había insertado también una serie de informaciones sobre el tema de la muerte. La orden operativa dada al computador era «llenar los huecos». Ahora, insertando de modo paralelo las direcciones del programa de mantenimiento vital de un embrión de vaca —en los tanques de hibernación reservados a los animales de granja—, Bickel le había proporcionado al computador un modo sencillo con el que llenar los huecos existentes en sus informes.
Podía matar al embrión.
Tuve que actuar en secreto, se dijo Bickel. No podía contárselo a Timberlake... no con sus inhibiciones. Y cualquiera de los otros se lo habría dicho a Tim.
—¿Crees que se nos escapa algo del sistema? —le preguntó Timberlake—. ¿Qué te preocupa? ¿El hecho de que la búsqueda aleatoria se detuviera sin intervención exterior?
—No —Bickel sacudió la cabeza—. El programa de búsqueda se topó con una irregularidad, un umbral que fue incapaz de franquear.
—Entonces, por el amor de Dios, ¿a qué estás esperando?
Bickel tragó saliva. Cada vez le costaba más mantener su atención y evitar las distracciones cuando debía pensar en cómo hacer consciente al Buey. Tenía una sensación parecida a la de estar nadando contra una fuerte corriente.
¿Con qué clase de espejo puede la conciencia contemplarse a sí misma? ¿Cómo podrá decir el Buey: «Éste soy yo»? ¿Qué vería?
—Los sistemas nerviosos humanos tienen el mismo tipo de irregularidades e imperfecciones —dijo Timberlake—. Sus propiedades varían estadísticamente.
Bickel hizo un gesto de asentimiento. Timberlake tenía razón, y por eso habían introducido errores aleatorios en el Buey... imperfecciones estadísticas.
—¿Te preocupa la regulación de los impulsos? —le preguntó Timberlake.
Bickel negó con la cabeza, y luego apoyó la mano en un bloque neurónico recubierto de plástico que sobresalía del Buey.
—Tenemos un homeóstato cuya función básica es tratar con los errores... con la realidad negativa. La conciencia está mirando siempre el reverso de lo que tenemos delante... viéndonos siempre por detrás.
—Dejaste los huecos precisos para que nos necesitara —dijo Timberlake—. Lo que te molesta es la regulación de umbrales, ¿no?
Bickel miró a Timberlake, pensando: ¿Umbrales? Sí, eso era parte del problema. En un ser humano, las células del cerebro y las neuronas periféricas están conectadas de tal modo que sus diferencias quedan compensadas por el promedio. Se logra así un suave efecto de transición gradual. El efecto Ilusión.
—Se nos está escapando algo —murmuró Bickel.
Timberlake se interrogó nuevamente sobre el miedo que sentía en la voz de Bickel, el modo en que su cabeza se volvía a un lado y a otro como la de un animal enjaulado.
—Si a esta cosa se le ocurre echar a volar por su cuenta —dijo Bickel—, no tendremos ningún control sobre ella. Raj tiene razón.
—¡Raj y sus cuentos del golem! —se burló Timberlake.
—No —Bickel hablaba con lúgubre seriedad—. Esta criatura tiene nuevos tipos de recuerdos, que tienen muy vaga relación con los recuerdos humanos. Y los recuerdos, Tim... los archivos nerviosos que se forman en los psicoespacios... son los patrones que crean la conducta. ¿Qué hará esta cosa cuando la conectemos... si no le damos el tipo de experiencias a las que ha sobrevivido la raza humana?
—No sabes cuáles son los traumas raciales, y ése es el lugar en que te has atascado.
La voz pertenecía a Flattery. Alzaron la vista hacia la pantalla y le vieron sentado en su litera, con la cubierta medio levantada y frotándose los ojos aún soñolientos. Detrás de él vieron a Prudence, que seguía vigilando el gran tablero como si fuera la única cosa del mundo que le preocupara.
Bickel sofocó una punzada de irritación ante lo dicho por Flattery.
—Tú eres el psiquiatra. ¿No es acaso el conocimiento de los traumas una de tus herramientas, teóricamente hablando?
—Estás hablando del trauma racial humano —dijo Flattery—, y en cuanto a eso lo más que podemos hacer es emitir conjeturas.
Flattery examinó atentamente la figura de Bickel y pensó: John está aterrado. ¿Por qué? ¿Quizás el Buey ha empezado a obrar repentinamente por su cuenta?
—Tenemos que darle vida a este ser —dijo Bickel, mirando al Buey—, pero no podemos estar seguros de cómo será. Por definición, es la esencia de lo extraño y lo desconocido. No puede ser como nosotros. Y si es diferente... y pese a todo vive, y es consciente de ello...
—Así que has empezado a buscar modos para hacerlo más parecido a nosotros —dijo Flattery; Bickel asintió—. ¿Y piensas que somos el producto de nuestros traumas raciales y personales? —le preguntó—. ¿No crees que la conciencia es el efecto aparente de un receptor?
—¡Maldita sea, Raj! —estalló Bickel—. ¡Nos falta muy poco para resolver este problema! ¿No lo notas?
—Pero te estás preguntando si no vamos a crear algo que será invulnerable... —dijo Flattery—. Al menos, invulnerable en lo que a nosotros respecta —Bickel tragó saliva—. Piensas —prosiguió implacable— que la bestia que estamos creando no tiene función sexual; que no puede ser como nosotros. Carece de carne, y le es imposible saber cuáles son los miedos y deseos de la carne. Por lo tanto, te preguntas: ¿Cómo podemos simular para él la carne, el sexo y los sufrimientos raciales a través de los que nos hemos abierto paso a tropezones los seres humanos?
»La respuesta es obvia: no podemos hacerlo. No conocemos bien nuestros instintos. No podemos distinguir con claridad cuáles son las sombras y las luces de nuestra naturaleza.
—Pero sí podemos distinguir algunos —insistió Bickel—. Tenemos el instinto de... de ganar, de sobrevivir para... —se humedeció los labios, y miró hacia la pared del computador.
—Quizá se trate sólo de orgullo —dijo Flattery—. O puede que sea meramente la curiosidad del mono, y que no nos demos por satisfechos hasta llegar a ser creadores, igual que lo es Dios. Pero tal vez entonces sea demasiado tarde para retroceder.
—Y también está el instinto asesino —dijo Bickel, como si no le hubiera oído—. El que nace directamente del lodo primordial, donde se trataba de matar o morir. Su reverso puede distinguirse a cada instante en nuestro instinto de ir sobre seguro... de «ser práctico».
Ha hecho algo en secreto, pensó Flattery. ¿Qué ha hecho Bickel? Ha hecho algo, y ahora le da miedo...
—Y el sentimiento de culpabilidad va directamente unido a ese instinto asesino —dijo Bickel—. Ése es el sistema de protección... el modo para mantener la conducta humana dentro de ciertos límites. Si implantamos...
—La culpa lleva implícita el pecado —dijo Flattery— ¿En qué religión o práctica psiquiátrica piensas encontrar una necesidad de la culpa?
—El instinto es sólo una palabra —dijo Bickel—. Y nos hemos alejado mucho del origen de esa palabra. ¿Cuál es el origen del instinto? Podemos criar cincuenta generaciones de gallinas, del embrión al polluelo, en tubos de ensayo. Jamás habrán visto la cáscara de un huevo. Pero la generación número cincuenta y uno, la que haya sido criada normalmente en un gallinero... ésa aún sabrá cómo abrirse camino a picotazos rompiendo la cáscara del huevo.
—Huellas genéticas —dijo Flattery.
—Huellas... —asintió Bickel—. Algo que han impreso en nosotros, algo que ha sido impreso con enorme fuerza... Oh, lo sabemos. Somos conscientes de todos esos instintos, aunque jamás lleguen a la superficie. Son lo que nos hace ser menos conscientes, lo que nos convierte en seres irritables, violentos, apasionados... —hizo un nuevo gesto de asentimiento.
¿Qué habrá hecho?, se preguntó Flattery. Está aterrado, y se debe a ello. ¡Tengo que saberlo!
—El síndrome de Caín y Abel —dijo Bickel—. El crimen y la culpa. Está ahí, en algún lugar, grabado dentro de nosotros. Las células recuerdan.
—No tienes ni la menor idea de lo que estás diciendo —le acusó Flattery—. Estás separando lo positivo y lo negativo, confundiendo los juicios morales con el razonamiento, invirtiendo el curso normal de...
—¡Invirtiendo! —tronó Bickel—. Eso es lo que estaba pensando... invertir. La habilidad de convertir el placer en dolor, o el dolor en placer... Ésa es una parte de la conciencia que no hemos...
—Eso es una enfermedad —dijo Flattery.
—El poder para estar cuerdo es también el poder de enloquecer —dijo Bickel—. ¡Fueron tus propias palabras!
Flattery contempló la imagen en la pantalla, bruscamente sorprendido por sus palabras... y por una repentina sospecha sobre lo que había hecho Bickel.
—Sabes... —dijo Timberlake, hablando en voz baja y mesurada—. Si un instinto es algo a lo que debe acudir todo el sistema en un momento de tensión, se parece un poco al grupo de interrupciones del sistema operativo de un computador.
—Hemos rebasado el límite de la ingeniería desde hace bastante tiempo —dijo Flattery.
—Sí, estamos de vuelta allí donde empezamos —le secundó Bickel—. Podemos duplicar las sinapsis con transistores no conectivos, podemos hacer maravillas con la tasa de conducción y los períodos absolutamente refractivos manipulando las fibras pseudoneurónicas, podemos hacer redes neurales a medida multiplicando a voluntad los bulbos terminales inhibidores... pero, al final, siempre nos encontramos con el mismo interrogante que no podemos rehuir...
—¿Cómo controlar lo que está más allá de todo control? Ya te he respondido antes: con el Amor.
—No lo controlas —dijo Bickel—. Meramente lo intentas... y el modo de intentarlo radica en los instintos. Como tú dijiste, Raj, debe amarnos, debe ser leal a nosotros. ¿Pero quiere decir eso que va a adorarnos? ¿Vamos a ser sus dioses? Y si va a ser leal, ¿quiere decir eso que debe tener conciencia? ¿Puede existir la lealtad sin conciencia? ¿Y puede llegar a tener conciencia si no experimenta la culpabilidad?
—¡La culpa es una prisión! —protestó Flattery—. No puedes aprisionar a una conciencia libre...
—¿Quién ha dicho que deba ser libre? —inquirió Bickel—. ¡Tus propios argumentos se vuelven contra ti! Maldición, ésa es la idea: ¿cómo vamos a controlarlo? Si vamos al centro del problema, ¿soy libre yo, acaso? ¿Lo eres tú, realmente? —Flattery le contempló en silencio—. Somos pedazos de protoplasma dominados por el instinto y la conciencia.
—¿Qué instintos? —le preguntó Flattery.
—¡Pareces un jodido disco rayado! —explotó Bickel—. ¿Qué instintos? ¡No puedes seguirle la pista a los instintos! Bueno, para empezar, tenemos el instinto de matar... de matar y devorar. La verdad es que nada nos importa ni pizca mientras podamos conseguir nuestra energía... no, al menos, si bajas a las profundidades de la mente.
—Si fuéramos tan sencillos... —dijo Flattery.
—En el fondo sí lo somos —dijo Bickel—. No me hace falta un doctorado en psiquiatría para decirme qué haría si las cosas se pusieran realmente feas...
—Te convertirías de nuevo en un salvaje, ¿no? ¡En una bestia!
—¡Puedes estar condenadamente seguro de que lo haría, para descubrir cuáles son los designios del sistema! ¿Qué diablos habéis estado estudiando todos estos años, malditos doctores de la mente, con todos vuestros sueños, complejos y Cristos? Os habéis quedado atrapados en una interminable danza ritual, con todas las posturas decididas de antemano y... ¡Jesús! ¡Me recordáis a un rebaño de ovejas bailando el minué!
—Hemos usado la reverencia y la cautela para acercarnos al Dios que hay en el Hombre —dijo Flattery—. No puedes meterte dentro de la mente humana con una espumadera, y removerlo todo como si fuera yema de huevo...
—¡Una mierda que no puedo!
Se contemplaron ferozmente en silencio: Bickel desesperado e indeciso, Flattery sintiendo que sus sospechas se convertían en certeza.
«Le ha dado al Buey los medios para matar», se dijo Flattery. «Todos sus argumentos y su ira le traicionaron. Pero ¿matar a qué? No a uno de nosotros, claro. ¿Un colono en los tanques de hibernación? No, imposible... ¡Uno de los animales para la colonia! Sí, empezar con una pequeña dosis de violencia, ver si el Buey es capaz de... Pero no puede haber realizado todavía la transferencia de la caja negra a la caja blanca».
Prudence, repartiendo su atención entre la consola de control y la pelea entre Flattery y Bickel, sentía que su mente iba llegando a un estadio cada vez más agudo de conciencia. Podía notar las leves variaciones de temperatura en la sala de mandos, oía los continuos crujidos metálicos de la cubierta y las mamparas que la rodeaban, percibía las sospechas crecientes de Flattery y la postura, desesperadamente defensiva, de Bickel... Era consciente de sus propios latidos y las minúsculas variaciones operadas en la química de su organismo.
Era la química lo que la fascinaba: el pensar que todo ese sutil movimiento de materia orgánica e inorgánica que se llamaba «yo» era atravesado continuamente por mensajes de los que apenas si se era consciente —si es que llegaba uno a darse cuenta de ellos—, mensajes que se transmitían sin cesar y basándose en los cuales uno actuaba.
El computador, con su enorme biblioteca de datos recogidos de millones de mentes, le había ofrecido un modo de explorar el problema que Bickel había planteado, y era incapaz de resistirse a la tentación.
¿Cuál es el portador de los instintos, y cómo se realiza esa función?
Mientras la discusión entre Bickel y Flattery llegaba a su punto culminante, Prudence tradujo la pregunta en una cinta codificada, la introdujo en la sección del computador de su tablero y activó los controles.
Sabía que era algo más allá de la secuencia de base química, algo que entraba en la zona donde el conocimiento de la estructura proteínica era meramente un código de teorías. Pero si el computador le daba una respuesta susceptible de ser traducida a funciones físicas, sabía que podría explorar todas las implicaciones de esa respuesta experimentando en su propio cuerpo.
—Bickel... ¿qué has hecho? —escuchó preguntar a Flattery.
Prudence apartó los ojos de su consola y vio a Flattery, los hombros tensos como si estuviera a punto de saltar, contemplando fijamente la pantalla. En ella se veía a Bickel y Timberlake, dándoles la espalda, mirando la pared del computador y el amasijo de bloques y ángulos que formaba el Buey.
El zumbido del computador llenó el taller y los paneles del taller, acelerando cada vez más su ritmo. Las agujas de los cuadrantes indicaban un consumo de energía que llegaba prácticamente a los límites de tolerancia del sistema.
25
Debe existir un umbral de conciencia, de tal forma que si lo traspasas adquieres atributos divinos.
Raja Lon Flattery. El Libro de la Nave.
Como si el juego de luces del computador fuera una sugestión hipnótica, todos se quedaron esperando, casi inmóviles. Tanto Bickel como Flattery compartían la misma razón para no moverse... el miedo de que lo que hicieran, fuera lo que fuese, bastaría para destruir la totalidad del sistema. Timberlake permanecía sentado, sudando de miedo ante la sola idea de que las criaturas en hibernación confiadas a su cuidado pudieran verse en peligro por los actos del computador. Solamente Prudence se había quedado paralizada por la culpabilidad.
Se encontró respirando de un modo ronco y espasmódico, agudamente consciente de todos los ruidos mecánicos que se producían, de cada chasquido, zumbido y silbido de las cintas... como si estuviera conectada sensorialmente de modo directo al sistema.
Su mano izquierda voló repentinamente hacia su boca y, de pronto, horrorizada, lo entendió todo: ¡Ahora el sistema del computador pasaba completamente a través del Buey!
—¿Qué has hecho? —repitió Flattery.
—¡Nada! —dijo Bickel sin volverse.
—Quizá deberíamos... —dijo Timberlake.
—¡No te metas! —le respondió bruscamente Bickel.
—Yo lo hice —dijo Prudence, hablando muy bajo—. Introduje una pregunta en el computador.
—¿Qué pregunta? —le dijo Bickel, señalando hacia uno de los grandes diales que había sobre él—. ¡Mira el gasto de energía! Nunca había visto nada parecido.
—Tracé sesenta y ocho pasos secuenciales de configuraciones bioquímicas del cuarto orden. Lo programé como un comparador de isómeros ópticos, como primer paso para intentar detectar dónde y de qué forma llevamos grabados nuestros instintos.
—Ha llegado a los bancos de monitores —dijo Bickel, señalando un nuevo conjunto de luces que acababa de iluminarse en la pared—. Estamos presenciando un refuerzo polivalente de...
—Como un hombre concentrándose en un problema difícil —dijo Timberlake.
Bickel asintió.
La salida de datos que Prudence tenía al lado empezó a sisear a medida que la cinta salía del visor de fotogramas.
Bickel giró en redondo.
—¿Qué estás recibiendo?
Prudence estudió el visor, obligándose a mantener la calma.
—Una respuesta en forma de pirámide. Sólo pedí las cuatro primeras probabilidades. ¡Ha llegado ya al décimo grado! Sí, se trata de los ácidos nucleicos... está metido en la información genética. Pero está explorando todas las posibilidades... los pesos moleculares y...
—Lo está discutiendo contigo —dijo Bickel—. Te está pidiendo tu opinión. Ve cortando para eliminar las posibilidades claramente erróneas a medida que las veas.
Prudence hizo retroceder la cinta en el visor, buscando las secuencias inútiles. Catálisis del hidrógeno... obviamente no. Habría demasiados riesgos de contaminación. Empezó a recortar la cinta de salida y luego, una vez borrado lo inútil, la introdujo nuevamente en el computador.
La salida de datos se calló repentinamente, pero los destellos luminosos en la pared del computador aumentaron de ritmo hasta llegar prácticamente al frenesí. Hubo un nuevo aumento en el gasto de energía, esta vez acompañado de un zumbido claramente audible.
—¿Estás introduciendo un ciclo resonante en el sistema? —preguntó Prudence. Le sorprendía el esfuerzo que debía hacer para que no le temblara la voz.
—Ese pulso es idéntico al de las bobinas de respuestas del Buey —dijo Bickel.
Mientras hablaba, la salida de datos se activó de nuevo con un rápido tableteo. La cinta empezó a entrar en el visor.
Prudence la contempló en silencio.
—Bueno... ¿qué es? —preguntó Bickel.
La cinta se detuvo.
—Tiene que ver con la fosfatasa ácida —dijo Prudence, rompiendo el repentino silencio-... la catálisis de los aminoácidos en las cadenas del ADN.
Hizo la comparación funcional, poniendo en relación los datos de la cinta con los resultados de las pruebas en su propio cuerpo. Adenocromo... si llenaba de OH el espacio vacío en el C5Hn(n)... ¿serviría eso para atravesar la barrera de la sangre cerebral con una dosis que no resultara mortífera?
—Es... ¿es consciente ahora? —musitó Flattery.
Bickel alzó los ojos hacia la pared del computador; de su desfile de luces parpadeantes sólo perduraba el soñoliento mosaico de los indicadores... verde... malva... oro...
—No —dijo Bickel—. Lo único que hemos creado es un computador capaz de autoprogramarse, concentrando todos los datos que le han llegado como informaciones en un problema... y de requerir más datos si éstos se encuentran fuera de sus bancos. Sabía cuando debía empezar a preguntarnos.
—¿Y eso no es ser consciente? —le preguntó Timberlake.
—No del mismo modo en que nosotros lo somos —dijo Bickel—. Debes hacerle una pregunta antes de... antes de que cobre vida.
—Fosfatasa ácida —dijo Prudence en tono pensativo—. ¿Qué sabemos sobre la fosfatasa ácida?
Comprendía que las preguntas que formulaba se referían al lenguaje del ADN, y que tenían una aguda relación con su problema sobre la conciencia. Y anhelaba confiar en los otros, discutiendo abiertamente sus experimentos... pero algo mucho más grave que la preocupación sobre las inhibiciones de sus compañeros le impedía hablar. En cierto modo, había ido demasiado lejos por un camino que debía seguir recorriendo... sola.
—La fosfatasa ácida está ampliamente distribuida por todo el organismo —dijo Flattery.
Se volvió, mirando a Prudence como si la viera por primera vez en toda su vida. Ella lo comprendería, claro... casi al momento. Miró hacia la pantalla, a Timberlake y a Bickel. Quizá fuera necesario explicárselo. Miró nuevamente a Prudence y se dio cuenta de que parecía muy cansada y estaba más delgada que antes.
Prudence hizo un gesto que no se dirigía a nadie en particular. Sus ojos, perdidos en conjeturas, tenían un leve brillo vidrioso.
—La química del organismo, sí... —dijo—. La próstata del macho contiene mucha fosfatasa ácida. Los machos la almacenan en mayor cantidad que las hembras.
¡Testosterona!, pensó. El nivel de hormonas masculinas en el cuerpo se halla directamente relacionado a la posición jerárquica. Bickel tendría el nivel-T más alto de toda la tripulación.
—El tejido corporal requiere un nivel mínimo antes de que una persona pueda despertar —dijo Flattery, hablando lentamente y con gran cautela.
Prudence se irguió de pronto, clavando los ojos en él.
—Una enzima relacionada con la fisiología del sexo y el despertar.
Le dio la espalda con igual brusquedad, pensando: El sexo y el despertar...
- ¿Eso es lo que suprimen las drogas anti-S? —preguntó Bickel.
—No directamente —le contestó Timberlake—. Las A-S operan básicamente sobre la discriminación en el suero de la fenosulfatasa. Inhiben la transferencia y la acción.
Timberlake, especialista en sistema vitales, en biofísica... también él lo comprendería, pensó Flattery. Miró hacia la pantalla y vio a Bickel inmóvil, tan callado y pensativo que le invadió una repentina oleada de piedad hacia él. Algo tan sencillo: el despertar y el sexo están relacionados.
Prudence se había vuelto hacia el gran tablero, y lo contemplaba sin percatarse realmente de él. La nave podría haber empezado en ese mismo instante una serie incontrolada de oscilaciones salvajes, y a ella le habría costado varios segundos el responder. Al mirar a Flattery había visto lo que pensaba, con tanta claridad como si lo llevara escrito en la frente.
La conciencia está unida a la reproducción.
No había duda posible: las dos surgían del mismo manantial genético. La historia las había irrigado con las mismas aguas, transfiriendo las necesidades de una a las de la otra.
Bickel se volvió lentamente, y a través de la pantalla miró el gran autoreloj láser de la sala de mandos, que registraba el paso del tiempo terrestre. Dieciocho semanas, veintiuna horas y veintinueve segundos. Mientras lo contemplaba, el reloj indicó con un chasquido que había pasado otro minuto.
Bickel se dijo que durante la mayor parte de esos minutos transcurridos, la tripulación del Huevo de Lata había estado sometida a las enormes presiones de una nave en peligro. El peligro era real, y en ello no contaba para nada cuál era su origen o lo que se pretendía con él —le bastaba los informes de averías para comprenderlo—; pero las presiones sobre la tripulación habían empezado con la pérdida de los Núcleos Mentales Orgánicos. Todas las presiones habían empezado en el instante en que dejaron de estar protegidos por otra conciencia, como tras un escudo... un modo de proteger a su poseedor de los riesgos y conmociones de lo desconocido. Era una especie de «¡Puedo hacer cualquier cosa!», un grito lanzado al rostro de un universo que amenazaba con todo.
Miró a Flattery, que estaba aún sentado en su litera con la cubierta a medio bajar, percibiendo en la curvatura de sus hombros y la expresión de su rostro un profundo sentimiento de derrota.
¿Por qué acepta con tanta facilidad la derrota?, se preguntó Bickel. Parece casi que la deseara...
La respuesta le vino pisándole los talones a su pregunta: Si has sido programado para la destrucción, llegas a necesitar la destrucción. Como si la viera por primera vez, Bickel se volvió hacia la estructura del Buey, examinando detenidamente sus ángulos, los grupos de bloques y la jungla de las conexiones neurónicas.
Pero... ¡yo he programado esta criatura para la violencia!
Intentando ofrecer una apariencia natural y calmada, Bickel tecleó los controles para un examen rutinario del programa y fue siguiendo una a una las subvenciones. Al ver lo que aparecía en la pantalla se le secó la garganta.
El embrión que había puesto a merced del Buey... estaba muerto. No; esa palabra era demasiado simple para explicar lo que le había sucedido al embrión. Había sido desintegrado, hecho pedazos, reducido a sus moléculas originales. El informe estaba aquí, en los discos y las cintas, delatando igualmente las razones de tal destrucción: ¡La pregunta de Prue!
El embrión había sido sometido a un violento experimento durante la búsqueda de información realizada por el computador. Un experimento violento... e inútil. Estaba seguro de que no debía haberle proporcionado demasiados datos, aparte de algunas de las características más evidentes de la fosfatasa ácida, y quizá datos negativos sobre otros aspectos bioquímicos.
Matará para lograr información, pensó Bickel. Tiene cierta habilidad para aceptar motivaciones... si se las damos.
26
Existe un rasgo del carácter llamado «iniciativa», que va siempre en detrimento de la cautela. Si el equilibrio entre los dos es demasiado rígido, se obtiene la inacción oscilatoria, pero ese acto de equilibrio cabalga siempre sobre la cresta de la ola que forma la conciencia. Todas las criaturas la poseen en cierta forma, pero la manera altamente sofisticada y capaz de manipular símbolos que se da en los seres humanos, debe guardar relación con la respuesta que estamos buscando al problema de la conciencia.
Morgan Hempstead. Conferencias en la Base Lunar.
Prudence se limpió el sudor de la mejilla y se concentró nuevamente en el gran tablero. Durante casi media hora había estado vigilando alternativamente al tablero y a Bickel, y este esfuerzo resultaba agotador.
Bickel, que estaba trabajando con Timberlake en el taller, se encontraba sufriendo claramente un ataque agudo de indecisión, aunque aún no le había dicho nada a los otros. Había ocurrido algo... algo que Bickel se negaba a compartir con el resto de la tripulación. Seguía efectuando los ajustes y refinamientos necesarios en la estructura monstruosa del Buey, pero había algo que le asustaba mucho, haciéndole rebasar todas las precauciones normales.
Uno de los diales en el tablero empezó a encenderse y apagarse con un destello rojizo.
—Acabamos de perder otro sensor —dijo Prudence, examinando el dial-...en 4CtB5K2.
- Pi segunda, cuarto anillo y justo detrás de la capa protectora número cinco —dijo Timberlake—. Eso está demasiado cerca de los tanques de hibernación para mi gusto.
—Lo comprobaré —dijo Flattery, abriendo del todo la cubierta de su litera. Se puso en pie y se colocó el casco en posición, pero sin cerrar los sellos.
—¿Hay algún róbox-R en esa zona? —preguntó Bickel.
—¿Qué más da? —le replicó Flattery—. Para cuando hayamos logrado encontrar uno y rastrear la secuencia de control...
—¿Pensáis comprobar el sensor, sí o no? —les preguntó Timberlake, mirando fijamente a Flattery.
—Ya voy, ya voy —dijo Flattery.
No debo permitir que Tim decida hacerlo, pensó. Necesito una excusa para echarle un vistazo rápido a lo que haya hecho Bickel. Debe tratarse de algo peligroso, que requiriera violencia, porque está a punto de perder el control.
—Raj —dijo Prudence.
Flattery, ya en la escotilla, se volvió a mirarla.
—Esa... esa cosa del taller podría llegar a reproducirse sin necesidad de ayuda nuestra. Cada máquina herramienta, cada mono róbox, cada uno de los músculos y los sensores está programado a través del computador. Una vez se haya realizado la última conexión...
Flattery se humedeció los labios con la lengua y cruzó la escotilla sin contestarle.
¿Por qué demonios se le habrá ocurrido decir eso ahora?, pensó Bickel.
—Siempre tan condenadamente lento —dijo Timberlake—. Tendría que haber ido yo.
Prudence hizo los ajustes precisos en su tablero para poder seguir el avance de Flattery. Miró hacia la pantalla y vio que Bickel tenía los ojos clavados en la escotilla por la que aquél había salido.
Bickel se decía: «Raj odia la idea de que el proceso de la reproducción esté unido a la conciencia. Lo que Prudence le ha dicho debería haberle animado un poco, pero no ha sido así...». Tuvo la sensación de que una catástrofe inminente pendía sobre sus cabezas. «La programación para la destrucción equivale a la necesidad de la destrucción», pensó. «Pero, ¿de qué estoy asustado?», se preguntó. «¿Ha sucedido algo nuevo? ¿Quizás el hecho de que el Buey pueda reproducirse usando los programas de herramientas, y los músculos mecánicos de la nave?»
—Prue, ¿estás siguiendo a Raj? —preguntó.
—Ha cogido un vehículo para reparaciones básicas y dentro de un minuto o dos llegará a la zona de los problemas —dijo ella—. Hice una prueba de continuidad en...
—Es inútil —dijo Bickel—. El problema debe estar en el sensor. La red de continuidad tiene centenares de refuerzos y circuitos alternativos. ¿Dónde está el fallo? ¿En un sensor calórico?
—Múltiple —dijo ella—. Calor-sonido-visión.
—Ese trasto está cerca de los amortiguadores de temperatura que controlan la protección de los tanques de hibernación —murmuró Timberlake—. Está demasiado cerca... ¿Has obtenido desviaciones calóricas en algún otro sensor?
—Nada significativo —dijo ella. Manipuló un control, observando los factores variables de temperatura-peso-sonido en su tablero y los indicadores que iban marcando el avance de Flattery—. Raj, ¿cuánto te falta? —preguntó, accionando otro control.
La voz de Flattery brotó del altavoz superior.
—Un minuto más.
Aguardaron en silencio, oyendo los ruidos que hacía Flattery a través del altavoz conectado. Prudence activó un haz de guía dirigido hacia el sensor averiado cuando Flattery cruzó los escudos acuáticos.
—Los escudos están bien —dijo ella, examinando el tablero.
—Confirmado —dijo Flattery.
Cerró esa última escotilla. Sabía que su acto sería registrado por el tablero de Prudence en la sala de mandos, pero al hacerlo sintió un leve temor. Aunque sólo fuera simbólicamente, se había apartado del núcleo de la nave.
«Arreglaré el sensor, y volveré lo más de prisa que pueda», se dijo. «No les parecerá extraño que pase un momento por los cubículos en el camino de regreso. Debo descubrir qué ha hecho Bickel, pero no puedo permitir que empiece a sospechar».
Flattery se volvió y examinó el lugar. Se encontraba en el bulbo de cruce que servía de núcleo para los tubos de comunicación del casco exterior en el sector. Tenía forma de óvalo para que fuera más resistente, con el eje más corto de unos seis metros y el otro de siete. Orientó sus movimientos guiándose por el débil tirón gravitatorio de la nave.
El sensor estropeado era un tubo que se curvaba a su derecha. Tubo ocho, anillo K. El número encajaba... La avería debía estar en la línea cinco. Contempló el metal de un color gris pálido iluminado por la fría luz, y distinguió un haz verdoso que terminaba en el tubo.
Prue se acordó de conectar el haz de guía, se dijo.
Con la herramienta en la mano izquierda, dio un salto hacia el tubo y se agarró a la escalerilla de acceso. Empujó la herramienta ante él y colocó sus sensores sobre la guía, conectando luego la energía para hacerla entrar en el tubo.
El esfínter automático se cerró detrás de él. Se acordó de Anderson, estrangulado por un esfínter fuera de control... pero, naturalmente, eso ya no era un problema, con todos los NMO muertos. El hecho de que un miembro de la tripulación hubiera debido venir aquí para hacer la reparación indicaba que los peligros eran de otra clase.
—¿Algo va mal? —dijo Prudence, su voz inundando el casco de Flattery.
«Se ha dado cuenta de que los indicadores dejan de funcionar aquí», pensó. El que ella estuviera tan atenta a sus movimientos —o a la falta de ellos— le hacía sentirse un poco más tranquilo.
—Nada; sólo estoy tomando precauciones.
—¿Quieres que Tim vaya a echarte una mano? —le preguntó Prudence.
—¡No hace falta que nadie me eche una mano! —gritó Flattery, extrañándose él mismo ante su repentino estallido de ira.
—Estás en la Estación Dos —dijo Prudence—. En la Dos hay video. Compruébalo.
Flattery alzó los ojos hacia el anillo de sensores del tubo, encontró uno con un círculo amarillo —indicando que permitía contacto visual— y agitó la mano al pasar ante él.
La guía del róbox se iba curvando por el lado del tubo, dando un rodeo para evitar el siguiente cierre automático. Flattery lo cruzó, y miró hacia atrás a tiempo de ver cómo las planchas transparentes se cerraban a sus espaldas. Qué lejos le parecía estar del núcleo de la nave...
Miró nuevamente hacia delante, dejando que la unidad róbox de la herramienta tirara de él con su débil gruñido silbante. Se sentía cada vez más oprimido por la soledad.
Con un NMO en el control se habría podido enviar un róbox de reparaciones automático para que se encargara de esa pequeña avería. La movilidad, ése era el problema. Allí donde había instaladas unidades automáticas de reparaciones fijas —el casco exterior y las grandes escotillas de los mamparos, los sistemas protectores y las barreras que guardaban la integridad del núcleo—, la nave era capaz de cuidarse a sí misma con muy poca ayuda de la tripulación. Pero bastaba con un pequeño problema como éste, en el que se necesitaba movilidad y un factor capaz de tomar decisiones, para que algún miembro de la tripulación debiera correr el riesgo.
Flattery maldijo a los diseñadores del Huevo de Lata, odiándoles ferozmente. Sabía porqué habían obrado de ese modo: «incremento planeado de frustración», así era como le llamaban. Magnífico... mientras que los diseñadores no tuvieran que experimentar esa frustración... o quizá la muerte.
Se encontraba ya en la Estación Cuatro, aproximándose a la Cinco.
—Tengo delante la Estación cinco —dijo—. ¡Eh!
Desconectó la energía del róbox y, sujetándose del anillo de la estación, miró hacia el arco de sensores que tenía arriba. Un agujero de bordes pulidos y brillantes, lleno de la espuma grisácea del coagulante, ocupaba el lugar donde se había encontrado el multisensor. Los anillos amarillo-verde-rojo del tubo alrededor del agujero seguían intactos. Examinó el resto del tubo y los otros sensores: aparentemente, todos funcionaban.
Flattery pensó entonces en la isla de Puget Sound... los sensores que desaparecían misteriosamente... las bajas inexplicadas en el personal. Sintió que los hombros se le cubrían de un sudor frío.
—¿Algo que informar? —dijo la voz de Prudence en el interior de su casco.
Flattery bajó el volumen.
—El multisensor parece haber sido amputado, no sé cómo. Ha desaparecido. El agujero está lleno de espuma.
—En esa zona no hay automáticos de espuma —dijo Prudence.
—¡Pues ese hoyo está lleno, maldición! —dijo Flattery, incapaz de dominar su enfado.
—John, registro una demanda de energía en el tablero del computador —dijo de pronto Prudence—. ¿Estás haciendo algo?
—Nada —dijo Bickel.
Flattery volvió la cabeza dentro del casco. La voz de Bickel le había llegado débilmente, como en un enlace a través de la sala de mandos... ¡Actividad en el computador! Trató de moverse con calma: primero buscó un sensor de repuesto en el compartimiento de piezas del róbox y lo comprobó. El sensor tendría unos cinco centímetros de diámetro y contenía un detector termal, las acostumbradas lentes de video —que parecían diminutas joyas brillantes engastadas en él— y tres pequeños orificios con rejilla que conducían hasta la membrana de la unidad de audio.
Por el rabillo del ojo, Flattery percibió un movimiento en lo alto del tubo. Se irguió de golpe, golpeándose la cabeza en el interior del casco, y miró hacia la Estación Seis.
Un róbox-R con sus extensores de herramientas pegados a los lados avanzaba por la guía hacia él. Parecía fuera de control, primero acelerando y luego frenando. Su primer pensamiento fue que Prudence había logrado encontrar los controles de un róbox en la zona y estaba maniobrando el aparato desde su tablero. El poco control que se podía ejercer desde la sala de mandos sobre los róbox explicaría lo errático de su comportamiento.
—Prue, ¿has hecho venir otro róbox? —le preguntó Flattery.
—No. ¿Por qué?
—Hay un róbox-R que se aproxima a la estación —dijo.
Mientras la observaba, la unidad perdió por unos segundos la guía y luego volvió a colocarse sobre ella.
—¡Es imposible! En mi tablero no aparece nada.
La unidad se detuvo antes de cruzar el anillo de sensores que la separaba de Flattery. Extendió un punzón hacia el agujero cubierto de espuma y luego lo retiró.
—¿Quién controla esa cosa? —preguntó Flattery.
—Nadie de aquí —dijo Prudence—, y veo tanto a Tim como a John. No son ellos.
—¿Sigues registrando gasto de energía en el computador? —musitó Flattery.
—Sí.
—¿Está... está el Buey activado? —preguntó Flattery.
—Sólo los circuitos originales —dijo Bickel—. Por medio del AyT. Las nuevas unidades aumentadas aún no están con todas las conexiones.
—No puede haber otro róbox en esa zona —insistió Prudence—. No hemos puesto ninguno de esos malditos trastos en control automático, y en mi tablero no se ve nada. A los controles remotos les haría falta como mínimo un día y medio para...
—Lo tengo justo delante —dijo Flattery.
Lo observó con fascinación, viendo cómo un brazo-herramienta se extendía con una cuenca de sensor vacía hacia el agujero cubierto de espuma, retirándose luego. Después le tocó el turno a un brazo garra, que tanteó la espuma y retrocedió con una celeridad que dejó atónito a Flattery.
—¿Qué está haciendo? —le preguntó Prudence.
—No estoy seguro. Parece que está inspeccionando la avería. Tiene las lentes vueltas hacia el agujero, y actúa como si no lograra decidir qué herramienta debe usar.
- ¿Qué es lo que no puede decidir? —era Timberlake, su voz algo débil sonando por el enlace de la sala de mandos al taller.
—Intenta arreglar tú el sensor —dijo Bickel.
Flattery tragó saliva, sintiendo la garganta reseca. Alzó un medidor con un ojo guía, sacado de su propio róbox, y lo introdujo en el agujero cubierto de espuma, buscando las conexiones del conducto.
Al instante una especie de látigo flexible brotó del otro róbox, cogiéndole por el brazo y apartándoselo bruscamente. Flattery sintió una feroz punzada de dolor en el brazo, y dejó caer la herramienta con un grito.
—¿Qué ocurre? —preguntó Prudence.
El látigo se desenroscó lentamente, liberando su brazo.
—Esa cosa me cogió —dijo Flattery, con la voz temblorosa por el miedo y la sorpresa—. Usó su sonda de circuitos... para cogerme el brazo.
—¿No te deja hacer la reparación? —era Bickel, su voz sonando alta y clara en el sistema del casco, lo cual indicaba que había conectado el circuito de mando en el taller.
—Parece que no —dijo Flattery. Y se preguntó: ¿Porqué ninguno de nosotros dice en voz alta lo qué está pasando? ¿Por qué negarnos a admitir lo obvio?
Como si hubiera llegado bruscamente a una decisión, el otro róbox extendió un brazo-garra, tomó el sensor de repuesto que Flattery tenía en la mano izquierda y lo encajó en la cuenca. Otro brazo-garra tomó el medidor y lo insertó en las conexiones de su sonda para circuitos.
—¿Qué está haciendo ahora? —preguntó Bickel.
—Está haciendo la reparación —dijo Flattery.
El medidor emergió del agujero tras haber localizado las conexiones del sensor.
—John, ¿qué lees en tus registros? —preguntó Prudence.
—Una leve oscilación en los bancos de servomecanismos —dijo Bickel—. Muy débil. Es algo así como el eco cíclico de una corriente de prueba. ¿Sigues registrando demandas de energía ahí? Aquí no veo ninguna...
—Hay un flujo de energía principal al computador. Deberías registrarlo.
—Negativo —dijo Bickel.
—Acaba de meter la nueva cuenca con el sensor dentro, en el agujero —dijo Flattery.
—¿Trajo los repuestos correctos? —preguntó Bickel.
—Cogió mi sensor de repuesto —dijo Flattery.
—¿Se limitó a cogértelo? —preguntó Prudence.
—Eso es.
—Prue, la oscilación es más fuerte —dijo Bickel—. ¿Estás segura de que no la causa nada de tu tablero?
Ella examinó la consola.
—Nada.
—Ha terminado el trabajo —dijo Flattery—. ¿Qué ves en el gran tablero, Prue?
—El sensor está en servicio —dijo ella—. Te veo a ti y... a esa cosa.
—Raj, intenta tocar el nuevo sensor —dijo Bickel.
—Esa maldita cosa estuvo a punto de arrancarme el brazo la última vez que probé —protestó Flattery.
—Usa una herramienta —dijo Bickel—. Algo largo... Debes tener ahí una sonda telescópica de radiaciones.
Flattery buscó en el compartimiento de su róbox y extrajo la sonda. La alargó hasta el máximo y tocó con ella el sensor.
El otro róbox lanzó nuevamente su extensión en forma de látigo. Una feroz sacudida y Flattery, con los ojos desorbitados, contempló el muñón metálico de la sonda que tenía entre los dedos. El extremo amputado derivó hacia la parte superior del tubo, dando rebotes a causa de la fuerza del golpe.
—¡Jesús! —era Timberlake, con lo cual Flattery supo que la pantalla del taller había sido conectada al circuito, y que ahora le estaban viendo. Tragó saliva.
—Si hubiera sido mi brazo... —dijo con voz ronca y temblorosa.
Miró al otro róbox: se había quedado inmóvil, con sus lentes apuntándole.
Estamos jugando con fuego, pensó Flattery. No sabemos qué está guiando a ese róbox. Podría ser un programa de reparaciones que hemos activado por accidente. Podría ser algo que los diseñadores del Huevo de Lata incorporaron a la nave.
—Será mejor que salgas de ahí, Raj —dijo Prudence.
—¡No, espera! —dijo Bickel—. Raj, no te muevas... ¿me has oído?
—Te he oído —dijo Flattery, aún mirando al róbox, consciente de que esa cosa podía partirle en dos con sólo otro golpe de su sonda para circuitos.
Por los micrófonos del casco, Flattery oyó ruido lejano de movimientos.
—Debería tener visible aquí a todo el computador —dijo Bickel—, pero no puedo encontrar a ese maldito róbox en ningún lugar de mi tablero. Ni siquiera hay un pulso de resonancia en alguna bobina que me permita suponer cuál es su fuente de control.
—No puedo quedarme aquí eternamente —murmuró Flattery.
—Prue, ¿qué ves en los medidores? —preguntó Bickel.
—Sigue la demanda de energía... y esa oscilación.
—Raj lleva fuera de los escudos dieciséis minutos —dijo Timberlake—. Prue, ¿qué nivel de tolerancia a la radiación tiene esa zona?
Prudence comparó las líneas de la tabla con el indicador temporal de su tablero y leyó la diferencia.
—Debería estar de vuelta dentro de treinta y ocho minutos.
Un movimiento en lo alto del tubo atrajo la atención de Flattery. Era el trozo amputado de la sonda de radiación, que había llegado al extremo máximo de su curva inercial y ahora empezaba a caer nuevamente hacia el centro de gravedad, en el núcleo de la nave. Cuando el pedazo de la sonda pasó junto al otro róbox, la punta de uno de sus brazos sensores (pero solamente la punta) se volvió para registrar su curso.
Esa mínima actividad, esa vigilancia, le inspiró a Flattery un pavor mucho más grande que si el róbox hubiera atacado salvajemente el pedazo de sonda para destruirlo. Parecía que el róbox estuviera aguardando algo y, mientras tanto, aprovechara para recoger toda la información posible, por mínima que fuera.
—Raj —era la voz de Bickel.
—¿Sí?
—¿Hay alguna información en el computador, en algún sitio... una alusión, por leve que sea, a que tú pudieras llegar a destruirlo?
¿Me ha enviado aquí para atraparme, obligándome a responderle?, pensó Flattery. Pero el miedo que había en la voz de Bickel excluía tal posibilidad.
—¿Por qué? —le preguntó a su vez Flattery.
Bickel tosió levemente y luego le habló de la violencia que había programado con el embrión de vaca como objeto, y del destructivo experimento realizado.
—Raj, estaba programado para llenar los huecos de su información, y en eso no le impuse ningún factor limitativo. La violencia prueba que no se detendrá ante nada con tal de mantener su propia integridad. Si tú representaras algún tipo de amenaza para él...
—¿Intentas decir que es consciente? —preguntó Prudence.
—No del modo en que nosotros lo somos —dijo Bickel—. Es consciente igual que un animal: sabe que existe, y dentro de sus impulsos hay por lo menos uno que podemos reconocer fácilmente: la autoconservación.
—Raj, contesta a la pregunta —dijo Prudence.
«Ella ya conoce la respuesta», pensó Flattery, leyéndolo en su voz. «¿Por qué no lo hace ella por mí?»
—Es posible que el computador contenga tal información —dijo Flattery.
Y pensó: «¡Estoy atrapado! Debo volver al cubículo y destruir esta nave; ya está fuera de todo control. Pero si me muevo, esa cosa me matará...»
Miró al róbox, el artefacto que le daba movilidad al computador: había miles de unidades róbox con funciones especializadas repartidas por toda la nave —él tenía una ahora mismo bajo las manos—, y si pasaban a funcionar de modo automático, siendo sintonizadas a un programa de control... y si una conciencia estaba allí para dirigirlas, eran lo que le daría al Buey/Computador sus gónadas y ovarios, además de las herramientas conectadas al computador.
—¿Reaccionará con violencia si Raj intenta moverse? —preguntó Prudence.
Silencio.
—¿Qué piensas de ello, Bick? —le preguntó Timberlake.
—Es muy probable —dijo Bickel—. Ya viste cómo actuó cuando intentó tocar ese sensor.
—¿Cómo reaccionarías tú si alguien te metiera el dedo en el ojo? —le preguntó Timberlake.
—Se está acercando a mí —dijo Flattery, sintiendo un leve y ridículo orgullo al oír lo tranquila que sonaba su voz.
—No te muevas —dijo Bickel—. ¡Tim! Coge un soplete y...
—Voy para allá —dijo Timberlake.
—Raj... Creo que tu única esperanza es hacerte el muerto, permanecer absolutamente inmóvil —dijo Bickel.
La punta de un sensor se encontraba ahora ante los ojos de Flattery. Por un fugaz segundo, se encontró mirando en su interior, a sus amenazadores destellos rojoamarillentos. El sensor se retiró y el róbox retrocedió medio metro, quedando de tal modo que casi tocaba al róbox de Flattery.
—Suéltalo —murmuró Bickel.
Flattery vio que sus nudillos se habían vuelto blancos de tanto apretar la barra de control de su róbox. Lentamente, fue aflojando los dedos.
—La gravedad te irá haciendo bajar por el tubo —dijo Bickel en un susurro—. No hagas nada, limítate a seguir con el cuerpo relajado...
Al principio el movimiento apenas era perceptible.
—Las escotillas automáticas son parte del sistema central —era Prue—. ¿Y si no...?
No llegó a completar su pregunta, pero estaba claro que también ella recordaba cómo aquel esfínter fuera de control había aplastado el cuello de Anderson.
Flattery empezaba a percibir claramente que se movía. Las dos unidades róbox iban quedando cada vez más lejos, aunque el extremo del sensor seguía apuntando en su dirección.
Cruzó la primera escotilla. ¡Se había abierto! Pero las planchas transparentes de la escotilla continuaron abiertas después de que las cruzó..., y el róbox empezó a seguirle, primero con cierta vacilación, luego cada vez más deprisa.
La alarma del AyT resonó en el casco de Flattery, transmitida por la red desde la sala de mandos.
—¡Oh, Jesús! —era Prudence.
—¿Estaba abierto el transductor? —Bickel.
—El mensaje está ya en el sistema —dijo Prudence—. Lo habíamos dejado en automático.
—Tim, ¿dónde estás? —le preguntó Bickel.
—En el eje de las escotillas —dijo Timberlake.
—Prue, coge el mensaje —dijo Bickel—. Visión.
Chasquido de relés a medida que Prue pasaba los controles del AyT a la sala de mandos.
—Breve y amable —acabó diciendo—. Hempstead nos dice que dejemos de ignorar las comunicaciones. Orden de volver absolutamente clara y perentoria. Lo ha expresado de un modo algo raro: «Ésta es una orden arbitraria de retroceso».
—Pues ya sabe lo que puede hacer con su orden arbitraria de retroceso —dijo Bickel.
Al oír la voz de Prudence, Flattery sintió que un gran frío le invadía, como si un anillo de agua helada le oprimiera el pecho. «Orden arbitraria de retroceso»... Ésa era la orden en código que tanto había temido y que, al mismo tiempo, casi había llegado a desear: la orden de matar la nave.
27
Tú, creador mío, serías capaz de hacerme pedazos y con ello sentirías haber triunfado; acuérdate de eso, y luego dime la razón de que yo debiera sentir por el hombre más piedad de la que él siente por mí... No dirías que con eso cometieras un crimen... No llamarías asesinato a despedazar mi cuerpo, que es la obra de tus propias manos.
Palabras del monstruo de Frankenstein.
Mientras Timberlake avanzaba hacia Flattery por los pasillos de acceso, Bickel examinó atentamente los aparatos del taller, buscando una pista del extraño comportamiento que acababa de ver en el sistema del computador. Cada destello de una luz, cada variación en un dial, todos los leves ajustes de un relé o la aguja de un instrumento... todo le daba miedo. Las luces de los controles parecían ojos que le observaban fijamente.
Intentando calmar sus propios miedos y, a la vez, los de Flattery, empezó a hablar:
—Raj, ¿has hecho algo que suponga una auténtica amenaza para el sistema del computador?
—Al contrario. He intentado... he intentado trazar un programa emocional que...
—¿Haciendo que se preocupe de nosotros?
—Sí. Pero no llegué a insertarlo en forma de programa.
Prudence se metió en su conversación:
—Creo que todo lo que hagas en la nave acaba llegando al sistema del computador.
—Estoy de acuerdo —dijo Bickel—. ¿Qué hiciste exactamente?
—Intenté demostrarle... demostrarle que él me importaba.
—Puede que eso te haya mantenido vivo —dijo Bickel; examinó nuevamente los paneles del taller y no vio en ellos ni la menor indicación. ¡Nada!
Flattery seguía pensando incesantemente en la orden llegada de la Base Lunar: Orden de retroceso arbitrario. Era como si le hubieran inyectado agua en las venas. «¡Mata la nave! ¡Mata la nave!». Era como un sonsonete que se repitiera una y otra vez en su mente. «Una orden hipnótica implantada a gran profundidad», pensó.
Pero no lograba encontrar la fuerza necesaria para resistir. Los argumentos racionales a favor de la existencia del fusible de seguridad eran demasiado aplastantes. El destino de toda la humanidad era más importante que el de un hombre... o el de una nave.
Sentía que su cuerpo se debatía en una agonía de indecisión. Se encontraba más allá de los escudos del núcleo. Había sido condicionado para aceptar esa orden y llevarla a cabo, sacrificando su propia persona para proteger a la raza; y al llegar a este punto no podía dejar que su mente se viera enturbiada por el fanatismo. Sabía los peligros que representaba para la raza humana una conciencia mecánica fuera de control, a la que nadie podría...
Lanzó un grito al sentir que algo le aferraba la pierna.
—Soy yo, Raj.
La voz de Timberlake, surgiendo por los altavoces del casco de Flattery. Necesitó unos segundos para aceptar emocionalmente que se trataba de él. El corazón le seguía latiendo con fuerza cuando Timberlake, casi tirando de él, le hizo rebasar el siguiente anillo de sensores.
Su némesis mecánica aumentó la velocidad, manteniendo una distancia de unos tres metros.
—¿Lo quemo? —musitó Timberlake.
—No hagas nada hostil —dijo Flattery.
Vio que estaban llegando a los confines del eje de escotillas. Timberlake le soltó el tobillo y Flattery sintió el roce del mecanismo en su pierna al abrirse la compuerta interior.
—Ahí vamos —dijo Timberlake, dándole un suave empujón a Flattery para entrar los dos flotando en el eje de las escotillas.
Una compuerta apareció ante Flattery y él la aferró, sintiendo el tirón de la inercia al detener bruscamente su movimiento. El róbox que les seguía se había detenido en la salida del túnel que había sobre ellos, pero seguía apuntándoles con su sensor. Timberlake se puso frente a él, cubriéndole, y Flattery retrocedió por el ángulo del protector de la escotilla, seguido luego por Timberlake. La escotilla estaba cerrada. Timberlake luchó unos instantes con los seguros y se dio la vuelta.
Flattery fue hasta la otra escotilla, respirando con un poco más de facilidad ahora que se encontraban detrás de los escudos y con una escotilla entre ellos y el róbox. Tomó entre sus manos los cerrojos y tiró de ellos.
Pero los cerrojos no se abrieron.
Apretó con más fuerza. Y los cerrojos siguieron inmóviles.
—Venga, venga... —dijo Timberlake, uniendo sus esfuerzos a los de Flattery.
Pero la escotilla permaneció inmóvil, como si los cerrojos estuvieran cubiertos de hielo.
Flattery y Timberlake se miraron. Estaban tan cerca uno del otro que los visores de sus cascos prácticamente se tocaban. Flattery sentía las manos viscosas a causa del sudor. Le pareció oler dentro de su traje el peculiar aroma del miedo.
—Tendremos... tendremos que probar la otra escotilla —dijo Flattery.
Timberlake asintió, y con una patada se impulsó hasta el protector y la escotilla que acababan de asegurar. Flattery vio cómo los hombros de Timberlake se hinchaban a causa del esfuerzo mientras intentaba abrir de nuevo la escotilla.
Pero también ésta había sido bloqueada.
Timberlake se dejó caer junto a él y conectó el interruptor interior del circuito de mando.
—John...
—John se encuentra temporalmente fuera del circuito —dijo Prudence—. Estáis fuera de peligro... al menos de momento, ¿verdad?
Timberlake, con frases cortantes y lacónicas, le contó cual era su situación.
—¿Estáis atrapados? —dijo ella—. ¿Cómo es posible?
—Algo ha obstruido las escotillas —dijo Flattery—. ¿Por qué está John fuera del circuito?
—Oh... —hizo una pausa—. Dejó su casco... ahí abajo. Se lo quitó de un tirón, desconectándolo, cogió un montón de aparatos y se fue corriendo hacia los cubículos.
—¡Mira tus sensores! ¿Dónde está ahora? —le preguntó Flattery de modo apremiante.
Un instante de silencio. Luego:
—En tú cubículo, Raj. No lo entiendo...
—¿Qué aparatos cogió? —le preguntó Timberlake.
—Un poco de todo —dijo ella—, pero casi todo era de ese grupo de instrumentos en el que él y Tim estaban trabajando... el que había bajo el banco.
En mi cubículo, pensó Flattery. ¡A nuestro «órgano de análisis» no se le escapa nada!
—Tim, tu soplete —dijo Flattery, señalando con la mano hacia la herramienta que Timberlake llevaba colgando de la cintura.
Timberlake negó con la cabeza.
—Hace un minuto dijiste que no debíamos hacer nada hostil...
—¡Dame el soplete!
—No, Raj... No, amigo. Sabes tan bien como yo cuál es la causa de que la escotilla esté bloqueada: otra unidad róbox... o dos, o cuatro... o cincuenta. Acertaste la primera vez. Deja que Bickel...
—¿No sabes lo que está haciendo Bickel? —le preguntó Flattery, sin intentar ocultar la desesperación que sentía.
—Lo sé tan bien como tú, Raj. Yo monté la mayor parte del equipo que llevó, siguiendo sus planos. Se trata de un generador de campo, sincronizado con otro de impulsos eléctricos. También hay una conexión para la unidad de retroalimentación encefalográfica... Él lo llama un «hombre amplificado».
—Caja blanca... caja negra —dijo Flattery—. Debemos detenerle.
—¿Por qué?
—Destrozará el computador.
—No podrá con ese computador.
Bickel le ha contagiado su cinismo, pensó Flattery.
—Pues entonces se suicidará.
—Eso sería problema suyo... pero no creo que lo haga.
—¡Cuando la corriente lo atraviese, el espasmo muscular le romperá todos los huesos del cuerpo! Es un modo horrible de morir.
—Quizá pasaría eso, si estuviera conectado directamente al computador —dijo Timberlake—. Pero no lo estará. Va a recibir el impulso a través del campo del generador... Atenuado, protegido de él.
—¿Sabes lo que hay en mi cubículo? —le preguntó Flattery.
—Algún tipo de artefacto camuflado —dijo Timberlake—. Vi las lecturas de los medidores.
—Es un clasificador de campos —dijo Flattery—. Está conectado al computador, directamente a la salida de datos. Si Bickel utiliza esos circuitos...
—Lo hará. Ahora, siéntate y quédate quietecito. Es nuestra única oportunidad.
Flattery la miró fijamente.
—Si Bickel deja libre a este monstruo mecánico, ¡puede que acabe destruyendo la Tierra!
—Oh, vamos, ¿por qué no pruebas a contarme historias de fantasmas para variar? —le dijo Timberlake.
—No tengo tiempo para contártelo todo. ¡Este monstruo debe ser detenido! Has de aceptar mi palabra.
—Estás chalado —dijo Timberlake, pero Flattery se dio cuenta de que sus argumentos habían llegado a lo más hondo de las inhibiciones implantadas en el ingeniero de sistemas vitales.
—Tú eres ingeniero —dijo Flattery—. Eres un estructuralista. ¿Sabes cuál es el razonamiento de Bickel?
—¿Dónde quieres ir a parar?
—Sus argumentos parten de la estructura interna del cuerpo humano —dijo Flattery, hablando con la rapidez que es fruto de la desesperación—. La estructura es vital para los orígenes del mecanismo: los dientes, los músculos de la mandíbula, el sistema digestivo, etcétera. Las pruebas afirman que los seres humanos descendemos de los carnívoros... y él insiste en que para un carnívoro es absolutamente necesario el instinto asesino.
—¿Me estás diciendo que el instinto de matar es necesario como preliminar a todo tipo de conciencia?
—¡Es Bickel quien lo dice, no yo!
—¿Por qué estás tan seguro de eso?
—¡Sus acciones no permiten la menor duda al respecto!
—Ahhhh... Todo esto son invenciones tuyas.
—Dame el soplete —dijo Flattery.
—No —le replicó Timberlake, sacudiendo la cabeza.
—Voy a obtener ese soplete, aunque para ello me haga falta matarte —dijo Flattery, avanzando lentamente hacia Timberlake.
—Prue, ¿has oído lo que dice este loco? —preguntó Timberlake, dando un paso hacia atrás.
El circuito de mando permaneció silencioso.
—¿Prue?
Flattery se irguió de golpe, sintiendo sus propias palabras resonar en su mente: «aunque para ello me haga falta matarte». De pronto tuvo la sensación de que le habían acorralado, hasta no dejarle otra salida.
¿El instinto de matar?, se preguntó.
—¡Prue! —gritó Timberlake, añadiendo luego— ¡Raj, basta ya! ¡Prue no contesta!
Flattery había retrocedido unos pasos. Sentía náuseas y un frío intenso, y le temblaban las piernas y los hombros. Ideas a medio formar cruzaban velozmente los bordes de su mente consciente.
Estoy huyendo de algo, pensó. Estoy tratando de no pensar en algo... algo que... me da... miedo...
—Raj, ¿qué te sucede? —le preguntó Timberlake, con una repentina preocupación en la voz.
Flattery extendió la mano y logró agarrarse a una abrazadera, con el tiempo justo para no derrumbarse. Cerró los ojos, y conjuró en su mente la imagen del gráfico sagrado que guardaba en su cubículo... proyectando en sus párpados el campo de serenidad, con los rostros sagrados que sugería y la sobreimpresión dinámica, que combinaba los símbolos religiosos sobre los que los hombres habían vertido su fe y sus anhelos a través de eones de evolución.
Aquellos que confían en el Señor verán sus fuerzas renovadas, se dijo Flattery. Señor, que esas fuerzas se vean transformadas en la renovación de nuestras mentes. Déjanos compartir Tu luz.
La letanía pareció suspenderse sobre su conciencia, enfocando extrañamente la palabra «mentes», y la imagen mental que Flattery tenía del gráfico sagrado cobró movimiento. El campo de serenidad y los símbolos sagrados se disolvieron en un torbellino de átomos de los que surgió una nueva imagen, como el perfil de un enorme río junto con su cauce.
Flattery abrió los ojos para descubrir el interior de la ratonera metálica que compartía con Timberlake bañado en un resplandor dorado, tan deslumbrante como suave. Timberlake no parecía darse cuenta del resplandor, congelado en algún instante de intimidad imposible de compartir.
Y Flattery se encontró arrastrado por esa maravillosa revelación... un río enorme y un cauce descomunal.
Todos los hombres somos parte de la corriente total, pensó. Todos somos sus afluentes... y nuestras mentes son afluentes de ella, incluso nuestros pensamientos más secretos. Cada modelo y ritmo del universo contribuye al todo... Algunos fluyen como arroyos de montaña, otros como hilillos de rocío. Toda estructura existente es una expresión de la misma ley.
Se dio cuenta de que la imagen poseía la calidad de un holograma. Todos los elementos esenciales del todo se hallaban contenidos en la más pequeña de las partes. A partir de un grano de arena era posible proyectar el universo, y quizás esa fuera la ley más elemental del cosmos.
La ley era como un hilo palpitante que podía experimentar, pero que le era imposible expresar de modo articulado. La sencillez se convertía en una nueva complejidad, y esa complejidad redundaba de nuevo en una mayor sencillez que se fragmentaba, convirtiéndose en una complejidad aún mayor, y que a su vez producía una sencillez todavía más grande...
Podía sentirla en el tacto del traje sobre su piel, en el aire filtrado que penetraba en sus pulmones, en cada una de sus impresiones sensoriales...
¡Qué limpia y peculiar era esa ducha de moléculas que llovía sobre su persona, y sobre el lugar que él ocupaba en ese modelo eternamente en movimiento!
—Te doy gracias, Señor, por esta iluminación —murmuró.
Y Flattery se quedó inmóvil, bañado por ese estado de conciencia supraliminal, y con los ojos clavados en Timberlake. Timberlake le parecía... como si estuviera muerto. Se movía, sí, pero los ojos que aparecían detrás de su visor eran como las cuencas vacías de una calavera. Cada movimiento tenía la rígida cualidad de las articulaciones de un esqueleto.
Al recordar a Prudence y Bickel, Flattery tuvo la impresión de que compartían esa muerte en vida: no había alma en sus ojos. Sus pechos alentaban con cada respiración, pero la trabajosa irregularidad de ese movimiento contenía siempre el mismo ritmo —distinto sólo en grado—, igual al aliento de un enfermo a punto de morir, a la respiración de una persona agonizante que ha sido preservada más allá del límite natural de su vida mediante mecanismos y medios artificiales.
Estamos condenados, pensó Flattery. Señor, ¿por qué me has dado Tu iluminación sólo para mostrarme esto?
El Timberlake que parecía un esqueleto, y las imágenes de los muertos vivos que cruzaban sus recuerdos, llenaron a Flattery de ira. Logró apoyarse trabajosamente en la compuerta y aulló:
—¡Estáis muertos! ¡Zombis! ¡Ya estáis muertos! ¡Zombis!
Su rabia desapareció tan rápido como había llegado, y se encontró de pronto llorando en silencio. La iluminación que había sentido se esfumó: había inundado su ser durante un latido de su corazón, y se había esfumado en la décima parte de ese tiempo. La luz dorada se desvaneció, y el plastiacero que les rodeaba, la trampa que les encerraba a él y a Timberlake, fue sólo eso... una estancia de muros demasiado sólidos y de tamaño excesivamente reducido, bañada por luces heladas. El aire que le proporcionaba su traje estaba demasiado cargado por los omnipresentes hedores del reciclaje.
—Raj, debes controlarte —estaba diciendo Timberlake.
Pero es Dios quien nos controla, pensó Flattery. Y Dios me ha dicho lo que debo hacer. Me permitió sufrir una experiencia religiosa en la que pude ver nuestro destino y, al aceptarlo, hallar el modo de cumplir con él...
Timberlake aspiró una honda bocanada de aire, sintiendo cierta opresión en el pecho. Tenía una leve sensación de malestar, debida al miedo que le causaba su indefensión y la histeria cercana al pánico que había observado en Flattery. Tanto él como Flattery estaban ahora tan atrapados como lo había estado el embrión de vaca.
Pensó en ese embrión indefenso que se encontraba en la sección Holstein de los tanques de hibernación, dedicados a los animales de granja; un pedazo de protoplasma conectado con su propio código a los sistemas vitales. Se trataba de un ser único, dotado de identidad propia, y Timberlake tuvo por unos segundos la impresión de que había conocido a ese animal en particular, de que podía proyectar en el futuro su partido potencial hasta verlo pastando la hierba y cumpliendo sus funciones naturales como productor de energía.
Todo ese potencial natural había sido sacrificado, convirtiéndose en meras unidades de excitación cerebral en el desarrollo de una conciencia mecánica. Cualquier otra función de esas posibilidades había sido destruida en el instante de esa hecatombe deliberada. Se había convertido en una mera imagen sensorial —algo irreal que se perdía en el pasado—, en tanto que sus átomos se disipaban en el vacío temporal. A partir de ese instante de muerte, ya no podía existir nada individual, privado o único.
Timberlake tragó saliva. Tenía la garganta dolorida, como si la angustia y el dolor que había imaginado le pertenecieran, y supo que tal sentimiento hundía sus raíces en su entrenamiento como ingeniero de sistemas vitales y en sus inhibiciones como encargado de preservar la vida. Sacudió la cabeza, intentando librarse de tanta confusión.
Era una criatura por nacer, un animal, se dijo. No era realmente un ser vivo, tal y como pensamos en ellos. La complejidad física de esa criatura muerta era enorme, pero jamás habría llegado a ser consciente tal y como nosotros lo somos, aunque hubiera llegado al término de su vida normal.
Qué hueco le parecía ese argumento, mientras resonaba silenciosamente en su cerebro.
Flattery ya no gritaba. Permanecía inmóvil, aferrando una abrazadera, con los ojos extraviados visibles a través de su placa facial.
—Raj, cálmate —dijo Timberlake, hablando en voz muy baja, como si intentara tranquilizar a un niño herido. Luego, en voz más alta, añadió—. ¿Prue?
Siguió sin obtener respuesta. «Puede que esté demasiado ocupada para responderme», pensó Timberlake; a sus oídos llegó el suave burbujeo y zumbido del traje, como reafirmando su posición. Prue no contestaba... y las razones de ello eran desconocidas. Bickel se había ido a los cubículos, obviamente decidido a completar el paso de la caja blanca a la caja negra previsto en su teoría, transfiriendo sus modelos de conciencia a la caja blanca formada por el Buey/Computador.
¿Sería entonces el Buey igual que Bickel? No... era imposible.
Timberlake sintió de pronto que había rebasado un obstáculo de importancia vital, que se interponía entre él y su relación personal mente-cerebro-cuerpo. Tuvo la sensación de haber entrado en un territorio nuevo que aún debía identificar.
Vio que Flattery parecía al borde del colapso, como resultado de haberse visto sometido a excesivas demandas de energía física y emocional. Ese hombre había sufrido una experiencia infernal en el tubo. Mientras Timberlake le observaba, Flattery se apoyó vacilante en la escotilla y dijo:
—Lo siento... te amenacé.
Los ritmos aparentes en la voz de Flattery le parecieron fascinantes. De pronto fue abruptamente consciente de cómo esos ritmos se fundían con otros ritmos y eran originados por ritmos totalmente distintos. Le pareció sentir los ritmos de su propia vida, y las curvas compuestas de Fourier que irradiaban del uno al otro.
Algo que Bickel había dicho mientras trabajaban en el Buey afloró de pronto en la mente de Timberlake: «Si le damos vida a este ser, debemos recordar que la vida es una constante variable, con una conducta excéntrica. La vida que creemos debe pensar tanto en línea recta como curva... incluso si su modo de pensar deriva de modelos impresos en cintas y redes de pseudo-neuronas».
Era como si la conciencia fuera una válvula encargada de simplificar. Todas las complejidades de la vida debían fluir a través de ella, y ser reducidas a un desfile ordenado. La energía afluía constantemente dentro del sistema en cantidades enormes, suficientes para sobrecargar un sistema convencional de cuatro dimensiones. Sobrecarga... sobrecarga... ¡sobrecarga! La corriente entraba en la válvula de la conciencia, y a medida que la presión aumentaba, la válvula podía desviarla... o aumentar su capacidad para recibirla.
Timberlake tuvo la sensación de irse moviendo a través de enormes capas de niebla... capa sobre capa, con un número infinito de capas bajo ellas... hasta llegar a un sitio donde reinaban el equilibrio y la claridad.
He despertado, pensó. Y al pensarlo sintió mucho miedo.
28
La correlación existente entre química y emociones no puede ser rehuida. Por lo tanto, dada la relación química existente entre la humanidad y nuestros simuladores mecánicos (que, siendo optimistas, sólo puede calificarse de tenue), debemos concluir que una conciencia artificial, si posee emociones, puede tenerlas muy alejadas del espectro humano. Tales emociones pueden incluso parecerle divinas al limitado entendimiento del ser humano.
Vincent Frame. Especulaciones.
El cubículo personal de Flattery se parecía lo suficiente al suyo como para que Bickel sintiera un vago aire de familiaridad, pero era al mismo tiempo lo suficientemente distinto como para ponerle nervioso. Los conductos de los sistemas vitales parecían estar dentro de lo acostumbrado: la rejilla de respiración con un protector echado a un lado, el tubo y la mascarilla en sus soportes, la cúpula de repetidores sobre la litera... Los controles de atmósfera daban lecturas dentro de la normalidad, y los tubos alimentadores de emergencia estaban en su sitio.
El gráfico sagrado impreso en la mampara que había contra la litera le llamó la atención. El dibujo —tonos pastel que mezclaban el azul, el oro y el rojo, con una capa sobreimpresa de formas nebulosas que sugerían rostros entrevistos en sueños— le atraía con fuerza hipnótica.
Bickel logró apartar su atención del gráfico y examinó el equipo electrónico del cuarto. Las instalaciones del cubículo contenían una sorpresa, que examinó cuidadosamente. No cabía duda alguna... ese objeto, parecido a una red de pescar rígida que se balanceaba sobre la litera desde sus sujeciones en el mamparo lateral, alimentaba los impulsos cerebrales de quien lo usara, formando una versión más débil pero más sofisticada del generador de campo que él había diseñado para la transferencia caja negra-caja blanca. Siguió las conexiones y se encontró con otra sorpresa: el aparato había sido diseñado para operar en un solo sentido. Imprimía los reflejos de su campo en el ocupante del cubículo, pero ni la menor señal de éste llegaba al sistema de la nave.
Bickel fue absorbiendo lentamente las implicaciones del aparato, meneando de vez en cuando la cabeza con gesto ausente.
Finalmente se tendió en la litera, y tras una breve prueba con el generador, acercó los controles hasta tenerlos a mano y fijó la mirada en los indicadores y la media circunferencia de la red que se cernía sobre sus soportes a unos diez centímetros por encima de su cabeza.
El campo del generador tardó unos cuantos segundos en alcanzar su plena intensidad. Bickel tuvo entonces la curiosa impresión de que le observaban, aunque sin la menor emoción por parte del observador. Era como un sueño..., y de inmediato pensó en un reflector, como el espejo colocado en el ángulo de un salón para revelar la proximidad de la gente antes de que doble la esquina. Un espejo en un solo sentido, capaz de revelar únicamente esa implacable vigilancia.
Vio de inmediato que esa instalación podía permitirle captar, a una persona lo suficientemente sensibilizada, el estado de ánimo del computador de la nave. Tuvo la vaga sensación de que sus vísceras habían sido sustituidas por enormes cubas de mercurio, discos, cintas, bobinas e impresoras, que sus terminales nerviosas habían sido conectadas a miles de sensores delicadísimos que llegaban a extrañas dimensiones.
Pero todo era como un sueño. El gran ser compuesto de alambres y pseudo-neuronas, aún no del todo autoconsciente, yacía pensativo y vigilante, con las riendas de la somnolencia sujetando su mente.
Entonces, el estado de ánimo cambió. Lentamente, Bickel sintió cómo el campo comprobaba sus reflejos. Notó que le proporcionaba un programa de implicación total, como si estuviera tensando un arco hasta el límite de su capacidad, reuniendo sus energías y lanzándolas de pronto en una bobina aferente.
Con una lejana sensación de choque nervioso, Bickel vio cómo su propia mano derecha se alzaba para abrir bruscamente un panel oculto por los trazos del gráfico religioso que había en el mamparo de Flattery. Detrás del panel había un botón rojo, de ominoso aspecto; Bickel se encontró casi incapaz de resistir la tentación de apretarlo. Golpeó con la mano izquierda el interruptor de cierre que había bajo la litera, y sintió cómo el campo del generador se reducía con un gemido hasta acallarse.
Y, pese a todo, en sus dedos aún cosquilleaba el ansia de apretar ese botón rojo.
Comprendió entonces hasta qué punto el Proyecto había infestado la nave con artefactos autodestructores. Le habían condicionado para realizar su trabajo, e indudablemente también a los otros miembros de la tripulación.
«Entonces, ¿cómo he sido capaz de resistir su condicionamiento?», se preguntó.
Las implicaciones se fueron filtrando lentamente a través de su conciencia, y se dio cuenta de que llevaba días viviendo en un umbral por encima de sus reflejos, tenso, esperando... algo. Contempló el gatillo con su botón rojo. Ése era el ingenio destructor de la nave al que Flattery... no, al que todos ellos habían sido unidos por lazos tan implacables como los del matrimonio.
Con un lento sudor inundándole las manos, Bickel se apartó de la litera y cerró de nuevo el falso panel que ocultaba el botón. Luego empezó a manipular la instalación del generador de campo de Flattery. Los circuitos iniciales aparecieron inmediatamente claros, a medida que vio los códigos de color; los fue arrancando para conectar su propio amplificador y luego empezó a montar su circuito caja negra-caja blanca.
El trabajo avanzaba rápidamente: conexión, prueba; conexión, prueba...
Finalmente llegó a la fuente constante de energía: era un bloque sellado de materia plástica... motor de aire y discos codificados que poseían cintas de Moebius para funcionar como bobinas infinitas, con una sola conexión para salida de datos, a través de un multiplicador Eng. Lo comprobó, percibiendo el fuerte pulso excéntrico del medidor, y luego lo conectó al circuito.
Ya estaba hecho... el trabajo había terminado. Bickel sintió que le invadía una profunda oleada de soledad. Volvió a la litera, tendiéndose en ella, y abrió el circuito de mando, dejando apagado el receptor.
—Oíd esto —dijo, pensando en cómo su voz surgiría abruptamente de los altavoces, reduciendo a todos los demás al silencio—. Dentro de unos segundos voy a empezar el intercambio a la caja blanca. He atrancado las entradas a los cubículos y el receptor está desconectado. No malgastéis el tiempo intentando llamarme.
Timberlake, encerrado en la trampa, se volvió en redondo. Clavó los ojos en el visor de Flattery y percibió el profundo terror que le invadía.
—Quedaos quietos —dijo Bickel—. No intentéis ningún tipo de acción violenta. Ese programa asesino sigue suelto en los circuitos. La razón de que haya decidido seguir adelante con esto... —calló unos segundos, tragando saliva—. Tim, lo siento, pero no he obtenido respuesta alguna de dos tanques de hibernación. Creo que... puede que haya matado a dos personas, igual que ocurrió con el embrión. Está buscando... haciendo experimentos. Tiene la curiosidad de un mono.
En el eje de las escotillas, Timberlake creyó quedarse sin aliento, como si estuviera retrocediendo a toda velocidad por entre capas de niebla. Sintió una opresión en la boca del estómago, como si tuviera hambre. Dos personas en estado de hibernación muertas, ¡oh, Dios!
Agazapado junto a Timberlake, Flattery apretó con más fuerza la abrazadera, preguntándose: «¿Dónde está Prue?». Pensó en la nave lanzada en su ciega carrera hacia adelante sin nadie en el gran tablero... en Prue, convertida en una masa de protoplasma muerto flotando en algún lugar de la sala de mandos. Cerró los ojos, diciéndose: «Pero el blanco principal de la nave soy yo. Si mata ahora a alguien, será a mí... para protegerse». Abrió los ojos y contempló los muros metálicos de su trampa. No había modo de huir.
«Hemos dejado libre a un genio terrible, pensó, y puede que no seamos capaces de volver a encerrarlo». Y luego, se hizo la misma pregunta de antes: «¿Dónde está Prue?»
Bickel se aclaró la garganta.
—Id con la mayor precaución hasta que haya logrado eliminar ese programa. Todo objeto de la nave puede convertirse en un arma asesina, ¿me habéis entendido? El aire que respiramos, los sistemas de reclamación, las unidades róbox, cualquier punta afilada conteniendo veneno... todo.
Apretó el primer interruptor y dijo:
—Empezaré a contar dentro de treinta segundos para la secuencia inicial del campo. Deseadme suerte.
Y Flattery pensó: «Va a suicidarse... en un gesto inútil».
Bickel observó el avance de los diales que había sobre su cabeza. Registraban la energía de los circuitos y la corriente que alimentaba el altavoz, del que surgía un leve silbido. De pronto, del altavoz brotó un breve chorro de estática, y las agujas saltaron bruscamente en los diales del monitor.
«Soy el Aprendiz de Brujo», pensó. Un chirrido salió del altavoz, convirtiéndose lentamente en una voz gutural, casi ininteligible:
—Matar... —dijo.
Bickel estudió los medidores, vio el aflujo de corriente que estaba entrando en el computador y la oscilación en los circuitos del Buey. El que hablaba era el computador.
—Matar —repitió, esta vez con mayor claridad—. Negar la energía, disolución de sistemas usando energía en cualquiera de sus formas... aproximaciones simbólicas... no matemático.
Bickel activó un circuito diagnóstico y leyó los medidores. No había ninguna energía en los circuitos de comunicaciones, seguía teniendo una oscilación en el Buey y una leve entrada de energía en el computador.
Matar. Clavó los ojos en su tablero, pensando.
La información proporcionada por una cinta tenía un equivalente matemático exacto. El mensaje de la cinta era como mínimo dos mensajes... y probablemente muchos más. Era el mensaje funcional, aquello que teóricamente debía hacer: proporcionar información, añadir, sustraer, multiplicar, resolver una incógnita... Pero al mismo tiempo, producía la base matemática que identificaba el mensaje de modo preciso para un operador humano, según la cantidad de información que proporcionaba.
Y más allá de esto... ¿qué?, se preguntó Bickel.
Sabía que no había energizado el sistema, y que tampoco había impreso en él su conciencia. Y pese a todo, el aparato obraba de modo independiente. Tuvo la fuerte tentación de interrumpir el procedimiento y de consultar con los demás, pero las palabras del monstruo seguían resonando letales en su cerebro:
«Matar».
29
Mía era la misión de destruirlo..., pero he fracasado.
Lamento de Víctor Frankenstein.
Toda la nave parecía removerse. Timberlake lo sentía, y también Flattery... pero Bickel era quien lo percibía de un modo más especial. Era como si un durmiente se agitara en su lecho, como si todas las líneas de fuerza que lo soportaban estuvieran retorciéndose y estirándose, con todas las moléculas variando su posición.
Matar, pensó Bickel.
Fuera lo que fuese, la nueva criatura que bullía en el interior de la nave ya conocía ese verbo. ¿Sentiría quizá culpabilidad, ante el modo de aprenderlo? Tim y Raj no habían sido sometidos aún a ese violento proceso educativo.
Matar.
El botón rojo seguía ahí, escondido detrás del panel. ¿Es acaso ése el deber de Flattery? ¿Mi deber? ¿Era quizá ya demasiado tarde para preocuparse de ello?
El generador de campo —que había reconstruido para sus propios fines— atraía la atención de Bickel como si fuera un imán. Contempló los controles del generador y el interruptor principal.
«Si hago volar la nave», se dijo, «nunca sabré si habría podido funcionar». Algún otro Bickel... el clon de un clon de un clon, algún día lejano, estaría aquí sentado enfrentándose a la misma indecisión que le torturaba ahora.
«Soy yo quien debe elegir».
Antes de que algo lo hiciera cambiar de parecer, oprimió el interruptor del generador que había reconstruido. Sintió cómo el campo se formaba a su alrededor, haciendo erizar el vello de su piel: notó un cosquilleo en cada uno de sus folículos pilosos. Los ojos se le llenaron de lágrimas, y le temblaron las manos. Tenía la sensación de estar suspendido en el centro de una red de energía.
Algo parecía tratar de pescarle, agitando anzuelos ante él, empujándole hacia mallas invisibles. Sabía que se trataba meramente de símbolos de su mente, intentando explicar con los ya conocidos una experiencia que era totalmente nueva.
Una de las redes le cogió. La conmoción fue como si le golpeara un rayo, lanzando una infinitud de chispazos. Era como una sacudida eléctrica que tuviera el olor acre de la realidad. Tuvo la sensación de haberse enredado en una red de resortes, que le arrojaban de un lado a otro siguiendo un peculiar ritmo ondulatorio.
Todo su aparato sensorial se había convertido en un gusano que pasaba a través de una criba... no: a través de agujeros, tubos y cedazos. Sintió que válvulas invisibles se abrían ante él, cerrándose luego a sus espaldas como si viajara a través de los tubos internos de la nave.
Se había convertido en un gusano con todos los sentidos concentrados en su piel: veía, respiraba, oía y sentía a través de sus poros. Y durante todo ese tiempo era arrastrado hacia abajo por ese ritmo ondulante.
Un desfile de nombres empezó a pasar velozmente ante su piel hipersensible, y le pareció verlos con un millón de ojos:
sentido aural de datos / aumento lineal de información / ajuste latente de adición / factor comparativo de sistemas cerrados / capacidad de memoria 16.000 años / aproximación total sentido-calidad / mecanismo de cálculo interno...
Mecanismo de cálculo interno, pensó. Su yo-gusano emitió un pseudópodo con el que accionó el energizador Moebius, haciéndolo brillar de un modo cada vez más agudo. De modo inmediato empezó a sentir su latido —parecido al de otro corazón—, y los nombres empezaron a desfilar más y más aprisa:
...psicorrelación forma-mapa... intercambio sentido-modalidad... análogo forma-perfil... canal de submatrices infinitas... ajuste de intensidad sensorial... red para superposición de datos... comparación aproximada de similitud...
Todo el laberinto de nombres y válvulas empezó a cobrar cierto sentido para él, como si cada vez fuera más coherente. Igual que un sueño, al que debía interpretar como un todo.
La probabilidad de que un número suficiente de células del computador fallara en un instante dado podía expresarse como 16 x 1015. Ese número fue agigantándose dentro de su mente: «capacidad de memoria, 16.000 años».
El sistema dentro del que se encontraba era tan poderoso, que la probabilidad de que perdiera una partícula de dato entre 16.000 recuerdos a través de un fallo del sistema era infinitesimal... pero la memoria clasificadora en este contexto significaba meramente eso, una partícula de dato... no todo un incidente completo.
Este sistema... ¿es el computador... o soy yo?, se preguntó.
¡TÚ!
El sonido pareció golpear cada poro de su piel hipersensible, dejándole por unos segundos casi inconsciente. Mientras flotaba en el vacío oyó un murmullo:
—Sinergia.
El sonido pareció bañar con una agradable frescura su yo-gusano. «Sinergia», pensó Bickel. Cooperación en el trabajo. Sinergia. Coordinación.
—La conciencia humana —otro murmullo—. Definición excesivamente amplia. Cuerpo generalizado y cerebro especializado... una relación.
Fuera del alcance de los ojos de su piel, giraba un remolino de líneas entrelazadas, unidas de modo inextricable. Se anudaba y volvía a formarse, ondulando incesantemente, mientras que de él brotaban símbolos y flechas.
¡Un esquema!
El diagrama pareció entrar flotando en su mente. Continuas redes celulares dispuestas como triángulos equiláteros cuyas aristas se tocaban. Haces de circuitos paralelos triplicados, cada uno funcionando como una red nerviosa, y cada uno controlando a las otras dos redes que formaban el circuito triple.
Al principio estaban agrupadas en unidades aferentes: cada célula en una capa de la red tenía una conexión excitatoria con cada una de las tres sinapsis de la capa siguiente. El flujo entraba en la red aferente, el sistema de retroalimentación. Entonces vio que una de cada tres redes giraba con la curvatura requerida para cada monitor de retroalimentación, y era filtrada como mínimo por otra red antes de funcionar como control sobre la red de origen.
—Dios, oye a Tu pecador —dijo una voz, en la que Bickel reconoció a Flattery.
¿Cómo puede estar Flattery aquí dentro?, se preguntó.
La respuesta pareció desfilar flotando por su mente: el generador de campo de Flattery había amplificado la resonancia de su voz en los muros del cubículo, y ese eco había sido devuelto en forma de ciclo al sistema total de la nave. Los circuitos de entrada eran inútiles: cada sensor de esta habitación era un aparato o unidad de retroalimentación.
—El ojo no puede ver, ni el oído oír —dijo la voz de Flattery—. Tampoco han entrado en el corazón del hombre las cosas que Dios ha preparado para aquellos que le aman.
¿Qué significará eso?, se preguntó Bickel.
Pero no hubo más respuesta que la voz, fluyendo a través de la piel de su yo-gusano:
—Señor, ten piedad de nosotros. Tú eres el mismo Dios, cuya característica es ser siempre compasivo. Deja que nuestras mejillas se vean surcadas por las lágrimas, igual que las de Pedro el Bendito; deja que podamos arrepentimos en nombre de todos. Nos ahogamos en el pecado. Condúcenos, oh Señor, igual que el bendito Buda guió a quienes buscaban la salvación. Anhelamos respirar el aire de Tu misericordia.
Bickel supo que era la voz de Flattery, rezando. Pero ¿cuándo? ¿Una grabación? ¿Estaría arrodillado en esos mismos instantes en la sala de mandos? Pero si estaba rezando, ¿por qué el Buey/Computador introducía esa plegaria en este... en este campo?
La voz de Flattery parecía perseguirle:
—Deja que nos encomendemos a Tu voluntad, al igual que lo hizo el bendito Mahatma Gandhi. Aquellos que se rindan a Dios, poseerán a Dios. Deja que en todos nuestros actos reconozcamos que Tú puedes guiar nuestros pasos. Señor, en Tu voluntad se halla nuestra paz. No permitas que nos extraviemos en el pecado; álzanos y haz que se cumpla Tu voluntad.
Bickel tuvo la sensación de que era empujado contra su volición, agobiado y medio asfixiado. Se convirtió en un sensor solitario, una lente de video que observaba la sala de mandos. Todas las literas estaban vacías; Prudence —tendida sobre el tablero— señalaba con un brazo hacia la escotilla de los cubículos.
Bickel se dio cuenta de que estaba a punto de morir. ¡En minutos! Esto era real, lo sabía. Estaba viendo a través de un sensor de la nave algo real que sucedía dentro de la sala de mandos. La gran consola que había sobre su litera vacía guiñaba sus múltiples luces sin que nadie la vigilara.
«¿Dónde están Raj y Tim?», se preguntó Bickel. «¿Acaso la nave les está matando también a ellos?»
La imagen de la sala de mandos se esfumó. Ahora Bickel flotaba en la oscuridad, oyendo nuevamente el murmullo:
—¿Deseas que se te separe de tu cuerpo?
La única respuesta que pudo encontrar a tal pregunta fue el silencio, un silencio lleno de terror. Era incapaz de localizar sus músculos o controlar sus sentidos. «Esto debe ser algo muy parecido a lo que experimentaron los núcleos mentales», pensó. «Despertaron para hallarse enfrentados a esto, viéndose obligados a controlar músculos totalmente nuevos».
¿Me estoy convirtiendo acaso en un cerebro sin cuerpo?
—El universo no tiene centro —susurró la voz que le rodeaba.
Envolvía a Bickel una oscuridad tan honda, que parecía más bien una ausencia total de energía. Y el silencio. «Pero estoy consciente. ¿Una conciencia sin cuerpo?», se preguntó. Eso es imposible. Debe existir un cuerpo. Pero un cuerpo ocasiona muchos problemas.
«¿Me he convertido quizás en parte de la conciencia de la nave?»
Percibió el sonido de una respiración. Alguien estaba respirando. Y también había latidos de corazón, y tensiones musculares. Un número infinito de alfilerazos en incontables terminaciones nerviosas. Un repentino estallido de luz... dolorosamente brillante.
Una diáfana sensación de realidad se filtró a través de su conciencia. La sensación no parecía conectada de modo tosco a los sensores; era tan suave como flotar en un baño de aceite. Un globo de sensaciones olfativas, agudas e inmediatas, ingresó en esa especie de baño, haciéndolo a un lado. La sensación penetraba el espacio y el tiempo.
Bickel intentó apartarse de ella, y un globo de aura sensorial atacó su conciencia con todo un cortejo de perentorias exigencias. Oyó minúsculos crujidos de partículas metálicas en movimiento. Se dio cuenta de que estaba oyendo igual que la nave, sintiendo como ella.
¿Se ha apoderado de mi cerebro?
Sonidos —y combinaciones de sonidos— que nunca imaginó que fueran posibles desfilaban ahora por su mente. Intentó retroceder a medida que se hacían más intensos, pero el globo olfatorio volvió para acosarle. Los dos globos bailaban uno junto al otro, separándose y uniéndose.
Una interacción de sensaciones totalmente extrañas se lanzó sobre él... un espectro sensorial sobre otro, un globo de radiación tras otro. No podía escapar de ellos. No podía reaccionar... sólo recibir.
Un globo táctil amenazó con engullirle. Sintió movimientos, tanto enormes como infinitesimales... un átomo junto a otro átomo, gases, semisólidos y semi-semisólidos. Nada poseía dureza o sustancia, salvo las sensaciones que bombardeaban sus atormentadas terminaciones nerviosas.
¡Visión!
Colores imposibles, y auroras boreales de impresiones visuales se entrelazaron a todos los demás asaltos que ya sufrían sus nervios. Cilios faríngeos y presiones de gas interferían sus mensajes. Descubrió que podía oír los colores, sentir el flujo de los líquidos a través de su cuerpo-nave, y hasta oler la delicada estructura de los átomos.
Por un breve instante todas esas radiaciones se entremezclaron, y él se convirtió en un receptor totalmente nuevo: respondía como si fuera un artista, creando nuevas sensaciones meramente por placer... Flujo de entrada, flujo de salida, todo mezclándose de modo errático e incomprensible. Su mente retrocedió aterrada, apartándose de ello.
Sintió que se retiraba, acosado aún por el bombardeo multidimensional que sufrían sus nervios. Huyó hacia adentro, más y más hondo, como una estructura que se derrumba sobre sí misma: su yo-gusano intentaba encoger su piel receptora de sensaciones hacia el interior de su cuerpo.
El bombardeo nervioso fue cediendo y apagándose, dejándole con la sensación de no ser más que un cuerpo de carne y hueso que descansaba dentro de su litera. El corazón le latía con fuerza: sintió cómo el sudor resbalaba por su piel y el flujo tempestuoso de la adrenalina en sus arterias. Notaba el paladar seco y dolorido y le temblaban los labios.
Un sentimiento de haber perdido algo precioso le invadió. Era como si hubiera visto fugazmente el Cielo, y se le hubiera negado la entrada. Las lágrimas le inundaron los ojos, fluyendo como un torrente por sus mejillas.
Ahora sabía qué les había sucedido a los Núcleos Mentales Orgánicos.
El cerebro humano ha sido preparado genéticamente para manipular una entrada de datos limitada, y había aprendido cómo autolimitarse. Esos núcleos mentales habían sido colocados bruscamente en una situación que no les permitía ningún tipo real de inconsciencia, y en la cual se les infligía toda la tormenta sensorial recogida por un organismo infinitamente más sensible y complejo que los cuerpos humanos de los que habían sido privados.
Los NMO habían intentado adaptarse, reforzando sus fibras de conducción y aumentando su capacidad de conexión mental... pero no había sido suficiente. Cuando las presiones de su nueva vida aumentaron de modo intolerable, los MNO desconectaron sus mecanismos internos. Murieron.
Habían sido obligados a entrar en un estado de hiperconsciencia, por las presiones de la enorme cantidad de datos y la solitaria responsabilidad que —sabían— recaía en ellos. Despertaron a la capacidad total que todo ser humano tiene encerrada como potencial, pero no podían ser humanos al haberse visto privados de su registro emocional autónomo, el organismo. La nave carecía de equivalentes para ello.
Prue está a punto de morir.
El pensamiento afloró en su mente como viniendo de un enorme precipicio. Bickel intentó moverse, pero sus músculos se negaron a obedecerle.
¡Raj! ¿Dónde estaba Raj? Una chispa de conciencia iluminó brevemente su maltrecho sistema nervioso. Como si viera a través de una pantalla de gasa, distinguió a Flattery y Timberlake atrapados en el eje de las escotillas, con las unidades róbox sujetando firmemente los cerrojos.
Raj debe salir de ahí para ayudar a Prue, pensó.
Sintió cómo ese pensamiento adquiría la forma de un programa libre. Pasaba por un banco de memoria auxiliar mientras iba acumulando los datos necesarios, y se convirtió luego en una oscilación lenta y segura en las bobinas de control.
El róbox que se encontraba en la escotilla interior hizo girar los cerrojos, abrió la escotilla y la cruzó a toda prisa.
—Raj —murmuró—. La sala de mandos... aprisa... Prue... socorro.
Sintió cómo su murmullo era amplificado hasta convertirse en un trueno a través del banco de memoria y los altavoces, inundando como un rugido sibilante el eje de escotillas.
Flattery había cruzado ya el vano, y se lanzaba por el tubo hacia la sala de mandos.
Bickel sintió que se desvanecía. Su conciencia era un punto de luz muy brillante que se iba haciendo más y más pequeño, cambiando continuamente de color. Primero fue de un color casi violeta, aproximadamente en las 4.000 unidades angström de magnitud, y fue describiendo una curva continuada hasta terminar en el extremo rojo del espectro.
En el segundo final que precedió a la inconsciencia, Bickel se preguntó si estaba muriendo, y pensó: ¡Desplazamiento hacia el rojo! Con un desplazamiento hacia el extremo rojo del espectro...
30
Los supuestos antropomórficos han sido la causa de que la humanidad cometiera muchos y graves errores. El universo no funciona siguiendo nuestras reglas.
Raja Lon Flattery. El Libro de la Nave.
En alguna parte de su conciencia, Flattery tuvo la sensación de que una acumulación de datos sensoriales había salido de los circuitos de almacenamiento, y al ser introducida luego en un analizador preparado para descifrar el código, había dado finalmente una respuesta terrible: la nave debía ser destruida... y con ella todos sus ocupantes.
Al abrirse la escotilla, ese pensamiento le dominaba. La cruzó de un salto y avanzó por el tubo. La ilusión causada por la distancia —que hacía contraerse el tubo ante él— le daba la sensación de que tenía que hacerse más y más pequeño para poder avanzar. Esa idea le acosaba, y se vio obligado a desecharla con un poderoso esfuerzo de voluntad.
Oyó que Timberlake le seguía de cerca.
—¿Has visto a ese róbox? —jadeó Timberlake—. ¿Qué le impulsó a abrir la escotilla? —Flattery, sin responderle, aumentó su velocidad—. Esa voz... ¿Era la de Bickel? Parecía Bickel...
Se encontraban ahora en la bifurcación en forma de Y que llevaba a la sala de mandos. Unos instantes después llegaron a la escotilla. Flattery la abrió y entró como un huracán.
Su mente funcionaba a toda velocidad:
Mata la nave ahora mismo. Destruye el genio incontrolable que hemos creado.
Timberlake no debía entrar en sospechas, o intentaría detenerle. Y Bickel... Bickel se encontraba en el cubículo, donde podía intentar bloquear el gatillo... Pero había otro. «Debo actuar con normalidad», pensó Flattery. «Debo esperar a que llegue mi oportunidad. Tim podría detenerme».
Prudence había caído al suelo, a medio camino entre la escotilla y la litera. Flattery se arrodilló junto a ella, y las circunstancias le hicieron olvidar toda preocupación que no fuera la de cumplir con su papel de médico.
El pulso era débil e irregular. Tenía los labios azulados, y en la parte del cuello que podía ver por encima del traje había manchas grisáceas, debidas a un mal funcionamiento del hígado. Le quitó el casco —que estaba sujeto únicamente a los cierres de la nuca— y puso su mano sobre la piel. Estaba fría y sudorosa.
«¿Creyó acaso que estaba logrando engañarme? Dejó de tomar los A-S, y empezó a experimentar con su propio cuerpo. En los listados de la farmacia se apreciaba una baja gradual de serotonina y adrenalina». Imaginó las variaciones neuroreguladoras y los dolores físicos que causaría el manipular de ese modo la química corporal, y los cambios de humor de Prue y su extraño comportamiento empezaron a serle más comprensibles.
Se puso en pie y cogió el botiquín de emergencia que estaba sujeto a la mampara, dándose cuenta de que Tim se había instalado ante el gran tablero. «¿Iimporta ahora que la salve o no?», se preguntó. Pero se inclinó de nuevo junto a ella, sumida en el coma, y empezó a examinarla con más atención. No había huesos rotos, ni tampoco evidencias de heridas externas que pudiera detectar a través del traje.
Después de haberla mirado brevemente al cruzar la escotilla, Timberlake había ignorado a Prudence. Ese problema era cosa de Flattery. Se instaló apresuradamente en su litera y examinó el gran tablero, sintonizando los controles para apertura de circuitos.
El equipo pareció tardar en responderle. Tuvo que esperar unos instantes mientras los servomecanismos zumbaban lentamente, poniéndose en funcionamiento: los circuitos tardaban en calentarse y no daban resultados demasiado fiables.
Tuvo la sensación de que su mente controlaba con la precisión de una máquina espoleada por el riesgo cada control e instrumento. La interrelación existente entre todos los dispositivos de la estancia y los del resto de la nave era como un complejo ballet, un modelo que se fuera haciendo cada vez más claro en su mente cuanto más despacio se movía.
Timberlake hizo un delicado ajuste en el control del escudo del casco, y vio cómo el cambio de temperatura resultante se registraba en sus instrumentos como una variación energética en las células acumuladoras de radiación, una minúscula mudanza en el peso de la nave ocasionado por el ajuste en el equilibrio protónico existente entre masa y temperatura.
Pero qué lento iba todo. Y cada vez funcionaba con mayor lentitud.
Timberlake hizo girar su tablero computador a la izquierda, lo conectó para análisis y diagnóstico... y no obtuvo respuesta alguna. Los indicadores se estaban apagando en el gran tablero. Con creciente ansiedad, Timberlake luchó para descubrir el origen del problema.
Circuitos muertos. Ninguna respuesta. Los interruptores de la consola principal dejaron de obedecerle. No había energía en sus circuitos. La última de las luces se apagó. Ninguno de los interruptores del tablero respondía; todos los servomecanismos estaban muertos. Los ventiladores que hacían circular el aire se habían quedado silenciosos. No había el menor latido de vida en toda la nave.
Timberlake volvió lentamente la cabeza hacia la izquierda y miró los repetidores de los tanques de hibernación. Las luces estaban apagadas, pero los indicadores analógicos mostraban que los fluidos de alimentación seguían corriendo por los conductos principales del sistema. Las luces de la estancia parpadearon al encargarse de la iluminación los circuitos de baterías locales.
Los ocupantes de los tanques de hibernación no habían muerto... «Al menos, todavía no», pensó Timberlake. Más allá de cuál hubiera sido la situación general cuando se apagó el tablero, el equilibrio se mantenía en cada tanque... al menos, mientras los acumuladores auxiliares —repartidos por toda la nave— conservaran cierta energía, y los motores de las bombas siguieran funcionando.
Pero el delicado control de retroalimentación había desaparecido.
Timberlake abandonó su litera y contempló el extraño silencio e inmovilidad de la sala de mandos. Los únicos ruidos que pudo oír fueron los de Flattery intentando revivir a Prudence. Los párpados de Prue se movieron levemente y Timberlake, con cierta amargura, pensó: «¿De qué sirve que se recupere? Todos estamos muertos».
Flattery seguía sentado en cuclillas junto a ella. «No puedo hacer nada más», pensó. «Ahora debo...». Pero se dio cuenta del silencio que reinaba en la estancia; miró hacia la consola apagada y luego, con expresión interrogativa, sus ojos se volvieron hacia Timberlake.
—Esta vez Bickel realmente la ha hecho buena —dijo Timberlake—. No hay energía. El computador está apagado. Todo parece muerto.
«Entonces... no tengo más que esperar», pensó Flattery. «Sin energía, la nave morirá». El esfuerzo hecho por salvar a Prudence había minado su anterior decisión. Después de todo, la vida poseía sus atractivos... Incluso si debían vivirla dentro de una nave, siendo clones cultivados a partir de tejidos duplicados, unidades de carne que se podían sacrificar sin ningún escrúpulo.
«Sois seres humanos, no lo dudéis jamás», les había repetido Hempstead una y otra vez. «Fuisteis cultivados a partir de células seleccionadas entre candidatos cuidadosamente escogidos. El utilizar clones es algo de mero sentido común. No queremos perder gente si la nave es destruida... igual que fueron destruidas las otras, porque no había más remedio. Podemos enviaros ahí una y otra vez».
Pero si la nave moría de este modo, quizá no pudiera dejar su cápsula de mensajes para ayudar a los que vinieran después en el siguiente intento.
—¿Cómo se encuentra? —preguntó Timberlake, señalando con un gesto hacia Prue.
—Creo que se pondrá bien.
—¿Quieres que vaya a ver cómo está Bickel?
—¿Para qué?
—¿Cómo? —preguntó Timberlake.
—¿Por qué molestarse en ello?
La voz de Flattery, que parecía ya totalmente resignado a su destino, fuera el que fuese, hizo nacer en Timberlake una oleada de ira.
—Ríndete tú, si quieres; pero si Bickel continúa con vida, quizá sepa lo que ha hecho... y cómo reparar los daños.
Se dirigió a la escotilla que llevaba hasta los cubículos.
—Espera —dijo Flattery.
El desprecio de Timberlake le había herido vivamente, y eso le parecía sorprendente. ¿Acaso me he vuelto a encariñar con la vida?, se preguntó. Señor... ¿será ésta Tu voluntad?
—Vigila a Prue —dijo Flattery—. Ha sufrido una conmoción causada por productos químicos. Debe permanecer inmóvil y abrigada. He puesto los calentadores de su traje al máximo; déjalos así... —no terminó su frase.
La escotilla que llevaba a los cubículos se estaba abriendo lentamente.
Bickel la cruzó tambaleante, y habría caído si no se hubiera sujetado a una abrazadera. Un bloque de plástico calcinado resbaló de entre sus dedos y cayó al suelo. Sin prestarle atención, Bickel se agarró con más fuerza a la abrazadera.
Flattery le examinó atentamente. Bajo sus ojos había manchones oscuros, y tenía la piel blanca como el yeso. En sus mejillas se notaba el perfil de los huesos, como si la grasa de su cuerpo se hubiera consumido durante un ayuno de meses.
—Así que tu caja blanca no te ha matado —dijo Flattery—. Qué pena. Todo lo que has conseguido es destruir la nave.
Bickel meneó la cabeza, incapaz de responderle. El silencio de la nave le había despertado de un sueño tan profundo, que le parecía tener la cabeza llena de neblina. Sus músculos estaban agotados, y a cada movimiento que hacía extraños dolores atravesaban su cuerpo, removiendo momentáneamente esa terrible torpeza, pero sin lograr disiparla del todo.
Lo primero que le había llamado la atención al despertar fue el energizador Moebius, el hábil truco que había encontrado para darle al Buey una fuente constante de energía como referencia. Una capa de ceniza grisácea cubría sus sellos, que estaban agrietados, y los motores se habían detenido. Los motores y engranajes diseñados para que no hubiera casi fricción, las unidades fabricadas para durar mil años... todo se había convertido en montones semifundidos de plástico y metal.
Necesitó varios minutos para reunir la voluntad suficiente para acercarse al aparato y examinarlo. Su mente tenía una gran dificultad para entender las cosas más sencillas...
El aislamiento estaba quemado en los cables energéticos y los circuitos de cronometraje, y las cintas se habían salido de sus guías. Lentamente empezó a comprenderlo todo: algo había alterado la energía proporcionada por los motores, y su sincronización. Algo había intentado cambiar el ritmo de la corriente y su intensidad.
Luchando con sus músculos para hacer que se movieran, desconectó el aparato y logró transportarlo, dando tumbos, hacia la sala de mandos. El silencio muerto de la nave le oprimía a cada paso que daba.
«Raj... Tim... alguien que siga funcionando mentalmente... alguien debe ver esto», había pensado. Pero ahora que había llegado a la sala de mandos, no lograba reunir las energías necesarias para hablar.
Timberlake cogió el calcinado energizador del suelo y lo examinó. Flattery se acercó a Bickel, le buscó el pulso en la sien, le examinó los labios y la lengua y, finalmente, levantó uno de sus párpados. Luego se inclinó sobre el botiquín, tomó un inyector y lo apretó contra su cuello.
Un chorro ardiente de energía empezó a fluir por las venas de Bickel. Flattery le puso un tubo entre los labios.
—Toma, bebe esto.
Algo frío y cosquilleante pasó por su garganta. Flattery guardó de nuevo el tubo. Bickel se encontró de pronto capaz de emitir un murmullo ronco que podía servirle de voz.
—Tim... —jadeó.
Timberlake le miró. Bickel señaló hacia el energizador y empezó a explicarles lo que había ocurrido. Flattery le interrumpió.
—¿Crees que la transferencia caja negra-caja blanca llegó a completarse?
Bickel pensó en esa pregunta. Podía sentir cómo su cerebro iba aclarándose bajo los efectos del estimulante, y perdida en sus recuerdos tenía aún la idea de que la nave era su cuerpo, que él era una criatura compuesta de duro metal y millares de sensores.
—Creo... creo que sí —dijo.
Timberlake alzó el bloque de plástico.
—Pero destruyó esto, y luego aparentemente... se desconectó.
Una idea empezó a formarse en la mente de Bickel.
—¿Podría tratarse acaso de un mensaje para nosotros —dijo—, una especie de último mensaje?
—Dios, diciéndonos que hemos ido demasiado lejos —murmuró Flattery.
—¡No! —le replicó bruscamente Bickel—. El Buey diciéndonos... algo.
—¿Diciéndonos qué? —preguntó Timberlake.
Bickel intentó humedecerse los labios. Su boca le parecía tan reseca como un papel de lija y le dolían las comisuras.
—Cuando la naturaleza transfiere energía —dijo—, casi toda esa transferencia es inconsciente —se quedó callado un instante. Se trataba de unos conceptos tan delicados... debían ser formulados con mucha precaución y exactitud—. Pero la mayor parte de las transferencias de energía necesarias para la enorme masa de datos presente en el Buey/Computador pasa a través de programas principales. La conciencia total los haría entrar a todos en acción, obligando al sistema a suprimir la marcha de algunos, en tanto que dejaba seguir a otros. Sería como guiar a la vez un rebaño de miles de millones de animales salvajes...
—¿No le estás dando demasiada conciencia? —preguntó Timberlake.
Bickel miró al panel del sistema de AyT que había junto a su litera. Timberlake se volvió siguiendo la dirección de su mirada. Prudence se removió, lanzando un gemido. Flattery se inclinó sobre ella, pero Timberlake no les prestó atención. Estaba empezando a entender lo que Bickel pretendía decirles: la nave estaba muriendo, pero aún había alguna esperanza.
—Todos los programas principales referentes a la traducción de símbolos son controlados a través de bucles de retroalimentación conectados al AyT —dijo Timberlake—. ¡Símbolos!
—Recuerda —le dijo Bickel— que los impulsos que salen del sistema nervioso central humano tienen ese factor adicional de integración/modulación ya añadido: la sinergia. Una transferencia inconsciente de energía.
Flattery, inclinado sobre Prudence, se preguntó por qué no lograba concentrarse totalmente en ella como paciente. La conversación que mantenían Timberlake y Bickel le fascinaba. «Algo» era añadido a los impulsos que salían del sistema nervioso central. Esa idea parecía hervir en la mente de Flattery, pero se obligó a pensar en Prudence y le inyectó un estimulante en el cuello.
Algo que se añade. Algo que se añade... en forma de gestalt.
Para que sea posible sumarlas entre sí, las cualidades deben tener una similaridad suficiente. De otro modo, ¿cómo podrían los sentidos humanos aceptar dos impresiones superpuestas de un color, y decir que una era una versión del mismo color más intensa que la otra? ¿Qué hacía que un color fuera más verde que otro para los sentidos? El aumento en intensidad debía ser una forma de adición.
—Podría tratarse de los axones colaterales en las fibras convergentes de alta velocidad del Buey —dijo Bickel.
Flattery se arrodilló junto a Prudence, esperando que el estimulante hiciera efecto.
Bickel tiene razón, pensó. Si se efectúa una sobreimpresión lo bastante rápida de datos sensoriales convergentes, puede que sea factible interpretar eso como una intensificación. Una de las imágenes contendría más datos que la otra. Pero ¿qué tipo de datos? Todo esto no explica el modo en que los datos se superponen en la conciencia humana... la conciencia del ser...
Alzó los ojos hacia Bickel y Timberlake. Ambos parecían estar sumidos en sus propios pensamientos.
—Hmmmfhhh —dijo Prudence.
De modo casi automático, Flattery le puso la mano en la sien, buscando su pulso.
Cuando busco en mi memoria, pensó Flattery, encuentro datos separados que se recortan contra un telón de fondo. Sea cual sea ese fondo, la conciencia opera a partir de él. Ese telón de fondo es lo que le da a la conciencia su tamaño y referencias... sus dimensiones.
—Los órganos sensoriales del Buey están modelados como los nuestros, pero con un alcance mayor —dijo Timberlake.
Bickel asintió.
—Las diferencias... —dijo, recordando cómo esos globos de radiación que se fundían entre sí le habían parecido surgir de una pesadilla.
—¿Qué hay de sus contactos con los seres humanos y el ganado que está en los tanques de hibernación? —le preguntó Timberlake—. ¿Acaso alguna mujer ha llevado dentro de ella tantos... tantos hijos de ese modo?
—Si la conciencia resulta de combinar sensaciones... —dijo Bickel.
—¡Claro que sí! —dijo Timberlake.
—Muy probablemente —dijo Bickel—. Y puede recibir y discriminar a través de todo el espectro de radiaciones. No se puede decir cuándo ve, oye, huele... o siente; todo eso son meramente distintas formas de radiación.
—Y las combinaciones podrían producir extrañas cualidades sensoriales... tales, que no podríamos ni tan siquiera imaginarlas —dijo Timberlake.
—Eso es lo que sucede —dijo Bickel con un murmullo, recordando.
—Pero está muerto —dijo Flattery—. Se... se negó a vivir —les miró, sin perder el control que mantenía sobre el lento regreso de Prudence a la conciencia.
—Pero no es como un ser humano —dijo Bickel—. Si pudiéramos encontrar la respuesta a por qué se desconectó... la razón de que nos mandara este mensaje...
—¿Volverías a conectarlo? —le preguntó Flattery.
—¿Tú no? —le preguntó a su vez Timberlake.
—¿Estás olvidando cómo se portó? —replicó Flattery—. Estabas ahí, atrapado conmigo.
«Es como si estuviéramos jugando a describir algo que no vemos», pensó Bickel. Sabemos que ahí fuera hay algo... algo útil, pero peligroso. Le buscamos a tientas intentando cogerlo y decir cómo es, pero Raj tiene razón. No sabemos si lo que consigamos al final será el amigo o el monstruo... la herramienta o el golem.
—Pero irá más allá de nuestra conciencia, más allá de nuestras habilidades —dijo Timberlake.
—Exactamente —dijo Flattery.
—Contiene una infinita progresión de grados de conciencia, todos encerrados dentro de la misma estructura —dijo Bickel—. Hemos construido algo así como el «extraño» por definición. La pregunta de Raj es tan buena como la tuya: ¿Deberíamos conectarlo? ¿Podemos conectarlo?
Prudence se incorporó a medias, extendiendo las manos y apartando los brazos de Flattery, intentando sentarse. Flattery la ayudó.
—Tranquila, con calma —le dijo.
Ella se puso la mano en la garganta. Le dolía mucho, como si la tuviera en carne viva. Había estado escuchando la conversación desde hacía ya varios minutos, y había empezado a hacer memoria. Recordaba los frenéticos esfuerzos por hablar con Bickel a través del interfono y comunicar con él. Recordaba también que se le había ocurrido algo y que era importantísimo el decírselo, pero la razón exacta de que hubiera abandonado su puesto para ir a buscarle seguía escapándosele.
—Tenemos que eliminar la información falsa de nuestras mentes —dijo Bickel—. Estamos pensando en un robot totalmente consciente, y en el que toda la actividad estaría dirigida por esa conciencia. Eso es imposible, a menos que cada uno de sus actos sea controlado de modo simultáneo.
Sus palabras despertaron una vaga irritación en Prudence. Bickel seguía dando vueltas, eludiendo el... ¿el qué?
—¿Tendría acaso la ilusión de ser el centro del universo? —le preguntó Timberlake.
—Hum. No.
Bickel sacudió la cabeza, recordando: «el Universo carece de centro». Eso le había dicho la cosa. Había un problema de código contenido en el concepto del tú y del yo... en la idea de identidad. Bickel movió la cabeza, pensativo. ¿Eres consciente? ¿Lo soy yo? Miró a los demás.
El objeto y su entorno.
Por unos instantes le abrumó una intensa desesperación. Estuvo a punto de gemir.
—La vida tal y como la conocemos —dijo Timberlake— empezó a evolucionar hace unos tres mil millones de años. Cuando llegó a cierto punto, apareció la conciencia. Antes de ese punto no existía... al menos en nuestra forma de vida. La conciencia surge del océano inconsciente de la evolución —miró a Bickel—. En estos mismos instantes existe, sumergida en el mar universal de la inconsciencia.
Como si las palabras de Timberlake hubieran eliminado un dique, Prudence recordó lo que la había impulsado con tal premura a dejar abandonado su puesto para ir en busca de Bickel:
¡Determinismo funcionando en un mar de indeterminismo!
Ella tenía la llave matemática del problema, eso era lo que había descubierto. Había estado intentando lograr una nueva definición, en una forma matemática más precisa, de la probabilidad cuántica. Había tenido la sensación de que en su mente se formaba una rejilla tridimensional y que un haz de pura conciencia se enfocaba en ella.
Sintió de nuevo ese enorme aumento de su capacidad mental, y la invadió el recuerdo de aquello que había descubierto de modo tan abrupto. Había empujado su química corporal hasta más allá del punto de equilibrio; recordaba cómo las tinieblas la habían invadido en el mismo instante en que la belleza matemática y la sencillez de esa idea se extendían por su mente.
Todo dependía del origen de los impulsos y de sus reflejos. Se trataba de un campo de reflejos... y ésa era la llave que podía descifrar el problema representado por la sensación de la conciencia. De ese modo construimos la conciencia. Nuestros cuerpos nos hacen avanzar una parte del camino, y luego la identidad toma el mando.
Identidad: una ilusión... algo que damos por sentado de antemano, pero se trata meramente de un útil de trabajo. Como el navegante que da por sentada cual es su posición en el mar carente de confines, diciendo que se encuentra en tal o cual lugar del mapa. Una suposición edificada sobre otra suposición, un símbolo de símbolos. Al adoptar tal posición —incluso una que supiera era equivocada— el navegante podía abrirse paso matemáticamente hasta una aproximación bastante acertada de la que era en realidad su posición correcta.
Aproximación. Ondas o partículas... no era eso lo importante, sino el que la idea adoptada funcionara.
Todo ese proceso conceptual no le ocupó más tiempo del que se tarda en guiñar el ojo, pero produjo una llamarada de conciencia pura que inundó su ser de energía.
No podía haber la menor duda de hacia dónde apuntaba todo: al sistema AyT. Por un instante vio todo el complejo del sistema en su mente, y manipuló sus modelos hasta hacerlos coincidir con su rejilla de símbolos. Era sencillo... El AyT era un continuo tetradimensional, una parte de la geometría del espaciotiempo sometida a consideraciones de curvatura, duración causada por la distancia y transferencias onda-partícula a través de una multiplicidad de líneas sensoriales que lo atravesaban.
Para el sistema nervioso humano —un instrumento ya diseñado para ese trabajo— nada podía ser más sencillo que visualizar y manipular una telaraña tetradimensional de esas características... una vez hubiera comprendido cuál era la naturaleza de dicha telaraña.
—John —dijo ella—, el Buey no es el instrumento de la conciencia: es el AyT, el manipulador de símbolos. Los circuitos del Buey son meramente algo que ese manipulador puede usar como pedestal y, subiéndose a él, conocer así sus propias dimensiones.
—El objeto y su entorno -murmuró Bickel—. El sujeto y el telón de fondo, la rejilla y el mapa... ¡la conciencia y la inconsciencia!
—El Buey es el componente no consciente —dijo ella—, una máquina para transferir energía.
Y, sintiendo aún los efectos de su mente súbitamente estimulada, les explicó las pistas matemáticas que la habían conducido hasta ese punto.
—Un sistema de matrices —dijo Bickel, recordando su propia idea para hallar la solución al problema, y la repentina llamarada que había sumergido su mente—. Y submatrices y más submatrices... sin terminar nunca.
Flattery se puso en pie, dándose cuenta de adónde les llevaban esas ideas, temiendo la acción que debería realizar dentro de unos momentos. Contempló a Prudence sentada en el suelo, con las mejillas enrojecidas y los ojos brillantes.
—¿Sobre qué se alza ese sistema formado por el AyT más el Buey? —les preguntó Flattery—. ¿Habéis pensado en ello?
Prudence se encaró con él, comprendiendo ahora la razón de que sus tanques de hibernación estuvieran realmente ocupados:
—Sobre los colonos, claro —dijo, moviendo la cabeza—. Un campo inconsciente, del que cualquier inconsciente puede sacar sus datos. Un suelo capaz de sostener y anclar la conciencia... y son los colonos dormidos quienes lo proporcionan.
Flattery sacudió la cabeza, confuso e irritado.
Bickel miraba el vacío, absorbiendo lentamente las palabras de Prue. Las ideas daban vueltas en su mente, encajando unas con otras... un nuevo orden iba surgiendo en su conciencia. La nave había sido preparada, maniobrada cuidadosamente como si fuera un arma, apuntada... y disparada. Recordó a Hempstead: su rostro de duende sabio, sus ojos ardientes y su voz implacable repitiendo: «Lo más importante es el buscar. Es más importante eso que la personalidad de los que buscan. La conciencia debe soñar, debe tener un terreno sobre el que basar sus sueños... Y, al soñar, debe estar constantemente invocando nuevos sueños».
—El conocimiento es implacable —dijo Bickel.
Prudence no le hizo caso, y siguió mirando a Flattery, dándose cuenta de la confusión que embargaba al psiquiatra-capellán.
—¿No lo ves, Raj? Para separar el sujeto del objeto debe existir algún tipo de fondo, algo que sirva de telón a la visibilidad. ¿Cuál es el telón de fondo para la conciencia? La inconsciencia.
—Zombis —dijo Bickel—. ¿Lo recuerdas, Raj? Nos llamaste zombis. ¿Y por qué no? Hemos pasado la mayor parte de nuestras vidas en un leve estado de hipnosis.
Flattery se daba cuenta de que Bickel había dicho algo, pero las palabras se negaban a unirse para formar un discurso inteligible. Era como si Bickel hubiera dicho: «Salta limbo promete al insecto clase regadora para ser erigida en un conservador de la primera conducta». Las palabras desfilaban por su mente como si un proyector las enviara a su conciencia, intentando que no viera esa otra cosa...
¿El qué?
Un profundo silencio llenó la sala de mandos, roto solamente por el ruido de Prudence, que se movió levemente.
Bickel tenía la sensación de que una calma tan profunda como ese silencio estaba invadiendo su ser, como si algún otro yo hubiera estado esperando que llegara ese silencio para tomar entonces las riendas. La sensación duró apenas el espacio de un latido de su corazón, expandiéndose en un inmenso bienestar, una paradójica relajación tensa que iluminaba todo a su alrededor. Era como si un cosmos hubiera sustituido a otro, como si un amplificador sensorial de enorme intensidad hubiera sido conectado al universo.
Percibió la inconsciencia que había en el rostro de Flattery y en el de Timberlake... y la conciencia que estaba empezando a despertar en el de Prudence.
Zombis, pensó.
—Raj, nos llamaste zombis —murmuró—. Si estuviéramos ligeramente sometidos a hipnosis, podríamos parecerle muertos a un observador que se hallara en un estado más alto de conciencia.
—¿Hace falta que hables en voz tan baja? —le preguntó Timberlake.
Flattery miró fijamente a Bickel. Tenía la sensación de que estaba usando palabras dotadas de sentido y que pretendía comunicarse con él, pero lo que intentaba decirle parecía resbalar por su mente como si no tuviera el menor significado.
Prudence sintió que las palabras de Bickel la hacían flotar. Hubo un instante en que el universo giró alrededor de un punto inmóvil formado por su persona. La sensación fue cambiando: su yo no se encontraba ya confinado dentro de su cuerpo, y a medida que se liberaba de las fronteras del yo la iba invadiendo una gran lucidez. Las palabras de Flattery volvieron a su mente: «No existe nada en nosotros sobre lo que podamos ser realmente objetivos, salvo nuestras respuestas físicas».
Los experimentos químicos realizados en su propio cuerpo jamás tuvieron realmente la menor esperanza de ofrecer una solución a su problema, pero le habían dado un terreno sobre el que basar la comprensión de su propia identidad. Esperar algo más de ellos era una mera ilusión, porque los experimentos no podían ser realizados a la vez en cada ocupante del Huevo de Lata, su mundo aislado.
¡Compartimos la inconsciencia!, pensó.
Y se dio cuenta de que ésa debía ser la verdadera razón de que los tanques estuvieran llenos de seres humanos dormidos. En algún momento de sus investigaciones, el Proyecto se había dado cuenta de esa necesidad. La tripulación debía poseer un terreno mínimo de inconsciencia compartida sobre el que apoyarse. Necesitaban un punto de referencia, una minúscula isla en la vasta oscuridad que pudieran compartir con el resultado de sus experimentos efectuados a partir de las fibras neurónicas y los multiplicadores Eng. Necesitaban un terreno sobre el que permanecer agrupados, antes de erguirse en toda su auténtica talla.
Un espejo no puede reflejarse a sí mismo, pensó.
—Hipnotizados —dijo Bickel—. Lo aceptamos como algo normal, porque es virtualmente la única forma de conciencia que hemos conocido. Habéis visto los videos de la Tierra: esos anuncios no serían capaces de engañar ni a un deficiente mental, pero el martilleo rítmico, la repetición...
—Medio muertos —dijo Prudence—. Zombis...
He dicho «zombis», pensó Flattery. Su voz le daba miedo.
Bickel percibió cómo sus ojos reflejaban el cambio de su conciencia, el despertar.
—Deberíamos haber pensado ya en el AyT cuando el aparato cobró vida durante la recepción de la BLU —dijo Bickel.
—¿Te das cuenta de lo que debe hacerse? —le preguntó Prue—. El energizador...
—Estimulador —dijo Bickel.
—El estimulador —dijo ella— debe formar parte de la entrada de datos del AyT.
—Aflojar las ataduras —dijo Bickel—. No puedes sostener demasiado tensas las riendas, porque las señales tienen múltiples funciones. ¡Necesitan espacio para desplegarse!
Timberlake les miró alternativamente. Tenía la sensación de que una especie de sopor iba desvaneciéndose de su mente. Aflojar las ataduras... módulos sensoriales.
¡Símbolos!
En la memoria de Timberlake surgió de pronto su conversación sobre el energizador: «Todos los programas principales concernientes a la traducción de símbolos son controlados a través de las bobinas retroalimentadoras conectadas al AyT», como si su propia voz fuera una grabación que sonaba en su mente.
¡Símbolos!
La estructura de su problema se desplegó en la memoria de Timberlake con la brusca fuerza de un objeto lanzado de pronto a su cara. El problema y la solución parecieron adoptar la forma de entes materiales, y vio las redes nerviosas que habían construido como un conjunto de caras triangulares, con una desviación en forma de cinta de Moebius; prismas de células triangulares entrelazadas en las que iban y venían los flujos energéticos a través de un número infinito de dimensiones, formando datos sensoriales y recuerdos-imágenes fuera del espacio convencional, almacenando los datos y alterando las relaciones entre ellos dentro de una extensión dimensional ilimitada.
Bickel vio cómo el rostro de Timberlake cobraba una nueva vitalidad y dijo:
—Piensa en el AyT, Tim. ¿Recuerdas lo que estábamos diciendo?
Timberlake asintió. El AyT... recibía cientos de duplicados del mismo mensaje comprimidos en forma de un pulso láser modulado, sacando el promedio final de los huecos y las distorsiones, filtrando la estática, comparando los fragmentos dudosos en busca de significados probables y metiendo finalmente el resultado en un altavoz, ofreciéndolo como un sonido inteligible.
—Se aproxima estrechamente a lo que hacemos cuando oímos que alguien nos habla... y luego lo repetimos para comprobar si le hemos escuchado bien —dijo Timberlake.
—Estáis olvidando algo —dijo Flattery.
Se volvieron y lo vieron en su litera, con una mano sobre su consola repetidora. En ella brillaba encendida una solitaria luz roja. Flattery les miró alternativamente, percibiendo el brillo extraño que había en sus ojos: ¡Locura! Y sus rostros ruborizados, su expresión nerviosa y emocionada...
—Raj, espera —dijo Bickel, hablando con voz apaciguadora, viendo la mano de Flattery suspendida sobre el botón que había bajo esa solitaria luz roja.
Debí pensar que existía otro gatillo, se dijo Bickel.
31
La existencia mundana es siempre una fuente renovada de sufrimiento. La meta del ser humano es lograr su liberación de las ataduras de la existencia material, y al conseguir dicha liberación, unirse con el Ser Supremo.
Educación del Psiquiatra-Capellán. Documentos de la Base Lunar.
Durante un interminable y tenso momento, después de que Flattery hablase, todos contemplaron ese botón rojo: el gatillo que pondría en marcha su destrucción. Todos sabían de qué se trataba. La intrusión de Flattery había servido para poner en marcha un estado compartido de conciencia. Teóricamente, debían aceptar ese instante de olvido total, pero había ocurrido algo nuevo.
—Unos pocos segundos más de vida carecen de importancia —dijo Bickel. Alzó una mano vacilante—. Puedes... puedes esperar sólo unos segundos.
—Sabes que he de hacerlo —dijo Flattery.
Incluso mientras pronunciaba esas palabras, Flattery paladeó el «grito» de tensión que cargaba este instante con una sensación casi eléctrica, llenando el aire que les rodeaba como si fuera ozono.
—Tienes el control de la situación —dijo Bickel, y su mirada fue brevemente hacia el botón que estaba apenas a unos milímetros de la mano de Flattery—. Lo menos que puedes hacer es oír lo que debo decirte.
—No podemos dejar a esa criatura suelta por el universo —dijo Flattery.
Timberlake tragó saliva y miró a Prudence. Qué extraño, pensó, que debamos morir cuando llevamos tan poco tiempo realmente vivos.
—Raj... —dijo Bickel—, ¿porqué podemos explicar más sobre los sistemas inconscientes del cuerpo humano que sobre los conscientes?
—Estás perdiendo tu tiempo —dijo Flattery.
—Pero esa cosa está muerta —dijo Bickel.
—Debo asegurarme de ello —dijo Flattery.
—¿Y por qué no puedes estar seguro después de haber oído lo que John debe decir? —le preguntó Prudence.
Miró a Bickel, intentando llevar hacia él la atención de Flattery. Dos luces habían empezado a parpadear en la consola principal del computador detrás del capellán-psiquiatra.
—Es una paradoja —dijo Bickel—. Se nos pide que descartemos el positivismo lógico, en tanto que debemos mantener la lógica. Se nos pide que hallemos un sistema de causa-y-efecto en un mar de probabilidades en el que hay sistemas enormemente grandes basados en sistemas aún más grandes los cuales, a su vez, se basan en sistemas todavía más grandes.
Flattery le miró, atraído a su pesar por los argumentos de Bickel.
—¿Causa y efecto? —le preguntó.
—¿Qué sucederá si aprietas ese botón?-preguntó Bickel, señalando hacia el gatillo que Flattery tenía a unos milímetros de su mano.
Prudence contuvo el aliento, rezando para que Flattery no se volviera. Ahora había más luces encendidas en la consola principal del computador, sobre la litera de Timberlake. No habría podido decir por qué esas luces le hacían sentir esperanzas, pero que hubiera pruebas de vida en el sistema de la nave...
—Si aprieto el botón —dijo Flattery—, pondré en alerta una secuencia de acción en el computador —miró hacia las luces que parpadeaban—. Os habréis dado cuenta de que una parte del computador se está activando. Estos circuitos... —miró nuevamente a Bickel— tienen sistemas amortiguadores extra, y energía especial de reserva. El programa principal puesto en acción por este botón da instrucciones al computador para que se destruya a sí mismo y a la nave, abriendo todas las escotillas y haciendo explotar cargas situadas en lugares claves.
—Causa y efecto —dijo Bickel, maravillándose ante lo automáticos que le parecían ahora los movimientos de Flattery: como si fuera un zombi—. Causa y efecto son algo que no encaja bien con la conciencia —dijo.
Una idea fascinante, pensó Flattery.
—Si cualquier acción subsiguiente —continuó Bickel— tiene lugar dentro de una casualidad absoluta e inmediata a partir de la secuencia de las acciones pasadas, entonces no puede haber ninguna influencia consciente en la conducta. Piensa en una hilera de fichas de dominó que se caen. El poder de la voluntad humana (el músculo y el brazo de nuestra conciencia) no puede llegar a decidir qué tipo de conducta debe usar, dado que esa conducta habría sido ya predeterminada por una larga línea de causas y efectos precedentes.
Flattery sintió que su mano, suspendida sobre el botón letal, empezaba a dolerle.
—No podemos predecir cuáles serían los actos de esa bestia —dijo—. Eso lo sé.
Prudence pensó: «Bickel está firmando nuestra sentencia de muerte». Se puso en pie. Aún tenía los músculos débiles, pero sentía que el estimulante funcionaba. Se cogió al brazo de Timberlake para no perder el equilibrio. Timberlake miró hacia su mano, y luego nuevamente a Flattery.
Qué tranquilo parece Tim, pensó ella.
—Quizá la conciencia no tenga la más mínima influencia en la actividad neural —dijo Timberlake—. Quizá sólo imaginamos...
—No seas ridículo —dijo Flattery—. Eso no tendría ningún valor de supervivencia, y sería imposible que hubiera surgido en la evolución natural. Las criaturas conscientes se habrían extinguido hace mucho tiempo...
Bueno, al menos hemos conseguido que empiece a discutir, pensó Timberlake. Miró a Prudence y le sonrió, pero ella estaba observando a Bickel. Timberlake miró de nuevo a Flattery. Qué expresión tan apagada... casi parece muerto.
—Piensa en un tubo electrónico —dijo Bickel—. Una minúscula cantidad de energía aplicada en el punto crítico produce una desviación, y un cambio tremendo en la salida de energía. La conciencia hace algo del mismo estilo, Tim. Tenemos un amplificador neural.
—Causalidad instantánea —musitó Flattery.
¡Dios! Cómo le dolía la mano... como si llevara suspendida un siglo sobre ese botón.
—Eso es lo que debemos eliminar de nuestro pensamiento —dijo Bickel—. Según la causalidad instantánea, si tenemos completo conocimiento de una ley natural y conocimiento igualmente completo de un sistema dado en un instante dado, entonces podemos predecir exactamente lo que hará ese sistema en adelante. Eso es ciertamente falso a nivel atómico, y no se aplica tampoco a la conciencia. La conciencia es como un sistema de lentes que seleccionan y amplifican, que aumentan los objetos destacándolos del entorno. Puede introducirse hondamente tanto en el microcosmos como en el macrocosmos: reduce lo gigantesco a tamaño manejable, o aumenta lo invisible hasta hacerlo visible.
«Eso no cambia nada», pensó Flattery. «¿Por qué estamos hablando? ¿Acaso intenta sólo ganar tiempo?». Las tensiones de la terrible misión que se le habían encomendado le resultaban casi insoportables.
Bickel vio cómo en los ojos de Flattery se agitaban las primeras y débiles chispas de vida.
—Pero este factor conciencia no es algo totalmente aleatorio —continuó—. En un cosmos lleno de posibilidades destructivas regidas por el azar, la actividad aleatoria iguala a la certidumbre de toparse finalmente con la destrucción... y estamos presuponiendo que la conciencia se orienta hacia el sobrevivir.
—A menos que se trate de un proceso curativo —dijo Flattery.
—Pero el proceso curativo debería contrarrestar por completo cualquier tipo posible de destrucción —dijo Bickel, notando cómo la luz de esa vitalidad iba creciendo en los ojos y en la actitud de Flattery.
—John, debo apretar este botón —dijo Flattery—. Lo sabes, ¿no?
—Dentro de un momento —dijo Bickel.
—Raj, no puedes hacerlo —dijo Prudence—. Piensa en todas las vidas indefensas que hay en los tanques de hibernación. Piensa en...
—Pienso en todas las vidas indefensas que hay en la Tierra —dijo Flattery—. ¿Qué cosa sería la criatura que dejáramos libre? La caja negra de John, transferida luego a la caja blanca, puso su vida, junto con todo el peso de su herencia racial, dentro del computador. ¿No lo veis? ¿Es que ninguno de vosotros lo ve?
Prudence se llevó la mano a la boca.
Bickel percibió lo vivaz de los gestos de Flattery, la conciencia que cada uno de sus movimientos expresaba. Se dio cuenta de que las tensiones de su condicionamiento letal le habían hecho cruzar el umbral, impulsándole hasta algo cercano ya a la plenitud total de sus capacidades. Pero la nueva idea que Flattery había enunciado le hizo vacilar:
«Si restauramos su funcionamiento... si lo despertamos... YO seré su inconsciente», pensó Bickel. «Seré su controlador emocional, su ello, su ego y sus antepasados».
Tragó saliva. Y Raj...
—Raj, no aprietes ese botón —dijo Bickel.
—He de hacerlo —dijo Flattery, sintiendo al hablar todo el empuje de su nueva conciencia y su recién estrenada vitalidad.
—No lo entiendes —dijo Bickel—. Ese generador de campo de tu cubículo... Pensabas que no había ningún tipo de retroalimentación entre ti y el sistema, pero sí la había. Tu voz, tus oraciones... cada una de tus reacciones, evidentes o infinitesimales, volvía al sistema a través de sus sensores. No sé qué es para ti la religión, pero ha de significar lo mismo para el Buey que para ti. Sea lo que...
—Lo que la religión era para mí —dijo Flattery.
Y apretó el botón. El mecanismo entró en acción con un leve chasquido.
—¿Cuánto nos queda, Raj? —preguntó Timberlake.
—Quizá unos cuantos minutos —dijo Flattery.
—O quizá más —dijo Bickel.
—¿No creéis que deberíamos haber intentado volver a la BLU, aunque nos costara? —les preguntó Prudence—. Ahora que hemos despertado, las necesidades del control de la nave habrían sido mucho más sencillas...
—Algún idiota acabaría jugando con esta nave... sólo para probarla —dijo Flattery—. Y nosotros... —les abarcó a todos con el mismo gesto, incluyéndose a sí mismo—. Este potencial que hemos descubierto dentro de nosotros habría sido devorado por la Tierra, lo habrían sofocado hasta matarlo —se encogió de hombros—. ¿Qué son unos cuantos minutos o unos cuantos años más o menos? Tuve una responsabilidad... y supe cumplir con ella.
—También tenías un deseo: el de morir —dijo Bickel.
—Sí, también —estuvo de acuerdo Flattery, dándose cuenta ahora de cómo ese impulso de morir le había ayudado a proyectarse hacia este despertar total.
Y al darse cuenta de ello, Flattery empezó a distinguir el significado de las crípticas palabras de Bickel... su otro significado.
—Algunos griegos decían que hasta los dioses deben morir —dijo Bickel.
Flattery se volvió y miró el gran tablero. Ahora estaba totalmente encendido, y no brillaba ni una sola luz de alarma: todos los indicadores daban lecturas normales.
—Está programado para llevarnos a Tau Ceti —dijo Bickel.
Flattery empezó a reír de modo casi histérico.
—Pero no existe ningún planeta habitable en Tau Ceti —dijo, cuando logró calmarse—. John, ya sabes que todo esto es... es una mascarada. Sabemos muy bien lo que somos: ¡humanos cultivados a partir de células! Un ser humano cedió un minúsculo pedazo de su ser que contenía el modelo de la totalidad, y los tanques de cultivo se encargaron del resto. ¡Se nos puede sacrificar sin ningún problema! —lanzó un suspiro, y contuvo el impulso de sumirse nuevamente en el sopor mortífero del que había salido hacía tiempo—. Ya estarán haciendo crecer a nuestros relevos, nuestros duplicados, construyendo al mismo tiempo otro Huevo de Lata. Cada fracaso le enseña algo nuevo a la BLU: han estado vigilando continuamente al computador. Cuando apreté ese botón, el mecanismo lanzó también una cápsula hacia la Tierra... con el informe completo.
—No estaba completo —dijo Bickel.
—La nave nos llevará a Tau Ceti —dijo Timberlake.
—Pero el programa de autodestrucción... —dijo Prudence y, al decirlo, comprendió lo que los demás ya habían entendido.
La nave poseía ahora el control de su propia muerte. Podía morir, y eso era lo que le había dado vida. El impulso acumulado en el AyT a partir de los circuitos del Buey había sido reprimido, igual que lo hacían los seres humanos. La nave había cobrado vida igual que ellos, perdida en mitad de la muerte. La muerte era el telón de fondo sobre el que la vida podía reconocerse a sí misma. Sin la muerte, sin un final, se hallarían enfrentados a la imposibilidad del problema que planteaba el diseño infinito.
Todo lo que Flattery había hecho era darle al AyT —la sede de la conciencia— un superenergizador.
—¿Estás seguro de que no hay nada en Tau Ceti? —le preguntó Bickel.
—Hay planetas, pero no son habitables —dijo Flattery.
Una luz verde empezó a brillar en la consola principal.
—No tiene sentido entrar en hibernación —dijo Bickel.
—Somos felices —dijo Prudence, mirando la luz verde—. La nave... la nave no es aún totalmente consciente.
—Claro que no —dijo Timberlake, pensando en la destreza con que había expresado ella su estado emocional. «Yo habría dicho que nos invade un gran gozo. Pero el gozo tiene ciertas implicaciones religiosas... Prue lo ha expresado mejor».
Prudence se dio cuenta de que Flattery le miraba.
—¿Por qué no? —dijo él.
Sí, ¿por qué no?, pensó ella.
Pero ninguna mujer había estado jamás presente en un parto tan extraño. Fue hacia la consola principal y conectó el sistema auditivo del computador, sintonizándolo con el canal principal de entrada de datos.
—Tú... —dijo.
Su mano siguió posada sobre el interruptor, y la nueva sensibilidad de su piel le hacía notar las infinitesimales variaciones sufridas por el metal que tocaba.
Esperaron, sabiendo a grandes rasgos lo que estaba ocurriendo ahora dentro del aparato que habían construido. Esa palabra, aumentada internamente su fuerza por la curiosidad programada y las directrices de autoconservación, estaría ahora abriéndose paso por entre la criatura, todavía consciente sólo a medias. La conservación... sí, pero había muchos tipos de conservación, y muchas cosas distintas que preservar.
Pero sólo había un receptor en el que ese «tú» pudiera dejar alguna huella. Los programas entraban en acción, se realizaban nuevas conexiones y se hacían comparaciones, al tiempo que se creaban equilibrios.
De pronto, el tablero que Prudence tenía delante se apagó. Todas las luces se extinguieron, y las agujas de los diales quedaron a cero. Apretó la tecla del computador y no obtuvo respuesta alguna. Toda la nave empezó a estremecerse.
—¿Es el programa de autodestrucción? —preguntó Bickel.
Una sola palabra, pronunciada por una voz de tonos ásperos y metálicos, retumbó en el altavoz que tenían encima:
- Negativo.
Las vibraciones de la nave se fueron calmando, volvieron a empezar y se interrumpieron bruscamente. Tuvieron la sensación de ir a la deriva, sumidos en un profundo silencio que les pareció extenderse por toda la nave.
La voz sonó nuevamente, pero esta vez con mayor suavidad:
- Ahora, en las pantallas aparecerá una imagen tomada desde un lado.
La pantalla superior y la del mamparo que tenían delante se iluminaron con la misma escena: la imagen de un sistema solar, en el que los planetas venían indicados por flechas rojas de referencia creadas por el computador.
—Seis planetas —murmuró Flattery—. Fijaos en la forma del sistema... y en el firmamento que hay detrás.
—¿Lo reconoces? —le preguntó Timberlake.
—Es la imagen que dieron las sondas —dijo Flattery—. El sistema de Tau Ceti.
—¿Por qué ha reproducido la imagen de las sondas? —preguntó Prudence.
- Prudence —dijo el altavoz—, no es la imagen de las sondas. Estas radiaciones son lo que yo... lo que yo veo a mi alrededor ahora.
—¿Estamos ya en Tau Ceti? —preguntó Prudence—. ¿Cómo puede ser? ¡Eso es imposible, no podemos estar ahí!
- El símbolo «ahí» es impreciso —dijo el altavoz—. El ahí y el aquí varían según una polaridad dependiente de la dimensión.
—¡Pero estamos ahí! —dijo Prudence.
- Enunciar lo obvio puede servir para aclarar vuestra conciencia —dijo el altavoz—. Debíais ser transportados sanos y salvos hasta Tau Ceti. Habéis llegado a Tau Ceti.
—¿Sanos y salvos? —dijo Flattery—. No hay lugar para que aterricemos.
- Un mero inconveniente, no demasiado grave —dijo el altavoz. Todas las flechas de la pantalla salvo una se apagaron—. Este planeta ha sido preparado para vosotros.
Bickel miró de soslayo a Flattery y vio que el psiquiatra-capellán se limpiaba el sudor de la frente.
- Es un error —dijo el altavoz—. Sólo debéis mirar a vuestro alrededor. Estáis a salvo. Observad.
La escena de las pantallas cambió.
- El cuarto planeta —dijo el altavoz—. Lo que ha sido preparado puede ser preservado.
Flattery cogió a Bickel del brazo.
—¿No lo oyes?
Pero Bickel estaba contemplando la imagen de la pantalla delantera... un planeta que se hacía cada vez más grande, llenando la pantalla: un planeta de color verde con atmósfera y nubes.
—¿Cómo hemos llegado hasta aquí? —dijo Bickel—. ¿Es posible que yo lo entienda?
- Tu entendimiento es limitado —dijo el altavoz—. Los símbolos que me habéis dado poseen extrañas variaciones respecto a la realidad no-simbolizada.
—Pero tú sí lo entiendes —dijo Bickel.
La voz pareció hacerse aún más solemne:
- Mi entendimiento trasciende todas las posibilidades de este universo. No necesito saber nada del universo, porque lo poseo en tanto que experiencia directa.
—¿No lo ves? —le volvió a preguntar Flattery, apretando con más fuerza el brazo de Bickel.
Pero éste no le hizo caso. Estaba recordando el momento en que la energía del generador de campo había vacilado, haciéndole perder ese estado de conciencia trascendental. No había poseído la capacidad necesaria: se trataba de un defecto inherente a su organismo, algo imposible de remediar.
Lo único que podía hacer era resignarse a creer en la realidad de lo que veía, probado por la imagen de las pantallas. Ahora estaban cruzando capas de nubes... más allá se distinguía un arroyo, árboles y una montaña coronada de nieve se alzaba al fondo. Sintió cómo aumentaba el tirón de la gravedad, para acabar estabilizándose al quedar quieta la nave.
- Encontraréis la gravedad una fracción inferior a la de la Tierra —dijo el altavoz—. Estoy despertando a los colonos que se hallaban en hibernación. Permaneced donde estáis hasta haber despertado todos. Debéis encontraros juntos cuando toméis vuestra decisión.
Con la voz súbitamente enronquecida, notando que la boca se le había secado, Bickel alzó los ojos hacia el altavoz y dijo:
—¿Decisión? ¿Qué decisión?
- Flattery sabe de qué decisión se trata —dijo el altavoz—. Debéis decidir de qué modo vais a rendirme adoración. ‹a type="note" l:href="#nota3"›[3]‹/a›
NOTA DEL AUTOR
Cuando los editores me anunciaron que iban a publicar una nueva edición de este libro, me ofrecieron asimismo la ocasión de hacer en él todos los cambios que me parecieran necesarios. Dado que detrás de la historia hay una serie de premisas científicas estrechamente relacionadas unas con otras, y que se habían producido avances considerables en dichos campos científicos, habría resultado algo extraordinario que los descubrimientos realizados a lo largo de trece años no me hubieran impuestos ciertas revisiones.
Por lo tanto, los lectores descubrirán que la nueva versión del libro ahora publicada contiene adiciones bastantes significativas, partes escritas de nuevo, cambios en el desarrollo de los personajes y ciertas supresiones.
Entre lo que suprimí se cuenta gran parte de los conceptos matemáticos relacionados con las ideas de rejilla y campo, usadas en el intento de comparar la programación del computador con ciertos procesos del pensamiento humano.
No había la menor duda de hacia dónde apuntaba este súbito aumento de conciencia... el sistema AyT. Por un instante vio todo el complejo del sistema en su mente, manipulando sus modelos hasta hacerlos coincidir con su rejilla de símbolos. Era tan sencillo... El AyT era un continuo tetradimensional, una parte de la geometría del espaciotiempo sometida a consideraciones de curvatura, duración causada por la distancia y transferencias onda-partícula a través de una multiplicidad de líneas sensoriales que lo atravesaban.
Para el sistema nervioso humano, un instrumento ya diseñado para ese trabajo, nada podía ser más sencillo que visualizar y manipular una telaraña tetradimensional de esas características... una vez hubiera comprendido cuál era la naturaleza de dicha telaraña.
La versión inicial del relato procedía en parte del concepto vigilia/sueño que dominaba el pensamiento psiquiátrico sobre la conciencia en dicha época. Por tal razón cité en el prefacio del libro esta famosa canción:
Marinero, ten cuidado, ten cuidado, marinero. Mira que el peligro te acecha... Cuidado, cuidado, cuidado, cuidado. Que muchos corazones valientes duermen en los abismos, ten cuidado... Cuidado, marinero.
de Durmiendo en el Abismo, por Arthur J. Lamb y H. W. Petrie.
Al reescribir esta nueva versión escogí otra cita para encabezar la historia, por razones que paso a explicar.
Los lectores meticulosos que comparen las dos ediciones del libro descubrirán cambios en el punto de vista conductor del diálogo en ciertas partes clave del relato. Dichos cambios fueron realizados para facilitar el desarrollo y exposición de las ideas que subyacen en las partes más tensas de la novela, intentando hacerlas así más inteligibles para el lector.
En el tiempo transcurrido desde que redacté la versión original del libro, he leído el Frankenstein de Mary Shelley —mis conocimientos previos sobre dicha novela se limitaban a la película interpretada por Boris Karloff—, encontrando en él aspectos comparables que me parecieron de gran interés. En esta nueva versión de la historia pueden encontrarse inicios de capítulos distintos con nuevos encabezamientos, para algunos de los cuales me pareció pertinente el uso de dicho libro. Me siento profundamente agradecido a tales citas, y mi única esperanza es que en algún lugar haya un fantasma de Mary Shelley que pueda aceptar mi gratitud al respecto.
Al resto de personas cuyo trabajo ha contribuido a la ampliación de mis ideas y al desarrollo de las dos versiones de este libro, mi más profundo agradecimiento.
Frank Herbert.
Puerto Towsend, Washington, 26 de enero de 1978.
Vi al pálido estudiante de las ciencias profanas arrodillado ante la cosa que había llegado a construir. Vi al horrible fantasma de un hombre tendido que, con el funcionamiento de algún poderoso ingenio, empezó a mostrar signos de vida y agitarse con un movimiento desasosegado y semivital. Tenía que ser espantoso, ya que sumamente espantoso ha de ser el resultado del esfuerzo del hombre en imitar el asombroso mecanismo del Creador.
Mary Shelley. Sobre la creación de Frankenstein.
FIN