<p>Datos del libro</p></h3> <p></p> <p></p> <p></p> <p>Autor: Caudett, Frank</p> <p>©1983, Bruguera, S.A.</p> <p>ISBN: 9788402092816</p> <p>Generado con: QualityEbook v0.60</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>INTRODUCCION</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">ÚL</style>TIMAMENTE estoy recibiendo un considerable número de cartas de amables lectores que se interesan por mi trayectoria profesional en el apartado que se vincula y refiere a la temática de ciencia-ficción. Algunos me animan a seguir por el camino trazado aconsejándome que no me aparte de las pautas establecidas, los menos, debo confesarlo, aplauden mis supuestos éxitos y, la gran mayoría, es de justicia que lo haga público, se muestran disconformes y discrepan, censuran abiertamente mis criterios personales con respecto al género aludido. Se quejan varios de ellos de lo que califican como «desbordante fantasía» y algún que otro tilda de ilógicos e imposibles mis últimos relatos aparecidos, o lo que es igual, sus argumentos. Uno de los referidos lectores me dice textualmente en un párrafo de su extenso y correcto escrito:<i> La ciencia-ficción es una cosa, la imaginación y la fantasía son otra, pero lo que usted escribe, señor Caudett, es sencillamente diferente. Y subrayo la palabra DIFERENTE, es más, la repito y se la escribo con mayúsculas. Porque se hace cargante ver cómo usted se esconde en su fértil imaginación, ¡nadie lo duda, pretendiendo darle verosimilitud a todo lo que, ni de aquí mil siglos, puede tener unos mínimos de lógica y coherencia; un algo de sentido común. De veras, señor Caudett, que debe usted rectificar. Ya sabemos que las historias del futuro les permiten a ustedes los escritores adentrarse en el campo de lo absurdo y disparatado. Pero menos, señor Caudett. ¿Usted me entiende, verdad?</i></p> <p>Antes de seguir adelante en el redactado de esta introducción que me he sentido obligado a escribir quiero, en principio, dar las gracias a todos estos lectores —igual a quienes expresan su satisfacción como a los que censuran—, tanto por su interés como por el tiempo que me dedican, garantizándoles que en un breve futuro les contestaré a cada uno particularmente. Y luego de cumplir con este deber ético voy a tratar de responderles a ustedes de un modo general, amplio.</p> <p>En principio desearía dejar bien sentado que soy un individuo muy receptivo a las críticas que jamás esconde la palabra de aliento o de acritud que se me pueda dedicar y que, como en el párrafo anterior he dejado diáfano* agradezco la una y la otra. Debo confesar, ampliando este punto, que he sido objeto en ocasiones de críticas acervas, durísimas, que han abarcado lo personal y lo profesional, encajándolas, de veras, con talante deportivo y sin parpadear. Algunas veces, claro, como ciertos grupúsculos sociales y minoritarios expresan en su peculiar jerga de hoy, me he visto obligado a pasar de los ataques furibundos e irreflexivos que desencadenaban contra mí quienes no estaban demasiado de acuerdo con mis postulados literarios; he tenido que hacer oídos de mercader a los términos acres que se vertían contra mi forma de escribir o de enfocar una temática determinada.</p> <p>Y baste, para muestra, un botón.</p> <p>O dicho de otra forma más ortodoxa pero igualmente sincera aunque menos gráfica... Incidiendo en eso último de las críticas a que me refería me viene ahora a la memoria, así como el que no quiere, que hace unos seis años aproximadamente, día arriba-día abajo, un crítico literario (eso creía yo en principio), desde el cuadernillo central del diario PUEBLO dedicado a las Letras, Artes, Ciencias, Temas de Cultura y Bibliografía General, dijo refiriéndose a una obra mía aparecida por aquel entonces:</p> <p></p> <i><p><i>«...que el autor, F. Caudett, cuando escribe algo suyo pone énfasis, acaloramiento, revanchismo, palabrotas y llega al insulto personal, como esos niños mal educados que se mean en clase...» (1).</i></p> </i> <p></p> <p>Como han podido leer y comprobar, el susodicho crítico —más tarde pude saber que el vocablo pseudocrítico era todo un halago para él y una calificación profesional excesivamente generosa —me ponía, como se dice en terminología muy actual, a parir. No obstante acepté el palo a pie derecho, convencido de que los críticos (a excepción hecha de aquél, pero entonces aún lo ignoraba) tenían la obligación de criticar y de orientar a sus lectores de acuerdo con los propios convencimientos los cuales, me gustasen o no, debía de aceptar como respetables, necesarios y resultantes de una delicada tarea profesional realizada por aquellos señores. Más tarde, otros críticos y amigos, me informaron detalladamente sobre la personalidad de mi «literario agresor» y me significaron que la ideología del susodicho, al parecer, estaba situada en un determinado extremo del espectro político lo cual, por su radicalismo, le descalificaba automáticamente como juez de cualquier obra. De todas formas seguí aceptando la reprimenda, admitiéndola como un accidente más de los muchos</p> <p>1) Se refiere al ejemplar núm. 12.059 del madrileño rotativo PUEBLO, de fecha 14 de junio de 1978, en el que apareció una amplia y nada favorable crítica al libro de F. Caudett. GENERACIONES CASTRADAS. (Nota del Editor.)</p> <p>que rodean y flanquean el intrincado laberinto de las letras y acabé sintiéndome satisfecho cada vez que leía y releía las iras escritas por la pluma del censor —porque el caballerete en cuestión era mucho más censor que crítico— en contra mía, convencido de que aquéllas, sus palabras escritas eran el equivalente a escuchar de los labios de una mujer apasionada los más encendidos halagos.</p> <p>Pero me estoy desviando de la cuestión, creo.</p> <p>Y dejo este particular sentenciado, significando solamente que he citado ese ejemplo para demostrar, de manera fehaciente, mi aseveración anterior de que soy receptivo a las críticas, de que las acepto, las admito y agradezco.</p> <p>Retomando pues el hilo verdadero que motiva esta introducción quiero dirigirme de una forma muy particular a esos simpáticos lectores que no están excesivamente de acuerdo con mi modus operandi literario por lo que a la ciencia ficción se refiere, a los que me califican de exageradamente fantasioso y que casi me descalifican como autor de relatos del futuro; a ellos pues quiero referirme ahora y decirles, que como ésta no es una cuestión personal, sino profesional y hasta optativa, voy a responderles históricamente.</p> <p>Dicho de otro modo que refleja un idéntico contenido: repasando la historia.</p> <p>El 17 de diciembre de 1903, Orville Wright consiguió despegar por primera vez en la historia, con un aeroplano de motor, recorriendo en su cuarto vuelo una distancia de 259 metros en 59 segundos, en Kitty Hawk. Sólo 32 años después, en 1935, USA fabricaba ya el «Douglas-DC3» con motores Wright-Cyclone de 900 cv que permitían una velocidad de 280 kilómetros por hora con autonomía para 1000 kilómetros; este modelo fue incorporado a la plantilla o flota aérea de numerosas líneas de aviación. Veinte años más tarde, 1955, los franceses lanzaban al aire el «Caravelle» cuyo modelo Horizon era propulsado por turborreactores de doble flujo Pratt-Witney, desarrollando una velocidad de 875 kilómetros a la hora con 3000 kilómetros de autonomía.</p> <p>Transcurridos solamente trece años de la última experiencia aérea significada, o sea en 1968, Francia y Gran Bretaña envían a los azules del cielo su sud-aviation-Bac «Concorde», avión supersónico capaz de volar a una velocidad de 2400 kilómetros por hora 18000 metros por encima de la corteza terrestre, impulsado por cuatro turborreactores «Olympus» 593 de 17.370 kilogramos de empuje. Y en ese mismo año (26 de octubre de 1968) los soviéticos lanzaban el «Soyuz 3» —satélite artificial— llevando a bordo a Georgij Berogovoj que efectuó una maniobra de acercamiento al «Soyuz 2», puesto en órbita el día anterior. Pocos días antes (11 de octubre) los estadounidenses habían enviado al espacio desde Cabo Kennedy la cápsula «Apollo 7», tripulada por Cunninghan, Schirra y Eisele, la cual dio 163 vueltas alrededor de la Tierra con una altitud de hasta 445 kilómetros-efectuando repetidos encendidos de motor para la Luna.</p> <p>Nueve meses después de la última experiencia espacial protagonizada por Walter Schirra y sus acompañantes, exactamente el 16 de julio del año 1969 a las 9 horas y 32 minutos (hora local) se procedía a proyectar hacia el enigmático infinito una nave que daba una báscula de 45.360 kilogramos. Esta nave cuyo nombre daría la vuelta al mundo pocos días después —Apollo 11— fue colocada en órbita por el potente cohete Saturno y estaba tripulada por Neil Armstrong (quien pisaría la Luna por primera vez en la historia de la humanidad a las 22 horas y 56 minutos del día 20 de julio del año 1969), Michael Collins y Adwin Aldrin.</p> <p>Hasta aquí, señores, lo que he denominado anterior-mente como respuesta histórica. Como contestación repasando la historia.</p> <p>Y ahora pues, mis queridos lectores cuyas correctas censuras y comedidos reproches me honro en merecer.., y ahora, después de comprobar que en sólo 66 años ¡que son exactamente los transcurridos desde el día en que el hombre fue capaz de levantarse del suelo por primera vez a bordo de un aeroplano de motor −17 de diciembre de 1903—, hasta aquel día glorioso en que se apuntó el tanto de situar los pies en la Luna −20 de julio de 1969)— se pasó de la nada al casi todo... ahora, perdonen que insista, ¿siguen ustedes opinando que lo mío es diferente, que mis relatos de temática futura carecen de lógica, coherencia y sentido común? ¿Qué todo es fruto de una imaginación no por fértil y ubérrima menos desbocada, de flashes atolondradamente fantasiosos, que rebasa incluso los límites de lo irracional para penetrar en el territorio de lo absurdo?</p> <p>La historia, señores... mis queridos amigos lectores, no me la invento yo. Es evidente que no la ha parido mi calenturienta y desenfrenada imaginación. Está claro que no es un fruto irracional del árbol inmaduro de mis fantasías. Que no se trata de un producto obtenido de mis literarias lucubraciones.</p> <p>La historia está ahí. Es un hecho.</p> <p>El mayor de los hechos diría yo.</p> <p>El compendio de los hechos de los hombres desde su llegada a este planeta.</p> <p>La historia, pues, es incuestionable.</p> <p>Permítanme que abunde una vez más en ese esquema: si en sólo 66 años que apenas pueden considerarse una página de la historia el hombre ha sido capaz de obtener los logros anteriormente detallados —y detallados además de manera sucinta—, ¿carece de realismo pensar que dentro de cien, trescientos o mil años, las conquistas hayan dejado por pueril y empequeñecido lo que ahora se nos antoja imposible?</p> <p>Sólo eso, mis queridos amigos, quería significarles.</p> <p>Y conste que no es una respuesta en el sentido literal de la palabra. Ni en su más amplio sentido tan siquiera. Es, tan sólo, una cuestión de matiz.</p> <p>Una puntualización.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>PROLOGO</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">E</style>N los albores del siglo XXI rusos y norteamericanos estaban más empecinados que nunca en obtener la supremacía espacial, el control absoluto del cosmos de acuerdo con sus posibilidades y conocimientos, en arrogarse de una vez por todas el título de adelantados o conquistadores del espacio...</p> <p>También constituía una gran y grave preocupación para los dos colosos mundiales adquirir la preponderancia total en el apartado de armamento nuclear e ingenios destructores bacteriológicos, que les permitieran —o que les permitirían— las máximas garantías en el caso (cada vez más cercano y probable) de producirse un enfrentamiento bélico entre las dos grandes potencias.</p> <p>Tanta era la obcecación de ambos y posibles contendientes, tan grande la obsesión que circunscribía al uno a obtener la máxima información sobre los avances técnicos y científicos del otro que, paulatinamente, fueron descuidando, olvidándose de los progresos, de la evolución a todos los niveles de otras potencias consideradas de segundo orden; de otras naciones que hasta hacía pocos años habían merecido el interés, el control y la fiscalización inclusive, de los dos gigantes del poder.</p> <p>Entre esos países se contaba Alemania.</p> <p>Y Alemania, exenta de la rabiosa, casi procaz atención de que se la hiciera objeto en otros tiempos y durante un prolongadísimo período de su historia, inició el resurgir.</p> <p>RESURGIO.</p> <p>Alguien, en el siglo xx, había acuñado la siguiente frase:<i> Cuando un alemán se levanta de mala leche, va a desayunar a París</i> (1). Metáfora política cuyo espíritu de síntesis quería significar que los alemanes, cuando despertaban a inquietudes bélicas, lo primero que hacían era, evidentemente, invadir Francia.</p> <p>Un movimiento político de características similares al nacionalsocialismo de Adolf Hitler —nazismo hitleriano—, actualizado eso sí, desembocó finalmente como ya hacían suponer los precedentes históricos en la Tercera Guerra Mundial.</p> <p>Y la cosa empezó —había empezado— como sugería la filosófica frase pronunciada por su autor en el siglo xx... con el parisino desayuno.</p> <p>Eso sucedió —sucedía— en la madrugada del 23 de septiembre del año 2067. Extendiéndose la invasión alemana, seguidamente, a España, Polonia, Checoslovaquia, Dinamarca y Noruega. Eso, para empezar. Como aperitivo del resurgimiento de un nuevo Reich llamado, como su predecesor, a conseguir mil teóricos años de paz después de haber arrasado media humanidad.</p> <p>Pero la experiencia, la historia, volvió a repetirse. Había nacido el IV Réich, sí. Pero ello trajo como consecuencia, como una condición de secular sine quanon, un nuevo capítulo Aliado: Rusia, Reino Unido y los United States of America, se aprestaron prontamente a dar la réplica al inquieto y estruendoso resurgir nazi.</p> <p>Fue, sí, la Tercera Guerra Mundial.</p> <p>Esta vez, obvio, no ocuparon las cabeceras de cartel los canaris, Badoglio, von Ribbentrop, De Gaulle, Eisenhower, Rommel, Montgomery, Churchill y un largo etcétera, pero estuvieron otros que les emularon, igualaron e incluso les superaron. Y una vez más como en todo lo anterior, la historia acabó reiterándose y el atrevido «Gulliver-Nazi» fue aplastado, sometido, tendido decúbito prono en las arenas de la playa del mundo y maniatado para tos restos. A partir de aquí se sucedieron las arbitrariedades e injusticias. De nuevo el sufrido pueblo alemán pagó un precio muy elevado por las irresponsabilidades bélicas de sus megalómanos gobernantes.</p> <p>Pero la cosa no acabó aquí como todo hacía presumir.</p> <p>(1) Frase que se le atribuye precisamente al padre del autor de esta novela, don Francisco Caudett Fabra, hombre ponderado y conspicuo, de moderados criterios y visión política llana pero tremendamente efectista, pese a que nunca se significó en público con ningún tipo de postulado ideológico. (Nota del Editor.)</p> <p>Esta tercera experiencia protagonizada por los germanos que venía a sumarse a las anteriores, años 1914 (1) y 1939 (2), hizo que las dos potencias soberanas abrieran los ojos al máximo acerca de la que denominaron «realidad alemana», entendiendo los rusos por su parte y los yankee!s por la suya que el resurgir del imperialismo nazi se había gestado en el hecho concreto de no existir una sola, UNA UNICA POTENCIA, llamada a controlar los designios del planeta y la evolución de todos y cada uno de los países de la Tierra. Y pensaron también, en Moscú y Washington, que era llegado el momento de plantearse muy seriamente la posibilidad de hacer efectivo, real, ese control.</p> <p>Obvio, eso sí, que ninguna de las dos potencias estaba dispuesta a hacer concesiones, a cederle el puesto, la supremacía absoluta a la otra, en detrimento de sí misma, de sus propios intereses. Y mucho menos aban-donar las zonas de influencia política, militar y hasta social, establecidas por ambas en el curso de los últimos años.</p> <p>Pero tanto Rusia como Estados Unidos comenzaron una silenciosa labor encaminada a la obtención del dominio total y absoluto.</p> <p>Pasaron, en todo este afán, tres largos siglos en cuyo devenir, los gobiernos y políticos que se fueron sucediendo en la cabecera del poderío de ambas naciones, confeccionaron cientos de planes que fueron sucesivamente rechazados hasta que, en el año 2393, sucedió lo que había de suceder, lo que se preveía, lo inevitable, lo que la humanidad de una forma u otra, con mayor consciencia o inconsciencia, venía pidiendo, deseando, desde in illo tempore: el estallido de la Primera Guerra Nuclear.</p> <p>La guerra total.</p> <p>Definitiva.</p> <p>_____________________________________</p> <p>(1) Primera Guerra Mundial, 1914-1918, Guerra deseada por las grandes potencias y por muchos políticos que vieron en ella la ocasión de establecer la hegemonía de su país sobre toda Europa y parte del mundo. Tuvo como pretexto o factor desencadenante el ultimátum lanzado por Austria-Hungría a Servia al día siguiente del atentado de Sarajevo (28 de junio de 1914). Por otro lado, las alianzas (Triple Entente entre Francia, Gran Bretaña y Rusia, y Tríplice, entre Alemania, Italia y Austria-Hungría) multiplicaron los riesgos de una contienda que abarcaría a toda Europa.</p> <p>(2) Segunda Guerra Mundial, 1939 1945. Esta guerra fue provocada por dos causas fundamentales: los tratados de 1919 1923, consecuencia de la Primera Guerra Mundial, que indirectamente condujeron al establecimiento de regímenes dictatoriales (sobre todo en Italia y Alemania que formaron el «Eje Roma-Berlín») y la crisis económica de 1929. Alemania tomó el tratado de Versalles como un diktat y ello, a la larga, habría de incidir también notoriamente en el desencadenamiento de esta segunda conflagración mundial. (Nota del Autor.)</p> <p>La destrucción a tope.</p> <p>El holocausto.</p> <p>Las naciones restantes se definieron hacia uno u otro bando según sus inclinaciones políticas e ideológicas, de manera que la balanza quedó equilibrada. Como la destrucción que, desgraciada o afortunadamente, también tuvo su equilibrio. Tal fue éste que la humanidad quedó, un año después, un solo y triste año después, prácticamente aniquilada.</p> <p>Se retornó, casi, a la etapa prehistórica.</p> <p>Cenizas, humo y ruinas, fueron el punto de partida.</p> <p>Naciones esplendorosas quedaron reducidas a la nada y sólo sobrevivieron pequeños núcleos de personas que se vieron obligadas a regresar a períodos ancestrales, rudimentarios.</p> <p>El sistema, a partir de aquí, fue visceral.</p> <p>Con el paso de los siglos no obstante, lo que antes habían sido países se convirtieron (dentro de lo que en otro tiempo fueron estados) en Agrupaciones Humanas, cada una de las cuales caminó en función de sus propios recursos materiales hacia un nuevo desarrollo de estructuras —tanto en lo político y lo social— que nada tenían que ver con las de la época anterior y sí estaban relacionadas, en parte, con lo que fueran aquellas que miles de años atrás sirvieran de génesis al mundo y sus naciones.</p> <p>En el año de 2984 —siglo xxx— una de las más florecientes y desarrolladas, aquélla a la que más próspero futuro se le adivinaba, era la Agrupación Humana de Chicago. Que conservaba el nombre de la ciudad destruida de cuyas cenizas, como ave fénix, resurgiera paulatinamente. Una convulsión geológica producida como consecuencia de un bombardeo nuclear puso en manos de aquella comunidad grandes recursos materiales procedentes de la vertiente mineral (importantes minas de oro, plata, piedras preciosas, cuarzo y carbón), así como otros procedentes del rudimentario agro (interminables extensiones aptas para el cultivo de distintas variedades vegetales), los cuales, unidos, auparon aquel movimiento hum.ano de manera vertiginosa hacia un primer plano de la reducida población mundial.</p> <p>La llamada Agrupación Humana de Chicago abarcaba un territorio muy superior en extensión al ocupado en la época precedente al holocausto por la ciudad que le daba nombre, y sus fronteras actuales, para describirlo de un modo gráfico, comprendían un área equivalente a la que había correspondido por el este hasta Delaware, por el norte y noreste hasta Providence, Harrisburg y Saint Paul, por el oeste hasta Lincoln y por el sur-sureste hasta y entre Nashville y Topeka. Estaba claro que existían grandes distancias, desde la Chicago capital hasta los puntos limítrofes citados, totalmente deshabitadas. Y esas grandes distancias o extensiones se hallaban bajo el control de unas fuerzas nómadas paramilitares que recibían el nombre de «Patrullas Ejecutoras del Orden».</p> <p>En el año 2984, como apuntábamos, la Agrupación Humana de Chicago estaba gobernada por el Canciller del Orden, Jeroen Hauer.</p> <p>Pero ese orden, férreo y casi totalitario, primitivo en muchas de sus vertientes, que había sido uno de los sólidos pilares sobre los que se afianzara el encumbra-miento de aquella Agrupación a la cima máxima del poder mundial después del holocausto, pronto comenzó a sentirse seriamente amenazado. Resquebrajado en la misma base de sus cimientos porque el hombre, elemento básico y principal de todos los procederes, apenas si había cambiado en nada. Apenas si había escarmentado en función de las tragedias vividas por sus más cercanos antepasados.</p> <p>Y de la mano del supuesto progreso —como había sucedido antes y seguramente sucedería después —vino también la ambición, el cohecho, la corrupción, el ansia y los odios.</p> <p>Y precisamente en los albores de su máximo esplendor —año 2984, insistimos— empezó a vivir la Agrupación Humana de Chicago lo que podían ser inicios de su decadencia,</p> <p>A todas éstas, el calendario, que por extrañas e incomprensibles razones había permanecido incólume, avanzaba hacia los finales del siglo XXX.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>CAPITULO PRIMERO</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">-¿E</style>STÁS seguro de lo que dices, Young?</p> <p>Walter Young, experto en Prospecciones Cósmicas asintió con un rotundo cabezazo.</p> <p>—Sí... Completamente.</p> <p>Armin Suñowac, Ingeniero del Espíritu, experto en ciencias esotéricas con recursos psíquicos para obtener contactos con el más allá se quedó unos instantes en silencio, reflexivo, meditando acerca de la contundente aseveración pronunciada por el director del Prospect Esoterik Information, laboratorio que se ubicaba en el subsuelo de la periferia cercana a la capital de la primera Agrupación Humana del mundo.</p> <p>—Se hace muy difícil admitirlo —musitó al fin. Añadiendo—: No es que dude de tus afirmaciones, Walter. Pero admitirás que... Ponte en mi lugar, ¿no?</p> <p>Young, hombre de mediana estatura y facciones híbridas de místico estereotipado, dio unos pasos sobre su propio eje con las manos hundidas en los bolsillos de la blanca y larga bata, encarándose al fin con su dubitativo interlocutor que le veía evolucionar con atento interés.</p> <p>Con admiración inclusive.</p> <p>—Entiendo, Armin —afirmó con voz tensa y escueto el contenido. Añadiendo con una especie de sonrisa flotando encima y por delante de sus labios descoloridos de lúbrico crispado—: ¿Por qué crees que te he invitado a venir aquí?</p> <p>—¿Insinúas que podré asistir a la escucha de uno de esos... diálogos?</p> <p>—Los científicos no nos producimos jamás ni en lo profesional ni en lo personal en función a insinuaciones. Nosotros, Armin Suñowac, no suponemos... afirmamos. Lo nuestro son dogmas, son hechos, son experiencias contundentes. Tú mismo lo acabas de decir... Vas a escuchar uno de esos diálogos de los que te he hablado.</p> <p>—iExtraordinario! ¿Será hoy?</p> <p>—Será... ahora. Dentro de unos treinta espacios, aproximadamente, la ortodoxia metereológica será pro-picia para que queden abiertos los canales de frecuencia espaciocontactora y sirviéndonos del Detecradar-In— fispace, podremos adentrarnos en la Región Sombría de los Espíritus o «Galaxia Cero», escuchando las conversaciones de aquéllos. Están ahí, Suñowac. Encima de nuestras cabezas. Vivos...</p> <p>Armin se estremeció vivamente.</p> <p>—Yo he conseguido percepciones, sí... Incluso comunicados telepáticos cuyo contenido no siempre he podido interpretar. Pero oírles hablar desde aquí, allá en su propio mundo. Porque de acuerdo con lo que tu me expliques ellos deben morar, o moran en un mundo de esencias en el que lo físico, la materia, no es coherente, ¿verdad?</p> <p>—Algo así, Armin. Pero el problema más acuciante de ellos y a la vez insoluble a sus posibilidades, que en algunos aspectos son relativamente superiores a las nuestras, es el de... volver.</p> <p>—¡Walter! ¿Te has vuelto loco?</p> <p>Otra extraña sonrisa floreció en los labios un tanto repulsivos del experto en Prospecciones Cósmicas.</p> <p>Y anunció, como si del dictado de una sentencia se tratara:</p> <p>—Están deseando volver. Y lo que es más: ofrecerían todo su poder a aquel que fuera capaz de facilitarles el regreso. Pero... quieren volver tal y como entonces fueron. En una palabra, Armin Suñowac: quieren ser los mismos. En el fondo, hasta resulta gracioso. ¿No te parece?</p> <p>—No... —Suñowac, más joven y de aspecto físico más agradable y agradecido que su interlocutor, hizo un rictus que evidenciaba su intranquilidad. Agregando—: No veo nada de gracioso en lo que particularmente se me antoja fantasmagórico.</p> <p>Young soltó una seca risita.</p> <p>Algo muy parecido a una tos quebrada, espasmódica. Una risita que tenía sesgos crueles y una extraña fonía. Inquiriendo tras breve pausa con cáustica mordacidad:</p> <p>—¿No es acaso lo tuyo el contactar con los espíritus para conocer sus inquietudes?</p> <p>—Sí, pero desde una óptica diferente. Lo mío podríamos decir que parte de un dogmatismo religioso, que tiene como base un conjunto de creencias paranaturaíes. Lo tuyo, Walter, es distinto. Monstruoso me atrevería a decir. Aunque a ser sincero, tu tratado de la cuestión, pareciéndome fantasmagórico, no deja de apasionarme. De atraerme... Quizá porque soy materia y como tal ambicioso. No lo sé exactamente.</p> <p>—Eso es lo que esperaba oírte decir, amigo. En el contenido de todo este asunto, en la resultante de esta investigación, existe una filosofía que es pura praxis. Estamos jugando con un futuro lleno de esperanzas para nosotros. De poder. Algo magnifícente, Armin. Magnificente, de veras.</p> <p>Un visible estremecimiento azotó la fornida silueta; del Ingeniero del Espíritu, equivalente actual a lo que en otras etapas de la humanidad, en otras civilizaciones pasadas, había recibido el nombre de hechicero, puede que sacerdote incluso, quizá visionario y también vidente.</p> <p>—Me asustas, Walter —se atrevió a confesar y admitir. Significando a pesar de ello—: Aun así, sé que voy a estar contigo.</p> <p>—Será lo más conveniente, Armin. Lo más conveniente...</p> <p>Era una insinuación que lo mismo podía esconder amenaza, coacción, o un simple consejo.</p> <p>Se hizo un silencio entre ambos.</p> <p>Roto instantes después por el timbre musical, vibrante y hasta cálido, de un registro femenino que parecía acariciar.</p> <p>La voz debió surgir de algún equipo oculto de megafonía. De un sofisticado sistema de comunicación interior porque, dentro de aquel recinto, no había huellas visibles, físicas, de aparato alguno que pudiera reproducir o llevar hasta allí la voz de la hembra.</p> <p>Anunció ella:</p> <p>—La situación cósmica ya es apta para prosperar con emisiones magnéticas, doctor Young. Dentro de un espacio y medio podremos adentrarnos en las maxicoordenadas hiperreceptoras de la Región Sombría de los Espíritus, ¿Preparamos un dúplex de ondas de captación o vienen ustedes al segmento matriz de prospecciones?</p> <p>—Prepara ese dúplex, Meryl. El ingeniero Suñowac y yo permaneceremos aquí. Y te ruego que vengas tú también junto a nosotros. Que Julie se quede en el control —contestó Walter Young con un leve temblor en el matiz y una intención en el contenido que Armin no supo en aquel momento interpretar debidamente.</p> <p>—Como usted desee, doctor Young —repuso y admitió aquel registro cálido que correspondía a una mujer llamada Meryl. Añadiendo—: Inicio ahora mismo el tránsito.</p> <p>Se produjo entonces un fogonazo muy similar a lo que en el siglo XX hubiese sido el del flash de una arcaica máquina de fotografiar.</p> <p>El fogonazo compuso puntas agudas y luminosas parecidas a los vértices de las estrellas y cuando las referidas puntas fueron perdiendo su brillantez se sucedió una especie de metamorfosis, ya que de ellas surgió, concretándose como por arte de magia, el cuerpo de una extraordinaria hembra.</p> <p>Meryl Brown.</p> <p>Llevaba el cabello cortísimo —lo que en otras épocas se había conocido como corte de pelo «al alemán»— y tintado de un azul reluciente, lo cual no iba en detrimento de su espectacular belleza sino todo lo contrario. Meryl tenía unas facciones que se olvidaban de la corrección para llegar hasta lo perfecto. Unos ojos enormes, vivos y móviles, que parecían medrar con propia autonomía, que destellaban chispazos azules más brillantes casi que su teñido cabello. La nariz era un prodigio exquisito de armonioso trazo, alzada ligeramente la punta, lo que le confería un aire pícaro y respingón, descansando en lo alto de una boca impecable de labios maravillosamente dibujados, rojos como la sangre, sensuales, salpicados de tenues surcos que evidenciaban una carne tersa y apetitosa. Su cuerpo ondulado era un estallido apoteósico de fuerza y pasión que conjuntaba y conjugaba la elegancia de la gacela y la salvaje agresividad de la pantera. Esbelto el talle encima del cual se disparaban unos pechos enhiestos y sobrios, pletóricos de lúbrico atractivo; preciosa altiplanicie la que formaban sus nalgas de contenido rotundo con trazos suaves que no lograban ocultar el encanto sicalíptico de que estaban dotadas, en el que parecían estar inspiradas, que atraían miradas masculinas en tas que fácilmente podían leerse oscuras apetencias. Largas las piernas de fino torneado apenas escondidas por una corta faldita que recordaba las utilizadas muchos siglos ha por las selváticas amazonas. La que lucía Meryl estaba confeccionada en reluciente pana roja que hacía juego con unas botas de piel vuelta que cubrían como cuatro dedos por encima del tobillo... y que contrastaba, casi excitantemente, con aquel peto sin mangas de rutilante color amarillo que llevaba atado a los costados por unas cintas de cuero que corrían por la especie de ojales practicados en la tela.</p> <p>Impactante era, y la palabra no conseguía ajustarse del todo a la realidad, la figura de Meryl Brown.</p> <p>Su sola presencia.</p> <p>Suñowac no pudo ni supo, evidentemente, esconder el asombro y ocultar la admiración que le producían el contemplar de manera abierta, reverente y ofensiva a la propia vez, aquel cuerpo sensacional y aquel rostro precioso de estallido exquisito.</p> <p>—Guapa hembra Meryl, ¿verdad, Armin? —Inquirió con matiz significativo el director del Prospect Esoterík Information.</p> <p>Pillado por sorpresa, Suñowac no tuvo reparo en admitir:</p> <p>—¡Mucho más que eso, Walter! Es extraordinariamente bella. Es... ¡es fascinante!</p> <p>Lo era, desde luego. Lo era.</p> <p>—Ya tienes un nuevo enamorado, pequeña.</p> <p>—Por favor... —Meryl tenía las mejillas teñidas con pinceladas grana. Ardientes, obvio, lo cual encendía aún más su natural atractivo—: Se lo ruego, doctor Young. Ya sabe usted que me ruborizo con facilidad.</p> <p>—Pues tendrías que haberte acostumbrado ya a los halagos, los requiebros, las frases hermosas que se gestan en labios de los hombres cuando se arroban frente a tu sensacional belleza. ¿Qué espécimen macho puede evitar cantar los primores de tu rostro y la sensualidad de tu cuerpo espléndido luego de mirarte una vez? —se columpió en los agresivos piropos Walter Young.</p> <p>Y por su parte, Suñowac intervino añadiendo:</p> <p>—Deberías estar orgullosa de tu belleza. Y encontrar normal que la glorifiquen. Eres mujer, eres fascinante... y los hombres tenemos la obligación de decírtelo. De repetírtelo hasta la saciedad.</p> <p>—Tengo enamorado oficial, señor Ingeniero del Espíritu —quiso ella servirse de la frase como si de un mecanismo de defensa se tratara. Suavizando no obstante—: Aunque no por ello dejo de agradecer sus in-merecidas atenciones hacia mí supuesta hermosura.</p> <p>—Real hermosura, Meryl. Real... —la corrigió. Añadiendo interrogante para prolongar aquella conversación que le resultaba sumamente agradable y refiriéndose a la observación inicial de ella—: ¿Quién es el afortunado, divina criatura?</p> <p>Fue el experto en prospecciones cósmicas quien ofreció la respuesta en lugar de la preciosa y aún ruborizada Meryl:</p> <p>—Se trata del temerario y famoso oficial primero de las Patrullas Ejecutoras del Orden, Stewart Joyce. ¿Supongo que habrás oído hablar de él, no?</p> <p>—Algo, sí... Algo —murmuró Suñowac entre dientes. Añadiendo con evidente intencionalidad—: Pero no es precisamente por sus hazañas por lo que le envidio...</p> <p>—Les ruego que olvidemos esta charla, señores —pidió con tono y ojos casi suplicantes la bellísima Meryl.</p> <p>Antes de que ninguno de los dos hombres tomara la palabra se hizo patente en el interior de aquel segmento la voz de otra hembra, como poco atrás se dejara oír la de Meryl Brown.</p> <p>—Es el momento, doctor Young —anunció.</p> <p>—Gracias, Julie —repuso Walter.</p> <p>—Las emisiones magnéticas han prosperado ya en el ámbito de la Región Sombría de los Espíritus, doctor. Las maxicoordenadas emitorreceptoras son del todo favorables.</p> <p>—¿Se registra alguna conversación?</p> <p>—Hay señales de una, pero muy débiles todavía. Dentro de un espacio y medio, aproximadamente, escucharemos las voces con la mayor perfección. Le puedo adelantar que parece tratarse de los mismos registros que hemos venido captando las últimas fechas, pero queda pendiente de confirmación para cuando las condiciones audibles sean de total nitidez. A partir de este instante duplico ondas de captación hacia el interior de su segmento, doctor.</p> <p>—Perfecto, y adelante en cuanto quieras, Julie. ¡Ah!, al igual que Meryl, eres insustituible.</p> <p>—Pero menos bella, doctor.</p> <p>Una extraña crispación contrajo las hermosas facciones de la mujer de cortos cabellos azules.</p> <p>Era el reflejo condicionado que acusaba recibo de la directa y nada sutil agresión de que acababa de ser objeto. Había sabido captar, obviamente, el contenido de aquellas palabras y su conflictiva intencionalidad. Julie Curtis era su compañera pero no su amiga, estaba claro; pese a que ella se había preocupado desde el primer día por acercarse a la otra y limar las asperezas surgidas en función de la envidia que se gestaba en el corazón de Julie a causa de la espectacular belleza de Meryl.</p> <p>Y a Meryl no se le podían exigir responsabilidades por lo espectacular de su belleza ya que ella, como todos, estaba ajena a su aspecto físico. Le había sido generosamente concedido; eso era todo.</p> <p>La ayudante primera de Walter Young, no obstante y tras la frase de su compañera Julie, inclinó la cabeza como avergonzada manteniéndose en inexpugnable silencio.</p> <p>—El valor de las figuras humanas no está en la brillantez de su físico. Usted y Meryl, Julie Curtis, son dos excelentes profesionales —repuso Young sin excesiva convicción en lo que decía, hecho éste que quedó registrado en la inseguridad de su tono. Y añadió, dando un giro redondo a lo hablado—: Adelante con ese dúplex de ondas, muchacha.</p> <p>Al instante estalló dentro del segmento algo que tenía similitud con el chirrido u onomatopeya de un metal al ser friccionado contra otro. Un ruido disonante y esquizofrénico que producía vivos estremecimientos, que erizaba el vello y ponía granos fugaces en la epidermis.</p> <p>Y de aquel ininteligible, chirriante y anárquico rumor, fueron surgiendo conforme se aclaraba aquél, voces de eco vibrante.</p> <p>Voces de otra dimensión.</p> <p>Cada palabra que pronunciaban aquellos registros parecía mantenerse flotando en el ámbito a lo largo y durante algunos instantes. Más que una fluctuación irreal parecía un inexplicable temblor..., un ondulante y casi siniestro permanecer en el vacío.</p> <p>—¡Son ellos! —estalló, encendidos los ojos y casi a punto de saltarle de las órbitas, Young. Añadiendo al tiempo que procuraba dominar su vehemente explosividad—: Son, como decía Julie, las mismas voces que venimos captando en las últimas prospecciones. Sí... Son las voces de Al Capone y de Johnny Torrio.</p> <p>—¿Quiénes son esos.,.? —Armin Suñowac estaba desconcertado, más que eso, estupefacto.</p> <p>—Eran... —puntualizó con metálico matiz su inter-locutor, sin lograr esconder su excitación. Repitiendo—: Eran... Se trata de ellos, de los espíritus que se consumen en la impaciencia del retorno; son los apasionados del regreso. Los que quieren... volver.</p> <p>—Ni aun así acabo de...</p> <p>—¡Calla, calla! —gritó Walter Young—. ¡Y escucha atentamente! Ahora se les oye con total nitidez.</p> <p>Cierto.</p> <p>En aquel instante, las voces procedentes de la Región Sombría de los Espíritus llegaban con notable perfección auditiva hasta el interior del segmento principal del Prospect Esoterik Information.</p> <p>Igual... Lo mismo que si ambos espíritus estuviesen dialogando allí, en aquella misma estancia, al lado de Walter Young, Armin Suñowac y la bellísima Meryl Brown.</p> <p>Armin ofrecía una expresión atónita. Tenía los ojos muy abiertos y la respiración contenida como si temiese que el sólo contacto de su hálito con el ambiente pudiera romper el encanto místico de aquella insólita situación, hacer añicos las voces de aquellos seres etéreos que conversaban a miles de millones años luz de la Agrupación Humana de Chicago; del planeta Tierra, para ser más concretos.</p> <p>Pudieron oír sin esconder su expectación uno y su asombro sin límites Meryl y Suñowac, pero evidentemente sobrecogidos los tres...</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>PAUSA</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">F</style>UE precisamente eso.</p> <p>Una pausa la que se estableció dentro del aparato psíquico de Meryl Brown, producto de la capacidad de autopoder que ella podía desencadenar en el proceso interior de su intelecto delimitando ordenadamente dos o más circunstancias.</p> <p>Y lo que ahora hizo la bellísima ayudante primera del maquiavélico doctor Young fue dejar conectados parte de sus sensores con la escena que estaba viviendo a la vez que trasladaba otros, merced a su capacidad telepsíquica, hacia el lugar ignorado donde se hallaba el oficial de las Patrullas Ejecutoras del Orden, Stewart Joyce, en el cumplimiento de su misión.</p> <p>Las ondas telepáticas lanzadas por el cerebro de Meryl hacia el de su enamorado oficial penetraron en éste apenas en milésimas de segundo.</p> <p>Y al instante quedó establecido el diálogo entrambos.</p> <p>—¿Me recibes, Stewart?</p> <p>—Sí, Meryl. ¿Ocurre algo? —No lo sé todavía con exactitud, amor mío. Pero temo que si. Y temo que se trate de algo muy grave.</p> <p>—Explícate, pequeña.</p> <p>—Me encuentro en el segmento principal del Prospect Esoterik Information, que corresponde a su director Walter Young.</p> <p>—¡Lo sé, MeryV. ¿Quieres ser más directa?</p> <p>—Young va a prosperar en lo que él ha denominado Región Sombría de ¡os Espíritus.</p> <p>—¿Y qué tiene eso de particular? —interrogó dentro del silencio que presidía la conversación entre los dos cerebros, la mente del oficial primero Joyce.</p> <p>—Nada... a no ser por las intenciones al respecto de Young.</p> <p>—¡Meryl! ¿Pretendes que descifre un jeroglífico?</p> <p>—Estoy muy nerviosa, Stewart.</p> <p>—Eso me parece... ¿Por qué?</p> <p>—Walter Young pretende el regreso a la Tierra del espíritu de dos seres que al parecer vivieron en la primera mitad del siglo XX.</p> <p>—¡Young está loco!</p> <p>—Ni lo sueñes. Me consta que ha encontrado el método de efectuar esa regresión.</p> <p>—¡Sería un extraordinario avance...! Mirado desde una óptica científica, claro. Pero me parece que tú no compartes esa opinión, ¿cierto?</p> <p>—Muy cierto, Stewart.</p> <p>—¿Cuándo vas a decidir sincerarte, muñequita?</p> <p>—Esos espíritus pertenecen al parecer a dos hombres llamados Al Capone y Johnny Torrio...</p> <p>—...cuya existencia terrena estuvo presidida por la ambición desmesurada de poder, la violencia, los crímenes más espantosos, la sangre inocente derramada y también la de sus enemigos de idénticas características morales. Fueron los artífices del entonces denominado Sindicato del Crimen y miembros integrantes y activos de una organización criminal conocida con el nombre de Mafia.</p> <p>—No entiendo qué pretende Young al intentar esa experiencia, suponiendo que la consiga.</p> <p>—¡La conseguirá! —elevó Meryl Brown la fuerza de sus emisiones telepáticas pretendiendo alarmar a Stewart como lo estaba ella. Y prosiguió en su mudo informar—: Pretende simplemente obtener a través de esos seres el total dominio y control de la Agrupación Humana de Chicago. Si se encarama al poder, sólo será el primer paso para conseguir esclavizar al resto de ¡a especie.</p> <p>—¿Y no puede intentar lo mismo sin complicarse en esta aventura esotérica? Podría bastarle con presionar a la gente que ahora está en la cima, o simplemente con intentar eliminarla sirviéndose de brazos ejecutores.</p> <p>—Young es ambicioso pero no estúpido, Stewart.</p> <p>—¿Qué pretendes decirme. Meryl?</p> <p>—Si él hiciera eso que tú apuntas se ganaría de in-mediato la animadversión popular. Los ciudadanos de ¡a Agrupación eligieron democráticamente a nuestro gobierno y están contentos con él. Nadie discrepa en lo fundamental de la gestión hasta hoy realizada por Jeroen Hauer. Walter Young es consciente de ello y consciente también de que para conseguir el ambicioso proyecto que se propone necesita del respaldo de la gente.</p> <p>—Te confieso, mi querida Meryl, que tu retorcimiento intelectual me tiene confundido. No me importa admitir que soy muchísimo menos inteligente que tú, por lo cual necesito que se me hable con la mayor claridad. Define, te lo ruego.</p> <p>—Si Young obtiene el regreso de esos espíritus y con-sigue al propio tiempo que Armin Suñowac, Ingeniero del Espíritu convenza a la interminable legión de sus fanáticos seguidores de que esa experiencia se ha producido por designio de poderes superiores, de aquellos que nos controlan desde el más allá, se habrá anotado el triunfo de salida. ¿Quién será capaz de oponerse, de contradecir o luchar contra esos supuestos designios? La Agrupación pronto estará convertida en un caos cuyo control escaparará a las posibilidades del gobierno de Hauer y a partir de aquí, el camino de Walter será de rosas y expedito hacia el poder. Plagado de injusticias y sangre.</p> <p>—Suponiendo que estés en lo cierto —admitió telepáticamente su enamorado oficial desde la lejanía de su presencia física—, ¿qué sugieres?</p> <p>—Que te pongas inmediatamente en camino para impedir que semejante monstruosidad se concrete.</p> <p>—Meryl, cariño..., para mí, tu palabra tiene un valor inmenso. Pero frente a mis superiores temo que no será lo mismo. Comprende que necesito alguna prueba.</p> <p>—He pensado en ello, Stewart.</p> <p>—¿Entonces?</p> <p>—Dentro de fracciones infinitesimales de espacio se captará en este segmento una conversación entre los espíritus de Al Capone y Johnny Torrio. Dejaré abierto mi canal telepático hacia tu aparato psíquico para que puedas obtenerla en su totalidad. Esa puede ser la prueba que necesitas para informar a tus superiores.</p> <p>—¡Meryl, Meryl! —También se elevó ahora el contenido silencioso de las ondas que llevaban la respuesta hasta la mujer—. No son pruebas sólidas, físicas... Entiéndelo.</p> <p>—¿Me estás diciendo que no vas a intentarlo, Stewart?</p> <p>—¡Sabes que voy a intentarlo, pequeña!</p> <p>—Pues escucha, escucha, Stewart. La conversación empieza a llegar con total nitidez. ESCUCHA...</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>CAPITULO II</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">P</style>UDIERON oír sin esconder su expectación uno y su asombro sin límites Meryl Suñowac; pero evidentemente sobrecogidos los tres...</p> <p>Pudieron oír el siguiente diálogo.</p> <p>El diálogo que se estaba produciendo en aquellos mismos instantes en la Región Sombría de los Espíritus entre dos esencias incorpóreas.</p> <p>En estos términos:</p> <p>«-Si volviésemos, Torrío..., ¡qué maravilla! Ahora sería extraordinario. Me estremezco en mi inmateria con sólo imaginarlo. Dejaríamos empequeñecidas nuestras hazañas de aquel "Chicago año 30", cuyo nombre se hizo famoso en el mundo entero gracias a nosotros, porque las de ahora, las hazañas que pudiésemos practicar en esta actualidad terrena..., las hazañas de Capone y Torrio en el Chicago siglo xxx, alcalzarían cotas inimaginables. ¡Seríamos los primeros, Johnny! ¡Los únicos! ¡Los amos del mundo! ¡Poder, poder y PODER! Porque haciéndonos con las enormes riquezas materiales del Chicago de hoy y con el dominio de sus moradores, podríamos invadir y someter al resto del mundo habitado.</p> <p>»—¿Te olvidas de que deberíamos compartir todo eso con quien lograra facilitarnos el regreso?</p> <p>»—Sí, claro. Claro... Entiendo que así deberá ser en el caso de que a través o por medio de alguna criatura, humana o no, obtengamos la regresión. ¿Pero quién Torrio. QUIEN?</p> <p>»—Mi sistema de ecoexpansivo tarde o temprano...</p> <p>»—¿Estás seguro de que eso puede funcionar?</p> <p>»—¡Completamente, Al! Tengo el pleno convencimiento de que nuestras voces se captan en estos instantes desde cualquier extremo del infinito. Es más, tengo la absoluta certeza de que ahora, en este preciso momento. alguien en algún lugar está escuchando con extraordinaria atención nuestro diálogo.</p> <p>»—¿Y qué espera ese alguien para ayudamos a volver?</p> <p>»—Falta saber si dispone de los recursos necesarios para obtener nuestro traslado desde esta dimensión a la suya. Y no olvides que la dimensión a que deseamos ser devueltos es la ocupada por la Tierra. Y de lo que no estoy seguro es de que sean precisamente los terrestres quienes nos estén escuchando.</p> <p>»—De ser ellos, Johnny,.., ¿qué posibilidades hay de que puedan conseguir nuestro retorno?</p> <p>»—Pienso que muchas, Capone. Muchas... Pese a las dos grandes guerras sufridas por los humanos en los últimos siglos, especialmente la nuclear que estuvo en un tris de extinguir por completo la humanidad, los supervivientes, y muy en especial esa Agrupación Humana de Chicago, han alcanzado cimas en el terreno de la ciencia, medicina, física y sobre todo en tratados del espacio, esoterismo y demás campos prohibidos en otras etapas de la humanidad, que superan de largo los avances obtenidos por el hombre en las épocas inmediatamente anteriores al gran holocausto. Yo pienso que sí, Al. Pienso que existen muchas posibilidades a nuestro favor. Es cuestión de seguir esperando.</p> <p>»—La paciencia no ha sido jamás mi fuerte, Torrio. Tú lo sabes bien. ¡Ardo en deseos de volver! Esta inactividad inmaterial me está agotando. La muerte física jamás me preocupó, pero este interminable tránsito..., ¡esta tragedia celeste que me consume desde hace diez siglos! No puedo seguir así, Johnny. Quiero ser otra vez Al Capone o de lo contrario deseo integrarme por completo en la nada. Encontrar el principio de la inmateria, ese espacio oscuro donde el espíritu no tiene vida...</p> <p>»—¡Calma, Al, calma! Volveremos a la Tierra para ser los mismos de antes. Te he dicho que estoy seguro de ello.</p> <p>»—¡Ah, si lo conseguimos! ¡Ah! ¡Juro que esta vez no tendré piedad de nada ni de nadie1 No daré tregua a ningún competidor, ya sea mafioso, ya pertenezca a la organización criminal que sea. Con los poderes de exterminio que conlleva el don de la invisibilidad que ahora poseemos, burlar también a la policía eliminando a todos sus efectivos... ¡será como un juego de niños! ¡Qué divertido, Johnny1 ¡Qué divertido1 Con lo fácil que sería todo si consiguiéramos regresar...</p> <p>»—¡Lo conseguiremos, Capone ¡Ya verás como sí Mi sistema de ecoexpansivo acabará proporcionándonos los frutos apetecidos. EL REGRESO, AL, EL REGRESO...</p> <p>De súbito se oyó un estallido cuyos ecos parecían perderse, quedar ahogados dentro de una invisible campana, que evitaba los horrísonos impactos de aquél y el consiguiente daño material en los oídos de los tres personajes que seguían con arrobo, como en trance, la singular conversación que miles de millones años luz de allí estaban protagonizando las inmaterias de quienes en el siglo XX fueran Al Capone y Johnny Torrio.</p> <p>Las voces de éstos desaparecieron también en el interior de aquella supuesta campana y el silencio retornó al segmento asignado dentro de las instalaciones del Prospect Esoterik Information a su director, el experto en prospecciones cósmicas, Walter Young.</p> <p>Fue Julie Curtís desde su puesto de control la que informó a los pocos instantes de desvanecerse los registros fónicos que dialogaban en la Región Sombría de los Espíritus:</p> <p>—Se ha establecido un campo magnético a consecuencia de las emisiones de algún cuerpo gravitatorio que se mueve muy cerca de la órbita de la Galaxia Cero. Ello impide que sigamos recibiendo...</p> <p>—Entiendo, Julie, entiendo —la interrumpió el propio Young. Agregando—: No te preocupes, que ha sido suficiente por hoy. Gracias.</p> <p>—¿Anulo entonces cualquier otro intento de prosperar con nuevas emisiones en las maxicoordenadas emitorreceptoras?</p> <p>—Sí. Déjalo.</p> <p>—Como usted ordene, doctor. ¡Ah...!</p> <p>—¿Sí, Julie? —inquirió el numer one de aquel laboratorio de prospecciones esotéricas—. ¿Quieres decirme algo más?</p> <p>—En efecto. Pero...</p> <p>—¿Qué motiva tus dudas?</p> <p>—Desearía comunicárselo en privado. Es algo digamos de índole confidencial.</p> <p>—De acuerdo —aceptó Young—. Cuando termine los asuntos que tengo con el ingeniero Armin hablaremos de esa cuestión.</p> <p>—Bien, doctor. Le aguardaré aquí, en el segmento de control.</p> <p>Walter ya estaba encarándose con Arwin Suñowac y pese a que las últimas palabras de Julie Curtís habían abierto en su mente un tenue proceso de preocupación, le preguntó al otro con expresión triunfal reflejada en sus pupilas y grandilocuente el tono:</p> <p>—¿Qué...? ¿Qué te ha parecido? ¿Qué tienes que decirme ahora?</p> <p>Antes de que el Ingeniero del Espíritu encontrara una respuesta medianamente lógica se anticipó la voz de la espléndida Meryl, preguntándole a su vez a Young:</p> <p>—¿Puedo retirarme, doctor?</p> <p>—No, pequeña. Quiero que sigas aquí con nosotros. Además, cuando Armin y yo dejemos sentados unos puntos quiero cambiar impresiones contigo respecto a... a ciertas peculiaridades —el tono que había dado a las tres últimas palabras llenó de inquietud y zozobra a la sensacional hembra de cabellos cortos azulados.</p> <p>Meryl inclinó la cabeza para refugiarse de nuevo en su propio silencio.</p> <p>—¿No tienes respuesta todavía, Suñowac?</p> <p>Trató el otro de forzar una sonrisa.</p> <p>—Me temo que no, Walter. Sólo puedo decirte que es lo más insólito que he visto...</p> <p>—Escuchado.,.</p> <p>—...en mi vida. Una pregunta sí se me ocurre.</p> <p>—Adelante —le invitó Young.</p> <p>—¿Qué sabes de ese tal Capone? De su pasada vida terrena.</p> <p>Walter sí sonrió con ganas y fuerza antes de repetir:</p> <p>—¿Que qué sé? Todo. Verás... Sólo ignoro un dato, el del lugar y fecha de su nacimiento, porque tampoco los historiadores de la época y quienes les sucedieron fueron capaces de ponerse de acuerdo en este punto. ¿Napóles en 1899 o Castel-Amara en 1895? El propio Capone dictaminó en su día que fue en 1899. Pero parece ser que ello no es fiable.</p> <p>—Y sí muy aleatorio en las circunstancias actuales, ¿no crees?</p> <p>—¡Por supuesto. Armin! Tú siempre tan conciso y concreto. A veces me pregunto cómo un hombre tan pragmático pudo inclinarse hacia las vertientes espirituales de la existencia del hombre.</p> <p>—¿Hablamos de mí o de Capone? —insistió en sus concreciones Armin Suñowac.</p> <p>—Su verdadero nombre era Alfonso Fiorello Caponi —repuso Young con un fugaz gesto de contrariedad—. así que lo de Capone era un alias y también Scarface. que hacía alusión a la cicatriz que lucía en su rostro. Cuando la familia Caponi se trasladó a Nueva York el pequeño Alfonso comenzó siendo dependiente de carnicería, pero pronto el mundo del hampa captó su integración convirtiéndole en pequeño punk (1) al servicio de los caídos del momento, Saddie la Cabra. Frankie Yale. Lefty Louis. etc. Pronto alcanzó la categoría de hoodlum (2) y como tal su primer crimen tuvo por víctima a un chino. Así fue como conoció al que había de ser su gran amigo, Johnny Torrio, quien contrató de inmediato sus servicios. Y así, asociándose al imperio de Torrio bajo el nombre falso de Al Brown, fue escalando peldaños hasta situarse en la cima del emporio e imperio del crimen. Para no hacer todo esto demasiado largo voy a resumirte el curriculum vitae profesional de Al Capone: en abril de 1924 eliminó al gang de Walter O!Donnell para anular su competencia y evitar injerencias; en ese mismo mes y año organizó las elecciones en Cicero, un arrabal del entonces Chicago, hecho en el que fue muerto su hermano Frank lo mismo que numerosos ciudadanos y policías que discrepaban políticamente del candidato del hampa Joseph Klena. Tras unos años de violencias y guerras callejeras entre las bandas que pugnan por alcanzar el liderato del hampa de la Cosa Nostra., los pistoleros de de Al Capone protagonizan la que seria “Matanza de San Valentin” asesinando el 14 de febrero de 1929,</p> <p>_________________________________</p> <p>1) Asesino a sueldo eventual. (N. del A)</p> <p>2) Asesino a sueldo en plantilla. (N. del A.)</p> <p></p> <p>disfrazados de policías y a ráfaga de metralla en el interior de un garaje, a la mayor parte de los componentes del gang de Moran, lo cual ha de encumbrar definitivamente a Scarface. El máximo esplendor de su imperio lo conoce Alfonso Fiorello Caponi en 1930 cuando es...</p> <p>—No es necesario que sigas. Walter. Creo que tengo una idea bastante exacta y clara de quién fue el tal Capone o Caponi. ¿Cómo murió?</p> <p>—Hecho un guiñapo, el 25 de enero de 1947. Su final fue triste y coincidió también con el crepúsculo del hampa.</p> <p>Armin Suñowac miró fijamente al director del Prospect Esoterik Information, antes de preguntarle con cierta solemnidad:</p> <p>—¿Qué es exactamente lo que pretendes de mí, Walter?</p> <p>—Obvio que tu colaboración.</p> <p>—¿Cómo?</p> <p>—Explicándoles a tus miles de seguidores que está próximo a producirse un acto de voluntad suprema por parte de quienes nos dirigen y controlan desde el más allá, de aquellos que tienen todo el poder sobre nosotros y que pueden causarnos tragedias en forma de enfermedades, plagas, accidentes y todo tipo de eventos destructores, si tan sólo con el PENSAMIENTO nos atrevemos a revelarnos contra ellos o censurar sus decisiones. Que ese acto de suprema voluntad es fácil que se concrete con el regreso de espíritus que en otras etapas fueron humanos como nosotros y a los cuales tenemos la obligación moral, etcétera, etcétera. Has comprendido, ¿verdad?</p> <p>Suspiró con profundidad y largueza el Ingeniero del Espíritu.</p> <p>—Me temo que sí.</p> <p>—Cuando nuestro proyecto se materialice ocuparás un alto cargo en el nuevo escalafón gobernante.</p> <p>—Entiendo —cabeceó, dubitativo eso sí, Suñowac. Preguntando—: ¿Cómo piensas obtener la regresión?</p> <p>—Captando la inmateria dentro de un campo telemagnético que establecerá canales fijos de comunicación telespiritu transmisor a entre nuestro planeta y la Galaxia Cero. Ellos se deslizarán por ese pasillo y una vez aquí, con nosotros, serán introducidos en los sensores intelectuales de dos androides en cuya construcción está trabajando activamente el genocibernético profesor Bourvil Oury.</p> <p>Una expresión de sorpresa y hasta casi de tranquilidad se pintó encima de las facciones de Suñowac, llevándole a interrogar:</p> <p>—¿También está Bourvil en esto?</p> <p>—¡Naturalmente! ¿Qué te creías? Son pocos los hombres inteligentes que no gustan de alinearse en el bando de los triunfadores.</p> <p>—Bien... ¿Cuándo calculas que pueda producirse el regreso, Waslter?</p> <p>Se mordió el labio inferior en actitud de duda, y dijo:</p> <p>—Me gustaría ser preciso al respecto, pero sólo estoy en condiciones de adelantarte que es cuestión de días. De quince o veinte como plazo máximo. Por eso quisiera sugerirte que inicies cuanto antes esa campaña de concienzación acerca de tus seguidores y feligreses. Pienso que no estaría de más una especie de periplo electoral por las ciudades, pueblos y núcleos habitados de la vasta geografía que comprende la Agrupación Humana de Chicago. ¿Te parece?</p> <p>—Tengo la impresión de que me consultas lo que previamente has decidido por mí...</p> <p>La evidencia de que estaba muy en lo cierto la tuvo Armin Suñowac en las siguientes palabras de Walter Young; en la siguiente interrogación para ser más exactos:</p> <p>—¿Cuándo partes, Armin?</p> <p>Sonrió, a la vez que hacía un gesto de anuencia, el Ingeniero del Espíritu.</p> <p>—Esta misma tarde si lo consideras oportuno.</p> <p>—Lo considero oportuno —afirmó, al tiempo que le tendía la mano deseándole—: Buena suerte, Armin. ¡Ah!, mantenme informado de tus progresos.</p> <p>—Por supuesto que lo haré —recogió entre los dedos de la suya la diestra que Young le ofrecía—. Hasta pronto, Walter —y tras el apretón, dirigió sus ojos hacia la espléndida belleza de la silenciosa hembra, murmurando—: Ha sido magnífico conocerte, Meryl. Me llevo en las pupilas un celeste pedazo de tu hermosura.</p> <p>—¡Meryl —exclamó Young—. El Ingeniero Suñowac se está despidiendo de ti. ¿Dónde tienes la mente? Meryl Brown pegó un sonoro respingo. No pudiendo evitar una contracción de sobresalto, casi de temor, al ser consciente de las últimas palabras del director:</p> <p>«¿Dónde tienes la mente?»</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>PAUSA</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">M</style>ERYL Brown se sirvió de la laguna conversadora que enfrascaba a Young y Suñowac —en la que el primero estaba narrando las odiseas del tal Capone y convenciendo al segundo para que se integrara y colaborase en sus maquiavélicos proyectos— para integrarse totalmente en el canal telepático que mantenía abierto entre su psiquis y la de su enamorado oficial Stewart Joyce a efectos de que éste pudiera obtener absoluta primacía de los movimientos fónicos que se habían sucedido en el segmento directorio del Prospect Esoterik Information. Preguntándole por las vías del silencio y la expresividad inteléctica:</p> <p>—¿Te has convencido ya, amor?</p> <p>—Por completo, criatura. Y empiezo a preguntarme cómo convenceré a mis mandos de que lo que he oído es peligrosa realidad. No hay que olvidar el hecho de que Young cuenta con sólido prestigio en todas las esferas y niveles de la Agrupación. Mi palabra contra la suya...</p> <p>—¡Stewart!</p> <p>—¿Qué ocurre? Capto impaciencia en tus sensores. Estás muy alterada, Meryl.</p> <p>—¿Y crees que no es para eso y más? Se van a producir unas circunstancias que si no somos capaces de evitar darán al traste con los derechos y libertades de todo el mundo habitado y muy especialmente de las gentes que componen la Agrupación Humana de Chicago. Y tú, en vez de tomar decisiones, te empiezas a debatir y perder en dudas. Ese no es el Stewart Joyce que yo conozco, el que amo...</p> <p>—Meryl, Meryl, no seas sutil y artificiosa. Estás mezclando factores y eso no es honesto. Intentar servirte de mi cariño puede inducir a precipitaciones que luego habremos de lamentar los dos.</p> <p>—¡No podemos estarnos quietos! ¡Contemplar impertérritos la terrible realidad que nos rodea! —como ya sucediera en la anterior comunicación telepática, Meryl elevó notoriamente el fluido de sus emisiones, la vibratilidad de las mismas—. ¡Hay que moverse ahora! ¡Sin pérdida de tiempo, Stewart!</p> <p>—Entiendo que tienes razón, pequeña. Pero el hecho de recapacitar durante unos espacios no alterará esencialmente el curso de los hechos. Young necesita tiempo para obtener esa regresión. El mismo del que yo voy a servirme para intentar obstruir sus pérfidas maquinaciones.</p> <p>—¿Dónde te encuentras ahora, Stewart?</p> <p>—En un territorio desértico que antes del holocausto ocupaba la ciudad de Columbus, cercana a lo que entonces era Washington, capital de los Estados Unidos.</p> <p>—¿Dispones de longitud fotorregresiva?</p> <p>—Sí. Puedo volver en fracciones de espacio a Chicago Centro. ¿Qué me estás sugiriendo, Meryl?</p> <p>—John Stack.</p> <p>—Es la misma persona en quien estaba yo pensando. —¿Qué esperas entonces?</p> <p>—¡De acuerdo, impaciente! ¡De acuerdo! fue ahora el oficial primero de las Patrullas Ejecutoras del Orden quien elevó la magnitud de sus emisiones— En cuanto interrumpamos nuestra telepsiquicomunicación voy a prepararme para el fotorregreso. Trataré de ser persuasivo acerca de...</p> <p>Fue justo en aquel instante cuando en el segmento directorio del laboratorio de prospecciones estalló la voz de Walter Young, exclamando:</p> <p>—¡Meryl El ingeniero Suñowac se está despidiendo de ti. ¿Dónde tienes la mente?</p> <p>—Tengo que dejarte inmediatamente, amor. ¡Buena suerte!,</p> <p>—¡Adiós, Meryl!</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>CAPITULO III</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">M</style>ERYL Brown pegó un sonoro respingo.</p> <p>No pudiendo evitar una contracción de sobresalto, casi de temor, al ser consciente de las últimas palabras del director:</p> <p>«¿Dónde tienes la mente?»</p> <p>—¡Oh...! —Exclamó, procurando adoptar una expresividad candorosa que favoreciera aún más su belleza, única arma de que disponía en aquel momento para distraer la atención de los dos hombres y evitar que prosperasen en el porqué de su «ausencia»—, ¡Soy una boba! Les estaba escuchando y al mismo tiempo me he ido ensimismando. ¿Me perdonan?</p> <p>—Unos labios tan exquisitos como los tuyos —se adelantó el Ingeniero del Espíritu— no han sido creados para pronunciar la palabra perdón. Te decía, Meryl..., que ha sido magnífico conocerte y que, si me lo permites, me llevo dentro de mis ojos, deslumbrados después de haberte visto, un celeste pedazo de tu hermosura.</p> <p>La de cortos cabellos teñidos en brillante azul obsequió a Suñowac con la más deslumbrante de sus sonrisas.</p> <p>—Permitírselo, ingeniero, no sé si debo... Pero lo que sí es seguro es que no puedo impedírselo.</p> <p>—¿No es esa frase una variante de la afirmativa?</p> <p>—Creo haberle dicho que tengo enamorado oficial, ¿no?</p> <p>—Pero todavía no es tu enamorado legal, Meryl. Eso abre un resquicio de esperanzas, una posibilidad...</p> <p>—Olvídelo, doctor Suñowac. Se lo ruego. Yo amo con todas las fuerzas de mi cuerpo y de mi psique al oficial Stewart Joyce. Si no he de ser de él, prefiero pasar a otra dimensión.</p> <p>—Eres tan hermosa como terca.</p> <p>Walter Young, evidentemente molesto frente al diálogo que sostenían su ayudante y Suñowac, interfirió, insinuando:</p> <p>—¿No se te hace tarde. Armin?</p> <p>—Eso es lo más inoportuno que he oído en mi vida, y lo más cierto también. Mis.,. —dirigió una significativa y penetrante mirada al rostro del que había requerido su presencia allí— nuevas obligaciones espirituales me reclaman.</p> <p>—Adiós. Armin —insistió, más lacónico y expeditivo ahora Walter Young.</p> <p>—Adiós —y mirando a la chica sólo pronunció su nombre, aunque lo hizo con calor y reverencia—: Meryl...</p> <p>—Adiós, ingeniero.</p> <p>—Aunque digas lo contrario y te ruborices hasta la raíz de los cabellos, incluso aunque se te tiñan de grana las uñas de los pies —le habló Young a la hembra en cuanto quedaron solos en el segmento—, te encanta escuchar los lamentos nostálgicos de quienes se convierten en esclavos de tus pródigos encantos...</p> <p>—¡Se lo ruego, doctor! —protestó ella, roja de nuevo—. No siga. Me está haciendo daño con sus...</p> <p>Young avanzó unos pasos hacia la mujer, cortándola para preguntar:</p> <p>—¿De veras es tan fuerte e intenso como dices el sentimiento que tu corazón alberga hacia ese rudimentario gladiador, ese primitivo puñado de músculos sin cerebro que...?</p> <p>—¡Se llama Stewart Joyce! —gritó la mujer, crispada—. ¡No es rudimentario ni tampoco primitivo! Pero aunque lo fuese, le amaría con la desesperación que le amo.</p> <p>—Entiendo, criatura —Walter Young hizo un doloroso esfuerzo por dominar la vehemencia que le impulsaba a ser él quien se mostrase primario y bestial. Trató incluso de mostrarse conciliador. Dijo—: Entiendo que eres mujer, joven y muy hermosa por añadidura, y te ha deslumbrado la apariencia física de Joyce. Quizá, sin saberlo, estés participando tú también de la rudeza visceral de ese tipo que despierta apetitos sexuales en ti... ¡espera! —gritó, al ver que ella se disponía a interrumpirle—, Espera y escucha, Meryl. Apetitos que de otra parte admito como lógicos porque son inherentes a tu joven condición física y es una necesidad in-cuestionable que debes saciarlos... Pero yo, pequeña, soy la inteligencia y el poder. Poder que brevemente, como has podido escuchar, alcanzará cotas que ningún ser humano ha imaginado y menos conseguido jamás. Cuando eso suceda, Meryl, quiero que estés a mi lado. Deseo que compartas mi esfera de poder. Haré de ti la reina del universo y...</p> <p>—¡Me niego a seguir escuchándole, doctor!</p> <p>Compuso un rictus de infantil sorpresa.</p> <p>—¿Por qué?</p> <p>—Porque en sus palabras se encierra una proposición aberrante.</p> <p>—¿Me desprecias, verdad, Meryl?</p> <p>La mujer comprendió que debía suavizar el espíritu de aquella conflictiva conversación porque, si se adentra en el terreno de la violencia sólo ella podía ser, aunque momentáneamente claro, la perdedora.</p> <p>Y hasta posiblemente, su enamorado Stewart. El hombre por el que ella era capaz de dar la vida.</p> <p>De ahí que respondiera:</p> <p>—No. doctor Young. Está usted confuso. Jamás le he despreciado. Al contrario, porque desde siempre ha contado con mi admiración... A nivel profesional se entiende.</p> <p>—Pero como hombre te repugno.</p> <p>—¡No!</p> <p>—Yo sin embargo, a cada instante te deseo más, Meryl.</p> <p>Una sombra de terror descendió sobre las facciones de la hembra, ocultando incluso su rutilante hermosura.</p> <p>—¡Por favor, Young</p> <p>Usted es un hombre inteligente... Ha tachado a Stewart de primitivo y visceral, ¿no? ¿Cómo debo interpretar entonces lo que acaba de decirme?</p> <p>—Todo hombre necesita una mujer, Meryl.</p> <p>—Yo no puedo ser suya...</p> <p>—¿Por qué?</p> <p>—¡Lo sabe sobradamente¡¡Amo a Stewart Joyce!</p> <p>—Me obligarás a lo que no quería hacer, criatura —hubo un matiz siniestro en aquellas palabras.</p> <p>Ella, captándolo en toda su integridad letal, preguntó:</p> <p>—¿Qué está insinuando, doctor?</p> <p>Una mueca que trató de ser sonrisa, sonrisa pérfida.</p> <p>Ocupaba y contraía los labios descoloridos y repulsivos de Walter Young cuando repuso: —Que tendré que deshacerme de ese gladiador.</p> <p>—¡Canalla!</p> <p>—Si me sigues insultando olvidaré la posibilidad del destierro para concretarme en la de su desaparición. Meryl.</p> <p>Una estampa patética, crispada, ofreció la bella ayudante, dilatando sus luminosas pupilas en función del terror que la invadía a la par que alzaba ambas manos para clavar las uñas en la fina epidermis de su rostro donde aparecieron, al punto, surcos sanguinolentos.</p> <p>—¡Me quitaré la vida si le sucede algo irremediable a Stewart! —aulló. Agregando con desesperación—: Nunca llegué a pensar que pudiera usted ser tan cruel.</p> <p>Walter dio un nuevo paso hacia la chica y extendió sus brazos intentando acariciarla con la yema de los dedos.</p> <p>—¡No me toque, asesino!</p> <p>—Cálmate, criatura, cálmate —quiso de nuevo mostrarse conciliador. Enfatizando—: No es necesario que Stewart Jóyce muera, Meryl. Eso, en realidad y a partir de este momento, sólo de ti dependerá. De tu capacidad de sacrificio... si es que de sacrificio calificas ser amable conmigo, generosa y complaciente. Procura entender, Meryl. Procúralo. Quiero tener tu cuerpo y lo quiero cada vez que me apetezca. —¡JAMAS! ¡JAMAS LO CONSEGUIRA!</p> <p>Young se violentó al fin abofeteando con dureza el lindo y arañado rostro de la muchacha.</p> <p>—¡Te poseeré cuando me dé la gana, pequeña estulta! —y siguió cubriendo de golpes la cara femenina pese al esfuerzo de Meryl por hurtarse a los golpes. Mientras él continuaba vociferando—: ¡Ha sido demasiado el tiempo que ha transcurrido mientras ahogaba, cada instante con mayor dificultad, mis apetencias y deseos hacia ti! Quién como yo va a conseguir el poder absoluto no puede detenerse ante la negativa obstinada de un insignificante pedazo de materia. Es una cuestión de prestigio, incluso, el que te someta a mi voluntad. Y si me acorralas con tus reiteradas negativas, con tu necia intransigencia, me ocuparé de que Stewart Joyce viaje a la Región Sombría de los Espíritus.</p> <p>Meryl, empequeñecida y acongojada, sintiendo un terrible dolor en el fondo de su alma que obnubilaba la presencia del castigo físico, trató de protegerse dándole la espalda para buscar cobijo contra la pared lisa y metálica.</p> <p>Fue justo en aquel preciso instante cuando se produjo un fogonazo idéntico al que precediera la materialización de Meryl Brown en el interior del segmento directorio del Prospect Esoterik Information.</p> <p>Y de las puntas luminosas parecidas a vértices de estrellas que componían el grafismo de la explosión cegadora, surgió conforme la intensidad decrecía la figura de otra mujer.</p> <p>Julie Curtís.</p> <p>Young la observó, perplejo.</p> <p>Pero reaccionando con rapidez, le espetó desabrido:</p> <p>—¿Cómo diablos te atreves a interrumpir de esta forma?</p> <p>—No he podido evitar enterarme de lo que estaba sucediendo aquí, doctor. Es por eso que...</p> <p>—¿Qué pretendes, Julie? ¡Al grano!</p> <p>—Está usted perdiendo lamentablemente el tiempo con una sucia traidora, doctor.</p> <p>—¿De qué estás hablando, Julie?</p> <p>—De ella. De Meryl Brown. Ni merece su amor, ni, su pasión, ni...</p> <p>—¡Habla de una vez, maldita sea! —se encrespó, congestionado, el director de aquel laboratorio.</p> <p>Julie hizo lo imposible por ofrecerle su mejor imagen. Era una hembra indudablemente atractiva, pero sus encantos además de vergonzosamente exhaustivos, transpiraban procacidad. Como sus pechos descarados que ella lucia en casi la totalidad, apenas cubriendo los pezones y la parte baja con un complicado corpiño. Igual que sus glúteos trotones y desorbitados que apenas permitían al pantalón ceñirse a la cintura. Había proposición grosera en la humedad que flotaba sobre las comisuras de sus labios exageradamente carnosos. Incluso el breve pantalón, por delante, presionaba con rabia para delatar la cavidad de su sexo.</p> <p>—Cuando estábamos prosperando desde el control con emisiones magnéticas en el ámbito de la Región Sombría de los Espíritus y las maxicoordenadas emitorreceptoras nos trasladaban el diálogo inmateria de Al Capone y Johnny Torrio, me he visto obligada a eliminar unas impurezas en los canales de recepción que interferían la nitidez...</p> <p>—¡Concreta, concreta de una vez, diantres!</p> <p>—Las interferencias, doctor, eran producidas por las emisiones paralelas que estaba proyectando la Psiquis de Meryl al establecer un canal telepático entre su aparato pensante y el de Stewart Joyce.</p> <p>Walter Young decreció en su inicial actitud de perentorea agresividad para dejar paso a una expresión de preocupado interés, de avidez por conocer en su integridad el mensaje que estaba apuntando aquella hembra de voluminosos e insolentes atractivos.</p> <p>—¿Qué estás tratando de trasladarme, mi deliciosa criatura? —fue sinuoso en la interrogación.</p> <p>—Yo. doctor, soy receptiva a los poderes telepsíquicos, así que he prosperado en el canal transmirreceptor establecido por Meryl hasta su enamorado oficial, participando en la sombra del mudo diálogo que ellos conformaban. De esta suerte, doctor Young, puedo anticiparle que Joyce ha seguido íntegramente el proceso que ocurría en su segmento, escuchando la conversación inmateria y los acuerdos posteriores establecidos entre usted y el ingeniero Suñowac. Es más, debo alertarle sobre la actitud concreta del oficial primero de las «Patrullas Ejecutoras del Orden», Stewart Joyce, que en este momento se encuentra efectuando maniobra fotorregresiva para alertar al Brigadier Máximo...</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>CAPITULO IV</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">E</style>L oficial primero de las «Patrullas Ejecutoras del Orden», Stewart Joyce, acababa, en aquel instante, de concluir su experiencia fotorregresiva.</p> <p>Que le había trasladado desde aquel lugar desértico que en otra etapa de la historia recibiera el nombre de Columbus, hasta Chicago Centro, y dejado práctica mente a pie de puerta del edificio cónico en que se asentaba el aparato burocrodirectriz de las «Brigadas del Orden».</p> <p>Este organismo era el que a finales del siglo anterior había venido a sustituir y agrupar una serie de grupúsculos policiales, de índole oficial unos y particular otros, unificando en él la seguridad ciudadana en toda el área central de la Agrupación Humana de Chicago Y de él dependían organizaciones parapoliciales o para militares de la índole de las «Patrullas Ejecutoras del Orden».</p> <p>Por eso Joyce había trazado a aquel punto el fin de su regresión, materializándose allí.</p> <p>Stewart Joyce era, sencillamente, un tipo impresionante. Su estatura estaba en los siete pies y los músculos de aquel gigante — gladiador primitivo como le llamara Walter Young peyorativamente, en presencia de Meryl sobrecogían. Las piernas parecían de metal y su granítico trazado se recortaba casi ferozmente en el interior de la ajustadísima tela de un ceñido pantalón color cobre. El tórax, poderosísimo, evidenciaba las fibras tensas y tirantes que vivían bajo la piel oscura que se transparentaba merced a la tenue camisa abrochada en un lateral y sin mangas que le permitía lucir los graníticos bíceps. Stewart llevaba la cabeza rapada ofreciendo el brillo broncíneo del casco y tas facciones de su rostro, aun siendo rudas, poseían un varonil encanto que acababan suavizando la inicial impresión.</p> <p>En contra de lo que Young dijera a la enamorada oficial de Stewart, se trataba de un hombre inteligente e intuitivo quien, salvo en casos extremos o excepcionales, solía guiarse mejor por la reflexión y el sentido común que por la vehemencia primitiva o los impulsos ancestrales que el director del Prospect Esoterik Information le atribuía.</p> <p>Introdujo su placa identificatoria en la ranura que para tal efecto se abría a la izquierda de la pared del edificio, en lo que a primera vista podía considerarse marco de una invisible puerta.</p> <p>Y anunció:</p> <p>—Se presenta el oficial primero de las «Patrullas Ejecutoras del Orden», Stewart Joyce.</p> <p>La placa fue absorbida por el mecanismo que actuaba en la ranura para serle devuelta fracciones de espacio después.</p> <p>—Correcto oficial primero —le respondió el eco metálico, impersonal, del sistema roboticocomputado interior de control, selección y alerta. Inquiriendo seguidamente—: ¿Con quién desea entrevistarse?</p> <p>—Con el Brigadier Máximo, John Stack.</p> <p>—¿Motivo de la visita? —insistió el compendio insensibilizado.</p> <p>—Se trata de unos informes altamente confidenciales.</p> <p>—¿Top secret, oficial primero?</p> <p>—Exacto.</p> <p>—Bien. No es la norma, con tan parca información respecto a una visita, pero en reconocimiento a su grado policial y méritos contraídos, se le facilitará el acceso y será recibido por el Brigadier Máximo de las «Brigadas del Orden».</p> <p>—Gracias —dijo Stewart.</p> <p>—Recuerde que debe depositar su pistola infrarroja en el depósito de control.</p> <p>—Lo sé.</p> <p>—Abrimos válvula de absorción para que la deposite.</p> <p>Y al momento una especie de metálica ventosa se dibujó en el frontispicio para que Joyce pusiera dentro, tras extraerla de la funda que colgaba de su cinto, la sofisticada arma de letales rayos.</p> <p>Se produjo un silencio antes de que el complejo robotizado, anunciara:</p> <p>—Se situará en el infraascensor dos cuya base se iluminará dentro de siete fracciones de espacio.</p> <p>Transcurrido aquel tiempo se dibujó en el suelo muy cerca de donde se hallaban los pies del gigantón un corte geométricamente rectangular, iluminado en rojo, que parecía tener la presencia y densidad de un cristal viselado. Joyce se puso encima del recuadro, diciendo:</p> <p>—Dispuesto.</p> <p>La base desapareció como por ensalmo y Stewart vertiginosamente, fue hacia abajo y hacia adentro, lo mismo que si resbalara por un extraño tobogán hasta quedar, vertical como cuando se hallaba frente al edificio, en un estrecho pasillo de paredes rojas con forma cúbica, delante del recorte de una puerta de la que sólo se veía la silueta.</p> <p>—Pase, Stewart —invitó una voz resquebrajada que parecía tener punzantes aristas.</p> <p>Vio cómo el recorte en el muro le permitía el acceso y pasó.</p> <p>—¡A sus órdenes, mi Brigadier Máximo!</p> <p>Allí dentro, en un espacio físico bastante limitado, había únicamente una mesa —el tablero sólo de ésta que se mantenía como ingrávido, pero firme, merced a una misteriosa energía— y detrás de ella, sentado, un hombre delgado de mediana estatura, cabellos muy blancos y ojos negrísimos debajo de unas cejas rizadas en el extremo que le conferían un aire mefistofélico.</p> <p>Era John Stack.</p> <p>—Olvidemos el protocolo. Stewart. Bien venido, ¿Quiere sentarse, por favor?</p> <p>Las sillas, lo mismo que la mesa, no tenían patas. Apoyo físico contra el suelo. Pero al igual que aquélla se mantenían en perfecta situación gravitatoria merced al fluido de la misteriosa energía.</p> <p>—Gracias —y tomó asiento.</p> <p>Stack miró con interés y preocupación a su subalterno.</p> <p>—Deberá ser algo muy grave, ¿verdad, Stewart?</p> <p>—¿Cómo lo ha sabido, señor?</p> <p>—Es muy sencillo —respondió el Brigadier Máximo con una suave sonrisa tratando de atenuar el rictus de natural hosco que componía el delgado trazo de sus labios—. He leído en varias ocasiones su expediente profesional y me consta su alto sentido de la disciplina y la consciencia del deber... por eso intuyo que algo trascendente, gravísimo, le ha impulsado a abandonar su puesto en las «Patrullas Ejecutoras del Orden» para venir hasta aquí ignorando, está a la vista, el procedimiento reglamentario.</p> <p>—Así es, señor. Usted ha pronunciado el calificativo exacto: trascendente y gravísimo.</p> <p>—Le escucho.</p> <p>—El doctor Walter Young está preparando una maniobra sediciosa encaminada a desestabilizar por completo nuestro sistema de orden y gobierno, para acceder junto con quiénes puedan apoyarle hasta la más alta cima del poder.</p> <p>Stack desorbitó los ojos haciendo elocuente al máximo el asombro que experimentaba.</p> <p>—¡Stewart! —exclamó, saliendo del impasse—. ¿Es consciente de lo que acaba de decir?</p> <p>Movió la cabeza afirmativamente, muy despacio también, pero con enorme contundencia.</p> <p>—Del todo, señor.</p> <p>—¡Pero...! ¿De dónde saca usted tamaño absurdo9</p> <p>—Mi enamorada oficial, Meryl Brown, es la ayudante primero del doctor Young,</p> <p>—¿Y eso, qué prueba?</p> <p>—Me explicaré, Brigadier.</p> <p>Y lo hizo al punto y con detalle.</p> <p>Iniciando el relato en el mismo momento en que Meryl había establecido con él canal telepático de comunicación.</p> <p>John Stack estaba asombrado.</p> <p>Negándose a creer lo que acababa de escuchar.</p> <p>—Si no estuviera seguro de que sus niveles psíquicos son coherentes tendría que pensar... —el Brigadier Máximo de las «Brigadas del Orden» a la par que hablaba iba mordisqueando, evidentemente nervioso, el labio inferior. Hizo un alto y casi gritó—: ¡Su información es gravísima. Stewart! Se refiere a un proyecto de alta traición que tiene pensado ejecutar un hombre, Walter Young quien como usted no ignora cuenta con la admiración, el respeto y apoyo, de las altas esferas sociales y políticas, incluido el propio Gobierno. Por todo ello y aún admitiendo que sus informes responden a la verdad, comprenderá que no se puede proceder sin antes efectuar una exhaustiva comprobación.</p> <p>—Entiendo que ha de ser así...</p> <p>John Stack se alzó de la silla y dijo:</p> <p>—Si me permite unos espacios, Stewart. Voy a efectuar una rápida consulta al respecto con el honorable Lawrence Boyd, secretario principal del Canciller del Orden.</p> <p>—De acuerdo, señor.</p> <p>Joyce manifestó para sí la extrañeza que le producía que el Brigadier se ausentara de la estancia para efectuar la mencionada consulta.</p> <p>Stack, una vez fuera, caminó hacia el fondo del pasillo y con un aparato de control remoto hizo que se abriera un hueco en la pared a través del cual tuvo acceso a una estancia esférica, de amplio cubica je, en la que reinaba una febril actividad.</p> <p>Complicados aparatos de sofisticado manejo al que atendían varios robots, cuadros luminosos, paneles con células, clavijas y pulsadores, pantallas de diferentes tamaños y otros aparatos de enrevesadas características, otorgaban al lugar su condición de puente de mando.</p> <p>Había un solo ser humano entre todo aquel maremágnum mecanizado.</p> <p>A él se dirigió el Brigadier Máximo, diciendo:</p> <p>—Comunícame con el segmento directorio del Prospect Esoterik Information.</p> <p>—¿Con quién desea hablar, Brigadier?</p> <p>—Con Walter Young, el director.</p> <p>—Al momento, señor.</p> <p>Fue cuestión de fracciones de espacio que la comunicación quedara establecida entre ambos centros.</p> <p>En una de las pantallas videofónicas se reflejó la figura del experto en prospecciones cósmicas.</p> <p>Stack, viendo que tras la figura de Young, de la que obtenía un primer plano, se recortaba la silueta de una mujer exuberante de pechos voluminosos y percatándose también de que al fondo, veíase otro bulto difuminado que también parecía corresponder a otra hembra, preguntó sin rodeos acercándose al sistema de transmisión fónica:</p> <p>—¿Puedo hablar, Walter?</p> <p>—¡Adelante, mi querido amigo! —exclamó con una sonrisa en los labios, el director del centro de prospecciones cósmicas. Animándole—: Puedes hacerlo con toda libertad.</p> <p>—Bien... Tengo aquí, en mi despacho, al oficial primero de las «Patrullas Ejecutorias del Orden», Stewart Joyce.</p> <p>—El cual, sin duda, te ha contado cosas terribles sobre mí —ironizó, matiz cruel en la vibración de su voz, Walter Young.</p> <p>—¿Cómo puedes tomártelo así? ¡Está enterado de todo!</p> <p>—Precisamente ahora, John, una de mis colaboradoras, fiel hasta la médula e inteligente hasta no poder más, acaba de informarme exacta, extensa y puntualmente, del diálogo telepático que mi ayudante primero, Meryl Brown, ha mantenido con su enamorado oficial, Stewart Joyce. Que es, ni más ni menos, lo que él te ha referido a ti. ¿No es eso, amigo?</p> <p>—Es eso, Walter. Y espero tus instrucciones al respecto.</p> <p>—John... ¿es que necesito sugerirte qué...?</p> <p>—¿Que Stewart Joyce debe emprender el tránsito definitivo? No, no, claro que no. No necesitas insinuarme lo que sé que es necesario. Lo único que yo deseaba era informarte respecto a la filtración que tenías en la vecindad de tu propio sistema. Como veo que ya lo sabes... ¿Seguimos adelante de acuerdo con lo convenido, supongo?</p> <p>—Supones bien, John Stack. Lo único que puede suceder es que anticipe el proceso de regresión de Capone y Torrio, de sus inquietos espíritus. Sólo eso,</p> <p>—Gracias, Walter. Lamento haberte molestado...</p> <p>—Tus comunicaciones jamás son molestia para mí, John. Todo lo contrario. Además, resulta muy agradable comprobar que mis colaboradores están alerta para soslayar cualquier evento que se produzca y represente un peligro para nuestros, NUESTROS, proyectos. Te agradezco tu llamada, de veras. ¡Adiós y hasta pronto, John!</p> <p>—Hasta pronto, Walter.</p> <p>John Stack regresó a la estancia en que esperaba Joyce.</p> <p>—Todo está en marcha, Stewart. Informado el honorable Lawrence Boyd, usted y yo hemos cumplido con nuestro deber de integridad y obediencia hacia el Gobierno. Ahora, es cuestión de ellos tomar las medidas que estimen más convenientes y oportunas. El señor Boyd no obstante, me ha comunicado que se pondrá al habla de inmediato con el señor Canciller del Orden, supremo Jeroen Hauer. Nuestras conciencias, Stewart, pueden dormir tranquilas.</p> <p>Joyce tenía muy metida dentro de su pensamiento la idea de que algo allí, pese a las palabras del Brigadier Máximo, no funcionaba como era debido.</p> <p>Quizá se trataba de una absurda premonición, pero...</p> <p>—¿Ordena usted alguna cosa, mi Brigadier Máximo?</p> <p>—No, Joyce, no. Nada de particular. Le doy las gracias por el alto servicio que acaba usted de prestar a la Agrupación Humana de Chicago, a la que sirve y para la que trabaja, y si no hay nada más por su parte creo que debe regresar al sitio donde se encuentra destacada su unidad. Procuraré informarle del resultado de las averiguaciones que efectúe el Servicio Fiscalizante del Gobierno en torno a la persona del experto en prospecciones cósmicas, doctor Walter Young.</p> <p>Stewart puso verticales sus siete pies de estatura.</p> <p>Y cuadrándose con marcial arrogancia, exclamó:</p> <p>—¡A sus órdenes, mi Brigadier Máximo! Solicito su permiso para retirarme.</p> <p>—Lo tiene, Joyce. Buena suerte. Salió.</p> <p>Fuera ya del edificio cónico y tras recoger su pistola de rayos infrarrojos, Stewart, aquel mítico gladiador de las arenas circenses de una Roma milenaria perdida en los rincones de la historia muchos siglos atrás, comenzó a repasar los hechos desde el mismo espacio en que Meryl, agitada y nerviosa, estableciera comunicación con él.</p> <p>Y llegaba al punto conflictivo dentro de aquel repaso cronológico: la actitud de su superior, John Stack.</p> <p>Seguía opinando que sin saber exactamente ni qué ni por qué, el Brigadier Máximo no sé había producido con la ortodoxia y radical prontitud en su contenido que él hubiera esperado. Deseado. O puesto en práctica de haberse hallado en el lugar de Stack.</p> <p>¿Dónde estaba la explicación a sus dudas y temores?</p> <p>Pensó, de pronto, que lo mejor sería fototrasladarse al Prospect Esoterik Information y tener un cambio de impresiones, en profundidad y al respecto, con su enamorada oficial.</p> <p>Meryl era una chica extraordinariamente inteligente. Pero sobre todo, muy intuitiva.</p> <p>¿Por qué John Stack se había ausentado de su estancia para comunicarse con el honorable Lawrence Boyd, secretario principal del Canciller del Orden?</p> <p>¿POR QUE?</p> <p>Era intrigante y hasta sospechoso. Sospechoso, sí... Porque Stewart sabía perfectamente que en la estancia de Stack existían sistemas ocultos de videofonía. Bastaba al Brigadier haberse servido de ellos para entrar en comunicación con Boyd.</p> <p>Si no los había utilizado... ¿era porque no deseaba que él escuchase la conversación, o quizá porque no quería que supiese con quién, realmente, establecía contacto?</p> <p>Conforme estas dudas e interrogantes cobraban mayor solidez dentro del aparato intelectual de Stewart, sentíase más nervioso y excitado.</p> <p>—Tengo que ver a Meryl inmediatamente —acabó por decir en voz alta.</p> <p>Se dispuso a efectuar una medición de fototransporte y cuando alzaba la cabeza, los vio.</p> <p>Parecían haber nacido de pronto frente a él.</p> <p>Eran cuatro tipos simiescos, de caras brutales y maneras agresivas, que se movían en torno a su figura buscando acorralarle.</p> <p>Leyó en los ojos de aquellas bestias la resolución de matar.</p> <p>Enormes.</p> <p>Dejando cortos los diez pies de estatura.</p> <p>El que estaba ligeramente más adelantado a sus agresivos compañeros, tras lanzar un gruñido espeluznante, voló literalmente hacia la naturaleza de Stewart Joyce.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>CAPITULO V</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">-E</style>SE gladiador estúpido acaba de firmar su sentencia de muerte —dijo con entonación siniestra el máximo responsable del Prospect Esoterik Information.</p> <p>Meryl, saliendo de su encogimiento, gritó:</p> <p>—¡No...! ¡No voy a permitirlo!</p> <p>Al punto Julie, como una tigresa en celo, saltó encima de la otra para meterle la rodilla, su musculosa y ancha rodilla, en mitad del estómago. Meryl, tanto por la violencia del impacto como por lo inesperado del mismo, lo acusó, encogiéndose.</p> <p>La exhaustiva hembra de pechos escandalosos aprovechó la coyuntura para hacerse de un puñado con los cortos cabellos azules de su víctima, tirando de ellos con ruin expresión y toda la fuerza de que fue capaz.</p> <p>—¡Aaaag! —se quejó Meryl con expresión genuina de vivo dolor en sus ahora contraídas facciones—. ¡Zorra! ¡Traidora!</p> <p>Como si los insultos de la enamorada oficial de Joyce estimularan al máximo el sadismo de la cruel y envidiosa Julie ésta, feroz y descompuesta la expresión, siguió tirando con furor homicida de los cabellos de la otra que, baldíamente, trató de golpear sin que consiguiera ni una vez hacer blanco en su agresora.</p> <p>Walter Young, cruzados los brazos y sonrisa de tirano en los labios, asistía impasible y complacido al curso de violencia y brutalidad que la escandalosa Julie estaba proyectando y desencadenando contra la naturaleza indefensa de Meryl Brown.</p> <p>La Curtís, sirviéndose de uno de aquellos violentos tirones con los que atraía hacia sí el rostro de su castigada, lanzó a la par un pie adelante estrellándolo de punta, certera y criminalmente, en la faz contraída y crispada de Meryl.</p> <p>Pronto la bella cara de la Brown quedó convertida en un surtidor de sangre porque ésta, caudalosamente, le brotaba de boca y fosas nasales a causa del bestial impacto.</p> <p>Meryl sintió el sabor salobre del líquido de la vida pegado a su garganta como amenazando con ahogarla.</p> <p>Julie Curtís repitió el punterazo, puede que con mayor violencia que el anterior, sin soltar los cabellos de la Brown que mantenía fuertemente aferrados dentro de su mano diestra.</p> <p>—Ya basta, Julie —apuntó, sin excesivo convencimiento, el doctor Young—. Es suficiente.</p> <p>Pero ella, como si no le hubiese oído, por tercera vez, repitió el patadón.</p> <p>Meryl Brown, bañada en su propia sangre y convertido el bellísimo rostro en un amasijo rojo y estremecedor, pasó tras el nuevo impacto al mundo de la inconsciencia.</p> <p>Aun así, Julie, excitada por la presencia de la sangre y convertida en una auténtica fiera exenta de piedad, prosiguió maltratando el desvanecido cuerpo de Meryl.</p> <p>Lo hacía con rabia. Con vehemencia animal.</p> <p>Desahogando ahora todo el odio que almacenaba contra la infortunada Meryl por el simple hecho de que era hermosa y deseable, porque todos los hombres se embelesaban frente a su belleza singular y eso había engendrado en la Curtís unos celos mortales.</p> <p>Saboreaba, sí, en aquel momento, la ruin bajeza de su cobarde venganza.</p> <p>Walter decidió intervenir al fin.</p> <p>Sujetándola por los hombros, la sacudió, al tiempo que gritaba:</p> <p>—¡He dicho que basta, Julie!</p> <p>—¡Es una puerca traidora! ¡Hay que acabar con ella!</p> <p>—Yo seré quien decida eso —y la empujó, con violencia también, contra un ángulo de la estancia. Advirtiendo—: Si vuelves a ponerle un dedo encima hago que te encierren por los restos.</p> <p>Julie, agitada, subiendo y bajando sus pechos con arritmia respiratoria debido a la fatiga que imponía el exceso físico que estaba realizando, miró al director con pupilas estrábicas, inquiriendo con matiz de sorpresa:</p> <p>—¿Acaso no me lo agradece?</p> <p>—¡Sí, muchacha, claro! Pero ni en los castigos es justo excederse. Ya le has dado su merecido, ¿no crees?</p> <p>—Sí...</p> <p>Walter Young sirviéndose de los servicios interiores de fonía requirió la presencia de dos guardias de seguridad.</p> <p>Que pronto estuvieron cuadrados frente a él, preguntando uno:</p> <p>—¿Cuáles son sus órdenes, doctor?</p> <p>Señaló el cuerpo inmóvil y sangrante de Meryl Brown, diciéndoles con aire suficiente:</p> <p>—Que la atiendan en la unidad medicofarmacológica y luego integradla en el área de castigo. Debe ser introducida en un tuboprecinto de seguridad para impedir cualquier conato de inmaterialización que la lleve a foto volatilizarse.</p> <p>—¿Tiene poderes parapsíquicos, doctor?</p> <p>—Los tiene.</p> <p>—¿No sería en tal caso mejor eliminarla? Esa clase de sujetos siempre acaban creando problemas, doctor.</p> <p>—¡Hagan lo que les he dicho! Y en lo sucesivo, absténganse de razonar por su cuenta.</p> <p>Se cuadraron de nuevo.</p> <p>—¡A sus órdenes, doctor! —gritaron a dúo.</p> <p>Saliendo un espacio después con el cuerpo de Meryl a cuestas.</p> <p>Julie se fue de cara a Walter abrazándose a él para clavarle sus enormes senos en el esquelético torso.</p> <p>Luego de besar con febril apasionamiento los labios descoloridos y finos del experto en prospecciones cósmicas, le preguntó con mirada brillante que destilaba lujuria:</p> <p>—¿Cuándo sentiré tu cuerpo dentro del mío y tus manos acariciarán con furia mis pechos?</p> <p>—Esa clase de experiencias y el momento de realizarlas acostumbro a elegirlos yo —repuso con frialdad despectiva, apartando el cuerpo de la hembra del suyo, Walter Young. Y añadió, cortante—: No lo olvides nunca, Julie.</p> <p>Se sintió herida, avergonzada y lo que era peor, despreciada.</p> <p>Con los ojos bajos, quiso saber:</p> <p>—¿De qué me ha servido demostrarle mi lealtad?</p> <p>—Cuando obtenga el poder serás debidamente recompensada. Pero no pretendas lo que no debes porque tu final podría ser desagradable. Eres una chica inteligente y atrevida, por lo cual, no creo necesario ampliar el contenido de mis palabras.</p> <p>—Comprendo... —murmuró sin alzar la vista del suelo.</p> <p>—Intégrate a tu trabajo, Julie. ¡Ah!, dile al profesor Oury que quiero verle inmediatamente.</p> <p>—Como tú...</p> <p>—Usted —matizó con marcada intención el director de aquel centro. Insistiendo—: USTED. Nada ha cambiado entre nosotros, Julie. Nada. NADA... que te permita ningún tipo de familiaridades. Pienso que no has entendido bien las cosas, pequeña. Y eso hace que empiece a preocuparse por tu... salud —la amenaza estaba allí, clara, concreta, flotando en el ambiente.</p> <p>Julie Curtis se estremeció visiblemente.</p> <p>—No volveré a darle motivo de queja, doctor.</p> <p>—Eso espero... por tu bien, criatura. Márchate.</p> <p>—Como USTED ordene, doctor. Avisaré de inmediato al profesor Bourvil Oury.</p> <p>—Así está mejor, Julie.</p> <p>La infame y celosa mujer abandonó al instante el segmento directorio del Prospect Esoterik Information.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>CAPITULO VI</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">S</style>E le vino encima, sí, lo mismo que si volara.</p> <p>Stewart se dejó caer en tierra con mayor velocidad que la desarrollada por el monumental simio en su feroz acometida, recibiéndole con las piernas por delante.</p> <p>Lo atrapó, enredándolo entre aquéllas lo mismo que si fueran los tentáculos de un pulpo y luego, haciendo acopio de sus energías, lo envió adelante, proyectándolo contra otra de las bestias que decidía en aquel espacio iniciar agresión contra Joyce o sólo solidarizarse con su bestial correligionario.</p> <p>Las dos moles colisionaron en el aire causando un estremecedor estrépito.</p> <p>La cabezota animal del que salía disparado de entre las musculosas piernas del gladiador de las «Patrullas Ejecutoras del Orden» se introdujo material, violentamente, en el bajo vientre del que volaba en su ayuda con asesina crispación.</p> <p>—¡Aaaaaaag! —aulló.</p> <p>Creyendo que sus partes blandas habían reventado.</p> <p>Los otros dos se fueron por Joyce sin pensárselo ni una fracción de espacio.</p> <p>Pero el gladiador ya estaba en pie.</p> <p>Lanzó su pierna zurda adelante alcanzando en mitad del tórax al que se avanzaba para agredirle y fue tal la magnitud del impacto, que varias costillas se fracturaron al unísono, clavándose en los pulmones del gorila para dificultad notoriamente su respiración.</p> <p>Se dobló con quejido agónico llevándose ambas manos al pecho.</p> <p>El cuarto, consciente del estropicio que Stewart había causado en sus compañeros, que no sólo le superaban en número sino en envergadura física, tuvo dudas.</p> <p>Sobre si lanzarse o no contra el oficial primero.</p> <p>Stewart desenfundó su pistola infrarroja, ordenándole:</p> <p>—Quieto o te pulverizo, gorila.</p> <p>—No necesitas convencerme con ese arma, amigo. Tu exhibición me ha dejado boquiabierto.</p> <p>—Entonces, comprenderás que te conviene hablar.</p> <p>El tipo pensó que mientras entretenía a Joyce alguno de sus compañeros podría reaccionar. Fue por eso que preguntó con fingida sumisión:</p> <p>—¿Qué quieres saber, amigo?</p> <p>—No soy tu amigo y eso está muy claro. ¿Quién os ha enviado a matarme? El por qué ya lo supongo. ¿Walter Young o John Stack?</p> <p>—Esos nombres los conozco sólo de oídas —repuso el mastodonte, mirando a sus caídos colegas por el rabillo del ojo. Explicando—: Pero no tengo relación con ninguno de los dos. Nosotros... —se refería a él y los demás—, pertenecemos al K. E.</p> <p>—¿Qué significa eso? Jamás he oído hablar de un organismo que se resuma en esas iniciales —objetó Stewart, comenzando a atisbar en el juego que pretendía el otro.</p> <p>—Se trata de una especie de escuadrón recientemente creado. Esas iniciales resumen Kamikaze Ejecution. Somos, ¿te suena mal asesinos a sueldo? Joyce le miró con desprecio. —Otra cosa no podíais ser. ¿Quién os manda?</p> <p>—Un ex militar llamado Spencer Donovan.</p> <p>—¿La orden de liquidarme ha partido de él?</p> <p>—Por lo que respecta a nosotros, sí —admitió el enorme criminal. Puntualizando—: Pero ignoro quién pueda habérsela dado a «Murder K.» Donovan.</p> <p>El que había protagonizado la agresión inicial sobre Stewart y que fuera devuelto por las hercúleas y poderosas piernas de aquél contra el que dibujaba el segundo envite, sigiloso lo mismo que un ofidio y reptando igual que la más sinuosa de las serpientes, estaba movilizándose con la finalidad de ensayar un ataque decisorio en la persona del gladiador.</p> <p>Stewart captó tarde aquel conato.</p> <p>El tipo prácticamente le atrapó en una complicada presa que consistía en cruzar el antebrazo en torno a la garganta de Joyce iniciando una presión asfixiante, a la par que extendía la pierna izquierda por la parte trasera de las del gladiador, tirando de él para obligarle a perder el equilibrio.</p> <p>Aquella postura tan dolorosa, dado el vigor primitivo con que actuaba la mole, facilitó que el otro, aquel que había pretendido distraer a Joyce con el diálogo, se fuera por delante y hacia él con la testuz como embajadora, intentando incrustarla en el vientre de Stewart.</p> <p>El oficial primero de las «Patrullas Ejecutoras del Orden» que notaba angustiosamente la falta de aire en sus pulmones a causa de la presa estrangulante, comprendió que debía hacer un esfuerzo, un gran y titánico esfuerzo, si de veras deseaba salir con vida de aquel encuentro con los enviados de «Murder K.» Donovan.</p> <p>Titánico, sí.</p> <p>Titánico fue aquel juego perfecto de aunar energías primero conteniendo aún más la respiración de lo que le obligaba la asfixiante acción de su enemigo, de disparar después hacia atrás y al unísono, como antiguas y demoledoras catapultas, ambos codos, buscando entrar en colisión con los flatos del que tenía detrás, dejándose llevar al mismo tiempo por el impulso de aquél, para que ambos cayeran en tierra de nuevo.</p> <p>—¡Auuuuuuuug!</p> <p>Escuchó el estremecedor gruñido debajo de su naturaleza como estentórea confirmación de que había acertado en su desesperada maniobra.</p> <p>Tal como estaba y teniendo en cuenta que no había soltado la pistola infrarroja, Stewart pudo recibir con los rayos desintegradores que expulsaba el cañón de ésta al que pretendiera distraerlo con la conversación.</p> <p>Del simio no quedó ni rastro.</p> <p>Joyce brincó como una exhalación, revolviéndose en el aire y trazando con su cuerpo la figura de un móvil e inquieto berbiquí, para enfocar esta vez con el caudal de los infrarrojos la anatomía del que continuaba doliéndose en tierra.</p> <p>En infinitesimales fracciones de espacio el agresor desapareció.</p> <p>Los otros, que arrastrándose uno y a la carrera el otro, pretendían una cobarde e indecorosa huida, fueron enviados fuera de la dimensión terrena por obra y gracia de la pistola letal que usaba Joyce.</p> <p>—¡Menuda gentuza! —exclamó, satisfecho no obstante, el de la rapada cabeza.</p> <p>Se dijo para sí que era urgente comunicar con Meryl.</p> <p>El no disponía de poderes telepáticos, pero sí era capaz de iniciar amagos contactatorios en el silencio de su psiquis alertando al aparato intelectual con el que deseaba contactar, de cuál era su deseo.</p> <p>Se esforzó al máximo.</p> <p>Transcurrieron varios espacios sin que sus amagos dieran resultado pese a que concentró en ellos todo el caudal psíquico de emisiones que era capaz de generar.</p> <p>—¡Maldita sea! —se desesperó.</p> <p>Pero, de pronto, se puso muy rígido.</p> <p>Envarado.</p> <p>Sintiendo o presintiendo la entrada de unas débiles, muy débiles señales, en su complejo psíquico.</p> <p>Aguzó la mente en espera de una mejor recepción.</p> <p>Era como si dentro de su cerebro se estuviesen gestando unas interferencias de índole y naturaleza desconocida.</p> <p>Pero... ¿por qué?</p> <p>¡Si él estaba concentrado al máximo!</p> <p>Se devanó los sesos intentando explicarse qué estaba sucediendo en verdad y pronto anuló aquel esfuerzo baldío al comprender que, su interés por averiguar aquellas causas, le alejaban aún más del radio telepático tan débil que pretendía comunicarse con él.</p> <p>Fueron transcurriendo los espacios paralelamente al esfuerzo de Joyce por concentrarse a tope en aquella tenue señal que zozobraba difusa sobre sus sensores de captación.</p> <p>Al fin y de pronto la señal comenzó a materializarse aunque sin la nitidez que Stewart hubiera deseado.</p> <p>Como llegando desde muy lejos oyó dentro de su cerebro el suave interrogante:</p> <p>—¿Me recibes, Stewart?</p> <p>Su aparato pensante contestó de inmediato por las vías de la insonoridad:</p> <p>—Como si estuvieras en el fin del mundo, pero te oigo.</p> <p>—Walter Young está enterado de todo.</p> <p>—Lo sé, criatura, lo sé. John Stack es cómplice de él Le secunda en su criminal proyecto —le dijo al privilegiado intelecto de Meryl el pensamiento de su enamorado oficial omitiendo, para no preocuparla, el relato de la peligrosa agresión de la que milagrosamente había escapado ileso. Y sí preguntó—: ¿Qué es lo que sucede para que llegues a mí con tantas dificultades?</p> <p>—Estoy metida en un tuboprecinto de seguridad que anula cualquier intento de inmaterialización de mi psiquis,.. Me encuentro incapacitada para establecer longitud de fototransporte progresiva o regresiva.</p> <p>—¿POR QUE... QUIEN TE HA METIDO AHI? —las constantes pensantes de Stewart habían experimentado una vibración aumentativa.</p> <p>Meryl le dio las explicaciones pertinentes obviando, lo mismo que él hiciera espacios antes, el violento castigo físico a que había sido sometida por parte de la celosa y cruel Julie Curtís.</p> <p>—¡Maldita sea, Meryl...! ¡Meryl, amor mío! ¿Qué, podemos hacer?</p> <p>Se abrió entre ambas mentes un angustioso compás de espera porque los sensores de Stewart Joyce no captaban con nitidez de traducción las débiles emisiones que proyectaba el menguado poder psíquico de la muchacha.</p> <p>El atlético gladiador sintió vivos estremecimientos que llegaban a comprimirle hasta el corazón.</p> <p>La angustia se hizo más asfixiante para Joyce, si cabía, que la mortífera presa que espacios antes había aplicado a su garganta el criminal embajador de «Murder K.» Donovan.</p> <p>Y gritó su pensamiento:</p> <p>—¡MERYL! ¡MERYL... POR DIOS! ¿QUE TE SU CEDEDE? ¡HABLAME, TE LO SUPLICO! Otros espacios en suspenso y por fin el tenue estallido:</p> <p>¡-Procura calmarte, Stewart. Si tú pierdes el control de ti mismo será nuestro fin. Y el de los ciudadanos de ley y orden que viven en la Agrupación Humana de Chicago. ¿Estoy en tus sensores ahora? —Sí, sí... Continúa.</p> <p>—Sólo una persona puede ayudarnos en este momento...</p> <p>¡-Yo soy quien va a ayudarte! Voy a trazar inmediatamente una longitud de...</p> <p>—¡No! —la fuerza de Meryl había aumentado de pronto llegando con total nitidez hasta los sistemas de captación de su enamorado oficial. Insistió ella—: No, Stewart. no. Eso es lo que precisamente espera Walter Young: que cometas ese error. Si te fototransportas al Prospect Esoterik Information te localizarán al instante y serás reducido como yo. Tú tienes que liberarme de este cautiverio acudiendo a la persona que yo te diré. —¿Quién. Meryl, quién? ¡Dímelo de una vez! —Ve hasta Jason Zepol y explícale lo que me está sucediendo. Es un asceta cuya inmateria está en permanente contacto con la dimensión del bien y la pureza que alimenta la fuerza de sus caudales parapsiquicos. Practica con notable acierto la telequinesia... Dile que para salvar a los seres de la Agrupación Humana de Chicago y posiblemente a los demás que componen el núcleo habitado, reducido de por si a causa del holocausto, es preciso que yo disponga de libertad de movimientos para interferir con la fuerza de mi psiquis las maniobras regresoras de Young en la órbita de la Región Sombría de los Espíritus. Sólo con un ejercicio de telequinesia (1) por su parte podré ser</p> <p>_______________________________________</p> <p>1) Fenómeno páranormal que consiste en poner en movimiento a distancia objetos pesados, sin tener contacto con ellos, solamente con la intervención de una energía inmaterial que puede ser generada por un caudal de fuerza parapsíquica. {N. del A.)</p> <p>liberada. No existe otro poder que sea capaz de sacarme de esta recubierta tuboprecinto que coarta mis poderes de inmaterialización.</p> <p>—¿Y si se niega?</p> <p>—¡No!</p> <p>—¿Puede pensar que soy un farsante, comprendes?</p> <p>—Jason sabrá quién eres con sólo mirarte a los ojos.</p> <p>—Debo confesar que...</p> <p>—Si tú tienes miedo, amor mío, ¿en quién puedo confiar?</p> <p>—Tengo miedo sólo por lo que a ti pueda sucederte —el pensamiento de Stewart emitía ondas de vehemencia que Meryl identificaba con toda claridad captando hasta qué extremo estaba sensibilizado su enamorado oficial a causa del riesgo que ella estaba corriendo. Y su mente le oyó añadir—: Yo daría en este mismo instante mi vida por robarte del interior de esa cárcel que te...</p> <p>—Estás pensando como un hombre enamorado y ahora necesito un cerebro inteligente y despierto, Stewart. Piensa, amor, que no es sólo mi vida la que corre peligro. Debes concienzarte, tienes la obligación de hacerlo, que son muchas vidas, millones de ellas, las que ignorándolo están en tus manos. En el éxito de tu gestión. ¿Verdad que lo comprendes, Stewart?</p> <p>—Lo intento por lo menos. ¿Dónde puedo hallar a Jason Zepol?</p> <p>—Escúchame con atención...</p> <p>—Lo hago.</p> <p>—Traza la longitud de fototransporte más extensa que tu fuerza te permita establecer y sal a ella con la mente por completo en blanco y un solo mensaje grabado en ella: JASON ZEPOL. El te localizaré absorbiéndote hacia sus coordenadas telepáticas. Si se comunica contigo durante el proceso de longitud, él mismo se encargará de devolverte al punto de origen. ¿Has comprendido?</p> <p>—Sí, Meryl. Perfectamente.</p> <p>—Ponte pues en movimiento.</p> <p>Se truncó la correlación telepática y Stewart Joyce, de inmediato y procurando controlar y contener la agitación que evidenciaba su sistema neurovegetativo, trazó la longitud de teletransporte más extensa que su capacidad le permitía, repitiendo con la mente de manera casi obsesiva:</p> <p>—JASON ZEPOL... JASON ZEPOL... JASON ZEPOL... JASON ZEPOL...</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>CAPITULO VII</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">A</style>PENAS si habían transcurrido dos espacios desde la salida de Julie cuando hizo acto de presencia en el segmento directorio del Prospect Esoterik Information, el especialista en genocibernética, profesor Oury.</p> <p>Inquiriendo:</p> <p>—¿Querías verme, Walter?</p> <p>—En efecto.</p> <p>—¿Algo relacionado con los androides, supongo?</p> <p>—Exacto —cabeceó el director de aquel centro de investigaciones esotéricas, mirando de pies a cabeza la espigada silueta del pelirrojo, que tenía la expresión del rostro distraída amén de cubierto de pecas. Interrogando—: ¿Cómo están esos androides?</p> <p>—Es cuestión de veinticuatro horas.</p> <p>—Menos... —murmuró en tono quedo pero con evidente relieve el doctor Young.</p> <p>—Me temo que no te entiendo, Walter.</p> <p>—Menos horas, Bourvil. Menos... —volvió a recalcar. Añadiendo—: Que yo sepa el vocablo menos sólo tiene una acepción clara y concretó. Menos menguar...</p> <p>Menos tiempo, ¿entiendes? Menos horas. Los androides han de estar listos esta noche a las 12. Para ser más exactos, ya sabes que particularmente me encanta el mimetismo, esta medianoche.</p> <p>—¡No puede ser!</p> <p>—¡SERA! —gritó a su vez el number one del lugar.</p> <p>El pelirrojo, en silencio, miró a Young con asombro.</p> <p>—¿Por qué ese cambio? —pudo preguntar al fin.</p> <p>—Se han sucedido una serie de hechos que no entraban en el programa y que obligan a que anticipe la maniobra de regresión para captar y absorber las inmaterias de Capone y Johnny Torrio. Será esta medianoche y los androides deben estar listos para entonces.</p> <p>—Bien... —no se atrevió a discutir ni contrariar las decisiones del otro sabedor de cómo reaccionaba frente a tales circunstancias, limitándose a decir—: ¡Tengo que reintegrarme inmediatamente a mi laboratorio!</p> <p>—A partir de este instante todo el personal del centro está a tu entera disposición, Bourvil. Incluido yo.</p> <p>—No será necesario que interrumpas tu tarea, Walter. Me imagino que también tienes que volcarte en preparar el campo telemagnético y los correspondientes canales de comunicación telespiritutransmisora.</p> <p>—Sí, por supuesto.</p> <p>—Vuelvo a lo mío pues...</p> <p>—Sin fallos ni demoras, Bourvil.</p> <p>—No los habrá. ¡Hasta la medianoche!</p> <p>—Hasta entonces.</p> <p>Walter Young volvió a quedarse solo en el segmento directorio del Prospect Esoterik Information.</p> <p>Luciendo una amplia sonrisa a lo largo de sus labios finos, crueles y casi incoloros.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>PAUSA</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">J</style>ASON ZEPOL... JASON ZEPOL... JASON ZEPOL. . JASON ZEPOL...</p> <p>Nada.</p> <p>El más absoluto de los silencios psíquicos respondía al esfuerzo intelectual desarrollado al máximo de sus facultades por aquel gladiador que era, obviamente, algo más que músculos y estilo guerrero.</p> <p>El tránsito temporal se iba prolongando y lo único que temía Joyce era no ser captado por la sensibilidad de Zepol lo que, en el peor de los casos y dado el hecho que no había proyectado final en su longitud de fototransporte, podía llevarle a una regresión al punto de partida o a un estallido mental que podía dejar seriamente dañados sus sensores receptivos.</p> <p>Stewart, de hábito, era optimista con respecto al éxito final de las misiones que emprendía o acerca de los objetivos que se había propuesto alcanzar.</p> <p>JASON ZEPOL... JASON ZEPOL... JASON ZEPOL... JASON ZEPOL... JASON ZEPOL...</p> <p>Insistía, insistía una y otra vez Stewart Joyce, con toda la potencia que su psiquis era capaz de desarrollar.</p> <p>Nada.</p> <p>Total y absoluta quietud.</p> <p>De súbito, un intenso, lacerante y progresivo dolor, fue adueñándose de su aparato pensante amenazando .con hacerlo estallar.</p> <p>—¡No aguantaré!</p> <p>Y en seguida se maldijo para sí al darse cuenta que había apartado su intensidad del único pensamiento concreto y válido.</p> <p>Volvió a concentrarse y a lanzar hacia los canales del silencio su escueto mensaje:</p> <p>JASON ZEPOL... JASON ZEPOL... JASON ZEPOL...</p> <p>—¿Quién eres?</p> <p>La pregunta parecía reventar dentro de sus sensores.</p> <p>—Stewart Joyce.</p> <p>—Eso no me dice nada. ¿Por qué me buscas?</p> <p>—Meryl Brown me ha dicho que sólo tú puedes salvarnos.</p> <p>—¿Está ella en peligro, Stewart?</p> <p>—Realmente;</p> <p>—¿Qué eres tú de ella?</p> <p>—El hombre que más la ama.</p> <p>—No hace falta entonces que te materialice para asegurarme de ello porque capto sinceridad en tus emisiones, Stewart. ¿Qué ocurre exactamente?</p> <p>—Se lo resumo brevemente, Jason Zepol</p> <p>Y lo hizo procurando ser lo más concreto y escueto posible.</p> <p>—La tengo localizada, Stewart Voy a iniciar inmediatamente un proceso de telequinesia para trasladarla desde el lugar en que se halla a la dimensión en que te encuentras tú. Que sea luego la propia Meryl quien se encargue de efectuar una longitud de regresión para que os materialicéis puesto que yo, al concluir mi experiencia, estaré completamente agotado.</p> <p>—El mundo pacífico se lo agradecerá. Zepol Y muy en especial la Agrupación Humana de Chicago.</p> <p>—No es eso lo que yo pretendo. Cumplo mi karma con fidelidad y eso es suficiente.</p> <p>—Gracias de todos modos.</p> <p>—Voy a dejarte en suspenso porque no puedo quemar ni una milésima más de mi energía. Estewart...</p> <p>—¿Sí, Zepol?</p> <p>—Una última cosa: deberás decirle a Meryl que para obtener el éxito total en lo que os proponéis ha de esperar a las doce de esta noche y efectuar una presencia en el segmento central de investigaciones y captación del Prospect Esoterik Center. ¿Lo has comprendido?</p> <p>—Si.</p> <p>—Que el poder te acompañe, Joyce.</p> <p>La comunicación telepática quedó interrumpida en aquel instante y un dolor lacerante invadió todos los sensores del cuadro pensante de Stewart Joyce preconizando un estallido fatal.</p> <p>Cuando envuelto en aquella vorágine agónica el gladiador imaginaba que eran los espacios finales del tránsito y de su propia vida sintió, de pronto como un soplo suave y vivificante, una ráfaga balsámica que le confería alivio y estabilidad, luz y renovados bríos.</p> <p>VIDA, en una palabra.</p> <p>Y el mensaje:</p> <p>—¿Te encuentras bien, amor?</p> <p>—¡Meryl! ¿Y tú?</p> <p>—Estoy perfectamente, cariño. Ya te dije que Jason Zepol era la única persona en esta dimensión que podía conseguir mi libertad. Acabo de integrarme en el mismo espacio de tu tránsito. ¿No me sientes más cerca?</p> <p>—Tengo la sensación de que estás más dentro de mi psiquis que nunca, criatura.</p> <p>—Es que he conseguido que las dos, sean una de sola. Tienes, ahora, la misma fuerza que yo.</p> <p>—Zepol me ha dado un mensaje para ti, Meryl.</p> <p>—Adelante.</p> <p>Se lo comunicó.</p> <p>—Eso significa que Young va a intentar esta medianoche la regresión de las inmaterias de Al Capone y Johnny Torrio. Voy a pretender dos experiencias paralelas, Stewart.</p> <p>—No te comprendo, Meryl.</p> <p>Un leve silencio en aquel proceso de telepsiquia hasta que de nuevo el mudo mensaje cobró sonoridad en la parcela intelectiva de Joyce. Con este contenido:</p> <p>—Avanzaremos varios espacios en el futuro para llegar hasta la medianoche en un complejo de real irrealidad al tiempo que provoco nuestra materialización conjunta en ese preciso instante. ¿Estás preparado, amor mío?</p> <p>—¿Qué tengo que hacer, Meryl?</p> <p>—Dejar tu cerebro totalmente en blanco para no quemar ningún punto de energía ni crear emisiones interferentes. ¿Lo conseguirás?</p> <p>—¡Seguro, preciosa!</p> <p>—¡Pues avanzo en la doble y conjunta experiencia!</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>CAPITULO VIII</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">-¡L</style>O hemos conseguido, doctor! —gritó Julie Curtis con una vehemencia rayana en la alienación. Insistiendo—: ¡ESTAMOS ABSORBIENDOLOS!</p> <p>—Tranquila, mujer, tranquila —recomendaba calma el director del Prospect Esoterik Information cuando él, de manera visible, estaba trémulo de alegría. Y añadió—; Lo tengo reflejado en las pantallas sensoriales. Acaban de ser engullidos por el alambique y ya se transmiten hacia nosotros por los canales... ¡Bourvil!</p> <p>—¿Sí, Walter?</p> <p>—¿Están debidamente conectados los androides?</p> <p>—Por supuesto. La inmateria pasará a vivificar de inmediato, en cuanto se produzca la conjunción, los sensores iónicos que darán vida a estos complejos magnetomecanizados. Todo será perfecto...</p> <p>—El único peligro consiste en que se produzca una fuga de inmateria en el momento crucial de la conjunción, ¿no, Bourvil?</p> <p>—Totalmente improbable porque las conexiones obstruyen la salida de cualquier poro, por sí mismas, al recibir el caudal de energía que inocula la inmateria.</p> <p>Estalló en aquel momento un cegador fogonazo que pobló de luces y destellos el segmento central de investigaciones y captación del complejo esotérico.</p> <p>—¡Maldición! ¿Qué diablos es eso? —gritó, interrogando a renglón seguido Walter Young.</p> <p>Bourvil, como ajeno a las llamaradas, aullaba:</p> <p>—¡UNA FRACCION DE ESPACIO PARA LA CONJUNCION!</p> <p>Y aún no se había ahogado el último eco de aquel bramido, cuando Julie, enloquecida de veras, con el rostro incendiado, se desesperó:</p> <p>—¡SON ELLOS, DOCTOR! ¡MERYL Y STEWART!</p> <p>Young se revolvió.</p> <p>—¡No puede ser!</p> <p>—Todo ha terminado, Walter Young —anunció, sentenciosa, Meryl Brown.</p> <p>—¡Mal nacida!</p> <p>—¡Se está produciendo ahora... AHORA! ¡LA ÍNMATERIA ESTA PENETRANDO!</p> <p>Los ojos azules de Meryl se clavaron en los conductos de absorción que estaba trasladando los residuos etéreos hacia el cerebro mecánico de los androides.</p> <p>Un espacio después las conducciones saltaron en el aire para convertirse en gaseosas volutas que pasaron seguidamente a la invisibilidad.</p> <p>Bourvil Oury, desorbitados los ojos e inyectados en sangre a la par, se llevó ambas manos a la cabeza, atónito, desesperado, comprendiendo que la más magna experiencia llevada a cabo jamás por el hombre, acababa de fracasar.</p> <p>—¡Se pierde la inmaterial</p> <p>—No, no se pierde, profesor Bourvil —anunció con estudiada frialdad Meryl Brown, cuyos poderes parapsíquicos estaban trabajando al máximo. Concretando con estremecedor aplomo—: La estoy proyectando a su propio principio... al espacio oscuro donde el espíritu no tiene hálito.</p> <p>Walter Young llevó su mano derecha precipitada mente al tórax, a la altura del corazón, como queriendo impedir con impotencia que éste se le escapara del pecho.</p> <p>Al punto, rodó por tierra fulminado.</p> <p>—¡Perra, perra maldita! —graznó Julie. Y mirando el inmóvil cadáver de Young, dijo—: ¡Yo te vengaré!</p> <p>La pistola infrarroja de Stewart la desintegró fracciones de espacio antes de que saltara sobre Meryl distraída en la total destrucción de los androides, con un quemador láser dispuesta a incrustárselo en el rostro.</p> <p>—¡Yo no quería participar en todo esto! —gritó Bourvil Oury alzando ambos brazos consciente de que estaba perdido.</p> <p>—Un tribunal se encargará de decidirlo, profesor —Stewart lo encañonaba con su mortífera arma de infrarrojos.</p> <p>Los androides estallaron en fracciones justo entonces culminando el intenso esfuerzo desarrollado contra ellos por la parapsiquia justiciera de Meryl.</p> <p>—¡Por fin! —suspiró. Añadiendo—: Todo ha terminado...</p> <p>—Todo no, criatura. Hay que comunicarse rápida mente con el Canciller del Orden, supremo Jeroen Hauer.</p> <p>—Eso puede esperar unos cuantos espacios, Stewart.</p> <p>—Comprendo, Meryl —sonrió él con infinita suavidad—. Estás agotada.</p> <p>—No, amor. No es eso.</p> <p>—¿Entonces?</p> <p>—Me han entrado unas ganas locas de hacer cariños contigo— Sólo unos cuantos espacios...</p> <p>—¿Aquí?</p> <p>—Aquí... ¡Y AHORA!</p> <p>Se colgó la preciosísima hembra de cabellos y ojos azules del fornido cuello del gladiador para estallar sus labios, voraz e insaciable, en los del atlético oficial de las «Patrullas Ejecutoras del Orden» que, contagiado pronto del calor, fuego para ser más exactos, que la trasladaban los pechos ardientes de la ígnea muchacha le condujo a un proceso inesperado de metamorfosis que le convirtió en...</p> <p>Oficial primero e insustituible de las «Patrullas Ejecutoras de Cariños».</p> <p>—Puedo conseguir que nos convirtamos en inmateria y prolongar así este placer por toda la eternidad, Stewart.</p> <p>—Por mí...</p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;"><strong>F I N</strong></p> <p></p> <p><img src="/storefb2/C/F-Caudett/Chicago-Siglo-Xxx/i1"/></p> <!-- bodyarray --> </div> </div> </section> </main> <footer> <div class="container"> <div class="footer-block"> <div>© <a href="">www.you-books.com</a>. 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