Rob, escéptico director de la revista , dispone de la inestimable ayuda de Kildy, una brillante y bella actriz de cine. Ambos intentan desenmascarar a la médium Ariaura que pretende ser capaz de canalizar espíritus del pasado, muy en la habitual línea New Age.

Pero, sorprendentemente, Ariaura parece canalizar también el más inesperado de los espíritus, el del racionalista escéptico y gran crítico de las seudociencias H.L. Mencken, quien inspiró uno de los principales personajes de , la famosa obra teatral sobre el llamado «juicio Scopes»: el primer juicio que, en los Estados Unidos de 1925, intentó abolir la enseñanza de la teoría de la evolución biológica darwiniana.

 

Infiltrado

Connie Willis

Traducción de Pedro Jorge Romero

 

Título original: Inside Job

© 2005, by Connie Willis

Primera edición: septiembre de 2006

© de la traducción: Pedro Jorge Romero

© de esta edición: Libros del Atril S. L.

ISBN 13: 978-84-96575-22-6

ISBN 10: 84-96575-22-5

Depósito Legal: B. 25. 656-20061

 

 

<p>1</p> </h3> <p style="margin-top: 4em"> </p> <p style="margin-left: 25%">«Nadie se ha arruinado jamás subestimando la inteligencia del pueblo americano.»</p> <p></p> <p style="text-align: right; margin-right: 2em">H. L. M<style style="font-size: 70%">ENCKEN</style></p> <p style="margin-top: 2em"> </p> <p style="text-indent: 0em">—<style style="font-size: 200%; font-style: italic">S</style>oy yo, Rob —dijo Kildy cuando descolgué el teléfono—. Quiero que el sábado me acompañes a ver a alguien.</p> <p>Normalmente, cuando Kildy llama, rebosa de detalles.</p> <p>—<i>Tienes</i> a este cirujano estético psíquico, Rob —me dijo la última vez—. Su especialidad es la liposucción, y puedes <i>ver</i> que le sale de la manga. Y eso no es todo. La grasa que se supone extrae de sus muslos es esa sustancia que le echan a los batidos de leche de McDonald’s. ¡Puedes oler la vainilla! No engañaría ni a un crío de cinco años, así que todas las mujeres de Hollywood se tragan cebo, anzuelo y sedal. ¡<i>Tienes</i> que escribir sobre él, Rob!</p> <p>Normalmente tengo que decir:</p> <p>—¡Kildy... Kildy... Kildy! —antes de que consiga que se calle el tiempo suficiente para que me diga dónde actúa.</p> <p>Pero en esta ocasión se limitó a decir:</p> <p>—El seminario es a la una en punto, en el Beverly Hills Hilton. Me reuniré contigo en el aparcamiento. —Y colgó antes de que pudiese preguntarle si la persona que quería que viese canalizaba animales de compañía o era un terapeuta de fuerza védica, y cuánto iba a costarme.</p> <p>La llamé.</p> <p>—Yo invito a la entrada —dijo.</p> <p>Si por Kildy fuese, siempre pagaría las entradas, y la verdad es que se lo puede permitir ampliamente. Su padre es uno de los directores de Dreamworks, su madrastra actual dirige su propia productora, y su madre ha ganado el Oscar en dos ocasiones. Y Kildy es rica por sí misma —sólo actuó en cuatro películas antes de dejar el negocio para dedicarse a desenmascarar, pero una de ellas fue inesperadamente la película más taquillera del año, y había optado por parte de los beneficios en lugar de un sueldo.</p> <p>Pero es visiblemente mi empleada, aunque no me puedo permitir pagarle lo suficiente para mantener sus uñas pintadas. Lo menos que puedo hacer es cubrir los gastos, y un canalizador apenas conocido no debería salir muy caro. El médium Charles Fred, la sensación actual en Hollywood, sólo pide doscientos dólares por sesión.</p> <p>—<i>El ojo cínico</i> paga las entradas —dije claramente—. ¿Cuánto es?</p> <p>—Setecientos cincuenta por el seminario grupal —dijo—. Mil quinientos por una audiencia privada de iluminación.</p> <p>—Tú pagas —dije.</p> <p>—Genial —dijo ella—. Trae la cámara Sony.</p> <p>—¿No la pequeña? —pregunté. La mayoría de los actos psíquicos no permiten dispositivos de grabación, hacen que sea demasiado fácil ver los auriculares y los cables, y la Hasaka es tan pequeña que se puede pasar a escondidas.</p> <p>—No —dijo—, trae la Sony. Te veré el sábado, Rob. Chao.</p> <p>—Espera —dije—. No me has dicho qué hace este tipo.</p> <p>—Mujer. Es una canalizadora. Canaliza una entidad llamada Isis —dijo Kildy y volvió a colgar.</p> <p>Me sorprendí. Normalmente no malgastamos el tiempo en canalizadores. Ya no están de moda. Ahora mismo la sensación son los médiums como Charles Fred, Yogi Magaputra y diversos terapeutas sensoriales (aroma-, sono-, auro-).</p> <p>También resultan ser un ejercicio en la frustración, ya que no hay forma de demostrar si alguien está canalizando de verdad o no, a menos que afirmen estar canalizando a Abraham Lincoln (como Randall Mars) o Nefertiti (como Hanh Nah). En ese caso puedes contrastar sus afirmaciones —Nefertiti <i>no</i> pudo tener un lío con Alejandro Magno, que no nació hasta mil años después, y <i>no</i> era la prima de Cleopatra— pero la mayoría de ellos canalizan a sabios de hace cientos de miles de años o a altos sacerdotes de Lemuria, y no hay manifestaciones físicas.</p> <p>Aprendieron la lección de los espiritualistas victorianos —a los que pillaban continuamente—, así que nada de ectoplasma, trompetas fantasmales o placas fotográficas con doble exposición. Sólo una voz profunda y hueca que suena a cruce entre Obi Wan Kenobi y Basil Rathbone. ¿Por qué todas las «entidades» canalizadas tienen acento británico? ¿Y hablan en un inglés de la Biblia del rey Jacobo?</p> <p>¿Y por qué estaba dispuesta Kildy a malgastar mil quinientos dólares... corrección, dos mil doscientos cincuenta, ya había ido al seminario en una ocasión... para que yo viese a Isis? La canalizadora debía tener un truco nuevo. Había un par de personas que se anunciaban en la publicación psíquica local como «canalizadores de ángeles», pero Isis no era nombre de ángel. ¿Canalizadora egipcia? ¿Conducto a una diosa?</p> <p>Busqué «canalizadora de Isis» en la red. Al principio no pude dar con ninguna referencia, incluso empleando Google. Probé en skeptics.org y al final consulté a Marty Rumboldt, que administra un sitio web para seguirle la pista a los psíquicos.</p> <p>—Lo deletreas mal, Rob —decía su correo electrónico de respuesta—. Es Isus.</p> <p>Cosa que se me tendría que haber ocurrido a mí. Los canalizadores de Lazaris, Kochise y Merlynn todos empleaban variaciones de nombres históricos —probablemente por temor a una demanda de difamación espiritual—, y más de un canalizador tenía tendencia a la ortografía «inventiva»: Joye Wildde. Y Emmanual.</p> <p>Busqué «Isus». Él —mala señal, la canalizadora ni siquiera sabía que Isis era mujer— era la «entidad espiritual» canalizada por alguien llamado Ariaura Keller. Había empezado en Salem, Massachusetts (terreno fértil para los psíquicos), se había trasladado a Sedona (otro igual) y luego se había ido al oeste descendiendo la costa, apareciendo en Seattle, el otro Salem, Eugene, Berkeley y ahora Beverly Hills. En L. A. tenía programados seis seminarios de tarde y dos «inmersiones espirituales» de una semana, junto con «audiencias de iluminación programadas individualmente» en privado con Isus. Había escrito dos libros, <i>La voz de Isus</i> y <i>Al otro lado de la comunicación</i> (con enlaces a amazon.com) y podías leer su biografía: «Supe desde niña que estaba destinada a ser un canal para la Verdad», y extractos de sus discursos: «La tierra está destinada a presenciar una gran transformación espiritual». Sonaba como cualquier otro canalizador que hubiese conocido.</p> <p>Y había presenciado a muchos. En el cenit de su popularidad —y antes de que yo aprendiese por las malas—, <i>El ojo cínico</i> había publicado una serie en seis partes sobre ellos, empezando con M. Z. Lord y pasando por Joye Wildde, Todd Phoenix y Taryn Kryme, cuya «entidad» era un niño de seis años muy risueño de la Atlántida. Fueron los seis meses más largos de mi vida. Y no tuvo ni el más mínimo impacto en sus actividades. Lo que dio punto y final a la moda fueron las acusaciones de evasión de impuestos y fraude postal, no mis certeras revelaciones.</p> <p>Ariaura Keller no tenía pasado delictivo —al menos, no con ese nombre—, y no había muchos artículos que hablasen de ella. Y no se mencionaba ningún reclamo. «El asombroso y eléctrico Isus comparte su sabiduría espiritual y te ayuda a encontrar tu propia centralidad interior y el despliegue de tu alma.» Nada nuevo.</p> <p>Bien, el sábado descubriría qué había interesado a Kildy. Mientras tanto, tenía que escribir un artículo sobre Charles Fred para el número de diciembre, reseñar un libro sobre diseño inteligente —la última treta para expulsar a la evolución de las escuelas y meter al creacionismo—, y un quiropráctico de vidas pasadas al que visitar. Afirmaba que los dolores de espalda de sus pacientes se debían a cargar con bloques de piedra en Stonehenge y/o las Pirámides. (Las pirámides sí que habían sido una obra inmensa, pero durante tres años de actividad, les había dicho a dos mil pacientes que sus hernias se debían a Stonehenge, en cada uno de los casos tras colocar en su sitio la piedra del altar.)</p> <p>Y la verdad es que era creíble comparado con Charles Fred, que tenía un éxito asombroso transmitiendo mensajes muy específicos de los muertos a sus tristes familiares. Yo estaba convencido de que hacía algo más que la habitual lectura en frío y soplos para ganar los millones que se embolsaba, pero hasta entonces no había conseguido descubrir qué era, y ninguna pista llevaba a ninguna parte.</p> <p>No volví a pensar en el «asombroso y eléctrico Isus» hasta no encontrarme el sábado conduciendo al Hilton. Entonces se me ocurrió que no había sabido nada de Kildy desde su llamada de teléfono. Normalmente se deja caer por la oficina todos los días, y si vamos a algún sitio llama tres o cuatro veces para reconfirmar la hora y el lugar de encuentro. Me pregunté si el seminario se realizaría o si se habría olvidado por completo. O de pronto se había cansado de ser una desenmascaradora y había vuelto al negocio del cine.</p> <p>Llevaba esperando que algo así pasara desde el día, ocho meses atrás, cuando, como una dama espléndida en una película de Bogart, entró en mi oficina y me pidió trabajo.</p> <p>Hay tres reglas cardinales en el negocio del escepticismo. La primera es «Afirmaciones extraordinarias exigen pruebas extraordinarias» y la segunda es «Si parece demasiado bueno para ser cierto, probablemente lo sea». Y si hay algo demasiado bueno para ser cierto, es Kildy. No es sólo rica y hermosa como una estrella de cine, sino inteligente y, al contrario que el resto de Hollywood, una escéptica total, a pesar de que, como me contó ese primer día, Shirley MacLaine la sentó en sus rodillas y su madre se creería cualquier cosa «por ridícula que sea, lo que probablemente explica por qué estuvo casi seis años casada con mi padre».</p> <p>Ahora iba por la madrastra número cuatro, que le había conseguido el papel en esa película taquillera sorpresa:</p> <p>—Que recaudó casi tanto dinero como <i>El señor de los anillos</i> y me permitió tomarme la jubilación anticipada.</p> <p>—¿Jubilación? —dije—. ¿Por qué ibas a querer jubilarte? ¿Podrías...?</p> <p>—Haber protagonizado <i>Hulk III</i> —dijo—, y haber aparecido en la portada de <i>Globe</i> con Ben Affleck. O con mi abogado, delante de una clínica de desintoxicación. Lo sé, fue duro renunciar a todo eso.</p> <p>Tenía sentido, aunque no explicaba por qué quería ir a trabajar para una revista que apenas daba dinero como <i>El ojo cínico</i>. O simplemente, por qué quería trabajar.</p> <p>Se lo dije.</p> <p>—Ya me he cansado de «llena tu día de masajes, almuerzos en Ardani’s y sexo con tu entrenador», Rob —dijo—. Fue incluso peor que <i>Hulk</i>. Además, las luces y el maquillaje te dejan la piel hecha un asco.</p> <p>Me resultó difícil de creer. Tiene la piel del color de la miel.</p> <p>—Y luego mi madre me llevó a una lectura de luminiscencia... está metida en esas cosas, psíquicos, vidas pasadas y curaciones intuitivas, y el tipo que hacía la lectura...</p> <p>—Lucius Windfire —dije. Llevaba los dos últimos meses trabajando en un artículo sobre él.</p> <p>—Sí, Lucius Windfire —dijo—. Afirmaba poder leer nuestras mentes determinando las fallas védicas, lo que consistía en poner velas a tu alrededor y en «leer» el movimiento de las llamas. Era evidente que se trataba de un fraude... podías ver el auricular por el que recibía la información... pero allí todo el mundo se lo tragaba, especialmente mi madre. El tipo ya había conseguido que aceptase sesiones privadas que le costaron diez mil dólares. Y pensé, alguien debería dejarle sin trabajo, y luego pensé, eso es lo que quiero hacer con mi vida, y busqué «desenmascaradores» en la red y encontré tu revista, y aquí estoy.</p> <p>Dije:</p> <p>—Me resulta imposible pagarte...</p> <p>—La tarifa habitual por artículo está bien —dijo y me dedicó una sonrisa mejor-que-Julia-Roberts—. Sólo quiero la oportunidad de hacer algo útil y razonable con mi vida.</p> <p>Y llevaba ocho meses trabajando conmigo en la revista. Era maravillosa. Conocía a todo el mundo en Hollywood, lo que significaba que podía entrar en actos de los de sólo con invitación, y enterarse de nuevas modas espirituales antes que yo. Estaba dispuesta a hacerlo todo, desde dejarse hipnotizar, pasando por robar entrañas de pollos a cirujanos psíquicos, hasta corregir galeradas. Y tenía buena conversación, era una belleza y era demasiado maravillosa para ser una escéptica de poca monta como lo era yo.</p> <p>Y sabía que era cuestión de tiempo que se acabase aburriendo del desenmascaramiento y volviese a los estrenos y a correr por ahí en su Jaguar, pero no lo había hecho:</p> <p>—¿Has <i>trabajado</i> alguna vez con Ben Affleck? —me respondió cuando le dije que era demasiado hermosa para no seguir en el cine—. No podrías <i>pagarme</i> para que volviese a ese trabajo.</p> <p>No estaba en el aparcamiento, ni tampoco su Jaguar, y me pregunté, como lo hacía todos los días, si éste era el día en que había decidido dejarlo. No, allí estaba, saliendo de un taxi. Vestía un traje de chaqueta y pantalón color miel del mismo tono que su pelo y gafas de sol de diseño, y tenía, como siempre, aspecto de ser demasiado buena para ser cierta. Me vio y me saludó, y luego metió la mano para sacar dos enormes cojines.</p> <p>Mierda. Eso significaba que volveríamos a sentarnos en el suelo. Esa gente ganaba una fortuna sacándole a la gente su dinero no-tan-duramente-ganado. Uno pensaría que podrían permitirse unas sillas.</p> <p>Fui hacia ella.</p> <p>—Asumo que vamos a ir juntos —dije, ya que los cojines eran iguales, brocado morado con borlas en las esquinas.</p> <p>—Sí —dijo Kildy—. ¿Has traído la Sony?</p> <p>—Sí —dije—. Sigo creyendo que debería haber traído la Hasaka.</p> <p>Negó con la cabeza.</p> <p>—Hacen registros. No quiero darles una excusa para que nos echen a la calle. Cuando rellenes la identificación, pon tu nombre real.</p> <p>—¿No vamos de incógnito? —pregunté. A menudo los psíquicos emplean a los escépticos entre el público como excusa para los fallos: las vibraciones negativas hacen que sea imposible contactar con los espíritus, etc. Un par de ellos incluso me han prohibido asistir a sus actuaciones, afirmando que altero el cosmos con mi presencia incrédula.</p> <p>—¿Crees que es buena idea?</p> <p>—No tenemos otra opción —dijo—. Cuando vine la semana pasada, iba con mi publicista, así que tuve que usar mi nombre, y no creí que tuviese importancia: nunca nos ocupamos de los canalizadores. Además, el portero me reconoció. Así que nuestra excusa es que me sentí tan impresionada con Ariaura que te convencí para venir a verla.</p> <p>—Lo que se acerca bastante a la verdad —dije—. Exactamente, ¿cuál es su gancho, que te hizo pensar que debería venir a verla?</p> <p>—No quiero crearte prejuicios de antemano. —Miró su reloj Vera Wang y me entregó un cojín—. Vamos.</p> <p>Entramos en el vestíbulo y nos acercamos a la mesa bajo una pancarta color lila y plata que proclamaba: «Presentando a Ariaura y la Sabiduría de Isus» y debajo «Si crees, sucederá». Kildy le dio nuestros nombres a la mujer tras la mesa.</p> <p>—Oh, estaba genial en aquella película, señorita Ross —dijo y nos entregó identificadores lila y plata y nos indicó una mesa junto a la puerta donde un tipo modelo Russell Crowe vestido con un polo lila realizaba las comprobaciones de seguridad.</p> <p>—¿Cámaras, grabadoras, videocámaras? —preguntó.</p> <p>Kildy abrió su bolso y sacó una Olympus.</p> <p>—¿No puedo hacer <i>una</i> foto? —rogó—. No usaré el <i>flash</i> ni nada. Sólo quiero tener una foto de Ariaura.</p> <p>Le cogió la Olympus de entre los dedos.</p> <p>—En la zona de espera se pueden comprar fotografía autografiadas de 20x25.</p> <p>—Oh, <i>genial</i> —dijo. La verdad es que debería haber seguido siendo actriz.</p> <p>Entregué la cámara de vídeo.</p> <p>—¿Y un vídeo de la actuación de hoy? —dije después de que terminase de registrarme.</p> <p>Se envaró.</p> <p>—Las comunicaciones de Ariaura con Isus no son actuaciones. Son visiones únicas de un plano superior. Puede solicitar un vídeo de la experiencia de hoy en la zona de espera —dijo indicando un par de puertas dobles.</p> <p>La «zona de espera» era un largo pasillo con mesas llenas de libros, vídeos, cintas, cartas de chakras, bolsas de cristal, aceites de aromaterapia, amuletos, fetiches Zuñi, móviles de sabiduría, piedras curativas, cuencos de cuarzo, raíces de amarilis, limpiadores de auras, pirámides y otras basuras variopintas de la nueva era, todo marcado con el logotipo lila y plata de Isus.</p> <p>La tercera regla cardinal del escepticismo, y quizá la más importante, es «Pregúntate, ¿qué ganan con todo esto?» o, como dice la Biblia (fuente de muchas estafas): «Por sus frutos los conoceréis».</p> <p>Y si los precios daban alguna pista, Ariaura estaba sacando un buen montón. Las fotos 20x25 salían por 28,99 dólares, 35,00 dólares si llevaban la firma de Ariaura.</p> <p>—Y si desean la firma de Isus —dijo el tipo rubio tras la mesa—, son cien dólares. No siempre está dispuesto a firmar.</p> <p>Y comprendía por qué. Su firma (hecha con rotulador) era una sucesión de símbolos complejos que parecían un cruce entre runas élficas y jeroglíficos egipcios mientras que la de Ariaura era una «A» cursiva seguida de un garabato informe.</p> <p>Las grabaciones de los seminarios anteriores —volúmenes 1-20— costaban la friolera de sesenta dólares cada una, y el «amuleto sagrado» de Ariaura (que tenía aspecto de algo que compras en la teletienda) costaba novecientos cincuenta (la caja aparte). La gente se los llevaba como panecillos calientes, junto con pentagramas celtas, collares de meditación, pendientes cazadores de sueños, hilos de cuentas y anillos para el dedo del pie con su signo del zodiaco.</p> <p>Kildy compró una de las fotos abominablemente caras (sin firma) y tres de los vídeos, comentando:</p> <p>—Me <i>encantó</i> su último seminario. —Le firmó un autógrafo al tipo que los vendía y luego fuimos al auditorio.</p> <p>Estaba adornado con bandoleras de gasa de colores rosa, lila y plata que llegaban hasta el suelo, y estaba equipado con un sistema de iluminación a la última. En el techo giraban las estrellas y los planetas, y ocasionalmente pasaba un cometa a toda mecha. El escenario del auditorio estaba decorado con mylar dorado, y en el centro del escenario había un trono negro con una pirámide por respaldo. Aparentemente, Ariaura no tenía intención de sentarse en el suelo como los demás.</p> <p>En la puerta, los acomodadores ataviados con camisas de seda lila sin abotonar del todo y pantalones ajustados cogieron las entradas. Todos se parecían a Tom Cruise, lo que sería normal incluso si no hubiésemos estado en Hollywood.</p> <p>El sexo ha sido pilar del negocio psíquico desde la época victoriana. La mitad del atractivo de las primeras sesiones de golpes en la mesa habían sido los «espíritus» femeninos vestidos con telas vaporosas y poco más que se deslizaban tentadoramente por entre los asistentes masculinos de la sesión, empañándoles las gafas e impidiéndoles pensar con claridad. Sir William Crooke, el famoso químico británico, había quedado tan locamente enamorado de la sensual hija de la médium que había apostado su reputación científica por la dudosa autenticidad de dicha médium, y hoy en día no es ningún accidente que la mayoría de los canalizadores sean hombres y tengan tendencia a usar túnicas tipo Rodolfo Valentino que dejan al descubierto el pecho. O, si eres mujer, dispones de asistentes fornidos y guapos que distraen a las mujeres del público. Si babeas mirándolos, es menos probable que veas los cables o las entrañas de pollo o que te des cuenta de que te están contando tonterías. Es el truco más viejo del manual.</p> <p>Uno de los porteros le dedicó a Kildy una sonrisa Tom Cruise y le llevó hasta el extremo de una fila de gente sentada con las piernas cruzadas sobre un suelo que parecía muy duro. Me alegré de que Kildy hubiese traído los cojines.</p> <p>Coloqué el mío junto al suyo y me senté.</p> <p>—Será mejor que valga la pena —dije.</p> <p>—Oh, valdrá la pena —dijo una pelirroja de cincuenta y tantos años adornada con el amuleto sagrado y un diamante tan grande como mi puño—. He visto a Ariaura y es maravillosa. —Metió la mano en una de las tres bolsas de la compra color lila que había encajado entre nosotros y sacó un cojín color lavanda que tenía bordado «Si crees, sucederá».</p> <p>Me pregunté si eso se aplicaba a su creencia de que el cojín era lo suficientemente grande para sentarse, porque tenía más o menos el mismo tamaño que el pedrusco de su dedo, pero tan pronto como terminaron de organizar las filas, los acomodadores pasaron con montones de cojines forrados de plástico —como los que alquilan en los partidos de fútbol, sólo que de color lila—, ofreciéndolos a diez dólares cada uno.</p> <p>La mujer de mi lado cogió tres, y conté a otras diez personas en nuestra fila y once en la fila de delante pagando por ellos. Ochenta filas por diez, para ser conservadores. Ocho mil dólares contantes y sonantes, sólo para sentarse, y cualquiera sabe cuál era el beneficio en todas esas bolsas de la compra color lila. «Por sus frutos los conoceréis.»</p> <p>Miré a mi alrededor. No podía ver rastro de soplones o instalaciones inalámbricas pero, al contrario que los psíquicos o los médiums, a los canalizadores no les hacen falta. Ofrecen consejos generales, envueltos en terminología de la nueva era.</p> <p>—Isus es absolutamente asombroso —me confió mi vecina—. ¡Es tan <i>sabio</i>! Mucho mejor que Romtha. Es responsable de mi decisión de abandonar a Howard. «Vos seguid vueso yo interior», me dijo Isus, y comprendí que Howard había estado <i>bloqueando</i> mi crecimiento espiritual...</p> <p>—¿Estuvo en el seminario del pasado sábado? —Kildy se inclinó por delante de mí para preguntar.</p> <p>—<i>No</i>. Estaba en Cancún, y me quedé diezmada al saber que me lo había perdido. Hice que Tio me trajera de vuelta antes de lo previsto, para poder venir hoy. Tengo necesidad desesperada de la sabiduría de Isus sobre mi divorcio. Howard afirma que Isus no tiene nada que ver con mi decisión, que le abandoné porque el acuerdo prematrimonial había expirado, y amenaza con llamar a Tio como...</p> <p>Pero Kildy ya había perdido el interés y se inclinaba por delante de <i>ella</i> para preguntarle a una mujer delgada como un lápiz y sentada en posición de loto si había visto antes a Ariaura. Ella no, pero la que estaba a su derecha sí.</p> <p>—¿El pasado sábado? —preguntó Kildy.</p> <p>No. La había visto hacía seis semanas en Eugene.</p> <p>Me incliné hacia Kildy y pregunté.</p> <p>—¿Qué pasó el sábado pasado?</p> <p>—Creo que ya empieza, Rob —dijo indicando el escenario, donde no pasaba absolutamente nada, retiró el cojín y se puso de rodillas.</p> <p>—¿Qué haces? —le susurré.</p> <p>Tampoco respondió. Metió la mano en su cojín, sacó uno color naranja del mismo tamaño que el de «Si crees, sucederá», me lo pasó y ella se acomodó grácilmente sobre el que tenía borlas. Tan pronto como se sentó con las piernas cruzadas, volvió a coger el naranja y se lo colocó sobre las rodillas.</p> <p>—¿Cómoda? —pregunté.</p> <p>—Sí, gracias —dijo dedicándome una sonrisa de estrella de cine.</p> <p>Me incliné hacia ella.</p> <p>—¿Estás segura de que no quieres decirme qué hacemos aquí?</p> <p>—Oh, mira, van a empezar —dijo, y esta vez era cierto.</p> <p>Un imitador de Brad Pitt apareció en el escenario sosteniendo un micrófono de mano y nos ofreció las reglas básicas. Nada de fotografías con flash (a pesar de haber confiscado todas las cámaras). Nada de aplausos (rompían la concentración de Ariaura). Nada de pausas para ir al baño.</p> <p>—El enlace cósmico con Isus es extremadamente frágil —explicó Brad—, y el movimiento o la apertura de puertas puede romper la concentración.</p> <p>Vale. O podría ser que Ariaura hubiese aprendido algunas lecciones del EST, incluyendo el hecho de que la gente distraída por la vejiga es menos probable que se dé cuenta de las tonterías, como las que Brad soltaba ahora mismo:</p> <p>—Hace ochenta mil años, Isus era alto sacerdote de la Atlántida. Vivió trescientos años antes de abandonar este plano terrenal y adquirir la sabiduría de las eras...</p> <p>¿Qué eras? ¿El Paleolítico y el Neolítico? Hace ochenta mil años seguíamos subidos a los árboles.</p> <p>—... habló con el oráculo de Delfos, penetró en los escritos sagrados de los Rosacruces...</p> <p>—¿Rosacruces?</p> <p>—Ahora, observen cómo Ariaura le llama desde la Totalidad Cósmica para compartir con nosotros su sabiduría.</p> <p>Las luces pasaron a un tono rosado, y las bandoleras de gasa comenzaron a agitarse, como si las empujase la brisa. Corrección, iluminación de última tecnología y ventiladores.</p> <p>La ventolera aumentó, y durante un momento me pregunté si Ariaura iría a entrar colgada de un cable, pero a continuación el mylar dorado se abrió, mostrando una escalera negra y curvada, y Ariaura, vestida con un caftán de terciopelo púrpura y su amuleto sagrado, descendió con la música de los <i>Planetas</i> de Holst y se quedó dramáticamente de pie delante de su trono.</p> <p>El público no prestó atención al edicto de «nada de aplausos», y Ariaura pareció esperarlo. Allí se quedó de pie durante al menos dos minutos, observando majestuosamente a la multitud. A continuación elevó los brazos como si nos estuviese bendiciendo y los volvió a bajar, calmando a la multitud.</p> <p>—Bienvenidos, buscadores de la verdad divina —dijo en una voz dinámica estilo Oprah, y se produjeron más aplausos—. Hoy vamos a tener una maravillosa experiencia espiritual todos juntos, y alcanzaremos un nuevo plano de iluminación.</p> <p>Más aplausos.</p> <p>—Pero no debéis aplaudirme a mí. No soy más que el conducto por el que pasa Isus, el recipiente que él llena. Isus vino a mí por primera vez, o más bien debería decir, <i>a través de mí</i>, hace cinco años, pero tuve miedo. No quería creer. Me llevó casi un año aceptar que me había convertido en el foco de energías cósmicas que van más allá de la realidad que conocemos. Hoy oiréis la sabiduría de un espíritu altamente evolucionado, no la mía. Si... —una bonita pausa teatral— ... Se digna venir a nosotros. Porque Isus es un sabio, no un sirviente al que dar órdenes. Viene cuando lo desea. Quizá acuda a nosotros esta noche, quizá no.</p> <p>Ni en sueños. Estas mujeres no habían entregado setecientos cincuenta dólares para no recibir nada a cambio, aun estando en Beverly Hills. Apostaría todo a que Isus se presentaba a su hora.</p> <p>—Isus sólo vendrá si nuestro plano terrenal está alineado con el cósmico —dijo Ariaura—, si las vibraciones auráticas son correctas. —Miró con seriedad al público—. Si alguno abriga vibraciones negativas, será imposible realizar el contacto.</p> <p>Ya está, ahí viene, pensé, y esperé a que nos mirase directamente y nos ordenase irnos, pero no lo hizo. Se limitó a decir:</p> <p>—¿Todos pensáis pensamientos positivos, sentís emociones positivas? ¿Todos creéis?</p> <p>Por supuesto.</p> <p>—Tengo la sensación de que todos estáis pensando pensamientos positivos —dijo Ariaura—. Perfecto. Bien, para traer a Isus entre nosotros debéis ayudarme. Cada uno debe calmar su centro —cerró los ojos—. Debéis concentraros en vuestra yo-alma interior.</p> <p>Miré al público. Como la mitad de las mujeres tenían los ojos cerrados, y muchas habían plegado las manos en actitud de rezar. Algunas se movían de un lado para otro, y la mujer a mi lado zumbaba:</p> <p>—Om.</p> <p>Kildy tenía los ojos cerrados, con el cojín naranja pegado al pecho.</p> <p>—Alinearse... alinearse... —cantaba Ariaura, y luego definitivamente—. ¡Alinearse! —y otra pausa dramática.</p> <p>—Ahora intentaré entrar en contacto con Isus —dijo—. Enfocar la energía astral es una operación peligrosa y difícil. Debo pediros que permanezcáis perfectamente inmóviles mientras me preparo.</p> <p>Obedientemente, la mujer a mi lado dejó de canturrear «Om», y todas abrieron los ojos. Ariaura cerró los suyos y se reclinó en su trono, con las manos cubiertas de anillos sobre los brazos. Las luces se redujeron y la música aumentó, el tema para «Marte» de Holst. Todos, incluyendo a Kildy, observaron conteniendo el aliento.</p> <p>De pronto Ariaura se estremeció como si la estuviesen electrocutando y agarró con fuerza los brazos del trono. Retorció el rostro, dobló la boca y agitó la cabeza. El público quedó boquiabierto. El cuerpo volvió a estremecerse, golpeando el trono, y sufrió una serie de espasmos y retorcimientos, con más estremecimientos. Lo que duró todo un minuto, mientras «Marte» crecía lentamente detrás de ella y el punto de luz se volvía rosa. La música cesó, y se dejó caer inánime contra el trono.</p> <p>Se quedó allí durante un intervalo de tiempo perfectamente calculado y luego se sentó rígida, mirando directamente al frente, con las manos ligeramente apoyadas en los brazos del trono.</p> <p>—¡Soy Isus! —dijo con una voz atronadora idéntica a la de «¿Quién se atreve a acercarse al gran Oz?».</p> <p>—Soy el Iluminado, un sirviente de lo que se llama el Texto y la Primera Fuente. He venido desde el noveno nivel del plano astral —atronó— para ayudaros en vueso viaje espiritual.</p> <p>Hasta ahora, era un duplicado exacto de Romtha, incluso en lo de la luz rosa y el número de nivel del plano astral, pero junto a mí Kildy se echaba hacía delante expectante.</p> <p>—He venido a contar la verdad —atronó Isus—, para revelar a vos vueso yo superior.</p> <p>Me incliné hacia Kildy y le susurré:</p> <p>—¿Cómo es que en el plano astral jamás aprenden a usar correctamente «vos» y «tú»?</p> <p>—Shh —me siseó, concentrada en lo que decía Isus.</p> <p>—Os traigo la verdad largo tiempo perdida del reino de Lemuria y las profecías de Antonious para ayudaros a vos en estos días turbulentos, porque vos vivís en una época de tribulaciones. Son estos los últimos días de la era actual, días repletos de ansiedad, ataques terroristas y relaciones disfuncionales. Pero yo os digo, vos no debéis mirar al exterior sino al interior, porque sólo tú eres responsable de vuesa felicidad, y si eso significa abandonar una mala relación, que así sea. Buscar debéis vuestra propia esencia interior y crear debéis vuesa propia realidad interior. Vos sois el universo.</p> <p>No sé qué había esperado. <i>Algo</i>, al menos, pero no era más que la tontería habitual de la nueva era, un puré de psicojerga, consejos de autoayuda, pseudo-escritura y Sopa de Pollo para el alma.</p> <p>Miré de reojo a Kildy. Seguía sentada inclinada hacia delante, agarrando el cojín con fuerza contra el pecho, con el hermoso rostro concentrado, la boca ligeramente abierta. Me pregunté si Ariaura la habría convencido. Siempre es una posibilidad, incluso con los escépticos. Kildy no sería la primera en dejarse engañar por una ilusión ingeniosamente ejecutada.</p> <p>Pero ésta no estaba ingeniosamente ejecutada. Ni siquiera era original. La parte de Lemuria era de Richard Zephyr, lo de «Vos sois el universo» era de Shirley MacLaine, y la sintaxis era puro Yoda.</p> <p>Y estábamos hablando de Kildy. Kildy, que jamás se dejaba engañar por nadie, ni siquiera por aquel levitador dévico. Debía tener una buena razón para tirar dos mil dólares en esta ocasión, pero hasta ahora no veía cuál:</p> <p>—Exactamente, ¿qué querías que viese? —murmuré.</p> <p>—<i>Shh</i>.</p> <p>—Pero no temáis —dijo Ariaura—, porque llega una nueva era, una era de paz, de iluminación espiritual, cuando vos... ¿sentados aquí escuchando estas malditas paparruchas?</p> <p>Alcé la vista repentinamente. La voz de Ariaura había pasado, en mitad de una frase, del bajo atronador de Isus a un barítono grave, y también sus gestos habían cambiado. Se inclinó hacia delante, con las manos sobre las rodillas, mirando al público con el ceño fruncido.</p> <p>—Es todo un charloteo infernal —dijo con beligerancia.</p> <p>Miré a Kildy. Tenía la vista fija en el escenario.</p> <p>—Estás patochadas son todavía peores que las bravatas pretenciosas que oyes en el chautauqua —gruñó la voz.</p> <p>¿Chautauqua?, pensé. ¿Qué...?</p> <p>—Pero ahí estáis, con la boca abierta, como los gañanes en un campamento de Arkansas, escuchando a un predicador encantador de serpientes, esperando a que arregle vuestros romances y os cure de un cálculo biliar...</p> <p>La mujer junto a Kildy nos miró inquisitiva y luego volvió a centrarse en el escenario. Dos de los acomodadores situados junto a las paredes intercambiaron miradas con el ceño fruncido, y pude oír susurros entre el público.</p> <p>—¿De verdad os habéis tragado todo esta tabarra mística? Claro que sí. Estamos en América, ¡patria de los imbéciles y los idiotas! —dijo la voz, y los susurros se convirtieron en murmullos.</p> <p>—¿En el... ? —dijo una mujer detrás de nosotros, y la mujer junto a mí cogió sus bolsas, metió el cojín de «Si crees» en una de ellas, se puso en pie y comenzó a pisar a la gente para salir.</p> <p>Uno de los acomodadores hizo una señal a alguien en la cabina de control y las luces y el «Venus» de Holst empezaron a ganar en intensidad. El maestro de ceremonias dio un paso vacilante hacia el escenario.</p> <p>—Os quedáis ahí sentados como un montón de primates boquiabiertos, dispuestos a tragaros cualqui... —dijo Ariaura, y su voz cambió de pronto al bajo de Isus—, ... pero la era de la iluminación espiritual no puede dar comienzo hasta que vos no hayáis iniciado vueso propio viaje.</p> <p>El maestro de ceremonias se detuvo de inmediato, y también los murmullos. Y la mujer que se había sentado a mi lado y que casi había llegado hasta la puerta se quedó junto a la salida, sosteniendo las bolsas y prestando atención.</p> <p>—Y creed. Todos vosotros debéis expulsar ahora mismo las toxinas de la duda y el escepticismo. <i>Creed</i> y sucederá.</p> <p>Debía haber vuelto al guión. El maestro de ceremonias suspiró aliviado, y regresó a las sombras, y la mujer que había estado a mi lado se sentó allí donde estaba, con bolsas, cojines y todo. La música se apagó y las luces volvieron a rosa.</p> <p>—Creed en vuestro propio alma-yo interior —dijo Ariaura/Isus—. Creed, y que se inicie vuestro despliegue espiritual —hizo una pausa, y los acomodadores alzaron la vista nerviosos. El maestro de ceremonias sacó la cabeza por entre las cortinas de mylar dorado.</p> <p>—Me canso —dijo Ariaura—. Ahora debo regresar a la realidad superior de la que acontecí. Pero no temáis, porque aunque ya no comparta el plano terrenal con vos, aun así estoy con vos —alzó el brazo con rigidez en un cruce entre bendición y saludo nazi, se estremeció una vez y luego se desplomó en un desvanecimiento que hubiese sido el orgullo de Gloria Swanson. «Venus» de Holst volvió a arrancar, y Ariaura se sentó, parpadeando, y se volvió hacia el maestro de ceremonias, quien había regresado al escenario.</p> <p>—¿Habló Isus? —le preguntó ella en su voz original.</p> <p>—Sí, lo hizo —le dijo el maestro de ceremonias, y el público estalló en un aplauso tonante, durante el que él la ayudó a ponerse en pie y se la pasó a dos asistentes, que se la llevaron, apoyándose en ellos, subiendo por la escalera negra para desaparecer.</p> <p>Tan pronto como se fue, el maestro de ceremonias acalló los aplausos y dijo:</p> <p>—Ejemplares de los libros y vídeos de Ariaura están disponibles en la zona de espera. Si desean solicitar una audiencia privada, pregúntenme a mí o a cualquiera de los otros asistentes —y todos empezaron a recoger sus cojines y dirigirse a la puerta.</p> <p>—¿No fue <i>maravilloso</i>? —le dijo una mujer que iba por delante en el éxodo, a su amiga—. ¡Tan auténtico!</p> <p style="page-break-before:always; line-height:0%"> </p> <p style="margin-top: 4em"> </p> <title style="page-break-before:avoid"> <p>2</p> </h3> <p style="margin-top: 4em"> </p> <p style="margin-left: 25%">«¿Es Los Ángeles la peor ciudad de América, o sólo la segunda peor? El escéptico, ante la pregunta original, diría que sí, el creyente diría que no. Ahí está la respuesta.»</p> <p></p> <p style="text-align: right; margin-right: 2em">H. L. M<style style="font-size: 70%">ENCKEN</style></p> <p style="margin-top: 2em"> </p> <p style="text-indent: 0em"><style style="font-size: 200%; font-style: italic">K</style>ildy y yo no hablamos hasta no salir del aparcamiento y llegar a Wilshire, cuando Kildy dijo:</p> <p>—¿Comprendes ahora por qué quería que lo vieses por ti mismo, Rob?</p> <p>—Vale, fue interesante. ¿Debo asumir que hizo lo mismo en el seminario al que asististe la semana pasada?</p> <p>Asintió.</p> <p>—Sólo que la semana pasada se fueron dos personas.</p> <p>—¿Dijo exactamente lo mismo?</p> <p>—No. No duró tanto... no sé exactamente cuánto tiempo fue, me cogió por sorpresa... y usó palabras ligeramente diferentes, pero el mensaje fue el mismo. Y sucedió de la misma forma: nada de avisos, ni contorsiones, la voz simplemente cambió de pronto en mitad de una frase. Bien, ¿de qué crees que se trata, Rob?</p> <p>Giré hacia LaBrea.</p> <p>—No sé, pero muchos canalizadores tienen más de una «entidad». Joye Wildde hace dos, y antes de que Hans Lighfoot acabase en la cárcel, hacía medida docena.</p> <p>Kildy parecía escéptica.</p> <p>—Su material promocional no menciona nada sobre múltiples entidades.</p> <p>—Quizá esté cansada de Isus y quiera cambiarse a otro espíritu. Cuando eres un canalizador no puedes anunciar «Pronto: Isus II». Debes hacer que parezca auténtico. Así que lo presenta con algunas palabras una semana, un par de frases a la siguiente, etcétera.</p> <p>—¿Está presentando un nuevo espíritu todavía mejor que le grita al público y los llama imbéciles y gañanes? —dijo incrédula.</p> <p>—Probablemente se trate de lo que los canalizadores llaman un «espíritu oscuro», una entidad mala que intenta llevar a los incautos por el mal camino. Todd Phoenix solía hacer que una voz desagradable interrumpiese los discursos de Pluma Blanca haciendo comentarios provocativos. Es un truco útil. Refuerza la idea de que el psíquico canaliza de verdad, y cualquier detalle inconsistente o controvertido que pueda decir el canalizador lo puede atribuir al mal espíritu.</p> <p>—Pero Ariaura ni siquiera parecía ser consciente de que <i>había</i> un mal espíritu, si eso se supone que es. ¿Por qué iba a decirle al público que se fuese a casa y dejase de darle dinero a un vendedor de aceite de serpiente como Ariaura?</p> <p>¿Vendedor de aceite de serpiente? También me sonaba terriblemente familiar.</p> <p>—¿Fue eso lo que dijo la semana pasada? ¿Vendedor de aceite de serpiente?</p> <p>—Sí —dijo—. ¿Por qué? ¿Sabes a quién canaliza?</p> <p>—No —dije frunciendo el ceño—, pero he oído esa frase en algún sitio. Y eso de chautauqua.</p> <p>—Así que evidentemente es alguien famoso —dijo Kildy.</p> <p>Pero las figuras históricas de los canalizadores eran siempre reconocibles de inmediato. El Abraham Lincoln de Randall Mars empezaba todas las frases con «Hace cuatro veintenas y siete años», y los demás eran igualmente evidentes.</p> <p>—Me gustaría haber grabado el estallido de Ariaura —dije.</p> <p>—Lo hicimos —dijo Kildy alargando la mano al asiento trasero y agarrando el cojín naranja. Bajó la cremallera, metió la mano dentro y sacó una micro-cámara de vídeo—. ¡Sorpresa! Lamento no haber grabado la de la semana pasada. No me había dado cuenta de que cacheaban a la gente. —Volvió a meter la mano en el cojín y sacó una hoja de papel—. Tuve que correr al baño y apuntar lo que pude recordar.</p> <p>—Creía que no dejan ir al baño.</p> <p>Me sonrió.</p> <p>—Realicé una interpretación digna de un Oscar de una actriz a la que han dejado salir demasiado pronto de desintoxicación.</p> <p>Miré la lista en el siguiente semáforo. Sólo había algunas frases; la que había mencionado, «Nunca he visto tonterías más desvergonzadas» y «tienen que ser una panda de imbéciles ofuscados para creer algo tan ridículo».</p> <p>—¿Eso es todo?</p> <p>Asintió.</p> <p>—Ya te dije, la última vez no duró tanto. Y como no lo esperaba, me perdí gran parte de la primera frase.</p> <p>—¿Es por eso que preguntabas en el seminario sobre comprar la cinta?</p> <p>—Ajá, aunque dudo que venga nada. He visto sus tres últimos vídeos y no hay ni rastro de la Entidad Número Dos.</p> <p>—Pero sucedió en el seminario al que fuiste y en éste. ¿Se te ha ocurrido que pudo pasar <i>porque</i> tú estabas presente? —Ocupé un espacio de aparcamiento delante del edificio donde <i>El ojo cínico</i> tenía su oficina.</p> <p>—Pero... —dijo ella.</p> <p>—El de las entradas pudo advertirla de que estabas allí —dije. Salí y le abrí la portezuela, y nos dirigimos a la oficina—. O ella pudo vernos entre el público... tú no eres la única famosa. Mi foto aparece en todos los carteles psíquicos de los más buscados de la Costa Oeste... y ella decidió animar un poco la representación añadiendo otra entidad. Para impresionarme.</p> <p>—Eso no puede ser.</p> <p>Abrí la puerta.</p> <p>—¿Por qué no?</p> <p>—Porque sucedió al menos dos veces antes —dijo entrando y sentándose en la única silla buena—. En Berkeley y en Seattle.</p> <p>—¿Cómo lo sabes?</p> <p>—La novia del ex novio de mi publicista la vio en Berkeley... fue así como mi publicista supo de Ariaura, y dijo que Isus estaba hablando de tribulaciones y de que vos eras el universo, y de pronto esa otra voz dijo: «¡Vaya un montón de patochadas!». Ella dijo que así fue como supo que Ariaura canalizaba de verdad, porque si era una farsante no hubiese insultado a su público.</p> <p>—Bien, ahí tienes la respuesta. Lo hace para que el público la crea.</p> <p>—Ya viste, ya la creen —dijo Kildy—. Y si es eso lo que hace, ¿por qué no está en la cinta de Berkeley?</p> <p>—¿No está?</p> <p>Negó con la cabeza.</p> <p>—La he visto seis veces. Nada.</p> <p>—¿Estás segura de que la novia del ex novio de tu publicista lo vio realmente? ¿Que no la estabas induciendo con tus preguntas?</p> <p>—Estoy segura —dijo indignada—. Además, le pregunté a mi madre.</p> <p>—¿También estaba allí?</p> <p>—No, pero sí dos amigas suyas, y una de ellas conocía a alguien que vio el seminario de Seattle. Todas dicen básicamente lo mismo, excepto esa parte de hacerlas creer. De hecho, una me dijo: «Creo que tenía las tarjetas desordenadas», y me dijo que no malgastase el dinero, que debería ir a ver a Angelina Black Feather. —Me sonrió y luego se puso seria—. Si Ariaura lo estuviese haciendo a propósito, ¿por qué iba a eliminarlo? ¿Y por qué el maestro de ceremonias y los acomodadores parecían tan alterados?</p> <p>Ella también se había dado cuenta.</p> <p>—Quizá no les advirtiese que iba a hacerlo. O, lo más probable, que formase parte de la representación, para hacer que la gente creyese en su autenticidad.</p> <p>Kildy agitó la cabeza dubitativa.</p> <p>—No creo. Creo que es otra cosa.</p> <p>—¿Como qué? No creerás que realmente canaliza a ese tipo, ¿no?</p> <p>—No, <i>claro</i> que no, Rob —dijo indignada—. Es sólo que... tú dices que lo hace para obtener publicidad y multitudes mayores, pero como me dijiste, la primera regla del éxito del negocio psíquico es decirle a la gente lo que quiere oír, no llamarlos idiotas. Viste a la mujer que tenías al lado... estaba dispuesta a irse, y la observé después. No firmó para una audiencia privada de iluminación, y tampoco lo hicieron muchas otras personas, y oí cómo el maestro de ceremonias le contaba a alguien que todavía quedaban muchas entradas libres para el siguiente seminario. El de la semana pasada estaba vendido al completo con un mes de antelación. ¿Por qué iba a hacer algo que dañase a su negocio?</p> <p>—Tiene que hacer algo para superarse, para hacer que los clientes sigan viniendo, y el nuevo espíritu crea expectación. Espera y verás, la semana que viene estará anunciando «La batalla de los antiguos». Es una estratagema, Kildy.</p> <p>—Entonces no crees que debamos volver a verla.</p> <p>—<i>No</i>. Eso es lo peor que podríamos hacer. No queremos darle publicidad gratis, y si lo hizo para impresionarnos, aunque no parece probable, entonces estaríamos haciendo exactamente lo que quiere. Si no es así, y el espíritu aleja a los clientes como dices tú, entonces lo dejará y se inventará otro. O conseguirá quedarse sin negocio. En cualquier caso, no tenemos que hacer nada. No es noticia. Puedes olvidarte de ella.</p> <p>Lo que demuestra que jamás podría dedicarme al negocio psíquico. Porque incluso antes de haber terminado de hablar, la puerta de la oficina se abrió de golpe y Ariaura entró aullando para agarrarme por las solapas.</p> <p>—¡No sé lo que haces o cómo lo haces! —gritó—, ¡pero quiero que pares ahora mismo!</p> <p style="page-break-before:always; line-height:0%"> </p> <p style="margin-top: 4em"> </p> <title style="page-break-before:avoid"> <p>3</p> </h3> <p style="margin-top: 4em"> </p> <p style="margin-left: 25%">«Posee una capacidad enorme y muy poco común para los pronunciamientos provocadores...»</p> <p></p> <p style="text-align: right; margin-right: 2em">H. L. M<style style="font-size: 70%">ENCKEN</style></p> <p style="margin-top: 2em"> </p> <p style="text-indent: 0em"><style style="font-size: 200%; font-style: italic">N</style>o había dado crédito a la habilidad como actriz de Ariaura. Puede que su representación de Isus fuese inexpresiva y falsa, pero ofreció un retrato bastante convincente de una psíquica loca de atar.</p> <p>—¡Cómo te <i>atreves</i>! —aulló—. Te demandaré y te sacaré todo lo que tienes.</p> <p>Se había quitado la túnica sinuosa y se había puesto un traje color lila que Kildy más tarde me dijo que era un Zac Posen, y le resonaban el collar y los pendientes llenos de diamantes. Prácticamente vibraba de furia, aunque no eran las vibraciones positivas que había declarado necesarias para la aparición de espíritus.</p> <p>—Acabo de ver el vídeo del seminario —chilló con el rostro a cinco centímetros del mío—. ¡Cómo te <i>atreves</i> a hipnotizarme y dejarme por estúpida delante de...!</p> <p>—¿Hipnotizar? —dijo Kildy. (Yo estaba demasiado ocupado intentando soltarla de las solapas para decir nada)—. ¿Cree que Rob la hipnotizó?</p> <p>—Oh, no te hagas la inocente —dijo Ariaura mirándole—. Hoy os vi a los dos entre el público, y sé todo lo que hay que saber sobre vosotros y esa revistucha desagradable y desdeñosa. Sé que los incrédulos no os detendríais ante nada para evitar que difunda la Verdad Superior, pero no creía que fueseis a llegar tan lejos, ¡hipnotizándome contra mi voluntad y haciéndome decir esas cosas! Isus me dijo que no debería permitiros entrar en el auditorio, que presentía peligro en vuestra presencia, pero yo dije: «No, que los incrédulos se queden y experimenten tu realidad. Que sepan que vienes de la Existencia Más Allá para ayudarles, para traernos palabras de Sabiduría Superior», pero Isus tenía razón, no tramabais nada bueno.</p> <p>Soltó una mano de una solapa el tiempo suficiente para agitar en mi dirección una uña pintada de lila.</p> <p>—Bien, tu plan de hipnotismo no surtirá efecto. He trabajado duro para llegar a donde estoy, y no voy a dejar que una pareja de incrédulos de mente estrecha como vosotros se interponga en mi camino. No tengo intención... ¡Sabiduría Superior, pamplinas! —bufó—. Yo lo llamaría Disparate Superior.</p> <p>Kildy, sorprendida, me miró.</p> <p>—Oh, la parafernalia es mucho más llamativa, lo admito —dijo Ariaura con la voz grave que habíamos oído en el seminario.</p> <p>Como antes, el cambio se había producido sin pausa en medio de una frase. Me tenía agarrado por las solapas y al momento siguiente recorría la habitación, con las manos a la espalda, murmurando:</p> <p>—El auditorio es mucho más elegante, y es una gran mejora con respecto al césped de un tribunal, y 20 grados menos. —Se sentó en el sofá, con las manos sobre las rodillas separadas—. Y los pedruscos que lleva harían que una gran piedra de los caballeros de Zoroastro pareciese carente de gracia, pero es la misma mentecatada de siempre y los mismos Boobus Americanus tragándosela.</p> <p>Kildy se acercó cuidadosamente a mi mesa, metió la mano en el bolso e hizo algo que no pude ver, y luego regresó a su punto de origen, mirando en todo momento fijamente a Ariaura, que despotricaba contra el seminario.</p> <p>—¡Nunca vi una variedad igual de simios boquiabiertos en un mismo lugar! Excepto por el hecho de que los paletos tienen que sentarse en el suelo, ¡y pagar por ese privilegio!, es la viva imagen de una tienda baptista. Diles lo que quieren oír, haz un par de trucos de magia, y luego pasa el platillo de las limosnas. ¡Y se lo siguen tragando! —Se puso en pie y volvió a caminar—. Sabía que debería haberme quedado. Igual que esa vez en Dayton... creo que todo ha terminado y me voy, ¡y mira lo que pasa! Dejan que los charlatanes y los estafadores se queden con todo, como esa Aimee Semple MacPherson. No es más vidente que... ¡consentir que destruyáis todo por lo que he trabajado! Yo... —miró perpleja a su alrededor— ... ¿qué?... Yo... —Se detuvo...</p> <p>Debía admitirlo. Era buena. Había cambiado a su propia voz sin vacilar, y luego había ofrecido una imitación impresionante de alguien que no sabía qué estaba pasando.</p> <p>Me miró confusa, luego a Kildy y de vuelta a mí.</p> <p>—Ha sucedido otra vez, ¿no? —preguntó con un estremecimiento en la voz, y se volvió para apelar a Kildy—. Él lo ha vuelto a hacer, ¿no es así? —y empezó a retroceder hacia la puerta—. ¿<i>No es</i> así?</p> <p>Me señaló acusadoramente.</p> <p>—¡Mantente <i>alejado</i> de mí! —chilló—. ¡Y mantente alejado de mis seminarios! Si <i>intentas</i> volver a acercarte a mí, ¡obtendré una orden judicial! —dijo y salió rápidamente cerrando la puerta de un golpe.</p> <p>—Bien —dijo Kildy después de un minuto—. Ha sido interesante.</p> <p>—Sí —dije mirando a la puerta—. Interesante.</p> <p>Kildy se acercó a mi mesa y sacó la Hasaka de su bolso.</p> <p>—Lo tengo todo —dijo, sacando el disco, metiéndolo en el ordenador y sentándose frente al monitor—. Esta vez había muchas más pistas. —Empezó a teclear órdenes—. Debería haber lo suficiente para que pudiésemos deducir de quién se trata.</p> <p>—Sé de quién se trata —dije.</p> <p>Kildy dejó de teclear.</p> <p>—¿De quién?</p> <p>—El Alto Sacerdote de la Irreverencia.</p> <p>—<i>¿Quién?</i></p> <p>—El Santo Terror de Baltimore, el Apóstol del Sentido Común, el Azote de Estafadores, Creacionistas, Curanderos y los Bobos —dije—. Henry Louis Mencken.</p> <p style="page-break-before:always; line-height:0%"> </p> <p style="margin-top: 4em"> </p> <title style="page-break-before:avoid"> <p>4</p> </h3> <p style="margin-top: 4em"> </p> <p style="text-align: right">«En pocas palabras, es un fraude.»</p> <p></p> <p style="text-align: right; margin-right: 2em">H. L. M<style style="font-size: 70%">ENCKEN</style></p> <p style="margin-top: 2em"> </p> <p style="text-indent: 0em">—¿<style style="font-size: 200%; font-style: italic">H</style>. L. Mencken? —dijo Kildy—. ¿El periodista que cubrió el juicio Scopes? —(ya dije que era demasiado buena para ser de verdad).</p> <p>—¿Por qué iba a canalizarle Ariaura? —preguntó después de comparar las palabras y frases que habíamos recogido con los escritos de Mencken. Todos cuadraban, desde «bobería» hasta «primates boquiabiertos» acabando con «patria de los imbéciles y los idiotas».</p> <p>—¿A qué se refería con lo de irse antes de Dayton? ¿Pasó algo en Ohio?</p> <p>Negué con la cabeza.</p> <p>—Tennessee. En Dayton se celebró el juicio Scopes.</p> <p>—¿Y Mencken se fue antes?</p> <p>—No lo sé —dije y me acerqué a la estantería para coger mi ejemplar de <i>The Great Monkey Trial</i>—, pero sé que durante el juicio hizo tanto calor que lo trasladaron al exterior.</p> <p>—A eso se refería con el comentario sobre el césped del tribunal y que hiciese 20 grados menos —dijo Kildy.</p> <p>Asentí.</p> <p>—La semana del juicio tuvieron cuarenta grados y un noventa por ciento de humedad. Definitivamente se trata de Mencken. Inventó el término «Boobus Americanus».</p> <p>—Pero ¿por qué iba Ariaura a canalizar a H. L. Mencken, Rob? Él <i>odiaba</i> a la gente como ella, ¿no?</p> <p>—Eso lo puedes tener por seguro. —Había sido la perdición de charlatanes y curanderos durante los años veinte, escribiendo textos cáusticos sobre todo tipo de fraudes, desde la curación por la fe, la quiropráctica y el creacionismo, atacando incesantemente todo tipo de «abracadabras» y a favor de la ciencia y el pensamiento racional.</p> <p>—Entonces, ¿por qué iba a canalizarle? —preguntó Kildy—. ¿Por qué no alguien que tuviese simpatías por los psíquicos, como Edgar Cayce o Madame Blavatsky?</p> <p>—Porque sería sospechoso. Al canalizar a un enemigo de los psíquicos, consigue que parezca más creíble.</p> <p>—Pero nadie ha oído hablar de él.</p> <p>—Tú. Yo.</p> <p>—Pero nadie más entre el público de Ariaura.</p> <p>—Exacto —dije buscando <i>The Great Monkey Trial</i>.</p> <p>—¿Crees que lo hace para impresionarnos?</p> <p>—Evidentemente —dije examinando los títulos—. ¿Por qué si no iba a llegarse hasta aquí para dedicarnos su pequeña representación?</p> <p>—Pero... ¿qué hay del seminario de Seattle? ¿O del de Berkeley?</p> <p>—Pruebas. O esperaba que nos enterásemos y fuésemos a verla. Cosa que hicimos.</p> <p>—No fue así —dijo Kildy—. Yo fui porque mi publicista quería que fuese.</p> <p>—Pero tú vas a muchos actos espiritualistas, y hablas con mucha gente. Tu publicista estaba allí. Incluso si no hubieses ido, ella te lo hubiese comentado.</p> <p>—Pero ¿qué sentido tendría? Eres escéptico. No crees en la canalización. ¿Creería realmente que podría convencerte de que Mencken era de verdad?</p> <p>—Quizá —dije—. Es evidente que se ha tomado muchas molestias para hacer que el espíritu suene como él. Y piensa en el triunfo que representaría. ¿«Escéptico afirma que el espíritu canalizado es real»? ¿Has oído hablar de Uri Geller? Causó sensación en los setenta afirmando ser capaz de doblar cucharas con la mente. Recibió mucha atención después de que un par de científicos del Stanford Research Institute dijesen que no era un truco, que realmente lo hacía.</p> <p>—¿Era así?</p> <p>—No, claro que no, y con el tiempo quedó demostrado que era un fraude. Lo hizo Johnny Carson. Geller cometió el error de ir al <i>Tonight Show</i> y hacerlo delante de él. Aparentemente había olvidado que Carson había sido mago al comienzo de su carrera. Pero lo importante es que llegó hasta el <i>Tonight Show</i>. Y lo que le convirtió en famoso fue tener el apoyo de científicos reputados.</p> <p>—Y si tú apoyases a Ariaura, si dijeses que crees que realmente se trata de Mencken, ella también sería famosa.</p> <p>—Exacto.</p> <p>—Bien, ¿qué hacemos?</p> <p>—Nada.</p> <p>—¿Nada? ¿No vas a intentar demostrar que es un fraude?</p> <p>—Canalizar no es lo mismo que doblar cucharas. No hay pruebas que se puedan verificar de forma independiente. —La miré—. No vale la pena, y tenemos piezas mayores que cobrar Como Charles Fred. Está ganado <i>demasiado</i> dinero para ser un médium que sólo cobra doscientos dólares por representación, y acierta demasiadas veces para ser lectura en frío. Tenemos que descubrir cómo lo hace, y de dónde viene el dinero.</p> <p>—Pero ¿no deberíamos ir al menos al próximo seminario de Ariaura para ver si vuelve a pasar? —insistió Kildy.</p> <p>—¿Y tener que explicarle al periodista de <i>L.A. Times</i>, que casualmente andará por allí, por qué nos interesa tanto Ariaura? —dije—. ¿Y por qué hemos vuelto tres veces?</p> <p>—Supongo que tienes razón. Pero ¿y si consigue el apoyo de otro escéptico? ¿O algún profesor inglés?</p> <p>No se me había ocurrido. Ariaura había echado el anzuelo en cuatro seminarios que supiésemos. Era posible que lo hubiese hecho en más, y <i>The Skeptical Mind</i> estaba en Seattle, Carlyle Drew en San Francisco, y había muchos escépticos aficionados que asistían a actos espiritualistas.</p> <p>Y todos ellos reconocerían a Mencken. Era la persona favorita de los pensadores críticos, junto con el Asombroso Randi y Houdini. No sólo había sido intrépido en sus ataques contra la superstición y el fraude, sino que además sabía escribir «a toda leche». Y, al contrario que el resto de los escépticos, la gente prestaba atención a lo que decía.</p> <p>Me caía bien desde que leí que mientras charlaba con alguien en su despacho en el <i>Sun</i> de Baltimore, de pronto miró por la ventana y dijo: «¡Esos hijos de puta nos están pisando los talones!» y se puso a teclear frenéticamente. Así me sentía yo dos veces al día, y más de una vez me había dicho: «¿Dónde demonios está Mencken cuando le necesitamos?».</p> <p>Y estaba dispuesto a apostar a que otros se sentían igual que yo, que podrían quedar seducidos por el lenguaje de Mencken y el hecho de que Ariaura estuviese diciendo exactamente lo que ellos deseaban oír.</p> <p>—Tienes razón —dije—. Tenemos que investigarlo, pero al seminario debería ir otra persona.</p> <p>—¿Y mi publicista? Dijo que quería ir otra vez.</p> <p>—No, no quiero a nadie relacionado con nosotros.</p> <p>—Conozco a la persona perfecta —dijo Kildy agarrando el móvil—. Se llama Riata Starr. Es actriz.</p> <p>Con ese nombre, ¿qué iba a ser?</p> <p>—Ahora mismo está entre proyectos —dijo Kildy tecleando un número—, y si le digo que es probable que allí encuentre a un director de <i>casting</i>, irá definitivamente.</p> <p>—¿Cree en canalizadores?</p> <p>Me miró con lástima:</p> <p>—Todo el mundo en Hollywood cree en canalizadores, pero no importa. —Se llevó el teléfono a la oreja—. Le pondré una videocámara y una grabadora —susurró—. Y le diré que un trabajo secreto le quedará genial en su currículum de actriz. ¿Hola? —dijo con voz normal—. Intento hablar con Riata Starr No, ningún mensaje.</p> <p>Colgó.</p> <p>—Está en un <i>casting</i> en Miramax. —Metió el teléfono en el bolso, sacó las llaves de sus profundidades y se colgó el bolso al hombro—. Iré allí y hablaré con ella. Volveré —dijo y salió.</p> <p>Definitivamente demasiado buena para ser de verdad, pensé, viendo cómo se iba, y llamé a un amigo de la policía y le pregunté qué sabían de Ariaura.</p> <p>Prometió devolverme la llamada, y mientras esperaba, busqué y encontré <i>The Great Monkey Trial</i>. Busqué a Mencken en el índice y repasé las referencias para comprobar cuándo se había ido Mencken de Dayton. Dudaba de que se hubiese ido antes del final del juicio. Se lo había estado pasando de muerte, ridiculizando a William Jennings Bryan y a los creacionistas. Quizá la referencia fuese a que Mencken se fue antes de que Bryan muriese. Bryan había muerto cinco días después del final del juicio, presumiblemente de un infarto, pero muy probablemente debido a la humillación que había sufrido a manos de Clarence Darrow, quien le había hecho declarar y le había lanzado preguntas sobre la Biblia. Darrow había dejado a Bryan y a los creacionistas en ridículo, o más bien, Bryan se había dejado a sí mismo en ridículo. Ese interrogatorio había sido el momento cumbre del juicio, y le había matado.</p> <p>Mencken había escrito una necrológica mortal e implacable de Bryan, y podría ser que lamentase no haber estado presente en su muerte, pero no podía imaginar a Ariaura sabiendo algo así, incluso habiéndose tomado la molestia de comprobar «Boobus Americanus» y «cloaca sin fondo», e investigó la voz grave de Mencken y su retórica explosiva.</p> <p>Por supuesto, es posible que lo leyese. Incluso en este mismo libro. Leí el capítulo sobre la muerte de Bryan, buscando una referencia a Mencken, pero no encontré ninguna. Volví atrás y allí estaba. Y no podía creerlo. Mencken no se había ido tras el juicio. Cuando rechazaron los testigos expertos de Darrow, dio por supuesto que todo había acabado excepto por algunos tecnicismos legales y había regresado a Baltimore. No había presenciado el interrogatorio fulminante de Darrow. Se había perdido a Bryan afirmando que el hombre no era un mamífero, su insistencia en que el sol podía quedar inmóvil sin lanzar a la Tierra fuera de su órbita. Definitivamente se había ido demasiado pronto. Y estaba dispuesto a apostar que jamás había podido perdonárselo.</p> <p style="page-break-before:always; line-height:0%"> </p> <p style="margin-top: 4em"> </p> <title style="page-break-before:avoid"> <p>5</p> </h3> <p style="margin-top: 4em"> </p> <p style="margin-left: 25%">«Para mí, el punto de vista científico es completamente satisfactorio, y así ha sido desde que tengo memoria. En ningún momento de mi vida me he sentido inclinado a buscar ancla y refugio en otra parte.»</p> <p></p> <p style="text-align: right; margin-right: 2em">H. L. M<style style="font-size: 70%">ENCKEN</style></p> <p style="margin-top: 2em"> </p> <p style="text-indent: 0em">—<style style="font-size: 200%; font-style: italic">P</style>ero ¿cómo iba a saberlo Ariaura? —dijo Kildy tras regresar del <i>casting</i>.</p> <p>—De igual forma que lo sé yo. Lo leyó en un libro. ¿Tu amiga Riata aceptó ir al seminario?</p> <p>—Sí, dijo que iría. Le di la Hasaka, pero me preocupa que la confisquen, así que he pedido cita con un tipo de efectos especiales de la Universal que trabajó en la última película de Bond para ver si tiene alguna idea.</p> <p>—Eh, Kildy... los cacharros que usa James Bond no son de verdad. Es una película.</p> <p>Me dedicó una sonrisa Julia-Roberts-plus.</p> <p>—He dicho <i>idea</i>. Oh, y tengo la entrada de Riata. Cuando llamé, pregunté si estaban agotadas, y el tipo con el que hablé dijo: «¿Estás de broma?» y me contó que sólo han vendido la mitad de lo habitual. ¿Has descubierto algo sobre Ariaura?</p> <p>—No —dije—. Estoy comprobando algunas pistas —pero mi amigo de la policía no tenía nada sobre Ariaura, ni siquiera una posible coartada.</p> <p>—Está limpia —me dijo cuando lo llamé al fin a la mañana siguiente—. Nada de fraude postal, ni siquiera una multa por mal aparcamiento.</p> <p>No daba con ella en <i>The Skeptical Mind</i> o en el sitio web de Scamwatch. Parecía que ganaba dinero por el viejo método americano, contándoles a sus clientes un montón de tonterías y vendiéndoles diagramas de chakras.</p> <p>Se lo conté a Kildy tan pronto como entró, totalmente resplandeciente en una blusa informal y unos tejanos que probablemente costaban tanto como el presupuesto anual de <i>El ojo cínico</i>.</p> <p>—Evidentemente Ariaura no es su verdadero nombre, pero hasta ahora no he conseguido descubrir cuál es —dije—. ¿Conseguiste la videocámara secreta de James Bond de tu amigo Q?</p> <p>—Sí —dijo dejando la mochila—. Y tengo una idea para demostrar que Ariaura es un fraude. —Me pasó unos papeles—. Son las transcripciones de todo lo que dijo Mencken. Las comparamos con todo lo escrito por Mencken, y... ¿qué?</p> <p>Yo agitaba la cabeza.</p> <p>—Estamos hablando de canalizar. Cuando publiqué un artículo sobre la entidad de cincuenta mil años, Yogati, del swami Vishnu Jammi, que emplea expresiones «guay del paraguay» y «chachi» y habla sobre teléfonos móviles, dijo que él «transliteraba» las ideas de Yogati empleando sus propias palabras.</p> <p>—Oh. —Kildy se mordió el labio—. Rob, ¿qué hay de una comparación por ordenador? Ya sabes, uno de esos donde comparan un manuscrito con las obras de Shakespeare para comprobar si las escribió la misma persona.</p> <p>—Demasiado caro —dije—. Además, las hacen universidades, y dudo que estuviesen dispuestos a arriesgar su credibilidad realizando la comprobación de una canalizadora. E incluso de haber acuerdo, sólo demostraría que las palabras son de Mencken, no que sea Mencken.</p> <p>—Oh. —Se sentó en una esquina de mi mesa, agitando durante un minuto sus largas piernas y luego se puso en pie, fue hasta la estantería y empezó a sacar libros.</p> <p>—¿Qué haces? —pregunté acercándome a ver qué hacía. Sostenía un ejemplar de <i>Heathen Days</i> de Mencken—. Ya te lo he dicho —dije—. Las frases de Mencken no...</p> <p>—No busco sus frases —dijo pasándome <i>Prejudices</i> y la biografía de Mencken—. Busco preguntas que hacerle.</p> <p>—¿A él? No es Mencken, Kildy. Es un invento de Ariaura.</p> <p>—Lo sé —dijo pasándome <i>The Collectible Mencken</i>—. Es por eso que hay que interrogarle... quiero decir, a Ariaura. Hay que hacer preguntas como «¿Cuál es el nombre de soltera de tu esposa?» y «¿Cuál fue el primer periódico para el que trabajaste?» y... ¿alguno de esos libros de bolsillo en el estante de abajo son de Mencken?</p> <p>—No, casi todos son novelas de misterio. Chandler, Hammett y James M. Cain.</p> <p>Se enderezó para mirar a los estantes de en medio.</p> <p>—Preguntas como «¿Cómo se ganaba la vida tu padre?».</p> <p>—Fabricaba puros —dije—. El primer periódico para el que trabajó no fue el <i>Baltimore Sun</i>, fue el <i>Morning Herald</i>, y el nombre de soltera de su esposa era Sarah Haardt. Con una sola «d» y dos «aes». Pero eso no significa que yo sea Mencken.</p> <p>—No —dijo Kildy—, pero si no supieses las respuestas, se demostraría que no lo eres. —Me pasó <i>A Mencken Chrestomathy</i>—. Si le haces a Ariaura preguntas de las que Mencken conocería la respuesta, y se equivoca, eso demuestra que es una farsante.</p> <p>Tenía razón. Era evidente que Ariaura había investigado a Mencken bastante bien como para poder imitar su lenguaje y sus gestos, y probablemente lo suficiente para poder responder a preguntas básicas sobre su vida, pero era imposible que hubiese memorizado todos los detalles. Había docenas de libros sobre Mencken, sin contar su propia obra y sus diarios. Además de <i>La herencia del viento</i> y todos los otros libros, obras teatrales y estudios escritos sobre el juicio de Scopes. Apostaría a que hay disponibles más de cien libros sobre Mencken, eso sin incluir el material escrito para el <i>Sun</i> de Baltimore.</p> <p>Y si podíamos pillarla no sabiendo algo que Mencken debería saber, sería una forma simple de demostrar concluyentemente que era una farsante, y entonces podríamos pasar a la pregunta mucho más importante de por qué. <i>Si</i> Ariaura se dejaba interrogar.</p> <p>—¿Cómo planeas hacer que Ariaura acepte? —dije—. Asumo que ni siquiera nos dejará verla.</p> <p>—Si no lo hace, eso también es una prueba —dijo imperturbable.</p> <p>—Vale —dije—, pero olvídate de preguntarle a qué se dedicaba el padre de Mencken. Pregúntale qué bebía. Whisky de centeno, por cierto.</p> <p>Kildy abrió un bloc de notas y empezó a escribir.</p> <p>—Pregúntale el nombre de su primer redactor en el <i>Sun</i> —dije cogiendo <i>The Great Monkey Trial</i>—. Y pregúntale quién era Sue Hicks.</p> <p>—¿Quién era esa mujer? —preguntó Kildy.</p> <p>—Hombre. Era uno de los abogados de la defensa en el caso Scopes.</p> <p>—¿Deberíamos preguntarle a Mencken... a Ariaura de qué iba el juicio de Scopes?</p> <p>—No, demasiado fácil. Pregúntale... —dije, intentando que se me ocurriese una buena pregunta—. Pregúntale qué comió mientras cubría el juicio, y pregúntale dónde se sentaba en la sala.</p> <p>—¿Dónde se sentaba?</p> <p>—Es una pregunta trampa. Se encontraba en una mesa en la esquina. Oh, pregúntale dónde nació.</p> <p>Kildy frunció el ceño.</p> <p>—¿No es demasiado fácil? Todo el mundo sabe que era de Baltimore.</p> <p>—Quiero oírselo decir a él.</p> <p>—Oh —dijo Kildy asintiendo—. ¿Tuvo hijos?</p> <p>Negué con la cabeza.</p> <p>—Tuvo una hermana y dos hermanos. Gertrude, Charles y August.</p> <p>—Oh, bien, no son nombres que se te pudiesen ocurrir sin saberlos. ¿Tenía aficiones?</p> <p>—Tocaba el piano. Pregúntale por el Club de la Noche del Sábado. Él y un grupo de amigos se reunían para tocar música.</p> <p>Trabajamos en las preguntas durante el resto del día y la mañana siguiente, apuntándolas en tarjetas para poder plantearlas desordenadas.</p> <p>—¿Qué hay de sus aforismos? —preguntó Kildy.</p> <p>—¿Te refieres a cosas como «El Puritanismo es el miedo total a que alguien en algún lugar esté siendo feliz»? No. Es lo más fácil de memorizar y ninguna persona de verdad habla en aforismos.</p> <p>Kildy asintió y volvió a inclinar su hermosa cabeza sobre el libro. Busqué la historia médica de Mencken —sufrió de ulceras y le operaron de la boca para extirpar la úvula—, salí y compré sandwiches para almorzar e hice copias de «Historia de la bañera» de Mencken y un panfleto falso que había distribuido durante el juicio de Scopes anunciando «una demostración pública de curación, expulsión de demonios y profecías» por parte de un evangelista inventado. Mencken se había enorgullecido de que ni una sola persona en Dayton se había dado cuenta de que era una mentira.</p> <p>Kildy alzó la vista.</p> <p>—¿Sabías que Mencken salió con Lillian Gish? —preguntó con voz de sorpresa.</p> <p>—Sí. Salió con muchas actrices. Tuvo una aventura con Anita Loos y casi se casa con Aileen Pringle. ¿Por qué?</p> <p>—Me impresiona que no le intimidase el hecho de que fuesen estrellas de cine, eso es todo.</p> <p>No sabía si era un comentario dirigido a mí o no.</p> <p>—Hablando de actrices —dije—, ¿a qué hora es el seminario de Ariaura?</p> <p>—A las dos en punto —dijo mirando la hora—. Ahora son las dos menos cuarto. Acabará como a las cuatro. Riata dijo que llamaría en cuanto terminase.</p> <p>Regresamos al trabajo de repasar los libros y biografías de Mencken, buscando detalles que Ariaura probablemente no hubiese memorizado. Le encantaba el béisbol. Había robado Biblias de las habitaciones de hoteles y se las había entregado a sus amigos dedicadas: «Con saludos del autor». Había sido amigo de muchos escritores, incluyendo a Theodore Dreiser y F. Scott Fitzgerald, quien se había emborrachado de tal forma durante una cena con Mencken que se había subido a la mesa y se había bajado los pantalones.</p> <p>Sonó el teléfono. Fui a cogerlo, pero se trataba del móvil de Kildy.</p> <p>—Es Riata —me dijo mirando la pantalla.</p> <p>—¿Riata? —Miré la hora. Sólo eran las dos y media—. ¿Por qué no está en el seminario?</p> <p>Kildy se encogió de hombros y se llevó el teléfono a la oreja.</p> <p>—¿Riata? ¿Qué pasa?... ¡Estás de broma!... ¿Lo grabaste? Genial... no, reúnete conmigo en Spago’s, como acordamos. Estaré allí en media hora.</p> <p>Colgó, se puso en pie y sacó las llaves, todo en un único movimiento grácil.</p> <p>—Ariaura lo volvió a hacer, sólo que esta vez fue nada más empezar Detuvieron el seminario, la sacaron del escenario y les dijeron a todos que se fuesen. Riata tiene la cinta. Voy a ir a recogerla. ¿Estarás aquí?</p> <p>Asentí ausente, intentando pensar en cómo preguntar por la forma de escribir con dos dedos de Mencken, y Kildy dijo adiós y se fue.</p> <p>Si preguntaba «¿Cómo escribes tus historias?» obtendría una respuesta sobre el proceso de escritura, pero si preguntaba «¿Sabes mecanografía?» Ariaura...</p> <p>Kildy reapareció en la puerta, se sentó y volvió a coger la libreta de notas.</p> <p>—¿Qué haces? —pregunté—, pensé que ibas...</p> <p>Se llevó un dedo a los labios.</p> <p>—Está aquí —formó con la boca y Ariaura entró.</p> <p>Seguía llevando la túnica púrpura y el maquillaje de la actuación, así que debía de haber venido directamente del seminario, pero no aulló con furia como la última vez. Parecía asustada.</p> <p>—¿Qué me estás haciendo? —preguntó con un estremecimiento en la voz—, y no digas que no haces nada. Vi la cinta. Eres... yo también quiero saberlo —exigió la voz grave—. ¿Qué demonios has estado haciendo? Creía que dirigías una revista que trabajaba para detener el tipo de aguas fecales que escupe esta alta sacerdotisa de las chorradas. Hoy estaba otra vez con lo mismo, conjurando a espíritus y quitándole el dinero a un montón de idiotas atontados por el misticismo, y ¿y dónde demonios estabas? No te vi allí, abriendo cabezas.</p> <p>—No fuimos porque no queríamos animarla en caso de que fuese... —Kildy vaciló—. No estamos seguros... es decir, de con quién estamos tratando... —vaciló.</p> <p>—Ariaura —dije con firmeza—. Finges ganarte la vida canalizando espíritus del plano astral. ¿Por qué deberíamos no creer que no estés fingiendo canalizando a H. L. Mencken?</p> <p>—¿Fingiendo? —dijo con voz de sorpresa—. ¿Crees que soy algo que esa Jezabel de tres al cuarto se ha inventado? —Se dejó caer con fuerza sobre una silla frente a mi mesa y sonrió con ironía—. Tienes toda la razón. Yo tampoco me lo hubiese creído. Eres un escéptico de los míos.</p> <p>—Sí —dije—. Y como escéptico, necesito una prueba de que eres quien dices ser.</p> <p>—Es justo. ¿Qué tipo de prueba?</p> <p>—Querríamos hacerle algunas preguntas —dijo Kildy.</p> <p>Ariaura se dio un golpe en las rodillas.</p> <p>—Que salte la chispa.</p> <p>—Vale —dije—. Ya que mencionas el fuego, ¿cuándo fue el incendio de Baltimore?</p> <p>—Sólo cuatro —dijo ella con rapidez—. Febrero. Un frío del demonio —sonrió—. Nunca me lo he pasado mejor.</p> <p>Kildy me miró.</p> <p>—¿Qué bebía tu padre? —preguntó.</p> <p>—Whisky de centeno.</p> <p>—¿Qué bebías tú? —preguntó.</p> <p>—Desde 1919, todo lo que pudiese pillar.</p> <p>—¿De dónde eres? —preguntó Kildy.</p> <p>—De la ciudad más hermosa del mundo.</p> <p>—¿Qué es? —dije.</p> <p>—¿Qué <i>es</i>? —rugió ella indignada—. ¡Bawlmer!</p> <p>Kildy me dedicó una mirada.</p> <p>—¿Qué es el Club de la Noche del Sábado? —ladré.</p> <p>—Una sociedad alcohólica —dijo ella—, con acompañamiento musical.</p> <p>—¿Qué instrumento tocabas?</p> <p>—Piano.</p> <p>—¿Qué dice la ley Mann?</p> <p>—¿Por qué? —dijo ella guiñándole un ojo a Kildy—. ¿Planeas llevarla al otro lado de la frontera del estado? ¿Es menor de edad?</p> <p>No hice caso.</p> <p>—Si realmente eres Mencken, odias a los charlatanes, por tanto, ¿por qué ocupar el cuerpo de Ariaura?</p> <p>—¿Por qué va la gente al zoológico?</p> <p>Era buena, debía admitirlo. Y rápida. Escupía respuestas tan rápido como yo podía plantear preguntas sobre el <i>Sun, Smart Set</i> y William Jennings Bryan.</p> <p>—¿Por qué fuiste a Dayton?</p> <p>—Para ver un circo de tres pistas. Y poner nerviosos a los animales.</p> <p>—¿Qué te llevaste?</p> <p>—Una máquina de escribir y cuatro cuartos de galón de whisky. Debería haberme llevado un abanico. Hacía más calor que en el séptimo círculo del infierno, y con la misma compañía.</p> <p>—¿Qué comió mientras estuviste allí? —preguntó Kildy.</p> <p>—Pollo frito y tomates. En todas las comidas. Incluso el desayuno.</p> <p>Le pasé el panfleto del evangelista falso que Mencken había pasado durante el juicio de Scopes.</p> <p>—¿Qué es esto?</p> <p>Ariaura lo miró, le dio la vuelta y lo miró por el otro lado.</p> <p>—Parece ser una circular.</p> <p>Y allí tenía la prueba que necesitaba, pensé con suficiencia. Mencken la habría reconocido al instante.</p> <p>—¿Sabes quién escribió esa hoja? —empecé a preguntar, pero me lo pensé mejor. La pregunta en sí revelaría la respuesta. Y sería mejor no emplear la palabra «prospecto».</p> <p>—¿Conoces los acontecimientos descritos en la circular? —pregunté en su lugar.</p> <p>—Me temo que no puedo responder —dijo ella.</p> <p>Entonces no eres Mencken, pensé. Dirigí una mirada de triunfo a Kildy.</p> <p>—Pero lo haría —dijo Ariaura—, si tuvieses la amabilidad de leerme lo que pone.</p> <p>Me devolvió el prospecto, y yo me quedé allí de pie, mirando una y otra vez al papel y a ella.</p> <p>—¿Qué pasa, Rob? —dijo Kildy—. ¿Algo va mal?</p> <p>—Nada —dije—. La circular no importa. ¿De qué trataba su primer reportaje publicado?</p> <p>—Una calesa robada con caballo —dijo ella y procedió a contar toda la historia, pero yo no prestaba atención.</p> <p>No sabía de qué trataba el prospecto, pensé, porque no podía leer. Porque en 1948 había quedado afásico debido a una apoplejía, lo que le había dejado incapaz de leer y escribir.</p> <p style="page-break-before:always; line-height:0%"> </p> <p style="margin-top: 4em"> </p> <title style="page-break-before:avoid"> <p>6</p> </h3> <p style="margin-top: 4em"> </p> <p style="margin-left: 25%">«Tenía un lugar agradable y limpio en el que hospedarme, señora, y lo dejé para venir aquí.»</p> <p></p> <p style="text-align: right; margin-right: 2em; font-style: italic">La herencia del viento</p> <p style="margin-top: 2em"> </p> <p style="text-indent: 0em">—<style style="font-size: 200%; font-style: italic">N</style>o demuestra nada —le dije a Kildy después de que Ariaura se hubiese ido. Había salido abruptamente de la interpretación de Mencken después de que le preguntase en qué calle de Baltimore vivía, nos había mirado perpleja y luego se había largado sin decir ni una palabra—. Ariaura pudo saber de la apoplejía de Mencken de la misma forma que yo —dije—, leyéndolo en un libro.</p> <p>—Entonces, ¿a qué ponerse blanco de esa forma? —dijo Kildy—. Pensé que ibas a desmayarte. ¿Y por qué no iba ella a responder a la pregunta? Se sabía la respuesta a todas las demás.</p> <p>—Probablemente no conociese ésa y se tratase de su respuesta de emergencia —dije—. Me pilló desprevenido, eso es todo. Había esperado que memorizase las respuestas, no...</p> <p>—Exacto —me interrumpió Kildy—. Alguien que estuviese fingiendo habría dicho que tenía afasia debido a una apoplejía si se lo preguntases directamente, pero no habría... y no fue la única ocasión. Cuando le preguntaste por el incendio de Baltimore, dijo que nunca se lo había pasado mejor. Alguien que estuviese fingiendo te hubiese dicho qué edificios se quemaron o lo horrible que fue.</p> <p>Y no había dicho «1904» o «cero cuatro», sino «sólo cuatro». Nadie habla así hoy en día, y no era algo que hubiese aparecido en los escritos de Mencken. Era algo que la gente decía, no escribía, y no era posible que Ariaura...</p> <p>—No demuestra que él sea Mencken —dije y me di cuenta que había dicho «él». Y que gritaba. Bajé la voz—. No es más que un truco ingenioso, eso es todo. Y el simple hecho de que no sepamos cómo se realiza el truco no significa que no sea un truco. Puede que la entrenasen para ese papel, <i>incluyendo</i> decirle cómo fingir que no puede leer cuando le muestran algo impreso, o podría estar conectada con alguien con un ordenador.</p> <p>—Lo comprobé. No llevaba auriculares, y si alguien estuviese buscando las respuestas para pasárselas, respondería más despacio, ¿no?</p> <p>—No necesariamente. Puede que Ariaura tenga memoria fotográfica.</p> <p>—Pero en ese caso, ¿no se dedicaría a leer la mente en lugar de a canalizar?</p> <p>—Quizá lo hacía. No sabemos a qué se dedicaba antes de Salem —dije, pero Kildy tenía razón. Alguien con memoria fotográfica podía ganar una fortuna como vidente o médium, y en la representación de canalización de Ariaura no había ni rastro de memoria fotográfica... hablaba con generalidades.</p> <p>—O es posible que obtenga las respuestas por otro medio —dije.</p> <p>—¿Y si no es así, Rob? ¿Y si realmente está canalizando el espíritu de Mencken?</p> <p>—Kildy, los canalizadores son farsantes. No existen los espíritus, las vibraciones simpáticas o el plano astral.</p> <p>—Lo sé —dijo—, pero sus respuestas eran tan... —agitó la cabeza—. Y había algo en él, en su voz y su forma de moverse...</p> <p>—Se llama actuar.</p> <p>—Pero Ariaura es una actriz horrible. La viste hacer de Isus.</p> <p>—Vale —dije—. Supongamos por un minuto que se trata de Mencken, y que en lugar de encontrarse en la tumba familiar en el cementerio Louden Park, su espíritu flota por el éter, ¿por qué iba a regresar a este momento en particular? ¿Por qué no volvió cuando Uri Geller iba doblando cucharas por las esquinas, o cuando Shirley MacLaine aparecía en todos los programas del universo? ¿Por qué no regresó en los cincuenta cuando Virginia Tighe afirmaba ser Bridey Murphy?</p> <p>—No lo sé —admitió Kildy.</p> <p>—¿Y por qué iba a decidir aparecer por medio del «canal» de una estafadora de tercera como Ariaura? Él <i>odiaba</i> a los charlatanes como ella.</p> <p>—Quizá por eso regresase, porque sigue habiendo gente como ella y él no ha terminado lo que pretendía hacer. Ya le oíste... dijo que se había ido demasiado pronto.</p> <p>—Hablaba del juicio Scopes.</p> <p>—Quizá. Le oíste, dijo «Dejaste que los charlatanes y los mentirosos tomasen el control». O quizá... —se detuvo.</p> <p>—¿Quizá qué?</p> <p>—Quizá regresó para ayudarte, Rob. Aquella vez que estabas tan frustrado por lo de Charles Fred, te oí decir: «¿Dónde demonios está H. L. Mencken cuando le necesitas?». Quizá te oyó.</p> <p>—Y decidió venirse desde un mismísimo plano astral que no existe para ayudar a un escéptico del que nadie ha oído hablar.</p> <p>—No es <i>tan</i> inconcebible que alguien se interesase por ti —dijo Kildy—. Yo... yo quiero decir que tu labor es muy importante, y Mencken...</p> <p>—<i>Kildy</i> —dije—. No lo creo.</p> <p>—Yo tampoco... simplemente... debes admitir que se trata de una ilusión muy convincente.</p> <p>—Sí, también lo eran los golpes en la mesa de las hermanas Fox y la vida pasada de Virginia Tighe como lavandera irlandesa en el Dublín de la década de 1880, pero ambos casos tenían una explicación lógica, y ni siquiera era muy compleja. Los detalles que conocía Bridey Murphy resultaron ser de la niñera irlandesa de Virginia Tighe. Las hermanas Fox restallaban los dedos de sus pies, por amor de Dios.</p> <p>—Tienes razón —dijo Kildy, pero no parecía del todo convencida, y eso me preocupaba. Si la imitación de Mencken que hacía Ariaura podía engañar a Kildy, entonces podría engañar a cualquiera, y «Estoy seguro de que es un truco, aunque no sepa cómo lo hace» no iba a valer mucho cuando los medios me pidiesen una declaración. Tenía que resolverlo pronto.</p> <p>—Ariaura debe de obtener su información sobre Mencken de algún sitio —dije—. Debemos descubrir de dónde. Debemos comprobar las librerías y la biblioteca. E Internet —dije, con la esperanza de que no fuese eso lo que usaba. Llevaría una eternidad encontrar los sitios que visitaba.</p> <p>—¿Qué quieres que haga yo? —preguntó Kildy.</p> <p>—Quiero que repases las transcripciones, como propusiste, y descubras de dónde han salido las citas, para saber de qué obras en concreto estamos hablando —le dije—. Y quiero que hables con tu publicista y con cualquiera que haya asistido a los seminarios y descubras si alguien ha tenido una sesión privada con Ariaura. Quiero saber qué pasa en esas sesiones. ¿Está usando a Mencken para algún propósito que no conocemos? Mira a ver si puedes descubrirlo.</p> <p>—Podría pedirle a Riata que fuese a una —propuso.</p> <p>—Es buena idea —dije.</p> <p>—¿Qué hay de las preguntas? ¿Quieres que intente inventar algunas más difíciles que las que le hicimos a él... es decir, a ella?</p> <p>Negué con la cabeza.</p> <p>—Hacer preguntas más difíciles no servirá de nada. Si posee memoria fotográfica, sabrá todo lo que podamos preguntarle, y si no la tiene y le hacemos alguna pregunta recóndita sobre alguno de los periodistas con los que Mencken trabajó en el <i>Morning Herald</i> o uno de sus ensayos de <i>Smart Set</i>, ella puede decir que no se acuerda y no demostraría nada. Si me preguntases a mí qué salía en artículos que escribí para <i>El ojo cínico</i> hace cinco años, yo tampoco me acordaría.</p> <p>—No hablo de hechos y cifras, Rob —dijo Kildy—. Hablo del tipo de cosas que la gente no olvida, como la primera vez que Mencken vio a Sarah.</p> <p>Pensé en la primera vez que vi a Kildy, alzando la vista de mi mesa para encontrármela allí de pie, con su pelo rubio y sonrisa de estrella de cine. Inolvidable era la palabra, cierto.</p> <p>—O cómo murió su madre —decía Kildy—, o cómo supo lo del incendio de Baltimore. El periódico lo llamó y le despertó mientras dormía a pierna suelta. Es imposible olvidar algo así, o el perro que tenías cuando eras niño, o qué mote te pusieron en el colegio.</p> <p>Mote. Eso provocó una sensación. Algo que Ariaura no sabría. Sobre un bebé. ¿Mencken tenía apodo cuando era un bebé? No, no era eso...</p> <p>—O lo que le regalaron por Navidad a los nueve años —dijo Kildy—. Tenemos que encontrar una pregunta cuya respuesta Mencken conozca con toda seguridad, y si no es así, demuestre que se trata de Ariaura.</p> <p>—Y si la sabe, eso no demuestra que sea Mencken. ¿Cierto?</p> <p>—Tengo que hablar con Riata sobre lo de obtener una audiencia privada —dijo, metió las transcripciones en la bolsa y se puso las gafas de sol—. Y recogeré la cinta de vídeo. Te veré mañana por la mañana.</p> <p>—¿Cierto, Kildy? —insistí.</p> <p>—Cierto —dijo con la mano en la puerta—. Supongo.</p> <p style="page-break-before:always; line-height:0%"> </p> <p style="margin-top: 4em"> </p> <title style="page-break-before:avoid"> <p>7</p> </h3> <p style="margin-top: 4em"> </p> <p style="margin-left: 25%">«En la mayor confianza siempre hay un rastro de duda —Una sensación, medio instintiva y medio lógica, de que, después de todo, el sinvergüenza tiene un as en la manga.»</p> <p></p> <p style="text-align: right; margin-right: 2em">H. L. M<style style="font-size: 70%">ENCKEN</style></p> <p style="margin-top: 2em"> </p> <p style="text-indent: 0em"><style style="font-size: 200%; font-style: italic">D</style>espués de que Kildy se fuese, llamé a un amigo mío hacker informático y le puse a trabajar en el problema. Luego llamé a un tipo que conocía en el departamento de filología inglesa de UCLA.</p> <p>—¿Preguntas sobre Mencken? —dijo—. No que yo sepa, Rob. Puedes probar en la facultad de periodismo.</p> <p>El tipo de la facultad de periodismo dijo:</p> <p>—¿Quién? —Y, cuando se lo expliqué, me sugirió que llamase a Johns Hopkins en Baltimore.</p> <p>¿Y en qué estaba pensando? Kildy había dicho que Ariaura había empezado con Mencken en Seattle. Tenía que preguntar allí, o en Salem o... ¿dónde había estado antes? Sedona. Pasé el resto del día (y la noche) llamando a librerías y bibliotecas de esos tres lugares. Cinco me respondieron con un «¿Quién?» y todas me pidieron que deletrease «Mencken», lo que podría significar, o no, que no habían oído el nombre recientemente, y sólo siete de las treinta librerías tenían libros suyos. La mitad de ellos eran la más reciente biografía de Mencken, lo que durante un momento de emoción me hizo pensar que podría responder a la pregunta de «¿Por qué Mencken?» —el título era <i>Escéptico y profeta</i>—, pero sólo llevaba dos semanas en circulación. Ninguna de las librerías podía darme información sobre pedidos o compras recientes, y las bibliotecas públicas no pudieron darme información de ningún tipo.</p> <p>Probé con sus catálogos electrónicos, pero sólo mostraban los libros que ahora mismo estaban en préstamo. Consulté el catálogo de la biblioteca pública de Los Ángeles. Indicaba que había cuatro títulos de Mencken prestados, todos de la sucursal de Beverly Hills.</p> <p>—Lo que parece prometedor —le dije a Kildy cuando llegó a la mañana siguiente.</p> <p>—No, no lo es —dijo—. Los pedí yo, para comparar las transcripciones. —Sacó un fajo de papeles de la mochila de diseño—. Tengo que comentarte algo sobre las transcripciones. He descubierto un aspecto interesante. Lo sé —dijo, anticipándose a mi objeción—, dijiste que sólo demostraba que Ariaura...</p> <p>—O quien sea que le pase el material.</p> <p>Lo admitió con un asentimiento.</p> <p>—... sólo demuestra que quien sea ha estado leyendo a Mencken, y estoy de acuerdo, pero esperarías que las citas fuesen textuales, ¿no?</p> <p>—Sí —dije pensando en el Lincoln de Randall Mars y sus «Cuatro veintenas y siete...».</p> <p>—Pero no lo son. Mira, esto es lo que dijo cuando le preguntamos por William Jennings Bryan: «¡Bryan! No quiero que ni me mencione el nombre de ese viejo charlatán ajado. Ese granuja sentía un odio malévolo contra la ciencia y el sentido común».</p> <p>—¿Y no dijo eso?</p> <p>—Sí y no. Mencken le llamó una «malignidad con patas» y dijo que era «ajado y desgastado» y que sentía «un odio casi patológico contra el conocimiento». Y el resto de las respuestas, y lo que dijo en los seminarios, sigue la misma pauta.</p> <p>—Así que mezcla y combina sus frases —dije, pero lo que había descubierto era inquietante. Alguien que intentase hacerse pasar por otra persona se ceñiría al guión, ya que cualquier desviación de las palabras reales de Mencken podría emplearse como prueba de que no era él.</p> <p>Y la lista anotada que me pasó Kildy también era inquietante por otro motivo. Las frases no estaban tomadas de una o dos fuentes. Salían de todas partes —«majaderías completas» de <i>Minority Report</i>, «mentecatada» de <i>The New Republic</i>, «tan de fiar como el brebaje vegetal de Lydia Pinkham» tomada de un artículo sobre pedagogía para el <i>Sun</i>.</p> <p>—¿Podrían salir todas en una biografía de Mencken?</p> <p>Negó con la cabeza.</p> <p>—Lo comprobé. Encontré un par de fuentes con varias, pero ninguna fuente las traía todas.</p> <p>—Eso no significa que no la haya —dije y cambié de tema—. ¿Tu amiga consiguió audiencia privada con Ariaura?</p> <p>—Sí —dijo mirando la hora—. Tengo que reunirme con ella en unos minutos. También tiene entradas para el seminario del sábado. No lo cancelaron como pensé que harían, pero cancelaron una entrevista en la radio local que se suponía que tenía que hacer anoche, y la inmersión espiritual de una semana que tenía prevista para la próxima semana.</p> <p>—¿Te entregó la grabación del último seminario de Ariaura?</p> <p>—No, se la dejó en casa. Dijo que me la traería para cuando nos viésemos antes de la audiencia privada. Dice que tiene muy buen metraje del maestro de ceremonias. Jura que por su aspecto no está metido en el ajo. Y hay algo más. Llamé a Judy Helzberg, que asiste a todos los actos psíquicos... ¿Recuerdas? La entrevisté cuando hicimos el artículo sobre astrólogos chamanes... y dice que Ariaura la llamó y le pidió el número de Wilson Amboy.</p> <p>—¿Wilson Amboy?</p> <p>—El psiquiatra de Beverly Hills.</p> <p>—Es parte de la ilusión —dije, pero incluso yo sonaba dubitativo. Era un engaño muy bueno para una canalizadora de tercera categoría como Ariaura. Alguien más está metido, pensé, y no sólo alguien que le pasa las respuestas. Un socio. Una mente maestra.</p> <p>Después de que Kildy se fuese llamé a Marty Rumboldt y le pregunté si Ariaura había tenido algún socio en Salem.</p> <p>—Prentiss investigó la brujería en Salem. Puede que conozca a alguien que podría saberlo. Un momento. ¡Eh, Prentiss! —le oí gritar—. ¡Jamie!</p> <p>Jamie, pensé. Ése había sido el mote de James M. Cain y Mencken había sido buen amigo suyo. ¿Dónde lo había leído?</p> <p>—Dice que llames a Madame Orima —dijo Marty, volviendo al teléfono, y me dio el número.</p> <p>Empecé a marcar, para detenerme y busqué «Cain, James M.» en la biografía de Mencken. Decía que él y Mencken habían trabajado juntos en el <i>Baltimore Sun</i>, y que habían sido buenos amigos, que Mencken le había ayudado a publicar su primera recopilación de cuentos: <i>El bebé en la nevera</i>.</p> <p>Fui a la estantería, me agaché y repasé la fila de libros de bolsillo del estante de abajo... Chandler, Hammett... Tenía portada roja, con la imagen de un bebé en una silla alta para niños y un... Chandler, Cain...</p> <p>Pero nada rojo. Examiné los títulos —<i>Double Indemnity</i>, <i>El cartero siempre llama dos veces</i>... Allí estaba, metido detrás de <i>Mildred Pierce</i> y para nada rojo. <i>El bebé en la nevera</i>. Era de un naranja y amarillo chillones, y tenía imágenes de un bebé en los brazos de su madre y un patán fumando un cigarrillo delante de una gasolinera. Esperaba recordar el interior mejor que el exterior.</p> <p>Así era. La introducción la firmaba Roy Hoopes, y no sólo era una edición de Penguin, sino que llevaba descatalogada al menos veinte años. Incluso si el investigador de Ariaura se había molestado en leer a Cain, era difícil que fuese en esta edición.</p> <p>Y la introducción estaba repleta de material perfecto sobre Cain. —El hecho de que todos sus conocidos le llamaban Jamie, el hecho de que había pasado un verano en un sanatorio para tuberculosos y que odiaba Baltimore, el lugar favorito de Mencken.</p> <p>Parte de la información aparecía en los libros sobre Mencken. —Mencken se lo presentó a Alfred A. Knopf, quien había publicado esa primera recopilación, la conexión con el <i>Sun</i>, su rivalidad a causa de la estrella de cine Aileen Pringle.</p> <p>Pero la mayor parte de lo que aparecía en la introducción no lo estaba, y era precisamente de las cosas que un amigo sabría. Y Ariaura no, porque eran detalles sobre la vida de Cain, no la de Mencken. Ni siquiera una mente maestra habría memorizado todos los detalles de la vida de Cain o la de los otros amigos famosos de Mencken. Si allí no había nada que pudiese usar, puede que hubiese algo en la biografía de Dreiser, o en la de Scott Fitzgerald. O la de Lillian Gish.</p> <p>Pero aquí había mucho material, como el hecho de que su hermano Boydie hubiese muerto en un trágico accidente después de Armisticio, y su afirmación de que toda su obra seguía como modelo a <i>Alicia en el país de las maravillas</i>. Eso es algo que nadie supondría tras una lectura de los libros de Cain, que estaban repletos de crímenes, asesinos y hermosas mujeres calculadoras que seducían al héroe para que las ayudase en una estafa y luego resultaban estar realizando estafas propias.</p> <p>No era exactamente el tipo de material que Ariaura leería, y definitivamente era algo que Mencken sí leería. Compró <i>El bebé en la nevera</i> para publicarlo en <i>American Mercury</i> y le dijo a Cain que era uno de sus mejores textos. Lo que implicaba que sería una fuente genial para una pregunta, y yo sabía exactamente qué preguntar. Para alguien que no hubiese oído hablar de la historia, la pregunta no tendría sentido. Sólo alguien que hubiese leído la historia conocería la respuesta. Como Mencken.</p> <p>Y si Ariaura la conocía, yo... ¿qué? ¿Creería que realmente estaba canalizando a Mencken?</p> <p>Claro. Y Charles Fred hablaba realmente con los muertos y Uri Geller doblaba cucharas de verdad.</p> <p>Era un truco, eso era todo. Poseía memoria fotográfica, o alguien le pasaba las respuestas.</p> <p>Le pasaba las respuestas.</p> <p>De inmediato pensé en Kildy diciendo «¿Quién <i>era</i> Sue Hicks?», en su insistencia en que fuésemos a ver a Ariaura, ella diciendo «Pero ¿por qué iba Ariaura a canalizar un espíritu que le grita al público?».</p> <p>Miré el libro naranja y amarillo que tenía en la mano.</p> <p>—Una mujer hermosa y calculadora que seduce al héroe para que la ayude con una estafa —murmuré, y pensé en los acomodadores guapos como estrellas de cine de Ariaura, y en los espíritus victorianos poco vestidos y en sir William Crookes.</p> <p>Sexo. Consigue que el imbécil se implique emocionalmente y no verá los cables. Era el truco más viejo de todos.</p> <p>Había dicho que Ariaura no era lo suficientemente inteligente como para montar un timo tan complicado, y no lo era. Pero Kildy, sí que lo era. Así que la metes dentro, donde puede ver el estante lleno de libros de Mencken, donde puede oír al imbécil murmurar: «¿Dónde demonios está Mencken cuando le necesitamos?». Consigues que el imbécil confíe en ella, y si se enamora de ella, pues mucho mejor. Así estará distraído y no sospechará.</p> <p>Y todo encajaba. Fue Kildy la que estableció el contacto. —Yo nunca trataba con canalizadores, y Kildy lo sabía. Fue Kildy la que dijo que no podíamos ir de incógnito, Kildy la que dijo que llevase la Sony, sabiendo que la confiscarían, Kildy que había ido en taxi al seminario en lugar de ir en su Jaguar para poder estar en la oficina cuando Ariaura entrase aullando.</p> <p>Pero ella lo había grabado todo. Y ella no había tenido ni idea de quién era el espíritu. Fui yo el que dedujo que era Mencken.</p> <p>Con Kildy dándome pistas del seminario al que había ido antes, y yo sólo tenía su palabra de que Ariaura le hubiese canalizado en ese momento. Y que hubiese pasado en Berkeley y Seattle. Y que las cintas estuviesen censuradas.</p> <p>Y era ella la que insistía continuamente en que se trataba realmente de Mencken, la que había tenido la idea de hacerle preguntas que lo demostrasen —preguntas a las que convenientemente yo le había dado las respuestas—, la que había propuesto que una amiga suya fuese al seminario y lo grabase, una cinta que yo jamás había visto. Me pregunté si la cinta —o Riata— existía realmente.</p> <p>Todo el asunto, de principio a fin, había sido un montaje. Y yo había caído de lleno. Porque había estado demasiado ocupado mirándole las piernas, el pelo y esa sonrisa. Igualito que Crookes.</p> <p>No lo creo, pensé. Kildy no, con la que había trabajado codo con codo durante casi un año, que había robado entrañas de pollo, fingido dejarse hipnotizar y había dejado que Jean-Piette le limpiase el aura, que había venido a trabajar conmigo precisamente porque odiaba a timadoras como Ariaura.</p> <p>Claro. Que se había venido a trabajar para una revista del tres al cuarto cuando podría haber ganado cinco millones por película y salir con Viggo Mortensen. Que había estado dispuesta a renunciar a los estrenos, a los veranos en Tahití y a los masajes por mí. La regla número dos de los escépticos: Si parece demasiado bueno para ser cierto, entonces lo es. ¿Y cuántas veces has dicho que es buena actriz?</p> <p>No, pensé, con todos los huesos de mi cuerpo rebelándose ante la idea. No puede ser cierto.</p> <p>¿Y no es eso lo que dice siempre el imbécil, incluso cuando le ponen las pruebas delante? «No lo creo. Ella no me haría algo así».</p> <p>Y ése es el fin último, conseguir que confíes en ella, hacerte creer que está de tu lado. En caso contrario, hubieses insistido en comprobar personalmente las cintas de los seminarios de Ariaura para verificar si las habían censurado, hubieses exigido pruebas verificables independientemente de que Ariaura efectivamente había cancelado esos seminarios y había preguntado por un psiquiatra.</p> <p>Pruebas verificables independientemente. Eso era lo que necesitaba, y sabía exactamente dónde mirar.</p> <p>«Mi madre me llevó a una lectura de luminiscencia de Lucius Windfire», había dicho Kildy, y yo tenía las listas de invitados de esas lecturas. Eran parte del sumario judicial, y yo las había conseguido cuando escribí sobre su arresto. Kildy había venido a verme el diez de mayo, y ese mes sólo había habido dos seminarios.</p> <p>Mostré la lista de esos dos seminarios y los dos anteriores y tecleé el nombre de Kildy.</p> <p>Nada.</p> <p>Dijo que había ido con su madre, pensé, y tecleé el nombre de su madre. Nada. Y nada cuando imprimí las listas y las repasé a mano, nada cuando repasé las listas de marzo y abril. Y junio. Y ninguna donación de diez mil dólares en ninguno de los registros financieros de Windfire, Inc.</p> <p>Media hora más tarde Kildy apareció sonriendo, hermosa, cargada de noticias.</p> <p>—Ariaura ha cancelado todas las sesiones privadas que había programado y el resto de la gira. —Se inclinó sobre mi hombro para ver qué hacía—. ¿Se te ha ocurrido una pregunta infalible para Mencken?</p> <p>—No —dije ocultando <i>El bebé en la nevera</i> bajo una carpeta y metiendo ambos en una gaveta—. Pero se me ha ocurrido una teoría para lo que está pasando.</p> <p>—¿En serio? —dijo.</p> <p>—En serio. Sabes, uno de los grandes problemas ha sido Ariaura. Simplemente no es lo suficientemente inteligente para que se le ocurriese algo así... lo de «sólo cuatro», lo de no poder leer, lo de ir al psiquiatra. Por tanto, o estaba realmente canalizando a Mencken o había algún otro factor. Y creo que lo he resuelto.</p> <p>—¿Sí?</p> <p>—Sí. Dime lo que opinas de esto: Ariaura quiere hacerse importante. No sólo seminarios de setecientos cincuenta dólares por cabeza y cintas de vídeo de treinta dólares, sino <i>Oprah</i>, el <i>Today Show</i>, <i>Larry King,</i> todo el circuito. Pero para conseguirlo no es suficiente tener un público que la crea. Necesita que alguien con credibilidad diga que es real, digamos, un científico o un escéptico profesional.</p> <p>—Como tú —dijo cautelosa.</p> <p>—Como yo. Sólo que yo no creo en espíritus astrales. O en los canalizadores. Y ciertamente no me tragaría el espíritu de un sacerdote antiguo de la Atlántida. Tiene que ser alguien que a un charlatán jamás se le ocurriría canalizar, alguien que diga lo que yo quiero oír. Y alguien del que yo sepa mucho para que pueda reconocer las pistas que me pasan, alguien perfecto para mí.</p> <p>—Como H. L. Mencken —dijo Kildy—. Pero ¿cómo iba a saber que eres fan de Mencken?</p> <p>—No le hacía falta —dije—. Ése es el trabajo de su socia.</p> <p>—Su socia...</p> <p>—Socia, compinche, gancho, como quieras llamarla. Alguien en quien yo confiaría cuando dijese que era importante que fuésemos a ver a una canalizadora.</p> <p>—A ver si lo he entendido —dijo—. ¿Crees que fui al seminario de Ariaura y que su imitación de Isus me resultó tan impresionante que me convertí inmediatamente en Creyente con C mayúscula y me uní a su plan infame, el que sea?</p> <p>—No —dije—. Creo que ibas con ella desde el principio, desde el primer día que viniste a trabajar aquí.</p> <p>Realmente era buena actriz. La expresión de esos hermosos ojos azules fue exactamente la de dolor atónito:</p> <p>—Crees que te embauqué —dijo mirándome perpleja.</p> <p>Agité la cabeza.</p> <p>—Soy escéptico, ¿recuerdas? Trato con pruebas verificables independientemente. Como éstas —dije y le pasé la lista de asistencia de Lucius Windfire.</p> <p>La miró en silencio.</p> <p>—Toda esa historia de cómo supiste de mí era falsa, ¿no? No buscaste «desenmascaradores» en las páginas amarillas, ¿verdad? No fuiste a ningún terapeuta de luminiscencia con tu madre.</p> <p>—No.</p> <p>No.</p> <p>Hasta que no lo admitió no comprendí lo mucho que había contado con que ella dijese «Debe haber algún error, estuve allí», o que tuviese alguna excusa, por estúpida que fuese: «¿Dije el catorce? Quería decir el veinte» o «Mi publicista sacó las entradas. Estarán a su nombre». Lo que fuese. Incluso lanzarme dramáticamente la lista a la cara y sollozar «No puedo creer que no confíes en mí».</p> <p>Pero se quedó allí de pie, mirando la lista incriminatoria y luego a mí, sin lágrimas o rabietas a la vista.</p> <p>—Te lo inventaste todo —dije al fin.</p> <p>—Sí.</p> <p>Esperé a que dijese «No es lo que parece, Rob, puedo explicarlo», pero tampoco lo dijo. Me devolvió la lista y cogió el móvil y el bolso, pescando las llaves y luego lanzándose el bolso por encima del hombro tan informalmente como si fuese de camino a cubrir una ceremonia de luna nueva o una lectura de tarot, y se fue.</p> <p>Y ése era el punto en la historia donde el detective privado saca una botella de whisky del fondo del cajón, se sirve un buen lingotazo y se congratula de haber escapado por los pelos.</p> <p>Casi me habían dejado como imbécil de campeonato, y Mencken —el verdadero, no la imitación que Kildy y Ariaura habían intentado pasar por él— nunca me habría perdonado. Así que bien está lo que bien acaba. Y ahora sólo faltaba que escribiese toda la historia de este triste engaño para publicarla en el próximo número como lección para otros escépticos.</p> <p>Pero me quedé sentado durante quince minutos, pensando en Kildy y en su salida, y sabiendo que, a pesar de la informalidad de su partida, jamás volvería a verla.</p> <p style="page-break-before:always; line-height:0%"> </p> <p style="margin-top: 4em"> </p> <title style="page-break-before:avoid"> <p>8</p> </h3> <p style="margin-top: 4em"> </p> <p style="text-align: right">«Necesito un milagro.»</p> <p></p> <p style="text-align: right; margin-right: 2em; font-style: italic">La herencia del viento</p> <p style="margin-top: 2em"> </p> <p style="text-indent: 0em"><style style="font-size: 200%; font-style: italic">Y</style>a os dije que se me daría fatal ser psíquico. A la mañana siguiente, Kildy entró cargando con papeles y carpetas. Lo dejó todo sobre mi mesa, delante de mí, agarró mi teléfono y empezó a marcar números.</p> <p>—¿Qué demonios crees estar haciendo? ¿Y qué es todo esto? —dije haciendo un gesto hacia el montón de papeles.</p> <p>—Pruebas verificables independientemente —dijo todavía marcando, y se llevó el teléfono a la oreja—. Hola, habla Kildy Ross. Necesito hablar con Ariaura —una pausa—. ¿No acepta llamadas? Vale, dígale que estoy en la oficina de <i>El ojo cínico</i>, y que me urge hablar con ella. Dígale que es urgente. Gracias —colgó.</p> <p>—¿Qué demonios crees que haces llamando a Ariaura desde mi teléfono? —dije.</p> <p>—No la llamaba a ella —dijo—. Llamaba a Mencken. —Sacó una carpeta de en medio del montón—. Lamento que me llevase tanto tiempo. Obtener el registro telefónico de Ariaura fue más difícil de lo que pensé.</p> <p>—¿El registro telefónico de Ariaura?</p> <p>—Sí. Hasta hace cuatro años —dijo sacando una carpeta y entregándomela.</p> <p>La abrí.</p> <p>—¿Cómo conseguiste su registro telefónico?</p> <p>—Conozco a un informático de Pixar. Deberíamos hacer un número sobre lo fácil que es obtener información confidencial y cómo los médiums la emplean para convencer a la gente de que hablan con sus parientes muertos —dijo buscando otra carpeta en el montón—. Y aquí está mi registro telefónico —me lo entregó—. Primero el móvil y luego el número de mi casa y el teléfono del coche. Y el número de mi madre. Y el móvil de mi publicista.</p> <p>—¿El móvil de tu publicista...?</p> <p>Asintió.</p> <p>—En caso de que creas que usé su teléfono para llamar a Ariaura. No tiene línea terrestre, sólo móvil. Y aquí tienes los de mi padre y mi madrastra. También puedo conseguir los de mis otras madrastras, pero me llevará un par de días más, y el gran seminario de Ariaura es esta noche.</p> <p>Me entregó más carpetas.</p> <p>—Ésta es la lista de todos mis viajes... billetes de avión, facturas de hotel, alquileres de coches. Facturas de tarjetas de crédito, con anotaciones —dijo, y fue a su mochila y sacó tres libretas encuadernadas en cuero italiano con un montón de post-its que sobresalían por los lados—. Éstas son mis agendas, con notas sobre el significado de las abreviaturas, y el registro de mi publicista.</p> <p>—¿Y eso se supone que demuestra que estabas en la lectura de luminiscencia de Lucius Windfire con tu madre?</p> <p>—No, Rob, te lo dije, mentí sobre el seminario —dijo buscando seriamente por el montón, carpeta a carpeta—. Todo esto es para demostrar que no llamé a Ariaura, que ella no me llamó a mí, que yo no estaba en Seattle o Eugene o cualquier otra ciudad donde ella estuviese, y que jamás he ido a Salem. —Sacó una carpeta del montón y empezó a pasarme cosas—. Aquí tienes el programa de la representación matutina del yogui Magaputra del diecinueve de mayo. No pude encontrar el resguardo de la entrada y yo no la compré, lo hizo el estudio, pero aquí tienes un recibo para el cóctel de champán que me tomé durante el intermedio. ¿Ves? Tiene la fecha y fue en el Roosevelt, y aquí tiene la programación de las representaciones de Magaputra, que muestran que estaba en el Roosevelt ese día. Y un folleto para la siguiente sesión que entregaron a la salida.</p> <p>Yo tenía uno de esos folletos en mi archivo sobre médiums, y estaba casi seguro de que había asistido a esa sesión. Había ido a tres, trabajando en un artículo sobre su uso de datos de las funerarias para obtener información sobre los parientes muertos de sus víctimas. No había llegado a publicarlo —lo habían arrestado por evasión de impuestos antes de que lo terminase. Miré a Kildy inquisitivo.</p> <p>—Yo fui para documentarme sobre una película que estaba considerando hacer —dijo Kildy—, una comedia sobre un médium. Se llamaba <i>Médium a medias</i>. Aquí tienes el guión. —Me pasó un grueso manuscrito encuadernado—. Yo no me lo leería entero. Es malísimo. En todo caso, allí te vi, hablando con un tipo con un trasplante de cabello...</p> <p>El apoderado de Magaputra, quien yo sospechaba le pasaba información desde el público. Había intentado ver si podía encontrar el micro oculto.</p> <p>—Te vi hablando con él, y me pareciste...</p> <p>—¿Crédulo?</p> <p>La mandíbula se le tensó.</p> <p>—No. Interesante. Mono. No el tipo de hombre que esperaría ver en las sesiones de un yogui. Pregunté quién eras, y alguien me dijo que era escéptico profesional, y pensé, bien, ¡gracias a dios! Magaputra era <i>evidentemente</i> un fraude, y todo el mundo se lo tragaba, con cebo, sedal y caña.</p> <p>—Incluyendo a tu madre —dije.</p> <p>—No, eso también me lo inventé. Mi madre es incluso más escéptica que yo, especialmente tras haber estado casada con mi padre. En parte es por ella que me sentí interesada, siempre insiste en que salga con hombres que no pertenezcan al mundo del cine, así que compré un ejemplar de <i>El ojo cínico</i>, conseguí tu dirección y vine a verte.</p> <p>—Y mentiste.</p> <p>—Sí —dijo—. Fue una estupidez. Lo supe tan pronto como empezaste a hablar sobre cómo no había que aceptar nada de lo que te dijese nadie por fe y la importancia de las pruebas verificables independientemente, pero tenía miedo de que si te contaba que estaba documentándome para una película no querrías que te acompañase, y si te decía que me sentía atraída por ti no me creerías. Creerías que se trataba de un programa de telerrealidad o alguna nueva moda de Hollywood, como abrir una boutique, hacer calceta o ingresar en Betty Ford.</p> <p>—Y tenías toda la intención de contármelo —dije—, simplemente estabas esperando al momento justo. De hecho, estabas decidida a hacerlo cuando llegó Ariaura...</p> <p>—No hace falta que te pongas sarcástico —dijo—. Pensé que si trabajaba para ti y llegabas a conocerme, dejarías de considerarme una estrella de cine y me pedirías salir...</p> <p>—Y de paso pillarías algunos detalles para tu película sobre médiums.</p> <p>—Sí —dijo con furia—. Si quieres saber la verdad, también pensé que si seguía yendo a esas estúpidas sesiones de regresiones a vidas pasadas, aquelarres y círculos de recuperación de almas, superaría el enamoramiento estúpido por ti, pero al conocerte mejor, fue empeorando. —Me miró—. Sé que no me crees, pero no fue una trampa. Nunca había visto a Ariaura antes de aquel primer seminario con mi publicista, y no estoy compinchada de ninguna forma con ella. Y esa historia que te conté el primer día es la única mentira. Todo lo demás: lo de odiar a los psíquicos y a Ben Affleck, lo de querer salir del negocio del cine y ayudar a desenmascarar a los charlatanes, y odiar la idea de acabar en desintoxicación o en <i>Hulk IV</i> era cierto. —Buscó en el montón y sacó un guión con tapas verde oliva—. Realmente me ofrecieron el papel.</p> <p>—¿El papel de Hulk?</p> <p>—No —dijo y me pasó el guión—. De la novia.</p> <p>Me miró con esos ojos azules suyos, y si algo había sido demasiado bueno para ser cierto, era Kildy, allí de pie con ese guión verde bilis y la luz fluorescente de la oficina jugando con su pelo dorado. Siempre me había preguntado cómo esos imbéciles sentados alrededor de las mesas de sesiones y apoyados en cojines color lila podían creer tonterías tan evidentes. Bien, ahora lo sabía.</p> <p>Porque allí mismo, sabiendo que todo tenía que ser una trampa, que el guión de <i>Hulk</i>, las cuentas de la tarjeta de crédito y las facturas telefónicas no demostraban nada, que todo eso se podía falsificar con facilidad y que yo no era más que un perfecto imbécil al que un par de profesionales preparaban para el gran final, todavía quería creer. Y no sólo en la excusa de la documentación para una película, sino en todo —que H. L. Mencken había regresado de la tumba, que estaba aquí para ayudarme a luchar contra los charlatanes, que si agarraba la muñeca que sostenía ese guión y traía a Kildy hacia mí y la besaba viviríamos felices para siempre.</p> <p>Y no era de extrañar que Mencken, despotricando contra creacionistas, quiroprácticos y Mary Baker Eddy, no hubiese llegado a ninguna parte. ¿Qué posibilidades tenían la razón y los hechos contra lo que la gente necesitaba creer desesperadamente?</p> <p>Sólo que Mencken no había regresado. Una canalizadora de tres al cuarto fingía ser él, y las declaraciones de amor de Kildy, por mucho que desease oírlas, eran el truco más viejo de todos.</p> <p>—Buen intento —dije.</p> <p>—Pero no me crees —dijo con ojos desolados, y Ariaura entró.</p> <p>—Recibí tu mensaje —le dijo a Kildy con la voz grave de Mencken—. Vine tan pronto como pude. —Ariaura se dejó caer en la silla que tenía delante de mí—. Esos zoquetes de Ariaura...</p> <p>—No te molestes con la voz, Ariaura —dije—. El baile, que diría Mencken, se ha acabado.</p> <p>Ariaura miró inquisitiva a Kildy.</p> <p>—Rob cree que Ariaura es una farsante —dijo Kildy.</p> <p>Ariaura me miró a mí.</p> <p>—¿Te has dado cuenta tú sólito? Claro que es una farsante, es una charlatana embaucadora, una oleaginosa...</p> <p>—Él cree que no eres real —dijo Kildy—. Cree que no eres más que una voz de Ariaura, como Isus, que tus interrupciones de sus seminarios no son más que un truco para convencerle de que se trata de una canalizadora auténtica, y cree que estoy compinchada contigo, que yo te ayudé a engañarle.</p> <p>Aquí llega, pensé. Indignación ultrajada. Inocencia entredicha. Kildy es una completa extraña, ¡jamás la había visto antes en mi vida!</p> <p>—¿Él cree que tú...? —Ariaura gritó y golpeó los brazos de la silla con alegría—. ¿El pobre pescadito no sabe que estás enamorada de él?</p> <p>—Cree que es parte del engaño —dijo Kildy con seriedad—. La única forma de que crea que lo estoy es si él cree que <i>no</i> hay engaño, si cree que tú realmente eres Mencken.</p> <p>—Bien, vale —dijo Ariaura sonriendo—. Supongo que tendremos que convencerle. —Se golpeó las rodillas y me miró expectante—. ¿Qué desea saber, señor? Nací en 1880 a las nueve de la noche, justo antes de que la policía asaltase diez o veinte salones, y empecé a trabajar en el <i>Morning Herald</i> a la tierna edad de dieciocho...</p> <p>—Donde asediaste al redactor Max Ways durante cuatro semanas seguidas antes de que te diese una historia —dije—, pero saberlo no me convierte a mí en Henry Lawrence Mencken, y a ti tampoco.</p> <p>—Henry <i>Louis</i> —dijo Ariaura—, por un tío mío que murió de bebé. Vale, tú haces las preguntas.</p> <p>—No es tan sencillo —dijo Kildy. Colocó una silla frente a Ariaura y se sentó. Le cogió las dos manos—. Para demostrar que eres Mencken no puedes limitarte a responder a preguntas. La primera regla del escéptico es: «Afirmaciones extraordinarias exigen pruebas extraordinarias». Tienes que hacer algo extraordinario.</p> <p>—Y verificable independientemente —dije.</p> <p>—Extraordinario —dijo Ariaura mirando a Kildy—. Supongo que no te refieres a manejar serpientes. O a hablar en lenguas.</p> <p>—No —dije.</p> <p>—El problema es el siguiente. Si demuestras que eres Mencken —dijo Kildy con seriedad—, entonces también demuestras que Ariaura puede canalizar de verdad a los espíritus astrales, lo que significa que ella no...</p> <p>—... es la impostora papulosa que sé que es.</p> <p>—Exacto —dijo Kildy—, y su carrera se disparará.</p> <p>—Junto con la de todos los demás canalizadores, psíquicos y médiums de ahí fuera —dije.</p> <p>—Rob ha dedicado toda su vida a desenmascarar a esa gente —dijo Kildy—. Si demuestras que Ariaura canaliza de verdad...</p> <p>—La noble vocación del escepticismo recibirá un golpe terrible —dijo Ariaura pensativa—, lejos del resultado que desearía un hombre como Mencken. Así que la única forma de demostrar quién soy es guardar silencio y regresar allí de donde vine.</p> <p>Kildy asintió.</p> <p>—Pero vine para intentar detenerla. Si regreso al éter, Ariaura seguirá extendiendo su perniciosa mentira sobre la sabiduría superior del plano astral y seguirá robando la pasta de su público ignorante.</p> <p>Kildy volvió a asentir.</p> <p>—Incluso podría fingir estar canalizándote a ti.</p> <p>—<i>¡Fingir!</i> —dijo Ariaura ultrajada—. ¡No lo consentiré! Yo... —y se detuvo—. Pero si hablo, demostraré exactamente lo que intento desenmascarar. Y si no...</p> <p>—Rob nunca volverá a confiar en mí —dijo Kildy.</p> <p>—Por tanto —dijo Ariaura—, es...</p> <p>Una trampa 22, pensé, y luego, si lo dice, la tengo pillada. —El libro no se escribió hasta 1961, cinco años después de la muerte de Mencken. Y «trampa 22» era de esas cosas, al contrario que «cinturón de la Biblia» o «yuppie», que ni siquiera a Kildy se le habría ocurrido, al haberse convertido en parte integral del lenguaje. Presté atención, esperando a que Ariaura lo dijese.</p> <p>—... un logogrifo —dijo ella.</p> <p>—¿Un qué? —dijo Kildy.</p> <p>—Un acertijo sin solución, una mano con la que no se puede ganar, un dilema infernal.</p> <p>—Dices que es imposible —dijo Kildy sin esperanza.</p> <p>Ariaura negó con la cabeza.</p> <p>—He vivido situaciones peores que ésta. Seguro que hay algo... —Se volvió hacia mí—. Ella comentó algo sobre «la primera regla del escéptico». ¿Hay alguna más?</p> <p>—Sí —dije—. Si parece demasiado bueno para ser cierto, entonces así es.</p> <p>—Y «por sus frutos los conoceréis» —dijo Kildy—. Es de la Biblia.</p> <p>—La Biblia... —dijo Ariaura entrecerrando pensativamente los ojos—. La Biblia... ¿cuánto tiempo nos queda? ¿Cuándo es el próximo espectáculo de Ariaura?</p> <p>—Esta noche —dijo Kildy—, pero canceló el anterior ¿Y si ella...?</p> <p>—¿A qué hora? —la cortó Ariaura.</p> <p>—Ocho en punto.</p> <p>—Ocho en punto —repitió, y realizó un movimiento hacia el esternón como si fuese a coger un reloj de bolsillo—. Los dos allí, en primera fila.</p> <p>—¿Qué vas a hacer? —preguntó esperanzada Kildy.</p> <p>—No sé —dijo Ariaura—. En ocasiones no hace falta hacer nada... lo hacen ellos solos. Mira ese globo fachendoso de aire caliente de Bryan —rio—. ¿Alguno de vosotros sabe dónde puedo conseguir algo de cuerda? —no esperó a la respuesta— ... será mejor que me ponga a ello. Sólo quedan un par de horas... —Se golpeó las rodillas—. Primera fila, en el centro —le dijo a Kildy—. A las ocho en punto.</p> <p>—¿Y si Ariaura no nos deja entrar? —preguntó Kildy—. Dijo que iba a conseguir una orden de alejamiento...</p> <p>—Os dejará pasar. A las ocho en punto.</p> <p>Kildy asintió.</p> <p>—Estaré allí, pero no sé si Rob...</p> <p>—Oh, no me lo perdería por nada del mundo —dije.</p> <p>Ariaura pasó de mi tono de voz.</p> <p>—Traed un cuaderno de notas —ordenó—. Y mientras tanto, ocúpate de desenmascarar charlatanes. Esos hijos de puta nos están pisando los talones.</p> <p style="page-break-before:always; line-height:0%"> </p> <p style="margin-top: 4em"> </p> <title style="page-break-before:avoid"> <p>9</p> </h3> <p style="margin-top: 4em"> </p> <p style="margin-left: 25%">«Uno se sienta en largas sesiones... y luego de pronto se presenta un espectáculo tan estrafalario e hilarante, tan melodramático y obsceno, tan inimaginablemente estimulante y absurdo que uno vive un año espléndido en una hora.»</p> <p></p> <p style="text-align: right; margin-right: 2em">H. L. M<style style="font-size: 70%">ENCKEN</style></p> <p style="margin-top: 2em"> </p> <p style="text-indent: 0em"><style style="font-size: 200%; font-style: italic">U</style>na hora más tarde llegó un mensajero con un sobre. Dentro había un sobre cuadrado de vitela sellado con cera rosa y marcado con el jeroglífico de Isus. En su interior había una tarjeta lila impresa en plata que decía «Se solicita el placer de su compañía...» y dos entradas para el seminario.</p> <p>—¿La invitación está firmada? —preguntó Kildy.</p> <p>Se había negado a irse tras la partida de Ariaura, que seguía interpretando a Mencken.</p> <p>—Me voy a quedar aquí mismo hasta la hora del seminario —había dicho sentándose en mi mesa—. Es la única forma que tengo de demostrarte que no estoy con Ariaura tramando algún truco. Y aquí tienes mi teléfono —me había entregado su móvil—, para que no pienses que le estoy mandando mensajes secretos por texto o algo. ¿Quieres comprobar si llevo micrófonos?</p> <p>—No.</p> <p>—¿Necesitas ayuda? —me había preguntado cogiendo un montón de galeradas—. ¿Quieres que las repase o estoy despedida?</p> <p>—Te lo haré saber después del seminario.</p> <p>Me había dedicado una sonrisa radiante de Julia Roberts y se había retirado al otro extremo de la oficina llevándose las galeradas, y yo había cogido el dosier sobre Charles Fred y me había puesto con él, buscando pistas e intentando no pensar en la despedida de Ariaura.</p> <p>Estaba completamente seguro de que jamás le había contado a Kildy esa historia, y no aparecía en la biografía de Daniels, ni en la de Hobson. Sólo la había visto en un artículo en el <i>Atlantic Monthly</i>. La busqué en Bartlett, pero no aparecía. Busqué en Google por «Mencken hijos de puta». Nada.</p> <p>Lo que no demostraba nada. Ariaura —o Kildy— podría haberla leído en el <i>Atlantic Monthly</i>, como lo había hecho yo. ¿Y desde cuándo H. L. Mencken recurría a la Biblia para conseguir inspiración? Ese comentario por sí solo demostraba que no era Mencken, ¿no? Por otra parte, no había dicho «trampa 22», aunque «logogrifo» no era ni de lejos una palabra igual de precisa. Y no había dicho William Jennings Bryan, había dicho «ese globo fachendoso de aire caliente de Bryan», que yo no había leído en ninguna parte, pero que sonaba a algo que él podría haber añadido a una necrológica mordaz sobre Bryan.</p> <p>Y esto no llevaba a ninguna parte. No había nada, excepto un manuscrito secreto hasta el momento o un testamento escrito a mano en el que se lo dejase todo a Lillian Gish... no, eso no valdría. La afasia por la apoplejía, ¿recuerdas?... eso demostraría que se trataba de Mencken. E igualmente todo eso se podía falsificar.</p> <p>Y no había nada que pudiese hacer para lograr lo que Kildy le había dicho a él... corrección, le había dicho a Ariaura lo que tenía que hacer: demostrar que era real sin demostrar que Ariaura era genuina. Cosa que claramente no era.</p> <p>Saqué las transcripciones de Ariaura y las leí, sin saber realmente qué buscaba, hasta que llegaron las entradas.</p> <p>—¿Está firmada la tarjeta? —volvió a preguntar Kildy.</p> <p>—No —dije y se la pasé.</p> <p>—«Se solicita el placer de su compañía...» está impreso —dijo, girando la invitación para mirar la parte de atrás—. ¿Qué hay de la dirección en el sobre?</p> <p>—No la hay —dije viendo adónde quería llegar—. Pero el hecho de que no esté escrita a mano no demuestra que venga de Mencken.</p> <p>—Lo sé. «Afirmaciones extraordinarias», pero al menos es consistente con Mencken.</p> <p>—También es consistente con vosotras dos intentando convencerme de que se trata de Mencken para que esta noche vaya al seminario.</p> <p>—¿Crees que es una trampa? —dijo Kildy.</p> <p>—Sí —dije, pero allí de pie, mirando las entradas, no tenía ni idea de qué tipo de trampa. No era posible que Ariaura siguiese teniendo esperanzas de que yo me pusiese en pie y gritase «¡Por san Jorge, es psíquica de verdad! ¡Está canalizando a Mencken!» independientemente de las anécdotas que ella pudiese contar. Me pregunté si sus abogados estarían planeando entregarme una orden de alejamiento o una citación en cuanto entrase, pero no tenía ningún sentido. Sabía mi dirección... esta misma tarde había estado aquí, y yo había estado aquí casi todo el tiempo durante los dos últimos días. Además, si me hacía arrestar, la prensa se volvería loca por hablar conmigo, y ella no querría que contase mis sospechas de estafa al <i>L A. Times</i>.</p> <p>Cuando Kildy y yo salimos para el seminario, hora y media más tarde (al salir fingí haber olvidado las llaves y dejé a Kildy en el pasillo mientras volvía a entrar, recubrí <i>El bebé en la nevera</i> con cinta adhesiva y lo oculté tras la estantería), todavía no había conseguido llegar a ninguna teoría plausible, y el Santa Mónica Hilton, donde se celebraba el seminario, no me ofreció ninguna pista.</p> <p>Tenía la misma bandolera «Si crees, sucederá», los mismos guardaespaldas parecidos a Tom Cruise, las mismas medidas de seguridad. Confiscaron mi Olympus y mi grabadora digital y la Hasaka de Kildy (y le pidieron un autógrafo), y pasamos por la misma zona de espera atestada de cristales, pirámides y amuletos para llegar al mismo salón de baile cubierto de lila y rosa. Con el mismo suelo duro y desnudo.</p> <p>—Oh, olvidé traer cojines, lo siento —dijo Kildy y avanzó hacia los acomodadores y los montones de cojines de plástico lila que había al fondo. Pero a medio camino se dio la vuelta y volvió—. No quiero tener la oportunidad de mandar algún mensaje secreto a Ariaura —dijo—. Si quieres venir conmigo...</p> <p>Negué con la cabeza.</p> <p>—El suelo está bien —dije sentándome—. Puede que me mantenga en contacto con la realidad.</p> <p>Kildy se sentó a mi lado sin ningún esfuerzo, abrió el bolso y jugó con el espejo. Miré a mi alrededor. La multitud parecía algo más escasa, y en algún punto por detrás oí que una mujer decía:</p> <p>—Fue grotesco. Romtha nunca hizo nada así. Me pregunto si estará bebiendo.</p> <p>Las luces pasaron a rosa, la música subió de volumen y Brad Pitt salió, largó el mismo discurso (nada de <i>flash</i>, nada de aplausos, nada de pausas para ir al baño) y la misma introducción (Atlántida, oráculo de Delfos, Totalidad Cósmica), y mostró a Ariaura, en lo alto de la misma escalera negra.</p> <p>Era exactamente la misma que durante el primer seminario, dramáticamente regia en sus túnicas púrpuras y sus amuletos, serena mientras aceptaba el aplauso del público. Los acontecimientos de los últimos días —entrar rugiendo en mi oficina, preguntar asustada «¿Qué sucede? ¿Dónde estoy?», golpearse las rodillas y estallar en risas— bien podrían no haber sucedido.</p> <p>Y evidentemente había sido todo una farsa, pensé inexorablemente. Miré a Kildy. Seguía rebuscando despreocupadamente en el bolso.</p> <p>—Bienvenidos, Buscadores de la Verdad Divina —dijo Ariaura—. Hoy vamos a pasar juntos por una maravillosa experiencia espiritual. Es un día muy especial. Éste es mi seminario «Si crees, sucederá» número cien.</p> <p>Muchos aplausos. Tras unos minutos indicó que parasen.</p> <p>—En honor a ese aniversario, Isus y yo queremos hacer hoy algo un poco diferente.</p> <p>Más aplausos. Yo miré a los acomodadores. Éstos se miraban nerviosos, como si esperasen que empezase a soltar frases de Mencken, pero la voz era claramente la de Ariaura y también los gestos alegres a lo Oprah.</p> <p>—Mis... nuestros seminarios normalmente están muy estructurados. Tienen que estarlo... si las vibraciones auráticas no son exactamente las correctas, los espíritus no pueden venir y después de haber canalizado me quedo física y espiritualmente agotada, así que rara vez tengo la oportunidad de simplemente <i>hablar</i> con vosotros. Pero hoy es una ocasión especial. Así que me gustaría que el equipo técnico... —miró a la cabina de control— ... subiese la intensidad de las luces...</p> <p>Hubo una pausa, como si el equipo técnico se estuviese planteando si obedecer la orden, y luego las luces ganaron en intensidad.</p> <p>—Gracias, es perfecto, podéis tomaros el resto del día libre —dijo Ariaura. Se volvió hacia el maestro de ceremonias—. Lo mismo para ti, Ken. Y mis geniales acomodadores... Derek, Jared, Tad... correspondamos a su gran labor.</p> <p>Inició los aplausos y luego, ya que los acomodadores seguían junto a las puertas, mirándose con cautela y mirando también al maestro de ceremonias, Ariaura hizo un gesto con la mano para que se fuesen.</p> <p>—Idos. Largo. Quiero hablar en privado con esta gente. —Y cuando seguían vacilando—. Aun así os pagaremos por todo el seminario. Idos. —Se acercó al maestro de ceremonias y le dijo algo, sonriendo, y debió tranquilizarlo porque hizo un gesto a los acomodadores y también a la cabina de control, y los acomodadores se fueron.</p> <p>Miré a Kildy. Ésta se aplicaba lápiz de labios con toda tranquilidad. Volví a mirar al escenario.</p> <p>—¿Estás segura...? —oí que el maestro de ceremonias le susurraba a Ariaura.</p> <p>—Estoy <i>bien</i> —le respondió.</p> <p>El maestro de ceremonias frunció el ceño, bajó del escenario y salió por la puerta lateral, y el camarógrafo al fondo de la sala comenzó a desmontar la cámara.</p> <p>—No, no, Ernesto, tú no —dijo Ariaura—. Sigue grabando.</p> <p>Ariaura esperó a que el maestro de ceremonias cerrase la puerta al salir y avanzó a la parte delantera del escenario y allí se quedó en completo silencio, con los brazos rígidos a los lados.</p> <p>Kildy se inclinó hada mí, con la barra de labios todavía en la mano:</p> <p>—¿Te recuerda a la escena del baile en <i>Carrie</i>?</p> <p>Asentí, valorando la distancia hasta la salida de emergencia. Se produjo el sonido distante de una puerta cerrándose por encima de nuestras cabezas —la cabina de control— y Ariaura golpeó las manos.</p> <p>—Por fin solos —dijo sonriendo—. Pensé que no se iban a ir <i>nunca</i>.</p> <p>Risas.</p> <p>—Y ahora que se han ido, tengo que decir... —Una pausa dramática—. ¿No son <i>guapísimos</i>?</p> <p>Risas, aplausos y varios silbidos. Ariaura esperó a que se callaran y luego preguntó:</p> <p>—¿Cuántos estuvieron en el seminario del sábado?</p> <p>El estado de ánimo cambio al instante. Varias manos se alzaron, pero tentativamente, y dos mujeres de pendientes de aros se miraron con la misma mirada nerviosa de los acomodadores.</p> <p>—¿O en el de hace dos semanas? —preguntó Ariaura.</p> <p>Otro par de manos.</p> <p>—Bien, para aquellos que no estuvieron en ninguno de esos dos, digamos que últimamente mis seminarios han sido bastante... interesantes, por decirlo suavemente.</p> <p>Algunas risas nerviosas y dispersas.</p> <p>—Y los que estéis familiarizados con el mundo espiritual sabréis lo que puede pasar cuando intentamos entrar en contacto con energías más allá del plano terrenal. El plano astral puede ser un lugar peligroso. Allí hay espíritus más allá de nuestro control, espíritus falsos que desean apartarnos de la iluminación.</p> <p>Espíritus falsos es el término adecuado, pensé.</p> <p>—Pero no les temo, porque mi arma es la Verdad. —De alguna forma se las arregló para decirlo con V mayúscula.</p> <p>Miré a Kildy. Se inclinaba hacia delante como en el primer seminario, concentrada en las palabras de Ariaura. Todavía sostenía el espejo y la barra de labios.</p> <p>—¿Qué pretende Ariaura? —le susurré a Kildy.</p> <p>Negó con la cabeza, todavía concentrada en el escenario.</p> <p>—No es ella.</p> <p>—¿Qué?</p> <p>—Está canalizando.</p> <p>—¿Can...? —dije y miré al escenario.</p> <p>—Ningún espíritu, por tenebroso que sea —dijo Ariaura—, por fraudulento que sea, puede separarme de esa Verdad Superior.</p> <p>Aplausos, con más entusiasmo.</p> <p>—O impedirme traeros esa Verdad. —Sonrió y extendió los brazos—. Soy un fraude, una charlatana, una falsaria —dijo con alegría—. En toda mi vida no he canalizado un espíritu cósmico. A Isus me lo inventé en 1996, cuando llevaba una estafa piramidal en Dayton, Ohio. Los federales iban tras nuestra pista, y a mí ya me habían pillado por fraude fiscal en el 94, así que cambié de nombre... mi nombre real es Bonnie Friehl, por cierto, pero en Dayton me hacía llamar Doreen Manning... metí el dinero en un banco en Chickamauga, Virginia, mi ciudad natal, y luego me trasladé a Miami Beach y me dediqué a leer la buenaventura mientras perfeccionaba la voz de Isus.</p> <p>Luché con el cuaderno de notas y el bolígrafo. Bonnie Friehl, Islas Caimán, Miami Beach...</p> <p>—Me dediqué a leer el destino, en su mayoría maldiciones... «Págueme y retiraré la maldición que veo colgando sobre su cabeza»... hasta que tuve lista la imitación de Isus y luego me puse en contacto con un tipo que conocía en Vegas...</p> <p>Se produjo un estruendo tremendo al fondo. Ernesto había dejado caer la cámara que llevaba al hombro y se dirigía a la puerta. Y todo esto había que grabarlo. Pero no quería perderme nada mientras intentaba deducir el funcionamiento de la cámara.</p> <p>Miré a Kildy, con la esperanza de que estuviese tomando nota, pero parecía paralizada por lo que sucedía en el escenario, con el espejo y la barra de labios todavía en la mano, y la boca abierta. Tendría que arriesgarme a perderme algunas palabras. Empecé a ponerme en pie.</p> <p>—¿Adónde vas? —susurró Kildy.</p> <p>—Tengo que grabarlo.</p> <p>—Lo estamos grabando —dijo con calma, e indicó imperceptiblemente la barra de labios y el espejo—. Audio... y vídeo.</p> <p>—Te quiero —le dije.</p> <p>Ella asintió.</p> <p>—Será mejor que apuntes esos nombres, por si la policía confisca mi maquillaje como prueba —dijo.</p> <p>—Se llama Chuck Venture —decía Ariaura—. Él y yo colaboramos en una estafa de cartas en cadena. Su nombre real es Harold Vogel, pero probablemente le conozcan por el nombre que usa aquí, Charles Fred.</p> <p>Dios. Apunté los nombres: Harold Vogel, Chuck Ventura...</p> <p>—Juntos habíamos operado un par de fraudes de cartas en cadena —dijo Ariaura—, así que le dije que quería que me llevase a Salem y me introdujese en el negocio de los canalizadores.</p> <p>Se produjo un ruido metálico y un golpe cuando Ernesto llegó a la puerta y salió. La cerró al irse.</p> <p>—Harold siempre tuvo la mala costumbre de apuntarlo todo —dijo Ariaura en tono de conversación—. «No puedes hacerme chantaje, Doreen», me dijo. «¿Quieres apostar?», respondí yo. «Todo está en una caja de seguridad en Dayton con instrucciones de que se abra en caso de que me suceda algo». —Se adelantó confiada hacia el público—. No lo está, claro. Está en una caja fuerte situada en mi dormitorio, detrás del retrato de Isus. La combinación es doce izquierda, seis derecha, catorce izquierda —rio con alegría—. En cualquier caso, me enseñó todo lo que hay que saber sobre cómo ablandar a los imbéciles en los seminarios de forma que durante las audiencias privadas le cuenten a Isus todos los detalles de su vida amorosa, y luego mandar copias de las cintas...</p> <p>A mí espalda se produjeron varios jadeos claros y luego el inicio de un murmullo, o posiblemente un gruñido, pero Ariaura no prestó atención...</p> <p>—... y me presentó a uno de los camilleros del centro de desintoxicación Nuevo Comienzo, y el masajista del spa Willowsage, de forma que pudiese obtener detalles personales que Isus pudiese usar para convencerles de que lo sabe todo...</p> <p>El gruñido se había convertido en rugido, pero apenas era audible por encima de los gritos del exterior y los golpes en las puertas, que aparentemente estaban atrancadas desde dentro.</p> <p>—... y cómo alterar mi voz y expresión para dar realmente la impresión de estar canalizando un espíritu del más allá...</p> <p>Parecía que el maestro de ceremonias y los acomodadores habían encontrado un ariete. Los golpes se habían convertido en estremecimientos tonantes.</p> <p>—... aunque la verdad es que no me parece que aprender toda esa basura sobre Lemuria y demás fuese estrictamente necesario —dijo Ariaura—. Es decir, está más que claro que os tragaríais cualquier cosa. —Sonrió beatíficamente al público, como si esperase un aplauso, pero el único sonido (además de los golpes) era el de las teclas de los teléfonos móviles y las mujeres gritándose unas a otras. Cuando miré a mi alrededor, todas excepto Kildy tenían un móvil pegado a la oreja.</p> <p>—¿Hay alguna pregunta? —preguntó Ariaura con alegría.</p> <p>—Sí —dije—. ¿Afirma que es usted la que hace la voz de Isus?</p> <p>Me sonrió encantada.</p> <p>—Claro que sí. No existe la canalización de espíritus desde el Gran Más Allá. ¿Alguna otra pregunta? —Miró más allá de mí a las otras manos que se agitaban frenéticamente—. ¿Sí? ¿La mujer de azul?</p> <p>—¿Cómo pudiste mentirnos, tú...?</p> <p>Diestramente me situé delante de la mujer.</p> <p>—¿Está diciendo que Todd Phoenix también es un fraude?</p> <p>—Oh, sí —dijo Ariaura—. Todos son fraudes: Todd Phoenix, Joye Wildde, Randall Mars. ¿Siguiente pregunta? ¿Sí, señorita Ross?</p> <p>Kildy dio un paso al frente, sosteniendo todavía el espejo y la barra de labios.</p> <p>—¿Cuándo me conoció? —preguntó.</p> <p>—No tienes que hacerlo —dije.</p> <p>—Para que quede claro —dijo dedicándome su sonrisa radiante y luego mirando de nuevo al escenario—. Ariaura, ¿me habías visto alguna vez antes de la semana pasada?</p> <p>—No —dijo—. Te vi en el... mi seminario, pero no te conocí hasta más tarde en la oficina de <i>El ojo cínico</i>. Por cierto, una buena revista. Recomiendo a todos que se suscriban.</p> <p>—¿Y no soy tu gancho? —insistió Kildy.</p> <p>—No, aunque los tengo —dijo—. Uno de ellos es la mujer de verde en la sexta fila —dijo señalando a una morena regordeta—. Ponte en pie, Lucy.</p> <p>Lucy ya se dirigía hacia la puerta, así como una pelirroja delgada vestida con un caftán arcoiris y también una mujer de sesenta años ataviada con un traje de Armani impecable, con parte del público siguiéndolas.</p> <p>—Janine también lo es —dijo Ariaura señalando a la pelirroja—. Y Doris. Todas ayudan a recopilar información personal para que Isus se lo diga, para que parezca que él «lo sabe todo, lo ve todo». —Rio encantada—. Subid al escenario y saludad al público, chicas.</p> <p>Las «chicas» pasaron de ella. Doris, seguida de un grupo de mujeres mayores, abrió la puerta de en medio y gritó:</p> <p>—¡Tenéis que detenerla!</p> <p>El maestro de ceremonias y los acomodadores iniciaron el camino desde la puerta hasta el escenario. El público estaba todavía más decidido a salir de lo que estaban ellos a entrar, pero aun así no me quedaba mucho tiempo.</p> <p>—¿Todos los psíquicos que has nombrado usan el chantaje como tú? —pregunté.</p> <p>—¡Ariaura! —gritó el maestro de ceremonias, a medio camino del escenario y atrapado en el flujo de mujeres—. Deja de hablar. Todo lo que digas puede ser usado en tu contra.</p> <p>—Oh, hola, Ken —dijo ella—. Ken se encarga de blanquear todo nuestro dinero. ¡Saluda, Ken! Y vosotros también, Derek, Tad y Jared —dijo señalando a los acomodadores—. Los chicos sacan información a los miembros del público y me la pasan por aquí-dijo, sosteniendo el amuleto sagrado.</p> <p>Me miró fijamente.</p> <p>—He olvidado tu pregunta.</p> <p>—¿Todos los psíquicos que has nombrado usan el chantaje como tú?</p> <p>—No, no todos ellos. Swami Vishnu Jammi emplea sugerencias poshipnóticas, y Nadrilene siempre usa la extorsión.</p> <p>—¿Qué hay de Charles Fred? ¿Cuál es su estafa?</p> <p>—Fraude... —El micrófono de Ariaura se apagó de pronto. Miré a la confusión. Uno de los acomodadores sostenía orgulloso un cable desenchufado.</p> <p>—Fraude de inversiones —gritó Ariaura haciendo bocina con las manos—. Chuck les dice a sus víctimas que sus parientes muertos quieren que inviertan en ciertas acciones. Yo sugeriría...</p> <p>Uno de los acomodadores llegó al escenario. Agarró a Ariaura por el brazo e intentó cogerle el otro.</p> <p>—... sugeriría que comprobases Metra... —gritó Ariaura golpeándole—. Metracon, Spiritlink...</p> <p>Apareció un segundo acomodador, y los dos consiguieron retenerle los brazos.</p> <p>—Crystalcom, Inc. —dijo dándoles patadas— ... y Universis. Busca... —Dirigió una patada a la entrepierna de uno de los acomodadores y me hizo estremecer—. Quitadme las zarpas de encima.</p> <p>El maestro de ceremonias se situó delante de ella.</p> <p>—Con esto termina la presentación de Ariaura vídeos de... —dijo y luego se lo pensó mejor— ... ejemplares firmados del libro de Ariaura, <i>Si crees...</i></p> <p>—Busca quién es el accionista mayoritario —aulló Ariaura resistiéndose—. Y pregúntale a Chuck qué sabe sobre una estafa de falsificación de cheques que Zolita lleva en Reno.</p> <p>—<i>... sucederá</i> están a la venta en... —dijo el maestro de ceremonias y se rindió. Agarró los pies de Ariaura. Los tres se la llevaron fuera del escenario.</p> <p>—¡Una última pregunta! —grité, pero era demasiado tarde. Ya se la habían llevado—. ¿Por qué estaba el bebé en la nevera?</p> <p style="page-break-before:always; line-height:0%"> </p> <p style="margin-top: 4em"> </p> <title style="page-break-before:avoid"> <p>10</p> </h3> <p style="margin-top: 4em"> </p> <p style="text-align: right">«... ésta es la última vez que me verán...»</p> <p></p> <p style="text-align: right; margin-right: 2em">H. L. M<style style="font-size: 70%">ENCKEN</style></p> <p style="margin-top: 2em"> </p> <p style="text-indent: 0em">—<style style="font-size: 200%; font-style: italic">A</style>un así, no demuestra que fuese Mencken —le dije a Kildy—. Todo pudo ser una manifestación del subconsciente de Ariaura... perdona, de Bonnie Friehl, producto de su sentimiento de culpa.</p> <p>—O —dijo Kildy— podría ser que hubiese una estafa tal y como postulaste, pero que una de las estafadoras se enamorase de ti y decidiese que no podía continuar.</p> <p>—No, no encajaría —dije—. Puede que ella consiguiese convencer a Ariaura para dejar el engaño, pero no para que confesase todos sus crímenes.</p> <p>—Si realmente los cometió —dijo Kildy—. Todavía no tenemos pruebas verificables independientemente de que sea Bonnie Friehl —pero las huellas digitales de su carné de conducir de Ohio coincidían, y todas las pistas que nos había dado habían resultado ser ciertas.</p> <p>Pasamos los dos meses posteriores siguiendo todas esas pistas y montando un tremendo número especial sobre «La gran estafa de la canalización». Pareció que íbamos a tener que testificar en la vista preliminar de Ariaura, lo que hubiese sido incómodo, pero ella y sus abogados se pelearon sobre si usar o no la defensa de locura transitoria, ya que ella afirmaba haber sido poseída por un Espíritu Maligno y Tenebroso, y Ariaura acabó despidiéndoles y convirtiéndose en testigo del estado contra Charles Fred, Joye Wildde y varios otros psíquicos que no había mencionado, y empezó a dar la impresión de que la revista tendría que cerrar porque ya no había engaños sobre los que escribir.</p> <p>Ni remotamente. En unas semanas, nuevos médiums y psíquicos que se anunciaban como «Restauradores de la Ética Cósmica» y «la entidad espiritual en la que puedes confiar» ocuparon los nichos vacíos y un nuevo programa de pérdida de peso por meditación empezó a darles pábulo prometiendo Esencia Baja en Carbohidratos, y Kildy y yo volvimos al trabajo.</p> <p>—No sirvió para nada —dijo Kildy disgustada tras un seminario de pie sobre tratamientos de Botox psíquicos.</p> <p>—Sí, sí sirvió —dije—. Charles Fred está acusado de usar información privilegiada, ha bajado la asistencia en el Templo de la Exploración Cósmica, y la mitad de los psíquicos de Los Ángeles están en fuga. Y a todos les llevará un tiempo encontrar nuevas formas de separar a la gente de su dinero.</p> <p>—Creí que decías que no era Mencken.</p> <p>—Dije que no <i>demostraba</i> que fuese Mencken. Regla número uno: Afirmaciones extraordinarias exigen pruebas extraordinarias.</p> <p>—¿Y no crees que lo que pasó sobre el escenario fue extraordinario?</p> <p>Tenía que admitir que sí.</p> <p>—Pero pudo ser la propia Ariaura. No dije nada que ella no supiese ya.</p> <p>—¿Qué hay de lo de contarles la combinación de su caja fuerte? ¿Y lo de ordenar a todas que se suscribiesen a <i>El ojo cínico</i>?</p> <p>—Sigue sin probar que fuese Mencken. Puede tratarse de algún fenómeno Bridey-Murphy. Ariaura pudo tener una niñera que le leía el <i>Baltimore Sun</i> en voz alta cuando era un bebé.</p> <p>Kildy rio.</p> <p>—No crees eso.</p> <p>—No creo nada sin pruebas —dije—. Soy un escéptico, ¿recuerdas? Y sobre el escenario no sucedió nada que no se pudiese explicar racionalmente.</p> <p>—Exacto —dijo Kildy.</p> <p>—¿A qué te refieres con exacto?</p> <p>—Por sus frutos los conoceréis.</p> <p>—¿Qué?</p> <p>—Me refiero a que tuvo que ser Mencken porque hizo exactamente lo que le pedimos: demostrar que no era una estafa, que él no era falso y que Ariaura sí lo era. Y hacerlo sin demostrar que él fuese Mencken porque si lo hacía, entonces demostraría que ella era real. Lo que <i>demuestra</i> que se trataba de Mencken.</p> <p>No había una buena respuesta para una falta de lógica tan absurda, excepto cambiar de tema, cosa que hice. La besé.</p> <p>Y luego envié las transcripciones de las palabras de Ariaura a UCLA para que comparasen los patrones de lenguaje con los de los escritos de Mencken. Pruebas verificables independientemente. Y saqué el ejemplar de <i>El bebé en la nevera</i> cubierto de cinta adhesiva de su escondrijo tras la estantería mientras Kildy estaba fuera de la oficina, me lo llevé a casa, lo envolví en papel de aluminio, lo metí en un contenedor Lena Cuisine vacío y lo oculté —¿dónde si no?— en la nevera. Las viejas costumbres tardan en morir.</p> <p>UCLA me devolvió las transcripciones, diciendo que la muestra no era lo suficientemente grande para obtener resultados concluyentes. Lo mismo pasó con CalTech. Y Duke. Por ahí nada más. Lo que era una pena. Hubiese sido agradable tener a Mencken de vuelta al ruedo, aunque fuese por un tiempo. Definitivamente se había ido demasiado pronto.</p> <p>Así que Kildy y yo tendríamos que continuar donde él lo había dejado, lo que significaba no sólo añadir «Esos hijos de puta nos están pisando los talones» en la cabecera de <i>El ojo cínico</i>, sino intentar canalizar su espíritu en todas las páginas.</p> <p>Y eso no sólo significaba desenmascarar timadores y estafadores. Mencken no había sido una fuerza tan importante por sus diatribas contra el creacionismo, los sanadores y las medicinas falsas, sino por lo que defendía. La Verdad. Era por eso que odiaba tanto la ignorancia, la superstición y el engaño, porque amaba la ciencia, la razón y la lógica, y había comunicado ese amor, esa pasión, a sus lectores con cada una de las palabras que escribió.</p> <p>Era eso lo que teníamos que hacer con <i>El ojo cínico</i>. No bastaba con revelar la naturaleza real de Ariaura, swami Vishnu, los dentistas psíquicos y las dietas Atkins con meditación. También teníamos que conseguir que nuestros lectores sintiesen tanta pasión por la ciencia y la razón como la que sentían por Romtha y las lecturas luminiscentes. No sólo debíamos contar la verdad, sino hacer que nuestros lectores <i>quisiesen</i> creerla.</p> <p>Luego, como he dicho, estuvimos muy ocupados durante unos meses, rediseñando la revista, cooperando con la policía, y siguiendo las pistas entregadas por Ariaura. Fuimos a Vegas para investigar el fraude de cartas en cadena que ella y Chuck Venture/Charles Fred habían montado, después de lo cual regresé a casa para cerrar el número, y Kildy fue a Dayton y luego a Chickamauga para seguir la historia criminal de Ariaura.</p> <p>Llamó anoche.</p> <p>—Soy yo, Rob —dijo sonando emocionada—. Estoy en Chattanooga.</p> <p>—¿Chattanooga, <i>Tennessee</i>? —dije—. ¿Qué haces ahí?</p> <p>—El fiscal que trabaja en el caso de la estafa piramidal está de viaje a Roanoke, así que no le veré hasta el lunes, y la junta de educación de Zion, es un pueblo cerca de aquí, intenta aprobar una ley exigiendo la enseñanza del diseño inteligente en las escuelas públicas. Lo de Zion es parte de un programa nacional que intentará introducir el diseño inteligente estado a estado. Por lo tanto, ya que no podía ver al fiscal, pensé que venir hasta aquí, está sólo a cincuenta millas de Chickamauga, y entrevistar a algunos de los profesores de ciencia para el artículo sobre «El juicio Scopes ochenta años después» del que hemos hablado.</p> <p>—¿Y? —dije con cautela.</p> <p>—Y, según la profesora de química, sucedió algo curioso durante la reunión de la junta de educación. Puede que no sea nada, pero pensé que debería llamarte para que reservases un vuelo a Chattanooga, por si acaso.</p> <p>Por si acaso.</p> <p>—Uno de los miembros de la junta de educación, un tal señor... —hizo una pausa consultando sus notas—, Horace Didlong, hablaba de la falta de pruebas científicas de la teoría de Darwin, cuando de pronto empezó a despotricar contra el público.</p> <p>—¿La profesora de química dijo de qué habló? —preguntó con la esperanza de no saberlo ya.</p> <p>—No recordaba todos los detalles —dijo Kildy—, pero el entrenador de baloncesto dijo que algunos de los estudiantes habían dicho que tenían intención de grabar la reunión y enviarla a la ACLU, y que intentaría ver si lo habían hecho y conseguirme una copia. Dijo que fue «un estallido muy extraño, casi como si estuviese poseído».</p> <p>—O borracho —dije—. ¿Y ninguno de los dos recuerda lo que dijo?</p> <p>—No, los dos lo recuerdan, sólo que no todo. Didlong aparentemente habló durante varios minutos. Dijo que no podía creer que todavía hubiese ignorantes trastornados que no creyesen en la evolución, y qué demonios habían estado enseñando en la escuela durante todo este tiempo. La profesora dijo que la tirada siguió así durante unos cinco minutos y luego se detuvo, en medio de una palabra, y Didlong siguió hablando sobre cómo la segunda ley de Newton hacía que la evolución fuese imposible.</p> <p>—¿Has entrevistado a Didlong?</p> <p>—No. Volveré en cuanto dejemos de hablar, pero la profesora de química dice que oyó cómo la mujer de Didlong le preguntaba qué había pasado, y él parecía no tener ni idea.</p> <p>—Eso no demuestra que sea Mencken —dije.</p> <p>—Lo sé —dijo ella—, pero <i>es</i> Tennessee y <i>es</i> evolución. Sería agradable que fuese él, ¿no?</p> <p>Agradable. H. L. Mencken suelto en medio de Tennessee en medio de un debate creacionista.</p> <p>—Sí —dije y sonreí—, lo sería, pero es mucho más probable que Horace Didlong haya estado fumando algo que crece en su patio trasero. O esté buscando publicidad, en plan juez Roy Moore y su monumento a los diez mandamientos. ¿Recuerdan que dijese algo más?</p> <p>—Sí, hmm... ¿dónde está? —dijo—. Oh, aquí está. Llamó a los otros miembros de la junta una panda de gañanes sin luces... y luego dijo que siempre preferiría un mono a un consejo escolar cuyos cerebelos estuviesen paralizados por escuchar demasiadas tonterías teológicas... y justo al final, antes de cortar, la profesora dice que dijo, «Yo la verdad es que nunca vi el parecido con Alicia».</p> <p>—¿Alicia? —dije—. ¿Están seguros de que dijo Alicia y no August?</p> <p>—Sí, porque así se llama la profesora de química, y pensó que le hablaba a ella, y también lo pensó el presidente del consejo escolar, porque la miró y dijo, «¿Alicia? ¿Qué tiene que ver Alicia con el diseño inteligente?» y Didlong dijo: «Pero Jamie sí que sabía escribir, aunque el cabrón me robase a la chica. Es mejor que tengas cuidado de que no te robe yo la tuya». ¿Sabes lo que significa, Rob?</p> <p>—Sí —dije—. ¿Cuánto tiempo hace falta para obtener una licencia de matrimonio en Tennessee?</p> <p>—Lo preguntaré —dijo Kildy, parecía encantada—. Y luego el presidente añadió, «No puedes hablar de esa forma», y, según la profesora de química, Didlong dijo... espera un minuto, tengo que leértelo para asegurarme de que está bien... la verdad es que no tiene mucho sentido... dijo: «Te sorprendería lo que puedo hacer. Como soliviantar a los animales. Hablando de lo cual, por eso el bebé estaba metido en la nevera. Su madre lo metió allí para evitar que el tigre se lo comiese».</p> <p>—Iré de inmediato —dije.</p> <p style="page-break-before:always; line-height:0%"> </p> <p style="margin-top: 4em"> </p> <title style="page-break-before:avoid"> <p>CONNIE WILLIS</p> </h3> <p style="margin-top: 4em"> </p> <p style="text-indent: 0em"><style style="font-size: 200%; font-style: italic">C</style>onnie Willis escribió su primera novela <i>Water Witch</i> (1982) en colaboración con Cynthia Felice con quien ha colaborado también en <i>Raid de Luz</i> (1989).</p> <p>Ya en solitario, sus novelas más destacadas son <i>Los sueños de Lincoln</i> (1987) que obtuvo el Premio John W. Campbell Memorial, <i>El libro del día del Juicio Final</i> (1992) con la que logró los premios Nebula, Hugo y Locus; <i>Oveja mansa</i> (1996); <i>Por no mencionar al perro</i> (1998) galardonada con los premios Hugo y Locus y que fue finalista del Nebula; y <i>Tránsito</i> (2001) galardonada con el Locus y que fue finalista de los premios Hugo, Nebula y John W. Campbell Memorial.</p> <p>Es, como puede verse, una de las autoras más galardonadas en la ciencia ficción y la fantasía modernas y no sólo por sus novelas, ya que también muchos de sus relatos han obtenido diversos premios. Así ocurrió con el relato <i>A Letter from Clearys</i> (1982, premio Nebula), la novela corta <i>The last of Winnebagos</i> (1988, premios Nebula y Hugo), el relato <i>At The Rialto</i> (1989, Premio Nebula) y los cuentos cortos <i>Even The Queen</i> (1992, premios Nebula, Hugo y Locus), <i>Death on the Nile</i> (1993, Premio Hugo) y <i>The Soul Selects Her Own Society...</i> (1996, Premio Hugo).</p> <p>Gran parte de esos relatos se han recogido en antologías como <i>Fire Watch</i> (1985), <i>Impossible Things</i> (1993) y <i>Miracle and Other Christmas Stories</i> (2000). También son destacables otras de sus novelas cortas como <i>Territorio inexplorado</i> (1994) y <i>Remake</i> (1995) que fue finalista del Premio Hugo en 1996.</p> <!-- bodyarray --> </div> </div> </section> </main> <footer> <div class="container"> <div class="footer-block"> <div>© <a href="">www.you-books.com</a>. 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