La abogada Mallory Sinclair llevaba tanto tiempo luchando por hacerse un hueco en un mundo de hombres, que nadie se acordaba siquiera de que en realidad era una mujer, y una mujer tremendamente sensual. Pero Jack Latham estaba a punto de descubrirlo, ya que Mallory le había hecho una invitación que no podía rechazar…
¡Aquello era increíble! Debajo de aquella estupenda profesional se escondía una auténtica diosa empeñada en seducirlo. Desde luego él no tenía la menor queja al respecto… El problema era que la nueva Mallory era tan diferente y desinhibida que Jack no podía evitar preguntarse si de verdad era la compañera a la que conocía desde hacía tanto tiempo. Lo que sí sabía era que no quería que aquello acabara… solo deseaba saber quién era la mujer con la que acabaría compartiendo la cama…
Carly Phillips
Seducido por una Desconocida
Erotic invitation (2001)
CAPITULO 01
– Te han llamado.
Mallory Sinclair alzó la vista del complicado informe de leasing que estaba leyendo para ver a su secretaria, Paula, de pie en la puerta.
– Lo siento, no te oí llamar.
– No lo hice. Cuando Terminator llama, no hay tiempo que perder. En particular si quieres un minuto para arreglarte antes de entrar en su guarida.
Paula, la joven, hermosa y atenta secretaria de Mallory, movió las cejas de manera sugestiva, con la intención de instarla a arreglarse para ese encuentro inesperado con el socio más guapo del bufete.
Mallory recogió un bloc de notas en vez del bolso. Aunque nunca había dejado entrever sus emociones, por primera vez en sus ocho años en Waldorf, Haynes, Greene, Meyers & Latham, temblaba. Había luchado para que le dieran casos, se había enfrentado a socios veteranos por temas en los que creía y se había aferrado a su trabajo cuando otras asociadas habían abandonado, habían sido despedidas o lo habían dejado para casarse o tener familia. Era la única superviviente mujer en un campo dominado por hombres y faltaba solo un año para que la hicieran socia. No había llegado tan lejos sin confrontación y nunca había retrocedido ante una pelea. Jamás había temido trabajar con un socio o tener un punto de vista distinto. Hasta ese momento.
Al estar especializada en bienes inmuebles, jamás la había llamado el especialista en divorcios y socio del bufete, Jack Latham. Hombre sexy y letal a partes iguales… un Terminator en los juicios de divorcio. Que quisiera verla en ese momento significaba que tenía buenos motivos para ello.
Según los rumores, no creía ni en la institución del matrimonio ni en la idea del compromiso. Pero sus puntos de vista no frenaban a nadie del sexo opuesto. Todas las mujeres que trabajaban en el bufete consideraban que, de disfrutar de la oportunidad, lograrían hacer que cambiara de parecer.
Jack era afortunado de que hubiera una política contraria a los romances en el bufete, instaurada después de que una empleada hubiera presentado una querella por acoso sexual contra un socio mayor tres años atrás. El bufete había llegado a un acuerdo en los despachos, el socio fundador se había jubilado y la regla anti citas había entrado en vigor. Sin embargo, las reglas no podían frenar la imaginación y no había ni una sola mujer en el bufete, desde secretarias a pasantes, incluida la única asociada mujer, que no hubiera fantaseado con Jack Latham.
La diferencia entre Mallory y las otras mujeres del bufete era que por fuera ella no mostraba ningún interés. No podía permitirse el lujo de agrietar su fachada.
– Será mejor que te vayas -Paula suspiró de forma exagerada.
– Gracias -con el bloc bajo el brazo, salió de su despacho y avanzó por el pasillo.
Cerró los puños y descubrió que sudaba. Santo Cielo, se sentía como una adolescente en su primer enamoramiento. No podía ser. No cuando había hecho todo lo que estaba a su alcance para unirse a las filas de esa red machista y llegar a ser socia.
Incluida la supresión exterior de su feminidad. Ocultaba las braguitas y ligueros sexys de encaje bajo trajes conservadores, se cubría las uñas de los pies, que llevaba pintadas con colores vivos, con zapatos sensatos, acallaba su sentido del humor y su calidez bajo una personalidad práctica y seria. Cuando se miraba en el espejo, apenas reconocía a la persona que le devolvía el escrutinio.
Peto el próximo año iba a recoger los frutos de su sacrificio. Sería la primera mujer a la que le ofrecerían ser socia y ganaría el respeto de su padre. El hombre que había deseado un hijo y que había recibido a Mallory a cambio, al fin descubriría que era una abogada digna, a pesar de la creencia que tenía de lo contrario.
Respiró hondo. Bajo ningún concepto permitiría que una llamada de Jack Latham, su fantasía secreta, destruyera un sueño que le había costado ocho años hacer realidad. Soltó el aire. «Sí», se dijo, «puedo manejar a Jack Latham».
Se detuvo ante la puerta de su despacho para secarse las manos sobre la falda: luego llamó tres veces en rápida sucesión.
– Adelante -Indicó una profunda voz masculina del otro lado de la puerta cerrada.
Sintió un nudo en el estómago. Giró el pomo, entró en el despacho y cerró a su espalda.
Con las manos unidas a la espalda, Jack Latham se hallaba ante la ventana que daba al Empire State Building.
Los anchos hombros estaban cubiertos por un traje azul marino con finas rayas. De marra y estilo europeos, la chaqueta acentuaba su poderoso cuerpo. Presentaba una visión tan poderosa como el paisaje del exterior.
No se volvió cuando la puerta crujió detrás de ella. A Mallory no la sorprendió. Conocía el juego, del mismo modo que Jack sabía quién estaba ante el escritorio, esperando que le prestara atención. Después de todo; la había llamado. Pero reconocer su presencia de inmediato podría modificar el equilibrio de poder hacia la igualdad, algo que él no querría hacer con una asociada.
Había aprendido que no la molestara y a responder. Carraspeó.
– Disculpe, señor Latham, pero ¿solicitó verme?
Silencio.
«Es extraño», pensó. Aunque, ¿qué conocía de ese hombre? A pesar de que llevaba en el bufete más tiempo que ella, la firma alardeaba de tener setenta y cinco abogados distribuidos en tres plantas de un rascacielos. Sus caminos nunca se habían cruzado de forma individual. Hasta ese momento.
Un intento más y se largaría. Si quería llevar ese juego demasiado lejos, ya podía ir a buscarla.
– ¿Señor Latham?
Esa voz: otra vez. Más suave de lo que Jack había esperado y en contradicción con la fama de abogada dura alcanzada por Mallory Sinclair. El tono era lo bastante suave como para interesar los sentidos de un hombre, y lo bastante ronca como para evocar fantasías de noches ardientes entre sábanas frescas.
Movió la cabeza para despejar la mente. Por todo lo que había visto y oído de Mallory Sinclair, no era una mujer que inspirara visiones seductoras. Y al volverse hacia la única asociada de Waldorf y Haynes, su aspecto lo devolvió a una actitud profesional. La mujer que tenía delante era tan dura como suave su voz. Por el cabello negro recogido de forma severa, la falda excesivamente larga y la chaqueta conservadora, no tenía ni un solo rasgo del tipo de mujer que le gustaba a él.
Pero era la mujer con la que iba a estar recluido en un centro de recreo propiedad de uno de los clientes más importantes del bufete, situado a las afueras de la costa de Long Island. Y solo el Señor sabía durante cuánto tiempo.
Se aclaró la garganta y la miró a los ojos. Detrás de las gafas de montura negra, ella había entrecerrado los ojos de tal modo que él no pudo distinguir si eran azules o grises. Era evidente que la había irritado. No había tenido intención de ganarse su animadversión desde el principio ni había sido su intención menospreciarla.
Mientras esperaba que ella se presentara en su despacho, había llamado su padre para asestarle un golpe personal. Al parecer, su querida madre se había embarcado en otra aventura, esa más pública que la anterior. Y su tolerante padre finalmente había decidido abandonarla. Sintió un nudo en el estómago al pensar que su padre estaba a punto de pasar por la clase de divorcio desagradable en que estaba especializado él, pero ya era hora. El matrimonio jamás debería haber durado… casi ninguno lo hacía… y de no ser por la inagotable aceptación y paciencia de su padre, su madre ya estaría sola. Pero no le quedaba más remedio que relegar los asuntos familiares.
Se apartó de la ventana.
– Estaba preocupado -le explicó a Mallory.
– Es obvio -aferró los bordes del escritorio. -Puedo volver en un momento más conveniente. Tengo mucho trabajo en mi mesa.
Trabajo del que evidentemente él la había apartado, algo que no le gustaba. Dudó de que se sintiera más contenta cuando se enterara del motivo de esa reunión inesperada.
– No, ahora está bien. Siéntese -le indicó el sillón, un regalo de su padre cuando lo nombraron socio del bufete. Su madre ni siquiera se había molestado en asistir a su graduación en la facultad de Derecho, mucho menos reconocer sus logros profesionales.
Mallory se sentó y cruzó las piernas. El desvió la vista a la falda, que ocultaba demasiada piel, incluso para los patrones que exigía su seria profesión.
– Y bien -la voz de ella captó su atención.
«Asombroso», pensó Jack, Cuando no se centraba en los rasgos corrientes o en la ropa a medida, esa voz ronca sembraba el caos en sus nervios. Se movió incómodo en el sillón.
– ¿Qué puedo hacer por usted? -preguntó Mallory.
– Seré breve. Tengo entendido que en este momento se concentra en un acuerdo inmobiliario, pero he decidido distribuir su trabajo para dejarla libre. Para mí.
Ella se quitó las gafas y las limpió con una toallita de papel. En el instante en que esos ojos azules se clavaron en los suyos, Jack sintió como si le hubieran dado un puñetazo. Contuvo el aliento y a punto estuvo de ponerse a toser. Alguien debería haberle advertido que esa mujer tenía unos ojos tan expresivos y magníficos. Antes de que pudiera continuar, ella volvió a ponérselas y le impidieron la capacidad de bucear en esos ojos, haciendo que se preguntara si había imaginado la profundidad y claridad de la tonalidad.
– ¿Qué quiere decir con que ha distribuido mi trabajo? ¿Nadie le mencionó que Mendelsohn Leasing solicitó que llevara en persona las negociaciones de su última adquisición de tierra?
En ese momento, se sentía inseguro acerca de Mallory Sinclair, algo que jamás había sentido con una mujer o en el trabajo. La distancia parecía la mejor apuesta.
– Le aseguro que fui debidamente informado de la situación, pero decidimos sopesar los intereses de todas las partes y la balanza se desniveló a favor de Lederman.
– Nuestro mayor cliente. Uno que ha estado subcontratando a otros bufetes, lo que nos deja vulnerables a perder una importante base económica.
De modo que estaba al corriente de todos los negocios de la firma.
– Sí. Sin embargo, en esta ocasión no hablamos de una fusión o adquisición en potencia, sino del divorcio de Lederman.
– Si usted está involucrado, hasta ahí es evidente -inclinó la cabeza. -Lo que no resulta claro es dónde entro yo. Podría elegir a cualquier asociado especializado en Derecho doméstico o familiar. No me necesita a mí.
Jack apoyó los codos en el escritorio.
– Ahí es donde se equivoca. A pesar de que evidentemente ambos desearíamos otra cosa, la necesito a usted.
Mallory Sinclair no había sido su primera elección como ayudante, pero lo habían superado en votos. Sus socios consideraban que la presencia de una mujer fortalecería la posición del bufete con el cliente y le transmitiría la voluntad de jugar duro contra la esposa, Jack no podía discutir eso. Waldorf, Haynes no podía permitirse el lujo de perder los negocios de Lederman, y asegurarse de que los eligiera a ellos para llevar el divorcio era de máxima importancia.
Tras un momento, ella suspiró.
– ¿Por qué no me explica por qué me necesita? -una pausa. -Por favor.
Jack recogió un lápiz y jugueteó con él entre los dedos.
– Es sencillo. Lederman quiere ganar. Busca un equipo de abogados que simpatice con él, como un hombre cuya mujer quiere aprovecharse de él y que no es reacia a jugar duro para conseguirlo. Y nosotros, los socios, consideramos que el mejor modo de satisfacer sus necesidades es teniendo a una abogada sentada a su lado. Y como usted bien sabe, cuando haya contacto directo con la señora Lederman, una mujer que trate con otra mujer nos brindará una fortaleza mayor. Usted podría relacionarse con ella de un modo que a mí me sería imposible.
Estuvo atento al juego de emociones que debía aparecer por el rostro de ella durante su explicación. No hubo ninguno. Fueran cuales fueren los pensamientos que tenía, se los guardó para sí misma. «Sabe jugar al póquer», pensó y sintió aún más respeto por ella. Podía ver cómo había llegado tan lejos con la vieja guardia de Waldorf, Haynes. Pero no se había ganado por completo la confianza de ellos. Dudaba de que alguna mujer pudiera lograrlo. Era un equipo de chicos y no se avergonzaban de reconocerlo.
Jack no estaba de acuerdo con el modo de pensar que tenían en muchos temas, incluido ese. No confiaba en las mujeres en el campo del matrimonio: su entorno familiar, la historia de los clientes y las estadísticas de divorcios lo apoyaban. Pero sin importar si eran las mujeres las habituales culpables en el frente doméstico, los negocios eran otra cosa. La habilidad era el patrón exclusivo por el que determinaba si confiaba ellas. A los socios mayores no se los hacía cambiar de idea con facilidad, pero Mallory les resultaba útil. Y era obvio que ella lo sabía.
– De modo que soy suya por defecto -asintió. -Al ser la única asociada mujer, claro está.
Él no pudo evitarlo y sonrió, -En cierto sentido, sí.
Por lo que había oído, Mallory Sinclair era una de las mejores. Pero antes de que pudieran ponerse a trabajar, iban a tener que disfrutar de un período de informalidad para llegar a conocerse mejor, exigido por el excéntrico cliente. Por la personalidad distante y el aspecto severo de Mallory, lo informal y relajado no era su especialidad. Lo cual significaba que Jack no anhelaba el tiempo obligado que iban a tener que pasar juntos.
Pero a pesar de sí mismo, el recuerdo de esos ojos azul porcelana permanecía en él.
Ella se puso de píe.
– Supongo que eso significa caso cerrado, entonces.
– Estoy seguro de que sobreviviremos -esbozó una sonrisa con la intención de facilitar las cosas entre ellos. Esperó una sonrisa a cambio y lo decepcionó no recibirla.
– Necesitaré atar algunas cosas antes de poder empezar con el caso Lederman -indicó Mallory.
– No hay problema. Nuestro vuelo sale a las siete de la tarde. ¿Cree que podrá atar los cabos sueltos, hacer la maleta y estar en el aeropuerto en… -miró el reloj-tres horas?
La boca libre de carmín se abrió y volvió a cerrarse. Después de todo, había conseguido una reacción de ella.
– ¿Nuestro vuelo? -sonó más como un graznido.
– El señor Lederman se encuentra en su centro de recreo en las Hampton -asintió. -No quiere recortar sus vacaciones, así que nos trasladaremos allí para conocerlo mejor. Tráigase las gafas de sol y el traje de baño, Nos vamos a la playa.
Mallory bajó las medías de seda lentamente por sus piernas, disfrutando de la sensación sobre la piel. Echaba tanto de menos los pequeños placeres de la vida… la seda, el satén y cualquier cosa suave, razón por la que siempre se esforzaba en mimarse más allá de su imagen conservadora.
Pero ni la abogada tradicionalista ni la mujer enterrada eran lo bastante tontas como para llevar medias a un centro veraniego.
Con Jack Latham.
Tembló ante la perspectiva inesperada de pasar horas en su compañía lejos del bufete. Abrió la maleta y la arrojó sobre la cama.
– ¿Vas a algún sitio estimulante? -su prima Julia entró en la habitación con la exuberancia de una universitaria de primer año. O alguien que podría parecer una universitaria de primer año si no hubiera elegido un camino vital de espíritu libre.
Con solo mirarla, Mallory se sentía vieja más allá de los años. Aún era lo bastante joven como para ser despreocupada, pero la fachada la limitaba. Y eso no podía evitarlo. No, sí quería llegar a ser socia.
– Eh, Mal, te he preguntado adónde vas.
Mallory se volvió hacia su prima. Sus padres eran hermanos, y por una extraña mezcla de genes, las dos compartían un parecido extraño, hasta en los ojos azules. Mirarla era como mirarse en el espejo, con algunos años menos, tanto cronológicos como emocionales. Julia era un manojo de felicidad, y como Mallory, también era una decepción para su padre. Aunque a diferencia de Mallory, no sentía la necesidad de conseguir que este cambiara de opinión.
– Me voy a un balneario y, antes de que te pongas celosa, recuerda que es por trabajo -y con un poco de suerte, también Jack lo recordaría. Porque temía que si lo veía con el torso desnudo y bronceado, con bañador que acentuara y revelara, no sería responsable de sus actos.
Julia se sentó en la cama y cruzó las piernas.
– Puede que sea por trabajo, pero sigue siendo la playa.
– Es lo mismo que dijo Jack.
– ¿Quién es Jack?
– El socio que lleva este caso -con la maleta cargada con una combinación de trajes y faldas ligeros, dobló la ropa interior y la guardó dentro.
– ¿Qué aspecto tiene?
– ¿Qué importa? -soltó Mallory con celeridad. Demasiada, ya que su prima entrecerró los ojos.
– ¿Por qué tan irritable? ¿Tensa por irte con un hombre de setenta años que juzgará cada uno de tus movimientos? -los ojos azules de Julia se clavaron en los de ella y la retaron a revelar lo que pensaba,
A veces Julia era demasiado perceptiva y comprensiva, otro de los motivos por los que la adoraba y la dejaba vivir sin pagar ningún alquiler mientras «se buscaba» en Nueva York,
– Más de treinta y tantos, de aspecto perfecto y soltero -musitó Mallory.
– Te he oído -Julia rió.
– Quería que lo hicieras o no habría hablado en voz alta.
– Esa es mi prima favorita; nada sin calcular, nada sin planear.
– Todo lo opuesto a tu naturaleza espontánea. Sabes que no te haría ningún mal planificar algo. Establecer metas, cartografiar el curso de tu vida.
– Como tampoco te lo haría a ti lanzarte a algo con el corazón y no con la cabeza. Bien, ¿cuál es la historia con el macizo del bufete?
– No hay historia -movió la cabeza. -No con la política de no romances en el despacho y no con un hombre, siempre y cuando los rumores sean ciertos, que es incapaz de comprometerse -«y que no le había demostrado ni una pizca de interés».
Julia se adelantó, apoyó los codos en la cama y el mentón en las palmas de las manos.
– ¿Y? ¿Tiene que comprometerse para disfrutar de una aventura?
– ¿Quién dijo que yo buscaba una aventura?
– Quizá deberías -alargó una mano y sostuvo en alto una de las braguitas de Mallory. -Me parece que estas pequeñeces de encaje se desperdician solo para ti y contigo.
Mallory se la arrebató y volvió a meterla en la maleta.
– ¿Nunca has oído hablar de hacer las cosas para ti misma?
– ¿Nunca te han contado que es más divertido hacerlas con una pareja?
Ante sus ojos danzaron visiones de Jack y ella. Movió la cabeza… todos eran pensamientos inapropiados, inoportunos e imposibles. Más allá de la política del bufete y de sus objetivos a largo plazo, entendía la realidad.
Bajó la maleta de la cama y le sopló un beso a Julia.
– Te llamaré.
– Podría ayudar si te soltaras el pelo -dijo su prima con voz almibarada.
«No si quiero ser socia». Miró la hora. Disponía de treinta minutos. Había solicitado un coche con chófer para que la llevara al aeropuerto.
– He de irme o llegaré tarde.
– No hagas nada que yo no haría.
– Ni siquiera tendré esa oportunidad -musitó para sí misma.
CAPITULO 02
Jack miró su reloj. Faltaba media hora para aterrizar y no veía la hora de hacerlo. No sabía cuánta más proximidad podía aceptar. Mallory se movió en el asiento y la rodilla derecha le rozó la pierna izquierda. Una lanza de calor surcó su muslo.
– Lo siento -musitó ella y suspiró.
Había sido así todo el vuelo. La proximidad forzada hacía que su cuerpo reaccionara de maneras encontradas y confusas. Ella había cambiado el traje rígido por un vestido ligero con un bajo que terminaba mínimamente más arriba y revelaba una tentadora cantidad de piel. Sin medias, veía una piel bronceada y de apariencia suave que atraía su mirada cada vez más.
– ¿Cuál es el plan cuando lleguemos? -preguntó Mallory
Agradecido de poder mantener al fin una conversación normarse volvió hacia ella.
– Lederman enviará un coche a recogernos al aeropuerto. Deberíamos llegar al centro a las nueve. Doy por hecho que podremos deshacer las maletas y dormir un poco. Después, lo que ocurra depende de nuestro anfitrión.
– Con un poco de suerte, podremos discutir sus planes, plantear la estrategia y estar en casa en un par de días.
No se le pasó por alto el tono esperanzado en la voz ronca.
– ¿Qué tiene en contra de la playa?
– Nada, si estás de vacaciones. Pero cada día que pasemos fuera del bufete significa trabajo que se acumula -comentó con frustración.
– Por eso reasigné el grueso de sus casos. Paul Lederman es excéntrico. No le gusta que le den prisas y si se ha negado a abandonar el centro para reunirse con nosotros en el bufete, no se puede contar con que tome una decisión rápida.
Ella musitó algo que él no captó. La observó y se preguntó por qué no hacía nada por potenciar su aspecto. De hecho, se esforzaba por minimizarlo. Se encogió de hombros y llegó a la conclusión de que el vuelo sería demasiado largo si empezaba a querer ir más allá de la fachada que ofrecía Mallory Sinclair.
– ¿Cuáles son los hechos básicos del caso? -ella sacó un bloc de notas del maletín y un bolígrafo. -Cuando usted quiera -se irguió en el asiento.
La mujer era brusca y eficiente, tal como le gustaban los asociados. Pero no las mujeres. A estas las prefería suaves y dóciles, cálidas y entregadas. Esperándolas como mínimo una semana en el centro, no habría escasez de sexo opuesto. Por desgracia, las desconocidas ya no lo atraían, lo que significaba que la vida se tornaba cada vez más complicada.
Una aventura breve y sin ataduras encajaba con su estilo de vida. Si era coherente con sus reglas, no podría terminar en un juicio por divorcio salvo como abogado de una de las partes. Sin compromisos, no podría llegar a ser la triste excusa de hombre engañado en que se había convertido su padre. Pero con la edad llegaba la sabiduría y la discriminación… y una creciente inquietud que no podía entender.
– ¿Señor Latham? ¿Sucede algo?
Al oír esa voz exuberante lo recorrió una oleada de percepción. Una sensación cálida hormigueó en su ingle. Claro que pasaba algo. Todo lo que le inspiraba su asociada estaba fuera de lugar y no le gustaba nada.
– ¿Qué quería? -soltó.
– Los hechos del caso -agitó el bloc de notas para recordarle por qué iban juntos en el avión. -Quiero conocer la situación para impresionar al cliente.
Se encontró con la mirada de ella detrás de las gafas. La cordura retornó y de inmediato se sintió mejor.
– Bien… Puede llamarme Jack -ella asintió con ojos muy abiertos. El se obligó a apartar la vista de esos ojos azules que no lograba ver bien. -Lederman lleva años casado. Tiene cincuenta y ocho y quiere separarse.
– ¿Por qué? -preparó el bolígrafo para plasmar cada palabra que dijera él.
– Diferencias irreconciliables.
– Esa es la definición legal. ¿Qué hay detrás? ¿Qué decantará el acuerdo a favor de él? Siempre que nos contrate para llevarlo.
Jack estiró las piernas todo lo que pudo pero se cercioró de no tocar a Mallory
– Eso hemos venido a averiguar. Entonces decidiremos cómo exponer las faltas de ella a favor de nuestro cliente.
– Ha empleado un giro interesante… las faltas de ella.
– ¿Y eso?
– Da por hecho que la desintegración del matrimonio ha sido culpa de la señora Lederman. Siempre existe la posibilidad de que nuestro cliente tenga igual parte de culpa. Y si ese es el caso, necesitaremos darle un giro positivo a los actos negativos de él.
Él apoyó la cabeza en el respaldo y la miró.
– Eso es lo que he dicho. Necesitamos darle un giro positivo a las cosas.
– Dijo que necesitamos plasmar las faltas de ella… -calló y movió la cabeza. -Olvídelo.
– No estoy seguro de captar la distinción que intenta establecer.
– Estoy segura de que no -suspiró. Se ocupó en guardar las cosas y cerrar el maletín.
– Buenas tardes, señores pasajeros -sonó una voz por los altavoces del avión pequeño. -Estamos a punto de iniciar el descenso, así que por favor, abróchense los cinturones de seguridad…
La voz del capitán impidió que continuaran. Mallory comprobó su cinturón de seguridad y miró por la ventanilla. Era evidente que no deseaba proseguir la conversación. Sin embargo, le había provocado una sensación extraña en el estómago. Como si en los breves minutos de la discusión, lo hubiera juzgado y declarado insatisfactorio.
No le gustaba la sensación de no estar a la altura de sus expectativas y no supo muy bien por qué. Una vez más lo había dejado desequilibrado, solo que en esa ocasión con el deseo ardiente de modificar tanto la opinión negativa que tenía de él como su falta de interés.
A Jack le encantaban los desafíos, pero solo cuando tenían lógica, Y el interés que despertaba en él Mallory Sinclair no lo tenía.
Una brisa cálida soplaba desde el océano. El cabello de Mallory se rizó con la humedad. Eran las ocho de la mañana y su anfitrión aún no había aparecido.
– Vendrá -indicó Jack en respuesta a su irritación no expuesta. -Dijo que desayunáramos y que cuando hubiéramos terminado se reuniría con nosotros.
Alzó la vista de la tostada que tenía en el plato y lo miró… algo que había evitado toda la mañana. Si lo había considerado devastador con traje, resultaba abrumadoramente atractivo con unas bermudas de color caqui y una camisa de manga corta. En los brazos se flexionaban unos músculos poderosos y la piel bronceada se asomaba entre los botones abiertos en el pecho. Llevaba el pelo negro azabache peinado hacia atrás y unas gafas de sol cubrían sus penetrantes ojos grises. Era la perfección en un envoltorio masculino mientras ella era un caos de conservadurismo en un soso vestido azul marino.
Tampoco estaba allí para impresionar a Jack con su aspecto, sino para deslumbrar con su cerebro tanto a él como al cliente. Lo único que necesitaba era desviar los pensamientos de la fachada sexy que le ofrecía.
– Me alegro de que hayan podido venir. ¿Qué les parece mi centro?
Una voz atronadora interrumpió sus pensamientos inapropiados.
– Es increíble, pero usted ya lo sabe -Jack se puso de pie y Mallory lo imitó. -Hace que me dé cuenta de que me he equivocado de profesión -comentó con una risa.
– Siempre será bienvenido aquí -dijo un hombre robusto. -Ahora ayúdenme a deshacerme del albatros con el que me casé y le daré a una suite su nombre y el de la colega que lo acompaña.
Mallory se esforzó en no realizar una mueca ante la cruel palabra empleada para describir a su mujer. La misma con la que se había casado, para bien o para mal. La mujer que daba por hecho que en una ocasión había amado.
– Paul Lederman, le presento a Mallory Sinclair, una de nuestras mejores asociadas, Mallory, Paul Lederman.
Ella extendió la mano.
– Encantada de conocerlo al fin, señor Lederman.
– Llámeme Paul -le estrechó la mano con entusiasmo. -No se puede ser tan formal sentados en la playa y con esta vista.
Ella miró por encima del hombro para abarcar el claro cielo azul y el agua centelleante de fondo. Tenía razón. Pero había estado tan concentrada en no mirar a Jack, que había obviado la belleza que la rodeaba.
– Es un hombre afortunado, señor Lederman -él la corrigió con un movimiento de cabeza. -Quiero decir, Paul. Jack tiene razón. Este lugar es increíble.
– Entonces después de que hablemos, cerciórese de que se relaja y lo disfruta un poco. Me gusta que mis abogados estén en la misma frecuencia de onda que yo -apartó una silla y se unió a ellos a la mesa bajo el gran parasol. -El matrimonio -movió la cabeza. -Un negocio arriesgado.
Mallory tomó el bloc y el bolígrafo, mientras Jack se reclinaba en su silla.
– Lo hizo funcionar veinticinco años. Algo debió de mantenerlos juntos -comentó.
A Mallory le gustó el hecho de que Jack no se adaptara de forma automática al punto de vista de Lederman, aunque por dentro estuviera de acuerdo con él.
– Mi dinero -repuso Lederman.
– Y los hijos -añadió Jack.
– Los chicos ahora son independientes.
– Entonces, ¿qué busca? -preguntó Mallory. -Un juicio rápido o…
– No me importa que sea rápido -cortó-. Solo busco que no se lleve todo lo que tengo. Por aquello por lo que he trabajado toda la vida.
– ¿Su esposa trabaja? -quiso saber ella.
– Diablos, no. A menos que considere trabajar gastarse mi dinero.
– ¿Y qué me dices de criar a tus hijos, Paul? ¿Cuándo dejó de contar eso? -preguntó una voz de mujer.
Mallory alzó la vista.
Una morena mayor pero aún hermosa se hallaba detrás de Paul Lederman.
– ¿Y qué me dices de organizar tus fiestas? ¿De agasajar a tus invitados importantes? ¿De tus caprichos? ¿Tus necesidades? ¿Tu salud? -la mujer miró a Mallory en un búsqueda obvia de comprensión femenina.
En las profundidades castañas, Mallory vislumbró una tristeza y un cansancio que le desgarraron el corazón. Sin conocer todos los hechos, imaginó a la señora Lederman como a una mujer muy parecida a su madre, que sacrificó todo con el fin de favorecer los deseos de su marido.
Pero no podía permitirse el lujo de compadecerse de la esposa de su cliente. No si quería convencer al hombre de que podía representarlo al máximo de su capacidad.
Se concentró en él. No pudo leer al hombre ni los sentimientos que le inspiraba la que iba a ser su ex mujer. Pero vio a un hombre que envejecía, con una ligera barriga y escaso pelo, casado con una mujer elegante y atractiva que todavía deseaba ser su esposa.
– Sugiero que a partir de ahora se comuniquen a través de sus abogados -indicó Jack con voz amable pero firme.
– No sabía que ya habías contratado a los tuyos -comentó la señora Lederman con semblante triste.
– Aún no he tomado una decisión -Paul Lederman tosió una vez.
– Pero eso no significa que no deba protegerse -aconsejó Mallory.
– La dama tiene razón -asintió-, porque pienso contratar a los mejores.
Mallory reconoció la sutil implicación de que todavía no había decidido si Waldorf, Haynes merecían el trabajo, pero en ese momento su enfoque estaba en la señora Lederman y su dolor.
– No me asustas, Paul. Veo en ti a un hombre incapaz de reconocer lo mejor cuando lo tiene en su vida -con las emociones contenidas, se alejó con la cabeza alta.
– No sabía que todavía vivían juntos -Jack rompió el silencio incómodo que reinó.
– Juntos, no -bufó Lederman. -En extremos opuestos del centro. No quiere marcharse. Dice que me ama pero lo que de verdad quiere dar a entender es que no permitirá que la acusen de abandono. Desde su punto de vista, lo mío es suyo y lo suyo es suyo. El maldito lugar se está convirtiendo en La guerra de los Rose -se levantó con rapidez. -Y quiero a alguien que me saque de esto sin una mella considerable en mi cartera -musitando para sí mismo, se marchó y los dejó solos.
– Maldita sea -Jack gimió y se pasó una mano por el pelo-. Es explosivo. No quiero perder a este cliente.
Mallory asintió.
– Aunque nos dé el caso, con su personalidad, si no podemos controlarlo, ella terminará por tener mejor imagen y ganarse las simpatías de todos -martilleó con el lápiz sobre el bloc de notas-. Hay una historia detrás de cualquier fachada amable. Quizá la señora Lederman tenga un amante.
Jack enarcó una ceja. Aunque se había incorporado a Mallory a ese caso por su género, había esperado tener que enfrentarse a cierta empatía femenina mientras trabajara con ella. Pero ahí la tenía, concentrada en las necesidades de su cliente. Debería estar impresionado, pero la ecuanimidad de ella lo molestaba de un modo que no lograba entender. Después de todo, ¿no sabía ya que era ambiciosa?
– ¿Y si es el señor Lederman quien engaña? -preguntó, curioso por ver cómo salvaba ese dilema hipotético.
Mallory se encogió de hombros.
– Todo se reduce al poder. Quienquiera que tenga más poder, en este caso dinero y fuerza de voluntad, gana. No da la impresión de que vayamos a recibir una gran oposición de la señora Lederman -se detuvo para reflexionar.
Durante un momento, Jack albergó la esperanza de que mostrara algún signo de emoción femenina. Pero al instante el momento pasó y Mallory volvió a mirarlo con la determinación reflejada en su rostro.
– Deberíamos aprovecharnos del hecho de que no parece querer el divorcio -continuó. -Emplear eso a nuestro favor para convencer a Lederman de que tenemos la mejor estrategia.
– Todavía no quiere el divorcio. Pero si recibe un golpe duro, lo más probable es que contrate a un abogado que ataque por ella.
– Exacto -la voz de Mallory subió de tono por la excitación que invadió su espíritu.
– ¿Qué propone?
– Debemos atacar primero y el único modo de hacerlo es ganando el control del caso. Llamaré a Rogers para ver qué logra desenterrar en el pasado de la señora Lederman. Mientras tanto, usted interrogue al señor Lederman. Además, es más factible que se abra con usted. Los lazos masculinos y todo eso.
El esbozó una leve sonrisa. No pudo evitarlo. Le encantaba la actitud de ella de tomar el mando.
– ¿Alguna otra orden?
Un rubor inesperado se extendió por las mejillas de Mallory. Durante unos breves segundos, él se preguntó si lograría que esa sangre bombeara con más potencia. Hasta que se dio cuenta de que estaba fantaseando con Mallory. Su colega formal, tiesa y probablemente reprimida.
Era evidente que necesitaba tener contacto con una mujer y pronto. Sequía sexual. No había otra explicación para las reacciones extrañas que despertaba en él su asociada.
– Lo siento -ella movió la cabeza. -No sé en qué pensaba.
– De hecho, diría que ha dado en el blanco y pensado con claridad. Adelante, llame al investigador privado. Si Lederman ve que invertimos tiempo y dinero en él sin tener una garantía, es factible que quede impresionado. Y estoy seguro de que podré decantarlo a nuestro favor antes de que concluya el viaje.
– ¿De verdad? ¡Quiero decir, fantástico! Me pondré manos a la obra.
Su sorpresa era tangible. Dada su probable historia con los otros socios del bufete, Jack lo entendía. Pero no era dado a descartar una buena idea por el simple hecho de que no se había originado en él. Las ideas de Mallory eran sólidas y coincidían en la forma de llevar el caso. Harían un buen equipo.
– Adelante.
Ella lo miró y asintió.
Jack fue incapaz de romper el contacto visual. ¿Por qué le importaba lo que ella pensaba o sentía mientras cumpliera bien con su trabajo? ¿Por qué tenía la permanente sensación de que poseía un lado femenino? Los sentimientos que le inspiraba Mallory Sinclair carecían de sentido. Aunque dudaba de que Lederman estuviera limpio, estaba seguro de que Mallory tenía razón. Si hurgaban a suficiente profundidad, descubrirían algún trapo sucio de la señora Lederman,
Pero la dura indiferencia de Mallory por la situación de la otra mujer no lo abandonaba. Y sabía por qué. Esa firme determinación de tener éxito a toda costa le recordaba la tenacidad de su madre en tomar lo que quería fuera del matrimonio, sin importarle las repercusiones que tuviera sobre su padre. Una extraña analogía, pero certera.
Y que despertaba el deseo de ver hasta dónde llegaría en nombre del trabajo. Adelantó el torso.
– Mallory.
– ¿Sí? -se detuvo mientras recogía sus cosas.
– Si se encuentra con la señora Lederman, y es posible que lo haga…
– No se preocupe, Jack -se levantó. -Puedo manejarla -respiró hondo. -Puedo llegar a la esposa vulnerable que acabamos de ver. De mujer a mujer, ya sabe.
Jack cerró los ojos. Lo sabía. Era el motivo exacto por el que la habían elegido para ese caso. Pero oírselo exponer de forma tan indiferente, como si no se identificara en nada con la señora Lederman, le ofrecía una impresión de ella en la que no quería creer. Su lado profesional estaba impresionado, pero el hombre anhelaba ver que era humana, que al menos sentía una afinidad femenina con la señora Lederman, aunque no pudiera actuar de acuerdo a dichos sentimientos.
Y aún quería saber que no era tan fría ni calculadora como parecía.
– Aunque sea una vez en este viaje, me gustaría ver a la mujer que hay detrás de la fachada helada.
Se puso rígida y Jack maldijo para sus adentros. No había tenido la intención de hablar en voz alta ni de insultarla. Simplemente, no era capaz de entender las emociones encontradas que despertaba en él. Pero no era una excusa y dudó que ella lo entendiera.
Mallory pegó el bloc contra el pecho. -Doy por sentado que no ha sido un cumplido.
– Escuche, no pretendía decir nada con ello. Solo fue un comentario irreflexivo…
– Sin tacto y machista. No me ha ofendido -pero los labios le temblaban al hablar.
No la creyó. Aunque no había salido corriendo dominada por el llanto y su fortaleza lo impresionaba, había logrado agrietar la máscara fría que había pegado en su rostro. En esa ocasión ella no fue capaz de ocultar el dolor que las palabras le habían producido.
Se sintió más rastrero que una serpiente. Había conseguido lo deseado. No había visto su lado femenino pero sabía que uno existía. Por desgracia, en el proceso había obtenido poca satisfacción y no solo por haberla herido, sino porque al causarle dolor, había aprendido algo sobre sí mismo y Mallory. Le importaban sus sentimientos… algo raro en él en lo referente a las mujeres.
La miró a la cara. Ella había logrado exhibir una sonrisa falsa que Jack no se tragó.
– Nos vemos -dio media vuelta y se marchó, con la falda azul demasiado larga y el pelo recogido en un moño poco atractivo.
– Demonios -dijo en voz alta. Miró en torno a la playa, que se había llenado de mujeres. Mujeres poco vestidas, solteras.
Si Mallory lo atraía de tantas maneras, debía de haber un motivo.
Quizá solo necesitaba hacer el amor.
CAPITULO 03
Así que quería ver a la mujer que había «detrás de la fachada helada». Mallory abría y cerraba los cajones en su habitación, arrojando cosas sobre la cama mientras musitaba en voz alta.
Había tenido el descaro de llamarla fría. Recogió la braguita más decadente y pecaminosa y la sostuvo en el aire. ¿Podía ser fría si sus gustos se decantaban por la seda y el satén? ¿Por sábanas suaves y cálidas como el brandy? ¿Por sueños eróticos que no podía compartir con nadie, incluido el hombre que los inspiraba?
Apartó la lencería y se sentó en la cama. Se secó una lágrima perdida. Le importaba lo que pensaba de ella y odiaba, odiaba, todo lo que a ojos de él era Mallory Sinclair. Una mujer que ella había creado para alcanzar la meta de su vida.
Una meta que de repente pasaba a un segundo plano en su deseo de mostrarle a Jack Latham que su corazonada era correcta. Era evidente que había percibido que en Mallory había algo más que lo que veía el mundo. De igual manera que ella creía que había algo más en Jack Latham que la imagen de Terminator que ofrecía.
Pero había entrado en juego el doble rasero y Jack la había criticado por realizar su trabajo tan bien como cualquier hombre. Puede que a ella no le gustara el punto de vista de su padre en muchas cosas, pero le habían inculcado algunos valores que admiraba y por los que regía su vida. Incluidos la lealtad, el respeto y el poder… tanto en las relaciones como en las carreras. Y ahí estaba, tratando de esforzarse por un hombre que era evidente que hería a su mujer. Pero el trato que le diera a la señora Lederman no importaba o no debería importar para los profesionales contratados para representarlo en un divorcio. Y eso era Mallory. Una profesional.
Jack debería entenderlo, ya que se regían por la misma ética. Pero como ella era mujer, esperaba que actuara de manera diferente. Que mostrara sus emociones. Viniendo de él, ese maldito doble rasero dolía. Sin saber por qué, había esperado más de Jack. Representaba a maridos contra esposas sin importar la justicia o la verdad. Porque era su obligación ética.
Después de haber pasado tiempo con él, después de haber visto profundidad más allá del atractivo y del cuerpo tonificado, no podía dejarlo con la impresión que evidentemente tenia de ella. Jack quería ver a la mujer que había detrás de la máscara. Y ella tenía el suficiente orgullo como para querer quitarse la fachada y mostrársela.
Reflexionó en la mejor maneta de lograrlo. Cuando tuvo formulado un plan, había conseguido entusiasmarse con las tentadoras e intrigantes posibilidades que se le presentaban.
Miró el reloj. Disponía de algo de tiempo libre antes de tener que volver a reunirse con él. El suficiente para poner las cosas en marcha.
Se apoyó sobre la almohada, cerró los ojos e imaginó la reacción de Jack. Apoyó la mano en la suave tela de las braguitas. Una leve presión más abajo alivió la palpitación e incrementó la necesidad. Los dedos se deslizaron sobre la seda y perfilaron el montículo. «Es tan fácil, pensó. Podía eliminar el ansia y continuar con su día. Pero aliviar la tensión acabaría con la expectación que sentiría al observar a Jack.
Quería hacer que necesitara a Mallory Sinclair, la mujer.
Luego, quería llevarlo hasta el precipicio… y tirarse al abismo.
Y quería caer con él, no sola.
«Que empiece la seducción», decidió.
Podía acostumbrarse a eso. El olor del océano, el cielo azul despejado las mujeres sexys en biquini. Se reclinó otra vez en su asiento y estiró las piernas delante de él. El sol golpeó sobre su piel, cálido y generoso.
– Lamento llegar tarde. Tuve que hacer unas cosas y tardé más de lo previsto.
Mallory se sentó frente a él, tensa en el mismo vestido azul. Pero no parecía molesta por el incidente de aquella mañana, lo que agradeció.
– ¿Todo está bien?
– Nos marchamos con tanta prisa que olvidé algunas cosas -asintió.
– Bueno, me encontré con Paul en la sauna. Pasamos una hora quejándonos de lo mucho que piden las mujeres. Es demasiado pronto para presionarlo para que tome una decisión, pero empieza a confiar en mí. He de ponerla al corriente de algunas cosas.
– Suena bien.
– ¿Una copa primero? -preguntó. Ella titubeó. -Considere que son más unas vacaciones que un viaje de trabajo. En serio, estamos aquí porque Lederman quiere llegar a conocernos fuera del bufete. Como ya he dicho, es un excéntrico. Así que adelante. Beba una copa -quería que se relajara. Era imposible que pudiera pasar una semana en su compañía si seguía dando la impresión de que huiría a la primera oportunidad que se le presentara. Después del comentario irreflexivo de aquella mañana, no iba a tocar el tema de su ropa en ese momento, pero no sabía cuánto tiempo podría verla asándose bajo el sol cegador. Llamó al camarero. -La señorita va a tomar… -intentó evaluar qué iba a tomar la señorita Sinclair. -¿Vino blanco espumoso?
– Un club soda, por favor -corrigió.
Jack se contuvo de poner los ojos en blanco.
– Para mí lo mismo -alzó la copa que había contenido un vodka con hielo.
– Enseguida vuelvo con sus pedidos -asintió el camarero.
– ¿Qué decía de Lederman? -continuó ella.
– Aparte de quejarse del matrimonio, oculta algo -Jack se acabó la copa.
– ¿Qué lo impulsa a decir algo así?
– Recibió una llamada de teléfono. Salió de la sauna a tal velocidad que a punto estuvo de perder la toalla -rio y esperó que ella lo imitara.
La expresión de Mallory se mantuvo firme. Él contuvo un gemido. No podía imaginar que no le resultara gracioso, de modo que aún debía seguir enfadada. Pero no pensaba repetir la conversación de la mañana. Mejor concentrarse en el trabajo.
– En cualquier caso, cuando regresó le pregunté si todo iba bien. Pensé que quizá había surgido una emergencia en el centro, No logró salir muy airoso, porque se acaloró y titubeó, y luego respondió que su hijo había llamado desde California.
– ¿Por qué está tan seguro de que no es así? -se encogió de hombros.
– Instinto. Además, de ser verdad, era una respuesta lo bastante sencilla sin que tuviera que agitarse tanto.
– Cierto -asintió. -¿Qué cree que esconde? No tiene sentido que nos lo oculte a nosotros. No si estamos de su lado.
– De acuerdo. Y pretendo averiguarlo en cuanto…
– Aquí tienen sus copas.
El camarero intercambió la copa de Jack por una nueva que ya no lo atraía, pero de todos modos le dio las gracias y volvió a mirar a Mallory.
– Podría preguntarle abiertamente qué sucede, pero…
– Disculpe, señor, pero esto es para usted -el camarero le entregó un trozo de papel doblado.
– ¿Mensaje de teléfono? -preguntó Jack.
– De hecho, el barman me preguntó si reconocía el nombre que aparecía en la parte superior, y como usted acababa de firmar el almuerzo…
– ¿Le dijo quien lo dejó?
– Lo encontró en la barra cuando se despejó de la gente que había bajado a comer.
– Extraño -alzó el papel doblado y le llegó una fragancia femenina.
– ¿Desean algo más? -preguntó el camarero.
– No, gracias -indicó Mallory con su voz educada pero ronca.
Jack movió la cabeza, luego abrió el papel. Invitación de Seducción… una velada privada para cenar, bailar y gratificar los sentidos. A las ocho. Cabaña de la playa número diez. Trató de tragar saliva pero sin éxito. Había más instrucciones, alusiones seductoras sobre lo que podía esperar si aceptaba.
Le dio vuelta a la hoja y leyó lo que había del otro lado. Sé puntual. Y ven con hambre. Se le humedecieron los ojos y recogió la copa que momentos antes no le había apetecido. El alcohol lo empeoró, porque le quemó la garganta y lo hizo toser.
Mallory se levantó y le hizo una señal al camarero.
– Agua, por favor. ¿Se encuentra bien? -le preguntó a él.
Jack tragó saliva y la respiración fue más fácil.
– Sí. Me… atraganté.
– Oh -volvió a sentarse. -Por un momento me asustó. Pensé que tendría que hacerle el boca a boca.
La miró fijamente, convencido de que no la había oído bien.
– Resucitarlo, porque pensé que había dejado de respirar -se apresuró a explicar ella. Agitó una mano. -Olvídelo. Siempre y cuanto esté bien.
– Lo estoy -miró la nota que en ese momento tenía sobre el regazo. ¿Quién diablos podría haberla enviado? Miró alrededor, pero la multitud de mujeres en traje de baño no le ofreció ninguna pista.
– ¿Es de Lederman? -preguntó Mallory.
– Espero que no.
– Es personal.
Ella se encogió de hombros.
– Muy bien, ¿de modo que piensa preguntarle abiertamente qué es lo que sucede?
El escrutó a cada mujer que pasaba. Ninguna le ofreció señal alguna de que hubiera enviado la nota, pelo alguien le había realizado una proposición que parecía excitante y tentadora.
Sería un tonto si no se presentara a las ocho.
Y sería un tonto aún mayor en protagonizar la fantasía de una mujer desconocida.
– ¿Jack? Jack. Pregunté si piensa enfrentarse a Paul Lederman -repitió, confusa por la incapacidad de él de concentrarse.
Jack experimentó el impulso absurdo de confiarse a ella y eso mismo le indicó lo extraño que había estado desde que iniciaron ese viaje.
Y en ese momento recibía una nota. La acercó a la nariz.
¿Floral? ¿Oriental? No terminaba de identificar la fragancia, aunque le parecía haberla olido ya.
– Quizá deberíamos dejarlo para otro momento. Es evidente que está distraído -Mallory se puso de pie.
– Espere.
– ¿Por qué? Nada de lo que digo o hago parece mantener su interés. ¿Por qué no se ocupa de los asuntos personales y nos reunimos más tarde?
– Siéntese, Mallory -soltó un leve gemido. -Me preguntó si pensaba enfrentarme a Lederman. La respuesta es «no». Este hombre opera de la siguiente manera: le gusta desarrollar la confianza poco a poco. Por eso estamos aquí, para que nos evalúe, para desarrollar esa confianza. El bufete aún lleva casi todos sus negocios, pero esto… esto es personal. Cuando se sienta preparado, nos lo contará.
– ¿Y mientras tanto?
– Esperamos. Disfrutamos de la playa. De la vista -«Sé puntual. Y ven con hambre»-. De la comida -musitó.
– ¿Perdón?
Movió la cabeza. Ella tenía razón. No podía concentrarse en ese momento en el trabajo. Quienquiera que le hubiera enviado la invitación podía estar observándolo. Evaluándolo. Le tembló el cuerpo.
– Tiene razón. Dejémoslo para después.
– Descanse primero -Mallory asintió -, ¿Qué le parece a las ocho?
Jack respiró hondo y se obligó a sonreír.
– Creía haberle dicho que considerara nuestra estancia aquí unas mini vacaciones. Tómese la noche libre y hablaremos por la mañana.
– Como quiera -dio media vuelta y se marchó.
Volvió a agitar la nota en el aire para saborear el aroma persistente y el efecto excitante que este surtía sobre sus sentidos. Quienquiera que le enviara la nota lo había hecho con la intención de estimularlo y excitarlo. Pues había hecho un buen trabajo. Tanto que aún no podía levantarse, y probablemente necesitaría un rato para hacerlo.
El crepúsculo envolvía la playa mientras la noche se aproximaba. Con encendida anticipación, Jack observó el reloj digital de la habitación acercarse a la hora. Una suave brisa entraba por la puerta abierta de la terraza. El cuerpo le palpitaba al ritmo de las olas que rompían en la playa. El corazón le martilleaba frenético en el pecho. El deseo fluía con rapidez y furia.
Pero no tenía ni idea de lo que iba a encontrarse.
Una cosa estaba clara: el misterio era un poderoso afrodisíaco. La necesidad de saber y el deseo de participar en la fantasía hicieron que olvidara su regla en contra de una aventura de una noche. No sabía si luego lamentaría haberse presentado. Pero en ese momento, nada podía impedirle que aspirara esa fragancia embriagadora en persona. Nada podría impedirle llegar a tiempo. Y mientras cerraba la puerta de la habitación a su espalda y salía a la oscuridad del exterior, el fuego chisporroteante se convirtió en una llama poderosa.
El centro alardeaba de tener diez cabañas aisladas, diseminadas a lo largo de la playa. Gracias al mapa que había en su habitación, no le costó encontrar la Cabaña Diez.
Siguiendo las instrucciones detalladas, cerró los ojos, alzó la mano y llamó a la puerta. En la oscuridad, los sonidos se magnificaron y los nudillos contra la madera también resonaron en el interior de su cabeza. Los grillos interpretaban una sinfonía y la brisa agitaba las ramas próximas. Pasaron segundos y luego oyó unos crujidos al abrirse la puerta.
Experimentó un nudo en el estómago y el deseo de mirar se tornó abrumador. Pero las instrucciones habían sido claras. Si quería que se le concedieran los deseos, debía seguir las reglas y mantener los ojos cerrados.
Sin advertencia previa, una mano suave le aferró la muñeca. Se le resecó la boca. No se pronuncio ni una palabra, pero un tirón insistente lo hizo avanzar al interior.
Cruzó un amplio espacio hasta que una sacudida de la muñeca hizo que se detuviera. El calor de un cuerpo femenino se acercó. No supo muy bien cómo lo percibió, pero de algún modo supo que la tenía frente a él. Entonces inhaló la fragancia que había estado con él toda la tarde. Le despertó los sentidos y sacudió su contención.
Las manos de ella se posaron en sus hombros y lo empujaron hacia abajo hasta que se sentó, envuelto por unos cómodos cojines y lo que creyó que era terciopelo.
– Tengo que mirarte -murmuró.
Sintió la negativa con la cabeza, el contacto de unas delicadas yemas de dedos sobre sus párpados. «Aún no». Las palabras no pronunciadas flotaron entre ellos.
– Has seguido las instrucciones. De modo que ahora recibirás tu deseo. Querías ver a la mujer que había detrás de la fachada helada -las palabras fueron un susurro delicado.
Pero la voz ronca era descaradamente familiar… y excitante, como había sido desde el principio. No obstante, la sorpresa le hizo abrir los ojos.
Esperaba ver a Mallory Sinclair, la abogada. Pero ahí había una seductora con unas curvas que jamás había soñado que Mallory poseyera. Unas gloriosas ondas de pelo negro fluían sobre sus hombros. Un maquillaje perfectamente aplicado acentuaba unas facciones que sólo había considerado potenciales.
Se había equivocado.
La perfección no se podía mejorar, y de no haber estado tan atrapado en lo que ella podría ser, habría visto a esa Mallory desde el principio. Mallory Sinclair, la belleza voluptuosa.
La mujer que le había enviado la invitación y que le reservaba una velada entera de seducción.
CAPITULO 04
– ¿Qué pasa, Jack? ¿Te comió la lengua el gato?
Mallory se acercó tanto, que no fue capaz de respirar, y mucho menos contestar.
Las uñas de ella, pintadas de un profundo color coral, marcaron un sendero desde su mandíbula hasta el primer botón del polo. Tembló ante el ataque descarado.
– O tal vez el cuello es demasiado prieto para que respires y hables al mismo tiempo -murmuró ella. Con dedos ágiles, le desabrochó el primero.
Habría respirado mucho mejor de no ser por el aliento cálido de ella en la mejilla, el mohín de esos labios también de color coral y el aroma embriagador que lo envolvía. Todo se combinaba para excitarlo. Nunca habría imaginado que estaría ante su colega supuestamente reprimida, y en ese sentido lo había sorprendido.
Y a Jack no le gustaban las sorpresas. En el tribunal jamás formulaba una pregunta cuya respuesta desconocía. Demasiados abogados habían caído por simples presunciones. Demasiados hombres habían caído en el engaño de creer que conocían a la mujer con la que estaban. Jack no pensaba caer ni dejar que lo engañaran, y menos una mujer.
Establecía sus propias reglas y luego vivía de acuerdo con ellas. Pero había roto una al responder a la invitación, de modo que el único culpable de que en ese momento se encontrara en desventaja era él.
– Quizá me sorprendiste -la miró y volvió a callar aturdido por el azul impactante de sus ojos.
– La fachada helada -asintió.
Captó el hielo en su voz junto con el deje de dolor que no logró esconder. Era Imposible que volviera a asociar a esa mujer con la palabra «fría».
– Te Insulté.
Ella inclinó la cabeza.
– Sí, me insultaste. No obstante, he de reconocer que fue una descripción interesante de una mujer a la que apenas conoces.
Sus palabras daban a entender que pretendía corregir no solo su errónea suposición, sino también el estado de su relación.
El siguiente movimiento de ella le demostró que tenía razón. Se acomodó en los cojines al lado de él, tan cerca que se olvidó de respirar durante unos momentos.
Mallory dobló las piernas al estilo indio. La mirada de Jack se vio atraída a la tela suave y brillante de la falda de seda amarilla, luego a la fina y delicada sandalia que le cubría los pies. El tono coral acentuaba sus uñas, tal como lo hacía con los labios y las manos.
Ella jugueteó con la falda hasta que cayó provocativamente entre sus piernas, tapando y revelando al mismo tiempo. Jugaba con él. Los dos lo sabían, pero Jack disfrutaba tanto que no quería pararlo.
– Doy por hecho que si estoy aquí, es para que puedas demostrar que me equivoqué en mi suposición.
– La dicotomía es interesante, ¿verdad? -preguntó ella.
Tentar. Atormentar. Incitar. Era evidente que no pensaba contestarle de forma directa. La miró. Se negaba a entregar el poco poder que poseía en ese juego preparado por ella.
– Todos y todo en la vida tiene dos caras, dos lados. No siempre agradables.
Temprano en la vida había aprendido que su cariñosa madre, en público la esposa devota, era en la intimidad una mujer fría, indiferente y mentirosa. A medida que pasaba el tiempo, dejó de importarle quién conociera la verdad y la dicotomía que había ofrecido terminó por fundirse en una mujer infeliz. Desde entonces, Jack se había convertido en un experto de los dos rostros de la naturaleza humana.
Mallory entrecerró los ojos, como si comprendiera que sus palabras revelaban parte de su alma. Maldijo en silencio. ¿Cómo había podido olvidar que esa mujer seductora tenía una mente como una trampa de acero y los instintos de un tiburón asesino? ¿Por qué le resultaba tan fácil olvidar que poseía otro lado más frío y calculador?
¿Qué Mallory era real y cuál la impostora?
– De modo que ya estás sintonizado con las sutilezas de la naturaleza humana. Estupendo, ya que facilita mucho mi trabajo -esbozó una sonrisa sexy.
Jack se preguntó qué tramaría a continuación.
Pero no le cabía ninguna duda de que sería la primera en retroceder. La política que prohibía los romances en el bufete pesaría mucho más en su mente, ya que esperaba ascender y sabía que el voto de él podía destruir sus posibilidades y todo aquello por lo que había luchado. El jamás pondría en peligro su carrera por esa invitación a la seducción. La respetaba demasiado como abogada y admiraba demasiado a la mujer que lo había incitado a presentarse allí para enseñarle una lección bien merecida.
Pero podía disfrutar durante el trayecto.
– Es evidente que hablé fuera de lugar esta mañana al emplear la palabra «helada», Pero la palabra «fachada»… fue certera.
Ella esbozó una amplia sonrisa y su rostro adquirió una cualidad radiante.
– Eres un hombre inteligente, Jack. Fachada, Definida significa una apariencia o efecto falso, superficial o artificial.
– ¿Y es eso? -aunque los trajes que se ponía a diario hacían poco para revelar curvas femeninas, en ese momento Jack veía en abundancia. Poseía unos pechos plenos, más llenos de lo que había imaginado, y por encima del escote en «V» se insinuaba una piel de porcelana.
– ¿Te preguntas quién es la Mallory real? -la risa ronca iluminó el aire nocturno-. Eres tú quien debe averiguarlo.
Lo provocaba con infinitas posibilidades sensuales,
– ¿Estás preparado para comer? -preguntó ella.
La cuestión conducía a pensamientos de delicias decadentes, de manjares sobre sus labios brillantes y secretos femeninos ocultos, Pero dudaba de que fuera eso lo que Mallory tenía en mente.
Quería cerrar la distancia que los separaba, pasar la mano por la extensión de piel de su cuello y hombros, acercarla lo suficiente como para devorarla con la boca.
– Estoy hambriento -respondió, Y si ella bajaba la vista, podría calibrar exactamente lo famélico que estaba. Se le resecó la garganta-, Aunque preferiría primero una copa.
Ella se levantó con gracilidad y se dirigió al minibar.
– ¿Vodka con hielo?
– ¿Lo recuerdas?
– Presto atención -«a todo acerca de ti», pensó.
Jack Latham era un potente envoltorio masculino. Y ahí estaba el problema. Su obsesión mental con él y lo que pensaba de ella la habían llevado a ese precipicio peligroso. Había desafiado su feminidad y había respondido, arriesgando su carrera y su futuro. No podía creer que hubiera llevado tan lejos la humillación que le había provocado el comentario insultante. Pero una vez hecho, no le quedaba más alternativa que seguir adelante,
– Yo también presto atención. Tu fama de minuciosidad y tu pericia no tienen igual entre los asociados del bufete.
– Gracias.
Después de servir el vodka para Jack y un vino para ella para ganar coraje, regresó al sofá. Con un poco de suerte podría mantener el control de sí misma y de sus reacciones al mismo tiempo que ponía a prueba las de él.
Cuando le entregó la copa sus manos se rozaron. Un contacto breve y fortuito, pero una oleada de percepción le recorrió el cuerpo, «Ahí se va el control», pensó. Se obligó a mantener la calma, a olvidarse de los negocios y a concentrarse en Jack.
Cuando hubiera acabado la velada, a él no le quedaría ninguna duda sobre sus atributos y armas de mujer. Pero, una vez establecida la aclaración, las cosas entre ellos podrían volver a la normalidad. Como si algo pudiera volver a ser normal después de haber estado tan cerca de su fantasía.
Se sentó junto a él y reinó el silencio.
– Háblame de Terminator -pidió ella antes de que Jack pudiera tomar el mando de la conversación.
– Es una gran película, pero la primera fue mejor que la secuela -respondió con celeridad.
Percibió su incomodidad y se preguntó cuál sería la causa de su retraimiento. Se llevó la copa a los labios.
El líquido arrutado le humedeció la boca y le permitió hablar,
– Estoy de acuerdo. Las secuelas rara vez son tan buenas como el original. En Terminator II, Linda Hamilton exhibía demasiados músculos. Sin embargo, hacía que los hombres babearan -se encogió de hombros. -Siempre pensé que os gustaban las mujeres más suaves.
Él se mostró sorprendido por la respuesta de ella. Evidentemente, creía que insistiría para que le diera respuestas acerca de qué lo convertía en el terminator del bufete.
Mallory prefería la sutileza. De esa manera, él no sabría que era tan fácil de leer. La inoportuna broma cinematográfica le había brindado una mayor visión personal de sus sentimientos que si hubiera respondido con hechos comprobados.
Pasó la lengua por el borde de la copa y disfrutó de cada gota de vino. Se sintió gratificada cuando él siguió cada movimiento y los ojos se le dilataron por el deseo.
– Y bien, ¿cómo te gustan las mujeres a ti, Jack? ¿Suaves y femeninas o más duras, con un toque de acero?
El esbozó una sonrisa sexy.
– Me gusta que posean un poco de ambas cosas. Fuertes y capaces por fuera, pero suaves y dóciles, cálidas y entregadas por dentro -alargó la mano y le quitó la copa, que dejó sobre la mesita.
– Más o menos como tú -murmuró. Le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja.
Su contacto era cálido y sexy, igual que el timbre de su voz, y Mallory reaccionó. Los pezones se le contrajeron bajo la seda y el escueto sujetador que llevaba. Faltaba poco para que perdiera el escaso control que poseía.
– A menos, desde luego, que esto sea una representación.
Así que quería poner a prueba sus límites y ver si volvía a ser la Mallory distante y helada. Quería ver quién huiría primero. Pobre Jack. No tenía ni idea de que estaba dispuesta a llegar hasta el final y asumir las consecuencias más tarde,
– Quizá es una representación. Tal vez no, La cuestión es que aún no estás seguro, ¿verdad?
– Todavía no -se inclinó hasta que sus labios casi se unieron. -Pero la noche aún es joven y pretendo averiguarlo.
Encendido con un rastro de vodka, su aliento la tentaba con promesas seductoras que ella aún no estaba preparada para hacer o mantener.
– No tan deprisa -con suavidad lo empujó por los hombros antes de que pudiera poseerle la boca en el beso que con tanta desesperación anhelaba. Pero no podía arriesgarse a involucrarse de forma seria con Jack Latham, y cualquier cosa más allá de esa velada juguetona constituiría una relación. Algo que ni sus emociones ni su carrera podían permitirse.
Había dedicado demasiados años a encaminarse a formar parte del bufete en términos de igualdad. Quizá demasiados años solitarios y frustrados, pero si quería recibir la recompensa final, no podía sucumbir a la necesidad emocional con el único hombre al que siempre había deseado,
Se obligó a recordar sus prioridades, algo difícil cuando tenía al alcance de la mano besarlo, y se levantó.
– Dijiste que tenías hambre -se acercó a la mesa donde el servicio de habitaciones había dejado una cena completa y una bandeja con canapés.
– Estoy famélico.
La risita profunda reverberó dentro de ella, No se sentiría divertido cuando ella hubiera terminado.
Jugó con una bandeja con uvas y diversos quesos distribuidos de forma elegante. Lo único que quedaba por descubrir era si tendría agallas para ejecutar su plan.
«Fachada helada. Fachada helada». Las palabras de él rebotaron en su mente, avivando todos y cada uno de sus instintos femeninos. No sabía nada de ella y quería que lo descubriera.
No quería que lo olvidara jamás.
Depositó la bandeja delante de ellos en una mesita y arrancó una uva.
Se acercó a él al tiempo que se la llevaba a la boca y el zumo suculento estallaba en el interior.
– ¿Te gustan las uvas?
Él miró fugazmente la bandeja antes de encontrarse con sus ojos.
– Podría dejarme convencer de probarlas.
– Esperaba que dijeras eso -«ahora o nunca», pensó Mallory mientras cerraba la distancia entre ellos y apoyaba los labios sobre los de Jack.
Los ojos de Jack al principio registraron sorpresa, luego se oscurecieron por el deseo. Mallory cerró los suyos para no ahogarse en la profundidad de la mirada de él, le frotó los labios con delicadeza y empleó el zumo de la uva para provocar y excitar. Los labios de él estaban húmedos, y cuando dejó escapar un gemido ronco con sabor a vodka y a hombre, Mallory sintió que una bola de calor estallaba en su interior al descubrir que la pasión era recíproca. Pero eso no bastaba.
– Querías probar las uvas -musitó sobre sus labios. -Ábrete y prueba la fruta, Jack.
Sabía que no era un hombre propenso a recibir órdenes, pero no tuvo que exigírselo dos veces. El abrió los labios e introdujo la lengua en la boca ardiente y húmeda. El gemido que emitió en esa ocasión fue más ronco y notó que le temblaba el cuerpo. Jack alzó las manos, le enmarcó el rostro con ellas y se lo inmovilizó.
En todos sus años de vida, Mallory jamás había experimentado el descontrol de la llama del deseo. Aunque había disfrutado de sensualidad, aún no había encontrado al hombre que desencadenara su «yo» oculto. Jack Latham era ese hombre y no podía negar el anhelo. La enlazó por la cintura y la aproximó más. Ella respondió arqueando la espalda para frotar adrede los pezones dolorosamente erectos contra el torso masculino, buscándolo al tiempo que buscaba alivio.
Sin advertencia previa, la lengua de él se tornó más exigente e insistente. Tomó el control con los mismos movimientos de penetración que ella había probado. Se mostró persistente y la vació de la humedad que poseía. Mallory echó la cabeza hacia atrás y él le recorrió todos los rincones de la boca como un amante que se entregara al olvido carnal.
Una vocecilla en la cabeza le susurró algo acerca de enseñarle una lección y le advirtió que recuperara el control antes de que fuera demasiado tarde. Los labios de él eran tan duros y perfectos, las caricias tan exigentes, que Mallory anheló sucumbir a cada sensación, sabor y matiz. Cuando él frenó y le mordisqueó el labio inferior, tenía todo el cuerpo encendido. Todos sus pensamientos y deseos estaban sincronizados con Jack.
Lo agarró de las muñecas con el fin de anclarse en algo. No pudo decir quién rompió primero el beso, pero cuando se separaron, necesitó el contacto encendido que proporcionaba su piel, que permaneciera la conexión establecida con él.
– Delicioso -la voz ronca de Jack sonó como un gruñido.
– Así que te ha gustado el zumo de las uvas -sus labios sensibilizados esbozaron una sonrisa.
Él asintió. Ella alzó el anillo circular de uvas de la bandeja y se lo pasó de forma provocativa por el cuello.
– Me gustó, pero creo que necesito cerciorarme -musitó Jack.
Inclinó la cabeza y mordisqueó del collar que había creado, Mallory creyó haber muerto y subido al Cielo. La cabeza oscura se inclinó sobre su pecho y el cabello sedoso le acarició el cuello. El poderoso aroma masculino era embriagador y líquido como el deseo. Y los labios en ese momento no solo se dedicaron a mordisquear la fruta, sino también a probar su piel.
Tembló y gimió. Echó la cabeza atrás para ofrecerle mejor acceso, tanto a la fruta suculenta como al valle entre sus pechos. Suspiró cuando el aliento la provocó, pero él no la tocó.
Al final alzó la cabeza con una sonrisa perversa.
– Una fruta dulce y generosa -ella volvió a sentir la boca llena-. Húmeda, no seca -el calor se apiñó en su estómago. -Sorprendentemente caliente al tacto.
La humedad goteó entre sus piernas, aunque logró formar un pensamiento coherente y hablar.
– ¿Caliente? -la palabra escapó de su garganta.
– Echa humo.
– ¿Como lo opuesto a helado? -preguntó.
– Desde luego -sonrió.
Con más pesar del que dejó entrever, se adelantó para rozarle los labios con un último beso. Antes de obligarse a ponerse de pie sobre piernas inseguras.
El la observó con cautela y Mallory percibió que sabía exactamente qué era lo que pasaba por su cabeza. Sus palabras demostraron que no se equivocaba.
– Has demostrado tu punto.
– Supongo que sí -sabía que esa noche también ella había aprendido una lección valiosa.
Bajo ningún concepto quería que acabara la velada, pero había conseguido su objetivo y una buena estratega se marchaba en el momento óptimo… antes de perder lo ganado.
– Creo que podemos dar por concluida la sesión.
– Supongo que sí -se puso de pie. Inició unos pasos sexys y perezosos hacia la puerta, pero se volvió y se aproximó otra vez a ella. -Eres una oponente extraordinaria, Mallory Sinclair.
Le dio un beso muy breve y se marchó, dejándola sola, sexualmente cargada y, por algún extraño motivo que no entendía, emocionalmente insatisfecha.
Al quitarse el anillo de uvas, se preguntó quién había sido el maestro y quién el alumno. Y quién había aprendido la mayor lección de todas. Porque aunque le había dado a Jack la lección que tan merecida tenía, sabía que jamás podría repetirla sin sucumbir ante él.
CAPITULO 05
Jack se puso de costado y quedó cara a cara con el destello cegador del sol de la mañana, que entraba por las ventanas. Las cortinas que había olvidado echar al llegar por la noche le recordaron lo distraído que había estado.
La fuente de dicha distracción aún lo atormentaba.
No habían llegado a cenar. Aunque no había saciado el apetito que despertaba en él, no había querido forzar el tema. Había dejado que ella pusiera fin a la velada y había escapado mientras todavía podía pensar con claridad. Antes de haber llevado la situación con su colega demasiado lejos.
Se preguntó si alguna vez sería capaz de volver a pensar en Mallory solo como en una compañera de trabajo. Aún era capaz de sentir las uñas al clavárselas en la muñeca mientras lo besaba y lo sumía en un abandono sensual y sexual. Se sentó y pasó las piernas por el borde de la cama. La cabeza le martilleó por la combinación de vodka, ya que rara vez bebía, y sorpresa. Sabía que Mallory era su rival intelectual; siempre había respetado su capacidad. Lo que desconocía es que fuera una mujer capaz de excitarlo sexualmente.
Por eso había querido ella enseñarle una lección, para que no se precipitara en sacar conclusiones y castigarlo por su insulto. Una vez expuesto a la dualidad que existía en ella, ¿podrían regresar a una apacible relación de trabajo?
Movió la cabeza. Las barreras que ella había mantenido se habían desvanecido para siempre junto con la ilusión de frialdad. Era una mujer hermosa con una sensualidad que anhelaba explorar.
Miró el teléfono y por primera vez notó una luz roja que parpadeaba. Marcó el buzón de voz, una comodidad del hotel de lujo de Lederman, y escuchó el mensaje. Su anfitrión había cancelado todas las reuniones de ese día, ya que había tenido que marcharse de forma inesperada.
No le gustó la desaparición del hombre ni la llamada personal extraña y súbita que había recibido. No confiaba en ella, Jack jamás aceptaba un caso que no estuviera convencido de que podía ganar. No era que los ganase todos, pero debía tener fe en la batalla que libraba. Antes de comprometerse con ese caso o que Lederman lo hiciera con ellos, tenía que descubrir qué diablos les ocultaba.
Y debía poner a Mallory al corriente del cambio de planes para ese día. Después de una ducha rápida para despejar la cabeza, no tendría más elección que enfrentarse a su hermosa y ya no reprimida colega.
– Contesta -dijo mientras martilleaba un lápiz sobre la mesita.
¿Dónde estaba Julia y por qué no respondía? Justo cuando necesitaba su consejo, no estaba en casa.
Mallory podía disfrutar de accesorios femeninos, lencería y otros toques sensuales, pero le faltaba experiencia con el sexo opuesto. Necesitaba hablar con su prima, su mejor amiga desde la infancia. La única persona que podía ayudarla a situar en la perspectiva adecuada la noche anterior. En cuanto superara la sorpresa.
Nadie respondía al otro lado de la línea. Al parecer iba a tener que confiar en sí misma, algo que había hecho toda su vida, de modo que no había motivo para no hacerlo en ese momento. Colgó el auricular y se irguió, más segura.
La noche anterior había tenido a Jack comiendo de la palma de su mano. Tembló al le vivir el ataque sensorial al que la había sometido su lengua. Cerró los ojos y permitió que las sensaciones recordadas la invadieran, antes de obligarse a regresar a la realidad de ese día. Si podía controlarlo entre las oleadas de la pasión, desde luego podría lograrlo mientras desayunaban.
Una vez expuesto su punto de vista, podrían regresar a la normalidad. Se repitió ese mantra durante la ducha y al bajar a la cafetería del hotel donde habían quedado con el señor Lederman. Al menos, la presencia del hombre excéntrico podría desterrar cualquier tensión inicial.
Siguió a la camareta a una mesa vacía y eligió el asiento que daba hacia el restaurante. No quería que nada la distrajera de lo profesional.
Y entonces vio a Jack entrando.
Creía haber estado preparada. Pero verlo con un bañador azul marino y un polo blanco que revelaba una piel muy bronceada amenazó con ser su perdición, ya que la dejó sin aliento y sin palabras.
No era una buena combinación para una mujer que se había convencido de que retenía el control.
– Buenos días, Jack -esbozó su sonrisa más brillante y lo miró a los ojos.
– Mallory -respondió con voz hosca, recordándole todo lo que había pasado entre ellos la noche anterior.
La observó ceñudo. Sin necesidad de que él dijera una sola palabra, ella sabía que sus ropas y peinado lo sorprendían y decepcionaban. La elección había sido deliberada para devolver las cosas a la normalidad entre los dos.
Pero el corazón se puso a palpitarle con frenesí, y llegó a la conclusión de que la normalidad no se podría conseguir únicamente con el aspecto exterior. Ya no. Suspiró. Otro indicio de que había pasado a un territorio que daba miedo.
Decidida a retener el control, mantuvo su mirada y se negó a bajarla hasta que él finalmente la desvió con un gruñido. Se sentó, no frente a ella como había esperado Mallory, sino a su lado. Demasiado cerca.
El calor de su cuerpo, superior al sol de la mañana, la desequilibró aún más. Solo una observación mordaz podría mantener la distancia entre los dos en ese momento.
– Empezaba a creer que tendría que recurrir a la Guardia Nacional para que fuera a buscarte -comentó. -¿Una noche dura?
Él desplegó la servilleta y la colocó sobre el regazo.
– No. Dormí bien. ¿Y tú?
– Sin ningún problema -se encogió de hombros.
Una camarera pasó para entregarles los menos.
– ¿Café mientras esperan a la tercera persona? -preguntó.
– Sí, por favor -aceptó Jack. -Pero ha habido un cambio y solo seremos nosotros dos para desayunar.
Mallory lo miró asombrada y él experimentó un placer perverso al ser capaz de sorprenderla también.
– Entonces les daré unos minutos para que decidan -la camarera se marchó.
– ¿Qué le ha pasado al señor Lederman? -quiso saber Mallory.
– Ha tenido que salir de la ciudad por una llamada.
– ¿En un fin de semana? -preguntó con incredulidad. -¿Después de haber venido para hablar de la posibilidad de llevar su divorcio?
Jack asintió.
– A mí tampoco me parece muy lógico. Vamos a tener que descubrir qué sucede.
– ¿Crees que tiene una aventura?
– Es una buena posibilidad.
Mallory ladeó la cabeza y él imaginó que el pelo negro le caía por los hombros.
– Después de que ayer mencionaras su desaparición en la sauna, intenté pensar en lo único que le ocultaría a su abogado potencial. Era una aventura. Quiero decir, con cualquier otra cosa saldría limpio.
– Es posible. Hablaré con él en cuanto llegue. Si vamos a representarlo, no quiero ninguna sorpresa. Cuanto más sepamos, más podremos preparar con antelación.
– Parece un buen plan. Mientras tanto, yo me concentraré en obtener información de la señora Lederman.
– ¿Han decidido? -preguntó la camarera al regresar.
– ¿Mallory?
– Pide tú. Yo aún no lo tengo claro.
– Yo quiero el Desayuno para la Persona Hambrienta -le entregó el menú. -Anoche no cené y me muero de hambre -se dirigía a la camarera, pero en ningún momento dejó de mirar a Mallory. Al mencionar la noche anterior, ella se ruborizó, en contradicción con la calma exterior que aparentaba.
– ¿Qué ha sido del Hombre Hambriento o de la Mujer Hambrienta? -preguntó Mallory.
La camarera rio.
– Es la contribución de la señora Lederman. Afirma que las mujeres pueden estar tan hambrientas como los hombres, y que no tiene sentido ofrecer dos elecciones por una distinción de género.
– Una mujer sensata -le devolvió el menú a la camarera. -Tomaré lo mismo.
– Muy bien.
En cuanto la otra mujer desapareció de vista, Mallory se adelantó y apoyó los brazos en la mesa.
– ¿Te das cuenta de lo que eso significa? -preguntó.
– ¿Que la señora Lederman oculta un lado feminista?
– La señora Lederman tiene voz en el negocio del hotel. Cierto que no es más que una selección de desayuno, pero algo me dice que hay más. Quizá se muestra tan serena en el asunto del divorcio no solo porque no lo quiere, sino porque si la obligan a aceptarlo, sabe que tiene fuerza para aguantar la división de los bienes -cruzó los brazos. -Quizá es más inteligente y está más al mando de las cosas de lo que deja entrever.
La admiró por su percepción y mente aguda.
– Desde luego es algo que vale la pena explorar -bebió un poco de café. La noche anterior ella había querido enseñarle una lección. Decidió que esa noche sería su turno. Bajo ningún concepto había terminado de explorar sus profundidades ocultas. -Después de desayunar, ¿te apetece dar un paseo por la playa conmigo?
– No voy vestida para exteriores.
– Tienes tu habitación cerca -no aceptó la excusa.
– No traje ningún calzado para la arena.
Desvió la vista y él supo que intentaba esquivarlo. Quiso sonreír, pero se contuvo. Al parecer, le gustaba tener el control, y huía cuando no era así.
– Hay una tienda en el vestíbulo -insistió.
– Quizá no tengan mi número.
– Muy bien, Mallory -esa vez sí sonrió. -Has forzado mi mano. Yo he aprendido algo sobre ti en este viaje y a ti no te gustan los insultos ni los desafíos. ¿Tienes miedo de dar un paseo por la playa? ¿Te asusta estar a solas conmigo?
– Eso es ridículo -musitó con rigidez.
Justo en ese momento la camarera llegó con sus platos.
– ¿Desean algo más?
– No. gracias -respondió Mallory.
– Entonces, que lo disfruten -se dirigió hacia la siguiente mesa.
– Será mejor que empecemos -Jack tomó el tenedor. -Y piensa en reunirte conmigo en la playa dentro de una hora.
Mallory abrió la boca, pero volvió a cerrarla, aceptando lo inevitable.
El desayuno de Mallory se enfriaba en el plato mientras Jack había devorado todo. ¿Cómo iba a poder comer cuando la habían arrinconado… para su placer? Pero a pesar de lo mucho que quería estar con él, no podía perder el control de sí misma o de la situación.
Dejó la servilleta sobre la mesa.
– Estoy lista, ¿y tú?
Él enarcó las cejas con evidente sorpresa por su disposición a ir después de los obstáculos que había sembrado antes.
– ¿No quieres cambiarte?
Mallory se levantó y desabrochó el botón superior de la chaqueta; luego se la quitó para quedarse con la blusa.
– Estoy bien.
– Eres obstinada -movió la cabeza-, ¿verdad?
– Forma parte de mi encanto -se encogió de hombros y dejó que firmara la cuenta, que era un gasto del bufete, en todo caso. Se dirigió hacia la salida de atrás del restaurante, que llevaba a la playa.
En cuanto abrió la puerta, la asaltaron la brisa fresca y los olores salados. Parpadeó bajo el severo resplandor del sol y se concentró en la escena delante de ella. El agua azul se extendía hasta el horizonte y desaparecía en un cielo igual de azul. Movió la cabeza. Hacía demasiado tiempo que vivía en una ciudad congestionada. También se había negado el lujo de relajarse en vacaciones en islas y playas tropicales.
Jack la alcanzó en la arena y completó la perfección del entorno que la rodeaba. Aunque jamás se lo diría. En silencio avanzaron hacia donde al agua rompía en la playa. Dejó la chaqueta y los zapatos en un banco vacío y caminaron por la larga y vacía extensión de arena,
– ¿Cuándo se espera de vuelta al señor Lederman? -preguntó ella al romper el silencio.
– En algún momento esta noche, creo.
– Me pregunto cuál será su verdadera historia. Sé que nos falta encajar información crucial.
Mallory agradeció que por lo temprano que era la playa estuviera vacía. Sorprendiéndose, comprendió que no se hallaba preparada para compartir al hombre ni el momento.
– El divorcio nunca es fácil ni honesto -explicó él. -Ni entre cónyuges ni entre cliente y abogado. Casi todas las relaciones son iguales. Lo sé por propia experiencia, ya que la viví de pequeño.
– Es muy triste -quizá sus padres no hubieran sido los mejores del mundo, pero se amaban y entre ellos existía honestidad.
Mallory jamás había permitido que sus pensamientos se desviaran hacia el matrimonio y la familia. Primero estaban los objetivos de su carrera. Aunque eso no le impedía creer en la institución o en la posibilidad de una relación verdadera y sincera entre un hombre y una mujer.
– No es triste, es la realidad.
– No, quería decir que tu actitud es triste y también el hecho de que puedas basarla en una experiencia vital. No todas las relaciones son difíciles ni se basan en mentiras, o las estadísticas de divorcio serían aún más altas.
– Quizá deberían subir. ¿Has considerado alguna vez que muchos de aquellos que no se divorcian siguen juntos por conveniencia?
– ¿Has considerado alguna vez el hecho de que las parejas se mantienen juntas por amor y respeto y las vidas que han construido juntos? -de pronto deseó que viera las relaciones con el mismo prisma que ella.
El movió la cabeza. La brisa del océano lo despeinó.
Suponía que la actitud de Jack debería alejarla, pero se sentía cada vez más atraída por él, Ya era constante el nudo que tenía en el estómago. Reconoció el anhelo como deseo sexual, aunque el tirón en su corazón representaba una conexión más emocional.
Era evidente que había sufrido de niño. También ella. Al parecer él había levantado muros y barreras. Bajó la vista a la falda y a la blusa que llevaba y se dio cuenta de que ella había hecho lo mismo. Tenían más cosas en común de las que en un principio había imaginado.
Y su apetito por Jack Latham se había abierto.
– Jamás te habría considerado una optimista o soñadora -comentó él al final.
– Yo tampoco había pensado en mí misma bajo esos términos -sonrió. -Si alguien me lo hubiera preguntado, me habría definido como «realista» -pero al parecer una romántica acechada detrás de la ilusión que había dedicado años a crear.
– La mujer que conocí anoche no era una realista -comentó con voz ronca.
Al recordar la velada sensual, el cuerpo se le aflojó. Se preguntó qué sucedería si liberara a la soñadora que tenía dentro, esa hacia la que él se sentía atraído, al menos durante las fases personales del viaje. ¿Podría controlarla cuando concluyera la excursión?
Movió la cabeza, Aunque deseara más, no podía poner en peligro su trabajo ni su corazón. Respiró el aire salado y la inundó una oleada de pesar.
Llegó a la conclusión de que el momento de intimidad y revelación había llegado a su fin.
– Puede que la mujer de anoche no te pareciera una realista, pero la abogada que te ayuda en este caso desde luego lo es.
– Volvemos al trabajo -la decepción bailó en sus ojos y en el tono de su voz.
Ella asintió.
– Y bien, ¿le plantearás a Lederman tus sospechas?
– Estaba pensando en una búsqueda de información más solapada, en cualquier cosa que tú y yo podamos encontrar antes de interrogar a Paul por los detalles. Si nuestra imaginación se ha desbocado y de verdad lo mantienen ocupado su hijo y un negocio, entonces acusarlo de una aventura o de ocultar algo lo forzará a entregarle el caso a otro bufete.
– Algo que ninguno de los dos queremos.
– ¿Porque tú consideras esto como un peldaño para ser socia? -preguntó con precisión.
– Porque la empresa tiene mi lealtad y sí, porque quiero ser socia -y no quería que su obsesión con Jack pusiera en peligro todo por lo que había trabajado.
El se detuvo sin advertencia previa. Mallory no se dio cuenta de que no lo tenía al lado hasta que la llamó. Se volvió y retrocedió unos pasos.
– ¿Qué pasa?
– No quiero que pienses que haría o diría algo para destruir tus posibilidades de llegar a serlo.
– Eso esperaba. De hecho, supongo que una parte de mí debió de confiar en ti para que no revelaras lo sucedido anoche, porque de lo contrario habría sido una tonta en ejecutar mi plan.
Jack alzó una mano y le acarició la mejilla.
– No eres una tonta.
– Tampoco lo eres tú.
– Cierto. Y teniendo en cuenta que no me marché nada más darme cuenta de que eras tú, supongo que ambos confiamos en que el otro no revele el hecho de que estamos quebrando la regla del bufete que prohíbe los romances entre los empleados de la firma.
Había utilizado el presente. ¿Solicitaba más tiempo o proyectaba sus propios deseos en las palabras de él?
Ladeó la cabeza y provocó que la mano de él le hiciera una caricia suave.
– ¿Me estás diciendo que Jack Latham confía en una mujer? -preguntó con ironía.
– La confianza es más fácil de dar cuando es mutua y ambas partes tienen algo en juego -sonrió.
– Entonces deja de ser confianza y se parece más a un juego.
El soltó una carcajada.
– De verdad te admiro -los ojos le brillaron de deseo.
– Lo mismo digo -con el corazón desbocado, pensó que también lo deseaba, con una intensidad que la asustaba.
Volver a ceder a sus fantasías, nada menos que a plena luz del día, haría que le costara mucho dejarlas atrás una vez terminado ese viaje. A Mallory la soñadora no le importaba.
Pero Mallory la realista sabía que no podía cruzar un límite sin una red de seguridad. Y esa red era la distancia y el control.
CAPITULO 06
Besarla en ese momento destruiría cualquier posibilidad de sorprenderla luego con la guardia baja. De modo que se contuvo.
– ¿Lista para volver? -preguntó.
Parpadeó, evidentemente sorprendida por ese cambio. No lo molestó desconcertarla para variar. Ella se lo había hecho muy a menudo.
Mallory movió la cabeza.
– Ve tú. Creo que yo me quedaré en la playa un rato más. Al menos hasta que el sol esté demasiado caliente.
Los dos habían retrocedido a rincones neutrales. Sin necesidad de explicárselo, Jack entendía muy bien qué pasaba por esa mente analítica. La dicotomía en su personalidad se manifestaba con claridad a la luz del día, con unas consecuencias que ella no estaba dispuesta a encarar.
Besarse bajo el sol de la mañana significaría reconocer que había cruzado la línea entre demostrarle una cosa concreta la noche anterior a aceptar que había algo entre los dos. Jack estaba de acuerdo.
Experimentó una profunda decepción, pero aceptó los parámetros. Era el único modo que tenía de ver otra vez a Mallory, la sexy seductora.
– Ten cuidado de no quemarte -aconsejó.
Un destello de consternación cruzó por las facciones de ella y le oscureció los ojos azules. «Bueno, algo es algo», pensó Jack al alejarse.
El deseo de regresar era fuerte, pero sabía reconocer que separarse en ese momento era lo mejor. Aunque su mente aceptaba la necesidad de irse, el cuerpo no era tan comprensivo y en él vibraba un deseo palpitante y no satisfecho.
La dejó de pie en la playa. La imagen del viento agitándole el cabello y de los grandes ojos azules mirándolo mientras se iba estaba grabada en su memoria. Temía que se abriera paso hasta su corazón si no tenía cuidado.
Pero cuando se trataba de mujeres siempre era cuidadoso, y Mallory no representaba ninguna excepción. No podía permitir que se convirtiera en algo más que una aventura.
Aceleró el paso y entró por la puerta de atrás del restaurante… el modo más rápido de salir de la playa y de la línea de visión de ella. Atravesó el comedor y luego pasó por delante de la recepción. Giró la esquina hacia los ascensores, pero de camino se detuvo en el gimnasio.
Lo habían impresionado las instalaciones cuando Lederman se las mostró antes de ir a la sauna. Todo estaba supervisado por varios instructores y médicos.
Se asomó por la ventana y vio la instalación casi vacía. No había mejor manera de aliviar la tensión que sudando un poco, y ningún modo mejor de obtener información que hablando con los empleados del hotel. Con un poco de suerte, ambas cosas lo distraerían de Mallory y harían que volviera a concentrarse en el trabajo.
Firmó en el registro y sacó una toalla del anaquel.
– ¿Puedo ayudarlo en algo? -una mujer de pelo oscuro y con músculos que estaría orgullosa de poseer se acercó a él.
Se pasó la toalla alrededor del cuello.
– Quería correr un poco en la cinta.
– Ningún problema. Permita que lo familiarice con el equipo y podrá empezar. Me llamo Eva -extendió la mano. -Soy la encargada.
– Jack Latham -se la estrechó.
Ella mostró reconocimiento.
– Encantada de conocerlo. Paul… quiero decir, el señor Lederman, mencionó que usted era uno de sus invitados especiales.
A Jack no se le pasó por alto la familiaridad del tono al hablar de Paul Lederman, pero lo dejó correr. Sonrió e hizo un gesto con la mano,
– No busco ningún trato especial.
– ¿Intenta que me cueste el trabajo? -preguntó con expresión risueña.
– No me imagino a Paul despidiéndola.
– Yo tampoco.
Lo miró con lo que Jack consideró una mirada segura. Era una joven atractiva con curvas en todas las partes adecuadas y, por su postura y confianza, era evidente que lo sabía.
El silencio se extendió durante un momento que Jack aprovechó para cuestionar qué relación tendría con su cliente; luego, se reprendió por buscar fuegos allí donde no los había.
– ¿Siempre hace lo que el jefe dice? -preguntó.
– El paga las facturas -apartó la vista.
Y Jack se preguntó si había dado en el blanco.
– Apuesto a que desearía que todos sus empleados fueran tan leales como usted.
– Es un hombre que inspira lealtad, pero al ser un invitado tan especial, estoy segura de que ya lo sabe. Y ahora empecemos a trabajar -le indicó la cinta.
Jack dudó de que Paul tuviera una aventura con una mujer que trabajaba en el mismo sitio en que vivía su mujer. Lederman era muy arrogante, pero no descuidado. No cuando su imperio estaba en juego. Sus desapariciones eran más reveladoras que el apasionamiento de una joven, y si había una amante que encontrar, no estaría en el centro.
Pero tenía el pálpito de que Paul no había hecho nada por desalentar el interés de esa empleada. El coqueteo de su marido, si es que era eso, no podía satisfacer a la señora Lederman. Y una insignificancia con empleadas femeninas podía ser la prueba de la disposición del hombre a asumir riesgos mayores.
Le sonrió a la bonita encargada.
– Tienen unas instalaciones impresionantes.
– Desde luego. Soy afortunada de trabajar en un sitio como este, pero como probablemente usted ya sepa, hay una historia detrás.
Jack no lo sabía, y desde luego quería averiguarlo.
– Por supuesto. Pero no sabía que Paul había empezado con una tabla.
– El también empieza con la cinta -asintió Eva.
– Apuesto a que no me vendría mal su tabla.
Lo inspeccionó con expresión aprobatoria.
– Oh, parece que no le ha ido mal solo.
Colgó la toalla sobre una silla y subió al aparato de ejercicio. Apretó los botones que marcaban una carrera suave.
Ella lo observó con las manos en las caderas.
– Parece que sabe cómo funcionan estos aparatos. A diferencia de Paul. Debería oír la primera sesión que le di.
Jack rio.
– No iré a ninguna parte, así que ya puede empezar.
Mallory dejó la playa atrás. La arena se aferraba a los talones de sus pies, que lavó bajo una mini-ducha antes de enfundarlos en sus zapatos clásicos y recoger de la barandilla su chaqueta de persona sensata. Suspiró y se preguntó cuándo se habían vuelto tan obvias y limitadoras las trampas del convencionalismo.
«Es este viaje», pensó. «Y Jack», Cerca de Jack quería ser una mujer sexy y deseable para poder percibir la excitación en sus ojos oscuros y saber que el calor que emanaba de ellos estaba destinado solo a ella.
Se pasó la chaqueta por el brazo, dio dos pasos y decidió que ya no podía soportar el dolor. Rindiéndose, se quitó los zapatos y rezó para poder atravesar el vestíbulo y llegar a los ascensores sin que nadie se fijara en ella.
Pero no llegó más allá de la recepción.
– Buenos días, señorita Sinclair.
Sobresaltada, Mallory se volvió y vio que la señora Lederman avanzaba hacia ella.
– Veo que ya ha disfrutado de la playa.
Mallory pasó una mano con gesto tímido por el pelo revuelto.
– ¿Qué me ha delatado, el pelo agitado por el viento o el olor a salitre?
– De hecho, es el rastro de arena que va dejando -la otra mujer rio.
Mallory giró la vista hacia el rastro de arena que había dejado con cada paso. Suspiró y sintió que se ruborizaba.
– Supongo que se podría decir que no iba vestida para un paseo por la playa.
– No hay problema. Los niños corren por aquí descalzos todo el día. Es un centro recreativo, no un palacio. Espero que sea de su agrado -dijo, y en ningún momento dejó de mirarla como si de verdad le interesara su comodidad y felicidad.
Esa mujer tenía motivos para detestarla y tratarla con desdén, pero de sus labios perfectamente pintados no había salido ni una palabra cruel. A Mallory no le gustaban los recuerdos dolorosos de su infancia que evocaba esa mujer ni el anhelo de aceptación que creía haber desterrado hacía tiempo.
«Pero ¿cómo puedo desterrar el deseo de ser querida y aceptada cuando cada paso en mi vida ha sido calculado para ganarme el respeto y la admiración de mis padres?», se preguntó.
– ¿Va todo bien? -preguntó la señora Lederman.
Mallory forzó una sonrisa al encontrarse con la mirada compasiva de la otra mujer.
– Perfectamente. No solo es precioso este lugar… -señaló alrededor del vestíbulo contemporáneo-sino que me brinda la oportunidad de alejarme durante un tiempo del mundo real.
– Es afortunada. Por desgracia, esta es mi realidad -le temblaron los labios antes de ser capaz de ocultar los signos de su angustia.
– Señora Lederman…
– Alicia -movió la cabeza.
– Alicia, es una situación incómoda -y aunque ella no se había acercado a la señora Lederman, no había sido contratada aún y, por lo tanto, no había quebrado ninguna ética, no se sentía a gusto.
– Tonterías -agitó una mano en el aire y reveló un gran solitario que brillaba en su mano izquierda.
¿No se lo habría quitado porque todavía albergaba esperanzas de no tener que entregarlo? En el acto canceló ese pensamiento mercenario. Su instinto rara vez se equivocaba, y esa mujer de cálidos ojos castaños irradiaba sinceridad y bondad.
La señora Lederman desprendía una amabilidad que despertaba recuerdos perturbadores y conducía a inseguridades afianzadas, nada de lo cual ayudaba a Mallory en el trabajo que debía desempeñar: demostrarle al señor Lederman que Jack y ella eran los abogados que quería tener a su lado.
– Solo es incómodo si nosotras elegimos que así lo sea -aseguró la otra mujer. -Y ahora, ¿hay algo que pueda hacer para que su estancia resulte más agradable?
– ¿Aparte del hecho de no mostrarse difícil sobre el divorcio o el acuerdo que alcance? -la señora Lederman no reveló nada, pero por dentro el corazón de Mallory murió un poco.
Ciertamente le había dicho a Jack que haría cualquier cosa para conseguir el caso; incluso había intentado creérselo, pero no tenía por qué gustar le, Y cuanto más veía a la esposa de su cliente, peor se sentía consigo misma y con el bando que había escogido.
La señora Lederman se irguió y enderezó los hombros.
– ¿Sabe?, respeto que no recurra a eufemismos. Me recuerda a mi hija.
Mallory movió la cabeza, incapaz de creer lo que había hecho.
– Lo siento.
– ¿Por ser profesional? Tonterías, No hay nada que perdonar.
– ¿Por qué hace esto? -preguntó Mallory sin poder contenerse. -¿Por qué se muestra tan agradable conmigo?
– ¿Me creería si le dijera que me gusta que todos nuestros huéspedes disfruten del hotel?
Mallory asintió despacio.
– Sí -creería cualquier cosa que le dijera la señora Lederman. -Su hija es afortunada de tenerla -las palabras salieron antes de que pudiera contenerlas.
– Ojalá mi marido pensara lo mismo.
Desde el momento en que fue convocada al despacho de Jack para comunicarle que estaba asignada a ese caso, había sabido que nada sería fácil o simple, aunque en ningún momento llegó a prever la confusión que experimentaría allí.
Antes de que ninguna pudiera decir una palabra, la señora Lederman la tomó del brazo y la condujo por el vestíbulo hacia unos enormes ventanales. Delante de ella se extendía la zona del gimnasio.
Mallory se acercó al cristal y vio que la sala estaba vacía salvo por un hombre que corría en una cinta en un rincón: Jack, con una morena sexy que zumbaba a su alrededor.
Frunció el ceño, odiando la sensación de celos que la aguijoneó.
– ¿No es ese su colega? -preguntó la señora Lederman, y Mallory asintió. -Y esa es nuestra encargada.
– Demasiado perfecta para mi gusto -musitó.
La señora Lederman soltó una carcajada. -Como ya he dicho, la franqueza le sienta bien.
Mallory puso los ojos en blanco.
– Seamos sinceras, ¿cuántas de nosotras llegamos a tener ese aspecto?
– No las suficientes, y a medida que el hombre envejece, empieza a apreciar la juventud y los músculos bien tonificados.
Mallory la miró a los ojos.
– ¿Su marido?
La señora Lederman escondió sus emociones.
– Creía que hablábamos de él -dijo señalando a Jack.
Mallory entrecerró los ojos y prestó más atención. Sí, esa mujer musculada no perdía ni una sola palabra que decía Jack, como tampoco pasaba por alto las piernas duras de él, pero la clave de esa escena radicaba en la reacción de Jack.
No mostraba ningún interés manifiesto en ella. Incluso desde esa distancia, podía ver que el interés de él estaba en lo que decía la mujer, más que en su aspecto o en lo que llevaba puesto. De hecho, desde que Mallory se puso a mirarlos, la morena no había parado de hablar.
Esperaba que le estuviera sacando información del señor Lederman. Suspiró.
– ¿Qué le parece si me muestra la sauna y el jacuzzi? -sugirió-. Es evidente que ninguna de las dos desea contemplar esta exhibición.
– Me parece un buen plan. ¿Le he mencionado que tenemos una masajista en la plantilla?
Mallory permitió que la señora Lederman la condujera en un recorrido extenso de las instalaciones, aunque su mente permaneció con Jack, quien alzó la vista justo a tiempo de verla mirándolo a través de los cristales.
Le ofreció un saludo, y luego centró su atención en metas menos profundas.
Jack entró en su habitación, Como sudaba por la carrera en el gimnasio, la ráfaga del aire acondicionado lo golpeó con dureza. Subió la temperatura y se tumbó en la cama.
Las revelaciones descubiertas ese día lo habían agotado más que el ejercicio. Al parecer, Lederman sufría una crisis de la mediana edad, cortesía de un ligero ataque al corazón que había escondido a sus asociados, incluidos sus abogados. Según Eva, la encargada, el miedo por la salud del jefe explicaba los nuevos aparatos cardiovasculares del gimnasio, los médicos en las instalaciones y la nueva dedicación al tono físico que aún no había mostrado resultados ostensibles.
Pero el hombre había empezado a prestarle más atención a su aspecto y a coquetear con la monitora.
No costaba mucho deducir que tonteaba fuera del matrimonio para reafirmarse en su virilidad y capacidad. En ese caso, sus abogados, incluso abogados potenciales, no deberían permanecer en la oscuridad hasta que la bomba estallara y fuera demasiado tarde para preparar el caso. Una aventura era la última complicación que esperaba encontrarse al llegar al lujoso centro.
La de Lederman o la suya propia.
Juntó las manos detrás de la cabeza. Una aventura no tenía por qué ser desdeñable… si se estaba soltero. Y Jack lo era. Soltero y excitado… por la mujer que menos hubiera imaginado.
Ya poseía sus pensamientos, día y noche. Hasta cuando Eva se le había insinuado de forma directa, no le había interesado. Solo una mujer lo esclavizaba.
Pero al parecer Mallory no quería continuar su… ¿cómo se podía llamar a lo sucedido la noche anterior? ¿«Vinculación»? No quería trasladar su vinculación a las horas diurnas.
Tanto en un plano intelectual como profesional, la decisión de ella de retirarse tenía sentido.
Pero en un plano emocional no lo comprendía y la frustración y decepción sexuales resultaban abrumadoras.
Bajo ningún concepto pensaba dejar las cosas tan desequilibradas e inconclusas entre ellos.
CAPITULO 07
Mallory aferró el auricular del teléfono y esperó que se activara el contestador automático en su casa. Al oír el tono, se puso a gritar.
– Julia, contesta o cuando llegue a casa esconderé todos los chocolates Godiva. Y me cercioraré de que te prohíban la entrada en Epicurean Delights. Te…
El sonido de alguien en el auricular reverberó en su oído; luego, oyó la voz de su prima.
– Dormitaba y no es necesario que te pongas hostil, Mallory Jane.
– No me llames así -solo su madre empleaba sus dos nombres, y poseía un sonido frío que odiaba, junto con recuerdos que despreciaba aún más.
– ¿Mallory? De verdad que siento lo de los nombres. Lo que pasa es que amenazaste con privarme de chocolates y… perdí los nervios,
– Y mi reacción fue excesiva. ¿Dónde has estado?
– Aquí y allá -se sentó. -¿Qué pasa entre ese Jack y tú?
– Si te lo cuento, ¿me pondrás al día de lo que pasa en tu vida cuando vuelva? Porque siempre sé cuándo escondes algo -aparte de que últimamente Julia se había mostrado bastante vaga acerca de su vida personal.
– Claro. Claro.
– ¿Por qué me ha sonado tan poco convincente? -suspiró.
– ¿Mala conexión telefónica? ¿Tu imaginación? Elige. Y ahora, suelta.
– Cuando vuelva a casa, Julia Rose -a su prima no la molestaba que utilizaran su segundo nombre. Reinó un silencio. Se sentía mucho más cómoda descargando sus problemas en ese momento y ocupándose de los de su prima en casa. -¿Crees que es lo prohibido lo que lo hace tan atractivo?
La atracción que sentía por Jack era más que superficial, pero mientras mantuviera el control de sus emociones y de la situación, no pasaría nada. No era necesario alertar a Julia de la intensidad de esas emociones.
Su prima suspiró.
– Sabes que no existe explicación para la química. ¿Por qué buscas una?
– Porque nada acerca de nosotros tiene sentido.
– ¿Hay un «nosotros»? -la voz de su prima sonó entusiasmada.
El pensar en ello le causaba oleadas de excitación. Levantó las rodillas, se acomodó el auricular entre la oreja y el hombro y se rodeó las piernas con los brazos.
– No, no hay un nosotros. Pero hubo una noche -«y qué noche». Se mordió el labio.
– Oooh, tú no eres así. Cuéntame más.
– Ese es el problema. No soy así y ahora no puedo olvidarlo. Quizá porque… de hecho nunca… bueno, ya sabes, no llegamos… -una llamada fuerte interrumpió su confesión. -He de irme, Julia. Gracias por escuchar. Te volveré a llamar. Voy -le dijo a la puerta.
– No puedes dejarme así -aulló Julia.
Mallory rio entre dientes y colgó.
Se dirigió a la puerta y abrió, sin quitar la cadena. Al no ver a nadie, bajó la vista y recogió una bolsa con el nombre de la boutique del hotel.
Supo que era de Jack y el corazón le martilleó de forma errática. Nerviosa fue sacando las cosas. Un bañador de una pieza. Con un escote alto y caderas también altas, era un modelo clásico… pero aun así resultaba la pieza más sexy que había visto jamás.
Abrió el sobre cerrado de la nota y extrajo el papel blanco con una caligrafía viril.
Póntelo y reúnete conmigo en la playa cuando haya oscurecido. Te reto.
No mencionaba en qué parte, pero en lo más hondo de su ser, supo que se refería al sitio al que habían ido antes. La recorrió un escalofrío. Los pezones se le endurecieron y las rodillas se le aflojaron.
Era evidente que había reflexionado en lo que podría motivarla, aunque fuera con fines egoístas. ¿Quién más en su vida había hecho eso? Sus padres no, que se conocían de memoria pero que apenas conocían a su hija, y tampoco los hombres esporádicos con los que había salido, que querían pasárselo bien o que los introdujera en el mundo de Waldorf, Haynes. Por ese breve intervalo de tiempo, los motivos de Jack no importaban.
Sí sus actos.
Fue hasta el espejo del armario y se quitó el albornoz del hotel, quedando únicamente con unas braguitas de encaje y un sujetador diminuto. Sostuvo el traje de baño sexy delante de ella. El negro resaltaba el color de su cabello y, gracias al contraste, su piel pálida adquiría un tono de porcelana.
¿Sería la excitación del desafío lo que le iluminaba los ojos?
De modo que quería pagar una deuda. Se quitó las braguitas y el sujetador y se puso el bañador.
Aceptaría el teto y lo derrotaría en su propio terreno.
Cuando el sol comenzaba a ponerse, una bruma anaranjada se había aposentado donde el agua se juntaba con el cielo. Al oscurecer, Jack miró hacia las escaleras de madera que conducían desde el hotel a la playa y quedó impactado por la belleza de la mujer que iba hacia él.
Había elegido la extensión de playa por la que habían paseado aquella mañana. También había paseado por allí de noche, y sabía que no estaba muy concurrida. Luego, le había elegido el bañador en un impulso, sin tener ni idea de cómo quedaría en las flexibles curvas de Mallory. Su único criterio había sido que fuera llamativo, sexy y con suficiente tela para que ella se sintiera cómoda y al mismo tiempo lo excitara.
Estaba más que satisfecho con el resultado.
Mallory avanzó hacia él con sus piernas largas, segura tanto de su aspecto como del efecto que surtía en Jack.
Por el ardiente contoneo de las caderas y la sonrisa que exhibía, Jack supo que él podía haber planeado la velada, pero que ella pensaba tomar el control. No sabía la sorpresa que lo esperaba.
– Me alegra que pudieras venir -se levantó de la gran manta de playa sobre la que estaba sentado.
– ¿Dudaste de que lo haría? -la sonrisa sexy se tornó más amplia.
– Ni por un instante.
Ella movió la cabeza, y la magnífica mata de pelo que ocultaba durante el día le cayó sin orden alguno sobre los hombros.
– ¿Tan predecible soy?
Alargó la mano y enroscó un mechón de pelo en un dedo.
– Eres muchas cosas, pero entre ellas no figura que seas predecible.
Sostuvo su mirada durante un prolongado instante, luego le soltó el cabello y miró hacia el océano, tratando de asimilar los sentimientos amotinados que habían empezado a cruzar el límite más allá de lo sexual.
Al volver a mirarla, ella se inclinó para quitarse unas delicadas sandalias y Jack captó un tentador vistazo del escote del traje de baño que le había escogido.
Mallory alzó la cabeza y se encontró con su mirada.
– Eh, pon esos ojos de vuelta en tu cabeza. Solo he venido a nadar -se incorporó y arrojó las sandalias en la arena, junto a la manta.
– Es una pena. Yo que pensé que jugaríamos en el agua -metió las manos en los bolsillos traseros de los bermudas para evitar acercarla, desnudarla y vivir la fantasía que lo hostigaba. Solos los dos, con kilómetros de océano y sin ropa a la vista.
Ella rio.
En ese momento, la entrepierna de Jack no pensó que fuera gracioso.
– ¿Lo has hecho alguna vez? -preguntó.
– ¿Qué?
– ¿Jugar en el agua?
Mallory no podía creer que mantuvieran esa conversación. No a centímetros de distancia, con los pechos prietos detrás de la tela impermeable, tentándolo con secretos ocultos que aún debía revelar.
– De acuerdo -continuó ella. -Romperé el hielo. Yo he jugado en el agua -juntó las manos a la espalda, se apoyó sobre los talones y sonrió.
Jack enarcó las cejas, sorprendido. Mallory era especialista en pillarlo desprevenido. Cerró los ojos a las imágenes carnales que ella provocaba adrede.
– Deja que lo adivine. En la piscina infantil en el campamento de verano.
Mallory rio, y el sonido rompió sobre ellos como olas sobre la playa nocturna.
– No. En el último año del instituto. Durante el baile de promoción. Mi último hurra.
Recordó su única aventura desnuda en el agua… igual que esa noche, había sido un desafío. Había aprovechado ese último fragmento de espontaneidad y libertad antes de amoldarse a su vida corriente y bien planificada.
– ¿Te gustó?
– No tanto como había imaginado. Digamos que fue una experiencia.
Jack movió la cabeza, una combinación de perplejidad y diversión en la expresión.
– Si anoche no te hubiera visto en acción, jamás creería que tenías ese espíritu.
– Hay muchas cosas que no sabes de mí -de hecho, la sorprendía todo lo que le había revelado.
Ni siquiera Julia conocía que aquella noche había perdido sus inhibiciones de chica buena. Pero empezaba a descubrir que Jack era un hombre con quien resultaba muy fácil abrirse, y disfrutaba de la intimidad creada al revelar sus secretos bajo el cielo nocturno.
– Menos mal que soy un estudiante aplicado -la miró con intensidad. -Quiero aprenderlo todo de ti -le alargó la mano. -Demos un paseo.
Ella aceptó el gesto. Cálidos y ansiosos, los dedos de él se cerraron en torno a los de ella y la llevaron hacia la marea. El agua fría le mojó los pies en contraste erótico con el calor que tenía dentro.
– No has respondido a lo de jugar en el agua -le recordó. -Yo lo he hecho. ¿Y tú? -lo miró por el rabillo del ojo,
– ¿Me respetarías por la mañana si te dijera que no? -inclinó la cabeza.
¿Jack Latham abochornado? La confesión le hizo aletear el corazón. El intercambio de secretos se había convertido en algo mutuo. El cuerpo le hormigueó al anticipar la intimidad que alcanzarían, de modo que no se burló de su comentario.
– Respeto la verdad. ¿Por qué no iba a respetarte? ¿Cómo es que te lo perdiste?
– No tuve la oportunidad -se encogió de hombros. -Crecimos en la ciudad. Me he mojado con muchas bocas de incendio, pero nunca en la playa.
– ¿Nunca has salido de la ciudad? ¿Ni de vacaciones ni nada por el estilo?
– No hacíamos vacaciones de familia.
Mallory experimentó un nudo en el pecho ante la insatisfacción implícita en su infancia.
– Nosotros tampoco -reconoció en voz baja -en los ojos de él captó el brillo de un espíritu afín que comprendía. -Siempre se está a tiempo -adrede le quitó importancia al tema. Le bastaba con saber que le había dado municiones para un momento más oportuno. Otra noche, otra invitación.
Jack se detuvo y la acercó.
– ¿Qué te parece ahora?
Ella movió la cabeza. Le gustaba el lado perversamente juguetón de Jack esa noche.
– ¿Qué te parece si no? Me gustaría vadear antes de zambullirme, ya sabes, probar las aguas.
Los intensos ojos de Jack parecieron oscurecerse más.
– ¿Por qué me da la impresión de que me pones a prueba?
– Porque es evidente que nos parecemos. Ninguno de los dos puede resistir un desafío.
Con las manos la aferró de las caderas y la pegó a su cuerpo duro. La inmovilizó y dejó que sintiera la presión de su erección, dura e implacable contra el estómago de Mallory. Se preparó para resistir las oleadas de añoranza, pero fueron más poderosas e insistentes que el agua que rompía a sus pies.
– ¿El único motivo de que estés aquí es un desafío? -quiso saber él.
Acalló una respuesta brusca. El desafío quizá le brindara la excusa de aceptar la invitación, pero se había presentado por muchos más motivos.
Lo miró.
– He venido porque me has invitado.
– Es verdad -detrás del destello burlón de sus ojos, había una emoción más profunda.
Mallory no supo qué la dominó, pero se adelantó e inhaló la fragancia salada y a hombre antes de apoyar los labios en un hoyuelo y luego en el otro, deteniéndose únicamente para pasar la lengua por el fascinante hueco en la piel áspera por la barba de un día.
La reacción de Jack fue un gemido masculino, que reverberó en ella y detonó un estallido de excitación.
– ¿Te haces una idea de lo mucho que me enciendes? -adelantó las caderas en un movimiento instintivo.
Estaba duro, era masculino y lo sentía perfecto. Contuvo el aliento.
– Puedo sentirlo.
Jack la rodeó con las manos hasta apoyarlas con firmeza en el trasero de ella. Mallory descubrió que se pegaba a él en busca de un contacto más profundo.
– Relájate.
El aliento cálido de Jack le rozó la oreja. Le causó un hormigueo en la piel y consiguió contraerle los pezones, que sobresalieron por debajo de La tela del bañador.
La mantuvo pegada a él, acariciándole con suavidad el trasero, hasta que el tronco inferior de ella, tenso, hizo lo que Jack pedía. Se relajó y buscó encajar con comodidad en su erección.
– Mucho mejor.
Mallory movió las caderas seductoramente. Con cada movimiento, la sacudía una oleada de deseo atormentador. Y con cada arranque renacía la ridícula esperanza de que, igual que ella misma, él estaba allí por algo más que un desafío.
Tenía que ser la luz de la luna, mágica y mística, la que la impulsaba a considerar semejantes necedades. Eran abogados que trabajaban en el mismo bufete, tenían en común que ambos eran competitivos y buscaban siempre la victoria, pero no los esperaba ningún futuro posible, sin importar lo ardiente que fuera su química.
No podía negar que con la invitación de Jack habían alcanzado el punto de no retorno. No le quedaba más elección que creer en la integridad de él y que no la presionaría profesionalmente. Ya no había marcha atrás.
No en medio de ese juego acalorado. Con precisión deliberada, imitó los movimientos de él, apoyó las manos en el trasero de Jack y lo pegó con más firmeza e intimidad contra ella. El profundo gemido de satisfacción que él emitió le provocó un hilillo de deseo húmedo entre las piernas. El duro torso masculino le rozaba los pechos palpitantes, haciendo que sintiera que el alivio se hallaba cerca y lejos al mismo tiempo.
Jack no sabía cuánto tiempo podría mecerse contra el cuerpo de Mallory sin alcanzar la liberación ante la creciente necesidad que se iba acumulando en él.
Su intención había sido atormentarla y llevarla más lejos de lo que lo había conseguido ella la noche anterior, pero Mallory había logrado invertir las tornas y torturarlo. El inminente alivio crecía con velocidad furiosa dentro de él. No tenía intención de abochornar a ninguno de los dos; lo único que quería era llevarla hasta el precipicio y ofrecerle una noche para recordar.
Sin hablar, la alzó en brazos y comenzó a andar lentamente hacia el mar.
– ¿Qué haces? -gritó Mallory y le rodeó el cuello con firmeza.
– Enfriarnos -se detuvo cuando el agua le llegó a las rodillas, y cuando la siguiente ola se dirigió hacia la playa, se sumergió con ella en brazos.
El torrente de agua fría debería haberlo devuelto a la normalidad, pero no con Mallory a su lado y el calor que había entre ambos.
Mallory reía mientras la llevaba a la gran toalla que tenía extendida sobre la arena. La puso de pie y le alcanzó una toalla más pequeña con la que poder secarse antes de acomodarse a su lado.
– ¿Ha ayudado? -preguntó mientras se secaba pelo y brazos.
El cuerpo de él aún palpitaba con necesidad no saciada, y observar los movimientos de ella bajo el traje de baño estilizado y mojado le renovó el deseo.
– Nada -se sentó en la toalla.
– Lo imaginaba -sin advertencia previa, le pasó una pierna por encima, juntó los pies en su cintura y se sentó en su regazo.
– ¿Intentas matarme? -gimió.
– Solo intento otra alternativa para solucionar tu problema -se movió hasta que la carne dura estuvo contra su calor húmedo, casi inexistentes las barreras de los bañadores. -He oído que los franceses lo llaman «pequeña muerte» -un brillo seductor centelleó en sus ojos azules.
Él echó la cabeza hacia atrás y buscó recuperar el control mirando el cielo estrellado. Luego le acarició el cuello y el pecho con la lengua, y junto con la piel suave probó agua salada. Logró colocarla sobre la toalla y sentarse encima. Creía haber obtenido el control de la situación, pero esa idea se esfumó en cuanto ella abrió las piernas y dejó que sus muslos le acunaran la erección en un capullo de calor húmedo.
«Acceso completo sin penetración», pensó Jack, y supo que estaba perdido. Movió bruscamente las caderas, Mallory gimió en voz alta, pero de pronto el sonido de voces y de risas irrumpió en su cerebro obnubilado por la pasión.
Se obligó a concentrarse. -Ya no estamos solos.
– Quizá sea lo mejor -pestañeó varias veces.
Tenía razón, pero no le gustaba oírlo, menos de labios de ella. Por lo general, era él quien se retiraba y no le agradaba experimentar lo opuesto. Y menos con una mujer como Mallory.
Pasó la pierna por encima y rodó lejos de ella. Mallory alzó una mano para cubrirse los ojos y la frente, pero no dijo nada más. Su respiración era tan dificultosa y dura como la de él.
Mucho después de que las risas se hubieran perdido en la larga extensión de playa, yacieron lado a lado en silencio. Un silencio sorprendentemente cómodo para dos personas aún tensas por la excitación, atrapadas en una situación delicada y potencialmente comprometedora.
Alargó el brazo hacia la mano de ella y Mallory cerró los dedos en torno a los suyos. Con el rugido del océano como música de fondo, Jack comprendió que había alcanzado su objetivo. Le había emitido una invitación y demostrado que se sentía tan atraía y afectada por él como a la inversa.
Solos, sin reglas ni interrupciones, no eran capaces de mantener las manos alejadas del otro.
Incluso habían empezado a intercambiar recuerdos… algo completamente ajeno a él pero muy placentero.
Pero el marcador estaba empatado. No tenía excusa para volver a desafiarla y la decepción que esto le causó fue poderosa, perdurable y más allá de cualquier cosa que conocía.
CAPITULO 08
Jack seguía tenso después de dejar a Mallory. La ducha fría no había mitigado su excitación y dormir era imposible. Solo podía pensar en ella. Que hubieran acordado separarse antes de que las cosas fueran más lejos no significaba que eso tuviera que gustarle. Apartó las sábanas y se levantó de la cama.
Inquieto y frustrado, llegó a la conclusión de que lo mejor que podía hacer era ponerse a trabajar. Estar en el bar y charlar un rato con el barman podía ofrecerle algunos ángulos desconocidos de la personalidad de Paul Lederman. Se puso unos vaqueros, una vieja sudadera de la Universidad de Michigan y bajó.
Miró el reloj y quedó sorprendido de lo tarde que era. Al entrar en la sala, se dio cuenta de que no había sido el único al que le costaba dormir.
Su asociada había tenido la misma idea que él, solo que Mallory había seducido al barman de un modo que él jamás podría.
Cerró los puños al observarla, con unos vaqueros ceñidos, inclinarse sobre la mesa de billar para que el barman, un rubio de aspecto surfista, pudiera pegársele por atrás y corregirle el modo de agarrar el taco.
Mallory se echó el pelo para atrás y rió por algo que el otro le susurró al oído. Las entrañas de Jack se atenazaron por los celos, una emoción desconocida cuando se trataba de mujeres. No sabía qué los motivaba. Quizá que fuera una fruta prohibida, ya que su encuentro solo podía realizarse en secreto. Quizá fuera la excitación de la persecución, el desafío que representaba. No podía aparta ría. Aún no. Era hora de aceptar el reto.
Se dirigió hacia la luz que rodeaba la mesa de billar.
– ¿Os importa si me uno al juego?
Al oír su voz, Mallory gimió mientras el barman giraba la cabeza para reconocer la intrusión.
– El bar está cerrado -indicó.
Jack apoyó un codo en el borde de madera de la mesa y señaló a Mallory con la cabeza.
– A mí me parece que ella es una clienta.
Mallory entrecerró los ojos y le lanzó una mirada mordaz.
– Es una invitada. Puede volver mañana por la noche. Las copas correrán por cuenta de la casa -el barman se concentró otra vez en ella. Cerró las manos en la piel de la cintura, allí donde la blusa se había levantado.
Una ira que Jack no había experimentado en siglos emergió a la superficie junto con otro recuerdo… el de llegar con quince años a casa temprano de la escuela, para encontrar a un desconocido y a su madre saliendo del dormitorio que compartía con su padre, con las manos del desconocido en la cintura de ella mientras la ayudaba a cerrarse los pantalones.
Pero a diferencia de su madre, Mallory no emitía risitas bajas y se pegaba más al hombre. Se puso rígida y se habría apartado de no haber tenido la mesa de billar delante y los fuertes brazos del barman inmovilizándola. Fuera lo que fuere lo que hubiera interpretado antes, la representación se había terminado.
– No parece que quiera ser esa clase de invitada -soltó Jack a través de dientes apretados.
– Ella puede hablar por sí misma.
Mallory giró la cabeza hacia el barman y agitó las pestañas de un modo que Jack no le había visto nunca.
– Parece que mi amigo no sabe cuándo una dama juega a ser difícil, Jimmy -musitó con voz ronca. Pero con gesto indiferente le apartó la mano de la cintura.
– ¿Conoces a este tipo? -lo señaló con el dedo pulgar.
– Trabajamos juntos -Mallory soltó un suspiro de sufrimiento y se apartó un paso de Jimmy, el joven barman. Fingió tropezar, y antes de que ninguno de los dos pudiera socorrerla, se agarró a la mesa.
– Creo que ya has tenido suficiente -Jack sabía que no estaba borracha, que solo trataba de mantener al barman desconcertado e intrigado. Pero se adelantó y la tomó por el codo antes de que la competencia pudiera llegar primero.
– ¡No cree que la dama puede decidir cuándo ha tenido suficiente? -habló el barman.
Mallory le dedicó una sonrisa dulce.
– Un hombre que respeta la independencia de una dama. Eso me gusta.
– ¿Has olvidado nuestra reunión de primera hora? -preguntó Jack. -¿Con el señor Lederman? -introdujo el nombre del jefe de Jimmy y obtuvo la reacción que esperaba.
– ¿Trabajan con Lederman? -Jimmy se puso rígido.
Mallory apretó la mandíbula, descontenta por la invasión que había hecho Jack de su territorio.
– Está pensando en contratar a mi bufete. Pensé que lo había mencionado.
– ¿Antes o después de sonsacarme información?
Ella se encogió de hombros con gesto dulce.
– Soy una observadora por naturaleza. No me lo vas a echar en cara, ¿verdad? Te diré una cosa, ¿por qué no volvemos a quedar cuando él no esté cerca? -le dio un ligero codazo a Jack en el costado.
Antes de que él pudiera hablar, el barman negó con la cabeza.
– El jefe me cortará la cabeza por mezclarme con los clientes -musitó. -No es que él no sepa apreciar tus encantos, pero necesito este trabajo.
– Sabia elección -Jack tomó nota mental de la referencia al gusto de Lederman por las mujeres.
– Es cosa suya, amigo -Jimmy frunció el ceño.
– No soy de nadie -espetó Mallory. -Y menos de él.
– No sabe lo que dice, ¿verdad, cariño? -Jack sonrió.
El barman maldijo en voz baja y regresó a la barra a terminar de recoger. Jack se volvió hacia su colega.
– Es hora de llevarte arriba -sin esperar respuesta, la tomó en brazos y se la acomodó al hombro. -Nos vemos -se despidió del barman, quien aún maldecía y lamentaba su orgullo herido.
Mallory golpeó inútilmente la espalda de Jack hasta que el último golpe impactó en un riñón. Él gruñó.
– Quizá podamos comparar notas -logró decir.
– Bájame -le gritó ella.
Jack enfiló con velocidad hacia los ascensores. No tenía ganas de montar una escenita en el vestíbulo.
Una vez dentro del ascensor privado, puso a Mallory sobre sus pies.
– Justo a tiempo -se bajó la falda y lo miró con ojos centelleantes.
– Lo sé -justo antes de soltarla había sentido las suaves manos de ella deslizarse por la cintura de los vaqueros en busca de los calzoncillos. Soltó una carcajada. -¿Un hermano mayor te enseñó el truco?
– Soy hija única. Y estuviste a esto de convertirte en una soprano -juntó los dedos pulgar e índice.
– Tendría que llevar ropa interior para que esa arma funcione.
Ella enarcó las cejas en gesto de sorpresa y los ojos azules se nublaron ante la posibilidad de que dijera la verdad.
El sonrió cuando ella se acercó.
– Demuéstralo.
– ¿Qué?
Los dedos de ella fueron al botón de los vaqueros mientras él contenía el aliento.
– Has dicho que no llevas ropa interior. Quiero que lo demuestres.
Su entrepierna, libre de limitaciones a excepción de la dura loneta, quería hacer justo eso, pero le aferró las muñecas y la miró a los ojos.
– ¿Cómo mantuviste las manos del surfista lejos de ti? -preguntó.
Ella ladeó la cabeza.
– ¿Estás celoso? Reconozco que tiene un gran cuerpo y un bronceado estupendo, pero…
Eso fue el límite. La silenció con un beso. Comenzó lento, pero no tardó en descontrolarse. Las lenguas se unieron, los gemidos, los suspiros sentidos… no supo reconocer la diferencia entre los de ella y los suyos. Como un moribundo en un oasis, bebió de Mallory, tomando todo lo que ofrecía, lo que tenía que dar. Y le entregó lo mismo, hasta que se separaron para respirar.
– Estabas celoso -musitó ella aturdida.
– Ni lo sueñes, encanto -respiró hondo. Pero el martilleo de su corazón le decía que mentía. Dio un paso atrás y la contempló. -Y bien, ¿cómo hiciste que el barman hablara y no tocara? -buscó una conversación inocua que le permitiera recuperar el equilibrio.
– Me senté junto a una maceta enorme en un rincón, pedí copas, las alargaba mientras inflaba su ego y las tiraba en la maceta cuando se iba a servir a otros clientes.
– Eres un personaje -sonrió.
– ¿Por qué no se han abierto aún las puertas? -ella desvió la vista.
Jack miró alrededor por primera vez y comprendió que ninguno le había dado al botón de su planta.
Apretó el del quinto piso, Comenzaron a subir.
– Elemental -las puertas se abrieron y la escoltó fuera del ascensor con la mano apoyada en su cintura. -Dame la llave. Te ayudaré a abrir la puerta.
La expresión de ella se tornó cauta.
– Los amigos ayudan a los amigos, ¿de acuerdo? -metió la mano en el bolsillo.
– Quedemos para desayunar y analicemos lo que descubriste sobre Lederman. Dejó un mensaje anunciando que regresaría pasado mañana y me gustaría estar preparado -aunque lo frustraba el continuo retraso, una parte de él agradecía el tiempo a solas con Mallory que la ausencia de Lederman le proporcionaba.
– ¿Podemos hacer que sea el almuerzo? Estoy agotada -apoyó la tarjeta en la palma de la mano de él.
– Claro.
Gracias a Mallory, Jake despertó temprano, algo que empezaba a convertirse en costumbre en esas falsas vacaciones. Al abrirle la puerta, se había demorado para darle un beso de despedida antes de obligarse a desaparecer.
Después de unos ejercicios en el gimnasio y de una reparadora ducha, se dirigió al restaurante para encontrarse con Mallory. Ocupó el que se había vuelto su asiento habitual en la cafetería, pidió café solo y se pasó una mano por la cara, preguntándose cuándo iba a regresar la cordura.
Al verla hablando con la camarera, comprendió que la respuesta era un sonoro «jamás». Su destino era vivir en ese infierno desconcertante y excitante creado por Mallory Sinclair.
Esa mañana había cambiado el vestido azul marino por uno gris, y una hebilla le recogía el pelo con severidad.
Movió la cabeza. Su nivel de frustración crecía con la dualidad de ella.
Pocas cabezas masculinas se volvieron mientras avanzaba hacia la mesa de Jack, y aunque le producía placer saber que solo él conocía a Mallory la seductora, una parte perversa quería que otros hombres lo envidiaran por tener a esa mujer increíble a su lado. Deseó que mostrara a la persona sensual que realmente era.
Estaba decidido a descubrir los motivos que había detrás del cambio. Aunque seguía siendo un misterio para él por qué le importaba tanto cómo eligiera llevar sus asuntos, su apariencia y su carrera. Igual que los motivos que podía tener para continuar en ese momento con la charada.
– Hola.
Al sentarse frente a él, fue abrumador el deseo que tuvo de soltarle el pelo para verlo caer por sus hombros.
– Hola.
– Mataría por una taza de café -dejó el bolso a su lado.
Jack deslizó su taza sin tocar por la mesa.
– Adelante. Invito yo.
Le ofreció una sonrisa agradecida.
– ¿Qué has pedido para desayunar?
– Una tortilla francesa. ¿Lo mismo para ti?
– Tortitas con una ración de beicon. Un zumo de naranja. Y café, gracias.
Se presentó La camarera para apuntar sus pedidos y llevarse los menús.
– Lo de anoche te dio apetito, ¿verdad?
Mallory frunció los labios y tuvo ganas de desinflarle el ego.
– Que me lleve en vilo un macho surte ese efecto en mí -fue la respuesta que ofreció. -Y pedí el café para ti.
Él soltó una carcajada.
– ¿Es mi culpa que esa escena que montaste sacara lo peor de mí? -dejó de reír. Los sentimientos de la noche anterior no eran una broma.
– No sabía que ibas a aparecer.
– Pero cuando me viste, te lo pasaste en grande.
– Quizá durante un minuto -se mordió el labio e inclinó el torso. -Y solo porque pensé que los celos eran un montaje.
La confesión lo sorprendió. Su colega inabordable se había convertido en una mujer vulnerable. También él se acercó, hasta que sus labios quedaron a pocos centímetros de distancia y sus alientos se mezclaron.
– No fue un montaje.
– Lo descubrí luego. Pero jamás pensé que reaccionarías de esa manera por mí.
– Desde luego yo tampoco lo esperaba. No a primera vista.
– Gracias por la sinceridad -ladeó la cabeza.
– Aún no he terminado -incapaz de acercarse más ya que ella se había parapetado detrás de la mesa, le tomó la mano. -No estaba celoso solo porque había visto a la seductora que hay en ti. Estaba celoso porque me intrigas. En todas tus facetas.
Ella abrió y cerró la boca. Pero no emitió sonido alguno.
– ¿Te importaría decirme por qué no podrías haber pensado que sería capaz de ponerme celoso? -después de las sensaciones físicas que compartían, no entendía por qué dudaba de su sinceridad y de la fortaleza de esa emoción.
Ella se encogió de hombros.
– Porque nadie, jamás, ha reaccionado de forma posesiva conmigo.
– Entonces tendría que decirte que has tenido una serie de hombres estúpidos en tu vida.
– Y yo tendría que estar de acuerdo contigo -le sonrió.
Le apretó más la mano.
– Esta incapacidad de verte como deberías… ¿de dónde viene? -ninguna mujer minimizaba y ocultaba de esa manera un aspecto tan increíble sin un buen motivo.
Ella cerró los labios como si pudiera contener la verdad solo con simple fuerza de voluntad.
– ¿Una mala relación? -aventuró Jack.
– Una mala educación -replicó, comprendiendo que ya no podría ocultar la verdad entre ellos.
– Continúa -se echó para atrás y esperó, pero no le soltó la mano, ya que sabía que su conexión emocional solo se podía fortalecer con el contacto físico.
– Primero fui un accidente, luego una decepción. Mi padre quería un varón. A cambio me tuvo a mí -al hablar, la luz de sus ojos expresivos se apagó. -Con el tiempo aprendí a no esperar mucho.
– Y tus padres jamás estuvieron a la altura.
– Exacto.
El movió la cabeza en una mezcla de ira y frustración ante dos personas que habían creado a una niña para luego dedicarse a negarle la autoestima. Al menos él había tenido el apoyo de su padre.
Mallory solo se había tenido a sí misma… y había logrado establecer la ruta de su propio destino.
Para Jack, había tomado el camino equivocado. Ocultarse no podía hacerla feliz durante mucho tiempo, pero solo ella podría comprender esa verdad.
– Sabes que tus padres estaban equivocados.
Mallory se encogió de hombros, pero la expresión intensa le reveló a Jack que escuchaba.
– Y ellos se lo perdieron.
Los ojos de Mallory se llenaron de humedad con obvia gratitud. Respiró hondo.
– Gracias otra vez. La verdad es maravillosa y no la oigo a menudo.
A Jack se le formó un nudo emocional en la garganta.
– Cuando estoy contigo, mi cuerpo te dice lo que siento exactamente. ¿Qué sentido tendría mentirte ahora?
– ¿Te han comentado alguna vez que eres un tipo agradable? -sonrió.
El negó con la cabeza.
– Nunca antes había dado motivos para ello.
Mallory luchó por calmar su corazón desbocado. Sentía que la conexión que había entre ellos se hacía más fuerte.
Quería huir pero no se atrevía.
– En cuanto a lo de los celos -cambió el tema hacia lo sucedido la noche anterior. -No disfruté de la representación -solo la búsqueda de información la había mantenido en el asiento del bar y la había impulsado a permitir la atención no deseada del camarero. -No quería que me tocara -lo miró a los ojos. -Deseaba que fueras tú.
– Agradezco que me devuelvas el favor.
Mallory sabía que se refería a su sinceridad en la respuesta y asintió. Más tarde le daría más sinceridad.
– Y ahora, ¿te importaría decirme qué has descubierto sobre Lederman? -continuó Jack en voz baja.
– Ojalá pudiera -suspiró al mirar a su alrededor-pero Alicia Lederman está haciendo la ronda por las mesas, charlando con los clientes.
– Aquí tienen -la camarera llegó con sus platos y les dio otro motivo para postergar la charla de trabajo.
– Supongo que tendremos que esperar -convino él con tono de frustración.
Mallory asintió y tomó el tenedor. Terminó de desayunar en un tiempo récord, satisfaciendo con el apetito de comida otra clase de apetito, mientras la necesidad que tenía de Jack no hacía más que crecer.
Jack había prometido despertar a Mallory de la siesta, pero unas llamadas a su secretaria y a otro cliente lo ocuparon más tiempo del previsto. Cuando abandonó la sala de conferencias que Lederman le había dado para realizar su trabajo y subió a su planta, supuso que ella ya se habría despertado para ir a dar un paseo, pero decidió pasar ante la duda.
– Despierta, Bella Durmiente -llamó a la puerta.
– ¿Busca a la señorita de la habitación? Se volvió.
Detrás de él había una camarera con unas toallas en el brazo.
– La vi salir hace un rato.
Su decepción fue grande, a pesar de no tener ningún plan concreto, solo el ardiente deseo de volver a verla.
– ¿Está segura de que era ella? Pelo oscuro, ojos azules.
– Estoy segura. Solicitó unas toallas y… -movió la cabeza. -Olvídelo. Los pedidos extraños de otras personas no son asunto mío.
– Le agradezco la información -no siguió interrogándola.
– De nada -sonrió-. Que tenga un buen día -entró en la habitación de Mallory con las toallas. Jack retrocedió hacia su cuarto. -Espere -él se volvió. -No sabía que usted era el caballero del otro lado del pasillo. Ella… -señaló la puerta de Mallory. -Dejó algo para usted. Iba a depositarlo en su cama cuando terminara aquí. Espere -fue hacia su carrito de la limpieza y regresó con una hoja blanca en una mano y una bolsa de papel marrón en la otra. -Son para usted.
– Gracias -se le aceleró el pulso al levantar el papel e inhalar la fragancia. La excitación lo golpeó con más fuerza que nunca.
Una parte de él sabía que ella respondía al desafío de la noche anterior. Otra percibía que respondía a la nueva intimidad que habían descubierto ese día. Jamás había experimentado unos sentimientos tan intensos por otra persona hasta conocer a Mallory.
El pensamiento lo aterró, de modo que se concentró en la invitación. Esperó hasta quedar a solas en su cuarto, miró en la bolsa y sacó la mitad inferior de un biquini tanga, demasiado escueto para cubrir algo.
Se le resecó la boca y abrió la hoja para leer en voz alta:
– En nuestra cabaña a las ocho -acarició el biquini de nylon.
Tuvo una visión de Mallory luciendo la mitad superior sin nada debajo. Se puso a sudar. Movió la cabeza. No tendría valor. Las siguientes horas se extendían demasiado largas ante él. Sin duda la intención de Mallory era dejarlo con el ínfimo traje de baño en las manos y un montón de tiempo para pensar.
Y fantasear.
A las ocho de la tarde, Jack se hallaba en un estado acalorado de necesidad. Y cuando llegó a la puerta de la cabaña, las manos le temblaron al llamar.
CAPITULO 09
Mallory respondió con celeridad y lo saludó con una sonrisa relajada.
– Hola.
– Hola -en ese momento bebió de ella como un hombre privado de agua. Se había preparado para la playa. Quería pensar que se había preparado para él.
La parte superior, si se la podía llamar de esa manera, era el equivalente del tanga. Dos triángulos de color agua que apenas le cubrían los pechos y revelaban una piel suave y el valle intermedio. Fuera lo que fuere lo que él había imaginado, la realidad resultó más dulce. Bajó la vista.
Vio un pareo a juego atado a un lado de la cintura y terminado en la mitad del muslo. No tenía ni idea de lo que llevaría debajo, y la idea de que estuviera sin braguitas lo volvió loco de curiosidad y anticipación. Sin duda esa había sido su intención, Como si ella pudiera leerle la mente, esbozó una sonrisa provocativa.
Se apoyó en el marco de la puerta con la cabeza ladeada.
– Eres puntual. Me gusta eso en un hombre.
– ¿Qué más te gusta? -preguntó cuando recordó respirar.
– Pasa a averiguarlo -se dio la vuelta y entró en la habitación con un contoneo marcado, dejándolo para que la siguiera.
En ese momento, iría a cualquier parte conducido por ella y no lo avergonzaba reconocerlo.
Atravesó la zona del salón donde habían cenado la vez anterior y continuó hasta un pasillo corto. Se preguntó cuál sería su destino final y llegó a la conclusión de que le gustaba esa clase de misterio y suspense.
– Hemos llegado -Mallory se detuvo ante la última puerta al final del pasillo. Jack paró a centímetros de distancia. -Tendrás que quitarte los zapatos.
– ¿Porque…? -encaró su expresión risueña.
– Porque iremos a la playa y no querrás que se te meta arena en los zapatos, Vamos, Jack -ronroneó. -Usa tu imaginación.
Alargó la mano y tocó el extremo del pareo.
– Créeme, mi imaginación funciona muy bien -igual que otras partes estratégicas de su cuerpo. Preguntarse qué diablos llevaría debajo de ese pareo lo mantendría con una erección toda la noche. Se quitó las zapatillas. -Adelante. Sé mi guía.
Ella abrió la puerta y entró. Lo primero que lo impactó fue el olor a coco, un aroma cálido que le recordó veranos en la playa. Luego, notó la temperatura, un aumento concentrado de calor por las luces de neón que había en una esquina. Cuatro palmeras flanqueaban la cama, y la puerta corredera que llevaba a la playa estaba abierta, lo que permitía que entrara una brisa suave y húmeda.
– ¿Te gusta? -preguntó con voz titubeante.
Era evidente que había dedicado mucha concentración y esfuerzo a establecer esa fantasía, Jack supo que ya había dejado de ser una lección para convertirse en placer.
Ninguna otra mujer se había esforzado jamás en hacer algo por él. Que a ella le importara y le interesara lo suficiente como para aportar ilusión a la vida podía ser su perdición.
Prefería disfrutar.
– Me gusta -respondió al tiempo que le tomaba la mano.
Los dedos de ella se cerraron en torno a los suyos.
– Es un buen comienzo. Podríamos habernos sentado fuera, pero decidí que querríamos un poco de intimidad, de modo que creé nuestra propia playa. Pensé que podríamos quedarnos aquí -añadió con deseo y calor. -Al menos hasta que oscurezca.
Tiró de él hasta la cama y cuando se sentó en el colchón y dobló las piernas a los lados, estuvo a punto de morirse al pensar que podría revelar algo de lo que él anhelaba ver.
Ella siguió la dirección de su mirada y rió.
– Eres perverso, ¿lo sabías? ¿Me has traído el tanga?
– Aquí está -palmeó el bolsillo delantero del bañador, que se había vuelto muy tenso.
Los ojos de ella se abrieron mucho al percibir el bulto evidente en el bañador. Tragó saliva.
– Si te portas bien, quizá te deje vérmelo puesto.
En la mirada encendida de él ardió un brillo impío.
– Prefiero vértelo quitado.
– ¿Qué te hace pensar que no lo estás viendo? -se puso de pie y contoneó el trasero. Acostumbrada a otra ropa interior, notar la piel contra una tela más fresca la hacía sentirse erótica. Volvió a sentarse en la cama.
El se sentó a su lado.
– No me estarás retando a comprobarlo, ¿verdad? -los dedos avanzaron hacia ella.
– ¿Y estropear el elemento de misterio y sorpresa? No -con gesto juguetón le apartó la mano. -Pero puedes prepararnos para ir a nadar -tomó de la mesita el frasco de aceite y se lo entregó. -Dame un masaje en la espalda.
– Es de noche.
– Y yo creía que usábamos la imaginación -sonrió. -No me importaría un poco de ayuda para llegar a las partes difíciles -estiró las piernas delante de ella y movió los dedos de los pies.
Los ojos de él se nublaron al aceptar el aceite.
– ¿Elijo yo los puntos?
Un escalofrío de anticipación recorrió todo el cuerpo de Mallory.
– Si crees que puedes sobrellevarlo.
Jack se quitó la camiseta.
– Te aseguro que puedo -la penetró con la mirada. -La pregunta es: ¿podrás tú?
Observó el pecho ancho y bronceado y llegó a la conclusión de que le daba un sentido nuevo a la palabra «sexy».
Logró sonreír.
– Sabes que no es conveniente desafiarme -se apartó el pelo a un costado y se estiró por completo en La cama. -¿Por dónde quieres empezar?
Jack abrió el frasco y vertió una cantidad generosa del aceite aromático en la palma de su mano.
– Me gustaría empezar por abajo e ir subiendo. Aunque también creo en guardar lo mejor para el final, así que ponte boca abajo y empezaremos por tu espalda.
– Mmm, eso me gustará -suspiró y se dio la vuelta para apoyar La barbilla sobre las manos. Un masaje en la espalda quizá la ayudara a eliminar la tensión por la inseguridad que aún sentía.
Y entonces él se sentó a horcajadas en su espalda. La inseguridad y casi todos los pensamientos se evaporaron. No podía soslayar la presión de ese trasero firme sobre las caderas. La envolvió un hormigueo erótico.
¿Relajarse? Tendría que haber sabido que sería imposible. Ese era el juego que antecede al amor.
– ¿Estás bien? -preguntó él.
– Muy bien.
– Entonces, empecemos.
Unas manos calientes le tocaron la espalda y le marcaron la piel a fuego.
Inició una lenta lubricación de sus hombros, pasando las palmas por la parte superior de su espalda y por los brazos con soltura. Alternaba un contacto suave con una presión más fuerte, ofreciéndole el masaje que deseaba al tiempo que le cubría el cuerpo con aceite.
Mentalmente buscó darle alguna conversación, algo con lo que romper esa percepción y que le devolviera el control.
– Esto es maravilloso -dijo a cambio. Tuvo que reconocer que no quería que nada mundano interrumpiera las sensaciones embriagadoras que despertaba en ella.
– Ese es el fin que se busca -la risa profunda reverberó en la habitación. No dejó de darle el masaje. -Escucha el sonido de las olas. Todos los veranos alquilo una casa en la playa durante dos semanas. Nada supera esa relajación o soledad.
– Por desgracia, yo no puedo permitirme el lujo de tomarme ese tiempo libre -los dedos de Jack le aflojaron la tensión en los hombros y subieron al cuello. A medida que se iba relajando, se potenciaba la percepción.
– Podrías si quisieras -se inclinó y el calor y la dureza de su cuerpo la atraparon contra el colchón. -Podrías si te situaras primero. Por delante de esa imperiosa necesidad de impresionar a unas personas cuyo amor debería ser incondicional. Además, ya sabes lo que dicen de trabajar sin sacar tiempo para jugar -continuó antes de que ella pudiera responder.
La voz sonaba cerca y el aliento le abanicó la oreja, En respuesta, los pezones se le endurecieron contra la cama.
– Eso me hará socia algún día -murmuró. Pero en ese momento, el sueño que la había sustentado casi toda la vida parecía lejano y distante. Sin importancia en comparación con las sensaciones sensuales que la dominaban.
Sin importancia comparados con estar con Jack.
Había empezado a sospechar que él conocía los motivos de ella para esforzarse tanto en alcanzar la meta de ser socia del bufete y perder su sentido del yo. Pero bajo ningún concepto pensaba perder minutos preciosos en diseccionar sus posibles errores. Para eso disponía del resto de la vida.
El se incorporó y de pronto sintió que tiraban de las tiras del sujetador.
– Jack… -en su voz sonó una advertencia.
– Relájate.
Terminó de soltarle los lazos y con la yema de los dedos trazó las líneas que había dejado el sujetador. Ella arqueó la espalda.
«Es demasiado bueno», pensó. Si era capaz de excitarla con palabras y contactos sencillos e inocentes, que el Cielo la ayudara cuando comenzaran los verdaderos juegos sexuales.
Las palmas cálidas se pegaron con fuerza a su espalda. Las manos le delimitaron la caja torácica y los costados, mientras las puntas de los dedos se acercaban a los pechos inflamados que anhelaban un contacto firme.
Soltó un pequeño gemido y cuando él le dio la vuelta y la colocó boca arriba, rodó de buena gana y lo miró a los ojos. Las tiras superiores del sujetador seguían atadas, pero la tela se había desplazado unos centímetros, dejándola expuesta a su escrutinio.
La expresión de él se oscureció por el deseo y la necesidad. Mallory tragó saliva mientras se preguntaba qué siguiente zona erógena iba a tocar.
Sin romper el contacto visual, Jack la sentó y le quitó el sujetador del biquini. Ella contuvo el impulso de cubrirse y se vio recompensada por un gemido gutural.
El conocimiento de que a él le gustaba lo que veía mitigó su vergüenza.
Él vertió más aceite en las palmas de sus manos y continuó masajeándole.
Mallory no pudo apartar la vista de esas manos grandes ni los pensamientos de la esperanza de que las utilizara pata cubrirle los pechos y así satisfacer el deseo que la devoraba por dentro.
– Ven aquí -ordenó con un dedo.
Hipnotizada por el tono ronco de su voz y por la tentación de su contacto, se adelantó en la cama y se sentó sobre las rodillas frente a él.
Jack imitó su postura. Mientras la expectación la carcomía, él no hizo nada para acelerar los movimientos.
Despacio, sin dejar en ningún momento de mirarla, se adelantó y capturó sus labios en un beso. La boca ardiente se mostró generosa e intensa. La devoró con mordiscos pequeños y leves lametones. Y justo cuando ella creía haber alcanzado su perdición, esas manos encendidas le coronaron los pechos.
El contacto inesperado la sacudió hasta lo más hondo de su ser y gimió. El profundizó el beso y le hizo el amor con la boca mientras las manos comenzaban una exploración propia y con las palmas le frotaba los pezones. Ella se agarró a sus caderas para anclarse ante las oleadas de necesidad que subían en espiral por su cuerpo.
Mallory no supo quién fue el primero en romper el beso. Temblaba de deseo y asombro. Nunca había experimentado tanta lascivia ni respondido a un hombre con semejante intensidad. El pensamiento le brindó pausa y retrocedió hasta el cabecero en busca de espacio.
Jack tenía los ojos vidriosos y perdidos, como ella. El silencio palpitó entre los dos.
Mallory miró alrededor en busca de algo con lo que cubrirse la piel desnuda, pero no encontró nada al alcance de su mano. Decidió cerrar los ojos.
Pero lo único que veía detrás de los párpados era a Jack y en su imaginación invocó la sensación de las manos lubricadas sobre su piel aún con hormigueos.
– Todavía no he terminado de protegerte contra el sol.
Al oír la voz ronca, tembló. Aturdido o no, cuando empezaba un proyecto, al parecer le gustaba terminarlo. Algo que tenían en común. Porque aún no había dejado de desearlo.
– Entonces, ¿qué estás esperando? -encontró valor detrás de los ojos cerrados.
Los dedos calientes la tomaron por el pie y comenzaron un masaje lento. Presionó y aflojó, provocándole una sensación de tortura y al mismo tiempo de éxtasis.
Solo iba por el tobillo, pero el resto del cuerpo le ardía y parecía captar el ritmo, ya que encontró respuesta en otras zonas que aún no había acariciado.
– He de reconocer que tienes talento -suspiró, abriendo los ojos.
– Todavía no has visto nada -la miró como si la acariciara.
Era evidente que con la sonrisa quería reafirmarla.
Las manos subieron desde la rodilla hasta justo por encima del bajo del pareo. Al tocar piel, abrió los ojos sorprendido.
– No llevas parte inferior.
– Claro que no. La tienes en el bolsillo -le sonrió con picardía. -Dudaste de mí.
– Dudé de tus agallas -concedió. Los dedos se movieron en arcos amplios sobre su feminidad y ella contuvo el aliento. -Pero no debería. Y si quieres que pare, lo haré. Bastará con que me lo digas.
Cerró las manos en torno a sus muslos. Se inclinó sobre ella y la miró a los ojos.
Inició movimientos largos y suaves que tentaban y provocaban, seducían y cautivaban.
– ¿Parar? -si lo hacía, se moriría. Los movimientos deliciosos se detuvieron, Mallory temió haber quebrado el hechizo y no experimentar jamás la culminación de sus fervientes servicios. Se humedeció los labios. -Fue una pregunta retórica -de hecho, temía más que parara que diera el siguiente paso.
Él se sintió aliviado y volvió a lubricarse las manos.
– El sol puede ser mortífero para pieles no acostumbradas a los duros rayos.
– Eso he oído -el corazón le martilleaba a toda velocidad, pero de algún modo logró sonreír. Con ello pretendía indicarle que quería todo lo que había planeado.
– De hecho -continuó él con sonrisa deslumbrante-, mejor cerciorarme de que abarco cada centímetro -con la palma le cubrió el muslo y con las puntas de los dedos le rozó los pliegues.
El hormigueo que había sentido antes se convirtió en una conflagración. Sus caderas se alzaron por voluntad propia.
– Yo… -comprendió que el sonido salió más parecido a un gemido que a una palabra coherente. -Estoy ardiendo ahora.
– Pero ardes por mí, no por el sol -los dedos resbaladizos se encontraron con la piel que esperaba.
La invadieron unas sensaciones vertiginosas cuando los dedos lubricados separaron y acariciaron. Gimió cuando la masajeó en el sitio exacto. El gemido la convirtió en una mujer salvaje y corcoveó contra su mano.
Jack musitó una maldición. Estaba con la mujer más receptiva, abierta y generosa que jamás había conocido. La humedad le bañó la mano y a pesar del aceite, supo que había encontrado su esencia. El cuerpo le palpitaba pero no podía aliviar la pasión de ninguno de los dos de esa manera. Sin importar lo mucho que lo deseara.
Sin importar lo mucho que la deseara.
Algo había aprendido. Podía perderse en esa mujer. Después de todo lo que había visto en su cínica juventud, vida y carrera, no iba a tolerarlo. Pero podía disfrutar de su calor y deleitarse dándole placer sin que representara una amenaza para sí mismo.
Cada movimiento y caricia de su mano provocaban una respuesta nueva. Resultaba atractiva la tentación de prolongar la tortura exquisita, Pero no a costa de ella, y aunque la veía disfrutar, la había llevado demasiado cerca, demasiado deprisa.
Hizo lo único que podía. Introdujo el dedo en el cuerpo ardiente y húmedo. Ella se sacudió y tuvo convulsiones en torno al dedo, y luego lo aplastó y lo sujetó en un calor mojado de completo éxtasis.
Se tumbó al lado de ella. Con la mano libre, le apartó mechones de pelo de la cara.
– Mírame.
Los ojos azules aterciopelados se abrieron y lo miró con expresión de súplica. Jack movió la mano. Sin retirar el dedo, le tomó todo el montículo con la palma y la rotó con una presión gentil.
– Jack -jadeó.
– Estoy aquí -movió el pulgar en pequeños círculos hasta que ella respiró de manera entrecortada.
Había encontrado el punto adecuado, el que la volvía salvaje. El que la hacía suya. Manteniendo un ritmo constante, la empujó más y más al precipicio.
– Adelante, cariño -la instó con palabras y movimientos calculados hasta que el clímax golpeó con rapidez y furia.
Sintió las sacudidas del cuerpo, implacables en intensidad, y justo cuando creía que bajaba de la ola, apretó la palma una última vez contra la unión de los muslos. Mallory emitió un sonido que fue un gemido de absoluto placer y rendición.
Ese sonido desinhibido sacudió todos los cimientos de su mundo. Daría casi cualquier cosa para experimentar el mismo momento dentro del cuerpo de Mallory.
Casi. Porque después de las reacciones intensas que ambos habían experimentado con un simple beso, temía que si le hacía el amor ninguno de los dos encontraría el camino de vuelta a una vida sana y solitaria.
– Le das un nuevo significado a la protección contra el sol.
Lo alegraba que se hubiera tomado las cosas con ligereza.
Mallory se bajó el pareo y se obligó a sentarse. Subió las rodillas contra los pechos y las rodeó con los brazos. Todo sin mirarlo.
De modo que no era la mujer cosmopolita que le quería hacer creer. El pensamiento le proporcionó un placer inmenso. No era que albergara la falsa ilusión de ser el primero en algo, pero podía percibir por la manera tímida en que le escondía los ojos y el rubor en sus mejillas, que no tenía mucha experiencia en «el después». Con el paso del tiempo se le revelaban facetas de ella cada vez más fascinantes.
Alargó la mano para recoger el sujetador del biquini y se lo pasó por la cabeza. Ella lo miró con gratitud y su esencia lo acarició. La hizo girar y le volvió a atar las tiras a la espalda.
Todo en silencio. Sin importar lo mucho que le apetecería dejarla desnuda para observarla, sabía que estaría más cómoda tapada. Y su comodidad le importaba más que una mirada prolongada sobre sus pechos desnudos o una caricia extra. Estar con Mallory era algo apasionado y eléctrico, pero más que un encuentro sexual casual que olvidaría por la mañana.
Jack no era estúpido y sabía que había un importante mensaje subliminal en sus sentimientos acerca de esa aventura, pero prefería no hacerle caso. La palabra clave era «aventura», un breve interludio en el que ambos podían explorar sus naturalezas sensuales.
Cambió de posición y volvió a quedar delante de ella.
– Gracias -la emoción titiló en su mirada.
Le dedicó una sonrisa encantadora y alegre.
– De nada -le tomó la barbilla en la mano y pasó el dedo pulgar por la piel sedosa -. La cuestión era darte placer.
Ella rio.
– Sabes que me refería al traje de baño, no a… -se ruborizó y movió la cabeza. -Olvídalo. Pero todo era para seducirte.
– Y lo hiciste muy bien. De una forma única.
Ella puso los ojos en blanco.
– No quería decir eso. Todas las mujeres que hay en el bufete quieren seducirte. Yo no soy una fan de Terminator. Pero me desafiaste y quería… -calló.
Él lo entendía, pero quería recibir una explicación. Sabía que las mujeres se sentían atraídas hacia él, pero jamás se tomaba esa atención en serio. Tendía a soslayar los cotillees y el interés.
Pero Mallory era diferente y no quería que nunca se sintiera agrupada con un puñado de mujeres cuya atención no fomentaba ni deseaba.
Se inclinó y le dio un beso fugaz en los labios. Ella se refugió en él y él beso adquirió una profundidad húmeda y menos urgente. Luego, se apartó.
– ¿Querías qué? -preguntó con suavidad.
– Darte algo con lo que soñar cuando se acabe nuestro tiempo.
Unos ojos grandes lo miraron con honestidad y dulzura.
– Querías que soñara contigo.
Ella inclinó la cabeza en un ligero gesto de asentimiento.
– Del mismo modo en que yo he soñado contigo -admitió.
Se sintió halagado, pero se dio cuenta de que no le gustaba hablar del fin de su relación. Aunque ella tuviera razón y el fin fuera inevitable.
Se echó para atrás y apoyó el mentón sobre las rodillas y estudió el rostro agitado.
– Soñaré contigo, Mallory. Como nunca he soñado con nadie.
Calidez y unión fluyó entre ellos antes de que Mallory moviera la cabeza y quebrara el hechizo. Sonrió.
– ¿Por qué no me pasas el aceite y dejas que te ofrezca más recuerdos? -la sonrisa adquirió una expresión picara. -No eres el único capaz de satisfacer.
CAPITULO 10
El cuerpo de Jack se endureció al imaginar las suaves manos de Mallory en su tensa erección.
– Sé que quedaste satisfecha.
– Típico comentario de hombre -rio ella. -Vamos. Dame el aceite. No podemos permitir que saques ese cuerpo al sol sin una protección adecuada.
– Cuidado, está resbaladizo -le pasó el bote de aceite.
Le rozó los dedos adrede antes de cerrarlos alrededor del cuello del frasco de un modo que le demostraba que sabía cómo manejar un apéndice resbaladizo.
Luego, lo llamó con un dedo.
Jack contuvo un gemido.
– ¿Estás segura de que deseas continuar en la cama?
– No voy a dormir aquí -se encogió de hombros-; solo hago realidad unas fantasías. Deja de ganar tiempo, Jack -se apoyó en el cabecero, abrió las piernas y palmeó el espacio intermedio.
Aunque el pareo le cubría todo, la imaginación de Jack y los recuerdos que ella había mencionado eran vividos. Al acomodarse en la «V» receptiva de las piernas de Mallory, recordó la cálida humedad alrededor de la mano y los delicados suspiros de satisfacción de ella.
– Relájate -las manos lubricadas lo aferraron por los hombros. -Solo voy a protegerte de esos intensos rayos de sol de los que hemos hablado.
Él cerró los ojos y la dejó trabajar. Disfrutó de los masajes que le ofreció en los hombros y la espalda. Comenzaba a relajarse tal como le había solicitado… cuando los dedos se deslizaron por su estómago y se demoraron, con bs palmas extendidas sobre la caja torácica, a pocos centímetros de su pecho.
Contuvo el aliento.
– ¿Qué pasó con relajarse? -le susurró Mallory al oído, potenciándole la erección.
– Bromeas, ¿verdad? ¿Quieres que me relaje cuando una mujer hermosa me tiene en sus brazos?
Las manos de Mallory se aquietaron y los brazos se tensaron en torno a su torso.
– ¿Me consideras hermosa?
La vacilación en su voz le conmovió el corazón.
– ¿Cómo puedes no saberlo?
Ella rio y Jack sintió que si se daba la vuelta, vería más emoción que la que era capaz de resistir.
– Para empezar, lo reconociste en el restaurante cuando dijiste que no habrías esperado enamorarte de mí a primera vista.
– No lo decía en ese sentido.
– No lo tomé como un insulto. Reaccionaste de la forma exacta en que quiero que la gente reaccione conmigo. Soy Mallory, la reina de hielo del bufete. Me levanto por la mañana, me recojo el pelo, me echó agua fría en la cara y salgo por la puerta con trajes conservadores y zapatos sensatos.
– Y ahora sé por qué. Lo que desconozco es por qué continúas. Eres una mujer inteligente. ¿Por qué interpretar ese papel cuando no necesitas probarte ante nadie? Y no me digas que es porque es tu verdadero «yo», ni empieces a jugar con cuál de las dos Mallorys es la real, ¿de acuerdo? Si pensamos en lo que acabamos de hacer, puedes responder a esa única pregunta -sintió que se movía incómoda.
– Tengo mis motivos.
– No es suficiente.
Ella empezó a apartarse, a retraerse.
– No te vayas.
Se detuvo, pero luego se relajó detrás de él. Jack se echó para atrás con el fin de que sus pieles se tocaran. Quería sentirla y sabía que mantener un contacto físico era la única manera de conseguir una respuesta sincera.
– ¿Porque después de años de interpretar el papel tú tampoco conoces ya a tu verdadero yo? -aventuró cuando ella permaneció en silencio.
– Quizá -guardó silencio unos momentos. -Hay una parte de mí a la que le encanta lo que hago. Que no cree que mi vida ha sido un gran sacrificio. No estoy lista para dar una fiesta de compasión, así que tampoco tú te pongas sensiblero conmigo.
Él rio.
Por ti siento muchas cosas, cariño. Y la compasión no figura entre ellas.
Mallory se deslizó hacia delante hasta que sus pechos empujaron con insistencia la espalda de él.
– Juega limpio -advirtió Jack. -Tus padres te pusieron en este camino, así que ¿cuál es el papel que desempeña tu madre en esto? -echó las manos atrás y le apretó las muñecas, la única re afirmación silenciosa que podía ofrecerle.
– Ama a mi padre. La decepción de él fue su decepción. ¿Tenemos que hablar de esto cuando hay tantas otras cosas que podríamos hacer? -le pasó las uñas por la espalda en un gesto abiertamente provocativo.
– Hablas con alguien que ha convertido en un arte evitar tratar con sus padres -después de la revelación que le había hecho, sentía que se lo debía.
Además, entendía muy bien lo que se sentía al tener una infancia do lo ros a que afectaba al presente. Desde luego, en el caso de Jack, al menos uno de sus padres se hallaba orgulloso de sus logros. Los de ella habían subestimado a una niña de la que deberían haber estado orgullosos, y creado a una mujer que desconocía su propia valía.
– Eres hermosa -podía ofrecerle una infusión honesta de verdad a cambio de las fantasías que había creado para él.
Ella soltó un suspiro de incredulidad.
– Me he mirado en un espejo, Jack.
Otra vez esas contradicciones.
– No te muevas -sacó las piernas de la cama y se dirigió a un rincón de la habitación, donde un espejo de cuerpo entero se erguía en su marco de hierro. Lo empujó hasta dejarlo al pie de la cama.
– ¿Para qué es eso? -Mallory lo observó con reticencia.
– Antes de que continuemos con el tema de la playa, quería dejar perfectamente claras algunas cosas entre nosotros -después de fijar el espejo, se situó detrás de ella, le aferró los hombros y la volvió para que no le quedara más alternativa que mirarse. -Echa un vistazo y memoriza lo que ves. Porque la próxima vez que dudes, quiero que te mires en un espejo y te veas a través de mis ojos.
Mallory se miró e hizo una mueca. Como si le quedara otra alternativa con la maldita cosa ante sus narices.
– Porque yo veo a una mujer bien satisfecha.
Ella estuvo de acuerdo. En el rostro acalorado, vio que los resultados del orgasmo no habían disminuido. Tenía las mejillas encendidas y los ojos aún brillantes.
El regresó al espejo y se dio la vuelta, apoyando una mano en el marco de metal.
– Pero también veo a una mujer hermosa, por dentro y por fuera.
Ella esbozó una sonrisa agradecida pero abochornada.
– Se le dan bien las palabras, abogado.
– La verdad es la verdad -movió la cabeza. -Nadie se ha molestado nunca tanto por mí. Tú sí. Dos veces.
– Ahora que has sacado el tema de otras mujeres, tiene que haber alguien en tu vida que quiera esforzarse por complacerte -no quería oír los detalles, pero si anhelaba conocerlo mejor, su vida privada también era importante.
– Nadie que cuente.
Por el tono solemne, se dio cuenta de que el tiempo que pasaban juntos significaba más para él que una aventura de una noche, y eso la satisfizo.
– Si puedo hacerte sonreír, con eso me basta.
– Es exactamente a lo que me refiero, Eres hermosa por dentro y por fuera. Me acabas de demostrar lo primero. Y esos ojos y labios increíbles son prueba de lo segundo.
– Gracias -repuso con sencillez, bajando la cabeza.
– El placer ha sido mío, pero no solo mío, espero -ladeó la cabeza y puso expresión arrogante para provocarla.
A pesar de todos los preparativos, era ella quien recibía placer y quien empezaba a enamorarse de Jack Latham, un hombre generoso con quien no tenía futuro. Se pasó una mano por la cara mientras aceptaba los efectos a largo plazo de esa noche.
Jamás volvería a ver una playa sin pensar en él. Jamás volvería a inhalar el aroma fragante de aceite de coco sin recordar cómo sus manos le proporcionaban un placer inmenso. Se había tomado molestias por ella y quería devolverle el gesto.
– ¿Llegaste a pensar que te dejaría ir cuando aún queda medio bote de aceite? -recogió el frasco y lo agitó en el aire. -Ya casi es hora de ir al agua -señaló las puertas correderas donde el exterior los llamaba.
El sol se había ocultado detrás del horizonte. Mallory sabía, por la noche que ya había pasado en la cabaña, que la playa no tardaría en quedar desierta. Podrían compartir un paseo a la luz de la luna sin ser interrumpidos. «O nadar desnudos», indicó una voz perversa en su cerebro.
Jack enarcó una ceja.
– Dios me libre de negarte el placer.
Ella puso los ojos en blanco y soltó un suspiro exasperado.
– Ven aquí y aprende todo de ese espejo al que pareces tan aficionado.
Se unió a ella en la cama.
– Soy todo tuyo, cariño.
Deseó que fuera verdad, aunque de inmediato acalló ese sentimiento.
– Boca abajo, la cabeza aquí -palmeó el extremo de la cama y Jack se estiró.
Mallory se acomodó sobre la zona lumbar de él. Le sujetó la cintura con los muslos y el calor que irradiaba fue directamente desde sus piernas hasta su núcleo.
Él gimió.
Ella tensó aún más las piernas.
Su intención había sido provocarlo, pero terminó atormentándose a sí misma. Cada vez que estaban juntos, era más profundo e íntimo que la última vez. Se preguntó si en algún momento recuperaría el control que tanto anhelaba.
Puso a un lado la realidad, hizo acopio de valor, apoyó las manos en los hombros de él y se dedicó a mover las caderas en una oscilación circular.
Jack cerró los dedos en la colcha que tenía bajo el cuerpo. Sentir las piernas de Mallory alrededor de la cintura lo excitaba más allá de cualquier cosa soñada. Su calor femenino, pegado contra la espalda desnuda, alimentaba el deseo. La erección le palpitó contra el colchón y el corazón le martilleó en el pecho.
Quiso tumbarla, levantarle el pareo y enterrarse en su cuerpo ardiente y húmedo. El problema era que sabía que tenía las emociones demasiado a flor de piel y que liberaría algo más que energía sexual acumulada.
Buscando una distracción de las sensaciones intensas que Mallory despertaba, miró el espejo. Lejos de encontrar lo que buscaba, halló el paraíso. Gracias al cristal que tenía delante, no solo podía sentir la prensa de los muslos de Mallory, sino que también podía verlos.
El cuerpo le brillaba por el aceite de coco. Alzó la vista. El cabello oscuro le caía por los hombros, pero los ojos le refulgían mientras seguía sus movimientos en el espejo. De hecho, ver el juego de placer sexual que le cruzaba la cara mientras lo cabalgaba despertaba en él los instintos más carnales y básicos, Y cuando sus miradas se encontraron en el cristal, estuvo perdido.
Jack supo que no podría soportar la continuación del masaje sin avergonzarse en el proceso.
– ¿Qué te parece si nos vamos a nadar? -la voz le sonó áspera a los oídos.
– Estupendo -ella también pareció demasiado ansiosa de escapar de él.
Jack despertó con un gemido. Se estiró, bostezó y se puso a hacer unas flexiones de brazos antes de bajar. Pero ni siquiera el sol de la mañana que iluminaba el restaurante pudo ayudar a despertarlo. Otra vez había acompañado a Mallory hasta su habitación después de separarse de mutuo acuerdo al finalizar el paseo en la playa. Nunca antes había deseado tanto estar con una mujer.
Debería haberle cedido el control y satisfecho el anhelo que solo ella inspiraba. El único motivo que tenía para apartarla era el miedo. El temor a meterse demasiado hondo, algo que nunca antes lo había preocupado, pero sí en ese momento.
Aunque no lo suficiente como para permanecer lejos de ella.
– Tenemos que dejar de encontrarnos de esta manera.
La suave voz de Mallory en su oído lo sobresaltó. Miró por encima del hombro antes de que rodeara la mesa y ocupara el sitio habitual frente a él.
– No podía dormir -continuó ella-, y me fui a dar un paseo por la playa.
Miró los pantalones a medida de Mallory, remangados en el bajo, y la ligera blusa de color lavanda.
– ¿Vestida de esa manera?
– No empieces -rio.
– No me atrevería -adelantó el torso. -¿Te ha dicho alguien que se te ve más sexy cuando no intentas serlo?
– No deberías provocarme a plena luz del día -bromeó, aunque con voz suave. -Mientras tenga que mantener las apariencias, te agradecería que no volvieras a cuestionarlo -él asintió. -Y te agradezco que seas tan servicial -calló, frunció los labios y sopló el café antes de beber un poco.
Él bebió agua y sintió un movimiento cálido contra la pierna. Pasó un segundo antes de darse cuenta de que el contacto no era accidental sino una caricia deliberada del pie de Mallory en su pierna desnuda.
Alzó la vista y la vio leyendo el menú, aunque sonreía sin poder contenerse.
Enganchó un pie en su pantorrilla y le separó las piernas; luego, acomodó el arco contra su muslo. Tenía los dedos peligrosamente cerca de dar en el blanco.
– Mallory -incluso él reconoció el tono de advertencia.
– ¿Mmm? -lo miró con los ojos muy abiertos.
– ¿Qué te parece si recuerdas esas apariencias de las que me hablabas? -pero al parecer solo la preocupaban las apariencias, porque por debajo de la mesa, donde nadie podía verla, había tomado el mando su lado más pícaro.
Ella se encogió de hombros.
– Mira a tu alrededor, Jack. Nadie me presta la más mínima atención. He conseguido uno de mis objetivos -una sonrisa inesperada iluminó su cara. -Y ahora voy a conseguir otro -movió el pie con provocación, excitándolo.
Jack no podía hablar para no abochornarse con un gemido, y tampoco podía cambiar de postura sin ofrecerle mayor acceso. Trató de concentrarse en otra cosa.
– ¿Recuerdas esa tensión que anoche no me permitiste aliviar? -ronroneó Mallory.
Lo recordaba muy bien. Esa misma tensión había vuelto a crecer en su interior.
– Buenos días -saludó La voz atronadora de Paul Lederman en el salón tranquilo. -¿Les importa si me uno a ustedes?
Jack no podía responder, ni aunque en ello le fuera la vida.
– Por favor -indicó Mallory, hablando por él. Pero no quitó el pie de donde estaba.
– Espero que haya tenido un buen viaje -Jack se movió en el asiento, sin lograr soslayar La presión del arco del pie de Mallory en la entrepierna ni la descarga de calor que dejaba a su paso.
– El mejor -Lederman eligió el asiento junto a Mallory.
Al menos de ese modo Jack no tendría que preocuparse de que La pierna diera en el blanco erróneo, aunque aún necesitaba espacio para respirar o estallaría como una granada.
– Quiero comprar otro centro. En Nantucket -explicó.
Jack tomó nota mental para cotejar con los socios si conocían ese supuesto negocio.
– Tengo entendido que Nantucket es un lugar precioso -ella se irguió y adoptó el aire de abogada… sin quitar el pie del lugar estratégico que había ocupado.
– Es perfecto -convino Lederman.
– Hablando de perfecto, he visitado el gimnasio que tienen en las instalaciones -con el pie de Mallory en las joyas de la familia, decidió no mencionar a Eva.
El hombre mayor asintió.
– La gente que viene aquí busca alejarse del estrés. Lo mínimo que puede ofrecer el centro es un gimnasio completo con médico de guardia.
– Hablando de médicos -intervino Mallory-, ¿cómo se siente, señor Lederman?
El otro no esperaba esa pregunta.
– Jamás mejor, ¿por qué lo pregunta? -inquirió con cautela y a la defensiva.
«Ve con cuidado», pensó Jack. Con un movimiento que lo sorprendió, ella se quitó las gafas, apoyó el mentón en la palma de la mano y se concentró exclusivamente en Paul,
– Por favor, no piense que intento curiosear, pero uno de sus empleados mencionó que el año pasado había estado en el hospital.
– ¿Rumores entre el personal? -la expresión de Lederman se tornó ominosa.
Ella movió la cabeza de inmediato.
– De hecho, no. Mencioné lo maravilloso que creía que era el gimnasio, en particular con el médico de guardia… Es que mi padre hace poco sufrió un ligero ataque al corazón…
Tembló al hablar y, sin pensárselo, Jack cerró las piernas sobre el pie en el único gesto de consuelo que podía ofrecerle en esas circunstancias.
La mirada sorprendida de ella lo buscó y en las profundidades azules él captó un destello de agradecimiento. Lo animó saber que, de algún modo, había conseguido consolarla.
Luego, miró otra vez a Lederman, quien había comenzado a palmearle la mano, y prosiguió:
– De modo que pensé que su hotel podría ser el refugio ideal para mis padres. Adoran el tiempo que tienen para ellos solos, pero mi madre se sentiría mucho mejor sabiendo que podrían ir de vacaciones a un sitio donde él podría ejercitarse bajo supervisión médica.
Lederman se relajó de forma visible.
Jack pensó que la historia tenía más elementos que los que le había aportado a su cliente. Más incluso que los que le había revelado a él hasta el momento.
Mallory le sonrió a Paul moviendo las pestañas, que ya volvían a estar detrás de las gafas.
– Verá: su empleado me explicaba cómo había mejorado el gimnasio el año pasado después de lo que le sucedió a usted. Y he de reconocer que me impresionó la inteligencia de convertir algo que debió de ser traumático en algo tan increíble.
Jack había descubierto que a Lederman le encantaba ser halagado por mujeres jóvenes, y era evidente que Mallory había descubierto lo mismo. Era una profesional en su trabajo y manejaba al hombre mayor de la misma manera. Sin embargo, Jack percibía su sinceridad y fue eso mismo lo que serenó a Lederman.
– Joven, dele mi nombre a sus padres y me encárgale de que disfruten de una estancia de primera aquí.
– Gracias, señor Lederman.
– Paul -movió la cabeza.
– Gracias, Paul, pero no buscaba nada de eso de usted. Con sinceridad, quedé impresionada con la instalación y también preocupada por su salud.
El otro se volvió hacia Jack.
– Tienen a una dama especial trabajando para ustedes.
– Me encargaré de transmitir su cumplido -dijo por el bien de Mallory, sabiendo lo importantes que eran las impresiones de los clientes en su afán por ser socia. -Y recuerde, Paul: será afortunado al tenerla de su parte.
Mallory se sintió encantada con las sinceras palabras de Jack. Aunque una parte de ella reconocía la afirmación como un ardid para reforzar que Waldorf, Haynes fuera la elección de abogados de Lederman, la mirada penetrante de él le lanzaba un mensaje solo a ella.
– Me siento mucho mejor, gracias -continuó Lederman. -El gimnasio forma parte de mi renovado plan de salud, y saber que pronto estaré libre es otro.
– ¿Libre para hacer qué? Sabe que a nosotros nos lo puede contar -indicó ella. Quería que se sintiera cómodo para revelar sus secretos. El único motivo por el que había mencionado el reciente susto de su padre fue para ganarse la confianza de él con una revelación propia.
Aunque jamás lo había reconocido abiertamente, el incidente la había afectado. En vez de reforzar su necesidad de ser socia antes de que su padre sufriera más problemas severos de salud, había descubierto la importancia de disfrutar de la vida. Pero se había negado a enfrentarse a l. i mortalidad de su padre y a la insatisfacción con la vida que había elegido.
Hasta ese momento.
Con Jack incorporado a la ecuación, la idea de volver a su vida vacía se alzaba ante ella como algo lúgubre.
La risa de Lederman resonó en la sala tranquila.
– ¿Lo ve? Yo divulgo mis fantasías masculinas y ella ni siquiera escucha. ¿Debería sentirme insultado?
Mallory se ruborizó y se dio cuenta de que había estado enfrascada en un monólogo interior.
Jack rio con él.
– En absoluto.
Ella retiró el pie de entre sus piernas y no prestó atención a su mirada fría.
– ¿Señorita Sinclair? -la camarera se detuvo en el borde de la mesa con un teléfono portátil en la mano. -Hay una llamada para usted. Puede recibirla fuera -la mujer joven indicó la terraza que daba al agua.
– Gracias -aceptó el teléfono. -La estaba esperando. Probablemente sea Rogers -lo informó a Jack, sin mencionar las palabras investigador privado delante de Lederman.
En un plano profesional, estaba de acuerdo con la filosofía de Jack acerca de no entrar jamás en un caso sin estar preparado, pero en secreto esperaba que Rogers tuviera las manos vacías. Odiaba la idea de desenterrar los secretos de la señora Lederman.
En ese momento, la necesidad no hizo más atractivo su trabajo.
– Caballeros, si me disculpan -se levantó y los dos la imitaron.
CAPITULO 11
Jack observó la retirada de Mallory y luego se volvió hacia Lederman.
– Vamos, Paul, ya se ha ido. Y ahora dígame qué tiene en marcha; ya he conocido a Eva en el gimnasio.
– Eva es pasado. ¿Recuerda el negocio de Nantucket que le acabo de mencionar? -bajó la voz.
– No me diga que va a comprar un hotel para intimar con una mujer -gimió Jack. Miró hacia la terraza donde estaba Mallory y comprendió que él compraría mucho más que tierra para mantenerla a su lado.
– ¿Qué mejor modo para mantener el control de la situación? -quiso saber Lederman.
Jack suspiró. Sin importar si era capaz de sentir simpatía por el concepto que acababa de expresar el otro, profesionalmente daba un paso suicida. Paul no pensaba con el cerebro.
– Mire, diga que me contrata y lo sacaré de este matrimonio con sus bienes casi intactos. ¿Porqué ir a comprarse un problema? Acuéstese con la mujer si la desea y váyase. Ya conoce el término «acoso sexual». Si compra el hotel, comprará importantes dolores de cabeza.
– Esta mujer es especial -el otro adelantó el torso. -Y me entiende, algo que no me sucede ahora.
– Son especiales al principio -repitió el mismo mantra que había empleado con otros clientes que iban a embarcarse en una aventura mientras acometían un divorcio complicado.
Pero en esa ocasión, una voz que nunca antes había oído arguyó que quizá Lederman tenía razón. Tal vez una mujer podía ser lo suficientemente especial como para hacer que valiera la pena arriesgarlo todo.
En ese momento Jack supo que necesitaba una copa, sin importar que fuera de mañana. O una salida inmediata de la atmósfera cerrada del hotel.
Lederman movió la cabeza haciendo un gesto de decepción.
– Es demasiado joven para ser cínico. Quizá necesita un poco de suerte.
Jack rio. El otro se caería de bruces si supiera lo afortunado que era.
– Me paga para ser cínico. Lo que me recuerda… ¿somos o no sus abogados matrimonialistas? Porque a pesar de lo mucho que me gusta estar aquí, no puedo permitirme el lujo de quedarme ocioso mucho más tiempo.
– Relájese, Jack. Como usted ha dicho, le pago para que disfrute del ocio. Nos veremos luego.
Jack gimió. Lo que necesitaba era largarse de ese centro y regresar al mundo real. Pero con Lederman al mando, no iba a suceder. No obstante, había otros modos de aliviar su fiebre de la cabaña.
La pelota volvía a su lado de la pista. Mallory estaba preocupada y él conocía la solución. La llevaría al mundo real… donde él podría ver lo poco que tenían en común y donde recordaría lo mucho que odiaba la sensación de estar atado a cualquier mujer.
Incluida alguien tan especial como Mallory.
Mallory se hallaba en la tienda de regalos del hotel buscando gafas. Se había probado unas de Fendi de montura dorada, unas negras y gruesas de Gucci y unas de Prada sin montura. Todas se hallaban más allá de su presupuesto.
– ¿Ha tomado alguna decisión? -preguntó la vendedora.
Mallory movió la cabeza.
– Me encantarían estas -se puso las de Prada, tan distintas de las que usaba a diario, y se plantó ante el espejo. Se sintió más ligera y libre.
– El tono lavanda realza el color de su piel.
No sabía si era verdad o un truco de venta, pero no importaba.
– Por desgracia, están más allá de mi alcance -había gastado el dinero que le sobraba en la cabaña para Jack y ella. Los recuerdos que habían creado allí durarían mucho más que unas caras gafas de sol o la ilusión de feminidad y libertad que proporcionaban.
Lo único que necesitaba era mirarse en el espejo sin sus gafas para ver la verdad. Se las quitó y se las devolvió a la vendedora.
– Gracias de todos modos.
– Aquí tiene mi tarjeta por si cambia de parecer.
– Se lo agradezco -sonrió. Salió de la tienda dándose cuenta de que había caído en un círculo vicioso de «pobrecita» que resultaba patético e innecesario.
Había elegido su vida y no pensaba lamentarlo solo porque se había enamorado de Jack.
Fue hacia los sillones distribuidos en el centro del vestíbulo y se dejó caer en uno de ellos. Se había enamorado de Jack. La revelación no debería representar una sacudida. Era justo lo que había temido al embarcar en ese viaje, aunque no había manifestado ese temor en voz alta.
Lo superaría. Por una vez, el pasado iba a trabajar a su favor. Si había podido aprender a vivir sin el amor de sus padres, bien podría aprender a vivir sin el de Jack.
– ¿Señorita?
Al oír la voz de la vendedora, se volvió.
– ¿Me llama a mí? La mujer rubia asintió.
– Son para usted -le entregó un estuche con el logo plateado de Prada en la tapa. -No entiendo.
– Un hombre atractivo de pelo oscuro me pidió que le dijera que había una nota dentro. Es tan afortunada… Me parece un gesto tan romántico…
– Bueno… -atónita, aceptó el estuche. Cuando la vendedora se retiró, permaneció sentada para poder leer las palabras de Jack.
¿Para qué sirven unas gafas de sol sin un descapotable? Reúnete conmigo para el paseo de tu vida. En quince minutos ante la entrada. Si te atreves a salir a plena luz del día.
Se puso las gafas y la adrenalina comenzó a bombearle. No era alguien que se regodeara en la autocompasión. Era una superviviente que aprovechaba lo que le enviaba la vida.
Y sin importar el tiempo que les quedara, el destino le había enviado a Jack. Lo amaba y tal vez no pudiera tenerlo para siempre… pero sí en ese momento.
Logró cambiarse y bajar a tiempo. Salió fuera, vio el descapotable rojo brillando bajo el sol y se enamoró… en esa ocasión del coche estilizado y de la llamada de la libertad. Por no mencionar al hombre sentado al volante.
No podía verle los ojos detrás de las gafas oscuras, pero el simple hecho de mirarlo le dio más calor que el sol. Corrió hacia el vehículo y se sentó al lado de Jack. Sacó sus nuevas gafas del bolso y se las acomodó sobre el puente de la nariz.
– No te preguntaré cómo lo has sabido, pero gracias de todos modos.
– De nada. Complacerte es mi principal prioridad.
– Eso me gusta -se frotó las manos y se recordó que bromeaba. -¿Adónde vamos?
– Ya lo verás -sonrió.
– Estoy impaciente -se quitó las sandalias y acomodó los pies bajo las piernas.
Él la estudió.
– Se te ve sexy con esas gafas.
– Gracias -los dedos de él le rozaron el hombro desnudo y tembló.
– Ese top también te queda bien. ¿O debería decir que lo espectacular es el cuerpo que hay debajo?
– Puedes decir lo que quieras -rio-, mientras no dejes de hacerme cumplidos.
– No será difícil, cariño.
Sintió un nudo en la garganta. No podía permitir que esas palabras dulces se le subieran a la cabeza.
– ¿No crees que deberíamos ponernos en marcha antes de que alguien nos vea comportamos y mirarnos de manera tan poco profesional?
– Como siempre, tienes razón -Jack puso primera, pisó el acelerador y salieron a la carretera. -Y hablando de negocios, ¿cómo marchan las cosas con Rogers?
– Cree que está a punto de descubrir algo -se encogió de hombros. -Estará en contacto,
– Espero que pronto. La indecisión de Lederman me está volviendo loco. John Waldorf dice que en el bufete todo sigue igual y que llevan sus negocios más recientes… y no hay nada de Nantucket, aunque quizá sea demasiado nuevo. Ya veremos. Así que olvidémonos de ello, por el momento, ¿te parece?
– Sí -sonrió. Un día a solas con Jack. Le gustaba.
Ella apoyó la cabeza en el respaldo, cerró los ojos y se entregó a la sensación del viento y de los dedos de Jack jugando sobre su pelo y su piel.
– Esto es el Cielo -comentó en voz alta.
– Espera que lleguemos adónde vamos.
Casi cuarenta minutos de felicidad y cómodo silencio más tarde, se metieron por un camino que corría paralelo a la playa, con enormes mansiones que daban al agua.
Con el sol alto en el cielo y ninguna nube a la vista, el agua parecía continuar hasta la eternidad.
– ¿Te has preguntado alguna vez lo que sería vivir en una de esas casas? -preguntó.
– Yo crecí en un apartamento de dos dormitorios en la ciudad. Estas casas jamás entraban en el reino de la posibilidad.
Apretó la mandíbula y ella pensó que había tocado un punto sensible. De inmediato cambió de tema.
– Bueno, yo crecí en los suburbios. Durante los veranos solíamos ir un par de semanas a Cabo Cod y a Rhode Island -se incorporó para mirar hacia el océano. -Mis padres me dejaban en la casa de mi tía mientras ellos se iban de compras o a hacer turismo. «Tú quédate en casa, Mallory Eres demasiado joven para apreciar las antigüedades» -imitó la voz de su madre.
– Suena encantadora.
– Después de dejarme, se iban a dar esos paseos románticos por la playa o el pueblo. Lo sé porque es de lo único que hablaba mi madre cuando llegaban horas más tarde… a veces días, si les daba el capricho.
– Odiabas que te dejaran al margen.
Ella cruzó los brazos ante los recuerdos que emergían con la misma fuerza que una corriente oceánica.
– Odiaba ser la rueda de repuesto, que no importara que me llevaran con ellos o me dejaran atrás.
– ¿Cómo lo superaste?
– Soñando que vivía en un castillo donde todo el mundo hacía lo que yo quería. En especial mis padres, que no soportaban verse separados de su única hija -emitió una risa cínica.
Jack odiaba que alguien pudiera hacer que se sintiera tan aislada y sola.
– ¿Y ahora? Le mencionaste un problema del corazón a Lederman. ¿Lo superaste bien?
– Resultó bastante fácil superar el incidente si tenemos en cuenta que no me llamaron hasta después de que le dieran el alta del hospital, y solo entonces por cortesía de devolver mi llamada. Como de costumbre, se olvidaron de mí.
Jack hizo una mueca interior. Había querido protegerla del dolor, no hurgar en viejas heridas.
– No era mi intención sonsacarte.
Ella rio y mitigó la tensión.
– Claro que sí, pero no pasa nada. No quería aburrirte con la historia de mi vida.
– Jamás podrías aburrirme -cualquier cosa que le diera una pista de qué la había convertido en la mujer que era le provocaba fascinación.
– Claro -sonrió.
La excitación que Jack, de algún modo, había podido controlar durante todo el trayecto, regresó con plena fuerza,
– ¿Tienes algún sueño más que quieras compartir? ¿Sobre tu futuro?
– Ninguno, ¿Cuál es tu realidad, Jack? Me parece que yo he revelado parte de mi alma mientras la tuya sigue oculta.
– El matrimonio de mis padres era -comenzó-, o debería decir es, lo opuesto al de los tuyos.
– Lo siento.
– No hay liada de qué disculparse -se encogió de hombros-. Es lo que es.
– A mí no me parece tan sencillo. Acéptalo de alguien que sabe. Estas cosas se quedan en tu interior.
Sintió un nudo en el pecho, y supo que ella, involuntariamente, había dado justo donde dolía.
– Estoy seguro de que tienes razón.
– ¿Tu elección de especialidad tiene algo que ver con lo que viste al crecer?
– Era mi vocación -negó con la cabeza y comenzó a darle el mismo discurso ensayado que había ofrecido en muchas ocasiones anteriores, cuando de pronto cambió de idea. -De hecho, tiene todo que ver -extendió el brazo y pasó un dedo por el muslo de ella antes de ponerse a jugar con el borde de los pantalones cortos.
Mallory le cubrió la mano y paró sus movimientos de distracción. El calor de ella lo alivió y pudo continuar.
– Al principio pensé que me haría abogado para sacar a mi padre del infierno en que se había convertido su matrimonio.
– ¿Y luego? -musitó ella.
– Luego me di cuenta de que él se quedaba porque en una parte de su interior le agradaba esa situación enferma, o porque era demasiado débil para salir por su propia cuenta. Después tuve la carrera y me vi en el camino de ser socio que tú tan bien conoces. No iba a abandonar eso, de modo que… aquí estoy.
– El Terminator.
– Sí. Mientras tanto, mis padres siguen casados y haciéndose infelices -avanzaron por el camino paralelo a la playa. Al continuar en silencio, Jack comprendió que reconocer esa verdad en voz alta por primera vez le brindaba una sensación de libertad que nunca había poseído.
– Me has dicho que tu padre se había quedado, pero ¿por qué no lo ha dejado tu madre?
– Porque mi madre desconoce el significado de la palabra «fidelidad», y como mi padre no sabe cómo defenderse y largarse, ella disfruta de lo mejor de los dos mundos -al menos lo había hecho hasta ese momento. No sabía si su padre seguiría adelante con el divorcio.
– Es triste. Y tan opuesto a mis padres. Supongo que te indica que ningún extremo es bueno.
– Supongo -se encogió de hombros, sin saber qué más decir. Inhaló el aire salado. Nunca antes había hablado de su familia, pero confiaba su pasado en manos de Mallory.
– ¿De modo que cierras tus sueños de futuro por temor a terminar de la misma manera? -preguntó ella.
– Eso parecería -pero esos sueños que ella creía que había cerrado empujaban más allá de las barreras que había erigido y se centraban en torno a Mallory, al tiempo que amenazaban la estabilidad y la paz que creía haber encontrado. La miró y se preguntó si de verdad había creído que al alejarse del hotel ganaría distancia. Lo único que había conseguido ese viaje había sido acercarlo emocionalmente. -¿Y tus sueños? ¿También están cerrados?
– Crecí -asintió-, me sumergí en la realidad, decidí seguir los pasos de mi padre y tratar de lograr que se enorgulleciera de mí.
– Es una pena. Porque tengo la impresión de que si te soltaras, encontrarías un caudal enorme de sueños intactos en tu interior.
Lo miró.
– Quizá me equivoqué -puso expresión pensativa. -Creo que nadie puede cerrarse a los sueños -musitó. -Incluido tú.
Antes de ese viaje, él se habría mostrado en desacuerdo. Siempre había asociado a las mujeres con su madre y el matrimonio con el desastre de unión de sus padres.
Pero en ese momento… ¿Por qué se permitía verse atrapado en consideraciones tan serias como las relaciones, el matrimonio y el futuro?
Vio un punto desierto que les ofrecía una vista perfecta del agua. Aparcó y antes de que pudiera parpadear, Mallory pasó por el respaldo del coche al asiento de atrás y le indicó que se uniera a ella.
La estudió y miró alrededor.
– ¿Estás segura?
– ¿Tienes miedo de que nos sorprendan? Se unió a ella.
– Eres mala, Mallory. Y también olvidas quién extendió esta invitación -la tomó en brazos y le dio el beso que había tenido ganas de darle toda la tarde.
Ella no se resistió. Abrió los labios y le ofreció acceso, más profundamente de lo que Jack habría creído posible. Probó sus labios exuberantes antes de besarle la mejilla y bajar por el cuello.
– Qué bien hueles.
– Entonces no pares -ladeó la cabeza para facilitarle la tarea mientras él le pasaba la lengua húmeda por la clavícula. Luego, le bajó el cuello de la blusa y posó besos ligeros sobre la piel blanca del inicio del pecho.
Ella tembló y soltó un suspiro trémulo, pero lo sorprendió cuando deslizó las manos a la cremallera de sus bermudas. El cerebro de Jack le advirtió que parara, tal como había hecho la noche anterior, pero en esa ocasión no pudo. Llevaba conteniéndose demasiado tiempo y necesitaba desesperadamente la liberación de manos de ella.
El sonido de los dientes metálicos al pasar por encima de su tensa erección le provocó un torrente renovado de deseo por las venas.
– Cariño, nuestra primera vez no va a ser en la parte de atrás de un descapotable -dijo. Ella abrió la boca para responder, pero la silenció con un dedo sobre los labios. -Sssss. Porque nada de lo que digas ahora va a hacerme cambiar de idea.
Le lamió el dedo y una corriente eléctrica viajó de su boca ardiente hasta la entrepierna de Jack, quien cerró los puños y ladeó la cabeza.
– Muy bien. Puedo jugar con igual facilidad de otro modo -le abrió las piernas en una «V» amplia y se acomodó entre ellas antes de apoyarse sobre las rodillas delante de él. Llevó las manos a la cintura elástica de los calzoncillos y Jack soltó un gemido estrangulado. -Levanta las caderas.
A Jack le gustó la orden y elevó la cintura en respuesta involuntaria. Mallory rio. -No me refería a eso.
– Sé a qué te referías. Lo que no puedo creerme es que quieras hacerlo aquí.
– Oh, pero quiero -buscó la manta que había en el suelo a su lado. -Buena planificación, ¿no te parece?
– No es el motivo por el que la compré.
– No pasa nada -se encogió de hombros. -No te tendré en cuenta que mi imaginación sea mejor que la tuya. Supongo que es una cuestión femenina -movió las cejas. -Y ahora levanta esas caderas.
– Eres mandona.
– Sí, y te encanta.
Tenía toda la razón. Miró alrededor. No se veía a ninguna persona ni vehículo alguno en lo que parecían kilómetros a la redonda. Pero, por las dudas, extendió la manta por encima del respaldo del asiento delantero. -Por si acaso.
– Puedes taparme a mí y tu tronco inferior si es necesario -rio entre dientes.
El puso los ojos en blanco.
– Y explicar lo que hago solo en la parte de atrás de un coche cubierto con una manta con el calor que hace.
– Eres un hombre inteligente. Estoy segura de que se te ocurrirá algo.
Supuso que en un minuto ya no sería capaz de manifestar una palabra coherente. Levantó las caderas y la ayudó a que le bajara los bermudas hasta los tobillos y liberara su dureza.
Mallory no perdió ni un minuto. Mientras Jack la observaba, tomó su erección entre los dedos delicados, que eran más cálidos y fuertes de lo que parecían. A Jack le tembló el cuerpo, echó la cabeza atrás y soltó un gemido.
– Mírame, Jack.
El abrió los ojos y miró.
Justo cuando ella bajaba la cabeza y lo lamía.
– Cielos -la palabra salió de sus labios al tiempo que adelantaba las caderas y estaba a punto de llegar al orgasmo.
– ¿He de suponer que te gusta? -preguntó al alzar la cabeza.
Pero él percibió la importancia que le daba a sus palabras.
Que no lo hiciera a menudo lo llenó de un ridículo orgullo masculino. Que lo hiciera en ese momento, para él, lo llenó de una emoción tan fuerte que no se atrevió a darle un nombre. Aunque tampoco hubiera podido, porque en ese momento Mallory lo tomó en su boca cálida, húmeda y acogedora, y Jack se perdió.
Con las manos realizó un movimiento vertical en ritmo sincronizado con la boca hábil. Si él era un experimento, había encontrado la fórmula del éxito. Jack comenzó a realizar un movimiento giratorio con las caderas que no pudo controlar, subiendo y bajando ajeno al ataque sensual.
Ella lamió y succionó, proporcionando fricción con la lengua. Tiró y empujó con las manos lubricadas, lo llevó hasta la cima y lo bajó sin permitirle el placer de la liberación.
– Mallory, por favor… -gimió. Nunca antes le había suplicado a una mujer.
Sin advertencia previa, la posición de la mano de ella cambió y lo presionó en la base, en un punto bajo y profundo.
– Cielos, no pares.
No lo hizo, y unos dardos de fuego estallaron en todos los puntos nerviosos de Jack.
Segundos antes de alcanzar el orgasmo, se adelantó y la incorporó sobre él hasta que el calor femenino de ella quedó alineado con su erección volcánica y lista.
Mallory presionó los muslos contra los de Jack e introdujo la pelvis en su miembro. El levantó las caderas una última vez y encontró la liberación más caliente y dulce que jamás había experimentado.
Cuando logró el orgasmo, ella estaba donde tenía que estar, sentada en su regazo y retorciéndose contra él mientras buscaba el propio orgasmo y ayudaba a que los temblores continuaran mucho después de que hubieran tenido que cesar.
Jack cerró la boca sobre la suya y pegó la palma de la mano con fuerza entre la unión de sus muslos. Mallory gimió y se arqueó hacia él.
– Eso es, cariño. Deja que lo sienta -con los dedos, la excitó lo mejor que pudo a través de la barrera de los vaqueros mientras las caderas de ella giraban al ritmo del movimiento de su mano.
– Más fuerte, más, Jack, por favor… por favor…
Las palabras jadeantes provocaron una agitación renovada en su entrepierna y cuando comenzó a experimentar convulsiones contra su mano, los sonidos y las sensaciones fueron tan fuertes e intensos como su propio orgasmo.
Se derrumbó contra él, con la cabeza apoyada en su hombro y el aliento cálido y pesado contra su oído.
Mallory trató de moverse pero no pudo. -No logro recuperar el aliento. Jack le acarició el pelo.
– No puedo decir que sea un problema si tenemos en cuenta la causa.
– Bien dicho -rio entre dientes. Su intención había sido satisfacerlo, y evidentemente lo había hecho. También él le había dado placer, pero en su cuerpo permanecía un vacío palpitante, y conocía muy bien el motivo. No había experimentado nada que él tuviera que dar.
Había pensado lo mismo al cambiarse el simple vestido gris por los pantalones cortos y camiseta que llevaba en ese momento.
– ¿Jack? -se echó atrás para poder mirarlo a La cara.
Nublados aún por el deseo residual, los ojos oscuros la observaron. ¿Qué?
– Espero que comprendas que todavía no hemos terminado.
Riendo, él se reclinó en el asiento de cuero y se mesó el pelo.
– Yo estoy extenuado.
Le dio un golpe ligero en el hombro.
– No me refería a eso.
Aunque no tenía intención de emocionarse con un hombre que solo se tomaba el compromiso en serio cuando se trataba de huir de uno, pensaba dejar las cosas claras.
Buscó el bolso en el asiento delantero y del interior sacó un pañuelo de seda. Se lo pasó alrededor del cuello y tiró de los extremos hasta que Jack se adelantó y sus labios quedaron a unos centímetros.
– Traérmelo esta noche a mi habitación -ordenó.
La expresión de él adquirió un deje de perversidad.
– ¿No a la cabaña?
– Me gustaría decir que está alquilada, aunque la verdad es que me he quedado sin blanca. Pero, créeme, no necesitas la cabaña para lo que he planeado -lo besó para provocarlo, pero su lengua jamás entró en los espacios cálidos de la boca de él.
– Me matas -movió los labios sobre los de Mallory.
– ¿Porqué iba a hacerlo antes de haber recorrido todo el camino? -movió las caderas y sintió que empezaba a crecer debajo de ella.
– Qué contacto agradable.
– Hay mucho más de donde viene este. Y recuerda, el control es una ilusión. Preséntate en mi habitación a las ocho -se cambió al asiento delantero antes de que el deseo y los sentimientos por ese hombre la abrumaran demasiado pronto.
CAPITULO 12
Mallory estaba en la cama con la vista clavada en el vacío. Al satisfacer ese día a Jack, lo había hecho sabiendo que lo amaba. Cuando esa noche hiciera el amor con él, sabría lo mismo. Y con cada paso, le resultaría más duro alejarse.
Lo que había empezado como un juego, en ese momento era una parte importante de su vida… recuerdos que guardaría y atesoraría para siempre. Y también quería crear esos mismos recuerdos para él.
No quería que olvidara nunca a Mallory Sinclair.
Disponía de apenas unas horas para preparar la habitación y prepararse ella. La recorrió un temblor de excitación mientras se desvestía. Una ducha caliente, una cena rápida y unos arreglos de último minuto y estaría preparada para Jack.
Una llamada a la puerta la sobresaltó.
– Voy -se puso la bata y observó por la mirilla. -¿Jack? -quitó la cadena pensando que algo tenía que ir mal. No había planeado verlo hasta la noche. -¿Qué sucede? -inquirió al abrir.
– Necesito realizar un viaje rápido a la ciudad -informó con la mandíbula tensa.
– ¿Va todo bien? -con el brazo le indicó que pasara. Cerró a su espalda.
– Emergencia familiar -se apoyó en la pared con las manos en los bolsillos.
Le dolió la actitud distante que mostraba. En ese momento no parecía receptivo a un gesto íntimo, y teniendo en cuenta el modo en que le martilleaba el corazón en el pecho, no creía poder soportar un rechazo.
No cuando lo que anhelaba era mitigar su angustia. Enamorarse tenía la particularidad de destrozar la objetividad, Juntó más la parte delantera de la bata.
– Gracias por comunicármelo.
– No quería desaparecer sin una explicación.
Aunque se sentía decepcionada, también la preocupada lo sucedido. Fuera cual fuere la emergencia familiar, le había cambiado el estado de ánimo y afectado de forma profunda.
Pensó si tendría que ver con sus padres, pero se contuvo de preguntarlo. Si quisiera confiárselo, ya lo haría.
– ¿Cuándo tienes que irte?
Miró el reloj de pulsera.
– Un coche me recogerá en quince minutos.
Sin saber muy bien qué decir a continuación, cerró las manos en la bata.
– ¿Hay algo que yo pueda hacer? -preguntó al final.
– No, simplemente mantente atenta por aquí.
– Espero tener noticias de Rogers pronto.
– Me informarás de todo cuando vuelva.
Percibía que estaba demasiado distraído para concentrarse en el trabajo.
– ¿Cuándo crees que será?
– Espero tomar al último avión de hoy -se dio la vuelta y apoyó una mano en el pomo de la puerta.
No sabía por qué sentía como si fuera un adiós definitivo, pero la posibilidad la liberó para actuar siguiendo un impulso. Alargó la mano y le tocó el hombro.
– Jack, aguarda -se detuvo. -Estaré aquí cuando vuelvas -no sintió la necesidad de explayarse.
El se volvió y le tomó la mano.
– En mi experiencia, las mujeres siempre quieren algo.
Ella se puso rígida, pero se obligó a ver el lado de él. Ser testigo de una constante infidelidad lo había vuelto cínico y comprendió por qué se mantenía alejado de las relaciones y la confianza.
– Me preguntó qué es lo que quieres tú -añadió.
Aunque se había preparado para el ataque verbal, de todos modos le dolió. El corazón que había perdido ante ese hombre deseaba que pudiera ver dentro de ella y no tuviera que preguntarlo. Había compartido lo suficiente como para que dispusiera de una visión clara… si le importaba mirar.
Se irguió y lo miró a los ojos.
– Nada. Y menos ser socia del bufete, si estás pensando en eso. Podría haber conseguido tu apoyo con menos riesgos si no te hubiera hecho aquella primera invitación.
La dolorosa distancia que había en los ojos de él adquirió una sorprendente calidez.
– Cierto -con el dedo pulgar le acarició el labio inferior.
A pesar de la tensión anterior, un ligero rocío se estableció entre sus piernas, testamento del anhelo que él le hacía sentir.
– Y bien, ¿qué es lo que quieres, Mallory? -la curiosidad se fundió con el deseo.
– A ti -respondió con sinceridad. Con más de la que había pretendido usar jamás. -A ti y tu confianza.
Jack le alzó la cara con la mano en el mentón.
– Puedo prometerte lo primero -entre ambos flotaba un deseo poderoso. -Nadie recibe mi confianza.
Por la expresión decidida que puso, supo que él quería creer en sus propias palabras. Pero también sabía que las emociones se movían con calor y velocidad entre ellos.
Si la necesitaba al volver, sabía dónde encontrarla. Pero si aparecía ante su puerta, más le valía estar preparado. Jack acababa de arrojarle el guante de un desafío que no podría resistir.
No con el hombre al que amaba.
Mallory se dirigió al comedor con un libro de bolsillo en el bolso. Pensaba tomar una cena ligera, pero también tenía otro motivo. Al no estar Jack, disponía de una gran oportunidad para prestar atención a la información que pudiera obtener de Lederman.
Estaba a punto de levantarse cuando vio que Alicia Lederman entraba en el restaurante. Aunque mantuvo el libro abierto, estableció contacto visual y esperó a que Alicia se le acercara primero.
Ella jamás instigaría una reunión con la mujer de Lederman, pero no sería grosera como para dejarla plantada si la otra mujer era quien se acercaba.
La mirada de Alicia se iluminó al verla y se dirigió hacia la mesa.
– Espero que haya disfrutado de su cena -comentó.
– Ha sido excelente -asintió. -Tienen un menú muy amplio.
– Yo misma trabajé con el chef para confeccionarlo -hizo una leve pausa. -¿Le importaría que me sentara con usted?
Sin mostrar la satisfacción que ello le causaba, Mallory movió la cabeza.
– En absoluto. Pero ya se le ha aconsejado que trate con sus propios abogados -la mujer mayor le importaba, por lo que sentía la obligación de ver que Alicia se preocupaba de sus propios intereses.
– Cuando sea el momento adecuado, lo haré -se sentó frente a Mallory. -¿Café? -llamó a una camarera.
– Gracias -asintió.
– ¿Sabía que mi hija estudia abogacía?
– No. ¿Le gusta?
– Aún no está segura -sonrió.
– Entonces parece que tiene una cabeza sensata sobre los hombros -rio. -Asegúrese de contarle que la facultad de Derecho fue memorable, pero no un indicador de la vida de verdad.
– Cierto -Alicia asintió mientras jugaba con una cuchara de plata. -Pero ¿qué lo es?
Mallory leyó el significado detrás de las palabras y supo que hablaban de algo más que de la vida en general.
– No puedo imaginar que esté pasando por un buen momento -se sintió obligada a reconocer la angustia de la otra mujer.
– Estoy segura, y no pretendo insultarla. Pero hablo de casi veinticinco años de matrimonio. De asociación. Jamás soñé que terminaría por un capricho -apretó las manos.
– ¿Siente que tuvo una asociación sólida? -le preguntó.
– No se confunda -Alicia movió la cabeza-, conocía los defectos de mi marido tan bien como los míos, pelo estaba convencida de que podríamos superarlo todo. De hecho, en una ocasión pensé que así había sido.
A pesar del dolor que la embargaba, Alicia mantenía esa fortaleza de carácter que Mallory admiraba.
– Aún lo cree, ¿verdad?
– Si ama a alguien, quiere confiar en esa persona. Y que confíe en usted.
De inmediato pensó en Jack.
– Y quiere creer que si hay confianza mutua -continuó Alicia-, pueden superar cualquier cosa y estar juntos para siempre -bajó la cabeza y encorvó los hombros. -Pero sin importar lo que quiera creer, tengo los ojos abiertos. Si llegara el momento, velaría por mí. Sin embargo, sé que lo que compartimos era sólido, aunque Paul haya cambiado -se reclinó en la silla. -¿Ha estado enamorada alguna vez?
– No -respondió con celeridad antes de abrirle el corazón a esa mujer amable.
– Entonces se pierde uno de los grandes placeres de la vida. Se lo digo sin arrepentimiento, aunque termine divorciándome. Es demasiado joven y bonita para desperdiciar la vida en la práctica de la abogacía a costa de todo lo demás.
Aunque Mallory debía pensar en Alicia como en su adversaria, había sido incapaz de cortar la conexión emocional que le inspiraba. La mujer tenía una naturaleza cálida y cariñosa que la a traía. Aunque con la madre que tenía, no la sorprendía conectar con una mujer mayor que buscaba y ofrecía confidencias y comprensión.
Jack se frotó los ojos y respiró hondo. La emergencia familiar aún no había pasado, pero había logrado calmar a su padre y convencerlo de que lo dejara llevarlo a la casa de su hermana en Connecticut. Solo su madre habría podido presentarse a recoger las pertenencias acompañada del último novio.
El matrimonio de sus padres cuadraba en la categoría que una vez le había descrito a Mallory. Dos personas que habían permanecido juntas por conveniencia. Su padre no se imaginaba no casado con la mujer que creía que amaba, aunque a Jack le costaba creer que quedara algo del amor que una vez había sentido por ella. Lo que pasaba era que no tenía lo necesario para plantarle cara. Y a su madre le resultaba igual de conveniente acostarse con otros hombres sin abandonar los beneficios financieros y la seguridad que le proporcionaba el matrimonio.
Crecer en ese hogar, observarlos coexistir mientras llevaban vidas separadas lo había envejecido de forma prematura y convertido en un cínico. Después de todo lo que había visto y oído en su juventud y luego en su carrera, no podía compartir el punto de vista optimista de Mallory sobre el matrimonio o incluso las relaciones.
Metió la mano en el bolsillo y sacó el pañuelo negro de ella, recordatorio de lo que le esperaba cuando dejara atrás el último trauma familiar.
No le había hecho muchas preguntas, pero con una voz serena, llena de comprensión, le había dicho que estaría allí cuando regresara. Jack, un hombre que no creía en la confianza, aceptaba su palabra. No le quedaba más elección. La necesidad había estado creciendo en él todo el día. No solo deseo, sino una creciente necesidad por una mujer.
Por ella.
Eso debería alarmarlo todavía más. Aunque sabía que esa aventura no le reportaría ninguna complicación. Ella conocía los hechos tan bien como él.
Sin embargo, ¿por qué le resultaba más y más complicado creer en el mantra en el que había creído toda su vida adulta?
Firmó el recibo del coche al entregarlo y entró en el vestíbulo del hotel. Pasó ante las tiendas cenadas y el recepcionista aburrido y fue hacia los ascensores. El trayecto hasta la quinta planta tardó segundos, pero se alargó como la enroscada espiral de deseo que le atenazaba el cuerpo.
Alzó la mano y lo sorprendió ver que le temblaba. Se apoyó en el marco y esperó. El corazón le martilleaba con tanta potencia que creyó que Mallory podría oírlo en el interior de la habitación. En el pasado, cuando había oído las discusiones de sus padres u observado con frustrado silencio cómo su padre tragaba con más de lo que debería tragar un hombre, no había dispuesto de salida para las emociones que bullían en su interior.
En ese momento si la tenía. Algo le decía que Mallory no lo rechazaría.
Respiró hondo y llamó a la puerta.
Sin recurrir a la mirilla, Mallory supo quién había del otro lado de la puerta cerrada. Y en cuanto la abrió, se dio cuenta de que Jack no se presentaba en respuesta a su invitación, sino porque necesitaba estar allí.
En sus ojos había un anhelo tan poderoso e intenso que le causó temblores en el cuerpo.
– Hola -se apoyó en el marco, ecuánime por fuera.
– Hola -respondió ella y extendió la mano. Le tomó los dedos con fuerza, lo condujo al interior y cerró. Al volverse, vio que sostenía el pañuelo que le había dado.
Quizá, después de todo, se presentaba en respuesta a la invitación. Se recordó tomarse las cosas con ligereza y tranquilidad. Se encogió de hombros. En cuanto se alejara de ese centro lujoso y de la apremiante intensidad de Jack, se sumergiría en el trabajo y dejaría atrás ese interludio.
Retrocedió a la habitación y Jack la siguió hasta que la parte de atrás de las rodillas golpeó contra la cama y cayó sentada. Se humedeció los labios.
– ¿Llegaste bien a casa?
Las pupilas de él se dilataron con evidente deseo.
– Podemos hablar de ello más tarde -no fue una sugerencia.
Se plantó encima de ella, grande y salvaje, masculino y exigente, y Mallory no deseó negarle nada que quisiera. Apoyó las manos a los costados de la cabeza de ella y la acunó con el tronco inferior. La dura protuberancia de la erección a través de los vaqueros anidó entre sus piernas, sobre la suave barrera de la seda de sus braguitas.
Le estiró los brazos por encima de la cabeza sin soltar el pañuelo.
– ¿Qué pensabas hacer con esto?
Mallory le ofreció una sonrisa sexy.
– Podemos hablar de ello luego -movió las caderas en abierta invitación.
– ¿Cómo es que sabes exactamente lo que necesito?
Otra pregunta que no quería que respondiera, porque antes de poder hacerlo, le cubrió la boca con sus labios.
Los tenía ardientes, y las manos aún más mientras la besaba con toda su alma y le exploraba el cuerpo, dejándole una sensación de haber sido marcada al tojo vivo allí donde la tocaba.
En todo momento ella trató de liberar las manos para poder ir hacia el botón de los vaqueros, pero él no la soltaba, necesitado de controlar y dominar. Y aunque Mallory había dedicado casi toda su carrera a no ser sumisa con ningún hombre, eso era personal.
Se trataba de Jack y no le importaba ceder en ese momento. No cuando lo que la esperaba valía la pena.
Jack le soltó los brazos y se deslizó por su cuerpo hasta que los labios llegaron a los pechos. Se pegó a un pezón a través de la seda que lo cubría e introdujo la cumbre rígida en la boca. Alternó una succión suave con provocaciones de la lengua, para concluir con leves mordiscos.
Ella soltó un grito de sorpresa a medida que la sensación realizaba una trayectoria directa desde el pecho hasta el lugar húmedo entre los muslos.
Luego, él aplacó los puntos que había mordisqueado con lamidas eróticas de un dolor exquisito que le hicieron ver las estrellas bajo los párpados cerrados.
– ¿Mejor? -preguntó él.
– Mmm -el habla estaba más allá de su capacidad.
– Debería frenar -comentó él, con expresión de decir que era lo que menos quería.
– Espero que no por mí -soltó una risa estrangulada. -Si vas más lento, podría morirme.
– Yo también -le apartó un mechón de pelo de la mejilla encendida. -Lejos de mi intención negarte tus deseos.
CAPITULO 13
Jack la miró a la cara. No, no podía negarle sus deseos. Menos cuando la necesitaba con tanta desesperación. No había comprendido cuánto hasta no mirar en sus ojos compasivos.
Tiró con fuerza de la fina tela del hombro y esta se soltó. Hizo lo mismo con la otra y le quitó el sujetador mientras ella alzaba la espalda y las caderas, ansiosa por desprenderse del límite de la ropa interior.
Lo que vio estaba más allá de sus sueños más descabellados.
– Eres increíble.
– ¿Podemos ceñirnos a la verdad? -Mallory apartó la vista.
– Desde luego -era obvio que no creía en su belleza o valía y, dado lo que había aprendido de su historia, lo entendía.
Pero cuando se encontraba con él, no debería albergar dudas. Se retiró y se irguió para desnudarse con celeridad hasta que se unió otra vez a ella en la cania.
Con ojos intensos, Mallory observó su erección.
– ¿Ves lo que me haces? -sí, lo veía desnudo, pero también dentro de él, más profundamente que cualquier otra mujer.
Esbozó una sonrisa irónica y adorable,
– Es un hecho comprobado que los hombres no siempre piensan con su… bueno, ya sabes, cuando esperan tener suerte.
Él rio ante su forma tan directa de exponerlo. Esa era su Mallory, la mujer honesta que no ocultaba lo que pensaba.
– Yo no lo llamaría tener suerte si fuera un revolcón fácil con alguien que no me importaba.
El pestañeo de ella mostró la incertidumbre que la embargaba.
– Bueno, también es otro hecho comprobado que los hombres dicen cualquier cosa en el calor del momento, sin creer nada de sus palabras.
– No estamos en el calor del momento -se acercó hasta que pudo separarle las piernas y arrodillarse entre ellas. -Todavía -no le quitó la mirada de encima, pero se inclinó más, con los labios a meros centímetros del paraíso.
– Hablas muy bien -suspiró… y la voz ronca le indicó lo mucho que le gustaba cómo hablaba y la evidente intención que tenía.
– No son simples palabras. Si lo único que deseara fuera una mujer, no estaría aquí ahora -porque era demasiado complicada y atractiva, demasiado todo en lo que a él se refería.
Si se perdía dentro de ella para olvidar el dolor del día, se arriesgaba a perderse para siempre. Pero ahí estaba y ya no había vuelta atrás. No iba a huir.
– Ah, cariño, si lo único que quisiera fuera cualquier mujer, ya estaría dentro de ti, ocupándome de mis necesidades en vez de hacer esto -bajó la cabeza y la lamió; probó su feminidad, y sintió su calor al tiempo que cebaba la humedad de rocío.
La única respuesta de ella fue un gemido tremido. Cerró las manos en la colcha de la cama y alzó las caderas. Por su calor líquido, Jack supo que estaba cerca del precipicio y él mismo ya no iba a poder esperar mucho más.
Pero Mallory lo sorprendió, ya que lo hizo rodar hasta quedar boca arriba y se sentó a horcajadas en su cintura. Apenas la vio abrir el cajón de la mesilla o el paquete de celofán, pero sí sintió cómo le enfundaba el preservativo.
El deseo de penetrarla era intenso. Pero aún más poderosa era la necesidad de observarla mientras descendía sobre él y lo aceptaba en toda su anchura y extensión. Pero no pudo evitar tocarla, desde separarle los pliegues con la punta de los dedos hasta situarse ante su entrada.
La aferró por las caderas en el mismo instante en que ella eliminaba toda contención. Se deslizó por su núcleo encendido, lubricado y húmedo a su alrededor.
– Dios -la palabra salió de sus labios en un gemido gutural. La resistencia inicial del cuerpo de Mallory fue el placer ceñido de él. Jamás había sentido algo más caliente, idóneo y perfecto.
Y como había prometido que miraría, se obligó a levantar los párpados pesados y a apoyarse en los codos. Al verse engullido en el interior de ella, se dio cuenta de que había sido un error.
Comenzó a realizar unos movimientos de embestida que intensificaron todas y cada una de las sensaciones que le recorrían el cuerpo.
Mallory estuvo a punto de gritar por el calor increíble y la fricción vertiginosa que creaban. Era seda mojada que envolvía la erección sólida de él. Lo que sentía por ese hombre era tan poderoso y fuerte que permanecería con ella mucho después de que hubieran dejado de estar juntos, algo en lo que aún no quería pensar. Contrajo los músculos con más fuerza en torno a la dureza palpitante, sabiendo que le faltaba muy poco para alcanzar el clímax,
Jack se agarró a sus caderas y la impulsó a abrir los ojos para encontrarse con los ojos nublados de él.
– Déjate ir, cariño -levantó las caderas para acercarla todavía más al abismo. Esperó.
Mallory intentó respirar, pero solo pudo emitir un grito ahogado.
– Entonces llévame allí… y ven conmigo -contoneó el trasero en un lento movimiento circular. La pelvis giró sobre las caderas de Jack, quien la penetró tan hondamente, que la palabra «unión» adquirió un nuevo significado.
– Aahhh, Dios. Ahora -la penetró y ella volvió a contraer los músculos a su alrededor.
Unas olas remolinantes de placer interminable rompieron sobre ella, Miró el increíble rostro de él y Jack se puso a embestirla con más fuerza. No podía pensar ni respirar. Los cuerpos se movían al unísono, más y más deprisa, hasta que la resistencia de Mallory se convirtió en el punto focal del placer erótico.
– Sí, sí… -soltó un grito de placer con una voz que no reconoció como propia,
– Sí -fue el eco de Jack al estallar dentro de ella y temblar con el poder de su orgasmo.
Y el mundo que ella conocía se fragmentó en millones de haces de luz que la cegaron, y la belleza de alcanzar juntos el orgasmo le provocó lágrimas.
Respiró de forma entrecortada mientras bajaba el cuerpo para descansar sobre él.
– Te amo -las palabras escaparon de su boca antes de que pudiera detenerlas.
Mallory yacía encima de él, jadeante, saciada… y esperando una respuesta. Pero no tenía nada que decirle. En todo caso, nada que ella quisiera oír.
Antes de Mallory, siempre había tenido sexo. Pero no se había equivocado al entrar y tener la corazonada de que eso era mucho más. No era ella la única que se enamoraba.
Años de ideas preconcebidas y de estadísticas de divorcio lo informaban de que no tenían ni una sola posibilidad, pero, por primera vez, consideró las otras estadísticas. Los matrimonios que habían sobrevivido. Las personas que permanecían juntas por razones que trascendían la conveniencia y la seguridad.
No se le escapaba la ironía de la situación. La única vez que estaba dispuesto a encarar el futuro, no disponía de ninguno.
Mallory suspiró.
– No te mentiré y afirmaré que fue en el calor del momento, pero no te preocupes, no espero que respondas «yo también te amo».
– Me importas -«más de lo que es prudente». -Y desearía poder decir las palabras -pero no podía, porque hacerlo significaría poner en peligro todo lo que ella quería de la vida.
Jack era la persona menos altruista que conocía, pero proteger a Mallory y las cosas que ella valoraba se había convertido en su prioridad.
– Eh, desearlo no hace que las cosas sucedan, y los dos conocemos las reglas.
– Estas cambian -no se tragó su tono ligero.
– Pero no los puntos de vista. Y los dos conocemos cuáles son los tuyos.
Forzó una risa que no sentía.
– Sí, iguales que los tuyos. La carrera es lo primero. Todo lo demás va en un segundo lugar.
– Exacto.
Pero la idea de volver a su vacío apartamento de Nueva York no le resultaba tan liberadora como en el pasado.
Pero él ya era socio, ya había alcanzado su sueño. Y esa era la meta de ella, para la que se había afanado durante años.
«Te amo».
No podía reconocer que él sentía lo mismo. No podía enfrentarse a sus propios demonios y decidir si corría el riesgo y le confiaba el corazón a Mallory. No tenía otra alternativa que hacer a un lado la verdad.
Por el bien de ella.
Por violar la política de no romances del bufete, la vieja guardia consideraría los actos de Mallory con desdén. No la despedirían, no sin arriesgarse a una demanda, pero podrían frenar su ascenso y hacerle la vida imposible hasta que dimitiera. Mientras tanto, Jack solo recibiría una reprimenda, un cachete en la mano y quizá una broma obscena para que controlara sus impulsos más bajos. Pero seguiría siendo socio y su carrera estaría intacta. Injusto pero cierto.
– ¿Jack?
Se puso de costado y la arrastró con él. Miró su rostro preocupado y ante sí mismo reconoció que le importaba demasiado.
– Estoy aquí.
«Pero no me ama», pensó Mallory. El corazón se le encogió. Aunque el destino dictara que no tenían futuro, deseó que Jack sintiera lo mismo.
– ¿Qué pasó en tu casa? -preguntó, cambiando de tema.
– Al final mis padres van a divorciarse.
– De modo que tu padre plantó cara. Debes de estar satisfecho.
– «Satisfecho» no describe lo que siento. Mi madre se presentó en casa a recoger sus cosas… acompañada de su último novio.
– Es muy poco sensible.
– Así es mi madre -repuso con expresión inescrutable.
Mallory comprendió que de ahí nacían sus ideas sobre las relaciones a largo plazo y las mujeres,
– Adelante y arriba -continuó él. -Constantemente quiere más y mejor y no le importa quién resulta herido en el camino.
– Entonces, ¿por qué se quedó tanto tiempo con él? -preguntó.
– Seguridad financiera. Y mi padre lo permitió.
– No todas somos como ella -supo que las palabras eran necesarias.
– Sé que tú no lo eres -tuvo un tic en la mandíbula. -Pero perdóname por no haber puesto a prueba la teoría. Los divorcios y las estadísticas que he visto bastaron para convencerme de mantenerme al margen.
Ella asintió. Al final, de poco importaba que la creyera diferente, porque había caído en un estereotipo demasiado difícil de superar por cualquier mujer. En particular por Mallory, quien había convertido su «adelante y arriba» en objetivo público en un mundo dominado por hombres.
Posó una mano sobre los labios de él. Ya le había revelado suficientes cosas como para convencerla de que confiaba en ella.
– Se me ocurren cosas más divertidas que volvernos demasiado emotivos.
– ¿Qué tienes en mente? -preguntó Jack.
Ella forzó una sonrisa relajada,
– Me llamó nuestro detective privado y dispongo de bastante información sobre la señora Lederman -pero al estar desnuda con Jack, en lo que podía ser la última vez, no quería hablar de trabajo. Y menos de un tema que cada vez que pensaba en él le producía dolor.
– No tenías trabajo en la mente -apoyó la mano en su cadera.
– Además -convino-, a medianoche no podremos hacer nada al respecto.
– Tienes razón. Sea lo que fuere, puede esperar -le dio un beso en los labios, profundo y sentido. Y cuando le mordió el labio inferior, Mallory gimió.
Tomó el pañuelo que él le había devuelto y se sentó sobre su estómago. Se pasó la seda alrededor de las manos y tiró de ambos extremos. Los ojos de él se oscurecieron en anticipación.
– ¿Qué es lo que planeas hacer con eso exactamente?
– He oído que si le vendas los ojos a un hombre, sus otros sentidos se agudizan.
– Interesante teoría -musitó.
– Lo mismo pensé yo -sonrió. -¿Crees que es aplicable a las mujeres?
– Desde luego, pretendo averiguarlo.
Se incorporó para mordisquear un pezón. Ella echó la cabeza atrás y soltó un grito ahogado.
Mientras estaba distraída, Jack le quitó el pañuelo.
– Tramposo -apenas soltó las palabras cuando él tensó la tela sobre sus pechos. Sus caderas iniciaron un movimiento circular e involuntario sobre el estómago de Jack.
– No veo que te quejes -sonrió. Enroscó las manos en torno a la seda sin dejar de mirarla-. Pongamos a prueba tus sentidos agudizados.
Ella contuvo el aliento, nerviosa. Había planeado darle placer de esa manera, no que él invirtiera las tornas, Los pezones ya se le habían endurecido y la humedad entre sus piernas atestiguaba la creciente excitación. Cuando le ató el pañuelo en torno a la cabeza, todo a su alrededor se puso negro.
La anticipación le hizo un nudo en el estómago. Todos los sentidos se le potenciaron.
Una ráfaga de aire fresco le recorrió los pezones. Arqueó la espalda ante el ataque sensual y habría caído si Jack no le hubiera pasado el brazo fuerte por la cintura.
– Te tengo -la ayudó a tumbarse sobre los cojines mullidos.
La curiosidad martilleó por sus venas. Era vulnerable a él, pero nunca había confiado más en un hombre.
– ¿Jack?
– Aquí -le dio un beso suave en los labios, luego le ajustó la venda, para que estuviera cómoda pero no pudiera ver nada. Segundos más tarde, una música suave flotó en la habitación-, ¿Te encuentras bien? -preguntó.
– Nunca he estado mejor -captó la calidez en su propia voz y supo que era reflejo de cómo hacía que se sintiera.
– Bien. Y ahora probemos tu teoría. Hay cinco sentidos, ¿verdad?
Ella asintió.
Pensaba poner a prueba cada uno. No podía ofrecerle más que el ahora, pero cuando hubiera terminado, Mallory no solo tendría su amor, sino un montón de recuerdos a los que aferrarse, igual que él.
Entonces, ¿por qué no le parecía suficiente?
Supo que lo que deseaba era perderse otra vez dentro de ella, y en esa ocasión ser él quien diera rienda suelta a sus emociones contenidas.
– ¿Con cuál de los cinco quieres empezar? -le preguntó.
– Creo que con el tacto -sonrió.
Al pensar en todas las formas en que quería explorar su cuerpo y dejar que ella lo sintiera a él, se puso a sudar.
Apretó los dientes y se dijo que aún no.
– Lo siento, pero reservamos el mejor para el final. Pasemos al gusto. No te muevas.
– ¿Piensas que voy a ir a alguna parte? -preguntó con ironía.
Fue al minibar que había bajo el televisor. Menos mal que encontró una barra de chocolate. Después de desenvolverla, tomó un bocado del chocolate con leche y caramelo y se puso a masticar.
– Eh, ¿qué está pasando? -preguntó ella cuando el silencio se prolongó.
– Nada -rio. -¿Estás lista?
– Estaba lista -siguió la afirmación con un largo gemido que él tragó con la boca cuando le cubrió los labios con los suyos.
La lengua de Jack le invadió la boca y comenzó una pausada exploración. Ella le lamió la lengua y le mordisqueó el labio inferior antes de parar para respirar,
– Mmm. Delicioso.
El sonido ronco lo sacudió hasta los cimientos, renovándole el deseo de momentos atrás.
– Chocolate.
– Muy bien. ¿Lista para el siguiente?
Ella se humedeció los labios. De algún modo, Jack logró contenerse de tirarla sobre la cama. Primero debían completar un experimento.
– Olfato, ¿de acuerdo? -la volvió para que quedara de cara a él. Después de darse una ducha y antes de marcharse a la ciudad, se había pasado loción para después del afeitado. La tomó por las caderas y dijo-Adelántate y pasa las piernas alrededor de mi cintura.
Le ciñó la cintura y el calor femenino y húmedo se pegó de forma tentadora a su ingle.
– ¿Qué me estás haciendo? -gimió más que preguntó.
Jack la entendió. Tenía el cuerpo tenso y suplicaba liberación. Le dio un beso en los labios.
– Excitarte, cariño. Lo mismo que pretendías hacer tú con ese pañuelo.
– Tendré que pagarte con la misma moneda, ¿lo sabes?
Él rio con ganas.
– Tiemblo de miedo. Y ahora apoya la cabeza aquí -le guio la barbilla al hombro.
Mallory apoyó la mejilla suave contra la piel más áspera y permanecieron en silencio mientras a ella el corazón le latía deprisa. Los pechos se le suavizaron contra Jack y el extremo de la dureza de él se asentó sobre su abertura, desprotegida e insistente.
Él rezó para poder contenerse.
– Respiras deprisa -comentó ella con tono burlón. -Y de forma entrecortada. ¿Cuenta eso para mí agudizado sentido del oído?
Jack estaba dispuesto a aceptarlo si con ello aceleraba la finalización del experimento,
– Está bien.
Mallory enterró la cara en el cuello y el hombro de Jack. Respiraba como él. Le rodeó la cintura con los brazos y lo pegó a su cuerpo. El gesto fue más íntimo que experimental. Más una expresión honesta de emoción que un juego ligero y fácil.
Jack se aferró a la poca fortaleza que le quedaba. Hasta que Mallory comenzó a frotar la nariz sobre su cuello.
– Almizcleño -murmuró. -Masculino -las palabras vibraron cerca del oído de él. -Y tan sexy -le mordisqueó la piel y luego lo aplacó con la lengua.
En ese momento el cuerpo le tembló y la contención se convirtió en un recuerdo. El experimento se había terminado. Además, había sido más duro para él que para ella. Había sobrevivido al gusto, al olfato y al oído. En ese momento quería el tacto.
La echó sobre la cama y le quitó el pañuelo. Mallory parpadeó al adaptarse a la luz.
La miró a la cara.
– Quiero tacto.
– Yo también -sonrió. -Por Dios, yo también.
Su permiso era todo lo que Jack necesitaba. Le abrió las piernas y la penetró.
Mallory se sentó y observó a Jack dormir. El deseo flotó por debajo de la superficie, una emoción secundaria respecto del amor que le inspiraba ese hombre.
Se dio cuenta de que por primera vez en la vida, sus sentimientos y necesidades se anteponían al deseo de complacer a su padre, un hombre que jamás había mostrado interés en su vida o carrera. No entendía por qué había planificado todo su futuro en torno al intento de ganarse el respeto y el amor de ese hombre.
Con el amanecer próximo, comprendía que el camino profesional que había elegido por los motivos equivocados entraba en conflicto con las revelaciones que le había hecho el detective privado sobre la señora Lederman.
Y ya era hora de enfrentarse a ciertos hechos y sentimientos.
– ¿Estás despierta? -la voz ronca de Jack sonó en su oído,
– Mmm. Estaba pensando.
– Espero que en lo que pasó anoche -alargó una mano para coronarle un pecho.
Sintió el hormigueo placentero, pero primero necesitaba hablar,
– Lo de anoche fue asombroso. Pero tenemos que hablar de trabajo antes de volver a desviarnos.
– ¿Quieres que hable de trabajo mientras estoy en la cama contigo? -rio. Se acercó hasta apoyar la entrepierna, dura y erecta, en su espalda.
– A pesar de lo que me cuesta negarte algo -suspiró-y necesito quitarme esta información de dentro.
– ¿De qué se trata? -preguntó preocupado.
– Alicia Lederman tiene un historial de abuso de drogas recetadas.
– ¡Bingo!
Mallory se encogió por dentro ante el entusiasmo en su voz.
– Es exactamente lo que necesitamos exponer para llegar a un acuerdo. En cuanto le hablemos a Lederman de ello… Aguarda un momento -detrás de ella Jack se sentó.
– ¿Qué sucede?
– ¿Ese abuso tuvo lugar mientras estaban casados?
Mallory asintió.
– Y también su estancia en una clínica de rehabilitación cara.
– Entonces, ¿por qué Lederman no compartió esta información con nosotros?
– Bueno, aún no somos sus abogados -le recordó ella.
– Eso puedo aceptarlo. Pero también existe otra posibilidad…
– Que nos estuviera poniendo a prueba -concluyó Mallory. -Quería ver si descubriríamos la información y hasta dónde estaríamos dispuestos a llegar.
No estaba segura de cuándo había tomado la decisión, pero fue entre llegar a conocer y caerle bien Alicia Lederman y enamorarse de Jack. En ella existía un lado suave que había desconocido.
Aunque le costara el trabajo y llegar a ser socia, no podía utilizar el pasado de la mujer en su contra. Admiraba y respetaba demasiado a Alicia Lederman. El sentido de la justicia dictaba que tuviera en consideración los sentimientos de la mujer.
Sin previa advertencia, Jack apartó las sábanas y bajó de la cama.
– ¿Adónde vas?
– A hablar con ese hijo de perra. Una cosa es estar indeciso e invitarnos aquí para llegar a conocernos mejor, y otra jugar a desaparecer y a retener información. Me he cansado. O mi historial habla por sí solo o no lo hace -agarró los vaqueros.
– Jack, espera.
– Tienes razón -hizo una pausa. -Primero me ducharé y luego abordaré a Paul Lederman -fue hacia el cuarto de baño, magnífico en su desnudez y masculinidad,
– ¿Cuál es el plan, Jack? -se humedeció los labios.
– ¿Antes o después de que lo estrangule? -preguntó al volverse.
– Después.
– Nos contrata, utilizamos la información y alcanzamos un pequeño acuerdo económico, ¿por qué?
– Porque yo voto que no lo usemos.
Jack regresó a la habitación con todas sus antenas de abogado desplegadas.
– ¿Te importaría decirme por qué no?
– Porque no se lo merece. Ya la has oído. Crió a los hijos de su marido, y por lo que he visto, desempeña un papel muy importante aquí. Se ha ganado una buena parte. Además, si ha tenido un problema de drogas legales, es evidente que ya lo ha superado. ¿Por qué amenazar con hacer pública su debilidad? ¿Por qué permitir que ridiculicen a sus hijos solo para satisfacer las necesidades del señor Lederman?
– Porque si responde como yo espero que lo haga, será nuestro cliente -un cliente que no le gustaba y en quien no confiaba, pero que, de todos modos, tenía derecho a recibir lealtad y la mejor defensa que su dinero podía comprar. Se detuvo al pie de la cama. -Tú sugeriste contratar al detective privado. ¿Ahora quieres enterrar la información que le pediste que encontrara? -movió la cabeza con incredulidad-. Aparte del hecho de que dudo que Lederman quiera eso, va contra nuestra ética legal y lo que le debemos al cliente.
Entrecerró los ojos, furiosa de que cuestionara su ética.
– Da la casualidad de que creo que hay tácticas menos sucias disponibles.
– ¿Eso de la mujer que quiere triunfar en un mundo de hombres? -en cuanto las palabras escaparon de su boca tuvo ganas de morderse la lengua.
Ella se levantó de la cama, envolviéndose con la sábana más como gesto de protección emocional que físico.
– Bueno, supongo que ambos sabemos dónde está cada uno en este tema. Y la opinión de quién tiene más peso.
Odiaba hacerle daño. Odiaba la distancia que acababa de establecer entre los dos.
– Mallory…
– Ve a darte una ducha y a hablar con Lederman -movió la cabeza.
Sabiendo que no había más que decir, se puso los pantalones y se marchó a su habitación a darse una ducha. Cuando se hubo tranquilizado y volvió a llamar a la puerta de Mallory, nadie contestó.
Que hubiera bajado a dar un paseo por la playa o no le quisiera abrir, el resultado era el mismo.
Estaba solo.
CAPITULO 14
Jack entró en el gimnasio atestado. Las siete y media de la mañana representaba la hora punta. Miró alrededor y vio a su objetivo en la cinta de correr, con una toalla blanca alrededor del cuello fornido.
Se preparó para la discusión que iba a tener lugar. Había estado demasiado relajado en ese viaje, demasiado distraído por la excitación del juego al que se habían dedicado Mallory y él.
Fue al rincón de la sala.
– Paul, me gustaría tener unas palabras con usted -se contuvo de mostrar su furia o frustración. Aún existía la ligera posibilidad de que su instinto acerca de los motivos de Lederman estuviera equivocado. Aunque lo dudaba,
Lederman se volvió a regañadientes de la cinta y observó a Jack.
– Iba a llamarlo esta tarde.
No lo creía. Desde su regreso, se había dejado ver poco. Y debido a la aventura con Mallory, él había estado demasiado preocupado para que le importara. Pero si la actitud fría que el otro exhibía esa mañana indicaba algo, la luna de miel se había acabado, y quizá fuera lo mejor.
– ¿Qué pasa? -preguntó Paul.
– ¿Por qué no me lo dice usted? He pasado cuatro días aquí y no he recibido ningún mensaje. Mientras tanto, mis fuentes me indican que me ha retenido información -miró alrededor para cerciorarse de que nadie los oía. -¿Abuso de medicamentos recetados? -observó con atención la reacción de Lederman.
– ¿Cómo diablos se enteró de eso? -entrecerró los ojos y luego se encogió de hombros. -Ya no importa. ¿Está dispuesto a utilizarlo?
– Si me contrata, y si eso es lo que usted quiere y si tiene sentido estratégico, entonces sí -al hablar, rememoró la expresión de decepción de Mallory.
Luego, la cara de súplica de su padre. No tenía que cuestionarse cómo reaccionaría si el divorcio de sus padres se complicaba y su codiciosa madre decidía aprovechar las debilidades de su padre. Ni cuestionó los nombres que le dedicaría al abogado dispuesto a representar a su madre y recurrir a esos juegos sucios que él había empleado durante años en los divorcios de otros.
Lederman soltó una carcajada.
– He llevado a cabo una investigación propia. Tiene usted un historial muy bueno, evidentemente un buen equipo de investigadores y pelotas. Me gusta eso en un hombre -sin advertencia, extendió la mano. -Considérese contratado.
Jack se obligó a estrechársela.
– No lo lamentará. Waldorf, Haynes le ofrecerá la mejor representación del mercado. Pero primero debemos aclarar una cosa.
– ¿Cuál?
Jack entró en el espacio personal de Lederman.
– Puede que yo esté dispuesto a jugar duro, pero no me gusta que lo haga conmigo mi propio cliente. Mi reputación me precede -manifestó, sin importarle lo arrogante que sonaba. -O confía en mi habilidad o no lo hace. La próxima vez que se dedique a jugar, me largaré.
– Trato hecho -Lederman le estrechó la mano con entusiasmo antes de excusarse y volver a la cinta.
Jack atravesó el gimnasio. Acababa de lograr algo importante. Había asegurado el cliente más grande del bufete al tiempo que mantenía contento al hombre excéntrico. Y aunque Lederman era basura, él no había aceptado ensuciarse las manos ni comprometer su ética de trabajo.
Pero en vez de sentirse contento, en vez de experimentar la habitual descarga de adrenalina que siempre había vivido en el pasado, sintió un nudo en el estómago. Aunque no tenía ganas de enfrentarse a ella, debía poner a Mallory al día sobre la conversación mantenida con Lederman. Y con el regreso inminente al bufete, también necesitaban mantener una charla sincera acerca de lo que había sucedido entre ellos.
Por no mencionar que él necesitaba una última vez a solas con Mallory antes de que la realidad se asentara.
Mallory cerró la cremallera de la maleta. Debía largarse de ahí y regresar a su vida antes de perder el sentido del «yo». Al enamorarse de Jack, había descubierto a una Mallory para perder a otra. La que estaba orientada hacia objetivos y que anhelaba ser socia del bufete. La que nunca creyó que quería un marido o una familia. La que estaba contenta con esconder su feminidad.
La que consideraba a Jack un sueño inalcanzable.
Nunca podría poner a la nueva Mallory atrás, como no podría regresar por completo a la princesa de hielo que había sido la mejor asociada de Waldorf, Haynes. La mujer femenina y erótica en ese momento era una parte de sí misma.
Había cambiado. Y cuando llegara a casa tendrían que producirse más cambios.
El teléfono la sacó de sus pensamientos. Levantó el auricular.
– ¿Hola?
– ¿Señorita Sinclair? -respondió una profunda voz masculina que ella no reconoció. -Sí. ¿Quién es?
– El conserje del hotel. Se me ha pedido que la informara de que se reúna con su socio en la habitación quinientos veinte a las ocho de la tarde de hoy.
La habitación de Jack, del otro lado del pasillo. El corazón comenzó a latirle con fuerza.
– Gracias -murmuró.
Sintió un nudo en la garganta. No era una invitación, sino una reunión de trabajo. Y desde luego no una declaración de amor. Mallory Sinclair, la abogada, jamás rechazaría la petición de un socio. Pero Mallory Sinclair, la mujer, no tenía elección. Depositó la maleta en el suelo. Bajo ningún concepto podría sobrellevar una última reunión con Jack. No con el corazón roto y su carrera en una encrucijada.
No lo culpaba por la actitud mostrada esa mañana. Emplear la información del detective era lo correcto… para alguien que quería representar a Paul Lederman. Era la misma estrategia a la que habría recurrido ella el día que llegaron. Pero ya no.
Era una pena que hubiera sido la única en experimentar una revelación, de lo contrario no tendría que irse sola del centro.
Se secó una lágrima que le cayó por la mejilla. No se presentaría a la reunión de trabajo. Encontraría un modo de dejarle el mensaje para no dejarlo plantado, Y luego se iría a casa. Sola.
Jack iba de un lado a otro de la habitación. A las nueve se dio cuenta de que Mallory no iba a aparecer. A las diez, llamaron a su puerta.
En lo profesional, debería haber estado furioso porque apareciera tan tarde, pero en ese momento era su corazón el que pensaba por él. Estaba enfadado y dolido. Ya fuera una reunión de trabajo o una petición personal, lo mínimo que podría haber hecho era enviarle una negativa cortés.
Se levantó del sofá y fue a la puerta. Del otro lado estaba Alicia Lederman, la última persona que esperaba ver.
– ¿Puedo ayudarla?
– Tengo un mensaje para usted -la mujer le extendió un sobre blanco con el logo del centro. -Prometí traérselo antes. Mucho antes. Pero tuvimos una emergencia en el vestíbulo -movió la cabeza. -De todos modos, aquí lo tiene con mis más sinceras disculpas.
– No es necesario que se disculpe -de hecho, con lo que le reservaba, era él quien debería disculparse.
El pensamiento lo sorprendió, ¿Cuándo había sentido la necesidad de disculparse por realizar su trabajo? Miró a Alicia. Aunque estaba tan elegante como siempre, el cansancio en su rostro le sacudió el corazón. Se preguntó si la veía por primera vez o si lo hacía a través de los ojos de Mallory. Sea como fuete, no le gustó lo que veía y se preguntó si Mallory tenía razón… si habría algún modo de alcanzar un acuerdo sin causar un dolor innecesario.
Encontró la mirada de Alicia, impresionado por su dignidad y coraje.
– Podría haber enviado a un botones -movió la nota. -¿Por qué la ha traído en persona?
– Porque si a Mallory le importa, entonces usted ha de ser un buen hombre aquí -se llevó la mano a la altura del corazón.
– ¿Ha hablado con ella?
– Antes de marcharse -asintió. -Ha vuelto a casa. Estoy segura de que esa nota lo explica todo.
– Pase, por favor -retrocedió a la habitación.
Alicia lo siguió pero permaneció en silencio. Y también él. Descubrir que Mallory no lo había plantado no hizo que se sintiera mejor.
No le importó tener público; solo quería saber qué tenía que decir Mallory Sacó el papel perfumado del sobre y leyó.
Así como lamento no decírtelo en persona, soy lo bastante inteligente como para no librar una batalla que no puedo ganar.
Este viaje me ha enseñado mucho sobre mí misma y lo que quiero en la vida.
Me voy a casa para empezar a realizar algunos cambios. Por desgracia, voy a tener que dejar pasar éste último encuentro.
Fue divertido mientras duró.
Con amor,
Mallory
El dolor en las entrañas de Jack se agudizó.
– Los finales nunca son fáciles -Alicia apoyó una mano en su brazo; luego, avergonzada, la retiró con rapidez.
Jack observó su mirada de simpatía.
– Supongo que usted lo sabe bien -comentó con amabilidad.
– Comprendo que no puedo retener a Paul si él no quiere quedarse -asintió. -Y sé que usted creyó que no le hacía caso cuando me aconsejó que contratara a un abogado, pero no era así. Me preparaba.
– Y mantenía las cartas ocultas. Respeto eso.
– No sé si lo que he hecho lo merece. Pero lo que sí sé es que el matrimonio se terminó. Y me niego a abandonar sin plantar cara.
– Comprende que aquí es cuando he de aconsejarle que busque asesoramiento -era fácil hablar con ella. No pudo evitar sonreír.
– Lo haré. Pero esperaba que primero pudiéramos hablar -sacó un sobre del bolso. -No soy tan ingenua como cree mi marido. Hay cierta información mía que estoy seguro de que querrá utilizar. Comuníquele que dispongo de munición.
Jack repasó con rapidez el contenido del sobre… fotos comprometidas de Paul Lederman y una mujer joven. En cada una aparecía la fecha de la relación. Alicia Lederman tenía pruebas de la infidelidad de su marido. Jack soltó un gemido.
– Es una empleada -explicó ella. -Una empleada muy joven e inexperta -el dolor en su voz era inconfundible. -Le juro que él no era así cuando nos casamos. El ataque al corazón y la mediana edad lo cambiaron -movió la cabeza con disgusto.
Jack pudo simpatizar con ella. Los actos de Paul Lederman lo ponían enfermo.
– ¿Piensa emplearlas?
La mujer mayor se secó los ojos.
– No quiero hacerlas públicas. Tengo hijos que son más importantes que cualquier dinero que saque del acuerdo de divorcio.
Jack no supo qué decir. Ahí había una mujer con pruebas palpables que podrían conseguirle una suma muy importante si sabía jugar sus bazas, pero dispuesta a prescindir del dinero por el bien de sus hijos.
Era única. Y también lo era Mallory, que desde el principio había visto la bondad de esa mujer.
– ¿Señor Latham?
– Lo siento -carraspeó. -Si no está dispuesta a utilizarlas, ¿por qué me las enseña?
– He dicho que no quiero que se hagan públicas, no que no las utilizaría si me viera forzada.
A través del dolor, captó la determinación y la respetó por ello.
– No se equivoque. Sufriría si Paul insistiera en emplear la información de que dispone contra mí, y no quiero arrastrar a mis hijos por el fango dos veces. Necesitan creer que tienen un padre a quien poder admirar. Aunque sea una charada. Así que muéstrele estas fotos, son copias, y dígale que lo único que quiero es lo que es justo. Yo he ayudado a dirigir este centro y he criado a sus hijos. Soy una mujer de mediana edad sin otra fuente de ingresos. Lo único que pido es un acuerdo justo y equitativo, para que luego pueda despilfarrar su dinero en esas mujeres jóvenes que tanto prefiere.
Contuvo un sollozo y Jack sintió un nudo en la garganta.
– Espero que esas fotos sean suficiente. Pero si me arrincona, lucharé -concluyó ella.
– Lo entiendo -Jack permaneció con el sobre en la mano, convencido de que el cliente más grande del bufete había sellado su propio destino.
Titubeó, y luego apoyó una mano en el hombro de Alicia.
– Se las mostraré y le aconsejaré en consecuencia. Mientras tanto, mañana a primera hora consígase un abogado.
Ella asintió con gesto de gratitud.
– Mallory tenía razón con usted. Solo le faltaba comprobarlo por su propia cuenta. Adiós, señor Latham.
– Buenas noches.
Una vez solo, se dirigió al espejo que había en el dormitorio principal. Apoyó las manos en la cómoda y se observó. Jamás se había considerado un cobarde, pero era la imagen exacta que le devolvía el reflejo. Un hombre que, como su padre, temía dar el paso que cambiaría para siempre su vida.
La ironía era evidente. Había dedicado toda la vida a huir del amor y del compromiso hasta que cayó en su trampa.
Aunque amar a Mallory no era una trampa. Sí el resto de su vida.
– ¿Que has hecho qué?
Mallory soltó la caja con sus cosas personales en el suelo del apartamento que compartía con su prima.
– Lo he dejado, Julia. «Dejado». ¿Qué es lo que no entiendes?
De hecho, había dado dos semanas de aviso, pero los socios no estaban interesados en retenerla. No después de enterarse de que no estaba dispuesta a utilizar la información que tenía sobre Alicia Lederman. Jack había caído con la gripe desde su regreso y el caso Lederman había recaído en manos de ella. Había decidido irse antes de causarle sufrimientos y dolor a Alicia Lederman.
Debido a su ética profesional, al irse del centro no había sido capaz de hacer nada más que aconsejarle que contratara a un abogado. Pero se negaba a ser ella quien echara a Alicia a las fauces de su marido, el tiburón.
– Ven, siéntate -Julia palmeó el sofá a su lado. -Cuando anoche llegué a casa estabas dormida, y en el primer momento en que te veo, me sueltas que has renunciado al trabajo al que has dedicado toda la vida. Te faltaba esto para ser socia -junto los dedos pulgar e índice. -¿Qué ha pasado? ¿Qué ha sucedido en esos cinco días que pasaste en el hotel con el socio más elegible de tu bufete?
Mallory observó a su prima con cautela al sentarse.
– No es elegible -volvió a sentir el maldito nudo en la garganta.
– ¿Que no es elegible? ¿Quieres decir que está comprometido o casado? Qué miserable -bufó con una mueca de desagrado.
A pesar de sí misma, Mallory rio entre dientes.
– No está comprometido ni casado, pero aquí no está disponible -se tocó el pecho, justo encima del corazón. -Ni aquí -se señaló la cabeza.
Y si la intimidad que habían compartido no había logrado que cambiara de actitud, nada lo conseguiría.
Julia se adelantó para consolarla con un abrazo y Mallory agradeció el apoyo silencioso y sólido de su prima.
– ¿Ha expuesto sin rodeos que no está interesado o es una conjetura tuya? Porque hasta el soltero más empedernido encuentra su pareja -una expresión perversa le iluminó los ojos.
– No me digas que crees que la mujer adecuada puede cambiar la mentalidad de un hombre obstinado.
– Solo digo que no abandones la esperanza hasta que lo hayas oído de su propia boca -sonrió.
– No creo que tenga nada más que decirme.
– ¿Qué vas a hacer ahora que no tienes trabajo? -suspiró, cambiando de tema de forma poco sutil.
– Tengo suficientes ahorros y puedo permitirme abrir mi propio despacho, aunque tarde un poco en despegar. Voy a buscar un despacho para alquilar… quizá en La oficina de otra empresa para reducir costes. Ya es hora de hacer algo por mí.
– ¿No por tu padre?
Mallory apoyó la cabeza en el respaldo del sofá.
– ¿Quieres decir que en todo momento supiste que ser socia del bufete no era lo que yo quería?
– Lo utilizaste como excusa para que tu padre se enorgulleciera, cuando nada va a conseguir que se centre en alguien que no sea él mismo. Mientras tanto, te convenciste a ti misma de que eras feliz, ¿Quién era yo para llevarte la contraria?
– Tienes razón -suspiró. -Pero ya se ha terminado -y solo había necesitado treinta años para comprenderlo.
Sin embargo, había aprendido tanto de sí misma que podía iniciar una vida nueva.
Aunque esa vida sería mucho más brillante si Jack hubiera aprendido las mismas lecciones.
CAPITULO 15
Mallory lo había dejado. Jack entró en su santuario privado dando un portazo a la espalda para disfrutar de un poco de intimidad en ese bufete sacudido por los rumores. Al regresar de las Hamptons había sufrido una desagradable gripe de verano que le había hecho perder dos días de trabajo. Deseó que alguien hubiera considerado apropiado comentarle lo de la dimisión de Mallory durante su baja.
Había regresado ese día, sin saber muy bien cómo encarar a la reina de hielo, para descubrir que ya no estaba. El vacío que lo carcomió fue mayor que nada de lo que hubiera experimentado en el pasado.
Pero junto con ese vacío experimentó orgullo por Mallory. Del mismo modo en que lo había dejado a él, no temía alejarse cuando sus esperanzas, sueños y objetivos no eran satisfechos.
Contempló su lujoso despacho, con tantos recuerdos de la facultad y tantos diplomas.
Había empezado su carrera de abogado allí. Todos sus logros profesionales estaban vinculados con ese bufete, pero el tiempo pasado con Mallory le había enseñado que carecía de logros personales para esos años. Y de pronto todo el ámbito de lo profesional le pareció insignificante.
La situación con Lederman no había ayudado. Le había mostrado las fotos, escuchado sus bravatas y le había explicado el daño que esas fotos podían hacerle a su reputación empresarial. Jack esperaba cerrar el caso con rapidez y poco escándalo.
Miró en la distancia el Empire State Building. El tampoco iba a estar mucho más tiempo en el bufete. Desde el momento en que había mirado la cara de Alicia Lederman y visto más que una adversaria, había sabido que sus días en Waldorf, Haynes estaban contados. Una vez más debía darle las gracias a Mallory por abrirle los ojos.
No podía echarle la culpa al bufete ni a Lederman por su actual insatisfacción, la culpa solo la tenía su falta de disposición a enfrentarse consigo mismo y sus demonios… y aceptar el mayor de los dones que le había sido ofrecido.
El amor de Mallory.
– Y bien, ¿qué piensas hacer al respecto? -se preguntó.
Observó el escritorio demasiado arreglado y recogió un folio y una pluma. Se pondría en contacto con Mallory con palabras que no pudiera malinterpretar. Luego, rezaría para que sucediera lo mejor.
Con las manos en las caderas, Mallory inspeccionó la oficina que le alquilaba un amigo de Julia. Era un agente de seguros que disponía de un despacho extra y una secretaria con tiempo libre que podía poner a su disposición por unos ingresos adicionales. Era más barato que alquilar un despacho para ella sola. Ya tendría tiempo para dar ese gran paso si profesionalmente le iba bien.
Habían pasado dos semanas desde que dejara a Jack y aún no había tenido ninguna noticia de él. No era que esperara que la llamara, pero la soñadora que llevaba dentro había albergado esperanzas. Y había ocasiones, en especial por la noche, en que se le había pasado por La cabeza llamarlo, simplemente para oír su voz, para ver si la anhelaba tanto como ella a él. Pero entonces regresaba la cordura y se decía que él sabía que lo amaba. Que si hubiera descubierto lo mismo, habría podido llamarla.
El edificio viejo le gustaba, pero aún no estaba preparada para tomar la decisión. Fue en taxi a casa y entró en el apartamento.
– ¿Dónde has estado? -Julia salió de su habitación con expresión impaciente.
– Comprobando una oficina. Estoy agotada. Este calor me mata… por no mencionar que te puedes asar en el metro -se dejó caer en el sillón más cercano.
– Durante tu ausencia, traje el correo -esperó al lado de su prima.
– ¿Y por qué representa una novedad?
– ¿Por esto! -plantó un sobre en el regazo de Mallory.
El sobre color marfil exhibía el membrete familiar de Waldorf, Haynes, pero eso no era todo. Las iniciales manuscritas debajo de la dirección hicieron que se le acelerara el corazón.
– J. L. Es él, ¿verdad? -preguntó Julia con voz entusiasmada.
– ¿Te importa que lo lea en privado? -como sabía que era una pregunta retórica, y Julia tampoco se movió, abrió el sobre mientras hablaba.
Julia se plantó detrás de su hombro y leyó en voz alta.
– Una última vez, una vida para compartirte esperaré… si te atreves. Oh, Dios mío, es tan romántico -exclamó en el oído de Mallory.
Un temblor la recorrió al releer la nota para sí misma y tuvo que estar de acuerdo con su prima. Era asombroso, romántico e increíblemente aterrador.
No sabía qué había instado el cambio en Jack, pero lo conocía lo suficiente como para saber que no le habría enviado ese mensaje si no creyera en cada una de sus palabras.
Le dio la vuelta. La fecha era de una semana atrás y la dirección desconocida… y en las afueras.
– ¿Cómo espera que llegues? -quiso saber Julia.
– Buena pregunta -nada en el papel indicaba cómo podía encontrar el lugar. Tendría que buscar un mapa para direcciones específicas.
– Aunque supongo que nada que merezca la pena es fácil, ¿verdad? -acarició el papel entre los dedos.
Era un desafío… con una vida en juego.
Mallory aparcó el coche de alquiler ante la dirección que figuraba en la invitación. Para asegurarse, por dos veces comprobó el número en el buzón, pero en cuanto vio la casa victoriana con las vallas blancas de madera, supo que estaba en el sitio adecuado.
Bajó del coche a la lluvia y miró en derredor en busca de una señal de algo que reconociera. Aparte del hormigueo en las manos y de la anticipación del corazón siempre que Jack estaba cerca, nada era familiar.
Se subió la capucha del chubasquero y fue hasta la puerta de entrada, subió los escalones y llamó al timbre.
Jack la observó subir y abrió la puerta en el mismo instante en que sonaba el viejo timbre en la casa vacía. Pensó que soñaba cuando el objeto de sus fantasías abandonó la lluvia y pasó a su lado.
Se quitó la capucha y lo miró con sonrisa insegura. Extendió la invitación para que él la viera.
– Me alegro de que supieras encontrar la casa.
– Jamás te hablé de mi pésimo sentido de la orientación -se encogió de hombros-, pero gracias a Internet no tuve problemas. No puedes perderte con indicaciones tan precisas.
Permanecieron en un silencio incómodo. No era así como había planeado Jack el reencuentro después de tanto tiempo sin verla. Dio un paso atrás para contemplarla. El cabello oscuro le caía en ondas naturales alrededor de la cara, mientras la piel le resplandecía en una mezcla de bronceado estival y maquillaje perfectamente aplicado.
– Te he echado de menos -comentó.
La sonrisa titubeante de ella se amplió.
– Ya era hora de que te dieras cuenta -se arrojó a sus brazos.
Jack enterró la cara en su pelo y la sostuvo con fuerza. Su fragancia era la misma e igual le sucedía a la realización que sentía a su lado. Pero ella se apartó demasiado pronto.
– ¿Qué lugar es este? -preguntó al tiempo que miraba alrededor de la casa vacía.
No tenía ni idea de la pregunta importante que había planteado.
– ¿Por qué no te quitas el chubasquero y te lo explico?
– Todavía no -el color se potenció en sus mejillas. -Sigo con frío.
Él entrecerró los ojos; luego, se encogió de hombros.
– Mientras no planees una huida veloz.
– Confía en mí. No hice todo este trayecto para escapar.
– Confío en ti -le tomó la mano. -Con mi vida.
Los ojos de Mallory se humedecieron y le acarició la mejilla.
– No creo que eso te haya resultado fácil de decir.
– Es gracioso, pero contigo lo es. Esa semana que pasamos juntos lo cambió todo.
– Cuéntamelo -pidió, inclinando la cabeza.
– Supongo que los dos vivimos una experiencia que nos cambió la vida -rio. -Tú te encontraste a ti misma y lo que querías de la vida. Yo te encontré a ti y descubrí que «relación» no es un insulto -no eran solo las experiencias sensuales, sino los vínculos emocionales que habían establecido en el proceso. -Cuando te marchaste, me di cuenta de que no podía seguir siendo Terminator.
– Alicia dijo que eres increíble -la mirada intensa no vaciló.
– Ella lo es -movió la cabeza -Tal como dijiste, tuve suerte de que Lederman la fastidiara, porque de lo contrario me habría visto en una situación insostenible. No podría haber dejado el caso sin que le costara mucho al bufete, algo que jamás haría. A pesar de que por ese entonces tenía el pálpito de que también para mí las cosas se habían terminado.
– ¿Te vas? -preguntó sorprendida.
– Estoy en fase de vender participación en la sociedad. Es imposible que continúe como hasta ahora, aceptando casos para ayudar a destruir matrimonios, sin importar el precio -sonrió. -No cuando he visto la luz.
– Me dejas atónita.
– Y a mí. Aún no sé qué dirección tomar a continuación, pero estoy seguro de que hago lo correcto.
– ¿Y este lugar?
Ya no podía darle más largas.
– Una apuesta. Tú querías ser socia a toda costa e insistías en que el matrimonio y la familia no entraban en la ecuación -respiró hondo. -Pero tú siempre creíste y quisiste que yo creyera. Ya lo hago.
– ¿Qué estás diciendo?
Cerró y abrió las manos.
– Que cuando dejaste tu trabajo, supuse que pensabas de forma diferente en las cosas. Aquí lo tienes, cariño. Tu invitación al sueño americano. La casa, las vallas blancas… -señaló hacia la ventana que daba a la calle. -Hay un refugio para animales a la vuelta de la esquina y sé que no me importaría tener hijos. Desde luego, no te mantendré únicamente embarazada. Tienes una mente demasiado brillante para desperdiciarla. A esta ciudad no le vendrían mal dos abogados más.
Ella parpadeó en silencio estupefacto. Cuanto más continuaba el silencio, más se preguntaba Jack si los había sobreestimado a los dos.
– Todavía no es mía, de modo que si no te gusta, o quieres quedarte en la ciudad o no quieres casarte…
– Estás divagando. Nunca antes te había visto nervioso -exhibió una sonrisa alegre.
– ¿Qué dices? -insistió.
– Que mis sueños se han hecho realidad -ni con la imaginación más descabellada había soñado con esa felicidad. Con Jack. -Y te amo.
– Yo también te amo -respondió él sin titubeos.
Era tan afortunada de haber encontrado a un hombre que consideraba que valía la pena el esfuerzo de hurgar más allá de la superficie. Y merecía ser recompensado.
Con dedos trémulos y lentos, comenzó a desabotonarse el chubasquero. Al terminar, dejó que le cayera por los hombros hasta quedar a sus pies. Él observó la lencería negra y sexy y los ojos se le oscurecieron.
Emitió un silbido de aprecio.
– No dejes que te vean los vecinos.
– Supongo que vas a tener que instalar persianas -rio y lo llamó con un dedo.
– ¿Eso es un «sí» a mi invitación?
El corazón le martilleó con fuerza en el pecho.
– Es un «sí» a toda una vida.
Jack avanzó, la tomó en brazos y selló el trato con un beso largo que prometía una vida de invitaciones eróticas.
CARLY PHILLIPS
Carly Phillips inicio su carrera como escritora con "Brazen" (Una semana en el paraiso) en 1999, desde entonces ha publicado más de 20 novelas, que han estado entre las más vendidas en las listas más conocidas de Estados Unidos. Su libro "The Bachelor" (Soltero… ¿y sin compromiso? recientemente publicado por el sello Esencia) fue elegido para un programa de lectura a nivel nacional. Actualmente publica en dos sellos, Harlequín y Warner.
Carly vive en Purchase, New York con su marido, sus dos hijas pequeñas y un jugueton Wheaton Terrier. Su pasatiempo favorito es leer, le gusta escuchar opera y le encanta recibir correos de sus lectoras, ya sea por mail o por correo normal.
"A mis lectoras:
Me siento tan afortunada de tener mi trabajo publicado en español y poder compartir mis historias con ustedes. Las invito a visitar mi sitio web para conocer las novedades y otras cosas divertidas. Espero que disfruten con mis personajes y ansío tener noticias suyas.
Mis mejores deseos, Carly Phillips"