Éste es libro del hermano mayor, Chase Chandler. La protagonista, Sloane Carlisle, es la hija de un senador que acaba de descubrir que su padre biológico no es quien ella cree que es, sino un excéntrico que vive en un pequeño pueblo. Sloane siempre se ha sentido querida, y para evitar que tanto el senador como su padre biológico sufran por su culpa, decide ir a conocer personalmente a su progenitor y explicarle qué ha pasado. Lo que ella no sabe es que su madre (bueno, madrastra, en realidad, pues es huérfana desde pequeña) le pide al hijo de una antigua amistad que cuide de ella en su aventura, y éste no es otro que Chase.

Chase, en los dos libros anteriores, aparece como un hombre muy centrado, y ver cómo pierde los papeles delante de Sloane resulta muy interesante, divertido y romántico. Como es lógico, la intriga de la paternidad de la protagonista y la historia personal de Chase se interponen entre la relación, pero al final la pareja acaba junta y también aparecen los hijos de los hermanos de Chase. Incluso de la madre de los Chase rehace su vida con el médico que la cuida durante su fingida enfermedad.

Carly Phillips

El Rompecorazones

The Heartbreaker (2003)

3° de la Serie Hermanos Chandler

CAPÍTULO 01

Chase Chandler cruzó la puerta que conducía al vestíbulo del Dulles International Airport e inspiró hondo. Cada soplo de aire que respiraba fuera de Yorkshire Falls, su pueblo natal, le proporcionaba libertad verdadera. Por fin.

– ¡Eh, hermano mayor! -Su hermano pequeño, Román, le dio un fuerte y caluroso abrazo. -Bienvenido a Washington D.C. ¿Qué tal el vuelo?

– Inmejorable. Corto y puntual. -Chase se colgó la bolsa al hombro y se encaminó a la salida. -¿Qué tal tu mujer?

Román esbozó una sonrisa boba.

– Charlotte es increíble. Y está cada día más gorda. Mi hijo va creciendo en su interior -añadió, como si no les hubiera recordado a todos cien veces que Charlotte estaba embarazada. -Falta un mes. -Se frotó las manos ante la expectativa.

– Hace poco, lo último que querías en el mundo era esposa e hijos. Tuvimos que echar una moneda al aire para decidir quién de nosotros le daría a mamá el nieto que tanto deseaba. Y ahora mírate. Casado y futuro padre, y más contento que unas pascuas. -Chase negó con la cabeza, asombrado y satisfecho por el cambio de su hermano pequeño. Román había sentado cabeza y era feliz, lo cual también hacía feliz a Chase. Había cumplido con su deber con la familia.

Román se encogió de hombros.

– ¿Qué puedo decir? Eso era antes. Ahora soy un hombre nuevo.

– ¿Te refieres a antes de que te convirtieras en un adulto? -Chase le guiñó un ojo y su hermano se rió por lo bajo.

Los dos sabían que a Román le había costado mucho llegar a la conclusión de que casarse con Charlotte no significaba sólo dejar su vida de corresponsal extranjero, sino cambiarla por algo que iba a resultarle más satisfactorio. Ahora trabajaba de columnista de opinión para el Washington Post, y tenía esposa y familia.

– No tienes ni idea de lo que te pierdes -dijo Román sin pestañear. -Una mujer a la que deseas ver al llegar a casa, un cuerpo cálido en la cama y alguien que te quiere incondicionalmente.

Como fanáticos conversos, tanto Román como Rick, su hermano mediano que también se había casado hacía poco, no dejaban de predicar los beneficios del matrimonio. Pero a Chase no lo convencían.

– Créeme, puedo vivir sin eso, muchas gracias. El día que me sienta muy solo, me compraré un perro.

En sus sueños no entraban una esposa e hijos. Prácticamente había tenido que criar a sus hermanos, que, por mucho que los quisiera, habían sido unas buenas piezas. No necesitaba más locos bajitos en su vida. Desde que cumplió dieciocho años y su padre murió repentinamente, Chase había sido el hombre de la familia y su modelo a seguir. Había asumido la dirección del Yorkshire Falls Gazette y ayudado a su madre a criar a sus hermanos, funciones que nunca le habían molestado. Chase no era de los que volvían la vista atrás. Y ahora, con treinta y siete años, podía hacer por fin lo que quisiera con su vida, e intentar cumplir los sueños que había dejado en suspenso. Empezando por su viaje a Washington.

Rodeó a una pareja que avanzaba lentamente y siguió las indicaciones hacia el aparcamiento. Miró a Román. Seguía teniendo expresión alelada, y Chase esbozó una amplia sonrisa.

– Supongo que puedo llamar a mamá y decirle que vas por ahí como un padre orgulloso.

– No te molestes -dijo Román, alcanzándolo. -Cuando no estamos en Yorkshire Falls, llama por teléfono una vez al día y habla con Charlotte.

Chase asintió. Así era Raina, su madre, entrometida y orgullosa de serlo.

– Bueno, no sabes cuánto me alegro por ti. -Le dio una palmadita a su hermano en la espalda.

– Y yo me alegro de que, por una vez, hayas dejado el periódico en otras manos y hayas decidido dar prioridad a tu vida.

Chase respondió con un gruñido. Al fin y al cabo, el chico tenía razón. Desde que se había hecho cargo del periódico no había delegado sus responsabilidades en el Gazette ni una sola vez.

– El coche está en el aparcamiento. -Román hizo una seña hacia donde tenían que ir y Chase lo siguió, aunque estuvo a punto de tropezar con un niño que había decidido echar a correr.

– Gracias por venir a recogerme -dijo Chase. Vio que el pequeño rebelde había sido ya acorralado por sus padres. Román y Rick tenían once y quince años respectivamente cuando su padre murió, es decir, eran lo suficientemente mayores como para ocuparse de sí mismos, y Chase no había tenido que hacerse cargo de ellos durante la infancia. Gracias a Dios, porque la adolescencia ya había sido lo bastante dura.

– ¿Qué tal está mamá? -preguntó Román.

– ¿A qué te refieres?

– A… su… salud.

– ¿Balbuceas por algún motivo? -inquirió Chase.

Román aceleró el paso, aunque permaneció en silencio. Chase tenía la impresión de ver girar el cerebro de su hermano en busca de una respuesta. Meses atrás, Chase había llevado a su madre a urgencias porque se quejaba de unos dolores en el pecho. Posteriormente, les dijo a sus tres hijos que le habían diagnosticado una grave enfermedad coronaria. Aunque ellos hablaron con la doctora, la confidencialidad médica les impidió averiguar nada más aparte de lo que Raina les había contado. Los tres habían revoloteado a su alrededor para asegurarse de que se cuidaba. Como Raina había restringido todas sus actividades, a Chase no se le ocurrió poner en duda el diagnóstico, hasta que empezó a observar incongruencias. Demasiado color en las mejillas para estar mal del corazón. Demasiadas dosis de antiácidos, o la última prescripción de un medicamento para el reflujo gástrico, que, si no se trataba, podía tener graves consecuencias. Y que subiese o bajase corriendo la escalera cuando pensaba que nadie la veía.

Como periodista nato, empezó a sospechar que se trataba de una manipulación evidente. También sospechó que sus hermanos, que últimamente parecían menos preocupados por la salud de su madre, sabían algo que él desconocía.

– Rick y yo tenemos que hablar contigo -dijo Román.

– ¿Sobre el falso problema coronario de mamá?

Román se paró de golpe; una mujer estuvo a punto de chocar con él y un hombre lo esquivó y soltó unos cuantos improperios al pasar por su lado.

– ¿Lo sabes?

Chase asintió.

– Lo sé.

– Mierda. -Román lo miró de hito en hito. -íbamos a contártelo.

Chase se pasó una mano por el pelo y soltó un gruñido. No le importaba lo más mínimo que estuvieran en medio del aeropuerto, bloqueando el paso de la gente. Hacía tiempo que tenía ganas de encararse con Román respecto a ese asunto y se alegraba de poder desahogarse al fin.

– ¿Me dejasteis al margen por algún motivo?

– Yo me enteré justo antes de que Charlotte y yo nos prometiéramos. Rick lo ha sabido hace menos. Si él hubiese podido venir a Washington, pensábamos contártelo este fin de semana. -Extendió las manos hacia adelante. -¿Qué puedo decir?

– Quien me debe una explicación no eres tú, sino mamá.

Román arqueó una ceja.

– ¿No sabes por qué fingió estar enferma?

– Bueno, explicación no es la palabra correcta. Claro que lo sé. Lo hizo porque quería nietos. Quería que nos preocupásemos tanto que convirtiéramos en realidad sus deseos. Hasta ahí llego. Pero nos debe una disculpa a todos, joder.

– Si te sirve de consuelo, su estratagema ha reducido considerablemente su vida social. Ella y Eric no han podido ir a bailar, salir por ahí ni hacer las cosas que a ella le habrían gustado.

– Menudo consuelo. -Chase relajó los hombros para aliviar la tensión. -¿Qué te parece si este fin de semana nos olvidamos de los problemas familiares y nos dedicamos a divertirnos?

– Me parece perfecto. Dejaré que te instales en el hotel, luego cenaremos con Charlotte y mañana tendrás la primera degustación de políticos de Washington. Ahora larguémonos de aquí de una vez.

– Totalmente de acuerdo.

Román, junto con Chase, se encaminó a los ascensores que conducían al aparcamiento.

– No me extraña que el senador Carlisle se presente a las elecciones a vicepresidente -comentó Chase sobre la noticia que lo había llevado a la capital. Román asintió.

– A mí tampoco. Ese hombre es un modelo de perfección política, incluso estando casado en segundas nupcias.

Afortunadamente para Chase, Jacqueline Carlisle, la difunta esposa del senador, había nacido y crecido en Yorkshire Falls, lo cual le daba a Chase un pretexto para ir a Washington.

– Dado que el actual vicepresidente es demasiado viejo y no tiene ganas de presentarse a las elecciones, nuestro presidente puede aprovechar para el modelo. Alguien con carisma y refinamiento.

– El senador Michael Carlisle, de Nueva York -declaró Román.

– Sí. Me he informado sobre él. Después de la muerte de Jacqueline, su primera esposa, Carlisle se casó con su compañera de piso y mejor amiga de la universidad. Madeline Carlisle crió a la primera hija del senador, Sloane, y luego ella y el senador tuvieron gemelas, Edén y Dawne. -La perfección política, como había dicho Román.

– ¿Has visto alguna foto de la hija mayor del senador?

Chase negó con la cabeza.

– Sólo un vistazo fugaz de las gemelas o alguna mala foto tomada de lejos. ¿Por qué? Román se echó a reír.

– Porque me parece que te gustará lo que vas a ver. El ascensor está por aquí. -Señaló a la izquierda.

– Desde el punto de vista profesional, todo lo relacionado con los Carlisle me gusta. -Porque, salvo que se produjera algún escándalo o cometiese alguna estupidez, el apuesto y destacado senador iba camino de la presidencia, y Chase pensaba utilizar su vinculación a Yorkshire Falls para llevar a cabo un buen trabajo periodístico.

Román se echó a reír.

– ¿Eres consciente de que al preguntarte por la hija de Carlisle no te estaba hablando de trabajo? -Entornó los ojos. -Por supuesto que no. Siempre tan por encima de todo, siempre tan profesional. -Se puso serio. -Fuiste mi modelo, ¿sabes?

El orgullo que destilaba su voz hizo que Chase se sintiera como un farsante. Román había conseguido más en la vida que Chase.

– Y tienes razón -continuó su hermano pequeño, ajeno a los pensamientos de Chase. -Esta noticia te brinda la oportunidad perfecta de ir más allá del periodismo de provincias. Con el enfoque adecuado, alguno de los grandes periódicos podría fijarse en ti.

Al oír las palabras de su hermano, a Chase empezó a subirle la adrenalina de una forma que no recordaba desde que asistió al funeral de su padre y enterró sus sueños. Pero la paciencia y la lealtad familiar habían dado sus frutos. Por fin le había llegado la hora.

Las puertas del ascensor se abrieron y entraron en él.

– Y resulta que yo tengo el enfoque adecuado. El que hará que te adelantes a quienes siguen el rastro de Carlisle. ¿Quieres saber lo que no te conté por teléfono? -preguntó Román.

– Claro. -Chase dejó su bolsa en el suelo y miró a su hermano, expectante.

– Charlotte es amiga de Madeline Carlisle. Es dienta de su tienda de lencería aquí en Washington, y acabaron haciéndose amigas. Buenas amigas. Madeline no concede muchas entrevistas, pero puedo conseguirte una exclusiva cara a cara con la esposa del senador.

A Román le brillaban los ojos de emoción, incrementando con ello la de Chase, cuyos instintos se agudizaban ante la perspectiva de un gran artículo.

– Román.

Su hermano alzó la mirada.

– ¿Sí?

A Chase no se le daba bien expresar sus sentimientos ni se sentía cómodo haciéndolo. Sus hermanos estaban acostumbrados a sus largos silencios. Lo comprendían mejor que nadie. Ladeó la cabeza.

– Gracias.

Román lo observó con los ojos empañados.

– Yo diría que te lo debía, pero probablemente no estuvieras de acuerdo. Así pues, digamos que eres muy bueno y que te lo mereces, y dejémoslo así.

Chase asintió.

– Me parece bien.

– Una cosa más -añadió Román mientras la puerta del ascensor se abría al oscuro aparcamiento. -Washington no sólo es bueno para las intrigas políticas. También tiene una buena cantidad de mujeres disponibles.

Chase frunció el cejo.

– Pensaba que estabas felizmente casado.

– Yo sí, pero tú no, hermano.

Sloane Carlisle intentó combinar su precioso minivestido color fucsia con una chaqueta negra formal, pero el resultado le pareció horrible. Las prendas de Betsey Johnson eran para lucirlas, no para ocultarlas. Decepcionada, relegó el modelo al fondo del armario, junto con el resto de su ropa retro. No podía ponerse un vestido de un color tan cantón, con una falda tan corta y con la espalda al aire. No el día en que su padre, el senador, anunciaría su decisión de aceptar la oferta de presentarse a candidato a la vicepresidencia en las siguientes elecciones.

Exhaló un suspiro, cogió un traje chaqueta azul pastel de Chanel y lo colocó encima de la cama. Aunque no era su estilo preferido, esa opción conservadora resultaba mucho más adecuada para la hija mayor del senador Carlisle. Aunque Sloane solía considerarse el bicho raro de una familia de políticos que siempre estaba en el candelero, comprendía la necesidad de pensar antes de vestirse, hablar o actuar, por si la prensa iba a la caza de noticias. Y Sloane siempre se comportaba como su familia esperaba de ella.

Al cabo de veinte minutos y con media hora de antelación, llegó a la suite de su padre. Sus padres se habían establecido temporalmente en un hotel de Washington y habían dejado su casa del estado de Nueva York. Habían decidido organizar una última reunión familiar antes de que empezara el frenesí de los medios de comunicación.

Estaba a punto de llamar a la puerta cuando oyó una voz que susurraba enfadada.

– No pienso quedarme de brazos cruzados y tirar por la borda el trabajo de veinticinco años. -Reconoció la voz de Franklin Page, el jefe de campaña de su padre, su mano derecha y amigo desde hacía mucho tiempo.

Frank solía reaccionar de forma exagerada ante las crisis, y sus bramidos no la asustaron. Levantó la mano para llamar a la puerta, que estaba ligeramente entreabierta, cuando el ayudante de Frank, Robert Stone, habló y evitó que ella entrara.

– ¿Dices que ese Samson afirma ser el padre de Sloane? -resopló con evidente incredulidad.

– Hace algo más que afirmarlo.

Sloane tomó aire sorprendida y apretó los puños. Eso era imposible. Jacqueline y Michael Carlisle eran sus padres biológicos. No tenía motivos para creer otra cosa. Sin embargo, se le encogió el estómago y sintió náuseas.

– ¿Tiene pruebas? -preguntó Robert en voz tan baja que Sloane tuvo que aguzar el oído, y aun así se perdió parte de la respuesta de Frank.

– No las necesita. Michael lo ha corroborado -declaró Frank, esta vez lo suficientemente alto como para que ella lo oyera. -Pero se niega a actuar en su propio beneficio y hacer algo con ese tal Samson. -Se produjo un breve silencio. -Maldita sea, ¿no se te ocurre nada mejor que dejar la puerta abierta? Michael y Madeline están al caer. Ya habrán acabado sus compras. No puede enterarse de lo que hemos planeado.

– ¿De qué se trata?

– Busquemos un poco de intimidad y te lo contaré todo. Ese tal Samson es una amenaza para la campaña. Y hay que eliminar todas las amenazas.

Frank era un gritón, pero nunca profería amenazas porque sí. Sloane tragó saliva justo cuando los otros le cerraban la puerta en las narices, dejándola fuera de la suite de su padre y, si las palabras de Frank eran ciertas, fuera de su propia vida.

Cuando acabaron de cenar, Chase había sido testigo de más felicidad conyugal por parte de su hermano y cuñada de la que era capaz de soportar de una sentada, de modo que, mientras Román se marchaba a casa con Charlotte, que estaba cansada, Chase decidió investigar la vida nocturna de Washington y el ambiente de los solteros. Tras preguntar por ahí, encontró el local perfecto donde relajarse y desconectar.

Pidió una cerveza Miller y examinó el local, que tenía un billar, una pista de baile pequeña y desgastada, varios anuncios de cerveza colgados de las paredes revestidas con paneles de madera, y poca cosa más. Hasta que la puerta se abrió y entró ella, digna de verse, con un vestido tan rosa, tan corto y tan escotado, que tendría que estar prohibido.

Independientemente de lo que pensara su hermano, Chase no era un monje. Había llevado su vida social con discreción por deferencia a su función de padre y, con los años, esa actitud se había convertido en una costumbre. Últimamente se estaba viendo con Cindy Dixon, que vivía en Hampshire, el pueblo contiguo. Eran amigos que habían empezado a acostarse juntos cuando les apetecía, porque ninguno de los dos quería asumir riesgos a su edad y en los tiempos que corrían. El arreglo satisfacía a Chase físicamente pero ya no le inspiraba, así que no le sorprendió que aquella sensual sirena le llamara la atención.

La melena pelirroja le caía en cascada hasta más abajo de los hombros en mechones gruesos que hacían que deseara pasar el dedo por aquel pelo rebelde. Chase agarró la botella con más fuerza y emitió un gemido. Con una sola mirada, ya tenía ganas de conocerla. A toda ella.

– Está como un tren. -El camarero limpió la barra con un trapo. -Debe de ser la primera vez que viene porque, de lo contrario, seguro que me acordaría de ella.

Chase tampoco la olvidaría en un futuro próximo. La combinación de descarada sensualidad de su indumentaria y la vulnerabilidad que denotaba su expresión cuando se aposentó a su lado, le causaron una profunda impresión.

– ¿Qué le pongo? -preguntó el camarero, inclinándose por encima de la barra y acercándose demasiado a ella, en opinión de Chase.

– Hum. -Frunció los labios mientras lo pensaba. -Un whisky escocés solo.

Chase arqueó una ceja, sorprendido. Había imaginado que pediría un cóctel, o una copa de vino blanco con soda.

– ¿Está segura? -preguntó el camarero. -El alcohol puro y duro no sienta bien a un cuerpo menudo como el suyo.

Ella se puso tiesa, claramente ofendida.

– Que yo sepa, el cliente siempre tiene razón -dijo en un tono altanero más propio de los aristócratas o los políticos que de la ninfa que parecía ser.

Chase sonrió de oreja a oreja. Obviamente, podía añadir agallas a su lista de atributos.

– Como quiera -repuso el camarero. -Cuando tenga que confiscarle las llaves del coche, no diga que no se lo he advertido.

– Pues menos mal que he venido en metro -le espetó ella.

– Un tanto para la señora -dijo Chase entre risas.

– Gracias -contestó ella sin ni siquiera molestarse en mirarlo.

El camarero le colocó delante el vaso lleno de líquido ámbar.

– Recuerde que la he advertido. -Se dirigió a otros clientes que estaban al final de la barra.

La muchacha observó el contenido unos momentos antes de olisquearlo y arrugar la nariz.

– Sigue oliendo tan mal como la última vez que lo probé -dijo para sí.

Chase se echó a reír. Otra vez. Dos veces en cuestión de minutos. Todo un récord para él. Un testimonio de la vida austera que llevaba y un homenaje al efecto que esa mujer causaba en él. Estaba más que intrigado.

– Entonces, ¿por qué lo has pedido? -le preguntó.

– Bebida potente para una noche de emociones fuertes. -Se encogió de hombros sin alzar la vista del vaso.

Chase no se ofendió. Era obvio que estaba ensimismada y, a juzgar por sus palabras, dolida.

– Camarero. Póngame lo mismo, por favor -pidió Chase cuando el hombre miró en su dirección.

– ¿Qué estás haciendo? -preguntó ella sorprendida.

– Acompañarte. Beber solo no es saludable. -Ella por fin lo miró y una ráfaga de energía sexual pura y dura explotó en el interior de Chase, descolocándolo.

Al parecer, no fue el único que se sintió así, porque en la brillante mirada de ella entrevió un atisbo de agradecimiento y de algo más. Chase creía estar preparado para esas situaciones, pero había pasado demasiado tiempo desde la última vez que sintió algo especial por una mujer o por cualquier otra cosa. Desde que había bajado del avión en Washington, hacía unas pocas horas, era como si el mundo se le hubiera abierto y le ofreciera una miríada de posibilidades. Quería que aquella belleza fuese una de ellas.

– Toma, compañero. -El camarero deslizó la bebida en su dirección. -La dejo en tus manos -añadió, refiriéndose a la mujer, antes de atender a la cada vez más numerosa clientela.

Ella se apartó un mechón largo de pelo cobrizo.

– Sé cuidarme sólita.

– No lo dudo. -Chase alzó el vaso y esperó mientras ella hacía lo mismo. -Salud. La mujer ladeó la cabeza.

– Salud. Un momento. Lo correcto es hacer un brindis antes de beber, y yo siempre hago lo correcto. Por… -Se calló mientras se mordisqueaba el carnoso labio inferior.

A Chase se le hizo la boca agua, porque lo que más deseaba en esos momentos era lamer aquellos labios voluptuosos.

– ¿Por? -insistió él.

– Por los secretos sucios de la vida. -Y chocaron sus vasos.

El tintineo resonó en el interior de Chase lo mismo que la angustia que presentía en ella.

– Sé escuchar -dijo él, e inmediatamente se arrepintió. No pretendía ser su amigo, sino su amante.

Atracción instantánea, lujuria instantánea. Nunca antes había experimentado un sentimiento tan fuerte. Y no pensaba reprimirlo. No la noche que representaba el comienzo de su nueva vida. Al carajo su cautela habitual. Había llegado el momento de dejar atrás al noble Chase Chandler y hacer caso de sus deseos.

– Gracias, pero… preferiría no hablar. -El resplandor de su mirada le transmitió que deseaba algo más. Algo de él.

Algo que Chase estaba más que dispuesto a entregar.

Sloane contempló los ojos azules de aquel desconocido. Una mujer podía llegar a perderse en aquella mirada intensa y seria. El hombre tenía un fuego oculto en su interior, algo similar a lo que ardía en su propio fuero interno. Daría cualquier cosa por huir. Y el estómago se le revolvía ante la avalancha de posibilidades.

Se llevó el líquido ambarino a los labios y dio un sorbo sin apartar la mirada de él. Como había tomado whisky en su época universitaria, estaba preparada para el sabor característico y el ardor que se sentía al ingerirlo. Sintió el calor recorrerle las venas, pero más por la mirada de él que por la fuerza del alcohol.

Alzó el vaso y lo unió al de ella con una sonrisa sensual en los labios. Le había dicho que no quería hablar y, por supuesto, él respetó su deseo. A ella le gustó que así fuera. '

El hombre la miró fijamente, con expresión apasionada durante unos instantes. Ella buscó en la profundidad azul de su mirada como si guardara en ella el secreto de la vida. Por supuesto, ese secreto no se encontraba allí, sino en los adultos que ocultaban información a sus hijos. No dudaba de los motivos de Michael Carlisle. En esos momentos le costaba pensar en él como su padre. Pero no le costaba menos pensar que no lo era.

Como todos los padres, siempre había afirmado obrar en interés de sus hijas. Pero Sloane no era una de sus hijas. Y él no tenía por qué habérselo ocultado. Se preguntó qué dirían los medios si se enteraban de que el senador perfecto vivía una mentira.

Estuvo a punto de soltar una carcajada. Sloane Carlisle vivía una mentira. Demonios, Sloane era la mentira. Por consiguiente, no sabía quién era o dónde encajaba. Nunca lo había sabido. Al menos ahora entendía por qué.

Por qué quería liberarse, mientras que su familia se conformaba con los restrictivos límites impuestos por los medios de comunicación y, a partir del día siguiente a esas horas, también por el Servicio Secreto. Por qué odiaba verse obligada a ser conservadora con la indumentaria y respecto a su comportamiento, mientras que su madrastra, hermanas y padre estaban encantados con las convenciones.

Sloane era distinta porque no era una de ellos. No sabía quién era, y esa noche le daba igual. Siempre había habido una mujer desinhibida en su interior, y ahora quería liberar a la Sloane tanto tiempo reprimida.

– Siempre he pensado que se le da demasiada importancia a las palabras -dijo el desconocido.

– Yo también. -Al día siguiente no estaría de acuerdo. Pero esa noche quería olvidar.

Sloane le rozó el brazo a propósito. La electricidad fue abrasadora y le llegó al fondo del estómago mientras las vibraciones de él la rodeaban tentándola. El hombre se acercó más a ella. A sólo un suspiro de distancia. Podían besarse fácilmente y ella sintió deseos de dejar atrás sus inhibiciones.

Sloane Carlisle nunca había sobrepasado los límites del decoro. Salía con hombres conocidos, hombres aceptados por su familia, y no se acostaba con extraños.

Sin embargo, siempre había querido nadar en aguas ignotas. Quedarse fuera después del toque de queda. Abordar a aquel hombre tan sexy y arriesgarse.

Y dado que su voz áspera y ronca enviaba flechas de fuego candente a su interior, estaba dispuesta a aprovechar el deseo que le recorría las venas. Estaba lista para esa aventura.

Inhaló su aroma viril y almizclado, que se mezclaba de forma embriagadora con el toque de alcohol de su aliento y Sloane se humedeció los labios, imaginando que saboreaba los de él.

A Chase se le oscurecieron los ojos por la excitación.

– ¿O sea que estamos en el mismo barco? -dijo él.

El significado de sus palabras estaba claro y ella no quería confundirlo. Colocó su mano encima de la de él, curtida, y entrelazó los dedos con los suyos, fuertes y largos.

– El mismito -reconoció ella con un tono de voz ronco que casi le resultaba desconocido.

Chase se levantó, pidió la cuenta de los dos y dejó un billete de veinte dólares para pagarla.

– Mi hotel está en la esquina.

O sea que era un turista. Mejor aún. Así no se arriesgaba a encontrárselo otra vez después de esa noche. Sloane se levantó y dejó la bebida tal como estaba.

No necesitaba el alcohol para darse ánimo. Independientemente de cuál fuera su verdadero apellido, estaba convencida de la decisión que tomaba. Había llegado el momento de seguir su instinto y de rebelarse contra todas las cosas de su vida que la habían constreñido. Lo cogió de la mano. Al día siguiente volvería al mundo real, pero esa noche se trataba de materializar lo que había soñado cuando creía ser la primogénita del senador Carlisle.

CAPÍTULO 02

Sloane tuvo tiempo más que suficiente para echarse atrás mientras se dirigían al hotel, pero no había llegado hasta ahí para cambiar de opinión. El la cogía de la mano con fuerza y, cuando entraron en el vestíbulo, se dio cuenta de que nadie los miraba. Sin sus famosos padres al lado, en Washington nadie se fijaba en ella.

Chase se paró y la miró. Sloane advirtió en sus ojos el mismo deseo que la consumía.

– Tengo que pasar por recepción. -La dejó un momento para hablar con el recepcionista y se reunió con ella en seguida.

A Sloane el corazón le latía con fuerza en el pecho cuando entraron en el ascensor y las puertas se cerraron detrás de ellos.

Él le dedicó una intensa mirada.

– No he salido esta noche con esta intención, pero… -se encogió de hombros como si no supiera qué decir a continuación- me alegro de haberte encontrado.

Sloane sonrió porque lo entendía. Ella tampoco había ido al bar a buscar un rollo de una noche, sino para beber y aturdirse, para olvidar un rato su pena. Pero lo había mirado a los ojos una sola vez y se había quedado embelesada.

Para ella, la noche no podía acabar de otra manera.

– Yo tampoco iba a por un hombre. -Soltó una tímida carcajada. -Pero también me alegro de haberte encontrado.

Chase apoyó una mano en la pared, pasándola por encima del hombro de ella. Era alto, tenía una presencia imponente, pero no obstante, su porte pausado y su actitud tranquila hacían que se sintiera cómoda. Segura. E hipnotizada por aquellos preciosos ojos azules; era capaz de olvidarse de todo menos de él. Y ése era precisamente su principal objetivo.

– Creo que ha llegado el momento de que nos digamos el nombre. -Chase esbozó una sonrisa persuasiva.

El nombre, no el apellido. Eso podía permitírselo, pensó ella, hasta que se dio cuenta de que Sloane era demasiado distintivo, demasiado fácil de reconocer en Washington, desde el momento en que su padre planeaba lanzarse al ruedo de la política de altos vuelos.

– Faith -respondió, dándole su segundo nombre.

– Es bonito -dijo él con voz ronca. Se enroscó un mechón del pelo de ella en el dedo, y ese simple gesto le resultó curiosamente excitante a Sloane.

– Yo me llamo Chase.

Ella sonrió.

– Te pega. No me preguntes por qué.

Riendo, él le rodeó la cintura con el brazo y la acercó. Su olor viril la embargó como un potente afrodisíaco. El hombre bajó la cabeza, pero antes de tener tiempo de nada más, las puertas del ascensor se abrieron y en los labios de Sloane quedó un cosquilleo, la espera del contacto con lo desconocido.

El la condujo a su habitación cogida de la mano y, tras introducir la tarjeta-llave, entraron en la suite. El dormitorio quedaba al otro lado de la puerta abierta, al fondo, y el salón, aunque tenía el aspecto y el olor de una habitación de hotel impersonal, cuando él dio un paso hacia ella, perdió toda la frialdad. Chase la estrechó entre sus brazos. Con su mirada profunda y su contundente presencia física, la envolvió en un calor intenso.

La miró a los ojos mientras bajaba la cabeza y la besaba por primera vez. Sus labios eran suaves pero decididos, sin vacilaciones ni inseguridad en su tacto masculino. Aunque no lo conocía, a Sloane le servía de áncora de salvación durante la tormenta de su vida. Le permitió relajarse y sentirse segura, aferrarse a él y aceptar todo lo que le ofrecía. Le devolvió el beso, entregada.

Chase le puso las manos en las mejillas, sujetándole la cabeza para poder devorarle los labios. Le dio mordisquitos, se introdujo el labio inferior de ella en la boca y luego la besó profundamente recorriendo su boca con la lengua. Momento a momento, Sloane sentía cómo el fuego crecía cada vez más en su interior, así como la necesidad imperiosa de tocarlo. Le sacó la camisa de la cinturilla de los vaqueros y colocó las manos contra su cálida piel.

Chase exhaló un gemido ahogado y le deslizó los dedos entre el pelo mientras dejaba un reguero de húmedos besos en la mejilla hasta detenerse en el cuello. Le estaba borrando todo de la mente, la incredulidad, el dolor, el daño y la angustia de la jornada, hasta que llegó un momento en que sólo fue capaz de pensar en él. Los pezones se le endurecieron y los pechos se le hincharon mientras, entre las piernas, sentía una humedad lúbrica.

Inclinó la cabeza hacia atrás para facilitarle el acceso a su garganta, para que lamiera con más fuerza esa piel sensible, como un preludio para pasar a otras partes de su cuerpo más excitadas. La embargó una oleada de sensaciones y lo abrazó por la cintura más fuerte en respuesta a sus caricias.

– Oh, sí. -Sloane oyó su propia voz como si viniera de lejos, baja, ronca y llena de deseo.

– ¿Te gusta? -preguntó él.

Ella se obligó a separar sus espesas pestañas para mirarlo.

– Supongo que es una pregunta retórica, ¿no?

Chase esbozó una seductora sonrisa y prosiguió acariciando con su lengua la piel sensible del cuello de ella.

– Humm. -Él sabía lo que hacía, pensó Sloane. -Faith.

Tardó unos instantes en darse cuenta de que le estaba hablando.

– ¿Sí?

– Nada. Es que me gusta cómo suena tu nombre.

Ella sonrió y deseó que la llamara por su nombre verdadero; deseó que su voz ronca pronunciara «Sloane» cuando la penetrara. Envalentonada por lo que estaba sintiendo, le rozó con las uñas el pecho y la piel cubierta por el vello.

– Espero que esto te guste a ti.

Antes de que Chase tuviera tiempo de responder, los interrumpieron unos golpes en la puerta.

– Ya voy yo. -Se encaminó hacia allí con la seguridad que le caracterizaba, sin pensar que llevaba la camisa por fuera y el pelo revuelto. Abrió lo justo, y Sloane se dio cuenta de que lo hacía para preservar su intimidad.

Agradeció su caballerosidad, teniendo en cuenta que aquello no era para él más que un rollo de una noche.

– Yo lo entraré -le oyó decir. Entonces se volvió hacia ella empujando el carrito del servicio de habitaciones y cerró la puerta con el pie.

– ¿Qué es eso? -preguntó Sloane al ver las dos copas y la botella de champán en la cubitera.

– No me has parecido la clase de mujer que tiene aventuras de una sola noche muy a menudo. Así que quería que fuera… más especial. -Para sorpresa de ella, Chase se sonrojó.

Menudo apuro. El, que había intentado facilitarle a ella las cosas, ahora se sentía un tanto cortado por el detalle. Sloane dio un paso adelante, más segura.

– ¿Qué te hace pensar que normalmente no me comporto así? -preguntó con genuina curiosidad.

– Es una corazonada, y no suelen fallarme. Porque a pesar del vestido sexy, hablas con refinamiento, tienes una expresión un tanto vacilante y, a juzgar por la mirada, huyes de algún secreto oscuro y profundo. Quizá hayas tenido un día nefasto, puede que hayas perdido el trabajo, pero quieres olvidarlo. No te acuestas con desconocidos todos los días. Me apostaría lo que fuera -concluyó envalentonado.

– ¿Todo eso con sólo mirarme?

Chase sonrió.

– Soy periodista. Observar es mi especialidad. ¿Cuál es la tuya?

– Diseño de interiores -dijo sin pensarlo dos veces, incapaz de pensar en otra cosa que no fuera la revelación que él acababa de hacer.

Un reportero del tipo que fuera podía desbaratar los planes políticos de su padre y, a pesar del dolor y la traición que sentía en su interior, le quería. Razón de más para no revelar su nombre verdadero a Chase.

Se acercó a él.

– Debes de ser muy bueno en tu trabajo porque tienes razón. No es algo que ocurra todos los días -reconoció. Un truco que había aprendido de sus padres era alimentar a los reporteros con la mayor cantidad de hechos verdaderos posible para que no recelaran todavía más.

– Me gusta tener razón.

Ella se echó a reír.

– Lo cual te convierte en un hombre típico. -Ahora mismo me conformo con ser tu hombre. ¿Una copa? -Señaló el champán con un gesto de la mano.

Su amabilidad seguía gustándole.

– Preferiría retomar lo que hemos dejado y reservar el champán para más tarde. -Más sinceridad, pensó Sloane. Ahora lo deseaba igual o más que antes.

La cogió de la mano, la condujo al sillón de la esquina y se sentó.

– Ven conmigo. -Tiró de la mano de ella para dejar claro lo que quería.

Sloane tomó aire y acomodó una rodilla a cada lado de los muslos de él mientras se sentaba en su regazo. La protuberancia de sus vaqueros resultaba evidente y palpitaba deliciosamente entre las piernas de ella, mientras Chase tenía las pupilas dilatadas de deseo contenido.

Sloane le rodeó el cuello con los brazos.

– Bésame, Chase. Hazme olvidar -musitó.

– ¿Olvidar qué?

No quería responder. Quería que la besara, así que se inclinó hacia adelante y le selló los labios con los suyos.

Pero cuando se desplazó en su regazo y su pelvis entró en contacto con la entrepierna de él, los besos pasaron a ser algo secundario ante el deseo abrumador. El se levantó cogiéndola en brazos, sin separar su boca de la de ella, y entró en el dormitorio. A Sloane el corazón le latía con fuerza, las oleadas de deseo la inundaban una y otra vez mientras la expectativa no hacía más que aumentar.

La colocó en la cama, donde ambos se arrodillaron. Se movían al unísono, ella desabotonándole la camisa y echándola a un lado, admirando a continuación su pecho musculoso, y él llevando la mano hacia su espalda y tirando del lazo que sujetaba el top, que cayó dejando al descubierto los pechos desnudos de ella. Sloane debería haberse sentido incómoda, pero él la devoró con una mirada voraz y un gemido de agradecimiento le brotó de la garganta, por lo que no quedó la menor duda de que le gustaba lo que veía. Acto seguido, Chase ahuecó las manos sobre sus pechos, mientras los pezones le presionaban las palmas con fuerza.

Sloane se sintió invadida por una calidez extrema y exhaló un suspiro. Kl buscó la cinturilla de la falda mientras ella le desabotonaba los vaqueros; entre los dos fueron despojándose de la ropa y de sus inhibiciones.

De repente, se encontró apoyada en las almohadas, con Chase a horcajadas encima, y con ambas muñecas sujetas con una mano de él por encima de la cabeza de ella. Si bien la tenía inmovilizada en una posición erótica, la retenía con suavidad, de forma que pudiera desasirse si así lo deseaba, pero no era el caso.

La postura la excitaba sobremanera y le gustaba la forma en que él la miraba, como si fuera capaz de leerle el pensamiento y ofrecerle el trato íntimo que deseaba.

– Quiero entrar en ti. -Su largo miembro frotándole el estómago no dejaba lugar a dudas.

– Adelante -dijo ella, y levantó las cejas instintivamente mientras notaba la humedad que tenía entre los muslos y la oleada de excitación crecía en su interior.

– No hasta que te proteja.

Eso la pilló desprevenida.

– ¿Debo protegerme de algo? -preguntó a la ligera. Estaba tan decidida a ahuyentar la dolorosa verdad que se daba cuenta de que no se había parado a pensar. -Tomo la píldora, pero…

– Bueno, cariño, con la vida que he llevado no tienes de qué preocuparte, pero la seguridad es lo primero, y los hijos, ni pintados. -Salió de la cama y se dirigió al baño.

A Sloane se le aflojó el nudo que se le había formado en el estómago. No sabía por qué, no tenía motivos para confiar, pero le creía. Y de nuevo apreciaba su caballerosidad en una aventura de una noche. Al fin y al cabo, no muchos hombres se preocupaban de lo que dejaban atrás. Chase sí. Ese hombre tenía algo distinto. Algo solícito y especial, pensó.

El volvió rápidamente y a Sloane no le quedó más remedio que admirar su cuerpazo, las espaldas anchas, la cintura estrecha y otras partes del mismo que exigían atención. Se centró en el momento presente y apartó otros pensamientos. ¿Cómo iba a ser de otro modo con un hombre tan estupendo al lado?

Nunca antes había sentido una lujuria tan instantánea y abrumadora. Y tampoco ningún hombre la había mirado como si no fuera a saciarse de ella jamás. Chase sí.

El sostuvo un momento el envoltorio en la mano, de espaldas a ella, para volverse en seguida y dedicarle aquella sonrisa sexy e intensa que la dejaba sin aliento.

– Ya hemos esperado lo suficiente, ¿no crees?

Sloane se echó a reír, aunque el cuerpo le ardía consumido por la espera.

– Más que suficiente -convino ella.

La besó con un gemido. Tenía la boca caliente y avariciosa, mientras le separaba las piernas para penetrarla. La consumación y la realización estaban muy próximas, pero en vez de entrar en ella, bajó las manos.

Sus largos dedos entraron en su interior y la excitaron todavía más con sus caricias expertas. Ella gimió, arqueó las caderas e intentó llevarlo más y más adentro, obligándose a contraer los músculos, pero no bastaba. Quería algo más.

El debió de notarlo, porque retiró el dedo y por fin la penetró con un solo movimiento prolongado y suave, que en seguida la llevó al borde del orgasmo.

Tan duro, tan rápido y tan bien. Sloane cerró los ojos cuando él se retiró y le hizo notar todas sus rugosidades antes de penetrarla de nuevo. El ritmo, se fue acelerando y, sin dilación, alcanzaron una sincronización perfecta, casi como si lo hubieran hecho otras veces.

– Cielo santo -musitó Chase. Ninguna mujer debería hacerle sentir tan bien. Sobre todo una a la que acababa de conocer, que desconocía lo que le gustaba y lo que no. Sin embargo, sabía perfectamente qué hacer para excitarlo. Cuánto veía en esos ojos verdes. Habían conectado y lo notaba en su cuerpo, en cada centímetro recorrido de su interior.

Sloane resultaba femenina y suave al tacto, tenía los pezones duros y se le excitaban al tocarle el pecho. Siguió todas sus embestidas, llevándole cada vez más allá mientras sus cuerpos se fundían y él ardía en deseos de explotar. Pero no quería hacerlo solo. Deseaba que alcanzaran juntos el clímax. Deslizó la mano entre sus cuerpos e introdujo el dedo entre sus pliegues húmedos para aumentar la presión y hacerla llegar al orgasmo.

Fue recompensado con un gemido de estremecimiento, y movió las caderas con la intención de profundizar la estimulante tensión. Ella tenía los muslos juntos, sus músculos lo envolvían con un calor húmedo. A cada embestida se situaban al límite, resistiendo por mera fuerza de voluntad.

– Chase.

Se sorprendió al oír su nombre en boca de ella. Porque, por mucho que hubieran intimado, por muy cercano que se sintiera, apenas habían hablado. Se obligó a abrir los párpados.

Se encontró con los grandes ojos verdes de ella.

– Date la vuelta.

Chase la miró boquiabierto.

– ¿Qué?

– Después de lo de hoy, necesito tener el control -le explicó, mientras lo apartaba ligeramente con el cuerpo y cambiaban de postura a la vez, hasta que él estuvo boca arriba y ella sentada a horcajadas encima. Sloane se estremeció al notar que ahora la penetraba mucho más hondo que antes. -Oh, Dios mío.

Chase tragó saliva, porque él también lo sintió, pero la sensación vino acompañada de conciencia. Para ella, esa noche era mucho más que sexo fácil. Huía de algo y lo utilizaba para olvidar. Pero su cuerpo no estaba para hacer preguntas.

Y con aquella preciosa cara y aquellos pechos exuberantes encima de él, no pensaba resistirse.

– Lo que tú prefieras -le dijo.

Un destello de agradecimiento se reflejó en sus rasgos y entonces, por fin, Sloane empezó a moverse, meciendo las caderas, estrechándolo lo máximo posible con sus músculos internos hasta que el maremoto se apoderó de ellos una vez más. Sin previo aviso, se tumbó encima de él y le besó en los labios mientras seguía describiendo un movimiento sistemático y giratorio con las caderas. Mantenía la tensión y la acrecentaba mientras su monte de Venus presionaba contra su entrepierna, proporcionándole sensaciones que él jamás había sentido antes.

A cada embestida descendente de la pelvis, Sloane emitía un gemido suave y excitante. Estaba a punto, igual que él, y mantenía la presión, acercándolo cada vez más al estallido. En esos momentos sólo tenía una cosa en mente: esa mujer y la intensidad de las sensaciones que le producía mientras seguía extrayéndole la savia, aun mucho después de que él hubiese eyaculado.

Incluso cuando inició la pausada vuelta a la realidad, ella seguía estremeciéndose encima de él, en un orgasmo largo y prolongado. Al cabo de unos minutos, la respiración de Chase recuperó un ritmo más lento. Lo mismo que sus pensamientos. Tenía treinta y siete años y nunca había experimentado una sesión de sexo tan increíble con ninguna mujer.

Nunca. Y necesitaba unos instantes para asimilar la sensación.

Pero antes de que se diera cuenta, ella se movió y se dispuso a levantarse, lo cual lo pilló totalmente por sorpresa.

– Espera. -Estiró el brazo, pero apenas consiguió rozarle la espalda. -¿A qué viene tanta prisa?

Ella se volvió, pero Chase sólo le vio la melena despeinada y el perfil elegante.

– Pensaba que querrías que me marchara. -Soltó una carcajada tan forzada que a Chase le tocó algo por dentro. -Así evitamos la incomodidad de la mañana siguiente -añadió a modo de explicación.

El comprendió que deseaba tomar el camino más fácil, pero todavía no había acabado con ella. Y esperó que ella tampoco hubiera acabado de desearle.

– Preferiría que te quedaras. -Se apoyó en el codo y le recorrió la espalda con un dedo. -Si no te parece mal.

Ella se volvió hacia él con expresión confundida y asombrada. Chase la entendía perfectamente, porque él se sentía igual.

– Esto es una locura -dijo la mujer.

– Estoy de acuerdo. -Se pasó una mano por el pelo y esperó. -Me quedo -decidió ella al fin.

– Bien. -Se excusó un momento para ir al baño y, al volver, la estrechó entre sus brazos.

– A veces está bien hacer locuras, supongo. -Se echó a reír y dejó que su cuerpo vibrara, cálido y delicioso, en contacto con el de él.

Chase apoyó la mejilla en su melena rojiza, inhalando su aroma. -Esta noche necesitaba hacer alguna locura -explicó él. -Hasta ahora, mi vida siempre había transcurrido por los cauces previstos. -Pensó en la rutina que había seguido durante los últimos diecinueve años. -Lo esperado -prosiguió, recordando cómo había criado a sus hermanos y se había convertido en el modelo para ellos. -Y he vivido sobre todo para los demás.

– Me recuerda mucho a mi vida -musitó ella.

Chase le apartó el pelo rebelde de la cara y dejó que se acurrucara más contra él. Evitaba pensar en lo raro que era que quisiera pasar la noche abrazado a aquella mujer suave y dispuesta. Pero por una vez, le apetecía hacer lo que le dictaban sus deseos.

– Esta noche me había prometido que sería el inicio de una nueva vida, sólo para mí.

– Suena fantástico -convino ella exhalando un suspiro.

– ¿Por qué no sigues mi ejemplo? -sugirió él. Chase no tenía ni idea de lo que la tenía preocupada o apenada pero, al igual que él, era obvio que esa noche se había permitido ser libre. No debería regresar a una vida de limitaciones, ni vivir para los demás.

– Hay gente que confía en mí -dijo ella relajada. -Aunque mi vida entera haya sido una mentira, todavía se espera de mí que haga lo correcto. -Su voz se tornaba más y más soñolienta a medida que hablaba.

A Chase le picó la curiosidad. No sólo porque era periodista y las frases ambiguas le daban que pensar, sino porque ella le tenía intrigado. Demasiado. Acababa de iniciar su proceso de realización personal. No le apetecía cargar con los problemas o necesidades de otras personas. Ya había apechugado lo suficiente en la vida y era demasiado propenso a hacer lo que se esperaba de él. Parecía algo característico de los Chandler.

Así pues, era perfecto que a la mañana siguiente cada uno siguiera su camino, pensó, también adormilándose.

El sonido sofocado de un llanto despertó a Chase de un sueño profundo y reparador. Tardó unos instantes en ubicarse y, al hacerlo, se dio cuenta de que estaba en la habitación de un hotel, en Washington D.C., con una mujer a la que había conocido la noche anterior y que lo había dejado alucinado tras un encuentro sexual increíble. A la que él había pedido que se quedara cuando se disponía a marcharse.

Lo invadió una sensación incómoda de culpabilidad y desasosiego. Ella se había desplazado al otro extremo de la cama y Chase le tocó el hombro.

– ¿Te arrepientes? -le preguntó. Porque, por increíble que pareciera, él no lo lamentaba en absoluto.

– ¿De lo de anoche? No. De mi vida y de cómo he vivido, ya lo creo que sí.

El tornillo que le atenazaba el corazón se aflojó. No le apetecía tener que lidiar con arrepentimientos ni recriminaciones.

– Poco se puede hacer con el pasado aparte de dejarlo atrás y seguir adelante.

Ella soltó el aire con fuerza.

– Sabias palabras.

– ¿Qué quieres que te diga? Yo soy un hombre sabio. -Ya me pareció que eras una persona de fiar. -¿Crees que podrás volver a dormirte? -Si me frotas la espalda, a lo mejor.

Ella se deslizó hacia Chase, quien le masajeó los tensos músculos de los hombros.

– Humm.

Él le acarició la piel suave y fragante del cuello. Olía y sabía deliciosa.

– Estaba a punto de decir lo mismo.

Chase se irguió, se colocó encima de ella, con el estómago sobre su espalda y la entrepierna entre las nalgas de ella. Sloane ronroneó de satisfacción y la erección de Chase fue inmediata.

– Ya sé lo que de verdad me ayudaría a dormir -dijo ella, contoneando las caderas bajo el cuerpo de él, antes de cerrar las piernas y apresar su miembro.

El deseo de ella resultaba obvio.

– Quieres que te deje agotada, ¿verdad?

– Oh, sí.

A Chase no le hacía falta una segunda invitación. Cogió otro condón que había dejado en la mesita de noche por si acaso y se lo enfundó rápidamente antes de disponerse a penetrarla.

– ¿Así? -preguntó con el rostro pegado a la nuca de ella mientras penetraba despacio en su jugosa feminidad.

– Oooohhh -gimió suavemente. -Es perfecto.

Y lo era. Chase no alcanzaba a comprender aquella confianza y comprensión inherente entre ambos, ni tampoco la cuestionaba. Supuso que tenía que ver con su decisión de vivir la vida de acuerdo con sus deseos, y con el hecho de que ella hubiera decidido lo mismo, aunque sólo fuera por una noche.

Cuando hubieron saciado su deseo una vez más, Sloane se durmió junto a él con la melena esparcida sobre la almohada, totalmente relajada. Lo había hecho por ella. Igual que ella había hecho algo por él. Lo había ayudado a dar el primer paso para liberarse de las responsabilidades y las limitaciones.

La mañana siguiente, cada uno seguiría su camino, pero no antes de que él pidiera desayuno para dos al servicio de habitaciones y se diera un festín con ella, y de ella, por última vez.

Sin embargo, cuando se despertó, debido al sol que se filtraba por las ventanas e inundaba el cuarto de luz, su visitante se había marchado. Chase se frotó los ojos, preguntándose si se había imaginado toda aquella aventura.

Pero su fragancia femenina seguía en el aire y él se había despertado con una erección, dispuesto a satisfacer su deseo una vez más. Ni ella ni la increíble noche que habían pasado eran fruto de su imaginación. Le había dado un impulso fabuloso para emprender la realización de sus sueños y empezar su nueva vida.

Pero una parte de él se sentía decepcionado por no haber tenido más tiempo. Esa misma parte que deseó que se hubieran conocido en un momento distinto de la vida, en otras circunstancias. Si él fuera otra persona y no hubiera tenido que criar a sus hermanos, se preguntó si hubieran tenido alguna posibilidad como pareja. Se pellizcó el puente de la nariz, absorto en esos pensamientos absurdos.

– ¡Anímate, hombre! -musitó. Se levantó y se dispuso a darse una ducha caliente, pero le resultaba imposible quitársela de la cabeza.

Al recordar la primera vez que ella había intentado marcharse, Chase soltó una risa forzada. Después de todo, había conseguido evitar la incomodidad de la mañana siguiente.

CAPÍTULO 03

Sloane regresó a su apartamento alrededor de las siete de la mañana. Se dio una ducha rápida, se cambió y se encaminó al hotel en el que su vida había sufrido un cambio drástico. Y eso no sólo porque hubiese descubierto que Michael Carlisle no era su padre, sino porque por fin había empezado a liberarse de las restricciones de su existencia. Se había permitido comportarse guiada sólo por sus impulsos y deseos. Y, al hacerlo, había encontrado a Chase.

Un hombre con el que había pasado una sola noche, pero al que nunca olvidaría. A Sloane no le gustaban las aventuras de una noche. No le gustaba el sexo sin más. Y la noche anterior no había planeado ligarse a un hombre en el bar, por lo menos no hasta que había mirado aquellos soñadores ojos azules. Con una sola mirada, él la había instado a hacer caso omiso de sus reservas habituales. Al pedir la misma bebida que ella a pesar de tener una cerveza recién servida delante, la había intrigado. Al ofrecerse a escuchar, se la había ganado. Le daba igual que ésa hubiera sido su intención, o no. No le había parecido un hombre que sólo procurase por sus intereses y, tras pasar la noche entre sus brazos, se dio cuenta de que su primera impresión había sido acertada.

No sólo era guapísimo, sino que comprendía sus necesidades de forma innata. ¿Qué otra explicación había para el champán que no habían llegado a beberse? ¿Y para que no la hubiera dejado marchar? Y luego la sensación que había tenido de que el destino la había emparejado con un hombre que, según él mismo había reconocido, siempre había hecho lo predecible, que había vivido para contentar a los demás. Lo mismo que ella. Aunque no sabía más detalles, Sloane se dio cuenta de que tenían más en común de lo que habría cabido esperar de un rollo de una noche.

Pero eso era lo que había sido y, aunque le quedaban recuerdos y fantasías que revivir más adelante, por el momento tenía que dejarlos. Ahora los asuntos familiares eran más apremiantes. De todos modos, deseaba a Chase lo mejor al comienzo de su nueva vida y sabía que pensaría en él a menudo mientras ella seguía adelante con la suya, intentando encontrarle un sentido.

Se detuvo frente a la puerta de la habitación de hotel de sus padres, sin saber muy bien cómo plantear el asunto. Su padre debía de estar con reuniones de última hora y repasando su discurso, pero Madeline estaría en el cuarto.

Su madrastra era una mujer hermosa, por dentro y por fuera, y dado su porte tranquilo, era la esposa perfecta para un político. También había sido una madre maravillosa. Había aparecido después de la muerte de Jacqueline, cuando Sloane tenía ocho años, y tenía que reconocer que jamás la había tratado de forma distinta a sus verdaderas hijas, las gemelas Edén y Dawne; Sloane la adoraba.

Lo cual hacía que le resultara aún más difícil comprender la mentira. Meneó la cabeza e hizo acopio de valor para llamar a la puerta, que se abrió al cabo de unos instantes.

– ¿Dónde has estado? -Madeline cogió a Sloane de la mano y le dio un abrazo maternal. -Cuando no apareciste anoche en la cena, tu padre y yo nos quedamos muy preocupados.

¿Dónde estaba el porte tranquilo de su madrastra?, se preguntó Sloane mientras le devolvía el abrazo. Aunque Madeline estaba ya preparada para la rueda de prensa, vestida al estilo de Jacqueline Kennedy y con la corta melena morena bien peinada y el rostro perfectamente maquillado, no podía disimular la preocupación que tenía grabada en el rostro.

A pesar de que contaba con un buen motivo para faltar a la cena familiar, Sloane se sintió culpable de haberla preocupado.

– Lo siento. -Se retorció los dedos, intentando encontrar las palabras adecuadas. -Pero necesitaba estar sola. Para pensar.

– ¿En qué? -Madeline le apartó el pelo del hombro, igual que hacía cuando era una niña. -Puedes contármelo.

Sloane asintió.

– Creo que es mejor que nos sentemos. -Siguió a su madrastra al sofá de la zona de estar de la suite, la misma estancia en la que había oído hablar a Frank y Robert la noche anterior. -¿Estamos solas?

Madeline asintió.

– Tu padre está reunido con Frank en su habitación y las gemelas se han ido de compras.

– Espero que les hayas puesto un Límite -dijo Sloane riendo. Como era habitual en las chicas de diecisiete años, a sus hermanas les encantaba ir de compras, y cuando estaban en casa, al norte del estado de Nueva York, siempre se quejaban de la falta de buenos centros comerciales.

– Les he dado dinero y les he confiscado las tarjetas de crédito. -A Madeline le brillaban los ojos de risa pero en seguida se puso seria. -Cuéntame qué sucede.

Las bromas quedaron relegadas. A Sloane le temblaban las rodillas y respiró hondo.

– Ayer sí vine a la cena. Llegué media hora antes, y tú y papá aún no habíais vuelto todavía de comprar. -Apretaba y abría los puños, intentando combatir las náuseas y el miedo. -Frank estaba con Robert, y hablaban sobre una amenaza para la campaña de papá.

Madeline se irguió en el asiento, con los ojos muy abiertos y fijos en ella.

– ¿Qué tipo de amenaza?

– La peor. De tipo personal. -Sloane se mordió la cara interior de la mejilla. Repetir las palabras, le resultaba más difícil de lo que había pensado. -Un hombre llamado Samson dice ser mi padre biológico.

– Mierda.

Sloane abrió unos ojos como platos. Madeline Carlisle nunca decía palabrotas. Sloane sí. Igual que su padre, igual que Edén y Dawne, pero Madeline consideraba que algún miembro de la familia tenía que dar ejemplo. El hecho de que soltara una no era buena señal.

– Entonces, ¿es verdad? -preguntó Sloane con voz queda. Madeline sujetó con fuerza las manos apretadas de Sloane. -Sí, cariño, es verdad.

Sloane no había sigo consciente de ello, pero en lo más profundo de su corazón había albergado la esperanza de que Madeline negara tal afirmación. Sin embargo, acababa de confirmar sus peores sospechas. Se tragó el nudo que se le había formado en la garganta, decidida a enfrentarse a la situación sin derrumbarse.

Madeline la miró y, a pesar de todo, Sloane notó el amor que su madrastra siempre le había mostrado.

– Te mereces una explicación. -A Madeline se le quebró la voz, pero siguió hablando: -Tu madre y yo éramos íntimas amigas. Habría hecho cualquier cosa por ella. Lo sabes. De hecho, así fue. Me casé con tu padre para poder criarte como tu madre habría querido.

Sloane apretó la mano de su madrastra.

– Hiciste lo máximo posible. -Salvo decir la verdad, pensó Sloane, pero la conversación resultaba difícil, e incluso Madeline parecía necesitar que la tranquilizaran. -Nunca sentí que me quisieras menos que a Edén y a Dawne. Te quiero por eso.

Madeline parpadeó para evitar las lágrimas.

– Yo también te quiero. Y quiero a tu padre. Aunque no me enamoré de él hasta mucho después de que nos casáramos.

Sloane sonrió. Ya conocía la historia del matrimonio de Michael y Madeline. A menudo contaban que se habían enamorado compartiendo la tarea de criar juntos a Sloane. Pero eso no explicaba el resto de las piezas que faltaban en el rompecabezas.

– ¿Cómo es posible que mentir fuera mejor para mí?

Madeline se llevó los largos dedos a los labios y se paró a pensar.

– Tu madre nació y creció en Yorkshire Falls. Eso está a unos veinte minutos de nuestra casa de Newtonville. Ella estudiaba en la universidad y pasaba el verano en el pueblo, y allí se enamoró de un hombre llamado Samson Humphrey.

O sea que ése era su apellido. Le dolía la cabeza y respiró lentamente, intentando, en vano, aliviar el dolor.

– ¿Qué pasó entre mi madre y… Samson? -Se obligó a pronunciar el nombre, como si hablar fuera a ayudarle a aceptar la dolorosa verdad.

Madeline negó con la cabeza.

– Es una larga historia. Pero el padre de Jacqueline, tu abuelo, era un político que creía tener la sangre azul en vez de roja. No consideró que Samson fuera lo bastante bueno para su hija, y le preocupaba que pudiera entorpecer su carrera.

– Porque el abuelo Jack también era senador. -No conocía a ese abuelo, que había muerto cuando ella era pequeña.

Madeline asintió.

– Tu abuelo investigó y encontró algo turbio en la familia de Samson, y lo utilizó para obligarlo a alejarse de tu madre.

Sloane negó con la cabeza con incredulidad, intentando asimilar toda la información que le habían ocultado durante años.

– Es de suponer que Samson pensó que no tenía otra opción.

– O que era débil -musitó Sloane.

– No si tu madre lo quería, cariño. Y lo quería. Así que algo bueno debía de tener. -Madeline miró a Sloane.

A Madeline le brillaban los ojos de lágrimas y de emoción. ¿También tristeza? ¿Arrepentimiento? ¿Culpabilidad? Sloane no lo sabía a ciencia cierta.

– Por supuesto que era un buen hombre -insistió Madeline con contundencia. -Al fin y al cabo, mira todo lo bueno que hay en ti.

Sloane tragó saliva. En esos momentos no estaba para pensar en ella misma. Si bajaba la guardia, iba a desmoronarse, y antes quería saber el final de la historia.

Madeline se enjugó los ojos con el dorso de la mano antes de continuar.

– Tu madre se quedó destrozada cuando él rompió la relación. Lo quería mucho. Cuando se dio cuenta de que estaba embarazada, hizo las maletas para volver con Samson.

Sloane se inclinó hacia adelante en el asiento, escuchaba la historia como si no tuviera nada que ver con ella.

– ¿Qué ocurrió?

– A tu abuelo le dio igual. Reconoció haber sobornado a Samson para librarse de él. Jacqueline creía en él lo suficiente como para saber que Samson no la había dejado por codicia. Cuando su padre la amenazó con destruir a la familia de Samson si volvía con él, ella se sintió derrotada. Lo mismo que había sentido Samson. -Madeline alzó las manos y luego las volvió a bajar en señal de frustración. -Esto es increíble.

– Lo sé. Y ni siquiera hoy sé cuál era el secreto con que amenazó a Samson. Tu abuelo se lo llevó a la tumba, pero bastó para hacer que tu madre se quedara, protegiendo así a tu padre. A tu verdadero padre, claro está.

A Sloane le daba vueltas la cabeza. Al reconocer el mareo y el aura que acompañaban a la migraña, se levantó y se acercó al mueble bar situado en una esquina para servirse una Coca-Cola light.

– ¿Te apetece tomar algo? -le preguntó a Madeline.

– No. Prefiero acabar con toda esta historia. Aunque tu padre me matará por habértela contado sin estar él delante.

Sloane comprendió el sentimiento de culpa que destilaba la voz de su madrastra. Sabía que sus padres nunca se mentían. Eran un gran ejemplo para sus hijas. Hasta aquel momento.

– ¿Alguna vez pensó en decírmelo? -Regresó al sofá y dio un buen sorbo del refresco antes de sentarse.

– Quería decírtelo. Igual que yo. Pero no sabía cómo.

El apremio en la voz de Madeline le suplicaba que la creyera, pero las pruebas eran demasiado condenatorias.

– ¿Michael sabe cómo gestionar hasta el detalle más ínfimo de una campaña pero no es capaz de mirarme a la cara y decirme que no es mi padre?

Madeline se miró las manos.

– Te quiere. No quería perderte ni a ti ni tu confianza, y yo tampoco. ¿Quieres saber cómo entró Michael en escena?

Al parecer, Madeline era lo bastante sensata como para no preguntar hasta qué punto habían perdido a Sloane ahora que sabía la verdad. Lo cual era positivo, porque Sloane no habría sabido qué responder.

– Cuéntame -respondió.

– Michael, tu padre, porque así es como se ve él, estaba enamorado de tu madre. Sus familias eran amigas, se conocían del círculo de la política. El padre de Michael y tu abuelo eran colegas. A los dos senadores no les supuso ningún sacrificio concertar el matrimonio de él con tu madre. Así tendrías un buen apellido y Michael tendría el apoyo influyente de tu abuelo durante los comienzos de su carrera.

– Un trato político -dijo Sloane contrariada.

– Pero a ti nunca te vieron de ese modo. Tu madre te quería y tu padre, Michael, os quería a las dos. Se habría casado con tu madre incluso sin eso. Fue idea de tu abuelo. -Madeline exhaló. -Sé que suena sórdido…

– Es que es sórdido. -Sloane dejó el vaso en la mesa y se levantó para recorrer la estancia. -No me lo puedo creer.

– Por eso nunca fuimos capaces de armarnos de valor para contártelo.

Sloane suspiró y luego se volvió hacia su madrastra, pero Madeline habló antes.

– ¿Qué más dijo Robert? -Su voz desprendía un atisbo de temor.

A Sloane le palpitaba la sien derecha. Se tomó un analgésico que llevaba en el bolso. Luego se frotó la frente y se centró en la conversación que había oído la noche anterior.

– Robert preguntó si Samson tenía pruebas y Frank dijo que no le hacían falta. Que Michael había confirmado su afirmación.

Madeline suspiró.

– ¿Qué más?

Sloane cerró los ojos e intentó recordar. Frank había dicho que Samson suponía una amenaza para la campaña de Michael, pero que su padre se negaba a actuar en beneficio propio y hacer algo con Samson. Y Frank no quería que Michael se enterara de lo que habían planeado.

Porque era obvio que pensaban eliminar la amenaza.

Sloane se incorporó en el asiento mientras el corazón le palpitaba con fuerza en el pecho. ¿Frank quería eliminar a Samson para evitar que hiciera pública su paternidad?, se preguntó Sloane. ¿Se refería Frank a eso al decir que Samson suponía una amenaza para la campaña? No quería que el público supiera que el senador Michael Carlisle había mentido a su hija durante casi treinta años, porque entonces pensarían que el senador era capaz de mentirles a ellos. Era la única explicación.

– ¿Qué pasa? -preguntó Madeline, que obviamente había advertido la desazón de Sloane.

– Nada. Es que… necesito un poco de tiempo para pensar. -Volvió a coger el vaso e intentó conservar la calma.

Frank había hablado de Samson como si planease hacer algo perjudicial al hombre que resultaba ser su padre biológico, lo cual representaba para ella un polvorín emocional y un peligro inminente. Y a Sloane no le cabía la menor duda de que Frank no amenazaba porque sí, sobre todo si el trabajo de su vida estaba en juego; y él consideraba que la apuesta de Michael Carlisle por la vicepresidencia y, en última instancia, la presidencia, era su misión.

También era la misión de la familia Carlisle. Todos ellos habían trabajado duro para que llegara ese momento. A pesar de la gran mentira que le había contado, Sloane no pensaba permitir que nada ni nadie impidiese a su padre hacer realidad sus sueños.

Pero por otro lado, alguien tenía que advertir a Samson de que corría peligro, y la única persona que podía hacerlo era Sloane. Hizo girar el vaso entre las manos mientras la fría condensación le humedecía la piel. No le quedaba más remedio que encontrar a su padre biológico. Reconocer su relación. Se estremecía con sólo pensarlo, pero también se sentía nerviosa e intrigada.

¿Qué haría cuando lo conociera?, se preguntó Sloane. Tenderle la mano y presentarse, para empezar. Preguntarle qué quería de su padre, para continuar. Descubrir qué upo de amenaza suponía para él. Y, era de esperar que fuera ella quien resolviera el posible problema entre él y los hombres de su padre.

Pero en aquellos momentos no podía revelar la amenaza de Frank porque entonces Madeline nunca le permitiría ir a ver al hombre. No sin que el Servicio Secreto la siguiera, lo cual alertaría a Frank y echaría por tierra su principal objetivo.

Se sentó bien erguida para aliviar los retortijones de estómago, los nervios que amenazaban con dominarla.

Miró a su madrastra, que la observaba en silencio.

– Quiero conocerlo. -Sloane no se atrevía a llamarle «su padre». Apenas era capaz de articular palabra, y mucho menos de llevar a cabo su plan. Poco a poco iría armándose de valor.

– ¿Quieres conocer a Samson? -preguntó Madeline, sorprendida por la reacción de Sloane.

Sloane asintió.

Su madrastra inclinó la cabeza y se tomó su tiempo para responder.

– De acuerdo.

– ¿Cómo? -Sloane había imaginado que tendría que pelear por ello.

– Siempre he sabido, aunque tu padre lo negara, que este momento llegaría. Y tu madre, que Dios la tenga en su gloria, dejó una carta para ti. Era imposible que supiera que no viviría para verte crecer, pero era pragmática, y lo dejó todo listo por si acaso. -Madeline se levantó y se acercó a Sloane. -Está en casa. En la caja fuerte. En cuanto volvamos…

– Estoy impaciente. Quiero conocerlo ya.

– ¿Ya? -preguntó Madeline sorprendida. -¿No quieres tomarte algún tiempo para asimilar la noticia? ¿Hablar primero con tu padre?

– ¡No! -No estaba preparada para encararse con Michael aún. No hasta que hubiera conocido a su padre biológico. No hasta que le advirtiera del posible peligro. Y no hasta que la seguridad de la campaña de su padre estuviera garantizada. Tenía demasiadas cosas en la cabeza como para lidiar con las emociones que seguro brotarían a la superficie si se encaraba con él por haberle mentido. -¿Sabes si Samson sigue viviendo en Yorkshire Falls?

Frank seguro que lo sabía, pero Sloane no podía preguntárselo. Y Michael quizá lo supiera, pero entraban en juego las mismas consideraciones emocionales. En esos momentos se veía incapaz de enfrentarse a él.

– Es perfectamente posible que siga viviendo en Yorkshire Falls -respondió Madeline resignada. -Le explicaré la situación a tu padre. Mientras tanto, llévate mi coche -le dijo al tiempo que cogía el bolso.

– Alquilaré uno. -«Con un nombre falso», pensó aunque no se lo dijo. No quería que nadie supiera su paradero. Se llevó una mano al estómago, pero seguía sin poder aliviar los retortijones que sentía a causa de los nervios. -¿Y la rueda de prensa de papá?

Madeline se acercó a ella y le dio un beso en la frente.

– Si alguien pregunta, diré que estás enferma. Acostada en tu habitación. Tu padre también te cubrirá las espaldas. ¿Y tu negocio?

Sloane no había pensado en su negocio de interiorismo desde que huyera de ese mismo hotel la noche anterior.

– Ya había decidido tomarme un fin de semana largo para estar con vosotros. Supongo que mis clientes pueden esperar unos cuantos días más. -No pensaba que le fuera a costar mucho tiempo encontrar a su verdadero padre.

– De acuerdo, pero quiero que estés protegida.

– No. Nada de servicios secretos. Nada de detectives. Nadie. Necesito hacer esto sola. -Cruzó los brazos sobre el pecho. No pensaba ceder al respecto. Ni un ápice.

– Has puesto esa cara. -A Madeline volvieron a brillarle los ojos.

– ¿Qué cara?

– La que pomas de pequeña. «No pienso comerme el brócoli y no puedes obligarme.» Esa cara.

Sloane se rió. Los recuerdos que tenía, tanto de Michael como de Madeline, eran maravillosos. Lástima que se hubieran basado en una mentira capaz de cambiarle la vida.

– Si no recuerdo mal, no me lo comía.

Su madrastra suspiró.

– O sea que el Servicio Secreto tampoco. Pero ¿llamarás por lo menos? ¿A menudo? -Lo prometo.

Se abrazaron de nuevo y Sloane tomó el ascensor trasero para salir y así evitar a los periodistas que habían empezado a congregarse en la parte delantera. Haría la maleta y se pondría en camino.

Para conocer y advertir a Samson Humphrey.

En esos momentos, no sabía qué era más importante.

Tras la rueda de prensa, a la que la hija mayor del senador Carlisle no asistió, Chase siguió a Román para que éste le presentara a Madeline Carlisle, que estaba muy ocupada estrechando manos de los seguidores de su marido.

En cuanto vio a Román, una sonrisa genuina sustituyó a la que esbozaba para las masas y se excusó.

– Ha llegado un amigo de la familia y no puedo decepcionarle -dijo.

Román se echó a reír y se la llevó a un lado.

– ¿Quieres decir que ya has estrechado suficientes manos por hoy? Más vale que te vayas acostumbrando.

– Y que lo digas. -Su cordialidad resultaba inconfundible.

– ¿Quién es este muchachote tan guapo que te acompaña? -Se volvió hacia Chase y, sin esperar las presentaciones, dijo: -Soy Madeline Carlisle.

– Chase Chandler. -Dio un paso adelante y estrechó la mano de la mujer. -Felicidades.

– Gracias. -Madeline lo repasó con la mirada y con expresión aprobatoria dijo: -Qué suerte tiene vuestra madre. ¿El tercer hermano es igual de guapo?

– No, si nos preguntas a nosotros -respondió Román con ironía.

Chase se rió ante el sentido del humor de su hermano. -Tú también eres afortunada. He visto a tus hijas y son muy guapas -dijo refiriéndose a las gemelas. Madeline esbozó una amplia sonrisa. -Es un encanto, igual que tú, Román.

– Por supuesto que sí. -Román se rió entre dientes y luego miró a su alrededor, como si buscara a alguien. -¿Dónde está Sloane?

La sonrisa de Madeline se desvaneció. -No… no se encuentra bien.

– Bueno, espero que se recupere pronto. -Román la cogió de la mano. -Madeline, ya te dije que Chase es el director del Yorkshire Falls Gazette -explicó centrándose en asuntos más serios. -Es el pueblo natal de Jacqueline y le dije que podría convencerte para que le concedieras una entrevista. Como no has dado muchas hasta el momento, esperaba que favorecieras a mi hermano con una exclusiva.

– No tengo ningún problema en seguir las pautas que me marques -intervino Chase dirigiéndose a ella. -Sólo busco algo extra. Seguro que sabes que el público está interesado en vosotros. Tu familia es tan modélica que el mundo se beneficiaría de conocer la historia desde dentro. Y también tendrías la oportunidad de presentar la faceta privada de tu marido desde tu punto de vista.

Madeline entornó los ojos y miró fijamente a Chase. Si esperaba que parpadeara o se sintiera incómodo, iba lista, pero comprendió que tenía necesidad de escudriñarlo. El afán protector de Madeline Carlisle era de todos conocido, y hacía lo posible para preservar la intimidad de la vida familiar a pesar de vivir de cara al público. Independientemente de lo que dictara la corrección política, no estaba dispuesta a conceder una entrevista a cualquiera.

– ¿Eres tan honrado como tu hermano y tu cuñada? -preguntó Madeline.

– Más todavía -contestó Román por él desplegando una amplia sonrisa. -No sólo me crió para que fuera el caballero respetable en el que me he convertido, sino que él se guió por los mismos principios. -Le dio una palmada a Chase en la espalda. -Chase debería llevar el título de Honorable.

Bromas aparte, Román estaba en lo cierto. A Chase se lo conocía por ser el honesto Chandler, el obediente hermano mayor. El honorable. Exceptuando la noche anterior, pensó Chase con ironía. Al llevarse a la bella Faith a la habitación de hotel y luego a la cama se había desviado un tanto de sus rectos principios morales.

Pero ella no era como las demás, ni tampoco lo era la forma en que habían conectado. Ni siquiera en aquellos momentos era capaz de quitarse aquellos hermosos ojos verdes de la cabeza, ni los gemidos que había emitido cuando él había penetrado en las profundidades de su cuerpo. Para ser un rollo de una noche, le había dejado una impresión profunda.

Madeline tomó a Chase del codo.

– Quiero hablar contigo y con Román a solas. Lejos de miradas indiscretas. -Ladeó su elegante cabeza hacia la gente y los periodistas que pululaban por allí, muchos de los cuales esperaban que se separara de los dos hermanos y estuviera otra vez a su disposición.

Al cabo de unos minutos, estaban en la suite de los Carlisle, con la puerta cerrada con llave.

Chase esperó a que Madeline se acomodara en el sofá para sentarse él. Le gustaba analizar a las personas, tomarles la medida y es lo que pensaba hacer con Madeline Carlisle en aquellos momentos.

Pero Román, su nervioso hermano pequeño, era incapaz de estarse quieto y no paraba de ir de un lado a otro de la habitación, toqueteando cosillas sueltas y dejándolas luego en su sitio.

– ¿Qué ocurre? -preguntó por fin.

Madeline entrelazó las manos sobre su regazo. Al parecer, le gustaba hacer las cosas pausadamente, lo mismo que a Chase. -Esta mañana he llamado a Charlotte.

– ¿A la tienda? -preguntó Román desde el otro lado de la habitación.

Madeline asintió.

– Quería saber si alguno de vosotros regresaría al pueblo en breve. A Yorkshire Falls.

Chase no conocía a la mujer, pero la pregunta le pareció rara incluso a él. Román y Charlotte dividían su tiempo entre el pueblo y la capital, donde se encontraba la redacción del periódico para el que trabajaba Román. Charlotte tenía una tienda de lencería, el Desván de Charlotte, en ambas localidades. Pero ¿por qué le interesaba saber eso a Madeline Carlisle?

– Por desgracia, pasaremos aquí toda la semana que viene -dijo Román. -A no ser que surja algo inesperado, a mí me queda aún mucho trabajo.

– Eso es lo que me dijo Charlotte. ¿Y tú? -Dirigió la mirada a Chase y, en esta ocasión, ella fue quien lo analizó, presa de una curiosidad evidente. -¿Tú también te quedarás aquí? -inquirió.

– Yo mañana me vuelvo. -Chase sintió que lo estaban manipulando, pero no tenía ni idea de para qué. Se pellizcó el puente de la nariz mientras pensaba, pero no se le ocurrió nada. -¿Puedo hacer algo por ti? -preguntó, esperando que despejara sus interrogantes.

La mujer introdujo la mano en el bolso y extrajo un encarte de fotos que no mostró.

– Necesito que alguien cuide de mi hija.

– ¿De Sloane? -preguntó Román antes de que Chase tuviera tiempo de reaccionar.

Madeline no paraba de deslizar el dedo por la primera foto.

– Cuando he dicho que no se encontraba bien, no he mentido. Ha recibido… unas noticias personales que la han trastornado, y necesita pasar sola algún tiempo. -Alzó la vista para mirar otra vez a Chase y se mordió el labio inferior. -Esto tiene que ser confidencial.

– Por supuesto. -Deseó poder ver la foto, pero ella seguía sin enseñarla.

Madeline suspiró aliviada.

– Como confío enormemente en Charlotte y en Román y porque considero que tengo buen ojo para la gente, te confío esta información.

– No te arrepentirás -le aseguró Chase. Pero se preguntó si él tampoco se arrepentiría. Estiró el brazo por el respaldo del sofá y esperó a que Madeline siguiera hablando.

Ella le dedicó una sonrisa tensa.

– Espero que no. ¿Sabes?, Sloane ha ido en busca de sus orígenes. Ha ido al pueblo de su madre. A vuestro pueblo -le dijo a Chase.

– ¿Por qué? -soltó Román.

– Buena pregunta -corroboró Chase.

– La respuesta es fácil. Yorkshire Falls es un lugar muy tranquilo. Sloane ha decidido visitar el pueblo donde se crió su madre y, de paso, averiguar unas cuantas cosas sobre sí misma.

«Qué enigmático», pensó Chase. ¿O sea, que la hija del senador Carlisle había ido a buscar información a su pueblo cuando la vida de la familia se desarrollaba en Washington? No le parecía demasiado convincente.

– ¿Y cuál es mi misión?

– ¿Qué te parecería una contrapartida? -propuso Madeline. Chase se encogió de hombros. -Depende del intercambio.

– Me gusta tu estilo. -Se recogió el pelo detrás de una oreja. -El trato es que tú vuelvas al pueblo y busques a mi hija. A cambio, te concederé una entrevista exclusiva cuando todo esto haya pasado. No sé exactamente cuánto tiempo estará allí, pero tienes que asegurarte de que mientras esté no se meta en problemas y que no llame demasiado la atención. Lo último que necesita es que la prensa vaya siguiéndola por ahí.

Chase se inclinó hacia adelante en la silla y apoyó los brazos en las rodillas.

– ¿Qué papel tengo que desempeñar en todo esto?

– De cara a Sloane, no eres periodista sino un amigo. -La expresión de Madeline se tornó más cálida. -Y, cuando me entrevistes, obtendrás toda la información que quieras sobre nuestra familia. Hemos acordado que este asunto era confidencial, ¿recuerdas?

Por supuesto que lo recordaba. Lo único era que se sentía totalmente manipulado y acorralado, y que eso no le gustaba lo más mínimo. Pero Román estaba también ahí, y no veía ningún inconveniente en el trato de Madeline. Lo cual significaba que a Román no le parecía mala idea.

Chase se pasó una mano por la cara una vez más.

– ¿Y la protección? -Chase estaba acostumbrado a fijarse en todos los detalles y había observado la presencia de los agentes del Servicio Secreto en la sala en la que había hablado el senador. Seguro que a Sloane también la protegían.

Pero la respuesta de Madeline lo descartó.

– Se ha marchado sola. Por eso te necesita.

Chase gimió.

– No soy un guardaespaldas. Y disculpa si me entrometo, pero ¿Sloane no es una persona adulta? ¿Por qué necesita que alguien cuide de ella? -Cuanto más pensaba en ello, más le incomodaba la idea de entrar en contacto con la hija de aquella mujer. El era periodista, no una niñera.

– Ella considera que no necesita a nadie, pero yo no opino igual. Necesito saber que está bien y que tiene en quién confiar si le hace falta. -Madeline cogió a Chase de la mano y se la apretó con fuerza para corroborar sus palabras.

Pero él seguía sintiéndose manipulado.

– Obviamente hay muchas cosas que no me estás contando. -Es cierto. Pero si quieres la entrevista en exclusiva, no hagas demasiadas preguntas. Vuelve a casa, encuentra a Sloane y cuida de ella.

Chase frunció el cejo.

– Lo quiera ella o no.

– Exacto. Eres un hombre apuesto y encantador. Seguro que no te resultará difícil conquistarla. -Le dio una palmadita en la mejilla. -Aprovecha los genes de los Chandler.

Gracias a la seguridad con la que hablaba, Chase vio por primera vez a la mujer que estaba a la sombra del senador. Comprendió que era una compañera crucial en el ascenso al poder de su marido. No obstante, al igual que a su hermano, aquella mujer le agradaba y le infundía respeto. Era obvio que quería a sus hijas y que haría cualquier cosa por ellas… sentimiento con el que Chase se identificaba plenamente.

La lealtad familiar era una de las características del clan Chandler. El hecho de sintonizar con ella hacía que le resultara más difícil negarse a su petición.

Además, la entrevista en exclusiva era una gran tentación.

– ¿Cuando ella se marche de Yorkshire Falls te entrevistarás conmigo?

Madeline asintió.

– Y si ocurre algo mientras tanto… Si surge alguna información sobre la campaña de mi marido, serás el primero en enterarte. -Le tendió la mano para sellar el acuerdo.

Chase había pensado hablar con Madeline esa semana, pero era obvio que esa opción no entraba en los planes de ella. También había pensado que yendo a Washington D.C. averiguaría algo más sobre el senador Carlisle. Si la desaparición de Sloane era un indicio, Chase estaba cerca de algo gordo. Algo que quizá descubriera en su pueblo, en Yorkshire Falls, junto a la hija mayor del senador.

– ¿Trato hecho? -preguntó Madeline.

Chase colocó la mano encima de la de ella, convencido de que podría beneficiarse de algún modo de esa situación. -Trato hecho. Madeline suspiró aliviada.

– Por si no has visto ninguna foto de cerca -Madeline le tendió la foto que había estado guardando celosamente, -ésta es Sloane.

Al verla Chase se sintió conmocionado e incrédulo; delante tenía a la mujer con la que se había acostado la noche anterior.

CAPÍTULO 04

Torkshire Falls era lo contrario de la capital de la nación. Era un pequeño pueblo típico de Estados Unidos, pensó Sloane. Una comunidad rica con grandes casas y árboles igual de imponentes. Pero en cuanto recorrió la calle principal, se fijó en los pequeños comercios y en la gente que se paraba a hablar, y le gustó el ambiente acogedor y familiar. Cada vez que se cruzaba con un hombre mayor, se preguntaba si acababa de ver a Samson. Su padre.

Había salido de Washington hacía veinticuatro horas, pero le parecía una eternidad gracias al drástico cambio de decorado. Hecha un manojo de nervios, entró en una cafetería llamada Norman's, situada cerca del Desván de Charlotte, la tienda propiedad de la mujer que era amiga de su madrastra y a la que le quería presentar. Una mujer que hacía conjuntos sexys de ropa interior de ganchillo. Si Sloane no tuviera tanta prisa, echaría un vistazo a la tienda, pero se había impuesto la misión de encontrar a Samson, y pensaba cumplir su objetivo.

El interior de Norman's estaba decorado con motivos de aves. Pajareras, fotos y cuadros de pájaros, todo ello con un estilo ligero y fantasioso.

Se le acercó una mujer corpulenta de pelo cano, carta en mano.

– ¿Quieres una mesa?

– De hecho, estoy buscando a una persona. -Sloane sonrió. -Este me ha parecido un sitio lógico por dónde empezar.

– Querida, todo aquel que se precia de ser alguien en este pueblo, viene a Norman's tarde o temprano. ¿A quién buscas?

– A un caballero llamado Samson Humphrey -dijo Sloane, aunque seguía resultándole extraño pronunciar ese nombre.

Para su sorpresa, la mujer soltó una carcajada, se tapó la cara con la carta e intentó fingir que estaba tosiendo.

– ¿He dicho algo divertido? -preguntó Sloane, ofendida e incómoda.

– Oh, no. -La mujer le puso una mano en el hombro como si fueran viejas amigas. -No, querida. Perdóname, por favor. -Tosió de verdad y luego se secó los ojos. -Es que a Samson lo han llamado de muchas maneras, pero es la primera vez que alguien lo llama «caballero».

Sin saber muy bien cómo interpretar ese comentario, Sloane sintió que se le encogía el estómago.

– ¿Sabría decirme dónde puedo encontrarlo?

– Primero siéntate y tómate un refresco. Luego te hablaré de Samson. Nadie entra en Norman's y se marcha con el estómago vacío -explicó mientras acompañaba a Sloane a los taburetes de la barra. -Invito yo.

– ¿Y quién es «yo»?

La mujer pasó un trapo por la barra, delante de la chica.

– Oh, disculpa mis modales. Es que no estoy acostumbrada a que entre gente desconocida. Soy Izzy. Mi marido, Norman, es el dueño. Hace unas hamburguesas deliciosas. Pregunta a los chicos Chandler. Parece que no coman otra cosa.

Sloane se rió al oír las digresiones de la mujer. Tuvo la corazonada de que aquello no era más que el comienzo de los cotilleos y la amabilidad que encontraría si se quedaba en ese pueblo. Como se dio cuenta de que tendría que quedar bien con Izzy antes de sonsacarle información, Sloane decidió aceptar su invitación.

– Tomaré una Coca-Cola light, por favor. Izzy se colocó las manos en las generosas caderas y chasqueó la lengua.

– A una chica menuda como tú le irán bien unas cuantas calorías. Oye, Norman -le gritó a un hombre de pelo cano que estaba en la cocina, y al que se podía ver a través de la ventanilla de servir. -Tráele una Coca-Cola a esta señorita.

Suerte que el cliente siempre tiene la razón, pensó Sloane con ironía.

Hasta que no estuvo sentada con una Coca-Cola delante e Izzy a su lado, la mujer no mencionó el motivo de la visita de Sloane.

– ¿Y por qué quieres saber dónde está Samson?

A Sloane no le pasó por alto que todavía no le había dicho dónde vivía éste.

– Tenemos asuntos personales que tratar. -Le fue dando vueltas a la pajita del refresco sin mirar a Izzy a la cara, aunque observándola con el rabillo del ojo.

La mujer apoyó el mentón en la mano.

– Que yo recuerde, nadie ha tenido asuntos que tratar con Samson jamás. ¿Y tú, Norman?

– Creo que deberías dejar que la chica vaya a donde quiere ir. -Salió de la cocina y se acercó a la barra. -Lástima que no hayas llegado antes. Ha estado aquí hace un rato, gorroneando un sándwich de pollo.

Por el momento, Sloane no tenía una impresión muy positiva de Samson y nadie le había hablado claramente de él.

– ¿Vive cerca?

– Aquí todo está cerca -repuso Izzy. -Samson vive en el otro extremo del pueblo. Cuando llegues al final de esta calle, toma la Carretera Vieja número Diez y sigue recto hasta que veas una casa destartalada apartada de la carretera.

– No tiene pérdida -añadió Norman. -Y si no lo encuentras allí, ve a un local llamado Crazy Eights, en Harrington.

– ¿Crazy Eights? -preguntó Sloane para asegurarse de que lo había entendido bien.

– Es un salón de billar al que va Samson por la noche si tiene dinero -explicó Norman.

Izzy frunció el cejo.

– ¿Por qué le has dicho eso? -regañó a su marido antes de dirigirse a Sloane. -Ni se te ocurra ir a ese antro sola. No es lugar para una señorita.

Sloane asintió y notó que la atenazaba el miedo ante la perspectiva de conocer a ese hombre con el que la unía el vínculo más profundo posible. A pesar de las vueltas que le había dado al asunto todo el día, todavía no se había hecho a la idea de que fuera su padre verdadero. Y seguía sin hacérsela.

No necesitaba más cafeína en las venas que la pusiera aún más nerviosa. Dio otro sorbo a su bebida para contentar a Izzy e introdujo la mano en el bolso para sacar la cartera.

Izzy le dio una palmada en la mano.

– ¿No he dicho que invitaba yo?

Sloane se rió ante su actitud descarada y franca.

– Gracias.

– Considéralo tu regalo de bienvenida al pueblo. Seguro que te vuelvo a ver por aquí.

Sloane no estaba tan segura, dado que en cuanto encontrara a Samson pensaba regresar a Washington. Durante el largo trayecto hasta allí y la noche pasada en un pequeño motel situado a una hora de Yorkshire Falls, había tenido mucho tiempo para pensar. Desconocía qué tipo de amenaza suponía Samson más allá de su mera existencia. Pero después de veintiocho años, era obvio que había decidido que quería algo. Sloane tenía que descubrir el qué y disipar esa amenaza. Esperaba que si su única intención era conocer a su hija, cuando lo consiguiera no haría pública su paternidad, destrozando así la campaña de Michael Carlisle.

Antes de que Sloane tuviera tiempo de responder, Izzy prosiguió:

– Ya verás cuando los solteros te vean. -Soltó un buen silbido, de forma que algunos clientes volvieron la cabeza. -¿No crees, Norman? Una cara nueva y tan hermosa como ésta los volverá locos.

Pero, por suerte, Norman ya había desaparecido en el interior de la cocina, y así Sloane se ahorró el bochorno. De todos modos, se sonrojó.

– Gracias. -No era capaz de decirle a la mujer que a lo mejor no volvía por allí. -Encantada de conocerla. -Lo mismo digo.

Se despidieron y Sloane volvió por fin a la calle. Echó un vistazo a los bonitos jardines que encontró por el camino y al estanque del centro. También había una pérgola que invitaba al romanticismo, y que sobresalía entre los arbustos circundantes. Durante unos instantes, lamentó no estar allí de visita, para conocer el lugar donde su madre se había criado.

Se preguntó si a Jacqueline le habría gustado vivir allí. Si habría tenido muchos amigos. ¿Lo sabría Samson? ¿Tendría cosas que contarle sobre los años que su madre pasó allí antes de dejarle?

Se llevó una mano al estómago revuelto.

– No me queda más que subir al coche y salir del pueblo -se dijo.

Al cabo de unos minutos, Sloane giró por la Carretera Vieja, siguiendo las instrucciones de Norman. En seguida, los grupos de casas dieron paso a una larga hilera de árboles que flanqueaban la vía a ambos lados. Todos los alrededores estaban cubiertos por un montón de hojas caídas de distintos tonos de rojo, amarillo y marrón, espectáculo del que habría disfrutado en otras circunstancias.

Pero ahora se sentía apremiada. No había tenido esa sensación antes. Cuando había entrado en Norman's para preguntar por Samson se sentía ansiosa, pero ahora el miedo acompañaba a la energía nerviosa que la había impelido hasta allí. Y no era miedo por ella o por el hombre que era su padre; sino un temor mucho más difuso, rayano en el pánico, sensación que era incapaz de definir pero que de todos modos la atenazaba.

De repente, los árboles se acabaron y se encontró frente a un campo abierto. Justo en el medio, aislada en un terreno yermo, había una casa destartalada que daba pena. Cuanto más se acercaba, más evidente resultaba su mal estado. El tejado era viejo y le faltaban tejas, mientras que la pintura exterior se había agrietado y desportillado.

Nunca se había planteado cómo o dónde viviría Samson. Y en cuanto paró el coche delante de la casa, la embargó una sensación de tristeza ante lo que parecía una existencia solitaria y patética.

Recorrió la senda de entrada. Si alguna vez había estado pavimentada, ahora ya no quedaba ni rastro. A medio camino de la casa, la sobresaltaron unos ladridos. Miró a su alrededor y vio que un perro pequeño parecido a un doguillo corría hacia ella con sus patas cortas y regordetas. No paraba de dar saltos sobre las patas traseras para pedir con descaro una caricia en la cabeza.

Sloane se agachó y le pasó la mano por el corto pelaje. Estaba sucio y necesitaba un baño tanto como atención y, a pesar de experimentar algún reparo, lo cogió en brazos.

Pesaba más de lo que parecía.

– Pues sí que estás gordito -le dijo mientras lo Llevaba a la casa. Era innegable que el hecho de tener los brazos ocupados le daba mayor sensación de seguridad y la hacía sentir más cómoda, y se apretó contra el pecho el cálido cuerpo del perro.

Nerviosa, se paró al llegar a la puerta delantera, y antes de que le entraran ganas de girar sobre sus talones y volver al coche, llamó al timbre. No le extrañó no oír ningún sonido y, tras un segundo intento, empezó a aporrear la puerta con fuerza. Entonces se llevó una buena sorpresa al ver que ésta se abría de par en par. El perro se retorció y saltó de sus brazos hacia el interior.

– ¿Hola? -saludó incómoda desde el umbral. Pero nadie respondió, por lo que entró con cautela. Era incapaz de controlar los nervios, pero estaba decidida a encontrar a Samson. Se halló en medio de un recibidor oscuro.

Notó en seguida el olor a huevos podridos. Aunque vivía en un apartamento, se había criado en una casa, y sabía perfectamente cómo olía un escape de gas. El olor que había asaltado sus sentidos era inconfundible.

Si hubiera sido sensata se habría ido de allí y habría llamado a la empresa de gas y electricidad, pero ¿y si Samson estaba dentro? Volvió a llamar.

– ¿Hola? ¿Samson?

No hubo respuesta.

Echó un vistazo a su alrededor, pero, a juzgar por las habitaciones vacías y el olor, era evidente que en la casa no había nadie. Cualquiera se habría ido pero no entendía por qué habían dejado al perro. Un perro que había decidido comportarse como un tipo duro, y se había ido corriendo a lo alto de la escalera del sótano y había empezado a ladrar como un loco.

– Venga, perrito. -Se dio unas palmadas en los muslos mientras lo llamaba animada, pero el animal no se dejó impresionar.

Sin embargo, Sloane no pensaba marcharse sin él.

Se acercó lentamente al perro. Cuanto más se acercaba, más penetrante era el olor a gas. «Márchate.» El mantra empezó a repetirse en su cabeza. Tenía intención de obedecerlo, pero antes tenía que coger al perro.

– Venga, perrito -repitió, -vamos. -Se arrodilló y, aunque el animal no dejó de ladrar, corrió hacia ella con sus patas regordetas.

«Márchate.» Esa idea se repetía en su mente mientras Sloane cogía al perro y se disponía a salir. Apenas había llegado afuera, al jardín delantero, cuando una fuerte explosión la derribó.

Chase supuso que se había perdido la visita de Sloane a Norman's por cuestión de minutos. Izzy no dejaba de parlotear sobre la nueva pelirroja que había llegado al pueblo, tan guapa como para hacer parar el tráfico de First Street y que encima buscaba al solitario y excéntrico del pueblo, a Samson Humphrey.

Este último detalle pilló a Chase desprevenido. Los muchachos de por allí llamaba a Samson «el hombre de los patos», porque se pasaba buena parte del día en los jardines del centro, dando de comer a los patos y ocas, y hablando con ellos. Nadie le hacía el menor caso, excepto la madre de Chase y Charlotte, dos mujeres con un gran corazón y que sentían debilidad por el viejo huraño.

No tenía idea de por qué Sloane podía estar buscando a Samson, pero pensaba averiguarlo. Según Izzy y Norman, le habían indicado dónde estaba la destartalada casa del viejo, en la otra punta del pueblo. No era un lugar al que una mujer debiera aventurarse sola. No porque Samson fuera peligroso. Qué va, el pobre hombre era tan inofensivo como huraño, pero la zona donde vivía estaba muy aislada y solían frecuentarla los moteros. En más de una ocasión, su hermano Rick, agente de policía, había arrestado a gente por vagabundear y merodear por allí con fines delictivos. Esa zona no era lugar para una señorita.

No era lugar para Sloane.

Sloane, no Faith. Sloane, la mujer a la que se había ligado en un bar y con la que había pasado una noche de sexo apasionado y salvaje, antes de que su madrastra, y esposa del candidato a la vicepresidencia, le pidiera que cuidara de ella.

Maldita sea.

Cuando Chase Chandler decidía dejar su apacible vida, estaba claro que lo hacía a lo grande. Lo peor del caso es que seguía sin arrepentirse.

Muchos interrogantes pero ni un solo remordimiento. Tenía la impresión de que a Sloane no le gustaría que se supiese que se había ligado a un desconocido en un bar, pero él tampoco pensaba publicar sus memorias en el diario matutino.

No obstante, tenía una ardua misión por delante si quería cumplir la promesa que le había hecho a Madeline Carlisle. Aunque cuidar de Sloane sin ponerle las manos encima era algo que hasta a un monje le costaría.

– Maldita sea -farfulló de nuevo, esta vez en voz alta.

Al acercarse a casa de Samson, en seguida vio el coche de alquiler con la matrícula de otro estado. Por lo menos había sido lo suficiente sensata como para dejar el menor rastro posible.

Aparcó el vehículo y salió con la intención de entrar y ver qué quería Sloane Carlisle de un hombre como Samson Humphrey.

No estaba preparado para verla salir corriendo de la casa ni para la explosión subsiguiente, que lo tiró de espaldas.

Cuando se le pasó la conmoción, se levantó y alzó la mirada. Las llamas consumían lo que quedaba de la casa de Samson mientras Sloane se ponía en pie un poco más allá de donde estaba él.

Menos mal que estaba bien. Exhaló con fuerza, pero el alivio le duró poco. Un perrito en el que no se había fijado antes, saltó de los brazos de ella a la hierba y salió disparado hacia la casa en llamas.

– ¡No! -gritó Sloane y se dirigió hacia el fuego.

No podía permitirle que entrara en la casa, así que se abalanzó sobre ella en el momento en que corría detrás del chucho, y los dos cayeron al suelo con fuerza.

Sloane se dio cuenta de lo que pasaba más rápido de lo que habría creído posible. Tenía un cuerpo duro encima mientras ella tenía debajo al perro, que aullaba. No estaba segura de que el perro no fuera a salir disparado de nuevo hacia la casa en llamas, así que levantó un brazo para dejarlo respirar sin soltarle el collar.

– ¿Estás bien? -preguntó una voz masculina. Una voz conocida, viril y sexy.

Sintió un escalofrío que nada tenía que ver con aquel calvario. -Creo que estoy de una pieza.

Tenía zonas doloridas y moratones que tendría que cuidarse, pero por el momento estaba viva y respiraba, mientras que la casa en la que acababa de entrar estaba ardiendo.

Sin previo aviso, la sentaron, y se encontró cara a cara con Chase.

Su ligue de una noche. «Imposible», pensó.

– La casa no se está quemando y tú no eres de verdad. -Estaba mareada y confundida, sensación que el sonido agudo de las sirenas a lo lejos no hacía más que empeorar.

– Desgraciadamente, esto no es un puñetero sueño.

No, aquella voz tan sexy y aquel rostro serio resultaban demasiado reales.

– Alejémonos más de la casa. -Chase la ayudó a ponerse en pie.

En cuanto dio un paso, Sloane notó que tenía todo el cuerpo dolorido. Estaba claro que se había torcido el tobillo al salir de la casa corriendo como una loca. Cojeando, dejó que Chase la alejara de las llamas sin mediar palabra.

Eso se le daba bien, recordó, hacer lo que ella deseaba sin pedirle permiso. A pesar de las contusiones y de la adrenalina que bombeaba con fuerza en sus venas, recordaba su tacto perfectamente. Cargado de erotismo. Hasta tal punto que ese estremecimiento estaba íntimamente vinculado al hecho de que el hombre le proporcionaba seguridad.

Pero existía una gran diferencia entre dejar que la sedujera con manos, labios y lengua durante una noche ajena a sus vidas, y la realidad de su existencia diaria. Tenía que hacerse con el control de la situación, pero como la orden de él tenía sentido, no pensaba resistirse. Se obligó a seguir caminando, haciendo caso omiso del dolor que sentía en el tobillo y que había ido remitiendo cuando llegaron al viejo sauce.

Se apoyó en el frío tronco y se fue deslizando hasta el suelo. Tema escalofríos y estaba tiritando. Se rodeó el cuerpo con los brazos, pero aun así seguía temblando.

– Menudo control tengo -musitó.

Chase la miró de reojo, picado por la curiosidad, pero ella no estaba para dar explicaciones.

– Necesito tu cinturón. -Y sin más palabras, Chase le desabrochó el cinturón y lo deslizó por las presillas de los vaqueros.

Ella bajó la mirada hacia sus manos fuertes y habilidosas.

– Me parece que no es el momento ni el lugar adecuado para echar un polvo rápido -dijo, mientras le castañeteaban los dientes. -Además, no sabía que te fuese el sado.

El se quedó quieto, alzó la mirada y se echó a reír.

El brillo sensual que recordaba haber visto en sus ojos había vuelto.

– Sabía que fuera del dormitorio tendrías sentido del humor -sentenció Chase antes de proseguir con su tarea. -Confía en mí -le dijo. -Lo último que tengo ahora en la cabeza es enrollarme contigo.

Enrollarse con ella era exactamente lo que le hubiese gustado hacer. Allí, bajo la sombra del viejo sauce. Por desgracia, no podía permitirse ese lujo. Rápidamente ciñó el cinturón a un arbusto pequeño y corto que había cerca del árbol, lo sujetó bien y consiguió atar el viejo fular que el perro llevaba como collar a la hebilla del cinturón.

– Ya está. Ahora no irá a ninguna parte y estará seguro.

Sloane miró al perro, que fulminaba a Chase con la mirada por haberlo atado. Luego volvió a mirar a Chase fijamente.

– Estoy impresionada. Pensaba que sólo los boy scouts eran capaces de hacer nudos como ése.

El observó sus ojos vidriosos. Su rostro reflejaba una combinación de sorpresa, temor y confusión, así como un atisbo de recuerdo. Por lo menos, así interpretaba él su expresión.

– Precisamente tú deberías saber que no tengo mucho de boy scout.

– No sé nada de ti. Aparte de que te me ligaste en un bar de Washington y que me has seguido hasta aquí.

– Te equivocas, pero no tengo tiempo para explicaciones. -Sacó el móvil del bolsillo y llamó a su hermano Rick. Con los bomberos llegando a la casa, era posible que la policía no tardase en llegar, pero Chase quería que su hermano policía se reuniese allí con él, supiera quién era Sloane y tomara cartas en el asunto.

Tomó aire y la miró. En esos instantes, estaba demasiado aturdida para preguntar cómo la había encontrado y por qué, pero no tardaría en hacerlo. Lo sabía porque él también tenía interrogantes. Como, para empezar, por qué estaba en aquella casona. ¿Por qué buscaba a un viejo excéntrico como Samson?

Se fijó en cómo tiritaba y se dio cuenta de que había estado a punto de morir. Había estado a punto de perderla. Sin pensarlo dos veces, la abrazó para darle calor. Cuando le rozó los labios, se dio cuenta de cuánto la deseaba.

Reconoció su sabor: dulce, agradable… y la encontró dispuesta a dejarse llevar por él, igual que él necesitaba sumergirse en ella. Le recorrió la boca con la lengua y ella le respondió con un suave gemido antes de unir su lengua a la de él.

Chase se excitó al instante y todo lo que lo rodeaba desapareció. En ese momento, sólo existía ella.

Hundió las manos en su pelo, acercándola al tiempo que oía una tos fingida.

– Disculpa, pero ¿alguien ha llamado a la policía?

Sloane se separó de Chase de un salto y volvió a la realidad.

El se vio obligado a apartar la vista de Sloane, que se había puesto a dar puntapiés al suelo y, cuando alzó la mirada, se rompecorazones encontró con la expresión curiosa de su hermano mediano.

– Gracias por venir tan rápido -dijo y, ahora que había recobrado el sentido, lo decía con sinceridad.

– Pertenezco al cuerpo de policía de Yorkshire Falls. -Rick sonrió y ladeó la cabeza. -Nuestra obligación es acudir. -Le tendió la mano a Sloane. -Agente Rick Chandler -se presentó.

Sloane dejó de remover la tierra con los pies y levantó la vista.

– Me llamo Sloane… -Se calló. -Quiero decir Faith. Yo… -Vaciló porque no sabía qué identidad utilizar.

– Sloane Carlisle -informó Chase. No se le escapó la cara de sorpresa de ella al darse cuenta de que conocía su verdadero nombre. Chase no tenía más remedio que decir la verdad.

Rick tenía que saber quién era Sloane si iba a ayudar a Chase a no perderla de vista mientras estuviera en Yorkshire Falls. Y ahora que la casa de Samson se había incendiado casi con ella dentro, mantenerla en segundo plano resultaría más difícil. Chase haría lo que estuviera en su mano, empezando por prohibir que se informara de la presencia de Sloane en el lugar de la explosión.

Su hermano no pareció reconocer el apellido de ella, lo cual no era de extrañar. Aunque él cubría las noticias de los Carlisle, la noche en que se conocieron en el bar tampoco la había identificado. La hija del candidato a la vicepresidencia no era una figura pública. Todavía.

Sloane suspiró aliviada porque era obvio que había llegado a la misma conclusión que Chase. Entonces puso los brazos en jarras y miró a Chase, algo que el perro interpretó como indicio de algo, porque empezó a ladrar otra vez.

– ¿Cómo sabes quién soy realmente? -preguntó, al tiempo que se agachaba para coger al chucho y tranquilizarlo acariciándole la cabeza. -Y, ya puestos, ¿por qué me has seguido desde Washington?

Su expresión reflejaba confusión y aturdimiento, y Chase se dio cuenta de que era como si la estuviese viendo por primera vez. Tema las mejillas sucias de tierra debido a la caída.

– Resulta que vivo aquí. -No era una gran explicación, pero tampoco sabía cuántos detalles dar en esos momentos.

– ¿Que vives aquí? ¿En este infierno? -Señaló la vieja casa de Samson, o lo que quedaba de ella.

– Vivo en Yorkshire Falls. -Se pasó una mano por el pelo, lleno de frustración. Quería explicarse, pero necesitaba las respuestas de ella.

Rick permanecía extrañamente callado, mientras Sloane se pasaba el perro a la otra cadera y entornaba los ojos para mirar a Chase.

– El hecho de que seas de Yorkshire Falls es una gran coincidencia, pero no explica que me hayas encontrado en esta casa.

Chase miró por encima de su hombro, agradecido de que los bomberos hubieran rodeado el lugar y, con un poco de suerte, controlaran pronto la situación.

Deseó poder hacer lo mismo con Sloane igual de rápido. Se volvió hacia ella.

– Es un pueblo pequeño. Nadie va a ningún sitio sin que se sepa. Y una cara nueva es todo un acontecimiento.

– Sobre todo si es guapa -habló Rick por fin. Estaba de pie, con los brazos en jarras y una sonrisa socarrona en el rostro. -Siento interrumpir esta conversación tan interesante, sobre todo cuando parece que tenéis mucho de qué hablar, pero, por si no os habéis dado cuenta, se ha declarado un incendio, y Chase me ha dicho por teléfono que estabas aquí cuando empezó.

Un grupo de bomberos y el orondo jefe de policía se dirigían hacia ellos, lo cual hizo que Sloane retrocediera, claramente atemorizada.

– Necesitaré algunas respuestas -prosiguió Rick.

Chase asintió.

– Estoy de acuerdo.

Sloane empezó a desatar al perro del árbol.

– No puedo hablar aquí -dijo mientras intentaba deshacer el nudo. -No puedo… Tenemos que ir a algún lugar discreto, ¿de acuerdo? -Alzó la vista desde su postura agachada y miró a Chase con expresión suplicante.

Parecía estar al borde del colapso. Él pensaba cuidar de ella, y no porque Madeline Carlisle se lo hubiera pedido. Un apretón en el hombro fue lo único que supo ofrecerle.

Rick sacó su libreta.

– Lo siento, pero necesito respuestas antes de que te vayas -le dijo a Sloane.

Chase advirtió la desazón en el rostro de ella ante la insistencia de Rick. No estaba preparada para responder preguntas allí. Chase sopesó la devoción de su hermano al trabajo frente a la lealtad familiar. No había nada más fuerte o arraigado para los Chandler que la obligación para con la familia. Odiaba forzar la lealtad de su hermano, pero le bastó volver a mirar a Sloane para saber que lo haría de todas formas.

La cogió de la mano.

– Nos vamos, Rick, puedes pasarte por mi casa para que ella preste declaración más tarde. -Su tono no admitía discusiones.

Cuando Rick cerró la libreta y se la guardó en el bolsillo, Chase exhaló lentamente. Por primera vez en su vida, había antepuesto las necesidades de una mujer a la familia.

CAPÍTULO 05

Sloane se acomodó en un sillón reclinable de la sala de estar de Chase, en su casa victoriana antigua pero bien conservada. Le parecía extraño estar allí con él después de pensar que no se volverían a ver.

La planta baja de la casa albergaba la redacción del Yorkshire Falls Gazette, mientras que la planta de arriba era su territorio privado. Observó su casa como mujer, no como decoradora, analizando la guarida del hombre con el que se había acostado. A pesar de la madera oscura y de la falta de florituras, no se perdió los toques que la hacían acogedora: las alfombras orientales en el suelo de madera noble, las fotografías de la familia colocadas de modo que indicaba la importancia que tenía para él, y el desorden tan típico de los hombres que viven solos.

Y aquél era todo un hombre. Mientras hablaba con su hermano junto a la ventana, notó su energía contenida, la misma que había empleado para hacerle el amor. Sloane lo observó y se dio cuenta de que la memoria le había fallado. Era incluso más guapo de lo que recordaba. Y mientras él gesticulaba, ella miró cómo los vaqueros manchados de hierba se le ceñían a su increíble trasero.

Se estremeció, y esta vez no fue por la conmoción. Cielos, de lo que era capaz aquel hombre con sólo mirarla. Antes, cuando se había abalanzado sobre ella, había reconocido su olor y, a pesar del peligro, se había excitado en seguida. Ya tenían un vínculo, el cual no hacía más que convertir aquella situación en algo incluso más surrealista. ¿Cómo era posible que se hubieran encontrado de nuevo? Sloane ya había contestado las preguntas del agente Rick Chandler, pero ahora le quedaban unas cuantas que formularle ella a Chase.

Estiró los pies y su cuerpo magullado notó el dolor infligido al lanzarse al suelo para salvar a Perro. Se había enterado de que así era como se llamaba la mascota de Samson. El nombre era otro triste indicio sobre la existencia que llevaba ese hombre. Por lo menos los bomberos habían confirmado que no había nadie en la casa en el momento de la explosión, lo cual la libró del temor de que Samson hubiera sufrido algún daño o algo peor.

Tras irse de allí, ella y Chase habían llevado a Perro al doctor Sterling, el veterinario del pueblo, para que le hiciera una revisión v cuidara de él hasta que Samson regresara. Nadie se había planteado qué hacer con el animal si Samson no aparecía. Sloane se estremeció y se rodeó el cuerpo con los brazos para controlar un nuevo escalofrío.

– ¿Te encuentras bien? -Chase se acercó a ella y puso una mano en el cojín en el que tenía apoyada la cabeza, tan cerca, que Sloane automáticamente se distrajo.

– Por supuesto que sí. ¿Por qué no iba a estarlo? Cada día veo cómo explotan unas cuantas casas. -Dejó escapar una risita aguda, consciente de que seguía estando a punto de sufrir un ataque de nervios, aunque hubieran transcurrido más de dos horas desde la explosión.

Rick se acercó a ella, pero Chase se interpuso entre Sloane y su hermano.

– Ya ha tenido suficiente, Rick. Déjala descansar esta noche. Mañana la llevaré a la comisaría para que firme la declaración oficial.

Chase actuaba como barrera protectora ante el policía y ella agradecía su caballerosidad. Pero por aturdida que estuviera, era perfectamente capaz de lidiar con Rick y responder a cualquier pregunta que el cuerpo de policía de Yorkshire Falls quisiera hacerle. Al fin y al cabo, era la hija del senador Michael Carlisle o, por lo menos, él la había criado. Y sus «padres» le habían enseñado la lección de que, cuanto más comunicativa y menos evasiva, más satisfecho se quedaría su entrevistador.

– Si el agente tiene más preguntas, estoy más que dispuesta a responderlas -declaró, mirando por el costado de Chase para ver a Rick.

Este le dedicó una mirada de agradecimiento y ella se fijó realmente en él por primera vez. Aunque tanto Rick como Chase eran hombres apuestos, las semejanzas acababan ahí. Rick, de pelo castaño y ojos color avellana, atraería la atención de cualquier mujer. Pero Chase, con su expresión intensa, unos ojos increíblemente azules y el pelo negro azabache… era quien le parecía más sexy.

– ¿Y bien? -preguntó Chase a su hermano cruzando los brazos sobre el pecho.

Para su sorpresa, Rick negó con la cabeza.

– Creo que por ahora es suficiente. -Se guardó la libreta en el bolsillo y se hizo a un lado para poder verla bien. -Sólo quiero aclarar una cosa si no te importa.

Sloane se aovilló, con las piernas dobladas, haciendo caso omiso de la protesta de sus doloridos músculos. En esos momentos un baño caliente le habría ido de perlas.

– Dices que has venido a Yorkshire Falls para visitar el pueblo natal de tu madre -dijo Rick.

– Así es. -Se mordió el labio inferior porque odiaba haber tenido que soltarle una trola al agente, pero sabía que no le quedaba más remedio. -Quería visitar a algunos de sus viejos amigos y los sitios que frecuentaba.

– ¿Y Samson era un viejo amigo?

Ahí Sloane se anduvo con cuidado.

– Mi madrastra me dijo que había sido una persona importante en la vida de Jacqueline. Me pareció que valía la pena ir a verlo. -Alzó la vista e intentó adoptar una expresión sincera. Como a lo largo de su vida se había saltado más de un par de veces el toque de queda, había logrado perfeccionar la expresión.

– Y por eso fue a casa de Samson -concluyó Chase. -Caso cerrado, Rick. Ya te puedes marchar. -Le dio a su hermano una palmada en la espalda como excusa evidente para irlo conduciendo hacia la puerta.

Rick ladeó la cabeza hacia ella.

– Ya hablaremos mañana, Sloane.

– ¿Eso es una forma educada de decir «no salgas del pueblo»? -preguntó ella con ironía.

– Sí, señora. -Le dedicó una sonrisa infantil, y Sloane se preguntó cuántos corazones habría roto antes de casarse. Se había fijado en la alianza que llevaba en la mano izquierda, señal inequívoca de que alguna afortunada había cazado al guapo policía.

Lo cual la hizo pensar en Chase. ¿Estaba saliendo con alguien antes de su interludio? ¿Alguien a quien seguía viendo? Se sorprendió al darse cuenta de lo mucho que le molestaba la idea.

Cuando Chase acompañó a su hermano a la puerta, Rick no pareció ofenderse. Según lo que Sloane había podido ver, entre aquellos dos hombres existía un cariño genuino que se notaba en todo lo que hacían o decían. Un vínculo familiar. Ella lo comprendía a la perfección porque compartía el mismo tipo de relación con sus padres y hermanas. No tenía ni idea de cómo la recibiría su único pariente de Yorkshire Falls, y se estremeció al pensarlo.

«¿Cuánto tardaré en descubrirlo?», se preguntó Sloane. Había fracasado en su misión de encontrar a Samson y, al haberles mentido a Rick y a Chase sobre el motivo de su presencia en el pueblo, probablemente su búsqueda resultara más difícil. Quizá aquellos hombres pudieran ayudarla a localizar a Samson. Neutralizar la amenaza que suponían los hombres de Michael.

Pero para sincerarse con ellos necesitaba un nivel de confianza que todavía no había alcanzado. Ni con el agente de policía ni con el periodista. La profesión de Rick lo convertía en un elemento imprescindible y Chase era un enigma que podía hacer salir a la luz toda aquella historia.

Bostezó y sintió que estaba a punto de dejarse vencer por el agotamiento. Le parecía increíble todo lo que había pasado en las dos últimas horas, pero después de que Rick Chandler la obligara a revivir la explosión, estaba convencida de que no había sido una pesadilla.

La puerta se cerró y Chase entró de nuevo en el salón, mirándola fijamente.

– Estamos solos. Ahora cuéntame el verdadero motivo por el que buscas a Samson porque no me creo ese cuento chino que le has largado a mi hermano.

Sloane tragó saliva al tiempo que se agarraba con fuerza a la tapicería del sillón. No se había imaginado que él se daría cuenta del engaño.

– Ya te lo he contado. Dos veces, si no me equivoco.

Chase se acercó a ella enfadado, apoyó las manos en los brazos del sillón y se agachó de forma que sus caras quedaron separadas por apenas unos milímetros. Sloane ya sabía qué sabor tenían aquellos labios. Se le aceleró el corazón y, si él le prometía un beso, probablemente cediera a su exigencia de que le contara la verdad.

– No me creo tu excusa, cariño. La noche que pasamos juntos también me contaste otras cosas. Cosas íntimas, personales.

– ¿Como por ejemplo? -Porque en ese momento, a duras penas recordaba ni su nombre. Se humedeció los labios, satisfecha cuando los ojos de él siguieron su movimiento y las pupilas se le dilataron de deseo. Por lo menos no era la única que estaba al borde de la locura.

– Dijiste que tu vida se basaba en una mentira, pero que aun así se esperaba de ti que hicieras lo correcto. ¿Acaso Samson forma parte de esa mentira? -inquirió sin que su mirada seria pero, oh qué sexy, se apartara de ella.

Tenía más ganas de confesarse con él que de respirar. Quizá incluso más de las ganas que tenía de que la besase, y eso ya era mucho. Pero la parte del cerebro que todavía le funcionaba, por ínfima que fuera en esos momentos, se imponía.

– ¿De verdad esperas que responda a tus preguntas mientras la mayor parte de las mías siguen sin respuesta?

– Querida, soy un libro abierto. -Se levantó y extendió las manos delante de él en un gesto de entrega.

Pero Sloane no se lo tragó ni por un momento. El hombre seguía siendo tan enigmático como cuando lo había conocido en el bar. De todos modos, si pensaba darle respuestas, ella no iba a rechazarlas.

– ¿Sabías que iba a estar en el pueblo? Y si es así, ¿cómo? -Porque ella y su madrastra habían evitado a toda costa que dejara rastro.

– Voy a serte sincero. -Sus ojos azules destilaban cierta expresión de regocijo, pero se lo veía en general cauto.

Fuera cual fuese su secreto, se guardaba de revelarlo. «Bienvenido al club», pensó ella. -Me alegro.

– Conocí a tu madrastra en la rueda de prensa de tu padre. -¿Por eso estabas en Washington? ¿Para cubrir la noticia? Chase asintió.

No debería sorprenderle ni decepcionarle que quisiera cobertura informativa sobre su padre. Posiblemente también sobre su familia. Se imaginaba los titulares:

UN PERIODISTA DE UNA PEQUEÑA CIUDAD ADQUIERE FAMA NACIONAL REVELANDO LOS SECRETOS MÁS ÍNTIMOS DEL SENADOR CARLISLE.

«Gracias, pero no», pensó. No pensaba colaborar en el gran golpe profesional de Chase.

– Y entonces volviste al pueblo. -Estiró las piernas y notó el tirón de los músculos mientras se acomodaba para la siguiente batería de preguntas. -¿Sabías que yo estaba en el pueblo? -No se imaginaba a Madeline revelando información tan privada y potencialmente peligrosa a un desconocido, y mucho menos si éste era periodista.

Chase se sentó en el sofá al lado del sillón de ella y se le acercó. Tanto, que ella olió un resto de humo mezclado con la loción para después del afeitado que identificaba con Chase. Era una fragancia conocida y reconfortante en un momento de caos absoluto, y le costaba mantener la distancia que sabía que era necesaria entre ellos.

– Sabía que estabas aquí. Parece ser que tu madrastra y mi cuñada Charlotte son buenas amigas.

Parpadeó al enterarse del vínculo familiar.

– ¿La Charlotte que tiene la tienda de lencería aquí y en Washington?

Chase asintió.

– Está casada con mi hermano Román.

– Cielo santo, ¿hay otro más?

Chase se rió entre dientes y dejó entrever su blanca dentadura.

– Tú lo has dicho, nena. Por aquí nos llaman «los chicos Chandler». Los tres juntos. Siempre hemos estado unidos.

– Izzy os ha mencionado -recordó. -Pero tú y yo no nos habíamos dicho el apellido, así que no he podido atar cabos. -Notó que el calor le subía a las mejillas al recordar cómo le había tirado los tejos en el bar. Un desconocido al que había permitido que se la llevara a la cama. Sólo que entonces no le había parecido un desconocido, como tampoco se lo parecía ahora.

Sin previo aviso, Chase le acarició la mejilla.

– No te sientas avergonzada conmigo. No lamento nada y me niego a que tú lo lamentes.

Suaves pero curtidos, sus dedos le produjeron un hormigueo erótico por todo el cuerpo y notó que los pezones se le erizaban bajo la camiseta.

– No puedo decir que lo lamente -reconoció. Ni siquiera ahora, sabiendo quién y qué era él.

Su condición de reportero le pesaba. Le había salvado la vida, pero probablemente tuviera alguna intención oculta. Se obligó a recostarse en el asiento, apenada al caer en la cuenta de que no podía ser su príncipe azul.

– Pero aunque no tengamos remordimientos, tenemos mucho más de lo que ocuparnos aparte de una aventura de una noche que ya pasó.

Chase se estremeció, porque parecía que ahora ella sí lo lamentaba. Sloane no había querido herir sus sentimientos, sólo pretendía erigir una barrera que mantuviese a salvo a su familia.

Suspiró y se obligó a enfrentarse a las preguntas que seguían sin respuesta.

– O sea que te viste con mi madrastra y… ¿qué te contó? -preguntó Sloane, porque no le parecía normal que Madeline hiciera que un periodista le siguiera los pasos.

– Me dijo que tenías ciertos asuntos problemáticos, que necesitabas estar sola v que venías aquí a buscar las raíces de tu madre. -Habló con frialdad, sin emoción ni cariño, desde el otro lado del muro que ella había erigido.

Sloane se recordó que, aunque lo lamentase un poco, era por su bien.

– Es decir, te pidió que cuidaras de mí -aventuró Sloane. Habría sido una reacción típica de Madeline, que había cedido con demasiada facilidad a la petición de Sloane de viajar sola, sin protección. O sea que había planeado una contra-misión.

– En resumen, sí. Y créeme, en cuanto até cabos y descubrí quién eras en realidad, no me supuso un gran sacrificio verte otra vez. -No obstante, Chase ni siquiera esbozó una sonrisa. Teniendo en cuenta cómo había despachado ella la única noche que habían pasado juntos, obviamente odiaba reconocer que le apetecía volver a verla. -Madeline no mencionó a Samson para nada -prosiguió, -pero dado que su casa ha explotado y casi te pilla dentro, tengo una serie de preguntas pendientes. Para empezar, ¿qué relación tienes con Samson Humphrey?

Sloane deseó poder acurrucarse en sus brazos y contárselo todo, pero por supuesto no podía. Sólo podía confiar en sí misma. A no ser que…

– ¿Quién lo pregunta, el Chase hombre o el Chase periodista? -inquirió ella.

Le tembló un músculo de la mandíbula y se pasó una mano por el pelo en señal de frustración.

– Bueno, ya está bien -farfulló.

Su pregunta había sido la gota que colmaba el vaso, y lo aisló completamente cimentando el muro que los separaba. Ésa había sido la intención de ella si es que Chase se lo había preguntado como periodista y no por interés personal.

Una de dos, o no sabía qué responder o no quería reconocer que el reportero que había en él quería respuestas con las que hacer carrera. Sloane se sintió decepcionada, pero tenía que evitar mostrar su juego.

– Rick ha hecho que un agente te traiga el coche y ha dejado tu maleta abajo. ¿Por qué no te duchas y te refrescas? Podemos seguir con el interrogatorio más tarde.

Como apestaba a humo y se sentía hecha un guiñapo, aceptó.

– Gracias. Una ducha me parece algo fantástico. -Con respecto a lo de volver a hablar, Sloane no tenía tiempo para intercambios de información.

Norman e Izzy le habían mencionado un lugar llamado Crazy Eights, un salón de billar al que solía ir Samson cuando tenía dinero. Sloane recordó la advertencia de Izzy y, aunque le daba más miedo conocer a su verdadero padre que ir a ese antro, tenía que encontrar a Samson fuera como fuese.

El sonido de unos pasos la distrajo. Chase regresó con su maleta en la mano. Vio un atisbo de calidez en su mirada que, a su vez, hizo que se le acelerara el corazón. Menos mal que él en seguida disimuló porque, de lo contrario, habría cometido alguna estupidez, como besarlo.

Después de la ducha y de comer algo rápido se largaría de allí. A buscar a su verdadero padre. Sin la ayuda del periodista ni de su mirada entrometida.

Los hombres solteros de Yorkshire Falls podían comer en Norman's, pedir comida a domicilio de Norman's o aprender a cocinar. Chase solía decantarse por pedir la comida a domicilio.

Abrió el congelador para ver si encontraba algo que descongelar y ofrecerle a su invitada, pero no encontró nada apetecible.

Se pasó una mano por el pelo y se dio cuenta de que lo tenía sucio de hollín y tierra. Necesitaba también una ducha, pero tendría que esperar su turno. Desde la cocina oía el agua de la ducha. O quizá sólo se lo imaginaba: Sloane en el baño, dejando que el agua se deslizara por su suave piel. Sólo los separaba un pasillo y una puerta. La idea bastaría para martirizar a cualquier hombre.

Igual que el hecho de que hubiese calificado aquella noche de aventura. O sea que eso es lo que había sido para ella. No es que él hubiera esperado volver a verla, y mucho menos implicarse en su vida, pero con esas palabras sin duda lo había herido en su orgullo. En realidad, lo había herido en algo más que en eso. Lo que ella pensaba le preocupaba mucho más de lo que debería para tratarse de alguien con quien había tenido un rollo. Y esos sentimientos podían evitar que cumpliera sus objetivos: un buen artículo publicado en los periódicos más importantes y la posibilidad de hacerse famoso. Una primicia sobre el candidato a la vicepresidencia Michael Carlisle.

Chase casi «tocaba» ese artículo con las yemas de los dedos, y el hecho de que Sloane quisiera distinguir entre el Chase hombre y el Chase periodista le hacía pensar que quizá estaba más cerca de lo que pensaba. Pero ¿más cerca de qué? ¿Qué ocultaba Sloane?

Dudaba que esos detalles se los proporcionara ella. Era de esperar que Madeline Carlisle fuera más comunicativa en cuanto viera que había cumplido su cometido y le había salvado el tipo a su hija. Y menudo tipo más delicioso, firme y suave bajo los desgastados vaqueros.

Apretó la mandíbula y cerró la puerta del congelador de golpe, incapaz de encontrar nada comestible. Lo más fácil era llamar a Izzy y pedirle algo.

Descolgó el auricular en el preciso instante en que sonaba el timbre. Chase había remodelado la vieja casa victoriana para vivir en ella y, aunque podía acceder a la redacción a través de una escalera interior privada, también tenía una entrada distinta para las visitas. Se dirigió a la puerta e inmediatamente vio el pelo rubio oscuro de su madre por la ventana.

– Mierda. -Como sabía que no podía evitarla, abrió la puerta y la dejó entrar.

Antes de que tuviera tiempo de hablar, ella lo abrazó con fuerza.

– Oh, Dios mío, ¿te encuentras bien? Me he enterado de lo que ha pasado en casa de Samson y estaba muy preocupada. -Dio un paso atrás y Chase vio una genuina alarma reflejada en su bello rostro, mientras le pasaba las manos por los brazos como si quisiera cerciorarse de que estaba entero.

– Las noticias vuelan que da gusto -declaró Chase, intentando quitarle hierro a un asunto muy serio. En realidad, Raina no sufría del corazón, pero se hacía mayor, y adoraba a sus hijos. No quería que se preocupara innecesariamente.

– ¿Desde cuándo hay secretos en este pueblo? -Apoyó una mano en la cadera y le blandió un dedo delante de su cara, regañándolo cariñosamente, aunque tenía los ojos empañados en lágrimas y una expresión de claro alivio. -Venga, ahora ayúdame a entrar las bolsas. -Hizo un gesto exagerado con la mano para señalar detrás de ella.

En ese momento, Chase vio las grandes bolsas marrones, todas rebosantes.

– ¿Qué es esto? -preguntó, mientras las recogía.

– Pues la cena, qué va a ser. Después de un día tan estresante, necesitas recuperar fuerzas. Norman te ha preparado tu plato preferido, qué encanto de hombre. -Se metió dentro sin dejar de parlotear.

Chase consiguió llevar las bolsas a la cocina sin que se rompiera ninguna asa y el contenido se desparramara por el suelo. Bajó la vista pero todo parecía intacto. Fuera como fuese, las bolsas pesaban lo suyo, y una mujer como su madre, con una supuesta enfermedad coronaria, no debería haber cargado con ellas.

Estaba muy enfadado por toda aquella farsa, pero teniendo en cuenta que Sloane debía de estar a punto de salir del baño, no era momento para enfrentamientos. De hecho, era el momento idóneo para librarse de Raina antes de que le echara el ojo a Sloane y se le ocurrieran disparatadas ideas para emparejarlos. Más valía que no se enterara de que él y Sloane tenían un pasado común, ni siquiera de que ella le gustaba.

– ¿Has traído las bolsas tú sola? -preguntó, adoptando un grave tono reprobatorio.

– No, se las ha traído su chófer. -Chase reconoció la voz del doctor Eric Fallón desde la puerta abierta.

– Adelante, Eric -invitó Chase al médico del pueblo y «novio» de su madre. ¿De qué otra manera podía llamar a la media naranja de su madre en la vejez?

Chase apreciaba al hombre por la felicidad que había aportado a la vida de Raina y por ser la voz de la razón en medio del caos que ella representaba. Eric la mantenía ocupada, la hacía reír y tomaba las riendas de la situación cuando a Raina se le ocurrían ideas disparatadas.

– Ésta es la última bolsa -dijo Eric, mientras dejaba una de la que sobresalían dos botellas en la encimera.

– ¿Vino? -preguntó Chase.

– Champán -repuso Raina. -Para brindar por la vida.

O sea que tenían previsto celebrar una fiesta. Miró hacia el pasillo y se preguntó qué pensaría Sloane cuando saliera del baño y descubriera que tenía público.

Raina alzó la cara botella de Dom Perignon y la miró con anhelo. No bebía a menudo, pero cuando había algún motivo para ello, le encantaba tomar una copa de champán con su familia. Qué lástima que Chase estuviera a punto de aguarle la fiesta. Era la única solución que se le ocurría como venganza por su ardid para tener nietos.

Le rodeó los hombros con el brazo y la apretó cariñosamente.

– No deberías beber, mamá. No le conviene a tu pobre corazón.

– El chico tiene razón, Raina. -Eric le quitó el champán de la mano y dejó la botella en la encimera.

– Aguafiestas -farfulló ella sin mirarlo a la cara. Chase miró a Eric y él le guiñó un ojo.

Dos hombres cuyo nexo de unión era Raina. Con su pelo entrecano, el médico tenía un aspecto distinguido y hacía buena pareja con su guapa madre. Chase pensó que ambos eran atractivos.

Miró alrededor de la cocina, que ahora presentaba un aspecto caótico. Aunque ya no tenía que preocuparse por qué iba a darle de cenar a Sloane, prefería que estuvieran solos.

– Muchas gracias por traer la comida. -Le faltó muy poco para añadir «ya os podéis marchar».

– De nada. -Raina se agachó para coger una de las bolsas menos pesadas y empezó a vaciarla en la encimera. -He supuesto que un soltero como tú no tendría nada en la nevera para agasajar a una invitada, y mucho menos si es guapa.

O sea, que sabía lo de Sloane. Echó un vistazo a las bolsas rebosantes de comida y champán. Tema que haberse dado cuenta de sus intenciones ocultas. Lo positivo de la situación era que, si pretendía hacer de casamentera, no se quedaría a cenar. La presencia de una madre no propiciaba demasiado romanticismo, pensó con ironía.

Aunque Sloane no parecía estar en plan romántico precisamente. Había dejado claro que su única noche había acabado.

– La belleza no tiene nada que ver con la alimentación -dijo Chase, centrándose en la conversación con su madre. -Además, ¿quién te ha dicho que tengo compañía?

Eric rió entre dientes.

– Tu madre tiene línea directa con la Central de Cotilleos. No habían pasado ni cinco minutos después de que la bella pelirroja se marchara de Norman's, e Izzy ya estaba llamando a Raina.

Raina chasqueó la lengua para regañarlo.

– No lo pintes tan sórdido, Eric. La joven ha tenido un día muy duro. Igual que mi hijo mayor. Sólo quería asegurarme de que estaban bien alimentados.

– ¿Y el champán lo necesitamos para…? -preguntó Chase.

Raina entornó los ojos.

– Para mejorar el ambiente, por supuesto.

Chase apretó los puños porque odiaba que lo manipularan.

– Ni siquiera sabes si hay química entre Sloane y yo. Ni siquiera sabes si me interesa y te presentas aquí con una cena de lujo y una botella de champán caro.

– Yo no calificaría lo que cocina Norman como comida de lujo -replicó Raina, -y no es propio de d ser tan arisco.

– Cuando te metes donde no te llaman, no me queda más remedio -farfulló.

– Chitón. -Raina le selló los labios con un dedo. -A lo mejor no le gustan los hombres groseros. -Miró a su alrededor, buscando a la invitada. -Por cierto, ¿dónde está?

– Duchándose. -Señaló hacia el cuarto de baño del final del pasillo. -Y ha tenido un día duro. Dudo que tenga ganas de compañía.

La risa profunda de Eric resonó en la estancia.

– Creo que te está diciendo que te marches, Raina, querida.

La sujetó por el codo suavemente.

– Que «nos» marchemos -rectificó ella. -Nos está diciendo que nos marchemos.

– Chase sabe que yo ya tengo un pie fuera, mientras que tú preferirías quedarte.

Su madre hizo un mohín, pero a juzgar por la resignación de su mirada, aceptaba que estaba acorralada.

– No he acabado de sacar la comida.

Chase se echó a reír mientras la conducía hacia la puerta, seguido de Eric.

– No me importa guardar la compra. Además, tú necesitas descansar.

– Tú también, después del día que has tenido. Tú y esa pobre chica. ¡Y Samson! -Pronunció el nombre del hombre como si acabara de enterarse de la situación.

Teniendo en cuenta lo que tenía en mente -la seguridad de su hijo y una mujer nueva en el pueblo a la que abordar- Chase comprendía su lapsus mental. Su madre era la persona más amable y cariñosa del mundo y, a pesar de la actitud casi siempre belicosa de Samson, a Raina le caía bien. Incluso le llevaba sándwiches cuando lo veía por los jardines cercanos al local de Norman's. Aunque él no le mostraba ningún aprecio, Raina lo trataba como a un amigo.

Su madre se paró antes de llegar a la puerta y se volvió hacia Chase.

– ¿Cómo está el pobre Samson? ¿Se sabe algo de él? -Había abierto unos ojos como platos y se la veía realmente tan preocupada que a Chase casi se le partió el corazón.

– Eso es lo que quisiera saber yo -dijo Sloane cuando salió del baño.

Llevaba unos vaqueros oscuros combinados con una camiseta blanca corta y estampada con unos labios dorados y brillantes en la parte delantera. Su pelo cobrizo se le rizaba a la altura de los hombros. Chase no se había dado cuenta de lo ondulado que lo tenía ni de lo realmente sexy que estaba recién duchada.

A juzgar por la expresión entusiasmada y emocionada de su madre, acababa de descubrir un nuevo rostro femenino con el que esperaba engatusar a Chase. Desgraciadamente para él, en ese caso no hacían falta las artimañas maternas.

Sloane ya le interesaba, y mucho.

CAPÍTULO 06

– Lo siento pero no sabemos nada de Samson -informó Chase a Sloane. -Si se hubiera sabido algo, Rick habría llamado.

– Oh.

Raina Chandler observó a la hermosa joven que acababa de salir del cuarto de baño de su hijo. Al oír el comentario de Chase, se reflejó en su rostro una expresión de decepción, lo cual hizo que Raina se preguntara por su relación con el solitario y a menudo esquivo Samson.

– ¿Tú y Samson sois…?

Chase dio un paso adelante con actitud protectora. -No hagas preguntas, mamá -dijo, advirtiéndola con el tono de voz.

Al oír esas inesperadas palabras, Raina resolvió retirarse. Al menos por el momento. Todos sus hijos eran protectores por naturaleza, pero Chase sólo mostraba ese rasgo con Raina y, en los últimos tiempos, con sus cuñadas. El hecho de que intercediera por una mujer a la que acababa de conocer resultaba muy elocuente, y a Raina el corazón empezó a disparársele al pensar que le había tocado la lotería y que su único hijo soltero quizá se hubiera por fin enamorado.

De hecho, a juzgar por la expresión de Chase cuando había mirado a la chica, la lotería le había tocado a él.

– Creo que se imponen las presentaciones -respondió Raina cambiando de tema para satisfacer a su hijo.

Chase relajó los hombros, aliviado.

– Sloane, te presento a mi madre, Raina Chandler. Desgraciadamente, estaba a punto de marcharse. ¿Verdad que sí, mamá?

«Ah, o sea que quiere estar a solas con ella.» Aquella tarde, que había empezado con un susto por culpa de la explosión y que le había provocado verdaderas palpitaciones, había acabado tomando un rumbo agradablemente inesperado.

Antes de que Raina tuviera tiempo de saludar a Sloane como debía, Chase continuó:

– Y él es su amigo, además de ser el mejor médico del pueblo, Eric Fallón.

– Encantada de conocerle, doctor Fallón. -Sloane estrechó la mano del médico antes de dirigirse a Raina. -Y a usted, señora Chandler. -Con una sincera sonrisa estrechó la mano de Raina brevemente.

Mientras Sloane se apartaba un mechón de la mejilla, Raina se fijó en los rizos húmedos que le caían por los hombros, y en que alrededor de la cara tenía el pelo más corto. Durante unas milésimas de segundo tuvo la impresión de haberla visto con anterioridad. La chica le sonaba, pero no era capaz de identificarla.

– También es un placer para mí. -Raina observó los enormes ojos verdes de Sloane y percibió la inteligencia que había en ellos.

Bien. Chase necesitaba a una mujer capaz de mantener conversaciones interesantes a la hora del desayuno, algo más que «¿Qué tal me sienta esta sombra de ojos, querido?». Seguro que Sloane cumplía ese requisito.

Sloane miró a Raina y luego a Chase.

– No veo que se parezcan mucho -comentó.

– Eso es porque Chase se parece a su padre -explicó Raina con una sonrisa, agradecida de tener la oportunidad de recordar a su querido esposo.

– Mientras que Rick se parece a usted. -Sloane cruzó los brazos sobre el pecho y asintió, segura de su conclusión. -Bueno, independientemente de a quién se parezcan, tiene unos hijos muy guapos, señora Chandler.

– Gracias. ¿Es muy impertinente por mi parte decir que estoy de acuerdo? -Raina se echó a reír.

– Por supuesto que no. -Eric le rodeó los hombros con el brazo y ella agradeció la sensación de calidez y seguridad que le proporcionaba. -Raina no sería Raina si no ensalzara las virtudes de sus hijos. Sobre todo del último que le queda soltero -apuntó Eric con ironía.

– Tienes que reconocer que te conoce bien, mamá. -Chase arqueó una ceja, retándola a que le llevara la contraria.

– Oh, hay que ver. Menudos sois vosotros dos. Yo ya soy vieja y frágil.

Al oír eso, Chase y Eric soltaron una carcajada. Raina deseó que fuera broma, pero últimamente notaba que le faltaba el aliento al realizar actividades con las que solía disfrutar. Incluso había reducido sus momentos furtivos en la cinta de correr. Se preguntaba si era la forma que Dios tenía de informarle de que su farsa se estaba prolongando demasiado. Pero como se recuperaba en seguida después de descansar un poco, no le daba importancia al problema. Seguro que se le pasaría.

Los que la rodeaban seguían riendo y Eric le dio un fuerte apretón. Chase tenía razón. Eric la conocía demasiado bien. Estaba al corriente de su farsa y la desaprobaba con vehemencia, sin embargo, comprendía sus motivos y aceptaba a Raina sin reservas. Aunque Raina adoraba a Eric y le había dado un futuro, nunca había olvidado el pasado. ¿Cómo iba a hacerlo si John la había bendecido con tres hijos guapos y maravillosos?

Algo en lo que Sloane, obviamente, también se había fijado.

Pero Raina estaba convencida de que sólo tenía ojos para Chase. De hecho, no dejaba de mirarlo y, cada vez que lo hacía, la temperatura del ambiente subía un grado.

Oh, divina juventud. Raina reprimió una carcajada de felicidad.

– ¿Eres consciente de que halagando a mis hijos has encontrado la forma de cautivarme?

Chase lanzó una mirada airada a su madre.

– Mamá, déjala en paz. No está empleando ninguna artimaña contigo, sólo está siendo educada. -Colocó la mano en el pomo de la puerta. -Tienes que entender -le dijo a Sloane- que ha hecho todo lo posible por casar a sus tres hijos, y ahora que sólo quedo yo, ha perdido totalmente la vergüenza.

Sloane se rió.

– No pasa nada. Tu madre da por supuestas ciertas cosas. La primera es que me interesas. -Alzó un dedo. -Y la segunda es que, si me interesaras, necesitaría su aprobación. -Levantó un segundo dedo. -Creo que tiene razón en lo segundo. Toda mujer interesada en un hombre debe ganarse a su madre.

– Es una mujer lista -dijo Raina, a quien gustaba la franqueza de la joven.

– Lo que pasa es que en este caso sólo somos amigos, señora Chandler. -Sloane colocó una mano en el hombro de Raina. -Pero de todos modos me gustaría tener su aprobación.

Ladeó la cabeza en espera de una respuesta y, al ver el mentón de Sloane desde ese ángulo, Raina volvió a tener aquella sensación de familiaridad.

– Tienes mi aprobación. Sin lugar a dudas.

Sloane se sonrojó mientras la mirada de Chase se centraba en ella y no la retiraba. Oh, a Raina le gustaba la chica. Era exquisita y estaba claro que tenía cautivado a su hijo. Evidentemente, no se tragó que el interés de Sloane no fuera recíproco. Quería mostrarse tímida, lo cual resultaba totalmente apropiado a esas alturas tan tempranas del juego.

Si Raina no se equivocaba interpretando las señales, Sloane y Chase tenían posibilidades de acabar juntos. Y si así era, el final de los «problemas de corazón» de Raina estaba próximo. Podría ponerse el anillo de compromiso de Eric, guardado en la caja fuerte de un banco, casarse y bailar en su propia boda. Después de hacerlo en la boda de su hijo mayor, por supuesto.

Todavía no había pensado cómo se las iba a apañar para materializar su «milagrosa» recuperación, pero ya se le ocurriría algo. Se las había ingeniado para casar a sus otros dos hijos y, en cuanto Chase estuviera colocado, eso sería pan comido. Los otros dos no la habían perdonado del todo, pero era obvio que no se lo habían contado a Chase. Y ahora, dada la presencia de Sloane, Raina le sacaría el máximo partido a la situación el mayor tiempo posible.

– Tenemos que irnos -dijo Eric. -Tu madre tiene que descansar. -Apretó la mano de Raina, instándola en silencio a marcharse. Eric tendía a sacarla de esas situaciones y evitar que se entrometiera más.

Ella apreciaba su actitud y, como estaba más cansada de lo normal, asintió.

– Sí, me gustaría echarme un rato.

Chase entrecerró los ojos para observarla.

– ¿Te encuentras bien? Te veo un poco pálida y, teniendo en cuenta que sufres del corazón, no deberías estar dando vueltas por el pueblo.

– Estoy bien. -Cruzó los dedos mentalmente. Ni siquiera el leve dolor que sentía en los últimos tiempos reducía su sentimiento de culpa por mentir. La farsa era terrible, pero no podía negar que había ablandado a sus hijos respecto a las mujeres y a la idea de contraer matrimonio. Aunque al comienzo hubiera sido un ablandamiento casi imperceptible, había llevado a dos de ellos al altar.

Estaba claro que Chase tenía que ser el próximo.

Eric la miró e hizo una mueca con los labios.

– Chase tiene razón. Se te ve un poco agotada. -Miró a Chase. -No te preocupes, hijo. Cuidaré de tu madre.

Chase abrió la puerta de la calle.

– No me cabe la menor duda. No podría estar en mejores manos. -Dedicó una sonrisa a Eric.

– Hay que ver cómo habláis de mí, parece que ni siquiera estuviese delante -se quejó Raina.

– Ahora ya no lo estás -dijo Eric mientras la hacía cruzar el umbral y salir. -Adiós, Chase. Encantado de conocerte, Sloane.

Raina sólo tuvo tiempo de despedirse con la mano antes de que Chase cerrara la puerta y los dejara en la calle. Eric se reía tan fuerte que Raina pensó que iba a caerse al césped.

– Pues yo no le veo la gracia -dijo ella, sabiendo que estaba haciendo pucheritos como una niña pequeña.

– Te han dejado fuera, pero no te preocupes, Chase es mayorcito y sabe cuidarse solo. -Le dio una palmadita en la mano, pero Raina sabía que no la estaba aplacando, sino que intentaba aliviar su malestar. -Mientras tanto, yo me ocuparé de ti. ¿Te encuentras bien?

Raina se dio cuenta de que estaba preocupado, igual que Chase hacía un momento. Curiosa reacción para un hombre que estaba al corriente de su farsa, pensó. Se planteó contarle lo de sus recientes episodios de ahogo y leves dolores, pero su colega la doctora le había hecho un chequeo y todo había salido bien. No había motivos de preocupación así que ¿para qué mencionarlo?

Raina asintió a modo de respuesta.

– Estoy bien. -Pero estaría mucho mejor cuando supiera que Chase estaba asentado y feliz. -Sloane es una chica muy guapa. Pelirroja, y con esos rizos. No dejo de pensar que me recuerda a alguien, pero no acierto a saber a quién. -Y entonces cayó en la cuenta, los fragmentos que había ido rememorando se unieron en una sola imagen.

– ¿A quién? -preguntó Eric.

– ¿Te acuerdas de Jacqueline Ford, del instituto? -Ella y Eric habían nacido y vivido siempre en Yorkshire Falls.

Eric entrecerró los ojos esforzándose por recordar.

– ¿Una pelirroja guapa con el pelo muy rizado?

– Esa -dijo Raina entusiasmada. -Era muy reservada, porque sus padres eran muy esnobs, pero ella y yo éramos muy buenas amigas. Solíamos ir a la cabaña del árbol que tenía en el jardín cuando venía a pasar el verano, durante la época de universidad. Sigue estando ahí, en la finca de los McKeever.

Pero un caluroso día de verano, la familia de Jacqueline se mudó sin previo aviso. La casa se puso en venta y nadie volvió nunca, aparte del personal de servicio a recoger sus pertenencias. Jacqueline no siguió en contacto con Raina. De hecho, nunca regresó. Su muerte la convirtió en una especie de leyenda, aunque sólo fuera porque su padre era un senador que salía en las noticias, lo mismo que el hombre con el que se había casado, Michael Carlisle, que ahora se presentaba a la vicepresidencia. Raina había visto fragmentos de su rueda de prensa en las noticias de la noche.

No recordaba detalles de la familia de él, pero tampoco les había prestado demasiada atención. No con Eric sentado a su lado, acariciándole el cuello. Lo miró de reojo, sin olvidar ni un solo instante lo afortunada que era por tener una segunda oportunidad con un hombre maravilloso.

Jacqueline, cuya vida había sido segada de forma prematura, no había tenido esa oportunidad. Y hacía muchos años que Raina no se había acordado de su amiga. Ni siquiera al ver a Michael Carlisle en la tele, pues había transcurrido demasiado tiempo.

Pero había visto fogonazos de Jacqueline en la invitada de Chase. Lo suficiente como para alimentar su corazonada. Raina sujetó a Eric de la mano con más fuerza.

– Apostaría lo que fuera a que Sloane es hija de Jacqueline. De hecho, voy a entrar a…

– No, no vas a entrar. -Eric pocas veces se poma firme, pero sus ojos oscuros no dejaban lugar a dudas. Si eso, junto con su tono de voz severo, no bastaban para detenerla, la fuerza con que le sujetaba la mano sí lo conseguiría. -Ellos dos quieren estar solos. Aparte de eso, es obvio que Chase te ha echado.

– Nos ha echado -corrigió, luego se mordió la cara interna de la mejilla porque sabía perfectamente que Eric tenía razón. Raina era la única que había alargado su presencia allí.

Eric meneó la cabeza, aunque no consiguió evitar esbozar una sonrisa.

– ¿Qué voy a hacer contigo? -Se la acercó más y luego le dio un beso suave en la boca.

A Raina la embargó un delicioso cosquilleo e inhaló con fuerza. El olor del aire libre, la hierba cortada y el final del otoño se respiraban en el ambiente, y la hacían sentir exultante de felicidad. Justo cuando pensaba que la edad la vencería, había aparecido Eric, que la había hecho sentirse de nuevo joven, vibrante y viva.

– Lo que estás haciendo funciona de maravilla. -Le acarició la mejilla. -Y eres un encanto por aplazar el anuncio de nuestro compromiso hasta que Chase esté asentado.

– Acepté esperar a que Rick y Kendall estuvieran asentados, y ya lo están. Ahora lo único que espero es a que tus tres hijos estén en el pueblo a la vez.

– Román está en Washington, pero volverá pronto -le aseguró.

Eric frunció el cejo y se frotó la cara con la mano, un gesto que Raina reconocía y que denotaba cansancio. -Aun así…

– ¿Qué ocurre? -preguntó ella, disgustada al verlo así. Eric gimió.

– Pues que no parece el mejor momento. Aunque Román y Charlotte estuvieran aquí, a Chase se le ve muy ocupado con los problemas de Sloane. Sea cual sea la relación de ésta con Samson, ahora que se le ha quemado la casa no es muy sensato empezar a planificar una boda.

Ella había pensado lo mismo, pero temía sacar el tema a colación. No quería que Eric pensara que buscaba excusas para dejar la relación como estaba.

Qué hombre más dulce, comprensivo y cariñoso.

– Te compensaré. -Raina le sujetó la cara entre las manos. -Sé que últimamente he sido muy intransigente pero cuando esto acabe, te prometo que todo el mundo se enterará y nos casaremos lo antes posible. -Le dio un beso en la mejilla e inhaló el olor masculino y almizclado de la loción para después del afeitado que siempre le despertaba los sentidos. -Qué afortunada soy de tenerte -murmuró.

– Y eso es lo que hace que todo valga la pena, Raina.

Ella lo miró a los ojos y sonrió.

– Ahora vámonos a casa y deja que cuide de ti, para variar. -Es lo que más deseo en el mundo. -La condujo hasta el coche, le abrió la puerta y esperó a que se sentara.

– ¿Sabes? -dijo Raina antes de que él se acomodara al volante, -has conseguido despistarme para que no molestase a Chase y a Sloane. Eric se rió.

– Pero no durante mucho tiempo, supongo. -Le guiñó un ojo y cerró la puerta de golpe.

Durante el trayecto, Eric la dejó tranquila con sus pensamientos, lo cual era bueno, porque la cabeza le daba vueltas pensando en recuerdos y posibilidades. ¿Quién era la chica que estaba con Chase?

El no le había proporcionado ninguna información relevante. De hecho, no había mencionado el apellido de Sloane al presentársela y Raina conocía a su hijo y sus modales demasiado bien como para considerarlo un descuido. Sloane podía perfectamente ser hija de Jacqueline. Pero ¿por qué estaba buscando a Samson? Raina no recordaba que se conocieran por aquel entonces.

Samson había sido un joven semisalvaje, con una vida familiar desdichada. Ahora era un lobo solitario que estaba más amargado cada año que pasaba. Si la hija de Jacqueline había ido a visitarlo, debía de existir alguna relación de la que Raina no estaba al corriente.

Y la joven se merecía que la advirtieran sobre el tipo de hombre con que se iba a encontrar.

En cuanto Chase se hubo librado de su madre, dirigió una mirada voraz hacia Sloane.

– Conque no te intereso, ¿eh? -Recorrió el suelo de madera noble.

Sloane se humedeció los labios resecos.

– Tenía el presentimiento de que te fijarías en esa frase. -Precisamente por eso la había soltado. Más que nada para convencerse de que aquel hombre agotado, desaliñado y todavía tiznado no le parecía sumamente atractivo. Aunque había sido en vano.

– Repítelo, pero esta vez mirándome a los ojos. -Se le acercó.

Ella retrocedió de forma instintiva, no porque lo temiera sino porque se temía a sí misma, y estaba convencida de que traicionaría sus instintos y sentido común en favor del deseo y las cálidas emociones que él le provocaba. Se paró cuando tocó la pared del fondo.

– Dilo. -El apoyó un brazo por encima de ella, al igual que en el ascensor, aquella primera noche. -Di que no te intereso. -¿Y luego? -preguntó ella para ganar tiempo. -Luego veremos si te creo.

Sloane tragó saliva. Tenía que salir de allí y encontrar a Samson. Supuso que tendría que empezar por el Crazy Eights. Pero antes tendría que dar esquinazo a Chase, porque estaba convencida de que no la dejaría ir allí sola. Lo cual significaba que tendría que rechazarlo de forma convincente, cuando cada centímetro de su piel le estaba diciendo a gritos cuánto lo deseaba.

Se apoyó en la pared para sostenerse en pie mientras contemplaba los ojos azules y sexys de Chase.

– No me interesas.

Para su sorpresa, él esbozó una sonrisa irónica.

– ¿Ah no?

– No. -Tema las palmas de las manos cada vez más húmedas, y sólo una enorme fuerza de voluntad le impedía que se las secara en la camiseta de él. Cualquier excusa para tocarlo servía; así podría agarrar el suave algodón y atraerlo hacia ella, hasta que el calor de sus cuerpos quemara la ropa que llevaban. Dejó escapar un suave gemido y las pupilas se le dilataron de deseo.

– No te intereso. -Chase empezó a acariciarle la sensible piel del cuello con el pulgar y se detuvo al notar su pulso acelerado. -¿Por eso has soltado ese gemido? ¿El mismo gemido que cuando me corrí en tu interior?

Sloane tomó aire, sobresaltada. Incluso sus palabras tenían un efecto erótico y casi hipnótico en ella. Un efecto que en esos momentos debía ignorar.

– ¿Qué pretendes? -preguntó, con la esperanza de romper el hechizo que él le había lanzado.

Chase se inclinó hacia adelante y le rozó los labios ligeramente con los suyos, un contacto suave que le hizo sentir punzadas de deseo en todo el cuerpo. Justo cuando esperaba que Chase profundizara más el beso, él levantó la cabeza y la miró.

– Acabaremos esto después de que me duche. -Esbozó una mueca conocida con la boca y ella se dio cuenta de que acababa de decirle lo que pretendía sin articular palabra. Ella lo deseaba, y negarlo era ridículo.

Su retirada hacia el dormitorio le dio el respiro que necesitaba. Le hacía falta espacio y tiempo para pensar.

Ella y Chase habían empezado la casa por el tejado. Primero se habían acostado, y ella ya sabía que aquel hombre tenía unas manos mágicas capaces de excitarla en un instante. Bastaba una mirada de él para que el cuerpo se le encendiera. Cielos, en ese mismo momento estaba muerta de deseo.

Sin embargo a ella no le iban los rollos de una noche, y no se habría acostado con Chase de no haber estado tan afectada por la revelación sobre su origen. Además, la primera vez que le había mirado a los ojos, había sentido algo especial. Y tras haber hecho el amor, ahora se sentía vinculada sentimentalmente a él de un modo inexplicable.

Su única esperanza de mantener la distancia habría sido que él hubiera resultado ser una persona que no le gustase ni a la que respetara. Repasó mentalmente lo que había descubierto hasta el momento: intentaba hacerse el duro, pero era obvio que sentía debilidad por su madre; había intervenido para salvar a Sloane, había pensado en protegerla la única noche que habían pasado juntos. Con todas esas cosas a su favor, ¿cómo no iba a gustarle?

Pero era periodista, se recordó Sloane. Quería empezar una nueva vida y buscaba la noticia que lo lanzara a la fama. De eso se había dado cuenta ella sólita. Y si ese hecho no bastaba para inclinar la balanza en contra de confiar en él o de enamorarse más de lo que ya lo estaba, su futuro sí. En cuanto solucionara el lío en que estaba metida, Sloane quería casarse y tener hijos, así como continuar su carrera profesional de diseñadora, que había dejado relegada. Pero Chase Chandler había dicho claramente que en las relaciones siempre usaba protección y que no quería hijos.

Palabras que ni siquiera ella era capaz de olvidar.

Samson la esperaba en algún lugar. Con la lista de inconvenientes sobre Chase en mente, y aprovechando que él se estaba duchando, salió por la puerta.

Mientras aparcaba delante del Crazy Eights, un salón de billar y bar poco recomendable de los barrios bajos de Harrington, el pueblo contiguo a Yorkshire Falls, Chase se planteó las opciones que tenía, y una de ellas era estrangular a Sloane. Con las brillantes luces de neón y las motocicletas aparcadas delante, el local no atraía a clientes distinguidos y no era lugar para una señorita, y mucho menos para la hija del senador Carlisle.

Al salir de la ducha y no encontrar más que silencio, se dio cuenta de que había huido y se maldijo por haber tenido semejante descuido. Había insistido demasiado en «ellos» y ella se había rebelado. Tenía un objetivo claro con respecto a Samson, y Chase tenía el presentimiento de que se había ido a buscarlo. Como no sabía por dónde empezar, había llamado a Izzy y a Norman, las únicas personas que sabía que habían estado en contacto con Sloane aparte de él, su hermano Rick, su madre y Eric.

Norman le había hablado del local preferido de Samson, algo de lo que Chase no estaba enterado. En cuanto entró en aquel antro e inhaló el olor a cerveza rancia, vio la enorme cantidad de humo acumulada v pasó junto a hombres tatuados y sus chicas moteras, deseó haber seguido ignorándolo.

Entrecerró los ojos para ver a través de la cortina de humo y la acumulación de gente, incluso más densa, buscando la camiseta blanca de Sloane entre aquel mar de cazadoras de cuero negras, o un atisbo de su pelo rojizo. Al final la encontró al fondo, junto con los habituales del lugar. Sloane estaba jugando al billar con un par de viejos que parecían estar enseñándole el juego. Al lado de la pinta que tenían los moteros del bar, aquellos hombres parecían bastante inofensivos, y Chase decidió observar antes de interrumpir.

Permitir que se relacionara con aquellos tipos sin inmiscuirse iba en contra de todos sus instintos; se agarró a la fría barandilla cromada para asegurarse de que no se movía. Se dijo que estaba allí porque le había prometido a Madeline que cuidaría de Sloane, pero sabía que era mentira. Se sentía posesivo y protector, y no sólo por la promesa que le había hecho a la madrastra, o por esos eróticos gemidos que Sloane emitía cuando la tocaba.

Aquella mujer tenía algo que activaba sus instintos masculinos más primarios. La deseaba, quería protegerla y necesitaba conocer sus secretos. No necesariamente en ese orden ni porque estuviera metiéndose en líos.

Sloane se dispuso a jugar y se inclinó sobre la mesa. Se le subió la camiseta dejando a la vista un trozo de espalda, aparte de un tentador atisbo de encaje que asomó por la cinturilla de talle bajo de sus vaqueros. Menos mal que los hombres mayores que le enseñaban eran demasiado viejos como para fijarse o para que les importara. Se los veía contentos de tener una nueva colega para jugar al billar y su feminidad no parecía importarles demasiado. Chase deseó poder decir lo mismo. Cielos, deseó que los moteros que rodeaban la mesa de billar para contemplarla pudieran decir lo mismo. Incluso vestida con ropa informal, destacaba entre todas las mujeres. Chase meneó la cabeza y apretó los dientes para sentir dolor y centrarse en algo que no fuera sacarla de allí para impedir que ningún otro hombre mirara lo que consideraba suyo. Idea cavernícola totalmente ajena a él.

Dios, pensó, pasándose la mano por delante de los ojos. No quería lidiar con esos sentimientos nuevos e inquietantes. Ni entonces ni nunca. Y teniendo en cuenta que tenía una misión que cumplir, es decir, vigilar a Sloane, no tenía por qué. Además, no averiguaría nada sobre el motivo de su presencia en Yorkshire Falls si montaba una escena y se la llevaba a rastras a casa. Como periodista, tenía que estar al acecho de la noticia que intentaba ocultar. Chase relegó todas las ideas posesivas sobre Sloane a los lugares más recónditos de su mente y se dispuso a seguir observando.

Sloane dio un golpe, uno difícil para cualquier novato, y entonces se dio cuenta de que no le hacían falta las lecciones que aquellos vejestorios, tan contentos, estaban dándole. En la sala se oyeron silbidos de aprobación. Chase se preguntó si se debían a su destreza en el juego del billar o a la forma en que la camiseta se le ceñía a los pechos, mientras los labios dorados del estampado adoptaban un tono púrpura bajo las luces de neón.

– Oye, Earl. Me parece que la chica aprende muy rápido. -El comentario y la carcajada subsiguiente procedían de los laterales.

El llamado Earl negó con la cabeza y echó los hombros hacia atrás, convencido de su habilidad.

– Lo que pasa es que soy el mejor maestro del lugar. -Se rió y Chase se dio cuenta de que le faltaba uno de los dientes delanteros.

– Eres un imbécil. Te ha dejado sin bolas que golpear. Ningún hombre debería jugar por dinero con una mujer ni permitir que te supere -intervino un hombre vestido de cuero negro con un pañuelo atado alrededor de la cabeza. -Samson es todo un experto en sacarles dinero a éstos. Y tú eres como él -le dijo a Sloane. -¿Cómo dices que lo conociste?

Chase se acercó, porque a él también le interesaba la respuesta.

– No he dicho nada. Pero ya que te interesa, es un viejo amigo de la familia. -Pero Sloane no miró a ese hombre ni le hizo el menor caso mientras se colocaba para golpear con el taco de nuevo. Esta vez falló una bola excesivamente fácil y, con un gesto, le indicó a Earl que era su turno.

El hombre metió la bola y las dos siguientes, por lo que acabó la partida. Sloane alzó las manos en señal de derrota.

– Tú ganas.

Earl profirió un grito y aceptó una palmada en la espalda de otro viejo con menos dientes que él. Mientras tanto, Sloane se introdujo la mano en el bolsillo y extrajo un puñado de billetes arrugados que lanzó sobre el tapete verde.

– Buena partida, Earl. Gracias por enseñarme. No le he tomado el pelo a nadie -dijo por encima del hombro.

– La señorita te está llamando idiota, Dice -intervino otro motero, riéndose de su amigo.

Chase hizo una mueca. Meterse con esos tíos no había sido una decisión acertada.

Pero el desdentado Earl se rió, satisfecho por el cumplido. Probablemente no le ocurriera muy a menudo. Chase debía reconocerle el mérito a Sloane, porque se comportaba como si estuviera en su salsa, tan cómoda ahí como con su padre senador. Le había impresionado su desparpajo, pero, aunque ella aún no fuera consciente, él sabía que el motero no iba a dejarla marchar así como así. Por una parte, le gustaba lo que veía, y por otra, lo había dejado en evidencia delante de sus amigos.

Sloane dejó el taco en el suelo y se apoyó en él, antes de dirigirse a Earl.

– ¿Dices que Samson probablemente venga por aquí el viernes por la noche? El asintió.

– Suele venir a eso de las ocho.

– Eso suponiendo que tenga pasta en el bolsillo -añadió alguien.

Todo lo cual sonaba típico de Samson, pensó Chase.

– Me aseguraré de que el viernes estés aquí para saludarle -dijo Dice, saliendo por fin de la penumbra, aunque no es que tuviera precisamente un aspecto digno de admirar. Llevaba la típica cazadora de cuero, tenía demasiado vello facial y lucía una enorme barriga cervecera. Era mucho más corpulento que Sloane y podía partirla en dos con una sola mano.

Chase gimió. Se había acabado su papel de observador. Se irguió y se acercó a la mesa con paso decidido.

– La señorita ya tiene plan para el viernes por la noche.

– ¿Ah, sí? -preguntó Sloane claramente sorprendida. Pero a juzgar por el destello de su mirada, no le desagradaba verlo.

Dice le quitó el taco de la mano y lo lanzó al otro lado de la sala.

– No parece que quiera estar contigo, guaperas. -Se acercó a Chase y ocupó un espacio enorme con su cuerpo. Sus amigos se apiñaron a su alrededor para demostrar que pensaban apoyar a su colega.

– ¿Cómo me has encontrado? -le preguntó Sloane en voz baja.

– Me parece que es mejor no perder el tiempo hablando o tu amiguito querrá reivindicar sus derechos.

– ¿Igual que tú reivindicas los tuyos? -Sloane bajó la mirada y vio el brazo con que le había rodeado los hombros en actitud posesiva. Había empezado a tiritar.

«Bien», pensó Chase. Por fin se había dado cuenta de que no podía ir así por la vida, y esa constatación, acompañada de temor, quizá la ayudara a evitar cometer otra estupidez.

– Estoy con él -dijo Sloane señalando a Chase pero hablando con Dice.

El cruzó sus fuertes brazos sobre el pecho y asintió.

– Muy bien. -Hizo caso omiso de Sloane y repasó a Chase de arriba abajo. -Si la chica es tuya, me retiraré, pero teniendo en cuenta que la posesión del balón es lo que cuenta y yo la he encontrado aquí sola, necesitaré alguna prueba.

A Chase le parecía imposible que el tío ocupara más espacio, pero sin embargo lo logró, acercándose. Apestaba a cerveza y humo y a saber qué más.

– ¿Es de tu propiedad o no? -preguntó Dice.

Chase notó cómo Sloane tensaba los músculos.

– Que te lo diga ella, que sabe hablar.

Mierda.

Dice frunció el cejo.

– Cinco minutos tumbada debajo de mí y no tendrá fuerzas para hacerlo. -Seguía sin dirigirse directamente a Sloane y sólo hablaba con Chase, como si éste ostentara los derechos sobre la mente y el cuerpo de Sloane.

Los amigos de Dice se reían desde detrás de él, un sonido amenazador que garantizaba apoyo al motero si lo necesitaba.

Chase le clavó los dedos en los hombros y dijo:

– Normalmente la controlo y no es tan bocazas. Pero la tía se me ha escabullido mientras yo echaba un meo. Pero ahora que la he encontrado, no dudes que le daré una lección.

Dice asintió en señal de aprobación, pero Sloane se estremeció, ansiosa por meter baza. Chase se le acercó más y notó la fragancia del champú. Se excitó sin remedio a pesar de las circunstancias.

«¡Qué oportuno!», pensó, y contuvo una carcajada. De todos modos, tenía que reconocer que Sloane había aportado aventura a su vida en un momento en el que buscaba un cambio.

– Sé amable -le susurró de forma que sólo lo oyera ella- o no saldremos de aquí sin pelea. -Y él quería seguir manteniendo los huesos enteros.

– Vale -musitó ella, aunque Chase sabía que luego se lo haría pagar. Mientras tanto, estaba lo suficientemente agradecida por su intervención como para quedarse callada.

– Oigo un montón de cháchara y de excusas pero no he visto pruebas de la posesión. -Dice apoyó una mano en la mesa de billar. -Y, como he dicho, ésta es la norma que tenemos aquí. -Asintió hacia Chase. -Demuestra que es tuya, y yo y mis chicos os dejaremos el camino libre.

Chase echó un vistazo a Sloane, que lo miraba con los ojos bien abiertos porque no sabía qué venía a continuación. Si bien Chase no solía frecuentar ese tipo de antros, sabía perfectamente qué esperaba Dice. Separó la mano del hombro de Sloane para cogerla de la mano y luego le dio la vuelta para colocarla encima de la mesa de billar.

Chase apoyó las manos en el borde de madera lleno de marcas y la cubrió con su cuerpo. Olió su aroma y notó su calidez. Teman público, lo cual lo excitaba aún más. Por primera vez, ella parecía pequeña y asustada, e intentaba escabullirse en vez de acurrucarse contra él. Sin embargo no pensaba hacerle daño, nada más lejos de su intención. Iba a marcar su territorio y luego hacer que se sintiera segura, si es que ella consideraba que estar a solas con él era seguro. En esos momentos, estaba tan enfadado por el hecho de que ella se hubiera metido en aquel lío, que ni siquiera confiaba en sí mismo. Pero antes de preocuparse por si le entraban ganas de matarla, tenía que hacerla suya.

La miró de hito en hito y, cuando ella le devolvió la mirada, en seguida se dio cuenta de sus intenciones, porque el temor desapareció y cedió el paso a la confianza. Y, maldita sea, a un atisbo de excitación. Deseo. Lujuria.

– Un hombre tiene que portarse como un hombre -musitó Chase; entonces tomó aire y hundió la boca en la de ella.

CAPÍTULO 07

Chase tenía la boca húmeda y cálida, y Sloane gimió ante aquel ataque a su intimidad. Sabía que su intención era que salieran del local sin enzarzarse en una pelea pero también había visto el destello de la pasión en lo más profundo de sus ojos azules. Él la deseaba y se lo estaba demostrando. Se lo estaba demostrando al bar entero, pero a Sloane no le importaba.

¿Cómo iba a importarle si se había hecho cargo de la situación con un dominio absoluto? Abarcaba con sus labios los de ella, acariciándolos primero en una dirección y luego en otra, recorriendo todos los rincones de su boca con la lengua.

Sloane siempre había salido con hombres que estaban ansiosos por hacer lo que ella quisiera, y que se comportaban con un decoro y un respeto exquisitos. Era lo suficientemente lista como para saber que la posición de su padre era determinante en ese sentido, pero se había acostumbrado a llevar la batuta. Ningún hombre había osado jamás tratarla como si fuera de su propiedad. Chase sí. Llevaba la iniciativa, sus movimientos eran codiciosos y posesivos y mentiría si dijera que esa actitud nueva no le gustaba, lo suficiente como para rodearle el cuello con los brazos y devolverle el beso, casi hasta el punto de perder el control. Tanto era así, que la pilló desprevenida que se separara de ella.

– ¿Qué te parece esto como prueba? -le preguntó Chase a Dice sin apartar su mirada ardiente de ella.

– Joder, tío, también yo sabría besarla y hacer que se derritiera.

– Más bien vomitar -musitó Sloane, que estaba harta de la actitud machista de aquel hombre repugnante.

– No pienso seguir tus órdenes -le dijo Chase al motero. -Nos largamos. -Y cogió a Sloane de la mano para sacarla del bar.

– Tú no te vas a ningún sitio. Por lo menos no con la chica. -A juzgar por la mirada amenazadora de Dice y la forma como su banda empezó a rodearlo, hablaba en serio.

A ella el estómago se le encogió de puro miedo. Y entonces observó el duro perfil de Chase. Era periodista y tenía debilidad por su familia, pero Sloane estaba descubriendo que no le faltaban agallas. A pesar de la situación de peligro en la que estaban, Sloane se sentía absurdamente segura al lado de él.

– Tú déjala aquí y yo mismo te acompañaré a la puerta. -Dice soltó una risita burlona, pero Sloane no le veía la gracia.

– Estoy harto de tanta gilipollez. -Chase se irguió y le dio una patada a un taco, cuyo tintineo resonó en el repentino silencio. -Aquí nadie me dice cuándo y dónde debo estar con mi novia. No pienso besarla otra vez hasta que tenga ganas, y tú me las estás quitando. Así que lárgate de mi vista. -Dio un paso adelante con determinación.

Sloane le lanzó una mirada rápida. Parecía que le hubiesen cincelado el rostro en granito duro. Sintió miedo. No quería que a Chase le estropearan su bonita cara ni que le aporrearan el cuerpo por culpa de Dice. O, mejor dicho, por culpa de ella, porque era ella quien lo había conducido a aquel bar y metido en aquel embrollo.

¿Dice quería una prueba de posesión? Había llegado el momento de que Chase se la diera, cosa que, por otra parte, acababa de dejar claro que haría, pero con sus condiciones. Sloane tenía la intención de asegurarse de que esas condiciones se cumplieran.

Se acercó tímidamente a él y luego le pasó la mano por los hombros, hasta notar sus duros músculos bajo la camiseta.

– Venga -le susurró. -Me gusta tener público. Hace tanto… calor.

Sloane le dio un mordisquito en el lóbulo de la oreja y Chase se estremeció. No podía decirse que hubiera mentido, dado que, cuando estaba con Chase, independientemente del lugar, se sentía «caliente». Aunque desde luego preferiría disfrutar de la comodidad de su casa. Sin Dice ni amenazas.

– ¿Quieres calor? Yo te daré calor -replicó Dice haciéndose el duro delante de sus amigos.

Chase apretó los puños al darse cuenta de que el grandullón se tomaba en serio todas y cada una de las palabras y acciones de Sloane, dispuesto a abalanzarse sobre ella.

Chase, que se mostraba paciente y contenido, lo miraba con furia mientras pensaba su siguiente movimiento. A Sloane le costaba un poco más disimular sus emociones. Desplazó los dedos por el cuello de él, se los hundió en el pelo y le masajeó el cuero cabelludo con la palma de las manos.

– ¿Es que no me deseas? -le preguntó, cuando en realidad quería decir «¿No tienes unas ganas locas de largarte de aquí?».

La voz de Sloane estaba teñida de desesperación y le notaba los dedos agarrotados. El no podía ceder a su miedo porque entonces perdería la ventaja que le llevaba a Dice.

La miró a los ojos.

– Claro que te deseo. -Decía la verdad. Chase estaba a punto. A punto de llevarse a Sloane lejos de allí y a punto de hacerle el amor allí mismo, sobre la dichosa mesa de billar.

Lo del público tenía su importancia. Besarla y reivindicar su posesión tenía un atractivo primitivo y carnal. Se había contenido por respeto hacia ella, pero no iban a poder largarse de allí hasta que quedara bien claro que era suya.

A pesar del miedo, era obvio que Sloane lo entendía y, a juzgar por el brillo de excitación que despedían sus ojos, y su voz grave, que lo deseaba. Además, la forma como le acariciaba el cuero cabelludo incrementaba su conciencia y agudizaba los sentidos de Chase. Lo mismo que el peligro circundante.

– Entonces, ¿a qué esperas? -preguntó ella.

Chase notó que Dice se le acercaba por detrás y se dio cuenta de que se le estaba acabando el tiempo.

– Buena pregunta. -La levantó por la cintura, se dio la vuelta y la sentó en el borde de la mesa de billar antes de colocarse entre sus piernas. Incluso con la barrera de los vaqueros, el ardor lo consumía. Recordaba exactamente cómo era aquella húmeda cavidad que ella tenía entre las piernas y empezó a sudar.

Dice, que seguía detrás de él, lo animaba a actuar, pero Chase pensaba ir a su ritmo. Bajó la cabeza y besó el cuello de ella. Sloane despedía un olor dulce y tenía la piel caliente y suave en contacto con la lengua que la iba lamiendo. Dejó escapar uno de aquellos gemidos que a él le encantaba oír. Tal vez Sloane lo matara por aquello, pero moriría feliz.

De todos modos, no podía posponer la situación por más tiempo. Le apartó el pelo largo y enmarañado de la piel, y le dio un chupetón en la zona húmeda del cuello. Los aplausos, silbidos y demás demostraciones de apoyo que los rodeaban eran cada vez más fuertes aunque, por la cuenta que le traía a Chase, era como si estuvieran solos. Sin embargo no lo estaban y, para conseguirlo, tenía que dar otro paso.

De nuevo le deslizó la lengua por la tersa piel -una, dos veces- y luego se quedó ahí lo suficiente como para que Dice pensara que la estaba marcando del modo más visible y primario posible. Levantó la cabeza y puso a la aturdida Sloane de pie. Entonces se quitó la chaqueta y se la colocó sobre los hombros, de forma que las solapas y el pelo le taparan el cuello. Que Dice pensara lo que quisiera.

– Nos largamos. -Chase le apretó la mano con fuerza y se dispuso a dejar atrás al motero, si bien se dio cuenta de que sus amigos esperaban el visto bueno del tipo para dejarlos ir.

Dice asintió con la cabeza y el grupo se dispersó para permitirles alcanzar la puerta. A Chase el alivio le duró dos segundos, el tiempo de dejar atrás al grupo de gente, porque entonces ella se paró. Le dio una sacudida en la mano y Chase se detuvo en seco.

Sloane volvió la vista hacia Dice, sus colegas y los viejos que habían vuelto a jugar al billar otra vez como si nada.

– Oye, Earl -llamó.

Chase se puso tenso y la sujetó de la mano con fuerza, a sabiendas de lo que iba a pasar a continuación, e incapaz de hacer nada para impedirlo.

– Hasta el viernes. -Se despidió con la mano libre. -Y si ves a Samson, dile que venga.

Chase se había hartado. Salió como alma que lleva el diablo por la puerta llevando a Sloane casi a rastras. En cuanto estuvieron seguros en el vestíbulo, la agarró por los antebrazos.

– Estás loca -dijo, zarandeándola y dando vía libre a su frustración. -No pienso dejarte volver aquí el viernes por la noche ni loca. No después de lo que he tenido que hacer para salvar tu precioso culo.

Sloane lo miró con unos ojos demasiado abiertos e inocentes para su gusto.

– Gracias por el cumplido. -Se dio una palmadita en el trasero y, aunque lo intentó, no fue capaz de reprimir una sonrisa.

– No me refería a eso.

Esta vez se rió, y dejó escapar un sonido ligero y despreocupado que hizo que Chase también se animara.

– Lo sé. Y gracias por salvarme. De verdad. -Le tocó la mejilla. -Nadie ha hecho una cosa así por mí ni por mi…

– ¿Cara bonita? -No iba a permitir que se librara de la culpa tan fácilmente.

– Yo no lo diría así, pero bueno. -Se envolvió más con la chaqueta.

– Siento haber tenido que hacer una escenita tan ridícula -le dijo Chase.

– Yo no. -Y sonrió mientras el rubor le subía a las mejillas.

Chase meneó la cabeza, sorprendido y alucinado. ¿Quién era aquella mujer llamada Sloane Carlisle, hija de un político destacado, que tenía el aspecto de la porcelana fina pero que poseía más agallas que cualquiera, y a quien, por lo que parecía, le había gustado la situación que acababan de vivir?

A él también, pero él era un hombre, y sabía que había tenido la situación controlada. Más o menos. Ella no había tenido forma de saberlo.

– No tenías por qué venir a buscarme, pero has venido. Y no me digas que es porque le prometiste a mi madrastra que lo harías -dijo Sloane.

Chase soltó un gemido. Lo tenía acorralado. Era verdad que nadie le había puesto una pistola en la cabeza ni lo había obligado a ir a buscar a Sloane. Lo había hecho por iniciativa propia. Porque estaba preocupado por ella.

Todas esas emociones que afloraban a la superficie lo hacían sentir tenso e incómodo. Y sólo había una forma de remediarlo: volver a dedicarse a su trabajo, lo que le hacía mantener los pies en el suelo y conservarse lúcido.

– Vamos a casa. Sloane asintió.

– En eso no te puedo llevar la contraria. -En cuanto lleguemos, quiero que me cuentes exactamente por qué es tan importante para d que encontremos a Samson. A Sloane le entró el pánico. -Pero…

– Nada de peros. No me he jugado el pellejo ante una banda de moteros para que encima no me lo cuentes.

Sloane bajó un poco la cabeza.

– Es personal, Chase. Profundamente personal.

El tono de súplica que empleó le llegó al corazón pero, junto con la necesidad de darle lo que necesitara, también estaba decidido a obtener respuestas.

– ¿Quieres volver aquí el viernes por la noche?

Sloane asintió.

– Ya sabes que sí.

– Entonces, a no ser que Rick me deje unas esposas y te deje encerrada en casa, tendrás que explicarte. De lo contrario, olvídate de que me juegue el pellejo otra vez o deje que te lo juegues tú -sentenció, abriendo la puerta.

– Pensaba alojarme en un hotel.

– No. -No tenía intenciones de perderla de vista.

– No tienes por qué responsabilizarte de mí, independientemente de lo que Madeline te hiciera prometer.

El la sujetó de la mano con más fuerza.

– En Yorkshire Falls no hay ningún hotel, y no vas a volver a Harrington a no ser que yo te acompañe. Asunto zanjado.

– De acuerdo. -Se encogió de hombros porque sabía que no tenía más remedio. En vez de pelear, Sloane supuso que ceder en ese momento la beneficiaría más adelante. -Gracias.

Él soltó un gruñido a modo de respuesta.

Sloane apretó la mandíbula mientras se dirigían al coche de Chase. Entonces volvieron a discrepar, porque Chase no quería que ella fuera en su coche. Sloane volvió a ceder y él le prometió que recogerían el auto por la mañana. Teniendo en cuenta su estado de ánimo y que ella era la causante, por no hablar de que le había salvado el pellejo, Sloane consideró que era preferible darle la razón en esas pequeñas cosas.

Como alojarse en su casa en vez de en un hotel. Se preguntó si tendría habitación de invitados o si después del numerito del bar, esperaba que durmieran juntos. Si eso era lo que él quería, a ella le resultaría imposible resistirse.

Se levantó un viento frío a su alrededor, el otoño cedía paso a un invierno prematuro. Le dio la impresión de que el viento le atravesaba la piel. Algo parecido a lo que Chase le había hecho sentir hacía un rato. Se estremeció al recordarlo de pie entre sus piernas, mirándola con un brillo de depredador en los ojos. Es posible que Dice dirigiera el espectáculo, pero cuando Chase se le echó encima, había sido como estar solos.

Sin previo aviso, él le retiró la chaqueta de los hombros y se la sostuvo para que introdujera los brazos por las mangas.

– Te castañetean los dientes.

– Y tú eres un buen chico.

Chase frunció el cejo.

– No te precipites. Todavía no he decidido hasta qué punto lo soy.

Ella tampoco había decidido qué decirle sobre su relación con Samson. Por un lado, él la había ayudado y era normal que quisiera respuestas. Por otro, aquél era el aspecto más íntimo y doloroso de su vida.

En tal caso, ¿por qué en el fondo le parecía bien compartirlo con Chase, casi un desconocido que encima era periodista?

– El coche está aquí. -Señaló dos vehículos más allá, en la calle, y ella estuvo a punto de echar a correr para evitar el frío. -¡Chase!

Una voz femenina pilló por sorpresa a Sloane. Chase se paró a hablar con una guapa morena que lo saludó entusiasmada y le plantó un beso en los labios.

A Sloane le molestó ver que otra mujer conocía a Chase lo suficiente como para darle un beso. Lo cual resultaba ridículo. Aquel hombre tenía vida propia y ella no había sido más que un rollo de una noche.

– He visto el coche y he reconocido la matrícula -dijo la mujer. -Luego he entrado en el supermercado. Ya ves que hoy hago la compra tarde. -Llevaba la bolsa en los brazos. -Acabo de salir y aquí estás. -Lo miraba con sumo placer.

Sloane notó que se le encogía el estómago mientras esperaba la reacción de Chase.

– Hola, Cindy.

No supo qué pensar de su tono de voz. ¿Se alegraba de verla o no?

– Hace tiempo que no sé nada de ti. -Le dijo sin que pareciese ofendida ni quejumbrosa, pero resultaba evidente que sí estaba un poco decepcionada.

– He estado ocupado. Bueno, deja que te ayude a llevar la compra. -Chase le cogió las bolsas.

– ¿No vas a presentarme a tu amiga? -preguntó Cindy en cuanto se fijó en Sloane, que había optado por envolverse todavía más en la chaqueta de Chase y observar la escena.

El exhaló un largo suspiro.

– Cindy, te presento a Sloane. Sloane, ella es mi… -se quedó callado el tiempo suficiente como para que Sloane entrecerrara los ojos- amiga Cindy. -Chase acabó las presentaciones apretando la mandíbula, claramente insatisfecho.

Sloane tampoco es que estuviera encantada. Todo apuntaba a que tenían algún tipo de relación y a ella le gustaría saber de qué tipo, aunque él no parecía muy comunicativo.

Tras la torpe presentación, Chase ayudó a Cindy a llevar las bolsas al coche y se despidió. Pero no sin darle un rápido beso en la mejilla, lo cual hizo que Sloane se consumiera de celos.

¿Cuándo era la última vez que un hombre le había provocado ese tipo de emociones? Nunca. Se mordió el labio inferior y se acomodó en el asiento del pasajero del coche de Chase, preguntándose qué hacer o decir a continuación.

– Podemos hacer un trato. -Se oyó soltar a sí misma sin haberlo pensado en absoluto.

– ¿Qué tipo de trato? -preguntó él mientras accionaba la llave del contacto, se incorporaba a la carretera y se dirigía a casa, antes de mirarla por el rabillo del ojo.

– Tú me cuentas qué relación tienes con Cindy y yo respondo a tus preguntas sobre Samson.

Durante el trayecto, Chase paró en un Burger King y, como estaban muertos de hambre, comieron en el coche. Sloane sabía que él esperaba respuestas, pero ella tenía que telefonear en cuanto llegaran a casa, y Chase comprendió su necesidad de contactar con Madeline antes que nada.

La llamada tranquilizó a Madeline, que estaba histérica. Gracias a Román, que había hablado con Rick, su madrastra se había enterado de la explosión. Sloane prometió llamarla más a menudo a partir de entonces, aunque sobre ese asunto de la casa tenía poco que contar. Chase había llamado a Rick desde el móvil cuando salieron del salón de billar y, aunque los bomberos seguían investigando, por el momento consideraban que la explosión había sido un accidente.

Si se dejara guiar sólo por las emociones, Sloane se habría sentido inclinada a aceptar esa explicación. Conocía a Frank y a Robert desde niña y le costaba creer que fueran capaces de infligir daño físico voluntariamente a otra persona. No obstante, cuando pensaba con la cabeza y recordaba las amenazas de Frank, le entraban dudas. Fuera como fuese, se negaba a dejar que Madeline cargara con ese peso.

Según su madrastra, Michael estaba frenético porque Sloane sabía la verdad sobre su origen y todavía no había hablado con él. Sloane prometió que lo haría pronto e incluso lo habría hecho en aquel mismo momento por teléfono de no ser porque su padre estaba en una reunión, planeando la estrategia con Robert y Frank. Según su madrastra, estos dos no parecían preocupados por la «enfermedad» de Sloane o su ausencia de los actos de campaña y, tal como habían acordado, Madeline sólo le había contado la verdad a Michael.

Sloane optó por no mencionar a Chase ni el hecho de que le hubiera encomendado cuidar de ella, y colgó. Supuso que Madeline tenía derecho a tomarse ciertas libertades propias de las madres. Una vez zanjados más o menos los asuntos domésticos, Sloane se cambió de ropa y regresó a la sala de estar.

Después de todo lo que había pasado a lo largo del día, estaba agotada. De no ser por los asuntos que todavía tenía pendientes, seguro que se habría quedado dormida en seguida, tranquila al pensar que su secreto seguía a salvo.

Pero todavía tenía que lidiar con Chase.

Exhausto y acelerado a la vez, Chase puso los pies encima de la mesita de delante del sofá. Echó una ojeada al teléfono y vio que la luz roja se había apagado. Sloane había colgado.

Al cabo de unos instantes, salió de la habitación de invitados, el cuarto pequeño que Chase le había adjudicado mientras estuviera en su casa.

– Debajo de la mansa superficie corren aguas bravas, ¿no? -dijo.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Pues que contigo nunca se sabe. Me has dejado atónita con tu actitud dominante en el bar. -Se acomodó en un rincón del sofá, en el lado opuesto al de él, aunque a Chase le llegaba su fragante aroma a vainilla. Ahora que habían acordado que se alojaría allí, Sloane había dejado unas cuantas cosas en el único cuarto de baño de la casa.

Le había preguntado si le importaba y él había dicho que no. Era mentira. Sloane ya estaba convirtiéndose en difícil de olvidar.

Se había quitado la ropa del bar y se había puesto unos pantalones de chándal grises y una vieja camiseta rosa que se le ceñía a la altura de los pechos. Y no llevaba sujetador.

Chase intentó tragar saliva pero se le había secado la boca.

– ¿Habrías preferido que Dice hiciera lo que hubiera querido contigo?

– No. -Se echó a reír. -Pero ahora sé que Chas? Chandler tiene muchas facetas.

– Lo mismo podría decir de ti, Sloane Carlisle. -Motivo por el que no podía arriesgarse a llevársela a su habitación, a su cama. Otra vez no.

Aunque ella le había transmitido todas las señales adecuadas esa misma noche, no estaba dispuesto a aceptar su invitación silenciosa. Se sentía tan atraído por todos los aspectos de su personalidad, incluso por lo que aún no conocía, que suponía un verdadero riesgo para su futuro.

Lo cual lo llevaba de nuevo a sus secretos.

– Creo que ha llegado el momento de que, para empezar, me digas por qué estabas en el Crazy Eights y, para continuar, por qué tenemos que volver el viernes por la noche.

– ¿Tenemos? -Arrugó la nariz sorprendida por el plural elegido.

El frunció el cejo al darse cuenta de que ella quería cambiar de tema.

– Sabes perfectamente que no pienso dejarte ir sola. Así que cuéntame por qué tenemos que ir allí.

Sloane se recostó en el cojín y cerró los ojos. Los rizos sueltos le caían sobre los hombros y su intenso color rojizo contrastaba con el gris apagado del sofá. Ella añadía color y luz a una existencia anodina. Chase tenía ganas de tumbarla allí mismo y empaparse de esa luz de la única forma que sabía.

«Ahora no, Chandler. Ándate con pies de plomo», se advirtió.

– Antes de hablarte de Samson -dijo ella devolviéndolo a la realidad, -necesito estar segura de que puedo confiar en ti. -Ladeó la cabeza y lo miró a los ojos.

– No es que crea que se deba pagar por los favores, pero hoy te he salvado la vida. Dos veces -le recordó. -¿Y sigues preguntándote si puedes confiar en mí?

El tono dolido de su voz la pilló por sorpresa. Era periodista. Se suponía que su interés por ella se basaba en los hechos, no en los sentimientos. Pero, por el motivo que fuera, su interés no tenía nada que ver con todo eso.

Se mordió los labios brillantes y se paró a pensar antes de hablar.

– Me han enseñado a recelar de los reporteros. -Se retorcía los dedos con nerviosismo.

Estaba erigiendo una barrera mucho más alta y resistente que la que él hubiese podido levantar jamás.

– No es posible cambiar quienes somos.

– Cierto. Y no puedo olvidar ciertas cosas que has dicho. -Exhaló un suspiro. -Cualquier cosa que te cuente que pudiese ayudarte en tu carrera es susceptible de herir a personas que quiero. Así que, perdona, pero necesito saber y preguntar hasta qué punto eres de fiar, Chase.

El deseó poder tranquilizarla al respecto, pero su instinto y la adrenalina empezaban a bombear con fuerza en su interior.

– ¿Estás pidiendo mi silencio? -Porque si su secreto era tan grande como insinuaba, se preguntó si realmente podría cumplir tal promesa.

– Espero que cuando oigas lo que tengo que decir, comprendas por qué hay que mantenerlo en secreto. Pero en algún momento quizá pienses que ha llegado la hora de revelar la historia. -Apretó el reposabrazos del sofá y los dedos se le pusieron blancos. -Y eso me asusta.

Chase se sentía frustrado y no tenía ni idea de qué iba todo aquello.

– No me estás dando ninguna respuesta clara. -Ya lo sé. -Cambió la postura de las rodillas y se desplazó hacia él.

Su fragancia lo dejó descolocado. Ella se le acercó todavía más.

– Eso es porque todavía no he conseguido lo que te estoy pidiendo -añadió Sloane.

– Información sobre mi vida personal. -Chase le dedicó una sonrisa irónica, si bien no se sentía en absoluto sarcástico ni despreocupado.

– Me parece un intercambio justo -dijo ella.

Pero cuando lo miró, con sus labios a escasos centímetros y su brillo tentador, a él no le pareció justo en absoluto. Sobre todo hablar sobre una vida, la suya, que siempre había mantenido en privado, incluso con sus hermanos. Y eso que eran sus mejores amigos.

Sin embargo, allí, sentado con Sloane en su casa, un lugar al que nunca había llevado a ninguna mujer, le parecía agradable y apropiado.

– No puede ser que quieras oír hablar de mí, no después del día que hemos tenido.

– ¿Intentas darme largas? -preguntó ella.

Chase se rió.

– No.

– Entonces habla. -De acuerdo.

Al oír esas palabras, Sloane se acurrucó a su lado, apoyando el cuerpo en el de él. Chase la notó relajar los músculos; a continuación, ella bostezó y exhaló un suspiro de aparente satisfacción. Irónico. Era obvio que Sloane dudaba sobre si revelarle información, pero con la sutileza del lenguaje corporal demostraba que confiaba en él plenamente. ¿Sería consciente de ello?

El sí y le producía pavor. Incluso hablar y revelar sus cosas más personales le parecía un ejercicio menos peligroso que pensar en lo que sentía por Sloane.

– Mi padre murió cuando yo tenía dieciocho años -dijo por fin.

Nunca había mantenido esta conversación con una mujer, ni siquiera con Cindy, con la que había tenido la relación más duradera. -Lo siento -musitó Sloane. Chase se encogió de hombros.

– El murió y yo tuve que hacer frente a la situación. Dejé de estudiar, me hice cargo del periódico y ayudé a mamá a criar a mis hermanos. No tuve más remedio. -Recordó esa época, cuyo dolor y dificultades no eran más que un tenue recuerdo, pero que todavía le afectaban.

Después de escucharlo, Sloane por fin entendió cómo se había moldeado su personalidad.

– Eres un buen hombre, Chase Chandler. -Y entonces se dio cuenta de lo que había querido decir él al afirmar que había vivido por los demás. El hecho de que estuviera dispuesto a renunciar a su vida por su familia suponía toda una lección de humildad.

Chase se limitó a soltar un gruñido y Sloane supuso que le costaba aceptar cumplidos. -Debió de ser duro.

– A veces. Y dar ejemplo a Rick y a Román era un coñazo. -Soltó una carcajada. -No podía hacer mucha, llamémosle así, vida social. No mientras eran jóvenes y vivían en casa.

– ¿Y qué pasó con tu «vida social» cuando se emanciparon? -preguntó un tanto tensa.

– Me había acostumbrado a ser discreto. Además, si vives en un pueblo y no quieres que todo el mundo se entere de los detalles de tu noche anterior, no haces nada de lo que puedas arrepentirte. O eso o te pasas el día en el pueblo de al lado. -Hundió los dedos en su pelo e iba enroscando en ellos pequeños mechones a los que daba suaves tironcitos.

– ¿Qué papel interpreta Cindy en todo esto? -Se obligó a preguntárselo incluso mientras disfrutaba de las sensaciones eróticas que producía en su interior el mero hecho de que él le tocara el pelo.

– ¿Si te digo que hemos tenido una relación, lo podríamos dejar ahí?

– Si te dijera que yo tengo una relación con Samson, ¿lo dejarías así? ¿No harías más preguntas? -espetó ella. Chase se rió entre dientes.

– Touché.

– ¿Qué tipo de relación? -A Sloane no le quedaba más remedio que presionar. Necesitaba desesperadamente saber la respuesta.

Se produjo un largo silencio y ella se preguntó si estaría enfadado.

– Somos amantes -dijo por fin.

El dolor que sintió en el vientre fue peor de lo que había imaginado.

– ¿En presente? -Sloane se sorprendió de poder articular esas palabras.

Chase exhaló un largo suspiro.

– Tenemos un acuerdo. Ninguno de los dos quería salir en serio ni nada que exigiera compromiso, así que nos vemos cuando nos apetece -explicó.

– Todavía no has respondido a mi pregunta. ¿Os seguís viendo?

– No es tan sencillo. Ya la has oído decir que hace tiempo que no sabe nada de mí. -Sloane notó que se encogía de hombros mientras le empezaba a masajear el cuello. -Hace tiempo que ya no me siento atraído por ella. Lo que pasa es que es…

– ¿Conveniente? -sugirió Sloane esperanzada.

– Y segura. No me complicaba la vida. No tenía que preocuparme por mis hermanos ni por la entrometida de mi madre; la protección de la intimidad tiene sus ventajas.

Como había conocido a Raina, Sloane se echó a reír.

– ¿Y qué esperaba Cindy de ti? -Los dedos de él seguían tocándole la piel a un ritmo y presión fijos. Notar su tacto la tranquilizaba. -Porque tengo la impresión de que no piensa que vas por ahí ligándote a desconocidas en un bar.

– Si quieres que te sea sincero, yo tampoco lo pensaba. Pero nunca le he hecho a Cindy ningún tipo de promesa.

Sloane no sabía muy bien cómo sentirse. Era obvio que aquella tal Cindy le importaba, dado que había mantenido una larga relación con ella. Pero no estaban comprometidos de ningún modo. Aunque él no quería comprometerse con nadie, se recordó Sloane.

No era la primera vez que le había hecho un comentario similar, y más valía que se asegurara de escucharle bien y actuar en consecuencia. Más valía que se lo creyera y se protegiera, porque le resultaría demasiado fácil enamorarse de él.

Chase sujetó a Sloane con más fuerzas.

– Soy un hombre de palabra y si hago una promesa puedes estar segura de que la cumplo.

– ¿Es ésa una forma indirecta de decirme que guardarás mi secreto sobre Samson? -le preguntó.

– Todo el tiempo que necesites que se mantenga en secreto. Pero de ti depende que me creas o no. -La apartó un poco y ella lo miró de hito en hito.

Había llegado el momento de confesarse con él. Y lo haría. Pero antes quería sellar el acuerdo con sus cuerpos. Necesitaba el vínculo emocional, volver a notarlo en su interior y saber que en esos momentos sólo la quería a ella.

Chase inclinó la cabeza en espera de que Sloane revelara su secreto. Pero en vez de eso, ella se inclinó hacia adelante y le selló los labios con un beso.

CAPÍTULO 08

Chase quería respuestas, sin embargo, cuando los brazos de Sloane le rodearon el cuello y sus respectivos labios entraron en contacto, su cuerpo cobró vida. Cuando ella lo tocaba de ese modo, encontraba respuestas de otra índole, y mentiría descaradamente si dijera que no le gustaba, pero aun así, le apartó los brazos y se los colocó a los lados. -Samson -le recordó.

– Luego te lo cuento. -Lo miró con ojos abiertos e implorantes. -Después. -Le rozó el cuello con la boca, sus labios cálidos y suaves al contacto con su piel. -Tienes mi palabra -le aseguró. -Hazme sentir viva otra vez y te prometo que luego te contaré todo lo que quieras saber.

– Un momento. -Su mirada no sólo transmitía deseo, sino honestidad y como Chase se jactaba de calar a las personas, aceptó su respuesta sin darle más vueltas. Pero no estaba preparado para acostarse ya con ella. -El hecho de que quiera respuestas sobre Samson no es lo único que me frena. -Lo mínimo que podía hacer era ser sincero con ella.

Sloane esbozó una tímida sonrisa.

– Me parece que sé lo que es. El compromiso, ¿verdad? Te preocupa que quiera más de lo que me puedes dar -dijo como si le hubiera leído el pensamiento.

El asintió. Aunque ella no quisiera más, se merecía más de lo que él podía prometerle o darle.

– La última vez sabíamos cuáles eran las normas.

Sloane le acarició la mejilla sin apartar la mirada de él.

– Y esta vez también. Yo no voy a quedarme en Yorkshire Falls después de que encuentre a mi… después de que encuentre a Samson.

Le acababa de dar una pista. También le había dado la respuesta que creía necesitar, la que le permitía dar rienda suelta a la pasión que había ido acumulando a lo largo del día. No tenía que preocuparse por el compromiso. Pero si eso era cierto, ¿por qué sentía esa desazón en su interior al pensar que ella lo dejaría una segunda vez?

– ¿Chase? -Se lamió el dedo y luego le recorrió los labios, con lo que le dejó la boca húmeda y el cuerpo anhelante.

Había sido un idiota al negar su necesidad apremiante. Con un gesto hábil, la tumbó en el sofá.

– Voy a tener que dar por supuesto que esta vez también estamos de acuerdo.

Ella rió con ligereza, un sonido contagioso que borró todas las preocupaciones y problemas, y lo hizo sentir feliz, con una sonrisa en los labios.

Feliz. Reconoció que se trataba de un estado que le resultaba ajeno.

– Diría que tienes razón.

Chase la besó con pasión y profundidad acompañándose de la lengua e imitando con ella los movimientos de la parte inferior de su cuerpo. Tema una fuerte erección y necesitaba penetrarla con una desesperación que jamás había sentido.

La cogió de la mano, la puso en pie y la condujo a su dormitorio, lugar que siempre había considerado su santuario. El lugar al que acudía cuando deseaba alejarse del negocio del Gazette, de la presión de su familia y de la vida en general. Su refugio. Ahora que ella lo había pisado, ya no volvería a mirarlo con los mismos ojos.

– ¿Chase?

El parpadeó y se dio cuenta de que Sloane había llegado antes a la cama y estaba sentada encima, con las piernas cruzadas en el centro del colchón. Se quitó la camiseta por la cabeza. Tema razón: no llevaba sujetador.

Chase dio un paso adelante pero ella lo contuvo con una mano.

– Todavía no. -En sus labios se dibujó una sonrisa sexy mientras acercaba la mano al cordón que le sujetaba los pantalones de chándal.

Se arrodilló, tiró del cordón, deshizo el nudo y dejó que los pantalones se le deslizaran por debajo de la cintura. Se despojó de ellos con un movimiento serpenteante antes de volver a arrodillarse y dejarle ver claramente qué llevaba bajo los pantalones. Una diminuta pieza de tela cubría su monte de Venus, tan transparente que lo tentaba con las sombras oscuras.

Chase dejó escapar un largo gemido. Lo estaba tentando poco a poco, haciéndolo esperar e incrementando así su deseo. No sabía cuánto aguantaría mirando sin tocar, deseando y no pudiendo satisfacer su deseo. Se apoyó en la cómoda que había junto a la pared y agradeció el apoyo que le proporcionaba, porque aquella mujer era capaz de ponerle de rodillas si se dejaba.

La miró a los centelleantes ojos verdes.

– Me estás matando.

– Eso no entra dentro de mis planes. -Enganchó los dedos en la goma de las braguitas. -Porque si te mato, te perderás la mejor parte.

Chase se echó a reír y se cruzó de brazos.

– Era una expresión, nena. -Le lanzó una mirada irónica. -Estoy preparado para lo que me ofrezcas.

– Ya lo veo. -Bajó la mirada hacia el bulto de los vaqueros y contoneó las caderas con sensualidad mientras se bajaba las bragas, se las quitaba y se las lanzaba.

Ahora estaba desnuda en su cama, recostada en los almohadones y llamándolo con un dedo.

– Ven a buscarme, Chase.

Entre la mirada seductora y la forma tan sensual que tenía de llamarlo con su cuerpo, toda su contención se esfumó. Se desvistió en un periquete y se reunió con ella en la cama hasta asegurarse de que sus cuerpos se encontraban de la forma más íntima posible en un primer contacto. Su entrepierna le presionaba la carne y notaba su calidez húmeda. Chase no estaba seguro de quién gemía más fuerte en aquel dormitorio por lo general silencioso, pero el sonido resultaba sumamente excitante.

Sobre todo para un hombre que había estado todo el día al límite. Cerró los ojos y pensó en el momento en que la casa de Samson había ardido. Cuando los volvió a abrir, Sloane lo estaba mirando fijamente, esperando.

– Cuando la casa explotó, pensé que estabas dentro -dijo de repente. -Pensé que te había perdido. -Le apartó el pelo de la cara e intentó memorizar todas y cada una de sus facciones. -Me quitaste veinte años de vida.

– Y cuando yo te vi fuera de la casa, añadiste veinte a la mía.

Al oír sus palabras, notó que se inflamaba todo -el corazón, el cuerpo, la mente. -Nada importaba aparte de hacer lo que ella decía, unirse a ella y lograr que los dos se sintieran vivos.

Los preliminares habían terminado. Le cubrió la boca con la de él al tiempo que la penetraba con fuerza, profundamente.

Sloane tomó aire y lo recibió en su cuerpo. Le costaba creer que hubiera sido tan audaz, tan descarada. Pero con Chase no sólo no le costaba pedir lo que quería, sino que se sentía segura haciéndolo. Él se retiró lentamente antes de volver a embestirla y el cuerpo de Sloane percibió con voracidad toda su plenitud, su resuelto movimiento. Apretó los muslos ligeramente y notó un alud de sensaciones que la embargaba y la llevaba cada vez más allá, más cerca del clímax, a un lugar al que no deseaba llegar sola.

Como seguía sintiéndose audaz, bajó la mano hasta donde sus cuerpos eran uno solo. Durante unos instantes, saboreó el movimiento de empuje, lo que la hizo excitarse también mentalmente.

– Cielos, no sé qué me haces -musitó él.

Sloane abrió los ojos.

– Y tú me estás haciendo cosas increíbles. -Alzó las caderas como si quisiera respaldar con ello su afirmación.

Chase inclinó la cabeza y le lamió el pecho, luego introdujo un pezón en la calidez de su boca. Se estremeció al notar aquella sensación tan erótica y cuando rozó suavemente con los dientes el extremo hinchado, Sloane arqueó la espalda e hizo que la penetrara hasta lo más profundo de su cuerpo voraz. Él entró más y más hasta que ella no sólo notó que llenaba su feminidad sino algo más, algo que no osaba nombrar.

Al parecer, él sentía la misma avalancha de sensaciones porque cuando empezó el movimiento acompasado que acabaría llevándolos al borde del clímax rápidamente, dejó escapar un gemido que procedía de lo más hondo de su garganta. Sloane sabía que estaba perdiendo el control, pero quería más. Descubrió que si contenía la respiración, las placenteras oleadas ascendían vertiginosamente y la inundaban de éxtasis. Volvió a inhalar y recuperó el aliento. La embargó una cascada de luz brillante y un placer asombrosamente exquisito hasta que pareció que el mundo estallaba a su alrededor. En ese preciso instante, él se liberó mientras sus caderas describían un movimiento circular, el cuerpo le temblaba y se estremecía junto con Sloane.

Cuando ella volvió de nuevo a la tierra, jadeaba como si le faltara aire. Recostó la cabeza y suspiró. -Madre mía -dijo.

– Sí. -La voz de Chase sonó áspera y entrecortada.

Sloane desplegó una amplia sonrisa. Antes no había dicho lo del agua mansa en broma. Chase era un hombre de pocas palabras, algo que empezaba a gustarle. Apoyó la cabeza en el pecho de él, escuchó el sonido pausado de su corazón y se maravilló del efecto balsámico que eso le producía en plena crisis vital.

Él le acarició el pelo con sus grandes manos y ella disfrutó enormemente de su ternura.

– Humm -ronroneó, aunque no había olvidado su promesa. -Lo de Samson… -dijo, dispuesta a hablar.

– Ahora no. Es tarde y has tenido un día muy largo.

Sus palabras la sorprendieron.

– Pero sé que quieres saberlo.

– ¿Piensas ir a algún sitio? -preguntó él.

– No.

– Entonces duérmete y ya hablaremos por la mañana. A no ser que conducir hasta Yorkshire Falls, haber estado a punto de saltar por los aires y lidiar con unos moteros sea tu idea de un día normal y tranquilo. -Más allá de su tono irónico, Sloane advirtió su preocupación. Además, notó su convencimiento de que por la mañana ella seguiría a su lado, dispuesta y preparada para responder a sus preguntas.

– Gracias -musitó, agradeciendo su comprensión más de lo que él imaginaba. Últimamente le habían mostrado poca confianza, sobre todo las personas más cercanas a ella.

– De nada, por supuesto. Ahora a dormir -dijo con voz ronca. Le apartó el pelo, le dio un beso en el cuello y la abrazó.

Su fuerza y comprensión a nivel emocional hicieron que se relajara y bostezó, acurrucada contra su piel cálida, a la espera de que el sueño la venciera. Tal como Chase había dicho, al día siguiente ya habría tiempo para respuestas.

Sloane se despertó y Chase seguía abrazándola. No recordaba la última vez que había dormido tan bien, y sabía que el mérito era del hombre que tenía al lado. Se dio la vuelta en sus brazos y vio que él la estaba observando con sus ojos azules.

Esbozó una sonrisa mientras le recorría el perfil con un dedo.

– Eres muy callada -dijo él al final, acercándose más a ella.

– Estás acostumbrado a mujeres parlanchinas, ¿no? -Se mordió la cara interior de la mejilla y deseó no haber hecho ese comentario tan tonto y banal. La relación de Chase con otras mujeres no le hacía ninguna gracia.

– La verdad es que no estoy acostumbrado a las mujeres. Discreción, ¿recuerdas? Ninguna ha venido aquí y yo no me he quedado en casa de ninguna.

Sin embargo había dejado que ella se quedara. Arqueó la espalda hacia él, apretando los senos contra su pecho, dejándose envolver por su calidez almizclada.

– Has estado muy solo.

Aunque no le habría hecho ninguna gracia imaginárselo en una relación intensa desde el punto de vista emocional, tampoco le gustaba que estuviera solo. Se merecía mucho más de la vida, teniendo en cuenta lo mucho que él había dado.

– Te acabas acostumbrando. -Le dio un beso cálido y largo en los labios. -Pero es demasiado fácil acostumbrarse también a esto.

El corazón le dio un vuelco al oír sus palabras, aunque se previno de pensar que insinuase nada con ello. Lo más inteligente era cambiar de tema. Por una de esas ironías del destino, el tema más peligroso de su verdadero padre parecía el más conveniente.

Estaba dispuesta a contárselo y Sloane sabía de forma instintiva que era así porque él había invadido una pequeña porción de su corazón.

– ¿Chase?

– ¿Sí?

– Samson, como se llame… es… Es mi verdadero padre.

– ¿Cómo? -Claramente asombrado por la revelación, Chase la soltó y se sentó de un salto.

Antes de que tuviera tiempo de explicarse, llamaron a la puerta con fuerza.

– ¿Chase? ¿Estás levantado? Te necesitamos.

– Maldita sea. Es Lucy. -Se puso en pie y cogió los vaqueros. -Es mi mano derecha en el periódico -le informó a Sloane. -Un momento, ahora salgo -gritó por encima del hombro. Se abrochó los pantalones y fue explicando mientras se vestía. -Oficialmente estoy de vacaciones, pero saben que he vuelto, y parece ser que me necesitan. -Miró a Sloane, claramente desconcertado. ¿Cómo no iba a estarlo después de lo que le acababa de soltar?

– Vete. Seguiré aquí cuando vuelvas -prometió. La miró con sus ojos azules profundos e inquisitivos. -¿Y acabarás de explicármelo?

Sloane asintió y se tapó con las mantas. *

– Yo he sacado el tema, ¿no? Ahora no voy a dejarte en suspenso.

Chase inclinó la cabeza a modo de aceptación silenciosa antes de dar media vuelta y marcharse. Cerró la puerta del dormitorio y la dejó sola. Sloane se acomodó entre las calientes sábanas. Notaba aún la presencia de Chase envolviéndola, su deseo de ella.

Qué lástima que sólo la quisiera mientras estuviera en Yorkshire Falls. Porque en lo más profundo de su ser, Sloane tenía el presentimiento de que le daría mucho más si él se lo pidiera.

El equipo de redacción del Gazette estaba formado por personas buenas y competentes pero, como Chase siempre se había implicado al máximo, el periódico no había salido a la calle ni una sola vez sin su visto bueno. Muchas veces, la noticia de portada era algo tan mundano como una reunión en la alcaldía o tan importante como una tragedia nacional. Luego había ocasiones especiales en las que las noticias de Yorkshire Falls proporcionaban los titulares. El robo de bragas había sido el último ejemplo destacado, cuando su hermano Román fue considerado el responsable del mismo por una travesura juvenil y una coincidencia ridícula. Los últimos titulares se habían producido el día anterior. El Gazette era un semanario y, esa semana, la explosión de la casa de Samson encabezaría las noticias.

Samson, el padre de Sloane. Chase se pellizcó el puente de la nariz, incapaz de asimilar esa información. Y como no habían tenido tiempo de hablar antes de ser interrumpidos, se veía obligado a extraer sus propias conclusiones.

Sloane estaba en Yorkshire Falls buscando a Samson Humphrey, un hombre al que no conocía. Su casa había explotado y el equipo de redacción de Chase quería saber por qué el cuerpo de policía -Rick Chandler en concreto- no hacía público el nombre de la mujer que había sido testigo de la explosión. Porque Chase le había pedido a Rick que ocultara la identidad de Sloane. No quería que el periódico publicara la noticia de que la hija del senador Carlisle había estado en la escena de un posible delito o en ninguna otra escena que atrajera a la prensa nacional a Yorkshire Falls. Chase se negaba a dar difusión a nada de eso. Por lo menos hasta que tuviera más detalles.

La información adicional que tenía implicaba a Madeline Carlisle, que le había pedido que cuidara de Sloane. También le había prometido no sólo una entrevista sino una posible exclusiva a cambio. «Si surge alguna información sobre la campaña de mi marido, serás el primero en enterarte», le había asegurado. Luego la dichosa explosión y la revelación de Sloane. Estaba convencido de que todo estaba relacionado.

Y quien tenía las respuestas era la mujer que estaba en su cama, en su habitación.

Podía confiar en él por razones que Chase no estaba preparado para analizar o nombrar.

– Lucy -llamó.

Esta vino corriendo, ágil a pesar de la edad, uno de los motivos por los que ella y Raina se llevaban tan bien. -¿Sí, jefe?

– Diles que, como la policía no suelta prenda, que pongan «mujer no identificada». Sin especulaciones ni descripciones. Independientemente de lo que crean que saben -añadió con toda la intención.

Lucy asintió.

– ¿Te importa que te haga una pregunta? *

– ¿Desde cuándo me pides permiso? -le dijo con una sonrisa.

Lucy llevaba al lado de Chase desde el día en que éste se había hecho cargo del periódico, y había estado al lado de su padre antes de eso. Decía lo que se le ocurría, no se guardaba nada y tenía acceso libre a su apartamento si era necesario. Algo que tendría que cambiar mientras Sloane estuviera por allí.

Lucy se colocó un lápiz detrás de la oreja sin estropearse para nada el peinado estilo paje.

– Es un tema importante.

Chase suspiró resignado.

– ¿Qué quieres saber, Luce?

– Bueno, el personal está haciendo apuestas. -Se balanceó sobre los talones sin mirarlo a los ojos. -Estamos haciendo una especie de fondo común.

Chase arqueó una ceja.

– ¿Cuál es ese tema? -Aunque tenía el presentimiento de que ya lo sabía.

– Como nunca habías llevado a una mujer a casa, los chicos se preguntan si se trata de «ella».

Chase siempre había mantenido su vida íntima en privado. En ese pueblo, si se hubiera llevado a una mujer a la cama y ésta se hubiera quedado a dormir, todos los habitantes lo sabrían. Llevaba mucho tiempo saliendo con Cindy, pero siempre se veían en casa de ella, por lo que hasta entonces había conseguido mantener la discreción mientras gente como Lucy y su entrometida madre no sabían qué pensar.

Todo eso debería haber impedido que fuera tan iluso como para creer que si dejaba que Sloane se alojara en su casa nadie se iba a enterar. Negó con la cabeza y musitó:

– Mierda.

Lucy permanecía impasible.

– Por mi parte, he pensado que como tú y yo nos conocemos desde hace siglos, podrías darme la primicia en exclusiva -sugirió, bajando la voz. -Recuerda que yo soy quien la ha oído en tu habitación.

Chase se sorprendió al notar que se sonrojaba. Hablar de su vida sexual con Lucy era algo parecido a hacerlo con su madre. Y, teniendo en cuenta lo aficionada que era Lucy a cotillear y su larga amistad con Raina, equivalía a lo mismo. Pronto todo el mundo estaría enterado.

– Lucy… -dijo con tono de advertencia.

Ella pilló la indirecta e hizo un saludo militar.

– Sí, jefe. En seguida vuelvo al trabajo. -Pero la oyó carcajearse hasta el final del pasillo.

Chase se aseguró de que Ty Turner, su hombre de confianza, tuviera la situación controlada y lo llamara al busca sólo si surgía algo relacionado con la noticia de la explosión, pero que se hiciera cargo de todo lo demás sin molestarlo. Cuando por fin pudo volver a su dormitorio esperando averiguar algunas respuestas, ya había transcurrido una hora entera.

Pero Sloane no estaba allí. Le había dejado una nota que decía que había salido a comprar algo de comer porque en la nevera no tenía nada para el desayuno. Mientras esperaba, se tumbó con la ropa puesta y se tomó un respiro. Confiaba en que volviera y respondiera a sus preguntas.

Chase había hecho tanto por Sloane en tan poco tiempo, que ésta quería que el desayuno fuera un pequeño gesto para darle las gracias. Además, comiendo sería más fácil hablar y le permitiría tener las manos ocupadas mientras le revelaba sus secretos.

Entró en Norman's a las nueve en punto de la mañana y se encontró con Izzy en la puerta, con el mismo delantal que el día anterior y el pelo recogido en un moño.

– Sabía que volverías. -La mujer abrazó a Sloane como si fueran viejas amigas. -Nunca te habría mandado a ver al viejo merluzo de Samson si hubiera sabido que la casa iba a explotar. -Izzy la abrazó aún más fuerte, claramente aliviada.

– No te sientas culpable -dijo Sloane jadeando.

– No te preocupes, Rick me dijo que no dijera nada de que te había mandado allí y eso haré. -La mujer por fin la soltó y retrocedió para coger unas cartas de al lado de la caja registradora. -Pero alguien es responsable del accidente. El dichoso Samson. Ese hombre no presta atención ni a su talla de zapatos. En su caso, es mucho pedir que se dé cuenta de que huele a gas y llame a quien corresponda. -Blandió las cartas en la mano mientras hablaba. -¿Quieres una mesa?

– En realidad quiero desayuno para llevar -dijo Sloane agradecida por el cambio de tema.

Izzy se inclinó hacia ella.

– ¿Para dos? -preguntó guiñándole el ojo. -Conozco a Chase desde que era pequeño y sé que tiene un buen apetito.

Sloane suspiró. Al parecer, Chase no bromeaba cuando decía que en el pueblo las noticias volaban, al menos sobre ciertos temas.

– Yo quiero un café con leche y azúcar y una de esas enormes magdalenas de arándano que tan buena pinta tienen. -Señaló el surtido de apetitosos pasteles y dulces varios. Y dado que Izzy ya sabía que se alojaba en casa de Chase, no se molestó en disimular. -Y también me llevaré lo que más le guste a Chase para desayunar.

Izzy le dio una palmadita en la cara y le dedicó otro guiño, que hizo que Sloane se sonrojara de inmediato.

– Yo me encargaré de vuestro desayuno -le prometió.

Sloane se preguntó cuánto tardaría el resto del pueblo en enterarse que había pasado la noche con Chase Chandler. Se sentía inquieta mientras esperaba su pedido. Por suerte, nadie la abordó, y en cuestión de minutos hubo pagado la bolsa llena de comida y estuvo lista para marcharse.

– Cuídate y ya nos veremos. -Izzy añadió unas servilletas extras a la bolsa. -Gracias, Izzy.

La mujer mayor sonrió ampliamente. -Es un placer.

Las patas de gallo y las líneas de expresión de su rostro afable daban fe de los años que había vivido y de las muchas sonrisas que había dedicado. Si Izzy era una muestra del tipo de gente de aquel pueblo, Sloane supuso que su madre habría guardado buenos recuerdos del lugar. Por lo menos así lo esperaba.

Y durante el tiempo que ella pasara allí, Sloane decidió que quería conocer el sitio. Empezaría visitando tiendas y conociendo a gente y, a lo mejor, de paso, descubría algo más sobre Samson.

– ¿A qué hora abre El Desván de Charlotte? -le preguntó a Izzy.

– Beth Hansen, la encargada, suele abrir a las diez. A no ser que haya estado de marcha con su novio. Entonces abre más bien a las diez y cuarto -asintió Izzy con complicidad.

Sloane advirtió en seguida la intención de la mujer de contarle más cotilleos, pero ella no tendría intimidad si no respetaba la de los demás.

– Iré más tarde.

– No te lo pierdas. Tienes cosas sexys. Prendas que harían babear a cualquier hombre normal, no sé si me entiendes. Aunque a mi Norman ya le da igual. -Señaló con el dedo a su marido, que estaba guisando en la cocina.

Era más información de la que Sloane necesitaba, pero Izzy no se daba cuenta, y continuó sin hacer una sola pausa.

– Sin embargo, a un hombre joven y viril como Chase -arqueó las cejas de forma insinuante, -estoy segura de que no hace falta que diga más.

«Decididamente no», pensó Sloane. Pero Izzy era amable y bienintencionada, así que Sloane sonrió.

– Ya me encargaré de decirle a Beth y a Charlotte que les haces buena publicidad. -Decidió marcharse antes de que Izzy le contara nada más.

Se dio la vuelta, encaminándose hacia la puerta, y estuvo a punto de chocar con una rubia de edad parecida a la suya. Agarró la bolsa con fuerza para que no se le cayera el desayuno.

– Lo siento.

– No ha sido nada. -La mujer se hizo a un lado para dejar pasar a Sloane. -Eres nueva en el pueblo.

Ni siquiera se lo preguntaba, pensó Sloane. Al parecer, en aquel lugar reconocían de inmediato una cara nueva. Nada que ver con Washington, donde veía a gente distinta todos los días.

Sloane asintió.

– Estoy de paso. -No quería ser maleducada, pero ya habían pasado muchos minutos desde que había salido de la casa. No quería que Chase volviera y pensara que había huido para evitar hablar.

La guapa rubia sonrió.

– Yo también estaba de paso cuando llegué a Yorkshire Falls. Luego decidí establecerme aquí. Perdona, soy Kendall Sutton, bueno, Kendall Chandler. -Meneó la cabeza y sonrió. -Supongo que todavía no me he acostumbrado al nuevo apellido. Estamos recién casados -explicó.

Entonces cayó en la cuenta.

– Eres la mujer de Rick.

Kendall asintió, sonriendo.

– Soy Sloane…

– Carlisle -susurró Kendall. -Lo sé. Rick me ha hablado de ti. Pero a diferencia del resto del pueblo, puedes confiar en mi discreción.

La calidez que Kendall desprendía le hizo pensar que en efecto podía confiar en ella. Eso y el hecho de que estuviera casada con el hermano de Chase. Los Chandler le parecían hombres listos y prudentes en el trato con otras personas.

– Te lo agradezco -repuso Sloane.

Kendall le aguantó la puerta abierta.

– No sé cuánto tiempo piensas quedarte, pero si en algún momento necesitas una amiga o quieres compañía, llámame.

– Descuida. -A Sloane le cayó bien la mujer de Rick. Mientras volvía al coche, pensó que le gustaban muchas cosas de aquel singular pueblo del norte del estado, incluida la gente amable que la saludaba al pasar y el ritmo de vida más pausado que en Washington.

Y cuando subió por el camino de entrada a la vivienda de Chase y aparcó en la parte posterior, descubrió que lo que más le gustaba era volver a casa sabiendo que él estaba allí.

CAPÍTULO 09

Oyó el coche y el chirrido de la puerta delantera al abrirse y luego cerrarse. Chase estaba relajado en la cama, escuchando los sonidos del regreso de Sloane. Abrió los ojos y se encontró con dos visiones deliciosas: Sloane y una bandeja con su desayuno preferido, torrijas y beicon.

Observó la comida y a su invitada con cara de agradecimiento.

– No hacía falta que te tomaras tanta molestia.

– No me quedaba otro remedio si quería comer. -Entre risas, se sentó delante de él, con las piernas dobladas de forma que la bandeja los separaba. -Además, no ha sido ninguna molestia. Quería tener algún detalle contigo.

Era una novedad a la que no estaba acostumbrado. Un detalle sin demasiada importancia pero que hacía que deseara abrir su corazón a Sloane.

Cogió una servilleta y se la tendió a ella, y luego quitó la tapa de plástico de su vaso de café.

– Y quizá también querías estar ocupada mientras hablábamos.

– Eres demasiado perspicaz.

Chase advirtió el nerviosismo que denotaba su voz. Era una mezcla de fuerza y vulnerabilidad, solidaridad e independencia, y Chase se sentía atraído por todas sus facetas.

– Gracias por la comida.

– De nada.

Pasó la mano por encima de la bandeja como si quisiera salvar una línea divisoria y le apretó la mano.

– No estés nerviosa. No quiero hacerte ningún daño.

Sloane arrugó la nariz mientras pensaba en lo que acababa de decirle.

– Es curioso lo mucho que confío en ti a pesar del periodista que hay en tu interior.

Chase sonrió de manera inesperada para ella. -Me alegro.

Sloane tomó un sorbo de café y él hizo lo mismo, aunque no le hacía falta el estímulo que le proporcionaría la cafeína. Sloane ya lo estimulaba lo suficiente.

– ¿Me quieres contar el porqué de esa confianza repentina?

Sloane se encogió de hombros.

– Has salvado mi precioso culo, como tan elocuentemente dijiste.

– Eso es agradecimiento, algo muy distinto a la confianza. -Y ¿por qué necesitaba aquella confianza con tanto ahínco, cuando el periodista que había en su interior le gritaba que su historia podía dar un vuelco a su carrera? Traducción: no debía implicarse más a nivel personal.

– ¿Por qué he tenido que encontrar a un hombre perspicaz? -Bajó la mirada hacia la bandeja y cogió un tenedor. -También hay otros motivos. Para empezar, ya he confiado en ti de una forma totalmente íntima. No lo hago 'a menudo ni a la ligera como te dije. -Jugueteaba con la magdalena intacta que tenía en el plato, machacando trocitos con el tenedor y sin mirarlo a la cara. -Y no me habría vuelto a acostar contigo si no significaras algo para mí.

El corazón, que le estaba latiendo rápidamente, casi se le paró.

– Tú también significas algo para mí -reconoció Chase con voz ronca.

– Ni siquiera Madeline sabe algunas de las cosas que te voy a decir, Chase. No podrás contárselas. Por lo menos, no hasta que sea seguro -añadió, tragando saliva. -Pero en algún momento tendrás que decidir qué es lo que te conviene.

Sloane lo miraba con tanta esperanza y confianza, que Chase se preguntó si estaba condenada a llevarse una decepción. Le costaba creer que el destino fuera a ser tan cruel como para hacerle elegir entre la aprobación de Sloane y sus deseos más vehementes.

Pero ese momento todavía no había llegado.

– Cuéntamelo, Sloane. ¿Dices que Samson es tu padre? -Todavía no había asimilado la noticia ni lograba vincular a aquella hermosa mujer con el excéntrico solitario en modo alguno.

– Aunque te cueste creerlo, sí. -Soltó el tenedor.

Seguía sin probar la magdalena y como él se sentía mal por ella, tampoco había probado su comida.

– ¿Cómo ocurrió?

– Supongo que al estilo antiguo.

Chase se rió.

– No me refería a eso.

– Lo sé. -Cambió de postura varias veces, cruzando y descruzando las piernas bajo el cuerpo. -Al parecer, antes de que mi padre, quiero decir, Michael, entrara en escena, mi madre estaba enamorada de Samson. Por lo que la gente dice de él por aquí, deduzco que no es el ciudadano más distinguido.

Chase vaciló mientras buscaba una forma diplomática de describir al hombre.

– Es…

– No suavices la realidad -le pidió. -Sé tan sincero conmigo como yo lo soy contigo.

Chase asintió y admiró su fortaleza.

– Es excéntrico y antisocial. Es lo que suele decirse de él. -¿Siempre ha sido así?

Se encogió de hombros. La verdad es que no tenía ni idea.

– Es posible. Seguro que mi madre lo sabe y, teniendo en cuenta que ella siempre ha sido amable con él, es probable que no. -Pero a Chase nunca se le había ocurrido preguntar por el pasado del hombre, o por el motivo por el que se había vuelto tan huraño. Le disgustó darse cuenta de lo negativo y corto de miras que había sido con un hombre que resultaba ser el padre de Sloane.

Esta lo miró con una sonrisa forzada en los labios. -A lo mejor algún día se lo pregunto.

– Entonces prepárate para responder tú también a sus preguntas -dijo Chase con ironía. Sloane se rió.

– Tu madre me cayó muy bien. Tiene agallas. Chase entornó los ojos. -Es una forma de decirlo.

– Oye, no te pongas así. Está claro que es algo que mis padres no tenían.

– ¿Por qué dices eso? Tú tienes muchas agallas y fortaleza, y seguro que de alguien las has heredado -dijo intentando tranquilizarla sobre un tema espinoso para ella. Sobre el que él seguía teniendo muchos interrogantes.

– No sé. -Los ojos de Sloane", abiertos y llenos de dolor, estaban empañados de lágrimas. -¿Qué tipo de personas permiten que los compren?

Chase aguzó los sentidos, como le correspondía dada su profesión.

– ¿A qué te refieres?

– Parece ser que mi abuelo, el padre de Jacqueline, amenazó a Samson con algo lo suficientemente fuerte como para hacer que dejara a mi madre, y que cobró dinero por ello.

Chase parpadeó, asombrado por la revelación. ¿Soborno? Se preguntó, además, si el senador Carlisle habría tenido algo que ver. Se contuvo de lanzar preguntas acusatorias por el momento para que Sloane se sintiera tranquila y razonara con normalidad. Le preocupaban sus sentimientos y no quería herir aún más sus emociones.

Negó con la cabeza sabiendo que ésa no era la actitud que adoptaría un periodista que se preciara de serlo. Pero nunca se había sentido menos reportero y más hombre que con esa mujer.

– Supongamos que Samson tenía buenos motivos para aceptar el dinero. Por lo menos hasta que no se demuestre lo contrario, ¿vale? -No estaba seguro de creerse lo que estaba diciendo pero daba la impresión de que Sloane necesitaba esperanza. Lo mínimo que podía hacer era dársela. -Si te sirve de consuelo, Samson nunca ha vivido como si le hubieran regalado dinero.

– Lo sé. Entré en la casa antes de la explosión. -Se estremeció y se rodeó el cuerpo con los brazos. -Daba miedo, y tristeza.

Chase asintió.

– Entiendo cómo te sientes. -Se pellizcó el puente de la nariz mientras intentaba asimilar sus pensamientos. -¿Por qué has venido a buscar a Samson ahora? -preguntó, volviendo al comienzo. Estando el senador en plena campaña, ése debía de ser el momento menos oportuno para buscar a su verdadero padre.

– Porque acabo de enterarme. En realidad, la noche que nos conocimos. -Se levantó de la cama y empezó a ir de un lado a otro. -Iba a cenar con mis padres y llegué a la habitación del hotel antes de tiempo. -Se retorcía las manos al hablar y era obvio que necesitaba los gestos rápidos y el movimiento continuo para hacer acopio de fuerzas.

– Continúa.

Sloane carraspeó.

– Michael y Madeline no estaban allí pero su jefe de campaña sí, junto con su ayudante. Hombres a los que conozco desde niña. Hablaban en susurros, con apresuramiento, sobre el hecho de que Michael no era mi verdadero padre y que necesitaban eliminar una amenaza para la campaña. Frank nunca habla por hablar ni hace promesas que no piense cumplir. -Enderezó la espalda y continuó: -Entonces, cuando dejé de darle vueltas a la noticia de que Michael no era mi verdadero padre, me di cuenta de que tenía que venir aquí y advertir a ese hombre al que no conozco. El hombre que es mi… padre.

Y el hombre cuya casa acababa de explotar, pensó Chase. O el incendio había sido pura coincidencia o los hombres de Michael Carlisle habían cumplido sus amenazas. Agarró las sábanas con fuerza al advertir la gravedad de la situación. Al parecer, a Sloane no le preocupaba tanto el peligro que ella corría como encontrar a Samson. Lo cual significaba que él tendría que protegerla.

Estaba demasiado centrada en otras cosas, y tenía el presentimiento de que sabía por qué. La verdad sobre Samson todavía era cruda y reciente.

– O sea que te enteraste y saliste corriendo. -Chase se levantó, se acercó a ella y le colocó una reconfortante mano en el hombro.

– Directamente a tus brazos.

Se volvió hacia él y levantó la cabeza.

Chase sonrió.

– Menos mal que estaba allí para cogerte.

– Sí. -Sloane le devolvió la sonrisa. -Menos mal.

– Has dicho que cuando dejaste de darle vueltas al asunto, decidiste advertir a Samson. Pero creo que no lo has hecho. -No he hecho ¿qué?

– Acabar de darle vueltas al asunto. -Deslizó la mano sobre su piel y la rozó con el pulgar. -Es absolutamente normal. -Y él quería ayudarla a asimilar aquellos sentimientos encontrados y complejos.

– No he tenido tiempo de preocuparme de mí. Cuando haya encontrado a Samson, ya me ocuparé de los sentimientos sobrantes.

– Creo que debes enfrentarte a tus emociones, Sloane. No tienes a Samson delante ni puedes hacer nada para encontrarlo. Por lo menos no ahora mismo. -Le acarició la mejilla y los ojos de ella resplandecieron de agradecimiento y, afortunadamente, de mucho más. -¿Por qué no me dejas cuidar de ti?

– Porque he ido a comprarte el desayuno precisamente para poder hacer lo mismo por ti. Cuidar del hombre que siempre cuida de los demás.

– ¿Quién te ha dicho eso?

– Tú. -Se echó a reír sin apartar la mirada de él. -Puedo cuidarme sólita pero agradezco la oferta. -Se puso de puntillas y le dio un beso rápido en los labios, demasiado breve para el gusto de él. -La torrija debe de estar fría. Voy a calentártela en el microondas.

Ella se volvió hacia la puerta pero él la cogió de la mano a tiempo.

– No tengo hambre. -No quería que huyera de sus sentimientos. Había dicho que sus emociones no importaban y ahora cambiaba de tema y hablaba de la comida.

El no se creía su despreocupación. Estaba muy dolida y Chase no quería que sufriera en silencio.

– Incluso las personas autosuficientes necesitan un hombro de vez en cuando.

Sloane inclinó la cabeza, dándole la razón.

– Cuando tenga tiempo, a lo mejor acepto tu oferta. Ahora mismo necesito hablar con tu madre. Has dicho que conoce a Samson, así que quizá tenga alguna idea sobre su paradero. -Se miró la mano, que seguía entrelazada con la de él. -Una de dos, o me sueltas o te llevo conmigo a la ducha. -Negó con la cabeza. -No lo he dicho en sentido literal -añadió, sonrojada.

– ¿Por qué no? -Él le levantó las manos hasta los labios y le llenó los nudillos de suaves besos. -No se me ocurre nada más reconfortante que una ducha caliente. -Dejó que la lengua participara, y le recorrió con ella la suave piel de la mano, saboreándola. -O cualquier otra cosa que nos satisfaga mutuamente. -Sopló en las zonas húmedas que había dejado atrás.

Sloane dejó escapar un gemido.

– Me tientas. Pero tenías razón cuando has dicho que no habíamos acabado de hablar. Necesito saber que no vas a contarle a nadie lo de Michael Carlisle.

A juzgar por el rostro sonrojado y las pupilas dilatadas de ella, Chase se dio cuenta de que no le resultaba fácil ignorar la pasión. Debería haberlo sabido. Dejar de lado la conexión que habían establecido entre ellos mientras Sloane le revelaba su dolor más profundo, sería incluso más difícil. Pero su pregunta era válida y no podía omitirla.

¿Se lo contaría a alguien? No podía publicar la noticia, no mientras la vida de Sloane o la de Samson estuvieran en juego. No quería convertirla en un blanco andante. Pero ¿cómo iba a dejar de contarle la verdad a la policía?

– Chase, por favor -rogó ella al ver su silencio y apretándole las manos con más fuerza. -Si el público descubriera que el senador me ocultaba esa información, podría dejar de confiar en él y arruinar no sólo esta campaña sino sus aspiraciones políticas. -Fijó en él la mirada, esperando una respuesta.

Chase estaba perplejo. A pesar de las mentiras del senador, Sloane lo apoyaba.

– Admiro tu lealtad.

– Me crió como si fuera su propia hija y nunca me trató de forma distinta a mis -vaciló- a mis hermanas, y ellas sí son sus verdaderas hijas. -Tragó saliva. -Me quiere. Nunca he dejado de sentir su amor. Sean cuales sean los motivos por los que decidió no revelar mi origen, no permitiré que destruyan la labor de toda su vida. Así que prométeme que no dirás nada.

«He confiado en ti, Chase.» Oyó las palabras que ella omitía pronunciar y se sintió dividido.

– Rick puede lanzar una orden de búsqueda contra Samson. En realidad, le interesa que lo encuentren.

– No. Eso daría publicidad al asunto. Es mejor que intentemos encontrarlo nosotros.

– ¿Nosotros? -preguntó, y pensó que le gustaba cómo sonaba esa palabra en boca de ella.

– Me dijiste que no ibas a dejarme ir sola a Harrington. Ahora te considero mi cómplice en todo esto.

– Y Rick puede ayudarnos -insistió él. -Esa explosión quizá sea una advertencia a la que más vale que hagamos caso.

Sloane asintió.

– Si resulta que fue más que un accidente, iré contigo a hablar con Rick, ¿qué te parece? -Apretó los puños. -Mientras tanto, nosotros buscamos a Samson. Dime que sí, por favor. -Le dedicó una amplia sonrisa que lo dejó desarmado.

Lo estaba manipulando y los dos lo sabían. De todos modos, Chase no pudo evitar reírse. Además, por el momento su decisión era fácil.

– Prometo no decir ni publicar ni una palabra. Pero si deja de considerarse un accidente, te tomo la palabra y nuestra primera parada será la policía.

Mientras tanto, no quería que las amenazas de los socios de su padre la siguieran hasta allí. Cielos, quizá ya la hubieran seguido, aunque no lo sabría hasta que los bomberos concluyeran la investigación y dieran su veredicto sobre la explosión.

Sloane sonrió y se fue hacia la ducha, claramente aliviada. Pero él no debía relajarse demasiado, pensó Chase. Era periodista y nunca había eludido la publicación de una noticia. Cuando encontraran a Samson y pensaran en cómo enfrentarse a la amenaza, su historia sería un bombazo periodístico. Si no publicaba la noticia sobre las mentiras del senador y otros reporteros se enteraban del escándalo, lo harían público sin miramientos. Y las consecuencias no serían demasiado buenas. Al menos, si era él quien la publicaba, Sloane tenía la posibilidad de que el artículo se basara en hechos reales y no estuviera sesgado.

Pero mejor no preocuparse antes de tiempo. Necesitaba profundizar más con Sloane.

Chase aparcó delante de casa de su madre. La vieja edificación de estilo colonial en la que se crió y que seguía estando como nueva gracias a una mano de pintura y al mantenimiento constante que él y sus hermanos le dispensaban.

Se volvió y colocó la mano encima del asiento de ella.

– ¿Estás segura de poder lidiar con mi madre? -le preguntó a Sloane.

– Estoy segura de que sabré defenderme. -Se le había escapado un rizo de la cola de caballo y se colocó el mechón detrás de la oreja. -Raina parece inofensiva.

Chase arqueó una ceja, pero no dijo nada a propósito de ese comentario.

– Ya la he llamado esta mañana y le he contado de qué quieres hablar con ella. Comprende la necesidad de mantenerlo en secreto.

– No hacía falta.

Notó el tono inflexible de la voz de Sloane, el que nunca dejaba de recordarle que quien la había educado era el senador Michael Carlisle, experto en conseguir lo que deseaba, y su mujer, Madeline, la esposa fuerte de ese hombre.

– Lo he hecho porque he querido.

– Podía habérselo explicado yo -dijo Sloane.

– No querrás que ella difunda el rumor sobre Samson y, sin querer, revele precisamente la noticia que quieres ocultar.

No es que le preocupara que su madre se enterara de la relación de Sloane con Samson o de que lo estaba buscando. Nadie se tomaría más en serio que Raina la protección de una persona que le importara. En cuanto le hubo explicado los motivos por los que necesitaba su discreción, Chase confió en que cumpliría su promesa. Su madre sólo se dedicaba a los cotilleos cuando estaba aburrida, y para mantener el espíritu de comunidad. En un caso así, antepondría las necesidades de Samson y Sloane, y guardaría silencio.

No obstante, Sloane seguía callada. Parecía no estar muy contenta con su intromisión y se sintió obligado a justificarse. Lo cual lo sorprendió. Siempre había tomado las decisiones que le parecían bien sin dar explicaciones a nadie. Como cabeza de familia y del periódico, nunca había tenido que justificar nada.

Pero no quería que aquella mujer pensara que había pasado por encima de sus necesidades y deseos. Sus sentimientos le importaban.

– Me pareció conveniente preparar el terreno -dijo, incómodo y agarrando con fuerza el volante al hablar. Sloane asintió.

– De acuerdo. Pero ahora que lo has preparado, ya me espabilaré -insistió.

Su tono calmado lo sacaba de quicio. Odiaba mostrarse como un padre preocupado cuando en realidad no era más que un amante implicado. Además resultaba difícil librarse de las viejas costumbres, y no podía evitar querer cuidar de ella.

– Y no te marches hasta que vuelva -añadió él.

– Sí, señor -contestó saludando militarmente.

Chase hizo una mueca.

– ¿Tan malo soy? -preguntó.

Sloane se rió y la ligereza de su risa le permitió liberar buena parte de la tensión emocional que tenía acumulada.

– Digamos que te conviene que me gusten los hombres con carácter. -Lo dijo bajando la voz y con un tono grave que no dejaba lugar a dudas.

El se inclinó hacia ella con una mano en el volante.

– Cuando volvamos a casa ya hablaremos de tu debilidad por los hombres dominantes.

– Promesas, promesas. -Cogió la manija de la puerta y. se volvió para darle un breve beso en los labios antes de salir del coche.

Se ajustó el jersey de cuello alto que llevaba y cruzó el jardín delantero de la madre de Chase contoneando las caderas, de buen humor a pesar de todo lo que sucedía a su alrededor. Chase admiraba sus agallas. Supuso que las dos mujeres se llevarían bien. Se agarró con más fuerza al volante sabiendo que esa idea debería preocuparle mucho más de lo que en realidad le preocupaba.

En cuanto Sloane entró en casa de Raina, Chase volvió a la carretera y se dirigió hacia la salida del pueblo. Ahora que sabía cuál era el peligro potencial, se había prometido que no dejaría sola a Sloane. Teniendo en cuenta que las dos mujeres estaban juntas y no por ahí buscando problemas, por ese lado podía quedarse tranquilo. A no ser que considerara a Raina un problema, pensó con ironía. Pero estaba convencido de que Sloane sabría lidiar con lo que su madre le presentara y reaccionar de la forma adecuada.

Mientras tanto, Chase pensaba aprovechar al máximo su tiempo a solas. No dejaba de pensar en la expresión de Cindy después de que lo viera con Sloane y tenía la intención de ir a Harrington para terminar oficialmente una relación que ya hacía tiempo que estaba acabada. Luego pensaba hacer un poco de investigación periodística sobre el abuelo de Sloane, el senador Jack Ford, y su relación pasada con el esquivo Samson Humphrey.

Sloane esperó en la sala de estar mientras Raina preparaba un té. Recorrió una librería tras otra observando las fotos de Chase y sus hermanos de niños, y viendo la progresión hasta la edad adulta. Habían sido unos niños preciosos y de mayores eran incluso más guapos. Y cuando Raina se saliera con la suya, tendrían familias también maravillosas. En el caso de Román y Charlotte, ese día no estaba muy lejano, dado que Chase le había contado que la mujer de Román estaba embarazada de ocho meses. Después de conocer a la mujer de Rick, Kendall, a Sloane no le cabía la menor duda de que esa otra pareja de guapos engendraría también a unos bebés hermosos.

Pero los hijos de Chase podían ser los más increíbles de todos, y esa visión estaba en exceso clara en su mente. Unos diablillos de pelo negro y ojos azules. Pero de repente la realidad se le apareció con toda su crudeza: él había decidido descartar esa idea. «Qué lástima», pensó mientras notaba cierta calidez en el vientre y una tristeza inesperada.

Se centró en las fotos y la tristeza de su interior fue aumentando cada vez que veía a Chase. La expresión se le había ido endureciendo con cada año que pasaba. Había llevado demasiado peso sobre sus anchos hombros, más de lo que ningún adolescente debería tener que cargar. Pero lo había llevado bien, y su familia se había beneficiado de su sentido del deber y de su cariño.

– ¿Te gustan las fotos? -preguntó Raina al entrar en el salón con dos tazones blancos llenos de té. -Esas son como una cronología. No te imaginas cuántas veces las miro porque me hacen sonreír. -Le tendió un tazón.

– Gracias. -Sloane aceptó la bebida y notó el calor de la cerámica en las manos. -Tiene todos los motivos del mundo para sonreír. -Miró a su anfitriona.

Sloane sólo había visto a Raina una vez, pero se fijó en que parecía un poco pálida aun a pesar del maquillaje. No procedía hacerle ningún comentario al respecto, pero Sloane se quedó algo preocupada.

– Tiene tres hijos increíbles -dijo Sloane, centrándose de nuevo en la conversación.

– Ya son unos hombres. -Raina meneó la cabeza como si le costase creerlo. -El tiempo vuela. Dos ya están casados. -Sonrió, claramente complacida.

– He conocido a su nuera Kendall -dijo Sloane.

– ¿No es maravillosa? Su tía Crystal era una de mis mejores amigas.

– ¿Ah, sí?

Raina asintió.

– Crystal murió hace poco y Kendall vino aquí para ocuparse de sus asuntos. Luego vino su hermana, Hannah, y ahora las dos viven aquí. Hannah es una chica rebelde, pero Kendall y Rick saben cómo lidiar con ella. -El tono de Raina transmitía su orgullo. -Tiene entereza y dice lo que piensa. Exactamente lo que quiero en una nieta.

– Porque así es como es usted. -Sloane se rió.

– Por supuesto. -Raina cruzó la estancia y se acercó al largo sofá. -Espero que no te importe, pero estoy un poco cansada y prefiero sentarme. -Se acomodó en el sofá y le hizo un gesto a Sloane para que se sentara en el sillón situado frente a la gran mesa de centro.

Esta dejó el tazón en un posavasos y tomó asiento.

– Espero llegar a conocer a Hannah mientras estoy aquí.

– ¿Cuánto tiempo piensas quedarte? -preguntó Raina sin atisbo de vergüenza.

– ¿Me lo pregunta por educación o para saber cuánto tiempo tiene para hacer de casamentera? -preguntó Sloane riendo por lo bajo.

– Este Chase no tiene vergüenza. ¿Te ha estado contando rollos sobre su madre?

– Creo que nada que no sea cierto -replicó Sloane. -La verdad es que no sé cuánto tiempo me quedaré. Tengo una especie de misión. Supongo que depende de cuánto tarde en cumplirla. -Dio un sorbo al té, igual que Raina.

– Me encantan los misterios, pero en este caso mejor que seamos sinceras. Chase me ha llamado esta mañana y, como supongo que sabes, estoy al corriente de tu secreto.

Sloane asintió.

– Y la verdad es que el hecho de no tener que explicarlo me facilita las cosas. -Aunque se lo había hecho pasar un poco mal a Chase por haber tomado esa decisión, le agradecía que le hubiera allanado el terreno.

Tenía sus motivos para mostrarse contundente con él. No podía permitir que decidiera por ella, aunque a menudo sus tendencias dominantes le parecían sexys y enternecedoras; más que nada, porque ponían de manifiesto que ella le importaba.

Pero ¿cuánto?

Oh, bueno, lo suficiente como para acostarse con ella y estaba claro que Sloane no se hacía de rogar al respecto. Pero para ella, acostarse con Chase entraba dentro de la categoría de hacer el amor. No soportaba pensar que no había hecho más que extender su protección a ella y que seguiría adelante como si nada en cuanto Sloane encontrara a Samson. Aunque ése era el resultado inevitable, ella quería saber que le importaba, y que la echaría de menos cuando se marchara.

– ¿Sloane? ¿Sloane? -Raina se había acercado a ella, se había inclinado y le estaba chasqueando los dedos delante de la cara.

– Lo siento. Estaba absorta en mis pensamientos -explicó.

– No pasa nada. Seguro que tienes muchas cosas en la cabeza. -Se incorporó rápidamente y agarró el brazo del sillón con tal fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.

– ¿Raina? -Sloane puso su mano sobre la de ella.

– Estoy bien. -Se acabó de incorporar y regresó al sofá a paso lento. -Es el problema de corazón que me diagnosticaron. -No miró a Sloane a la cara mientras lo decía sino a las fotos que habían visto antes.

– Chase no me ha dicho nada. -Sloane estaba tan preocupada como confusa.

– Es porque intenta comportarse como si no pasara nada. -Raina hizo un gesto con la mano. -Y no pasa nada. Pero tu vida sí que ha dado un giro de ciento ochenta grados. ¿Te sorprendería si te dijera que imaginé el parentesco que tenías con Jacqueline poco después de verte por primera vez?

– ¡Mucho!

– No tenía ni idea de que había tenido una relación con Samson, pero en cuanto te vi, supe que eras familia de ella. Os parecéis realmente -murmuró Raina.

Sloane se inclinó hacia adelante, emocionada por estar con una persona que había conocido a su madre de joven.

– ¿Era amiga de Jacqueline?

– Solíamos pasar los veranos juntas. -Raina se frotó las manos, dispuesta a hablar del tema.

– Entonces, ¿la conocía de pequeña?

La mujer mayor asintió.

A Sloane se le aceleró el corazón.

– Hábleme de ella. Lo único que sé es lo que mis… lo que Michael y Madeline me han contado, y ellos la conocieron cuando ya había cumplido los dieciocho años. -Tomó aire para calmarse. -Sólo quiero saber cómo era. Qué tenemos en común.

Raina suavizó la expresión. Aunque Chase no tenía sus ojos castaños, la forma y la expresión eran similares, algo más fácil de advertir ahora que Raina la miraba con ternura.

– A tu madre le encantaba el verano. Le encantaba estar al aire libre y no tener que ir al colegio ni respetar las limitaciones que le imponían. Por eso ella y yo pasábamos muchas horas en la cabaña de un árbol que había detrás de su casa.

– ¿Una cabaña en un árbol? -preguntó Sloane, sorprendida. -Por lo que sé de mi abuelo, no me lo imagino construyendo una cabaña en un árbol. -Arrugó la nariz al pensarlo.

– Eres una chica lista. -Raina sonrió. -La cabaña ya estaba en la finca, y cuando tu madre llegaba tarde a cenar, tu abuelo la amenazaba con talar el árbol.

La idea entristeció a Sloane.

– Eso me cuadra más.

– La cabaña no era grande, pero sí privada y allí nadie nos molestaba. Podíamos hablar de chicos y de cosas de chicas. Jacqueline era una persona muy dulce, pero vivía con unos padres que reprimían su personalidad.

– Ya sé lo que es eso -reconoció Sloane, sorprendida al enterarse de que ella y su madre compartían algo tan esencial. Al haberse criado con unas personas que esperaban cierto comportamiento y etiqueta, Sloane notó una afinidad repentina con la madre a la que en realidad nunca había conocido. De repente tampoco se sintió tan sola o diferente, el bicho raro en una familia de políticos. Era hija de su madre, y el hecho de saberlo hacía que sintiera una vinculación especial con ese pueblecito.

– Así que ya te imaginas por qué la cabaña del tronco era tan importante para ella. Era el lugar al que podía acudir cuando deseaba huir.,

Sloane meneó la cabeza con los ojos muy abiertos.

– ¿Sigue en pie?

Raina se encogió de hombros»

– Por supuesto. ¿Quieres la dirección para ir a verla? -Me gustaría.

Raina cogió un trozo de papel y un bolígrafo, anotó el nombre de la calle y el número, y se lo pasó.

– No vayas sola, porque es probable que te hagan preguntas que no quieres responder -le advirtió Raina.

Se rió al oír el tono protector de la mujer mayor y se guardó la dirección en el bolsillo.

– Ahora habla como Chase.

Raina se inclinó hacia adelante.

– ¿Y eso es bueno? -preguntó, de vuelta al tono de casamentera.

– Calle, calle, Raina -la reprendió Sloane. -Es demasiado descarada.

– Oh, venga. Y tú mira que eres seria.

– Chase me ha dicho que conoce a mi padre. -Sloane pasó al siguiente tema importante. Hasta el momento, había obtenido más información de la que esperaba de Raina Chandler.

– Te refieres a Samson.

Sloane asintió.

– Para mí no es más que un nombre. -Se levantó y empezó a ir de un lado a otro de la sala. Como siempre que hablaba de su padre desconocido, se sentía inquieta e incómoda. -Pero desde que he llegado al pueblo, tengo la clara impresión de que no va a ser lo que me imaginaba.

– ¿O lo que esperabas que fuera? -preguntó Raina con perspicacia.

Sloane supuso que Chase había heredado la intuición de su madre, que rápidamente había captado sus sentimientos.

– No he tenido la oportunidad de imaginarme nada -reconoció. -Me enteré de que Michael Carlisle no era mi padre y vine para acá casi en seguida. En cuanto llegué, la gente del pueblo empezó a soltar cosas como que nunca nadie ha llamado a Samson caballero, o que gorrea sándwiches en Norman's. Chase empleó la palabra «excéntrico». -Negó con la cabeza, confusa y deseosa de que Raina tuviera más respuestas.

– Samson es raro -reconoció la mujer, tan diplomática como su hijo. -La palabra «arisco» también serviría para describirlo. Pero es inofensivo y, sobre todo, incomprendido.

Sloane se volvió para mirar a Raina.

– ¿Y eso por qué?

– La gente reacciona ante una persona, pero tiende a olvidar quién es o, para ser exactos, quién fue. -¿A qué se refiere?

Raina se tumbó en el sofá, en apariencia más cansada que antes. Sloane tomó nota mentalmente de hablar con Chase lo antes posible sobre la salud de su madre. Raina se tapó con una manta de punto y empezó a explicarse.

– La madre de Samson era una mujer discreta. Trabajaba de cajera en el colmado y apenas ganaba para llegar a fin de mes. Pero su padre era jugador.

– ¿Apostaba?

– Mucho dinero. -Raina pasó la mano por el respaldo del sofá, absorta en sus pensamientos. -Siempre estaba endeudado, e incluso pasó algún tiempo en la cárcel por robar dinero para pagar deudas. Por suerte, los Cooper, los dueños del colmado, se encargaban de que no pasaran hambre, porque su padre a menudo se jugaba el poco dinero que la madre ganaba. La verdad, terrible.

Sloane estuvo de acuerdo.

– Las circunstancias convirtieron a Samson en un chico solitario -continuó Raina. -Pero ¿quién puede culparlo? Cualquier adolescente se mostraría reservado si le diera vergüenza llevar a alguien a casa.

A Sloane se le formó un nudo en la garganta y fue incapaz de responder.

– Pero era amable y bueno y guapo en su día. -Raina sonrió al recordarlo. -Y centró su atención en los estudios. Su objetivo era llegar a la universidad para tener una vida mejor que la de sus padres.

La desesperación que Sloane había sentido cedió pasó a la esperanza y la admiración, y estaba pendiente de cada palabra de Raina.

– Podemos suponer que en algún momento tuvo una relación con mi madre. Raina suspiró.

– Puede. Ojalá Jacqueline me lo hubiera contado. -Negó con la cabeza, frustrada. -Ahora que las piezas van encajando, recuerdo que el último verano que pasó en Yorkshire Fall, me mencionó que estaba enamorada. No quiso decirme quién era él por miedo a gafar la relación, pero yo sabía que eso significaba que temía que su padre se enterara. Jack Ford era un viejo duro.

Sloane recordó los detalles de cómo su abuelo había sobornado a Samson para que se apartara de su madre y pensó que la descripción de Raina era demasiado benévola. Tema el presentimiento de que las apuestas del padre de Samson habían tenido algo que ver con el soborno y con el dinero que había pasado de mano en mano.

– ¿Samson llegó a ir a la universidad?

Raina meneó la cabeza.

– Cambió. De hecho fue más o menos en la misma época en que la familia de Jacqueline se marchó. Empezó a pasarse el día en casa en vez de en la biblioteca. Al final, su madre murió, y un buen día su padre se marchó y nunca volvió a saberse de él. Se rumoreó que se había ido a Las Vegas, aunque yo siempre pensé que ésa era la respuesta más fácil sobre el paradero de un jugador.

Sloane intentó reír pero no le salió.

– ¿Y luego?

Raina levantó las manos y las abrió.

– Luego nada. Tu madre hacía tiempo que se había marchado y Samson fue volviéndose más retraído, más raro y solitario… -Bajó las manos y negó con la cabeza. -Lo siento. Creo que tienes que estar preparada para el hombre con el que te vas a encontrar.

– Si es que lo encuentro.

– Bueno, la casa ha quedado destrozada, así que tendrás que probar…

– ¿Amigos? -preguntó Sloane con ironía. -Las dos sabemos que no tiene ninguno en el pueblo.

– Ninguno que sepamos. Estará en algún sitio -insistió Raina. -Mientras, yo he respondido a tus preguntas. Ahora síguele la corriente a esta viejecita y responde a alguna de las mías.

Sloane se echó a reír.

– La admiro, Raina. De verdad que sí. -De hecho, le caía muy bien. Le gustaba pasar el rato con la madre de Chase y, como Raina había conocido a Jacqueline, Sloane sentía con ella un vínculo que no había esperado.

– ¿Y eso por qué?

– Para empezar, porque no se anda con evasivas.

– ¿Algún motivo por el que debería hacerlo? -Raina sonrió y, para alivio de Sloane, recuperó cierto color en las mejillas. -Vamos a por la pregunta más importante. -Se enderezó y lanzó su mejor volea. -¿Tú y Chase sois pareja?

No es que Sloane no supiera qué responder sino que la pilló desprevenida.

– No sé muy bien qué responder.

– Dile la verdad. -Chase entró en la sala, guapo, sexy y arrebatador, con esa sonrisa chulesca que no usaba lo suficiente, pero cuyo efecto era devastador cuando se la dedicaba.

– ¿Qué es? -Raina se frotó las manos expectante.

Sloane lo miró y también ella esperó una respuesta.

– Venga, Chase. Si se te dan tan bien las respuestas, dile la verdad a tu madre.

Y contuvo la respiración mientras esperaba conocer la verdad.

CAPÍTULO 10

Chase captó la expectación en el rostro de Sloane, pues ésta no tenía ni idea de lo que él iba a decir, pero no tenía de qué preocuparse. No pensaba caer en la vulgaridad de contarle a su madre que eran amantes. Sin embargo, sí le daría a Raina una respuesta a sus plegarias.

– Sloane y yo estamos saliendo, mamá. -Lo cual ya le había confirmado antes a Cindy.

Con ésta, habían terminado su relación de forma amistosa y comprensiva, pero él no le había dicho que lo de él con Sloane era temporal. No le había parecido apropiado ni necesario.

– ¡Lo sabía! -Raina juntó las manos, claramente complacida.

Al parecer, las mujeres habían congeniado y, tal como Chase imaginaba, Raina ya le había dado el visto bueno a Sloane como nuera. Por ese motivo, él había decidido utilizar los anhelos de su madre en su contra.

Si pensaba que Chase iba en serio con Sloane, los dejaría en paz, y así lo liberaría de visitas inesperadas a la vez que evitaría armar ningún lío mientras buscaban a Samson.

– Ahora que ya tienes la respuesta, he venido a llevarme a Sloane a comer. -Cruzó el salón y extendió una mano para ayudar a ésta a levantarse del asiento. -Espero que las señoras hayan pasado una mañana agradable.

– Maravillosa -declaró Sloane. -Y productiva. Tu madre conocía a la mía mucho mejor de lo que cualquiera de los dos sabía.

– Me encantaría que volvieras a hacerme una visita -dijo Raina sin levantarse del sofá. -Mientras tanto, intentaré ir recordando más cosas.

Sloane asintió.

– Le estaría muy agradecida. ¿Quiere venir a comer con nosotros?

«Maldita sea», pensó Chase.

– Mamá tiene que descansar. -Lanzó una mirada significativa a su madre. No se atrevería a ir con ellos si pensaba que quería estar a solas con Sloane.

Así fue, porque le dedicó un asentimiento casi imperceptible de comprensión.

– Muy amable, Sloane, pero Eric me va a llevar al cine esta noche, así que ahora tengo que descansar. Pasaré la tarde mirando las telenovelas. ¿Qué te parece Chase?

– Me parece bien. -Tendría que explicarle a Sloane lo de la salud de su madre más tarde. Aunque le había hablado sobre las inclinaciones de casamentera de ésta, se le había pasado por alto mencionar su problema cardíaco fingido, algo que aún tenía que aceptar. Y todavía no había decidido cómo enfrentarse a la situación.

Escrutó a su madre rápidamente. Se la seguía viendo pálida, pero no estaba preocupado. Cuando quería resultar convincente, Raina podía parecer débil y frágil, y Chase se lo había trabado. No volvería a ser tan ingenuo.

– Deberíamos irnos. -Chase tiró a Sloane de la mano. -Rick quiere reunirse con nosotros -susurró, porque quería que se diera cuenta de que se trataba de algo más que de un almuerzo informal. Su hermano le había llamado y le había dicho que tenía información sobre la explosión que quería comentarle, y Chase tenía la impresión de que, a cambio, tendrían que contarle a Rick la verdad.

Se acercó a Raina y le dio un beso en la mejilla, la mujer se despidió también de Sloane y, al cabo de diez minutos, Chase estaba sentado al lado de ésta en Norman's, esperando a Rick.

Sloane jugueteaba con una cuchara y, de vez en cuando, la miraba como si buscara respuestas.

– No has dicho nada desde que salimos de casa de mi madre.

Sloane alzó la mirada.

– Tengo mucho que asimilar. Para empezar, el padre de Samson era jugador, y supongo que ese vicio guarda relación con el hecho de que Samson aceptara un soborno para alejarse de Jacqueline.

Chase asintió porque se dio cuenta de que ella tenía más que añadir y no quería interrumpir.

– Raina me ha dicho que Jacqueline se enamoró el último verano antes de que se marcharan del pueblo. Pero que no sabía de quién.

– De esa respuesta podemos estar seguros -dijo Chase con ironía, intentando animarla.

– Lo sé. -Iba dándole vueltas a la cuchara entre las palmas.

Chase estiró el brazo, detuvo sus movimientos nerviosos y le cogió la mano.

– ¿Qué te tiene tan preocupada? Porque tienes las respuestas que buscabas pero es obvio que estás disgustada por algo más de lo que has dicho.

– Es tu madre -reconoció, mirándolo a la cara.

Chase no se imaginaba que Raina hubiera hecho algo que pudiera disgustar a Sloane. No cuando estaba claro que le caía bien y que quería que hubiera algo entre ellos. De todos modos, con Raina nunca se sabía.

– ¿Qué ha hecho?

– Parecía cansada. Y pálida. -Sloane arrugó la frente ensimismada. -Y cuando se ha levantado del sofá, parece que le ha dolido algo a causa de la brusquedad del movimiento. No quiero preocuparte, ni meterme donde no me llaman, pero…

– Raina te estaba tomando el pelo -la interrumpió Chase, sin extrañarse de que Sloane hubiera advertido el malestar de su madre. Sin duda eso era lo que ésta había querido.

– ¿Tomándome el pelo? ¿Cómo? -Sloane arrugó la nariz. -No lo entiendo. Raina no se encontraba bien. ¿Cómo puede haberme tomado el pelo?

En ese momento, Rick se acercó a la mesa y Chase vio la posibilidad de matar dos pájaros de un tiro.

– ¿Por qué no le explicas a Sloane el motivo por el que mamá finge estar enferma? -sugirió Chase, hablándole abiertamente de la farsa de su madre.

– Mierda. -Rick se alisó el pelo despeinado por el viento. -Román me llamó y me dijo que me preparara.

– Y te habría dado una patada en el culo hace unos días si no hubiera estado ocupado con otras cosas -farfulló Chase. -Cuéntale a Sloane lo del problema de corazón que finge mamá.

Sloane abrió unos ojos como platos.

– ¿Problema del corazón fingido?

– Mamá tuvo un achaque hace algún tiempo. Pensó que si nos decía que era grave, aprovechando nuestra buena disposición, conseguiría que sentáramos la cabeza con la mujer adecuada*y le diéramos nietos. -Rick hizo una mueca y Chase se dio cuenta de que estaba recordando los días previos a su encuentro con Kendall.

– Mamá intentó emparejarlo con todo tipo de mujeres antes de que Kendall llegara al pueblo -explicó Chase.

– De todos modos, nuestra madre no sabe que Chase sabe la verdad. Todavía no. Así que si hoy has visto algo, es porque mamá quería que pensaras que está enferma y se lo contaras a él.

– ¿Para que así se sintiera mal y empezara a pensar que soy una buena candidata? -sugirió Sloane en absoluto desencaminada.

Chase asintió.

– Bingo. Pero va a tener un nieto de Román y Charlotte y, gracias a Kendall, tiene también a Hannah. Es ridículo que todavía intente colocarme.

– ¿Por eso le dijiste que salimos juntos?

Sloane lo miró con expresión recelosa y él no fue capaz de herir sus sentimientos.

– Se lo he dicho para que me dejara en paz, sí -reconoció con sinceridad. Pero quería que Sloane supiera que no era sólo una conveniencia para él. -También se lo he dicho porque, mientras estés aquí, es la verdad.

Sloane se humedeció los labios y él siguió ese movimiento con la mirada.

– Sí, es verdad. Mientras esté aquí… quiero decir que después nada.

Sloane repitió las palabras de él, pero viniendo de la boca que tan íntimamente conocía, sonaron demasiado vacuas para el agrado de Chase.

Rick carraspeó.

– De acuerdo. Ahora que hemos despejado la incógnita sobre la salud de mamá, cambiemos de tema y hablemos de Samson.

Antes de que Chase pudiera hacer preguntas o Rick explicarse más, Kendall ocupó la cuarta silla libre. -Hola, chicos.

Chase se quejó de la interrupción, pero supuso que sería esperar demasiado que Rick pidiera a su mujer que se marchara. Sloane dirigió su preciosa sonrisa a la cuñada de Chase.

– Hola, Kendall. Me alegro de verte.

– Hola, cariño. -Rick rodeó con el brazo a su mujer. -¿Nos dejas un momento? Estamos hablando de trabajo.

Chase arqueó una ceja. Al parecer, se había equivocado al juzgar a su hermano.

Kendall le dedicó una sonrisa cómplice.

– Claro. Voy a ir a saludar a Pearl y a Eldin. Están ahí delante haciendo un pedido. Un pedido enorme, ahora que lo pienso.

– ¿Pearl y Eldin? -preguntó Sloane, inclinándose hacia adelante y apoyando el mentón en una mano. -¿Quiénes son? -Mis inquilinos -respondió Kendall.

– Es raro llamarlos inquilinos cuando viven en nuestra casa de invitados sin pagar nada -comentó Rick con ironía. Chase se echó a reír.

– Es una larga historia -le aclaró a Sloane. A ésta se le iluminó la mirada.

– Me encantaría oírla. Estoy empezando a disfrutar de la vida de un pueblo pequeño.

Chase se preguntó si lo decía en serio o si Sloane Carlisle sólo estaba siendo educada.

– ¿Sabes qué?, los traeré aquí cuando acabéis de hablar (J te prometo que Pearl te resumirá la historia de su vida en un minuto. -Kendall le plantó un beso en los labios a Rick y se dirigió a la parte delantera del restaurante.

– Es la esposa de mis sueños -dijo Rick entre risas. -Nunca hace preguntas cuando tengo trabajo y desaparece cuando hace falta.

– No sé por qué, yo diría que es la esposa de tus sueños por otros motivos aparte de ésos -comentó Sloane con dulzura. Chase captó el atisbo de nostalgia en su voz y vio que no era fruto de su imaginación. Lo había pasado mal últimamente, y la traición de sus padres había sido un duro golpe. Chase sabía que estaba necesitada de amor, confianza y formalidad. Y que Sloane había percibido la profundidad de los sentimientos que unían a Kendall y Rick. Quería eso mismo para ella.

La idea hizo que se le formara un nudo en la garganta. Porque tenía la impresión de que la visión del amor, la confianza y la formalidad que tenía Sloane incluía un hogar y estabilidad, precisamente las mismas cosas que él había jurado dar por terminadas.

– La Tierra llamando a Chase. -Rick dio un golpecito en la mesa con el puño, hizo entrechocar los cubiertos y Chase se sobresaltó. -¿Qué demonios te tiene tan distraído? Kendall se ha ido, así que hablemos.

Chase parpadeó y se dio cuenta de que su hermano y Sloane lo miraban fijamente, esperando que se centrara.

– Ya estoy listo -farfulló sin dar ninguna explicación sobre su ensimismamiento temporal.

– De acuerdo. -Rick se inclinó hacia adelante y les indicó con un gesto que hicieran lo mismo. -Lo primero es lo primero. En plan confidencial os digo que la explosión de la casa de Samson no fue un accidente. Alguien manipuló la caldera.

– ¿Qué? -soltó Sloane con voz aguda, y Chase le cogió la mano para tranquilizarla.

– He pensado que deberíais saberlo. -Rick extendió las manos delante de él.

– Te lo agradecemos. Nosotros también tenemos algo que contarte -dijo Chase.

Sloane ladeó la cabeza y le susurró al oído.

– No, por favor. Todavía no.

– Me prometiste que si nos enterábamos de que la explosión había sido provocada, acudiríamos a Rick -le recordó.

– ¿Qué pasa aquí? -preguntó su hermano. -Si tiene algo que ver con la explosión, no quiero que me lo ocultéis.

Chase miró a Sloane fijamente, sabiendo que tenía que presionarla pero sintiéndolo por ella a la vez.

– ¿Quieres contárselo tú a Rick o se lo cuento yo?

Sloane apretó los dientes. El tono de Chase no daba pie a discusión. Alguien tenía que informar a la policía de que los hombres de su padre habían amenazado a Samson y que, al cabo de dos días, su casa había explotado.

– Ya se lo cuento yo. -Explicó la conversación que había oído casualmente entre los hombres de su padre, y que ella y Chase pensaban volver al Crazy Eights de Harrington para buscar a Samson. Esa misma noche.

Rick se pellizcó el puente de la nariz y, en ese instante, los hermanos que no se parecían de repente tuvieron un parecido sobrecogedor.

– Vosotros dos no dejáis nada a medias, ¿no? -dijo Rick al tiempo que le hacía una seña a su mujer para que se reuniera con ellos.

– Piensa ir conmigo o sin mí -musitó Chase. -O sea que yo también voy.

– Y yo también. Esta noche libro, así que me apunto. -Rick dio una palmadita a la pistola que llevaba en la funda. -Porque quizá necesitéis refuerzos.

A Sloane le sorprendió notar que se le llenaban los ojos de lágrimas. Envidiaba el vínculo entre los hermanos, lo que eran capaces de hacer para ayudarse mutuamente. Algo que también ella había tenido pero, desde que había descubierto que su vida se había basado en una mentira, que su familia no era realmente su familia, sentía una terrible pérdida.

Carraspeó e intentó que no la embargara la emoción.

– Gracias, Rick.

– Es el mejor -le aseguró Chase. Le guiñó el ojo a su hermano y Sloane volvió a carraspear.

– Ya hemos emitido una orden de búsqueda contra Samson -dijo Rick, muy profesional. -Podríamos interrogar a los hombres de Carlisle, pero ponerlos sobre aviso sin pruebas reales no resulta muy inteligente. Mientras tanto, esta noche vamos todos al Crazy Eights -anunció Rick.

– Ese sitio es una currada -dijo Kendall mientras se sentaba. -¿Qué se nos ha perdido allí?

Chase gimió, algo que ya había hecho varias veces desde que se sentaran a la mesa. No es que a Sloane le extrañara. Ahora tendrían que lidiar con Kendall, porque estaba claro que pensaba acompañarlos. Si Sloane hubiera estado casada con Rick, habría reaccionado igual.

– ¿Por qué no se lo cuentas todo? -le dijo ella misma a Rick. Si Kendall iba a ir con ellos, se merecía conocer los detalles. -El hecho de que venga con nosotros puede resultarnos favorable, porque parecerá más normal que vayamos como dos parejas.

– No me lo puedo creer -farfulló Chase. Sloane le cogió la mano por debajo de la mesa. -Lo siento.

– ¿Haber dado un giro total a mi vida? -Le dedicó la sonrisa torcida que ella adoraba.

Sloane abrió la boca para contestar, pero él aprovechó la oportunidad para acallarla con un beso. Como siempre, su contacto fue eléctrico, y desencadenó el deseo que siempre estaba a punto de aflorar a la superficie, independientemente de lo que sucediera a su alrededor.

– ¿A qué ha venido eso? -preguntó ella cuando por fin la dejó respirar. Se dio cuenta de que Rick y Kendall estaban enfrascados en su propia conversación.

Chase se encogió de hombros con expresión azorada.

– Me apetecía.

Normalmente, no era un hombre impulsivo y, aunque ese cambio la había sorprendido, prefería no sacar conclusiones precipitadas ni atribuirlo a su influencia. Aunque sentía algo por ella, ya había reconocido que tenía sus planes. Hacer pública su relación era una forma de mantener a su madre al margen y evitar sus ardides casamenteros. Y ahora todo el pueblo iba a tragarse la historia. La farsa continuaría mientras ella estuviera en Yorkshire Falls, no más allá.

Más le valía tenerlo presente y dejar de sentirse más y más apegada a Chase o a su encantadora familia.

– De acuerdo, ya tenemos el plan para la noche. -Kendall sonrió, claramente satisfecha de participar en la acción.

Rick frunció el cejo y Sloane reconoció su expresión de policía severo.

– Sólo porque ha prometido comportarse y no meterse en líos.

– No estaremos mucho rato -prometió Sloane. -Sólo lo suficiente para ver si Samson aparece.

– ¡Refrescos para todos! -interrumpió Izzy mientras dejaba las bebidas en la mesa. -Os he traído vuestras bebidas preferidas. Si queréis pedir la comida, hacedme una señal.

– Pedimos ahora mismo, Izzy -dijo Chase. -Si esperamos más, será la hora de cenar. ¿Cuáles son los platos del día?

– Me encantan los chicos Chandler y vuestro apetito. -Sacó la libretita y leyó de la parte de atrás. -Los platos del día son el estofado hojaldrado de Norman…

– ¿Desde cuándo necesitas una libreta para los platos del día, Iz? -preguntó Rick.

– Desde que son algo más que comida. -Le guiñó un ojo y continuó. -Aparte del plato del día, tenemos una apuesta en marcha. Cuanta más gente participe, mayor es el premio, así que tengo que decirlo en todas las mesas. Pero claro, como aquí hay dos personas que están en una posición ventajosa, sólo Rick y Kendall pueden participar.

Sloane entornó los ojos.

– ¿De qué estás hablando? -Se dirigió a Chase. -¿Tú sabes de qué está hablando?

– Por desgracia, sí. -De hecho, envidiaba la confusión de Sloane. -Venga ya, Izzy. ¿Por qué demonios nos cuentas eso?

– ¿No es obvio? -Apoyó las manos en sus generosas caderas. -El bote es más sustancioso que la Primitiva. Quiero ganar, y vosotros dos me lo podéis poner en bandeja.

Rick soltó una risilla burlona. Era obvio que también sabía de qué iba la cosa.

Chase soltó un quejido.

– Sloane, parece ser que somos objeto de una apuesta. -Os invitaré a unas cuantas hamburguesas. Rick se rió por lo bajo. -Buena idea, Iz.

– ¿Qué tipo de apuesta? -preguntó Sloane.

– Están haciendo apuestas sobre si tú eres «la» mujer para mí. -A Chase le ardían las mejillas, y se imaginaba hasta qué punto se habría sonrojado durante esa bochornosa conversación.

– «¿La mujer?» -Se mordió el labio inferior.

Chase ardía en deseos de besar esa boca y de olvidarse de todo lo demás.

– La gente del pueblo hace apuestas sobre si eres la mujer adecuada para Chase -explicó Kendall.

– La mujer que por fin conseguirá que el rompecorazones tenga pareja. Pareja estable -añadió Rick, arqueando las cejas de forma exagerada. -¿Lo pillas?

– Lo pillo -repuso Sloane claramente consternada.

– Empezó como apuesta en la redacción del Gazette y se ha extendido a todo el pueblo. -Chase se sujetó la cabeza entre las manos. -¿Te sigue pareciendo agradable la vida de pueblo? -le preguntó a la joven con ironía.

Ella abrió los ojos como platos. Chase se preguntó qué estaría pensando, y no le extrañaría que saliera corriendo y se marchara lejos de allí. Sin embargo, se echó a reír, divertida por la situación.

– Pues sí. La verdad es que estoy disfrutando de este pueblo y de esta gente.

La situación resultaba tan comprometida para Sloane como para Chase. Pero allí sentada, convertida en objeto de las conjeturas del pueblo, viendo cómo Rick se reía ante el aprieto de su hermano y a Chase abochornado, Sloane se sintió más alegre de lo que recordaba haberlo estado en muchos años. Era feliz a pesar de sus circunstancias personales, muy peligrosas en esos momentos.

Porque no debía estar «alerta». No se esperaba de ella que se comportara de un modo determinado.

No tenía que comportarse como una Carlisle y ceñirse al molde familiar. No era más que una mujer con la que Chase Chandler estaba a gusto, a la que la familia de éste aceptaba y qué a ella le caía bien.

Izzy volvió con un frasco de kétchup y más servilletas.

– ¿Y bien? ¿Alguna información privilegiada?

Sloane se rió entre dientes.

– No sé muy bien qué decirte. Ya sabes que Chase es un rompecorazones redomado y yo me quedaré poco tiempo en el pueblo -dijo.

– Oh, venga. -Izzy hizo un gesto con la mano. -Eso es lo que dicen todas. Pregúntale a Kendall. Llegas aquí para una temporada y luego…

Sloane se rió, incapaz de contener una carcajada.

– Hola a todos. -Una mujer mayor, vestida con una bata de estar por casa y con el pelo cano recogido en un moño, se acercó a ellos. -Saluda, Eldin. -A pesar de que ella y su compañero iban cargados de paquetes, consiguió darle un codazo en el costado. -¿Quién es la nueva chica del pueblo? -Miró a Sloane con curiosidad.

– Me llamo Sloane…

– Una amiga de la familia -dijo Chase, antes de que anunciara su apellido.

– Yo soy Pearl Robinson y éste es mi compañero de fatigas, Eldin Wingate.

– Hola. -Eldin movió las bolsas que llevaba en los brazos. -Lo siento, no puedo darte la mano porque las tengo ocupadas.

– Tranquilo. -Sloane sonrió. -Encantada de conoceros a los dos. Kendall os ha mencionado antes.

– Lo cual significa que te ha contado que vivimos en pecado -dijo Pearl, bajando la voz. -Si Eldin no estuviera mal de la espalda, me llevaría en brazos a casa y nos casaríamos. Pero hasta que no pueda, vivimos en pecado. -Asintió, satisfecha de la explicación.

– Entiendo -musitó Sloane. Kendall tenía razón cuando había dicho que la mujer resumía la situación con facilidad. -Kendall me acaba de decir que tenéis alquilada su casa de invitados.

– En vida de su tía Crystal, nos dejaba vivir en la casa grande a cambio del mantenimiento, bendita sea su alma. -Pearl sorbió por la nariz. -Luego Kendall vino al pueblo y arregló lo que nosotros no podíamos, y nos proporcionó un sitio para vivir más conveniente. La casa de invitados no tiene escaleras, así que a Eldin le va mejor por lo de la espalda.

– ¿Vais a dar una fiesta? -Kendall señaló las bolsas de comida.

Pearl empezó a toser.

– No, qué va. Es que a mí me cuesta cocinar, y es más fácil avituallarse para toda la semana. -Entiendo -dijo Sloane riendo.

– Tenemos que marcharnos -dijo Eldin. -Si no se lo impidiera, Pearl se pasaría el día hablando.

– Eldin Wingate, si no tienes nada agradable que decir, entonces mantén la boca cerrada. -Pearl le lanzó una mirada de fastidio. -Adiós, Kendall. Ha sido un placer conocerte, Sloane. Chicos, dadle recuerdos a Raina de mi parte.

– Descuida -dijeron Chase y Rick al unísono.

La pareja de ancianos se encaminó a la salida del restaurante y Pearl no dejó de cotorrear ni un solo instante.

– Parecen agradables. -Como temía echarse a reír otra vez, Sloane se mordió la cara interior de la mejilla y no miró a nadie.

– Quieres decir raros -apuntó Chase.

– Diferentes -añadió Rick.

– Son viejos e inofensivos.-Kendall se rió por lo bajo. -Mejor que os andéis con cuidado, porque algún día la*gente hablará de los viejos hermanos Chandler y sus curiosas costumbres.

Sloane exhaló un suspiro de anhelo.

– Creo que debe de estar bien envejecer en un lugar donde todo el mundo te conoce y te acepta tal como eres.

El sonido de su propia voz la sorprendió. Se dio cuenta de que había pensado en voz alta y miró a sus acompañantes, que la observaban como si hubiera perdido la chaveta. Lo que no sabían era que en ese pueblecito llamado Yorkshire Falls en realidad estaba recuperando la cordura y su propia identidad.

Chase se detuvo en el umbral de la habitación de invitados. La puerta estaba abierta, y Sloane estaba de pie junto a la cómoda de madera, arreglándose la camiseta, también ajustada y de manga larga, pero con las letras USA en la parte delantera.

Llamó a la puerta.

– ¿Preparada para lidiar con tus amigos moteros? -preguntó al tiempo que entraba en el cuarto.

– ¿No habrás querido decir si estoy preparada para encontrar a mi padre? -Se volvió hacia él y le dedicó una cálida sonrisa, aunque Chase advirtió el deje de nerviosismo en su voz, o el hecho de que la sonrisa no se reflejara en su mirada.

Tenía miedo.

– Estaré a tu lado en todo momento -le prometió, acercándose a ella. -Pero ¿eres consciente de que quizá no encontremos a Samson? -Quería que estuviera preparada para lo peor.

Sloane asintió.

– Espero que Earl haya tenido noticias de él. En todo caso, quizá pueda hablarnos del posible paradero de Samson. -Tomó aire y exhaló con fuerza. -En seguida estoy lista. -Cogió un fular de la.cómoda y se lo anudó al cuello.

– Te he traído una cosa. -Le enseñó la camisa que había cogido del armario.

– ¿Qué es eso?

– Una camisa mía. -Se la abrió para que se la pusiera como si fuera una chaqueta. -Por si nuestros amigos los moteros están allí.

Sloane arqueó una ceja en señal de sorpresa. Chase se encogió de hombros.

– Es mejor no correr riesgos. Así queda claro que eres mía antes de que entremos por la puerta. -Se cruzó de brazos, decidido a salirse con la suya. E incluso más decidido a no permitir que su mirada de ojos muy abiertos y el mohín de sus labios brillantes le afectara.

«Muy difícil», pensó mientras ella introducía complacida primero un brazo por la manga y luego el otro y se envolvía en la camisa, igual que a él le gustaba rodearla para que se sintiera segura. No le resultaba fácil aceptar que podía protegerla físicamente pero no a nivel emocional del trastorno que le suponía la búsqueda de Samson. Odiaba la impotencia que eso le generaba, y todavía odiaba más las implicaciones de ese sentimiento.

Se acercó a él y Chase la agarró por las solapas de forma instintiva, se la aproximó y la besó en los labios. Ella los separó y él le introdujo la lengua en la boca cálida y agradable. No había sido consciente de cuánto lo necesitaba. Desde que gozaba de la compañía de Sloane, observándola con su familia y viendo cómo disfrutaba de la vida del pueblo, su deseo por ella había aumentado.

Se estaba enamorando de aquella mujer y eso no entraba en sus planes.

Sloane dio un paso atrás e interrumpió el beso con una sonrisa de satisfacción en el rostro.

– Me gusta cómo te apoderas de mí.

– ¿Significa eso que llevarás la camisa?

Sloane bajó los brazos para que viera que las mangas le colgaban más allá de las manos.

– Es demasiado grande -dijo, lanzándole destellos picaros con la mirada.

– Remángatelas. -No pensaba correr riesgos, no con su seguridad. Y reconoció también que no pensaba tolerar que otro hombre se interpusiera entre ellos.

Sloane alzó el brazo y le hizo un saludo militar con la mano tapada por la camisa.

– Sí, señor. -Se volvió hacia el espejo riendo. Cogió un brillo de labios y se dispuso a retocarse el maquillaje.

Chase volvió al salón a esperarla, negando con la cabeza incrédulo, intentando conciliar a Sloane Carlisle, la «hija» del senador, con la mujer que tanto estaba disfrutando del juego. No del juego de buscar a Samson sino de interpretar el papel de mujer de Chase Chandler.

Y mentiría si dijera que él no lo estaba disfrutando también.

CAPÍTULO 11

El Crazy Eights no había cambiado desde la última visita de Sloane: el olor a humo seguía impregnando el ambiente y el alcohol corría a raudales ante sus ojos. Sin embargo, había una diferencia nada desdeñable. Cuando entró en la sala de billar del fondo, tenía el apoyo de Chase y de su familia.

No valía la pena engañarse, esa presencia significaba mucho para ella. Por mucho que quisiera a su familia y ellos también la quisieran, siempre había notado que había diferencias entre ellos; las suficientes como para pensar que ella era rara sin saber bien por qué. Con Chase, Rick y Kendall, no sólo sentía su apoyo incondicional, igual que lo había sentido mientras crecía, sino que se sentía a gusto. Encajaba.

Recorrió la sala llena de humo con la mirada. Los moteros rodeaban una mesa del fondo y Dice miró hacia ellos el tiempo suficiente como para reconocerlos. Era obvio que había vis$› a Chase detrás de ella, y como la «propiedad» había quedado clara la primera noche, decidió dejarla en paz. Teniendo en cuenta que Kendall iba agarrada de Rick, Sloane decidió que su nueva amiga también estaba salvada. Esa noche, los moteros no iban a suponer ningún problema.

Al darse cuenta de la situación, se acercó a Chase.

– No hacía falta que llevara tu camisa.

– Sí, sí hacía falta.

Sloane la miró con curiosidad.

– Porque no quiero que la lleves -se limitó a decir.

Para ser un hombre de pocas palabras, acababa de ser muy elocuente. Tragó saliva y continuó escudriñando el local.

Parecía como si Earl y sus amigos no hubiesen abandonado la mesa desde que los vio por primera vez, y decidió no postergar su conversación con ellos. Sloane se adelantó a Chase y se acercó al viejo.

– Hola, Earl. ¿Qué tal?

– Hola, guapa. -Le dedicó una sonrisa desdentada. -¿Has venido a que te dé otra paliza? -Cogió el taco de billar y lo apoyó en el suelo.

– A lo mejor luego me convences para que eche una partida. Ahora mismo quería invitarte a una copa.

– ¿Has oído eso? Alcohol gratis -gritó al amigo con el que estaba jugando. -Ahí veo que hay sitio. -Señaló hacia un reservado con capacidad para cuatro personas. -Venga, Ernie. La señorita invita al whisky.

Sloane abrió la boca, pero en seguida la cerró. Si quería respuestas de Earl, mejor que no le discutiera lo de tomar una copa con su amigo.

– ¿Quién es esa linda felina que va contigo? -le preguntó Earl a Sloane, señalando a Kendall con una inclinación de cabeza.

– Un felino es un gato, inútil. -Ernie soltó una tos seca que dejó preocupada a Sloane.

– Es. Kendall -contestó a modo de presentación, señalando a Earl y a su amiga.

– Es mi mujer -aclaró Rick, con una especie de gruñido.

Sloane se alegró de que no hubiera sacado la pistola o enseñando el arma para demostrar su territorialismo de macho que tan habitual parecía en aquel lugar. Pero Rick era todo un profesional.

– ¿Qué os parece chicas? ¿Os sentáis con nosotros y le dejamos la mesa de billar a vuestros hombres? -sugirió Earl.

Kendall alzó la mirada. A Chase le palpitaba un músculo de la mandíbula y Rick en seguida deslizó la mano hacia la cintura de su esposa.

Maldita sea. Sloane necesitaba esa conversación, y sabía que Chase lo comprendería.

– Me parece perfecto -dijo pues, antes de que alguien pusiera alguna objeción. -¿Kendall? -Sloane lanzó una mirada suplicante a su amiga, pero dejó de preocuparse en cuanto vio en la mirada de Kendall que ésta estaba más que dispuesta a la aventura, a pesar de lo furioso que parecía su marido.

– Me parece bien. -Kendall confirmó la corazonada de Sloane.

– Estaremos aquí. -Chase señaló la reja que había junto a la mesa de billar. -Aquí mismo. -Y dirigió una mirada furibunda a Earl mientras le hablaba con tono amenazador.

– No recuerdo la última vez que estuvimos con unas mozas tan guapas como vosotras. -Earl cogió a Sloane del brazo y la condujo a la mesa mientras Ernie imitaba a su amigo y hacía lo mismo con Kendall.

Sloane lanzó una mirada de agradecimiento a Chase, quien inclinó la cabeza y no le quitó los ojos de encima ni un instante, por lo que se sentía segura y protegida.

Le gustaba ser la mujer de Chase Chandler.

– Esto no me gusta. -Chase bebía lentamente una cerveza sin quitarle ojo a Sloane, que bebía y hablaba con Earl y su amigo Ernie.

– ¿Y crees que a mí sí? -Rick indicó a la camarera con un gesto que le trajera otra cerveza. -La próxima vez, recuérdame que no me ofrezca a ayudarte.

– Cállate. -Chase se recostó en el asiento y decidió emplear el tiempo de forma inteligente y observar. Siempre le habían intrigado las distintas facetas de Sloane, aunque tenía que reconocer que nunca la había visto como la hija del senador, sino como una mujer relajada. Muy distinta de Madeline Carlisle y cómoda en su mundo. Había querido verla con su camisa puesta por algún motivo que no era racional.

No consideraba que esa Sloane fuese una fachada. Sin embargo, la mujer que se presentaba ante el mundo cuando hacía campaña a favor del senador Carlisle, sí lo era. Sloane quizá fuera más informal y relajada que su familia pero eso no significaba que, por naturaleza, le gustaran los excesos. Sin embargo, a juzgar por cómo se tomaba un chupito tras otro con Earl y Ernie, necesitaba permitirse el lujo de ser libre. Igual que la noche en que se habían conocido.

Chase se dijo que, teniendo en cuenta que había reprimido sus necesidades a favor de las de su familia durante demasiado tiempo, su rebeldía era positiva. Sin duda, cuando acabara su tiempo juntos agradecería la oportunidad de disfrutar de su libertad.

Cruzó los brazos sobre el pecho y asintió. Sloane y su situación resultaban perfectas para un hombre que deseaba evitar las relaciones y el compromiso, e incluso mejor para el reportero que quería ser el primero en revelar su historia. Así pues, ¿por qué esa idea lo hacía sentir vacío?

Sloane estaba mareada. Vertiginosamente mareada. Lo más probable es que al día siguiente tuviera una resaca considerable, pero por el momento estaba relajada y en compañía de Earl. Y éste tenía mucha información que darle. Por desgracia, sólo estaba dispuesto a hablar cuando las mujeres acompañaban sus respuestas con un trago de alcohol. Ella y Kendall habían conseguido convencer al viejo de cambiar el vodka por whisky para librarlas del desagradable sabor, pero el efecto era el mismo. Sloane estaba borracha.

– ¿O sea que ayer hablaste con Samson? ¿Y qué te dijo? -Sloane hizo girar el vaso entre las manos. Cuando bajó la mirada vio dos. No dos manos, que era normal, sino dos vasos, que sabía que no existían.

– Sí, señora. Llamó. A mí también me sorprendió, porque no suele gastarse el dinero en llamar por teléfono. -Earl describió círculos con los hombros y se llenó el vaso. -El muy idiota dijo que se había quedado sin casa por culpa de un incendio, pero que no me preocupara, que está escondido en un lugar seguro. -Earl desvió su atención al vaso de Sloane y se lo llenó hasta la mitad. -¿Has tomado alguna vez un coscorrón? -preguntó el viejo, pasando del tema preferido de Sloane al de Earl.

– Voy a buscar el ginger-ale -dijo Ernie, aprovechando la idea antes de que Sloane o Kendall tuvieran tiempo de responder.

Se dirigió a la barra y volvió al cabo de unos minutos con un litro de soda.

– Muchas botellas en la mesa -apuntó Kendall arrastrando las palabras. -¿Estáis conchabados con el dueño? -Observó la soda con curiosidad. Era obvio que tampoco sabía lo que era un coscorrón, pero a juzgar por el brillo de los ojos del viejo, estaban a punto de descubrirlo.

Earl se rió entre dientes.

– Somos buenos clientes. No le importa darnos botellas siempre y cuando se las paguemos. Y has dicho que invitabas tú. -Miró a Sloane con recelo, como si quisiera recordárselo.

– Y lo mantengo. -No le importaba pagar las bebidas, pero se estaba acercando a su límite de alcohol. Con un poco de suerte, con dos o tres preguntas como máximo sabría lo suficiente como para largarse de allí.

– Llena y hasta el fondo. -Ernie llenó del todo el vaso de chupito de Sloane con ginger-ale mientras Earl le explicaba los detalles más importantes del trancazo. Señaló el vaso de chupito. -Tapas el vaso ese con la palma de la mano y golpeas la parte de abajo contra la mesa. Se formarán burbujas y entonces te lo bebes de un trago. -Sonrió, satisfecho con sus indicaciones. -Ya verás con qué facilidad te baja el alcohol.

– El chupito baja entonces mejor, ¿eh? -Lo miró fijamente. Le veía los dientes borrosos y era incapaz de distinguir el espacio vacío que tenía en la boca. -¿Te importaría decirme por qué no me lo has dicho hace cinco tragos? -preguntó Sloane irónicamente.

Tomó aire para armarse de valor, golpeó el vaso y se tragó el chupito, pero por culpa de las burbujas empezó a toser hasta que los ojos se le llenaron de lágrimas. Aunque tenía que reconocer que el hombre estaba en lo cierto.

– Ha sido mucho mejor -dijo, cuando fue capaz de hablar.

– Mi turno. -Kendall se echó a reír con un tono agudo y lo bastante elevado como para perforarle los tímpanos a Sloane. -Primero las preguntas. ¿Dónde dijo Samson que estaba?

Teniendo en cuenta lo que habían bebido, a Sloane le alucinaba que aún fuera capaz de centrarse en el tema de conversación que les interesaba. Le debía una a Kendall, y a la mañana siguiente le llevaría personalmente el café a modo de agradecimiento; eso si es que conseguía levantarse de la cama.

Las dos mujeres habían llegado a una especie de acuerdo tácito. Para evitar que alguna de ellas se emborrachara demasiado, alternaban las preguntas y, por tanto, los chupitos. Sloane no se imaginaba cómo se sentiría si hubiera estado allí ella sola. Probablemente estaría ya caída debajo de la mesa. Earl se encogió de hombros.

– Samson no me dijo dónde estaba. Pero él nunca dice gran cosa. Tampoco llama nunca, así que me sorprendió que llamara -repitió.

Sloane sabía que esas palabras escondían algún mensaje, pero estaba demasiado aturdida para distinguir de qué se trataba. Ladeó la cabeza e inmediatamente se arrepintió del rápido movimiento. Cuando se le pasó el mareo, se obligó a pensar. Samson había llamado a Earl pero nunca antes le había llamado. Incluso se planteó si tenía teléfono antes de la explosión.

– ¿Por qué te llamó? -preguntó Sloane.

– La rubia todavía no ha bebido -dijo Earl, negándose a responder hasta que Kendall remediara su distracción.

Ernie le llenó el vaso, y Sloane exhaló un suspiro esperando a que Kendall bebiese para sonsacarle más información a Earl. Cuando éste estuvo satisfecho, se tomó él mismo un chupito de golpe y volvió al tema de conversación.

– Samson se imaginó que me habría enterado de lo de su casa y que me preguntaría si estaba muerto.

Sloane se abochornó al ver la tranquilidad con la que Earl hablaba de un tema como ése, pero por lo menos Samson tenía a quien recurrir cuando tenía problemas. Aunque Earl no pareciera el hombre más cariñoso del planeta, era amigo de Samson.

– Yo no me había enterado hasta que me lo dijo. Le pregunté si heredaría algo si la palmaba. -Se carcajeó de su chiste cruel y ella hizo una mueca de dolor. -Samson dijo que no era asunto mío quién se quedaría su dinero, pero que más me valía saber que tenía parientes que enredarían si…

– Heredarían, imbécil -metió baza Ernie.

Kendall y Sloane se echaron a reír, pero Earl no les hizo caso, y se limitó a observar a su amigo.

Sloane se agarró a las palabras de Earl y se preguntó si Samson era tan arisco como decían cuando hablaba con Earl y si realmente tenía parientes. Incluso se planteó si estaría refiriéndose a ella. El estómago se le revolvió por una mezcla de temor y esperanza, sensación que nada tenía que ver con el alcohol que había ingerido.

– Samson me dijo que no iba a ver ni un céntimo -continuó Earl. -Pero al menos el muy desgraciado está vivo.

A pesar del embrollo mental que tenía, Sloane advirtió un atisbo de afecto en la voz de Earl. Se negaba a creer que fuera fruto de su imaginación. A alguien debía de importarle si Samson estaba vivo o muerto, y no le quedaba más remedio que pensar que aquel viejo hosco era amigo de su verdadero padre. Al fin y al cabo, todo el mundo necesitaba que alguien se preocupara por él. Samson se merecía tener por lo menos eso. Se le hizo un nudo en la garganta y de repente notó el intenso deseo de establecer un vínculo emocional con otro ser humano. Alguien que se preocupara por ella.

Dirigió la vista a Chase, vio su expresión de desasosiego y se lo quedó mirando. Su expresión seguía siendo sombría, y levantó una mano para indicarle que disponía de cinco minutos. Era obvio que estaba preocupado y Sloane supo que el corazón no la engañaba… Le importaba. Ella le importaba.

Se ciñó la camisa al cuerpo con más fuerza para notar el calor de él, y notó una cálida oleada de excitación al adquirir conciencia de que estaba enamorada de él.

– Oye, nena. -Ernie dio un golpecito a la mesa con una botella. -¿Sabes quién heredará en vez de Earl? -preguntó, interrumpiendo los pensamientos de Sloane.

Cielos, menudos pensamientos. ¿Amor? Se estremeció. El alcohol solía distorsionar la realidad. Era imposible que se hubiera enamorado de Chase Chandler, ¿o no?

– Eh, oye. Estaría bien tener una respuesta. Os hemos respondido a todo lo que queríais, pero vosotras en cambio no soltáis prenda. -Earl cruzó los raquídeos brazos sobre el pecho, impaciente y molesto.

– No sé a quién le dejaría Samson su dinero -dijo Sloane.

Lo cual hizo que la asaltara otra duda. ¿Acaso Samson tenía dinero que dejar? Y si así era, ¿por qué seguía viviendo como un hombre pobre, sin recursos? Se obligó a mirar de nuevo a los viejos de la mesa, los únicos que podían tener la respuesta.

– Que yo sepa no tiene parientes.

– Ni tampoco amigos en Yorkshire Falls. -Kendall añadió lo que ella sabía para ver si así les sonsacaba más información.

– Porque nos tiene a mí y a Ernie. -Earl se dio un golpecito en el pecho, orgulloso de la relación con su amigo.

Ernie asintió para mostrar su acuerdo.

– No le hace falta nadie más.

– Y no pensamos decir nada hasta que bebáis más. -Earl acompañó su afirmación de un trago. Sloane era incapaz de beber más y lanzó una mirada a Kendall. Su amiga movió la mano para indicar que ya no le entraban más chupitos.

Antes de que a Sloane se le ocurriera una forma de escabullirse, los hermanos Chandler hicieron acto de presencia en la mesa. Rick carraspeó, pero Sloane sólo tenía ojos para Chase. Alto, moreno, guapo… era su perfecto salvador.

Se levantó con la intención de decírselo. Dio un paso adelante, tropezó y cayó en sus brazos.

– Mierda. -Chase agarró a Sloane y sostuvo el peso con su cuerpo. Suave y cálido, y además olía bien, a pesar del alcohol que forma más básica, sentía la necesidad de protegerla y cuidarla con más fuerza que nunca antes.

– Me parece que he bebido demasiado. -Sloane soltó una risita tonta y se apoyó en él.

– ¿Ah, sí? Nunca lo hubiera dicho. -En silencio, se maldijo por haber permitido que la situación se prolongase tanto.

Rick levantó a Kendall del asiento y la cogió en brazos. Chase supuso que su hermano no le dirigiría la palabra durante por lo menos un día, hasta que se calmara.

Chase prestó ahora atención a los viejos.

– Bueno, chicos, se acabó la diversión. Si tenéis noticias de Samson, llamadme. -Chase entregó sendas tarjetas a Earl y a Ernie. Era de esperar que alguno de los dos no la perdiera.

– ¿Quién iba a decir que habría gente buscando a Samson? Pensaba que a nadie le caía bien aparte de a nosotros. -Earl meneó la cabeza, pero Sloane se agarraba con fuerza a Chase, demasiado bebida como para advertir la importancia de las palabras de Earl.

Empezó a besuquear a Chase en el cuello, mordisqueándolo justo debajo de la oreja. Pensar en encontrar a Samson no era tarea fácil teniendo a Sloane excitándolo. El roce de sus labios húmedos contra la piel le enardecía los sentidos, y el hecho de tenerla en brazos hacía que se estremeciera de forma inusitada.

– ¿Alguien más está buscando a Samson? -consiguió preguntar.

Ernie se levantó del asiento.

– Hace unos días, vino un hombre a preguntar por él. -No me lo habías dicho. -Sloane se espabiló y levantó la cabeza del hombro de Chase. -¿Por qué no me lo has dicho?

– Dio un paso adelante, pero Chase la sujetaba con fuerza. Podía caerse en cualquier momento.

– Porque jugábamos a las veinte preguntas y no lo habéis preguntado. -Earl negó con la cabeza y entornó los ojos.

– ¿Qué aspecto tenía? -preguntó Rick con su voz de policía.

– Samson es requetefeo, igual que Ernie. -Earl señaló a su amigo.

– No hace falta ser grosero. -Ernie hizo un mohín, pero enderezó los hombros, como si se dispusiera a una pelea.

Chase apretó los dientes mientras Sloane intentaba ponerse derecha y prestar más atención.

– Empecemos otra vez. ¿Qué aspecto tenía el hombre que vino a preguntar por Samson? -Chase aclaró la pregunta antes de tener que separar a los dos hombres.

– No me acuerdo. ¿Y tú? -le preguntó Earl a Ernie.

Negó con la cabeza.

– No, señor. No era muy amable y no quería jugar al billar ni invitarnos a una copa.

– ¿Lo cual significa que no soltasteis prenda? -supuso Chase.

– Correcto. -Earl sonrió ampliamente.

Chase se metió la mano en el bolsillo y extrajo un billete de cien dólares.

– Escuchad, chicos. -Enseñó el dinero. -Confío en que me llaméis si tenéis noticias relacionadas con Samson. Cualquier cosa, ¿entendido? Eso significa que si alguien viene a preguntar, coges el teléfono. -Agitó el billete verde delante de las narices de Earl.

– Joder! -El viejo cogió el dinero rápidamente. -Te llamaré si Samson aparece por aquí, aunque sea para decir que se mete el dedo en la nariz.

– Estoy encantado -dijo Chase con ironía. -Pero si me entero de que sabéis algo y no llamáis, mi hermano policía os detendrá por obstrucción a la justicia. -Chase habló con el tono más amenazador posible. Probablemente, ni Earl ni Ernie fueran conscientes de que Rick no tenía jurisdicción para hacer tal cosa.

Y éste, que ahora tenía bien sujeta a su esposa, mostró discretamente la pistolera antes de disimular el arma con la chaqueta.

Earl se guardó el billete en el bolsillo del pantalón y asintió.

– Tenemos que jugar una partida -dijo, con obvias intenciones de alejarse lo más posible de Chase y Rick.

Lo cual a Chase ya le parecía bien. Había decidido recurrir a las amenazas para asegurarse de que a los viejos no se les «olvidaba» ninguna información.

En esos momentos, lo único que deseaba era que a Sloane se le pasara la borrachera. Había logrado escuchar parte de la conversación, pero no toda, y esperaba que ella recordara el resto por la mañana.

Le apartó los rizos rebeldes de la cara.

– Vamos, cariño. Es hora de llevarte a casa.

– ¿Para que puedas hacer conmigo lo que quieras? -Lo pilló desprevenido y se le echó encima. Apretó los senos contra su pecho y encajó la ingle en la de él mientras le plantaba un beso en los labios.

Lo último que quería hacer era apartarla, pero no tenía otro remedio. Se la quitó de encima y la rodeó con los brazos para llevarla afuera.

– ¿Sabes qué? -le dijo mientras seguían a Rick y a la igualmente borracha Kendall por la puerta. -Te meteré en la cama y si sigues estando de humor ya hablaremos de hacer contigo lo que quiera.

Chase entró en la casa con Sloane en brazos y subió con ella la escalera hasta el dormitorio. Pasó junto al contestador automático del teléfono de la cocina y vio que la luz roja parpadeaba. No tenía ninguna intención de escuchar el mensaje entonces. Tenía a una mujer vulnerable y predispuesta en los brazos y lo que más deseaba en el mundo era estar con ella.

Sloane se sentía floja hasta el punto de pensar que no tenía huesos y Chase era perfectamente consciente de su aroma dulce y de la forma excitante de acurrucarse contra él.

La tendió en la cama y ella se recostó de cualquier manera en la almohada antes de hacerle una seña con el dedo.

– Quiero saber más sobre lo que me vas a hacer -dijo con voz ronca.

– Será todo un placer enseñártelo. Después de que me cuentes qué han dicho Earl y Ernie sobre Samson. -Quería que hablara antes de que se le olvidara lo que le habían contado.

– Earl ha dicho que Samson es requetefeo -contestó. -¿Es verdad?

Le pareció advertir un tono de niñita perdida en su voz al preguntarle sobre el padre que nunca había conocido.

– Es… -Chase nunca se había parado a pensar en el aspecto físico de Samson e intentó darle una imagen fiel. -Tiene el pelo cano y la tez morena, porque pasa mucho tiempo al aire libre. Le gustan los jardines que hay delante de Norman's y no -le acarició la mejilla, -no es requetefeo.

Sloane esbozó una sonrisa dulce, y Chase no se resistió a probar aquellos labios. Como de costumbre, no le bastaba con saborearlos una sola vez, y juntó aún más su boca con la de ella.

Sloane gimió y permitió que sus respectivas lenguas entraran en contacto, acercándose más y sin separarse. Chase asumió el mando, se tumbó en la cama y se la colocó encima. Pero era obvio que Sloane no pensaba aceptar la sumisión, y le fue dejando besos en el cuello mientras le quitaba la camisa para repetir los lametones y mordisquitos eróticos en el pecho.

Sin previo aviso, le lamió un pezón y luego se lo mordisqueó con los dientes.

Chase notó una sensación que le fue directa a la entrepierna.

– Cielo santo. -El cuerpo le daba sacudidas y casi estuvo a punto de desplazarla de encima de sus muslos.

– Alguien está buscando a Samson -dijo de repente levantando la cabeza.

– Menos mal que te vas centrando. ¿Qué más recuerdas?

Negó con la cabeza. Los mechones rebeldes le caían delante de la cara y hacía rato que se le había ido el maquillaje. Se la veía fresca y sana y, al mirarla, notó que lo embargaba la emoción.

– Earl y Ernie no recordaban el aspecto del hombre. Pero tuvieron noticias de Samson y está escondido en algún lugar seguro. Menos mal que existen los pequeños favores, ¿verdad?

– Sí.

– ¿No hay nadie en Yorkshire Falls que pudiera haberlo acogido en su casa? -preguntó esperanzada.

Chase extendió las manos delante de él, indicándole que no tenía una respuesta mágica que la tranquilizara.

– Raina lo dejaría quedarse en su casa, pero es obvio que si hubiera tenido noticias suyas nos habríamos enterado. Lo mismo en respecto a Charlotte, pero ésta no está en el pueblo. Ojalá pudiera decirte lo que quieres oír, pero no puedo.

– Entonces quiero otra cosa.

No le cabía duda de lo que pedía, y él estaba dispuesto a complacerla. Hicieron el amor dos veces, con frenesí y rapidez la primera, y con ternura y lentitud la segunda. Chase se quedó dormido con Sloane en los brazos y con el sonido del teléfono en el oído.

CAPÍTULO 12

Sloane intentó abrir los ojos, pero le dolían demasiado. Era incapaz siquiera de levantar la cabeza.

– ¿Quién ha contratado al grupo de percusión? -farfulló mientras hundía la cabeza en la almohada.

– Creo que tú -respondió una voz masculina que le resultaba familiar.

– ¿Te conozco de algo? -le preguntó a Chase en tono irónico, incapaz de pensar en otra cosa que no fuera el retumbar de tambores que notaba en su cabeza.

Chase se sentó en la cama y ella notó que se hundía con el peso.

– Nos conocimos anoche -respondió con picardía. A pesar de la resaca, ella sintió una calidez en el estómago. Sin embargo, sabía que no debía reírse.

– No puedo creerme que bebiera tanto -se lamentó. -Earl no te dejó otra opción. Toma, ponte esto -le dijo mientras le daba la vuelta y le colocaba un paño húmedo en la frente.

Ella notó el alivio de inmediato.

– Humm, eres un regalo caído del cielo, Chase Chandler.

El se rió por lo bajo.

– También te he traído agua y aspirinas. -Creo que me convendría esperar un rato antes de levantar la cabeza -masculló ella. -¿Qué hora es?

– Las siete de la mañana.

– Espero que Kendall se encuentre mejor que yo -dijo, mientras comenzaba a recordar la noche anterior.

No habían encontrado a Samson, pero el recuerdo de haber hecho el amor con Chase la llenaba. Un hombre al que quería para ella sola, pero la cruda verdad era innegable. El no sentía lo mismo y la existencia de otra mujer en su vida, Cindy, así lo confirmaba. Sloane no era más que una distracción hasta que se separaran.

Sin embargo, no quería que nada ni nadie se interpusiera entre ellos. Puesto que el paño le cubría la frente y los ojos, no tendría que plantarle cara en sentido literal, así que le pareció el momento idóneo para hablar sobre el tema.

– Dijiste que lo de Cindy no era fácil de explicar, pero cuanto más tiempo pasamos juntos, aunque esto sea temporal, más me molesta que estés con otra persona.

– He cortado con Cindy -respondió él con claridad y firmeza, y esas palabras la sorprendieron.

Sloane tragó saliva.

– ¿Por qué? -preguntó sin abrir los ojos.

– Creía que resultaría obvio. -Se inclinó hacia adelante y la besó en los labios.

En ese instante, Sloane recordó más detalles de la noche anterior, como que había pensado que se había enamorado de él. El sentimiento no había sido fruto del alcohol, sino del corazón. Abrió la boca y lo recibió con toda la pasión, deseo y amor que bullían en su interior.

Pero el teléfono los interrumpió y, con un gruñido, Chase descolgó el auricular de la mesita de noche.

– Chandler.

Sloane esperó mientras la cabeza le palpitaba con tanta fuerza como el corazón, pero ahora por motivos distintos. Se había enamorado de aquel Chandler, un hombre que no quería formar una familia ni compartir el futuro con una mujer porque ya tenía muchas responsabilidades. Había tenido una vida demasiado cargada y Sloane tendría que pagar por ello y, cuando llegara el momento, dejarlo marchar para que hiciera realidad sus sueños.

– ¿Mamá está en el hospital? -La voz de Chase interrumpió sus egoístas pensamientos.

¿Raina se había puesto enferma? ¿No lo había presentido Sloane? Pero Rick y Chase habían insistido en que se trataba de una farsa, un juego para que los chicos sentaran la cabeza. No lo era, y tendría que haberle pedido a Chase que se lo tomara más en serio.

– Voy en seguida -dijo Chase, tras lo cual colgó y se volvió hacia Sloane. -Tengo que irme.

Sloane ya se lo había imaginado.

– ¿Qué ha pasado?

– A mamá comenzó a dolerle el pecho mientras dormía y llamó a una ambulancia. -Aquella noticia lo dejó helado. Raina lo había llamado, pero él estaba ocupado. Con Sloane.

Por primera vez en su vida, había estado demasiado atareado como para comprobar el contestador automático y, aunque se había convertido en un periodista estelar, no se había molestado en echar un vistazo al busca.

La familia siempre había sido su máxima prioridad, hasta aquel momento. Tal vez las consecuencias fueran trágicas. Se levantó y cogió los pantalones.

– Déjame acompañarte. -Sloane se incorporó en la cama y gimió mientras se llevaba las manos a la cabeza. -Joder, es como si me estuvieran aporreando aquí dentro.

Chase decidió que sería mejor que fuera solo para concentrarse y reencontrarse con los suyos.

– Quédate aquí. Te llamaré para ver cómo te encuentras -le prometió.

– ¿Qué ha pasado? Creía que los problemas de corazón de tu madre eran falsos.

– Según Rick, esta vez ha sido en serio. Ella lo llamó y Rick le ha hecho compañía toda la noche.

– ¿Por qué no te ha llamado?

– Sí me ha llamado. -Se abotonó los pantalones y se puso una sudadera. -Pero yo estaba demasiado ocupado para contestar.

Sloane se estremeció al percatarse de lo que quería decir. -Lo siento.

– No pasa nada -mintió Chase. Ya le había mostrado demasiado cómo era, le había dado demasiado poder sobre sus emociones y sentimientos. Había llegado el momento de controlarse.

Cogió las llaves.

– Descansa y ya te llamaré en cuanto sepa algo.

Sloane asintió. Si le dolía que Chase se marchase sin ella, no lo demostró. A pesar de la necesidad de fortalecer sus defensas y mantenerla al margen, una parte de Chase deseaba precisamente la respuesta emocional que trataba de contener.

Quería abrazarla y que ella lo abrazase antes de irse al hospital. Sin embargo, se limitó a despedirse y salió por la puerta.

Tras el portazo de Chase, Sloane oyó el motor del coche poniéndose en marcha en la calle. Luego se produjo un largo silencio. La esperanza que había sentido al oírle decir que había roto con Cindy se desvaneció en esos momentos. Chase se había encerrado en su caparazón y no hacía falta ser neurocirujano para saber el motivo.

Hacía menos de una semana que conocía a los hermanos Chandler, pero ya había comprendido su código de honor. La familia era lo primero, y Chase había incumplido ese código la noche anterior. No había respondido al teléfono por exceso de dedicación a Sloane. Era preferible que se centrara en sus propios problemas y dejara que Chase Chandler y su familia se ocuparan de los suyos.

Descolgó el teléfono y llamó a su madrastra. Aunque no era una persona madrugadora, Madeline respondió tras el primer tono.

– ¿Sí?

– Hola, mamá.

– Sloane, cielo, gracias a Dios -dijo Madeline en tono aliviado. -Necesitaba oír tu voz.

A ella se le hizo un nudo en la garganta y añoró su hogar de un modo inesperado. A pesar de las mentiras, quería a su familia. Esa era una de las verdades que había aprendido durante su estancia en Yorkshire Falls.

– Estoy bien, y yo también necesitaba oírte. -Para su propio asombro, se le quebró la voz y rompió a llorar.

– ¿Has encontrado a Samson?/-le preguntó Madeline, preocupada. -¿Por eso lloras?

Sloane meneó la cabeza.

– No, no lo he encontrado. Se marchó tras la explosión pero, según la gente del pueblo, Samson es extraño, que haya desaparecido no les sorprende. -Se secó los ojos. Trató de explicarle lo imprescindible para no preocuparla. -Cuando me fui para venir aquí, ¿papá se lo tomó mal? -Si a Michael Carlisle le preocupaba la seguridad de Sloane, es posible que hubiese enviado a alguien para encontrar a Samson, lo cual explicaría la presencia de la persona que Earl había dicho que lo buscaba.

– No, entiende que es cosa tuya. Sloane se mordió el labio inferior.

– ¿Y la campaña? ¿Cómo va? Frank y Robert deben de estar publicitando a papá como locos después de anunciar que se presentará a vicepresidente. -Sloane mencionó al jefe de campaña de Michael con la esperanza de que Madeline le proporcionara información sin querer. Al fin y al cabo, Frank era quien había amenazado a Samson. Después de Michael, él sería quien saldría peor parado si alguien tan incontrolable como Samson Humphrey desbarataba la campaña.

– Frank ha empalmado una reunión tras otra mientras Robert estaba fuera de la ciudad -respondió Madeline.

– ¿Se ha ido ahora? ¿En pleno apogeo de la campaña? -preguntó Sloane tratando de fingir sorpresa.

– Una urgencia familiar. Ya sabes que esas cosas no pueden evitarse -suspiró Madeline. Se produjo un largo silencio tras el cual añadió en tono incrédulo: -No estarás pensando que buscan a Samson para asegurarse de que no hable, ¿no?

– ¡No! Claro que no. Creo que Samson no es más que un excéntrico que ha desaparecido. Y si Robert dice que tiene una urgencia familiar, estoy segura de que es verdad. -Sloane también estaba segura de que, si Robert estaba en Yorkshire Falls, pasaría desapercibido.

– Bien -dijo Madeline, que no parecía haberse calmado. -Al menos sé que hay alguien que vela por ti.

– Lo cual me recuerda algo: ¿cómo es posible que le pidieras a Chase Chandler que fuera mi guardaespaldas? -le preguntó, reprochando el carácter protector de su madrastra.

– Yo hago lo que haga falta con tal de velar por la seguridad de mi familia. Chase es buena persona, Sloane.

– Dime algo nuevo.

– ¿Os lleváis bien? -preguntó esperanzada. «Tiene mucho en común con Raina Chandler», pensó Sloane. -Te acaba cayendo bien -replicó de forma evasiva. Madeline se rió.

– Ya es algo. ¿Me llamarás si me necesitas?

– Descuida -prometió Sloane. Colgó el auricular y lo contempló unos instantes mientras pensaba en la marcha de Chase.

¡Maldito hombre! ¡Malditos sentimientos encontrados! Sí, Chase la había apartado, pero Sloane había visto cómo se le ensombrecía el semblante de deseo; lo había oído gemir cuando estaba en su interior. Ningún hombre podía fingir algo así, por no hablar de su ruptura con Cindy. «A la porra lo de no darle importancia a las cosas», pensó mientras se levantaba. A pesar del dolor de cabeza palpitante, comenzaba a pensar con claridad. Tenía que encontrar a su padre y enderezar el rumbo de su vida. Y tal vez Chase Chandler formara parte de ella.

Chase llamó una vez y abrió la puerta de la habitación de su madre en el hospital. En esa ocasión, la habían obligado a pasar la noche allí en lugar de dejar que volviese a casa. Chase se sentía culpable, y lo abrumaba una sensación de traición. Había tratado de correr tras la familia de Sloane en lugar de darle importancia a la suya.

– ¿Mamá? -dijo en voz baja por si acaso estaba durmiendo.

– Pasa -le dijo Rick desde una silla en un rincón de la habitación.

Chase entró y observó a su alrededor. El papel pintado de las paredes era de tonos apagados y del techo colgaba un televisor. Sin sonido, las imágenes parpadeaban desde la pantalla. Raina ocupaba la única cama de aquella habitación tan grande. Eric probablemente se había asegurado de que tuviera una habitación individual y de que cuidaran bien de ella.

Raina miró pestañeando a Chase mientras él se acomodaba en el borde de la cama. Su hijo le tomó la mano entre las suyas.

– ¿Cómo estás?

– Mucho mejor -respondió ella mientras se incorporaba un poco sobre las almohadas. -No me lo puedo creer -murmuró con una expresión de remordimiento y preocupación.

– ¿El qué? -preguntó Rick inmiscuyéndose, como de costumbre. -¿Que Chase finalmente tenga vida social? -Miró a Chase y le guiñó un ojo para tratar de animar el ambiente.

Raina se rió.

– Deja en paz a tu hermano. Tiene derecho a disfrutar del sexo sin que metas baza. -Raina cruzó los brazos sobre el pecho con una expresión que le dejaba a Rick muy claro que no debía volver a mencionar el tema.

Como si las regañinas de Raina hubieran servido de algo en el pasado.

Su madre estaba hablando de la vida sexual de Chase. Rick se sonrojó.

– Bueno, creo que ya era hora, ¿no? -dijo no obstante, levantándose de la silla y desperezándose. Chase gimió.

– Preferiría hablar de cómo se encuentra mamá.

– ^¿X no sobre lo que hiciste después de llevar a Sloane a casa? -bromeó Rick.

Sin embargo, ni siquiera el tono jocoso de su hermano hacía que Chase se sintiera menos culpable.

– Mamá se pondrá bien -dijo Rick finalmente al ver la expresión preocupada de Chase.

Raina le apretó la mano como para corroborarlo.

– Ya estoy bien. Pero, Chase, este incidente no tiene nada que ver con el anterior. -Raina se sonrojó, y se la veía tan incómoda que Chase no se sintió capaz de expresar su enfado por la farsa de su madre.

– Lo sé, mamá. Lo pasado, pasado está, ¿entendido? Lo que ahora importa es tu salud y que esta vez no sufras una recaída. -Se inclinó hacia adelante, con los codos apoyados en la manta, sin soltar la mano de su madre.

Raina parpadeó.

– ¿A qué te refieres con lo de «lo sé»? -Y desvió rápidamente la mirada hacia Rick. -¿Lo sabe? -le preguntó. Rick asintió.

– Te habría hablado del asunto cuando volví de Washington, pero entonces llegó Sloane y la situación se me escapó de las manos -dijo Chase. -Pero no volverá a ocurrir, vuelvo a tener claras mis prioridades. -Miró a Rick. -¿Cuál es el diagnóstico? -le preguntó para hacerse cargo.

– Angina de pecho. Al parecer, no le llega la sangre necesaria al corazón y, cuando se esfuerza demasiado, le duele el pecho.

Chase asintió y lo embargó una sensación de deja vu mientras oía aquella explicación, recordándole cuando Raina le había contado su último «episodio». Se dio cuenta entonces de la falta de información, de las muchas pistas que Raina había dejado y que podían haberles indicado que fingía. Pistas de las que ninguno de sus hijos se había percatado porque sólo querían que se recuperase.

– Chase, tenemos que hablar sobre lo que les hice a tus hermanos y a ti. -Raina parpadeó y se le deslizó una lágrima por el rostro. -Me equivoqué.

A Chase se le encogió el corazón al oír esas palabras.

– Ya tendremos tiempo de hablar, te lo prometo. Ahora quiero que no malgastes energía y que te pongas bien. -La besó en la mejilla y se levantó. -Me gustaría ver a Eric para que me explique claramente qué debemos hacer.

– Volverá pronto. Le he dicho que te había localizado y me ha asegurado que nos explicará a los tres cómo está el panorama. -Rick consultó la hora. -Román y Charlotte llegarán esta noche, y Eric me ha dicho que entonces será el momento idóneo para hablar.

– Me darán de alta esta tarde -añadió Raina.

– Perfecto. -Si la dejaban volver a casa, entonces las cosas no estaban tan mal, pensó Chase.

– ¿Dónde está Sloane? -preguntó su madre.

– Supongo que en casa, recuperándose de la resaca, como Kendall -respondió Rick en un tono jocoso teñido de cierto fastidio por lo sucedido la noche anterior.

– Oh, venga ya, ninguna de las dos bebe -replicó Raina.

– ¿Tú cómo sabes lo que Sloane hace o deja de hacer? -le preguntó Chase.

Raina extendió las manos sobre la manta de la cama.

– Sé cómo es. Es encantadora y honesta, y nunca haría algo así -afirmó con convicción.

– ¿La nuera perfecta? -conjeturó Rick leyéndole el pensamiento a su madre.

Los ojos color avellana de Raina se iluminaron de dicha.

– Bueno, ahora que lo dices…

– ^No fue precisamente eso lo que comenzó a causarte problemas? -le preguntó Chase. Ella se encogió de hombros.

– Ya han caído dos, jovencito. ¿Crees que voy a renunciar a la idea de que sientes la cabeza y seas feliz como tus hermanos? Tal vez mis métodos hayan sido dudosos, pero mis motivos siempre han sido nobles.

Chase gimió. Y pensar que había confiado en que los problemas de salud de Raina la hubiesen hecho desistir y que ya no tratara de casarlo…

– No pienso hablar de ello.

– ¿Porque ahora vuelves a tener las prioridades claras? -le preguntó Raina.

Chase asintió con frialdad. -Exacto.

Raina frunció los labios y dejó escapar un sonido fruto de la frustración.

– Si las tuvieses tan claras, no te quedarías aquí ahora que sabes que estoy bien.

Chase sabía perfectamente adonde quería ir a parar, pero no podía impedírselo.

– ¿Y dónde estaría? -le preguntó resignado.

– Con Sloane.

Rick se rió por lo bajo, y ni siquiera se molestó en carraspear para disimular.

– Sloane sabe arreglárselas sola -farfulló Chase.

– ¿Por qué habría de hacerlo? -le preguntó Raina.

La mirada de su madre le recordó las ocasiones en las que, de pequeño, lo había pillado haciendo algo indebido. Momentos que habían llegado a su fin en cuanto asumió el papel de cabeza de familia.

– ¿Te llevo a casa?

– Ya me llevará Eric. También Rick volverá a casa para estar con su mujer, ¿no es así?

Rick asintió.

– Desde luego… después de que le hayas leído la cartilla a Chase. -Con una sonrisita complacida, se apoyó en la pared; le divertía ver a Chase en un aprieto.

– Vete a paseo, jovencito. Quiero hablar a solas con tu hermano.

– Oh, vaya. Siempre me pierdo lo más divertido -dijo Rick.

– Acabas de imitar a la perfección tu conducta de niño -dijo Chase al recordar las ocasiones en que su madre y él mantenían conversaciones serias de las que excluían a sus hermanos pequeños. Con la salvedad de que esa vez el tema era la vida amorosa de Chase.

– Chase ha dado en el clavo. Ha pasado demasiado tiempo siendo vuestro padre y apenas ha disfrutado de la vida -explicó Raina. -Eso no es natural.

Chase parpadeó, perplejo. Le sorprendía que Raina admitiese lo muy inusual que había sido su vida.

– Dejémoslo correr. -No le apetecía ahondar en ese tema.

– No, he pasado por alto tus necesidades durante demasiado tiempo -repuso Raina en tono resuelto.

– Me largo antes de que comience a hablar de mis necesidades -farfulló Rick dirigiéndose hacia la puerta.

– Cobarde -le espetó Chase.

– Prefiero ser un cobarde a que mamá me diseccione. Nos vemos en casa esta noche -añadió dirigiéndose a su madre. -Kendall y yo llevaremos la cena, así que no se te ocurra preparar nada de nada -advirtió, luego le dio un beso volado y se marchó.

Chase encaró a su madre y, al hacerlo, encaró su pasado. La veía tan frágil y débil como durante los días posteriores a la muerte de su padre. En aquel entonces, se había percatado de que tenía que cuidar de ella, y lo hizo sin pensárselo dos veces. Ahora la situación se repetía.

Ante una crisis familiar como aquélla, sus propios deseos y necesidades no importaban. A pesar de que fueran a darle el alta esa misma tarde, la enfermedad de Raina constituía una verdadera crisis familiar. Fingida o no, la última vez, los tres hijos se lo habían jugado todo a una moneda que había cambiado la vida de Román.

Aunque Chase comprendía la gravedad del asunto, no permitiría que en esa ocasión Raina lo manipulase.

– Mamá, es mejor que lo dejemos correr.

– Después de que te cuente mi versión de los hechos.

Como sabía que se la contaría de todos modos, Chase se acomodó en la silla que había ocupado Rick.

– Soy todo oídos.

Raina se volvió hacia la ventana y Chase tuvo ocasión de observarla con detenimiento. Había envejecido, pero todavía conservaba la belleza de la juventud. Tampoco había perdido la sensatez y el buen corazón que la habían llevado a tomar decisiones impulsivas para proteger a la familia. Chase no era capaz de imaginarse la vida sin su madre.

– He cometido errores -reconoció Raina finalmente. -Y me pasé de la raya al manipularos para que creyerais que estaba enferma. Pero no ha sido el mayor error que he cometido.

Chase no pudo evitarlo y rompió a reír.

– Lo siento, pero me costaría encontrar uno mayor -comentó.

– Aah, pero a mí no. Dejar que asumieras el papel de padre cuando murió el tuyo fue un error del que me arrepiento enormemente. -Suspiró y se volvió hacia Chase.

Chase notaba que a Raina aquello le dolía mucho, pero no comprendía por qué.

– ¿Qué otra solución había?

– Podría haberte dejado ir a la universidad, por ejemplo. Ocuparme del periódico yo misma. Cuidar de tus hermanos sin depender de ti que, al fin y al cabo, eras demasiado joven.

– Estaba capacitado para hacerme cargo de la situación -le recordó Chase, sin saber muy bien cómo hacer frente al estado emocional en que se encontraba Raina. Las mujeres y las lágrimas nunca habían sido lo suyo.

Seguramente por eso, pensó entonces, se había apresurado a intervenir y a asumir el papel de su padre, sin darle tiempo a Raina para tomar sus propias decisiones o controlar su futuro. Había considerado que era el hombre de la casa y se había comportado como tal, pero, al hacerlo, había privado a sus hermanos de otras opciones.

– Lo hecho, hecho está, mamá.

– Cierto. -Sacó un pañuelo de la caja de la mesita de noche y se secó los ojos. -Pero el futuro no tiene por qué ser una réplica del pasado, y eso es lo que necesito que comprendas.

Chase arrugó la nariz y se preguntó cómo se lo explicaría.

– He aceptado la situación tal como es. Disfruto de una vida excelente y de una familia maravillosa. ¿Qué tiene de malo renunciar a algunas cosas por el camino? ¿Quién no se sacrifica? -le preguntó. -Pero ha llegado el momento de que viva mis sueños.

– Me alegro.

Las mejillas de su madre cobraron vida y Chase se sintió aliviado. Raina había entendido su punto de vista y no se preocuparía por él cuando debiera ocuparse de sí misma.

– Pero asegúrate de no olvidar dos cosas -prosiguió Raina.

– ¿Cuáles?

– De que los sueños sean fruto del presente, no del pasado. Y acepta la diferencia entre ayudarme a criar a tus hermanos, que ya eran unos diablillos medio creciditos, y la dicha de criar a tus propios hijos -dijo en tono alegre sin por ello obviar la seriedad del asunto.

Lo quería casado y con hijos. Eso no había cambiado.

– Te he oído, mamá.

– Pero no me estás escuchando, ¿verdad? La vida es corta. Se te escurrirá de las manos antes de que te des cuenta, y si dejas que Sloane salga de tu vida, te arrepentirás. No quiero que, después de todo lo que has hecho por nosotros, pierdas esa oportunidad.

Chase meneó la cabeza.

– No me arrepentiré, no vivo anclado en el pasado. -Sin embargo, no quería que Raina albergara la esperanza de que él sentaría la cabeza como Rick y Román. -Ya decidiré cuál es mi futuro y, como ya te he dicho, vuelvo a tener claras mis prioridades.

– Como un buen Chandler -dijo la voz femenina y conocida de Sloane desde la puerta. -La familia es lo primero; los hijos, ni pintados -comentó bromeando, parafraseando lo que le había dicho la primera vez que habían hecho el amor.

«La seguridad es lo primero y los hijos, ni pintados.»

Chase se volvió y vio a Sloane esbozando una sonrisa forzada. Después de todo lo que habían compartido, ella había llegado a conocerlo. Aunque sus palabras e ideas no la sorprendían, Chase vio que sin embargo la decepcionaban. Se le hizo un nudo en el estómago y sintió que no debía desilusionarla.

– ¿Qué haces aquí? -le preguntó, sin poder evitar sonreír.

Se pasó la mano por el pelo, se levantó, se acercó a Sloane y la atrajo hacia sí.

Le bastó mirarla, pálida por el calvario de la noche anterior, pero guapa de todas maneras, para sentirse más feliz de lo que debía teniendo en cuenta que su madre estaba postrada en una cama del hospital.

– He venido para ver cómo se encuentra Raina. -Sloane se acercó a la cama y, de detrás de la espalda, sacó una rosa con un mensaje que rezaba: QUE TE MEJORES. -Quería traerte bombones, pero pensé que tal vez debería consultarlo primero con el médico.

– Qué encanto de chica. -A Raina se le iluminó el semblante mientras aceptaba el regalo de Sloane.

Raina estaba tan colada por Sloane como Chase. La diferencia estribaba en que Chase sabía que una mujer como aquélla, con sus deseos y necesidades, chocaría de frente con su recién descubierta libertad. Esa mañana, su instinto lo había llevado por el camino más acertado: alejarse de ella.

– Pienso comer bombones hasta el día en que me muera… lo cual no ocurrirá hasta dentro de muchos años. Me quedan muchas cosas por vivir -declaró Raina. -Quiero salir de aquí.

Chase se rió.

– He visto a Eric pasar por el pasillo y saludar. Supongo que en una hora más o menos firmarás los papeles y te dejarán en libertad.

– Perfecto. Mientras tanto, seguid con lo vuestro y dejadme tranquila. Me apetece echar una cabezada. -Cerró los ojos y ladeó la cabeza como si pensara dormir.

Chase puso los ojos en blanco.

– Es tan transparente… -le dijo a Sloane.

Ella se rió y lo secundó:

– Lo sé, pero tiene buenas intenciones y es un encanto.

Raina carraspeó, pero no abrió los ojos.

– Bueno, también quería decirte que pensaba pasar por el veterinario para ver cómo está el perro de Samson. ¿Te parece bien si lo llevo a tu casa? Sé que pido mucho, pero no me gusta que esté solo cuando yo podría ocuparme de él…

– A Chase le encantan los perros -dijo Raina desde la cama.

– Se supone que estás durmiendo -le dijeron Chase y Sloane al unísono.

Raina se limitó a sonreír.

– Las grandes mentes piensan de forma similar. Las parejas casadas completan sus ideas mutuamente, igual que las parejas que deberían estar…

Sloane soltó una sonora carcajada y no dejó que Raina pronunciara la última y predecible palabra.

– Sigue durmiendo -le espetó Chase antes de que su madre volviera a inmiscuirse. -Puedes traer el perro a casa -le dijo a Sloane. -Pídele al doctor Sterling que te dé lo que haga falta para alimentarlo y ya le mandaré un cheque para cubrir los gastos.

– ¿Lo ves? Bajo ese exterior hosco tiene su corazoncito.

Sloane le acarició la mejilla.

– Claro que lo tiene.

Aquel contacto le caló hondo y lo hizo sentir bien, pero en lugar de disfrutarlo se puso nervioso. Si se lo permitía, aquella mujer podría acabar con su sueño de vivir finalmente su propia vida sin tener que rendir cuentas a nadie. No estaba seguro de por qué el objetivo que lo había sostenido durante años de repente lo hacía sentir vacío y frío, pero ése no era el momento de preocuparse de ello.

Una vez tomada la decisión, ¿Chase retrocedió unos pasos, fuera del alcance de Sloane.

Ella se dio cuenta de inmediato. Junto con lo que le había oído decir a su madre, supo que el gesto de Chase era deliberado. Raina quería que sentase la cabeza con Sloane y Chase no quería saber nada de ese plan. No se arrepentiría. No vivía anclado en el pasado. Eso era lo que había dicho.

A Sloane no le quedaba más remedio que encontrar a Samson, arreglar el desastre en que se había convertido su vida y seguir adelante. Se volvió hacia Chase, resuelta a adoptar el mismo aire indiferente que él.

– Yo correré con los gastos del perro de Samson, pero gracias por ofrecerte -le dijo en un tono más formal y distante de lo normal. ¿Lo había imaginado o Chase se había estremecido al oír aquel tono frío?

– Bueno, independientemente de quién corra con los gastos, Chase puede irse contigo. Aquí ya no tiene nada que hacer. -Raina agitó la mano como para abarcar la habitación, sin percatarse de la frialdad que se había creado entre los dos jóvenes.

– No, no pienso irme hasta que los médicos me digan exactamente qué te pasa y cuál es el diagnóstico -replicó Chase. Y cruzó los brazos con firmeza. Sloane tuvo la impresión de que, más que dejarle las cosas claras a su madre, lo que hacía era volverla a excluir a ella.

– Tonterías -repuso Raina.

Chase arqueó una ceja.

– ¿En serio? Ya te saliste una vez con la tuya, mamá, pero esta vez esperaré a que el médico me cuente la verdad.

Raina frunció el cejo y los labios en señal de desaprobación y luego se volvió hacia Sloane.

– Bueno, antes de que vayas al veterinario, llama al doctor Sterling y asegúrate de que esté en la consulta. La gente del pueblo se aprovecha de su carácter bondadoso y esperan que haga más visitas a domicilio que un médico de los de toda la vida. -Raina jugueteó con los cables conectados al monitor cardíaco. -Quiero marcharme de aquí -farfulló de nuevo.

– Pronto. -Chase señaló el teléfono con la cabeza. -Mamá tiene razón. Llama primero al veterinario.

A Sloane no le gustaba que Chase le dijera en ese tono frío lo que debía hacer, pero sabía que era un consejo sensato, así que se dirigió hacia la mesa y descolgó el teléfono. Marcó el número que Raina le había indicado, escuchó y colgó, resignada.

– Tenías razón. Me ha salido el contestador automático.

– ¿Lo ves? -Raina sonrió, satisfecha de haber estado en lo cierto. -Ahora puedes quedarte con nosotros. -Dio una palmadita en la cama para que Sloane se sentara a su lado.

Ella le dedicó una sonrisa.

– Me gustaría, pero tengo que hacer un recado. -Además, saltaba a la vista que Chase no la necesitaba ni la quería allí.

– ¿Dónde? -preguntó Raina.

– No es asunto tuyo -intervino Chase.

Sloane tosió para disimular un gritito de asombro, tras lo cual se acercó a la madre de Chase y le dio una palmadita en la mano.

– Te agradezco la invitación. Voy a visitar la antigua casa de mi madre -le informó con una sonrisa. -Tengo la dirección que me diste.

– Oh, querida. No deberías ir sola.

– ¿Por qué no? -preguntaron Chase y Sloane al unísono.

Ella quería alejarse del hospital y de aquellos sentimientos contradictorios, y era obvio que Chase deseaba que se marchara.

Sloane le recordaba sus fallos y, al parecer, Chase Chandler tenía unos principios demasiado elevados, inhumanos. No se permitía deseos que se antepusieran a la familia. Sloane inhaló y se irguió. Bueno, peor para él. Ella quería a alguien humano en su vida. Además, tenía que encontrar a su padre. Por mucho que le apeteciera, no era buen momento para sumar las paranoias de Chase a las suyas.

Raina chasqueó la lengua, como si los reprendiera.

– Porque se trata de una experiencia emocional, y Sloane no debería enfrentarse a ella sola.

– Es el pasado de mi madre e, indirectamente, el mío. -Sloane se encogió de hombros para quitarle hierro al asunto, por lo menos hasta que saliera de la habitación. -Me las apañaré.

Raina exhaló exasperada.

– Pero es que no quiero que Chase se quede aquí. Su hijo la fulminó con la mirada y se apoyó en la bandeja portátil que servía de mesita de noche. -Razón de más para que me quede.

– Chase tiene razón -convino Sloane rechinando los dientes. No quería nada que él no estuviese dispuesto a dar. -No se quedará tranquilo hasta que sepa que vas a ponerte bien, y no le culpo. Me enfrentaré a mi pasado familiar, intentaré recoger al perro y luego volveré a casa de Chase. Confío en que Earl llame, o en encontrar una pista sobre el paradero de Samson para dejarlo todo arreglado y regresar a Washington. -Se recolocó la correa del bolso en el hombro. -No quiero ser una molestia para nadie.

– Tonterías. -Raina agitó una mano para restarle importancia. -No molestas a nadie. Pero si averiguas alguna pista, llama a Chase mientras esté aquí o en mi casa -dijo en tono autoritario.

– Aunque me cueste reconocerlo, estoy de acuerdo con mi madre. Si averiguas algo, llámanos. Quienquiera que persiga a Samson es peligroso -recomendó Chase con expresión preocupada y un atisbo de anhelo que era incapaz de ocultar.

Pero el anhelo no bastaba, no si no estaba dispuesto a actuar.

– No te preocupes -contestó Sloane meneando la cabeza. -Sé ocuparme de mí misma. Agradezco todo lo que tu familia ha hecho por mí hasta el momento, pero ahora tienes otras prioridades.

Haciendo un último esfuerzo, se marchó de allí como si Chase no significara nada para ella. No tenía otro remedio que aceptar que, salvo que él resolviese su propio conflicto, estaba sola. No era la primera vez que experimentaba esa sensación, pero ahora que había conocido a Chase, se sentiría más sola todavía.

CAPÍTULO 13

Sloane no perdió la valentía hasta que aparcó junto a la antigua casa de su madre. Al salir del coche, las rodillas le flaquearon y comenzó a temblar. Habría dado cualquier cosa porque Chase la hubiera acompañado, pero lo necesitaban en otro lugar y no le molestaba que estuviera con su familia. ¿Acaso no había ido a Yorkshire Falls para averiguar más detalles sobre la suya? Aunque no supiera con qué se encontraría.

Soplaba una brisa fría, lo cual le estimulaba la circulación y la adrenalina. Se envolvió con la chaqueta vaquera y observó la casa mientras se acercaba a ella. Parecía bien.conservada. Sloane supuso que las niñas que jugaban en el patio trasero y la bandera estadounidense que ondeaba en el porche indicaban que era una casa apreciada por sus ocupantes.

No quería asustar a las niñas presentándose de repente en el patio, así que llamó a la puerta para pedir permiso.

Una mujer abrió.

– ¿En qué puedo ayudarte? -Se secó las manos en los vaqueros y se apoyó en el marco de la puerta.

Al ver a la propietaria, una mujer con una media melena, uñas arregladas y una sonrisa amistosa, Sloane no supo por dónde empezar.

– Tal vez te parezca una tontería, pero mi madre se crió aquí y… bueno, ¿te importaría que echara un vistazo?

La mujer sonrió.

– No, en absoluto. -Abrió la puerta del todo. -Pasa. -Se hizo a un lado y dejó entrar a Sloane. -Soy Grace McKeever.

– Sloane Carlisle -repuso diciendo la verdad. Observó el papel pintado, con motivos florales, y el suelo y el mobiliario de madera oscura. Tuvo el presentimiento de que habían redecorado la casa recientemente y de que habría cambiado mucho desde que su madre viviera allí. -¿Hace mucho que vives aquí?

– Unos ocho años. Por lo que sé, la casa ha cambiado varias veces de manos. -Señaló la amplia entrada y la escalera circular que tenían delante. -No sé qué buscas, pero estás en tu casa.

«Hospitalidad de ciudad pequeña», pensó Sloane sintiéndose bien acogida, pero negó con la cabeza.

– Gracias, pero no. -Sloane no sabía cuál había sido la habitación de su madre. -Sólo quería ver la cabaña del árbol. Me encantaría, si no te importa.

Grace se rió y se colocó el pelo detrás de una oreja.

– Claro que no. Mis hijos pasan mucho tiempo ahí. Ven, te la enseñaré. -Condujo a Sloane por la casa hasta la cocina y luego por una puerta corredera de cristal que daba al patio trasero.

Este se extendía ante sus ojos y se imaginó a su madre jugando allí de niña. O tal vez no, teniendo en cuenta la educación represiva y las estrictas normas del abuelo. Pero era innegable que ahora mismo allí había dos adolescentes riéndose y seguramente hablando de chicos.

Del mismo modo que Jacqueline y Raina habían hablado del hombre a quien Jacqueline quería. El hombre llamado Samson. Su padre.

– Chicas, es hora de que Hannah vuelva a casa -gritó Grace.

– ¿Puedo quedarme, Grace? Llamaré a Kendall y estoy segura de que le parecerá bien. Además, no sabe cocinar y prefiero comer aquí. -Una jovencita rubia y guapa muy maquillada llegó corriendo.

Por los nombres pronunciados, Sloane sabía que estaba ante la hermana de Kendall, Hannah. El hecho de que ambas chicas no pararan quietas le recordó a sus hermanas gemelas y se esforzó por no reírse.

Una joven morena tan guapa como Hannah se acercó a ésta.

– Venga, mamá. Hay comida de sobra para todos.

Grace arqueó una ceja.

– Y lo sabes porque… ¿me has ayudado a preparar la cena? -preguntó con sarcasmo.

– Porque siempre preparas mucha comida y, además, Hannah no come mucho, ¿a que no, Hannah?

– Es verdad. En serio. -La hermana de Kendall sostuvo una mano en alto.

– Bueno, hemos quedado para cenar con tu padre en Norman's y Hannah puede venir con nosotras si quiere. Kendall podría recogerte allí mismo o puedo dejarte en casa cuando volvamos. Pero llámala y asegúrate de que le parece bien.

– Genial, mamá, ¡gracias!

– Gracias, Grace. ¡

Las chicas salieron disparadas antes de que Sloane tuviera tiempo de presentarse.

– Lo siento. Ojalá pudiera decir que suelen tener mejores modales, pero son adolescentes y sólo piensan en sí mismas. -Sonrojada, Grace se echó a reír.

– No pasa nada. Tengo hermanas y lo comprendo.

Grace asintió.

– Gracias. Ahí está la cabaña. -Señaló el final de la finca, hacia un árbol grande. -No hay prisa, ¿de acuerdo? Ha sido un placer conocerte.

Sloane le sonrió. -Lo mismo digo.

– No se me ha ocurrido preguntarte dónde vives, pero estoy segura de que volveremos a vernos. -Grace se volvió y se encaminó hacia la casa mientras Sloane se preguntaba por qué no se había molestado en corregirla y decirle que no vivía en Yorkshire Falls.

Ahondar en ese asunto en esos momentos sería una fuente de dolor y, con un padre desconocido en perspectiva, tenía la corazonada de que dolores no le iban a faltar. Se acercó a la cabaña del árbol y se disponía ya a subir por la precaria escalera cuando oyó un ruido en los arbustos. Parecía que hubiese alguien al acecho. Miró hacia la casa, pero Grace ya había entrado.

El corazón comenzó a palpitarle, aunque le parecía una tontería sentir miedo en aquel pueblo tan tranquilo.

– ¿Hola? -dijo tratando de aparentar normalidad.

Volvió a oír crujidos y vio a un hombre que se ponía de pie y se disponía a salir corriendo.

– No, espera. -Algo la impulsó a detener al desconocido antes de que huyera.

La figura se detuvo y se volvió hacia Sloane. Unos ojos familiares la miraron desde un rostro masculino curtido y sin afeitar.

– ¿Samson? -conjeturó.

– Te pareces a tu madre -dijo él sin preámbulos ni formalidad alguna.

– ¿Es eso un cumplido? -Sloane tragó saliva, estremecida. Después de tanto buscarlo, allí estaba. Así de fácil.

– Interprétalo como quieras. -La miró de hito en hito durante unos incómodos instantes y, de repente, se dio la vuelta para marcharse.

– No te vayas, por favor -le suplicó Sloane, presa del pánico.

Samson se detuvo, pero no se volvió.

– ¿Por qué has venido aquí? -le preguntó Sloane; quería saber si lo había empujado el mismo sentimiento que a ella, si el destino era tan desconcertantemente simple.

Samson se encogió de hombros.

– Tampoco es que tenga muchas más alternativas.

– Tu casa. Siento lo del incendio.

– Salvo que encendieras la cerilla, no deberías sentirlo.

Sloane apretó los puños y los abrió. Saltaba a la vista que a Samson le daba igual que alguien se preocupase por él, pero Sloane decidió no darle más vueltas al asunto en esos momentos. Confiaba en que pudiesen pasar más tiempo juntos.

– Pero ¿por qué has venido aquí? ¿Por qué ahora?

– Me cansé de evitar a los polis.

– ¿Cómo dices? -Contuvo el impulso de acercarse a él ya que temía que saliese corriendo.

– No podía ir a ningún sitio público, así que decidí venir aquí. A veces lo hago, cuando las chicas están en el instituto.

– ¿Porque la cabaña del árbol te trae recuerdos? -conjeturó Sloane.

Samson se limitó a gruñir.

Ella lo interpretó como una respuesta afirmativa. Estaba sola y además se había encerrado en el pasado. Sloane pensó que su historia era cada vez más triste y, aunque se alegraba de» verlo, ahora contemplaba su propia vida desde una perspectiva diferente. Samson no le habría brindado las oportunidades que Michael Carlisle le había dado.

– Tengo que irme.

– Pero quiero conocerte. -Cualquier cosa serviría con tal de que no se fuese. -Y he oído decir que querías conocerme.

Samson frunció el cejo.

– Lo que quería era verte de cerca. Para asegurarme. Ahora ya puedo irme.

A Sloane le habían dicho que Samson era hosco y antisocial, pero nunca se había imaginado que sería tan desagradable con ella. «¿Qué esperabas, Sloane, una reunión familiar acogedora y alegre?», se preguntó. Eso no pasaría. Samson no era un Chandler ni tampoco un Carlisle, y Sloane no tenía derecho a esperar que se comportase como uno de ellos. Al fin y al cabo, ya se lo habían advertido.

Pero Samson compartía parte de la sangre que le corría por las venas y no pensaba desaparecer de su vida como si nada. Ya tendría tiempo de analizar la desilusión que sentía, pero en esos momentos no pensaba darse por vencida.

– ¿De qué querías asegurarte? ¿De que era tu hija? -le preguntó.

– Sí. -Samson alargó la mano, como si quisiera tocarla, pero la dejó caer. -Tienes el pelo de tu madre y los ojos de mi madre. Estoy seguro de que eres hija mía. ¿Quién te dijo que el todopoderoso senador no era tu padre? -le preguntó sin ningún tacto.

A juzgar por el tono de Samson, estaba enfadado con el senador y no se fiaba de él. Era cauto, y Sloane lo comprendía. Pero Michael no tenía la culpa y debía explicárselo a Samson. Sobre todo si quería que los hombres de Michael dejaran de perseguirlo.

^Mi padre…, es decir, el senador Michael Carlisle reconoció que no era hija suya -respondió tratando de añadir un efecto realista a la verdad.

Samson alzó la cabeza y sus miradas se encontraron.

– Fui a Washington hace varias semanas. Hablé con el senador y me lo dijo.

La noticia sorprendió a Sloane.

– ¿Qué te dijo exactamente?

– Dijo que te contaría la verdad sobre mí, que ya eras mayor para asimilarla. Como el maldito idiota que soy, lo creí. Sloane entrecerró los ojos.

– Michael no miente -le aseguró a Samson. Estaba convencida de que el senador se lo habría contado. Madeline misma se lo había dicho así.

– Entonces, ¿por qué sus matones me dijeron que desapareciera? ¿Y por qué mi casa saltó por los aires justo después?

Sloane parpadeó a medida que iba comprendiendo los detalles de la situación.

– Todo eso sucedió sin el conocimiento de Michael.

– Habla claro, jovencita. ¿Quién no sabía qué? -Samson dio una patada en el suelo de tierra con la desgastada zapatilla de deporte.

Samson había vuelto a bajar la mirada, aunque seguía allí, lo cual era todo un1 progreso.

– Los hombres de Michael actuaron por su cuenta, sin consultarle. El no sabe que te amenazaron. Estoy segura de ello.

– ¿Y por qué estás tan segura?' ¿Porque ha sido un dechado de virtudes y siempre te ha contado la verdad?

Sloane se estremeció y aceptó la bofetada verbal. Tenía parte de razón, pero ella se sentía obligada a defender al hombre qué la había criado.

– Michael siempre ha obrado en mi interés, o en lo que creía que era mi interés -le explicó. -Tal vez me ocultara la verdad, pero es un hombre de palabra. Si dijo que me lo contaría, es porque iba a hacerlo. Sus hombres actuaron por cuenta propia. Apostaría mi vida si fuera necesario.

– ¿Ha sido buena? -le preguntó Samson en un tono que sorprendió a Sloane. Inspiró hondo, desconcertada. Durante unos instantes, un hombre preocupado y cariñoso había sustituido al viejo hosco. -¿Ha sido una vida buena?

A Sloane se le humedecieron los ojos.

– Sí, ha sido una vida maravillosa.

Samson suavizó la expresión del rostro.

– Me lo imaginaba. Lo comprobé en persona cuando regresé a por tu madre. Se había casado con otra persona. -Sin mediar palabra, Samson se sentó sobre la hierba, como si no pudiese soportar el peso que suponía contar aquella historia.

Sloane se agachó y se quedó en cuclillas junto a él.

– ¿Fuiste a buscar a Jacqueline? -Sloane arrancó una brizna de hierba y la retorció entre los dedos; le era más fácil concentrarse en algo material que en el doloroso pasado de sus padres.

– Es una forma de hablar. -Samson entornó los ojos y miró hacia el sol. -Me aseguré de que vivía bien. Pero entre otras amenazas, su padre me dijo que si no me mantenía lejos de su hija, se aseguraría de que los usureros que le habían prestado dinero a mi padre fueran a por él. Tu abuelo dijo que Jacqueline sólo tenía dieciocho años y que yo no podría mantenernos a los dos. Si aceptaba sus condiciones, dijo que haría desaparecer las deudas de mi familia.

– Y aceptaste.

Samson asintió.

^Antepuse la familia a mis deseos. No tenía elección.

«Como Chase», pensó Sloane estableciendo un paralelismo inesperado. Dos hombres dispuestos a renunciar a ella por el bien de la familia. Se dio cuenta de que el planteamiento era irracional: Samson no sabía que Jacqueline estaba embarazada, mientras que Chase se había apartado de Sloane de manera plenamente consciente.

– No sabías que Jacqueline estaba embarazada, ¿verdad? -preguntó Sloane para asegurarse.

– No, pero estaba casada con alguien que tenía dinero y que le proporcionaría una vida mucho mejor de la que yo podría haberle ofrecido.

Sloane trató de contener las lágrimas en vano.

– ¿Cómo supiste de mi existencia? -le preguntó susurrando.

– Por las imágenes. Cuando comenzó la campaña presidencial te vi en la televisión con el senador. Tu pelo rojo ondeando al viento. Fui a la biblioteca, averigüé cuándo habías nacido y até cabos. -Tosió y acabó riéndose. -Apuesto a que creías que tu viejo ni siquiera sabía qué era una biblioteca, sin embargo antes era más listo, antes de que la vida se interpusiera en mi camino.

Sloane levantó una mano, pero pensó que no serviría de nada y la dejó caer. No sabía qué decir.

– En cuanto supe la verdad, fui a ver al todopoderoso senador. Me dijo que te contaría la verdad y que nos conoceríamos. Al cabo de una semana, un hombre se presenta en mi casa y dice que el senador ha cambiado de idea. No pensaba arriesgar su carrera por alguien como yo. Reconocer la verdad supondría una amenaza para la campaña. -Golpeó la hierba con la mano. -Yo lo único que quería era verte una vez, hablar contigo, comprobar que eras hija mía y marcharme. -Se levantó, dispuesto a hacer precisamente eso.

– Samson, espera. -Sloane se puso en pie de un salto para detenerle pero, en ese preciso momento, oyó que Grace la llamaba.

– No estoy de humor para ver a nadie. -Samson se dirigió hacia los arbustos.

Sloane se quedó muda. No quería despedirse todavía, y menos sin saber cómo volver a dar con él.

– ¿Sloane? -Grace la llamaba desde el porche entarimado de la casa.

Sloane miró hacia allí.

– Ya voy. -Cuando se volvió, Samson había desaparecido.

Dejó caer las manos a los costados, desalentada por la oportunidad que acababa de dejar escapar.

Regresó a la casa pensando en Samson. Había conocido a su padre, y no había imaginado que todo acabaría tan rápido. Mientras recorría el césped en el que su madre había crecido, se estremeció al pensar que en aquel pueblo se sentía como en casa, o al reconocer el extraño vínculo que había sentido con el hombre excéntrico que había huido en cuanto había aparecido otra persona.

– Sólo quería decirte que nos marchábamos -le dijo Grace mientras Sloane subía la escalera del porche. -Las chicas están en el coche, las voy a llevar a cenar. -Fingió estremecerse ante esa idea. -Puedes quedarte aquí el tiempo que quieras.

– Gracias, Grace, has sido muy amable.

– No hay de qué. Te he visto con alguien. ¿Hablabas con los vecinos?

– Algo así. -Sloane se encogió de hombros, ya que no quería revelar el escondite de Samson. -Creo que yo también me marcho.

– Pero si ni siquiera has subido a la cabaña. -Grace señaló hacia lo lejos. -Es un lugar increíble. Sloane sonrió.

– Entonces tendré que volver otro día, si te parece bien. Grace asintió.

– Por supuesto que sí. Vamos. Te acompañaré hasta la calle.

Mientras salían por el camino de entrada, Grace habló de cosas triviales hasta que llegaron a los coches. El vehículo de alquiler de Sloane bloqueaba el paso del monovolumen de Grace.

– ¿Lo ves? Habría tenido que moverlo de todas maneras para que pudieras salir.

Grace se dispuso a abrir la puerta del coche y se detuvo.

– Hannah me ha dicho que cree que eres la nueva novia de Chase.

Sloane se rió.

– No sé qué es peor, lo rápido que corren los rumores en un pueblo o la visión que tiene de las cosas una adolescente.

– ¿Quieres decir que Hannah exagera? -Grace se llevó la mano al pecho y adoptó una expresión de perplejidad. -Cuenta, cuenta -dijo riéndose.

Sloane puso los ojos en blanco.

– Digamos que eso es la punta del iceberg.

A Grace se le iluminó el rostro de curiosidad y se frotó las manos.

– Parece una historia interesante.

– Que no vale la pena contar -repuso Sloane tratando de ocultar en vano la desilusión que sentía por el rumbo que había tomado su relación con Chase.

Se despidió de Grace y de las chicas antes de subir al coche y salir del camino de entrada.

Trató de contener la espiral de emociones y evitar cualquier pensamiento o sentimiento relativos a Samson. Necesitaba tiempo para asimilar la conversación que habían mantenido, para comprender los hechos que lo habían convertido en el hombre que era. Sin embargo, no pensar en Samson significaba concentrarse en Chase. Y la perspectiva tampoco era halagüeña.

A pesar del dolor, el sentido común le indicó, que no podía culparlo de no entregarse; al fin y al cabo, él nunca le había prometido tal cosa. Había tenido suerte de que la ayudara tras el accidente y debería sentirse agradecida por el tiempo que habían compartido. Era una buena persona, un hombre que en otra vida habría sido un marido maravilloso.

Pero Chase Chandler ya había tomado una serie de decisiones y Sloane no figuraba en ninguna de ellas.

– Si no fuera porque parece imposible, diría que yo misma me provoqué los problemas cardíacos. -Raina observó su dormitorio, contenta de estar de nuevo en casa, un tanto asustada por la dolencia y sintiéndose más que culpable por lo que les había hecho a sus hijos.

Eric se sentó a su lado. Raina había redecorado el dormitorio que había compartido con John, su esposo, y desde hacía poco había comenzado a pensar que aquel espacio también era de Eric.

– Como médico tuyo, te aseguro que la farsa no provocó esta enfermedad. -Le tomó la mano y se la llevó al corazón. -Pero como el hombre que te quiere, debo decirte que el estrés que has vivido últimamente no te ha beneficiado.

Raina asintió.

– Lo comprendo, en serio. Sólo deseo que Chase se percate de su error…

Eric la interrumpió al levantarle la mano y besarle los nudillos. Raina pensó que Eric siempre lograba que se callara de forma sorprendente, y el corazón comenzó a palpitarle mientras una sensación cálida le recorría el cuerpo.

– Me gusta cuando me tocas -le dijo.

– ¿Ves lo fácil que es hacerte pensar en otra cosa? -repuso Eric riéndose. -Cada vez que menciones a los chicos tendré que besarte hasta que los olvides.

Raina se apoyó en la almohada y se volvió hacia él.

– Quiero casarme. Quiero que puedas hacerme callar cuando quieras, de día o de noche. -Lo atrajo hacia sí. -Quiero prepararte el desayuno todas las mañanas y que te ocupes de mí todas las noches.

– Raina Chandler, ¿qué pensaría el pueblo si supiera lo muy anticuada que eres? Ella se rió.

– Pensarían lo que ya sé, que tengo suerte de haberte encontrado. Y puesto que la vida es tan corta, no quiero aplazar más el que compartamos nuestras vidas.

– Nunca te lo he impedido.

– Sé que ha sido culpa mía, que he sido yo la que ha insistido en esperar. Sólo quería que mis hijos fueran felices. Eric le acarició la mejilla.

– Y lo son, Raina. Los has criado bien. Ha llegado el momento de que los dejes seguir su propio camino.

– ¿Ahora? ¿Antes de que Chase arregle este desaguisado? Eric le dedicó una sonrisa.

– ¿Qué mejor regalo podrías darles? ¿Qué mejor regalo podrías darte que dejarlos en manos de su criterio y de su destino?

– Para serte sincera, el criterio de Chase es excelente cuando se trata de la familia, pero deja mucho que desear cuando se trata de su vida personal.

Eric soltó una carcajada.

– Te quiero, Raina. Veamos, ¿qué te parece si fijamos una fecha?

Sonó un timbre, y eso evitó que Raina respondiera.

– Es el horno. Estaba calentando la comida de Izzy. Tengo que ir a echar un vistazo antes de que se queme -dijo Eric mientras se levantaba de la cama, -pero no creas que he olvidado dónde nos hemos quedado.

– Claro que no. -Esperó a que Eric saliera por la puerta del dormitorio. Ni se imaginaba lo muy afortunada que había sido la interrupción porque Raina no pensaba casarse hasta que Chase le pidiese a Sloane que se casase con él.

¿Dónde estaba Sloane? Chase había dejado a su madre en su casa hacía horas, en manos del siempre competente Eric, y había vuelto a su domicilio esperando encontrar a su invitada, pero allí no había nadie. Tal como debía ser.

Entonces, ¿por qué no se sentía mejor?

Porque Sloane le importaba, porque la quería a su lado. Frustrado, propinó una patada al suelo enmoquetado.

Recogió las llaves y se dirigió hacia la puerta en el preciso instante en que ella entraba lentamente, ajena al hecho de que Chase había estado yendo de un lado para otro inquieto. El quería respuestas, saber dónde había estado después de la cena, pero al ver la expresión aturdida y desorientada de Sloane, cambió de idea.

De hecho, había caído en la trampa más vieja del mundo. Trató de superar el enfado y exhaló con fuerza. Sabía que Sloane había ido a la antigua casa de su madre, pero de haber ocurrido algo grave ella lo habría llamado. Se lo había prometido.

¿O acaso Raina le había pedido que luego fuese a verla? Ya no lo recordaba.

– ¿Dónde has estado? -La observó con detenimiento para no perderse ningún detalle de su expresión y adivinar qué estaba pensando.

Sloane se encogió de hombros.

– Por ahí. -Pasó por su lado mientras agitaba los brazos junto a los costados. Sin mirarlo a los ojos.

– Has dicho que irías a la antigua casa de tu madre. ¿Te han disgustado los recuerdos? -A pesar de no estar plenamente convencido, le rodeó los hombros con el brazo y la atrajo hacia sí.

Chase sintió que Sloane se resistía, intentando mantener la distancia que él había creado en el hospital. Pero, del mismo modo que a él sus sentimientos más sinceros lo llevaban hacia ella, Sloane acabó cediendo.

Su cuerpo se moldeó con el de Chase y apoyó su peso en él.

– He encontrado a Samson -dijo, mientras sentía que las piernas le flaqueaban.

– ¿Qué? -Chase le dio la vuelta y la sostuvo para evitar que se derrumbara.

Sloane lo miró con los ojos muy abiertos.

– He encontrado a… mi padre. A mi verdadero padre. -Se le quebró la voz y se derrumbó. -He ido hasta la cabaña del árbol y… -Colocó las manos frente a sí, como si implorase. -Y allí estaba, como si se hubiera materializado de la nada.

Así era Samson, pensó Chase. Iba y venía a su antojo sin que a nadie le importara lo suficiente como para fijarse en él. Se dejaba ver sólo cuando le venía en gana. Pero después de la explosión y su posterior desaparición, no era casual que Sloane se lo hubiera encontrado. Era obvio que él había ido a su encuentro. Si no era así, entonces es que Samson había ido a la cabaña del árbol por el mismo motivo que Sloane, en busca de paz y tranquilidad. Chase se preguntaba si ambos habrían encontrado las respuestas que buscaban.

– Ahora ya sabes dónde he estado. -Sloane se estiró e irguió.,

El lenguaje corporal indicaba que ya no necesitaba a Chase, pero él ya la conocía. Percibió el deseo en su mirada, el mismo que lo consumía a él. No sólo se trataba de un deseo físico que cualquiera podría satisfacer, sino también de uno emocional que sólo ella podría calmar. Chase sentía la imperiosa necesidad de poseerla y aliviar su dolor.

– Tengo que descansar -dijo Sloane y se dispuso a irse, pero Chase la detuvo apenas tocándole al brazo. Ella se volvió y arqueó una ceja. -¿Pasa algo?

«Joder, claro que sí», pensó Chase. Pasaban muchas cosas. Desde los sentimientos contradictorios hasta el acuciante deseo de arrastrarla hasta la cama y hacerle el amor… sin palabras, sin preguntas. Pero eso no arreglaría nada, ni sus problemas ni los de ella.

A juzgar por la expresión de Sloane, estaba bastante dolida.

– Has dicho que acabas de conocer a tu padre verdadero y justo después que necesitas descansar. ¿No crees que te has dejado algo importante por el camino?

– Nada de lo que no pueda ocuparme sola. -Sloane apartó la mirada para darle a entender de forma harto significativa que lo excluía a propósito.

– No tienes por qué ocuparte sola de las cosas -le recordó Chase, aunque sus palabras no se correspondían con su voluntad.

Sloane ladeó la cabeza con un aire desafiante que no presagiaba nada bueno.

– ¿Ah, no? ¿Desde cuándo comparto mi vida con alguien?

– ¡Touché!-Chase se estremeció. -Sabes que puedes contar conmigo.

– Sí, lo sé -repuso Sloane bajando la mirada- porque tú, Chase Chandler, eres el salvador de todo el mundo.

Sloane se mordió la cara interior de la mejilla, conteniendo el impulso de hacer lo que Chase le sugería, apoyarse en él y dejar que sus problemas fueran más llevaderos; al menos mientras él la abrazara y la protegiese.

– Entonces déjame hacer lo que mejor se me da -dijo Chase.

Bastó verle la sonrisa torcida y el guiño pícaro para que Sloane sintiera la tentación de ceder. Pero también pensó que Chase se había especializado en acudir al rescate de los necesitados por un único motivo: lo sentía como su deber.

– Ojalá pudiera entregarme con la misma facilidad que tú. -Sloane se esforzó por no mirarlo. -Ahora mismo estás conmigo, pero dentro de nada me habrás dejado. No me malinterpretes, entiendo el porqué…

– Entonces ya entiendes mucho más que yo -la interrumpió Chase. Se pasó la mano por el pelo antes de pellizcarse el puente de la nariz, un gesto que Sloane sabía que denotaba reflexión y que hacía que aún le resultase más atractivo. Maldita sea.

– Ha sido un día largo. Entre la repentina enfermedad de tu madre y la aparición de mi padre, bueno, ya no necesitamos más dramas en nuestras vidas.

– No, pero ahora mismo yo sí te necesito a ti -declaró con voz ronca, y Sloane no dudaba de ello. «Ahora mismo.» Eso era lo que le molestaba.

A pesar de esas aprensiones, también se sentía liberada. Chase no había cambiado de actitud desde que se habían conocido, era ella la que lo había hecho. Sloane deseaba el mismo final feliz que tanto ansiaba Raina, y lo quería con Chase. Sabiendo que nunca lo conseguiría, decidió pasarlo bien con él una última vez.

Tras el encuentro con Samson, Sloane se sentía más vulnerable que nunca. Se tragó el orgullo y le tendió la mano.

– Yo también te necesito -admitió.

CAPÍTULO 14

Gracias a Dios. Tal vez fuera egoísta, pero Chase no sería tan idiota como para no aceptar lo que Sloane le ofrecía. Mientras la tomaba de la mano, la miró a los ojos y vio irrevocabilidad, una irrevocabilidad a la que no le apetecía enfrentarse en esos momentos.

No cuando podía gozar con ella y consolarla al mismo tiempo. No sabía cuál de las posibilidades lo satisfacía más, pero sí sabía cuáles serían las consecuencias de dejarse llevar por los impulsos del corazón. Sin embargo, éste no debía dictarle el futuro, a no ser que quisiera renunciar a sus sueños. Otra vez. En esta ocasión tenía en sus manos revelar una noticia que daría el espaldarazo definitivo a su carrera. Otro asunto es que tuviera que ser a expensas de Sloane.

Dejó de pensar en ello para concentrarse en deseos más acuciantes; y el blanco de éstos era Sloane, la mujer que lo atraía de forma especial, la mujer que mejor lo comprendía.

Primero comprobó el cerrojo de la puerta que daba al estudio de,4a planta baja y luego a la entrada. En cuanto se hubo asegurado de que no los molestarían, fue al encuentro de ella. Presentía que sería la última vez que estarían juntos y, en caso de ser cierto, se aseguraría de que resultara inolvidable para ambos.

Sloane se apoyó en la pared con una mirada seductora y resuelta. Le tendió la mano y Chase se le acercó de buena gana. No supo quién fue el primero en besar, pero en cuanto saboreó los labios húmedos de Sloane quiso probar el resto, y no pensaba esperar.

Entre un beso apasionado y otro, lograron llegar al dormitorio, donde se deshicieron de la ropa al igual que de toda inhibición. En un abrir y cerrar de ojos, Chase estaba en la cama junto a ella, cuyo cuerpo desnudo y sensual lo esperaba deseoso.

Chase inclinó la cabeza y se concentró en uno de los generosos pechos; se lo masajeó con una mano mientras se acercaba a la boca el pezón erecto para lamérselo. Sloane arqueó la espalda y gimió de placer; entonces le empujó la cabeza dándole a entender que su otro pecho quería el mismo trato.

Complacido, Chase recorrió con la lengua la distancia que separaba ambos senos.

– Humm -susurró Sloane con sensualidad.

Chase le rodeó el otro pezón y se lo mordisqueó mientras le sujetaba el pecho con la mano. Quería continuar recreándose con el cuerpo de Sloane, pero el suyo estaba tenso, necesitaba liberarse, y no pensaba negarle ese placer.

Chase le separó los muslos y, mientras sus miradas se encontraban, la embistió y notó que Sloane ya estaba húmeda, preparada. Y mientras sentía que se liberaba, el sexo era lo último en lo que estaba pensando, a medida que una emoción inesperada y abrumadora se apoderaba de él.

El teléfono despertó a Sloane de un sueño profundo y placentero. No se había dado cuenta de lo cansada que estaba, pero había dormido toda la noche sin despertarse ni una sola vez. Se dio la vuelta al mismo tiempo que Chase respondía.

– ¿Sí?

Sloane cerró los ojos y dejó que la envolviera el sonido de la profunda voz de Chase. Consciente de que al cabo de unos minutos se levantaría y desaparecería para siempre de su vida, esos últimos minutos le resultaron amargos. Pero no tenía otra elección. Sloane no quería seguir siendo un compromiso para Chase. Quería que la relación fuera de igual a igual o no tenerla.

– Eh, hola, Román. ¿Dónde estás? -le preguntó Chase.

Sloane se acomodó en su lado de la cama y escuchó.

– Pues quédate en casa de mamá -dijo Chase. Al ver la mirada de Sloane, añadió: -Están de camino a Yorkshire Falls, pero llegarán tarde. Están pintando su casa de aquí y los vapores no le convienen a Charlotte.

Sloane asintió y Chase volvió a dirigirse a su hermano.

– ¿El coche de Eric está en la entrada de la casa? Pues quédate con Rick -farfulló. Por su evidente tono de frustración, resultaba obvio que Chase no quería acoger a su hermano y a su cuñada.

Al parecer, no le apetecía que los molestasen. O tal vez pensase que Sloane ya tenía ocupado el cuarto de los invitados. En cualquier caso, se equivocaba.

Sloane iba a marcharse.

– Chase, diles que se queden en el cuarto de invitados. -Se irguió y se cubrió los pechos desnudos con la sábana.

Chase sostuvo una mano en alto, indicándole que esperara, sin escucharla.

– ¿No hay una habitación libre en la casa de invitados de Pearl y Eldin? Así Charlotte no tendrá que subir escaleras. Chase escuchó a su hermano y luego frunció el cejo. -¿Qué pasa? -preguntó Sloane.

– Al parecer, Charlotte ya ha tenido contracciones. El médico le ha dicho que descansara y que nada de escaleras -le explicó Chase. -¿Cómo dices, Román? -volvió a concentrarse en la llamada de su hermano.

Sloane esperó.

Chase se pasó la mano por el pelo y se quejó: -Pearl y Eldin ¿qué? -preguntó con incredulidad. -¿Qué invitado iban a tener? Aparte de Kendall, hace años que no reciben visitas. Si tuvieran compañía, lo sabríamos. Pearl nos lo cuenta todo. Sloane se rió.

– ¿Recuerdas las bolsas de la compra rebosantes? -le recordó a Chase. -Está claro que en la casa hay alguien más.

De repente, Sloane cayó en la cuenta. Su padre. Samson se ocultaba en casa de Pearl y Eldin, lo cual explicaba que estuviera cansado de «evitar a los polis». Trataba de eludir a Rick continuamente, ya que vivía delante de sus narices. Si la situación no fuera tan patética, incluso habría resultado divertido.

– Sé que aquí también hay escaleras -dijo Chase. -Venid y ya se nos ocurrirá algo.

Perfecto, pensó Sloane, porque en cuanto ella se fuera, a Chase le vendría bien tener compañía.

La voz de Chase hizo que volviera a escuchar la conversación con su hermano.

– Pearl y Eldin no pagan alquiler y encima ahora tienen invitados. ¿No crees que se están aprovechando? -Chase escuchó y luego añadió: -Sí, hasta luego. -Colgó sin dejar de farfullar.

– Hoy estás de un humor de perros. -Sloane lo miró con recelo.

Chase dejó escapar un largo suspiro.

– Entonces ven a alegrarme el día. -Le tendió los brazos y esperó que Sloane fuera a su encuentro. Pero al mirarle, Sloane percibió la misma cautela que ella sentía en el corazón.

Había llegado el momento.

Negó con la cabeza.

– No puedo. Los dos necesitábamos lo de anoche, pero lo nuestro se ha acabado, ¿no crees?

Chase se irguió en la cama, con los brazos cruzados sobre el pecho, barrera que no disuadiría a Sloane.

– Lo has decidido tú -repuso él.

Sloane se rió con amargura.

– Pues no. -Se levantó, recogió una de las camisetas de Chase y se la puso. Al menos estaría tapada hasta que llegase a la habitación de invitados, se duchase, hiciese las maletas y se marchara. -Lo has decidido tú -dijo en voz baja.

Chase arqueó una ceja pero no contestó.

– Estoy segura de mí misma y de mis sentimientos, Chase. A pesar de todo lo que me está pasando, lo sé. Te quiero.

El se estremeció. Sloane no lo habría esperado pero, para su sorpresa, él suavizó la expresión.

– Yo también te quiero, Sloane.

Aquellas palabras le sentaron bien a pesar de que sabía que no cambiarían nada. De todos modos, se sintió esperanzada.

– Para ser un hombre de pocas palabras, las escoges bien.

Sloane dio un paso cauteloso hacia Chase, pero él le indicó que se detuviese.

– Te quiero, pero ahora no puedo comprometerme más que cuando te conocí -prosiguió con expresión compungida, aunque Sloane sabía que se trataba de una decisión irrevocable.

Sonrió de mala gana.

– Ya has criado a una familia.

Chase asintió.

– Eso mismo -dijo con demasiado énfasis, -y todavía no he materializado mis sueños profesionales.

– Aspiras a algo más que a dirigir el Gazette -afirmó Sloane con aire cómplice. -Necesitas demostrar tu valía y tienes una noticia única al alcance de la mano.

– Me conoces bien -repuso Chase esbozando una sonrisa socarrona.

Sloane se rió a pesar del dolor que sentía.

– Sí, te conozco.

– Mi vida siempre ha girado en torno a los demás… dirigir el periódico, conservar el legado de mi padre, mantener a la familia. -Meneó la cabeza. -No me malinterpretes, me gusta lo que hago, pero siempre he soñado con ir más lejos. -La miró. -Siempre me he preguntado qué sentiré cuando sea libre.

Sloane asintió lentamente.

– Tendrás que averiguarlo. Digamos entonces que lo nuestro no ha sido muy oportuno. -Tragó saliva para ocultar su desilusión y trató de encontrar las palabras que le permitieran marcharse con dignidad. -Sabía cuáles eran las reglas desde el principio -dijo finalmente, negando con la cabeza- y por eso te lo pondré fácil. Me marcho.

Chase dejó caer las piernas por el borde la cama y Sloane desvió la mirada de su pecho, de su cuerpo desnudo. Tenía que concentrarse en poner fin a aquello y no en una atracción sexual que sólo causaría más dolor.

– No te marcharás de aquí. Al menos no hasta que sepa que estás a salvo -declaró Chase mientras se levantaba.

– No me pasará nada. -Vio a Chase ponerse los vaqueros antes de rodear la cama y acercarse a ella. Estaba tan próximo que podía oler la fragancia masculina que lo envolvía y que la hacía desear mucho más de lo que él estaba dispuesto a dar.

– No irás a ningún lugar donde yo no pueda vigilarte -insistió él mientras introducía las manos en los bolsillos posteriores del pantalón.

– No creo que tengas mucha alternativa al respecto. No quiero seguir siendo una obligación para ti. -Decidió decirle las cosas bien claras. -Pero si sirve para tranquilizarte, iré a ver a mi padre.

– Samson no es sinónimo de seguridad. -Chase entrecerró los ojos. -¿Y desde cuándo sabes dónde está? Sloane se encogió de hombros.

– Desde hace unos cinco minutos. Creo que Samson vive con Pearl y Eldin.

– ¿Y cuándo pensabas decírmelo? -le preguntó subiendo el tono de voz.

Ella volvió a encogerse de hombros.

– No sé si te lo hubiera dicho. Al fin y al cabo, es mi padre y es mi problema.

A Chase se le tensó la mandíbula.

– Su última casa voló por los aires y ahora vive en el patio trasero de mi hermano. Creo que eso también lo convierte en mi problema.

Sloane se estremeció porque sabía que eso no podía discutírselo; es más, ni siquiera se lo había planteado en esos términos. -Dios mío, lo siento.

La mirada de Chase, que se había ensombrecido por el enfado, se suavizó de inmediato en cuanto la acarició.

– Están pasando demasiadas cosas a la vez. Y me preocupa lo que pueda ocurrirte. -Le acarició el antebrazo con suavidad.

La voz ronca y el hecho de que hubiera admitido eso, habrían bastado para que ella cediese… si él lo hubiera propuesto.

– Acabo de imaginarme dónde estaba Samson mientras oía tu conversación con Román -repuso Sloane. -Ahora que lo sé, ya tengo un problema menos, ¿no crees? Me quedaré con él y así me aseguraré de que no les pase nada a Samson, Rick o Kendall, ya que los hombres de mi padre no me harían daño a mí.

– Eso no es garantía de nada y no pienso correr ese riesgo.

– Bueno, para asegurarme completamente, llamaré a Michael y le pediré que venga a Yorkshire Falls a poner fin a todo esto. -Extendió las manos ante sí. -Y saldré de tu vida. Una solución sencilla y sensata para todos.

Chase la miró de hito en hito sin apartar de ella la mirada cargada de deseo.

– Ve a ducharte.

– ¿Cómo dices? -Meneó la cabeza, sin saber por qué.

– Ve a ducharte y te llevaré a casa de Pearl y Eldin -repuso Chase, resignado.

Entonces Chase iba a dejar que se marchase. Se le encogió el estómago, pero ¿qué había esperado? ¿Que le suplicara que se quedase? Arrepentida, desvió la mirada y salió de la habitación. Lo siguiente sería salir de la vida de Chase.

Chase siguió a Sloane hasta la casa de Rick en su coche, lo cual era ideal, ya que Sloane no se veía capaz de estar cerca de él mientras se alejaba. Tras aparcar, ella insistió en hablar primero con Samson antes de explicarle a Rick que su padre estaba alojado en la casa de invitados.

Las piernas le temblaban mientras se acercaba a la vivienda de

Pearl y Eldin, en parte porque no sabía cómo la recibirían y, sobre todo, porque sabía que se había despedido de Chase para siempre.

Llamó a la puerta rápidamente con los nudillos antes de cambiar de idea.

La puerta apenas se entreabrió un poco. Teniendo en cuenta que Pearl era conocida por su simpatía y por dar la bienvenida de manera efusiva, aquella cautela cimentó la certeza de Sloane: Samson estaba en la casa.

– ¿Pearl? -dijo. -Soy Sloane. Nos conocimos en Norman's el otro día y me gustaría hablar contigo.

Se produjo un breve silencio y la puerta se abrió un poco más. Sloane aprovechó para acercarse más.

– Por favor, Pearl. Sé que Samson está ahí dentro y necesito hablar con él.

Esas palabras no surtieron el efecto deseado, ya que Pearl cerró de un portazo en las narices de Sloane. Esta retrocedió de un salto y fue a parar a los brazos de Chase, quien la sujetó y sostuvo para evitar que se cayese o lo derribase. A pesar de la chaqueta que Sloane llevaba, sintió el calor corporal y la seguridad que Chase Chandler siempre le transmitía.

– Parece que tenías razón -le susurró con voz ronca al oído. -Oculta algo.

Su aliento cálido le acarició la piel y Sloane se estremeció.

– Vaya consuelo, teniendo en cuenta que no me ha dejado entrar.

– Creo que una visita del oficial Chandler podría lograr algo -sugirió Chase.

Sloane se puso tensa y trató de volverse, pero Chase se lo impidió.

– No puedes entregar a mi padre -dijo, presa del pánico.

– No lo buscan por nada serio, Sloane. Rick sólo quiere hacerle algunas preguntas y protegerlo.

¿Por qué todo lo que decía Chase parecía tan racional, tan correcto, tan acertado?

– Está claro que mi padre no quiere protección -repuso ella, sobreponiéndose a sus propias emociones.

– A veces lo que la gente quiere y lo que necesita son dos cosas muy distintas.

La voz ronca de Chase hizo que volviera a estremecerse, lo mismo que el doble sentido de sus palabras. Pero Sloane sabía que lo que Chase sintiese no cambiaría sus actos. Tenía que alejarse de él, de lo mucho que la afectaba.

– Si insistes en contárselo a Rick, prefiero avisar a Samson, así que ¿por qué no nos separamos y cada uno va a lo suyo?

Chase la sujetó con más fuerza; sus labios le rozaban la nuca.

– Complicas mucho las cosas más sencillas -murmuró.

– Luchas contigo mismo y yo me niego a presionarte. -Sloane trató de zafarse. Hasta que Chase no decidiese que quería estar con ella, no pensaba ceder.

El asintió y retrocedió. Maldita sea, Sloane no había conocido a nadie con tanto control sobre sí mismo.

– Rick necesita saber a qué se enfrenta. Así que lo haremos a tu manera -dijo Chase. -Ocúpate de Samson y yo iré a ver si Kendall y Rick han llegado.

– De acuerdo. -Esperó a que Chase se marchase, luego se volvió hacia la casa de invitados y llamó de nuevo a la puerta.

– Pearl, soy Sloane y estoy sola.

Finalmente, la puerta se abrió por completo. Pearl cogió a Sloane por la muñeca y tiró de ella hacia el interior de la casa.

– Santo cielo, jovencita, ¿sabes lo que nos ha costado mantener esto en secreto? -Pearl le dio una palmadita en el trasero. -Ven a comer.

Sloane parpadeó. De la conspiración a la comida.

– Pearl, ¿dónde está Samson? -Sloane observó a su alrededor, desde la pintura reciente hasta el sofá y las sillas viejas, pero inmaculadas, del salón.

– Ha ido a buscar el perro al veterinario.

– ¿No lo verá nadie? -Sloane arrugó la nariz.

– Sólo ha ido a por el perro. El veterinario no cierra la puerta con llave -respondió Pearl. -En el pueblo nadie las cierra.

Sloane se limitó a parpadear.

– Pero estoy segura de que sabrá que ha sido Samson quien se ha llevado el perro.

– Pero no sabrá dónde está Samson, salvo que tú se lo digas. -Pearl trató de fulminar a Sloane con la mirada, pero no le fue posible, porque su voz rezumaba dulzura.

– Pearl, Chase se lo está contando a Rick ahora mismo. Nadie está a salvo -dijo Sloane mientras tomaba una decisión. -¿Puedo hacer una llamada?

– Oh, claro. ¿Le pedirás a Chase el periodista que no abra el pico? -Se inclinó hacia Sloane; saltaba a la vista que aquel misterio la tenía intrigada.

Sloane se rió.

– No, pero pienso poner fin a esto de una vez por todas. -Siguió a Pearl hasta la cocina, descolgó el teléfono y llamó a Michael Carlisle.

Michael respondió tras el primer tono. -Carlisle.

– Hola, papá. Soy yo, Sloane.

– Cariño, me tenías preocupado. -Bajó la voz un poco, aliviado tras oír a Sloane.

La necesidad de la niña de refugiarse en su padre se mezcló con el respeto de la adulta hacia el hombre que la había criado y querido.

– Te necesito, papá. -Se le quebró la voz y no trató de contener el maremoto de emociones.

– No hace falta que me lo pidas dos veces. Nunca ha hecho falta. Madeline me dijo que estabas en Yorkshire Falls. Podría estar ahí esta misma noche.

Se volvió para que Pearl, que escuchaba con disimulo y la observaba ansiosa, no lo viese todo. Sloane se secó los ojos.

– Te quiero.

– Yo también te quiero.

Sloane colgó y se dio cuenta de que no necesitaba asimilar la decisión de Michael Carlisle de no contarle la verdad sobre su padre. Ya lo había hecho. Le perdonaba porque él la quería y se lo había demostrado con el paso de los años. Pero dado que ahora sabía la verdad, se comprendía mejor a sí misma. Con un poco de suerte, tendría tiempo para conocer al excéntrico hombre que la había engendrado.

– Creo que ha llegado el momento de tomar un brownie, ¿no crees? -sugirió Pearl.

Sloane se volvió para mirar a su anfitriona.

– Desde luego. -No le vendría mal comer algo mientras esperaba a Samson.

Mientras compartía el brownie y un té caliente con Pearl, por fin llegó el hombre al que Sloane aguardaba.

Samson entró por la puerta trasera, seguido del perro.

– He tenido que huir de los polis, evitar a un periodista y a un tipo que no dejaba de preguntarme cómo llegar a un sitio. Luego a Perro le ha dado por salir corriendo cuando ha visto a ese chucho al que Rick y Kendall llaman Felix -gruñó Samson sin alzar la mirada ni ver a Sloane. -¿A quién se le ocurre llamar Felix a un animal?

– ¿Y Perro te parece mejor? -le preguntó Sloane sin poder evitarlo.

Samson frunció el cejo y miró a Sloane y luego a Pearl.

– ¿Qué hace aquí? -le preguntó a Pearl.

– He venido a buscarte. -Sloane se levantó y se frotó las palmas húmedas en los pantalones.

– Y no podía dejarla plantada en la entrada. -Pearl colocó la mano en el hombro de Sloane. -Es invierno.

– El invierno todavía no ha llegado. Además, ¿cómo me ha encontrado?

– ¿Por qué no me lo preguntas a mí? -intervino Sloane.

Samson seguía frunciendo el cejo.

– Porque si no te hago caso tal vez te vayas.

– Samson Humphrey, discúlpate ahora mismo -le dijo Pearl antes de que Sloane reaccionara. -No tolero groserías en mi casa. Pregúntaselo a Eldin. Hablamos de forma respetuosa o no hablamos.

– Entonces seguro que os pasáis casi todo el día en silencio -gruñó Samson.

Enfurruñada, Pearl cruzó los brazos sobre sus generosos pechos y luego se hundió en la silla que Sloane había dejado libre.

De ese modo no irían a ninguna parte. Aunque Sloane detestaba las maneras ofensivas de Samson, que trataba a todo el mundo con el mismo desdén hosco, una parte de ella deseaba que la mirase con otros ojos y que le hablase como a la niñita que había perdido. Pero eso era como desear que Chase la tratase como a la mujer que quería y con la que deseaba formar una familia. Ninguno de los dos deseos se haría realidad.

En ese momento, se conformaba con la compañía de Samson durante el poco tiempo que le quedaba en Yorkshire Falls. No creyó conveniente que él supiera que Michael Carlisle estaba de camino al pueblo.

Se acercó a Samson, cogió al doguillo entre los brazos y le acarició la cabeza.

– Necesito un lugar donde alojarme, y, puesto que queremos conocernos, pensé que podría quedarme contigo -le dijo a Samson.

Hasta que no hubo acabado de pronunciar esas palabras no se dio cuenta de que temía que Samson le dijera que no, que la rechazase. Hundió los dedos en el pelaje del lomo del perro.

– El sofá de la sala de estar se convierte en cama -dijo Pearl al mismo tiempo que Samson le gruñía.

– No te quedarás aquí. Dije que quería saber si eras mía, pero no dije que quisiera una hija en mi vida.

Sloane cerró los ojos, pero no consiguió que aquellas palabras se borrasen.

– Sólo será un día o dos, hasta que pueda volver a casa.

– Quédate con tu novio, aquí no hay sitio -repuso Samson en tono firme y alzando el mentón de forma desafiante.

Incluso Pearl, que había abierto unos ojos como platos, permaneció en silencio.

– Chase sólo me quiere cuando soy una damisela en apuros -admitió Sloane en voz alta por primera vez, y le dolió

Samson levantó la cabeza y sus miradas se encontraron.

La miraban unos ojos que le resultaban conocidos, lo cual reafirmó un parecido familiar del que no se había percatado hasta el momento. Pero Samson desvió la mirada de inmediato y cortó por lo sano. Al parecer, dos hombres estaban a punto de echarla de sus vidas, pero Sloane no se dio por vencida; estaba resuelta a no ponérselo fácil a Samson.

– Sé valerme por mí misma.

– Puede que sí, puede que no. Depende del material del que estés hecha.

– Estoy hecha de tu material -le espetó Sloane. -Y, al parecer, no eres un recluso, porque has oído rumores sobre Chase y yo. -Se irguió, firme y resuelta a mantenerse en sus trece.

– Convives con él. ¿Cómo quieres que no lo sepa?

Sloane suspiró, pero no quería que se fuera por las ramas.

– Tenemos que hablar de varias cosas, como por ejemplo de mi madre y de dónde piensas vivir.

Samson agitó la mano para restarle importancia.

– No recuerdo haber dicho que te quisiera o necesitara en mi vida. Puedo ocuparme de mis cosas sin tu ayuda, muchas gracias.

Sloane se mordió el labio inferior.

– ¿Y si yo quiero conocerte?

– Entonces mala suerte. Devuélveme al perro. -Se lo arrebató de los brazos y se dio la vuelta.

Sloane se dijo que no pasaba nada. Samson no había formado parte de su vida hasta entonces y no lo necesitaría en el futuro.

Se aseguraría de que los hombres de su padre no le hicieran nada y después se marcharía. Pero sus emociones no secundaban sus ideas y sentía un gran dolor. Le dolía el pecho y se le formó un nudo en la garganta. Se dirigió hacia la puerta principal, pero en lugar de poder huir de la pena, se encontró con otra fuente de sorpresa.

Chase estaba allí, acompañado de Rick y Kendall y de una pareja a la que sólo había visto en fotografías, pero sabía que eran Román y una embarazada Charlotte. Todos testigos de su humillación.

No le apetecía encontrarse con ellos en esos momentos. Incapaz de hacer frente a la vergüenza que sentía, pasó a su lado sin mirar a nadie y se encaminó hacia la calle. El coche de alquiler era su único refugio en esos instantes y, haciendo caso omiso de las voces que la llamaban, se metió dentro y se alejó de allí. ¿Adónde iría? No tenía ni idea.

Tras la marcha de Sloane, se hizo un silencio incómodo en la casa de invitados. Nadie se atrevía a hablar, excepto Chase. Nunca olvidaría el dolor y la humillación que había visto en la expresión de Sloane y sabía quién era el culpable.

– Samson -le gruñó.

El «padre» de Sloane no le hizo caso y se limitó a mascullar entre dientes mientras acariciaba la cabeza del perro, dándole al animal el cariño que su hija ansiaba.

– Te estoy hablando. -Chase se acercó a Samson, lo cogió del brazo y lo obligó a levantar la cabeza para mirarle.

Chase vio en sus ojos el mismo dolor que había percibido en los de Sloane y observar eso le hizo pensar que el instinto no le fallaba, que Samson tenía un motivo para rechazar a la hija a la que en un principio había buscado.

– ¿Qué quieres? -le preguntó Samson.

Detrás de él, Chase oyó a Rick susurrándoles a Pearl y a Kendall, sin duda indicándoles dónde se quedarían todos hasta que Samson dejara de estar amenazado. Ahora que habían dado con él, Chase y Rick convinieron en que nadie debería vivir con un blanco andante. Kendall se llevaría a Hannah y a Charlotte a casa de Raina, y Rick y Román se quedarían allí, en la vivienda de Rick y Kendall, confiando en evitar males mayores. Nd había pasado gran cosa desde que la casa de Samson volara por los aires, pero ya le habían perdido el rastro en una ocasión, y Chase estaba convencido de que intentarían acabar con Samson de nuevo.

– Sé por qué has rechazado a Sloane -comenzó a explicar Chase. -La quieres lejos de ti para que no corra peligro. Un sentimiento loable, pero no has sabido transmitirlo. -Le soltó el brazo antes de acabar descargando su ira en el padre de Sloane.

– ¿Aparte de periodista, ahora también eres adivino? -bufó Samson con sarcasmo.

Chase respiró hondo para armarse de paciencia y enfrentarse de nuevo a aquel cabezota.

– ¿Qué tal si vamos al grano esta vez? Nada de juegos ni respuestas de listillo, ni fingir ser una especie de ermitaño tonto. Los dos sabemos que eres más listo de lo que aparentas.

– No quiero que esté conmigo porque no quiero que le hagan daño. Tampoco quiero que Pearl y Eldin corran riesgos, pero no tenía ningún otro sitio adonde ir. -Samson extendió las manos y entonces pareció más un hombre abatido que un lobo solitario hosco y enfadado. -O sea que aquí estoy, pero no pienso dejar que nadie se meta en mi vida. Al menos no hasta que sea segura. -Samson confirmó la corazonada de Chase.

– ¿Por qué no te quedaste en Hampshire? Earl o Ernie podrían haberte cobijado y estarías lo bastante lejos de Yorkshire Falls como para que no te siguieran el rastro. -Chase caminó de un lado para otro, sin saber muy bien cómo lidiar con el hombre, con sus inesperados cambios de humor y su curiosa forma de pensar.

– Porque entonces no podría haber vigilado a mi hija. -Se le quebró la voz al admitirlo.

Chase se detuvo, perplejo, sin saber cómo reaccionar. Aunque sabía que Samson buscaba a Sloane, nunca se había planteado qué sentiría por su hija, ya que siempre se había mostrado indiferente con todo y con todos.

– Se parece tanto a su madre que me duele mirarla -prosiguió Samson mientras acariciaba al perro. -Tuve que dejar a Jacqueline, pero nunca lo habría hecho si hubiera sabido que estaba embarazada. Perdí a la madre de Sloane. Luego me perdí verla crecer a ella. Así que ahora no pienso poner en peligro su vida. -Se pasó una mano por los ojos, pero no miró a Chase. -Si consiguiera alejarla para siempre, al menos sabría que seguiría con vida.

Chase asintió, comprensivo:

– Has hecho bien al no permitir que se quedara aquí. Pero en cuanto todo esto haya acabado, más te vale que hagas las cosas bien -farfulló Chase. -No se merece pensar que la rechazas.

– Ni tampoco se merece el modo en que la tratas, Don Engreído Chandler. -Samson dejó al perro en el suelo y rodeó el sofá para acercarse a Chase, lo cual pilló a éste desprevenido. -Es mi niñita y le has hecho tanto daño como yo. Eso salta a la vista, incluso para alguien tan antisocial como yo.

Chase se estremeció ya que sabía que Samson tenía razón.

– Los dos sabíamos de qué iba nuestra relación. -Pero sus palabras le parecieron patéticas porque saber de qué iba la relación sólo le había servido la primera noche que pasaron juntos.

En cuanto Sloane llegó a Yorkshire Falls, las cosas habían cambiado. La explosión que sacudió la casa de Samson también sacudió el mundo de Chase, y nada había vuelto a ser lo mismo desde entonces.

– Eres un adulto y, si quieres que te sea sincero, deberías comenzar a comportarte como tal -dijo Samson. -Responsabilízate de tus actos. Decide qué quieres de una vez por todas. Yo tomé decisiones hace muchos años de las que ahora me arrepiento. Si quieres que ella salga de tu vida, entontes despídete y no mires hacia atrás. No juegues a ser su salvador y a ignorarla luego cuando te conviene -concluyó retomando el tono típico de Samson.

– Para haber estado oculto, pareces saber mucho sobre nosotros dos.

Samson se encogió de hombros, pero Chase se percató de que tenía un aire cada vez más arrogante. Al menos cuando se trataba de Sloane.

– He visto y oído más cosas de las que te imaginas -repuso Samson. -Y me da igual si te apellidas Chandler; tu conducta es vergonzosa y mi hija se merece algo mejor.

Tras ese comentario hiriente para poner fin a la conversación, Samson se acomodó en el sofá, de nuevo con semblante hosco, sin hacer el más mínimo caso ni a Chase ni a Pearl, quien trataba de llamar su atención.

Chase se había quedado mudo tras las palabras de Samson. Resonaban en su cabeza mientras Rick les indicaba a Pearl y a Eldin que hicieran las maletas para ir a casa de Raina. Samson se quedaría allí y, con suerte, atraería a los hombres que lo perseguían cuando Rick estuviera de guardia. Pero Chase no tenía tiempo para pensar o establecer paralelismos entre su vida y la de Samson, no hasta que se esfumase la amenaza que se cernía sobre éste e, indirectamente, sobre Sloane y el resto de la familia de Chase.

CAPÍTULO 15

– La última vez que estuvimos los tres juntos así, uno de nosotros tuvo que casarse. -Román cruzó los brazos sobre el pecho v se rió, recordando a sus hermanos la moneda que habían lanzado al aire hacía más de nueve meses. Una época en la que los «problemas cardíacos» de Raina no eran más que una mera indigestión, si bien sus hijos no lo sabían entonces.

Raina se había valido de ese incidente para comenzar la farsa de su enfermedad y para suplicar a sus hijos que uno de ellos sentara la cabeza y le diese nietos antes de morir. Los tres hermanos Chandler habían lanzado una moneda al aire para ver a quién le tocaría ser el primero en casarse y darle nietos a su madre. Román había perdido y había iniciado el reencuentro con su amor del pasado, Charlotte.

– No ha pasado tanto tiempo y ya nos hemos casado dos y sólo queda un soltero -dijo Rick lanzando una mirada a Chase, a quien el tema no le divertía lo más mínimo.

Sin embargo, la situación era irónica, puesto que ahora Raina estaba enferma de verdad y Chase haría lo que fuese con tal de que se recuperase. Salvo que casarse para contentar a Raina no se correspondía con sus propias necesidades.

Ninguno de sus hermanos parecía percatarse de ello.

– ¿Es que sois tan idiotas que no os dais cuenta de que caísteis en la trampa de mamá? Al tratar de huir de sus maquinaciones, le disteis exactamente lo que quería. -Chase miró por la ventana de la cocina de Rick, la que daba a la casa de Pearl y Eldin.

Durante una época, Pearl y Eldin habían vivido en la casa principal y Kendall en la de invitados, pero la salud de la pareja de ancianos y el matrimonio de Rick y Kendall hizo que el cambio de casas fuera la solución perfecta.

En el patio trasero reinaba una tranquilidad absoluta mientras en la casa de invitados se preparaban para marcharse. Samson fue el único que se quedó allí; se negaba a irse.

Román se encogió de hombros y se dirigió hacia la nevera.

– ¿Refrescos? -preguntó a sus hermanos.

– No -gruñeron los dos.

– Como queráis. -Sacó una botella de Coca-Cola y comenzó a rebuscar por los armarios.

– ¿Qué demonios buscas? -le preguntó Rick. Román cerró una puerta y abrió otra. -Los vasos.

– La puerta que está junto al microondas. Por cierto, haz como si estuvieras en tu casa -le espetó Rick.

Román se rió sin ofenderse lo más mínimo.

– Centrémonos en lo esencial -dijo mientras se sentaba en la encimera de fórmica. -¿Os habéis dado cuenta de que, tal como han salido las cosas, lo que mamá quería ha sido para nuestro bien?

– Kendall te matará si la encimera se agrieta -le dijo Rick.

– Que va. Te matará a ti. -Román sonrió, luego fingió brindar con el vaso y se bebió el refresco. -Entonces, ¿cuándo piensas rendirte y reconocer que Sloane es la mujer de tu vida?

Chase dejó escapar un gemido. Que Román y Rick hubieran decidido casarse y formar familias no significaba que eso fuera lo que más le convenía a él.

– Todos seguimos nuestros propios caminos -respondió.

– ¿Y no puedes seguir el tuyo y estar con Sloane a la vez? -Román arqueó una ceja. -Creo que yo decía lo mismo, que no podía dedicarme a mi trabajo y sentar la cabeza con Charlotte. Me equivocaba.

– Eras corresponsal en el extranjero y estabas dispuesto a cambiar de lugar para satisfacer vuestras necesidades. Yo voy a publicar un artículo que aparecerá en todos los periódicos y que acabará con la carrera política del padre de Sloane. No soy el más idóneo para casarme con ella.

– ¿O sea que te vas a casar? -preguntó Rick. -¡Yuju!

Chase lo fulminó con la mirada, la misma que había surtido efecto cuando un Rick de dieciséis años había amenazado con llevarse su coche si no se lo prestaba. Con casi diecinueve años, Chase se había sentido como si tuviera treinta y no se fiaba de dejar a su hermano al volante.

Rick se limitó a encogerse de hombros.

– Has sido tú quien ha dicho la temida palabra, no yo.

Obviamente, ahora que Rick tenía treinta y cuatro años, la ira de Chase ya no tenía el mismo efecto, y menos cuando Rick creía tener razón.

– ¿Queréis comportaros? -intervino Román tratando de ser la voz de la razón.

Rick se rió por lo bajo, pero recobró la compostura de inmediato.

– Tienes razón. Tenemos problemas más apremiantes. ¿Qué hay de Sloane?

– ¿Qué le pasa? -preguntó Chase, haciéndose el tonto porque no le apetecía hablar del tema con sus hermanaos.

– Seguro que no quiere estar sola después de lo de Samson. Chase relajó los hombros antes de darles la respuesta que llevaba una hora tratando de creer.

– Sloane necesita tiempo para analizar con calma lo que siente por Samson.

– ¿Qué hay de la protección? -le preguntó Rick retomando su faceta más policial. -Ya nos hemos asegurado de que el resto de la familia, Pearl, Eldin y Samson estén a salvo. ¿No se merece Sloane el mismo trato?

– No le pasará nada mientras no esté con Samson. En eso estamos de acuerdo. Y éste se oculta en la casa de invitados.

– Tal vez esté físicamente a salvo, pero ¿qué me dices de sus sentimientos? -Rick meneó la cabeza y le dedicó una mirada que daba a entender que Chase era patético a la hora de lidiar con el sexo opuesto. -A todas las mujeres les gusta contar con alguien en los momentos difíciles -dijo.

– Que te lo digan a ti. -Chase ladeó la cabeza y vio la expresión divertida de su hermano.

– No tengo la culpa si se me da bien rescatar a damas en apuros.

– Pues acabaste casado.

Rick se encogió de hombros.

– ¿Y qué? No me casé con nadie impuesto por mamá. Me casé con Kendall, la mujer que me convenía. Y Román hizo lo mismo. Pero tú, hermanito, sigues huyendo.

– Eso es una tontería -farfulló Chase. -Nunca he huido de nada, empezando por la responsabilidad que suponía ocuparme de vosotros.

– Eso es agua pasada, Chase, pero es una excusa perfecta para no tener que pensar en lo que sientes por Sloane. -Román carraspeó. -Ahora estás eludiendo esa responsabilidad.

– ¿Puedes repetirme en qué te licenciaste? -preguntó Chase con sarcasmo. -Porque no recuerdo que estudiaras psicología.

Román puso los ojos en blanco.

– No hace falta ser ninguna lumbrera para saber cómo eres.

– ¡Eh, chicos! -los interrumpió la voz aguda de Pearl mientras entraba por la puerta principal.

– Creía que estabas en casa de Raina -le dijo Rick mientras observaba a Pearl subir la escalera y dirigirse a la cocina.

– Lo estoy, pero antes me has sacado a toda prisa y me he olvidado los brownies. -Apoyó una mano en la cadera y agitó un dedo frente a Rick. -¿Qué clase de invitada no lleva un regalo a su anfitriona? Raina tendrá que soportarme hallándose delicada de salud, así que he vuelto a por los pastelitos. Porque soy una persona agradecida -prosiguió- y porque Charlotte está embarazada y le apetece comer chocolate.

– ¿Y dónde están los brownies? -le preguntó Rick al ver que no llevaba nada en las manos.

Chase pensó que Rick tenía hambre.

– Fuera, en el coche, con Eldin. -Pearl señaló hacia el exterior. -Pero deberías saber que Samson se ha marchado, no está en la casa en lasque le dijiste que se quedara. Cuando me he dado cuenta de que no estaba allí, no he querido que me detuvieran como cómplice de un delito al no 'informar de su desaparición. -Asintió con la cabeza, convencida de haber hecho lo correcto.

Y eso había hecho, pensó Chase, aunque sus motivos no tuvieran sentido y fueran sesgados. ‹

Rick le rodeó los hombros con el brazo y comenzó a conducirla hacia la puerta principal.

– Has hecho lo que debías -le aseguró.

Pearl volvió a asentir.

– Ah, y hay algo más que debería haberte dicho antes. Rick ladeó la cabeza y se detuvo. -¿El qué?

– Samson ha dicho que hay un hombre que no deja de pedirle indicaciones, y que ese mismo hombre aparece en todos los lugares a los que Samson va. Cuando le sugerimos que te lo contara, dijo que no estaba preocupado, puesto que ese tipo había tenido muchas oportunidades para «cargárselo», si es que ésa era su intención. -Pearl cerró los puños dentro de los bolsillos del delantal. -Pero Samson es terco, y no confía en que nadie lo ayude. Hace años que no se fía de nadie. -Hundió la cabeza y añadió: -Creía que deberías saberlo.

Chase respiró hondo y soltó el aire, preocupado. Mientras Rick acompañaba a Pearl hasta el coche, Chase se dio cuenta de dos cosas. Los sermones de sus hermanos lo habían distraído y no había vigilado la casa de invitados por la ventana para asegurarse de que Samson no se escabullera. Y si Samson estaba por ahí, no podía dejar sola a Sloane. No estaba segura.

Si su padre iba a buscarla, Sloane, lo mismo que Samson, era un blanco andante.

En la cabaña del árbol, el aire olía a otoño. Las paredes de madera impedían que el viento penetrante se colase por todas partes, pero entraban ráfagas de aire frío por una pequeña ventana. Sloane se estaba helando, aunque no importaba. No tenía adonde ir, así que llevaba varias horas sola.

Se hizo un ovillo, cerró los ojos y se recostó cuando, sin previo aviso, el ruido de alguien subiendo por la desvencijada escalera que conducía a la cabaña la pilló desprevenida.

Lo mismo que su visitante.

Samson pasó por la puertecita y se sentó a su lado. Sloane lo miró con recelo, sin entender por qué había ido a su encuentro después de haberla rechazado. Se negó a allanarle el camino, por lo que se sujetó con fuerza de las rodillas y esperó.

– Te mereces un padre mejor. Sloane apretó los puños.

– No eres quién para decidir lo que me conviene. Además, no escogemos a nuestros padres. Eso es cosa del destino. -Lo mismo que se quedaría con el hombre que el «destino» le proporcionase.

Samson llevaba una chaqueta verde enorme y pantalones de soldado arrugados. El viento le había despeinado el pelo cano y el rostro surcado de arrugas evidenciaba los estragos de una vida que no había sido fácil. Pero Sloane percibió en su mirada emociones y afectos intensos que no había visto con anterioridad. Era un hombre que sabía ocultar sus sentimientos y sólo los mostraba cuando confiaba en la otra persona.

Puesto que Sloane había ido a buscarlo al pueblo, tal vez Samson confiara en ella.

– Pues tendrás que cargar conmigo. -Samson hundió las manos en los bolsillos de la chaqueta y se balanceó.

– Es una posibilidad -dijo Sloane esbozando una sonrisa. Respiró hondo y decidió reconciliarse con él. -Prefiero pensar que el destino me ha bendecido con dos hombres buenos y distintos como figuras paternas. La diferencia es que tú has llegado más tarde.

Samson ladeó la cabeza.

– ¿Por qué eres tan buena conmigo?

– ¿Y por qué no? Aparte de que llevamos la misma sangre, nos hemos perdido muchas cosas me gustaría ponerme al día, y conocer así mejor a mi verdadero padre.

– Pues vaya bufón te ha tocado. -Samson se señaló con una mueca de repugnancia. -Supongo que no estoy a la altura del senador, ¿no?

Sloane meneó la cabeza al percatarse de que volvía a referirse a sí mismo en términos humillantes y se preguntó cómo lo habría tratado la vida para que llegase a esos extremos. Pero también se dio cuenta del cambio de tono, lenguaje y modales. Ya no parecía un paleto que no sabía expresarse, sino que se dirigía a ella como lo haría un hombre más educado. «La clase de hombre que habría atraído a Jacqueline», pensó Sloane.

– Nunca te he comparado con Michael, del mismo modo que no me gusta que me comparen con mis hermanas o con mi madrastra. Somos personas diferentes. He venido a buscarte y me alegro de haberte encontrado. ¿Y tú? -Lo miró con recelo.

– Por supuesto que sí.

Sloane se sintió aliviada, pero no pensaba lanzarse a sus brazos y echar a perder aquel momento. Todavía. Tenían que conocerse mejor. Sloane ya había descubierto que si ella se emocionaba más de la cuenta, Samson salía corriendo, así que decidió cambiar de tema.

– ¿A qué viene el papel de paleto? A veces parece que hables como si ni siquiera hubieras acabado la escuela; en cambio otras es como si fueras una persona culta, y te diriges a mí como un auténtico caballero. -Se inclinó hacia él. -¿Por qué recurres a esa tapadera?

– Salta a la vista -farfulló Samson. Sacó del bolsillo lo que parecía un paquete de chicles. -¿Quieres? Sloane negó con la cabeza. -NP, gracias, y no, no salta a la vista.

– Tu madre y yo teníamos sueños. Los dos acabaríamos los estudios; ella trabajaría hasta que se quedase embarazada; yo trabajaría con un anticuario hasta que pudiese montar mi propio negocio para mantener a la familia. -Cambió de postura y el roce de la chaqueta resonó en la cabaña silenciosa. -Me estaba especializando en historia del arte.

– No lo sabía. -Nadie le había hablado de su pasado y Sloane no quería perderse ningún detalle.

– Era imposible que lo supieras. Renuncié a esos sueños cuando renuncié a tu madre. Eso fue el día en que apareció su padre con la prueba de que el mío se había endeudado con un usurero. Pero él mismo traía también la solución.

– ¿A qué te refieres? -La última parte de la explicación había sido un gruñido típico de Samson. Sloane quería saber toda la verdad, y el hombre parecía dispuesto a darle respuestas.

– Me ofreció un cheque para saldar la deuda con el usurero. Si aceptaba el trato, mi padre me cedería la casa. ¿Qué podía hacer? Mi madre ya no tendría que vivir con el miedo a perder un techo bajo el que cobijarse. A mi padre no le destrozarían las rodillas. -Meneó la cabeza y dejó escapar un rugido semejante a una carcajada.

Pero a Sloane la historia no le divertía.

– Ya no se destrozan rodillas -apuntó ella.

– No, sólo vuelan casas por los aires. -Samson alzó la vista del suelo de madera combado. -Gracias a Dios, te has criado en un entorno seguro. Ese fue uno de los motivos por los que acepté el dinero y renuncié a Jacqueline. Para protegerla de mi familia y de mí mismo.

– Por no mencionar que mi abuelo exigió que ésa fuera una de las condiciones, ¿no? El dinero a cambio de que dejaras a Jacqueline -puntualizó Sloane con los dientes apretados.

– Fue un trato excelente para tu madre, ya que disfrutó de una vida maravillosa, por corta que ésta fuera.

La conversación se había vuelto más emotiva de lo que Sloane había previsto, pero puesto que no parecía que Samson fuera a marcharse corriendo, insistió:

– ¿Cómo sabes que Jacqueline no habría disfrutado de una vida mejor contigo? ¿Con el hombre al que amaba de verdad?

Samson se encogió de hombros.

– Ella no tenía elección, y yo tampoco. Tu abuelo dejó bien claro que si él no saldaba la deuda del usurero, seguramente encontrarían a mi padre muerto en un callejón. El banco se quedaría con la casa, y mi madre y yo acabaríamos en la calle. -Se pasó una mano por el pelo despeinado. -Por si fuera poco, mi madre tenía cáncer. No podíamos costearnos el tratamiento y estaba empeorando a pasos agigantados. Yo quería que, al menos, pasase sus últimos días lo mejor posible. Y para eso necesitaba dinero.

Sloane tragó saliva a pesar del nudo que tenía en la garganta, incapaz de creer lo que su padre le estaba contando.

– Por favor, no me digas que le contaste a mi abuelo lo de la enfermedad de tu madre y que él se aprovechó de ello.

Samson asintió:

– Aumentó la suma del cheque sin pestañear y me dijo que me mantuviese lejos de Jacqueline. ¿Qué podía hacer salvo aceptarlo? -Samson relajó los hombros con un gesto de indiferencia, como si aquello fuera agua pasada, pero su expresión desolada y el dolor de sus ojos le dieron a entender a Sloane que él nunca había llegado a sobreponerse.

– Dijiste que, en cierto modo, habías vuelto a por Jacqueline. ¿A qué te referías? -Agitó los dedos helados para que la sangre circulara de nuevo por ellos. Estaba congelada.

– Al principio no volví, no fui a verla ni nada. Estaba más que ocupado con la enfermedad de mi madre y necesitaba todo el dinero que tu abuelo me había dado. No podía permitirme el lujo de disgustarlo. Y entonces mi madre se murió.

– Lo siento. -Sloane se secó las lágrimas que le caían de los ojos al oír mencionar a una abuela a la que no había conocido. Desconocía muchos detalles de su vida y sólo los sabría a través de terceros.

Todo por culpa del egoísmo de un hombre que había querido controlar todo. Se preguntaba si el padre de su madre se habría arrepentido de haber jugado con la vida de quienes lo rodeaban.

Pero nada podía cambiar las cosas, así que se volvió hacia Samson.

– ¿Qué pasó luego? Tu madre falleció y tu padre… Samson se aclaró la garganta.

– Ya había desaparecido. Lo suyo no era ocuparse de los demás, ni en la salud ni en la enfermedad. Abandonó a mi madre al final de sus días.

Sloane abrió unos ojos como platos.

– Vaya manera de agradecerte lo que habías hecho por él.

– Creía que se lo debía por haberme engendrado.

Sloane meneó la cabeza, pero sabía que las palabras de conmiseración no servirían de nada.

– Cuando te quedaste sin tus padres, ¿por qué no volviste con Jacqueline?

– Tu abuelo era senador, y un hombre muy listo. Me hizo firmar un acuerdo. Acepté que el muy cabrón no me exigiría que le devolviera el dinero… salvo si yo iba a buscar a Jacqueline. -Negó con la cabeza; el abatimiento y el arrepentimiento se apreciaban en los hombros caídos y emanaba dolor por los cuatro costados. Dolor por las cosas que había hecho… y por las que no -Acepté una suma de dinero descomunal. No habría podido devolverla ni en diez vidas.

Sloane exhaló y se dio cuenta de que el aliento se condensaba ante su boca. «Maldita ventana abierta», pensó mientras se frotaba los brazos con las manos. Ni siquiera la chaqueta la protegía.

– Las amenazas económicas no me habrían apartado de Jacqueline. -Samson parecía estar concentrado en la conversación, ajeno al frío. -Pero cuando fui a verla, estaba casada. Parecía feliz y supe que estaba bien cuidada, que tenía todo lo que yo no podría darle. -Samson se secó los ojos con una manga. -Así que volví a casa.

– Y te encerraste en ti mismo. -Ahora Sloane lo comprendía. Lo comprendía todo y por qué se había convertido en un solitario.

– En el pueblo era más fácil que me dejaran en paz. -Cortó el aire con la mano, como para eliminar a las personas de su vida. -Aunque había gente que insistía. Pearl me traía pastelitos, e Izzy y Norman me enviaban comida tras la muerte de mi madre. Pero yo no quería su compasión. Cuando vi que los buenos modales no surtían el efecto deseado, comencé a ser grosero y seco con ellos. -Hizo una mueca. -Funcionó a las mil maravillas y me dejaron tranquilo.

A pesar del tono orgulloso, Sloane percibió que sus palabras eran huecas. Perder a Jacqueline y luego a toda su familia debió de causarle un dolor terrible.

– Te debes de haber sentido muy solo. -Sloane ladeó la cabeza, esperando que defendiera su independencia y dijera que no necesitaba a nadie.

Era un misántropo que no quería compartir sus sentimientos con nadie. Pero lo que le dijo a continuación la sorprendió.

– No le deseo a nadie lo que viví -murmuró, y se dirigió hacia la ventana. -Pero salí adelante y estoy bien. Que me zurzan si no es cierto. -Se puso bien erguido, interpretando como siempre el papel del hombre solitario.

– Sé que estás bien, pero reconoce que podrías estar mejor. -Sloane se arrodilló y se alegró de que ese movimiento le reactivara la circulación. -Ahora tienes familia y tendrás que cargar conmigo -dijo, devolviéndole lo que Samson había dicho antes.

El hombre pronto sabría que Sloane Carlisle era una mujer a la que no era fácil disuadir. Samson tal vez no quisiera ciertas emociones, pero eran del todo inevitables. Sloane era su hija, la única persona de carne y hueso en el mundo con la que tenía un vínculo de sangre. Había llegado el momento de que lo reconociera con un abrazo. Y Sloane pensaba disfrutar de ese primer abrazo padre-hija.

Se levantó, avanzó hasta la ventana abierta y se dispuso a tocar a Samson, pero en ese preciso instante, se oyó un ruido en el exterior y luego experimentó una sensación ardiente que le atravesaba el hombro izquierdo. El impacto la arrojó contra la pared y Sloane gritó, sorprendida. Se llevó la mano al hombro mientras veía destellos blancos y estallidos de luz a su alrededor.

– Maldita sea -Samson corrió hacia ella y la ayudó a sentarse en el suelo.antes de arrodillarse a su lado. -Cuidado. -Le apartó la mano para inspeccionarle el hombro.

Sloane miró hacia abajo. ¿Por qué tenía sangre en las manos?

– Te han disparado -dijo Samson con voz temblorosa.

Sloane comenzó a verlo todo borroso. Le pareció que Samson se quitaba la chaqueta y murmuraba: «Hay que detener la hemorragia», pero no estaba segura.

Sin embargo, cuando le presionó el hombro, un dolor intenso, penetrante e insoportable le recorrió todo el cuerpo hasta el corazón. Ladeó la cabeza y cerró los ojos para huir de aquella agonía, pero no podía escapar de su propio cuerpo.

Llegaban otros ruidos del exterior… ¿Tal vez pasos? Voces, sin duda. Oyó a Samson hablando. Deseó que Chase estuviera a su lado, interpretando su papel de salvador, pero él estaba con su familia. Su principal obligación. Sloane había salido de su vida. ¿O Chase había salido de la suya? Sintió unas náuseas terribles y la desorientadora sensación de que estaba perdiendo el equilibrio.

«Déjate llevar», se dijo. Si lo hacía, escaparía del dolor, y eso era lo que más le importaba, pensó mientras se hundía en el olvido.

– Tendrías que haberme dejado conducir -masculló Chase.

– Estás demasiado agitado -repuso Rick mientras reducía la velocidad al llegar a un ceda el paso.

Chase fulminó a Rick con la mirada, quien, tras saber que Samson había desaparecido, había cogido las llaves del coche y, como el policía que era, había indicado a sus hermanos qué debían hacer. No quería que Samson se paseara solo por el pueblo sin protección alguna.

No le había reprochado a Chase no haber seguido a Sloane cuando había tenido la oportunidad, porque su hermano ya se lo reprochaba lo suficiente a sí mismo como para que, encima, él lo sermoneara. El instinto le decía a Chase que padre e hija estaban juntos, y que aquello no acabaría bien.

– Acelera, ¿quieres? -le dijo a su hermano.

Rick no le hizo caso y Román alargó la mano desde el asiento trasero y la apoyó en el hombro de Chase para darle ánimos.

Llegaremos a casa de los McKeever en seguida.

La vieja cabaña del árbol, donde Sloane había visto a Samson por primera vez, era el único lugar al que a Chase se le ocurría que Sloane iría para estar sola. Estaba seguro de que no volvería a su casa. Se había esforzado lo indecible para apartarla y alejarla de él.

Maldición.

Finalmente, tras lo que a Chase le pareció media hora pero apenas habían sido cinco minutos, Rick aparcó junto al bordillo, frente a la casa. No había ningún coche en la entrada, lo que indicaba que los McKeever todavía no habían vuelto, algo que ya se habían imaginado después de que los llamaran desde el coche y no respondieran.

– Tal vez nos hayamos alarmado sin motivo -dijo Román para tratar de tranquilizar a Chase.

– Ya, me gustaría oírte decir lo mismo si estuviéramos buscando a Charlotte.

Román frunció el cejo.

– No te pases.

Chase saltó del coche antes de que Rick hubiera apagado el motor. Rodeó la casa, seguido de sus hermanos, y se dirigió hacia el patio trasero. Tenía la boca seca y las sienes le palpitaban. No sabía qué se iba a encontrar y le daba igual irrumpir allí como un loco aunque Sloane estuviera sola en la cabaña. Lo importante era que estuviera bien.

Las hojas secas crujían bajo sus pies y hacían demasiado ruido para su gusto, pues seguramente delatarían su presencia, pero no podía impedirlo. Oyó un sonido apagado e indistinguible en las inmediaciones y Chase se detuvo junto a una pícea azul; el instinto le indicó que avanzara con cautela.

– ¿Qué pasa? -susurró Rick.

Chase se encogió de hombros.

– No lo sé, pero he oído algo.

Rick le hizo una seña a Chase para que se quedase donde estaba.

– Iré por detrás -dijo, con la pistola en una mano, mientras con la otra señalaba hacia la cabaña y la ventana.

Sin previo aviso, una figura solitaria irrumpió en escena corriendo por entre los árboles, dejando hojas pisoteadas a su paso. Al mismo tiempo, Samson asomó la cabeza por la ventana. -Llamad a la ambulancia -les gritó.

– En seguida -dijo Román mientras sacaba el móvil del bolsillo y Rick perseguía al fugitivo.

Chase corrió hacia la cabaña, presa del pánico. No recordó haber subido la escalera, pero sí fue consciente de haberse deslizado en el interior de la estructura y haber visto a Sloane desmayada en el suelo. La sangre había empapado la vieja chaqueta de Samson, que hacía las veces de torniquete y de venda para detener la hemorragia.

Se le encogió el estómago, el miedo se apoderó de él y el corazón comenzó a palpitarle cada vez más rápido.

– Román acaba de llamar a la ambulancia -le dijo Chase a Samson antes de arrodillarse junto a Sloane y tomar su mano helada entre las suyas.

El hombre, consternado, caminaba de un lado para otro mascullando para sí.

– ¿Qué ha pasado? -logró preguntarle Chase, aunque tenía la boca completamente seca.

– ¿A ti qué te parece, genio? -Samson lo miró frunciendo el cejo. -Aquí no pintas nada.

– No pienso discutir en estos momentos. ¿Qué ha pasado? Es decir, aparte de lo más obvio -le preguntó de nuevo, cada vez más impaciente y enfadado. Enfadado consigo mismo, y con el destino, por haberse aprovechado de su estupidez al dejar a Sloane sola.

Samson se pasó una mano cansada por los ojos y, por primera vez, Chase sintió pena por un hombre que sin duda estaba sufriendo tanto como él.

– He venido a buscarla -respondió Samson. -Ella llevaba aquí un rato, pero quien me ha disparado seguramente no lo sabía, porque sólo me seguía a mí.

Chase apartó un mechón de pelo del rostro de Sloane y le preocupó el hecho de que ella ni siquiera se estremeciera.

– ¿Es una suposición o sabes a ciencia cierta que te seguían? -le preguntó sin volverse para mirarlo.

– Lo sé. -Samson se sonrojó. -Alguien me ha estado siguiendo y vigilando mis movimientos.

Chase apretó los dientes y, al observar el rostro pálido de Sloane y la falta de respuesta a sus estímulos, ya fuera apretarle la mano o susurrarle al oído, volvió a sentir que el miedo lo devoraba.

– ¿Y no has informado de ello a la policía ni has llamado a Rick por algún motivo en especial? -Chase arqueó una ceja con amargo sarcasmo.

– No confío en nadie. Creía que no había dejado rastro alguno. Tú ni siquiera te has dado cuenta de que me había marchado de la casa. Al menos no de inmediato. -Samson alzó el mentón con un gesto desafiante que no engañó a Chase.

Tema los ojos húmedos y le temblaba la voz. Estaba al borde de un colapso nervioso fruto de la culpa y la preocupación y, aunque a Chase le apetecía darle una buena tunda, sabía que él también era culpable de aquella situación.

Los dos le habían fallado a Sloane.»

– Escúchame bien. Tal vez ha llegado el momento de que confíes en alguien, al menos PARA evitar que ella sufra más.

– Ha hablado el experto -bufó Samson irónico.

Por suerte, se oían ya las sirenas de la ambulancia a lo lejos, lo cual evitó que la discusión fuera a más. A Sloane no le serviría de nada y si Rick atrapaba al fugitivo, todo lo demás no importaba, pensó Chase.

Salvo Sloane, la mujer a la que amaba y a la que tal vez perdería si continuaba desangrándose. Le acarició la mejilla con una mano temblorosa, tratando de no mirar hacia la mancha roja que atravesaba ya la chaqueta. Parecía haber perdido mucha sangre y seguía inconsciente, pensó mientras el miedo lo atenazaba. Había empezado a preocuparse desde que se había imaginado que Sloane estaría con Samson, y su preocupación había ido en aumento a medida que transcurrían los minutos.

La había dejado sola, expuesta a cualquier peligro, y ahora tal vez no tendría la oportunidad de decirle que lo sentía, que la amaba, que no quería perderla.

Sin embargo, ¿qué significaba eso para el futuro que había soñado? Un porvenir sin familia ni responsabilidades. Negó con la cabeza, ya que sus deseos se burlaban de él; su madre ya era una gran responsabilidad, y seguiría siéndolo aunque se casase con Eric. Las costumbres arraigadas no desaparecían tan fácilmente. Nunca se libraría por completo de sus responsabilidades.

Y comenzaba a darse cuenta de que eso era precisamente lo que quería. No quería acabar viejo y solo. Y si Sloane moría, eso sería lo que le pasaría.

CAPÍTULO 16

Una herida en el hombro. La bala se lo había atravesado limpiamente, o al menos eso era lo que Chase creía haber oído decir a uno de los médicos de urgencias. Pero quería confirmarlo; se dirigió hacia un tipo que parecía recién licenciado y le dio una palmadita en el hombro.

– Perdona. Necesito ver a Sloane Carlisle.

– Está con el médico -respondió el otro sin mirarlo.

Un médico que sin embargo no era Eric, pensó Chase, porque éste todavía no había llegado al hospital.

– ¿Cómo está? La última vez que la vi estaba inconsciente y había perdido mucha sangre. -Se estremeció al recordarlo.

– ¿Eres un familiar? -le preguntó el tipo sin apenas apartar la mirada de las gráficas de evolución. -Sólo puedo revelar información sobre los pacientes a los familiares.

– Sí, sí, soy un familiar -masculló Chase mintiendo con suma facilidad.

En realidad, lo único que lo urna a Sloane era un repentino deseo de hacerla suya y no dejarla marchar nunca.

– ¿Eres su… hermano? -conjeturó el joven médico mientras finalmente alzaba la vista.

Chase negó con la cabeza como un tonto, y a punto estuvo de decir que era su marido. Pero no habría podido. En el hospital lo conocían muchas personas, y era público y notorio lo mucho que él siempre se había jactado de no estar casado, sobre todo tras convertirse en el último Chandler soltero.

El médico miró a Chase con conmiseración.

– Vale, colega, quieres ver a tu novia. Lo pillo. Pero no podrás hasta que esté consciente y se permita la entrada a las visitas. -Le dio una palmadita en el hombro. -Lo siento.

– Gracias. -Chase se volvió, cabreado con el joven, pero sobre todo cabreado consigo mismo.

Como periodista, muchas veces había fingido ser quien no era para poder ver las situaciones de primera mano, pero eso no podía hacerlo en un pueblo donde todos se conocían. Sin embargo, Sloane se hallaba postrada en una cama de hospital y Chase no sabía cómo estaba, por lo que no hacía más que darle vueltas a algún método para colarse. Menudo periodista de pacotilla, ni siquiera era capaz de acercarse a la persona que más le importaba en el mundo.

El corazón le palpitaba con fuerza y la adrenalina le corría por las venas, no pensaba con claridad y lógica, lo cual reafirmaba sus sentimientos. Como si hubiera dudado de ellos. No, no, ya no dudaba de ellos. Sabía lo que sentía y lo que quería… que Sloane formara parte de su vida para siempre. Sin embargo, de momento, le bastaría con verla abrir aquellos hermosos ojos verdes.

Consultó la hora y se dio cuenta de que sólo habían pasado diez minutos desde que había seguido a la ambulancia hasta el hospital, sintiéndose más impotente y asustado que nunca. Incluso más que cuando su padre había muerto cuando él tenía dieciocho años y, de repente, se había convertido en el cabeza de familia sin tener la más mínima preparación para ello.

Chase gimió. Diez minutos no bastaban para que los médicos curasen a Sloane, ni tampoco para que Rick arrastrara al sospechoso a la comisaría para asegurarse de que lo procesaran como era debido. Su hermano había atrapado al fugitivo, pistola en mano, en la finca del vecino, antes de que llegase a la camioneta que había aparcado en la esquina. Chase confiaba en que Rick se ocupase de aquel asunto.

Mientras tanto, se sentó cerca de las puertas de urgencias por las que se habían llevado a Sloane. Con los dientes apretados, se obligó a esperar, a que llegase Eric en lugar de irrumpir en la sala de urgencias, exigir respuestas y que le permitiesen ver a Sloane. Tendría que esperar la llegada de Eric para que éste lo ayudase a saltarse las restricciones y medidas de seguridad del hospital.

De repente, las puertas se abrieron de par en par y salió una doctora. Chase la reconoció; era la que se había ocupado de Sloane en cuanto los conductores de la ambulancia la metieron en el hospital en una camilla.

Se levantó de un salto.

– ¿Cómo está?

La doctora lo miró con expresión recelosa pero comprensiva.

– Estable -repuso, como si no estuviera segura de que debiera facilitarle esa información. -Está aturdida, pero quiere ver a su padre. -Chase se sintió aliviado. Sloane estaba despierta y podía hablar. Gracias a Dios. -¿Sabes si está aquí? -le preguntó.

Chase trató de responder, pero el nudo de la garganta no se lo ponía fácil.

– No lo he visto. -Después de sentarse junto a Sloane en la ambulancia y de ver cómo la entraban en el hospital, Samson había desaparecido.

Maldita sea.

Chase miró alrededor de nuevo, pero aquel hombre excéntrico no estaba allí.

– ¿Puedo verla? -preguntó Chase, incapaz de disimular su tono esperanzado.

La doctora negó con la cabeza de forma rutinaria.

– En cuanto le asignen una habitación, ya te avisaremos si ella quiere verte. -La doctora hundió las manos en los bolsillos blancos de la bata. -Mientras tanto, te prometo que está bien atendida. -La doctora le puso la mano en el hombro. «Deben de dedicar el mismo gesto a todo el mundo», pensó Chase, frustrado. -Si el padre de la señorita Carlisle llega, dile que su hija quiere verlo.

Antes de que Chase pudiera replicar, un hombre imponente, con traje y corbata -ni más ni menos que el senador Michael Carlisle, -se acercó a la doctora a grandes zancadas.

– ¿Ha dicho que Sloane quiere ver a su padre?

La mujer asintió.

– ¿Y usted es…?

– El senador Michael Carlisle -respondió con el aire autoritario que tan rápidamente le había ayudado a ascender en política. -Quiero ver a mi hija ahora mismo.

Madeline permanecía junto a su esposo, llorando. No miró a su alrededor y no vio a Chase a su lado. Lo cual era comprensible, teniendo en cuenta lo muy alterada que estaba. Por otra parte, puesto que Chase había recibido instrucciones de ella de vigilar y velar por la seguridad de Sloane, él sería la última persona a la que Madeline querría ver en esos momentos.

A pesar de todo, Chase quería hablar con el senador, no sólo de Sloane, sino de sus directores de campaña y de todo el asunto, incluido quién sería el mejor periodista para cubrir la noticia. El único capaz de proteger tanto a Sloane como los intereses del senador. Sin embargo, Chase sabía que no debía abordarlos antes de que viesen a su hija.

Frustrado e impotente, se limitó a ver cómo el senador conducía a Madeline Carlisle, con la mano en su espalda, a través de las puertas de urgencias para ver a su hija. Había llegado la familia que la había criado y que la quería. Se asegurarían de que recibiese los mejores cuidados posibles, algo que Chase había sido incapaz de hacer.

Le propinó una patada al suelo de linóleo. Cada vez se sentía más frustrado, pero también más resuelto. Sloane estaba viva y ahora él tendría una segunda oportunidad. Se moría de ganas de decírselo y de empezar su nuevo futuro.

Mientras no moviera el cuerpo, Sloane no sentía mucho dolor.

Los fármacos que le habían administrado comenzaban a hacer efecto, pensó mientras apoyaba la cabeza en la almohada. Todavía no se había sobrepuesto a la conmoción de lo ocurrido y, en cuanto el dolor hubo remitido un poco, quiso ver a Samson. Le habían dado una buena noticia, pero desconocía su paradero. No le habían disparado ni herido, pero en cuanto le hubieron asegurado que Sloane se recuperaría, se había marchado sin dejar rastro.

«Vaya novedad», pensó Sloane. No recibiría muestras de cariño paterno. Aunque durante unos instantes, en la cabaña, le había parecido que estaba a punto de penetrar en su duro caparazón. Algo que no podría intentar de nuevo salvo que le dieran el alta. '

Llamaron a la puerta y se sobresaltó, y el movimiento repentino e impulsivo hizo que le doliera el hombro. Sé llevó la mano buena a la zona de la herida y apoyó la palma sobre los gruesos vendajes.

Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió y entraron

Madeline y Michael. Sloane ya los había visto en la zona de urgencias, pero ahora era la primera vez que estaban a solas, sin médicos ni enfermeras. Sonrió y les hizo una seña con la mano sana. -Pasad.

Madeline se sentó en la cama y Michael se acomodó en una silla.

– No sabes cuánto me alegro de que estés bien. Tus hermanas también. Te mandan todo su cariño y me han suplicado que las dejara venir, pero quería que estuvieran a salvo hasta asegurarme de que tú también lo estabas. -Madeline le sujetó la mano con fuerza. Se le habían humedecido los ojos. -Cariño, cuando te dije que vinieras a Yorkshire Falls no tenía ni idea de que podía ser peligroso.

– Porque no te lo dije, no quería que te preocuparas innecesariamente. -Sloane suspiró.

Recordaba con claridad el día en que oyó a los hombres de su padre hablar sobre quién era su verdadero padre; teniendo en cuenta todo lo sucedido, le parecía que eso había sido hacía mucho tiempo. Sobre todo por el esfuerzo emocional que había realizado con Samson y Chase. En ese sentido, se sentía mucho mayor de lo que era.

Madeline la reprendió:

– Lo que quieres decir es que no querías que te prohibiese conocer a tu verdadero padre. Pero eres adulta y no podría habértelo impedido.

^NQJ pero tal vez me habrías enviado con un guardaespaldas, y eso no habría sido una buena idea en un pueblo con tantos fisgones. -Sloane se rió, pero se recompuso de inmediato al recordar que, de hecho, Madeline sí le había enviado un guardaespaldas. Un hombre llamado Chase Chandler y, aunque éste se había esforzado por proteger su cuerpo, le había destrozado el corazón.

Aunque no le fue fácil, Sloane intentó sobreponerse. No podía permitir que Madeline y Michael supieran que el dolor emocional superaba con creces el que le había causado la bala, y que el mayor de los hermanos Chandler era el culpable.

Al parecer, un agente de policía había ido al aeropuerto por orden de Rick Chandler para recibir a sus padres y ponerlos al corriente de la situación. Sloane sabía que Michael todavía no se habría recuperado de la impresión, aunque procurase no mostrar su desasosiego.

Les dedicó una sonrisa forzada y prosiguió con la parte de la conversación relativa a la familia.

– Además, a Samson no le habría sentado bien que un guardaespaldas me siguiera a todas partes.

Michael frunció el cejo al oír aquel nombre.

– Ya hablaremos de Samson -intervino con la voz autoritaria de siempre. -Pero antes necesito saber que estás bien. Los médicos me han dicho que la bala te atravesó el hombro limpiamente, y más que nada te están tratando la conmoción. Pero tú ¿cómo te encuentras? -Se inclinó hacia ella y le rozó la frente con los labios, como solía hacer cuando era niña.

El gesto le resultó reconfortante y familiar, tal como debía ser la caricia de un padre, pensó Sloane, agradecida de que aquel hombre le hubiera ofrecido una vida tan maravillosa, sobre todo comparada con la de Samson.

– ¿Cómo estás de aquí? -le preguntó Michael dándose un golpecito en el pecho a la altura del corazón.

Sloane sonrió por su comprensión innata. Le bastaba oír su voz potente y afectuosa para saber que su vida volvía a ser la de siempre. Nunca debería haber dudado de eso ni de él. Si hubiera acudido a Michael tras averiguar la verdad sobre Samson, se habrían ahorrado mucho dolor.

– Estoy bien, de verdad.

– No se está bien cuando a uno le disparan. -Michael se levantó y comenzó a caminar de un lado a otro por aquel espacio reducido. -No se está bien cuando te traicionan los hombres en quienes más confías -dijo alzando la voz.

Madeline, que percibió que Michael estaba alterado y enfadado, se puso en pie, fue a su encuentro y colocó la mano entre las suyas.

– Le han disparado, pero se recuperará -le dijo en un tono tranquilizador, el mismo que había consolado a Sloane cuando había estado enferma o se había hecho daño o peleado con una amiga. -Los demás problemas son cosa tuya, Michael, no de Sloane. Se recuperará. Y tú también. Todo irá bien. Sólo necesitamos tiempo.

Sloane cambió de postura en la cama, pero el hombro se rebeló de inmediato.

– ¿Qué haréis con Robert y Frank? -preguntó con un gesto de dolor.

– Colgarlos por el maldito…

– ¡Michael! -lo reprendió Madeline.

Michael se rió por lo bajo a pesar de la seriedad del asunto.

Sin hacerle caso, su madrastra se volvió hacia Sloane.

– Rick Chandler arrestó a Robert pistola en mano. A Frank lo interrogarán en Nueva York. Decir que están despedidos es quedarse cortos.

Sloane tragó saliva sabiendo lo mal que lo estaría pasando Michael.

– ¿Has hablado con ellos? Michael negó con la cabeza.

– Todavía no, pero la policía me ha revelado los detalles del primer interrogatorio. Al principio, Robert, como el cobarde que es, respondió con evasivas, pero cuando le comunicaron que te había disparado a ti, y no a Samson, se quedó bastante conmocionado.

– ¿Quieres decir que tiene remordimientos? -le preguntó Sloane. -Me cuesta creerlo después de que tratara de matar a mi padre -masculló, refiriéndose a Samson. Entonces cayó en la cuenta de quiénes la estaban escuchando, se sonrojó y los ojos se le humedecieron mientras veía la expresión dolida de Michael. -Oh, papá. Lo siento. No quería…

Michael agitó la mano para restarle importancia.

– Tendremos que plantearnos muchas cosas. La terminología es el menor de nuestros problemas, cariño. -Pero se volvió y se secó los ojos con la manga de la camisa.

Sloane se mordió la cara interior de la mejilla. No sabía qué decir.

Michael, tras recobrar la compostura, volvió a sentarse junto a la cama.

– Preguntabas si Robert tenía remordimientos, y supongo que eso depende de cómo lo definas. -Parecía resuelto a entablar una conversación normal. -En cualquier caso, ha confesado que disparó la bala que te hirió, aunque no eras el blanco deseado.

– Entonces la amenaza ha llegado a su fin. -Sloane exhaló, aliviada.

Michael asintió:

– Estás a salvo, lo mismo que Samson. Supongo que los habéis conocido, ¿no? -Esbozó una sonrisa y Sloane supo que comprendía la necesidad de conocer al hombre que la había engendrado. También sabía que ella le quería, a pesar de todos sus defectos.

– Nos hemos conocido. -Sloane se deslizó la mano por los vendajes.

– ¿Y qué te ha parecido? Sé que él es diferente.

Sloane trató de explicarlo, pero ¿cómo describir a un hombre que llamaba Perro a su mascota y hablaba solo?

– Samson es… excéntrico. Pero a su manera parece que le importo.

– Quería conocerte y se arriesgó mucho al ir a verme en plena campaña. Yo sabía que las amenazas que soltó delante de Robert eran inofensivas. Sólo quería verte. -Michael separó las manos. -¿Cómo iba a negarle eso? Nunca se me ocurrió que Robert o Frank tratarían de hacerle daño. Desde el principio pensaba hacerlo todo público y asumir las consecuencias, pero no llegué a tener esa oportunidad.

Postrada en la cama, Sloane se limitó a asentir.

– Pero Samson es inofensivo, o no habría dejado que vinieras aquí -la tranquilizó Michael.

Sloane se irguió, o lo intentó, y sufrió las consecuencias de inmediato. El dolor la dejó sin aliento, y se le saltaron las lágrimas.

– Oh, maldita sea. -Michael la rodeó con el brazo y la sostuvo hasta que el dolor remitió.

– Estoy bien -susurró Sloane finalmente.

Michael la soltó, pero permaneció a su lado. Le dio un golpecito en la nariz.

– Sabes que no puedo perder de vista a mis pequeñas.

Sloane sonrió sin dejar de llorar.

Madeline le apretó la mano buena como disculpándose. -Compréndelo. ¿Cómo no iba a decirle dónde estabas? Me habría matado. Además, entre nosotros no hay secretos. Sloane abrió los ojos como platos.

– Oh, ya lo pillo. Sólo tenéis secretos con vuestras hijas. A eso se le llama doble rasero. -Sloane se arrepintió de esas palabras sarcásticas nada más pronunciarlas. Avergonzada, apoyó la cabeza en las almohadas y observó el techo agrietado. Tal vez el rencor no hubiera desaparecido por completo, pensó, pero eso no le daba derecho a ser cruel. -Lo siento. -No lo sientas -le dijo Madeline.

– Nosotros somos quienes lo sentimos. -Michael se arrodilló frente a ella, y Sloane supo que se trataba de un gesto de disculpa y de una súplica a partes iguales. -No tendría que haberte ocultado algo así. Los niños adoptados tienen derecho a saber que son adoptados, y tú merecías saberlo y decidir a quién querías en tu vida.

Sloane lo miró.

– Entiendo por qué no me lo dijiste. Cuando era niña, tomaste las decisiones correctas, pero ahora soy una persona adulta. Todo eso es agua pasada, de lo que se trata es de seguir adelante.

– Te quiero tanto como si fueras hija mía -confesó Michael mientras se levantaba.

Sloane sonrió' y rompió a llorar de nuevo.

– Nunca lo he dudado, nunca. Por eso podemos seguir adelante -lo tranquilizó. -Pero tenemos que hablar sobre…

Antes de que pudiera terminar, se abrió la puerta y entró una joven desconocida con un traje de/calle y un portapapeles en la mano..

– Siento interrumpir, pero es importante.

– No pasa nada; entra, Kate.-Michael se volvió hacia Sloane. -Es mi nueva ayudante, Kate Welles.

Sloane sonrió, y la otra mujer asintió con la cabeza para disculparse antes de dirigirse al senador Carlisle, su jefe.

– La prensa comienza a inquietarse. Lo único que saben de momento es que estás aquí porque han ingresado a tu hija en el hospital. No saben por qué. No saben nada del disparo -dijo bajando la voz hasta acabar en un susurro.

– No pasa nada, Kate. Todos los presentes saben qué ha ocurrido -dijo Madeline riendo. Miró a Sloane. -Es nueva -le susurró.

Sloane sonrió, pero le bastó mirar a Kate para recordar que tenían un problema entre manos. La prensa había averiguado que pasaba algo y no se darían por vencidos hasta saberlo todo. En un pueblo pequeño como Yorkshire Falls, todos los habitantes se prestarían a contar hasta el último detalle relativo a Sloane, Chase y sus proezas.

Por desgracia, el momento era delicado. La verdad bastaba para desbaratar la campaña política. Se le hizo un nudo en el estómago al pensar que podría destruir todo aquello por lo que su padre había luchado.

– No es culpa tuya -dijo Michael como si adivinara lo que pensaba. -Es mía por haberte ocultado algo que sabía que podía estallarme entre las manos.

– Culparnos no nos llevará a ninguna parte, así que pongámonos manos a la obra y busquemos una estrategia. -Madeline se sentó en el borde de la cama y le indicó a Kate que se acercara.

La joven se sentó en una silla, mientras Michael se apoyaba en la pared, pensativo.

Kate destapó el bolígrafo, lista para trabajar.

– La policía ha silenciado la historia pero, sinceramente, no sé durante cuánto tiempo lograremos ocultar la verdad.

El senador asintió:

– Bueno, optaré por lo de siempre. Hacer pública la verdad y asumir las consecuencias. Ya he hablado con Kenneth Michael. -Se refería al actual presidente, a cuya vicepresidencia se presentaba. -Sabe lo que se avecina. Me he ofrecido a retirarme antes de que todo salga a la luz, pero él ha insistido en apoyarme.

– Papá…

Michael negó con la cabeza.

– Nada de discusiones. Ha llegado el momento de que asuma la responsabilidad de lo que te hice a ti y a Samson. Si los electores no valoran la honestidad y las disculpas, pues nada, se habrá acabado. -Extendió las manos frente a él. -Soy quien soy.

– Estoy orgullosa de ser tu hija -le dijo Sloane. -Y eso no cambiará nunca.

– Entonces, ¿estamos de acuerdo? -preguntó Michael a los presentes. -¿Convocamos una rueda de prensa?

– No -intervino Madeline. -No podemos.

– ¿Por qué no? -preguntó Sloane. -Papá tiene razón. Es lo lógico.

Madeline cambió de postura, cruzó las piernas y luego las descruzó.

– Estoy de acuerdo en revelar la verdad, pero tendrá que ser de otro modo. Le prometí la exclusiva a cierto periodista.

Madeline no quiso enfrentarse a la mirada inquisitiva de Sloane, lo cual proporcionó a ésta toda la información que necesitaba.

– ¿Ah, sí? -Michael arqueó una ceja. -,¿Y quién se merece la primicia de su vida? Es decir, si no te importa compartir la respuesta conmigo, tu marido, la persona con la que no tienes secretos.

Sloane observó a su padre y luego a su madrastra. Al igual que Michael, esperó a que Madeline respondiera, aunque, a diferencia de Michael, ella ya sabía la respuesta.

Madeline se sonrojó pero no titubeó ni tampoco parecía muy preocupada por la reacción de su marido.

– Le prometí la exclusiva a…

– Chase Chandler -interrumpió Sloane. -Le prometiste la exclusiva a Chandler a cambio de que velara por mi seguridad, ¿no? -le preguntó, aunque no necesitaba que se lo confirmase. Le bastaba el instinto.

Aunque Chase había admitido ante ella que Madeline le había pedido que la vigilara, nunca había mencionado ninguna compensación. Sloane debería haberse imaginado que el periodista iba a llevarse algo a cambio. Le dolía el hombro, le dolía el corazón y ahora también le dolía la cabeza.

– Me pareció prudente. -Madeline se miró la falda y esperó a que el jurado pronunciase su veredicto.

A Sloane le daba igual. Lo hecho, hecho estaba. Además, nada habría cambiado el resultado de su relación con Chase.

Michael dejó escapar un largo suspiro.

– Teniendo en cuenta que protegías a tu hija, aplaudo la decisión. Parece que le debemos una historia a ese hombre.

Sloane cerró los ojos. Sabía que eso acabaría ocurriendo. De un modo u otro, Chase escribiría la historia de Sloane, explicaría quiénes eran sus padres y tendría la primicia de su vida. En cuanto lo hubiera hecho, en cuanto hubiera demostrado que era el periodista que había deseado ser, tendría vía libre para vivir la vida que había soñado. Artículos importantes y nada de familia ni responsabilidades.

Lo que siempre había querido. Sloane deseó no haberlo perdido en ese proceso, aunque ella fuera el vehículo de su éxito.

– Concierta una cita con Chase Chandler -le dijo Michael a Kate, ajeno al dolor y desasosiego de Sloane.

A juzgar por la expresión de su madrastra, Madeline sabía perfectamente lo que Sloane estaba pensando. O, más bien, sintiendo. Pero daba igual, porque ni siquiera el abrazo de una madre la curaría.

Llamaron de nuevo a la puerta y entró Eric. Con la bata blanca, el estetoscopio colgando y la expresión preocupada, parecía un médico serio y no el despreocupado pretendiente de Raina.

– ¿Todo bien? -preguntó.

Sloane asintió y luego comenzó las presentaciones. Cuando hubieron acabado, Eric miró a Sloane.

– Hay alguien que quiere verte. Ahora que ya has estado con tu familia, me temo que si te niegas a recibirlo acabará causando importantes destrozos en el hospital.

– Chase. -Sloane no tuvo que preguntárselo, ya lo sabía.

– Sí -repuso Eric con una sonrisa amable y paternal.

– No sé si está preparada -dijo Madeline, colocándose entre el médico y Sloane. Madeline sabía qué era lo que Sloane sentía por Chase y estaba respondiendo en su lugar. Se comportaba como una madre protectora y Sloane se percató de que su madrastra y ella tenían que ponerse al día.

– ¿Sloane? -le preguntó Eric por encima del hombro de su madrastra, esperando con paciencia a que se decidiese.

– Mi familia tiene asuntos de los que ocuparse -dijo con mordacidad, mirando a Madeline. -Tienes que ayudar a papá. -Todos sabían a qué se refería.

– Planead la mejor estrategia y dejad que Eric vaya a buscar a Chase. -Respiró hondo. -Sabré arreglármelas sola -dijo, con más seguridad de la que sentía, sobre todo teniendo en cuenta que los medicamentos la habían dejado agotada, y el dolor debilitada.

Después de que Madeline protestara un poco, Sloane la tranquilizase y Michael condujese a su séquito fuera de la habitación, Sloane se quedó sola. Sola para serenarse, encontrar las palabras más adecuadas y la fuerza necesaria para despedirse de Chase.

CAPÍTULO 17

Chase esperó a que la familia de Sloane se hubiera marchado y luego le dejó a la chica unos minutos a solas antes de entrar en la habitación. No le resultaba fácil ser paciente, pero esperaba que la recompensa valiera la espera. Llamó una vez y entró mientras el corazón le latía a toda velocidad y notaba un nudo en la garganta. En esos momentos, se sentía presa de todos los tópicos y el instinto le decía que aquel cúmulo de emociones únicas y extraordinarias era normal. Al fin y al cabo, ¿cuándo era la última vez que había puesto el corazón a la disposición de una mujer?

Tragó saliva, miró a Sloane por primera vez desde que la viera en el suelo, inconsciente y ensangrentada. Ahora estaba en la cama, hermosa con el típico camisón blanco de hospital. Aunque estaba pálida, el pelo cobrizo le otorgaba un aspecto vivo que le alegró el corazón.

– Hola, cariño. -Dio un paso adelante y se sacó de detrás de la espalda las flores que le había comprado al entrar. -Está claro que sabes cómo asustar a un hombre.

Sloane se echó a reír, pero la conocía lo suficiente como para reconocer la tensión subyacente.

– No tiene nada de malo intentar mantener el interés.

Es lo que ella hacía, con creces. Lo cual probablemente fuera una de las razones por las que aquella mujer le llegaba a lo más hondo, cuando tantas otras lo habían intentado en vano. Sloane no tenía que hacer ningún esfuerzo. Estuvo perdido desde el día en que la había visto por primera vez, aunque en aquel momento no se había dado cuenta y había luchado contra ello.

Pero cuanto más conocía a Sloane Carlisle, su fortaleza y determinación, su fuerza de voluntad y su lealtad, mayor era el efecto que causaba en él. Quería que formara parte de su vida y se alegraba sobremanera de haberse dado cuenta por fin. Se acercó a la cama, se acomodó a su lado y dejó las flores en la bandeja de la mesita.

– No hacía falta que trajeras flores. -Sonrió agradecida de todos modos.

Chase se encogió de hombros.

– No tenía nada mejor que hacer mientras esperaba que me dejaran entrar.

Sloane se echó a reír. -Eres un encanto.

– Lo intento. -Chase sonrió ampliamente, contento de verla en su habitual estado burlón. Y siempre y cuando no dirigiera la vista al vendaje, casi se convencía de que no había estado a punto de morir.

Tomó aire de forma superficial.

– ¿Te duele mucho?

– No. La morfina amortigua el dolor. -Señaló el gota a gota que llevaba en el brazo.

Chase hizo una mueca, al tiempo que meneaba la cabeza.

– Ojalá fuera yo quien estuviera ahí.

– Estoy bien -le aseguró ella.

Chase apretó los puños con fuerza.

– Pero yo no. Tema que haber estado contigo.

– Entonces Samson no habría venido. Conecté realmente con él, Chase. -Se llevó la mano sana al pecho. -Quiero decir que estaba empezando a comprenderlo mejor. Eso no habría ocurrido si hubiéramos tenido público.

Chase apretó los dientes aceptando su respuesta. Pero seguía culpándose por haberla dejado sola.

– Prometí que no te pasaría nada.

– ¿A quién se lo prometiste? ¿A Madeline? -preguntó ella. No era propio de Sloane volver al meollo del asunto, pensó Chase.

– No, cariño. Me lo prometí a mí mismo. -Le apartó un mechón de pelo de la frente y aprovechó para ir bajando los dedos y acariciarle la suave mejilla. -Te fallé.

– ¿Y eso resulta inaceptable para un salvador como Chase Chandler? -Señaló su mayor defecto con un atisbo de resentimiento en la voz.

– ¿Acaso eso es malo? -preguntó.

Sloane negó con la cabeza lentamente.

– Por supuesto que no. ¿Cómo voy a criticar los rasgos que te convierten en un hombre excepcional?

– Mejor que no me canonices todavía -dijo con ironía. -Sobre todo desde el momento en que nada cambia el hecho de que te desee con locura, que quiera introducirme en tu interior y demostrarnos a los dos que estás viva. -No pretendía sorprenderla sino explicar la cruda realidad.

Sloane rió con dulzura.

– No te preocupes, no pienso proponer que te santifiquen. -Le colocó una mano cálida encima de la de él. -Y yo también te deseo. Mucho. Probablemente demasiado. Y siempre será así. Ese es el problema.

Chase sintió un profundo alivio. Obviamente no la había apartado, por mucho que, como un verdadero idiota, lo hubiera intentado.

– No veo cuál es el problema.

Ella le apretó la mano con más fuerza.

– Me lié contigo. He vivido el momento y me propuse disfrutar contigo al máximo, pensando que luego, cuando volviera a casa, ya me las apañaría. Pero acaban de dispararme. -Meneó la cabeza y entonces tuvo que soltarle la mano para apartarse el pelo de la cara.

Chase echó de menos su calor y esperó que no se tratara del preludio de una retirada más importante.

– Me he dado cuenta de que la vida es demasiado corta como para conformarse con menos que lo mejor -le dijo, mirándolo a los ojos.

– Entonces tengo que insistir. No veo ningún problema, porque yo he llegado a la misma conclusión. -El corazón le latía a un ritmo desconocido para él: el miedo, la emoción y la adrenalina se combinaban para ponerlo al límite. -Te lo diré una vez, te quiero, Sloane. Antes pensaba que lo lamentaría pero ahora quiero actuar en consecuencia. Quiero pasar el resto de mi vida contigo -declaró, intentando respirar y conteniendo la respiración al mismo tiempo, mientras aguardaba su respuesta.

Sloane cerró los párpados. Una única lágrima se deslizó por su mejilla. El la recogió con el pulgar y saboreó la humedad sacada que la convertía en parte de él de un modo tan minúsculo pero íntimo.

– Estás preparado para pasar el resto de tu vida conmigo. Ahora, después de que casi me perdieras. -Exhaló un largo suspiro. -Claro que sí -dijo sin alegría en la voz. Sin emoción.

– ¿Sloane? -preguntó él lleno de temor cuando antes había habido unidad y satisfacción. -¿Qué está pasando por esa bonita cabeza tuya? -Porque, fuera lo que fuese, tendría que hacerle olvidar esos pensamientos negativos.

Ella se humedeció los labios antes de hablar.

– Es conocida la lealtad que sientes por tu familia, Chase. Necesitas proteger. Te he visto en acción y es un sentimiento en ti muy fuerte. Admirable, incluso. Y, por supuesto, te sentirías culpable si pensaras que me has fallado de alguna manera.

Chase entrecerró los ojos y optó por dejarla acabar antes de presentar su contraargumento.

Sloane iba describiendo círculos con la mano encima del vendaje, como si quisiera reconfortarse mientras hablaba.

– Igual que cuando tu madre se puso enferma. Te sentías tan culpable por no estar allí que te plantaste a su lado en el hospital y luego en su casa. No querías que yo estuviera contigo. De hecho me echaste, ¿recuerdas?

De nuevo Chase se limitó a asentir. Que expusiera sus argumentos, se dijo, luego él se los contrarrestaría uno a uno. Pero tenía un nudo en la garganta y el miedo lo iba embargando poco a poco, lo cual lo hacía dudar. ¿Y si no conseguía convencerla?

No, se negaba a creerlo. La convencería.

– ¿De qué tienes miedo, cariño? -preguntó con voz queda. Al fin y al cabo, le habían disparado y ahora se cuestionaba todo su mundo y a él.

Sloane lo miró con los ojos empañados en lágrimas.

– No es miedo, es certeza. Creo que me quieres.

– Eso es buena señal.

.Sloane soltó una carcajada un tanto forzada. -Ningún hombre insiste en ello si no va en serio. El se pasó la mano por el pelo, confundido. -Entonces, ¿qué pasa?

– Estás dejando que el sentimiento de culpa te empuje un paso más allá y te haga pensar que «Te quiero» significa para siempre. No es así, Chase. Te estás dejando llevar por la culpabilidad.

– No…

– Déjame acabar -ordenó de una forma poco propia de Sloane. -Chase Chandler, el salvador. Es el papel que mejor se te da. Lo he visto muchas veces desde que nos conocimos. Pero nunca antes había habido una situación de vida o muerte. No estabas conmigo cuando me dispararon, y por eso crees que tienes que estar conmigo para siempre. Para protegerme de todo lo que me pueda pasar. -Alzó la voz: hablaba claro y hablaba en serio.

Y cada una de las palabras que brotaban de sus labios voluptuosos estaba empapada de una certeza absoluta. No iba a convencerla con tópicos y Chase lo comprendió: ella le había expuesto los motivos por los que desconfiaba de sus palabras.

– Bueno, hasta cierto punto tienes razón. Quiero protegerte y estar contigo para siempre. Pero no porque me sienta culpable. -Se levantó y empezó a ir de un lado a otro de la habitación. -Sé cuáles son mis sentimientos -aseguró, ofendido por el hecho de que ella pensara lo contrario independientemente de lo que hubiera dicho o hecho en el pasado.

Sloane exhaló un suspiro.

– Chase, te hiciste cargo y sacaste adelante una familia por pura necesidad. Tú mismo dijiste que esa época ya había acabado. Podrías haber dicho perfectamente «Ahora ya sé lo que es».

– Cruzó un brazo sobre el pecho. – Nada ha cambiado «parte de mi encuentro con la muerte. Y, al igual que con el cara a cara con la muerte de tu madre, te has puesto en plan «No voy a dejarte». Pero no te preocupes, se te pasará -dijo, con excesivo cinismo para el gusto de Chase.

– ¿Qué te hace estar tan segura de que lo sabes todo?

– Todo no, pero a ti te conozco.

Fue hacia ella, apoyó las manos en las almohadas sobre las que estaba recostada y se le acercó. Tanto que podía enterrar el rostro en su cabello, aunque se levantó un poco para explicarse.

– Yo también me conozco, y he cambiado.

– Es temporal -insistió ella, haciendo sobresalir el labio inferior con determinación.

– Es imposible que esto sea temporal. -Apresó su boca con la de él, sin aceptar vacilaciones ni argumentos, atrajo su voluptuoso labio inferior al interior de su boca y la saboreó. Su boca cálida y húmeda le decía que estaba viva, que no la había perdido ni la perdería.

Decidido a convencerla, a hacerla suya, profundizó el beso, hizo que su lengua asumiera el mando y recorriera los húmedos rincones de la boca de Sloane. Hasta que no estuvo convencido de haber dejado su impronta en cada milímetro no suavizó el beso, y luego se excitó todavía más disfrutando del roce sensual de sus labios.

Entonces se separó de ella en contra de su voluntad.

– Estamos hechos el uno para el otro, cariño. -Apoyó la frente en la de ella.

– No mientras te sientas obligado. Y no quiero que cargues con una esposa a la que no dejarás por sentirte demasiado culpable. -Tomó aire y luego pronunció las palabras que suponían su perdición: -Adiós, Chase.

Chase salió de la habitación de Sloane como un autómata. Fuera de la vida de ella. No era definitivo, se dijo, pero no estaba convencido, no sabía cómo recuperarla ni cómo reaccionar a sus sentimientos. Sentimientos que se había esforzado por cimentar en su mente.

Seguía dando vueltas a esas mismas ideas cuando pisó la redacción del Gazette por primera vez en toda la semana. Evitando las miradas del personal y esquivando a Lucy antes de que empezara a hacerle preguntas, se atrincheró en su despacho sin ni siquiera responder al teléfono. Estaba tan ensimismado que ni siquiera oyó que lo llamaban hasta que Madeline Carlisle tamborileó con sus dedos impecables sobre el viejo escritorio.

– Tenemos que hablar, señor Chandler -dijo con tono serio y directo, el mismo que estaba convencido que empleaba con sus hijas y marido con buenos resultados.

Lástima que no estuviera de humor para plegarse a sus deseos.

– ¿No debería estar en el hospital con Sloane?

– No malgastas las palabras ni pierdes el tiempo con saludos. Lo respeto. -Se rió ella, haciendo caso omiso de su pregunta.

Como no estaba de humor, Chase había abandonado los buenos modales y de inmediato lamentó haber sido tan brusco con la madre de Sloane.

– Disculpe mis modales -dijo, poniéndose en pie. -Siéntese, por favor.;-Hizo un gesto con la mano para señalar los asientos del despacho.

Ella meneó la cabeza.

– No, gracias. Me he pasado el viaje sentada. Si no te importa, prefiero quedarme de pie.

– ¿Quiere beber algo, al menos? -Señaló la vieja nevera y el mueble bar contiguo que su padre había instalado cuando ocupaba aquel despacho.

– No, gracias. -Agarró las asas del pequeño bolso que llevaba y lo miró a la cara.

– Tenemos que hablar de asuntos serios.

Chase tragó saliva. Si esos asuntos incluían lo mucho que había herido a Sloane, no le hacía falta el sermón. Todavía veía el dolor de sus ojos y notaba el adiós reticente pero decidido de su beso.

Y si Madeline quería hablar de que no había cumplido su parte del trato por no haber mantenido a Sloane a salvo, pues tampoco le hacía falta el sermón. Ya se fustigaría él solo.

Se levantó y empezó a ir de un lado a otro del despacho, decidido a dar por terminada la conversación lo más rápidamente posible.

– ¿En qué puedo servirla?

– En primer lugar, me gustaría darte las gracias por cumplir tu parte del acuerdo. Respeto a los hombres íntegros y honrados.

Chase se paró en seco, se volvió y contempló a la mujer, convencido de que había perdido la cabeza y la capacidad auditiva. Cuando vio lo que le pareció una sonrisa genuina y cálida en los labios de ella, pensó que tampoco veía bien. No obstante, no percibió sarcasmo alguno en las palabras o expresión de Madeline.

– ¿Cómo dice? -Entrecerró los ojos en un intento de entender lo que estaba pasando. -¿Ha olvidado que su hija yace en una cama de hospital por mi culpa?

Ella dejó el bolso encima de la mesa y se apoyó en la misma.

– A no ser que tú dispararas el arma, y sé que no fuiste tú, te sugiero que te libres de la culpa con la que cargas. Robert y Frank iban a por Samson. Ni nada ni nadie podía haber evitado lo ocurrido. Ni siquiera tú.

Para ella era fácil decirlo, pensó Chase. Era obvio que no conocía todos los detalles. Probablemente Sloane se los hubiera ahorrado.

– Ahora pongámonos manos a la obra antes de que el resto de los periodistas averigüe qué está pasando en realidad. Te debo una exclusiva y estoy dispuesta a cumplir mi palabra.

El estómago se le encogió al ver que, después de todo lo que había hecho, seguía queriéndole contar la historia de su familia.

– Lo siento pero no me parece bien aceptar la exclusiva -declaró.

¿Realmente habían brotado de su boca esas palabras? ¿Acababa de renunciar al artículo de su vida? ¿El artículo que había querido a toda costa? ¿Y por qué a pesar de todo eso tenía la impresión de que hacía lo correcto?

Madeline meneó la cabeza con expresión resuelta.

– No seas tonto. Hay docenas de reporteros que cogerían esta historia y se marcharían corriendo, sin hacer preguntas. Se trata de una oportunidad única para tu carrera y te la has ganado. ¿Por qué rechazarla?

Chase se acercó a ella y la cogió de la mano.

– Es usted una mujer amable, Madeline, pero sabe tan bien como yo que tenía que haber estado con Sloane cuando le dispararon. En el mejor de los casos, habría podido evitarlo. Y si no, por lo menos habría estado allí.

Madeline arqueó una de sus delicadas cejas.

– ¿Te pedí que te pegaras a Sloane o solamente que la vigilaras? Lo cual, por lo que parece, hiciste muy bien.

¿Era aquello una sonrisa maliciosa? ¿Y por qué le recordaba tanto a Raina en sus mejores momentos de entrometida? Chase negó con la cabeza.

– La cagué.

– La culpa es un sentimiento inútil en una vida de duración incierta -manifestó Madeline mientras exhalaba con frustración. Cogió un bloc de notas y un lápiz, se volvió y se los dio a Chase. -Ahora mismo, te sugiero que escuches y tomes nota.

Luego ya te plantearás por qué eres tan duro contigo mismo. Y a continuación, más vale que lo superes. Mi hija se merece algo más que un hombre que se regodea en sus penas.

A Chase le daban ganas de aplaudirla.

– Veamos. -Se sentó y cruzó las piernas. Un gesto muy femenino que no acababa de cuadrar con sus palabras duras y decididas. -Mi marido vendrá aquí dentro de poco para añadir su versión de la historia, así que ya puedes ir tomando nota. -Se recostó en el asiento y lo miró. -A no ser que prefieras usar una grabadora.

Chase se rió por lo bajo.

– Tendría que conocer a mi madre.

– Seguro que nos llevaríamos de maravilla. Habrá mucho tiempo para las presentaciones. Otro día.

Al cabo de unas horas, después de que Chase oyera la historia de boca de Madeline y el senador en persona, los reveladores detalles que suponían la oportunidad periodística de su vida, se sentó a escribir el artículo.

Se trataba de una historia de amor y pérdida, por parte de Samson, Michael, Jacqueline y Madeline, y ahora Sloane. El artículo podía hacer que los votantes se decantaran por el senador Michael Carlisle, un hombre bueno y honrado que se había portado bien con una joven en apuros, o bien los convenciera de que había utilizado a esa misma muchacha en su beneficio político. Chase, por su parte, creía que, independientemente de las razones políticas de Michael para casarse con Jacqueline, también la había querido. Y, en realidad, la había salvado de su padre, quien la habría destruido emocionalmente.

El enfoque de Chase era imparcial pero, incluso en ese caso, consideraba que el punto de vista de Michael no sólo estaba bien transcrito sino que era comprensible. Samson también se había puesto en contacto con Chase y había corroborado la historia del senador y relatado su dolorosa parte de la historia para que el mundo la supiera. Pero ya no parecía el hombre triste e incomprendido por quien lo tomaba la gente de Yorkshire Falls.

Lo mismo que Chase ya no se parecía al rompecorazones que sus hermanos veían en él cuando bromeaban. Y ambos podían darle las gracias a Sloane por ello. La diferencia era que Samson tenía a Sloane en su vida, mientras que Chase seguía solo, y, por irónico que pareciera, ya no le resultaba tan gratificante tener el artículo de su vida, ni la carrera que tan importante le había parecido.

Sloane era su futuro, pero ¿cómo convencerla de su sinceridad? La ironía volvió a entrar en juego cuando decidió que las artimañas casamenteras de su madre, al fin y al cabo podían resultarle de utilidad.

Sloane se despertó sobresaltada. Teniendo en cuenta que seguía hospitalizada, había dormido bien, por lo menos en los ratos en que había logrado conciliar el sueño, entre las tomas de temperatura y las comprobaciones del gotero. No estaba segura de qué la había despertado, pero seguro que era algo. Abrió un ojo y se dio cuenta de que estaba de cara a la ventana, y que las persianas de aluminio dejaban pasar un poco de luz por entre las tablillas horizontales. Ya era de día. Intentó moverse, pero hizo una mueca al darse cuenta de lo magullado que tenía el cuerpo y del dolor que sentía.

Llamó a la enfermera, decidida a tomarse sólo la mitad de los analgésicos que le habían administrado. Quería tener la cabeza despejada durante sus últimas horas en Yorkshire Falls. Sus padres se la llevaban ese mismo día a casa.

Un sonido amortiguado le llamó la atención, y giró la cabeza con cuidado hacia la puerta, esperando ver a la enfermera con una aguja hipodérmica. Sin embargo, lo que vio fue a un hombre desconocido vestido con un traje oscuro, sentado en la silla que había junto a su cama y observándola en silencio.

– Más vale que tengas más cuidado la próxima vez que pases junto a una ventana abierta, jovencita -la reprendió con una voz áspera pero conocida.

– ¡Samson! -Su burdo aspecto externo quizá hubiera cambiado, pero reconocería ese tono de voz en cualquier parte.

– ¿Qué pasa? ¿No reconoces a tu viejo? -preguntó con el upo de lenguaje que lo caracterizaba, aunque suavizó la expresión al continuar: -Me imagino que habrías preferido encontrarme con esta pinta cuando viniste a buscar al hombre que te engendró. -Hizo un gesto para que se fijara en el traje formal, la camisa y la corbata. Tenía las mejillas recién afeitadas muy sonrojadas, pero decía mucho a su favor que no apartara la mirada.

Sloane en seguida advirtió el brillo de sus ojos, más perceptible ahora que se le veía bien la cara y se había lavado el pelo, se lo había cortado y peinado. Aceptaba quién era. Acababa de descubrirlo, lo mismo que ella.

A Sloane se le formó un nudo en la garganta, pero se obligó a superarlo.

– Me daba igual el aspecto que tuvieras -dijo sinceramente. -Sólo quería conocer a mi padre.

Samson le dedicó una sonrisa cariñosa y por primera vez le llamó la atención lo apuesto y distinguido que era en realidad.

Samson le tendió una mano temblorosa.

– Pues tu padre está aquí.

Sloane alargó el brazo sano y encajó la mano dentro de la de él, más grande y endurecida. Cuando lo miró, vio a un hombre distinto al hosco solitario que había conocido; vio a aquel de quien Jacqueline, su madre, se había enamorado, el que había sacrificado toda su vida por su padre jugador y su madre enferma. El hombre que, aunque tenía su buena dosis de remordimientos, nunca los había reconocido ante el mundo.

A Sloane le daba miedo formular la pregunta que le rondaba por la mente porque, ahora que lo había encontrado, no quería despedirse de él.

– ¿Y qué hacemos ahora?

– Eso depende de ti.

Sloane sonrió y se dio cuenta de que, igual que Chase, era un hombre de pocas palabras, pero que, también lo mismo que Chase, Samson decía lo que quería decir. Ya no iba a apartarla más, lo cual significaba que desde ese momento, aquel hombre hosco y enigmático formaba parte de su vida. La embargó una sensación de alivio y felicidad, que casi le provocó vértigo.

Una enfermera llamó a la puerta antes de entrar, bandeja en mano.

– Traigo su medicación matutina, señorita Carlisle -dijo con una voz eficiente que sacaba de quicio a Sloane. Quería marcharse de ahí.

– ¿Le importaría volver dentro de un rato, por favor? -Aunque había llamado para que le trajeran la medicación, necesitaba estar lo más lúcida posible mientras hablaba con Samson.

– ¿Estás segura? -preguntó él. -No es ningún crimen aceptar un poco de debilidad.

Sloane se rió mientras la enfermera esperaba una respuesta.

– Estoy segura. Y prometo que cuando acabemos de hablar me tomaré los analgésicos. No voy a sufrir porque sí. Sólo quiero pasar este rato con mi padre.

Samson miró a la enfermera por encima del hombro.

– Ya ha oído a mi hija -dijo orgulloso. Miró di nuevo a Sloane buscando su aprobación con la mirada.

Contenta, ella le apretó la mano, que era todo lo que él quería. Pero no había respondido a su pregunta. Habían dejado claro su vínculo biológico y acababan de empezar a establecer un vínculo emocional.

¿Qué hacer a partir de entonces?, se preguntó Sloane.

– ¿Dónde vas a vivir? -le preguntó cuando la enfermera se hubo marchado. Seguía recordando con nitidez las cenizas y la destrucción en las que se había convertido su casa.

Samson miraba de un lado para otro, era obvio que estaba nervioso cuando retiró la mano y se retorció los dedos.

– Lo que te voy a decir te va a sorprender -le advirtió.

– No creo -dijo ella. -La vida me ha dado tantas sorpresas que ya estoy curada de espantos.

– ¿Ah, sí? Soy rico. -La miró fijamente mientras pronunciaba esas palabras.

Tenía razón. La había dejado anonadada, pensó, y tomó aire perpleja. Estaba claro que no vivía ni se comportaba como si eso fuese así.

– ¿Que eres qué?

– Rico -repitió. -Tengo dinero ahorrado.

– Pero… ¿cómo? ¿Y la casa destartalada en la que vivías? ¿El gorroneo de sándwiches en Norman's? ¿La ropa raída? -La cabeza le daba vueltas.

De todos modos, mientras formulaba esas preguntas, recordaba la conversación de Earl y Ernie sobre el dinero de Samson y quién lo heredaría tras su muerte. Samson suspiró.

– ¿Recuerdas que te conté que era más fácil que la gente no se me acercara siendo hosco y desagradable, dejando el refinamiento de lado y fingiendo que era el vagabundo de clase baja que todo el mundo quería creer que era?

Sloane asintió, todavía sorprendida.

– En cuanto me presenté de ese modo, la gente me ignoró sin sentirse culpable. La mente humana es asombrosa, pero triste a la vez. -Negó con la cabeza. -De todos modos, pensé que ya que iba a utilizar al Samson pobre como excusa, ¿por qué no vivir también de ese modo? En ese momento, todo me daba igual. Además, no quedaba a nadie a quien quisiera impresionar.

Sloane quería responder, decir que tenía que haber querido impresionarse a sí mismo, pero no podía. El bochorno de Samson resultaba palpable en sus hombros caídos. Así pues, Sloane tragó saliva y guardó silencio.

– Por mucho que me duela reconocerlo, empecé a recrearme en la verdad que había creado. La verdad que el pueblo aceptó.

– Entiendo la motivación. -Y le entristecía. -Pero ¿y el dinero? ¿De dónde salió?

– Pocos meses después de que tu abuelo senador muriera, recibí un sobre en casa.

Sloane abrió los ojos como platos.

– ¿Y?

– Tu abuelo había dejado dinero suficiente como para compensar mi sacrificio. Por lo menos, eso era lo que decía la carta de ese canalla. Flaco favor representaba ese dinero después de que me robara a tu madre y me destrozara la vida. -Aunque hablaba con amargura, también parecía haber aceptado el rumbo que había tomado su existencia.

Lo cual, supuso Sloane, era su realidad.

– Pero te negaste a gastar, su dinero -conjeturó ella.

Samson se encogió de hombros.

– ¿Por qué darle gusto al viejo? Se creía capaz de dominar el mundo, incluso desde la tumba. Me mandó dinero podrido cuando ya era demasiado tarde, cuanto tu madre ya se había marchado y ya no podía recuperarla. Así que lo invertí y dejé que fuera aumentando.

– O sea, que el abuelo Jack tenía conciencia -dijo Sloane con amargura. -Definida según su propio criterio, como de costumbre.

– Exacto.

Tenía los ojos empañados en lágrimas pero no podía perder el tiempo lamentando el pasado.

– Y ¿estás dispuesto a usar su dinero podrido para reconstruir tu casa? -preguntó a Samson.

El asintió.

– Quiero un lugar al que mi hija pueda venir a visitarme y sentirse orgullosa. Un lugar al que traigas a tu marido e hijos -concluyó con un atisbo de esperanza en la voz ronca.

Sloane bajó la vista, incapaz de mirarlo a la cara, porque sabía que iba a decepcionar al hombre que tantas desilusiones había tenido ya.

– Yo no albergaría muchas esperanzas en cuanto a lo del marido y los hijos -respondió, mirándolo de reojo.

Samson irguió la espalda, claramente disgustado.

– ¿Ese chico Chandler tiene pájaros en la cabeza o qué? Le dije que moviera el culo y se diera cuenta de lo que tenía delante antes de que fuera demasiado tarde. Le dije que la vida era demasiado corta como para desperdiciarla con lamentos y ocasiones perdidas. -Dejó escapar un gemido. -No tiene ni una pizca de la sensatez de su madre, de eso no me cabe la menor duda.

– Vaya -dijo Sloane, cayendo en la cuenta. -Un momento. ¿Le dijiste a Chase que fuera a por mí?

– Pues claro que sí. ¿Crees que quiero que tú o él corráis la misma suerte que yo? Le dije lo que suponía vivir la vida deseando que las cosas hubieran sido distintas -aclaró Samson, satisfecho por haber hecho algo por su hija.

Sloane no quería saber cuándo él y Chase habían mantenido esa conversación. Ni tampoco era capaz de decirle que no había hecho más que fomentar el sentimiento de culpabilidad y el complejo de salvador innatos en Chase. Samson había empujado a Chase a sus brazos, a ofrecerle declaraciones de amor eterno, pero eso era algo que tenía que salirle a él de dentro, sin que nadie lo instara a ello. Sin sentimientos de culpa. Tenía que optar por un futuro con ella porque lo desease realmente, no porque pensara que le debía algo o porque creyera que era lo que ella necesitaba.

Sin embargo, Samson había llevado a cabo su primera acción como padre a favor de Sloane y lo quería por ello. Le hizo una señal con el dedo y Samson se le acercó, y esta vez ninguna bala se interpuso en su camino cuando recibió el primer abrazo de su padre.

CAPÍTULO 18

Chase caminaba de un lado a otro de la sala de espera del hospital, junto con el resto de la familia. Charlotte había roto aguas casi un mes antes de lo previsto y estaba en la sala de partos. Gracias a Dios, todo indicaba que no había ninguna complicación, aparte de que el bebé tenía prisa por conocer al clan Chandler. Los padres de Charlotte viajaban en esos momentos desde Los Ángeles y el resto de los Chandler estaban juntos. Esperando.

– Eres un ser humano patético -le dijo Rick a Chase apoyándose en la pared.

Aunque todo el mundo estaba nervioso por Román y Charlotte, eso no impedía que Rick se dedicara a atacar a Chase. Y como su hermano sabía que Chase no se marcharía hasta que naciera el bebé, lo tenía acorralado.

– Conque soy patético, ¿eh?

– Eso ha dicho. -Hannah se situó junto a ellos, saltando de un pie a otro, sumamente emocionada ante la perspectiva de ser la futura niñera.

– Vete, mocosilla. Estoy intentando hablar con mi hermano -dijo Rick.

Ella negó con la cabeza.

– Chase no escucha a nadie cuando ha tomado una decisión. Por lo menos es lo que siempre dices. -La guapa jovencita de catorce años soltó una carcajada llena de picardía.

Rick gimió.

– No me estás ayudando.

– Oh, claro que sí. -Chase se acercó más a Hannah y le susurró: -¿Qué más dice Rick de mí?

– Humm. -Se enroscó un largo mechón de pelo en el dedo e hizo un mohín mientras pensaba: -Dice que desde que Sloane se marchó estás hecho un pesado. Que tenías que haberte puesto de rodillas y suplicarle. -Hizo una pausa para reírse. -Pero que probablemente habría dado igual, puesto que Sloane se marchó aunque te tenía en el bote. -Finalmente asintió, al parecer satisfecha de haberse acordado de todos los detalles pertinentes.

– Silencio -dijo Rick guiñándole un ojo a Hannah. -Esta semana te quedas sin paga.

– Hannah, ven aquí y deja tranquilos a Rick y a Chase -le dijo Kendall desde el otro extremo de la sala.

Rick entornó los ojos.

– Demasiado poco y demasiado tarde -le informó a su mujer.

Kendall se encogió de hombros.

– Lo he intentado. -Acto seguido dirigió la mirada a Raina, que estaba sentada en el sofá, hojeando una revista.

Chase clavó un pie en el suelo de linóleo y se planteó qué contarle a Rick de que Sloane le hubiera dejado.

– Nunca pensé que tuvieras.mucho cerebro, pero tengo que reconocer que acertaste conmigo y con Sloane.

Rick arqueó una ceja.

– ¿Qué pasó? -preguntó sin atisbo de broma o de risas en el tono o la expresión.

Cuando la cosa se poma fea, los hermanos se ayudaban entre ellos v dejaban las bromas y las tomaduras de pelo de lado.

– Le pedí que se quedara. En cierto modo le dije que había cambiado de opinión, que quería un futuro.

– Y ella se marchó de todas formas -dijo Rick. El recuerdo hizo que Chase sintiera un pinchazo en su pobre corazón.

– Eso es obvio.

– Pero no sabes por qué.

Azorado por estar hablando de sus fracasos y de su vida amorosa, Chase se limitó a negar con la cabeza.

– ¿Quieres que te explique claramente los motivos de Sloane? -le preguntó Rick.

– Por mí, puedes empezar. -¿De qué otro modo iba Chase a arreglar la situación? A él se le habían agotado las ideas.

– Sloane te conoce bien. -Rick acercó una silla y se sentó a horcajadas en ella. -Probablemente tan bien como Román y como yo, y, teniendo en cuenta el poco tiempo que habéis pasado juntos, eso tiene mucho mérito.

Chase resopló.

– ¿A eso lo llamas explicar? Cuéntame algo que no sepa. Rick se encogió de hombros.

– Relájate. Allá voy. Supongo que Sloane pensaba que querías un rollo. Corto por definición. Sin compromiso.

Chase cruzó los brazos sobre el pecho y miró a su hermano mediano.

– Sigues sin impresionarme. Todo eso resulta obvio.

– Apenas estoy empezando. -Rick se frotó las manos ante la expectativa. -Piensa esas cosas porque tú le soltaste tu famosa frase: «La seguridad es lo primero y los hijos, ni pintados». ¿Me equivoco?

A Chase le escocían los ojos y se los frotó con gesto cansado.

– Más o menos. -Era lo que les había estado diciendo a sus hermanos durante años, cuando se había visto obligado a cumplir con la obligación paterna de hablarles de sexo seguro. -¿Y?

– Pues que las mujeres tienen una memoria de elefante -explicó Rick. -No es probable que Sloane olvide que lo dijiste.

– Cabía pensar que agradecería el hecho de que hubiera cuidado de ella -farfulló Chase.

– Seguro que lo agradece. Pero luego se enamoró, y todo ese agradecimiento se fue al garete. Ahora lo que quiere es la casa, la cerca blanca y los hijos -dijo Rick, lanzando una mirada a su esposa, que estaba sentada y cogía a Raina de la mano.

Chase exhaló un suspiro.

– Pero le dije que yo también quería esas cosas.

– Después de que hubiera visto a Chase Chandler en acción. Te ha visto con tu familia, ha visto cómo dabas prioridad a mamá. Si no me equivoco, ha visto cómo te crecías en una crisis y luego te alejabas de ella. -Rick ladeó la cabeza hacia Chase, en espera de una respuesta.

– ¿Qué demonios te hace pensar que me conoces tan bien?

Rick abrió mucho los ojos.

– Crecí contigo, el modelo de perfección. Ni una sola vez te desentendiste de una responsabilidad. Pero cuando estabas solo y tranquilo, te encerrabas en ti mismo. Estoy seguro de que eso no ha sido fácil para Sloane.

– Sí, pero, a pesar de eso me quiere -repuso Chase a la defensiva.

– Sin embargo ella está en Washington y tú aquí, ¿qué pasa? -Su hermano arqueó una ceja, retándolo.

– No cree que la quiero. Mierda, no es verdad. -Chase dio un puntapié a la pared, y luego se alegró de llevar zapatillas de deporte y no haber causado ningún desperfecto. -Sí cree que la quiero, lo que no cree es que quiera esas cosas que has mencionado. -Caminó de un lado a otro de la sala. -¿Acaso un hombre no puede cambiar de opinión? Las mujeres lo hacen constantemente y no nos queda más remedio que aceptarlo.

– Las mujeres son una especie aparte. Pueden hacer lo que les dé la gana y, como bien has dicho, los hombres lo aceptamos. Es nuestro sino.

– Te he oído -dijo Kendall desde el otro lado, lo cual hizo que Chase se diera cuenta de que ella y su madre se habían quedado calladas y estaban escuchando los problemas de Chase.

– Y yo te quiero aunque seas una cotilla -le respondió Rick antes de centrarse de nuevo en Chase. -¿Sloane tenía algún motivo para creer que habías cambiado de opinión sobre el matrimonio? Las mujeres necesitan pruebas.

– ¿Quieres hacer el favor de dejar de meternos a todas en el mismo saco? -sugirió Raina, que participaba en la conversación por primera vez. -Cada mujer es diferente. Estoy convencida de que Sloane necesita pruebas porque no quiere pensar que te engatusa para que te cases con ella.

Chase se dio una palmada en la cabeza.

– ¿Desde cuándo esto es una conversación familiar? -farfulló. -No tengo nada que demostrar. La quiero. Quiero pasar el resto de mi dichosa vida con ella, pero ella cree que ese deseo se me pasará. ¿Habéis oído alguna vez en vuestra vida una idea más ridícula?

Raina dejó la revista que estaba hojeando.

– Debe de tener un motivo.

Chase miró a su madre, molesto por su intento de ser la voz de la razón, y apretó los dientes. Si no fuera porque diseccionar su vida aliviaba la espera del parto de Charlotte, dejaría esa conversación en ese mismo instante. Menos mal que Hannah estaba mirando la tele y no les hacía ningún caso.

– Debe de tener un motivo -la imitó Chase. Pero cuando se paró a pensar, se vio obligado a reconocer la verdad. -Lo tiene -dijo en voz alta. -Sloane piensa que tengo complejo de salvador. Que me siento culpable por no haber estado allí cuando le dispararon.

– ¿Y te sientes culpable? -preguntó Kendall con voz queda. -Por supuesto que sí. Pero no me ataría a una mujer ni me plantearía tener hijos con ella sólo por pensar que le he fallado. -Eso espero -declaró Raina.

Chase lanzó una mirada a su madre, una mujer a punto de tener a su primer nieto y vio un atisbo de esperanza en su ensombrecido futuro.

– Si lo dices en serio, pon en práctica tus dotes de casamentera y ayúdame a recuperar a Sloane -le dijo Chase a Raina, retomando la idea que ya se le había ocurrido antes.

– No puedo. -Raina bajó la vista hacia sus manos, incapaz de mirar a Chase a los ojos.

– ¿Por qué demonios no puedes? -preguntó alterado. -¿Cuántos años te has pasado haciendo de casamentera en contra de nuestra voluntad? ¿Y ahora cuando te pido… no, te suplico que me ayudes, me dices que no?

Raina asintió, cabizbaja.

– Eso es. He aprendido la lección. Voy a casarme y voy a tener vida propia.

Se oyó un aplauso desde el umbral de la puerta. Era Eric, orgulloso de Raina y de su nueva acritud.

– Sólo quería informaros de que el médico de Charlotte dice que ya falta poco.

Raina miró a Eric con expresión resplandeciente. Los ojos de Chase se desplazaron hasta Kendall y Rick, y advirtió la misma adoración. Se sintió consumido por la envidia. Sí, se alegraba por su madre y hermanos, pero toda su familia tenía lo que deseaba, y él, que quería sentirlo con Sloane, se había estrellado. Se volvió hacia su madre.

– ¿No puedes aprender la lección después de ayudarme?

– Lo siento, hijo, pero ha dejado el negocio de las artes casamenteras -contestó Eric en su lugar. -Y en cuanto le ponga el anillo en el dedo, donde debe estar, voy a tenerla demasiado ocupada como para que pueda meterse donde no la llaman. Creo que esto os lo puedo prometer a todos. -Con un gesto de la mano, Eric se marchó otra vez a la sala de partos, el único que tenía el acceso permitido, aparte de Román, que no dejaba a su mujer ni un solo momento.

– Mierda -farfulló Chase.

– ¿Quieres hacer el favor de no decir palabrotas? -le pidió Kendall, tapándole los oídos a su hermana con las manos. Hannah se echó a reír. -¡Si supieras lo que oigo en el colegio!

– Mira, Rick tiene razón -le dijo Kendall a Chase. -Hasta ahora me he mantenido al margen, pero soy mujer y eso me da cierta sabiduría. Además, he lidiado con un Chandler que también tiene complejo de salvador. Estoy más que preparada para darte unos cuantos consejos. -Se recogió el pelo detrás de las orejas y lo observó, a la espera de recibir permiso.

Chase dejó escapar otro gemido.

– Pues adelante, así ya habrá opinado todo el mundo.

– Deberías estar agradecido -dijo Rick.

Kendall no le hizo caso y se centró en Chase.

– Por mucho que me cueste reconocerlo, Rick tiene razón. Si quieres a Sloane, y yo me lo creo porque, de lo contrario, no te sentirías tan desgraciado, tendrás que convencerla de que has cambiado.

– ¿Y cómo lo hago? -preguntó él, más necesitado de su consejo que del aire que respiraba.

Antes de que tuviera tiempo de responder, Eric apareció para anunciar el nacimiento del nuevo miembro de la familia Chandler, Lilly, una niña sana de dos kilos y medio de peso y cuarenta y seis centímetros de largo. Y que Román, que había estado en campos de batalla y había vivido guerras de cerca, había estado a punto de desmayarse, y había necesitado una bolsa de papel y las indicaciones de Eric para resucitar.

Mientras el resto de la familia se dirigía a las puertas de cristal de la sala de neonatos para ver al bebé por primera vez, Kendall se llevó a Chase a un lado.

– Una vez me aconsejaste. Sólo quiero devolverte el favor. -Le sonrió con afecto.

– Te lo agradezco.

Kendall colocó una mano en su brazo.

– Mira en tu interior y averigua qué te hacía ser el hombre que eras. El hombre que no quería tener una familia. Luego descubre por qué de repente sí quieres. Cuando seas capaz de explicártelo a ti mismo, podrás traspasarle ese conocimiento a Sloane.

Es lo único que le hará falta para creerte. -Se encogió de hombros como si fuera muy sencillo.

Pero ¿por qué a él no se lo parecía?

Aunque Sloane había pasado poco tiempo en Yorkshire Falls, echaba de menos el pueblo y sus habitantes. Estaba en su apartamento sin ascensor de Georgetown, vistiéndose para su primer día de vuelta al trabajo con una camisa que le permitía disimular el brazo vendado y sintiendo en ella una actitud resuelta de renovación.

Cuando había decidido tomarse unos días libres, había cerrado el pequeño local desde el que gestionaba el negocio de diseño de interiores y había llamado a sus clientes para decirles que tenía una urgencia familiar. Aunque, a juzgar por los mensajes del contestador automático, muchos de ellos estaban inquietos, ninguno se quejaría si los llamaba y los citaba para otro día. Esa mañana tenía la agenda llena de llamadas pendientes de asuntos básicos como entregas de muebles retrasadas o programar la recogida de un armario que no acababa de satisfacer a una dienta. «Bastante fácil», pensó Sloane.

Era una persona sociable, algo que probablemente hubiera aprendido -ya no podía decir heredado- de Michael. Reunirse con los clientes e intentar combinar sus necesidades con su visión solía producirle una satisfacción inmensa. Pero desde el viaje al pueblo de Chase todo le parecía insulso. Aburrido. Inane.

Dio unos golpecitos con el boli en el escritorio recordándose que vivía en Washington D.C., la capital de la nación. Una ciudad efervescente de noche y bulliciosa de día. Así pues, ¿por qué la atraía tanto el apacible pueblo del estado de Nueva York y sus eclécticos habitantes? ¿Acaso la cosa se reducía a Chase, que la atraía como un imán? Lo echaba tanto de menos que se le partía el alma.

«Olvídalo, Sloane, la vida continúa», se recordó con dureza. Lo había dejado para que disfrutara de la vida plena que él había imaginado, la de hombre soltero que salta a la fama como periodista. Uña vida por fin desligada de la familia y de las obligaciones. Nunca se habría perdonado aceptar su declaración de amor y atarlo a un futuro, para acabar viendo arrepentimiento y nostalgia en sus ojos al cabo de unos años.

El tintineo de unas campanillas le indicó que tenía visita y alzó la mirada.

Su amiga Annelise entró por la puerta con dos grandes vasos de café Starbucks en las manos y una mueca en los labios.

– Vaya, vaya, mira quién ha vuelto a casa. -Annelise le tendió una de las tazas. -¿Qué tipo de amiga desaparece sin decir nada? Ni una sola llamada. Me tenías muy preocupada. -Se sentó, café en mano. -Llamé a Madeline y me dijo que necesitabas un respiro -dijo Annelise alzando la voz. -¿No te parece normal que una amiga se entere de que necesitas un respiro? -Su mohín era tan auténtico como su intranquilidad.

Sloane se sintió culpable y adoptó una expresión de vergüenza.

– Lo siento mucho. -Desde el momento en que había oído por casualidad a Robert y a Frank diciendo que Michael no era su padre y había buscado el consuelo en brazos de Chase, Sloane no había pensado en otra cosa que no fuera encontrar a Samson. Y en atesorar el tiempo pasado en compañía de Chase Chandler. Todo ello a expensas de su trabajo, sus amigos, su vida.

De todos modos, ahí estaba, de vuelta en casa, absorta en su trabajo y recibiendo la reprimenda de una buena amiga, y Sloane no hacía más que pensar en la gente que había dejado atrás. Ya no sentía su vida en Washington como propia. De hecho, no había pensado en ella desde que se había marchado rumbo a Yorkshire. Falls.

Annelise golpeteó el escritorio de Sloane con los nudillos.

– No estás prestando atención a nada de lo que estoy diciendo.

Su amiga se merecía un trato mejor.

– Annelise, de verdad que lo siento -se disculpó. -Acabo de pasar por una crisis vital importante y… supongo que tenía que pasarla sola. -Exhaló un largo suspiro. -Todavía estoy haciéndome a la idea de algunos cambios.

– Lo sé. -Annelise extrajo del bolso el periódico que Sloane había evitado porque no quería saber en qué momento su vida pasaba a ser de dominio público y ella perdía a Chase, en pos de su éxito.

Annelise deslizó el periódico delante de Sloane.

– Michael Carlisle no es tu verdadero padre sino un hombre llamado Samson. Y menuda historia más escandalosa -dijo. Había suavizado la voz y no había ya ni un ápice de enfado en sus palabras. -He tenido que enterarme por el periódico. Me duele que no pensaras que podías confiar en mí. -Se la veía más apenada que enfadada.

Sloane se centró en la portada y leyó el titular:

¿FRAUDE PATERNO O FIGURA PATERNA?

EL SENADOR MICHAEL CARLISLE REVELA LOS TRAPOS SUCIOS DE SU FAMILIA.

– Uf -musitó. Pero mientras recorría el contenido del artículo con la mirada, no sólo leyó un relato imparcial de los hechos sino una imagen de color de rosa de la vida que Sloane había llevado y las razones de ello, sin denostar al senador ni su persona.

Y Sloane se dio cuenta de que aquello se debía a que el autor era Chase Chandler, cuyo artículo había sido publicado por los periódicos más importantes, incluido el Washington Post. Estaba convencida de que los titulares con sus insinuaciones no los había elegido él. Sloane se sintió henchida de orgullo al darse cuenta de que por fin él había materializado su sueño.

Había revelado la historia de los secretos de Michael, el origen paterno de Sloane y el disparo, de una forma que dignificaba a todos los implicados, incluido Samson. Se rió entre dientes al recordar lo difícil que a Chase le habría resultado esto último. De todos modos, ahora la historia ya era pública y rezó en silencio para que la carrera de Michael no se resintiera debido a las decisiones que había tomado en el pasado.

Poco a poco, fue dirigiendo la mirada hacia su amiga.

– Ha sido toda una experiencia -reconoció, dándole una palmada suave en el hombro. -Y en algunos momentos incluso peligrosa.

Annelise asintió.

– Entiendo que una cosa así te afectara como te afectó. Sloane exhaló un suspiro.

– Eso por usar un eufemismo. No estoy segura de que pudiese haber compartido o explicado esto a nadie. Ahora me alegro de que se haya hecho público. -Extendió las manos hacia adelante. -Y gracias por tu comprensión.

Annelise asintió.

– Soy tu amiga, Sloane. Y eso quiere decir que puedes contar conmigo. Si alguna vez te apetece hablar de ese hombre por el que suspiras, aquí me tienes.

– ¿Qué te hace pensar que suspiro por un hombre? -preguntó Sloane tras tomar un sorbo de café. La bebida estaba demasiado dulce e hizo una mueca. -¿Tan transparente soy?

– No lo dudes. Tienes los sentamientos grabados en la cara. Te sientes desgraciada, y lo que te preocupa no son los asuntos familiares. Antes de que me preguntes cómo lo sé… Pues es porque se te nota. -Annelise se inclinó hacia adelante y rozó con el codo las muestras de tejidos que había sobre la mesa. -Por cierto, este estampado me gusta.

– Se llama espaldar. -«Como algunas de las colgaduras de las paredes llenas de pájaros de Norman's», pensó Sloane.

Y aquél era otro fenómeno curioso. El modesto restaurante sin pizca de estilo, la atraía mucho más que los locales que frecuentaba en Washington. Los que pagaban a los mejores decoradores para crear un ambiente agradable para los clientes. Sloane añoraba los pájaros horteras.

– Bueno, tu cuerpo está aquí, pero sigues ensimismada. -Annelise cogió el bolso. -Llámame cuando quieras hablar, ¿de acuerdo?

Sloane asintió.

– Descuida. Y gracias otra vez.

Mucho después de que Annelise se hubiera marchado, Sloane se obligó a hacer las llamadas de la lista, dando ciertos asuntos por zanjados y tachándolos, y dejando mensajes sobre otros, con notas de seguimiento en la agenda. Cuando sonó el móvil, estaba preparada para cualquier distracción que no tuviera nada que ver con la decoración.

– ¿Diga?

– Hola, cariño.

Oyó la voz de Madeline al otro lado de la línea y Sloane se alegró de poder hablar sin secretos y sin problemas con ella. -Hola, mamá. ¿Dónde estás?

– En el centro comercial, de compras con tus hermanas. O, mejor dicho, haciéndoles de chófer mientras compro un par de cosas para mí. Quería oír tu voz, por eso he llamado. -Madeline se rió, pero se notaba que estaba nerviosa.

Un cara a cara con la muerte surtía ese efecto incluso en las personas más fuertes, pensó Sloane.

– Estoy bien -le aseguró a Madeline, aunque su madrastra no se lo hubiera preguntado. Era preferible que no supiera que seguía preocupada. -Estoy intentando recuperar el tiempo perdido en el trabajo.

– ¿Y lo has conseguido?

– No. -Sloane se rió. -Ni por asomo.

– Entonces ven a vernos. Todavía tengo esas cartas de Jacqueline que prometí enseñarte, y por supuesto tus hermanas quieren ver que estás bien con sus propios ojos. Un momento.

Sloane oyó unas cuantas interferencias y luego de nuevo la voz de Madeline.

– Chicas, la espalda al aire está bien, pero tanto escote no. Vestidos distintos -ordenó.

Sloane rió entre dientes.

– ¿La función benéfica de Navidad? -preguntó Sloane con conocimiento de causa. Había asistido a las suficientes como para saber qué estaban comprando las gemelas.

– Por supuesto -repuso Madeline. -Y no te imaginas los modelitos provocativos que Edén y Dawne pretendían que les dejase ponerse.

Sloane entornó los ojos.

– Habrán pensado que estabas distraída y que les dirías que sí. Así, cuando les hubieras gritado en casa, habrían podido echarte la culpa.'.

– Exacto. Bueno, ¿vas a venir a casa? A lo mejor puedes asistir a la función benéfica. Puedo presentarte a muchos hombres que te ayudarán a olvidarte de ese como-se-llame rápidamente -dijo Madeline.

Sloane se puso rígida en el asiento..

– Se llama Chase Chandler y lo, sabes perfectamente. -Chase era inolvidable..

Nunca le había mentido, nunca le había dado menos de lo que le había prometido y siempre le había dado más. Lo quería incluso más por todo ello.

– Ya sé cómo se llama, cariño. Lo que pasa es que no estoy segura de lo que sientes por él en estos momentos.

«Perfecto», pensó Sloane. Su propia madre la trataba con condescendencia.

– Mejor que no vaya. No servirá de nada.

– ¿Sabes que Charlotte ha tenido el bebé? -preguntó Madeline con dulzura. -Una niña.

Sloane negó con la cabeza. No, no lo sabía. Se había perdido el acontecimiento. Se había perdido la expresión de Chase al ver a su sobrina por primera vez. Y se lo había perdido porque lo había dejado marchar. Él le había ofrecido un futuro y ella no había creído que fuera eso lo que él realmente quería.

¿Acaso se había equivocado?

– ¿Sloane? ¿Sigues ahí?

Se secó una lágrima que había empezado a deslizársele por la mejilla.

– Estoy aquí y no, no sabía lo de Charlotte. -Tragó saliva a pesar del nudo que se le había formado en la garganta. -Tendré que mandarle un regalo.

– Lo siento, cariño.

– Sí, yo también. -Agarró el teléfono con más fuerza.

– Ven a casa y deja que cuide de ti. Deberías haberte tomado unos cuantos días libres más para recuperarte.

Sloane sonrió y de repente los cuidados de Madeline y la cháchara de sus hermanas le parecieron atractivos. Pero la idea de Yorkshire Falls le resultaba incluso más apetecible.

– Lo pensaré, ¿vale?

– No, no vale. O compras un billete de avión o te lo compro yo. No quiero que estés sola. Necesitas la compañía de tu familia. Sloane gimió.

– Vale, ya que te empeñas. Pero tu método no funcionaría si yo no quisiera ir. Llamaré para reservar un billete. Esta misma noche puedo estar en casa. -Y en Yorkshire Falls al día siguiente, si así lo deseaba.

– Esta noche no estaremos en casa. Tu padre y yo tenemos un compromiso y tus hermanas se van a dormir a casa de una amiga, pero tienes la llave, ¿no?

– Sí. -Hizo sonar el llavero. -Entonces nos vemos por la mañana.

– ¡Perfecto! No te olvides de dejarnos la información sobre el vuelo que coges en el contestador automático. Bueno, tengo que dejarte. Las chicas se acercan con una montaña de vestidos. Voy a separar los descocados y los escandalosos. Hasta mañana.

Sloane colgó y se sintió mejor de lo que se había sentido desde que volviera de Yorkshire Falls. Al día siguiente estaría en casa con su familia. Bueno, no era lo mismo que estar con Chase, pero ya era algo.

Sloane bajó del avión y caminó por la pista de aterrizaje. El aeropuerto de Albany era pequeño, y como sólo llevaba una bolsa de mano, se fue directamente a coger un taxi. Un viento helado azotaba la noche y se estremeció.

Antes de llegar a la cola de la parada de taxis, un coche oscuro se detuvo junto a ella con la ventanilla bajada.

– ¿Necesitas transporte? '

Sloane reconoció la voz profunda y grave de Chase, y el corazón le dio un vuelco.

– ¿Cómo me has encontrado?

– Madeline me llamó y me dijo que necesitabas que alguien te viniera a recoger al aeropuerto.

Sloane entrecerró los ojos.

– Menuda casamentera, mentirosa, artera…

– Así me sentía yo exactamente cuando mi madre poma en práctica sus artimañas. Pero eso fue antes de que aparecieras. -Se echó a reír. -Venga, sube. Hace mucho frío.

Sin esperar respuesta, abrió su puerta y se bajó del coche. Hizo caso omiso de sus protestas y preguntas, y dejó la bolsa de Sloane en el maletero.

Ella se frotó el hombro con la mano libre y lo miró con cautela. Ella podía coger un taxi, pero él había conducido media hora hasta el aeropuerto y Yorkshire Falls estaba en dirección contraria a la casa de sus padres, por lo que había tenido que desviarse. Sólo para verla.

Qué contenta estaba de verlo. Aunque era obvio que Madeline la había embaucado. Pero ¿por qué Chase se había prestado a seguirle el juego? No iba a saber la respuesta a no ser que se fuera con él, así que, cuando le abrió la puerta, subió al coche sin pensarlo dos veces. En seguida notó el cambio de temperatura y fue entrando en calor. Cuando Chase se acomodó al volante, la temperatura del habitáculo subió incluso más grados.

El la miró con sus ojos sombríos, comunicándole que él también notaba esa conexión instantánea. Sloane cambió de postura y pensó que debía andarse con cuidado, y pensar en una conversación neutral.

– ¿Qué tal tienes el hombro? -le preguntó Chase al incorporarse a la carretera que salía del aeropuerto. Sloane apoyó la cabeza en el asiento.

– Todavía me duele un poco. Pero ahora sólo tomo Tylenol. -Me alegro.

NíJ£5tai›a preparada para hablar de ellos dos, así que se decidió por el tema más oportuno.

– Madeline me ha dicho que Charlotte ha tenido una niña.

– Es preciosa. -Desplegó una sonrisa contagiosa, la adoración que sentía por el bebé era obvia y a Sloane se le partió el corazón. ¿Esa reacción era propia del hombre que no quería tener hijos? De nuevo Sloane se vio obligada a volver a analizar los motivos por los que se había alejado de él y no había creído en su proclamación de que había cambiado.

¿Acaso había que achacarlo al hecho de que su vida hubiera sufrido semejante trastorno? Las personas en las que siempre había confiado, Madeline y Michael, la habían traicionado en lo más profundo de su identidad. Chase le había puesto el corazón en bandeja junto con las cosas que ella le había dicho que quería.

No obstante, Sloane lo había rechazado.

– ¿Qué tal se encuentra Charlotte? -preguntó.

– Cada día mejor.

– Me habría gustado que me llamaras para decírmelo. -Se obligó a pronunciar las palabras que los conduciría a una conversación sobre sus sentimientos, sin saber cuál sería el destino final.

Mientras conducía, Chase apoyó el brazo que tenía libre en el reposacabezas de ella.

– Pensaba que no querías saber nada de mí.

Sloane suspiró.

– ¿Eso dije?

Chase ladeó la cabeza hacia ella.

– «Adiós, Chase», alto y claro. Pero decidí no hacer caso de tus palabras y seguir mi instinto.

– Toma la siguiente salida -le indicó al ver los letreros de la autopista.

No obstante la indicación, él se la pasó.

– ¿Chase?

– Sé adónde voy. Tendrás que confiar en mí, querida. ¿Podrás hacerlo por una vez?

Sloane dejó escapar una carcajada irónica.

– Esta sí que es buena. ¿Desde cuándo no confío en ti? -Ella le había confiado su vida y él había estado a la altura, siempre.

– Cuando te dije que te quería y me rechazaste -espetó él con sequedad.

– ¡Touché! -Tal como había empezado a sospechar, realmente ella había colaborado a estropear su relación. El no era el único culpable. Giró la cabeza y se dedicó a mirar por la ventana, hacia la noche oscura. -¿Chase?

– ¿Sí?

– Te rechacé y creíste que no quería saber nada más de ti, ¿verdad?

– Eso es.

El coche pasó por un bache y el hombro de Sloane lo acusó. Hizo una mueca de dolor pero no se quejó. -Entonces ¿qué estás haciendo aquí?

– Es donde quiero estar. -Chase la miró, e inmediatamente notó la tensión en el rostro de ella, las ojeras que delataban su agotamiento.

Todavía no se había recuperado totalmente del disparo, pero había vuelto al trabajo habiendo descansado apenas un fin de semana. No era suficiente ni para Madeline ni para Chase. Motivo por el cual la había secuestrado, por así decirlo. Raina había dejado de hacer de casamentera, pero Madeline había estado más que dispuesta a ofrecerle a su hijastra en bandeja.

Chase no pudo ver cómo reaccionaba Sloane ante sus palabras. No se había vuelto hacia él para mirarlo y permaneció callada el resto del viaje, hasta que estacionó en el aparcamiento de un pequeño hotel.

– ¿Dónde estamos? -Por fin lo miró.

– En un lugar donde podrás descansar. -Bajó del coche y lo rodeó para abrirle la puerta. Sloane alzó la mirada hacia él. -¿Tengo derecho a dar mi opinión?

– Si dices que me seguirás al interior, sí, entonces tienes derecho. -Señaló el establo reconvertido en hotel de lujo. -Muy gracioso.

– Yo no me río. -Sacó sus respectivos equipajes del maletero y cerró la puerta. Reprimió el deseo de apoyarla contra el coche y besarla hasta que dejara de hablar, de resistirse, hasta que dejara de hacer cualquier cosa que no fuera amarlo, pero eso ya lo había probado la última vez y no había funcionado. No pensaba tropezar dos veces con la misma piedra.

Como ya se había registrado en el hotel a última hora de la tarde, no tuvo que entretenerse con el papeleo. Así pues, condujo a Sloane por un corto tramo de escalera y por un pasillo estrecho que conducía a su habitación y su sala de estar, tenuemente iluminada. Había un fuego en la chimenea, lo cual propiciaba el ambiente que había querido crear para ella. Intimo, privado y solemne.

Una vez en el interior, Sloane miró en derredor y se fijó en las paredes revestidas de madera y el encanto del viejo mundo.

– Qué bonito es este sitio.

Chase la ayudó a quitarse la chaqueta, con cuidado para no hacerle daño en el hombro. Todavía lo llevaba vendado y el grueso acolchado abultaba por debajo de la camisa.

– Mis padres vinieron aquí en su luna de miel, y luego engodos sus aniversarios.

Sloane se volvió, claramente asombrada. Se le dilataron las pupilas porque por fin se había dado cuenta del significado del lugar, o al menos es lo que Chase esperaba. No se creía capaz de soportar mucha más expectativa, porque no sabía qué pensaba o sentía ella.

– Supongo que me has traído por algún motivo -dijo, -aparte de porque necesite descansar.

Chase emitió un gruñido.

– Necesitas descansar. Y voy a encargarme de que lo hagas. -Acarició las sombras negras que tenía bajo los ojos con el pulgar.

En cuanto la tocó, Sloane dejó escapar un gemido suave. Por instinto, él le rodeó la nuca con la mano, con lo que invadió su espacio personal y la colocó dentro del de él.

A la porra con ir despacio.

– Te quiero, te he echado de menos y quiero que formes parte de mi vida. Para siempre -dijo con brusquedad. Sloane esbozó una sonrisa. -Sigue hablando.

– Tenías razón al no creer que estaba preparado para comprometerme -prosiguió, contándole lo que él mismo acababa de comprender.

Sloane parpadeó y lo miró atenta y con expresión comprensiva.

– No quería que volvieras la vista atrás y me guardaras rencor, o sintieras que te había atrapado en un momento de debilidad. -Encogió el hombro que tenía sano. -Prefiero saber que eres feliz sin mí que desgraciado conmigo.

– No es probable -refunfuñó. -Pero tengo mucho que contarte.

– Entonces ¿te importa si nos sentamos? Todavía me noto un poco débil.

Chase se dio cuenta de que estaba pálida y aceptó.

– Por supuesto, cariño. Chase la cogió en brazos y la aposentó en el sofá, delante de la chimenea. Se sentía más esperanzado que cuando la había recogido por sorpresa en el aeropuerto. Se sentó a su lado. Quería verle la cara mientras le explicaba su pasado, su presente y su futuro en común, y cómo había llegado a ciertas conclusiones.

Sloane se humedeció los labios secos, esperando en silencio, preguntándose qué tenía Chase que decirle. Comprendió que era serio, y era consciente de que él había pensado muy bien dónde, cuándo y cómo compartir sus sentimientos con ella. También era consciente de que lo que fuera a decirle determinaría su futuro, y por ello el corazón le palpitaba en el pecho.

– Dime. -Lo cogió de la mano porque necesitaba notar su calidez y fortaleza.

– ¿Recuerdas que te conté que mi padre murió y que me hice cargo de la familia? -Las pupilas se le dilataron por el recuerdo.

Sloane asintió.

– Por supuesto que me acuerdo.

– Pues estaba sentado con Lilly en brazos, el bebé de Román y Charlotte, y me maravillé de que aquella personita ya se hubiera hecho un sitio en mi corazón.

Se estremeció al pensar en la imagen que acababa de describirle -Chase sosteniendo a un bebé con sus manos grandes y fuertes- y deseó que ese bebé fuera de ellos dos. Deseó y esperó que él también compartiera ese deseo..

– ¿Y?.

– Y empecé a pensar que era otra persona a la que tenía que proteger. Pero entonces caí en la cuenta. -Miró a Sloane a la cara. -Ella no está a mi cargo. Es la hija de Román y de Charlotte. Pero aun así sentí esa necesidad inicial e instintiva de protegerla.

Sloane sonrió y le sujetó de la mano con más fuerza.

– Eso es porque eres especial.

– Es porque soy un hijo de perra controlador -replicó. Se rió al oír cómo se acababa de describir. -Y mientras tenía en brazos a la niñita me di cuenta de por qué.

Sloane reprimió el impulso de acurrucarse contra él, besarlo v decirle que los porqués no importaban. Pero sí importaban. Lo había rechazado una vez y ahora le estaba dando lo que necesitaba para confiar en él, las razones de su repentino cambio de opinión.

Si comprendía por qué estaba preparado para un cambio radical en su futuro, entonces nunca volvería la vista atrás ni lo lamentaría.

Sloane se inclinó hacia adelante esperando oír más.

– Supongo que esa necesidad de tener controladas a las personas que quiero, sus vidas y su bienestar, se inició cuando mi padre murió. Se convirtió en una obsesión, pero mi madre estaba demasiado agradecida como para que le importara y Rick y Román tuvieron la fortaleza suficiente como para salir adelante a pesar de mí. -Meneó la cabeza y se rió de sí mismo.

– No, Rick y Román tuvieron la fortaleza suficiente como para salir adelante gracias a ti -lo corrigió Sloane.

– Bueno, eso no cambia el hecho de que desarrollara el complejo de salvador que mencionaste, porque así tenía la sensación de que lo controlaba todo. La ilusión de la seguridad.

Tomó aire, y Sloane esperó, porque no quería que se sintiera presionado sino apoyado.

Chase apoyó la cabeza en el respaldo del sofá y fijó la vista en el techo.

– En mi mente desorientada, supuse que si controlaba a mi familia y estaba siempre a su disposición, no los perdería… -Se le quebró la voz y carraspeó antes de continuar: -No los perdería como perdí a mi padre.

Su confesión le llegó al corazón. Había creído entender a aquel hombre silencioso y más bien enigmático, pero desconocía el dolor, más profundo de su corazón.

Ahora lo sabía y se arrepentía de haberle hecho escarbar tanto en su interior como para hacerle sufrir.

– Lo siento. Te rechacé cuando debería haberme dado cuenta de que te conocías lo bastante como para no ofrecer más de lo que eras capaz de dar. Pero yo también tenía miedo. Acababa de pasar por la traición de Michael y Madeline, que me afectó más de lo que estaba dispuesta a reconocer. -Meneó la cabeza. -Pero no tenía que haberte rechazado para luchar contra mis propias inseguridades. Lo siento.

Chase le apartó un mechón de pelo de la frente.

– No lo sientas. Al final has hecho que nos reencontremos.

Sloane negó con la cabeza.

– Entonces, ¿por qué me siento tan egoísta?

– No eres egoísta. Eres sincera y real. Y es obvio que los dos teníamos más temas que solucionar de los que éramos conscientes en ese momento. -Se encogió de hombros. -Eso nos convierte en personas sinceras y reales.

A Sloane se le llenaron los ojos de lágrimas.

– Además, tenías razón. Sí me sentía culpable por no estar contigo cuando te dispararon. Pero más porque podía haberte perdido que por mi afán controlador. Quiero que formes parte de mi vida, Sloane. Ahora y siempre. Nunca volveré la vista atrás y me plantearé «qué habría pasado si».

– ¿Cómo puedes estar seguro? -Se mordió el labio inferior y odió tener que preguntárselo.

Chase giró la cabeza.

– Cariño, escribí el artículo de mi vida y me dejó frío y vacío porque no te tenía.

Sloane exhaló el aliento que había contenido sin darse cuenta. Más que cualquier otra cosa, ésas eran las palabras que necesitaba oír. Que ella era un valor añadido a su vida y que no le restaba nada.

– Leí el artículo y era magistral, Chase. Hiciste un trabajo muy profesional al tiempo que protegiste a mi familia como ningún otro periodista habría hecho.

Chase esbozó una sonrisa.

– No sería muy inteligente dejar por los suelos a la familia de la mujer con la que quiero casarme, ¿no?

Sloane se olvidó del dolor del hombro, se puso de rodillas y se lanzó a sus brazos, tumbándolo en el sofá. Contempló sus profundos ojos azules y se dio cuenta de que quería pasar el resto de sus días en compañía de ese hombre cuyo amor y cariño eran tan sólidos.

– Dime que estás seguro.

– Estoy seguro. -Chase se echó a reír y cambió de postura para acomodarla. Consiguió colocarla debajo de él y se le sentó a horcajadas sobre las caderas de ella. -Estoy cien por cien seguro de que quiero estar contigo el resto de mi vida.

Sloane arqueó una ceja.

– ¿Casado y con hijos? -preguntó, convencida de saber la respuesta. -Porque cuando me has hablado de que tuviste en los brazos a Lilly, no hacía más que pensar que abrazabas a nuestro bebé.

– Cariño, no hay nada que quiera más en este mundo.

Sloane soltó el aire con fuerza, capaz de respirar por fin.

– Yo también te quiero, Chase. -Le pasó el brazo sano por el cuello y se lo acercó más. -Ahora bésame.

– Será un placer -dijo él y le selló los labios, sabiendo que esta vez nada se interpondría entre ellos. Ni el miedo, ni la desconfianza ni el pasado.

Le introdujo la lengua en la boca mientras la acariciaba con la parte inferior del cuerpo, presionando su dura entrepierna contra el cuerpo de ella.

– ¿Quieres intentar hacer el bebé ahora? -preguntó Sloane, separando la boca y jadeando.

– ¿Aquí mismo? -Se desabotonó los vaqueros. -¿Ahora mismo?

– Sí, oh, sí. -Alzó las caderas para intentar ayudarlo, aunque sólo podía usar una mano.

Chase se hizo cargo de la situación, la desnudó y se detuvo para excitar y estimular todos y cada uno de los poros de su deliciosa piel. Le bajó la cremallera y la ayudó a quitarse los pantalones y las bragas de encaje a la vez. Empezó a acariciarla con las manos y luego se ayudó de la lengua y de suaves mordisquitos. De forma que, cuando se colocó encima de Sloane, piel contra piel, el cuerpo húmedo de ella estaba más que preparado para su enfebrecida carne.

Y la penetró, allí y entonces, con la completa intención de dar comienzo a su futuro.

EPÍLOGO

Eric rodeó a Raina por la cintura con más fuerza y la llevó por el patio. Estaban bailando en su propia boda. Habían decidido organizar una ceremonia discreta e íntima para la familia en casa de Raina.

Según los estándares de Yorkshire Falls, eso significaba la presencia de más de cien personas en todo momento, mascotas incluidas, que irían de visita a felicitarlos. Pero lo que más le importaba a Raina era la familia. La suya y la de Eric, que estaban reunidas por primera vez.

Román estaba junto a Charlotte, que tenía a la pequeña en brazos. Oh, Lilly había robado el corazón de Raina, y seguro que robaría el corazón de muchos hombres a lo largo de su vida. Raina rió entre dientes al pensarlo, como hacían las abuelas.

Y luego estaban Rick y Kendall. Su familia había empezado con Hannah, la hermana de Kendall, que ahora encandilaba a los adolescentes y los tenía en vilo. Raina se echó a reír. Ella y Hannah tenían una relación fabulosa, como si siempre hubieran sido nieta y abuela. Y Raina tenía la impresión de que Hannah pronto compartiría la casa con otro niño. Teniendo en cuenta cómo llenaba Kendall el vestido, Raina conjeturaba que el pequeñín no estaba a más de siete meses de distancia. Pero se guardaba de preguntar.

Rick no respondía a preguntas personales. Mantenía su vida personal en privado, lo cual Raina no sólo por fin comprendía sino que también aceptaba. Estaba dispuesta a esperar el embarazo de Kendall, sin presiones por su parte. Aunque su problema de corazón verdadero la hacía desear nietos con más ganas, su hijo era quien tenía la última palabra. Pero otro bebé, de una edad parecida a la de Lilly, sería maravilloso. Otra generación de Chandler que se criaría en Yorkshire Falls, pensó Raina con orgullo.

¿Acabaría con los hijos de Chase y Sloane? Raina lanzó una mirada a su hijo mayor. Nunca lo había visto tan feliz. Aunque fuera otro de los que no revelaba demasiados detalles de su vida privada, aparte del hecho de que él y Sloane iban a casarse en Washington el mes siguiente. Aunque Raina quería ayudar, se habían negado a que se esforzara demasiado. Sloane y Madeline Carlisle se habían encargado de la planificación de la boda, adaptándola a la apretada agenda del senador durante la campaña. Pero consultaban a Raina siempre que podían, y la hacían sentir a gusto, lo cual ella agradecía. No le cabía la menor duda, seguro que tendrían hijos.

– Estás demasiado callada -dijo Eric sujetándola con más fuerza por la cintura. -¿Te encuentras bien?

Raina le sonrió, abrumada por su buena suerte.

– Es que me faltan palabras.

– ¿Le digo a Chase que lo publique como noticia de última hora? -preguntó riendo.

Raina negó con la cabeza.

– No te burles de mí. Tengo demasiado miedo de que todas estas cosas buenas duren poco.

Eric ralentizó el paso y acercó la cara más a la de ella.

– ¿Algún motivo por el que no vayan a durar? -Apoyó la mejilla en la de Raina, y ella notó un cálido hormigueo en su interior.

Tenía que reconocer que Eric la hacía sentir segura y protegida, igual que lo que la rodeaba.

– No, ningún motivo. Tengo a mis hijos, sus familias y a ti. ¿Qué más puede pedir una mujer?

Eric sonrió.

– Ni una sola cosa más.

Raina se rió porque tenía razón. Había aprendido muchas cosas desde que empezara su farsa, y la más importante de todas era que la vida era lo que cada uno hacía con ella. Los hombres Chandler harían un montón de cosas buenas, y muchas otras posibles. Eric era la guinda del pastel.

La familia de Raina tenía toda una vida llena de posibilidades por delante, y pensaba disfrutar de todas y cada una de ellas.

CARLY PHILLIPS

Carly Phillips inició su carrera como escritora con "Brazen" (Una semana en el paraíso) en 1999, desde entonces ha publicado más de 20 novelas, que han estado entre las más vendidas en las listas más conocidas de Estados Unidos. Su libro "The Bachelor" (Soltero… ¿y sin compromiso? recientemente publicado por el sello Esencia) fue elegido para un programa de lectura a nivel nacional. Actualmente publica en dos sellos, Harlequin y Warner.

Carly vive en Purchase, New York con su marido, sus dos hijas pequeñas y un juguetón Wheaton Terrier. Su pasatiempo favorito es leer, le gusta escuchar opera y le encanta recibir correos de sus lectoras, ya sea por mail o por correo normal.

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