CLARK CARRADOS

LOS NO-HUMANOS

ULTIMAS OBRAS PUBLICADAS EN ESTA COLECCIÓN

230 — Terror en la "Alpha-3000" — Joseph Berna

231 — Contacto en Kalar — Eric Sorenssen

232 — Oasis de esclavas — Ralph Barby

233 — Carrera a las estrellas — Burton Hare

234 — El señor de Graark — Lem Ryan

Colección

HÉROES DEL ESPACIO n. º 235

Publicación semanal

EDITORIAL BRUGUERA, S.A.

CAMPS Y FABRES, 5 — BARCELONA

1. ª edición en España: febrero, 1985

1. ª edición en América: agosto, 1985

Concedidos derechos exclusivos a favor de Editorial Bruguera, S. A.

Camps y Fabrés. 5. 08006 Barcelona (España)

© Clark Carrados — 1985

texto

© Norma — 1985

Cubierta

Impreso en España — Printed in Spain

ISBN 84-02 09281-0 / Depósito legal: B. 1.685 — 1985

Impreso en los Talleres Gráficos de Editorial Bruguera, S. A.

Carretera Nacional 152. km 21,650. Parets del Vallès (Barcelona) — 1985

CAPÍTULO PRIMERO

El hombre caído en el suelo se desangraba.

Había comprado una herramienta de jardinería y, con ella en la mano, se dirigía a su casa, cuando tropezó, cayó en mala postura y el borde de la palita le cortó la mano, en la parte alta del muslo.

Algunos viandantes compasivos trataron de contener la hemorragia, pero era evidente que, si no se atajaba pronto, el infeliz moriría allí mismo.

La ambulancia, llamada por alguien, vino pronto y el médico y los sanitarios se dispusieron a atender al herido. Entonces se dieron cuenta de que el sujeto necesitaba urgentemente y en el mismo sitio una transfusión de sangre.

Todos cuantos estaban allí llevaban una placa con su nombre y otros datos personales, más el grupo sanguíneo. Ninguno de los presentes podía ayudar al herido.

Entonces pasó un hombre y el médico le llamó:

—¡Eh, usted, acérquese!

El llamado obedeció, mientras el doctor se disponía a examinar su placa de identidad.

—Perfecto, usted sirve —dijo el médico.

—¿Para qué? —preguntó extrañado Peer Dybbit.

—Necesitamos cuatrocientos centímetros cúbicos de su sangre. Pertenece al mismo grupo sanguíneo que la del herido...

Dybbit retrocedió un paso, aterrado.

—¡No! —gritó.

—¿Cómo? —exclamó el médico—. Usted no puede negarse...

De repente, y con una viva expresión de pánico en su rostro, Dybbit dio media vuelta y echó a correr. El médico le maldijo hasta la décima generación de sus ascendientes.

—Le denunciaré... —prometió.

Por fortuna, el herido pudo salvarse. De otro modo, el incidente habría tenido para Dybbit consecuencias mucho más graves.

* * *

Casey Lannix entró en el vasto local, atiborrado de géneros de todas clases, y se acodó en el mostrador.

En la puerta lucía un rótulo revelador:

Jackie's

Almacén General

Productos Terrestres

Vinos. Licores

Letras más pequeñas indicaban que Jackie Whelan era la propietaria. Lannix la vio atendiendo a un cliente y se acodó en el mostrador con aire negligente.

Un dependiente llegó para atenderlo, pero él movió la cabeza.

—Ella —dijo, lacónico.

El empleado sonrió.

—Sí, señor. ¿Quiere tomar algo?

—Una copita de lo bueno, por favor.

—Al momento, señor Lannix.

Al otro lado del mostrador y frente al recién llegado, había una gran pantalla de televisión, en la que aparecían ahora imágenes de las últimas noticias. Lannix bebió sin preocuparse de lo que sucedía a un par de metros de distancia.

De pronto, un locutor anunció que el juez Manbert iba a juzgar a Peer Dybbit por un delito de denegación de auxilio y que el juicio seria público.

—¿Lo fusilarán también públicamente? —dijo un hombre que se había situado junto a Lannix.

—Hoy ya no se fusila a nadie, no hay pena de muerte —sonrió Lannix.

El individuo aparentaba unos cincuenta años, era muy robusto y tenía la barba entrecana. Lannix adivinó su profesión.

—Prospector de minerales —dijo.

—Sí —confirmó el individuo—. Soy Ned Borillo.

—Casey Lannix —se presentó el joven.

Los dos hombres se estrecharon la mano.

—He venido a comprar materiales para mi trabajo —declaró Borillo.

—Lo mismo me pasa a mí, sólo que yo soy granjero.

—No es mala profesión, señor Lannix.

—Llámeme Casey.

—Recuerde: mi nombre es Ned.

—¿Un trago, Ned?

—De acuerdo, Casey.

El empleado sirvió dos copas. Luego, la atención del granjero y del prospector se centró en la pantalla. Un alguacil acababa de anunciar:

«-Se inicia el juicio contra Peer Dybbit, acusado de negar su ayuda a un ciudadano gravemente herido. Preside el honorable juez Manfred Manbert.»

La imagen del juez, revestido con la toga negra, apareció en la pantalla. Un ujier tomó juramento al acusado y luego le preguntó su nombre y demás datos.

El juez dijo:

«-Dado que el acusado ha renunciado a un abogado defensor, prefiriendo hacerlo por sí mismo, el señor fiscal tiene la palabra.»

Horatio Moore se puso en pie.

«-Señoría, los hechos están suficientemente probados. Tengo la declaración del médico, de los sanitarios y de algunos testigos que presenciaron lo ocurrido. Si el acusado lo desea, podemos citar a todos ellos, para que corroboren los hechos. ¿Lo desea usted, señor Dybbit?»

El acusado negó con la cabeza.

«-Me declaro culpable», dijo simplemente.

El juez Manbert parpadeó.

«-Señor Dybbit, usted podría alegar algo en su defensa. Ciertamente, la acusación es irrefutable, pero este tribunal podría ser benevolente con usted si conociera las razones que le impulsaron a negar su ayuda a un ciudadano que la necesitaba. La ley lo dice taxativamente: cuando una persona herida necesita una transfusión de sangre y haya en el lugar alguien capaz de proporcionarle la sangre precisa, deberá hacerlo, so pena de incurrir en las sanciones marcadas en el Código. Pero también se establecen atenuantes que pueden rebajar e incluso declarar la no culpabilidad del acusado, si el juez así lo estima conveniente. ¿No tiene nada más que añadir?»

«-No, Señoría.»

Moore se acercó al estrado y dijo algo al oído del juez Manbert. El juez escuchó atentamente y luego asintió.

«-Es muy probable que sea como usted dice, Horatio -contestó. Alzó la voz—: Bien, el señor fiscal me ha expuesto ciertos datos que, estimo, alteran la sentencia que este tribunal podría imponerle al acusado.»

—Padece hemofobia —dijo Borillo entre dientes.

«-A la vista de los hechos, este tribunal -prosiguió Manbert—, considera oportuno imponer al acusado una multa de quinientos escudos marcianos, pero teniendo en cuenta las circunstancias de los hechos, se permite que el acusado emplee dicha suma en atender médicamente a su caso particular, bajo la condición de presentarse ante este tribunal, con los resultados de los exámenes médicos, en el plazo improrrogable de treinta días. ¡Caso fallado!»

«-¡Despejen la sala!», exclamó el ujier.

Las imágenes de la pantalla se trocaron por otras en las que un locutor anunciaba la próxima llegada de un nuevo gobernador.

—El tipo ese padecía hemofobia —insistió Borillo.

—¿Que es hemofobia? —preguntó alguien en aquel momento.

Lannix miró a la hermosa mujer que se había situado frente a él y sonrió.

—Hemofobia es horror a la sangre, Jackie —explicó Borillo.

—Se equivoca usted, Ned —rectificó Lannix—. Hemofobia es lo que me pasa a mí cada vez que veo a esta guapa señora: se me para el corazón, la circulación de la sangre se detiene...

Jackie se echó a reír. Era una hermosa joven de unos treinta años, morena, de ojos ardientes y cuerpo exuberante.

—Tú siempre el mismo, Casey —dijo—. Ned, vaya a mi encargado y que le sirva lo que necesite.

Borillo levantó su copa.

—Una elegante manera de quitarse un estorbo de encima —dijo maliciosamente.

Jackie alargó sus manos por encima del mostrador.

—No sabes cuánto me alegro de verte otra vez, Casey —dijo—. ¿Cómo va tu granja?

—No puedo quejarme. Dentro de un par de años, sin embargo, no la habrá mejor en mil kilómetros a la redonda.

—Te felicito...

En la pantalla del televisor apareció de pronto una bonita locutora:

—Se ruega al señor Lannix, Casey, se presente con toda urgencia en el despacho del alcalde de Terraport. Repito: es un mensaje de suma urgencia...

Todavía con las manos juntas, Lannix y Jackie se contemplaron atónitos.

—¿Qué tripa se le habrá roto al teutón? —gruñó él.

—La pregunta correcta es: ¿cómo sabe que estás en Terraport?

—Elemental, Jackie. Todo ciudadano que vive en el exterior, ha de pasar el control de una de las puertas de acceso. Simple rutina, pero, claro, el alcalde se habrá enterado y... Tal vez me llamó a la granja y al no contestarle, supuso que había venido a la ciudad...

Jackie suspiró.

—Espero que te hayas despachado para la hora de la cena —dijo.

—¿A solas?

—No, invitaré a cuatrocientas personas —rió ella.

Lannix se inclinó y la besó en una mejilla.

—Te aseguro que quedaré libre para las siete y media —dijo.

—¿Has traído nota del pedido, Casey? —preguntó ella—. Podríamos ir preparándolo...

Lannix sacó un papel del bolsillo y se lo entregó a la joven.

—De todas formas, no pienso volver hasta mañana.

—De todas formas, no te habría dejado marchar hasta mañana —remedó Jackie, con un extraño brillo en sus negras pupilas.

Lannix le guiñó un ojo. Luego abandonó el local.

En la calle, contempló las enormes cúpulas transparentes que albergaban la ciudad marciana. Algunas de las cúpulas se alzaban a más de seiscientos metros de altura.

Bajo las cubiertas, había una atmósfera perfectamente respirable y una temperatura muy agradable. Fuera, el oxígeno era poco menos que inexistente y, en ocasiones, las tormentas de polvo hacían la vida imposible.

Pero un siglo de tenaces trabajos había dado sus frutos y ahora se podía vivir en Marte. No era una existencia fácil, pero a nadie le arredraba el trabajo, porque todos sabían que lo hacían por el futuro del cuarto planeta del sistema solar.

CAPÍTULO II

A Wolf von Krobel, alcalde de Terraport y gobernador accidental, le llamaban el «teutón» por su ascendencia germánica. Era un buen amigo de Lannix y lo había demostrado en numerosas ocasiones, pero ahora era él quien necesitaba del granjero.

—¿Qué diablos pasa, Wolf? ¿Por qué tanta urgencia?

—Mañana llega el nuevo virrey..., bueno, el gobernador delegado del gobierno de la Tierra. Es nuevo en el oficio...

—Ya. La Política, ¿verdad?

Von Krobel asintió.

—Sí, pero yo estoy en mi puesto precisamente por política —contestó.

—Tu caso es distinto. Conocías bien los problemas de Marte, lo que, según parece, no se puede decir del nuevo gobernador. A propósito, ¿cómo se llama?

—Athridus Nsiang.

—¡Atiza, vaya un nombrecito! ¿Oriental?

—Descendiente de orientales. Bueno, vayamos al grano. Nsiang me llamó por radio y me pidió una persona competente que le acompañe durante el recorrido de los primeros días, a fin de conocer el panorama, la situación, los datos técnicos... Nadie mejor que tú, Casey —manifestó von Krobel.

—¿Yo? ¿Por qué yo? ¿Acaso no tienes un ingeniero jefe? ¿Qué diablos hace ese gandul de Mario Solfattí?

—¿Qué hace? —Von Krobel sonrió con amargura—. Ahora lo verás.

Tocó un botón y una pantalla de televisión se iluminó, permitiendo ver a un hombre tirado en el suelo, encogido sobre sí mismo, en posición fetal.

Lannix se espantó.

—¡Dios de Abraham! ¿Qué le pasa a ese desdichado?

—Hace dos meses, como recordarás, sin duda, estuvo aquí el grupo de espectáculos de Phiz, Thomson, Marcus y Compañía. Mario tuvo la desgracia de enamorarse de una de las artistas, Lillie LaFleur. Ella le envió a paseo y Mario ha perdido el seso, simplemente.

—Ha quedado en estado catatónico...

—Creo que no tiene curación. Se lo llevarán a la Tierra en el próximo viaje... Volviendo a lo nuestro; su sustituto carece de tu experiencia. Por eso te he llamado, Casey.

—Ya no tengo ningún cargo oficial...

—Lo tendrás, mientras dure tu misión junto a Nsiang. Una semana, diez días a lo sumo. Se te pagarán los gastos, más posibles perjuicios. Hazlo por mí, anda.

Lannix remoloneó un poco.

—Serví como ingeniero durante diez años...

—Empezaste poco menos que barriendo el suelo de los talleres y alcanzaste el puesto máximo a los cinco años. Serviste durante cinco más...

—Conozco mi historial —gruñó el joven—. Ahorré y me pude comprar todos los elementos para la granja.

—Y tu experiencia como ingeniero te ha servido muchísimo para tener ahora la mejor granja de Terraport —elogió von Krobel.

—Bueno, bueno, no me des tanta coba. Si ese pelma de Nsiang me retiene más de diez días, me marcharé y lo dejaré plantado. ¿De acuerdo?

—Yo maniobraré para que te deje libre mucho antes —sonrió el alcalde.

Los dos hombres se estrecharon las manos.

—Gracias, Casey. Sabía que serias comprensivo... Nsiang llega mañana y tendrás que ir al astropuerto a recibirle. Conmigo, claro.

—Está bien, iré.

—Y ahora, ¿aceptarías mi invitación para cenar esta noche en mi casa? A mi mujer le gustaría muchísimo servirte un buen plato de asado, Casey.

—No puedo. Ya tengo otra invitación, Wolf.

—¿Quién, Casey?

Lannix le guiñó un ojo:

—Jackie Whelan —contestó.

Von Krobel suspiró.

—Me das una envidia enorme —confesó.

—Eh, eh, la señora von Krobel tiene muy poco que envidiar a Jackie —exclamó Lannix alegremente. El alcalde se esponjó.

—No puedo quejarme, Casey. —Le tendió la mano—. Hasta mañana, a las once, en el astropuerto. Sé puntual, por favor.

—Descuida, Wolf.

* * *

Estaban juntos sobre la cama y ella tenía la cabeza apoyada en el ancho tórax de su huésped. No dormían, pero permanecían callados, como si se repusieran de cierta clase de fatiga producida por el ejercicio amoroso.

De pronto, Jackie pareció recordar algo.

—Casey, ¿qué quería el teutón? —preguntó.

Lannix se sorprendió un momento. Luego volvió a la realidad.

—Mañana llega el nuevo gobernador-delegado —contestó.

—El nuevo virrey —sonrió ella.

—Sería el título apropiado, pero no se utiliza. Bueno, von Krobel quiere que le acompañe durante unos días, a fin de que vaya familiarizándose con Terraport y sus alrededores.

- ¿No encontró otro que pudiera hacer lo mismo? —se extrañó Jackie—. ¿Qué demonios pasa con Mario Solfatti?

—Está loco de remate. Catatónico. Un trozo de vegetal y puede que no se cure.

¡Cielos! ¿Qué le ha ocurrido?

—Se chifló por una de las chicas del espectáculo que vino hace dos meses, una tal Lillie LaFleur. Ella no quiso hacerle caso y Mario perdió la razón. Se lo van a llevar a la Tierra para ver si lo curan; su sustituto es un novato poco impuesto de sus obligaciones y, hasta que nombren o llegue un nuevo ingeniero jefe, yo tengo que atender a Nsiang. Bueno, unos días tan sólo; luego, el sustituto de Mario seguirá su trabajo de rutina.

—Comprendo. Pobre Mario... Me caía simpático; siempre con su buen humor, sus canciones, su mandolina...

—Su mente no pudo resistir el shock de la negativa, eso es todo.

—Casey, ¿serías tú capaz de volverte loco si una mujer te dejase plantado?

—¿Qué mujer se atrevería a dejarme plantado, eh? —contestó Lannix con simulada fanfarronería.

Jackie se echó a reír y luego le abrazó apasionadamente.

—Casey...

—¡Mmmm...! —dijo él.

—Estoy aquí.

Lannix tanteó abundantemente con las dos manos.

—No cabe la menor duda —respondió, arrojándose sobre ella para besarla con no fingida voracidad.

* * *

Pieter Haveland tenía una granja a unos seis kilómetros de Terraport y aquel día, como de costumbre, se levantó alrededor de las cinco de la mañana. Después de asearse, se dispuso a revisar los instrumentos que median la presión interior, la temperatura y el grado de humedad ambiental. El pequeño sol de Marte, encendido artificialmente, estaba a punto de salir por el horizonte.

De pronto, creyó ver un destello en el cielo, que no se podía confundir en modo alguno con el primer rayo de sol.

—Debe de ser una astronave de pasajeros, orbitando en torno al planeta antes de aterrizar —se dijo.

Empezó a trabajar. Unos minutos más tarde, vio caer algo del cielo.

Parecía un hombre y descendía con relativa lentitud, debido a la gravedad marciana, un tercio de la terrestre. El hombre, según pudo apreciar, caía sin paracaídas ni traje espacial.

De repente, cuando el sujeto estaba a unos doscientos metros del suelo, se encendió como una antorcha.

Haveland se quedó con la boca abierta.

Aquello ya no era un ser humano, sino una masa de fuego blanco, que descendía, dejando una leve estela de humo gris en la tenue atmósfera marciana.

Aquella cosa ardiente se estrelló contra el arenoso suelo, a unos trescientos metros de la granja. Haveland se dijo que su deber era salir a ver qué había sucedido, aunque antes, lógicamente, debía avisar a la Policía de Terraport.

Cuando hubo comunicado la noticia, se puso el traje de exterior y salió fuera por una de las dos compuertas de que disponía su instalación. Al acercarse al lugar donde había caído aquel desdichado, se llevó una enorme sorpresa.

El fuego se había apagado, pero no quedaba el menor rastro de un ser humano. Al menos, él no sabía verlo; sólo podía contemplar una mancha negra sobre la arena, parte de la cual, en los bordes, aparecía fundida.

Sin embargo, Haveland creyó ver una cosa blanquecina, muy diminuta; un diente que, por su mayor resistencia a las altas temperaturas, no se había convertido en humo, como el resto de la osamenta.

* * *

—Muy interesante —dijo días más tarde Athridus Ni Nsiang, mientras paseaba con su acompañante por una de las calles de Terraport—. Así que bajo estas cúpulas que miden...

—La media es de quinientos metros de altura por mil de diámetro en la base. Las centrales de energía proporcionan la suficiente para la renovación y purificación-constante de la atmósfera, que se mantiene a una presión equivalente a la que hay en la Tierra a dos mil quinientos metros de altitud, señor —contestó Lannix.

—Y todas las cúpulas están comunicadas, claro.

—Sí, señor, por medio de túneles de la suficiente amplitud para que puedan pasar vehículos pesados lo que, por otra parte, ocurre solamente en pocas ocasiones. Cada túnel dispone de compuertas que se cierran automáticamente, en caso de un descenso peligroso de la presión, calculado en cuatro mil metros de altitud terrestre.

—Muy ingenioso —elogió Nsiang—. Veo arriba, en el cielo, un pequeño sol...

—Ah, sí, Sol-Dos, señor. Cuando se decidió la colonización a fondo de Marte, se estimó que con nuestro viejo Sol se podían hacer pocas cosas; por eso se ideó la creación de un sol artificial.

—¿Cómo lo hicieron? No sería encendiendo una bombilla de buen tamaño, ¿verdad?

Lannix rió la broma cortésmente.

—Claro que no, señor. Se trajo un asteroide, del tamaño y masa calculados previamente, mediante remolcadores espaciales y luego se le colocó en la órbita precisa para que pudiera haber días y noches, aproximadamente iguales a las terrestres. De este modo, hombres, animales y plantas, siguen los ciclos normales y, como la gravedad en mucho menor, todo se desarrolla con mayor rapidez, lo que redunda en beneficios de toda clase, incluidos los económicos, por supuesto.

—Ha dicho periodos de veinticuatro horas... Pero el día es más largo en Marte, señor Lannix.

—Bien, de todos es sabido que Marte gira alrededor de su eje en veinticuatro horas, treinta y siete minutos y veintidós segundos con cincuenta y ocho centésimas, un día algo más largo que el terrestre. Entonces, los planificadores de la operación, decidieron que el período de giro del Sol-Dos debería durar ese tiempo, pero dividido también en veinticuatro horas iguales.

—De mayor duración que las terrestres, claro.

—Cada hora marciana equivale a sesenta y un minutos y treinta y tres segundos, con cuatrocientas cuarenta y cinco milésimas de segundo. Ahora bien, para evitar problemas, nuestras horas tienen sesenta minutos iguales, de una duración ligeramente superior a la del minuto terrestre. Cuando un marciano viaja a la Tierra, tiene que proveerse allí de un reloj acomodado al tiempo terrestre.

—Muy lógico —convino Nsiang—. ¿Cómo se consiguió el Sol-Dos?

—Bien, mediante un proceso de fusión nuclear, no fisión, aunque una bomba atómica de fisión fue utilizada como una cerilla para encender el reactor nuclear de fisión, en el que se provocó una explosión controlada, lo que originó el «incendio» del asteroide. Se calcula que arderá durante unos cien mil años, antes de que dé síntomas de agotamiento. Entonces, se irá a buscar otro...

—No iremos nosotros, desde luego —rió el nuevo gobernador—. ¿Resultó difícil la instalación del Sol-Dos?

—Larga y complicada, más que difícil en sí. Había que calcular muy detalladamente elementos tales como la gravedad marciana, la rotación del planeta, las intensidades gravitacionales del Sol, de la Tierra, de Júpiter..., y cuando se tuvieron todos los datos exactos, fue preciso buscar el asteroide que reuniera todas las condiciones precisas. El que se encontró era algo mayor de lo exigido, pero se le «recortó» hasta quedar con el volumen y la masa apropiadas. Luego se iniciaron las operaciones de remolque, el establecimiento en la órbita apropiada, el «encendido»...

Nsiang se detuvo de pronto ante un espacio ajardinado, en el que se veía una extensa zona de césped, con algunos árboles y macizos de flores.

—Encantador —calificó.

—Sí, todo eso son consecuencias de los beneficios que produce Sol-Dos, y las plantas, como su Excelencia no ignora, purifican la atmósfera, absorbiendo el anhídrido carbónico y devolviendo el oxígeno.

—Fotosíntesis.

—Exactamente, señor. Y hay proyectos, aunque a largo plazo, de ensayar siembra de semillas resistentes a la atmósfera exterior, a la vez que se perforan pozos en busca de agua, que tiene que haber a la fuerza, si bien a grandes profundidades.

—Entonces, puede decirse que algún día, Marte será un vergel y que no habrá necesidad de vivir bajo las cúpulas.

—Luchamos para que lo disfruten nuestros descendientes, señor.

Nsiang se volvió hacia el joven.

—¿Es usted casado, señor Lannix?

—No, Excelencia, aunque no desconfío de tener familia algún día.

—Conviene que los terrestres repoblemos Marte. Quizá, en tiempos pretéritos, existió aquí una raza de seres inteligentes, cuya extinción total se produjo por causas que acaso nunca averigüemos.

—En todo caso, y al menos hasta ahora, no se han encontrado rastros de esos supuestos marcianos —contestó Lannix.

—Un planeta cubierto de verdor..., muy posiblemente con océanos y ríos... Algo maravilloso, ¿no le parece?

Nsiang se acercó a un enorme rosal y aspiró el perfume de una rosa.

—Se empieza por poco y se consigue todo —dijo evocadoramente.

—Así es, señor, y sólo se requiere una infinita paciencia y una tenacidad absoluta, sin rendirse jamás al desánimo ni al cansancio.

—Lo conseguiremos, Casey. ¿Me permite el tratamiento?

Lannix hizo una cortés reverencia.

—Me siento halagado por su confianza, Excelencia —respondió.

Un hombre, con uniforme, se acercó de pronto a Nsiang y le dijo algo reservadamente. El gobernador escuchó y luego hizo un gesto de asentimiento.

—Perfecto, señor Doods —dijo—. Si es posible, que continúe la búsqueda y que me tengan informado en todo momento de los resultados obtenidos.

—Bien, señor.

—Dígale al jefe Radtzivill que iré muy pronto al despacho y que espero verle allí apenas llegue.

—Sí, excelencia.

El policía se marchó. Nsiang se volvió hacia su acompañante con gesto pesaroso.

—Cuando estábamos a punto de llegar a Marte, ocurrió algo terrible. Olivia Mantow, mi secretaria personal desapareció de la nave, se teme que lanzándose al espacio por una de las escotillas de acceso. Su cuerpo no ha aparecido todavía y yo quiero que lo encuentren a toda costa, para rendir mi último tributo a una leal y eficiente colaboradora.

—Cuánto lo lamento, Excelencia —dijo Lannix—. Sin duda, un momentáneo desequilibrio mental...

—Eso es lo que nos tememos todos, aunque, hasta ahora, no había dado la menor señal de alteración psíquica. En fin, ahora debo ir a entrevistarme con el jefe Radtzivill, para imponerme de otros asuntos concernientes a mi cargo. Por tanto, le dejo libre hasta mañana por la mañana, amigo Casey.

Lannix hizo una ligera inclinación de cabeza.

—Estoy a las órdenes de su Excelencia —respondió.

CAPÍTULO III

El día, más que fatigoso, había resultado plúmbeo para Lannix.

—Ahora por aquí, ahora por allá..., ¿qué es esto, qué es lo otro? ¿Por qué se hace aquí, qué planes hay para esto, eso otro y lo de más allá? —dijo a media voz, mientras remedaba burlonamente y con plena impunidad, ahora que ya estaba solo, al nuevo gobernador—. ¡Uf! Sólo le ha faltado preguntarme cuántos granos de arena hay, por término medio, en un centímetro cúbico.

Lo peor era que al día siguiente debería continuar con lo que estimaba la misma monserga. En fin, se dijo, no iba a durar mucho y podría volver tranquilamente a su trabajo.

Puesto que Nsiang le había dejado libre, decidió regresar a su granja, situada a unos veinticinco kilómetros de Terraport. El camino era relativamente llano, pero las incomodidades quedaban de sobra compensadas por las enormes ruedas balón de su todoterreno, movido, lógicamente, por energía solar, captada del Sol-Dos y almacenada en potentes baterías, para su utilización en las horas de noche.

Hizo el viaje en algo menos de una hora, puesto que, aunque el vehículo podía desarrollar una velocidad muy superior, nunca quería correr riesgos innecesarios. Las tempestades de arena solían gastar malas pasadas y en lugares donde el suelo parecía sólido y firme, a veces sólo existía una delgada capa ocultando una hendidura o un hoyo, y una caída en un obstáculo semejante podía afectar muy seriamente a la estructura del automóvil.

Un ojo experimentado siempre sabía descubrir una de aquellas trampas, al ver un trozo anormalmente liso y sin altibajos en la superficie. Pero si se viajaba con una velocidad excesiva, el esquivarlo resultaba imposible y la catástrofe se producía inevitablemente.

Al fin, divisó las luces de su granja, que se encendían automáticamente al llegar el crepúsculo. Rebosante de satisfacción contempló la gran cúpula, del tamaño de una de las Terraport, y las cuatro algo más pequeñas, que componían su propiedad.

Parecía pequeña, pero había casi doscientas hectáreas de suelo bajo las cinco cúpulas, aunque una de ellas se usaba poco menos que exclusivamente para vivienda y talleres donde él mismo reparaba, incluso construía, las herramientas que necesitaba, además de graneros y almacenes en los que guardar los productos obtenidos y que no necesitaban una venta inmediata.

Otra de las cúpulas pequeñas estaba destinada a la cría de animales domésticos. Los resultados obtenidos hasta el momento no eran demasiado alentadores, pero Lannix sabía que sólo era cuestión de tenacidad. Incluso había estudiado ingeniería genética, a fin de conseguir mayores posibilidades para los animales, en especial aves de corral.

Después de entrar en la cúpula, por medio de la compuerta de funcionamiento automático, saltó del coche y se quitó allí mismo el traje espacial, que siempre llevaba puesto en el exterior. Había un tablero de instrumentos cerca, uno más de los varios con que contaba la instalación, y echó un rápido vistazo a las indicaciones, a fin de cerciorarse de que todo marchaba bien.

Satisfecho, se encaminó hacia la casa, relamiéndose de antemano al pensar en unas chuletas de cordero. Procedían de la Tierra y ello le hizo torcer el gesto.

—¿Podremos criarlos algún día? —se preguntó.

Primero se cambiaría de ropa, luego tomaría una copa y, a continuación...

Lannix se detuvo en seco. Había entrado ya en la casa, encendiendo las luces sucesivamente, pero acababa de darse cuenta de que ya había una encendida en su dormitorio.

La puerta estaba entreabierta y no podía ver nada, por lo que se acercó y la empujó suavemente. Entonces fue cuando vio a la mujer que dormía apaciblemente en su propia cama.

* * *

Estaba vestida, aunque se había descalzado para tenderse en el lecho. Su pecho subía y bajaba con regularidad; de otro modo, Lannix la habría creído muerta.

El pelo era muy rubio, largo y sedoso. Parecía bastante joven; Lannix calculó que no tendría más de veinticinco años.

La indumentaria consistía en un mono gris plata, muy ajustado al cuerpo, aunque con bolsillos laterales un poco más abajo de las caderas. A los pies de la cama divisó un bolso de regular tamaño.

Lannix no tenía idea de la forma en que la desconocida había llegado a su casa, aunque sí sabía que había podido entrar libremente, ya que ninguna de las esclusas se cerraba con llave. Los mecanismos de apertura y cierre se podían manejar sin dificultad desde los controles exteriores..., pero le extrañaba muchísimo no haber visto ningún automóvil ni en las inmediaciones ni bajo la cúpula destinada, entre otras cosas, a su vivienda.

Ella pareció de repente percibir la presencia de otra persona en la estancia y abrió los ojos. Un segundo después, se sentaba en el lecho y le miraba con la sonrisa en los labios.

—Hola —saludó—. Usted es Casey Lannix.

—Desde mi nacimiento, señora —contestó él jovialmente.

—Vi su nombre en la entrada —explicó la joven—. ¿Le extraña mi presencia aquí?

—Oh, no, en absoluto; todos los días, cuando termino mi trabajo, me encuentro con hermosas desconocidas en mi cama. Unos días es una morena, otra una pelirroja... Hoy, sin duda, le tocaba el turno a una rubia.

Ella dejó de sonreír en el acto.

—Esto no es cosa de broma, señor Lannix —dijo con voz tensa.

—En tal caso, ¿por qué no explica las circunstancias de su llegada a mi casa? La costumbre marciana en no negar jamás la hospitalidad a nadie, y si el dueño de una casa no está, el visitante entra, toma lo que necesita y luego se lo comunica al ausente o se lo explica a su regreso. Eso es lo que le corresponde hacer a usted ahora, aparte de dar su nombre, claro.

Los ojos de la joven eran grandes, profundos como lagos al atardecer.

—Me llamo Olivia Mantow —dijo.

Lannix abrió la boca.

—¡Atiza! —exclamó.

—¿Me conocía?

—No, nunca la había visto hasta ahora, señorita Mantow.

—Veo que duda de mí, señor Lannix. Aguarde un momento, por favor.

Olivia abrió su bolso y extrajo una billetera con su documentación, que puso delante de los ojos del joven.

—¿Satisfecho? —preguntó un segundo después.

—Convencido, señorita Mantow. Y ahora, con su permiso, iré a comunicárselo a cierta persona que se siente muy afligida por su desaparición. Me refiero, naturalmente, al gobernador Nsiang.

Dicho lo cual, Lannix dio media vuelta y se encaminó hacia la sala, donde tenía el videófono, que funcionaba por medio de la radio. Llegó frente al aparato y ya se disponía a pulsar la tecla de contacto, cuando, de súbito, oyó la voz de Olivia a sus espaldas.

—Señor Lannix, ¿quiere volverse un momento, por favor?

El joven obedeció y se sobresaltó enormemente al ver una pistola en manos de la joven.

Fríamente, con acento que no dejaba lugar a dudas, ella agregó:

—Si intenta comunicarse con el gobernador o dar la noticia de mi estancia en su casa, me temo que me veré obligada a matarle.

* * *

Lannix se apartó del videófono como si hubiera sido un áspid venenoso.

—Supongo —dijo, conteniendo difícilmente la irritación que sentía—, que tendrá una explicación para su actitud, señorita Mantow.

—La tengo, en efecto —respondió ella.

—¿Y bien?

—¿Conoce al nuevo gobernador?

—Tengo el honor, y también la paciencia, de ser su «cicerone» en determinados aspectos técnicos de Terraport —dijo Lannix.

—Entonces, él le ha hablado de...

—De su desaparición. Y puedo afirmarle que le he oído personalmente encomendar la búsqueda de su cuerpo en el espacio, para tributarle un funeral digno, según manifestó, «de una secretaria leal y eficiente».

—Era lo que Nsiang decía siempre de mi —repuso Olivia.

—Seguramente, si ahora la viese con una pistola en la mano, pensaría de un modo muy distinto.

—Pensaría que he descubierto la verdad y haría todo lo posible por asesinarme.

Lannix contempló fijamente a la joven. «Loca de remate», pensó.

Debía distraerla, se dijo, a fin de desarmarla, llamar a Terraport y pedir que vinieran a buscarla. Algo había perturbado su mente y le convenía un tratamiento psiquiátrico, que debía comenzar cuanto antes.

—Ejem... —carraspeó—. Bueno, Nsiang dijo que usted se había lanzado al espacio, por una de las compuertas de la nave..., pero ahora la veo aquí y no me explico cómo pudo llegar...

—Utilicé un traje espacial y un propulsor individual.

—¿A qué altura estaba la nave cuando la abandonó?

—Había iniciado ya la tercera órbita espiral. Como usted sabe, una astronave no puede llegar a Marte y aterrizar inmediatamente. Tiene que describir varias órbitas en espiral descendente, para decelerar gradualmente y poder conseguir así la velocidad normal de aterrizaje.

—Entonces, estaba a unos cincuenta kilómetros...

—Más o menos. Salté por la escotilla lateral de popa número dos. ¿Conoce usted...?

—Sí, conozco ese sistema de acceso a la nave. Es el menos vigilado de todos, ya que sólo se usa en tierra y para la carga y la descarga de mercancías, que debe ser observada directamente y no desde el control del puente de mando.

—Por tanto, no hay cámara de televisión en esa esclusa. Los chorros propulsores se habían apagado y funcionaban los de freno, hacia proa. No corría peligro de morir abrasada.

—Chica inteligente. Pero, ¿a quién temía para abandonar la nave de forma subrepticia? Todos creen que se ha suicidado...

—Y me convendría que siguieran creyéndolo durante un tiempo, señor Lannix.

—¿Mucho tiempo? —quiso saber él.

Olivia hizo un gesto vago.

—No lo sé... Escapé porque temía por mi vida.

—¿Era el propio Nsiang quien iba a matarla? —preguntó Lannix irónicamente.

—O su secretario de Información.

—No lo conozco.

—Se llama Rigobert Nunes. Antes de entrar al servicio del gobernador, dirigió en la Tierra una agencia de información privada. Tenía muy mala fama y se decía de él que había cometido un par de asesinatos, aunque jamás se le pudo probar nada. Es más, incluso ganó dos pleitos a periódicos que le acusaron de hechos poco honestos. Las sentencias le declararon inocente y condenaron a sus acusadores a buenas indemnizaciones.

—Un tipo listo, no cabe duda. De modo que usted sospechaba que, si no era el propio Nsiang, lo haría Nunes.

—Más bien me inclino a apostar por el segundo, aunque con la anuencia y hasta la inspiración del primero.

—Señorita Mantow, ¿cuánto tiempo llevaba usted al servicio de Nsiang?

—Dos años.

—¿Y Nunes?

—Un poco menos que yo, alrededor de veinte meses.

—Si ese tipo no le gustaba a usted, ¿cómo permitió...?

—Yo no podía oponerme. Era Nsiang quien decidía y, además, los cometidos nuestros eran radicalmente distintos e independientes por completo.

—Muy bien, pero nadie intenta matar a otra persona sin un motivo muy poderoso, a menos que sea en un súbito arranque de ira o de celos... ¿Estaban enfadados con usted? ¿Tenía Nsiang celos de Nunes o a la inversa?

—No, no existe ningún motivo de los que ha citado.

Lannix levantó los brazos al cielo en un irresistible gesto de resignación.

—A lo mejor no les gustaba el color de su lápiz de labios —dijo, sarcástico.

Ella apretó las mandíbulas.

—Señor Lannix, estoy seguro de que no me va a creer, pero no le amenazo por causas fútiles ni tampoco me tiré de la nave por defender..., mi virtud amenazada por un obseso sexual.

—Nadie ha mencionado una cosa semejante —respingó él.

—Estoy enumerando los posibles motivos que me habrían inducido, según usted...

—A tirarse de la nave en marcha, ya lo dijo antes —cortó él, irónico.

—...ninguno de los cuales es cierto. Yo abandoné la nave, naturalmente, porque temía ser asesinada al descubrir que...

Olivia hizo una pausa. Sus ojos brillaron fieramente.

—Al descubrir que el gobernador Nsiang no es terrestre. Y para evitar equívocos y que usted diga que nació en Marte, añadiré algo más: no es humano —concluyó.

CAPÍTULO IV

Durante unos momentos, Lannix contempló a su hermosa huésped con ojos incrédulos. Luego, reaccionando, se tendió lentamente en el suelo y quedó recostado con la cabeza apoyada en una mano.

—¿Qué hace usted? —preguntó Olivia, desconcertada.

—No quería hacerme daño al caerme de golpe. Por eso me he tumbado, para poder reír sin riesgos para mi integridad personal.

—¡Se burla de mí! —gritó Olivia descompuestamente.

—¿Acaso pretende hacerme tragar esa bola descomunal? Por favor, señorita Mantow, ¿quién cree que soy? Ya tengo más de treinta años, soy un hombre hecho y derecho...

Ella se acercó con paso muy vivo, inclinándose hacia él con ojos llameantes de furia.

—¡Le digo que es cierto! ¡Nsiang no es human...!

La frase de la joven se trocó de repente en un grito de rabia, al recibir un golpe en las curvas de sus piernas, que Lannix le había propinado con su derecha. Ella abrió los brazos, soltó la pistola y cayó sentada al suelo.

Antes de que consiguiera recobrarse, Lannix se había incorporado con la velocidad del relámpago, apoderándose de la pistola. Puso el seguro y la guardó en la pretina de los pantalones.

—Y ahora, señorita Fantasía, y perdone el apelativo, pero me parece que es el que le corresponde, habrá de permitirme, le guste o no, que llame al gobernador y le comunique la noticia de su aparición, viva y en buen estado de salud..., física. Aunque no tanto de salud mental, claro.

En los ojos de Olivia había ahora lágrimas. Parecía muy abatida y había perdido buena parte de la arrogancia y seguridad en sí misma que había mostrado hasta entonces.

Sin levantarse, todavía sentada, dijo:

—Hágalo. Llame a Nsiang. Enviará a buscarme y un día, no muy lejano, oirá usted la noticia de mi muerte. Tendrá remordimientos por no haberme creído, pero, por favor, no lleve flores a mi tumba.

Lannix se mordió los labios.

La chica parecía sincera, se dijo. Claro que también podía ser la sinceridad de los dementes, predispuestos a creer como reales sus propias alucinaciones.

Ella, por los motivos que fuese, había sufrido un desequilibrio mental, que le había llevado a la conclusión mencionada: Nsiang no era humano.

—Un no-humano —murmuró.

—Exactamente —confirmó Olivia, ahora algo más animada.

Pero la chispa de viveza que había aparecido ante sus ojos, se esfumó al ver que Lannix se acercaba de nuevo al videófono.

—Lo siento —dijo él—. Tengo que cumplir con lo que estimo mi deber.

Los hombros de la joven se hundieron. En aquel instante, y antes de que Lannix pudiera encender el videófono, se vio brillar la lamparita de llamada, a la vez que se percibía un leve tañido musical.

—¿Quién será a estas horas? —gruñó, disgustadamente.

El objetivo de la cámara que recogía las imágenes, que debían ser transmitidas a la persona que solicitaba la comunicación, enfocaba a la joven y Lannix hizo un gesto con la mano.

—Apártese, salga de campo —ordenó—. No sé quién me llama a estas horas, pero tengo la sensación de que a Nsiang le gustará la reserva sobre este caso.

Olivia se había puesto ya de pie y caminó hacia un rincón. Lannix dio el contacto y al instante apareció un rostro humano en la pantalla.

—Señor Lannix... —dijo el desconocido.

—Sí, yo mismo.

—Le ruego me disculpe, señor. Soy Rigobert Nunes, secretario de información del gobernador Nsiang.

—Oh, tanto gusto, señor Nunes. Sin duda, me va a transmitir un mensaje de su Excelencia.

—En efecto. Tengo entendido que el gobernador le dijo algo sobre la desaparición de su secretaria personal.

—Si, cree que ha muerto...

—Se trata de un error, señor Lannix. Su Excelencia le comunica que la señorita Mantow ha aparecido, afortunadamente viva, aunque con ligeros daños físicos, que precisarán de algunos días de convalecencia. Nada importante, por supuesto; la señorita Mantow estará completamente restablecida dentro de muy pocos días. Su Excelencia me ha ordenado también que le diga que mañana no necesitará de sus servicios y que ya le avisará cuando lo estime oportuno. Gracias y mucho gusto, señor Lannix.

Nunes soltó la parrafada de un tirón y a Lannix le pareció que había recitado una lección bien aprendida. Durante una fracción de segundo y antes de que la pantalla se apagase, contempló aquel rostro cuadrado, de rasgos pétreos y ojos muy claros, como trocitos de hielo. Un hombre duro, despiadado, terriblemente inteligente, calificó en el acto.

—De modo que la señorita Mantow está viva...

—Afortunadamente, señor —contestó Nunes.

Y cortó la comunicación.

* * *

Lannix apagó el videófono, miró un instante a la joven y luego se dirigió hacia un rincón de la sala, en donde había un pequeño bar.

—En Marte no se debe beber mucho, por dos razones —dijo, sin mirar siquiera a su inesperada huésped—. Primero, aquí no se elabora alcohol y todo tiene que llegar de la Tierra, a unos precios que, puede imaginarse, resultan altísimos.

—¿Y la otra razón? —preguntó Olivia, acercándose al anfitrión, en actitud de solicitar ser invitada también a tomar un trago.

—La gravedad, un tercio de la terrestre. El alcohol sube antes a la cabeza, aunque todo depende de la dosis, claro.

Lannix llenó dos copas y ofreció una a la joven.

—Salud, muerta y resucitada..., ¿o tiene una hermana gemela?

Ella hizo un gesto negativo.

—Somos tres hermanos, dos chicos y yo —contestó.

—Bueno, alguien ha tomado su puesto..., o usted es una impostora. ¿Con qué posibilidad nos quedamos?

Olivia bebió un poco de licor. Luego dijo:

—Aguarde un momento, señor Lannix.

La joven volvió al dormitorio y regresó a poco con la billetera, de la que extrajo su tarjeta de identidad personal.

—¿Conoce usted esta clase de documentos? —preguntó.

—Tengo uno igual... Bueno, pone que me llamo Casey Lannix, que tengo treinta y dos años, sexo varón, profesión agricultor...

—Le he entendido, señor mío —dijo ella fríamente—. ¿Se fija en la forma de sujetar esta tarjeta?

—Sí, la tiene con el pulgar y el índice.

—El pulgar está, precisamente, sobre la CIM. ¿Sabe lo que significan esas iniciales?

—Cifra de Identificación Molecular, absolutamente distinta para cada caso, más segura aún que las huellas dactilares, de las que se dice pueden existir un caso de dos iguales en diez o doce millones.

—En el código molecular ni siquiera existe esa proporción. Pero hay más todavía; una persona puede conocer la CIM de otra y copiarla..., pero si pone el pulgar encima de la copia falsificada, ésta se borrará, porque no ha sido impresa con muestras orgánicas de su propio cuerpo.

Olivia levantó el pulgar.

—¿Observa usted alguna alteración en mi CIM?

—No. Las letras y los números del código permanecen inalterables.

—Luego —dijo ella triunfalmente—, soy Olivia Mantow. Quod erat demostrandum.

—¿Cómo? —respingó Lannix.

Ella se echó a reír.

—Se ve que no sabe latín, ¿eh? Bueno, yo estudié Filosofía y Humanidades... La frase significa: «Que es lo que se quería demostrar».

—O sea, que usted, sin lugar a dudas, es Olivia Mantow.

—En efecto, señor Lannix.

—Entonces, ¿quién diablos es la mujer que ocupa su puesto junto al gobernador Nsiang?

* * *

Olivia se ocupó de freír patatas y chuletas, preparó una ensalada y puso la mesa, mientras Lannix salía fuera de la casa a revisar los instrumentos de control de la granja.

Cuando regresó a la mesa, se sentó y ella lo hizo frente a él.

—Señor Lannix, hemos elaborado muchas hipótesis para tratar de averiguar quién ocupa mi puesto, con mi propio nombre, pero no hemos llegado a ningún acuerdo.

—No, no encontramos la solución —admitió él.

—Sin duda, Nsiang me cree muerta y, como puede comprender, no me gustaría que esa creencia se convirtiera en realidad.

—A mí se me está ocurriendo una idea..., Olivia.

—Exprésela sin temor, Casey.

—Nsiang me ha dejado libre, al menos, durante el día de mañana. Si le parece bien, iré a Terraport para intentar la posibilidad de ver a la impostora.

—No estaría mal. ¿Qué haría si lo consiguiera?

—Trataría de sonsacarla... Modestia aparte, cuando me pongo a la tarea, resulto muy simpático a las mujeres.

—Yo tengo prometido y me voy a casar muy pronto —advirtió ella, con un acento que Lannix, muy divertido, estimó un tanto alarmado.

—No tema, no me gusta ir de caza en terreno vedado —contestó—. ¿Qué hace su prometido?

—Es periodista. Ahora está haciendo unos reportajes en los anillos de Saturno, en una estación investigadora que hay allí. No creo que tarde mucho en regresar.

—Bien, es un hombre con suerte —sonrió Lannix—. Pero; ahora debemos ocuparnos de usted y sus problemas. Dígame, ¿cómo ha llegado a saber que Nsiang es un no-humano?

—En la Tierra, y en círculos muy restringidos, de alto nivel, por supuesto, se corrieron rumores de que había gentes de otros planetas, de los cuales apenas si se conocían detalles. Excepto que pueden imitar perfectamente a cualquier terrestre, «duplicándole» absolutamente en todo. Por dicha razón, es imposible conocer quién es humano y quién es no-humano, ¿comprende?

Lannix se frotó la mandíbula y dijo:

—La definición de no-humano me parece incorrecta, Olivia. ¿Son inteligentes?

—¡Desde luego! Mucho más que nosotros..., pero no tienen figura humana...

—Diga mejor figura de humanos terrestres. En mi opinión, el hombre lo es precisamente porque tiene inteligencia. Pero esto son discusiones semánticas que no alteran el fondo de la cuestión. ¿Cómo supo que Nsiang no es humano?

—Es difícil definir. Casey, yo soy algo telépata. No siempre ni en todas las ocasiones, ni puedo ejercer ese poder con todos los demás, pero, a veces percibo sensaciones muy fuertes procedentes de la mente de otra persona. ¿Me entiende usted?

—Sí, desde luego.

—Pues bien, de un tiempo a esta parte, me sucedía eso con Nsiang, cuando antes, jamás, en absoluto, y eso que por curiosidad había hecho algunas pruebas, había podido penetrar en su mente.

—¿Y ahora si?

—Ahora es él quien intentó penetrar en la mía. Si usted no es telépata, no puede conocer ni mucho menos describir lo que se siente cuando la mente de una persona intenta penetrar en la propia. Es como si unos dedos invisibles hurgasen en mi cerebro y tratasen de extraer mis pensamientos en contra de mi voluntad. Algunos dicen que las personas sometidas a hipnosis perciben algo parecido, pero el hipnotizador tiene que obligarlas a expresar sus ideas en voz alta, mientras que al telépata le basta con sondear la mente del otro.

—¿Qué hacía usted cada vez que Nsiang intentaba sondear en su cerebro? —preguntó Lannix.

—Bloqueaba la mente, por supuesto. Y él hacía lo mismo, pero esto sucedió de forma muy especial en los últimos días, y siempre estábamos solos, ¿comprende? Mis poderes telepáticos no tienen gran fuerza para actuar a distancia. No sé por qué es; quizá no hay explicación posible, pero sí sé que es así.

—¿Penetra usted en mi mente? —sonrió Lannix.

—No, porque no representa ningún peligro para mí.

- Y Nsiang sí, claro.

—Hace muy pocos días, prácticamente horas antes de lanzarme de la nave, pude sorprenderle unos pensamientos muy peligrosos respecto a mí. Estaba hablando por el interfono de su cámara y llamaba a Nunes para que acudiera inmediatamente. No se lo dijo entonces de viva voz, pero si sé que pensaba en eliminarme. Por eso preparé todo para abandonar la astronave y salvar mi vida —concluyó Olivia con dramático acento.

CAPÍTULO V

Mientras rodaba en su automóvil hacia Terraport, al día siguiente, Lannix se preguntaba si lo había soñado todo o era realidad. Tenía que ser esto último, porque se había despedido de Olivia hacía poco y habla podido comprobar que era de carne y hueso.

La historia, sin embargo, parecía demasiado fantástica. Una cosa había en favor de Olivia: era, positiva e irrefutablemente, quien decía ser. Por tanto, ¿quién era la doble que Nsiang tenía ahora como secretaria? ¿De dónde la había sacado?

De pronto, se le ocurrió que había una persona que tal vez podía ayudarle mucho.

—Hablaré primeramente con Jackie Whelan —se propuso.

Apenas penetró bajo la primera cúpula, dirigió su vehículo hacia el lugar destinado a estacionamiento. Excepto ambulancias, coches de bomberos y otros vehículos de utilización imprescindible, todo el mundo tenía que desplazarse a pie en el interior de la ciudad cupular. Pero había aceras deslizantes que evitaban mucha fatiga, cuando la distancia a recorrer era excesiva.

A Lannix no le importaba andar y, poco tiempo después, entraba en el local de su amiga.

La primera persona a quien vio fue Borillo, el prospector.

—Temprano empiezas, compadre —dijo, al ver que su amigo estaba ya dándole a la botella.

Borillo hizo una mueca.

—Me voy al desierto —anunció—. Estaré una temporada sin probar el alcohol y quiero acumular para mi ausencia.

—Siempre serás el mismo —rió Lannix—, ¿Hay buenas perspectivas, Ned? Me dijiste una vez que creías estar muy cerca de una buena veta de agua...

Borillo le guiñó un ojo.

—Quizá encuentre algo mejor que el agua —dijo.

—¿Mejor que el agua en el desierto? No hay nada que se le pueda comparar, como no sea una buena fogata, pero aquí no hay oxígeno ni leña.

—No seas escéptico. —Borillo bajó la voz repentinamente—. Oro, muchacho.

Lannix abrió unos ojos como platos.

—No te burles de mí —pidió.

—Espero poder demostrártelo antes de una semana. Me faltaban algunas herramientas y un analizador instantáneo, y ahora me voy al lugar «sospechoso» para comprobar mis primeras impresiones. Si acierto, obtendré al menos un veinte por mil de oro puro.

—O sea, dos kilos de metal por tonelada de ganga.

—Exacto. No está mal, ¿verdad? Si trabajo cien toneladas, obtendría doscientos kilos, lo que supone alrededor de siete mil onzas. ¿Sabes a cómo está la onza ahora en el mercado del oro en la Tierra?

—No, no me he preocupado nunca por una cosa semejante, Ned —sonrió Lannix.

—Está a treinta y dos con veintisiete, nada menos. Sacaría casi un cuarto de millón...

A Lannix lo que decía su amigo le parecía un poco el cuento de la lechera, pero no quiso desanimarle. Y, a lo mejor, Borillo decía la verdad, por lo que tal vez estaba en camino de convertirse en un hombre acaudalado.

—Bueno, ya me darás noticias y celebraremos el hallazgo —dijo—. Ahora, dispénsame, pero quiero hablar con Jackie...

—No te molestes —cortó Borillo—. Yo también quería verla, pero está en cama. Ya sabes, molestias femeninas, jaqueca y todo eso, un cuarto en la oscuridad, veinticuatro horas de reposo... Eso es lo que me ha dicho el médico cuando salía de visitarla.

Lannix torció el gesto.

Tendría que posponer el encuentro.

—Cuando regreses de tu excursión, pásate por mi granja y lo celebraremos adecuadamente —dijo.

Dio una palmada en el hombro de su amigo y salió del almacén.

En la calle, pensó que había perdido el viaje. Pero, de súbito, se le ocurrió una idea.

—Tal vez resulte más fructífero de lo que me imagino —murmuró, mientras echaba a andar con paso resuelto en determinada dirección.

* * *

En la puerta del edifico, de severo aspecto, había un rótulo: RESIDENCIA DEL GOBERNADOR. Un aburrido policía estaba junto a la entrada y le saludó cortésmente, sin impedirle el paso, ya que lo había visto los días precedentes en compañía de Nsiang.

Lannix conocía bien el interior de la residencia y sabía que constaba de dos partes notablemente definidas: la destinada a oficinas y la que era realmente la vivienda del gobernador y del personal a su servicio, personal que no era nunca muy numeroso. En el amplio vestíbulo hacía una escalera que se dividía en dos ramas a poca distancia del suelo.

Hombres y mujeres subían y bajaban incesantemente por la escalera de la derecha.

—La burocracia, esa plaga que en el siglo XXII no se ha podido desterrar todavía —dijo, sarcástico, a media voz.

El ascendió por la rama de la izquierda. Una cosa buena había en Marte: la casi ausencia de fuerza policial, debido a la prácticamente nula actividad delictiva.

En Marte se era fundamentalmente honrado. Robar cualquier cosa a una persona, podía significar su muerte en horribles circunstancias. Había sucedido en el pasado, pero los delitos se cortaron con drásticas medidas: pena de muerte, ejecutada sin dilación. Luego, la educación y el espíritu de cooperación hicieron el resto.

Los grandes delitos pertenecían al pasado, lejano ya en casi cien años. Por dicha razón, no encontró un solo policía en los corredores del ala destinada a la residencia.

Nsiang, el auténtico o el no-humano, estaría ahora en su despacho. Pero la falsa Olivia se hallaría en alguna de las habitaciones privadas, reponiéndose de...

—¿De qué? ¿Qué enfermedad tenía? —se preguntó, intrigado.

De pronto, se dio de manos a boca con una mujer de mediana edad.

—Hola, señora Britt —saludó.

—¡Casey! —exclamó la mujer—, ¡Cuánto me alegro de verle! ¿Qué le ha traído por aquí?

—Venía a ver a una persona, pero me han dicho que estaba enferma...

—¿Un enfermo, muchacho? Aquí estamos todos sanos —replicó Hazel Britt.

—Perdone, pero ayer me llamó el señor Nunes y me dijo que Olivia Mantow estaba enferma...

—Ah, se refiere a la secretaria del gobernador. Bueno, sí está algo delicada, pero no es grave.

—Me habría gustado saludarla. Su hermano y yo estudiamos juntos en la Universidad.

Hazel se volvió y señaló una puerta.

—Allí la tiene —indicó.

—Gracias, señora Britt. ¿Puedo pedirle un favor?

—Claro, muchacho. ¿De qué se trata?

—No diga a nadie que he estado aquí. —Lannix bajó la voz—. A ella no le gustaría que se supiera.

—¿Por qué? —se asombró la mujer.

—Bueno, su hermano... Fue en la Tierra, cometió una estafa y ahora está en un penal... Esas cosas no gusta que se sepan, ¿comprende?

Hazel asintió.

—Comprendo, muchacho. Váyase tranquilo; seré muda como una tumba.

Hazel continuó su camino. Era la gobernante de la residencia y la que se ocupaba de que todo funcionase a la perfección en la zona privada. Era viuda desde hacía muchos años y ya no había querido regresar a la Tierra, puesto que allí no tenía parientes y se había habituado a vivir en Marte.

Lannix se acercó a la puerta indicada y abrió una rendija sin hacer el menor ruido. Tendida en una cama, vio a una joven de asombroso parecido con Olivia.

La mujer dormía profundamente y no se había dado cuenta de su presencia. Lannix abrió un poco más, pasó al interior y cerró cuidadosamente a sus espaldas.

Al acercarse a la cama, creyó que se le cortaba la respiración.

—Dios mío, si no estuviera seguro de que la he dejado en mi casa, creería que es ella —murmuró.

Al cabo de unos segundos, alargó la mano y tocó uno de los brazos de la mujer dormida, que quedaba fuera del embozo. La carne estaba tibia, pero le pareció de una consistencia un tanto gomosa, como si se tratase de un miembro artificial.

Luego levantó uno de sus párpados. La pupila parecía normal; incluso creyó que le veía y se retiró inmediatamente.

De repente, se percató de un detalle que le había pasado desapercibido hasta aquel momento. Pero antes de que pudiera analizarlo debidamente, oyó voces en la entrada.

Alguien iba a entrar en el cuarto.

Lannix se alarmó. Si le encontraban allí...

* * *

Nsiang entró, seguido de Nunes, y se acercó al lecho.

—Reacciona favorablemente —dijo.

—Mañana estará ya mucho mejor. Pasado podrá actuar con toda normalidad, señor —manifestó el secretario de Información.

—Muy bien. Sin embargo, pueden presentarse problemas que es preciso evitar.

—¿Usted cree?

—Puede haber gente que la conozca en Marte...

—Nadie, señor; es su primer viaje.

—Llegarán viajeros de la Tierra, Rigobert.

—No tiene necesidad de relacionarse con todos y cada uno de los viajeros. Y, ¿cuántos pueden haberla conocido? Las posibilidades son ínfimas, señor. Además, ¿no tenemos un historial muy completo de Olivia? Mañana, cuando esté mejor, iniciaré las sesiones de hipnopedia. En doce horas, tendrá todos los conocimientos de la otra.

—Pero hay detalles que desconocemos... cosas que le pudieron pasar en su infancia...

—Yo creo que no existe el menor riesgo, señor. Si alguien, en mi opinión, una posibilidad entre muchos millones, le preguntase por la muñeca que se le rompió cuando tenía siete años, puede contestar perfectamente que había olvidado el incidente. La lástima es que no pudiéramos tener a la auténtica con nosotros durante veinticuatro horas. Entonces, sí le habríamos extraído todos sus conocimientos y las posibilidades de riesgo serían ahora absolutamente nulas.

—No podíamos hacerlo en la astronave, usted mismo citó los peligros que ello hubiera entrañado.

—Es cierto, pero, insisto, todo saldrá bien. ¿No está saliendo a la perfección en su caso?

Nsiang sonrió, halagado.

—Lo hago bien, ¿verdad?

—Insisto: Perfecto, señor.

—Gracias, Rigobert. Lo que me preocupa es que ella sospechó de mí... Parece que poseía ciertas cualidades telepáticas...

—Ahora ya no posee nada —rió Nunes—. Está muerta y bien muerta, y aquí tenemos a su doble.

—Muy bien, Rigobert, lo dejo todo en sus manos. No olvide que nosotros, y unos pocos más, somos los primeros sujetos experimentales y que no podemos cometer fallos. Cuando hayamos demostrado suficientemente que podemos actuar como terrestres, entonces habrá llegado el momento de asestar el golpe definitivo.

—No hay prisa, señor. Hemos esperado mucho tiempo. Unos meses más o menos, poca importancia tienen.

—Sí, es cierto. Bien, todo marcha sin problemas, así que vamos a continuar con los trabajos propios de un gobernador y de su secretario de información.

Los dos hombres se marcharon. Lannix tardó todavía un buen rato en abandonar su escondite.

Salió arrastrándose de debajo de la cama.

—Como un ladrón de chiste —dijo.

Maquinalmente, se limpió el polvo de la ropa. No era demasiado; Hazel se preocupaba de que la limpieza más absoluta reinase en el edificio.

Luego dirigió una mirada a la durmiente.

—Impostora —la apostrofó a media voz.

* * *

—Es cierto. Hay una doble suya, Olivia —dijo Lannix, a su regreso.

Ella le miró apagadamente. Estaba sentada en un diván, las rodillas juntas y las manos sobre el regazo.

—¿Qué haremos ahora? —preguntó, afligida—. Si descubren que estoy viva, me matarán...

Lannix se preparó una copa. Ella había rechazado la invitación y el joven se sentó a su lado.

—Le explicaré todo lo que he visto y oído —dijo.

Habló durante un buen rato. Cuando terminó, Olivia se volvió para mirarle.

—Entonces, yo estaba en lo cierto —dijo.

—Debo admitirlo, aunque me costó bastante, porque, ¿quién podría creer que unos seres venidos de Dios sabe dónde, de qué ignoto rincón de la Galaxia, podían disponerse a atacarnos hasta el exterminio?

—¿Cree que pretenden exterminarnos?

—Pienso que sí. Nsiang, Nunes, su doble de usted y quién sabe cuántos más, aunque por ahora parece que no son muchos, son los primeros sujetos experimentales, según dijeron. Pero dentro de unos meses, asestarán el golpe definitivo, aunque no pude enterarme exactamente de cuándo, ni qué procedimiento piensan emplear.

—Deberíamos evitarlo, Casey.

—¿Cómo? —exclamó él desalentadamente—. Si Nsiang es un no-humano, como todo da a entender, ¿dónde está el «original»?

—Lo habrán matado, sin duda.

—¿Y su cadáver?

Olivia se encogió de hombros.

—Lo siento, no tengo una respuesta. Pero una cosa es indudable: ellos tienen mi doble, porque me creen muerta. Por tanto, el auténtico Nsiang tuvo que morir, para que un no-humano ocupase su puesto.

—¿Y Nunes?

—Tampoco es un terrestre, Casey.

Lannix se acarició la mandíbula con aire preocupado.

—Voy a esperar un par de días para continuar mis investigaciones —dijo—. Fui a ver a una persona, pero estaba indispuesta y no pude hablar con ella. Es una buena amiga mía, de toda confianza, y creo que podrá hacer averiguaciones que nos den alguna pista. ¿Qué le parece?

—Si dice que confía en ella... ¿Una mujer?

—Si, Olivia.

—Sea prudente, Casey —aconsejó la joven.

—Lo seré, descuide. Mientras, usted se quedará en la granja. No creo que venga nadie, pero si se presentase una visita imprevista, usted lo sabría con tiempo suficiente para esconderse.

—¿Dónde, Casey?

—Venga —dijo él.

Olivia se levantó. Lannix la condujo hasta la cocina y señaló una puertecita situada en un rincón.

—Un sótano siempre es conveniente en una casa, aunque sea en Marte —sonrió—. La gente puede entrar y salir libremente en la granja, pero entonces suena un timbre en el interior de la casa. Yo puedo hacer que suene tres veces seguidas y así sabrá usted que no necesita esconderse.

—De acuerdo —contestó ella—. ¿Le parece bien que prepare la cena?

—De perlas, Olivia.

Había en la casa una habitación para huéspedes, que era la ocupada por la muchacha. La noche transcurrió sin incidentes, pero al día siguiente, cuando Lannix, que se había levantado el primero y estaba haciendo el desayuno, sonó un agudo grito en el dormitorio de Olivia.

El joven acudió alarmado y abrió la puerta de golpe. Ella estaba sentada en la cama y le miró con ojos brillantes.

—¡Casey, creo que tengo la solución! —exclamó.

Lannix sonrió. Ella le miró extrañada.

—¿De qué se ríe? —preguntó.

Lannix carraspeó ligeramente. Entonces, ella se percató de que, sentada como estaba en la cama, quedaba con el torso desnudo a la vista de su anfitrión.

—Una hermosa perspectiva —elogió él.

Olivia se cubrió rápidamente el pecho con el embozo de las sábanas.

—Un caballero se habría vuelto inmediatamente de espaldas —le reprochó.

—Jamás —contestó él—. Hay ocasiones en que nunca vuelvo la cara.

—Le gusta mirar...

—No ando por ahí haciendo agujeros en los tabiques, pero, si se presenta la ocasión, insisto, no vuelvo la cara.

—Está bien, dejemos la discusión. No conduce a nada y, a fin de cuentas, la culpa ha sido mía. Me excité tanto, al concebir la idea, que me olvidé de dónde y cómo estaba.

—Y chilló como si la estuvieran degollando y yo me llevé un susto de muerte.

—Lo siento, fue algo impensado...

Lannix hizo un gesto de resignación.

—Estábamos en que había tenido una idea —dijo.

—Sí —contestó Olivia, con ojos muy brillantes—. Hay una no-humana que ocupa mi puesto, ¿verdad?

—La he visto yo y no se trata de una fantasía —dijo él.

—Muy bien. Entonces, ¿por qué no puedo ocupar yo el puesto de mi «doble»?

CAPÍTULO VI

Lannix rumió la proposición mientras terminaba el desayuno. Al cabo de un rato, Olivia apareció vestida y aseada y se sentó a la mesa.

—Casey, le he dado una solución y usted no me ha respondido todavía —manifestó, un tanto irritada por el silencio del joven.

Lannix le puso un plato delante.

—Coma primero. Discutiremos después, con el estómago lleno.

Olivia contempló los huevos que tenía en el plato.

—¿Terrestres?

—Gallinas marcianas. Creo que dentro de un par de años podré tener un par de miles. La mortalidad es bastante alta todavía, pero, por fortuna, se pueden crear nuevos tipos más resistentes, si tenemos en cuenta que en un año es posible criar, al menos, seis generaciones de aves de corral.

—¿Y el tocino? —preguntó ella.

—También marciano, aunque no de mi granja. Hay un criador de cerdos y las cosas le marchan bastante bien.

—El cerdo es un animal muy resistente.

—Un poco menos que el hombre, pero vaya, aguanta.

Rieron los dos, liberados en parte de la tensión a que habían estado sometidos hasta entonces. Olivia demostró tener un magnífico apetito, con un desprecio total hacia la báscula, y despachó sin remilgos todo cuanto le puso delante su anfitrión.

Al terminar, apoyó los codos sobre la mesa y miró a Lannix con la sonrisa en los labios.

—Ahora me siento mucho más optimista —dijo—. Bien, Casey, ¿qué opina usted de mi idea?

—Antes de ponerla en práctica, tendríamos que estudiar a fondo los pros y los contras, Olivia.

—Si encuentra alguna objeción, dígala, por favor.

—Está bien. A mi entender, hay un obstáculo poco menos que insalvable —dijo Lannix—. Su doble no respira.

—¿Cómo? Eso es imposible. Nadie puede vivir sin respirar, Casey.

—Ella es un no-humano. No sabemos de qué forma vive con su cuerpo, bueno, con un duplicado de su cuerpo, pero, ¿necesita el oxígeno para vivir?

Olivia pareció sentirse preocupada un instante, pero no tardó en encontrar la respuesta apropiada.

—Casey, yo he visto al Nsiang de los últimos tiempos y respiraba. Si han de parecerse a nosotros de una forma absoluta, tienen que imitarnos en todo, ¿comprende?

—Sí, pero su doble no respiraba...

—Estaría, imagino, en período de..., de formación. Podía ser mi doble físicamente, pero aún no había llegado la hora de tener..., digamos un alma terrestre.

—Es posible y entonces habremos de dar por solucionado este problema. Pero quedarán todavía otros y quizá más difíciles.

—¿Por ejemplo?

—Usted ocupa el lugar de la doble y..., ¿cómo evitará que Nsiang o Nunes no se den cuenta de la suplantación? ¿Y si le preguntan algo que usted ignora? Ellos son no-humanos, una raza desconocida absolutamente para nosotros, con unas cualidades también desconocidas; con toda seguridad, mucho más poderosos que nosotros, al menos en ciertos aspectos. Pueden tomar la forma humana no siéndolo. ¿Qué pasaría si se diesen cuenta de la superchería?

—Casey, ¿está tratando de decirme que no debo correr ningún riesgo?

—¿Por qué no hacemos algo mejor? Ir a Terraport los dos y desenmascararla públicamente...

—¿Sabemos acaso cuántos más hay? El falso gobernador, lógicamente, tratará de rodearse de un estado mayor compuesto por gentes de su raza, quienes por gentes de su raza, quienes le defenderían, diciendo que estamos locos, que somos unos impostores... Casey, usted no puede congregar a todos los miles de habitantes de Terraport para explicarles el asunto. No lo creerían, sencillamente.

—Está la televisión —adujo él.

—Otro puesto que, seguramente, ya habrá sido ocupado por un no-humano.

Lannix se mordió los labios.

—Entonces, sólo queda un problema por resolver —murmuró.

—¿Cuál, por favor?

—El procedimiento que vamos a emplear para darles el «cambiazo».

Ella se echó a reír.

—Una frase sorprendentemente exacta —calificó—. Pero, Casey, ¿tan poco confía usted en su poder de seducción?

—¿Qué quiere decir, Olivia?

—Es bien sencillo. Conquiste a mi doble, tráigala aquí..., y luego ocuparé yo su puesto.

—Bien, pero ¿qué haremos con la otra, cuando la hayamos capturado?

Olivia se calló.

No tenía respuesta para la duda expuesta por su anfitrión.

—Podríamos hacer una cosa —dijo Lannix antes de que Olivia hubiera encontrado una solución para el problema—. ¿Qué le parece hacerla examinar por un psiquiatra? Conozco a uno, de excelente reputación y gran amigo mío...

—¿Y si ya es un no-humano?

Lannix se quedó cortado.

—¡Maldición! —exclamó—. Deberíamos encontrar la forma de saber si una persona es terrestre o no-humano, independientemente de la telepatía, cualidad que poseen muy pocas personas. De haber algún otro procedimiento, pero no se me ocurre ninguno.

—Tampoco yo puedo ir por ahí, aunque sea disfrazada, sondeando cerebros ajenos continuamente. Sería una tarea muy larga, tediosa... y, hasta posiblemente, perjudicial para mí. Usted tiene razón, Casey; es preciso hallar un método para desenmascarar a los no-humanos.

—Bueno, al menos podría sondear a mi amigo el psiquiatra. Procuraré traerle aquí, con cualquier pretexto.

—Mate un pollo —sonrió Olivia—. Un pollo asado, ¿no será capaz de tentar a su amigo?

—Usted tendrá que permanecer escondida...

—Estaré todo el tiempo en el dormitorio, sin dejarme ver en ningún momento. Si el psiquiatra es de confianza, entonces será cosa de traer aquí a mi doble. ¿De acuerdo, Casey?

Lannix tendió la mano a su huésped.

—De acuerdo, Olivia.

* * *

Lannix y el gobernador paseaban por una de las calles más céntricas de Terraport, días más tarde, cuando, de pronto, se les acercó un hombre.

—Excelencia...

—Ah, señor Dybbit, cuánto me alegro de verle —exclamó Nsiang. Se volvió hacia su acompañante y sonrió—. Amigo Lannix, tengo el gusto de presentarle a Peer Dybbit, quien va a formar parte de mi reducido cuerpo de asesores técnicos. El señor Dybbit es geólogo.

Lannix tendió la mano hacia el recién llegado.

—Celebro conocerle, señor Dybbit —dijo—. Por cierto, su nombre me suena...

—Fui protagonista de un juicio hace algunos días —declaró Dybbit—. Me acusaron de no prestar auxilio a un herido.

—Ah, sí, ahora recuerdo. Bueno, tal ver el juez resultó un poco severo.

—Sigo el tratamiento. El doctor Winkopf dice que es algo que no tiene la menor importancia.

—Si el doctor Winkopf lo asegura, puede estar tranquilo —sonrió el joven—. Le conozco bastante bien, aunque no como paciente, por fortuna.

—Yo soy su paciente obligado por la ley —dijo Dybbit con voz tirante.

—Lo siento, no quise molestarle —se disculpó el joven.

—Vamos, vamos, amigos —intervino Nsiang con acento conciliador—. No nos enfademos por tan poca cosa. El señor Lannix no ha querido ofenderle; sólo dijo que él no era paciente del psiquiatra, sin segunda intención, y de todos es sabido que usted tiene que tratarse por una sentencia judicial. Yo confío en usted. Peer, de lo contrario, no le habría reclamado para mi grupo de asesores técnicos.

Dybbit suavizó su gesto y quiso estrechar la mano del joven.

—También yo debo disculparme —manifestó—. Ha sido un placer, señor Lannix.

—Casey —dijo el gobernador—, por mí y por hoy, queda usted libre. Yo tengo que tratar de ciertos asuntos con el señor Dybbit. Es muy probable que ya no le necesite mañana. Si no le he avisado para las nueve de la mañana, no necesitará venir a la ciudad.

—Gracias, Excelencia. Señor Dybbit... —se despidió Lannix.

Nsiang le había despachado antes de lo previsto y no sabía qué hacer, de modo que pensó en tomarse una copa en el bar de Jackie. Luego, se propuso, iría a visitar al doctor Winkopf para invitarle a comer un pollo en su granja el próximo día.

Minutos más tarde, entraba en el local de Jackie. Apenas cruzó el umbral, se dio cuenta de que sucedía algo anormal.

Reinaba un silencio absoluto. Todos los clientes miraban hacia determinado punto y él también dirigió la vista hacia el mismo lugar.

Entonces supo lo que ocurría, algo totalmente inusitado en Terraport, Un sujeto desastrado, barbudo, tenía sujeta a Jackie por un brazo, mientras que con la otra mano sostenía una navaja que apoyaba en el cuello de la dueña del local.

—Maldita zorra... Te he pedido otra botella y no me la has querido dar. ¿Acaso creías que no iba a pagarte tu apestoso licor? Me has insultado gravemente al dudar de mí y voy a cobrarme esa deuda, ¿sabes?

Jackie permanecía absolutamente inmóvil, con la cara desviada a un lado y una expresión de agonía en sus facciones. El sujeto, probablemente un minero recién llegado de algún lejano asteroide, había perdido por completo el dominio de sí mismo, debido a una inmoderada ingestión de alcohol.

Era preciso hacer algo antes de que aquel sujeto cometiese un desaguisado. Por el momento, no parecía haberse dado cuenta de su presencia, lo que aprovechó para deslizarse sigilosamente hasta situarse a dos pasos de distancia.

Entonces saltó hacia adelante y desvió de un manotazo la navaja.

—¡Apártate, Jackie! —gritó.

El hombre lanzó una espantosa blasfemia. No había perdido la navaja y loco de furor, atacó al joven.

Jackie lanzó un chillido y extendió el brazo izquierdo. Lannix pudo parar la mayor parte de la fuerza del golpe, pero le resultó imposible evitar que la punta del arma se hundiese en el antebrazo de la joven.

El borracho, sin embargo, había perdido ya la iniciativa. Furioso, Lannix agarró su mano armada y disparó un terrible derechazo al mentón del alborotador, enviándolo instantáneamente al país de los sueños.

—Avisen a la policía —ordenó, a la vez que se acercaba a Jackie—. Has corrido un serio peligro —añadió.

—Tenía que ayudarte, ¿no? —sonrió ella.

—Sí, pero ese hijo de mala madre te hirió...

—No me ha herido, Casey —dijo ella sorprendentemente.

—Pero yo vi cómo el arma se clavaba en tu brazo.

—¿Estás seguro?

Jackie levantó el brazo izquierdo, desnudo hasta más arriba del codo. Lannix parpadeó.

—Hubiera jurado que... ¿Y esta señal? —exclamó, señalando la fina línea blanquecina que se veía en la piel.

—Son rastros de un arañazo que me hice un par de semanas atrás. Pronto habrá desaparecido —contestó ella—. Casey, te estoy muy agradecida por lo que has hecho. ¿Puedo invitarte a una copa?

—Y a dos también —rió él, satisfecho.

Jackie sonrió.

—Te invitaría a algo más, pero no me encuentro todavía muy bien, ¿sabes?

Lannix hizo un gesto con la mano.

—Otro día será, encanto —respondió desprendidamente.

CAPÍTULO VII

—A propósito —dijo Lannix el domingo por la tarde—, el otro día conocí a un paciente suyo, un tal Peer Dybbit.

—¿Lo conoces? —preguntó el doctor Winkopf.

—Me lo presentó el gobernador. Es su asesor en materia de geología.

—¿Por qué te interesa ese individuo, Casey?

—Simple curiosidad. Presencié el juicio por televisión y vi cómo lo condenaban a treinta días de tratamiento psiquiátrico. Puesto que ahora forma parte de la burocracia terraportiana, me entraron ganas de saber algo de él.

—No tiene nada, está perfectamente —respondió el psiquiatra.

—Pero entonces..., ¿por qué no quiso dar sangre?

—No ha podido explicarlo satisfactoriamente. Tampoco tiene mucha importancia, Casey. A muchas personas les sucede lo mismo: tienen horror a la sangre, eso es todo.

—Hemofobia, ya lo sé, pero en una transfusión, él no tiene por qué ver la sangre...

—Era una transfusión directa, no un trasvase a un recipiente, que podía estar oculto con un paño. Había un herido que sangraba mucho; no todos pueden soportar un espectáculo semejante.

—Bien, si ésa es tu opinión..., ¿qué opinas ahora del pollo asado?

El doctor Winkopf puso los ojos en blanco.

—Lástima que el olor y el sabor no se puedan grabar, como la imagen y el sonido. Hubiera traído una cassette para reproducirlo en mi casa todas las veces que hubiera sentido el capricho de comer pollo asado.

Lannix se echó a reír.

—El original es siempre mejor que la reproducción. Ven cuando quieras a comer otro pollo.

Luego acompañó a su amigo hasta la esclusa de salida. Cuando el coche del psiquiatra se hubo perdido en lontananza, regresó a la casa.

Olivia aguardaba en la puerta de la cocina, apoyada en una de las jambas.

—¡Caníbales! —le apostrofó—. Sólo me han dejado los huesos...

Riendo, Lannix abrió la puerta del horno y sacó otro pollo.

—Asé dos, pero sólo puse uno en la mesa —explicó—. Coma todo lo que le apetezca, pero, dígame, ¿podemos confiar en el doctor Karl Winkopf?

Olivia ya había arrancado una pata de pollo y la tenía muy cerca de la boca.

—Por completo. Es humano legítimo.

—¿Captó bien sus pensamientos?

—No entré demasiado en su mente, dicha sea la verdad, aunque bien es cierto que tuve que entreabrir la puerta de mi dormitorio.

- ¿Por qué? —se extrañó Lannix.

—Demasiado metal en las paredes. Para Marte, es lo mejor en materia de construcción de viviendas, pero el metal produce siempre muchas interferencias en las ondas telepáticas.

—Comprendo. Entonces, pudo captar pensamientos del doctor Winkopf.

—Sí. ¿Quiere saber lo que pensaba?

—Oh, no, no soy tan indiscreto...

—El doctor Winkopf pensaba, refiriéndose a usted, claro: «¡Qué suerte tienen algunos pudiendo comer pollo asado siempre que les apetece!»

Olivia arreó un soberano mordisco a la pata de pollo y sonrió.

—Eh..., stah..., bueh..., níh..., sih..., moh... —dijo con la boca llena.

Cuando terminó, se sirvió una copa de vino.

—Bueno, Casey, ¿cuál es el plan de combate? —quiso saber.

—Acercarme a ella, entablar conversación, ganar su amistad, enviarla flores y bombones..., y conseguir que venga aquí.

—¿Y si no quiere?

—Entonces, emplearé el procedimiento siglo trescientos antes de Cristo.

Olivia respingó.

—¿Qué clase de procedimiento es ése, Casey?

—Garrotazo en el cráneo y arrastre tirando de los cabellos.

Ella le miró un instante, pero no tardó en comprender el sentido de la broma y se echó a reír.

—Como dicen que se hacía en la prehistoria, claro..., pero usted no necesita acudir a métodos tan enérgicos.

Casey simuló echarse aliento en las uñas y frotárselas luego en la pechera de su camisa.

—Por supuesto. Silbo y me siguen en el acto —respondió.

* * *

Sería preciso convencer también al psiquiatra, se dijo, mientras entraba en la residencia del gobernador. Y, por supuesto, volver a comprobar su auténtica raza. Los no-humanos podían tomar el aspecto de una persona en muy poco tiempo y era preciso evitar fallos.

Lannix se preguntó cuántos más no-humanos había ya en Terraport. ¿Era también Dybbit un no-humano?

Posiblemente, se dijo, sobre todo, si pensaba que Nsiang quería rodearse de gente de toda su confianza. Nunes era uno de ellos y también la doble de Olivia. Bien, habían ideado un plan y era preciso ponerlo en práctica.

Brujuleó un poco por el sector de oficinas. Al cabo de un rato, vio salir a una hermosa joven con un puñado de papeles en las manos.

La respiración se le cortó un instante, al igual que días antes. El parecido era asombroso.

«Como si hubieran salido de un mismo molde», pensó.

Ella no había reparado en su presencia. Lannix recurrió al clásico tropezón de un distraído.

Los papeles volaron por los aires. Ella vaciló, a la vez que lanzaba un débil grito.

Lannix se apresuró a sujetarla por un brazo.

—Le ruego me disculpe... Soy tan torpe, señora... No sé qué excusa darle...

Ella sonrió, a la vez que se atusaba el cabello maquinalmente.

—No ha tenido importancia, señor...

—Lannix, Casey Lannix —dijo él, a la vez que se ponía en cuclillas para recoger los papeles esparcidos por el suelo.

—Ah, usted es...

Una puerta se abrió de pronto y Nsiang asomó por ella.

—¿Qué ha sucedido? Hombre, si es el amigo Casey...

—Le ruego me perdone. Excelencia. Estaba distraído y tropecé con esta joven.

—Es mi secretaria personal, Olivia Mantow. No se conocían ustedes, ¿verdad?

Lannix se había puesto ya en pie.

—No había tenido ese gusto hasta ahora, aunque ya había oído su nombre —dijo.

—Olivia, él es Casey Lannix, ex ingeniero jefe de mantenimiento de Terraport y granjero en la actualidad.

—Tanto gusto, señor Lannix —dijo ella, tendiéndole la mano.

-Es un verdadero placer —sonrió él—. Sus papeles, señorita...

—Por cierto, Olivia —intervino Nsiang de nuevo—. El amigo Casey resultó un guía excelente, pero sólo en aspectos técnicos y científicos. Creo que en Terraport hay una vida nocturna bastante intensa, aunque no se pueda comparar con la de la Tierra. De todos modos, es lo suficientemente atractiva para que la conozcas..., y que sea el señor Lannix tu cicerone.

Nsiang se volvió hacia el joven.

—Gastos a cuenta del gobierno —añadió.

El no-humano le ponía las cosas en bandeja, pensó Lannix.

—Pagaría lo que fuese por el placer de acompañar a una joven tan hermosa a divertirse por la noche —dijo, galante.

—Hoy no podrá ser; tengo algo de trabajo atrasado y he de ponerlo al día. ¿Por qué no viene a buscarme mañana, señor Lannix?

El joven tomó su mano nuevamente.

—Me llamo Casey —dijo con voz cálida, persuasiva.

La falsa Olivia hizo aletear sus espesas pestañas.

—Sí, Casey, desde luego, pero no olvides mi nombre —contestó.

«Una reproducción asombrosamente fidedigna. Ahora ya, incluso respira», se dijo en silencio.

—Hasta mañana, pues, Olivia.

—Hasta mañana, Casey.

* * *

—La cosa está en marcha —dijo él, a la hora de la cena—. Mañana debo acompañar a su doble para que conozca «Terraport-la-nuit».

—Ha ido rápido, ¿eh? —sonrió Olivia.

—Bueno, el tropezón provocado, si resultó; pero entonces apareció el gobernador, nos presentó y luego sugirió que debía acompañar a su doble para que conozca algo de la vida nocturna de Terraport.

—¿Es interesante?

—Exactamente tan interesante como usted. Una copia absolutamente idéntica.

—No, si yo me refería a la vida nocturna de la capital.

—No está mal del todo. Además, si pensamos que los gastos corren a cuenta del presupuesto oficial...

—Nsiang se muestra generoso con el dinero ajeno —criticó ella.

—Tiene asignada una determinada suma para gastos de representación, como todo gobernador. Pero eso importa poco ahora. Quizá, esa misma noche, pueda traerla aquí.

—¿Ha hablado con Winkopf?

—Sí. Le ha costado horrores creerme, pero ha accedido a venir cuando le llamé.

Olivia frunció el ceño.

—No debió haberlo hecho, Casey. ¿Y si mientras tanto le han dado el «cambiazo» y ahora es un no-humano?

—No hay peligro. Winkopf es quien es, lo he comprobado personalmente.

—¿De qué forma, Casey?

—Muy sencillo: las pupilas. Winkopf tiene los ojos negros y seguía teniéndolos esta tarde. Usted tiene ojos azules; su doble también, pero casi negros.

—Es muy observador —sonrió ella.

—La cosa no está como para pasar detalles por alto, Olivia.

El videófono sonó en aquel momento.

—Discúlpeme —rogó él, a la vez que se ponía en pie.

Con gran asombro por su parte, vio aparecer en la pantalla el rostro de su amigo el prospector.

—¡Caramba, Ned! Vaya una sorpresa —exclamó—. ¿Le sucede algo?

—Me gustaría que viniera a echar un vistazo a mi campamento, Casey —dijo Borillo.

—Ned, dejé el oficio hace tiempo. Ahora soy granjero.

—Por fortuna, mi equipo está en magníficas condiciones. No le llamo para eso, Casey.

—Bien, entonces, diga de qué se trata...

—Prefiero decírselo en persona. Ya sé que ahora es tarde, pero han dado apenas las ocho y sólo son cincuenta kilómetros.

—Demonios, eso me puede llevar bastante más de una hora —se quejó el joven.

—Es muy importante, Casey. Por favor...

—Está bien —se resignó Lannix—. Sucede, sin embargo, que no sé dónde tiene usted su campamento.

—Salga de la granja en dirección oeste, dos cuartas al norte. A unos veinte kilómetros, atravesará los Altos de Sphirian. Entonces, ya podrá ver las luces de mis instalaciones. Son las únicas en cientos de kilómetros a la redonda.

—Será a la semiesférica —rió él—. Porque de Sphirian hacia aquí, hay muchas instalaciones de toda clase.

—Era sólo una frase. Gracias, Casey.

La comunicación se cortó. Lannix se volvió hacia la joven.

—Tengo que salir, Olivia.

—¿Puedo acompañarte? —consultó ella.

El joven dudó.

—¿Empiezas ya a sentir claustrofobia? —sonrió.

—Hasta cierto punto. Pero no conocía Marte...

—Te dejaré unas viejas gafas de color, polarizables, para poder ver sin dificultad en la noche y, además, te pondrás un pañuelo atado a la cabeza, de modo que no se te vea el pelo en absoluto.

—De paso, puedo comprobar si tu amigo es un terrestre.

—Nació en Marte, Olivia.

—Bueno, quise decir humano auténtico —sonrió ella.

—Si, ya comprendo. Y no es mala idea que compruebes la verdadera identidad de Ned Borillo.

—Por cierto, ¿qué hace tu amigo?

—Es prospector. Busca oro.

—¡Atiza! Como en los viejos tiempos...

—Parece que tiene buenas perspectivas —dijo Lannix—. Anda, ve a prepararte; salimos dentro de diez minutos.

—Estaré lista en la mitad de tiempo —aseguró ella.

CAPÍTULO VIII

Las luces del campamento, en efecto, les guiaron una vez atravesada la cadena de colinas conocida como Altos de Sphirian. Cuando llegaban, Lannix, estupefacto, pudo ver la enorme torre metálica que se alzaba a casi setenta metros del suelo.

Borillo salió a recibirles, equipado con traje de vacío. Vio a una mujer con Lannix y se sintió muy sorprendido.

—Te lo explicaré ahora —dijo él por la radio, mientras se disponía a ponerse la escafandra de la cabina estanca del automóvil.

Momentos después, Lannix y Olivia estaban fuera. El prospector hizo un gesto con la mano.

—Venid conmigo —dijo.

—Un momento —exclamó Lannix—. Ned, ¿qué diablos es todo ese andamiaje? ¿Se necesita semejante instalación para buscar algo que ordinariamente está a flor de tierra, o en todo caso, a muy escasa profundidad?

—El oro que yo busco está a unos cuatro mil metros, Casey —respondió Borillo.

—Y piensas sacarlo...

—Con un extractor de funcionamiento automático, pero antes he de perforar el suelo para conseguir introducir el extractor.

—Había oído hablar de ese nuevo método de minería, pero nunca imaginé...

—No soy un veterano aferrado a sistemas arcaicos —dijo Borillo sonriendo.

—Si, ya lo veo. Pero, ¿estás seguro de que hay una veta de oro a cuatro mil metros?

—El detector de densidades por exploración sismológica no falla. Tú debes saberlo mejor que nadie.

—Sí, muy cierto. ¿Y...?

—La densidad media de Marte es de tres coma ochenta y cinco. La densidad del oro es de diecinueve coma tres. La densidad del estrato que contiene oro es de once cuatro setenta, la media de las dos cifras anteriores.

—Elemental, Ned. ¿Y el procedimiento de extracción?

—Separación molecular y posterior aglomeración, para la fase de fundición de lingotes.

—Te felicito, sinceramente.

—Gracias. Yo también te felicito a ti. Es muy guapa, pero no temas, no pienso quitártela, así que preséntamela.

Lannix sonrió.

—Mary Smith —dijo.

—Ya —contestó Borillo sarcásticamente—. Por supuesto, no hubiera dicho su nombre verdadero, pero si prefieres que siga usando un seudónimo...

—Sus maridos son muy celosos, Ned.

—Tengo cuatro esposos, señor Borillo —intervino Olivia.

—Esta maldita escafandra... —se quejó el minero—. No puedo rascarme la cabeza, para decir que cómo está el mundo y que si una mujer puede tener cuatro maridos, la civilización se va a hundir...

—Estoy enamoradísima de mis cuatro maridos, señor Borillo.

—Yo no la compartiría con nadie aunque... Pero bueno, ya hemos hablado bastante. Seguidme los dos, por favor.

Borillo rodeó la estación y les condujo a un lugar situado a unos doscientos metros de distancia. Había instalado allí un pequeño reflector, conectado a la central de energía del campamento, con cuya luz pudieron ver unos objetos de metal horriblemente deformados y chamuscados.

—¿Qué es eso, Ned? —preguntó Lannix.

—Quiero que lo veas primero —respondió Borillo—. Pensé en llevártelo a la granja, pero lo he dejado todo tal como lo encontré, por si es preciso avisar a la Policía. ¿Qué opinas tú, Casey?

Lannix se puso en cuclillas y examinó con gran atención aquellos restos de metal.

—Parece que hayan sufrido los efectos de una explosión, aunque diría que también han estado sometidos a muy elevadas temperaturas, superiores a las que pueda causar un explosivo normal —dijo al cabo de unos momentos de intensa concentración.

—Eso mismo es lo que yo pienso —convino Borillo—. Pero, ¿qué causó la explosión?

—¿Viste tú algo, Ned?

—No, ni siquiera me había fijado, hasta que tuve que salir a instalar unos detectores sísmicos auxiliares en círculo, alrededor del campamento. Necesito una mayor seguridad en los informes geológicos, ¿comprendes?

—Desde luego. Así que no viste caer estos restos...

—¿Caer? —se extrañó el prospector.

—Desde el espacio. Son restos de un propulsor individual, al que, sin duda, se acopló un explosivo, mezclado con una sustancia ignívoma, capaz de producir temperaturas de cinco mil y más grados centígrados.

—Y todo eso, ¿por qué? No entiendo nada, te lo digo con sinceridad, Casey.

Hurgando entre aquellos restos, Lannix encontró un trozo de metal de una forma muy peculiar. Después de examinarlo unos segundos, lo levantó con dos dedos para que lo vieran sus acompañantes.

- Esto fue un reloj de pulsera y no se utilizó para producir la detonación en un tiempo determinado. Pertenecía a una persona...

—Casey, déjame ver —pidió la muchacha.

Lannix le entregó el trozo de metal. Casi en el acto, Olivia lanzó una exclamación de sorpresa.

—¡Era el reloj de Nsiang!

Lannix se incorporó.

—¿Estás segura?

—Absolutamente. Se lo he visto decenas de veces..., y esos restos metálicos indican, sin lugar a dudas, que fue asesinado primero y luego lanzado al espacio, para que su cuerpo se abrasara y no quedase de él ningún rastro.

—¡Un momento! —intervino Borillo—. Ahora recuerdo... Hace algunos días, Pieter Haveland llamó a la Policía, porque dijo que había visto caer a un hombre desde el espacio. El hombre ardió totalmente y sólo se pudo recuperar de él un diente.

—La granja de Haveland está a cuarenta kilómetros de este lugar —dijo Lannix.

—Sí, pero si lo arrojaron desde una nave en órbita y, por alguna razón, el hombre se separó del propulsor, pudo suceder muy fácilmente que chocasen contra el suelo a gran distancia el uno del otro. Eso lo sabes tú mejor que yo, Casey.

—Si pudiéramos encontrar ese diente... Sería una prueba para identificar al auténtico Nsiang...

—Apostaría algo a que ya ha sido destruido —dijo Olivia.

—Es lo más probable —admitió Lannix pesarosamente—. Contamos con este fragmento de su reloj, pero no podemos hacer nada. Indudablemente, actuaron con manos inexpertas, porque el propulsor se separó del cuerpo y a éste, de alguna forma, quedó adherida la sustancia ignívoma, que fue lo que le hizo arder en su práctica totalidad, salvo el diente. Ahora bien, tal como está la situación, no creo que ganásemos nada, denunciando la impostura y más si ya sabemos que el gobernador que hay en Terraport no es el auténtico.

Borillo empezó a impacientarse.

—¿Queréis explicarme de una vez qué es lo que sucede? —dijo, irritado—. ¿A qué diablos viene tanto misterio, si se puede saber?

—Ned, tú me has llamado porque sospechabas algo turbio, ¿verdad?

—Un asesinato, es cierto; por eso quería estar seguro, antes de avisar a la Policía...

—Te guardarás muy bien de hacerlo —prohibió Lannix severamente. Luego se volvió hacia la joven—: ¿Olivia? —consultó.

—Es humano —afirmó ella.

—Gracias. En tal caso, Ned, no podemos dudar de ti. Vamos a tu casa y te explicaremos con todo detalle lo que sucede.

Cuando Lannix terminó de hablar, el veterano prospector se sintió abrumado.

—¡Dios mío! ¿Qué vamos a hacer ahora? —exclamó.

—Nosotros ya hemos ideado un plan —dijo el joven—. Por supuesto, tienes que guardar absoluto silencio. Es más, te aconsejo que entierres esos restos en la arena y que borres todos los rastros. Mientras tanto, continúa tu vida normal, ¿entendido?

—Me gustaría ayudaros —declaró Borillo.

—Te llamaré si te necesitamos. Tenlo por seguro.

—Haré lo que sea..., pero, ¿cómo diablos ocupan el lugar de otra persona?

—Eso es lo que vamos a averiguar, pero una cosa es segura: para tomar el puesto de un terrestre, o un marciano, tanto da, necesitan primero eliminarlo físicamente. Nuestra suerte es que creen a Olivia muerta y ello nos va a permitir investigar a la no-humana que ha tomado su puesto.

—¿Cómo lo harás, Casey?

Lannix le guiñó un ojo.

—Atractivo personal —dijo.

Borillo soltó una risita maliciosa.

—Con tal de que no te resulte una frígida...

Olivia se puso colorada. Lannix hizo una mueca.

—No creo que se necesite llegar a tales extremos, pero si hiciera falta...

—Te sacrificarías, ¿verdad?

—¿No pueden cambiar de tema, por favor? —rogó Olivia, indignada.

—Señorita Mantow, el amor forma parte del plan y debe amoldarse a las circunstancias. Bueno, el que tiene que amoldarse de verdad es Casey, ¿eh, muchacho?

—Tendré que hacerlo o todo se irá al cuerno —contestó Lannix lúgubremente.

* * *

—Se me ha ocurrido una idea —dijo Lannix al día siguiente, en el despacho del doctor Winkopf.

—Interesante, supongo —sonrió el psiquiatra.

—Tú tienes un aparato de rayos X.

—Sí, lo uso en raras ocasiones, pero, a veces lo necesito para explorar un cerebro posiblemente enfermo. Muchas veces, una alteración psíquica es debida a una causa física. Si conocemos ésta, la primera resulta más fácil de curar.

—¿Es muy grande ese chisme?

—No; es un tipo portátil...

—Llévalo a mi granja, ¿quieres?

—Muy bien. ¿Cuándo debo estar allí?

—Seguramente, yo llegaré de madrugada. Sal de Terraport después de medianoche. En todo caso, alega que vas a visitar a un paciente, repentinamente enfermo... Bueno, tú encontrarás el pretexto, ¿eh?

—De acuerdo, Casey. Y suerte.

Lannix suspiró.

—Falta nos hará —dijo, a la vez que se encaminaba hacia la puerta.

La velada resultó muy agradable. A Lannix se le hacía increíble estar cenando con una falsa Olivia Mantow, cuya semejanza con la auténtica era asombrosa. Si la cosa iba a más, ¿cómo se comportaría la no-humana en el momento más crítico de la relación entre un hombre y una mujer?

Sólo de pensarlo le daban sudores fríos. Por mucho que se pareciese a Olivia y a pesar de que en ningún momento cometía ningún fallo, no podía evitar que aquella persona fuera un ente artificial, copiado de una humana.

¿Cómo sería el original no-humano?

¿Tendría la piel de color verde, ojos facetados, trompetilla en lugar de nariz, tentáculos en vez de cabellos y cuatro brazos y seis piernas?

Y aunque tuviese una forma más o menos parecida a la humana, ¿cómo se las arreglaban para apoderarse del cuerpo y de la mente de un terrestre y hacerse pasar por él, sin que nadie advirtiese la diferencia?

«Esta noche saldremos de dudas definitivamente», se dijo, como remate de pensamientos tan poco agradables.

La no-humana aceptó su invitación para visitar la granja con más facilidad de lo que había esperado.

—Quizá regreses un poco tarde. Si tienes que madrugar para ir a la oficina... —dijo, a fin de estudiar su reacción en tal sentido.

—Cuando es preciso, soy inmune al sueño —respondió ella—, ¿Vamos a terminar la velada en tu granja, Casey?

—Consideraré un honor ser tu anfitrión —dijo Lannix.

CAPÍTULO IX

—Esto es maravilloso —dijo la no-humana, después de una rápida visita a las instalaciones de la granja—. ¿Cómo has podido conseguir tales resultados en tan poco tiempo?

—Las circunstancias ambientales son muy favorables, siempre teniendo en cuenta que todo está protegido por cúpulas con una presión atmosférica muy adecuada. Dispongo de un motor que me proporciona fuerza eléctrica para todo, un generador de agua, otro de oxígeno, medidores de mezcla de gases respirables... Todo automático, excepto el cavar el suelo cuando hace falta, atender a los animales domésticos, recolectar los huevos que ponen las gallinas..., y preparar una copa en la casa, si me la aceptas.

—Con muchísimo gusto —respondió ella.

La no-humana se había vestido con singular elegancia. ¿Dónde lo había aprendido?, se preguntó Lannix, mientras preparaba las bebidas.

Ella estaba sentada en un diván, con las piernas cruzadas negligentemente y aceptó la copa que le tendía su anfitrión, sin sospechar que el líquido contenía un poderoso narcótico, preparado por Winkopf. Lannix procuró entretenerla, hasta que la vio doblar la cabeza primeramente sobre el pecho y luego inclinarse a un lado, hasta quedar casi tendida sobre el asiento.

Entonces, Lannix corrió hacia su dormitorio y abrió la puerta.

—Ya está —dijo.

Olivia y Winkopf salieron a la carrera. El psiquiatra llevaba consigo un maletín, del que extrajo un fonendoscopio, con el que, inmediatamente, auscultó a la no-humana.

Segundos después, Winkopf se erguía, desconcertado.

—No hay pulso —declaró.

—¡Está muerta! —exclamó Olivia.

—No —contradijo el galeno—. Respira, pero no hay pulso.

—¿Es que no tiene sangre? —se extrañó Lannix.

—¿Y si su sistema circulatorio es distinto al nuestro, aun bajo la apariencia terrestre? —apuntó la joven.

—Karl, ¿por qué no le extraes una muestra de sangre? —sugirió Lannix.

Olivia hizo un gesto de repugnancia.

—Tendrá la sangre verde...

—¿Piensas que es un monstruo como los que salen en las películas galácticas de la televisión? —sonrió Winkopf.

—Tiene toda mi apariencia, mi cara, mi complexión corporal..., pero no me gustaría verla en su estado original —se estremeció la muchacha.

—Bueno, luchamos para que no nos pase lo mismo que a Nsiang y a tantos otros —dijo Lannix—. Los mataron y unos no-humanos ocuparon su puesto.

—¿Con qué objeto, Casey?

—Conocer la respuesta a tu pregunta llevará algún tiempo. Pero lo averiguaremos, descuida.

Winkopf estaba preparando todo para extraer la muestra de sangre. Al cabo de unos momentos, dijo:

—¡Qué raro! No logro encontrarle la vena...

La goma en el brazo izquierdo comprimía la carne, pero, por más esfuerzos que hacia el psiquiatra no conseguía nacer resaltar la vena para introducir la aguja. Al fin, decidió hacer una prueba al azar.

La aguja penetró con facilidad, pero el émbolo de la jeringuilla no extrajo una sola gota de sangre. Frustrado, Winkopf retiró la aguja y entonces ocurrió algo extraordinario.

El orificio abierto por la aguja se cerró en contados segundos. La epidermis recobró su aspecto normal, sin que quedase el menor rastro del pinchazo.

—¡Por todos los diablos! —barbotó Winkopf—. ¿Qué pasa aquí?

De súbito, Lannix recordó algo que había visto dos días antes.

—¡Karl, un bisturí, pronto!

El psiquiatra respingó.

—¿Qué te propones hacer, Casey?

Lannix no le hizo caso. Hurgó en el maletín y extrajo un poco de algodón y alcohol, con el que desinfectó la epidermis en un determinado punto del antebrazo. Luego empuñó el bisturí y practicó una incisión de unos tres centímetros de longitud por uno y medio de profundidad.

—Si luego nota la señal, le diré que rompió una botella, cuando estaba bebida, y que se cortó con un trozo de vidrio —dijo, mientras manejaba el bisturí.

Olivia contenía el aliento. ¿Qué se proponía hacer Casey?

—De todos modos, tengo celulina hemostática —dijo Winkopf—. Para pequeñas heridas, es lo ideal; en veinticuatro horas, deja la carne como si no hubiera sucedido nad...

El galeno se interrumpió de súbito. Ante sus ojos, la incisión practicada por Lannix se cerraba rápidamente y, un minuto más tarde, sólo quedaba una línea blanquecina que parecía iba a desaparecer muy pronto.

—Esto explica la hemofobia de Dybbit —dijo Lannix, mirando fijamente a su amigo—. Es más, sé quién es también un no-humano, porque vi cómo le pegaban una puñalada y no sangraba en absoluto. He hecho ese corte en el mismo sitio, aproximadamente, y de las mismas dimensiones. Ha sucedido exactamente igual que hace dos días.

—¿A quién le pegaron la puñalada? —inquirió Olivia, curiosa.

—A Jackie Whelan. Es una no-humana.

Olivia se tapó la boca con una mano. Winkopf hizo una mueca.

—¿Hemos de deducir que Terraport está infestado de no-humanos? —murmuró apagadamente.

Lannix meditó unos instantes.

Luego dijo:

—Todavía falta una prueba, Karl. ¿Quieres disponer el aparato de rayos X?

—Lo tengo preparado en tu dormitorio, Casey.

—Está bien, vamos allá.

Lannix se inclinó y cargó con el inanimado cuerpo de la no-humana. Al llegar al dormitorio, la dejó encima de la cama.

—Convendría quitarle toda la ropa —indicó el galeno.

—¿Olivia?

—Lleva todos mis trapos —se indignó la muchacha. Luego pensó en algo que la hizo ponerse encarnada—. Si la ven a ella desnuda, es como si me vieran a mi...

—Estos no son momentos para remilgos —gruñó Lannix—. Además, no olvides que tienes que vestir como vestía ella, para el momento del regreso.

—Está bien —se resignó Olivia.

Momentos después, la no-humana quedaba completamente desnuda. Winkopf hizo un gesto de aprobación.

—La verdad, es una copia perfecta —elogió.

—¿Cómo lo sabes, si no has visto todo lo del original? —rió Lannix.

Olivia levantó la mano para pegarle una bofetada, pero el joven se apartó riendo. Winkopf hizo un gesto.

—Tiene que sostenerla entre los dos, por los brazos, para que quede en pie delante de la pantalla. Examinaré primero el tórax; luego seguiremos con el resto del cuerpo.

Lannix y Olivia lo hicieron así. La no-humana quedó en el lugar apropiado y Winkopf, tras apagar las luces de la estancia, dio el contacto para el funcionamiento del aparato de rayos X.

La pantalla se iluminó con una luz verdosa y se pudo ver la silueta de un tórax femenino enteramente terrestre. Pero un segundo después, ocurrió algo espantoso.

De la garganta de la no-humana se escapó un grito horripilante, a la vez que todo su cuerpo se estremecía con fortísimas convulsiones. Olivia, asustada, soltó el brazo con que ayudaba a sostenerla y se apartó unos cuantos pasos.

Winkopf corrió a encender las luces. La voz de la no-humana se apagó muy pronto, sin embargo.

Sus convulsiones cesaron. Lannix la soltó y ella cayó al suelo.

El espectáculo era indescriptible. La no-humana perdía su forma con enorme rapidez, convirtiéndose en una pasta semilíquida, de color amarillento, que se extendió lentamente por el suelo de la habitación. Un olor ligeramente ácido se esparció por la atmósfera.

Pero las transformaciones no habían acabado todavía. La pasta se convirtió en un líquido del que se desprendían espesos vapores blanquecinos. Diez minutos más tarde, no que daba el menor rastro de aquel ser.

* * *

—Han sido los rayos X, no cabe duda —dijo Lannix más tarde, mientras vertía café en sendas tazas—. Todo marchó normalmente, hasta que la radiación afectó a su organismo, provocando su total desintegración.

—Al menos, ya conocemos un arma para combatirlos, si tiene que haber una guerra —opinó el psiquiatra—. Dios, qué espectáculo tan horrible... Creo que no lo olvidaré nunca, por más años que viva...

—La cosa que murió estaba convencida de que ocupaba el puesto de un ser humano que ya había muerto. Quisieron matar a Olivia, recuérdalo, como hicieron con Nsiang.

De pronto, recordó algo y se puso triste.

—Y, como sin duda, han hecho con la pobre Jackie Whelan y también con Dybbit..., y Dios sabe cuántos más.

—¿Están desarrollando un plan de invasión? —murmuró Olivia.

—Cuesta creerlo, pero es lo que parece. Lo malo es que..., ¿quién dará crédito a nuestras declaraciones, si tratamos de divulgar la verdad? —dijo el psiquiatra.

—Una cosa parece indudable. Ellos están obrando con singular astucia. Nosotros tenemos que hacer lo mismo. Y buena parte del éxito está en lo que pueda hacer Olivia.

—Averiguaré todo cuanto me sea posible —prometió la joven.

—Deberás tener mucho cuidado con los pensamientos de Nsiang...

—Creo que entre ellos no son telépatas. Apenas entró ella, yo traté de sondear su mente y no obtuve respuesta, pero no por bloqueo, sino porque no había donde actuar telepáticamente. Si tú gritas a una pared, a diez metros, no pasará nada; pero si te sitúas a más de treinta pasos, ya tendrás un eco, ¿lo entiendes?

—Perfectamente. —Lannix consultó su reloj—. Se nos ha pasado el tiempo, Olivia.

—Voy a vestirme con las ropas que traía ella puestas —dijo la muchacha.

—Ella —repitió Winkopf pensativamente—. ¿Ella o él?

—Puede ocurrir que sea un ser neutro.

—¿Hermafrodita?

Lannix hizo un gesto ambiguo.

—¿Cómo saberlo? —respondió.

Las primeras claridades del alba se divisaban ya en el horizonte cuando Lannix y Olivia se disponían a partir. Winkopf regresaría en su propio coche, algo más tarde.

Cuando cruzaban la esclusa, vieron un automóvil que llegaba a toda velocidad.

—¡Eh, Casey, no te marches! —gritó Borillo por la radio—. Tengo que pedirte algo...

—¿Qué sucede, Ned? —preguntó Lannix.

—Maldita sea... Uno de los motores se me ha parado. Saltó un fusible y no tenía repuesto... El trépano se puso de repente a girar a mayor velocidad y el motor se recalentó...

—¿No tienes un control automático de revoluciones? —se extrañó el joven.

—Sí, pero, ¿qué puede hacer uno cuando la broca se hunde inesperadamente en una vena de agua?

—Hombre, el agua, en Marte, es más valiosa que el oro —rió Lannix.

—A mi dame el oro. Podré comprar toda el agua que se me apetezca —contestó el prospector malhumoradamente—. El fusible es del tipo AK X19. ¿Tienes alguno, Casey?

—Entra y tómalo tú mismo del almacén de repuestos.

—Está bien, te lo devolveré apenas vaya a la ciudad. Y, a propósito, ¿hay novedades en...? Bueno, en eso...

—Ned, ocúpate de tu mina y no hables con nadie del asunto.

Borillo comprendió, por la expresión de gravedad que se veía en el rostro de Lannix, que el asunto era importante y que exigía el máximo de discreción, por lo que no insistió más.

—Suerte a los dos —les deseó—. Y gracias, Casey.

Una hora más tarde, Lannix y Olivia avistaban la residencia del gobernador.

—Bueno, ahora tienes que aparentar que vuelves de una noche de jarana —aconsejó él—. Despéinate ligeramente y muéstrate eufórica. Y cuidado con Nsiang y su telepatía. Quizá no lo sean entre ellos, pero ahora eres tú la auténtica Olivia Mantow.

—Seré prudente, Casey.

—Pienso que deben de tener una base en alguna parte. Si consiguieras averiguarlo...

—Haré lo que pueda —prometió Olivia.

Ya llegaban a la entrada. Junto a la puerta, Casey se detuvo y la miró sonriendo.

—Hemos pasado una noche estupenda y te he caído muy bien. Piensa que es una ficción..., pero es preciso hacerlo.

—¿Qué, Casey?

Lannix abrazó a la muchacha y la besó fuertemente. Ella comprendió en el acto y rodeó con sus brazos el cuello de su acompañante.

Entonces, de forma inesperada, salió un hombre corriendo del edifico y acercándose a la pareja, agarró a Olivia fuertemente y la separó de Lannix. Luego, antes de que ninguno de los dos pudiera percatarse de sus intenciones, disparó el puño y alcanzó al joven en plena mandíbula.

—¡Miserable! —gritó—. ¿Cómo se atreve a ultrajar a mi prometida?

—¡Dick! ¡Dick Holliman! —gritó Olivia.

Sentado en el suelo, algo aturdido, aunque no demasiado, Lannix se tanteó la mandíbula.

—Pega usted duro, amigo —dijo sin rencor—. Le ruego me disculpe...

—¡Lárguese! —rugió Holliman—. Váyase y no vuelva más por aquí, ¿me ha oído?

—Dick, el señor Lannix es buen amigo mío —protestó Olivia.

—Ya, por eso habéis pasado la noche juntos, ¿verdad? Anda, adentro inmediatamente; tenemos que hablar.

La joven vaciló un momento. Miró a Lannix, quien aún seguía sentado en el suelo y luego, mansamente, dio media vuelta y desapareció en el interior del edificio, escoltada por su colérico prometido, quien no dejaba de hacerle reproches por lo que estimaba un desvergonzado comportamiento.

Olivia prefirió callar, para no agravar la situación. Lannix se levantó poco a poco y volvió a tantearse el mentón.

Había sido un buen golpe, pero, sin duda, el prometido de Olivia había actuado con demasiada precipitación.

—Si llega a darme de lleno, me arranca la cabeza de los hombros —murmuró.

Porque Dick Holliman era un hombretón que rebasaba cumplidamente los dos metros de altura y pesaba unos cien kilos. Él no era precisamente un peso ligero, pero no se podía comparar ni de lejos con aquel descomunal sujeto.

A los pocos momentos, dejó de preocuparse del asunto. Iba a ver a Jackie y debía concentrarse en la conversación que debía sostener con una no-humana que había tomado el puesto de una estimada amiga, a quien ya debía considerar difunta.

«¿Cómo la mataron? ¿Qué hicieron con su cadáver?», se preguntó acongojadamente.

Minutos más tarde, avistaba el local de Jackie. Compuso el gesto, sacó el pecho y avanzó resuelto hacia la entrada.

CAPÍTULO X

—Está enferma —dijo Harvey Crane, uno de los encargados del negocio.

—¿Otra vez? —se sorprendió el joven.

—Bueno, eso es lo que ha dicho esta mañana por el teléfono interior. No sé más, señor Lannix.

—¿Han avisado al médico?

—Ella mismo dijo que lo haría personalmente —respondió Crane.

—Gracias, Harvey. Supongo que no habrá ningún inconveniente en que suba a verla.

Crane hizo un gesto de aquiescencia. Lannix cruzó el local y buscó la ruta que conducía a las habitaciones privadas de Jackie. Conocía bien el camino y no tardó mucho en dar con la puerta del dormitorio.

Llamó antes y abrió tras unos segundos de espera. El dormitorio estaba en penumbra y ella yacía en la cama, con un pañuelo ligeramente húmedo en la frente.

—¿Quién es? —preguntó con voz apagada.

—Casey Lannix —respondió él—. Harvey me ha dicho que estás indispuesta y me pareció prudente venir a verte. ¿Qué te sucede, Jackie?

—Nada grave. Cosas de mujeres, Casey.

- Ah, ya. ¿Ha venido el médico?

—Le estoy aguardando, no te preocupes. Eres muy bueno al interesarte por mi salud.

—Bien, somos buenos amigos. Tú harías lo mismo por mí, ¿verdad?

—Tienes una salud a prueba de bombas —sonrió ella—. Pronto estaré bien y entonces... Te invitaré a cenar, Casey.

—Aceptaré gustoso. Ahora tengo algo que hacer en Terraport. Volveré más tarde para saber qué ha dicho el médico.

—Como quieras, Casey.

Lannix dio media vuelta para abandonar la estancia, pero antes de que tocara el picaporte, oyó una voz a sus espaldas:

—¡No te vayas. Casey!

El joven se estremeció de los pies a la cabeza.

Era una llamada desesperada, traducida en un espantoso grito que no tenía nada de humano. Aquella voz tenía un tono metálico, un sonido como jamás había oído antes.

Pero las palabras eran perfectamente inteligibles y encerraban una súplica que no podía ignorar.

Lentamente, dio media vuelta y vio a la enferma sentada en la cama, con los ojos fuera de las órbitas y las manos tendidas hacia él, en una frenética demanda de socorro.

—Casey, he podido liberarme de su mente... Ahora soy la auténtica Jackie... Ayúdame, por el amor de Dios... Este no es mi cuerpo... Sólo mi cerebro..., mis conocimientos en su cerebro..., fueron trasplantados..., pero volver a ser yo...

La voz de Jackie se convirtió de pronto en un horripilante chirrido, en una sucesión de sonidos absolutamente ininteligibles. Todo su cuerpo se convulsionó espantosamente, con sacudidas titánicas, que parecían amenazar con romper todos los huesos de la mujer.

De pronto, tras una sacudida más fuerte que las anteriores, Jackie se desplomó sobre el lecho y se quedó inmóvil, con los ojos abiertos, sin ver nada, fijos en el techo.

Un hombre, con un maletín negro en la mano, entró en aquel momento.

—Soy el doctor Brann —se presentó—. La señora Whelan me llamó, diciéndome que se encontraba enferma...

—Parece que ha sufrido un colapso, doctor —dijo el joven.

Brann le miró inquisitivamente.

—¿Quién es usted? —preguntó.

—Casey Lannix, un buen amigo de Jackie, doctor. Si duda de mí, pregunte a los empleados...

Brann hizo un gesto como para indicar que no era necesario. Luego abrió su maletín y sacó un fonendoscopio.

Lannix contemplaba la operación en silencio. Al cabo de unos momentos, Brann recogió su fonendoscopio y se volvió hacia el joven.

—Ya no se puede hacer nada por ella —dijo.

Lannix inspiró fuertemente.

—Paro cardíaco, supongo.

—Sí, eso es lo que pondré en el certificado de defunción. No se preocupe, señor Lannix; váyase tranquilo, yo me encargaré de todo.

—Como guste, doctor.

Lannix se acercó a Brann y le tendió la mano.

—Gracias por todo —se despidió.

La presión que hizo era más fuerte de lo normal. Brann no se quejó.

Lannix se mantuvo impasible. Pero mientras salía, sabía que había estrechado la mano a un no-humano.

* * *

—Está bien, está bien —dijo Dick Holliman, mientras Olivia, detrás de un biombo, se cambiaba de ropa—. No vale la pena discutir por una tontería.

—¡Te has portado como un salvaje! —le apostrofó ella—. Le acusaste de haberme ultrajado... ¿Sólo por un beso ya me consideras violada?

—Bueno, yo no quería... Me puse furioso, lo lamento, Olivia.

—Dick, si salí con Lannix fue porque se lo pidió el gobernador que es un buen amigo mío. Lannix ha sido un guía científico durante todos estos días. Nsiang consideró oportuno que me enseñase la vida nocturna de Terraport, ¿comprendes?

—Ah, conque era eso...

—Pues, ¿qué te creías, estúpido?

—De acuerdo, te pido perdón. Y, bien mirado, era conveniente que conocieses las costumbres de toda esta gente. ¡Son tan diferentes a las nuestras!

Olivia le miró por encima del biombo.

—¿A qué te refieres, Dick?

—¿No te lo imaginas? Mujer, creo que deberías saberlo de sobra.

—Todavía no me has dicho siquiera qué haces aquí. Yo te creía en los anillos de Saturno...

—Y allí estuve, pero Nsiang juzgó oportuno hacerme venir aquí, para actuar a su lado. Ahora he adquirido una experiencia enorme en los manejos de los instrumentos de aquella estación científica. Todos necesitamos conocer a fondo los menores datos de las actividades de los terrestres. Y de los marcianos, claro.

Olivia oyó aquellas palabras y se quedó helada.

«¡Es un no-humano!», fue lo primero que pensó.

A duras penas pudo mantener la serenidad. Para no mostrar su turbación, se volvió de espaldas, mientras terminaba de vestirse.

¿Cómo había muerto Dick? ¿Dónde estaba su cadáver?

Lannix tenía que saberlo, se dijo. Pero debía actuar con la máxima discreción. Si se daban cuenta de que era una impostora...

«Tiene gracia. Soy la impostora de mi impostora», pensó.

Terminó de abrocharse los botones de la blusa y salió del biombo. Holliman intentó abrazarla.

—Quieto, no seas impaciente —dijo, poniéndole las manos sobre el pecho.

—¿Ni un beso? —sonrió el no-humano—. Olivia... Tengo que acostumbrarme a este nombre, porque es el que usarás siempre... Esta vida, con este cuerpo, debe de resultar maravillosa. Esta noche vendré... Aparearnos con cuerpos humanos creo que es un placer como jamás pudimos imaginarnos los de nuestra raza.

—Estás equivocado si crees que te voy a admitir en mi dormitorio —respondió ella—. Puesto que ahora somos humanos, hemos de actuar exactamente como lo harían ellos y, aunque lo que pides suele suceder en ocasiones, la costumbre general es que antes de ese apareamiento haya una ceremonia. Lo que se llama una boda, vamos.

—Bueno, podríamos casarnos esta misma mañana...

—No tan de prisa, caballero —sonrió Olivia, dominando la repugnancia que sentía al hallarse todavía sujeta por los brazos del no-humano—. Antes tenemos que prepararlo todo debidamente. Yo he de comprarme el traje de novia; suele ser blanco, largo, con cola y adornos... He de buscar damas de honor, un clérigo... Será preciso estudiar detenidamente una lista de invitados, preparar el banquete nupcial; luego el viaje de luna de miel... Si queremos ser humanos, hemos de actuar como los auténticos, Dick.

El hombre extendió los brazos en un gesto de resignación y luego los dejó caer a lo largo de los dos costados.

—Está bien, si tú lo dices...

—Yo me ocuparé de todo, querido, excepto de tu traje de ceremonia. También tienes que vestirte para la ocasión. Y ahora, perdóname, pero creo que voy a llegar retrasada al trabajo y no me gustaría que Nsiang me echase un rapapolvo.

—Como quieras. ¿Te veré a la hora del almuerzo?

—Por supuesto.

—Al menos, Olivia, un beso...

Ella cerró los ojos, mientras se dejaba besar. La diferencia física, al menos en aquel contacto, no era perceptible.

Pero sabía que estaba besando a un ser que no era humano, a un ser que había ocupado el puesto de su prometido. ¿Qué habían hecho con Dick? ¿Dónde estaba su cuerpo?

Hizo un esfuerzo y sonrió.

—Hasta luego, querido —se despidió.

Los no-humanos tenían una base, una guarida, desde la que salían para lanzar sus ataques y, gradual, pero ininterrumpidamente, suplantar a los auténticos humanos, tanto marcianos como terrestres. ¿Dónde estaba aquella base?

Tendría que averiguarlo.

¿Y después?

Inspiró con fuerza. Demasiados problemas para resolverlos en pocos instantes y menos sin los suficientes elementos de juicio.

—Primero, información; después, estudio de un plan y, finalmente, acción —se dijo resuelta.

* * *

—Jackie también era una no-humana —dijo Lannix tristemente.

Winkopf le miró intrigado.

-Has dicho «era»...

—Sí. Ha muerto. Bueno, la auténtica Jackie debió de morir hace algunos días. La otra, su doble, ha muerto hace pocos momentos.

El psiquiatra juntó las manos y apoyó los codos sobre la mesa.

—A ver, cuéntame —pidió.

—Fui a su local y uno de los empleados me dijo que ella estaba enferma. Entonces, entré en su habitación y charlamos normalmente durante unos minutos. La no-humana me dijo que eran cosas de mujeres y que ya había avisado al médico. Cuando iba a marcharme, la auténtica Jackie...

Lannix explicó a su amigo todo lo ocurrido sin omitir detalle. Winkopf se sintió enormemente impresionado al conocer el suceso.

—No acabo de comprenderlo bien —manifestó—. ¿Dices que la propia Jackie te pidió ayuda?

—Era su voz, pero muy distorsionada, como si alguien tratase de impedirle que hablase. Evidentemente, había dos seres que luchaban con ferocidad entre sí, por conseguir, no sólo el dominio del cuerpo, sino también de la mente. El esfuerzo resultó excesivo y Jackie murió.

—Un colapso cardíaco, claro.

—Sí los no-humanos no tienen corazón, ¿cómo se puede admitir un diagnóstico semejante?

—Bueno, todo ser vivo tiene un órgano motor, al que, comúnmente, se le denomina corazón. Hasta los insectos lo tienen y los no-humanos no van a ser una excepción, si bien es preciso convenir que desconocemos cómo puede ser ese órgano y cómo funciona. Sea como sea, tú mismo acabas de decirlo, el esfuerzo resultó excesivo y ese corazón o lo que sea, se paró.

—Para Jackie debía de ser horrible verse aprisionada en un cuerpo que, aunque idéntico al original, no era el suyo, ¿no crees?

—Peor debía de parecerle estar prisionera de otra mente, Casey.

—¿Cómo pudo suceder una cosa semejante? ¿Acaso un trasplante de cerebros...?

—No lo creo, porque, en tal caso, la mente de Jackie habría continuado intacta. Ellos, es evidente, tienen que matar al humano original y luego copian su cuerpo; y ya sabemos que, pese a la exactitud de la copia, no es un cuerpo humano. Indudablemente, extraen del «paciente» todos sus conocimientos, a fin de trasvasarlos, valga la palabra, al cerebro del no-humano. Pero algo ocurrió, y probablemente, jamás lo sabremos, y con los conocimientos de Jackie, se realizó también un trasvase de voluntad, un elemento de rechazo a su nueva situación, que se puso de relieve cuando entraste a verla. El no-humano que ocupaba su puesto, tal vez, relajó su atención y ese pequeño fragmento de la voluntad de Jackie saltó a la superficie, deseando recibir una ayuda que ni tú ni nadie estábamos en condiciones de prestarle.

Lannix hizo un gesto de aprobación.

—Parece una explicación lógica —murmuró.

—El problema que se nos plantea ahora es: ¿qué hacemos, Casey?

Lannix se sintió algo más animado al oír aquellas palabras.

—Karl, ahora una auténtica humana ocupa el puesto de una no-humana —dijo—, Olivia está ahora en la residencia del gobernador y ellos ignoran que no es de su raza. Confío en que logre averiguar dónde tienen su base.

—¿Qué harás, en tal caso?

—Destruirla. Como sea —respondió el joven implacablemente.

—Puede que te cueste más de lo que piensas...

—No importa. Primero averiguaremos dónde está esa base y conoceremos todos sus detalles. Después, ya encontraremos una buena idea para arrasarla.

—¿Y los no-humanos que están ahora pululando por aquí?

—Karl, cuando un grupo de intrusos pierde el contacto con su punto de partida, con la base de operaciones, pierde también la ocasión de recibir no sólo refuerzos sino suministros. Quedarán aislados y podremos desenmascararlos y destruirlos también.

Winkopf suspiró.

—Te deseo todo el éxito del mundo y, desde luego, si necesitas ayuda, llámame, a cualquier hora del día o de la noche. Por cierto, deberías ir a hablar con Von Krobel...

—¡No! —contestó el joven tajantemente—. El puesto de alcalde de Terraport es muy importante. Ellos tratan de copar todos los cargos de importancia. ¿Cómo podemos saber si Von Krobel es ya un no humano?

Winkopf sonrió.

—¿Y yo? ¿Soy también un no-humano? ¿Qué pasaría si te hubiera tirado de la lengua para informar luego a los míos?

—Hay una solución para esa duda —dijo Lannix.

—Los rayos X, claro.

—Exacto, Karl.

La prueba resultó satisfactoria y Lannix, tranquilo al respecto, regresó a su granja.

Allí debía esperar noticias de Olivia. ¿Sabría ella darse cuenta de que su prometido era un no-humano?

CAPÍTULO XI

Sonó la campanilla del videófono y Lannix encendió la luz disgustadamente, porque eran las cuatro de la madrugada. Maldiciendo entre dientes al importuno, se levantó y fue a la sala.

El rostro de Olivia apareció segundos después en la pantalla.

—¡Casey! Mi prometido es también un no-humano —dijo ella inmediatamente.

—Ah, te has dado cuenta —sonrió Lannix.

—¿Lo sabias tú?

—Lo supe en cuanto recibí el puñetazo. Aunque me tiró al suelo, la mano era algo blanda; no tenía los nudillos propios de una mano auténticamente humana, aunque lo parezca a la vista. Y, viendo a Dick y su corpulencia, si hubiera sido un humano auténtico, a estas horas tendría yo la mandíbula pulverizada y no metafóricamente. No te dije nada entonces ni durante el resto del día, porque no sabía cómo hablar contigo a solas, sin temor a ser escuchados.

—Comprendo. Escucha Dick quería que esta noche, él y yo... Bueno, ya me entiendes, ¿verdad?

A pesar de sus preocupaciones, Lannix se echó a reír.

—Lo has evitado, pero ¿con que pretexto?

—Bueno, si somos humanos, hemos de comportarnos como tales: boda por todo lo alto, traje blanco, banquete nupcial, luna de miel y demás... Eso lleva tiempo.

—Procura darle largas continuamente, aunque evitando que sospeche. ¿Sabes que Jackie ha muerto?

—Sí, he oído las noticias. Pero ella no era la auténtica...

—Te lo contaré en otro momento. Olivia, procura averiguar dónde tienen ellos su base.

—Haré lo que pueda, Casey.

—Y, un consejo: quizá, entre ellos, los no-humanos, carezcan de la facultad de la telepatía, pero recuerda que Nsiang sí puede contactar contigo y resultaría desastroso si averiguase que no eres la sustituta tuya.

—Pero no sé cómo evitarlo —alegó ella.

—Es bien sencillo. Ponte una cinta en la cabeza, que sea bonita, vistosa..., y dentro de la cinta, un fino alambre de metal. Será suficiente para producir interferencias en las exploraciones telepáticas de Nsiang o de otro no-humano.

—Lo haré, Casey. Deséame suerte.

—La necesitaremos todos, encanto.

Olivia sonrió. Hizo un leve gesto con la mano y cortó la comunicación.

Lannix volvió a acostarse. Estaba seguro de que Olivia le había llamado a una hora tan intempestiva, para estar segura de no ser observada. Si lograba su objetivo...

Por la mañana, en cuanto le fue posible, llamó al doctor Brann.

—Quiero pedirle un favor, doctor —dijo.

—Con mucho gusto, amigo mío. ¿De qué se trata?

—Usted dijo ayer que se encargaría de todo lo concerniente a Jackie. Desearía saber la hora del funeral, para asistir...

—¡Oh, cuánto lo siento, señor Lannix! El cuerpo de la señora Whelan fue incinerado ayer por la noche y sus cenizas esparcidas en el exterior, tal como indicaba en su testamento. Fue una ceremonia íntima, que era lo que ella había especificado en su última voluntad.

Lannix se quedó helado. Con la cremación de la no-humana, sus colegas de raza, destruían cualquier prueba que pudiera perjudicarles.

—La señora Whelan tenía una hermana en la Tierra y la hemos avisado para que venga a hacerse cargo del negocio o a liquidarlo, puesto que ella es su heredera universal. Mientras tanto, el señor Crane continuará al frente de las operaciones comerciales.

—Gracias, doctor —murmuró el joven.

Cerró la comunicación, abrumado. Brann había mentido; Jackie no tenía ninguna hermana. Pero ¿qué importaba ya?

Ella había muerto realmente mucho antes de que las cenizas de un ser que no tenía nada de humano se dispersaban por la fría superficie de Marte.

Furioso, levantó el puño.

—¡Algún día os daremos vuestro merecido, bastardos asesinos!

* * *

El gobernador Nsiang estaba examinando unos papeles y, de pronto, frunció el ceño.

—¿Ocurre algo, señor? —preguntó Olivia, en pie, junto a la mesa de despacho de Nsiang.

—Esta solicitud... Charles Kowa-Ki quiere establecer una granja en el sector delimitado por las coordenadas 4-14 y F-FZ. La respuesta debe ser negativa.

Nsiang puso sus iniciales en un lado del papel y se lo entregó a la joven.

—Comuníqueselo así al interesado —ordenó.

—Sí. Excelencia. Señor... —dijo ella, dubitativa.

—¿Qué sucede, Olivia?

—Verá, el señor Kowa-Ki querrá saber por qué se le deniega su solicitud. Alegará, sin duda, que se trata de terrenos libres. Dirá que tiene derecho a saber por qué no se le conceden esas tierras.

—Bien, dígale usted que el gobierno tiene la intención de establecer una estación experimental científica, simplemente.

—Kowa-Ki puede recurrir al gobierno de la Tierra, señor.

—Olivia, de ningún modo podemos permitir que Kowa-Ki se establezca en ese sector y usted, mejor que nadie, conoce los motivos. Dele la respuesta que he dicho y ya veremos; mientras se resuelve su recurso, habrá pasado el tiempo suficiente para que Kowa-Ki haya desistido de su proyecto.

—Bien, señor, se hará como dice.

Nsiang miró a la joven y sonrió.

—Olivia, esa cinta en el pelo le sienta estupendamente. ¿Qué dice su prometido?

—Quiere que nos casemos, señor. Pero yo deseo vestir de blanco y no hay aquí modelos que me agraden.

—Encargará a la Tierra un traje de novia, claro.

—Lo haré en el próximo correo, señor. ¿Algo más?

—Gracias, Olivia, eso es todo.

A las cuatro de la mañana, Olivia llamó a Lannix.

—Sector delimitado por las coordenadas 4-14 y F-FZ —dijo—. No sé qué hay allí, aunque Nsiang dice que debería saberlo. Un tal Kowa-Ki ha reclamado esos terrenos para establecer una granja y Nsiang deniega la petición.

—Comprendo. Saldré ahora mismo para ver qué diablos hay allí.

—¿Está muy lejos de tu granja?

—Aguarda unos segundos.

Lannix tenía en su despacho un gran mapa de Terraport y sus alrededores. En breves instantes localizó el sector y regresó junto al videófono.

—Está a unos cuarenta kilómetros de mi granja, hacia el noroeste —informó—. Ahora mismo iré a darme una vuelta por ese lugar.

—Ten cuidado, Casey.

—No te preocupes. Oye, estás preciosa con esa cinta...

Olivia sonrió.

—No me la quito ni para dormir. Los sueños, ya sabes, podrían ser captados...

—Comprendo. Llámame mañana a la misma hora. Adiós, guapa.

Lannix cortó la comunicación y se dispuso a preparar todo para emprender la marcha sin pérdida de tiempo.

El sector sospechoso se hallaba a poca distancia del campamento de Borillo, aunque era la suficiente para no ser visto.

—Uno no se puede fiar en estos tiempos de nadie —se dijo, lleno de pesimismo.

Salvo de Olivia, claro.

Y ahora que ella sabía que el gigantón era un no-humano, tenía más probabilidades...

—Espero que le guste convertirse en una marciana —dijo a media voz.

El porvenir podía ser algo maravilloso..., si conseguían derrotar a los no-humanos.

Era la primera tarea que debían realizar y no cabía pensar en otra cosa, hasta haberla concluido con un éxito absoluto.

—O con un fracaso total y entonces, nuestro porvenir ya no nos importará —resumió sus pensamientos.

* * *

La brújula, especialmente adaptada no sólo a la gravedad sino al campo magnético marciano, le guió sin errores hasta el lugar indicado por Olivia. Pero, a fin de evitar sorpresas, dio un enorme rodeo, a fin de llegar al sector sospechoso como si viniera de una dirección diametralmente opuesta.

Había trozos accidentados, pero el terreno, en general, resultaba llano. A su izquierda, hacia el norte, en el horizonte, se divisaba el resplandor de las luces del campamento de Borillo.

Había llegado ya a los límites del sector y detuvo el coche en una hondonada, donde no podría ser fácilmente visto. Luego se dispuso a salir al exterior.

El Sol Dos saldría pronto y puso en funcionamiento el colector de energía, a fin de proceder a la recarga de baterías. Cuando hubiesen recuperado lo perdido, el desconectador automático entraría en funcionamiento y cortaría así el aflujo a las baterías.

Revisó concienzudamente su traje de vacío, prácticamente igual a los del espacio, debido a la tenuidad de la atmósfera marciana. En el coche tenía botellas de aire de repuesto, más un compresor, para la recarga con el aire contenido en el depósito principal y que podía garantizarle reservas para cuarenta y ocho horas.

Una vez equipado, saltó al suelo y ascendió la pendiente. La luz del día aumentaba gradualmente.

Desde la cresta, observó el terreno, buscando detenidamente cualquier accidente sospechoso. Tenía unos binoculares, especialmente concebidos para ser utilizados por fuera de la escafandra y, durante largo rato, exploró la zona. ¿Por qué diablos no quería Nsiang que Kowa-Ki se estableciese en aquellos parajes?

De pronto, creyó ver algo que no parecía normal.

A unos mil metros, en el fondo de un cuenco de unos trescientos metros de diámetro, de pendientes muy suaves, se divisaba lo que semejaba un muro de roca, de no más de diez o doce metros de altura, por treinta o treinta y cinco de longitud. Era un accidente muy corriente en Marte, pero en aquella pared había algo que atrajo inmediatamente su atención.

El suelo, frente al muro y en un semicírculo de unos sesenta metros de radio, estaba completamente liso y despejado. Por experiencia, Lannix sabía que, al pie del muro, debía haber amontonamientos de arena, arrastrada por las tempestades de viento marcianas. Allí no sucedía nada de eso.

Cuando los vientos huracanados de Marte arrastraban millones de toneladas de arena, una cúpula, por elevada que fuese, podía quedar sepultada. Ello se evitaba con baterías de potentes deflectores, que funcionaban automáticamente, deteniendo y desviando las oleadas de arena con una insalvable barrera de energía invisible, que evitaba los daños. Allí sucedía algo parecido.

En los bordes del semicírculo, se divisaban, a intervalos regulares, lo que parecían unos amontonamientos de piedras. Ya no cabía duda: aquellos supuestos accidentes del terreno ocultaban los deflectores, a fin de mantener siempre despejados los alrededores del paredón.

Allí estaba la guarida de los no-humanos. Había una puerta, pero ¿cómo se abría?

Lannix se percató de que el muro quedaba en dirección opuesta al campamento de Borillo. Había, indudablemente, un subterráneo, pero ¿hasta dónde llegaba?

¿Cuál era su extensión total?

Pero lo más importante era saber... ¿Qué había allí debajo?

CAPÍTULO XII

Olivia llamó a la puerta, abrió un poco y vio a Nsiang hablando por el videófono, por lo que decidió esperar unos momentos, hasta que oyó su voz autorizándola a entrar.

—¿Algo nuevo, Olivia? —preguntó Nsiang.

—Lo que nos suponíamos. Kowa-Ki anuncia que presentará recurso contra la prohibición de establecer una granja en los terrenos solicitados.

—Bueno, que lo haga, está en su derecho —rió el gobernador—. Olivia, por favor, ¿quiere servirme una taza de café?

—No faltaría más, señor.

La joven dejó encima de la mesa unos documentos y se acercó a la consola donde se hallaba la cafetera conectada permanentemente. Al tratar de coger una taza, se le cayó al suelo, rompiéndose en mil pedazos.

—Oh, cuánto lo siento... Soy una torpe...

—Vamos, no tiene importancia —sonrió Nsiang benévolamente—. Llene otra taza y ya está.

—Sí, señor...

Olivia sirvió el café. Luego se dispuso a recoger los restos de la taza rota.

De pronto, lanzó una exclamación.

—Oh, me he cortado...

Uno de los bordes afilados de un fragmento de cerámica le había causado un pequeño corte en la yema del pulgar derecho. Instintivamente, Olivia se chupó un poco el dedo y luego, sonriendo, anunció que iría a buscarse una tira de cinta adhesiva para tapar la herida.

—Estoy sangrando y...

Calló bruscamente, mientras, pálida y demudada, miraba con fijeza al gobernador.

Nsiang también la miraba a ella. Vio la sangre en la yema del pulgar de Olivia y su rostro se atirantó en el acto.

—Muy lista —dijo al cabo de unos segundos de un horrible silencio—. Sí, señor, maravillosamente lista, señorita Mantow.

Olivia se sentía aterrada, incapaz de reaccionar. Había sido descubierta y sabía que ello significaba la catástrofe.

Nsiang seguía mirándola de hito en hito, recostado en el respaldo de su sillón.

—Sospecho que atrajeron a su doble a una encerrona y usted, que había sobrevivido, de alguna forma que luego me explicará, tomó su puesto para averiguar nuestros proyectos. No cabe la menor duda de que la ayudó su amigo el granjero, un tipo también muy inteligente. ¿Me equivoco, Olivia?

—No —contestó ella, algo más animada—. Es cierto que tratamos de combatirles a ustedes...

Nsiang rió burlonamente.

—Somos invencibles, querida, y pronto tendré ocasión de demostrárselo.

Alargó la mano y pulsó la tecla del interfono.

—Dick, llame inmediatamente a Dybbit, a Nunes y al doctor Brann. Y usted venga a mi despacho apenas haya terminado esa convocatoria.

—Muy bien, señor —contestó el interpelado.

Nsiang volvió a encararse con la muchacha.

—Ustedes, sin duda, quieren saber cómo lo conseguimos —dijo—. Bien, puede estar segura de que, antes de que se acabe el día, habremos satisfecho su curiosidad y la de su buen amigo Casey Lannix.

Olivia sintió que le abandonaba su presencia de ánimo. Ahora, y esta vez irremediablemente, se convertiría en una no-humana... ¿Cómo sería la existencia, con un cuerpo idéntico al que tenía, pero que no sería el suyo y con la mente de un ser llegado tal vez de las profundidades del espacio?

* * *

Durante casi dos horas, Lannix se dedicó a explorar el paredón rocoso, buscando infructuosamente el modo de pasar al otro lado.

Había, tal vez, una forma de conseguirlo: explosivos. Pero le parecía un procedimiento demasiado drástico y ruidoso. Podía provocar la alarma de los no-humanos...

—Quizá una perforadora ligera —murmuró.

Borillo podía proporcionársela y no estaba demasiado lejos. Regresó al coche y ya se disponía a poner el motor en marcha, cuando oyó el sonido del videófono.

Dentro del coche podía permanecer sin escafandra, debido a que había presión de aire suficiente. Dio el contacto y, en el mismo acto, vio el rostro de Olivia en la pantalla.

—Casey, he llamado a tu casa, pero no estabas. Por eso he marcado la cifra de tu coche.

—Estoy revisando los deflectores anti tempestad —contestó él.

Era preciso dar una excusa para evitar una posible escucha. Olivia le llamaba a una hora comprometida y quería justificar su estancia fuera de la granja. Nadie vería otra cosa que un paisaje árido, si estaban espiando a la muchacha por medio de una conexión secreta.

—Sí, ya me imaginaba algo por el estilo. Casey, ve inmediatamente a la cuadrícula 4-14 y F-FZ. Nos veremos allí dentro de una hora. Eso es todo.

Lannix se puso rígido.

Acababa de ver movimiento a espaldas de la muchacha. Alguien la estaba amenazando para que le diera un mensaje que no era sino una trampa.

Olivia había sido descubierta y ahora no importaba cómo. Lo que interesaba era rescatarla.

Llegaría allí y no a solas, precisamente.

—Bien, les haré un recibimiento apropiado —murmuró.

Había una docena de kilómetros hasta el campamento de Borillo y cubrió la distancia en otros tantos minutos. Borillo había salido, pero él sabía dónde buscar.

Y encontró un par de tabletas de explosivo D-11, la sustancia once veces más potente que la dinamita común.

Cada tableta pesaba doscientos cincuenta gramos. Por tanto, tenía en las manos cinco kilos y medio de explosivo, que se podía deflagrar mediante un diminuto detonador, con reloj incorporado.

—Una cosa es segura: no permitiré que nos conviertan en no-humanos —dijo resueltamente.

Sin pérdida de tiempo, emprendió el regreso a la zona señalada por Olivia.

—Al fin, vamos a vernos las caras —murmuró.

* * *

Lannix saltó del coche, en el mismo sitio que lo había hecho antes y, apenas había dado un par de pasos, oyó una voz a sus espaldas:

—Amigo Casey, no se mueva o perforaré su traje de vació y morirá en pocos minutos.

El joven se puso rígido.

—¿Nunes?

—El mismo, y para ahorrarle una pregunta inútil, le diré que he empleado un aeromóvil. De Terraport aquí he tarda o escasamente diez minutos.

—El chico es listo —sonrió Lannix. Aunque el otro le hablaba por la radio, no lo veía ante sí, por lo que parecía lógico tenerlo a sus espaldas.

—Y tal vez vio las huellas de mi coche desde el aire...

—Exacto. ¿Quiere caminar, por favor? No baje las manos, se lo ruego. El gobernador quiere verle intacto. Tiene planes para usted y la señorita Mantow.

—¿Van a hacer con nosotros lo mismo que hicieron con los auténticos Nsiang, Jackie Whelan, el doctor Brann, Dybbit y tantos otros?

—No tardará mucho en saberlo. Camine, Casey

El joven echó a andar. Momentos más tarde, se encontraban al pie del muro rocoso.

Nunes se colocó a su izquierda, aunque sin perderle de vista un solo instante. Tenía una pistola en la mano y sabía que no amenazaba en vano.

El no-humano sacó una pequeña linterna de uno de los bolsillos exteriores de su traje de vacío, con la cual emitió una serie de rápidos chispazos hacia un determinado punto del muro de roca. Lannix entendió que se trataba de un código, lo que pudo comprobar momentos después, cuando un lienzo de la pared giró silenciosamente a un lado, dejando a la vista una abertura del tamaño suficiente para que pudiera pasar una persona sin dificultad.

—Es una esclusa. Al otro lado, la presión es normal —explicó Nunes.

Cruzaron la primera compuerta, se estableció la presión adecuada y, entonces, la segunda compuerta se abrió por si sola. Una colosal batería de luces de gran potencia se encendió y entonces Lannix pudo comprobar un espectáculo que le dejó sin aliento durante unos momentos.

Estaban en la entrada de un subterráneo, cuyo suelo se hallaba a un nivel que no se podía apreciar desde aquel lugar. Lannix entrevió algo indescriptible, pero no pudo hacer muchas preguntas, porque Nunes le empujó hacia un montacargas, que inició el descenso inmediatamente.

El viaje hacia las profundidades duró bastantes minutos. Lannix calculó que habían descendido más de cuatro mil metros cuando se detuvo el montacargas. Lo que había visto arriba le pareció insignificante en comparación con lo que ahora tenía delante de sus ojos.

—¿Qué le parece, amigo Casey? —preguntó Nunes con acento en el que se captaba una satisfacción sin límites.

Era una inmensa caverna, cuyo final no se podía apreciar desde el lugar en que se hallaban. La altura no bajaba de los cien metros y la anchura superaba los trescientos. Y en todo cuanto alcanzaba su mirada, Lannix podía ver interminables hileras de lo que parecían linternas, cada una de las cuales estaba ocupada por una caja con todo el aspecto de féretro.

Había en cada hilera unos setenta estantes cada uno separado por un par de metros de espacio. El número total de hileras, teniendo en cuenta que su longitud era de unos dos metros y medio y que la separación entre cada hilera era una calle de cinco metros de anchura, no bajaba de cuarenta.

—Cada caja, supongo, contiene un..., un ejemplar de un ser de su raza, ¿no es así? —dijo al fin, cuando hubo recuperado el habla.

—En efecto. La longitud total de la caverna es de dos mil metros y las hileras tienen un número igual de estantes. Estos son sesenta y cuatro y hay cuarenta hileras.

—Lo que multiplicado por dos mil, da una cifra de...

—Algo más de cinco millones, Casey.

Lannix se sentía abrumado. Cinco millones de seres humanos allí, como si fuesen cajas de conserva...

—¿Qué hacen encerrados en sus féretros?

—Esperan —dijo Nunes—. Esperan desde hace miles y miles de años, conservados en estado de hibernación, hasta que les llegue el momento de revivir y salir a la superficie a ocupar un puesto en Marte.

—¿Acaso son ustedes marcianos, que se refugiaron aquí, cuando el planeta iba a morir?

—No. Vinimos de muy lejos, del fondo de la Galaxia, huyendo de la destrucción del nuestro. Queríamos establecernos en otro en el que hubiera seguridad de una existencia sin problemas y encontramos Marte.

—¿Por qué no lo habitaron ya entonces? —se extrañó el joven.

—Puede decirse que llegamos con lo puesto, con lo indispensable para excavar esta caverna y esperar el momento apropiado, cuando hubiera alguien lo suficientemente avanzado como para colaborar en nuestra «resurrección». Por supuesto disponemos de potentes generadores, que mantienen el lugar en las condiciones ideales para que no se produzcan fallos en la hibernación, y un cuadro de instrumentos, muy completo, que indica cuándo, por causas absolutamente inevitables, se produce un fallo y muere uno de los nuestros. El porcentaje de fallos, sin embargo, es inferior al uno por cien mil.

—Lástima que no fuese del ciento por ciento —dijo Lannix entre dientes.

Nunes se echó a reír.

—Eso es lo que querrían ustedes, ¿verdad? Le aseguro que no sucederá y, aunque no me crea, cientos de los nuestros ya están dispersos por ahí, algunos en la Tierra, aunque la mayoría sigue todavía en Marte.

—Van a expulsarnos a los terrestres —dijo el joven ceñudamente.

—Ocuparemos su puesto, Casey.

—Mediante el asesinato...

—Es inevitable. Alguien tiene que perder. Nosotros hemos aguardado la ocasión durante miles de años. Es hora de que empecemos a conseguir el objetivo que nos trazamos entonces.

—Pudieron haber poblado el planeta...

—Ya le he dicho que carecíamos de los medios necesarios. Es como los náufragos de un barco, que llegan a una isla desierta en bote y sin herramientas ni provisiones. Tienen que arreglárselas como pueden y esperar a que los rescaten o morir. Nosotros no podíamos ser rescatados ni tampoco queríamos morir.

—Y ésta es la solución: esperar hibernando, ¿verdad? Ahora, Rigobert, dígame, ¿les cuesta mucho pasar a ocupar el puesto de un humano?

—Fabricar un cuerpo análogo, conociendo al «paciente», es una operación rápida, con los medios de que ya disponemos. En cuanto a su mente, en menos de veinticuatro horas, se le extraen sus conocimientos... En total, la operación dura de dos a tres días como máximo.

—Y no sangran y tienen un enemigo mortal: los rayos X.

—Lo ha averiguado, ¿eh? Investigamos y llegamos a averiguar que el doctor Winkopf había estado en su granja, con un aparato portátil de rayos X. De este modo, hemos podido imaginarnos cuál fue la suerte corrida por nuestro agente, la que ocupaba el puesto de Olivia Mantow.

—Ella supo engañarles y escapar de la nave.

—Bueno, ya la tenemos otra vez en nuestro poder. Nos ha causado demasiados problemas.

—Sí, ya veo. Pero, por lo que parece, ustedes debieron de empezar a actuar hace ya bastantes años.

Nunes señaló con el pulgar un punto situado a sus espaldas.

—Nuestro computador dijo quiénes eran los primeros que debían actuar como exploradores —contestó—. Ya teníamos un plan trazado y sólo fue preciso ponerlo en marcha.

El no-humano sacó su pecho.

—Le aseguro que no lo lamentarán, Casey. Van a vivir millares de años y ¿no es eso algo maravilloso?

—Vivirá mi doble, no yo —contradijo Lannix.

—Algo de un terrestre siempre queda en su nueva personalidad. A veces, incluso demasiado, pero cuando eso ocurre, la lucha entre los dos entes produce resultados trágicos.

—Como en el caso de Jackie Whelan.

—Lamentable, pero así fue —contestó Nunes impasible.

Lannix se volvió. Al otro lado de la estructura del montacargas que, observó, había ascendido a la superficie, se veía una enorme superficie metálica, que ocupaba toda la pared del fondo, constelada de luces amarillas. Una luz roja se encendió en aquel instante y Nunes meneó la cabeza pesarosamente.

—Otro fallo —dijo—. La computadora imprimirá ahora una tarjeta, con los datos precisos del fallo. Quemaremos el cuerpo y... Pero en todo combate, las bajas son inevitables, compréndalo.

Lannix acarició con la mano una de las pastillas de explosivo. Con el índice y el pulgar podía mover la ruedecilla de tiempo del detonador. Lo haría en el momento apropiado.

Y un día, volarían aquella inmensa cueva...

* * *

El montacargas se detuvo en el suelo. Olivia, muy pálida, apareció, sujeta de un brazo por Dick. Nsiang, Dybbit y Brann venían con ellos.

Nunes saludó respetuosamente al no-humano que ocupaba el puesto de gobernador.

—Le he explicado todo, señor —dijo.

Nsiang fijó la vista en el joven.

—Haremos el cambio aquí mismo —dispuso.

—Y nadie sabrá jamás lo que ha pasado, claro —dijo Lannix.

—Están aquí los únicos que conocen nuestro secreto, esto es, ustedes dos. Dentro de pocas horas, setenta y dos a lo sumo, reaparecerán en la superficie y nadie notará la diferencia.

De pronto, Olivia se desasió de la mano de Dick Holliman y dio un paso hacia adelante.

—¿Por qué? —gritó—. ¿Por qué no salieron tal como son y solicitaron ayuda? Marte es lo suficientemente extenso como para contener millones de personas, sin agobios de espacio... Les habríamos ayudado, indudablemente, aunque con los inevitables roces que se hubieran podido producir en un principio entre seres de dos razas distintas. Pero no, prefirieron matar, asesinar, robar..., porque robaban los cuerpos y las mentes de los terrestres...

Nsiang meneó la cabeza con un fingido gesto de pesar.

—Mi querida Olivia, usted no sabría comprenderlo. Teníamos que ganar, no podíamos correr el riesgo de una batalla frontal, en la que tal vez, habríamos sido derrotados. ¿Por qué no echa un vistazo a uno de esos cajones y se entera entonces de cuál es nuestro verdadero aspecto físico?

Ella dudó un momento. Consultó al joven con la mirada y Lannix hizo un gesto de asentimiento. Luego, con paso inseguro, se acercó a una de las cajas y alargó el cuello para ver por encima de la cubierta de cristal.

Inmediatamente, se retiró, a la vez que lanzaba un grito de horror.

—¿Lo ve? —dijo Nsiang—. ¿No entiende ahora por qué queremos cambiar de apariencia? Claro que adoptamos la dominante en el Sistema Solar; de haber llegado a otro sistema, tomaríamos la más común en el mismo.

—Si, le comprendo —rezongó Lannix—, Y, dígame, ¿cuándo empieza la operación de trasvase?

—Pues...

Nsiang no tuvo tiempo de hablar. Un atronador rugido le interrumpió súbitamente.

Todos los ojos se volvieron hacia el origen de aquel ruido. A unos mil quinientos metros de distancia, se abrió un enorme orificio en el techo y una colosal catarata de agua descendió de las alturas, con tonante bramido.

Lannix comprendió en el acto lo que sucedía y no perdió un segundo en reaccionar. Nunes estaba distraído y le quitó la pistola, asestándole después un tremendo puntapié.

—¡Olivia, al montacargas!

La joven no se hizo de rogar. Lannix empezó a tiros con los no-humanos para dispersarlos, a la vez que retrocedía hacia el ascensor. Saltó a la plataforma y el aparato se puso en marcha inmediatamente.

—¡Máxima velocidad, Olivia! —gritó.

El suelo trepidaba con fuerza. Lannix empezó a temer por la estructura del ascensor. La columna de agua medía casi diez metros de espesor y, mezclados con el líquido, caían gran cantidad de escombros rocosos.

Sorprendidos, Nsiang y los otros reaccionaron tarde. Cuando quisieron alcanzar el montacargas, ya estaba a varios metros del suelo.

Entonces, Lannix arrojó sucesivamente las dos tabletas de explosivo. Oyó las detonaciones cuando el montacargas se sumía ya en el pozo excavado en la tierra. Si la computadora estaba blindada contra el agua, los explosivos romperían la protección y los cortocircuitos se producirían inexorable mente.

Una poderosa corriente de aire les impulsó hacia arriba con mayor velocidad de lo normal. Lannix entendió que era debido al aumento de la presión atmosférica en el interior de la caverna, debido a la subida de nivel de las aguas.

Minutos después, salían a la superficie. Lannix agarró la mano de Olivia y tiró de ella hacia la hondonada.

—Usaremos el aeromóvil de Nunes —gritó.

El suelo temblaba y trepidaba amenazadoramente. Lannix no perdió tiempo en hacer despegar el aeromóvil. Desde la seguridad de la altura, vieron que el suelo se ondulaba como un océano en plena tempestad.

Un automóvil huía a lo lejos a toda velocidad. Lannix supuso que Borillo abandonaba el campamento, aterrado por lo que, sin duda, consideraba un movimiento sísmico.

De repente, ocurrió algo fantástico.

El suelo se hundió en una extensión de más de dos kilómetros, formando un hoyo alargado de unos doscientos metros de profundidad por tres o cuatrocientos metros de anchura.

—La bóveda del túnel ha fallado —adivinó.

La amenaza había sido conjurada. Los no-humanos habían sido exterminados y no lo lamentó, porque era su culpa, ya que no habían intentado siquiera entablar relaciones amistosas con los terrestres y marcianos, sino que, desde el primer momento, se habían lanzado a una batalla de conquista, a una ofensiva despiadada y sin escrúpulos.

—Lo quisieron todo y no tienen nada —murmuró.

Había algunos centenares esparcidos fuera, pero serian localizados fácilmente, faltos de su base de operaciones. Ya no representaban ningún peligro.

* * *

Ned Borillo se sentía abrumado.

- Mira que encontrar agua... —dijo afligidamente horas más tarde, en la granja de Lannix.

—Vale más que el oro —afirmó Olivia, a la vez que le entregaba una copa—. Ha encontrado una buena veta de agua y allí se formará un lago que será suyo, Ned. No lo lamente en absoluto.

—Pero, ¿cómo es que tu detector no supo dar señales de una capa de líquido, mucho menos denso que los sólidos que la envolvían? —se asombró Lannix.

—El fusible —dijo Borillo tristemente—. El fusible que te pedí. El detector funcionaba, pero incorrectamente. Cuando encontré el error, era ya tarde y el trépano perforaba la bóveda de la caverna.

Tomó un trago y sonrió.

—Bueno, disponer de agua en cantidades ilimitadas tampoco es malo.

—La veta de mineral de oro está ahora con los escombros que cayeron primeramente. Los no-humanos no se quejarán de que no tienen una sepultura digna —sonrió Lannix.

Borillo chasqueó la lengua.

—No me gustaría correr esa clase de suerte —dijo—. A propósito, Olivia, usted vio un ejemplar de esos seres. ¿Qué aspecto tenían?

Ella cerró los ojos un instante.

—Indescriptible —contestó.

—Eso no me dice nada —refunfuñó el prospector.

—Ned, algún día ella se sentirá en condiciones de describirte cómo eran. En lo que a mí concierne, ese asunto no me inspira ninguna curiosidad. En cambio sí tengo curiosidad por saber una cosa —dijo Lannix.

—¿Qué es, Casey? —inquirió Borillo.

—Perdona, pero no tengo que preguntártelo a ti.

Lannix se volvió hacia la joven. El rostro de Olivia estaba encarnado.

Borillo se puso en pie.

—Cierta clase de preguntas y respuestas deben hacerse a solas —se despidió, con una risilla maliciosa.

Lannix y Olivia asintieron al mismo tiempo. Borillo tenía toda la razón.

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31/08/2011