He aquí una recopilación cuidadosamente seleccionada entre los mejores autores de ciencia ficción del más alto nivel en cuanto a originalidad, calidad inventiva, fundamentación científica y buen gusto literario. Han sido pacientemente escogidas entre los incontables relatos y pequeñas historias del género aparecidas en los mejores publicaciones de Inglaterra y los EEUU según el prefacio que dedica a esta obra John Carnell.

Por la variedad temática de sus argumentos, densos de contenido, el lector de ciencia ficción encontrará unas horas de encanto, fascinación y sabor dramático en este género de verdadera evasión del espíritu, proyectados hacia un fuuturo previsible y casi cierto ya que es sabido que en la buena literatura de ficción científica, como ya se ha demostrado tantas veces, los creadores de estos relatos son auténticos pioneros del porvenir, de un mundo próximo en que lo inverosimil será cierto y lo casi imposible de nuestros días, algo perfectamente normal para el hombre del futuro.

<p>VARIOS AUTORES </p></h3> <p></p> <p></p> <h2>Lambda I y otros relatos</h2> <p></p> <p></p> <p></p> <p></p> <h2>Traducción de Francisco Cazorla Olmo</h2> <p></p> <p></p> <p></p> <h2>Edhasa</h2> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:10%; page-break-before:always"><p>Sinopsis</p></h3> <p></p> <i><p>He aquí una recopilación cuidadosamente seleccionada entre los mejores autores de ciencia ficción del más alto nivel en cuanto a originalidad, calidad inventiva, fundamentación científica y buen gusto literario. Han sido pacientemente escogidas entre los incontables relatos y pequeñas historias del género aparecidas en los mejores publicaciones de Inglaterra y los EEUU según el prefacio que dedica a esta obra John Carnell.</p> <p>Por la variedad temática de sus argumentos, densos de contenido, el lector de ciencia ficción encontrará unas horas de encanto, fascinación y sabor dramático en este género de verdadera evasión del espíritu, proyectados hacia un fuuturo previsible y casi cierto ya que es sabido que en la buena literatura de ficción científica, como ya se ha demostrado tantas veces, los creadores de estos relatos son auténticos pioneros del porvenir, de un mundo próximo en que lo inverosimil será cierto y lo casi imposible de nuestros días, algo perfectamente normal para el hombre del futuro.</p> </i> <p></p> <p></p> <p></p> <p>Título Original: <i>Lamda I and Other Stories</i></p> <p>Traductor: Cazorla Olmo, Francisco</p> <p>©1964, Varios Autores</p> <p>©1967, Edhasa</p> <p>Colección: Anticipación</p> <p>ISBN: 5705547533428</p> <p>Generado con: QualityEbook v0.62</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>LAMBDA I Y OTROS RELATOS - John Carnell</p></h3> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>INTRODUCCIÓN</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><i><style name="b">L</style>AS antologías de ciencia ficción, antaño desdeñadas por el amante del género, «porque todos los relatos ya habían sido leídos antes», constituyen ahora una parte integral del panorama diario de la ciencia ficción y su contenido llega a un número incomparablemente mayor de lectores de lo que lo haya sido jamás; lectores, que en su mayor parte permanecen completamente al margen de lo que se ha publicado en cuatro décadas en revistas especializadas y dedicadas devotamente a este fascinante género. Para comprender esto, baste saber que la mayoría de tales revistas se han editado en América en origen y su adquisición en Inglaterra algo muy posterior.</i></p> <p><i>Por otra parte, con frecuencia resulta una completa sorpresa para muchas personas, el comprobar que se han estado editando revistas de ficción científica en Gran Bretaña desde hace veinticinco años. Muy pocos saben aún, que la mayor parte de los escritores ingleses de primera fila de hoy en día, hicieron sus primeros tanteos hacia la madurez en una u otra de estas revistas inglesas, antes de ensanchar su horizonte literario y competir con los autores americanos en su propio terreno.</i></p> <p><i>En una de estas revistas</i>, New Worlds Science Fiction, <i>todavía en auge tras diecinueve años de publicación, yo tuve el raro privilegio de editar durante dieciocho años; de hecho, desde sus mismos comienzos. Uno de los aspectos más gratos de tal posición, ha sido la interesante y amplia correspondencia que he intercambiado con sus autores en todos los aspectos, autores que han vivido y viven repartidos por todo el mundo, habiendo muy pocos escritores de fama internacional que no hayan contribuido a este placer personal mío, desde la A hasta la Y, desde Asimov hasta Youd, y si apretamos más aún la cuestión, incluso hasta la Z, recorriendo así todas las letras del alfabeto, al referirme concretamente a Arthur Leo Zagat, fallecido en 1948.</i></p> <p><i>La correspondencia con tales personalidades del mundo de la ficción científica, hace más amplia la mentalidad de un editor, ya que muchos de ellos comenzaron a escribir como aficionados a la ciencia ficción, o como semiprofesionales, haciendo más tolerante la posición hacia esos nuevos escritores. El resultado de esta amplia tolerancia ayuda a que muchos principiantes hayan crecido en fama y estimación universales y de hecho así han llegado a adquirir nombres famosos en el género, por sus propios méritos. En tal respecto, la</i> New Worlds Science Fiction, <i>contribuyó en muy amplia medida. A lo largo de esos años, muchos escritores ingleses hicieron su debut o contribuyeron regularmente a ello en sus principios, tales como los hoy mundialmente famosos, Arthur C. Clarke, John Wyndham, E. C. Tubb, Kenneth Bulmer, J. T. Mclntosh y que han sido seguidos por Colin Kapp, John Rackham, Lee Harding, Philip E. High, John Baxter, Donald Malcolm, Michael Moorcock y otros muchos.</i></p> <p><i>La mayor parte de estos nombres aparecen regularmente en antologías, pero si se examina de cerca se hallará que sin excepción, todos los relatos son de origen americano. De hecho, sólo hace apenas unos diez años desde que una colección inglesa de material se ha reunido a tal fin, y he pensado que ya era tiempo sobrado de que los nuevos autores apareciesen ante sus compatriotas —aunque su reputación haya traspasado ya las fronteras nacionales—, y que deben seguir siendo honrados como se merecen en su propia patria.</i></p> <p><i>Al seleccionar el material para esta colección, he adoptado una política diferente de la regularmente utilizada en la edición de las antologías. Dejando a un lado mis preferencias personales, formé una lista cuya base radicaba en la ingente correspondencia resultante del intercambio epistolar con los lectores. La lista resultaba demasiado larga y muchos de los relatos no resultaban disponibles, habiendo sido ya seleccionados por el propio autor en Colecciones o antologías, o formando eventualmente parte de otras antologías. De la elección final, no obstante, una cosa ha resultado muy cierta: que no resultó siempre votado por los lectores, como de muy alta calidad, por ejemplo, el complejo relato</i> Lambda I, <i>necesariamente. Con frecuencia, el relato que más gusta, es el más sencillo respecto al argumento y al estilo en que se ha escrito, factor que se hace más y más evidente conforme vamos adentrándonos en la Era del Espacio.</i></p> <p><i>Por ejemplo, el relato de Philip High</i>, Misión de rutina, (<i>«Routine Exercise») estuvo a punto de ir al cesto de los papeles cuando se examinó el original, a causa de su argumento poco familiar; y con todo, su publicación levantó la más entusiástica correspondencia que cualquier otro había suscitado en muchos meses. Ni que decir tiene, por supuesto, que ningún editor es infalible a la hora de elegir el material publicable.</i></p> <p><i>Sencillo en su tema, también, es</i> El hexágono mágico (<i>«All Laces Up») de George Whitley, que ha aparecido en un gran número de publicaciones, desde que hizo su debut en</i> New Worlds Science Fiction. <i>Como el propio George destaca en una carta escrita desde Australia donde vive ahora, «...me considero muy bien pagado por todo lo que ahora nos rodea en el mundo que tenemos al exterior de nuestra casa...</i>»</p> <p><i>Como representación de un pequeño grupo de escritores inteligentes, también de Australia, está Lee Harding, autor del relato</i> El último hombre (<i>«Quest»). Es la nostálgica búsqueda de una criatura por algo que sea real, dentro de un mundo mecanizado y artificial donde todo es automático: el hallazgo de una flor, de un árbol, un pájaro... tal vez algo no muy distante en el futuro de nuestras propias vidas y en el decurso de los años por venir con el triunfo absoluto del automatismo y la cibernética.</i></p> <p>El hombre de la Televisión (<i>«Tee Vee Man»), por el autor canadiense H. A. Hargreaves, es otro relato tan próximo a la realidad de la actual evolución del conocimiento humano, que los hechos en él descritos pueden muy bien haber quedado casi superados cuando esta colección vea la luz, con el «Telstar» y otros satélites de comunicaciones mundiales circunnavegando la Tierra por el Espacio, y poco tardarán esos hombres en subir allá arriba a repararlos.</i></p> <p><i>Hay también un cierto toque de realidad, dentro de lo fantástico, en la pequeña historia de John Rackham</i>, La última salamandra (<i>«The Last Salamander»), acaecida a un hombre que trabaja en una de las grandes centrales productoras de energía de nuestro siglo, lo que nos hace volver a comprobar cómo las ideas más fantásticas van encajando poco a poco, en la realidad de la vida de todos los días y dándole a estos brillantes autores de ciencia ficción, la razón de su misterioso poder subconsciente de profetas y premonitores del porvenir.</i></p> <p><i>Como completo contraste con la realidad, se incluyen también dos relatos de autores británicos de la nueva generación: Son</i> La estrella circular (<i>«Beyond the Reach of Storms»), de Donald Malcolm, con una sólida base de conocimientos astronómicos, propia de un autor autorizado en la materia. ¿Ha oído hablar alguien de la existencia de un Sol en forma de anillo como un buñuelo brillando en el espacio cósmico? Aunque parezca raro, ésas son cosas conocidas por los astrónomos. A causa de peculiaridad, es razonable asumir que puede ocurrir cualquier cosa así dentro del acentuado y eventual resurgir de tal fenómeno. La fantástica idea de la experiencia de los viajes a través del Tiempo, está representada por el relato</i> Perdido en el tiempo (<i>«Flux»), del escritor Michael Moorcock, dentro de un aspecto que nos parece imposible tal vez... pero ¿quién puede afirmar que sea imposible?</i></p> <p><i>Por tanto, básicamente, se trata de un mosaico de curiosos y atractivos relatos populares y recientes de ciencia ficción británica, escritos en principio para lectores de habla inglesa y enriquecidos después, por el favor de millares de lectores de muchos otros países.</i></p> <p><i>En conjunto, aparecerá como algo diferente del estilo general de los norteamericanos contemporáneos; pero no tanto como para que no sea igualmente atractivo, ni menos encantador.</i></p> <p style="text-align:right; text-indent:0em;">John Carnell</p> <p style="text-align:right; text-indent:0em;">Londres, agosto de 1964.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>LAMBDA I - Colin Kapp</p></h3> <p></p> <p></p> <p><style name="h3">I</style></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">L</style>OS enmarañados arbustos oscurecían la visión de Porter en la ventana a la que estaba asomado; pero se dio cuenta instintivamente de que el vehículo que rodaba suavemente por la grava del jardín de su casa, no era el que sus oídos estaban acostumbrados a oír durante varios años. Al cesar el ruido de los neumáticos del vehículo, se dirigió hacia la puerta con un movimiento automático aunque sin mucho interés. El sonido que produjo el picaporte en la puerta, le recordó algo de diez años antes.</p> <p>—¡Maldita sea! —se dijo Porter a sí mismo—. Es la última persona que habría deseado ver.</p> <p>Los ojos de Brevis eran los mismos que brillaban con un reflejo acerado en sus pupilas y su rostro, aunque más viejo, no había perdido ninguna de sus características de tácita autoridad. En su larga asociación, Brevis había sido siempre el carácter dominante entre ambos.</p> <p>—¡Eric! —exclamó Porter ofreciendo una mano para saludarle, en la que se adivinaba un afecto que no sentía—. ¡Cuánto tiempo sin verte!</p> <p>—¡Hola, Paul! —repuso saludando el visitante, dejando caer la maleta en el felpudo—. Como verás me he decidido a hacer uso de una abierta invitación de vuestra parte. Dispongo de veinticuatro horas que perder, sin nada que hacer, antes de que entre de servicio en el «East Coast Medicon». Y creí que no existiría lugar más adecuado que visitar a mis viejos amigos Julie y Paul, a quien tengo tan olvidados. Bueno, espero que no sea inoportuno...</p> <p>—¡Cielos, no! Me alegro mucho de verte —repuso Porter apartando la maleta y dejándola más adentro en el hall de la estancia, comprobando que Brevis estaría dándose perfecta cuenta de su falta de sinceridad. Miró a Brevis para comprobar que éste le escrutaba atentamente y sonrió torcidamente—. Lo que me temo es que me hayas encontrado totalmente desprevenido, sin tener nada preparado. Julie está visitando a su hermana en Nuevo México y yo estoy por el momento arreglándomelas solo como puedo. La casa —dijo haciendo un vago gesto al señalarla en toda su amplitud—, está comenzando a quedarse pasada de moda. Si no te importa y la aceptas tal y como está, sé bienvenido.</p> <p>Brevis hizo un gesto ante la confusión embarazosa de su antiguo compañero.</p> <p>—Muchacho, comparado con el revoltijo que solíamos compartir antaño, esto es la pulcritud personificada. De todas formas, antes de que comiences a abrir latas de conserva y a preocuparte por mí, déjame recordarte que estoy en deuda contigo para una noche fuera de casa. Vamos, toma el sombrero y vayamos a echar una cana al aire por ahí en la ciudad.</p> <p>—Lo lamento —repuso Porter—. Mañana no tengo inconveniente, pero esta noche debo estar sin separarme del teléfono. Estoy pendiente de una llamada de urgencia del Terminal Tau. No creo que ocurra nada excepcional; pero debo estar disponible en cualquier caso.</p> <p>—Oí que habías hecho grandes cosas en la «Corporación Tau» —dijo Brevis—. Tendrás que explicarme eso en alguna ocasión. Cuanto más sé de eso, más confuso me vuelvo.</p> <p>—A veces —comentó Porter— a mí también me ocurre igual.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Cuando terminó la cena improvisada, Brevis se retrepó en una butaca y miró a Porter astutamente.</p> <p>—¿Qué tal va Julie?</p> <p>—Bien... se encuentra perfectamente. ¿Y qué me cuentas de ti? ¿Cómo se llama tu especialidad? ¿Psicología profunda?</p> <p>—Pues algo parecido.</p> <p>—Tenemos noticias tuyas, aunque muy escasas, de vez en cuando. Recuerdo que adquirimos tu libro: <i>La Psicopatología de la Ilusión</i>. Es magnífico, aunque debo confesarte que no entiendo de eso apenas. Le dije a Julie: «Ahí tienes al viejo Eric, que solía decir que no soportaba nada abstracto».</p> <p>—¿Cuándo le dijiste eso a Julie, Paul?</p> <p>—Pues cuando compramos el libro, supongo. ¿Por qué?</p> <p>—El libro se editó hace cuatro meses. Y tú no has visto a Julie desde hace cerca de seis. Ni siquiera se encuentra en Nuevo México, ¿verdad?</p> <p>Porter apartó los ojos de su antiguo amigo.</p> <p>—No, supongo que no. He sido siempre un embustero empedernido. Ella se marchó de aquí hará cosa de siete meses atrás. No quiero hablar de este asunto.</p> <p>—Creo que deberías hacerlo. La encontré en Londres hace algún tiempo. Vivía con su nombre de soltera tratando de olvidar el témpano de hielo que eres tú, según ella. Creo que no consiguió tener éxito en su propósito de haberte olvidado como se proponía. Como me sentí responsable de que volvierais a reuniros de nuevo, ahora me siento con la responsabilidad paradójica de que estéis separados.</p> <p>Porter sintió una creciente indignación ante aquellas palabras de Eric Brevis.</p> <p>—¿Se debe a eso tal vez que hayas venido aquí esta noche?</p> <p>—Ésa es una de las razones —repuso Brevis—. Hay otras; pero no es cosa de mencionarlas aquí y ahora. Te sugiero que me dejes ayudarte.</p> <p>Porter sacudió la cabeza.</p> <p>—Sin querer mostrarme irrespetuoso con tus acciones, Eric, creo que esto es algo que se sale fuera de tu cometido y de tu incumbencia. Lo que ocurrió entre Julie y yo, no fueron cosas que se arreglen con una reunión con un padre confesor. Me gustaría que habláramos de cualquier otra cosa.</p> <p>El teléfono sonó agudamente en aquel instante. Porter levantó el auricular, escuchó con aire grave lo que le decían desde el otro extremo y después, sin responder palabra, lo colgó del soporte. Por unos instantes su mirada parecía perdida en el vacío.</p> <p>—Es del Terminal Tau —dijo al fin—. Tienen un caso de urgencia. Tendré que ir. ¿No te importaría hacerte tu propia cama?</p> <p>—Me gustaría ir contigo, Porter. He viajado muchas veces en el sistema Tau; pero nunca he visto de cerca lo relativo al sistema. ¿Podrías arreglarlo?</p> <p>—Seguro que sí. Pero tendré que tener tu palabra de que cuanto veas y observes quede en el más absoluto secreto y dentro del terreno más confidencial. Es una regla invariable de la Corporación.</p> <p>—Me parece muy bien. Puedo dártelo por escrito si lo deseas. Bien, podemos utilizar mi coche; ahí fuera está, a la mano.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">—Tienes miedo de Tau, ¿verdad? —preguntó brevemente Brevis y súbitamente, mientras el coche giraba en una vuelta cerrada por la montaña—: ¿Fue esa clase de temor el que se interpuso entre Julie y tú?</p> <p>—Ya te dije que no quería hablar una sola palabra respecto a Julie. Cambiemos de tema.</p> <p>—Como quieras —concedió Brevis—. Hablemos de Tau pues, según tengo entendido, el principio del sistema Tau se refiere a la producción de una resonancia en un cuerpo sólido, de tal forma, que sus átomos pueden pasar a través de los espacios de la estructura atómica de otra sustancia sólida. Así, dos piezas de materia pueden coexistir en el mismo espacio y en el mismo tiempo, sin interacción.</p> <p>Porter sonrió y al propio tiempo hizo un gesto vago.</p> <p>—Bueno, tienes sólo una idea ligera de lo que es en realidad, sólo que eso lo hacemos con naves y personas. —Y su voz se tornó entonces un tanto cínica—. Hacemos que navíos con cien mil toneladas de peso, sufran ese fenómeno de resonancia, enviándolos a través del propio terreno sólido. Es una de las maravillas de la ciencia moderna... un triunfo de la inventiva humana. Pero tienes que saber que yo sé más de la práctica y la teoría de Tau que la mayor parte, y, sin embargo, me sigue produciendo pánico. Existen implicaciones en la teoría del sistema Tau que se hallan más allá de toda comprensión humana. Ni siquiera conocemos una millonésima parte de esta cosa tan fascinante y con la que tenemos la temeridad de enfrentarnos y utilizar en provecho de nuestra actual civilización.</p> <p>—Entonces... ¿por qué hacerlo?</p> <p>—No tenemos alternativa —repuso Porter con creciente excitación—. Un día las técnicas derivadas del sistema Tau nos llevarán a las más remotas zonas del espacio cósmico. Pero, mientras tanto, las investigaciones Tau cuestan inmensas cantidades... cantidades que ningún Tesoro Público está dispuesto a facilitar. Por tanto, hemos adoptado uno de sus aspectos para aprovecharlo e ir forjando lo que será en el futuro. Así proporciona beneficios para el resto de las investigaciones y, aun así, continúa siendo hasta el momento sólo una pequeña fracción de lo que se necesita. Los aspectos físicos de Tau son algo de mayor potencial que la suma total de todo el resto de los conocimientos humanos juntos.</p> <p>—Pues yo había creído que la física Tau sólo era una extensión amplificada de los conocimientos generales de la Física moderna...</p> <p>—Lo verás pronto —repuso Porter— si trabajas en ello. Las regiones descubiertas en los espacios interatómicos tienen poco que ver con cualquier dominio o conocimiento físico de lo que se sabe. Para empezar, te diré que no existe concepto alguno que corresponda a lo que nosotros llamamos el Universo.</p> <p>Brevis quedó pensativo unos instantes ante las palabras de su antiguo amigo.</p> <p>—No comprendo esto —dijo al fin—. El transporte Tau tiene fama de ser el más seguro y factible que se conoce. El colapso sufrido por los ferrocarriles y las líneas marítimas bien lo indica. Eso no me parece a mí que sea ninguna profunda falta de entendimiento de las leyes físicas de Tau.</p> <p>—No nos confundamos —aclaró Porter—. El fracaso de los barcos y de los ferrocarriles ha sido cuestión puramente económica. La Corporación Tau los retiró de la circulación reduciéndolos solamente al tráfico local en pequeña escala. Incluso las líneas aéreas hicieron lo mismo. Resultaba fácil llegar a esa conclusión. La distancia más corta entre dos puntos ha sido siempre la línea recta, y una nave Tau puede viajar en línea recta entre dos puntos cualesquiera de la Tierra, sean cuales fueren. Además, no existe fricción en el espacio Tau. Aparte de la fuerza para mantener el giro del campo energético Tau, la sola energía que se requiere es la necesaria para vencer la inercia estática de la nave, y, aun así, resulta teóricamente recuperable en el punto terminal.</p> <p>—La parte económica puedo comprenderla fácilmente —intervino entonces Brevis—; pero nunca he oído hablar de que se hayan producido accidentes de importancia en el sistema Tau.</p> <p>—Gracias a Dios y a la eficacia de las relaciones públicas, no han existido accidentes en nuestro sistema, que hayan alarmado excesivamente al público. Algunos de los demás sistemas de transporte no han tenido suerte. Pero bajo ciertos aspectos y determinados tipos de gobierno, la cosa no resulta tan fácil.</p> <p>—Entonces... ¿qué clase de accidentes pueden ocurrir en una nave que viaje en el sistema Tau?</p> <p>—Aún desconocemos todas sus posibilidades; pero la preocupación primordial es la forma de oscilación de la energía contenida en la nave. Incluso en un sistema oscilatorio sencillo, tal como, por ejemplo, en un magnetrón vacío, existe la posibilidad de que el conjunto pueda deslizarse desde el módulo principal de oscilación hacia otro distinto. Con las complejas posibilidades que ofrece el sistema oscilatorio de los generadores Rorsch-Tau, el cambio de oscilación prevista no sólo es posible, sino relativamente fácil de que ocurra.</p> <p>—¿Tan difícil es eso? —dijo Brevis, mientras detenía el coche en una intersección de caminos y aguardaba impaciente el signo de continuar.</p> <p>—No es nada bueno, desde luego —continuó Porter—. Existen cuatro módulos principales de oscilación Tau: Gamma, Delta, Épsilon y Zeta. Las naves se sitúan usualmente en la fase Gamma antes de ser despachadas y algo más del 98% permanecen en tal módulo hasta ser retiradas hacia el espacio normal en el punto terminal del viaje. El otro 2% sufre un corrimiento y llega al terminal en alguno de los otros módulos. Es preciso determinar ese módulo, identificarlo y colocar los generadores en la fase especial para retraerlo a la normalidad. La dificultad reside en el diseño de un generador de receso capaz de situar deliberadamente a cada uno de los cuatro módulos. No puede ser hecho.</p> <p>—¿Quieres decir con eso que perdéis el 2% de vuestros navíos del espacio Tau?</p> <p>—Por supuesto que no. Lo que quiero hacer resaltar es que <i>no puede diseñarse</i> un generador de receso con un control de modulación. Si un navío llega a un terminal en cualquiera de los módulos, excepto el Gamma, es preciso esperar a que el generador de receso se deslice y ajuste al módulo requerido. Y eso puede llevarse horas o incluso días para su enfase correcto.</p> <p>—Nunca había oído hablar antes de semejante aspecto de la cuestión...</p> <p>—No, no lo habrás oído. La Corporación Tau no puede soportar la publicidad adversa, admitiendo que la recuperación del 2% de sus pasajeros y carga es una cuestión en la que interviene la suerte. Tendrías que ver a los muchachos del control sudar cuando se les llama para enfasar el módulo Zeta. La mayor parte de los controladores de los terminales Tau se queman prematuramente con una profunda tensión nerviosa antes de llegar a los treinta y cinco años.</p> <p>—Pero eso no es en realidad lo que te preocupa, ¿verdad?</p> <p>—No, claro que no. En absoluto. Tau, como cualquier otra tecnología, ha reunido a su alrededor una colección de supersticiones. Una de ellas, es que existe todavía otro módulo de giro Tau, que resulta posible. Si eso existe, es tan endemoniadamente complejo que los computadores no pueden manejarlo. Nadie puede demostrar que existe realmente; pero, con todo, los que manejan los generadores Tau, creen que sucede a veces. Yo lo he visto por mí mismo en plena noche en el generador de receso de Pasadena. Llegué a tenerlo a punto para registrarlo en las cámaras tan claro como la luz del día; pero, antes de que pudiera accionarlas, se transformó en un módulo Delta. No ha aparecido nunca en los rastreadores cartográficos o en el computador; pero...</p> <p>—Pero, ¿qué?</p> <p>—Sé que es bastante tonto lo que voy a decir; pero la nave que estaba comprobando llegó con un hombre muerto a bordo.</p> <p>—Continúa —dijo Brevis.</p> <p>—Los técnicos llaman a esto el misterio Omega... el fin. Existe una leyenda de que un día llegará a un terminal un navío Tau en el módulo Omega y, cuando consigan sacarlo fuera de semejante estado, sólo encontrarán cadáveres y hombres con el juicio perdido a bordo. Como decía antes, sólo es una superstición; pero cada vez que me llaman con urgencia en horas fuera de servicio, no puede uno evitar pensar en ello... si es que eso existe realmente.</p> <p>—¿Y hasta dónde es eso posible?</p> <p>—No me he preocupado de realizar semejante cálculo. Hay el rumor de que ya ha ocurrido en algún otro sistema; pero las noticias han sido inmediatamente suprimidas. Lo que me asusta es la lógica que hay detrás de esa presunción. Si un navío Tau llega un día a un terminal en el módulo Omega, los pasajeros se exponen a envejecer lo imprevisible antes de que podamos disponer de la forma de volverlo a su fase verdadera y rescatarlos.</p> <p></p> <p><style name="h3">II</style></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Brevis frenó el coche bajo las brillantes luces del <i>stop</i> de las puertas que daban acceso al terminal. Un portero uniformado se dio prisa y, tras la comprobación de los pasajeros recién llegados en el automóvil, les hizo un gesto para que aparcasen en una línea de camiones que aguardaban.</p> <p>—Mister Porter —le dijo con prisa—, ¿tendría la bondad de ir al acceso 4? El controlador nocturno ha señalado una emergencia inmediata.</p> <p>—¡Por Moisés bendito! —exclamó Porter, mientras señalaba a Brevis una dirección hacia la cual se lanzó a toda marcha el coche de su amigo entre las largas y oscuras calles de los edificios del Terminal, deteniéndose en un punto determinado. Antes de detenerse definitivamente, Porter ya había saltado del coche y salió a todo correr, dejando que Brevis le siguiera a distancia.</p> <p>Dentro del edificio enormes reflectores iluminaban la escena de una forma impresionante. El controlador nocturno abandonó los tableros de control y se dio prisa para reunirse con Porter, como si estuviera ansioso de descargarse de la terrible responsabilidad que caía como una montaña sobre sus hombros. Su rostro aparecía tenso y con las líneas del rostro profundamente marcadas, señal de la enorme tensión nerviosa que había soportado en la espera. Tras él había unos hombres agrupados en varios sectores de control mirando resignadamente a los instrumentos que parecían relatar una historia imposible. El temor y la ansiedad parecían apretar a todos y hacer que el aire estuviese cargado de un frío y terrible presagio de muerte.</p> <p>—¡Gracias a Dios que has llegado, Paul! Tenemos ahí una nave; pero no podemos volverla en fase para su receso al espacio normal. Mejor será que vengas y eches un vistazo a los registros. Hay algo terriblemente fuera de lo común en el módulo en que se encuentra...</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Paul hizo un gesto a Brevis con la mano para indicarle que podía ir a cualquier parte mientras, y después siguió al controlador hasta el panel de enfase. Brevis permaneció un momento indeciso y después comenzó a explorarlo todo con curiosidad. Como frecuente pasajero por el sistema Tau, estaba familiarizado con el montaje de la parte más lejana del edificio; pero jamás había tenido la ocasión de ver de cerca los sectores de control, ni lo interno del servicio. Cuando tuvo una visión completa y de conjunto, sintió un <i>shock</i> psicológico que le hizo estremecerse.</p> <p>Frente a él se encontraba entonces la vasta y retorcida instalación de la «rejilla» a donde llegaban las naves que viajaban por el sistema Tau y de donde partían en sus jornadas a través del espacio Tau también. Había oído por la conversación que se hallaba una nave en la «rejilla» en aquel momento... pero la rejilla estaba tan vacía como cualquier otro espacio vacío podía estarlo.</p> <p>Hacía falta mucha imaginación y un gran esfuerzo mental para apreciar que a pocas yardas de distancia se hallaba un gran navío de transporte Tau, llevando tal vez mil pasajeros a bordo y que esperaba ser retirado y vuelto al espacio normal. Ocupando aquel recinto cuadrado y vacío se encontraban veinte mil toneladas de acero y seres humanos con sus prodigiosos generadores Rorsch enfasando cuidadosamente cada átomo de su carga en una sintónica armonía con los átomos del aire con el cual coexistía simultáneamente. La sola idea, le puso un escalofrío de temor en la espina dorsal. Tuvo la sensación de que si miraba con mucho cuidado de reojo podría ver de hecho a la nave como un fantasma brumoso contra el fondo de luces y traviesas metálicas de la estructura. Le parecía seguro totalmente que podría atravesar el espacio aquel, totalmente vacío, sin encontrar ni tropezar absolutamente con nada; pero la idea de cruzarse con el acero y criaturas vivientes le dio vértigo y sintió cómo el estómago le daba vueltas a punto de marearse.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Algo relativo al concepto de Tau se clavó en su imaginación. El mundo de las acciones interatómicas era enormemente distinto de aquel en que los átomos básicos componen las cosas y el mundo en que vivimos. Era como una zona carente de toda lógica, solamente apta para todos los fracasos de la mente humana. De pie allí, entre las luces y sombras del Terminal Tau, Brevis se sintió sobrecogido por una aterradora sensación de hallarse en las proximidades del nudo de todo aquel misterio. Imaginó que podía sentir las oscuras y desconocidas presiones de Tau rompiendo contra la rejilla, amenazando con romperse a través del mundo y flotar como algo monstruoso que pudiera engullirlo todo, como algo terrible e inimaginable. Y sintió por primera vez el temor inexpresable de todo lo que conducía mediante mecanismos hacia las puertas de Tau.</p> <p>Casi corriendo se volvió hacia los controles de enfase donde se hallaban Porter y un par de técnicos, vigilando los signos procedentes de los registros con un genuino horror. Porter sintió aproximarse a Brevis.</p> <p>—Mira esto —le dijo con aire desamparado—. Es el espécimen más sorprendente de cuantos hayamos presenciado. Un módulo de permanencia, que está volviendo histéricos a los propios computadores electrónicos.</p> <p>—¿Es... el Omega?</p> <p>—Sí, el módulo Omega —repuso Porter casi sin voz—. Tenía que ocurrir más pronto o más tarde, pero, ¿por qué diablos tendría que ocurrirme a mí?</p> <p>—Bueno..., ¿y qué piensas hacer?</p> <p>—¿Que qué podemos hacer? No podemos esperar que el generador haga el receso en el módulo conveniente, e incluso, si pudiéramos, no existiría la certidumbre de estar en condiciones de sostenerlo hasta que el receso fuese completo. Lo mejor que podemos esperar de todo esto es que la nave esté en un módulo inestable y se deslizara hacia algo que nosotros podamos controlar.</p> <p>—¿Y si no sucede así?</p> <p>—Entonces no tendremos otra opción sino dar instrucciones al capitán de que se lleve la nave a un punto que le daríamos y esperar allí los acontecimientos.</p> <p>—¿Esperar a qué?</p> <p>—Un generador Rorsch es algo casi indestructible. Se han tomado todos los cuidados precisos para tener la certeza de que no pueda producir una catástrofe en el servicio ni lo deje paralizado. Sólo una eventualidad haría que se detuviese en su funcionamiento... el fallo final de la terminación, por agotamiento, de la energía que hay acumulada en el generador. Dando tiempo, un Rorsch tiene que detenerse.</p> <p>—¿Y bien?</p> <p>—Así la nave, automáticamente, y por definición matemática, vuelve a su condición atómica normal. Debes saber que hay dos grandes acumulaciones de materia que ocupan el mismo espacio en el mismo tiempo. Con una pizca de oportunidad, la explosión resultante, y, teniendo cierta suerte, sólo destruiría algo más de la mitad de medio continente.</p> <p>—¡Santo Dios! ¿Hablas en serio?</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">—Muy en serio, Brevis —repuso Porter frunciendo el ceño—. Esto se convertiría en una catástrofe internacional de primer orden. Lo más que puedo hacer es emitir las coordenadas para localizar su espacialidad bajo el océano Atlántico cuando salga de Tau. Eso reduciría al mínimo los daños; pero no daría un centavo por cualquier navío que se encontrase en un radio de cien millas. Las gigantescas olas que produciría la explosión serían algo fantástico. —Porter se volvió hacia uno de los técnicos—. Harry, póngame con el director al habla. Hemos de tomar una determinación de la mayor gravedad y hacerlo cuanto antes mejor.</p> <p>—Ya está hecho, señor.</p> <p>—Déme también detalles completos de la nave que está en la «rejilla», carga, pasajeros, tripulación, la historia completa de sus viajes y cualquier otro dato importante que nos pueda resultar interesante. Diga a la Central de Datos que lo que estoy pidiendo es una prioridad instantánea.</p> <p>—Comprobado, señor. Las hojas de transmisión de rutina están ya dispuestas sobre la mesa.</p> <p>—Bien. ¿Podemos tener contacto por radio-T a través de la nave?</p> <p>—Es difícil, pero lo intentaremos.</p> <p>—¿Y visión?</p> <p>—Me temo que no sea posible. Nos resulta casi imposible obtener las frecuencias deseadas mientras se produce el receso al espacio normal o a otro módulo.</p> <p>Porter miró los registros de los módulos pensativamente.</p> <p>—Comprendo su punto de vista. Pero, de todas formas, hagan cuanto esté en sus manos.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Se volvió hacia la mesa para recoger las hojas de rutina en transmisiones que surgían constantemente de la máquina de escribir electrónica, y resumir los datos obtenidos para dar una idea aproximada a Brevis.</p> <p>—«... El <i>Mu Electrón...</i> salido de Londres para el Terminal Tau de la costa oriental... que somos nosotros. Tiempo de partida... hum... ETA... hum... registros usuales y certificados en orden. Los registros técnicos dicen que la nave está enfasada en los módulos Delta o Épsilon en los últimos tres viajes. Tienen que haber estado locos para enviarla con un generador Rorsch actuando así. Las comprobaciones han demostrado que todo iba perfectamente; pero hay una diferencia terrible entre una comprobación en situación estática antes de partir y los vectores tan amplios Tau que implican las pautas de esfuerzo en el viaje. El capitán es Phil Dantor... Hum... ¡Esto no me gusta nada! Solía ser uno de los mejores hombres hasta que descubrió que el licor amenguaba considerablemente la presión nerviosa de su cerebro y la de su imaginación. Puedo imaginarme lo que hará, de haber ocurrido eso, convirtiéndose en un hombre inútil por los próximos días. De haber ocurrido así, será el último navío Tau que mandará.</p> <p>—Me gustaría saber por qué dais empleo a un alcohólico.</p> <p>—Dantor no es un alcohólico; sencillamente, es un ser humano. Un capitán del sistema Tau tiene que emplear una gran parte de su vida sobre los instrumentos de su nave, donde la protección contra el entorno Tau y sus influencias es solamente marginal. Hay que tener una madera especial para soportar viajes continuados en estas condiciones. Dantor tiene ya en su crédito setecientos vectores y ésa es la causa de que la Corporación le permita ciertas cosas en beneficio de su idiosincrasia; que hasta ahora no han perjudicado para nada el servicio que presta.</p> <p>—¿Y el beber no es un detrimento?</p> <p>—No, comparado con otras costumbres adoptadas por otros hombres al servicio de la Corporación. ¿Has tenido ocasión de ver las cifras de suicidios y adictos a las drogas que se producen entre los ejecutivos de las operaciones Tau?</p> <p>Brevis frunció el ceño.</p> <p>—¿Y sabrá en qué situación se encuentra ahora?</p> <p>—Lo dudo, hasta que tengamos un contacto por radio. Espero que el técnico lo consiga cuanto antes. Vamos, Harry, ¿qué diablos tenemos a la mano? Sólo notas, despachos, hojas de ruta, pasajeros y listas de la tripulación. ¿Dónde está el resto de la información?</p> <p>—Se están todavía correlacionando en los registros. Los tendremos en pocos minutos. De un momento a otro.</p> <p>—¿Y cuánta gente trae?</p> <p>—Mil cien pasajeros y dos mil toneladas de psilomelano, además de la carga de diversos géneros y mercancías.</p> <p>Porter hizo un gesto afirmativo y se detuvo de repente.</p> <p>—¿Psilomelano? ¿Qué es eso?</p> <p>El técnico consultó sus notas.</p> <p>—Se trata de un mineral de manganeso.</p> <p>—¿Te hace eso concebir alguna nueva idea? —le preguntó Brevis.</p> <p>—Lo ignoro aún —repuso Porter—; pero algo me recuerda en el fondo de mi mente. Siempre he tenido la sospecha de que los fenómenos graves de corrimiento a otros módulos del sistema Tau están de alguna forma relacionados con algo de lo que transporta la nave. La dificultad es que no puedo comprobarlo. La totalidad de la situación es endemoniadamente compleja. Harry, quiero una comprobación computada de todos los deslizamientos de módulos ocurridos en naves que hayan transportado psilomelano.</p> <p>—Desde luego, señor; pero si existiera alguna relación entre esos términos, los computadores lo habrían denunciado hace años.</p> <p>—Consígame esos datos, así y todo. No podemos permitirnos el lujo de pasar por alto algo que pueda tener el menor significado.</p> <p>—El director espera en línea, señor. Puede hablar con él por la pantalla dos.</p> <p>—Perdona —dijo Porter—, pero su conversación no es nada que convenga a unos oídos inocentes. Diablos, Eric, ¿por qué no tomas el coche y vas a casa a dormir como un angelito?</p> <p>—Bien, no te preocupes por mí —dijo Brevis—. Estaré bien dentro de unos momentos. Es que he recordado algo que desearía no haber conocido.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Porter manejaba la enorme lente del aparato de registro con manos nerviosas, como si con ello tuviese la posibilidad de alterar el rumbo que seguían los acontecimientos que ansiosamente deseaban conocer. Por centésima vez, sus ojos se volvieron hacia el reloj.</p> <p>—Treinta segundos —murmuró agitado—. Si no se deslizan del módulo Omega en treinta segundos, tendré que dirigirlos al área de destrucción. ¡Maldito, cambia!</p> <p>Pero la señal electrónica del registro permanecía en el mismo lugar, como todos sabían para sus adentros que permanecería. Porter tomó en la mano el micrófono del sistema de comunicaciones. El radio-operador le proporcionó la señal adecuada y conectó los registros.</p> <p>—Capitán Dantor, aquí Porter, del Control Tau de la Costa Oriental. Nos hallamos aún incapaces de rescatar su nave del módulo en que se encuentra. Vamos a continuar todos nuestros esfuerzos; pero necesito aconsejarle que se lleve su nave a la posición cuyas coordenadas son 0-1-7, como se detalla en su libro de Órdenes de Emergencia. Por favor, acuse recibo y confirme.</p> <p>La respuesta del <i>Mu Electrón</i> fue un chorro de invectivas que hizo a Brevis estremecerse a despecho de su silencio expectante. Porter aguardó pacientemente a que se redujera aquella explosión de palabrotas, permaneciendo en completo control de la situación.</p> <p>—Capitán Dantor, tenga la bondad de controlarse y proceda como se le ha ordenado.</p> <p>—¡Vais a abandonarnos a nuestra suerte, cerdos!</p> <p>—Nada de eso, capitán; pero, mientras su nave ocupe la «rejilla» o sus proximidades en su presente condición, forma un grave potencial de enorme peligro para una considerable porción del país. Estamos haciendo cuanto está a nuestro alcance para recuperar su nave, pero con objeto de minimizar el peligro público que ello supone, es imperativo que programe su ruta como se le ha ordenado.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">—¡Al diablo con el peligro público! ¡Y qué del peligro que corremos nosotros! No, Mister Porter. Mientras ocupemos su preciosa rejilla, tienen ustedes que hacer lo imposible para sacarnos de este estado de Tau, antes de que nuestro generador Rorsch se quede sin energía y nos envíe al infierno. Mientras estemos aquí, señor mío, tendrá que sudar tinta y tendrá que estar ahí aguantando, ya que esa es su obligación. Sobre la rejilla tenemos una oportunidad; pero, una vez fuera y en la zona de destrucción, a usted no le importará si explotamos como un centenar de bombas nucleares.</p> <p>—Voy a darle a usted otra oportunidad —dijo Porter peligrosamente—. Se enviará una trascripción de esta conversación al Tribunal de Encuestas.</p> <p>—Señor Porter —dijo Dantor, con un acusado tono de sarcasmo en la voz—, desde mi posición actual, no puede figurarse cuan estúpidas suenan sus palabras. Mil cien criaturas aquí encerradas, al borde del purgatorio, mientras usted se preocupa de las delicadezas de una investigación que ninguno de nosotros vivirá para verlas. Vuelva a sus conocimientos de ingeniería, hombre, y comience por sacarnos de este infierno.</p> <p>—Está bien —repuso Porter— ya ha tenido usted esa oportunidad. Ahora váyase al infierno. Voy a hablar al Primer Oficial.</p> <p>—¡Maldita sea su estampa! ¿Qué se figura que está haciendo?</p> <p>—Poniéndole bajo arresto. Está usted borracho e incapaz de mandar una nave de la Corporación, capitán. Como el controlador más antiguo, no tengo otra opción que relevarlo de todo servicio.</p> <p>Se oyó un rugido de rabia y de incredulidad; pero al recomenzar el bombardeo de invectivas virulentas del capitán en el altavoz, Porter cortó la comunicación, presionando un botón.</p> <p>—¡Atención, atención! —ordenó Porter con firmeza—. Aquí el Control del Terminal Tau de la Costa Oriental, llamando al primer oficial del <i>Mu Electrón</i>. El capitán Dantor queda desde este momento relevado de su mando y será colocado en custodia restrictiva. El oficial más antiguo de servicio queda, de ahora en adelante, al mando de la nave. Esta transmisión constituye una completa, repito: completa autorización para que tal oficial asuma el mando del <i>Mu Electrón,</i> y que tal acción sea vista después ante el Tribunal correspondiente. Es imperativo que el <i>Mu Electrón</i> sea dirigido, con la mayor urgencia posible, a la posición cuyas coordenadas son 0-1-7. como se detalla en el libro de Órdenes de Emergencia. Acuse recibo y confirme. Cambio.</p> <p>El altavoz permaneció mudo por unos instantes y después una voz surgió hablando, voz que quedó interrumpida bruscamente, para continuar después.</p> <p>—Aquí Carling, radio-operador del <i>Mu Electrón</i>, al Terminal de la Costa Oriental. Mensaje recibido y comprendido. El primer oficial asume el mando cuando el capitán haya sido puesto bajo arresto preventivo. En estos momentos se produce una lucha de infierno en el puente de mando de la nave. Los ingenieros han dispuesto ya las coordenadas para el área de seguridad y de destrucción. ¡Por amor de Dios, sáquennos de aquí! Una vez que las noticias se extiendan de que nos encaminamos hacia la destrucción, los resultados van a ser una cosa horrible dentro de la nave. ¡Por las sombras de Tau Mockba! Tenemos con nosotros un gran número de mujeres también...</p> <p>La conexión se cortó repentinamente. Porter comenzó a llamar de nuevo, hasta dejar con un gesto desesperado el micrófono.</p> <p>—¡Por supuesto! —dijo Porter—. Una nave en la situación Omega ya es malo de por sí; pero tener un capitán borracho es la más perra suerte que ha podido caernos encima. No sé mucho acerca del primer oficial, pero va a necesitar ser inmortal y tener el dedo dispuesto a tirar del gatillo, si piensa mantener el control dentro de esa nave.</p> <p>—Hay algo que no comprendo —comentó Brevis—. ¿Qué es eso de Tau Mockba?</p> <p>—Es una leyenda del espacio Tau —repuso Porter, con el carácter agriado y sombrío—. No es nada que puedas encontrar en los libros de Historia; pero tiene la desagradable certeza de que en ella hay mucho de verdad. Fue durante el establecimiento de las líneas del Antiguo Oriente con el sistema Tau. Lo sucedido es que tuvieron a una nave atrapada en Tau durante un par de semanas. Consiguieron finalmente salir de la situación, pero... tú eres un psicólogo, Eric, ¿qué puedes pensar de los espíritus de hombres y mujeres confinados juntos, sabiendo que el escape o el rescate es imposible y que la muerte es inevitable a sólo escasas semanas de distancia? ¿Qué les ocurre a los hombres en una posición intocable por la ley e inalcanzable por la opinión social? Dime qué es lo que refrena a un hombre de sus instintos, Eric, y, después, toma todos esos factores y añádeles que la vida es dulce de vivir, pero sólo por el tiempo de vida que le queda a un generador Rorsch de seguir funcionando. La Tau Mockba, amigo mío, fue una clásica orgía de violaciones, motín, asesinato y pánico. Los supervivientes fueron detenidos como locos criminales.</p> <p>—¡Dios Santo! ¿Es eso cierto?</p> <p>—Verdadero o falso, es algo ya largo tiempo pasado. La cuestión es, ¿puede ocurrir? Tú eres el pensador y el especialista en la materia, y tienes los hechos ahora en la mano. ¿Se convertirá el <i>Mu Electrón</i> en una repetición del Tau Mockba?</p> <p>—¡Dios mío! —exclamó Brevis, con el rostro lívido—. ¿Debo decírtelo o guardarlo para mí solo?</p> <p>—¿Decirme qué?</p> <p>—Julie está a bordo del <i>Mu Electrón</i>. Ella vuelve de Londres y me rogó que estuviera presente a su llegada... para ayudarla a una reconciliación.</p> <p>Porter le sacudió por los hombros salvajemente.</p> <p>—¿Estás seguro de lo que dices? ¿Julie? ¿Por qué diablos no me lo dijiste antes?</p> <p>—Ella me hizo prometer que no te lo dijera. Ella ha sentido su deserción bastante agudamente. Venía a pedirte que la perdonases, trayéndote un regalo.</p> <p>—¿Qué clase de regalo, pedazo de idiota?</p> <p>—Un niño, Paul. Lleva en su seno una criatura que debe nacer pronto.</p> <p></p> <p><style name="h3">III</style></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">—El sistema de radio del <i>Mu Electrón</i> parece muerto, señor. Da la impresión de que el sistema transmisor ha sido puesto fuera de acción.</p> <p>—Entonces, que Dios se apiade de sus almas —repuso Porter, con calma—. Tal vez jamás podamos saber qué es lo que tienen que soportar. —Sus ojos recorrieron las instalaciones del control desesperadamente—. ¡Por Dios! Me siento tan desarmado e inútil... ¿Está todavía en la rejilla, Harry?</p> <p>—Creo que, al haber establecido las coordenadas precisas, ha desaparecido tan limpiamente como una ráfaga de aire. El que actúe como piloto tiene todavía las manos seguras y la cabeza en su sitio.</p> <p>—Todavía hay que darle gracias a Dios por esto... No debe ser nada fácil mantener toda una revolución interna en semejantes condiciones, cuando se pilota una nave rectamente hacia la misma sepultura. ¿Está aquí ya el director?</p> <p>—Está en camino, señor. Nos dio un aviso por radio cuando su coche estaba a veinte millas. De eso hace siete minutos.</p> <p>—Cuando llegue aquí, deme el informe completo con todos sus detalles y haga pasar los registros magnetofónicos. Voy a tomar una taza de café y a meditar mucho sobre esto, Eric. Amigo, eres todavía tan inocente como para creer en milagros; así, pues, ven conmigo y utiliza toda tu ciencia psicológica sobre mí. Tiene que haber una respuesta para todo esto, y es, justamente, lo que quiero buscar y hallar. Si eres capaz de inyectar un soplo de esperanza en este caos de desesperación, te querré como a un hermano.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">—Conserva tu amor para Julie, Paul. Ella lo necesita en gran medida ahora, precisamente, más que nunca. No sé nada en absoluto de la física de Tau; por lo tanto, comenzaré sencillamente por hacer algunas preguntas tontas, con la esperanza de que ello pueda aguijonear tu mente para que te sugiera alguna línea de acción. ¿De acuerdo?</p> <p>—Puedes comenzar, viejo reductor de cabezas.</p> <p>—Vamos a ver, Paul. ¿Son todas las naves Tau igualmente estables en su módulo?</p> <p>—De ningún modo. La flota presente es tan estable en la forma en que conocíamos cómo manejarlas; pero algunas de las primeras eran peligrosamente mortales. La nave experimental de Rorsch, la <i>Lambda I</i>, tenía un módulo cambiante de ochenta segundos por término medio. De qué forma salía siempre de la situación Tau, es algo que nos estamos preguntando todavía, sin saber por qué ni cómo. Se mantenía en Tau con una probabilidad de supervivencia de algo menos del 1,5 por ciento.</p> <p>—¿No podría permanecer una nave menos estable en una mayor posibilidad de deslizarse en el módulo Omega?</p> <p>—Estadísticamente, sí, por supuesto. Y también tendría menos riesgo de quedar atrapada en ese módulo.</p> <p>—¿Dónde está ahora?</p> <p>—¿Dónde está qué?</p> <p>—Pues la <i>Lambda I</i>. ¿No la habré visto en algún museo, en alguna parte?</p> <p>—Pues claro que sí, en la cuidad. En el Museo Tau-Hopkins. Diablos, no estarás sugiriendo...</p> <p>—¿Por qué no? Si un navío de superficie se está yendo a pique, se le envía un salvavidas, al menos, para tratar de rescatar algunos supervivientes. Si te encuentras imposibilitado de sacar a una nave Tau relativamente estable en su módulo de la situación Omega, ¿por qué, entonces, no intentar enviar a una nave de módulo inestable en su interior? Incluso el efecto psicológico de que un aparato exterior se envíe a buscar al <i>Mu Electrón</i> podría ayudar a evitar la más penosa sensación del pánico que se produciría, hasta que se haya diseñado y construido algo más efectivo y eficiente como arma de rescate.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">—Pero las posibilidades de semejante empresa, aun en el caso de tener algún éxito, serían de una contra un millón. El <i>Lambda I</i> era un laboratorio de ensayos, un fantástico experimento que costó a Rorsch su salud mental. Carecía casi de cualquier protección contra los efectos psicológicos de Tau. Tal clase de exposición volvía locos a sus propios hombres.</p> <p>—La mente humana es capaz de soportar muchísimo más de lo que la mayor parte de la gente supone —dijo Brevis—. Yo no dudo de que Rorsch fuese susceptible a cualquier cosa que pudiera haber descubierto, antes de entrar en la situación Tau. No es en sí el efecto Tau, sino de cómo la mente interpreta el efecto lo que produce el daño.</p> <p>—No sabemos todavía si una transferencia entre dos naves en situación Tau tiene alguna posibilidad física, para no mencionar las posibilidades contra el módulo Omega y permanecer en ella cuando se requiera...</p> <p>—Piensa detenidamente, Paul. ¿Hasta qué cerca están tus respuestas relacionadas con tu propio temor de lo desconocido? ¿No hay posibilidad de que tal proyecto tenga éxito?</p> <p>—Es tan lejano... maldita sea, Eric. ¡Deberías tenerme amarrado para que incluso tuviera que oír tus locas fantasías! Tus nociones sobre Tau son las de un niño... En tu ignorancia de la cuestión, puedes haber dado en el plan que da alguna concebible línea de acción, por inútil que semejante acción pueda ser. Sólo existe una minúscula probabilidad de ir a través de <i>Mu Electrón</i> con el <i>Lambda I</i>, y menor aún de que tal cosa pueda ser llevada a cabo; pero tal posibilidad, sopesada contra la completa certidumbre de que la totalidad de la nave se halla condenada a su total destrucción, no me deja abierta otra alternativa posible. Si la nave Rorsch, pieza de museo, funciona todavía, voy a hacer un intento para disponer de ella.</p> <p>—Te acompaño, Paul.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">—En este viaje no, Eric, no. Los efectos psicológicos de Tau en una nave tan pobremente protegida como el <i>Lambda I</i>, no es algo como para que te expongas, si deseas continuar cuerdo a tus treinta y cinco años. Tienes un cerebro privilegiado, Eric, y es una lástima aniquilarlo tan pronto. Este viaje será para alguien que no tenga nada por qué vivir, si fracasa en su empeño.</p> <p>—¡Al diablo con la propia lástima hacia uno! —exclamó Brevis apasionadamente—. Y no trates de hablarme de efectos psicológicos. ¿Viste acaso a Rorsch tras haber hecho el vector de su viaje a la Australasia? Pues yo sí lo vi. Tenía entonces once años; pero nunca he podido olvidar la mirada de sus ojos, aunque llegue a cumplir los ciento once años. Aquello fue lo que hizo que me dedicara a la psicología, Paul. Tenía que llegar a saber qué es lo que había producido en un hombre el que sus ojos fuesen fascinados con aquella especie de hechizo y estampado en ellos tal clase de horror. Ahora tengo la oportunidad de descubrirlo. Te lo digo francamente, Paul; sin mí, no estarás en condiciones de salir de Tau de ningún modo menos loco de lo que salió Rorsch.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">—Cuidado, Eric —le advirtió Paul—. Esto no es ninguna broma.</p> <p>Brevis miró a su alrededor. El diminuto aparato se hallaba centrado en la inmensa rejilla construida para las naves Tau, varios miles de veces mayor de tamaño. Desde un lado lejano, un grupo de técnicos miraban con aprensión el drama que se estaba desarrollando, y el director de la Corporación, convencido de que se trataba de una misión suicida, paseaba de un lado a otro midiendo el suelo con una desesperante exactitud. Porter contaba en silencio para sí y disponía los controles en la frecuencia adecuada.</p> <p>Después, como un fantasma, desapareció de la vista. Milagrosamente, el campo de hierro negro y frío pareció desvanecerse y transformarse como si hubiese sido pintado con acuarelas, pareciendo que se asomaban a una ventana donde fluía el agua, y un ruido extraño surgió sobre sus cabezas como el murmullo del oleaje de algún mar misterioso. Se encontraron inmersos en una terrible náusea y envueltos en una negra ola que envolviese todas y cada una de las células y centros sensoriales. Después, tras lo que les pareció toda una eternidad, se encontraron dentro, y una nueva escena surgió en su mente, como si recibieran una ligera lluvia de gotas de agua de rosas condensándose en su cerebro. Involuntariamente, Porter se aferró a los mandos de la pequeña nave, enfermo, debilitado y a punto de perder el conocimiento. Brevis apenas si había palidecido, y miraba fijamente delante de sí, sin dejar escapar sus sentimientos.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">El <i>Lambda I</i> apareció como suspendido en un espacio ilimitable, un espacio teñido de alguna inescrutable forma con un monocromático color de rosa que bañaba todas las superficies, haciendo ilógicas y sin sentido todas las percepciones visuales. Bajo ellos no se hallaba nada, ni fin o límite previsible, ni tampoco lo había por encima de ellos o hacia cualquier lado. Sólo existía el increíble y doloroso sentimiento de la más sublime soledad y del más asombroso encantamiento; era como la antítesis de la seguridad. En algo rosado y vasto, más vasto que el propio espacio, se encontraban flotando en un artefacto Tau de lo más primitivo, que parecía tan inverosímil en su estructura y en su estado como el vacío en que se hallaba suspendido.</p> <p>—Me siento anonadado —dijo Porter con voz asustada—. Debería haber en todo esto nubes de almíbar y de gloria, con querubines y serafines de rodillas en oración suplicante. ¡Seguramente esto es la antecámara del Cielo!</p> <p>—Impresión subjetiva —repuso Brevis quietamente, desde atrás—. Trata de no imaginar cosas parecidas. Esto te podría resultar peligroso.</p> <p>—¿Hasta qué punto puede ser subjetivo? ¿Acaso no lo ves tú también... el color rosado de la eternidad?</p> <p>—Sí, lo estoy viendo.</p> <p>—Pero lo subjetivo proviene del interior. Dos hombres no pueden compartir la misma alucinación...</p> <p>—Déjame a mí la psicología —dijo Brevis—. Si cierras los ojos verás lo que quiero decir. Pero no dejes que te domine.</p> <p>—¡Dios querido! —exclamó Porter respirando pesadamente—. Cierro los ojos y no ocurre nada. Con los ojos apretados veo lo mismo.</p> <p>—Precisamente. Ésta no es una visión ordinaria y corriente. Tiene que existir alguna interacción entre la materia Tau y la estructura del propio cerebro. Los centros de la percepción óptica están siendo estimulados desde el interior del cráneo. Sospecho que estamos viendo una media verdad... simplemente esa porción de estímulos que el cerebro puede resolver en términos de pura imaginación basados en la experiencia personal. Odiaría imaginar cómo es la otra porción no vista. Psicológicamente, produce algunas especulaciones muy interesantes que investigar.</p> <p>—Pero yo puedo ver mis propias manos, y los instrumentos... y a tí —protestó Porter—. ¿Por qué medios ve el cerebro sin utilizar los ojos?</p> <p>—Me gustaría responder a eso. Pero déjame advertirte, Paul; en la situación Tau, no confíes en nada, sino en el sentido del tacto, e incluso eso, vagamente. La interacción física Tau proporciona un campo de investigación, sin duda, apasionante.</p> <p>—Entonces, piensas que las visiones Tau no son propiedades de Tau al igual que las propiedades del cerebro humano expuestas en tal situación...</p> <p>—Algo parecido a eso —repuso Brevis—. Hay algo en la mente que sólo responde parcialmente a la especial situación de vorágine creada por Tau. Esto tiene relación con el hecho de que en una nave bien protegida y escudada, tales fenómenos están ausentes.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Porter estaba mirando fijamente como fascinado a aquella inmensidad sin límites de color de rosa, luchando por absorber la teoría de Brevis y reconciliarla con lo que estaba experimentando al propio tiempo. Intentó querer explorar sus implicaciones, pero su mente pareció retirarse alarmada. En tal momento de pánico cósmico, había imaginado lo que Brevis ya sabía, que las ilusiones de cada hombre están uncidas sólo por los límites de su propia imaginación. Brevis vio también un abismo rosado; pero también vio algo más, algo que le obligó a mirar hacia dentro y hacia afuera a un punto donde no había nada que ver.</p> <p>Porter se volvió rápidamente para mirar el rostro de Brevis, pero el psicólogo era un hombre con un control de hierro sobre sus nervios y su mente. Porter decidió no investigar más allá de algo que no deseaba conocer.</p> <p>—Desearía tener tu indiferencia clínica —dijo Porter al final, con un trémulo de temor en la voz.</p> <p>—Indiferencia... ¡Al diablo, Paul! Esto tiene el mayor interés para mí. Te dije que había visto a Rorsch tras haber realizado el primer viaje por el vector de Australasia... Paul: ahora sé qué clase de experiencia podría hacer a un hombre entrar en Tau como ateo y salir de tal situación con una manía religiosa.</p> <p></p> <p><style name="h3">IV</style></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Antes de que pudiese responder, algo le golpeó; algo que dejaba la impresión de que le hendía el cráneo. Porter se tambaleó convencido de haber recibido un golpe mortal y después, al instante, recordó la advertencia de Brevis, explorándose el cuero cabelludo con dedos nerviosos. No descubrió ninguna herida.</p> <p>—¡Moisés bendito! ¿Qué habrá sido eso?</p> <p>—Comprueba tus instrumentos —le dijo Brevis con urgencia y con voz angustiada—. Ha sido una forma de descarga sináptica. Creo que podrás descubrir que hemos saltado de módulo. El cerebro no está construido para ser manejado y reconstruido tan súbitamente.</p> <p>—Tienes razón, Eric. Nos hemos deslizado hacia el módulo Épsilon y quedado en él. Hasta aquí el Rorsch ha sido bastante estable; pero estamos todavía pasando solamente a través de un material de baja densidad. En cuanto empecemos a alcanzar la discontinuidad Mohorovicic y las regiones de alta densidad, podemos prepararnos a deslizar nuestro módulo cada minuto...</p> <p>Se detuvo repentinamente, con la mirada de un hombre atravesado por una lanza. Brevis había visto ya aquel fenómeno. Estaba mirando fijamente a algo existente más allá de las pantallas con una mirada de incontrolable temor sobre su rostro. La primera impresión que tuvo fue la de que se hallaban flotando en una caldera de mercurio, atrapados en una burbuja distorsionada de un espejo líquido. Pero no se trataba de ningún espejo, ni nada parecido a ello; y, no obstante, donde quiera que dirigiesen la mirada, veían sus propios rostros mirando hacia adentro procedentes de una región oscura y misteriosa. Sólo se reflejaban los rostros, rostros que miraban ansiosamente a través de las pantallas de cristal y acero, cuyos ojos aparecían llenos de horror y desaliento.</p> <p>—¡Dios mío! ¡Esto es espantoso!</p> <p>Porter cruzó la cabina y aquellos rostros se volvieron para seguirle, demostrando de tan absurda forma que eran capaces por sí mismos de movimientos independientes.</p> <p>—Eric... ¿quién diablos son ellos?</p> <p>—Se trata de alguna especie de imágenes compuestas, supongo. ¿Has oído decir alguna vez que el tiempo componente de Tau es una variable?</p> <p>—Sí, es verdad. Todavía no lo comprendemos, pero las relaciones entre la velocidad y el tiempo, en Tau, no tienen necesariamente que estar de acuerdo con la Relatividad de Einstein. El efecto está sujeto a inmensas variaciones en magnitud, de las cuales carecemos de medios para predecir. Sé, por lo menos, de dos ocasiones en las que una nave fue recibida en el punto Tau de receso, algunos microsegundos antes de que hubiera sido despachada por su estación de partida.</p> <p>—Desde luego eres un valiente —confesó Brevis—, para continuar trabajando con Tau, dándote cuenta de lo poco que sabéis al respecto. Pero creo que has respondido a mi pregunta. Los rostros en las pantallas son, probablemente, una figura compuesta de algo que se halla al exterior de nuestras facciones personales... aunque sólo el Cielo sabe qué horror tenemos que experimentar para evocar tal clase de expresión.</p> <p>—¿Quieres que volvamos?</p> <p>—Lo que yo quiera tiene poca importancia. La parte de nuestro futuro está ya decidida y es inmutable. Tenemos toda una colección de retratos vivientes como evidencia de eso.</p> <p>—No comprendo cómo puedes tomarlo tan fríamente —dijo Porter.</p> <p>—En mi profesión —comentó Brevis, con calma—, empleo mi vida entre gentes que viven en verdaderos infiernos personales, probablemente no menos espantosos que todo esto, ni menos extraños. Mi oficio es ayudar a los hombres a que vivan con ellos, consigo mismos, en regiones donde la razón no tiene aplicación alguna.</p> <p>—¡Bienvenido a bordo! —exclamó Porter, con un débil intento de sonreír—. Si esto es una simple muestra de lo que aún debemos encontrar, ciertamente que me alegro de que hayas venido.</p> <p>—Ya te llegará el momento de preocuparte, amigo: cuando te pase la factura —concluyó Brevis, sin traza alguna de humor.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Porter consultó sus instrumentos con dificultad.</p> <p>—Esto es decididamente un módulo Épsilon, pero no está encerrado en la debida sincronización. Estamos en el vector correcto y nuestro curso es ahora automático. Dentro de unas tres horas de tiempo subjetivo, deberíamos llegar a la posición especialmente coordinada a donde se intentó enviar al <i>Mu Electrón</i>. No me preguntes si la nave estará allí, o cuánto tiempo nos llevará el situarnos en el módulo Omega.</p> <p>—¿Qué es lo que tienes que hacer con un generador Rorsch cuando deseas inducir un deslizamiento de módulo?</p> <p>—Hay diversas formas: alterar la capacidad de impedancia, sobrecargar las líneas de potencia absorbida, revertir cualquiera de dos de los cuatrocientos ochenta y siete enganches de fase de que dispone y muchos otros procedimientos. Ninguno de tales procedimientos funciona, excepto cuando se aplica por accidente. Un buen Rorsch, sin embargo, es extremadamente sensitivo cuando se le grita, y tiene la garantía, desde luego, de hacer precisamente lo contrario, cuando se le maldice.</p> <p>—Sí, eso es, poco más o menos, lo que me había calculado —dijo Brevis—. Y si diese la casualidad de que se deslizase de módulo, al que tú precisas, ¿podrías retenerlo debidamente sincronizado?</p> <p>—Puedes intentarlo. La condición sincronizada sólo se mantiene buena cuando la densidad y la composición de los estratos normales Tau, a través de los cuales se pasa, permanece constante; una condición que raramente se aplica por más de unos cuantos minutos, a menos que la nave esté en reposo en el espacio Tau. Las grandes naves tienen un Rorsch estable que compensa automáticamente este efecto. En el <i>Lambda I</i> no disponemos de tal lujo. Si forzamos una variación en los parámetros normales Tau, tenemos que ir a la caza inmediata de un nuevo punto de sincronización, y, probablemente, deslizarnos en unos pocos módulos más durante el proceso. ¿No te da eso ninguna idea?</p> <p>—No —repuso seriamente Brevis—. Solamente un sentido de ironía. El <i>Mu Electrón</i> está encerrado en un módulo y no puede escapar de él, y nosotros tenemos que hacer un trabajo de demonios para adaptarnos a él cuando le hallemos.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Se produjo una tremenda descarga de energía del generador Rorsch y Porter se quedó sin respiración. Un dolor terrible le martirizaba detrás de los ojos, proporcionándole un momentáneo entontecimiento y casi la pérdida del equilibrio. Cuando su cerebro se aclaró, casi se halló enfermo de aprensión. Le llevó varios segundos el captar lo que significaba la nueva transición.</p> <p>De repente, la cabina se había convertido en una escena en blanco y negro, pero teñida con una tan extraña e irreal forma, que tuvo que explorar sus parámetros con una lógica lenta, más bien que intentar explorarlo en su totalidad. La totalidad de lo que le rodeaba era equívoco, falso... una luz brillaba intensamente donde debían existir las sombras, y en el techo unos conos de color gris se estrechaban hasta un punto donde las lámparas radiaban sombras del negro más sombrío. Brevis seguía sentado en su asiento, mirándose fijamente a las manos, y sus cabellos, normalmente negros, aparecían como un enorme copo de nieve blanquísima, así como todas las facciones de su rostro cambiadas del blanco al negro, como en el negativo de una fotografía.</p> <p>—¡Muy interesante! —comentó tras algunos segundos.</p> <p>—¡Por los clavos de Cristo! —exclamó Porter, con los nervios de punta—. ¿Es que no hay nada que te sobresalte?</p> <p>Brevis sonrió en un gesto, mostrando una dentadura negra como el carbón.</p> <p>—Paul, pareces algo salido de un film de dibujos animados —observó—. ¿Quieres decirme en qué módulo nos encontramos ahora?</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Como para dar énfasis a la observación hecha por Brevis, el <i>Lambda I</i> se deslizó entonces a otro módulo. Como un cielo estrellado, miríadas de soles brillaban cegadoramente girando en sus órbitas. La transición cogió desprevenido a Porter que se sintió presa de una ola de confusión y desorientación. Las austeras líneas del aparato comenzaron a moverse y a nublarse como reflejos de una charca de agua en la que se ha lanzado una piedra. Pero no se trataba de una distorsión de una imagen, sino la completa distorsión de toda su estructura. El aparato perdió su confortable rigidez metálica y estructural, para romperse lentamente y doblarse y encogerse con una paralizante pérdida de cohesión y solidaridad. Y lo mismo le ocurrió a los dos hombres.</p> <p>En la garra de alguna misteriosa marea quedó perdida toda geometría y razón de las cosas. Aquel misterioso fenómeno pareció disolver la materia de que estaba compuesto el <i>Lambda I</i> y su tripulación pareció igualmente quedar disuelta, reblandecida, viscosa y deformada, arrugándose con una horrible plasticidad. Ojos y muros, miembros humanos y líneas y tableros de instrumentos, todo parecía entremezclarse como una pulpa viscosa, todo quedó fuera de sus contornos y formas normales y reducido a la espantosa viscosidad de burbujas de espeso aceite atrapadas bajo un mar en constante movimiento.</p> <p>Resultaba imposible cualquier comunicación entre ambos tripulantes. Brevis trataba de levantarse de lo que hasta entonces había sido su asiento. El primer pensamiento de Porter fue alcanzar el Rorsch antes de que su disolución fuese completa y mientras tuviese aún la suficiente cohesión mental para dirigir cualquier acción determinada y que tuviese un propósito definido. Su objetivo eran los paneles serpenteantes, como si fuesen de alguna pasta viscosa, donde antes habían estado los circuitos de enfase que conducían al generador; pero sus miembros le resultaron menos útiles que si se tratasen de los de un muñeco de goma. Sus nerviosos dedos fueron, asimismo, tan inútiles e ineficaces como si hubieran estado hechos de raíces podridas de cualquier árbol en descomposición. El horror le nubló la mente, sintiendo un pánico en su interior como jamás pudo haber soñado que existiese en la mente humana. Casi sin sentido, se dejó llevar por la pesadilla, sabiendo que su única esperanza residía, para sobrevivir, en su capacidad de equilibrar el generador Rorsch. El terror aumentó y la comprobación de la inutilidad de sus esfuerzos para realizar ningún acto eficaz le puso al borde de la locura.</p> <p>Apenas si se dio cuenta vagamente de que Brevis pasó ¡unto a él y se colocó entre su persona y el Rorsch. El resto fue una nebulosa confusión y angustiado asombro, emparejado con otras emociones que jamás había conocido en su capacidad experimental a lo largo de toda su vida. Ante sus ojos inútiles, creyó ver aparecer un ritual sin nombre que su mente se negó a aceptar.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">De pronto, algo comenzó a cambiar. Se reformó la solidaridad de la materia, aunque no la estabilidad. En una serie de deslizamientos de módulos distintos, las imágenes cambiaban y alteraban el conjunto, como las de una rápida película cinematográfica, donde cada imagen sucesiva resultaba diferente a la anterior. Y a cada cambio, el fenómeno impartía su propio incremento de desorientación para una mente que ya estaba demasiado en <i>shock</i> para seguir con algún raciocinio lo que estaba ocurriendo. Tras un rato, se detuvo la rápida sucesión de extrañas imágenes; pero Porter no tuvo conocimiento de lo sucedido. Se había sentido caer en un pozo sin fondo de color gris en la inconsciencia de la que emergería gradualmente y muy poco a poco.</p> <p>Cuando pudo recobrar un tanto el conocimiento de las cosas de su entorno, vio a Brevis que estaba de nuevo en su sillón, sosteniéndose la cabeza con las manos y mirando a las pantallas más allá de las cuales nada era visible, excepto aquel misterioso gris, como una neblina manchada. Con enorme dificultad, Porter luchó vacilante con sus instrumentos y leyó sus indicaciones no dando crédito a lo que veían sus ojos.</p> <p>—¡Omega! —dijo finalmente—. Estamos en Tau Omega y en alguna parte cerca de donde debería estar el <i>Mu Electrón</i>. ¿Qué ha ocurrido, Eric? ¡Dios mío, qué te ha ocurrido en la muñeca!</p> <p>Brevis se volvió hacia él, con unos ojos sin expresión, inescrutables. Del pañuelo que había utilizado como vendaje y torniquete, surgía una gran cantidad de sangre roja.</p> <p>—Sea cual fuere lo que tengas en la mente, Paul, no me pidas que explique lo que ha sucedido ahora. En este momento, es mejor que no lo sepas.</p> <p>Porter se quedó angustiado al apreciar la terrible palidez del rostro de su amigo y decidió no insistir por el momento. Tuvo la sensación de que no existía nada demasiado extraño en todo aquello; pero la presteza con que su compañero le había hecho tal advertencia, le aconsejaba callar y entender que había cosas que debían quedar sin explicación. En su lugar, miró al generador Rorsch. Dos o tres de los pares de conductores de enfase habían sido arrancados de un lado del generador; y lo más terrible era que la sangre de Brevis se hallaba rociada por aquella parte en apreciable cantidad. El cuchillo a la vista evidenciaba cómo se había producido las heridas; pero, tanto si era por accidente o por algún acto de locura de Brevis, Porter rehusó imaginarlo. En silencio, se dirigió inmediatamente hacia el botiquín de urgencia y vendó el brazo del psicólogo, no atreviéndose a considerar la extensión de los tremendos cortes que aparecían en la carne del herido.</p> <p>—¿Cómo te sientes? —le preguntó.</p> <p>—Débil —repuso Brevis—. Pero nada peligroso. —Comenzó a decir algo de nuevo y después hizo un gesto volviendo el rostro hacia un lado. Casi inmediatamente algo existente más allá de las pantallas captó su atención, recargándola con un nuevo interés—. ¡Mira... ahí está... es el <i>Mu Electrón</i>!</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Porter sólo tuvo tiempo para verificar que el enorme y oscuro bulto visible a través de la neblina era el <i>Mu Electrón</i>, antes de que el caleidoscópico movimiento de los rápidos deslizamientos de un módulo a otro, les sorprendieran de nuevo. Maldiciendo rabiosamente, Porter se dirigió volando hacia los controles. Durante minutos, o tal vez por horas enteras, lucharon contra los asombrosos cambios y sorpresas de aquella rápida sucesión de cuasi-realidades, algunas de las cuales eran completamente nuevas y chocaban con los conceptos físicos que incluso una mente como la de Brevis era incapaz de poder asimilar. Porter, en un estado de semiinconsciencia y de constante perplejidad y asombro, manipuló el sincronizador como un autómata, operando ya en un módulo, ya en otro, y después, arrojándolo todo en el caos, tratando de algún modo de hallar el fugaz y escurridizo módulo Omega.</p> <p>Brevis se echó hacia atrás en su sillón y se quedó mirando fijamente el techo, con su pálido rostro como una pasiva máscara de concentración en algo que podría haber sido mortal en aquellas terribles transiciones sufridas. El cuchillo se hallaba todavía muy cerca del alcance de su mano.</p> <p>Por dos veces más dieron con el módulo Omega y lo pasaron antes de que Porter pudiese retenerlo de algún modo. Después, y tras lo que pareció haber sido una eternidad de sufrimientos, logró la sincronización, y aquel loco torbellino de sensaciones se aquietó para dar paso estable a la fría neblina del módulo Omega Tau.</p> <p>—Ahora no puedo ver la nave —dijo Brevis—. Estábamos bastante cerca antes de haber ido chocando con esta serie de deslizamientos. ¿Nos habremos movido o lo habrán hecho ellos?</p> <p>Porter consultó los paneles.</p> <p>—No nos hemos movido, de ninguna forma, desde luego. Estamos todavía en la misma posición coordenada, pero no es preciso perder mucha vista para ver nada en esta maldita neblina.</p> <p>—¿Tenemos suficiente control de este aparato para establecer alguna especie de búsqueda sistemática?</p> <p>—Sí, pero sólo a riesgo de romper los estratos y precipitar otra cadena de deslizamientos a módulos distintos. No sé nada respecto a tí, Eric, respecto a lo que pueda sucederte; pero, en cuanto a mí, te diré que cada vez que nos deslizamos a un módulo creo que se pierde algo en mi interior...</p> <p>Brevis se pasó los dedos por el cabello.</p> <p>—Sé lo que quieres decir. Es como una especie de desintegración de la personalidad en una discreta cantidad. ¡Diablos! Si presumimos que el <i>Mu Electrón</i> está aún ahí cerca en cualquier lugar, ¿es que no hay forma de establecer algún contacto? ¿Qué hay respecto a la radio-T?</p> <p>—No la tenemos, Eric. No existía la radio-T cuando Rorsch construyó el <i>Lambda I.</i></p> <p></p> <p><style name="h3">V</style></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Un sonido infernal en ondas reverberantes sacudió la estructura completa del aparato, haciendo que Porter se llevase las manos a la cabeza protegiéndose instintivamente de aquel nuevo fenómeno, preparándose para hallarse con otros choques físicos y mentales de otra serie de módulos deslizantes. Cuando a poco no ocurrió otra cosa, levantó la mirada, literalmente aterrado.</p> <p>—¿Qué demonios ha sido eso?</p> <p>—Sonaba como una sirena... una sirena potente —dijo Brevis, que había reaccionado en forma diferente, permaneciendo con el rostro pegado a las pantallas, esperando la repetición del sonido. Cuando llegó de nuevo, estaba dispuesto para captarlo mejor. Aquella vez no se escapó la fuerte armonía de una gran sirena iónica.</p> <p>—Sí, en efecto, es el <i>Mu Electrón</i> —dijo Porter—. Ha debido vernos antes. Esa es la sirena de despegue que suele utilizar antes de abandonar la rejilla de partida.</p> <p>—Lo que significa que alguien que esté al mando de la nave es todavía capaz de realizar una acción racional —comentó Brevis—. ¿A qué distancia estimarías tú que puede hallarse?</p> <p>—Imposible decirlo, puesto que no sabemos nada de las propiedades de propagación del sonido en el entorno de la situación módulo Omega. Si son aplicables los efectos Tau, yo diría que la nave debe hallarse dentro de un centenar de yardas de distancia.</p> <p>—No veo absolutamente nada —dijo Brevis—. Ni siquiera opinaré de qué dirección proviene el sonido.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">El tremendo impacto del sonido llegó de nuevo, como un terremoto de los propios infiernos, mezclado con subarmónicos. Brevis giró sobre los talones intentando establecer la dirección de su origen; pero sus esfuerzos no le proporcionaron la menor información. Volvió de nuevo a las pantallas, para escudriñar sobre la blanca muralla de niebla y a maldecir algo sin nombre que estaba turbándole la mente. El próximo estampido le sorprendió con el oído pegado al suelo de la cabina, insistiendo en su mismo propósito.</p> <p>Porter estaba desquiciado.</p> <p>—¡Eric, por amor de Dios, no te vuelvas loco de nuevo ahora!</p> <p>—No estoy haciendo ninguna locura, Paul. En este momento, creo haber resuelto el problema. Sé dónde está el <i>Mu Electrón</i>. Está directamente debajo de nosotros.</p> <p>—Eso no puede ser.</p> <p>—Te digo que sí. No comprendo la física Tau, pero en este mundo infernal de niebla entre los átomos, ¿hay alguna razón para que no se haya sumergido? ¿No existe la gravedad ahí fuera?</p> <p>—No, no es necesario que funcione de esa forma. Aquí hay gravedad por la influencia normalizadora del campo Rorsch. Pero al exterior se produce un nuevo y total juego de postulados físicos para los cuales no tenemos imaginación siquiera para clasificarlos. No hay componente gravitatorio necesario en una ecuación de vector Tau y las naves llegan a sus destinos a escasas pulgadas de una posición predeterminada, por lo que asumimos que no hay gravedad en el espacio Tau.</p> <p>—¿Y no podrías estar equivocado?</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Un bronco y rugiente estampido sacudió el aparato de nuevo, produciendo una súbita inclinación angular del aparato que les lanzó brutalmente contra el equipo de a bordo. El giro se detuvo por un movimiento contrario tan brusco como el primero, hasta el extremo de encender las luces de emergencia momentáneamente.</p> <p>—Pues sí que puedo estar equivocado —confesó Porter, con acento dolorido—. No tenemos experiencias anteriores del módulo Omega. Creo que hemos chocado contra el <i>Mu Electrón.</i></p> <p>—Pues claro que sí, tienes toda la razón, amigo —dijo Brevis—. Hemos aterrizado sobre el tope.</p> <p>Se levantó de la posición arrodillada en que había quedado y escudriñó otra vez entre las pantallas. Vagamente y entre la niebla, pudo discernir la silueta de algo muy parecido a determinadas formas de la superestructura del <i>Mu Electrón</i>. El complejo sistema de antenas aéreas de la radio-T de la gigantesca nave se elevaba como una mano fabulosa de enormes dedos y parte de la cúpula de una escotilla de la carga pesada de la nave, resultaba identificable por la forma de las abrazaderas y precintos de seguridad de la presión.</p> <p>—Bien, ¿cuál será nuestro próximo movimiento? —preguntó Brevis, mirando hacia la puerta.</p> <p>—Vamos a detenernos un poco y a pensar en ello —repuso Porter—. Podemos tomar como axiomático que lo que vemos de esta situación Tau Omega a través de las pantallas tiene poca relación con lo que es en realidad. La carga sobre las pantallas funciona como una protección física y psicológica contra el entorno Tau, modificando lo mismo que atenuando las influencias Tau. No sabemos si lo que existe ahí fuera es compatible con la vida humana, ni nos es posible imaginarlo. Si abrimos esa puerta, deberíamos descubrirlo; pero puede que no viviéramos lo suficiente, o quedar totalmente locos para apreciar lo que hemos descubierto. Más allá de esa puerta podría hallarse lo más inconcebible.</p> <p>—Esto tiene que ser uno de los modos más elaborados y costosos de suicidio que jamás hayan podido ser diseñados —comentó Brevis amargamente.</p> <p>—Es verdad. Por eso es por lo que quiero ir solo. Si no puedo reunirme con Julie, no tengo deseo alguno de volver atrás.</p> <p>—Y he ahí también por qué no puedo dejarte que vayas solo —le contradijo Brevis. con calma—: ¿Vas a abrir esa puerta o tendré que abrirla yo?</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">—No te comprendo —le dijo Porter—. No veo por qué tenga que preocuparte nada de esto.</p> <p>—En mi profesión, trato a diario con los restos de mentes humanas tras haber quedado deshechas por el juego cruel de acciones o alteraciones de esa llamada humanidad. A veces yo tampoco deseo volver a ninguna parte.</p> <p>—¡Dios mío! Nunca pude sospechar que estuvieses tan amargado...</p> <p>—No es amargura, amigo, sino una apreciación de la realidad. Veo constantemente los infiernos en que se debaten algunas personas y las batallas imposibles que tienen que librar algunos individuos. En comparación con todo eso, no siento mucho temor por lo que pueda existir detrás de esa puerta de salida.</p> <p>Porter encontró la conexión y tiró de ella sin más comentarios. Brevis fue el primero que estuvo en la puerta y, conforme fue deslizándose automáticamente de lado, para revelar la escena existente al exterior, su rostro se endureció y cobró una especial frialdad; pero sin sorpresa, como si aquella desesperante extensión vacía de tierra no le fuese demasiado extraña.</p> <p>El <i>Mu Electrón</i> era una enorme masa metálica, abandonada a su suerte, medio sumergida en un mar cruel y negro como la tinta china. Por encima, unas nubes de vapor marrón y color violeta se retorcían en un cielo imposible, arrastradas y distorsionadas por los mismos vientos que atormentaban el mar con una espantosa furia. Relámpagos de un rojo de sangre se entrecruzaban en aquel salvaje espacio entre el océano y el firmamento, escupiendo unos virulentos arcos de fuego que estallaban como látigos terroríficos. Hacia su derecha, se apreciaba la línea de la costa, una terrible costa de rocas negras como el azabache, dentadas y agudas como filos de una navaja, sin vida, anunciando la muerte segura.</p> <p>—¡Santo Dios! —exclamó Porter—. Estos deben ser los mares del Infierno. ¿Será real este sitio?</p> <p>—Tan real como que ese mar puede ahogarte o que esas rocas puedan romperte la cabeza —dijo Brevis, volviéndose desde la puerta hacia las pantallas, nuevamente. Desde aquel punto de observación de Tau Omega, la niebla permanecía firme, en absoluto contraste con el terrible panorama que se apreciaba desde la puerta—. Dos realidades —murmuró finalmente—. Quisiera saber cuánto de nuestro propio mundo perdemos sólo porque no disponemos de una pantalla Tau que nos muestre sus alternativas verdaderas.</p> <p>—Me has dado una idea, Eric. Quisiera saber ahora mismo cuál de todo esto es ciertamente real, si la niebla o esa tormenta infernal. Cuál de éstos es el verdadero entorno Omega... porque, si ese mar es real, he perdido el único propósito que me queda en la vida.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">—Ninguno de los dos aspectos es real —dijo Brevis, con voz firme—. No disponemos de sentidos precisos para interpretar el misterioso juego e influencias del Tau Omega. La mente hace lo mejor que puede con lo que le es posible manejar, y la imaginación suple el resto de las lagunas que no están a su alcance. Aquí tienes dos realidades aparentes, la diferencia es producida por la inhibición de algunos de sus estímulos. Dudo de que cualquiera de las dos se hallen remotamente cerca de la verdad.</p> <p>—Puedo comprender lo que significa una atenuación de las cosas —dijo Porter, con voz temblorosa—; pero eso resulta mutuamente contradictorio. ¿Qué significa físicamente?</p> <p>—Tú sentirías cualquier cosa que pudieses ver, o, más precisamente, cualquier cosa que creyeses que podrías ver. El mar te ahogará o te dejará con las ropas secas, precisamente de acuerdo con lo que tú percibas. ¿En qué nivel se encuentran las escotillas de salida de los pasajeros del <i>Mu Electrón</i>?</p> <p>—En el fondo, eso es lo espantoso. ¿No ves, Eric, que no hay forma de llegar hasta allí?</p> <p>—¿Y las escotillas superiores?</p> <p>—No podemos abrirlas sin ayuda desde el interior, y eso significa que es preciso establecer primero una comunicación. Francamente, no creo que tengamos ninguna oportunidad, si la gente que se halla a bordo está siguiendo la pauta Tau Mockba. ¡Dios! ¡Esto es horrible! Julie...</p> <p>—No pienses ahora en Julie, piensa mejor en algo constructivo. Si tienes la mente lo suficientemente fuerte, piensa en cuanto te he dicho sobre las realidades Tau... y después sígueme hasta abajo.</p> <p>—Pero no podemos bajar lo suficiente. Las escotillas de los pasajeros están bajo la superficie del... mar.</p> <p>—Precisamente —repuso Brevis tenazmente. Y echó un vistazo a su muñeca vendada—. ¿Vienes conmigo o tendré que ir yo sólo?</p> <p>—¿Acaso es que Tau ha retorcido tu mente?</p> <p>—No, Paul, en mi vida he estado más cuerdo. Voy a mezclarme en el desafío de una teoría científica. O tengo razón, o nunca volveré.</p> <p>Porter cerró los ojos y concentró su atención en el frío acero de la escalera, peldaño por peldaño, sintiendo la grata sensación de tener aquel sólido metal bajo sus pies y manos. No se atrevía a mirar arriba ni de lado, tratando de ignorar la espantosa tormenta y evitando que se introdujese en su mente. En su lugar observaba la escalera y las planchas aceradas del casco contando incluso los clavos y los remaches en solitario, forzándose a sí mismo a ignorar los propios reflejos de aquellos horripilantes relámpagos color de sangre.</p> <p>A despecho de su resolución, no pudo evitar el oír el tronar del océano moviendo a su capricho la enorme mole del <i>Mu Electrón</i> y las náuseas del mareo añadidas a su angustia y su temor. Oía claramente a Brevis pisar los peldaños metálicos de la escala de descenso bajo él, con un ritmo más confiado y seguro que el suyo, y se maravilló del tremendo poder de control de la mente que poseía el psicólogo. De las dos realidades del Tau Omega, Brevis había elegido el aceptar la niebla como real y por un magnífico efecto de autohipnosis, había triunfado en borrar de sí mismo el entorno infernal de la tormenta.</p> <p>Porter no había tenido el mismo éxito. De ambas realidades, la tormenta le había sobrecogido con mucho, imponiéndose a la otra. Ocasionalmente, cuando concentraba totalmente su atención, él también pudo, incluso, olvidarse de la tormenta. La furia del mar y el rugido de las olas se desvanecían, la escalera de acero bajo sus pies parecía cesar de moverse y la húmeda sensación de la niebla parecía humedecerle las mejillas. Después volvía a caer en el pánico más atroz, ante el pensamiento de aquellas aguas negras rugientes hacia las que iba descendiendo, al mismo tiempo que volvía a sentirse cegado por los relámpagos y el fuego eléctrico de la tormenta, y la escala volvía a moverse bajo sus pies y las olas a rugir amenazadoramente.</p> <p>Finalmente miró hacia abajo. Brevis se aproximaba a la línea de superficie del mar, mirando hacia arriba, como dándole ánimos. Porter se detuvo y observó. Brevis continuaba entonces con absoluta confianza, descendiendo e ignorando deliberadamente el rugiente océano. La cresta de una ola estalló como un trueno y se estrelló contra el casco. Porter gritó involuntariamente, no creyendo que un hombre pudiese sostenerse contra semejante violencia de los elementos desencadenados. Después, al alejarse la ola, Brevis reapareció, sin estar mojado y sin daño alguno aparente. Y con la misma confianza continuó descendiendo por debajo de la superficie del mar.</p> <p>Porter continuó y le siguió creyendo todavía lo increíble. La negra espuma de las olas le resultó acre en el olfato y sus ropas estaban saturadas. El viento le golpeó contra la escala, amenazando con lanzarle fuera del costado de la nave... pero, con todo, Brevis había pasado por allí sin daño alguno, protegido solamente con la aceptación de lo que había elegido ver y creer.</p> <p>«<i>Ninguna de las dos es real</i>», había opinado Brevis, refiriéndose a tan dispares realidades, y había demostrado su convicción en la forma más dramática. Por tanto, <i>tenía</i> que ser cierto. Porter se aferró a aquella tenue línea de razonamiento y se hundió en aquellas aguas negras que suponían el abismo y la condenación. Pero las aguas resultaron ser algo insustancial, una borrosa mascarada que surgía y rompía a su alrededor sin la presión de la fría y temible presión del mar. Pero cuando el mar se cerró sobre sus hombros, volvió a renacer en su interior un intenso pánico que trastornó su resolución. Instantáneamente, las grandes olas le aplastaron contra la escala, y comenzó a gritar y a respirar asfixiado, mientras que aquella vorágine espantosa se cerraba sobre él.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Otra ola le aplastó, soltándole de la escala, y sintió cómo se hundía desamparado, flotando, asombrado, sobre las planchas de acero del <i>Mu Electrón</i>. Después, fue arrastrado y trató de resurgir de nuevo, con la cabeza bajo el agua llenándole la boca y los ojos, luchando por respirar con toda la ciega fuerza y el pánico de un hombre que se está ahogando.</p> <p>Y así terminó todo. Sus pies tocaron algo sólido y Brevis le sostenía por un hombro.</p> <p>—¡Paul, piensa! ¡Maldita sea, piensa! —le gritaba Eric.</p> <p>Paul se dio cuenta de que podía seguir respirando de nuevo y abrió los ojos en la más profunda desesperación. Y de repente se dio cuenta de que el mar no existía y que permanecía en pie en un mundo de neblina sobre la galería que se abría a las escotillas de los pasajeros en la base de la gran nave. Mirando hacia arriba, tuvo la momentánea impresión de que unas enormes olas se movían sobre su cabeza, y por un segundo creyó sentir su cuerpo captado en la fría garra de aquel mar en constante movimiento. Después, Brevis le propinó una enorme bofetada en pleno rostro.</p> <p>—¡Por amor de Dios, Paul, no pienses en el mar, o te ahogarás!</p> <p>—Lo siento —repuso Paul, concentrándose en el dolor que sentía en la mejilla—. No poseo tu mente. La idea completa de las realidades alternadas me ha sumido en una completa confusión. Tengo que creer que lo que es real es real y lo irreal es siempre una ilusión.</p> <p>—¡Ojalá tuvieses razón! —exclamó Brevis—. ¡Qué simple sería así la filosofía! Y ahora, ¿cómo vamos a entrar en el <i>Mu Electrón</i>? Esas escotillas jamás fueron diseñadas para abrirse desde el exterior. Primero necesito conocer qué está ocurriendo ahí dentro. Puede que... no deseemos entrar. Ayúdame a esa compuerta. Tengo que saber si se ha desatado algún infierno sobre esta nave en su interior...</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Fue Brevis quien ayudó a Porter a subir. Por una vez, el rostro de este último permanecía impasible, mientras miraba al interior del <i>Mu Electrón</i>. Finalmente descendió. Sólo su voz traicionaba la total extensión de su angustia interna.</p> <p>—Deben estar dormidos o muertos.</p> <p>—¿Muertos?</p> <p>—Sí, te lo digo en serio, Eric. Estoy seguramente asustado tontamente. Tal vez sea lo mejor para todos ellos... pero, ¿qué diablos puede haber ocurrido, aparte del hecho de que se encuentran en el módulo equivocado?</p> <p>—A ver, déjame echar un vistazo —dijo Brevis resueltamente.</p> <p>Y saltó hacia el portillo, a la espalda de Porter, escudriñando en el interior, con el ceño fruncido en sus facciones.</p> <p>—Sea lo que haya caído sobre ellos, ha debido ser lentamente y sin pánico —comentó—. En tal aspecto, al menos, debemos sentirnos agradecidos. Están tumbados, como si todos estuvieran excesivamente fatigados de algún esfuerzo. Estamos muy lejos de saber si alguno de ellos permanece aún con vida. ¡Enemigos del infierno! ¡Cuando se llega a una dificultad Tau de este tipo, lo cierto es que resulta todo una cosa de verdadero espanto...</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Porter examinó la escotilla abatidamente. Sabía, sin intentarlo, que incluso si hubieran estado en condiciones de descerrajar los cierres herméticos de la gran nave, no habrían tenido la fuerza suficiente para moverlos de su sitio, y no existía, por lo demás, forma alguna de utilizar ninguna clase de servomotores de auxilio.</p> <p>—Vayámonos de aquí —exclamó al final.</p> <p>La continuada presión nerviosa que estaba soportando comenzaba a debilitar sus fuerzas, y comenzó a sentir la garra misteriosa y fría de lo irreal hacer presa en todo su cuerpo. Encarado con la realidad final, se dio cuenta de que no tenía la capacidad última para suicidarse. Con Julie o sin ella, en alguna parte, y hacia adelante, existía un futuro gris, con un trabajo en donde abismarse y tratar de desvelar los misterios de Tau.</p> <p>Brevis comenzó a dirigirse hacia la escala y después se volvió repentinamente.</p> <p>—Tengo una idea. ¿No me dijiste que un módulo tiende a perder estabilidad cuando la densidad y la presión del Tau normal cambia en sus estratos?</p> <p>—En resumen, así es.</p> <p>—¿Y no podría darse el caso de que también tendiese a aplicarse ese fenómeno a los cambios en la composición de los estratos del espacio Tau, en módulos intermedios entre el Omega y el Tau normal?</p> <p>—Eso depende de qué sistemas de matemáticas estés utilizando. La presunción general es que la materia y los fenómenos en los diferentes módulos no tienen interacción... eso es lo que hace posible el Tau. Existe una Teoría Especial, sin embargo, que considera que la masa total de objetos coincidentes en un punto, aunque en diferentes módulos, tiene necesariamente que tener un efecto sobre el desplazamiento subatómico del átomo normal en Tau. Si se alteran las condiciones en un módulo, por la inserción de una masa que se aparta, se afectará el átomo básico y, en cierta extensión, se modifica el punto de sincronización a esa coordenada en cualquier otro módulo. Es una presunción que todavía no ha sido ni probada ni desmentida. ¡Diablos! ¡Has venido a elegir el más endemoniado de los momentos para preguntar cosas sobre la teoría Tau!</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">—No ha sido una vana curiosidad —continuó Brevis—. Supongamos que volvemos a nuestro <i>Lambda I</i>, lo hacemos deslizar en otro módulo y después lo hacemos volver al mismo punto coordenado del <i>Mu Electrón</i>. ¿No podría el efecto de nuestra masa ser posiblemente suficiente en su magnitud para hacer que el <i>Mu Electrón</i> repeliese su estado Omega?</p> <p>—¡Por las barbas de Júpiter, Eric! Estás hablando de cosas locas... pero tal vez eso pudiera tener éxito. —E hizo un gesto inútil, como si una nueva idea le llegase de pronto a la mente—. Pero creo que es un riesgo terrible, y lo que es peor: que sea demasiado tarde para que tenga alguna utilidad.</p> <p>—No —repuso Brevis—. No es demasiado tarde. ¿No te das cuenta de que hemos olvidado algo? Hay alguien todavía con vida a bordo del <i>Mu Electrón...</i> alguien capaz de realizar una acción racional...</p> <p>—¡Pues claro! La sirena... alguien hizo sonar la sirena. Hemos de intentarlo de todos modos. Podría existir la oportunidad de salvarles, al menos, a los que queden con vida. Algo se halla increíblemente trastornado a bordo del <i>Mu Electrón</i> y tenemos que descubrir lo que es.</p> <p></p> <p><style name="h3">VI</style></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Volver a subir la escala lateral del <i>Mu Electrón</i> fue cosa más fácil de lo que había sido el descenso. Porter se halló entonces en condiciones de retener la neblina en un claro foco, y tan urgente fue su ansiedad de poner en práctica su nueva idea, que se olvidó incluso de pensar en aquel negro y sombrío mar. Una vez sobre el tope, se detuvo y aguardó a que llegase Brevis para ayudarle a subir. Al surgir la cabeza de Brevis por el borde de la superestructura vio el rostro del psicólogo nublado y confuso en un repentino asombro.</p> <p>—No te vuelvas —dijo Brevis—. Contesta, simplemente, a la pregunta que voy a hacerte. Paul, ¿cuántos <i>Lambda</i> fabricaron?</p> <p>—Solamente uno. ¿Qué diablos importa eso ahora? —repuso Porter, sorprendido a su vez por la pregunta hasta el extremo de que casi iba a volverse.</p> <p>—Nuestro aparato —dijo Brevis—. Hay alguien en el <i>Lambda I.</i></p> <p>—¡Dios Santo! ¡Eso no puede ser!</p> <p>Y se volvió lentamente para seguir la dirección de la angustiada mirada de Brevis, quedándose lívido de horror. En el aparato aparecían dos figuras humanas, que en aquel momento se volvían para manipular algo en el panel de control. Después aquellas figuras se volvieron para mirarles directamente, con sus rostros reflejando el terror y la duda. Porter se creyó sentir enfermo de aprensión al reconocer a los ocupantes del aparato: no eran otros sino Brevis y él mismo, en una perfecta duplicación, como imágenes lateralmente invertidas en un espejo, pero que, con todo, se movían con una vida independiente a la suya.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Porter sintió que le invadía una marea creciente de pánico y de desesperación. Se dio cuenta en aquel instante de cuan insignificante había sido la penetración del hombre en una región de la Física que tan pocas oportunidades tenía para comprender.</p> <p>—¡Eric, esto es espantoso!</p> <p>Después, como si fuese el espectro de un espejismo, el aparato lanzó una serie de destellos luminosos y se desvaneció, no dejando tras de sí más que un torbellino en las neblinas de la situación Tau Omega. Algo empujó a Porter a correr hacia el lugar vacío que había dejado el aparato, gritando con salvaje desesperación, como si tuviese la esperanza de obtener alguna piedad o compasión por parte de los elementos, para que le devolviesen su desaparecido enlace con el mundo normal.</p> <p>Tembloroso y desquiciado, sintió que Brevis le sacudía.</p> <p>—¡Paul, por el Cielo, escúchame! Ése era el aparato falso. Ha <i>tenido que ser</i> el imaginario. No lo ves... ésa era la otra mitad del espejismo, cuando vimos nuestra propia imagen al exterior al chocar con el módulo Épsilon. No ha existido otro aparato ahí en ninguna parte.</p> <p>—Estoy volviéndome loco —repuso Porter luchando con el pánico que casi le impedía hablar—. Te digo que sólo se construyó ése, con lo que despegamos para venir hasta aquí. Estamos atrapados en una espantosa paradoja...</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">—Vamos, vamos... consideremos esto racionalmente —insistió Brevis—. El aparato con el que nos hemos encarado ahora no era el nuestro, sino simplemente el nuestro como era en cierto previo momento en el tiempo. Maldito si sé cómo esas transposiciones de módulo contienen imágenes visuales, al igual que esta paradoja del tiempo; pero hemos de aceptarlo como evidencia tal y como lo hemos comprobado. Eso no altera el hecho de que el aparato que corresponda al que había aquí y ahora todavía continúe teniendo su existencia propia y particular. Al diablo debían haberse ido todos los técnicos del espacio Tau al manejar conceptos y cosas de algo de lo que tan poco saben. Voy a echar un vistazo.</p> <p>—No me dejes —le suplicó Porter—. Si nos separamos, creo que puede ocurrir algo terrible, y estoy en lo cierto al significar que ocurrirá lo más terrible e inesperado. Odio pensar en tener que encararme conmigo mismo deambulando por esta endemoniada niebla. Creo que voy a perder la razón.</p> <p>Brevis le cogió por un brazo fuertemente.</p> <p>—¿Qué es lo que hay allí? ¿No es otro aparato?</p> <p>Ambos esforzaron su mirada intentando penetrar la espesa neblina que les rodeaba por todas partes. Tal vez fuese cosa de imaginación o quizás el vapor estaba manchado de amarillo por un enjambre de luces idénticas a las del <i>Lambda I</i>. Se dirigieron hacia el aparato con precaución, con los nervios de punta por el choque producido en la previa experiencia de momentos antes. Por lo que pudieron apreciar, se trataba del mismo en que habían viajado y llegado hasta allí. Aquella decisión se arraigó hasta la certidumbre cuando entraron en él y se sintieron bajo los efectos normalizadores del campo Rorsch. Porter manipuló los instrumentos agradecido.</p> <p>—Voy a disponer las nuevas coordenadas para la posición del <i>Mu Electrón</i> —dijo—. A la próxima vez que nos deslicemos fuera de la situación Omega para entrar en otra condición alterna de módulo estable, voy a llevar este aparato a donde se convierta en algo coexistente con el <i>Mu Electrón</i>. Mejor será que empieces a rezar lo que sepas, porque si nos deslizamos del módulo Omega mientras que esté en la misma posición que el <i>Mu Electrón</i>, o si se desliza a otro módulo antes de que podamos controlarlo, se producirá una explosión que probablemente escinda los estratos del espacio Tau precisamente en medio.</p> <p>—Estoy dispuesto —repuso Brevis—. Después de lo que ya hemos visto y sufrido, dudo que Tau tenga otra cosa que pueda ya sorprenderme.</p> <p>Porter completó la disposición de los instrumentos, después apretó el último botón y dio una palmada de confianza sobre el generador Rorsch.</p> <p>—¡Todo está dispuesto! Esto será la muerte o el remedio para batir la situación Omega y no estoy hablando en sentido figurado. No es de extrañar que haga falta una mente loca, retorcida y fantástica para soñar en una aproximación como ésta. ¿Qué es lo que te hace en tu profesión que resulte contagioso el deseo de la muerte?</p> <p>—Es una manera de enfocar la realidad —repuso Brevis con calma.</p> <p>Instantáneamente saltaron a otro módulo y la dulzura y el hechizo del entorno de color de rosa envolvente propio de la región Gamma surgió ante sus ojos. Porter se sostuvo en ella lo suficiente para verificar que estaban sincronizados hasta el límite que podía permitir el desequilibrado Rorsch, y después se aplicó a la fuerza de propulsión que les condujese a la posición coordenada que ocupaba el <i>Mu Electrón</i>. Conforme las agujas de los diales y registradores comenzaron a saltar y a moverse, cruzó los dedos y sus labios se estremecieron con una plegaria demasiado en voz baja para ser audible. Brevis, también, observaba intensamente el movimiento de los registros de a bordo; pero permanecía impasible excepto por la blancura de sus nudillos al tener las manos fuertemente agarrotadas al borde del tablero de control.</p> <p>Las agujas chocaron con el punto de calibración y continuaron un poco más allá. Porter, con la cara pálida como un muerto, comenzó a sudar. Por un momento, la frustración del fracaso se dibujó en sus facciones, después todo un infierno se cerró alrededor de ellos.</p> <p>El agudo dolor de una serie torrencial de deslizamientos de módulos pareció arrancarles los sentidos del cuerpo, y, con todo, los estímulos alternados rehusaban el dejarles abandonados a una completa insensibilidad. Atrapados en un crepúsculo de un mundo situado en alguna parte, entre la misma muerte y el límite extremo de la vida, se sintieron suspendidos en el verdadero borde de la resistencia en un estado de caos mental y físico. Después, tras un rato, y al igual que las páginas de un libro que alguien fuese pasando misteriosamente ante sus mentes, las realidades alternadas de sus sensaciones, fueron pasando de una negrura inconcebible a una vasta blancura que en cierta forma les proporcionó el consuelo subconsciente de hallarse refugiados en el vientre materno, como una criatura viva que aún no ha visto por primera vez la luz del día.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">El tiempo perdió entonces todo su significado. No había movimiento, ni luz, ni sensación de ninguna clase por un período que tampoco les fue posible discernir. Y fue con cierta especie de asombro súbito cómo Porter comprobó más tarde que no solamente se encontraban aún vivos, sino que tuvieron que haber sido parcialmente despertados de aquel extraño sueño sin saberlo, tan completo había sido su aislamiento de todo estímulo.</p> <p>Lentamente, las sensaciones volvieron a su consciencia.</p> <p>Se fue dando cuenta de una peculiar pesadez en sus miembros, como si después de haber estado en completa disolución, se hubieran reconformado apreciando todo el peso de su cuerpo en un plano inclinado. No había luz por ninguna parte. Algo pesado se hallaba atravesado sobre sus piernas, teniéndole como atrapado, pero sin sentir daño ni herida alguna. Porter aceptó los hechos con una calma filosófica. Tras su sorpresa inicial al despertarse a la realidad de su entorno, su mente rehusó reaccionar más con el pánico hacia cuanto de desconocido le envolvía. Sintió curiosidad y asombro; pero ausentes de temor.</p> <p>El sentido táctil volvió a sus dedos y extendió, para comprobarlo, una mano explorando el contorno. Se arrastró sobre el oscuro y ligeramente suave plano para ir a descansar contra un hueco y parte de una estructura angular, cuyo recuerdo le dictó su memoria que se trataba del pie de una caja de instrumentos del equipo del <i>Lambda I.</i></p> <p>La cohesión de los hechos se formó como un relámpago en su mente. Estaba en el suelo del <i>Lambda I</i>, y el aparato inclinado en un ángulo disparatado y sin ninguno de los instrumentos funcionando. Incluso el generador Rorsch se había agotado. <i>¡La muerte... la oscuridad... el Rorsch ha terminado!</i></p> <p>Tales pensamientos sonaron en su cerebro como un timbre urgente de alarma y, aun así, continuó rehusando responder con el temor. Su mente recogió tal número de imponderables, que se atrevió a tratar con ellos sólo superficialmente, buscando el situarlos primero en una pauta general de realidad. <i>Dado un tiempo, un Rorsch tiene que detenerse... por tanto, la nave, automáticamente y por definición, vuelve a caer en una condición atómica normal... ¡no destrozaría más de medio continente!</i></p> <p><i>Pero el Rorsch se ha detenido... ¿Es esto algún intervalo en el tiempo, algún instante subjetivo entre la causa y la catástrofe? ¿Están esos átomos incluso ahora preparándose para producir una conflagración atómica en una atmósfera insospechada?</i></p> <p>Pero un momento de pensar con serenidad le dio la certeza de que no estaba ocurriendo así. Se metió la mano en el pecho y sintió claramente su latido cardíaco. <i>El pulso cardíaco necesita tiempo, un tiempo objetivo, no subjetivo; pero el colapso de un giro Tau es instantáneo, en su campo de fuerza.</i></p> <p>Inmediatamente el problema cambió de perspectiva. Que el Rorsch se hubiera detenido y que su existencia no hubiera terminado, presuponía una clara conclusión: que ni ellos ni el aparato estaban en absoluto en el espacio Tau. Pero, aun así... ¿cómo podía explicarse en un universo normal que el <i>Lambda I</i> estuviese suspendido tan peligrosamente en un ángulo y en una oscuridad tan absoluta? En cierta forma, la presunción del hecho resultaba aún más enervante que su previa suposición de que estaban todavía encerrados en algún oscuro módulo Tau. Esta línea de razonamientos le llevó a pensar en Brevis... y en el peso muerto de sus piernas. Experimentalmente, movió los pies un poco y la reacción le produjo un extraño dolor físico en su cuerpo mal situado.</p> <p>—Eric, ¿te encuentras bien? ¡Contesta, por el amor de Dios!</p> <p>Se produjo un vago ruido en la oscuridad y se apreció cómo el bulto viviente de su amigo se removía lentamente.</p> <p>—¿Dónde diablos estamos? —fue la respuesta de Brevis.</p> <p>—Todavía en el <i>Lambda I</i> —dijo Porter—. Pero ya no estamos en ningún espacio Tau... al menos, el Rorsch no funciona, lo que es suficiente prueba.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Se oyeron unos ruidos apagados conforme Brevis intentaba ponerse en pie, pero el ángulo del suelo se hallaba contra toda posibilidad de cualquier maniobra en tal sentido. La caída de Brevis al suelo fue acompañada de toda una colección de maldiciones académicas.</p> <p>—Muy bien —dijo Brevis al final—. Encarémonos con esto fría y lógicamente. Estábamos en Tau justo antes de chocar con las coordenadas del <i>Mu Electrón</i>. Esa es la última cosa racional que puedo recordar.</p> <p>—Convenido —intervino Porter—. Pero no podemos estar ahora en ningún espacio Tau, ni puedo pensar tampoco que hayamos vuelto al Terminal de la Corporación o que nos hayan dejado caer en un pozo de carbón. Nada de esto tiene sentido. No podemos ni estar todavía en Tau ni haber salido aún fuera de él.</p> <p>—¿Es que no hay forma de que un aparato pueda salir de Tau sin utilizar un punto terminal?</p> <p>—No, a menos de que se haya dado la circunstancia de estar en un buen espacio vacío particularmente disponible en el lugar exacto y en el tiempo justo también.</p> <p>—Entonces, no tenemos todavía suficientes datos. Bien, intentemos otro aspecto de la cuestión. Cuando desperté, mis miembros estaban casi carentes de sensaciones. Esto significa algo. Además, tengo la seguridad de haber olido en el aire una dulzura especial Creo que si lo examinas con cuidado, puedes sentirlo en la saliva de la boca.</p> <p>—Pues sí, es cierto, ahora que lo mencionas...</p> <p>—Bien, eso se debe a la indicación característica de cierta clase de compuestos orgánicos. Es una de las series de un nuevo y desarrollado anestésico y analgésico en forma de vaporizaciones. Es un producto de un bastante avanzado compuesto de organosíntesis metálico y estoy completamente seguro de que jamás ocurre libremente en la naturaleza.</p> <p>—¿Y a dónde nos lleva ese razonamiento?</p> <p>—A que puede ser utilizado en suficiente concentración para poner en estado de sueño a un grupo de personas.</p> <p>—¿De veras?</p> <p>—Si dispusieras de tan sólo diez gramos y de los medios de distribuirlo convenientemente, pondrías en estado de sueño prolongado a mil personas, Paul. Creo que estamos en el mismo interior del <i>Mu Electrón.</i></p> <p>—¡Oh, Dios! —exclamó Porter—. ¡Eso encaja magníficamente... tan magníficamente como para dudar de que sea verdad! Nos movimos hacia la posición coordenada del <i>Mu Electrón</i> y con ello hicimos salir a la gran nave del estado Omega. La reacción tiene que habernos enviado a través de una serie de deslizamientos de módulos, hasta terminar en el mismo del <i>Mu Electrón...</i> en su mismo interior. Cuando nuestro generador Rorsch se agotó, los fantasmas que siguieron no tienen importancia... ya lo puedes ver... estamos ya dentro del campo del <i>Mu Electrón.</i></p> <p>—Creo que dijiste que si fuésemos a ocupar la misma posición coordenada en un módulo idéntico a la nave, se produciría una gigantesca explosión...</p> <p>—Ordinariamente, sí. Pero si, por casualidad, quedamos localizados en un espacio vacío en el <i>Mu Electrón</i>, habría solamente moléculas de aire que no chocasen con nosotros. No puedo calcular ahora lo sucedido con exactitud, porque lo ignoro francamente; pero tiene que haber sucedido algo respecto a nuestro rápido módulo de transiciones bombeando aire desde el espacio antes de que cayésemos dentro de la sincronización. Me apostaría algo a que nos encontramos en este momento en las grandes bodegas de carga y a medio camino de una montaña de psilomelano.</p> <p>—A veces, querido Paul, sueles tener insospechados destellos de imaginación.</p> <p>—Yo sólo soy un técnico. Tú eres el cerebro experto. ¿Qué te dio la idea?</p> <p>—Cuando estuvimos en la base de la gran nave, calculé que alguien a bordo del <i>Mu Electrón</i> había tenido la intuición de hacer algo genial. Ante la espantosa perspectiva de un clímax Tau Mockba para este viaje mortal, dejó suelto un cierto gas o veneno en el sistema de ventilación de la nave, con objeto de evitar una ciega orgía final y un baño de sangre. No podía pensar que tendría disponible para realizar tal cosa; pero si tenía acceso al depósito médico... ¡pudo muy bien haber anestesiado a la totalidad del pasaje!</p> <p>—Sí, eso lo explica todo muy bien. Intentemos salir de aquí. Si el aire se ha purificado bastante aquí, tiene que estarlo en toda la nave.</p> <p>—¿Te imaginas qué es lo que podríamos encontrarnos? —dijo Brevis preocupado—. Esto es una situación bastante grave. No es posible bombear una concentración inespecífica de un soporífico poderoso como ese por toda una nave semejante, sin dañar a algunos o tal vez a todos sus ocupantes que lo hayan inhalado. No olvides que su intención fue probablemente la de producir un acto de muerte humana y piadosa, más bien que un consciente intento de salvación.</p> <p>—Me lo figuro —repuso Porter—; pero tiene que haber mucho oxígeno disponible en los tanques, y si cualquiera pudo ser salvado, sólo sus manos pudieron hacerlo.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">—¿Cómo van las cosas por ahí arriba? —preguntó Eric Brevis.</p> <p>—De forma muy alentadora. La mayor parte de los camarotes no fueron profundamente afectados y la recuperación es casi total. El doctor de la nave vendrá aquí abajo con nosotros, en cuanto haya comprobado al resto de los miembros de la tripulación.</p> <p>—Supongo que habrá sido él quien administró el anestésico.</p> <p>—Así es, Eric, y el propio doctor no puede calcular por qué se halla aquí todavía en lugar de hallarse sudando en el otro mundo. Tendré que poner por escrito cuidadosamente sus acciones cuando tenga que dar el informe correspondiente. ¿Y por esta parte, qué tal van las cosas?</p> <p>—Muy bien. No ha habido muchas desgracias; pero me causa espanto pensar en las consecuencias de lo que hubiera ocurrido de no haber llegado cuando lo hicimos. A bulto, calculo que habrá unas diecisiete personas que tendrán que ser hospitalizadas y sometidas a tratamiento especial cuando volvamos al Terminal.</p> <p>—Y entonces... ¿Julie?</p> <p>—Está bien. Ambos están bien.</p> <p>—¿Ambos?</p> <p>—¡Por Dios, Paul! ¿Quieres decir que nadie te lo advirtió antes? Tienes un hijo, Paul. Un chico estupendo. Vamos, ven por aquí, voy a mostrártelo.</p> <p>—Un momento —dijo Porter cogiéndole de la manga—. Me gustaría verlos a solas, si no te importa. Lo que dijiste respecto al temor Tau producido entre Julie y yo... bien, es cierto en varios aspectos. No puedo reprocharle que se marchara; pero esta reunión es una cosa... bastante delicada, ¿no crees?</p> <p>—Seguro, lo comprendo —repuso Brevis sonriendo brevemente—. Los encontrarás en la suite privada que hay al final del corredor. Ni que decir tiene que te deseo suerte.</p> <p>—Gracias —repuso Porter—. Pero quisiera que me contestaras a una pregunta antes de irme... algo que ha estado turbándome desde que ocurrió. Eric... ¿qué diablos te pasó en la muñeca cuando nos encontrábamos en Tau y te dirigiste hacia el Rorsch?</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Brevis apartó la mirada rápidamente y cuando volvió a mirar a Porter, sus ojos de acero aparecían como velados por una película de infelicidad.</p> <p>—No hay inconveniente en que lo sepas ahora. Recuerdas que tuviste la intuición de que los fenómenos graves del deslizamiento de los módulos se hallaban relacionados de alguna forma con algo existente en la propia nave. Pues bien, es cierto.</p> <p>—No veo qué relación pueda tener eso...</p> <p>—La relación es mi punto de vista respecto a la interacción de la física Tau. Ahí está la clave de todo el asunto. Es una verdadera interacción en ambos sentidos, que no pretendo comprender, pero que puede y de hecho ocurre. Yo forcé al <i>Lambda I</i> a salir de aquel infierno y a llevarlo hasta la situación Omega por un acto de desesperación.</p> <p>—¡Por Dios Santo, ve al grano!</p> <p>—Paul, yo traté de suicidarme cuando estábamos en Tau. Deliberadamente destrocé mi brazo tan seriamente, que sabía que a menos que saliésemos de aquel módulo infernal de disolución, no tendría la oportunidad de reparar la herida producida. O aquella nave tenía que saltar a otro módulo o yo tenía que morir. Yo había llegado a la conclusión de que eso solamente era la puerta de entrada hacia el módulo Omega.</p> <p>—¡Pero eso es la locura!</p> <p>—No es la locura, Paul, sino un hecho demostrable. La clave para el deslizamiento hacia un módulo Omega es un extremo estado de desesperación, de parte de alguien presente en la nave. Puedes llamarle miedo a la muerte o lo que quieras; pero es un fenómeno inextricable misteriosamente enlazado con la voluntad de vivir. No todas las mentes responden al campo giratorio Tau y la parte que no lo hace, trastorna aparentemente el equilibrio del campo de fuerza cuando el sentido de la desesperación es una cosa extrema. Aquí está el hecho que se encuentra tras la leyenda de que una nave que se aproxima al módulo Omega tendrá un cadáver a bordo. El hombre que muere, Paul, es la causa y no el efecto de la nave que toca el estado Omega.</p> <p>—Hay muchas cosas fantásticas en Tau —dijo Porter incierto—, pero no estoy convencido de que eso sea una de ellas. Una cosa derriba tu teoría, por sí sola: no había nadie muerto a bordo del Mu <i>Electrón</i> cuando se deslizó hacia el módulo Omega.</p> <p>—Piensa —dijo Brevis—. ¿No te dije que el efecto estaba inextricablemente enlazado con el deseo de vivir? ¿Sabes tú en qué período de toda una vida tal deseo es predominante? Es cuando uno nace, Paul. En el período de emerger del vientre materno, ese deseo, esa voluntad es más fuerte que nunca. Bien, encontrarás a tu esposa y a tu hijo allá, al final del corredor...</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>EL HOMBRE DE LA TELEVISIÓN - H. A. Hargreaves</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">W</style>ILLIAM E. Baldwin, técnico de televisión, se hallaba sentado con las piernas cruzadas en su litera, mordisqueando insistentemente la punta del lápiz que sostenía en la mano. Colocado entre las rodillas, sostenía un block de notas sobre cuya primera página aparecía una limpia columna de cifras. Cualquier miembro de la tripulación, al pasar, habría supuesto tal vez que estaba calculando alguna fórmula que hiciese estremecer al mundo con algún descubrimiento sensacional.</p> <p>—Doscientos... —murmuró—. Doscientos dos, concretamente, para acabar el techo, la chimenea, pequeñas reparaciones, pintura y la nueva valla... Maldita sea... ni empeñando toda mi paga conseguiremos nunca seguir adelante.</p> <p>Al apartar la vista de aquellas cifras que no cambiaban, Baldwin echó una mirada de reojo al mamparo que se hallaba a su lado. Un trío de sonrientes rostros le miraban en aquel momento, pareciendo sentirse orgullosos por su héroe del espacio.</p> <p>—Héroe... ¡hum! —murmuró con mal humor.</p> <p>Muy poco sabían su mujer y sus hijos de su verdadera posición en la plataforma del espacio en que se hallaba. Con súbita acritud, Baldwin tiró el block de notas dentro del cajón metálico de su mesita y se estiró en la litera con las manos bajo la nuca. En aquella plataforma especial y única en su género, en órbita en el espacio exterior, en aquel minúsculo microcosmos volante, estaban treinta y cinco de los mejores cerebros que la Tierra había producido. Treinta y cinco genios, elegidos y reunidos allí procedentes de todos los países de la Tierra... con él, Baldwin, empleado de la Internacional de Comunicaciones. Baldwin, el hombre de la Televisión.</p> <p>El hombre de la Televisión. No parecía importar que solamente tres de los veintisiete satélites a los que prestaba servicio fuesen enlaces de televisión y que el resto fuesen satélites vitales para la navegación, la meteorología y vigilancia del espacio. Para aquellas indiferentes máquinas pensantes que había a su alrededor, él era el técnico de la Televisión, un instrumento más que necesitaba bastante espacio, alimento y aire. Aquellos nombres, diseñadores e inventores de su equipo celosamente guardado, habrían considerado como a un vulgar intruso incluso a un ingeniero que se hubiese aproximado a sus zonas privadas y mucho menos le hubieran permitido ni trazar un circuito cualquiera. Allí era alguien no deseado, y virtualmente ignorado allí donde se arriesgaba a cualquier conversación sobre medicina espacial, o astrofísica. Tal vez todo hubiera sido diferente si hubiese ido con su grado de doctor de la Universidad, habiendo pospuesto su matrimonio, e incluso habiendo rehusado el empleo de aquel gigante híbrido que, desde Tierra, le había enviado a donde estaba.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">La gloria de la investigación y la inventiva se había disipado y desaparecido cuando comprendió que la política internacional podía llegar hasta lo más íntimo de su laboratorio, pero no había aprendido bien la lección. Sólo le quedó el ser requerido para el entrenamiento del espacio y llegar hasta la plataforma en órbita para encontrarse a sí mismo como una ayuda alquilada a un precio determinado. Sólo entonces pudo comprobar que se hallaba cogido entre dos mundos; en uno, donde era un profesional que sabía demasiado poco de negocios y política, y en el otro, un asalariado de los negocios y la política que sabía muy poco también de las profesiones que le rodeaban en su entorno vital. En ninguno de ambos mundos parecía que se le juzgase como a un individuo por propios méritos que tenían su peso en situaciones normales.</p> <p>—Bien —pensó—, de todas formas, dentro de dos meses ha terminado esto. Y, una vez de vuelta a tierra firme, no creo que vuelva a la Internacional de Comunicaciones. Volveré a la Universidad.</p> <p>Y acariciando aquellos pensamientos y la probabilidad de que tuviese que cambiarse otra vez con su familia, Baldwin alargó la mano en busca nuevamente del block de notas, esperando seguir entretenido y hacer algo mágico con aquellas frías cifras que tenía anotadas en el block.</p> <p>—«Baldwin... Baldwin... Comunicaciones».</p> <p>Se lanzó de la litera, caminó por el estrecho corredor y se aproximó a una escotilla donde levantó un teléfono, presionando al mismo tiempo un botón.</p> <p>—Comunicaciones... aquí Baldwin.</p> <p>—Un trabajito para usted, Televisión —dijo la seca voz de MacPherson, el matemático—. Uno de sus yo-yos, el TV-2, ha quedado fuera de servicio. Hay una terrible confusión allá abajo y es preciso que vaya inmediatamente. Ya he dispuesto un registro en su «bronco». Está usted ahora a cinco minutos, menos veinte segundos de la posición más favorable. Vaya esta vez en caída hasta el Polo Norte y así nuestros viejos amigos del Canadá, no sentirán molestias, ni me acusarán de haber tenido la culpa de todo esto. No pierda tiempo. Todo está dispuesto para su intervención.</p> <p>—Está bien —repuso secamente Baldwin, dirigiéndose rápidamente hacia la cámara de compensación de la plataforma.</p> <p>Se maldijo en voz baja para sí mismo. Tenía que ser un satélite de la TV. Probablemente había sido Melling el que había enviado el mensaje. Para él, toda era cosa de extremada urgencia, desde que se consideraba inseguro en la Compañía. Sosteniendo su cargo después de terminado, se hallaba en peligro de ser reemplazado por Zoldowski, su oponente, y la mitad del tiempo su presupuesto era sostenido por el bloque del Asia roja.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Llegado a la cámara de compresión, Baldwin se vistió con el traje espacial y después accionó la presión del aire, comprobándola. Todo funcionaba perfectamente, como de costumbre. Flexionó los guantes de plioteno y comentó en voz alta: «Probablemente, todavía hay demasiada disipación de calor». Bien, tendría que soportar la mordedura del frío una vez más. Bombeó el aire remanente en los tanques, abrió la escotilla exterior y subió a bordo de su «bronco». Desató el sencillo cable de amarre y cerró la escotilla, tomó asiento en el enorme aparato de navegación de enlace y cerró y conectó todas su conexiones del traje espacial.</p> <p>—«Comunicaciones... aquí Baldwin. Compruebe, radio.»</p> <p>—5 por 5 —repuso MacPherson—. Tendrá las luces rojas dentro de 93 minutos menos 30 segundos. Por tanto, no le queda demasiado tiempo para su trabajo, allá sobre el Polo Sur, amigo, y procure que no se le haga tarde. Sepa que su Mister Melling dice que es vital tener la red televisiva de África en pantalla dentro de dos horas. Veintidós segundos, Baldwin. Procure no coger ningún resfriado ahí fuera.</p> <p>Baldwin se puso de un humor de perros. El escocés parecía tomarlo todo a chanza, como de costumbre. Igual podría haber ido a vivir en el propio TV-2 y así no perder ningún tiempo una vez que se hallaban bajo los cinturones de Van Allen. Entonces, súbitamente, se sintió aplastado contra el asiento al despegar el «bronco» a su máxima marcha de gravedades. Durante unos segundos, se consideró estrangulando al escocés que tenía la virtud de sacarle de quicio. «Aceleración máxima y después deceleración máxima», gruñó malhumorado. Una broma de mal gusto o una forma desagradable de mostrarle la forma en que había de actuar. Fuese lo que fuese, tendría que hablar con MacPherson cuando estuviese de vuelta. Después, cuando la aceleración dejó de molestarle, pensó en la misión que le habían confiado.</p> <p>MacPherson había mencionado la red de TV de África... tendría que ser aquella parte del mundo la causante de tanta prisa. Si los satélites hubiesen llegado un poco más tarde, el continente negro podría haber dispuesto de conexiones por cable o de microondas con el resto del mundo, para servir en casos de urgencia como aquel. Entonces, no surgiría ningún grito de angustia cada vez que cualquier ama de casa de Sudáfrica se perdiese la emisión del «Libro de Cocina de la Internacional». Al equilibrarse brevemente los nonios del «bronco» llevándole bajo el Cinturón y describiendo un largo arco entre la península de Labrador y Terranova, Baldwin se retorció en su asiento y miró hacia la Tierra, para localizar la banda en que brillaba la aurora del nuevo día terrestre a todo lo largo del Atlántico oriental. Siguió malhumorado, al estimar que ya serían aproximadamente las 10 de la mañana en Argel. Entonces, sintió cómo su cuerpo se inclinaba al comenzar la deceleración y su malhumor alcanzó el máximo grado.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Bajo el TV-2, en un remoto lugar de! África Central, la ciudad capital de un pequeño país, recientemente independizado, se hallaba también alcanzando su máximo punto de ebullición. Toda una masa de contradicciones, aquella ciudad, de unos 50.000 habitantes, era un lugar donde cualquier cosa podría ocurrir en el momento más inesperado y algo particularmente podría ocurrir en aquel día precisamente. Cualquiera que se aproximase a Ungala por el suelo, a lo largo de cualquier camino de acceso, incluido el que conducía al aeropuerto, podría haberse visto sorprendido por grandes grupos de chozas semipermanentes, cada una de las cuales albergaba a unos cuantos miembros de tribus diferentes. Sus techos en forma puntiaguda parecían recibir el eco de un simple y ultramoderno edificio que sobresalía como algo colosal en aquel medio ambiente, en el mismo centro de la ciudad.</p> <p>En el borde de la ciudad, y extendidos en amplia zona, como al azar, unos barrios con casas de todas las descripciones posibles se agrupaban unos juntos a otros, dejando sólo paso a unas pocas calles, desde la gran plaza hasta las viejas tiendas, y después a los modernos y espaciosos almacenes. Vehículos de último modelo mezclados en pintoresca confusión con autobuses de gasógeno y carretas de bueyes; hombres de negocios impecablemente vestidos y oficiales del Gobierno, con hombres de las tribus con sus multicolores ropajes locales. Normalmente el murmullo del parloteo, los gritos y el ruido callejero había sido ensordecedor; pero aquel día se apreciaba una insólita quietud sobre la mayor parte de la ciudad. Solamente en la gran plaza existente frente al edificio del Gobierno había algún ruido, como real sentido de vida.</p> <p>Allí se hallaban sentados, con las piernas cruzadas, cuatro mil hombres de las tribus de la provincia norte, o bien de pie, cuerpo con cuerpo, murmurando entre ellos y haciendo gestos diversos hacia el final de la gran plaza. El surtido de armas de guerra que llevaban, en desafío abierto a la ley, resultaba, por los modernos conceptos de las cosas, antiguo, pero no por eso menos peligroso. Que aquellos hombres y sus armas constituían una fuerza digna de tenerse en cuenta, podía juzgarse por el número de nerviosas tropas alineadas frente al edificio del Gobierno y esparcidas en diversos lugares estratégicos.</p> <p>No eran ni los hombres de las tribus ni las tropas de cara a ellos, sin embargo, lo que reclamaba la inmediata observación del visitante imaginario. Más bien lo era el extraño dispositivo montado precisamente en todo lo alto de la amplia escalinata que conducía al edificio del Gobierno. De veinte pies de alto y treinta de ancho, constituía una enorme pantalla extendida de cara al gran auditorio. Aunque los hombres de las tribus se estaban volviendo peligrosamente amenazadores, se produjo un chasquido sonoro, que pronto se desvaneció para dar paso a una figura que apareció en lo que entonces podría ser identificado como una pantalla de televisión gigantesca, montada a semejante extensión.</p> <p>Al irse iluminando la pantalla, la figura se hizo reconocible y, aunque ninguno de los observadores había estado jamás en el interior del edificio, tras la pantalla, resultaba obvio para los espectadores que tal figura estaba sentada en una habitación y en cualquier parte del enorme edificio del Gobierno. Un rugido de desaprobación se levantó de entre la masa y un tipo gigantesco, vestido con algo más que un simple taparrabos blandió una vieja espada e intentó lanzarse hacia adelante a través de la muchedumbre en ebullición. En seguida, al comenzar a hablar el personaje de la pantalla, un profundo silencio se abatió sobre aquella gran masa de indígenas expectantes.</p> <p>—Mis queridos amigos del Norte —comenzó a decir el personaje sentado, en grave tono—. Sería para mí un gran placer haberos dado la bienvenida en el Capitolio, en cualquier ocasión, si hubierais venido en son de paz. Ciertamente, y aunque yo soy el líder del partido de la oposición y el primer ministro pertenece a vuestra venerable tribu, vosotros habéis sido más hospitalarios conmigo en mis visitas a vuestros poblados. La respuesta que me habéis dado, cuando os he hablado por la gran máquina de imágenes en vuestra propia provincia, siempre ha sido cortés, también; por tanto, estoy sorprendido porque se me ha informado de que no parecéis dispuestos a elegir mi candidatura, por las muestras dadas en las elecciones.</p> <p>Al llegar a este punto, sonrió tensamente y una ola de irónicos comentarios se expandió por toda la gran plaza. A uno de los extremos, un viejo encorvado y veterano luchador, lanzó una abrupta y ruda sugerencia sobre los signos y muestras a que se había referido el personaje, y los jóvenes reunidos a su alrededor le levantaron en el aire para que pudiera repetirlo. En su oficina, situada en el piso más alto, el personaje, sentado ante la televisión, se volvió de las cámaras y echó un vistazo por las ventanas más próximas, hacia la plaza, para ver un ondulante movimiento que se expandía a partir de aquel viejo, como las olas que produce la piedra lanzada en un estanque. Se limpió las palmas de las manos en los pantalones, bajo su mesa de despacho, y continuó:</p> <p>—No puedo comprender la forma en que hoy os comportáis. Queréis ver a vuestro jefe político. Hay cierto número de personas a quienes les gustaría pensar que se encuentra en cierta situación de peligro. Os han dicho que va a ser molestado, que nosotros, en la oposición, le hemos sacado del país y depuesto, y que nosotros hemos procedido y tratado con él como otros líderes hicieron en el pasado —un gesto de revulsión se dibujó momentáneamente en su rostro, mientras que abajo, el gigantesco individuo de la espada volvió a blandir su arma y gritó a la pantalla, arrancando una terrible respuesta de los demás indígenas que se encontraban detrás de él—. Primero, dejadme deciros —continuó la voz, que dominó el murmullo creciente del auditorio— que aquellos tiempos ya han pasado. Como muchas otras cosas, ya quedaron atrás y nuevas cosas han tomado su lugar en nuestras vidas; así las nuevas ideas han llegado hasta nosotros, nuevos caminos para manejar los problemas de la jefatura política de nuestro país y nuevos caminos también de zanjar las diferencias de opinión. Yo, Albert N'Galy, juro que vuestro jefe está sano y salvo.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">En la pausa que siguió, los hombres miraron al viejo veterano, ahora de pie sobre un banco de piedra, y al gigante, quien de repente se encontró a sí mismo casi debajo de la pantalla a varias yardas de distancia del resto. El viejo, consciente de su poder creciente, volvió a gritar una vez más del abuso que se cometía, hacia la distante pantalla, mientras que el gigante, a inconfortable distancia de las tropas, se volvió y voceó su rabia sobre la multitud en gritos incoherentes, contrapunteados por gestos que hacía con su espada.</p> <p>Uno, dos, cinco minutos fueron pasando, mientras el tumulto alcanzaba su clímax, y comenzó a disminuir, mientras que en su oficina el personaje que hablaba ante las cámaras esperaba y observaba, teniendo ya mojadas la camisa y la chaqueta de un copioso sudor. Hablando y midiendo sus palabras cuidadosamente esta vez, el político se dirigió de nuevo al auditorio, forzando un tanto la voz, aunque sin gritar sobre el micrófono.</p> <p>—Vuestro jefe está sano y salvo, os lo repito. Aunque está a muchas millas de distancia, a través de los mares, Nicolás N'Thulmah está en completa seguridad y en buen estado de salud. Es lo cierto que está actuando por todos nosotros y va a recibir un honor que nos parecerá a todos casi imposible el haberlo concebido. En este preciso momento, está en compañía de los hombres más importantes de todos los grandes países del mundo: él, nuestro líder, va a hablar ante ellos, a llevarles nuestro agradecimiento por haber sido bienvenido en la gran Asamblea de los jefes, las Naciones Unidas. Es llegada la ocasión de que debiéramos sentirnos orgullosos, y no la de comportarnos como animales.</p> <p>En la plaza, el gigante estaba silencioso y trataba de digerir y asimilar aquella nueva información. Tras él, comenzó de nuevo el murmullo, llegando a poco a un verdadero rugido de una masa animal, hasta que el viejo gritó:</p> <p>—¡Eso es un truco! ¡Muéstranos a N'Thulmah! ¡Muéstranos a Nicolás, el jefe bienamado!</p> <p>La figura sentada se puso en pie y levantó las manos. Una vez más, desesperadamente consciente de la escena que estaba desarrollándose bajo él, N'Galy pudo a duras penas contener el tumulto.</p> <p>—Muchos de vosotros habéis visto en las máquinas de imágenes a la gente que se mueve en las Naciones Unidas en ocasiones importantes. Se ha podido arreglar lo conveniente para que pudiéramos ver a Nicolás N'Thulmah, siendo bien recibido, como nuestro gran jefe al gran salón de los jefes. Si lo veis allí, ¿creeréis entonces que lo que os he dicho es cierto y que se encuentra bien?</p> <p>El viejo ponderó la cuestión por un momento, en forma de un ligero zumbido de consulta entre sus vecinos, hasta que, poco a poco, el zumbido subió de tono en un confuso gesto de asentimiento. Estando seguro de los que le rodeaban, el viejo guardó silencio, contento de esperar hasta llegado el momento oportuno. La figura de la pantalla volvió a tomar asiento y su rostro fue creciendo de tamaño hasta ocupar la totalidad de la pantalla. Los observadores pudieron apreciar las arrugas de sus facciones con la presión nerviosa que sufría en aquel momento, conforme miraba en derecho a la muchedumbre agitada de la gran plaza.</p> <p>—Bien, entonces, tenéis que tener un poco de paciencia —continuó—. Es sólo cuestión de un poco más de tiempo. Hay algunos problemas con las máquinas de imágenes y los hombres sabios que trabajan en ellas. Todavía no pueden enviar las imágenes a través de los mares. Pero tardará muy poco. —Su voz aumentó de volumen hacia el final de esta última declaración, como anticipándose a la reacción del gentío de la plaza, que efectivamente llegó casi al instante.</p> <p>El gigante estaba gritando de nuevo, dirigiéndose hacia la base de la pantalla y los hombres de las tribus se dirigían en su seguimiento. A la parte de atrás, el veterano luchador comenzó una melopea que fue extendiéndose hasta el último extremo de la plaza, resonando con una sola palabra:</p> <p>—¡Ahora... ahora... ahora...!</p> <p>En el último piso del gran edificio del Gobierno, N'Galy hizo un gesto hacia la puerta de su oficina y un oficial asistente se dirigió hacia el elevador. Bajo él, una turba rugiente se movía de atrás a adelante, fuera de su vista, precaviéndose, comprobando, envalentonando a sus hombres, conforme los murmullos de frustración y desacuerdo discurrían entre ellos.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">La frustración y el desacuerdo también se hacían sentir sobre William Baldwin, conforme el «bronco» se alojaba sobre el TV-2 y, automáticamente, adaptaba el curso y la velocidad del satélite con una precisión que funcionaba a menos de una milla por hora y una milésima de grado. Giró y dio la vuelta sobre la superficie del satélite de comunicaciones, pareciéndole al técnico que cabeceaba, en especial por el lado de estribor, en una pulgada cada vez, hasta quedar bloqueado por la negrura del espacio. Finalmente, cesó todo movimiento relativo. Vio encenderse la gran cruz verde y se despojó de los impedimentos del traje espacial, disponiéndolo todo para entrar en funciones. Cerró el panel de propulsión, extendiendo su campo de trabajo como un escudo en semicírculo alrededor del TV-2. Otro cuidadoso repaso y control de los paneles electrónicos y saltó fuera de la escotilla y a lo largo del «suelo» de su campo de acción.</p> <p>Un fantástico resumen de conocimientos científicos, algunos obtenidos por dolorosas experiencias, se hallaban incluidos en aquella parte del «bronco». Allí, montado o hacinado en el propio escudo protector, habían herramientas, calibradores, repuestos de cables, antenas y paneles auxiliares de control y el índice visual de consulta en microfilms para consultas generales o específicas equivalente a muchos libros científicos y técnicos, que aseguraban toda la información concerniente a los satélites bajo su inmediato cuidado. Algunas cosas habían sido instaladas por él mismo, así como determinadas reformas realizadas en los diseños de los satélites, modificados por su insistencia como técnico, para facilitar su mantenimiento en el espacio. En los viejos tiempos anteriores a la plataforma espacial, un satélite tenía que funcionar o ser reemplazado, y cuando llegaba a convertirse en económico para su servicio en órbita, cualquier avería imprevisible solía ocurrir.</p> <p>Incluso cuando Baldwin aún no había imaginado siquiera que se convertiría en un «reparador» de satélites, había gastado todo su tiempo en el estudio de su simplificación en los diseños y su más fácil acceso a ellos. En realidad, su contribución a la obra había sido enorme y como muchas veces ocurre con ciertos hombres inteligentes, anónima.</p> <p>Las antenas del TV-2 se retrajeron automáticamente por equipo giroscópico, aparentemente funcionando en perfectas condiciones; pero con una decepcionante lentitud en sus movimientos que no obstante, aún resultaba demasiado rápida para una comprobación visual. Baldwin extendió cuidadosamente las botavaras espaciales que enchufó a las hembrillas correspondientes en los ejes del satélite y dejó bien enganchada su cuerda salvavidas. Se dirigió hacia el extremo de una de las botavaras, desconectó un interruptor en la hembrilla y abrió el escudo protector. Llevó con ello una ligera presión sobre las botavaras y esperó a que el gran satélite se detuviese en su giro, moviéndose hasta encararse con la zona dañada. Algo había perforado la cubierta exterior, produciendo una hendidura de unos dos pies entre los puntos de entrada y salida.</p> <p>Echó un vistazo al registro del escudo, sabiendo que debería mostrar una temperatura interna en descenso; pero tras haberlo comprobado, aquel aspecto no era tan malo como se esperaba. Trabajando del lado del sol, la reparación la llevaría a cabo más fácilmente de todas formas, pensó, y puso en funcionamiento el equilibrador «Jesporson». El calor bañó aquella zona conforme los colectores comenzaron a funcionar y los disipadores lo extendían alrededor del TV-2.</p> <p>Sacó un soplete de su caja de herramientas y fue cortando metódicamente las piezas desgarradas del fuselaje, dejándolas sobre el suelo donde produjeron un suave sonido metálico. Aquélla era la parte más simple del trabajo a realizar, y mientras lo hacía, dejó a su imaginación volver hacia MacPherson y sus colegas. Tenía la seguridad de que ninguno de ellos tenía consciencia de lo intrincado y peligroso que su trabajo podía ser. Los microfilms ampliables constituían un dispositivo ingenioso y valiosísimo; pero de hecho el técnico confiaba principalmente en una excelente memoria, en su ingenio, y a veces en la inspiración. Sencillamente, no se disponía de mucho tiempo para recomponer una órbita, y de gastarlo, le costaría mucho entonces para volver a ver la plataforma. Había que actuar rápidamente y con la máxima eficacia.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Ya había limpiado la zona del impacto y comenzó su verdadero trabajo manual, comprobando el gran cronómetro que tenía frente a sí cerca del tope del escudo protector. Veintiocho minutos para la luz roja. Se concentró en el satélite. Faltaba el suministro de energía en todas las unidades del número 3, rezongó para sí mismo, mientras operaba con manos ágiles entre aquel revoltijo. Se había producido una ligera diseminación radiactiva en el entorno, también; aunque no en las diminutas y vitales secciones del satélite. Flexionó los guantes pensativamente y fue hurgando más profundamente en las entrañas del TV-2. «Tendré que retorcer una de las puertas de acceso por lo menos», murmuró entre dientes. Entonces, echó mano a la llave maestra. Con ambos pies apoyándose en el fuselaje y una mano sobre el satélite, colocó la llave sobre una boma con extraordinaria precisión. Presionando y activando la magneto, comprobó que cedía ligeramente. Media vuelta más y ya tuvo una fuera. Seis bomas más y ya estuvo en condiciones de comprobar el resto de los daños sufridos. Dos antenas inútiles, las correspondientes al suministro de energía; una sección de cable de alto voltaje y, probablemente, otra antena más para estar seguro. Rápida y casi mecánicamente, extrajo los restos de la catástrofe, sin preocuparse de reemplazar ningún elemento individual, por el momento. Sistemáticamente, fue sacándolo todo y arrojándolo aparte. Tomó dos antenas más y cuantas piezas de repuesto necesitaba, y comenzó la tarea de reemplazarlo todo cuidadosamente. Dieciocho minutos, entonces, para la luz roja.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Se apresuró a empalmar el cable de alto voltaje con el soplete especial. A continuación, siguieron las unidades de video. Una de ellas le dio trabajo, pero lo consiguió pronto y comprobó el resultado. Finalmente, era indispensable poner en marcha el dispositivo de suministro de energía. Se sonrió, al manejar con facilidad las cien libras de aquel milagro de dispositivo de ultrafrecuencia, pensando cuánto le habría costado realizar el mismo esfuerzo trabajando en tierra. Conectados todos los puntos en el lugar conveniente, se dirigió hacia el banco de pruebas y al equipo de ajuste de control remoto. Moviendo los dedos con presteza, dispuso los diales, conectó los interruptores y observó el resultado en una pequeña pantalla monitora. La antena se deslizó al exterior, hacia su campo de acción. La energía funcionaba. En la pantalla comenzaron a formarse una serie de imágenes imprecisas al principio y claras después, a los pocos instantes. Una escena comenzó a tomar vida en la pantalla del monitor. Daba el aspecto de ser el gran salón de la Asamblea de las Naciones Unidas. Hizo una serie de mejores ajustes en los controles y los fue anotando hasta quedar completados en el interior del satélite. La imagen apareció entonces perfectamente clara. Pero comprobó demasiado tarde que el TV-2 se mecía inmediatamente tras él y que el cierre de acceso al satélite se había quedado de alguna forma abierto.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Mientras se lanzó inmediatamente sobre los controles del cierre, toda la masa del satélite le rozó la pierna, presionándola terriblemente contra la pila de fragmentos del fuselaje. Un terrible dolor le estremeció de pies a cabeza, cegándole momentáneamente y amenazándole con hacerle perder el conocimiento. La enorme masa del satélite continuaba meciéndose lentamente en el espacio y quedándose perezosamente hacia atrás. En realidad, pareció todo haber sido un ligero roce, no lo bastante fuerte como para romperle la pierna, pero había sido suficiente. Luchando por apartar de sí el terror de tal idea, se miró al traje espacial. Sólo una delgada línea aparecía, como dándole a entender que algún fragmento se había deslizado dentro del tejido, que se sellaba a sí mismo automáticamente, y el dial le indicó que no había una desgarradura que habría significado una muerte casi instantánea. Pero en el interior del traje había ocurrido algo mucho más grave. Sintió un cálido chorro de fluido extendiéndose sobre la pierna, y sintió el calor de su propia sangre escurrirse hacia el tobillo y después en la bota del traje espacial. El pánico se despertó nuevamente en Baldwin, imaginando que una arteria habría quedado seccionada en la pantorrilla.</p> <p>Luchando por permanecer sereno, fue hasta el suelo y recogió un trozo de cable de repuesto. Al borde de la histeria, se lo enrolló fuertemente alrededor de la pierna, un poco por debajo de la rodilla. Después, con la ayuda de un destornillador, se apretó, dando vueltas y formando un apretado torniquete en aquella parte. El dolor se hizo mucho más intenso, pero sintió los latidos de su corazón hacerse más lentos y regulares. No había tiempo para investigar si aquello soportaría la presión interna del traje espacial o lo que sucedería respecto al sistema de aire en circulación. Echó un vistazo al cronómetro, mientras despejaba el campo y encendió todos los contactos. Faltaban siete minutos para la luz roja.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Echó mano a una pieza de metal para tapar el boquete del satélite, producido sin duda por algún meteorito, cuya pieza resultó ser demasiado grande para su fin; pero no había tiempo para cortarla a la medida justa. El satélite se alejaba demasiado. Retrajo las botavaras y cerró esta vez. Trabajando frenéticamente, soldó los bordes de la gran pieza metálica concienzudamente. Ya no quedaba tiempo para ulterior comprobación. La soldadura era excelente y prestaría un perfecto servicio al desastre producido en el TV-2. Sintió cómo una especie de desmayo iba apoderándose de su mente, al retirarse al «bronco» y desconectar el campo de aproximación. Entonces el satélite comenzó a recobrar su movimiento de giro permanente alejándose por el espacio.</p> <p>Al fijarse de nuevo en la pantalla monitora pudo ver a una negra figura que movía los labios silenciosamente. Su último pensamiento, al caer rendido en su asiento y accionar con las manos, interiormente cubiertas de sudor, los controles del «bronco», fue la de no haber comprobado el sonido. Entonces, al encenderse la luz roja y comenzar la aceleración su efecto, cayó hacia atrás y se sumió en la inconsciencia.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">En la ciudad de Ungala, los cerrojos de los fusiles accionaron, mientras las tropas cerraban filas y presentaban cara a los cuatro mil insurgentes de las tribus congregadas en la gran plaza del Gobierno. Al otro extremo lejano de la plaza, el viejo guerrero, llevado sobre los hombros de los más jóvenes, urgía a la muchedumbre para vengarse, y en todo lo alto de la escalinata, inmediatamente debajo de la gran pantalla de la televisión en circuito cerrado, el gigante sólo estaba poseído por el loco deseo de la lucha, esgrimiendo su espada y lanzando como una fiera su grito de guerra. Las bocas de los fusiles apuntaban ya a la muchedumbre enardecida, al llegar al primer peldaño de la gran escalinata, y las cabezas de los soldados se volvieron ligeramente hacia los oficiales encargados de dar la señal de fuego.</p> <p>Y entonces, súbitamente, un nuevo grito se levantó en la gran plaza, salido de mil gargantas enronquecidas.</p> <p>De una parte a otra, se detuvieron las filas de los hombres de las tribus y cesó todo movimiento. Todos los ojos se volvieron hacia la gran pantalla, para ver en ella a Nicolás N'Thulmah surgir de la niebla gris en que hasta entonces había permanecido sumida la gran pantalla de televisión. La visión cambió súbita y ligeramente. Tras de él apareció el gran salón de Asambleas de las Naciones Unidas. De repente, la suave y fluida voz de su jefe pareció llenar el aire de todo el ámbito circundante. Su lenguaje era extraño, pero su voz era claramente audible. Después, fue reemplazada por otra que hablaba su misma lengua, su propio dialecto.</p> <p>—Muchos de ustedes —decía el gran jefe de las tribus— han llegado a acostumbrarse a dar la bienvenida a una nueva nación a sus filas. Unos pocos de los más recientes miembros comprenderán y recordarán la emoción que ahora me embarga al aceptar yo, para mi pueblo, un lugar entre las naciones del mundo.</p> <p>El resto del discurso se perdió entre el estruendo de un verdadero trueno de entusiasmo que recorrió como una corriente eléctrica toda la multitud presente y todos los allí reunidos, mientras que por sobre las cabezas de los individuos de las tribus, un verdadero bosque de lanzas y espadas se levantaba en gritos ensordecedores de entusiasmo y salutación al gran jefe. El ruido incluso hizo estremecer al propio Albert N'Galy, en su asiento, en el interior del palacio; pero se dejó retrepar con un suspiro de alivio y cerró los ojos mientras sonreía débilmente.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">De nuevo a bordo de la plataforma, Baldwin se hallaba reclinado en el reducido espacio de su litera. De vez en cuando miraba con desagrado a la botella con plasma sanguíneo que colgaba a poca distancia de su cabeza y al tubo de goma que, con una aguja al extremo, se hallaba inserto en una de las venas de su brazo inmóvil. Lenta y dolorosamente, se incorporó ligeramente y miró hacia su pierna herida. La manta que le cubría estaba muy bien abrochada a lo largo de su cuerpo. «Bien —pensó Baldwin—, los médicos son iguales en todas partes, tanto si lo son de los exploradores del espacio como si se dedican a curar caballos.»</p> <p>Volvió a recostarse y trató de imaginarse qué ocurriría en aquella situación. ¿Enviarían a alguien que le reemplazase? Melling tendría un técnico a la mano para enviarlo, si fuese necesario, en su puesto; estaba muy cerca del presupuesto de las Naciones Unidas, para hacer lo que creyera conveniente. Pero, entonces, alguien tendría que bajar de nuevo y acabar el trabajo de reparación del TV-2; no podía considerarse un buen servicio el parche puesto al satélite en su gran avería del espacio. Pero, ¿por qué tendría que ser de nuevo Baldwin el que tuviera que jugarse el cuello, y no otro de los que se paseaban por tierra firme y que tuviera la piel más dura? Entonces, y a despecho de sus pensamientos, hizo una mueca de disgusto. Aquello podría ser tomado como una chapuza sin pena ni gloria. Al intentar volverse un poco, sufrió otro intenso dolor en la pierna, y vio aproximarse, una vez entrado por la puerta del camarote, al propio MacPherson, sintiendo entonces un acceso de rabia y de furor contra aquel individuo despiadado y orgulloso, que se acercó a su litera.</p> <p>—Bien —dijo el escocés frunciendo el ceño—, con que disfrutando del tiempo de la Compañía, ¿eh? —El herido sintió un sonrojo y estaba dispuesto a contestar al matemático con una atrocidad, pero el escocés no le dejó tiempo para hablar—. Tengo una pequeña comunicación de su mister Melling para un cambio. Dice que tiene usted que tomarse el tiempo que necesite para recobrarse, pero que le gustaría que diera usted mismo un retoque al TV-2 dentro de un par de días. Parece que hay algo que no va bien en el eje y el sonido se desvanece con frecuencia.</p> <p>Baldwin se dejó caer en la almohada. Pensó que era mejor no discutir por el momento. A su tiempo, ya le diría que fuera él, con su hermosa calva y su estúpido sentido del humor, a arreglar la avería del satélite.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">—¡Oh, sí! —continuó MacPherson—. Hay algo más también, se me olvidaba. —Y miró a algo que parecía insustancial en su mano—. Las Naciones Unidas envían su felicitación por la rápida acción que ha tenido usted en el TV-2 durante la crisis. Usted... bien, evitó la posibilidad de una sangrienta insurrección en uno de esos Estados impronunciables que hay por el África Central. —Y pareció ir haciendo rodar las palabras con un énfasis irritante. Pero por primera vez, por cuanto Baldwin pudo recordar, el escocés estaba sonriendo—. Hemos pensado que la ocasión requería cierta pequeña celebración y distinción, y, puesto que no está usted en condiciones de ir personalmente por algún tiempo todavía, consideramos esto para todos nosotros.</p> <p>Su rostro volvió a adoptar nuevamente una expresión seria, al sacar la mano de detrás de la espalda. Entre el pulgar y el índice colgaba una cinta, a cuyo extremo brillaba una enorme pieza de metal dorado en forma de estrella. Grabada en la misma se distinguía la palabra «HÉROE».</p> <p>MacPherson se volvió para salir.</p> <p>—Ah, los carniceros de a bordo dicen que estará usted bien dentro de tres días y que podrá volver al trabajo en una semana; pero son como los comadrones que hay por allá abajo. Sentarse a descansar no es nada bueno, ahora, y necesitamos un hombre de la Televisión.</p> <p>Y salió silbando tranquilamente de la cabina, mientras Baldwin suspendía del aire su medalla de héroe.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>LA ESTRELLA CIRCULAR - Donald Malcolm</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">E</style>N los remotos confines de la Vía Láctea, allá donde las estrellas se hallan como grandes olas solitarias a orillas de un inimaginable mar de espacio cósmico, que se extiende hasta dos millones de años luz para volver a encontrar otra isla luminosa, encontraron aquel extraño sol.</p> <p>Tras del viaje exploratorio del Equipo 31 sobre Palmira, el capitán Krishna Rang, al mando de la nave de vigilancia <i>Starfire</i>, mandó llamar a los seis otros equipos exploratorios planetarios, para un descanso en Meroe, completando así su parte de aquel viaje cósmico de exploración y volver después a la Tierra.</p> <p>De los dieciséis hombres que habían sido afectados por la siringomielia, dos habían muerto, mientras que el resto, incluyendo a los doctores Whitehead, Kurtz Lemnitz y Harry Gardner, se habían recobrado bajo un intenso tratamiento.</p> <p>El personal de los equipos había pasado un período completamente tranquilo de tres meses en aquel mundo agradable, renovando viejas amistades y haciendo otras nuevas. Matt Brady, antiguo jefe de exploración del Equipo 31, estuvo a punto de ser persuadido por Alan Cordon y Paul Janeba para seguir descansando y permanecer; pero decidió marchar con el <i>Starfire</i>, si bien prometió volver después.</p> <p>Rang había reunido a los seis jefes de equipo para una serie de conferencias con los consejeros científicos del <i>Starfire</i>, comenzando así el intercambio de ideas, los descubrimientos y las invenciones y hallazgos. Como había sido convenido en Tierra antes de la partida, cada nave estelar madre, de las cuales había veinte en total, llevando consigo a un número de ciento veinte equipos preliminares de vigilancia y el mismo número de equipos de exploración, completarían su papel asignado y se reunirían en una conferencia general, en cualquier sector de la Galaxia donde fuese conveniente. La parte confiada al <i>Starfire</i> residía a lo largo de un brazo espiral de la Galaxia, donde nuestro Sol había nacido, eones de tiempo atrás.</p> <p>Y de esa forma es como llegaron a descubrir aquella estrella.</p> <p>Resultaba evidente, incluso desde una enorme distancia, que aquella estrella era diferente del conjunto medio de las que forman parte de nuestra Galaxia, a causa de su especial conformación vista a través de los telescopios: algo de forma alargada, como un gigantesco salchichón. Las mediciones efectuadas le atribuían una longitud de un millón de millas, por unas doscientas cincuenta mil de espesor. No tenía planetas, hecho en sí no demasiado infrecuente.</p> <p>Los astrónomos principales de los equipos montaron turnos de guardia para proveer de una constante observación de la estrella a bordo del <i>Starfire</i>, mientras se realizaba, a su vez, una aproximación más cómoda para su mejor observación, en tanto que el resto del personal se volcaba a título de pura curiosidad en lo que corrientemente llamaban el telescopio «turista» en la cúpula del observatorio. Consideraban aquello como un viaje de placer y de curiosidad alrededor de una bahía en la Tierra en un fin de semana.</p> <p>La primera de una serie de grandes sorpresas no tardó mucho en llegar. Sherman Bond, un canadiense taciturno y de pocas palabras, perteneciente al Equipo 28, compartía los turnos de guardia, nada fatigosa, con Ronie Coleman, del 31. Coleman, que había permanecido realizando un análisis espectroscópico de la luz de la estrella y se hallaba entonces ocupado en poner por escrito los datos precisos para el computador-programador, dejó caer el lápiz sobre la mesa y se fijó en la ancha espalda del canadiense, encorvado mirando a través del telescopio reflector de 10 pulgadas.</p> <p>—¿Te ha hecho ya algún guiño? —le dijo a su camarada, intentando de alguna forma meterlo en conversación. El canadiense utilizaba las palabras como piedras preciosas.</p> <p>—Ven y fíjate en esto —repuso. Aquel discurso comparativamente largo para las costumbres del canadiense hizo que Coleman se reuniese inmediatamente con su colega.</p> <p>Bond se apartó del telescopio e hizo un gesto hacia el ocular. Coleman miró y después, asombrado, miró al canadiense.</p> <p>—¿Un... anillo en forma de buñuelo? —Y se inclinó para una segunda mirada.</p> <p>La nave pasaba por debajo y hacia un lado de la estrella y pudo observar aquel inmenso anillo de luz, como un fantástico y brillante topacio amarillo contra el vivido negro del espacio cósmico.</p> <p>—Supongo que <i>es</i> posible... —comenzó a decir mientras que continuaba inclinado y mirando a través del telescopio.</p> <p>—Suponer, nada —replicó Bond en el acto—. Está ahí, ¿no es cierto?</p> <p>Coleman no puso atención a aquella explosión de lógica de su camarada.</p> <p>—Me gustaría saber si alguien más la ha visto.</p> <p>—Son las dos de la madrugada.</p> <p>Coleman volvió a su mesa de trabajo y se sentó en el borde.</p> <p>—Comprendo lo que quieres decir. Creo que será mejor que informemos al capitán Rang y al oficial de guardia.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Bond se apresuró a aconsejar:</p> <p>—Díselo al oficial de guardia. Está oficialmente de servicio y al frente de la nave durante su cuarto de guardia. Deja que él decida si se le debe decir o no al capitán.</p> <p>—¡Cuidado, no vayas a malgastar tu vocabulario! —le dijo Coleman, dándole cariñosamente un tirón de orejas al canadiense—. Tienes razón —admitió, mientras que apretaba un botón y hablaba al puente de mando. El oficial de guardia era el teniente Jim «Tote» King, quien, por su especial predilección de hacer apuestas en cualquier circunstancia, era una famosa y notoria figura de a bordo, dependiendo siempre de un pelo su grado de éxito o fracaso.</p> <p>—Oye, King, ¿se te ha ocurrido mirar recientemente por las cortinas? —le dijo Coleman, inocentemente. Bond escuchaba, con su cara seria de siempre, y resumió sus observaciones respecto del atractivo australiano por la respuesta que llegó a sus oídos claramente.</p> <p>—Ya sabes que permanecemos siempre en observación mediante radar en este mundo nuevo. ¿O es que todavía no te has enterado? De todas formas, tienes que saber, hijo, que dejé ya hace años de mirar por la ventana. ¿Qué es lo que hay que ver ahora?</p> <p>—Eres un tipo romántico —le respondió Coleman amistosamente, saboreando su revancha por los grandes bocados de su paga desaparecidos en los bolsillos del teniente con sus famosas apuestas.</p> <p>—Vamos, ve al grano —insistió Bond en tono reprobatorio.</p> <p>—Pues hay mucho que ver por ahí fuera —dijo Coleman a King.</p> <p>—Sí, ya veo, una hermosa mujer de 38-24-36, vestida sólo con una bella sonrisa y casco espacial —repuso el oficial burlonamente—. ¿Por qué no vuelves a tus observaciones de las estrellas, querido Ronie, y dejas que la Flota lleve sola su duro trabajo de navegación?</p> <p>—¿Te gustaría hacer una apuesta? —Y la sugerencia fue deslizada untuosamente.</p> <p>Coleman pudo imaginarse entonces a King como un perro de caza olfateando ya una segura presa, en forma de una sustanciosa cantidad de dinero a ganar fácilmente.</p> <p>—De acuerdo —replicó—. ¿A qué hay que apostar? —preguntó con cierta ironía en la voz.</p> <p>—Hay una estrella ahí fuera que tiene un agujero en medio. Me apuesto doscientos cincuenta créditos.</p> <p>—¡Hecho! Por lo visto, te empeñas en arrastrar siempre una vida de pobreza.</p> <p>—Echa una mirada al espacio por medio de tu buscador telescópico. Con la abertura que tiene es suficiente.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Se produjo un momentáneo silencio, seguido por una maldición entre dientes y un mutilado grito de:</p> <p>—¡Cochino enemigo de dos tiempos...! ¿Por qué diablos no me lo dijiste? —Sonaba como un canguro que ha descubierto de súbito su incapacidad de dar un salto.</p> <p>—Pero sí te lo había advertido, Jim. Y recuérdalo, doscientos cincuenta.</p> <p>Cerró el canal de comunicación haciendo un ostensible gesto de apartar avergonzado su mirada de otra que parecía estar dispuesta a desgarrar a tiras la pintura del mamparo.</p> <p>—No te preocupes, Sherman —dijo el canadiense, con un gesto—. Ni que decir tiene que ni siquiera habría pensado en cobrarle la apuesta en estas circunstancias; pero él ignora eso y no voy a decírselo por poca cosa. Tal vez esto le dé una buena lección.</p> <p>Bond, dispuesto a castigar a su colega con pocas palabras, cayó en su expresión taciturna de siempre. Coleman, haciendo gestos de alegría y de buen humor, le dijo:</p> <p>—Jim habrá cogido tal pánico, que el viejo habrá creído que todos los remaches de la nave se han aflojado al mismo tiempo. —Aquella idea le divirtió en grande, aunque la nave no tenía ningún remache.</p> <p>Se limpió una lágrima que le caía por las mejillas, de la risa, y continuó, ya en serio, dirigiéndose al canadiense:</p> <p>—Pueden bautizar a esta estrella con tu nombre, Sherman. Piensa en esto: la estrella Bond. Serás famoso lo mismo que Wolf, Barnard y tantos otros...</p> <p>Bond sacudió la cabeza, como ante un chico imposible.</p> <p>—Oye, ¿estás estudiando para L.Ch.A.?</p> <p>—L., ¿qué...?</p> <p>—Licenciado en Chifladura de Ahorrar.</p> <p>Coleman se puso de mal genio.</p> <p>—¿No te preocupa, eh? Bien, la inmortalidad astronómica es tuya y me estás gastando bromas...</p> <p>—Puede que tengas razón —replicó Bond, con cierta frustrada vaguedad.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Lo que pudo haber sido un embarazoso silencio fue barrido como por encanto por la entrada del capitán Rang, acompañado por Kurtz Lemnitz y Dave Hird, los respectivos jefes de Astronomía de los Equipos 31 y 28, con el teniente King a retaguardia, quien lanzaba, de tanto en tanto, venenosas miradas a Coleman. Éste le hizo una serie de gestos con los dedos y se rió descaradamente.</p> <p>—Buenos días, caballeros —dijo Rang, sonriéndose levemente ante su propia exactitud. Dio una fuerte chupada a su cigarro—. El teniente King me dice, por cierto que en una forma un tanto mohína, que esa estrella tiene un agujero en el centro.</p> <p>Coleman dio a Bond un fuerte pinchazo para alertarle y el canadiense respondió:</p> <p>—Es cierto, señor. Estaba haciendo unas observaciones de rutina, cuando realicé el descubrimiento.</p> <p>—Ciertamente, eso es muy interesante, doctor Bond. ¿Puedo verlo, por favor?</p> <p>—Desde luego, capitán. —Y Bond ajustó el telescopio, mientras el capitán preguntaba a Coleman:</p> <p>—¿Hay en ello algo más de peculiar, doctor Coleman?</p> <p>—Nada que haya sido notado antes, señor —dijo el interpelado, mientras tomaba una serie de anotaciones—. Es de la clase espectral G-7, con un diámetro, aproximadamente, de un millón de millas. Para obtener cifras más precisas, será necesario disponer una observación metódica.</p> <p>—Muchas gracias, doctor. —El capitán Rang se volvió a Dave Hird—. ¿Querrá usted disponer el programa de observación, si es tan amable?</p> <p>Hird aprobó con un gesto, mientras Bond decía:</p> <p>—Estamos dispuestos ya, capitán.</p> <p>Rang, con el cigarro apretado en un lado de la boca, Hird y Lemnitz se reunieron junto al ocular del telescopio y fueron turnándose para observar la extraña estrella. King se las arregló para llevarse a un rincón a Coleman.</p> <p>—Oye, amiguito, ¿qué clase de apuesta era esa? —preguntó, con un tono de fiera irritada, aparentemente—. Me has convertido en un estúpido.</p> <p>—Pues ha sido una apuesta perfectamente honesta. Eres tú el que te has convertido en un estúpido por tu cuenta —repuso Ronie arreglándoselas para mantener un tono de seriedad en su voz.</p> <p>Se dieron cuenta de que una tercera persona estaba escuchando la conversación, al interponerse entre ellos un imponente cigarro encendido.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Se volvieron ambos hombres, mientras que el capitán Rang, con su imponente puro entre los dientes, les preguntaba cortésmente:</p> <p>—¿De cuánto era la apuesta, caballeros?</p> <p>—Pues... hum... de doscientos cincuenta créditos, señor —repuso Coleman, enrojeciendo un tanto—; pero no tenía la intención de cobrarla, señor. Quería enseñar a «Tote», bueno... quiero decir, al teniente King, una lección. —Y tragó saliva, un tanto confuso en su respuesta frente al capitán.</p> <p>La expresión del australiano fue una mezcla de alivio y de pena. Rang dio otra fuerte chupada a su puro.</p> <p>—Creo que aprendió su lección, ¿verdad? —Y sus negros y brillantes ojos brillaron intensamente al apartarse de los dos jóvenes.</p> <p>Coleman y King se hicieron un amistoso guiño y después se estrecharon las manos.</p> <p>El asistente tocó en la puerta y entró al observatorio con un servicio de café que sirvió con presteza a los allí asistentes.</p> <p>Una vez que los seis hombres hubieron tomado unos sorbos, el capitán Rang preguntó a Hird:</p> <p>—Si no le hubiesen presentado tan directa evidencia, ¿habría usted creído en la existencia de una estrella semejante?</p> <p>Hird, pequeño de talla y caído de hombros, parecía una bruja encorvada para entrar en su cubil.</p> <p>—Sí, capitán, lo habría creído. En el Universo se han creado muchos modelos de estrellas, basadas en razones matemáticas de sólido fundamento y, aunque algunas de esas formas parezcan sorprendentes, es muy posible que una gran parte, si no todas, existan en alguna parte. —Y sopló sobre la caliente superficie del café en su taza—. Después de todo, hay muchísimas galaxias, cada una con cien mil millones de estrellas en su conjunto.</p> <p>—Creo que estarás de acuerdo en una cosa, Dave —opinó entonces Kurtz Lemnitz—; esa estrella que tenemos a la vista no puede ser estable en su presente forma.</p> <p>Hird hizo un gesto de asentimiento hacia su colega, quien todavía, tras su ataque de siringomielia, aparecía pálido y desmejorado, y contestó:</p> <p>—Probablemente, tienes razón, Kurt, aunque los computadores tienen la última palabra, como siempre.</p> <p>—¿Qué podemos inferir de eso, doctor Hird? —preguntó Ronie Coleman—. De su tipo espectral, se deduce como cosa razonable que tenga la misma edad que el Sol.</p> <p>—¿Cuál es la última cifra, Ronie?</p> <p>—Unos seis mil millones de años —repuso Coleman.</p> <p>King, entonces, tomó la palabra.</p> <p>—Bien, si como parece, no puede ser estable, ¿qué ha estado ocurriendo todo este tiempo?</p> <p>Los estrechos hombros de Hird se encogieron en un gesto dubitativo.</p> <p>—Con toda honestidad, lo ignoro. Tengo, sin embargo, la sensación de que esa estrella nos reserva todavía muchas sorpresas.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">El capitán Rang, eligiendo otro cigarro, dijo entonces:</p> <p>—Sugiero que demos por terminada esta sesión, caballeros, y que continuemos a las 10, en la sala de conferencias. Para esa hora, la nave se encontrará en una órbita estable y podrá discutirse el programa de estudios a seguir. Deseo que esté completo el equipo de astrónomos en servicio, así como el teniente King, al igual que los doctores Manson y Drake.</p> <p>—Muy bien, señor —repuso King, saludando.</p> <p>Cuando el capitán y los astrónomos más antiguos hubieron salido, Jim King se sirvió otra taza de café y comenzó a tomarla con prisa.</p> <p>—Me has cogido bien por esta vez, Ronie —dijo sin rencor entre un trago y otro—. Nunca más volveré a hacer otra apuesta en esta nave.</p> <p>—¿Te gustaría apostar ahora contra eso? —dijo Coleman alegremente, sonriendo ante la confusa expresión de King. Y añadió—: No lo creas, Jim. Los avisados de a bordo te incitarán a que lo hagas, esperando emularme a mí. Y les cobraré un tanto por ciento, por supuesto.</p> <p>—Pues claro que sí —se burló King, haciendo una elaborada inclinación versallesca—. Te deberé todo mi futuro económico a ti, amigo.</p> <p>Acabó el café y se volvió al puente, con la cabeza llena de nuevas ideas para seguir haciendo dinero.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Hacia las 5.00 horas, el <i>Starfire</i> estaba ya en una órbita computada con un radio medio de treinta millones de millas. Se había considerado previamente una órbita de tipo cometario, y después descartada. La órbita elegida como mejor, perpendicular al plano de la rotación de la estrella, permitía mucho más tiempo útil para las detalladas observaciones que habían de efectuarse.</p> <p>El programa comenzó a las 17 y no tardó mucho antes de que dos de las sorpresas predichas por Dave Hird tuvieran lugar.</p> <p>La primera fue el descubrimiento de un intenso campo magnético, no rodeando a la estrella, sino precisamente en el agujero. Aquel descubrimiento fue pospuesto para un ulterior estudio. Fue el segundo descubrimiento el que hizo a los astrónomos aguzar el ingenio para saber qué es lo que allí estaba ocurriendo.</p> <p>Una profusión de estrellas habían ido gradualmente haciéndose visibles a través de lo que ya estaba siendo bautizado como «El Agujero».</p> <p>La estrella rotaba en plano de la Galaxia, de tal forma que las estrellas existentes por encima y debajo eran muy pocas en número y ampliamente dispersadas, y de ningún modo tantas como eran visibles a través de «El Agujero».</p> <p>El capitán Rang llamó a los jefes de los seis equipos astronómicos, para una discusión no formal, en sus propias habitaciones. Una serie de fotografías circularon de mano en mano. Se podía apreciar perfectamente el campo de estrellas.</p> <p>—Los acontecimientos se han precipitado tan rápidamente, caballeros —comenzó el capitán, tras haber encendido otro puro—, que pensé que una discusión en este estado de cosas sería de valor estimable. Están ustedes en completa libertad de opinar ampliamente. Doctor Hird, ¿quisiera usted establecer su postura en el momento presente, si tiene la bondad?</p> <p>Hird se dispuso a hablar, encorvando los hombros, pareciéndose más a un actor de cine o televisión presto a representar su papel de jorobado en «Nuestra Señora de París».</p> <p>—La estrella es semejante a cualquier otra descubierta hasta aquí —comenzó—. Tiene, como ustedes saben, un agujero en medio y, como Kurt ha hecho resaltar, debe ser probablemente inestable en tal estadio de su evolución. Uno de los asistentes de Kurt, Ronie Coleman, sugirió la idea interesante de asumir (y creo que debemos hacerlo) que la estrella debe hallarse en el mismo orden de edad que el Sol y, entonces, qué será lo que habrá podido ocurrir en los últimos millones de años. Esta cuestión creo que es cosa a la que nunca podamos responder. Sólo podemos continuar nuestro programa de observaciones y deducir lo que podamos de los datos obtenidos. —Y se removió algo inquieto en su sillón, como si sintiese algún dolor físico—. El siguiente descubrimiento ha sido la presencia de un intenso campo magnético de una fuerza de unos 175.000 Gauss. —Aquella declaración puso una nota de sorpresa en la conferencia—. La materia presente en el anillo está altamente ionizada y la estrella gira en su movimiento rotatorio a una alta velocidad, con un período de 13 horas, 10 minutos, y alternando con otro de 15 horas, según ha sido computado con los datos disponibles.</p> <p>Ray Dainty, el fumador en cadena y de vivo carácter, perteneciente al Equipo 29, como jefe, se detuvo en dar chupadas, para murmurar en aquel momento:</p> <p>—¡Modelo estelar de enrollamiento Helmholtz!</p> <p>—Exactamente, Ray —reconoció Hird en el acto, aunque algo secamente por haber sido interrumpido—. Los electrones negativos están girando en una dirección, mientras que los positivos lo hacen en otra, contribuyendo el efecto general a la creación de ese intenso campo magnético. Las líneas de fuerza concentradas en el centro de «El Agujero», después se enrollan respecto al anillo.</p> <p>Exhalando delicadas espirales de humo de su cigarro, intervino el capitán Rang:</p> <p>—Eso me recuerda la «botella magnética» que los físicos montaron para crearlo, allá a mediados del siglo XX. Creo que el mayor campo magnético que consiguieron producir fue de unos 50.000 Gauss a la distancia aproximada de una pulgada.</p> <p>Ninguno de los asistentes contradijo el comentario del capitán. Era una autoridad indiscutible en la Historia de la Ciencia.</p> <p>—Eso es algo de lo que jamás tuve conocimiento —admitió Hird con sincera admiración.</p> <p>—Le ruego perdone mi interrupción, doctor Hird —expresó muy cortésmente el capitán—. Le suplico continúe en su disertación.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">—El tercero, y probablemente más desconcertante de los descubrimientos, concierne a lo que todos ustedes han visto en las fotografías: un campo de estrellas, que no pertenecen a la Galaxia, visibles a través de «El Agujero» en la propia estrella.</p> <p>—¿Existe algo fuera de lo corriente en esas estrellas?</p> <p>Hird miró al que había hecho la pregunta, Sam Salter, un negro, jefe del Equipo 30 de Astronomía y, potencialmente, el astrónomo más brillante de todos los de a bordo.</p> <p>—Nada que ninguno haya comprobado hasta aquí, Sam —repuso lentamente—. Forman una selección dispuesta al azar que puede ser hallada en cualquier parte de nuestra Galaxia. Yo podría añadir que no debe esperarse ninguna radical diferencia. La materia es materia, en cualquier punto del Universo.</p> <p>—¿Tienes alguna idea de lo que pueda causar ese efecto, Dave? —preguntó entonces Eugene Smirnov, del Equipo 32, ajustándose sus lentes sin montura, con un aire de cierta afectación propio de los rusos, y creyendo así suavizar sus facciones que parecían talladas en granito.</p> <p>Hird sopesó la respuesta de su colega.</p> <p>—Yo estaba inclinado a responder que el intenso campo magnético había causado una distorsión del espacio, permitiéndonos, de tal manera, ver una parte de otra Galaxia. Pero ahora no me encuentro muy a gusto sintiendo la noción de tal concepto. —Y adelantó sus hombros hacia adelante, mordiéndose ligeramente los nudillos—. Se hace aparente, según las fotografías obtenidas, que no hay absolutamente ninguna detectable distorsión de la luz procedente de esas estrellas, cosa que podríamos esperar ante la presencia de tal campo.</p> <p>—Yo tampoco me daría mucha prisa a rehusar su propia idea —dijo el hasta entonces silencioso jefe del Equipo 27, Perene Sandor, un magnífico tipo de húngaro de hermosas facciones y vibrante personalidad—. ¿No podría significar, sin embargo, que esas estrellas se hallan a una distancia tan remota que, como resultado, sus débiles emisiones de luz son tan tenues que para el momento en que lleguen a «El Agujero», no haya ya sufrido cualquier apreciable distorsión? Después de todo —continuó con su voz musical—, esas estrellas no tienen necesariamente que pertenecer a la más próxima Galaxia. Podíamos estar viendo el mismísimo borde del propio Universo.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Hird comenzó a replicar a la sugerencia del húngaro, cuando Lemnitz intervino:</p> <p>—¿Se os ha ocurrido a alguno de vosotros pensar, que el área encerrada por el anillo de materia de nuestra estrella en cuestión, pudiese no pertenecer a <i>nuestro</i> espacio, sino al de otra Galaxia?</p> <p>Ninguno repuso en aquel momento. Poco después, Sam Salter comentó pensativamente:</p> <p>—Eso es toda una importante cuestión a considerar —y después continuó callado.</p> <p>La pregunta de Lemnitz parecía haber privado a todos del deseo de seguir hablando, y el capitán Rang, que había estado pensando aquello, creyó que otro cigarro le ayudaría a salir de lo que parecía haber llegado a un punto muerto. Y, con su habitual cortesía oriental, remarcó:</p> <p>—Tal vez los doctores Manson y Drake estarían en condiciones de responder a eso. —Y miró a su alrededor—. ¿Tiene alguien más que ofrecer alguna idea o sugerencia nueva?</p> <p>Ray Dainty, encendiendo un cigarrillo con la punta del otro, opinó entonces:</p> <p>—Quisiera saber qué ocurriría si enviásemos un proyectil a través de «El Agujero»... —Y dejó la sugerencia suspendida del aire, mientras contemplaba cómo ardía el extremo de su nuevo cigarrillo.</p> <p>—Pues no hay ninguna razón que nos impida intentarlo —confirmó con su aval y autoridad el capitán Rang. Y se produjo un colectivo asentimiento de cabeza de todos los presentes—. Bien, voy a disponerlo inmediatamente. No se llevará mucho para que los computadores nos proporcionen una órbita adecuada para el proyectil.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">A las 21 horas estaba ya todo dispuesto. Las noticias habían sido comunicadas a todos el personal de a bordo. Una cámara tomavistas, adherida al reflector de 20 pulgadas, se dispuso en un sistema de televisión en circuito cerrado para que todos pudiesen contemplar la experiencia. La vigilancia visual se mantenía con el telescopio reflector de 10 pulgadas.</p> <p>El teniente King iba de un lado a otro, como un demente, haciendo apuestas sobre la suerte del proyectil.</p> <p>A las 21,09, el proyectil surgió de su alojamiento con los motores debidamente activados, y se lanzó como una centella hacia el extraño sol. Permaneció unos momentos inmerso en el hiperespacio y surgió nuevamente al espacio normal, materializándose, de acuerdo con las comprobaciones del radar, dentro de cincuenta mil millas de su objetivo. Atravesó la distancia reinante en, aproximadamente, una hora.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Nadie estuvo seguro de lo que iba a ocurrir seguidamente. El centro de «El Agujero» brilló intensamente durante quince segundos y los observadores tuvieron la clara sensación de ser lanzados hacia el corazón de un vórtice. Entonces, repentinamente, una enorme forma se mostró contra el fondo de las estrellas y, al ir disminuyendo de tamaño, pudieron apreciar que se trataba del proyectil. Dentro de treinta segundos más, el aterrador monstruo había desaparecido de la vista.</p> <p>—¡Buen Cristo del Cielo! —exclamó Ray Dainty, sin asomo de blasfemia—. ¡Alguien podría recibir el terror de su vida si se encuentra eso por ahí suelto en el espacio!</p> <p>—No lleva cabeza atómica alguna, Ray —le recordó Salter.</p> <p>—¡Ya lo se! —Dainty se hallaba tan tembloroso y agitado que se le cayó el cigarrillo al suelo, aplastándolo con el talón—. No sabemos qué clase de criaturas vivientes puedan vivir más allá de «El Agujero» y...</p> <p>Ronie Coleman, tratando de sacarle de aquel estado de nerviosismo, intentó bromear con él.</p> <p>—Bah, no importa, Ray; cuando el controlador del almacén se dé cuenta de que falta el proyectil, nos lo descontará de nuestra paga.</p> <p>La mirada que le devolvió Dainty fue algo terrible, haciéndole sentirse arrepentido de la broma. Antes de tener tiempo de excusarse, Dainty salió majestuosamente en busca de otro de sus inevitables cigarrillos. Sam Salter rodó los ojos y mirando a Ronie hizo una serie de círculos con el dedo índice alrededor de la cabeza.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Se produjo otra reunión a las 23.00, esta vez en la sala de conferencias. Todos los miembros de los equipos astronómicos, excepto los que se hallaban de servicio, estuvieron presentes, así como Manson y Drake, los teorizantes del espacio-tiempo de la nave.</p> <p>El primer asunto a tratar de la agenda fue la exhibición de la película en color tomada del viaje del proyectil. Fue mostrada a velocidad normal y después en movimiento retardado, resultando fascinante la formación y disipación de las fantásticas formas en el mismo centro de «El Agujero». Espirales, zig-zags, movimientos helicoidales en colores de brillante ámbar, bronce, azul marino, verdes helados, rojos vivos, limón y púrpura violento, aparecieron y volvieron a desaparecer. La forma del proyectil, tan ostensiblemente negra, parecía disipar los colores de su entorno, hasta su desaparición, a las 2.00 en punto, en «El Agujero», en que todo retornó a la normalidad. O, al menos, tan normal como podría esperarse.</p> <p>Al encenderse las luces, tras la proyección, Rang, sentado a la cabecera de la mesa, y flanqueado en cada lado por seis jefes de equipo y por Manson y Drake, se hizo cargo de la situación e invitó a la discusión subsiguiente.</p> <p>Kurtz Lemnitz tomó la palabra y dijo:</p> <p>—Quisiera saber si los doctores Manson y Drake tuvieran la bondad de comentar mi anterior sugerencia de que la zona enmarcada por el anillo de esa estrella pudiese no pertenecer a nuestro espacio, sino al de otra Galaxia...</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Manson, con su cara redonda de manzana, en donde parecían sumergidas todas sus facciones, tomó la palabra.</p> <p>—El doctor Drake y yo hemos conferenciado respecto a tu sugerencia, Kurt —dijo, adelantando hacia el cuerpo de Lemnitz y después mirando a todos en general—. Nuestra conclusión es de que probablemente tengas razón, con la objeción de que el centro de «El Agujero» se halle verosímilmente en nuestro espacio, dando lugar a un pasaje hacia otro espacio. Ese centro actuaría como una especie de foco. Todos ustedes han visto cómo el proyectil se ha magnificado de una forma impresionante, antes de desvanecerse por el borde de «El Agujero», como si lo hiciese a lo largo de una determinada línea de fuerzas. —Y sacudió la cabeza un par de veces—. Ya sé que esto resulta realmente anticientífico, me temo; pero es lo mejor que podemos presentar.</p> <p>Un astrónomo de la audiencia presente, preguntó:</p> <p>—¿Cree usted, pues, doctor Manson, que el campo de estrellas reside en otro espacio y no en otra dimensión?</p> <p>—Mientras que no hemos considerado esa otra posibilidad —respondió Manson mirando a Drake que tomaba unas notas en un cuaderno—, yo diría que es otro espacio el que hemos estado viendo. ¿Ted?</p> <p>Drake se quitó la pipa de la boca, que parecía una caverna humeante y estuvo conforme con Manson al decir:</p> <p>—No puedo por el momento entrar en razones inmediatamente, pero creo que ese campo es espacial, no dimensional. Dudo de que hayamos visto esas estrellas en pasaje de tiempo paralelo o cualquier otro concepto parecido.</p> <p>Sonó entonces un zumbador frente al capitán, y Rang abrió el canal y escuchó. Los que se hallaban junto a él, pudieron oír también.</p> <p>—Soy Gall en el observatorio, señor. Hemos terminado una serie de fotografías comparadas, tomadas de la estrella. Hay algo que se revela como fuera de lo usual.</p> <p>—Tenga la bondad de traer esas fotografías a la sala de conferencias, doctor Gall, para examinarlas aquí. —Cerró el canal y dijo a la reunión—: ¿Tendría alguno la bondad de comprobar el epidiáscopo?</p> <p>Aquello ya estaba hecho para cuando, al instante, llegó Gall con las fotografías.</p> <p>—Gracias por su presteza, doctor Gall. Tome asiento y que alguno se ocupe de operar en la máquina. Nos gustaría oír sus comentarios conforme aparezcan las fotografías, por favor.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Se apagaron las luces de la sala y Rang, así como los demás, adoptaron una posición lo más cómoda posible para la observación de las fotografías en la pantalla situada en la pared del fondo. «El Agujero» daba el aspecto de querer tragárselos a todos.</p> <p>—Ésta fue tomada a las 3.00 —comenzó Gall en sus comentarios técnicos—. «El Agujero» mide aquí 520.030 millas de diámetro. —Apareció entonces la segunda fotografía—. En ésta, a las 3.30, la cifra es ahora de 519.900. En esta tercera, la reducción es todavía mayor de tamaño, sólo de 519.870.</p> <p>Y rápidamente iba dando detalles conforme la serie de fotografías iban apareciendo. Las luces se encendieron y Gall concluyó:</p> <p>—Hemos montado una gráfica de las medidas tomadas de las 31 fotografías registradas en 15 horas, y resulta evidente que «El Agujero» oscila en un período de 12 horas. Aunque «El Agujero» comenzaría a ampliarse de nuevo desde las 8.30 hasta las 15.00, no volvería al diámetro original de 520.030 millas. Lo que hemos llamado el segundo ciclo, empezó cuando las medidas daban 504.003, con una reducción de 16.027 millas. El diámetro de la estrella permanece igual.</p> <p>—En otras palabras más breves, doctor Gall —dijo entonces el capitán Rang—, sólo «El Agujero» oscila, no la totalidad de la estrella, ¿no es así?</p> <p>—Exactamente, capitán.</p> <p>—Muchas gracias, doctor Gall. Tenga la bondad de volver a su turno de servicio y téngame informado de cualquier ulterior desarrollo en los acontecimientos.</p> <p>Cuando Gall se hubo marchado, Rang solicitó de Manson y Drake sus opiniones al respecto.</p> <p>Esta vez fue Drake el portavoz:</p> <p>—El descubrimiento del doctor Gall parece reforzar la hipótesis de que el espacio de hecho contenido en el anillo de la materia estelar, no pertenece a nuestra Galaxia. Lo que me tiene embrollado y confuso es esa oscilación de «El Agujero» y no de la totalidad de la estrella...</p> <p>—Posiblemente —sugirió entonces Manson—, es que la materia procede del otro lado. Además, se me ha ocurrido otra noción al respecto. Mirando a través de «El Agujero» desde este lado de la órbita, vemos un determinado campo de estrellas. Si pudiésemos verlo desde el otro lado, creo que contemplaríamos otro grupo distinto de estrellas.</p> <p>La nueva idea no se había disipado todavía del ambiente, cuando Dave Hird, con un leve gesto en sus facciones, comentó:</p> <p>—Si eso sucediese así, podría incluso no <i>ser</i> un agujero cuando lo viésemos desde el otro lado...</p> <p>Una confusión súbita se mezcló en la conversación, en que todos hablaban al mismo tiempo, sin que nada pudiera entenderse. Rang solicitó y pronto obtuvo el debido silencio, restaurando el orden de la conferencia.</p> <p>—Sólo hay un simple camino para resolver estas cuestiones, caballeros. Enviar una exploración que vaya a verlo y que vuelva para informar. Y ahora sugiero dar por terminada la sesión y disfrutar de una buena noche de sueño.</p> <p>Al quedarse vacía la sala de conferencias, Rang solicitó de Hird y de Lemnitz el ir a bordo de la nave auxiliar exploradora como observadores. Hizo los necesarios arreglos y la espacionave exploradora abandonó el <i>Starfire</i> poco antes de la 1.00.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">El oficial al mando de la nave exploradora deslizó expertamente el aparato en el hiperespacio y lo retornó al espacio normal sobre el lado opuesto de la órbita. Hird y Lemnitz prepararon la cámara y el telescopio, mientras que el oficial navegante llevó la nave a un pasaje más próximo de la misteriosa estrella. Tomaron algunos metros de película al llegar al punto de vuelta y retorno de la órbita prevista. No se llevó mucho tiempo en revelar la película y resultó claro que Manson tenía razón. El campo de estrellas visto desde allí no era igual que desde el otro lado de «El Agujero».</p> <p>—De acuerdo —aprobó Hird, dejando de lado las fotografías comparativas—, y ahora, repitamos el experimento del proyectil.</p> <p>—Me alegro de que Ray Dainty no sepa lo que está ocurriendo —comenzó Lemnitz, mientras observaba a la tripulación manejar diestramente el proyectil y alojarlo en el tubo de disparo.</p> <p>—Ray se está volviendo un poco chiflado —repuso Hird con cierta dureza respecto de la persona comentada—. Es un hombre que todavía no se ha molestado en establecer la línea en que la religión termina y comienza la ciencia, o viceversa, si lo prefieres así mejor —concluyó refunfuñando despectivamente.</p> <p>Kurt estaba pensativo. Se pasó las manos por sus cabellos peinados, con una raya en medio de la cabeza.</p> <p>—Quizás tus apreciaciones sean demasiado duras, Dave. Desde que vine al Servicio de Vigilancia del Espacio, comencé a tener un atisbo de la verdadera y real significación del hombre en el Universo. Me gustaría saber si cualquiera de nosotros ha ganado en importancia al respecto. Tal vez algunos de nosotros, como Ray, no puedan haber persistido en esa pretensión.</p> <p>Dave Hird se volvió hacia él y, a pesar de su pequeña talla, parecía dominarlo por completo. Su expresión era una mezcla de gentileza y violencia. Sus palabras resultaban vibrantes.</p> <p>—¡Kurt, no te vendas a ti mismo, ni a la raza humana, por tan poco precio! —Y apretó el brazo de su amigo hasta hacerle daño—. Llevamos en nosotros mismos, la semilla de la grandeza. Podemos ser la más poderosa fuerza que el Universo haya conocido jamás. Y resolveremos este acertijo también, no temas. —Soltó el brazo de Kurt y entrecruzó con fuerza sus propias manos—. Podremos ser aún jóvenes, rudos, primitivos; es posible que todavía estemos sobre los primeros pasos, si quieres; pero llegará un día... sí, llegará un día... —Se detuvo y soltó la risa—. Perdona, Kurt, creo que he hablado demasiado.</p> <p>Lemnitz se sintió enardecido de espíritu, a despecho de sí mismo. Hizo una mueca a su amigo.</p> <p>—Deberías haber sido un evangelista, Dave.</p> <p>—Lo soy —replicó Hird mirándole sinceramente—. Lo soy para el hombre.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Se dio la señal de disparar el proyectil, que, llegado el instante, despegó de la nave como un perro a quien se suelta de una jauría. Siguió exactamente el mismo procedimiento del anterior, haciendo una breve inmersión en el hiperespacio, para surgir al espacio normal en sesenta y dos minutos. De nuevo volvieron a contemplar el fantástico espectáculo de aquella irreal brillantez de colores, la impresionante magnificación del proyectil y su eventual desaparición, esta vez en la posición de las cinco en punto.</p> <p>La nave exploradora volvió hacia la nave nodriza.</p> <p>A su retorno, había una sorpresa que les aguardaba.</p> <p>El primer proyectil había llegado, o había sido <i>enviado</i> hacia su punto de partida.</p> <p>Los expertos se aplicaron a examinarlo por todas partes exhaustivamente, pero no lograron hallar nada fuera de lo corriente.</p> <p>Una pieza más en el rompecabezas de tamaño desconocido que estaba resultando todo aquello.</p> <p>En los días siguientes el <i>Starfire</i> continuó siguiendo su órbita de 78 días, y «El Agujero», convertido en el tópico del momento, estaba a la orden del día, firmemente asentado en todas las conversaciones. La pauta de encogimiento del anillo no permanecía constante. Se computaron varias de ellas hasta llegar a la estimación de que «El Agujero» quedaría cerrado en algún momento dentro de los doce días siguientes.</p> <p>La información, una vez ampliamente difundida, hizo que todos se sumieran en profundos pensamientos.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Al décimo día, «El Agujero» sólo tenía ya cien mil millas de diámetro y el capitán Rang recibió a una comisión de los doce jefes de equipo. Rang se mostró ligeramente sorprendido de ver a los capellanes Macauley y De Ribera en la misma comisión, como ángeles custodios. Ocultó su sorpresa tras una nube de humo de su cigarro.</p> <p>—Tengo entendido que quieren verme, caballeros, respecto a una cuestión de la mayor importancia. —Y esperó unos instantes con el cigarro en la boca.</p> <p>El antiguo jefe del Equipo 31, Mathew Brady, se frotó su cómica nariz en forma de patata, y dijo:</p> <p>—He sido elegido como portavoz, capitán, probablemente en deferencia a mi avanzada edad, de no ser por otras razones. —Y sonrió brevemente. Después continuó—: Como usted sabe, capitán, todo este asunto ha estado confinado hasta aquí a los astrónomos. El resto de nosotros hemos estado como turistas, según lo que humorísticamente se dice por la nave.</p> <p>—Todos ustedes se han dado un descanso muy bien merecido —repuso gentilmente el capitán Rang—, y uno de sus hombres, en especial, se lo tenía muy bien ganado.</p> <p>Brady se enrolló un dedo alrededor de la nariz.</p> <p>—Pues ésa es la cuestión, señor. —E hizo una señal a cuantos le rodeaban—. Creemos que hay mucho trabajo que hacer.</p> <p>Rang se encontró de repente en su máximo punto de atención. Sin darlo a entender, ya supo lo que esperaba oír.</p> <p>—Adelante.</p> <p>—Hay estrellas visibles a través de «El Agujero», desde cada uno de los lados. Lo hemos discutido entre nosotros y con los capellanes, y hemos llegado a la conclusión de que deberían enviarse equipos exploratorios a través de «El Agujero» antes de que se cierre totalmente.</p> <p>Los ojos de Rang mantuvieron un inmóvil escrutinio de Brady. Tomó el cigarro en las manos, para contestarle.</p> <p>—¿Tendría usted la bondad de bosquejar las razones que se ocultan tras su solicitud, si es tan amable? —Rang prefería dejar a Brady hacer una completa declaración de sus deseos, antes de tomar una decisión.</p> <p>Brady miró de reojo al capellán Macauley, quien asintió levemente, como dándole ánimos, y después continuó:</p> <p>—Nos parece que los aspectos científicos de la estrella han sido magnificados a una tal extensión en que otras consideraciones se han olvidado. Nadie se ha detenido a pensar <i>por qué</i> la estrella está ahí y <i>por qué</i> se comporta de forma tan misteriosa. Nosotros creernos que esa estrella ha sido creada como el umbral de acceso a otras zonas del espacio...</p> <p>Rang frunció el ceño y encendió otro puro.</p> <p>—Eso implica, ciertamente, una inteligencia del más alto orden.</p> <p>—Creemos que esa inteligencia existe, capitán —siguió Brady vivamente—. ¿Ha sido acaso un accidente que el proyectil haya regresado? Es nuestro deber enviar un pequeño grupo a través de «El Agujero» y tratar de tomar contacto con esa gran inteligencia.</p> <p>—Pero «El Agujero» está cerrándose. Los hombres que se enviaran, tal vez no pudieran tener la oportunidad de volver jamás...</p> <p>—El Equipo 31 volvió de Palmira, señor —insistió Brady—, incluso haciéndolo con bastante retraso. Si existe una poderosa inteligencia tras esa estrella misteriosa, no creo que haya propósito en evitar que existan todas las posibilidades de volver, si los representantes de esas razas ultraevolucionadas puedan quererlo así, una vez hayamos aceptado su invitación a verles u oirles, de lo que estoy convencido. Por eso, tengo la evidencia de que siempre tendremos una puerta abierta para regresar.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Rang quedó sumido en una profunda meditación. Su cigarro aparecía apagado sobre su despacho.</p> <p>—¿Es ese el deseo de todos ustedes? —Sus oscuros ojos cayeron sobre la comisión en pleno, como buscando signos de aprobación, o lo contrario. Nadie pareció recular. Todos permanecieron mirándole fijamente, sin la menor sombra de vacilación en su propósito.</p> <p>—Yo puedo responder por todos, señor. La respuesta es sí —repuso Brady, frotándose su nariz.</p> <p>Rang cambió de táctica.</p> <p>—Capellanes Macauley y De Ribera... ¿qué les va a ustedes dos en esto?</p> <p>Manuel de Ribera, con sus finas facciones españolas ligeramente veladas de sudor, respondió con su musical entonación propia del bello idioma español.</p> <p>—Tenemos la fe en Dios, capitán. Esta inteligencia, a pesar de cuanto hayan logrado las criaturas que la poseen, pueden no conocer a Dios, y nuestro deseo es ir a través de «El Agujero», así y todo, en cualquier caso.</p> <p>—¿Y no se les ha ocurrido pensar que una raza tan avanzada como para ser capaz de crear una puerta de entrada al espacio, a otro espacio diferente, tal vez podría también ser extremadamente sofisticada en cuestiones religiosas?</p> <p>El astuto capellán del Equipo 31, Macauley, sacudió la cabeza negativamente, como para indicar a Rang que no tenía por que preocuparse de tal cuestión. La pregunta, lógica en el capitán, no tenía efecto sobre un hombre de fe. En la misma Tierra ya existían muchas religiones paganas.</p> <p>Rang le dirigió una risa de comprensión.</p> <p>—Parece que no me queda otro remedio que decir que sí —concedió—, aunque me temo que tendré que lamentar mi decisión. ¿Qué plan tiene fraguado, Brady?</p> <p>El interpelado miró a sus compañeros antes de responder.</p> <p>—Aquí nos encontramos catorce. Nos dividiremos en dos equipos de siete cada uno y pasaremos a través de «El Agujero» utilizando pequeñas naves auxiliares de exploración.</p> <p>—¿Desarmados? ¿Tiene eso sentido?</p> <p>Macauley, al replicar, pareció hacer un gran esfuerzo de paciencia; pero Rang, que conocía al capellán de antiguo, no lo tomó a ofensa.</p> <p>—Tenemos que dar testimonio de nuestra mente civilizada, capitán. Y la oportunidad debemos tomarla ahora. Podría no volver a presentarse de nuevo en mil años, en edades completas, o tal vez nunca.</p> <p>El silencio que siguió a las palabras del capellán se prolongó embarazosamente, hasta que zumbó el comunicador del capitán. Rang abrió el canal.</p> <p>—Aquí el puente, señor. El segundo proyectil se encuentra ahora sobre la amura de estribor.</p> <p>—Bien, recójanlo a bordo. Gracias, puente. —Cerró el canal y se dirigió a la comisión de visitantes—. Ya han oído el informe del puente. Ello confirma, en mi opinión, la existencia de un propósito, de inteligencia. Tienen ustedes mi permiso para llevar a cabo su misión exploratoria. ¿Cuándo esperan estar dispuestos, Brady?</p> <p>Éste comprobó el tiempo.</p> <p>—Son ahora las 11.30. Yo diría que sobre las 16.00.</p> <p>Y las horas fueron pasando como una sombría amenaza de muerte sobre los exploradores, mientras todo estuvo dispuesto.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">En aquella ocasión, Brady deseó con todo su corazón haber estado acompañado por el doctor Whitehead, lamentando profundamente su ausencia. El doctor había deseado hacer aquel viaje final, pero su salud había decretado lo contrario. La enfermedad que tan gravemente le había afectado, le dejó convertido en una sombra de sí mismo. Por ello, tuvo que quedarse atrás, en Meroe. Y así, mientras que Brady iba a emprender la más grande aventura de su vida, una vida que había sido dura siempre, aunque contrapesada también por algunas cosas buenas, su entrañable amigo y colega quedaba postrado, casi inútil, hasta su larga y eventual recuperación.</p> <p>No existía garantía alguna de que volviesen del otro lado de «El Agujero»; sólo el mandato, íntimamente sentido, de que, como raza inteligente, el hombre debía emprender los más difíciles caminos en su larga y tempestuosa historia. Sentía miedo interiormente, más del que jamás hubiera sentido antes. Pero junto a aquel temor, le invadió una fuerte determinación, como una oleada de valor y de coraje. Y rezó piadosamente.</p> <p>Se encontraron en la rampa de lanzamiento, mirando cada uno a los demás, por si descubrían algún signo de debilidad, o de miedo encubierto. Pero no pareció producirse tal cosa y todos estuvieron dispuestos a la gran aventura.</p> <p>Rang, solo, llevando sobre sus hombros la enorme responsabilidad de la decisión, estrechó a todos y cada uno de aquellos catorce hombres la mano, en silencio; en un silencio emocionado en que no eran precisas las palabras. No era momento de hablar. Los apretones de mano lo significaban todo.</p> <p>Se congregaron alrededor del capellán Macauley, quien, entre el silencio de la concurrencia, pronunció una oración llena de fe:</p> <p>—«Dios Todopoderoso, te pedimos Tu bendición en nuestra empresa, para esta jornada que va más allá de las tormentas y de la visión humana; pero siempre unidos dentro de los infinitos alcances de Tu Amor. Amén.»</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">A las 16.10, ambas naves habían partido. Los observadores comprobaron los irreales y fantásticos retorcimientos sufridos al pasar a través de «El Agujero», seguidos por la magnificación, la disminución y el cese de tales fenómenos. El personal del <i>Starfire</i> se dispuso a esperar.</p> <p>Los hombres que iban a bordo de la nave exploradora de Brady no experimentaron nada fuera de lo corriente en su paso a través de «El Agujero». Las lucernas de la nave iban descubiertas y pronto apreciaron su primer vistazo al espacio exterior. Lentamente, se sintieron sobrecogidos como siete marionetas controlados por fuerzas cósmicas desconocidas, permaneciendo sin palabras, mirándose unos a otros, pálidos y mudos.</p> <p>Al exterior de la nave no había estrellas, sin importar al lugar a donde dirigiesen la vista. Los cielos, en cualquier sector, aparecían totalmente desprovistos de luz.</p> <p>—¿Qué significa esto, en el nombre de Dios? —preguntó Len Kitten, jefe del Equipo 32, cogiendo el brazo de Brady—. ¿Es a esta oscuridad impenetrable a donde nos ha traído usted?</p> <p>Su voz se elevó de tono en un estremecimiento de pánico incontrolado, pero se fue aquietando en la misma medida. Estremecido aún, se apartó de Brady, como para que ignorase su pregunta.</p> <p>—Yo... siento <i>frío</i> —murmuró, casi rumiando las palabras, para sí mismo— en mi alma.</p> <p>Se dejó caer en un rincón y el capellán Macauley fue en su busca. Macauley le dijo con voz suave:</p> <p>—¿Puede usted explicar esa sensación, Len?</p> <p>Len Kitten cabeceaba espasmódicamente y su discurso resultaba incoherente y velado.</p> <p>—Yo... siento... como si todo mi ser... fuese desgarrado... y expuesto a todo el mal que existe en el Universo...</p> <p>Sus hombros comenzaron a estremecerse y las lágrimas rodaron por sus mejillas, aplastándose como gotas diminutas en el suelo. Macauley miró en silencio a aquel anillo de rostros mudos, como para encontrar auxilio. Comenzó a orar, y después comprobó con verdadero terror que sus esfuerzos eran vanos, que le resultaba imposible adoptar la actitud apropiada. Sentía nublada la mente, como constreñida por un cerco de negrura que se resistía a todo intento de oración. Silenciosamente, se unió a Kitten y deslizó un brazo alrededor de los hombros del astrónomo.</p> <p>Los demás continuaron de pie, desprovistos de palabra, intercambiando miradas que ocultaban los primeros síntomas del más negro desamparo.</p> <p>La nave se deslizó velozmente en aquella negrura, sin que nadie sintiese el menor síntoma de aceleración. La sensación que había comenzado a afectar a Kitten se extendió a Macauley y momentos después pareció captar a todos los demás. Cada uno se sentía, aislado del resto, como objetivo de un punto focal de todas las fuerzas del mal existentes en el Universo.</p> <p>La mente de Brady era un torbellino de malos deseos, pensamientos e intenciones. Todo lo malo que había hecho en su vida pareció arrastrarse hacia el interior de su mente, y cada mala acción, como luchando para ocupar el primer puesto. Tenía la impresión de que su mente era un inmenso hoyo, rebosante de un espeso y sofocante lodo que amenazaba con sumergirle en la inconsciencia. En alguna parte, en alguna región ignorada de su mente, algo luchaba por expandirse, y casi pareció lograrlo, pero consiguió aplastarlo rudamente. Podía ver perfectamente a sus compañeros de viaje: pero le daban la impresión de ser inalcanzables, alejados, inmersos, como él estaba, en una infernal tela de araña de algo maligno.</p> <p>Y fue con verdadero horror cómo descubrió que los pensamientos y las imágenes que le trastornaban no precedían de sí mismo. Se vio a sí mismo mirando fijamente a Macauley. El capellán parecía contraído en lo que parecía ser un inmenso dolor. La mente de Brady, al principio, pareció desarraigarse de los pensamientos burbujeantes de la de Macauley y volverse a encerrar en sí misma. El intercambio fue creciendo y extendiéndose, como si la mente de los siete hombres fuese una sola. Habían alcanzado el nadir de la existencia.</p> <p>Toda sensación de tiempo y de vida les había abandonado, mientras la diminuta nave, como un átomo perdido en el infinito, cruzaba como una flecha a través de aquella espantosa negrura envolvente, hasta darse cuenta, de algún modo, de que había cesado todo movimiento. Brady, haciendo un supremo esfuerzo, se aproximó a una lucerna de la nave espacial exploradora.</p> <p>Algo demoníaco bullía y se debatía en el interior de su espíritu, al mirar por primera vez la faz del planeta en que se encontraban en aquel instante. Por todas partes prevalecía un color carmesí, brumoso y profundo. El terreno inmediatamente bajo la nave y que le rodeaba por todas partes, era plano y rocoso; y a unos cientos de yardas más lejos de aquella parte de la lucerna de observación, se extendía lo que parecía ser el borde de una hondonada, de donde surgía un vapor pálido y rosáceo, lenta y perezosamente ascendiendo desde lo profundo de la depresión. Tras de la hondonada surgía un bosque de nudosos y retorcidos árboles sin hojas, como dedos huesudos que buscasen afanosamente algo que captar en una tenue brisa. Más en la distancia, una cordillera de montañas negras, con el perfil rojo, formaba una barrera dentada hacia cualquier límite de su visión. El endemoniado ojo de una estrella rojiza hacía brillar aquel torturado paisaje. No había el menor ruido detectable; sólo un misterioso aire de amenaza.</p> <p>Se dejó caer abrumado sobre su asiento, temblando con una nueva sensación de espanto. Su mente, rígida por el temor, rehusaba formar pensamientos coherentes. Sus compañeros se hallaban esparcidos por la cubierta de la nave, en diversas actitudes, como envueltos y enrollados cada uno en un mundo distinto.</p> <p>Un ruido ligeramente audible, como el de una hoja arrastrada por el viento, captó su atención. Forzó su cabeza en la dirección de aquel ruido.</p> <p>Las dos puertas de acceso de ambas cámaras de compresión aparecían abiertas de par en par.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">La segunda nave exploradora, al mando del antiguo jefe de equipo, Colin Mackenzie, pasó a través de «El Agujero» sin incidentes y surgió al otro espacio. Las lucernas de la nave fueron abiertas e inmediatamente los hombres dieron un paso a través restregándose los ojos, buscando la forma de escapar a la cegadora luz que inundó la cabina.</p> <p>A la mayor brevedad posible fueron recubiertas las lucernas con sus persianas correspondientes. Tras haberse recobrado quince minutos más tarde, Mackenzie dispuso un filtro sobre una de las lucernas y aventuró una nueva mirada por ella. La nave parecía viajar a través de un espacio brillante y homogéneo, desprovisto de estrellas, planetas, galaxias ni ningún otro cuerpo celeste. Arriesgó el descorrer aún más el filtro por toda la lucerna y mirar más ampliamente. La luz ya no parecía tan intensa entonces, pero los ojos comenzaron a dolerle y tuvo nuevamente que correr el filtro protector.</p> <p>—¿Qué es lo que puede ver, Colin? —preguntó Dune, el jefe del Equipo 29.</p> <p>—Absolutamente nada, excepto un área uniforme de luz que se extiende por todas partes. Mire usted mismo, si lo desea, pero no permanezca más de tres minutos.</p> <p>Fue entonces cuando De Ribera comenzó a murmurar algo en su español nativo.</p> <p>—Se está refiriendo a Dios y a su luz infinita —explicó Mackenzie hasta donde llegaban sus conocimientos de español.</p> <p>Todos se quedaron mirando fijamente a De Ribera, cuya faz reflejaba una tal devoción y reverencia religiosa, que les resultó estremecedora; sus ojos parecían fijos en algo que se hallase más allá de la nave y del espacio. Mientras le observaban, le vieron caer de rodillas con las manos en alto y los brazos separados, y el rostro mirando hacia arriba, como transfigurado por una misteriosa luz. Mackenzie pasó su mano delante del rostro del capellán varias veces; pero no obtuvo la menor respuesta.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Sean O'Connor, jefe del Equipo 32, que había estado observando a De Ribera muy cerca, se fue de repente a su lado y también se puso de rodillas.</p> <p>—¡Muéstreme algo, enséñeme! —insistió.</p> <p>La mano del capellán tomó la suya y la sostuvo. No pronunció una palabra. El hombretón que era O'Connor, con su enorme corpachón inclinado, parecía sumido en el hechizo que tenía como en trance al capellán De Ribera.</p> <p>A despecho de ellos mismos, se sintieron pocos instantes tocados misteriosamente por igual fascinación, y momentos después, los siete hombres formaban un círculo de hombres puestos de rodillas, sosteniéndose mutuamente las manos, con sus mentes sumergidas en una pureza y una bondad tan absolutas que parecía amenazar con destruirles físicamente. Allí, concentrado en una flecha metálica lanzada por el espacio sin límites, se hallaba lo que debía ser la quintaesencia de lo que el hombre ha buscado siempre, sin haberlo alcanzado jamás.</p> <p>Y así, mientras que la pequeña nave viajaba por aquel espacio lleno de luz, para los hombres de a bordo, el tiempo y el espacio habían dejado de existir.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Al fin, la nave exploradora cesó en su movimiento y llegó a un punto de reposo. Mackenzie fue el primero en apercibirse de la realidad. Arrastrándose hacia una lucerna de observación, miró al exterior. La nave se hallaba en el mundo más bello que jamás hubiera podido imaginar.</p> <p>Se había detenido sobre un campo de flores, cuyos colores debían haber sido elegidos del mismo corazón de las estrellas. Aquel panorama era como la paleta de un pintor, recubierta por suaves amarillos de azafrán, extraños matices de ámbar y oro, salmón, rosa y cereza oscuro llameando con la plata brillante y un bronce oscuro. Las flores se arracimaban en una vasta extensión hacia la embocadura de un valle que podía sentirse más que ser visto. Hacia la izquierda surgía un grupo de árboles jóvenes y llenos de vida, como estallando de vigor en plena primavera, y con hojas parecidas a bellas plumas de fantásticas aves, mientras que hacia la derecha, rodando sobre unas suaves colinas, se destacaba un terreno ideal con suaves verdes en una aureola irreal de inigualable belleza. Una estrella amarilla brillaba en un cielo azul y claro, como en un hermoso día de verano.</p> <p>Mientras permanecía enajenado por aquella belleza indescriptible oyó un sonido. Se volvió. Las dos puertas de las cámaras de compresión de la nave aparecían abiertas en toda su extensión.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Si alguien hubiese preguntado a Brady por qué se dirigió sin vacilaciones hacia la salida de la nave por la puerta de la cámara de compresión, seguramente no habría sido capaz de dar una respuesta racional. Se veía impelido a hacerlo, a despecho de sí mismo. Los demás le siguieron, sin la menor objeción, emergiendo a un mundo completamente hostil. Una vez fuera del refugio de la nave, encontraron el aire sorprendentemente fresco y pegajoso. Ráfagas de niebla les humedeció el rostro. Durante unos minutos se movieron sin objetivo determinado, un tanto al azar, con sus atormentados pensamientos piadosamente comenzando a desvanecerse de sus mentes. Sin embargo, seguía prevaleciendo aquella misteriosa presencia de algo maligno y siniestro en el ambiente, potente y tangible. Brady miró fijamente al fulgor luminoso que surgía más allá de las montañas. Sin pronunciar una palabra, comenzó a dirigirse en aquella dirección.</p> <p>Encontraron el camino más fácil de lo que hubieran imaginado. El barranco, aunque algo profundo, no fue ningún obstáculo, una vez que se cerró a unas cien yardas de distancia. Siguiendo a través de aquel bosque muerto, de una milla de largura, emergieron de nuevo en un terreno rocoso y llano.</p> <p>Siguieron caminando hacia adelante, cada uno prisionero de su propio y oscuro torbellino de ideas revueltas en la mente, empujados por una fuerza que ninguno comprendía. El paso del tiempo no tenía significación para ninguno de los siete exploradores y las montañas no parecían más próximas de lo que estaban al comienzo del viaje. Después, casi de repente, llegaron al pie de un acantilado rocoso que sobresalía en la altura a una distancia difícil de estimar. Los lados del acantilado eran tan abruptos, que saltar por aquella suave superficie rocosa y fría parecía cosa casi imposible. El equipo se dirigió a buscar una salida lateral que les permitiese cruzar la montaña y finalmente se hallaron descubriendo un estrecho desfiladero gradualmente ascendente.</p> <p>La fatiga, el desamparo, el hambre, la sed; todas aquellas cosas no parecían afectarles en lo más mínimo. El camino estaba abierto hacia adelante. Y tenían que seguirlo. Conforme iban ascendiendo, aquel color carmesí llameante de los cielos, parecía aumentar a medida que ascendían más y más. Por fin, llegaron a la cima.</p> <p>Ante ellos, en una pequeña planicie, surgió erecto el manantial origen de aquella luz: un edificio brillante con una silueta vagamente apreciable y semienvuelta en la niebla de unos cincuenta pies de largo por veinte de altura.</p> <p>Sin vacilación, se encaminaron hacia él.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Mackenzie se dirigió cautelosamente hacia la abierta cámara reguladora de la presión y la puerta. Aspiró un aire dulce y muy fresco. Un diminuto pájaro marrón y gris amarillento aleteó brevemente al borde de la salida, le miró por unos instantes y después escapó volando. Mackenzie no pudo comprender los motivos, pero abandonó la nave. Sin volver la vista atrás, sabía que sus compañeros le seguían. La belleza sensual de los árboles y las flores, del aire y del sol, del valle y las colinas fluía sobre ellos, como envolviéndoles en un irresistible hechizo, hasta llegar casi a sentirse sofocados por él. Sus mentes habían dejado de comunicarse; pero continuaba permaneciendo la sensación de absoluta pureza, pesando en ellos como una riqueza inesperada.</p> <p>Los agudos ojos de Mackenzie captaron la luz que surgía de detrás de las colinas. Fuese lo que fuere, había que llegar hasta ella, y allá se encaminaron a través de aquellas flores perfumadas, que parecían mecerse a su paso. Después descendieron hacia el valle. El descenso hasta el brillante río que serpenteaba por el fondo del valle fue largo. Bandadas de pequeños pájaros cruzaban el aire perfumado en todas direcciones. A lo lejos y valle abajo, en la distancia, pudieron apreciar la existencia de rebaños de animales pastando. Vadearon las burbujeantes aguas por un lugar adecuado y comenzaron la ascensión hacia la lejana luz.</p> <p>Continuaron caminando, como si estuvieran provistos de una misteriosa e ilimitada cantidad inacabable de energía, sin detenerse para alimentarse ni para descansar. Eran como siete enemigos unidos temporalmente en una causa común. La colina parecía seguir ascendiendo interminablemente. Sólo la creciente aglomeración de luz en un punto, indicaba el progreso que iban realizando.</p> <p>Las colinas finalizaron de repente, cayendo suavemente en sentido contrario hacia una pequeña meseta. Y allí estaba la luz, que emanaba de un edificio, tal vez de unos cincuenta pies de largo por veinte de altura. Los perfiles daban la impresión de hallarse fijos en más de tres dimensiones, produciendo una sensación fantástica, singularmente fuera de lo usual para el ojo humano. No hubo el menor debate de qué partido debía tomarse. Todos se encaminaron hacia el edificio.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Ambos grupos llegaron a un punto donde aparentemente hacían su entrada a cierta especie de campo energético especial, porque se hallaron súbitamente dentro del edificio, cara a cara. Hasta aquel momento, ninguno de los dos grupos de exploración había dedicado el menor pensamiento al otro desde que las naves atravesaron «El Agujero». En aquel instante comprobaron que sus mentes se hallaban, por fin, libres de nuevo de cualquier influencia exterior. Los hombres se mezclaron entre sí, asediándose a preguntas y hallando las respuestas muy confusas. Ninguno apenas si pudo recordar lo pasado claramente.</p> <p>Brady sugirió que deberían explorar el resto del edificio. La habitación en que se hallaban tenía una forma cilíndrica de unos veinte pies de diámetro. Una intensa luz provenía del techo. Los muros y la sencilla puerta, como única entrada, daban el aspecto de estar fabricados de alguna sustancia lustrosa y ligeramente amarillenta. La puerta tenía adosada una plancha del tamaño de la palma de la mano de un adulto, a cuatro pies del suelo y hacia la derecha.</p> <p>—Creo que debo presionar en eso, ¿qué os parece? —preguntó Brady al conjunto. Se hallaba de pie junto a la puerta.</p> <p>—Hazlo, Matt —le aconsejó Macauley—. Eso está ahí para un propósito y tenemos que ver lo que se oculta tras él.</p> <p>Brady puso la mano sobre aquella plancha.</p> <p>La puerta ni se abrió ni se descorrió hacia un lado: sencillamente, dejó de existir.</p> <p>Y allí, frente a ellos, una junto a otra, aparecieron dos cajas de doce pies de largo por unos seis de altura. Una contenía una exacta representación del mundo que había atravesado el grupo de Brady, mientras que la otra mostraba el idílico panorama atravesado por Mackenzie.</p> <p>Alguien murmuró maravillado:</p> <p>—Es como si se tratase de un escenario increíblemente elaborado...</p> <p>—Sí —repuso Brady—, pero fíjate bien en la escala a que se ha hecho.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Tras ellos, el cilindro que formaba la habitación comenzó a iluminarse, con una serie de colores que se cambiaban a una velocidad que quitaba el aliento por su rapidez y belleza, recorriendo todo el espectro, hasta que todo movimiento cesó y la columna se convirtió en un ámbar vibrante.</p> <p>—Mis saludos, hombres de la Tierra. —La voz, con un cierto tinte de humor, procedía de la centelleante columna.</p> <p>De algún modo, Brady se las arregló para tomar la palabra, encontrando el valor necesario.</p> <p>—¿Quién es usted? —preguntó con cierto desafío en la voz—. ¿Por qué nos ha traído hasta aquí y sometido a todo esto?</p> <p>—Cada cosa a su tiempo —replicó la voz suavemente—. ¿Son ustedes siempre tan impacientes? —La advertencia tenía el carácter de una suave reprimenda de un padre hacia un inquieto chiquillo. Después añadió—: Quizás eso sea perfectamente natural en una raza joven aún e inmadura.</p> <p>Se produjo un silencio, como si tuviera que reflexionar. La voz habló de nuevo, pareciendo surgir de todas partes alrededor de los catorce exploradores.</p> <p>—En todas las Edades en que esta puerta de entrada ha existido, sólo otras tres razas la hallaron y la exploraron. La última vino hace un millón de años de los de ustedes. Ustedes son la cuarta raza. Se preguntarán por qué existe esa puerta de acceso y por qué tiene dos entradas. En primer lugar, la vía de acceso, es una entre veinte que se han seleccionado en esta Galaxia de estrellas a la que ustedes pertenecen. Habrán comprobado que las posibilidades de encontrar esa vía de acceso son de una contra cinco mil millones. Sin embargo, mi raza está acostumbrada a pensar en un tiempo a escala de millones de años. Nosotros hemos sido, por decirlo así, los Guardianes del Universo por treinta millones de años. Una de nuestras tareas es buscar, continuamente, razas suficientemente avanzadas y evolucionadas, a las que se pueda calificar para ocupar puestos subordinados, tales como la de guardianes de la Galaxia.</p> <p>Los catorce exploradores intercambiaron miradas entre sí, pero nadie interrumpió. Sus mentes se hallaban parcialmente confusas por la inmensidad de los acontecimientos que la voz estaba relatando.</p> <p>La voz continuó:</p> <p>—Las estrellas no están situadas en puntos de fácil acceso donde cualquier raza de tipo medio que disponga del viaje interestelar pueda encontrarlas con relativa facilidad. Están allí donde una raza tenga que mezclar el espíritu de aventuras y la iniciativa para poder hallarlas, porque, subconscientemente, estén constantemente buscando algo nuevo, algo misterioso.</p> <p>»Pero hallarlas no es suficiente. Y ahora llegamos a la razón de las dos entradas. Para ser un sirviente del Creador (ya que ésta es la función de los Guardianes), una raza tiene que tener humildad y una profunda fe. Sus miembros tienen que poseer una mezcla del bien y del mal, a fin de que sufran a causa de su equilibrio esencial. Nuestra pequeña prueba tiende a probar la flexibilidad mental hacia el bien absoluto o el absoluto mal. Ustedes han pasado la prueba y su raza por tanto, comienza ahora su aprendizaje.</p> <p>En aquel momento, Brady aventuró una pregunta.</p> <p>—¿Puedo preguntar algo?</p> <p>—Por favor, hágalo.</p> <p>—¿Qué pasará si nuestra raza no quiere convertirse en aprendices de Guardianes?</p> <p>La voz contestó con un leve toque de humor y de sonrisa en su respuesta.</p> <p>—Una raza tal como la de ustedes necesita estar buscando siempre en su interior y en el exterior de su ser, intentando siempre satisfacer un hambre insaciable. Esto es algo muy bien conocido, a juzgar por sus acciones y sus pensamientos. Le dejo a usted mismo contestar su propia pregunta.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">La luz ondulante de la columna jugueteó en sus rostros. Desde luego, era indudable que asumirían la tarea señalada. ¿Quién podría rehusar? El haberlo hecho, presuponía abdicar de toda afirmación de inteligencia, renegar de una única oportunidad ofrecida para ir moldeando la Historia del Universo. La voz dijo entonces:</p> <p>—Una de sus naves está fuera. A bordo hay una caja. Bajo ninguna circunstancia podrá ser abierta. Si lo hacen destruirán su único enlace con nosotros y su única posibilidad de conocimiento más allá de cuanto hayan podido soñar. Sin embargo... unas palabras de advertencia: tendrán que trabajar y trabajar de firme en busca de su conocimiento. La caja, al propio tiempo que contiene el resumen total de nuestros conocimientos y sabiduría, no revelará cualquier pregunta que se le haga. Sólo si las preguntas se le hacen correctamente, la caja contestará en debida forma y sólo también si se relaciona con cuestiones de importancia. Un nuevo conocimiento se le irá añadiendo conforme se vaya disponiendo de él.</p> <p>Se produjo un ligero chasquido en el aire circundante, que parecía provenir de todas partes al mismo tiempo.</p> <p>—Tendrán ustedes muchos reveses y contrariedades hasta que aprendan la técnica correcta de plantear las cuestiones.</p> <p>—¿Cómo haremos funcionar la caja? —preguntó Mackenzie.</p> <p>—Ahí está su primera prueba. Si fallan ustedes en resolver el problema dentro de un determinado período, no especificado, la caja se volverá inoperante.</p> <p>—No quieren darnos las cosas muy fáciles que se diga, ¿eh? —comentó alguien.</p> <p>—Nada que valga la pena de alcanzar se consigue cómodamente —repuso la voz—. Y ahora es tiempo de que se vayan. Adiós, hombres de la Tierra, y buena suerte. Que el Creador os guíe.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">La luz de la columna se oscureció y desapareció. Entonces todo el edificio que les contenía desapareció, asimismo, como por encanto, dejándoles junto a una de las naves exploradoras. La visión del entorno en cualquier dirección estaba limitada por una neblina agitada e impenetrable.</p> <p>Subieron todos a bordo y hallaron la caja, hecha de alguna sustancia misteriosa de un amarillo lustroso. La nave despegó entre la niebla y todos se sumergieron en la inconsciencia.</p> <p>Nadie pudo decir después cuánto duró aquella experiencia. Se despertaron poco a poco. A través de las lucernas pudieron contemplar el espacio con las miríadas de estrellas de la Vía Láctea... y el <i>Starfire.</i></p> <p>Se encontraron todos de pronto a bordo de la nave madre produciéndose escenas de alegría entre los recién llegados y los que les recibieron en la rampa de lanzamiento. Hubo una ovación especial para Brady, quien, portando la caja misteriosa, condujo a los exploradores hacia la cubierta principal. El capitán Rang se precipitó a recibirles con el ansia pintada en sus facciones, como el hombre que espera ser condenado a muerte. Hubo cordiales apretones de manos y palmadas en la espalda hasta que Rang se las arregló para disponerlo todo de forma que los recién llegados fuesen llevados a sus habitaciones privadas.</p> <p>—Les habíamos considerado perdidos —dijo el capitán con un leve tono emocionado en la voz—. ¿Cómo consiguieron volver?</p> <p>Se detuvo, dándose cuenta de las confusas miradas de los exploradores.</p> <p>—«El Agujero» se cerró hace doce horas —añadió—. ¿No lo sabían ustedes, caballeros?</p> <p>Brady denegó con la cabeza y se frotó la nariz.</p> <p>—No lo sabíamos, señor.</p> <p>Maravillados, comieron el alimento que se les llevó, hablando por turno y relatando sus aventuras y experiencias, dejando a Brady concluir el relato de todo ello. Al hacerlo mostró al capitán la lustrosa caja amarilla.</p> <p>—Un regalo para los Guardianes, capitán.</p> <p>Rang la tomó cuidadosamente, sorprendido de su ligero peso, y la examinó brevemente. Existía un simple bulto en la parte que decidieron debía ser lo de arriba, arbitrariamente. Aquel bulto tenía la forma de un medio huevo. Por lo demás, la caja estaba desprovista de marcas, señales, cierres u otras identificaciones. Brady repitió la advertencia que se les había hecho de que por ningún concepto se jugara con ella.</p> <p>—Supongo que las pruebas de cualquier descripción procederán de ahí —dijo señalando el medio huevo de la caja, que depositó en medio de la mesa—. Y ahora, veamos entre todos y pensemos una cuestión conveniente para activarla.</p> <p>Brady, mirando fijamente al capitán, preguntó con cierta mezcla de humor y de preocupación.</p> <p>—¿Qué se produjo primero, el huevo o la gallina? —señalando con ello una simple vía de proceder a formular una pregunta a la caja misteriosa.</p> <p>El bulto de la parte superior de la caja comenzó a resplandecer, animado de una extraña luz, y una voz habló. Era la misma que oyeron en el edificio.</p> <p>—El rompecabezas de la gallina y el huevo fue expuesto primeramente por...</p> <p>Todos se sentaron, maravillados, y durante dos horas escucharon la historia del famoso acertijo, que continuaba sin ser resuelto todavía.</p> <p>—Al menos —dijo Brady—, eso les hace parecer más humanos, sean quienes sean...</p> <p>El capitán Khrisna Rang sonrió suavemente. Se dirigió al comunicador y ordenó:</p> <p>—Puente de mando: aquí el capitán. Pongan rumbo a casa.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>EL ÚLTIMO HOMBRE - Lee Harding</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">T</style>RAS de la mesa de su despacho aparecía sentado el controlador divisional. Alto, delgado, sin expresión, con la piel estirada por sobre los huesos inapreciables de su rostro, sus labios se movían con mecánica precisión.</p> <p>—¿Y qué es lo que realmente desea, Mister Johnston?</p> <p>Ante él, a la otra parte de la mesa de despacho, permanecía sentado un hombrecito pálido, pequeño e insignificante con las manos entrecruzadas nerviosamente. Tenía los ojos turbados y daba la sensación de hallarse incómodo.</p> <p>—Quiero algo <i>real</i> —dijo el hombrecito—. Algo que no haya sido fabricado por el hombre. Algo que no sea sintético. Eso es todo. No es para quedarme con ello. Sólo quiero verlo. Todo lo que deseo es apreciar dónde se halla. ¿Dónde puedo encontrar tal cosa?</p> <p>El Controlador parecía perplejo. Era la primera vez que se le planteaba semejante cuestión.</p> <p>—¿Algo... <i>real</i>?—Y sus labios formaron la palabra trabajosamente como si no perteneciese a su vocabulario—. ¿Qué es lo que se esconde tras su petición, Mister Johnston?</p> <p>Las esperanzas del hombre pequeñito y pálido, se tambalearon. ¿Cómo podría explicar a nadie aquel inexplicable deseo, que se había convertido para él en una obsesión, en palabras comprensibles para el sombrío individuo que se sentaba frente a él?</p> <p>Tras del Controlador Divisional, una ventana abría sus fauces al mundo. Mister Johnston vio la ciudad extenderse en la lejanía como el caparazón de algún monstruoso y gigantesco crustáceo. Miró fijamente a la lejanía y a aquel bosque inconmensurable de torres altísimas de acero y plástico que dominaban todo el horizonte, y sintió cómo su ser se estremecía.</p> <p>—A mi alrededor y por todas partes, veo un mundo hecho por el hombre —comenzó vacilante—. La ciudad en que vivimos, el aire que respiramos, las ropas que vestimos e incluso el alimento que tomamos son productos de una maravillosa tecnología. Por todas partes, veo la evidencia de la increíble destreza del género humano... pero ¿dónde encontrar el corazón? ¿Cómo puedo incluso encontrar el mío donde sólo existe este mundo sombrío y horroroso de edificios que llegan al infinito y de gentes que jamás sonríen a quienes relatar mis sensaciones y pensamientos? Con seguridad, tiene que existir algún lugar, por pequeño que sea, que aún no haya sido engullido por el incesante progreso humano...</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">El hombrecito dejó escapar un suspiro de nostalgia y se retrepó en su asiento.</p> <p>—Siempre no ha sido así. Incluso yo lo sé muy bien. Tengo que haber nacido en el crepúsculo del viejo mundo y al comienzo de este nuevo. Puedo todavía recordar la existencia de árboles y flores y del sonido de los pájaros. De arroyos de agua pasando bajo mis pies. Y nubes, y lluvias y vientos fríos. Hoy me pregunto a mí mismo: ¿qué es un pájaro? ¿Qué es una nube? ¿Es que ya no hay sitio para todo eso en esta tierra que hemos <i>hecho</i>? ¿Se han ido para siempre y para no volver jamás? ¿Es que nuestras máquinas lo han devorado todo en ese gran banquete de nuestro planeta, sin dejar nada sino un monstruoso conjunto de objetos artificiales metálicos, errando sin objeto por el espacio sin que haya ni invierno ni verano que marque su paso?</p> <p>La emoción que había puesto un rojo vivo en las mejillas del hombrecito, se había desvanecido. Miraba fijamente como en el vacío a través de la ventana a aquel panorama aterrador.</p> <p>El Controlador permanecía silencioso. Tras sus ojos astutos y calculadores de una inteligencia aguda como el filo de una navaja, se hallaba un cerebro que trataba de digerir rápidamente la información que Johnston acababa de exponer ante él, preparándose para dar la respuesta adecuada al caso.</p> <p>—Pero todavía no me ha dicho <i>por qué</i> siente ese gran deseo de ver eso que quiere que sea real.</p> <p><i>¿Por qué?</i> Mister Johnston no lo sabía realmente.</p> <p>—Necesito verlo, eso es todo —repuso con una nota de casi completa desesperación en su voz rebelde—. Es algo que pueda tocar con mis propias manos y saber que es real, que no ha sido hecho por el hombre, sino por...</p> <p>—Por ¿quién, <i>mister</i> Johnston?</p> <p>El hombre miró rectamente a los ojos del Controlador. Se imaginó haber captado un ligero chispazo de cinismo en su helada pregunta, desprovista de todo sentimiento. Se apresuró a responder:</p> <p>—Por... por... <i>¿por quién?</i> Pues no lo sé, realmente. Sólo... sólo que no haya sido hecha por las manos del hombre. ¿No lo comprende? Es algo que sea <i>real.</i></p> <p>El Controlador se permitió el lujo de una sonrisa.</p> <p>—Pero Mister Johnston, seguramente se dará usted cuenta de que...</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">En aquel preciso momento, los músculos faciales de su inquisidor parecieron repentinamente helados. Una mirada en blanco y una rígida expresión parecían estar fijas en un punto del aire en alguna parte detrás de Mister Johnston. Desde algún escondido lugar existente entre los hombros del Controlador, se escapó una tenue nubécula de vapor que ascendió perezosamente hasta el techo.</p> <p>—Tiene que... perdonarme —farfulló—. Me temo que... una súbita sobrecarga de fatiga... ha... —Sobre la mesa dos manos se habían entrecruzado como un signo de impotencia—. Un exceso de trabajo... una sobrecarga indebida. Yo... si usted fuese tan amable... de ir... a la habitación número 12... sería atendido. Yo... por favor, perdóneme este... esta demora. Yo...</p> <p>Y no dijo más. Su boca se quedó como helada en un boquete oval. Se produjo una breve descarga de chispas en lo profundo de sus ojos. El rizo humeante que se escapaba de su espalda, se espesó momentáneamente y después desapareció.</p> <p>Johnston se quedó mirando fijamente a la inmóvil figura por unos instantes. En su rostro sólo había una expresión desamparada y vacía de todo sentimiento. Entonces, suspiró, se puso en pie y abandonó la habitación.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Johnston quiso saber qué era lo que estaba ocurriendo en el mundo, con más vehemencia que nunca. Máquinas que parecían personas y personas con aspecto de máquinas. Cada día se hacía mucho más difícil el poder distinguir una cosa de otra.</p> <p>Tomó el elevador hasta el piso bajo y se dio prisa para salir al exterior. No tenía sentido alguno ir a la habitación número 12 y tener otra inútil entrevista con algo de extensión humanoide de cualquier computador maestro. Además había comenzado a comprobar que el concepto de algo que fuese real estaba más allá de los programadores de la cibernética de la ciudad.</p> <p>Y no sólo las máquinas, pensó, conforme se volvía para observar a la gente que se movía en silencio a su alrededor. Sus maneras en blanco, como sin propósito alguno, parecían más apropiadas de una máquina que de una criatura de carne y hueso. Había algo de vacío en su comprensión, como una página en blanco, cuando les preguntaba respecto de su problema que le asustaba, enviándoles todos, sin excepción, a que su Controlador Divisional le resolviese el problema planteado.</p> <p>Había sido una desagradable sorpresa descubrir que su amistoso inquisidor era un robot. Bajo las circunstancias reinantes, debería haberlo esperado, ya que apenas existían puestos de administración en aquellos días que no estuviesen confiados a unidades cibernéticas ampliamente dispersadas por la gigantesca megalópolis. Lo robótico había llegado a ser tan increíblemente complejo, que Johnston no se hubiera sorprendido de saber que más de la mitad de la población de la ciudad era robótica, a pesar de la astucia y la habilidad que tenía para disfrazarse en tal sentido.</p> <p>Y comenzó a caminar. No seguía ninguna dirección en particular. Sobre su cabeza aparecía la luz del sol procedente de un cielo lejano y desprovisto de todo ornamento que llegaba por entre las hendiduras y espacios de los gigantescos edificios hasta el suelo.</p> <p>Johnston dirigió una mirada a aquellos promontorios de acero y cristal que se elevaban a todo su alrededor y se maravilló en la forma en que se elevaban casi hasta el cielo.</p> <p>Bloques increíbles de artificialidad se amontonaban hacia el infinito.</p> <p>¿Existía realmente un fin en aquella ciudad?</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Había viajado por toda la superficie y los enlaces subterráneos con la esperanza de encontrar los perímetros, en que aquellos monstruosos cañones llamados calles, diesen acceso a detalles más a nivel de lo real, allí donde pudiese sentir el calor directo del Sol sobre su propio cuerpo.</p> <p>Tuvo que haber viajado millas y millas en cada dirección pero siempre la ciudad permanecía incambiada y cuando más lejos llegó, encontró con que llegaba siempre al mismo punto de partida.</p> <p>Y así comenzó para Johnston una especie de pesadilla. Aquel terrible mundo abarcado en toda su extensión por una ciudad solitaria que se extendía de Este a Oeste y de polo a polo, cubriendo el viejo mundo con el magma fundido del trabajo del hombre.</p> <p>¿Consistía en aquello el legado de los dioses?</p> <p>Se resistió a creerlo. <i>No podía</i> creer que el pasado hubiese sido totalmente desvanecido y enterrado para siempre. Algo tenía que quedar todavía. Era cuestión de poder hallarlo. Tal vez aquella idea le proporcionase el valor de encararse con los días que habían de seguir. ¿Había explorado, en realidad, todas las avenidas? ¿Qué otros medios de transporte existían? Aerocares, elevadores...</p> <p><i>¡Elevadores!</i></p> <p>¡Pues claro que sí! Había más de una dimensión. Había investigado a su alrededor; pero no había intentado aún ir hacia arriba o hacia abajo.</p> <p>Excitado, se dirigió rectamente a uno de los más grandes edificios de la Administración.</p> <p>La puerta del elevador se abrió por sí sola al aproximarse.</p> <p>—¿A dónde, señor? —preguntó una voz impersonal procedente de cualquier parte.</p> <p>—Abajo —repuso sin vacilar Johnston.</p> <p>—¿A qué distancia?</p> <p>—A la máxima que pueda descender.</p> <p>La máquina se cerró y se puso en marcha por sí misma.</p> <p>Entonces Johnston comprendió que se dirigía a las mismas entrañas de la tierra.</p> <p>El elevador descendía a una increíble velocidad. Pudo darse cuenta de que recorría milla tras milla hacia abajo, sin apenas darse cuenta de ninguna sensación de movimiento. El elevador estaba cuidadosamente equilibrado en un hueco de gravedad nula. Se sentía tan ligero como el aire dentro del cubo en que descendía siempre hacia abajo.</p> <p>El elevador llegó por fin a su tope final. La puerta se descorrió silenciosamente hacia un lado y Johnston salió fuera de la máquina.</p> <p>Se sintió desmayar. Ante él se extendía un vacío y larguísimo corredor. Una figura uniformada le estaba esperando.</p> <p>—¿Su nombre, señor? —preguntó.</p> <p>—Johnston, Harry Johnston. Yo... quería echar un vistazo por todo esto.</p> <p>—Ah, comprendo. Le guiaré, pues. Espero que estas bajas profundidades son interesantes de ver.</p> <p>A Johnston no le pareció así. Siguió al silencioso guía durante algún tiempo; pero no halló más que motivos de decepción, una profunda decepción. Estrechos corredores y paneles relucientes habían reemplazado las amplias calles y los enormes edificios de la ciudad de allá arriba... pero seguía siendo la misma ciudad, allí en las mismas entrañas de la tierra. Había alimentado la débil esperanza de que tal vez en las profundidades del mundo, pudiese descubrir alguna roca, o tierra, o suelo en su condición natural. Pero nada de aquello existía por ninguna parte. Siempre el omnipresente producto del genio industrial del hombre. Y tras los muros, el zumbido de la energía de las poderosas máquinas que hacían posible la existencia de millas de ciudad por encima.</p> <p>Se volvió, derrotado.</p> <p>—Creo que debería volver a la superficie.</p> <p>—Muy bien, señor.</p> <p>Un súbito pensamiento acudió a la mente de Johnston.</p> <p>—¿A qué profundidad nos encontramos?</p> <p>—A veintisiete millas, señor.</p> <p>Se repitió la cifra a sí mismo.</p> <p>—¿Es el nivel más bajo que existe?</p> <p>—Si con ello quiere decir que la ciudad se extiende bajo nosotros, no, señor.</p> <p>Johnston golpeó el suelo con la punta del zapato.</p> <p>—Entonces, ¿qué es lo que hay más abajo?</p> <p>—Varias millas de material aislante.</p> <p>—¿Y después de eso?</p> <p>—El infierno, señor.</p> <p><i>—¿El infierno?</i></p> <p>—Sí, un término arcaico que define el núcleo interior del planeta. No hay... nada más.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Mister Johnston se quedó mirando fijamente al suelo, tratando de formarse una imagen de la furia primitiva del núcleo en fusión del planeta, desflorado y violado en toda su dimensión superficial. Y tuvo que sonreírse aunque débilmente.</p> <p>Ya era algo saber, que el hombre no había sido nunca ni lo suficientemente listo, ni lo bastante orgulloso para dominar la fabulosa masa fundida a inconcebibles temperaturas y presiones del corazón del mundo.</p> <p>El guía le vio de nuevo a bordo del elevador y esperó a que la puerta se corriese cerrando la caja. Cuando el elevador comenzó a ascender, cruzó el corredor y se puso de espaldas a un nicho excavado en la pared, hecho a su medida. Tan pronto como sus hombros hicieron contacto con ciertas bandas metálicas expresamente dispuestas, una corriente de iones cruzó su mecanismo interior y quedó desactivado.</p> <p>Sus ojos quedaron abiertos y mirando al vacío en una oscuridad completa.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">El primer pensamiento de Johnston al llegar a la superficie, fue el de alquilar un aerocar y cruzar el aire por encima de la ciudad hasta encontrar lo que estaba buscando. Tal vez, desde tan ventajoso punto de observación, pudiera ver con sus propios ojos dónde terminaba la ciudad y lo que existiera más allá. Pero, ¿si la ciudad era interminable? Ello significaría que nada real podría existir en las diminutas y pequeñas zonas escondidas, que pudiera ser observado desde la altura y a tanta velocidad. No tenía idea de lo que en realidad estaba buscando, ni de lo que pudiera encontrar. Podía ser algo tan tremendo como una cadena de montañas o tan frágil como una simple flor entre los bloques fantásticos que se enseñoreaban por las alturas de la ciudad.</p> <p>Tendría que ir a pie. Trillar la ciudad por sus propios pasos. Hacer una jornada hasta los límites de la megalópolis y más allá de ella. Disponía de tiempo, por tanto, ¿a qué preocuparse si la empresa le llevaba meses o años para hallar lo que estaba buscando? Era algo que <i>tenía</i> que hacer realidad. Contra aquel tremendo deseo, el tiempo carecía de toda significación.</p> <p>Y comenzó su búsqueda a la mañana siguiente.</p> <p>Viajó con facilidad y sin estorbos. No había necesidad alguna de cargarse con otra cosa que las ropas que vestía. La ciudad se ocuparía de sus necesidades. Para eso estaba.</p> <p>Comenzó su camino a las primeras luces de la mañana, en que las calles desiertas comenzaban a teñirse del resplandor natural de la aurora y a desvanecerse las artificiales de las luces de neón. Aquellos inmensos muros, sombríos y mudos, parecían observar su marcha con absoluto desdén. Johnston dirigió una mirada a aquel cielo eternamente vacío. Llevaba una brújula en forma de pulsera en la muñeca. Con aquel sencillo aparato podría mantener una ruta constante hacia el norte. No tenía el menor deseo de ir describiendo círculos por la monstruosa ciudad. Y sus ojos se encendieron con los fuegos de la aventura emprendida.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Hacia el mediodía, su entusiasmo había disminuido. Le dolían las piernas y sentía un ligero dolor de cabeza. Se sentó al borde de una acera, dejando el frenético bullir de la megalópolis moverse en su entorno. Por encima, los aerocares zumbaban silenciosamente por sus canales de circulación. La gente y los robots apenas si hacían uso de las aceras a nivel de la calle; en su mayor parte preferían la velocidad y la higiene de los conmutadores subterráneos a la entonces demasiado movida y superpoblada muchedumbre de las calles.</p> <p>Poco más tarde, se puso en pie y continuó su jornada. La vivacidad con que había emprendido la aventura se había desvanecido de su marcha y miraba hacia adelante con resolución como a un largo y doloroso desafío al que tenía que hacer frente durante los siguientes días. Después de aquello, tuvo la esperanza de que sus piernas se acostumbrarían a aquel ejercicio tan desacostumbrado.</p> <p>Al caer las sombras de la noche, había cubierto una distancia de unas nueve millas. La ciudad permanecía incambiada, siempre igual. Los esbeltos muros parecían mirarle desde arriba como una figura insignificante.</p> <p>Se encontró de nuevo en una calle desierta. La gente de tez pálida de la tierra había descendido ya a sus refugios. A donde él necesitaba también ir. Su cuerpo le dolía de una forma intolerable. Más que otra cualquier cosa en el mundo necesitaba descanso.</p> <p>Encontró un hospedaje y tomó una habitación para pasar la noche. Por la mañana, se levantó, fresco y descansado y continuó su paciente jornada hacia el ideal.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Y así fueron pasando los días. Cinco transcurrieron en idéntica forma. En aquel período de tiempo, había ya perdido la cuenta de las millas que había caminado siempre hacia el norte, sin que aún existiera el menor signo de una rendija o abertura en la atmósfera de la megalópolis. Había explorado ya un centenar de calles diferentes, sólo para constatar siempre los mismos muros sin signos distintos a lo familiar e interminable de los mismos edificios. Parecía una prisión sin fin.</p> <p>Comenzó a detener a algunas personas en plena calle y a hacerles preguntas.</p> <p>—Perdóneme, pero ¿ha visto usted algo que sea <i>real</i>?</p> <p>Una mirada en blanco y vacía de expresión, era siempre la respuesta muda que se le devolvía. Algunos respondían:</p> <p>—Si he visto <i>¿qué?</i></p> <p>Y Mister Johnston, excitadamente, tenía que explicar entonces:</p> <p>—Pensé que usted conocería algún lugar de la ciudad, donde haya cosas que sean reales y no... ya sabe usted, <i>fabricadas</i>. Árboles, flores o algo parecido.</p> <p>Casi siempre, una mirada de incredulidad era toda la respuesta que solía recibir.</p> <p>—¿De qué está usted hablando? ¿Algo que no haya sido <i>hecho</i>? Pero, hombre, eso no tiene sentido. Será mejor que vea a su psiquiatra...</p> <p>Y seguían su camino más aprisa todavía.</p> <p>Otros, ni se molestaban en responderle, limitándose a denegar con un gesto de la cabeza y continuar su camino, ante semejante y embarazosa cuestión.</p> <p>A lo que había llegado a acostumbrarse la gente, pensó. Si los seres humanos habían olvidado el concepto de lo que era real, entonces ¿cómo podría encontrar jamás lo que andaba buscando?</p> <p>Y así fue cómo se decidió a no hacer más preguntas, sino continuar hacia el norte, como un autómata, impulsado por aquel irrefrenable deseo, aunque errabundo y sin objetivo determinado, a la vez que desilusionado hacia lo que sabía que no existiría seguramente en ninguna parte.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Cuando las sombras del atardecer llegaron aquel día en particular, continuó marchando. Llegaba la noche y la fatiga le dominaba como una enfermedad. Pero quería seguir utilizando cualquier hora disponible con la esperanza de que cada paso le llevaba un poco más cerca de su precioso objetivo, de tan anhelada meta.</p> <p>Pero había empujado a su debilitado cuerpo demasiado. El mundo que le rodeaba se esfumó en un torbellino neblinoso y tuvo que hacer uso de las manos urgentemente para no caer desplomado, haciendo después un sobrehumano esfuerzo para recobrarse.</p> <p>En vano. Cayó colapsado sobre la acera en una sensación de inconsciencia. La noche pareció arroparlo y las luces de neón bañaron su cuerpo suavemente con una delicada aureola.</p> <p>Poco más tarde un aerocar llegó y permaneció suspendido sobre su figura yacente en la acera. Se abrió una puerta y dos hombres salieron del aparato aéreo hacia el cuerpo inmóvil de Mister Johnston. Le levantaron del suelo y le acomodaron en el vehículo.</p> <p>Los movimientos sufridos, le sacaron a un estado de semi-inconsciencia. Miró hacia un par de ojos inteligentes y curiosos.</p> <p>—¿Su nombre? —La pregunta era concreta e iba derecha al grano.</p> <p>—Johnston. Harry Johnston.</p> <p>—¿Es usted residente de este distrito, o transeúnte?</p> <p>Johnston pensó unos instantes sobre el particular.</p> <p>—Transeúnte, supongo. Realmente, un viajero. Sabe usted, voy en busca de algo real.</p> <p>Aquellos ojos ni siquiera parpadearon.</p> <p>—¿Hasta dónde piensa llegar?</p> <p>—Tan lejos como pueda. Pero resulta tan... tan lento...</p> <p>La cara que tenía sobre él, frunció el ceño.</p> <p>—¿Quiere decir que va usted... <i>andando</i>?</p> <p>Mister Johnston aprobó con un gesto de la cabeza. Ya se encontraba totalmente despierto.</p> <p>—Bien, entonces le sugiero que alquile un aerocar. Hay una agencia en el Bloque 17.089. Puede ser lo primero que haga por la mañana. Mientras tanto, vamos a llevarle a algún hospedaje para que pase la noche. Creo que estará más confortable que al borde de una acera.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">A la mañana siguiente, siguió el consejo del hombre de la patrulla aérea y alquiló un aerocar. Nada se perdía con intentarlo, calculó Johnston. Y además... seis días de marcha sin fruto le habían dejado molido hasta los huesos. Una ascensión por los cielos a gran altitud podría proveerle, al menos, de la vista más amplia posible de su entorno. Pero temió interiormente el descubrimiento que aquello podría aportarle. Tal vez aquélla era la causa de haberlo pospuesto tanto tiempo.</p> <p>Conforme el aerocar subía disparado cielo arriba, sus temores fueron tomando cuerpo. Miró hacia abajo por millas y millas de ciudad y sintió que una profunda decepción se arraigaba muy dentro en su corazón. Aquello no parecía tener fin. Se expandía en todas direcciones y la línea del horizonte no era otra cosa que la silueta siempre dentada de los enormes edificios de acero y cristal que lo ocupaban todo.</p> <p>La máxima altitud a que podía llegar el aerocar eran de unos pocos miles de pies. No tenía otra cosa que hacer, sino continuar monótonamente hacia el norte a través de aquella hostil e interminable megalópolis que como una vasta manta parecía tapar la tierra en toda su extensión.</p> <p>Las horas fueron pasando y acumulándose como gotas de sudor en su frente y después, milagrosamente, se apercibió de un gradual descenso en la altura de los topes de los edificios. El gran monstruo iba gradualmente descendiendo de tamaño y de altura en su extensión. Los bloques imponentes iban cediendo paso a edificios mucho más pequeños. Siguió aquella conformación de la vasta megalópolis hasta que los edificios casi desaparecieron para dejar lugar a espacios apenas recubiertos con barrios pequeños y aislados. El aerocar continuó a través de aquella parte ya disminuida de la monstruosa ciudad. Tras él se elevaba el núcleo central, que formaba una barrera contra la luz del Sol.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Era como si hubiese estado viajando a través de alguna inmensa cadena de montañas y llegase de pronto a un tranquilo espacio de sinuosas y suaves colinas. La intensa concentración de edificios y autopistas habían cedido el paso a unas amplias y casi desiertas avenidas de cemento y cristal. Johnston no dejaba de mirar fijamente hacia abajo, sintiéndose feliz, y dispuso su vehículo a la máxima velocidad. Era la primera vez que sus ojos veían cualquier alteración en la pauta inevitable de la gigantesca megalópolis. El pensamiento de lo que pudiera encontrar más lejos, frente a él, hizo que su corazón le latiese excitadamente dentro del pecho.</p> <p>Demasiado pronto. Otra hora después y vuelta a ver la grotesca barrera surgida en el horizonte, hasta llegar a ver claramente la forma ya tan familiar de todavía <i>otra</i> ciudad que comenzaba a crecer ante sus ojos. Su entusiasmo volvió a ser engullido literalmente por la misma anterior desesperación. Sombríamente, o quizás fuese efecto de su imaginación, percibió más allá la fantasmal forma de otra ciudad. Y otra más allá y otra y siempre otra más como surgiendo de un estuche de metal que abrazaba al planeta entero como si estuviese salpicado por doquier de monstruosos forúnculos.</p> <p>Empujó el botón del tablero y restalló:</p> <p>—¡Altitud máxima!</p> <p>El aerocar vaciló un segundo para salir disparado cielos arriba.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">A mil quinientos pies de altura, miró hacia abajo aquel mundo que se expandía bajo él y maldijo malhumoradamente al voraz bípedo que había llegado a hacer aquello con el mundo, ya que entonces, ciertamente, parecía que de veras aquel espectáculo no tendría jamás fin. Un mundo atrapado por una sucesión de gigantescas ciudades, cada una conectada con las demás, mediante pequeños suburbios que se extendían entre ellas como un mantel apolillado. Sin lagos, sin ríos, sin árboles, sin pájaros. Ni siquiera una nube en todo aquel cielo estéril.</p> <p>Dejó que el aerocar girase en espiral hacia el tope de los edificios, vagabundeando en una atmósfera que sólo estaba ya compuesta y acondicionada para permanecer constantemente como un verano suave, siendo predecible cualquier corriente de aire, hasta que el brillo de una puesta de sol sin nubes cerrase automáticamente los filtros a través de las ventanas.</p> <p>Desde un punto lejano y hacia el oeste, una súbita diferencia se hizo aparente. Un color surgió ante sus ojos atónitos y pareció revolver los más íntimos recuerdos de su memoria.</p> <p>Mientras que el vehículo aéreo continuaba su descenso, su mente continuaba embrollada respecto a aquel matiz de color. Había algo diferente en ello. ¿En qué consistía la diferencia?</p> <p>Pues claro que sí... Era <i>verde</i>. Y no una sombra de lo que estaba acostumbrado a ver. En absoluto parecido a los duros y detonantes colores que infectaban las ciudades. Era algo mucho más sutil. Como si estuviese compuesto de varios y similares matices. Era el color que uno espera hallar en árboles y jardines, donde cada planta verde tiene su personal variante de la conformación general del verde de la Naturaleza y donde...</p> <p>Maniobró el aerocar haciendo un agudo cambio acelerando hacia el oeste. Todavía pasó por sobre todo un océano de acero inmóvil. Pero después, imperceptiblemente, aquel verde fue gradualmente haciéndose ostensible y creciendo conforme se aproximaba desde el aire y al que miraba fijamente con ojos de incredulidad ante la grandeza que se extendía ante él.</p> <p>De repente, el Gran Parque explotó literalmente ante sus ojos maravillados. Se apresuró a pulsar el botón de descenso vivamente en dirección a aquella maravilla. El pequeño vehículo trazó una serie de espirales y llegó finalmente a un punto de reposo sobre el suelo del Gran Parque, ricamente alfombrado de verdor.</p> <p>Mister Johnston permaneció allí, sin atreverse a cambiar de posición, parpadeando de asombro y diciéndose a sí mismo si todo aquello no sería un sueño y que tal lugar pudiese aún existir en el mundo, después de todo.</p> <p>Un parque. Un parque gigantesco. Y había llegado a creer que el hombre lo habría olvidado.</p> <p>¿Cómo podría cualquier hombre olvidar una belleza semejante a aquella?</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Salió tambaleándose por la puerta del aerocar y permaneció unos momentos ensimismado junto al aparato. Sus ojos miraron en la forma tan maravillosa de cómo sus pies se hundían en la suave y verde hierba del suelo. Y a su alrededor existía un silencio tan increíble y consolador que comenzó a pensar si todo aquello no sería pura ilusión de sus sentidos.</p> <p>Verdes colinas ondulaban en la distancia. Los árboles aparecían en grupos aquí y allá, y a veces dominaban el paisaje del entorno. Se apercibía además una sensación de que el tiempo hubiera dejado de tener significado alguno, suspendido, sin ritmo, sobre aquella vasta extensión de tierra que dejaba a las ciudades relegadas a un remoto e ignorado limbo.</p> <p>No se advertía, ciertamente, signo de alma viviente, ni la menor señal de la ciudad por ninguna parte. Grandes como eran las ciudades, el parque estaba situado de tal forma, que las hacía invisibles desde cualquier ángulo. Johnston se consideró a sí mismo solitario en un mundo hecho para él, como un tesoro privado.</p> <p>Nunca hubiera imaginado tal premio a sus deseos e ilusiones.</p> <p>Era el Paraíso, o, cuando menos, lo más parecido. ¿Qué criatura humana habría presagiado el aislamiento de aquel oasis del resto del mundo? Tal vez se hubiera precipitado a formar malos juicios de sus congéneres, los seres humanos.</p> <p>Pero... ¿por qué no le habría informado su controlador de la existencia de aquel lugar paradisíaco?</p> <p>Su breve estupor desapareció al recordar su propia impaciencia. Si se hubiese dirigido a la Habitación 12, como le habían aconsejado, sin duda alguna le habrían enviado directamente hacia aquel parque, y se hubiera evitado así aquellos días pesados y fatigosos de caminar y todas las molestias sufridas. Sin embargo, no podía negarse que la privación exalta el sentido del placer. Jamás hubiera podido experimentar aquella sensación, si hubiese considerado la cuestión pacíficamente, en lugar de salir huyendo de la ciudad hacia aquel idílico refugio.</p> <p>Se apartó del aerocar y deambuló lentamente por la hierba y hasta donde un camino empedrado con fina grava se dirigía hacia un grupo de árboles. Siguió por aquel sendero engravado por alguna distancia, hasta que el vehículo quedó escondido tras él en una pequeña hondonada, y con ello se desvaneció todo contacto con la ciudad y el mundo. Estaba solo en el Edén.</p> <p>Mientras caminaba dejó el sendero ocasionalmente para mirar más de cerca las diferentes especies de árboles y arbustos que crecían a espaciados intervalos, cada uno con una placa sujeta por un alambre donde se especificaba el nombre y la especie. La mayor parte de aquellos nombres se habían desvanecido ya del vocabulario existente en el mundo. Pero así y todo, sonrió y aprobó con gestos de la cabeza como si comprendiese lo que aquellas placas significaban, y continuó yendo de uno en otro.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">El sendero parecía extenderse indefinidamente a través de los árboles. Tras un buen rato de caminata, decidió descansar dejándose caer sobre aquella hierba fresca y verde, que sólo conocía antes por el recuerdo. Los rayos del sol poniente, entrecruzados por entre el bosque, formaban caprichosas sombras a todo lo ancho del paisaje. Un perfume embriagador parecía surgir de la tierra a todo su alrededor. Con un súbito deseo, se tumbó cuan largo era sobre aquella mullida alfombra de hierba, cubriéndose indolentemente los ojos con una mano para protegerse de la luz del sol.</p> <p>Se sumergió perezosamente en aquel estado de plena felicidad que le brindaba la Naturaleza. Todos sus resentimientos acumulados durante tanto tiempo, parecieron abandonar su mente y quedar olvidados. Aspiró profundamente en sus pulmones a boca llena aquel aire fresco y vivificador, dejándolo escapar poco a poco con deleite. Era tan diferente del aire sucio y apestoso de la ciudad...</p> <p>Se puso de lado y miró fijamente a la hierba que tapizaba el suelo. Observó con cuidado sus tallitos diminutos verdes como si investigase algún profundo secreto.</p> <p>Notó un movimiento entre la hierba. Fascinado, observó una larga columna de hormigas moviéndose a través de aquella jungla en miniatura, y se maravilló de su paciencia y tenacidad en el trabajo y en sus propósitos.</p> <p>Un sonido extraño se produjo por encima. Miró y vio una extraña criatura viviente batiendo el aire con unos apéndices laterales volando hacia la espesura y desapareciendo a poco entre las ramas de un árbol próximo.</p> <p>¡Un pájaro!</p> <p>La criatura aquella emitió un agudo chillido y quedó silenciosa.</p> <p>Johnston se levantó excitado. ¡Existían criaturas vivas en el parque! ¿Cuántas maravillas tendría aún que descubrir? Pero la noche caía rápidamente entonces. No disponía de mucho tiempo.</p> <p>Se dio prisa y caminó hasta la cresta de la próxima colina. Bajo él, el terreno descendía y se elevaba después hasta otra colina cercana. Pero aquella hondonada que había entre las dos colinas era la cosa más notable que jamás hubiese visto. Estaba cubierta por una amplia sábana de agua y que sólo podía ser un lago. Sobre la plácida superficie, varias criaturas también extrañas inclinaban sus largos cuellos indolentemente hacia sus reflejos.</p> <p>En su prisa por bajar la hondonada, tropezó y rodó unas cuantas yardas. Pero se puso en pie riendo como un chiquillo feliz lleno de la más profunda alegría de vivir. Después se aproximó al borde del lago y se quedó mirando fijamente, como hechizado, a aquellas imposibles criaturas que condescendían a advertir su presencia.</p> <p>Las observó durante mucho rato y después, cuando las estrellas comenzaron a parpadear en el cielo, como impacientes para que se desvaneciese el rostro del día, se dejó caer sobre la hierba al borde del agua y se maravilló en la forma que aquel parque, su parque, se transformaba por la magia de la luz de las estrellas.</p> <p>Más tarde se quedó durmiendo plácidamente. El aire era agradablemente tibio y no pensó en ningún peligro. Su último pensamiento consciente fue de que su jornada de descubrimientos no había hecho sino comenzar.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Se despertó en la mañana, feliz. Se lavó la cara en las tranquilas aguas del lago y entonces les envió un mudo adiós a los cisnes. Había todavía otra colina que debía remontar.</p> <p>Dejó el lago bajo él y pasó por la cresta de la próxima altura. Y allí se halló falto de preparación para contemplar el esplendor que se abría a sus pies. En lugar del familiar color verde, al que ya se había acostumbrado, todo el vasto terreno que yacía ahora a sus pies parecía estallar en una orgía de colores. Milla tras milla de alegres y sutiles matices se extendían ante su vista, hasta el mismo horizonte que parecía explotar en una maravilla de floración.</p> <p>Tan fabulosa resultaba aquella eclosión floral y el torbellino de colores, que Mister Johnston se sintió turbado. Y fue descendiendo por el sendero, como un hombre que sueña. Una serie interminable de largos parterres y de bellísimos jardines se extendían por doquier. Comenzó a imaginarse si, en realidad, todo aquello no sería un sueño de su fantasía. Tanta belleza no tenía derecho a existir en un mundo como aquel. Con todo, las rosas que veía eran ciertas y verdaderas hasta en el tacto. La fragancia que exhalaban hubiera intoxicado a un controlador y hubieran sido capaces de sacudirle de cualquier falso sueño. A poco, observó el increíble esplendor de las orquídeas, notablemente llenas de vida en tal clima y temperatura. Y había más. Mucho más. Millas y más millas de arbustos en flor, de las formas más exóticas que jamás hubiera podido imaginar. Un verdadero bosque de flores que se extendía hasta donde su vista podía alcanzar.</p> <p>«Pero... ¿quién se cuidaría de todo aquello? —pensó repentinamente—. ¿Quién cuidaba el césped, los árboles y los campos?»</p> <p>Todavía estaba su mente embrollada con aquellos interrogantes respecto a tal detalle, cuando llegó, sin darse cuenta, a la casa del guarda.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Permaneció un rato inmóvil al borde del claro del bosque, observando el peculiar edificio que se hallaba al otro lado. Era sólo una pequeña construcción y daba la impresión de haber sido construida del mismo material de los troncos de los árboles que le rodeaban. Madera, o algo así, recordó, orgulloso de su memoria de tiempos lejanos aún. Nunca había visto la madera. Le pareció que resultaría imposible que aún existiera en el mundo de las ciudades.</p> <p>Y aquello le acabó de sorprender más que nada. Había venido pensando subconscientemente en largas hileras de un vasto ejército de robots marchando de un lado a otro, mecánicamente por aquellos prados sin fin, cuidando de las flores y los árboles. Nunca hubiera imaginado que el Gran Parque fuese cuidado por un hombrecito sentado y solitario en el centro de todo aquello y en una casita de madera trabajada procedente de aquellos mismos árboles.</p> <p>Un tanto incierto, se aproximó y tocó a la puerta.</p> <p>—Entre —repuso una voz paciente y cansada.</p> <p>Mister Johnston abrió la puerta.</p> <p>La habitación interior estaba alumbrada sólo por la luz del sol que se filtraba a través de unas ventanas sin cortinas. El mobiliario resultaba increíblemente arcaico y también construido de madera.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">El viejo estaba sentado cerca de una ventana en el rincón más profundo de la casita. Hizo un gesto hacia Johnston para que cerrase la puerta y tomase asiento en una silla.</p> <p>—Ha venido usted a ver mi parque —dijo el viejo, con una voz que parecía también estar hecha de madera. Aquellas palabras eran una afirmación y no una pregunta.</p> <p>—Pues así es —repuso Johnston—. Yo... no tenía ni idea de que existiese tal lugar en el mundo. Pensé que todo... había desaparecido. Que las ciudades lo habían devorado todo.</p> <p>—No, no todas las cosas han «desaparecido» —dijo entonces el anciano suavemente.</p> <p>Al fijarse más atentamente, Johnston creyó no haber visto en su vida una persona más anciana. Era como si hubiera permanecido sentada allí durante siglos.</p> <p>—Todavía quedan algunos bellos lugares —continuó el viejo—. Terrenos destinados a parques, como esta finca. Pero apenas si viene nadie a verlos...</p> <p>—¿Por qué no? —Para Johnston era inconcebible que la gente desease permanecer en las ciudades cuando tanta belleza, como la allí existente, se encontraba prácticamente en el umbral de sus puertas. Y lo expresó así al anciano jardinero.</p> <p>El guardián del parque hizo un gesto con su blanca cabeza plateada por los años, lleno de tristeza.</p> <p>—Lo que usted no comprende, Mister Johnston, es que la mayoría de la gente ha olvidado lo que es la belleza. Y el resto... no puede ser molestada.</p> <p>Sí, aquello tenía sentido. No era solamente que un porcentaje de la humanidad hubiese sido reemplazado por las máquinas que se movían y actuaban como seres humanos, sino que el resto de las gentes hubiera adoptado la forma de conducirse de las máquinas. Sus personalidades habían sido engullidas, devoradas literalmente por aquel mundo desnudo, mecanizado, que les rodeaba, hasta hacerse totalmente indistinguibles de los robots. Un entorno absolutamente estéril había fundido y moldeado sus mentes por caminos igualmente desnudos y estériles. Y allí residía la tremenda dificultad de separar a un hombre de la máquina.</p> <p>—Usted es el primer visitante que he tenido... en años —murmuró el anciano, con voz tan pesada como el mismo tiempo.</p> <p>La pausa sutil que separó la última palabra del resto de la frase quedó perdida para la comprensión de Johnston. Su mente bullía en una serie de urgentes preguntas, en su ansia de saber más.</p> <p>—Pero seguramente que usted no se cuidará de todo esto por sí <i>mismo</i>, ¿verdad?</p> <p>—Cielos, no, joven. Hay... robots —y utilizó la palabra con cierta repugnancia—. Máquinas que cuidan de los jardines y los prados. Yo soy ya demasiado viejo, sólo puedo estar aquí sentado... y esperar.</p> <p>—Pero no he visto a nadie...</p> <p>—Por supuesto que no. Hacen el trabajo necesario durante la noche. Sentidos como los suyos no precisan de la luz del día. Y ello evita que el paisaje se estropee cuando vienen los visitantes. Aunque en estos días en que vivimos no establece demasiada diferencia.</p> <p>Johnston agradeció interiormente el sentido común que había determinado una tal decisión desde hacía tanto tiempo. No hubiera podido soportar la idea de ver a una máquina patrullando por aquel bellísimo parque. Por el momento, el parque era suyo y del anciano.</p> <p>—¿Y vive usted aquí, siempre solo?</p> <p>El anciano se encogió de hombros.</p> <p>—¿Y adonde, si no? No tengo necesidad alguna de las ciudades. Las ciudades tampoco me necesitan para nada. Aquí puedo sentirme como en la propia Naturaleza. Estoy alimentado y cuidado... por las máquinas. Un mal necesario, me temo. Mi vida es completa así. No deseo nada más.</p> <p>A Johnston aquello comenzó a sonarle más y más, como si fuera el propio Paraíso.</p> <p>—Me gustaría quedarme aquí. Con usted —concluyó apasionadamente.</p> <p>El viejo frunció el ceño, incómodo.</p> <p>—Dudo de que eso pudiera ser factible. La ciudad...</p> <p>—¡Al diablo con la ciudad! A la ciudad no le importa un bledo lo que pueda ocurrirme. ¿Qué importancia tiene que viva de una forma o de otra?</p> <p>—Por el contrario, mucha. Necesita recordar, Mister Johnston, que usted representa parte de una ecuación. Una monstruosa ecuación que capacita a los dispositivos cibernéticos a conservar el mundo funcionando como una seda. Usted es parte de un complejo sistema de automación, donde cada acto es predecible y medido contra las consecuencias de miles de millones de otros actos y acciones. Suprimirle a usted, podría introducir un factor de azar en los cálculos que podría fácilmente poner en peligro el éxito del manejo de la ciudad y, en último extremo, a la totalidad del mundo. No, me temo que no pueda usted quedarse. Pero puede venir a visitarlo con frecuencia.</p> <p>—Pero... ¿si solicito permiso? —presionó Johnston—. No podrían rehusármelo, ¿verdad? Quiero decir, ¿qué importancia tiene de una u otra forma?</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">El anciano permaneció silencioso por unos instantes. Después dijo:</p> <p>—Supongo que podrían considerarlo. Sin duda llevaría consigo una determinada investigación.</p> <p>Ambos permanecieron en silencio. Johnston miró fijamente hacia el exterior, por la ventana, y vio el jardín, oyendo a los pájaros poniendo el delicioso contrapunto de sus alegres notas en la radiante mañana.</p> <p>—¿Cómo empezó todo? —preguntó Johnston.</p> <p>El anciano levantó su cansada mirada hacia el visitante.</p> <p>—¿Cómo empezó qué, Mister Johnston?</p> <p>—Pues las ciudades. El mundo. Todas las cosas. ¿Cuándo comenzaron a comerse nuestro planeta?</p> <p>—Nadie lo sabe, hijo. Nadie. Tal vez comenzó cuando los dioses abandonaron la Tierra y subieron hacia las estrellas. Y cerraron las puertas para que no pudiésemos seguirles. Y nos dejaron para perpetuarnos. Sólo tenemos un mundo. ¿Qué otra cosa podíamos hacer?</p> <p>—Pero, ¿dónde acabará?</p> <p>—¿Acabar? ¿El fin? Pero ya se ha acabado, ¿no es así?</p> <p>Ambos se miraron fijamente, incapaces de responder recíprocamente tales preguntas.</p> <p>—¿Piensa usted que nunca volverán?</p> <p>—¿Quiénes?</p> <p>—Los dioses.</p> <p>—¿Quién puede responder a esa pregunta? Por cuanto sabemos, ya nos han olvidado del todo.</p> <p>Nos <i>han olvidado...</i></p> <p><i>Como nosotros, también, un día les olvidamos...</i></p> <p>El último fin de todas las cosas, para quedar perdido en los grandes arcanos de los recuerdos.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Johnston siguió haciendo preguntas al guardia del Gran Parque respecto a otras cosas. Hasta dónde llegaba, qué cosas más contenía, y cuando el anciano habló de la vida salvaje y libre de las criaturas, de los ríos y los peces, una impaciencia sofocó sus pensamientos. La conversación con aquel anciano sólo le llevó a un retorno de su anterior desesperanza. Deseó volver a encontrarse de nuevo en los espacios abiertos al aire y al sol.</p> <p>—Creo que es mejor que siga mi camino —dijo al final, levantándose de la vieja silla de madera, que milagrosamente no había sucumbido ante su peso—. Hay tantas cosas que quisiera ver antes de que caiga la noche...</p> <p>—Es cierto, hijo. Pero llame de nuevo. No es frecuente que tenga la oportunidad de... conversar.</p> <p>Se encaminaron hacia la puerta y el viejo la abrió dejando entrar y ver el esplendor de la Naturaleza una vez más.</p> <p>Ya la tarde iba cayendo sobre aquellos paisajes idílicos. Debieron haber estado charlando durante muchas horas. ¿O sería que los días parecían tan terriblemente cortos entonces? A Johnston le careció recordar que eran mucho más largos. Pero de aquello hacía ya mucho, mucho tiempo. El hombre lo había cambiado todo, como había cambiado en todos los demás aspectos.</p> <p><i>Excepto esto</i> —pensó—. <i>Toda esta belleza que me circunda. Tuvo el suficiente sentido como para retener todo esto.</i></p> <p>Junto a la puerta observó un rosal enorme lleno de rosas. Racimos escarlatas estallaban de luz frente al sol. Un súbito deseo se apoderó de Johnston y alargó una mano para arrancar una flor y ponerla junto a su corazón.</p> <p><i>—¡No!</i> —El grito del guardián del Gran Parque pareció estremecer la soledad, repentinamente.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Johnston detuvo su mano a escasas pulgadas de aquellos pétalos irresistibles. Volvió la mirada hacia el anciano.</p> <p>—Usted no puede tocar las flores.</p> <p>Un súbito sentimiento afloró en la mente de Johnston. Ya había recibido suficientes órdenes en su vida. No había lugar para órdenes <i>allí.</i></p> <p>Como en un gesto de desafío incontrolado, cerró sus dedos cuidadosamente sobre el tallo pinchoso de una rosa y la arrancó del rosal. La sostuvo en el aire frente al viejo y aspiró arrogantemente su delicado perfume.</p> <p>La rosa murió súbitamente en su manos. Las hojas mustias y sin vida se arrugaron casi al instante formando un repelente y viscoso objeto parecido a una sucia tela de araña.</p> <p>Johnston se quedó atónito mirando su mano vacía. Después miró al guardia. La angustiosa mirada de desesperación del anciano fue la cosa más terrible que jamás hubiera podido contemplar. Temblando, se arrodilló junto al arbusto y arrancó con fuerza la planta por su propia base. Aquella espléndida cosa salió fácilmente de la tierra. Y mientras que se reducía a un fantasma irreal, deshaciéndose como la rosa, observó que unos invisibles tentáculos se hundían retorciéndose en el suelo oscuro.</p> <p>La verdad tardó unos instantes en cobrar vida en su mente demasiado sorprendida, rehusando con todas sus fuerzas comprender la realidad de lo que estaba sucediendo. Y con el conocimiento de la realidad llegó también el de que las rosas eran falsas, unas complejas recreaciones que una vez separadas del suelo que las producía, o el campo energético que las sustentaba artificialmente, se convertían en una minúscula película de plástico que apenas si podía distinguirse en la palma de la mano.</p> <p>Y si las rosas eran así, lo mismo sería todo el jardín. Los árboles, los prados, los pájaros... todo. ¿Por qué había sido lo suficientemente estúpido para creer que tal lugar había sobrevivido en realidad? No era más que un elaborado cementerio. Nada más. Una brillante copia que en el fondo era una burlona y monstruosa mentira de un diversificado grupo de flores y árboles que nunca podrían existir, de no ser por una serie de elaboradas circunstancias; pero jamás en estado natural...</p> <p>Había sido cruelmente engañado.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Un grito que al principio era bajo de tono, pero que fue surgiendo como un grito angustiado, explotó en su garganta.</p> <p>—¡Sucio embustero...! Y casi llegó a hacerme creer... ¡Maldita sea! Todo lo que deseé era la verdad. ¡Usted pudo habérmela proporcionado, maldito viejo! Sólo usted. Y eligió mentir, mentir...</p> <p>Sus ojos se abrieron dilatados por la furia y la frustración, y apretó los puños.</p> <p>—¿Y por qué? Tenía que haberlo sabido, haberlo imaginado. Porque eres una máquina, una maldita y asquerosa máquina, un robot, como todos los otros. ¿No es así? ¿Acaso no lo eres?</p> <p>El viejo trató desesperadamente de reparar el daño producido.</p> <p>—Yo... le dije que no cogiera la rosa —farfulló—. Traté de detenerle a usted... de que lo descubriese...</p> <p>—¡De descubrir la verdad! —gritó Johnston aún más excitado, aplastando el puño sobre la cara del viejo robot. El guardián robot cayó contra la pared. Johnston siguió martilleándole con crueles puñetazos gritando casi enloquecido—: ¡Máquina! ¡Maldita máquina!</p> <p>El viejo cayó al suelo. Johnston le propinó un terrible puntapié en la cabeza y siguió pateándole hasta que las fibras sintéticas aparecieron a través del aplastado protoplasma. Después se alejó de la casa y corrió a través del claro del bosque metiéndose entre una larga columnata de flores.</p> <p>Y comenzó una salvaje destrucción de cuanto tenía a mano, arrancando los matorrales, los arbustos y las flores, tratando desesperadamente de ver si al fin pudiese encontrar algo que fuese real. Pero todas aquellas plantas sintéticas se desvanecían en sus manos. Cualquier rama arrancada, o un manojo de flores, acababa instantes después por desvanecerse en sus manos. Rugiendo y maldiciendo se inclinó sobre el oscuro suelo y echó mano de los cables escondidos en el terreno. Arrancados, y libres de su estructura, se retorcían como serpientes borrachas entre sus manos febriles. Y vio cómo su furiosa acción y su prisa en hacer lo que hizo le había desgarrado la piel de los brazos y las manos. Y cómo su sangre comenzaba a fluir de las heridas y los cortes producidos.</p> <p>Y soltó una enorme carcajada.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Se oyó un zumbido en la altura. Echó la cabeza hacia atrás y miró un aerocar que se cernía sobre él. En su interior aparecían dos hombres que le escrutaban desapasionadamente. Los mismos que le habían recogido en la ciudad.</p> <p>Agentes de la ciudad. Quienes le habían vigilado, siguiéndole, dejándole que continuara su camino...</p> <p>Venían a llevárselo de nuevo a la ciudad. De nuevo atrás, al horror de aquel monstruo artificial hecho por el hombre que abrazaba a todo el mundo en un corselete de acero de veintisiete millas de espesor. Donde no existía nada real y donde los robots se habían convertido en algo tan próximo a los seres humanos, y los humanos a las máquinas que ya era imposible distinguir una cosa de la otra.</p> <p>—¿Es que no lo comprenden? —les gritó mirándoles hacia arriba—. <i>¡Yo podría ser el último hombre vivo que existe!</i></p> <p>Ellos se limitaron a mirarle. El aerocar comenzó a descender.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Johnston les observó de más cerca. Estaba arrodillado entre las flores que por un momento creyó ser algo verdadero y real, natural, y que después parecieron ser una cosa tan artificial como el mundo por el que había viajado. Bajó la cabeza y miró los coágulos de sangre que se habían depositado en sus manos.</p> <p>Allí había algo real. Su propia sangre. Había permanecido con él toda su vida. La única cosa que le distinguiría de las máquinas. La única marca humana, la única señal que permanecía todavía incopiada.</p> <p>Y tomó una decisión. Nunca volvería a la ciudad. Mejor morir que sufrir aquella intolerable estrangulación en tan espantosa cárcel.</p> <p>Arrancó una raíz y empuñó con mano firme los tentáculos de acero sutiles, pero cortantes como navajas, y se rajó el brazo salvajemente hasta cortarse una arteria, surgiendo un chorro del precioso líquido vital, rojo brillante.</p> <p>El aerocar avanzó unas cuantas yardas. Se abrió la puerta del vehículo aéreo y dos hombres salieron al exterior. Se aproximaron a Johnston con precaución. Uno de ellos empuñaba un objeto extraño, largo y estrecho, que podía ser un arma.</p> <p>Johnston no se preocupó lo más mínimo. Se sentía ya débil y a punto de sumirse en la inconsciencia. Todavía le quedaron fuerzas para mostrarles su muñeca sangrante.</p> <p>—¡Mirad <i>esto</i>, máquinas malditas! Puedo hacer algo que vosotros no podéis. ¡Morir, sí, morir!</p> <p>Los dos hombres no respondieron, sino que permanecieron impasibles, apartados, mirándole fijamente. Johnston se maravilló todavía de su paciencia, de su falta de interés y de si en realidad poseían el concepto de la muerte.</p> <p>Solamente cuando la sangre que caía en un flujo constante y la tierra se hubo tragado hasta la última gota de su precioso líquido vital, creyó entender aquella paciencia. Miró fijamente su brazo en alto todavía, observando ya con ojos apagados la falta de sangre de su cuerpo. Ya había dejado de salir de su muñeca desgarrada. Sus venas estaban vacías, colapsadas.</p> <p>Y vivió todavía. La pulsátil consciencia enterrada dentro de su cerebro no tenía necesidad de caparazón externo diseñado sólo para engañar su conciencia y la de sus semejantes. Él era el último estado de la evolución. Una mente que había existido con independencia de un cuerpo sintético.</p> <p>No hubo lágrimas para expresar el espantoso dolor de Johnston. Su cuerpo desmadejado pareció súbitamente partirse en dos. Se tiró boca abajo con los brazos extendidos sobre la tierra pérfida y traicionera, y con la cara enterrada en la hierba lloró por la desaparición de cuanto había sido real en el mundo.</p> <p>Nunca llegó a percibir la aproximación de sus verdugos ni sentir la aguda corriente iónica que le atravesó el pecho, cancelando así una vida ya sin alma.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>EL HEXÁGONO MÁGICO - George Whitley</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">—H</style>EMOS de comprar algunos hierros artísticos —dijo ella.</p> <p>Yo levanté la vista del periódico del domingo, que leía, y la miré. Tenía en sus facciones una expresión de éxtasis que yo asociaba siempre con la inspiración. Le suele ocurrir a veces, pero tal expresión he llegado casi a temerla.</p> <p>—¿Hierros artísticos? —pregunté cautelosamente.</p> <p>—Sí, sí, hierros artísticos. Ya lo sabes, ¿o no? Esos viejos hierros trabajados de antaño que ves en las balconadas de las viejas terrazas de las casas...</p> <p>—Ya, con flores, corazones y todo lo demás —amplifiqué yo resignadamente—. Pero, ¿para qué? No tenemos balconada...</p> <p>—Para decoración interior.</p> <p><i>—¿Decoración interior?</i></p> <p>—Un divisor de espacio.</p> <p><i>—¿Divisor de espacio?</i></p> <p>—Vamos, no seas tan pesado —me dijo ella—. Esta habitación, ahora que hemos tirado abajo otras tres, incluida la cocina, se ha quedado demasiado larga...</p> <p>—Como un vagón de ferrocarril —convine con ella—. O un túnel...</p> <p>—¡Vamos, no te hagas el gracioso! —restalló mi esposa. Después la expresión de arrobo volvió a su cara—. Puedo ya <i>verlo</i>. Desde aquella pared, a unos dos tercios del pasillo... Hierro artístico, pintado de negro...</p> <p>—Y adornado en oro...</p> <p>Ella me miró con sospecha y después se relajó.</p> <p>—Sí, tienes razón. Un toque de oro. Una especie de... sombreado...</p> <p>Yo comencé a estar dominado por su entusiasmo.</p> <p>—Sutil... —contribuí a expresar.</p> <p>—Sí, sutil, aunque dramático. —Y me tomó el periódico del domingo que tenía sobre las piernas, sustituyéndolo por otro del sábado. Un dedo fino indicaba el anuncio clasificado que ella ya había marcado con lápiz previamente. Había sido insertado por un chatarrero que tenía el negocio en los aledaños de Parramatta. Disponía de hierros artísticos, limpios y dispuestos para su instalación... y para su venta. Estaba abierto el domingo.</p> <p>No hacía mal día para ir en automóvil, aunque corría un vientecillo un tanto helado, pero con bastante sol. Con rapidez y eficiencia, Sally pilotó nuestro «Volkswagen» a través de la ciudad y los suburbios, hasta llegar al camino de Parramatta. Yo actuaba de navegante, aunque al principio aquel oficio me pareció todo un regalo. En lugar de estudiar el mapa de carreteras, me dediqué a ir estudiando visualmente a proa y a estribor para ir resaltando los finos ejemplares de hierros artísticos entrelazados en caprichosas figuras que decoraban los balcones de algunas de las antiguas casas con terrazas que íbamos pasando a lo largo del camino.</p> <p>Pero después tuve que detenerme en aquel oficio de mirar para comenzar el de conductor y navegante. La chatarrería estaba en un lugar casi inaccesible, en medio de una confusa red de caminos casi inextricable que nadie se había preocupado jamás de señalar con ningún letrero. Sally estaba preocupada con el gemir de la suspensión del coche y yo, que me había preocupado de lavarlo por la mañana, lo estaba también respecto a la pintura y el brillo, conforme avanzaba entre polvo y pedregales. Pero, al fin, pudimos dar con el dichoso lugar. Tenía el aspecto de lo que era.</p> <p>Había una valla desgarrada en cien pedazos y en el interior, montones de puertas, muebles viejos, tristes pilones de bañeras, estufas y arcaicos fogones de gas, en un revoltijo impresionante junto a otros objetos por el estilo. Había también una pequeña y bastante limpia oficina, desde la cual, tan pronto como detuvimos el coche, emergió el propietario.</p> <p>Nos deseó unos buenos días afablemente y nos preguntó en qué podía servirnos. Le dijimos lo que andábamos buscando. Nos dejó en libertad de hacerlo a nuestro antojo y sobre la marcha comenzamos a brujulear entre todo aquel absurdo e informe caos de chatarra y cosas antiguas.</p> <p>Lo que había a la vista al exterior era todo basura, fué dentro de un cobertizo donde encontramos el tesoro que deseábamos hallar. Allí estaba estibado en una gran pila, panel sobre panel, un gran montón de hierros artísticos, con verdaderas filigranas de artesanía, mostrando una delicadeza de diseño y de dibujos que se revelaba a través del ligero brillo del buen hierro colado.</p> <p>El propietario nos siguió hasta el cobertizo.</p> <p>—Y bien, señores, ¿les interesa?</p> <p>Yo le dije que sí estábamos interesados.</p> <p>Sally, indicando una intrincada filigrana de arpas y tréboles, preguntó:</p> <p>—¿Cuánto?</p> <p>—Dos libras y diez chelines cada panel, señora.</p> <p>—¿Dos con diez? —repuso ella sorprendida.</p> <p>—Sí —afirmó concienzudamente el chatarrero—. Eso sólo es el costo de su limpieza y arreglo. Y una capa de...</p> <p>—Es demasiado —dijo mi mujer.</p> <p>Nos volvimos para marcharnos.</p> <p>—Tal vez les interesará esto...</p> <p>—No —afirmó rotundamente Sally, mientras yo decía: Tal vez...</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">El chatarrero levantó un trozo de lona vieja en un sombrío rincón del cobertizo. Debajo aparecía una pequeña pila de paneles de una especie de raíles metálicos. Aquello brillaba, pero no era el brillo propio del hierro colado, ni tampoco del aluminio. Había algo singular y fuera de lo corriente en aquellas barras metálicas.</p> <p>—Les dejaría esto mucho más barato —dijo el propietario—. Una libra por panel.</p> <p>—¿Qué es eso? —pregunté.</p> <p>—Hierros artísticos.</p> <p>—No lo son —afirmó Sally.</p> <p>—Parece... interesante —opiné yo.</p> <p>Me aproximé al rincón y levanté uno de aquellos paneles. Resultaba pesado, aunque no tanto como si hubiera sido de hierro colado. El metal me produjo una extraña sensación de tibieza en las manos. Lo puse de pie contra la pared y me retiré unos pasos para contemplar el efecto de conjunto.</p> <p>Los dibujos de aquel panel resultaron extraños e intrincados; no tenían nada de corazones, tréboles u otras figuras conocidas. Eran algo abstracto y, con todo, me resultaba algo vagamente familiar. Había unos círculos entrelazados, pero eran algo más que unos simples círculos. Se trataba del singular retorcimiento de... sí, ya lo capté claramente: los folios de Moebius.</p> <p>—Pues sí... tiene algo —admitió Sally de mala gana.</p> <p>—A muchas personas no les gusta —confesó el chatarrero—; pero, tal vez a ustedes...</p> <p>—Yo no he dicho que me guste —asintió mi mujer con firmeza—. Desde luego, a ese precio, no.</p> <p>—¿Quince chelines?</p> <p>—Diez.</p> <p>—Está bien; para ustedes, a doce y seis peniques.</p> <p>—¿Qué te parece, Peter?</p> <p>—Pues... que resulta algo diferente —repuse con cierta cautela.</p> <p>—Está bien, nos llevaremos seis paneles.</p> <p>—¿Ahora? —preguntó el chatarrero con cierta vivacidad.</p> <p>—No. Usted hizo constar en el anuncio que lo entregaría a domicilio. Mi esposo le dará nuestra dirección.</p> <p>Y aquello fue todo, por el momento.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Estábamos sentados cómodamente en nuestros sillones mirando a la divisoria metálica que habíamos instalado con aquellos paneles. Había tomado bastante bien la pátina de pintura oscura con que los recubrimos, y decidimos que sus dibujos eran lo suficientemente interesantes como para descartar el toque de oro que habíamos pensado añadirles. ¿Interesantes? Creo que eran algo que causaba una cierta turbación.</p> <p>—Me tomé un par de cervezas con Fred mientras almorzaba hoy —dije a mi mujer, entre sorbos de la bebida que estaba tomando.</p> <p>—¡Oh! ¿Y qué hay de él?</p> <p>—Trabaja ahora para <i>The Courier</i>. Le han dedicado ahora a hacer dibujos.</p> <p>—¿Y qué clase de dibujos?</p> <p>—Pues de tipo costumbrista, paisajes, lugares misteriosos, fantasmas, duendes y cosas así. <i>The Courier</i> siempre ha sido muy dado a cultivar lo sobrenatural o paranormal, o como se quiera llamar.</p> <p>—Ya veo, cualquier cosa que atraiga el interés entre la gente crédula.</p> <p>—Le enviaron a investigar y a redactar un artículo con ilustraciones al chatarrero de Parramatta, creo que es el mismo que visitamos.</p> <p>—¿Al chatarrero? —repitió ella, con creciente interés—. ¿Y qué puede haber de misterioso en todo aquello?</p> <p>—Pues parece ser que el misterio se encierra en el cobertizo en que guarda los hierros artísticos. Parece como si las cosas aparecieran y desaparecieran de forma sobrenatural y fantástica.</p> <p>—¿Y dices que es el mismo que visitamos?</p> <p>—Pues no lo dijo.</p> <p>—Y tú no se lo preguntaste, por supuesto...</p> <p>Yo me quedé preocupado por la expresión de asombro de mi mujer.</p> <p>—¿Qué mosca te ha picado, Sally?</p> <p>—Eso de los duendes —repuso ella.</p> <p>—Pero no irás a creer...</p> <p>—Yo soy agnóstica. Ni creo ni dejo de creer...</p> <p>—Entonces, ¿por qué...?</p> <p>—¿Por qué fue el chatarrero, <i>nuestro</i> chatarrero, el que parecía tan decidido a quitarse de encima <i>esos</i> hierros artísticos?</p> <p>—Pues no lo sé, en realidad. Supongo que sería por el precio. —Intenté entonces razonar con ella—. Nunca he oído hablar de hierros artísticos que tengan duendes. Además, eso no es antiguo. El diseño es más bien... contemporáneo. Moderno.</p> <p>—Demasiado moderno —replicó ella secamente, siempre preocupada.</p> <p>Comencé a caer en la cuenta de los sentimientos de Sally. Aquel metal tan delicadamente trabajado poseía una cualidad extraña, casi irreal... pero tenía que ser algo misterioso y extraño, sin duda, de algún modo, en un sentido temporal. Me puse en pie, volví a llenar nuestros vasos y después, vuelto a sentar en mi sillón, comencé a fantasear con ideas ridículas, esperando con ello hacer reír a Sally y sacarla de su compostura preocupada.</p> <p>—Ahora lo veo —le dije—. Casi puedo ver en este momento esos paneles, allá de donde proceden... del cuarto de máquinas de una nave del espacio, una nave interestelar. Son parte de una propulsión para viajar a través de las estrellas, en el Espacio Curvo. La nave ha tenido que estrellarse cerca de aquí y parte de ese material ha ido a parar a manos del chatarrero de Parramatta. Y, aunque no tengan fuerza propulsora, aún le quedaba energía residual de la catástrofe sufrida como para salir por el Espacio Curvo y llevarnos, en un abrir y cerrar de ojos, hasta la estrella Alfa del Centauro.</p> <p>Mi mujer me hizo una mueca.</p> <p>—Creo que lees demasiada ciencia ficción, Peter.</p> <p>—No lo creas, Sally, sobre todo, si es buena. De todas formas, piensa que la Propulsión Interestelar es mucho más creíble que los fantasmas y las brujerías.</p> <p>—No lo es —me dijo con firmeza.</p> <p>—Sí que lo es —argumenté yo con igual firmeza.</p> <p>El resultado de aquella divertida disputa quedó en tablas, pero continuó durante la cena y hasta la hora de irnos a dormir.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Serían las tres de la mañana cuando desperté. Del cuarto de estar me llegó claramente un extraño ruido chirriante.</p> <p>Era demasiado fuerte como para que fuese producido por un ratón o una rata, y, por lo que yo sabía, tampoco existían zarigüeyas por aquellos suburbios. Sally continuaba durmiendo. Le gustaba mucho dormir y odiaba que se la despertase. Por tanto, con el mayor cuidado, me deslicé por el lado de la cama en que estaba acostado, tomé las zapatillas, me envolví en una bata de casa y descendí hasta el cuarto de estar. Sin saber por qué, no me pasó por la mente la idea de que tuviéramos visitantes nocturnos. No había tampoco nada en nuestra casa que tentase a los ladrones. Por el contrario, más bien me pareció que alguna zarigüeya se había colado en el bajo. O incluso, tal vez, toda una familia de zarigüeyas.</p> <p>Me encaminé sin hacer ruido a la puerta y la abrí.</p> <p>La luz de la luna entraba a raudales por la ventana frontal de la casa, pero su iluminación no era necesaria. Los paneles de metal labrado resplandecían con luz propia, en forma de una fría y extraña luminiscencia. Y desprendiéndose de la divisoria en que se habían instalado —lo que tuvo que haber sido el ruido que me turbó a mí—, se movían solos con un propósito concreto y determinado.</p> <p>Y tuve miedo.</p> <p>Tenía demasiado incluso para gritar. Todo lo que pude hacer fue quedarme allí de una pieza y observar, en el colmo del asombro, como aquello inanimado tenía movimiento propio, y de qué forma los paneles fueron disponiéndose de forma que terminaron por componer un hexágono perfecto.</p> <p>Y a renglón seguido, comenzó a hacerse sentir un zumbido, fino, de alta frecuencia, casi supersónico al principio. Fue subiendo hasta descender de tono y al llegar a este punto, la luz de la luna cambió, haciéndose más y más rojiza hasta que toda la habitación se llenó de sombras de un tinte rosado.</p> <p>Dentro del hexágono, las sombras se movían y estremecían hasta cobrar forma.</p> <p>Dentro había una mujer.</p> <p>Era alta, bellísima, con unos pechos enhiestos como queriendo reventar el ceñido suéter que le cubría el busto. Unas largas piernas, preciosas y bien delineadas, sobre las cuales vestía unos pantalones muy apretados. Sus cabellos, de un oro pálido, se recogían atrás en la nuca en una cola de caballo. En la muñeca izquierda llevaba un complicado y brillante brazalete, y con ayuda de la mano derecha hizo en él algún ajuste determinado. El zumbido descendió entonces hasta ser sólo un leve murmullo apenas audible. Se movió con gracia, hizo deslizar uno de los paneles que formaban el hexágono, y se presentó ante mí como la cosa más natural del mundo.</p> <p>—Hazme la escena, papá —anunció.</p> <p>Yo me quedó embobado mirándola.</p> <p>—¿No se atreve, hombre? —me pidió.</p> <p>—No.</p> <p>—Vaya, una persona seria.</p> <p>—Pues sí, podría considerarme eso —admití.</p> <p>Su hermosa boca se distendió, mostrando en una sonrisa unos dientes blanquísimos y perfectos.</p> <p>—Me dijeron que las personas serias eran ya una raza muerta en este período. Y parece que no es así.</p> <p>—Bien lejos de eso —dije yo.</p> <p>Ella volvió a sonreír de nuevo.</p> <p>—Permítame presentarme a mí misma. Soy Lorn Verrill. La doctora Lorn Verrill. Mi invención es la Curvatura del Tiempo. —Y con un gesto gracioso de la mano señaló a los paneles—. Tuve que enviar primero el dispositivo, naturalmente; pero se rompió antes de que pudiera seguirlo a tiempo. He estado tratando de rehacerlo por control remoto. He tenido éxito finalmente. —Y continuó frente a mí con las manos en sus caderas onduladas, inspeccionando la habitación—. Bien, esto parece un refugio típico del siglo XX.</p> <p>—¡No tan típico! —restalló entonces una voz de mujer en tono agudo.</p> <p>Me volví, para ver a mi mujer apareciendo en la sala de estar. Se había echado por encima su bata; pero puesto que resultaba transparente más bien que translúcida y no llevaba otra cosa debajo, el efecto era decorativo, aunque muy lejos de ser modesto.</p> <p>—Peter, ¿quién es esta mujer? —preguntó Sally decidida.</p> <p>—Pues... su nombre parece ser Lorn Verrill —repuse yo un tanto confundido—. Una doctora en Física tal vez, o en Filosofía...</p> <p>Lorn Verrill rió placenteramente y con simpatía.</p> <p>—Estás exagerando la nota, Peter. Mi grado es sólo de la especialidad de las Artes. Soy una D.D.I., si es que quieres saberlo.</p> <p>—Pero... tiene que ser un científico. Eso... eso... —murmuré señalando al hexágono—. Esa... Curvatura del Tiempo...</p> <p>—Bueno, sólo se trata de un poco de altas matemáticas, para lo que tengo especial aptitud —repuso con modestia.</p> <p>—Entonces ¿para qué diablos sirve ese título de D. D...?</p> <p>—Significa Doctora en Decoración Interior, patita —dijo Lorn.</p> <p>Mi mujer masculló algún taco entre dientes y se dirigió a la librería, mueble que nos servía para muchas otras cosas, abrió una puerta y del pequeño bar encerrado tras ella, se escanció un whisky. Con la bebida en la mano se dejó caer en el sillón más próximo mirándola a través del vaso.</p> <p>—Esto se pasa de la raya. Sí, es demasiado. Me despiertan a las tres de la mañana y me encuentro a mi marido entreteniéndose con una rubia ye-yé que afirma ser una D.D.</p> <p>—No una D.D. —le corregí yo—. D.D.I.</p> <p>—Vaya, estás ya de su parte. Tendrías que estarlo, todos los hombres sois igual... —Bajó el nivel del vaso de whisky apreciablemente y me dijo—: ¿Y cómo sabes que no es un fantasma? ¿O tal vez algo peor? Como... como un súcubo...</p> <p>—¿Quién ha oído hablar de un súcubo vistiendo pantalones? —argumenté a mi irritada mujer, de una forma bastante razonable.</p> <p>—Alguna vez tendrían que empezar por hacerlo. De todas formas, esos pantalones que lleva están tan ajustados que más bien parece como si fuera algo pintado encima de la carne.</p> <p>—Me puse lo que creí sería más apropiado para este siglo —afirmó seriamente Lorn.</p> <p>—Eso es lo que se figura usted.</p> <p>—Pues su propio atuendo —dijo entonces Lorn— no es muy decente, que digamos.</p> <p>—Oiga, jovencita, estoy en mi hogar —repuso Sally, ya con aire de armas tomar—. Y me pongo lo que me da la real gana dentro de estas cuatro paredes. Y si no le gusta... allí está la puerta.</p> <p>Decidí entonces que era llegado el momento de echar aceite, o tal vez alcohol, en aquellas aguas encolerizadas. Me entraron deseos de tomarme una copa. Me dirigí a nuestra misteriosa visitante—. ¿Un whisky? ¿Ron?</p> <p>—En tal caso —repuso Lorn siempre sonriente—, creo que un buen vaso de vino moscatel sería lo mejor.</p> <p>—No tenemos moscatel —le dije—. ¿Tal vez coñac? ¿Jerez? ¿Oporto?</p> <p>—Un coñac, si es tan amable —dijo Lorn cortésmente.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Escancié dos buenos cognacs en sendos vasos y ofrecí uno a Lorn. Y volví a llenar el de mi mujer.</p> <p>—Y ahora —dijo Sally, tras haber tomado unos sorbos—, tal vez querrá tener la amabilidad de darnos una explicación. Y creo que una que sea buena, la mejor.</p> <p>—Pero si es demasiado sencillo —dijo la otra—. Mi nombre es Lorn Verrill. Soy Doctora en Decoración Interior; aunque mi afición es el estudio de las matemáticas. Caí sin proponérmelo en la Curvatura del Tiempo y naturalmente, decidí utilizar un dispositivo especial para mis propósitos particulares...</p> <p>—¿Y cuáles son? —interrogó mi mujer con aire de juez.</p> <p>—En mi siglo, existe una verdadera locura por los objetos y las cosas antiguas. Realmente viejas. Objetos genuinos de otros períodos de la Historia. Y pensé que yo estaría en condiciones de hallar tales cosas en el Pasado. Mi Pasado.</p> <p>Sally es una astuta mujer de negocios. Entonces, dijo, ya con otro aire:</p> <p>—¿Y cuánto pagaría por sus compras?</p> <p>—Tiene que ser al trueque, por supuesto. Tendré que operar a través de contactos personales que me den algo a cambio de lo cual, yo entregue algo también. Objetos que me interesen, desde luego. Las mercancías que yo entrego también son perfectamente vendibles y de gran utilidad.</p> <p>—¿Qué clase de mercancías?</p> <p>Lorn extendió la mano izquierda. En su muñeca, sobre aquel complicado brazalete que entonces reconocimos como un panel de control en miniatura, aparecía un bellísimo reloj, una pieza magistral de maquinaria que obviamente debía ser de una muy alta calidad.</p> <p>—Estos relojes —dijo Lorn—. Están movidos por energía atómica. Virtualmente duran toda la vida y son absolutamente perfectos en su marcha.</p> <p>—¿Y qué hay de otra cosa realmente buena? —intervine yo, aunque no podía decirse en modo alguno que aquel reloj no fuese una maravilla—. La antigravedad, por ejemplo, o la propulsión interestelar...</p> <p>—¿Y desviar al mundo a un diferente paso del Tiempo? —me contradijo ella—. No, gracias. Me gusta mi mundo tal y como es. Y quiero ser tal y como soy. Algunos pequeños artículos de lujo, sin embargo, no pueden desviar el curso de la Historia.</p> <p>—Lo harán —dije yo— si alguien los abre para ver qué es lo que contienen.</p> <p>—No habrá error en eso —advirtió Lorn—. Además, nadie puede abrirlos. Y si alguien se atreviese a hacerlo, sólo conseguiría tener en las manos una burbuja de metal fundido que le fastidiaría mucho más de lo que os podéis imaginar.</p> <p>—La señorita Verrill tiene algo... —dijo entonces mi mujer pensativamente.</p> <p><i>—Si</i> procede del Futuro —dije yo súbitamente dudoso.</p> <p>—Enciende todas las luces, Peter —me pidió mi mujer.</p> <p>Yo la obedecí.</p> <p>—Fíjate en ese suéter —dijo Sally—. Mira esos pantalones...</p> <p>—¿Qué tienen de particular?</p> <p><i>—Bah, hombres...</i> —refunfuñó Sally—. Resulta obvio que hay que tener una vista entrenada para comprender que esos tejidos son algo inconcebiblemente superior a cuanto conocemos.</p> <p>—Superior... y diferente. Muy diferente. Ese suéter, por ejemplo...</p> <p>—Es de seda de arañas de Venus —nos dijo Lorn.</p> <p>—¿Y los pantalones?</p> <p>—De multicrón.</p> <p>—¿Estás viendo? ¿O es que no te das cuenta? Los hombres no entendéis de estas cosas. —Y Sally se volvió hacia nuestra visitante—. Y ahora, señorita Verrill, vamos a entrar en negocios con usted. Tal vez si pudiese darnos alguna idea de lo que quiere...</p> <p>—Éste es un viaje exploratorio, señora...</p> <p>—Puedes llamarme Sally.</p> <p>—Éste es un viaje de exploración, Sally, y mi tiempo es limitado. —Y miró de un vistazo bien al reloj o al control en miniatura que llevaba puesto en la muñeca izquierda—. Sólo dispongo de dos horas y...</p> <p>—¡Vamos, Peter, vístete ahora mismo! —restalló Sally—. ¿Querrás perdonamos unos instantes, Lorn, por favor?</p> <p>—Tómate mientras otra copa —añadí yo.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p>—¡Ésta es la gran oportunidad de toda nuestra vida! —murmuró Sally frenética, mientras insertaba una de sus piernas en los pantalones.</p> <p>—Podría ser —repuse yo vistiéndome también a toda prisa—. Pero... ¿qué será lo que querrá esta criatura?</p> <p>—Lo que todo el mundo desea ahora. ¡Vamos, date prisa, perezoso!</p> <p>Me di toda la prisa que pude y mi mujer hizo lo mismo. Juntos descendimos a poco a la sala de estar, comprobando aliviados que Lorn continuaba todavía allí. Nos la llevamos de prisa por la trasera de la casa hacia el coche. Corrí para abrir la puerta de salida y en seguida salté al auto para salir disparado hacia la calle. Pronto estuvimos inmersos en lo que más bien parecía ser un viaje romántico a la luz de la luna por Paddington.</p> <p>Aquellos hierros artísticos dispuestos sobre las viejas terrazas de las casas antiguas, eran algo realmente bueno. Con su nueva pintura, fulguraban deliciosamente a la luz de los faros del coche, junto a la plateada luz lunar de la noche. Pude oír a Lorn Verrill exclamar:</p> <p>—Pero... ¡esto es maravilloso! ¿Qué no podría hacer yo con eso? Para, Sally, quiero echar un vistazo a aquella balconada.</p> <p>Y así una y otra vez. Mi mujer comentó:</p> <p>—Y pensar que todo esto, hace sólo unos años, se consideraba como basura. ¡Pero si eso puede comprarse por nada!</p> <p>Al final, nuestro viaje terminó. Lorn Verrill estaba impaciente y ansiosa, corrió ante mí, empujó la puerta y corrió hacia el interior del hexágono de los paneles de metal. Al encerrarse en él, dispuso el panel que estaba de lado, hasta componer la figura geométrica correcta. En aquel momento, entraba mi mujer.</p> <p>—Lo siento —nos dijo apresuradamente—. No puedo quedarme más; apenas si me queda tiempo. ¡Gracias!</p> <p>El profundo zumbido que yo había oído al principio creció de volumen y la luz de la luna y la de las lámparas que habíamos dejado encendidas, tomaron un tinte marcadamente rojizo. Entonces, aquel zumbido ultrasónico, se hizo casi intolerable hasta hacer daño en los oídos. La bella figura encerrada en el hexágono comenzó a desdibujarse hasta que se desvaneció por completo. Las luces volvieron a su estado normal y la habitación lo mismo, excepto por aquel hexágono formado por los seis paneles que habíamos adquirido el día anterior. Se produjo entonces un opresivo silencio.</p> <p>Quedó roto, al final, por la voz de Sally, que dijo: —Creo que hemos visto algo bueno, Peter, algo de la mayor importancia.</p> <p>Para los decoradores de interiores, incluso ahora en nuestra época, son en general hombres de negocios que hacen dinero. Y cualquiera que posea un doctorado en tal arte o ciencia, tiene que ser un excepcional hombre de negocios.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Nos volvimos a la cama y tratamos de dormir. Sorprendentemente, después de lo ocurrido, dormimos bien. Cuando sonó el despertador, charlamos un rato para convencernos que no habíamos compartido juntos un sueño despiertos.</p> <p>Sally fue la primera en levantarse. A poco, oí un grito procedente de la sala de estar. Corrí y comprobé qué era lo que tanto la había excitado.</p> <p>Nuestro divisor de espacio de la sala, había desaparecido. Sobre la alfombra, donde los paneles se habían recompuesto para formar el hexágono, había dos paquetes, uno pequeño y otro mucho más grande. Y junto a ellos, un sobre donde la dirección aparecía escrita con una letra clara y elegante: «A Peter y Sally».</p> <p>Mi mujer desgarró el sobre. Dentro había una sencilla hoja de papel de un material espeso y color crema. En el encabezamiento de la hoja se leía:</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><i>Lorn Verrill. D.D.I. Vegan Trust Building Laurentian Square ATLANTIA</i></p> <p>Debajo, había escrito: «<i>La fecha no importa</i>». Y el texto, era el siguiente:</p> <p>«<i>Queridos Peter y Sally: Lamento tener que hacer esto con vosotros. Quiero hacer mis negocios; pero en lugares donde pueda comprar lo más barato posible, para vender al precio más caro. Pero aceptad estos pequeños obsequios con mis cariñosos recuerdos. Vuestra afectísima: Lorn Verrill.</i>»</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">La envoltura de los paquetes era de un plástico especial que una vez que el precinto saltaba roto, se vaporizaba en una neblina fragante y perfumada. En el pequeño, dirigido a mí, había uno de aquellos relojes. En el más grande, a nombre de mi mujer, había un suéter de la seda de las arañas de Venus y un par de pantalones de multicrón.</p> <p>El reloj es una maravilla. Para una idea corriente de tal aparato, es perfecto. Y el tejido finísimo del suéter de Sally se lava y se pone una y otra vez, quedando tan perfectamente nuevo y brillante como el primer día, al sacarlo de su envoltura.</p> <p>El multicrón es, sin duda, un tejido de milagro; basta con disponer a voluntad las diminutas escamas de que está compuesto para que cambie de color, a placer, con cada lavado y pueden ser acortados hasta las rodillas como los de un torero español, o alargados hasta formar unos elegantísimos y acampanados pantalones de gran vestir de fantasía. Un industrial amigo nuestro, químico, a quien Sally entregó un trocito de aquel tejido para su análisis, nos dijo, sumido en un mar de confusiones, tras haber empleado varias semanas de inútiles ensayos, que él sólo era un químico y no un científico nuclear, rogándonos de paso le participáramos dónde habíamos encontrado y obtenido semejante material.</p> <p>Naturalmente, la demanda quedó sin respuesta aceptable.</p> <p>Y lo extraordinario del asunto, fue que no pudimos conseguir volver a montar el divisor de espacio de la sala de estar; los hierros artísticos habían subido a unos precios fantásticos con cada día que pasaba. Además, habían desaparecido del mercado, prácticamente. Parecía cosa de magia. Un martes podía uno admirar la filigrana de cualquier terraza decorada con aquellos hierros labrados, para ver al viernes siguiente que todo había desaparecido, siendo sustituido por una decoración moderna a base de cristal, quedando la balconada como si realmente hubiera estado así desde hacía años.</p> <p>Y entonces daba la impresión inquietante de que algo extraño ocurría en cualquier parte o en muchos sitios a la vez, hasta llegar a creer que la memoria le estaba jugando a uno una mala pasada.</p> <p>Otra cosa notable, es haber comenzado a observar la presencia de relojes costosísimos, en creciente número cada vez mayor; relojes sin corona para darles cuerda y cuyas cajas, aunque brillantes, daban la impresión de haber estado siendo utilizados desde varios años.</p> <p>Sally me dijo que siempre está localizando a mujeres de mediana edad o ya mayores, que lucen faldas o vestidos obviamente hechos con multicrón.</p> <p>No hay la menor duda.</p> <p>Buceando en el Pasado, aquella astuta mujer de negocios del Futuro, ha conseguido lo que quería.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>MISIÓN DE RUTINA - Philip E. High</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">L</style>AXLAND se adelantó sobre la mesa de su despacho y atrajo hacia sí el expediente. No tenía la intención de leerlo, pues conocía su contenido casi de memoria; pero le parecía que teniéndolo a la mano serviría como un símbolo de referencia. Era en realidad, parte de los hechos, de los propósitos, de lo que aquel expediente contenía. Laxland era un hombre alto, casi calvo, con unos ojos pálidos y astutos, que podían ser, y con frecuencia lo eran, despiadados y crueles.</p> <p>Presionó un botón existente bajo la mesa.</p> <p>—Envíenme al capitán Harvey.</p> <p>Automáticamente buscó sus gafas de cristales graduados y blancos. Cuando las tenía puestas, daba la impresión de ser un hombre de aspecto neutral, benigno y hasta blando de carácter. No era en realidad ni una cosa ni otra; pero aquello convenía a sus motivaciones especiales y adoptaba tal postura como una máscara. Un interrogador del Departamento Psiquiátrico, necesita con frecuencia seducir al sospechoso e inducirle a una admisión de culpabilidad, y Laxland había aprendido que tal apariencia le ayudaba en aquel propósito. De aquella forma, muchos espías, traidores, saboteadores y traidores en potencia, habían sido mentalmente desnudados hasta la última fibra de su mente como una disección que llegase a los mismos huesos del sospechoso.</p> <p>Laxland esperó hasta que la escolta naval con bayoneta calada se retiró de la estancia.</p> <p>—Tome asiento, Harvey —dijo, ofreciéndole una caja de cigarrillos—. Sírvase a su gusto.</p> <p>Harvey tomó asiento, lentamente, casi con precaución. Su rostro delgado y moreno parecía cansado y hasta con una cierta cínica expresión.</p> <p>Laxland esperó hasta que el otro tomó un cigarrillo y lo encendió.</p> <p>—¿Qué tal se siente, Harvey? —le preguntó con un afectuoso movimiento de la mano.</p> <p>Harvey le miró, y en sus ojos oscuros apareció una mirada triste y amarga.</p> <p>—¿Cómo debería sentirme... señor?</p> <p>Laxland apretó los labios como si considerase la cuestión y después añadió:</p> <p>—No me da usted la impresión de estar cooperando, capitán. Sepa que estoy aquí para ayudarle.</p> <p>—Por supuesto, señor —repuso Harvey con los labios apretados.</p> <p>«Agresivo», pensó Laxland con satisfacción. La entrevista previa había realizado un buen trabajo; una vez que un hombre ha sido puesto al descubierto, se torna agresivo y toma precauciones.</p> <p>—Con calma, capitán. Comprendo que se encuentre usted en un aprieto, pero ¿no comprende que estamos tratando de prestarle ayuda? Le están dando una <i>oportunidad</i> y recuerde que en muchos países, usted ya habría sido fusilado o le hubieran hecho un lavado de cerebro. Ahora, supongamos que me cuenta usted toda la verdad.</p> <p>—Le he dicho a usted toda la verdad, señor. Está ahí —dijo señalando el expediente—. Todo está perfectamente escrito hasta el último detalle y...</p> <p>Laxland le interrumpió:</p> <p>—Los hechos al desnudo, capitán, no la verdad. —Y se adelantó de su asiento con ambas manos puestas de plano sobre la mesa—. Mírelo desde nuestro punto de vista, Harvey, desde el punto de vista de la Marina. Se han perdido la vida de dos hombres en circunstancias corrientes de una misión de rutina, y su nave volvió a la base con las siguientes deficiencias. —Hojeó el expediente un instante para continuar—: En pocas palabras: una enorme cantidad de municiones de diversos tipos, dos torpedos y... —hizo una pausa significativa—: ¡Dos proyectiles Hunt con cabezas atómicas!</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Laxland se retrepó en su asiento. Cuando habló de nuevo, su voz volvió a ser tranquila y agradable.</p> <p>—Utilice su cabeza, capitán. Si usted fuese un jefe antiguo de la Marina, ¿no cree que haría preguntas?</p> <p>—Pero, maldito sea, señor... Yo he respondido a todas las preguntas que se me han hecho.</p> <p>Y Harvey se encontró súbitamente en pie.</p> <p>—En parte —repuso Laxland concretamente y con sequedad.</p> <p>Harvey volvió a sentarse de mal humor.</p> <p>—En parte o en su totalidad, ¿qué importa? Será una ejecución o la prisión, de una u otra forma.</p> <p>—Permítame que sea yo quien decida eso, por favor.</p> <p>—Pero no comprende, señor; usted <i>no puede</i> creerme. Si me creyese, estaría de mi parte.</p> <p>Laxland estudió las uñas de sus dedos con aparente concentración y no levantó los ojos.</p> <p>—Capitán Harvey. Yo soy el último recurso, el último peldaño de la escalera y el factor decisivo. Cuando abandone usted esta habitación, <i>mi</i> recomendación pesará mucho en la Comisión de Encuestas. —Entonces miró a Harvey—. Estoy preparado a hacer todo lo que pueda por usted, <i>si</i> usted coopera. —E hizo un gesto con las manos—. Puede decirlo a su forma, no trataré de tenderle ninguna trampa con algo inconsistente e incluso le prometo no interrumpirle. Y ahora, déjeme conocer toda la historia de lo sucedido.</p> <p>Harvey le miró fijamente, retorciendo el cigarrillo nerviosamente entre sus dedos.</p> <p>—¿Cómo sabrá usted que lo que le relate será la totalidad de lo ocurrido en su más pura certidumbre? ¿Cómo sabrá usted si es la verdad o un producto de la imaginación?</p> <p>—Lo sabré —repuso Laxland con seguridad y un ligero tinte amenazador—. Estoy en este Servicio desde hace muchos años. Le aseguro que lo sabré perfectamente. —Y echó mano del expediente—. Supongamos que comienzo por ayudarle a que empiece su relato. —Interiormente, Laxland se hallaba satisfecho, el sujeto estaba respondiendo de una forma excelente. Acusación, temor, interrogatorio, la razón al fin. Se seguía una pauta determinada hasta que el sujeto estaba dispuesto a explayarse—. «En países menos escrupulosos —pensó Laxland—, el sujeto, cuando está maduro por las impresiones recibidas, un testimonio verbal o una confesión escrita, era cosa de obtenerse tras una semana de plazo. Afortunadamente, Harvey servía a una nación más feliz y en cualquier caso, no deseaban en modo alguno una confesión dictada, deseaban la verdad.»</p> <p>«¿Y qué era la verdad? —pensó Laxland para sí profundamente—. Una alucinación masiva o tal vez...»</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Volvió a inclinarse hacia adelante, repentinamente decidido a obtener las respuestas requeridas. Volvió una página escrita a máquina del expediente.</p> <p>—Usted se hallaba en una misión de rutina en el submarino nuclear <i>Taurus</i>. ¿Cuál era la naturaleza de tales ejercicios, capitán?</p> <p>Harvey frunció el ceño algo confundido, como si le sorprendiese la pregunta.</p> <p>—Pues simplemente una serie de ejercicios navales de rutina, señor, prácticas reales de navegación, persecución de naves de superficie, y cosas así.</p> <p>—¿Eso incluía ataques a naves de superficie?</p> <p>—¡Oh, sí, señor! Ése era uno de los principales objetivos de los ejercicios, hacer subir a los hombres a cubierta y tener el armamento preparado en el espacio de tiempo más corto posible.</p> <p>—Bien, comprendo —repuso Laxland sintiendo una interior satisfacción. Harvey seguía magníficamente la pauta trazada, y muy pronto la totalidad de lo sucedido afloraría a la superficie—. ¿Esos ejercicios, incluían, según creo, el disparo teórico de un proyectil «Hunt» bajo la superficie?</p> <p>—Todos los días hacía que mis hombres estuviesen dispuestos para ello, señor.</p> <p>—Bien, muy bien. Y fue durante uno de esos ejercicios tácticos, cuando se produjo una especie de ruptura de uno de los circuitos eléctricos...</p> <p>—Así es, señor. No lo vi personalmente, y el hombre que estaba de servicio...</p> <p>—Está bien, capitán, comprendo. —La voz de Laxland resultaba extremadamente cortés—. El hombre que estaba de servicio fue uno de los que se perdieron. —Entonces apuntó con el dedo a la caja de cigarrillos puesta sobre la mesa—. Tome otro cigarrillo, capitán, y hágalo cada vez que lo desee. —Y se retrepó de nuevo en el sillón—. ¿Qué ocurrió cuando saltó el circuito?</p> <p>Harvey miró hacia el suelo, un tanto pálido. Cuando habló lo hizo en voz baja y un tanto emocionada.</p> <p>—Se produjo una especie de choque.</p> <p>—¿Un choque? ¿Qué clase de choque?</p> <p>—Bien, resulta difícil describirlo, señor. Era como el estallido de una distante carga de profundidad y con todo parecía revolvernos el estómago en las entrañas. —Sonrió débilmente—. Es bastante difícil describir el efecto sufrido.</p> <p>—No importa. ¿Qué hizo usted entonces?</p> <p>—Ordené inmediatamente emerger a la superficie, para el caso de que hubiéramos sufrido algún daño de consideración en nuestra situación de inmersión.</p> <p>—¿Y después?</p> <p>—Bien, subimos a la superficie para echar un vistazo. No parecía que la nave hubiera sufrido daño alguno; pero...</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">—¡Mendel!</p> <p>—A la orden, señor. —El primer oficial se aproximó al capitán y saludó.</p> <p>Harvey permaneció silencioso unos segundos.</p> <p>—¿Encuentra usted algo extraño?</p> <p>—Calor —repuso Mendel limpiándose el rostro de sudor—. Mucho calor. —E hizo un gesto con la nariz—. ¿Qué será lo que huele mal? Parece un enorme montón de estiércol próximo, o a vegetación podrida. Una vez estuve en Perú... —Se detuvo repentinamente, mirando fijamente hacia arriba—. ¡Señor, una luna <i>llena</i>!</p> <p>—Sí —dijo el capitán controlando su voz. Dio órdenes de continuar avante a poca marcha y se volvió—. Mendel, ha debido ocurrir algo; pero ignoramos lo que es. Cuando considere llegado el momento, hablaré a toda la tripulación; pero hasta entonces, cuanto menos se hable, mejor.</p> <p>—Sí, señor.</p> <p>Harvey se inclinó sobre la pasarela.</p> <p>—Que toda la tripulación permanezca en alerta normal. Quiero una comprobación inmediata de radar y descubrir si hay algo que podamos saber por la radio. Infórmeme en persona inmediatamente.</p> <p>Cuando Mendel se hubo marchado, Harvey apretó la pasarela y trató de impedir que sus piernas siguieran temblándole, por un poderoso esfuerzo de voluntad. Ante él, el inmenso y oscuro cuerpo del gran submarino con sus armas antiaéreas dispuestas y su poderosa estructura, parecía algo reconfortante. El zumbido de los motores y el murmullo de las olas lamiendo el casco, eran sonidos que le resultaban familiares, pero con todo...</p> <p>El mar aparecía demasiado aceitoso y fosforescente en aquellas aguas, de donde surgían retorciéndose pequeñas nubes de vapor como fantasmas que cobraban cuerpo un momento para desvanecerse en seguida.</p> <p>—Nueve brazas, señor —dijo Mendel, que había acudido en aquel momento, casi sin fuerzas para respirar—. He dado órdenes de una comprobación permanente. ¡Dios, me parece que vayamos a embarrancar! —Hizo una pausa y volvió a limpiarse el sudor que le empapaba el rostro—. No se consigue absolutamente nada de la radio, señor; pero hay una especie de ruidos estáticos de alta frecuencia que aparecen en todas las bandas que Trice puede sintonizar. —Volvió a hacer otra pausa para cobrar aliento—. El radar de superficie muestra una masa de tierra, en su mayor parte montañosa, a unas dieciocho millas escasas.</p> <p>—La tierra más próxima debería hallarse a ciento veintiocho —comentó el capitán, controlando la voz con un visible esfuerzo.</p> <p>—Sí, señor, ya lo sé. Incidentalmente, además, todas las brújulas están girando como molinetes locos.</p> <p>Harvey se puso la pipa entre los dientes, y unas chupadas de humo caliente parecieron darle ánimos y calmar su ansiedad.</p> <p>—Quiero centinelas apostados a proa y popa. Disponga que tengan todos los catalejos nocturnos y que los servidores del armamento de superficie estén en sus puestos prestos a entrar en acción.</p> <p>—A la orden, señor. —Y Mendel dio las órdenes necesarias.</p> <p>Permanecieron silenciosos, cada uno percibiendo vagamente la tormenta interior de sentimientos del otro; pero mostrándose exteriormente en calma.</p> <p>—¿Había dicho usted algo? —preguntó Harvey.</p> <p>—Bueno... no exactamente, señor, ha sido una exclamación. Pensé que había visto algo volando a través de la luna. —Y rió nerviosamente—. Supongo que todo será pura imaginación.</p> <p>—¿Qué clase de cosa... algún aeroplano?</p> <p>—Se parecía más a un gran murciélago, señor, pero de tamaño colosal... y con el cuello demasiado largo. En cualquier caso será alguna especie de sombra...</p> <p>—Sin duda —dijo Harvey secamente—. Esté atento por si se repitiese.</p> <p>Bajo ellos, los hombres ejecutaban las maniobras precisas y se dirigían hacia los cañones de a bordo en superficie.</p> <p>«Esto es normal —pensó Harvey—, ocurre todos los días; son bromas que nos juegan los nervios, como una psicosis temporal. Pero creo que estaré bien dentro de unos minutos.» Pero al propio tiempo, sentía la aguda sensación de que no lo estaría, y de que aquello era <i>real.</i></p> <p>Los hombres agrupados alrededor de los cañones de superficie parloteaban entre sí, y el capitán pudo claramente imaginar lo que estarían pensando: que no estaban de ningún modo en el Atlántico Norte y que estaba sucediendo algo muy extraño y totalmente fuera de lo normal.</p> <p>Harvey suspiró. Más pronto o más tarde, tendría que hacer una especie de anuncio general a la tripulación y que tendría que ser la más vaga que hubiera hecho en toda su vida.</p> <p>Se aproximó al interfono y apretó el botón.</p> <p>—Puente, habla el capitán.</p> <p>—Oh, aquí es Trice, señor. Estamos siendo contactados por algo parecido al radar; pero sus ondas de sonido nos llegan cada diecisiete segundos y se desvanecen en el acto. Además se aproximan cada vez más.</p> <p>—¿Aproximarse?</p> <p>—Los choques sónicos son más frecuentes, señor, como si alguien nos hubiera descubierto y fueran estrechando un círculo sobre nosotros, tratando de centrarnos.</p> <p>—Bien, Trice, gracias. Téngame informado al punto. —Abrió una de las cajas herméticas, extrajo el micrófono, pulsó la conexión y se lo aproximó a los labios:</p> <p>—¡Atención todos! ¡Habla el capitán! —Y se aclaró la garganta—. Estamos bajo una alerta de urgencia, repito, una <i>genuina</i> alerta. —Interiormente se sintió sorprendido de la firmeza con que estaba dando aquellas órdenes—. Las circunstancias determinan que se haga necesario de nuestra parte adoptar una actitud ofensiva o defensiva en cualquier instante. Nuestros instrumentos están detectando haces de radar diferentes a cuanto se emplea por cualquier país del mundo. Como vuestro capitán, es mi deber asumir, mientras se pruebe lo contrario, que tales acciones deben considerarse hostiles. Bajo tan peculiares circunstancias, evidentes para todos, no tengo otra alternativa que colocar a nuestra nave en alerta de guerra. —E hizo una pausa—. ¡Grupos de combate! Carguen los tubos lanzatorpedos y vigilen estrechamente hasta nueva orden. Eso es todo.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Volvió el micrófono a la caja de seguridad y sacudió la cabeza irritado interiormente. «Bajo tan peculiares circunstancias evidentes para todos... Nada, por supuesto, pero ¿qué otra cosa podía hacer?</p> <p>Allí estaba a la vista: se habían sumergido con luna nueva y habían emergido con luna llena. O lo que resultaba igualmente absurdo, al sumergirse lo habían hecho a temperatura normal y había subido 65 grados y la tierra se había aproximado ciento diez millas...</p> <p>—Los contactos del radar son ahora cada seis segundos, señor.</p> <p>Harvey tocó el botón de comunicación:</p> <p>—Adelante a toda marcha.</p> <p>—Avante a toda marcha, señor.</p> <p>Se fijó en las aguas, que tomaban un tono cremoso en lugar de la fosforescencia al batir los costados de la nave. Tal vez les habrían dejado en paz.</p> <p>—Informe, por favor, Trice. —La nave había comenzado a vibrar ligeramente y pudo apreciar el oleaje retorciéndose a ambos lados de la brillante proa de la nave.</p> <p>—16... 17... 16... continúan sobre nosotros, señor. —A los pocos segundos Trice comentó nuevamente—: 15...</p> <p>—Está bien, Trice, vigilen.</p> <p>—¡Una nave se aproxima por 05! —La voz procedía del centinela de proa.</p> <p>Harvey apretó fuertemente la pasarela.</p> <p>—¿Puede ver algo?</p> <p>Mendel, con los binoculares nocturnos apretados a los ojos, permanecía de nuevo junto a él.</p> <p>—Se advierte un perfil, señor, sin luces de navegación. Podía ser otro submarino.</p> <p>—¡Atención, equipo de señales! ¡Pidan identificación!</p> <p>Observó el foco Aldis parpadear en la oscuridad y transmitir en código el mensaje: <i>¿Quiénes son ustedes? ¡Identifíquense!</i></p> <p>De reojo se sentía aliviado al comprobar que todos los cañones de superficie estaban dispuestos para entrar en acción.</p> <p>—¡Luces!</p> <p>—Parece como si una torreta de submarino viniese hacia nosotros, señor —murmuró Mendel en aquel momento, sin dejar los prismáticos nocturnos—. Tal vez un poco alta, como una especie de...</p> <p>—¡Reflectores he ordenado! —restalló el capitán.</p> <p>—Lo siento, señor.</p> <p>Como unos dedos blancos dirigiéndose hacia su objetivo, los cañones se movieron hasta centrarse debidamente.</p> <p>—¡Todos los cañones... fuego!</p> <p>Para su tranquilidad, casi antes de que hubiese terminado de dar la orden, todas las armas antiaéreas disparaban a la vez, dejando en la atmósfera unos rastros parecidos a rojas estrellas en la noche.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Se produjo un sonido punzante parecido a la sirena de un barco, salvajemente fuera de tono, más tarde un profundo removerse de las aguas del océano y después el silencio.</p> <p>Harvey comprobó que las baterías de superficie habían dejado de disparar; pero los reflectores aún continuaban brillando en una extensa zona de aguas revueltas.</p> <p>—¡Fuera reflectores!</p> <p>Tras él, Mendel dejó escapar un sonido, que parecía a medias un suspiro y a medias un gemido.</p> <p>—¿Qué diablos piensa usted que ha podido ser eso, señor?</p> <p>—Lo ignoro. Francamente, no lo sé.</p> <p>—Ni yo tampoco. Yo... esa cabeza era mucho más grande que la torre de un submarino. —Cayó en un embarazoso silencio, entre la media luz reinante, tenso y rígido—. ¿Tiene usted alguna teoría, señor?</p> <p>—Ninguna que ayude a comprender qué es lo que pueda ser. Para ser honesto, tenía una especie de teoría medio formada respecto al viaje a través del Tiempo.</p> <p>Mendel aprobó con un gesto.</p> <p>—Yo también. No me gustó mencionarla antes. Quiero decir, que no relacionará usted eso con submarinos atómicos, ¿verdad? Ese circuito volado y después ese topetazo. —Y miró de reojo rápidamente a Harvey y apartó la vista a distancia de nuevo—. La cosa que vi volar a través de la luna, señor, era algo que una vez vi en un libro. Creo que el nombre era algo así... como un lagarto volador.</p> <p>—Pterodáctilo —le ayudó el capitán a decir con voz pensativa—. ¿Podría ser semejante monstruo la evidencia de una desviación del tiempo? La simple idea es en sí toda una paradoja, ¿no cree? Es algo así como esa historia increíble de aquel individuo que volvió hacia atrás en el tiempo y asesinó a su propio abuelo.</p> <p>Y se quedó rígido, metiendo las manos agitado y nervioso en los bolsillos.</p> <p>—Es toda una teoría en sí, Mendel; pero hay muchas cosas que no encajan bien.</p> <p>—¿Hay algo que tenga sentido, señor? —repuso el primer oficial encogiéndose de hombros.</p> <p>—Ninguna que yo pueda... ¿Sí, Wallace?</p> <p>El ordenanza estaba saludándole militarmente.</p> <p>—El centinela de proa ha desaparecido, señor. —El hombre estaba temblando visiblemente—. Fui a llevarle un vaso de cacao, señor... y la cubierta estaba toda a oscuras y resbaladiza como...</p> <p>—Bien, bien, muchacho, ¿y qué más?</p> <p>—Encontré esto, señor.</p> <p>Harvey se inclinó para tomar de la mano temblorosa del asistente los prismáticos nocturnos del centinela. Daban la impresión de haber sido aplastados por un peso enorme. Nadie había oído ningún grito, ni ellos mismos sintieron nada; pero era igualmente posible que algo hubiera surgido del mar y le hubiera atrapado.</p> <p>—Muy bien, Wallace, vete a tu puesto. Pasa e informa a la enfermería. Di al médico de guardia que te envío para que te administren un sedante.</p> <p>Una vez se hubo marchado el asistente, se volvió hacia Mendel.</p> <p>—Disponga las armas automáticas. Quiero una guardia armada que vigile junto a los centinelas.</p> <p>La bocina volvió a sonar.</p> <p>—Quince brazas, señor. Los ecos de radar cada tres segundos.</p> <p>—¿Quince brazas, Trice? ¿Ahora en profundidad?</p> <p>—Sí, y rápidamente, señor. El lecho del mar parece inclinarse casi a pico. Veintidós brazas... veintitrés...</p> <p>—Gracias a Dios —murmuró Harvey con alivio, para sí mismo—. Bien, Trice, siga informándome. Avíseme cuando se llegue a las cien.</p> <p>—Casi estamos llegando ya, señor. El lecho del mar se hunde como un enorme acantilado.</p> <p>—Tomaremos una oportunidad si continúa así. ¡Despejen la cubierta y aseguren todo! ¡Preparados para inmersión!</p> <p>Tenía la intención de un descenso normal en inmersión hacia una profundidad segura; pero estaba visto que no le iba a resultar su propósito en aquella forma.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Al desaparecer el último hombre bajo la escotilla, se produjo repentinamente un golpetazo fenomenal que les dejó sordos mientras que una columna de agua surgió como un <i>geyser</i> hasta cien pies de altura por estribor. Antes de que su mente pudiera captar las implicaciones del fenómeno, otra columna surgió tan imponente como la primera casi a la misma distancia de proa. En su mente se formó la palabra «ser barrido a bombas» mientras se daba prisa a descender por la escala al interior del submarino.</p> <p>—¡Inmersión!</p> <p>La tripulación tenía que haber estado más que alerta, ya que la inmensa nave submarina comenzó a inclinarse hacia el interior del mar, casi en el preciso momento en que se cerraba la escotilla confortablemente tras él. «Gracias a Dios por este nuevo sistema automático —murmuró Harvey—. Hubo un tiempo en que resultaba todo un problema tirar de la escotilla tras uno...»</p> <p>Sintió claramente cuatro formidables golpes, conforme el submarino se inclinaba hacia el fondo; unos segundos más y hubieran quedado fuera de combate probablemente.</p> <p>Llevó a la gran nave casi a la máxima profundidad, cortó los motores y esperó.</p> <p>—¿Algo está ocurriendo allá arriba, señor? —preguntó Mendel en voz baja.</p> <p>—Nos han disparado. Nos cogieron entre dos fuegos en un momento a la primera salva.</p> <p>—¿Granadas, señor?</p> <p>—No sabría decirlo con exactitud, Mendel. —El capitán pareció vacilar—. Me dio la impresión de ser una especie de energía concentrada que deja suelta un intenso calor con el impacto; pero tal vez lo haya imaginado simplemente.</p> <p>Mendel abrió la boca para decir algo; pero el capitán le hizo señas de permanecer en silencio, con el rostro tenso.</p> <p>Como muchos otros jefes de la Marina, Harvey parecía joven pero no lo era, al menos, no tan joven. A sus cuarenta y tres años su rostro era terso y sin arrugas, sin rastros de cabellos grises en su oscura cabellera; pero tenía la edad suficiente como para haber servido ya en los submarinos en la Segunda Guerra Mundial. Sabía exactamente lo que significaban aquellos leves ruidos que se escuchaban por encima... algo en la superficie iba a su caza.</p> <p>Tras unos segundos, detectó de nuevo otros tres movimientos de la superficie, encaminados sin duda alguna, a lo que era una acción de caza despiadada. Su larga experiencia de la guerra, le decía que aquello debería hallarse a una milla de distancia, navegando en línea paralela al submarino y probablemente a unos quince nudos. Mendel lo había oído también, su rostro estaba contraído y su respiración se había hecho casi inaudible.</p> <p>«Lo está tomando bastante bien en conjunto —pensó Harvey—, particularmente en una situación tan imposible como ésta.»</p> <p>Volvió su atención una vez más hacia los sonidos con una inquietante sensación de irrealidad. Estaba acostumbrado al ruido propio de las tripulaciones de las naves, al ruido de «tren exprés» del destroyer cuando navega directamente por encima de un submarino; pero todo aquello se hallaba más allá de toda experiencia y de toda comprensión. Era un ruido burbujeante, sibilante, más bien —y su mente buscó parecidos— como un avión a reacción bajo el agua que la hiciese hervir a su paso.</p> <p>—Una de aquéllas —(¿naves?)—, pasó directamente por encima del submarino y sintió que los músculos de su estómago se le apretaban con una terrible desazón e inconscientemente se dispuso a esperar las cargas de profundidad.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Para su tranquilidad no se produjo ninguna explosión cercana; pero la caza estaba muy lejos de haber terminado. Tras haber navegado una milla, los navíos de la superficie se volvieron de repente y recomenzaron una ruta distinta. Los perseguidores parecían gente encarnizada que no se conformaban fácilmente con abandonar su presa con poco esfuerzo. Cubrían la zona, la volvían a recubrir, la triangulaban, la cuadriculaban, y así estuvieron incesantemente moviéndose por casi tres horas consecutivas. Sólo entonces, y como si lo hicieran con mala gana, aquel sonido extraño fue desvaneciéndose lentamente hasta acabar por perderse.</p> <p>Harvey esperó dos horas más antes de ordenar que se llenasen los tanques de emersión para proceder a una lenta y cuidadosa ascensión a la superficie.</p> <p>—¿Le compramos a esa gente un peine más espeso, señor? —dijo Mendel.</p> <p>Harvey le sonrió orgulloso. Mendel tenía agallas porque incluso había sonreído al decir aquello. Después de todo, no era más que un muchacho. El capitán volvió a sonreír.</p> <p>—Creo que no, Mendel. Nuestros amigos de allá arriba, los regalan gratis. —El rostro del capitán se ensombreció—. Creo que la palabra hostil es la expresión más adecuada, ¿no cree usted?</p> <p>Volvió toda su atención a la maniobra.</p> <p>—¡Periscopio!</p> <p>Empuñó con firmeza los dos brazos del instrumento, escudriñó mediante él y se quedó terriblemente sorprendido de que luciera en el exterior la luz del día.</p> <p>Sin embargo, la visibilidad era bastante pobre; una neblina persistente limitaba su visión a unas dos millas escasas. El mar aparecía liso con una superficie aceitosa, de la que se desprendían de tanto en tanto unas pequeñas exhalaciones de vapor. Realizó un círculo completo de observación con el periscopio entre aquel estrecho horizonte en que estaba confinado, antes de ordenar un cauteloso «avante y despacio».</p> <p>—¡Atentos los grupos de superficie! ¡Torpederos, en guardia! ¡Petty!</p> <p>—Señor... —El rostro de color caoba del jefe de máquinas, Petty, presentaba un aspecto de completa confianza en sí mismo.</p> <p>—Provea de armas automáticas a los guardias y centinelas, Petty. Después, reúna a todos los hombres disponibles para guardias adicionales entre esas naves.</p> <p>—A la orden, señor. Comprobaré las armas por mí mismo.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Cuando Harvey abrió finalmente la escotilla de salida, el corazón pareció agarrotársele con un lacerante dolor físico. Recibió una bofetada de calor sofocante y para cuando se instaló en la torreta de mando, la humedad ambiente y el calor, le habían puesto sudoroso y todas sus ropas empapadas de agua. Sentía aquel terrible calor y caerle el sudor a chorros entre las costillas y brazos en un constante fluir.</p> <p>Por encima de su cabeza, en el cielo, un sol increíblemente blanco, aparecía parcialmente velado por una suave neblina.</p> <p>—¡Dios mío, señor! —murmuró asombrado Mendel que se aprestó a situarse a su lado—. Esto parece el interior de una olla a presión. —Su rostro aniñado aparecía recubierto de sudor—. Todavía sigue oliendo a podrido, ¿no es cierto?</p> <p>—Así es, Mendel, y aún peor. —Harvey se limpió el sudor del rostro y tomó el micrófono.</p> <p>—¡Atención a los grupos de superficie! —ordenó—. ¡Habla el capitán! —Hizo entonces una breve pausa—. Que toda la guardia vigile la superficie. Si surge algo o si se produce alguna posible circunstancia de alarma bajo la superficie, no esperen, abran fuego inmediatamente. Centinelas y artilleros: vigilen el horizonte y el cielo. —Y volvió a hacer otra pequeña pausa—. Si algún hombre se siente sofocado por el calor, que no espere hasta el último instante, que descanse echado o baje a tomar un respiro. Si algún hombre se desvanece y cae sobre cubierta, no podremos atenderle por ahora a su debido tiempo. Eso es todo.</p> <p>Se adelantó y pulsó el interfono:</p> <p>—Trice, ¿hay alguna novedad?</p> <p>—Nada, señor. Parece que se hubieran desvanecido por completo.</p> <p>—¿Sobre qué profundidad navegamos ahora?</p> <p>—Quinientas ochenta, señor, mantenida.</p> <p>—Gracias, Trice. —El sudor continuaba corriéndole a raudales cubriéndole los ojos; pero se las arregló para dirigir a Mendel una mirada de aliento—. Vemos la vida, ¿verdad? Alistarse en la Marina y ver el mundo...</p> <p>—¿Qué mundo? —preguntó Mendel sombrío—. Tal vez esto no sea una broma de ningún modo, quizás...</p> <p>El interfono le interrumpió:</p> <p>—Un avión, señor. Se halla a unos setenta y cinco mil pies, señor, y desciende en espirales, pero haciendo unos doscientos nudos...</p> <p>Harvey no vaciló.</p> <p>—¡Despejen cubiertas! ¡Inmersión inmediata! —Descendió la escala metálica tras el último hombre—. ¡Inmersión a toda prisa! —ordenó una vez cerrada la escotilla superior.</p> <p>La tripulación se estaba comportando de una forma admirable y se sintió interiormente orgulloso de aquel grupo de magníficos hombres bajo su mando.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Interiormente, no se hacía muchas ilusiones. No tenía ni la menor idea de qué clase de aparato aéreo —si es que se trataba de aquello—, se les venía encima; pero de lo que estaba cierto es que la seguridad sólo podría proporcionársela la profundidad del mar. Manejar las «Oerlikons» y tratar de combatir con una nave aérea a una velocidad que excedía en mil millas a la hora era poco menos que un verdadero suicidio.</p> <p>Los recuerdos de pasados combates se agolparon en la mente de Harvey. Sabía que era de una gran ayuda intentar situarse en la mente del propio enemigo. Si <i>él</i> se hallase al mando de un destructor enemigo, por ejemplo... Pero allí, desde luego, la totalidad de la situación resultaba extraña, fantástica e imposible; pero las posibilidades eran las mismas. Automáticamente su mente cayó en la rutina familiar. ¿Le habrían visto o se trataba puramente de un reconocimiento a la luz del día? El próximo movimiento del enemigo, seguramente le explicaría muchas cosas.</p> <p>Tuvo que esperar exactamente siete minutos, para que recomenzase el extraño ruido raspante de nuevo. Esperó. El sonido continuaba, pero no parecía aproximarse. Localizó su situación hacia una milla aproximadamente y delante del submarino. Parecía desvanecerse con suavidad, se incrementaba nuevamente y volvía a desvanecerse con lentitud.</p> <p>Era una investigación en toda regla, pensó súbitamente. Una sistemática y cuidadosa búsqueda a la luz del día con naves enemigas moviéndose en un círculo o ensanchándose en círculos paralelos. Si ponían en práctica aquella sistemática, resultaba obvio que no había sido localizado el submarino, pues de lo contrario ya habrían descendido o se habrían aproximado para atacar.</p> <p>Tomó entonces una decisión inmediata.</p> <p>—¡Vacíen tanques! ¡A superficie!</p> <p>Se encontró a sí mismo curiosamente tranquilo y despreocupado, mientras emergían hacia la superficie lentamente y con todo, agudamente consciente de todo cuanto le rodeaba como si todos sus sentidos hubiesen incrementado su capacidad de percepción para enfrentarse a la situación. Una gota de agua producto de la condensación, cayó desde alguna parte y se aplastó contra su muñeca casi con una dolorosa impresión y fuerza; la rigidez de Mendel y su casi inaudible respiración, junto a él, le daba la impresión de un silbido fuerte en sus oídos.</p> <p>—¡Arriba periscopio!</p> <p>Su propia voz le ayudó a salir de aquella sensación de irrealidad. Se dobló sobre el periscopio, apretando el rostro contra la montura de goma espuma que le protegía los ojos y fue siguiéndolo hasta llegar a la superficie.</p> <p>Una fuerte luz le hirió los ojos, y la superficie del mar centelleó con el agua radiante, en una aceitosa marea como una colina tras otra de enorme oleaje.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">No pudo recordar después si soltó algún juramento o no. Tampoco pudo recordar si se quedó aterrado de lo que vieron sus ojos o aquello era la imagen de lo que interiormente se había imaginado.</p> <p>La cosa era algo negro, con una forma alargada de pera gigantesca de tal vez ciento treinta pies de longitud. No existía la menor señal de aberturas o escotillas en su sombría superficie que nada reflejaba; pero hacia popa, en su extremo más estrecho, el agua hervía, exhalando columnas enormes de vapor que se alzaban hacia el cielo en blancas formaciones. No se advertía señal de llama o humo, y con todo, a despecho de la brillantez del sol, se advertía la presencia de un calor inconmensurable.</p> <p>«Alguna especie de nave del espacio», pensó aturdido interiormente. Sólo que flotaba en el mar. Tendría que utilizar sus tubos eyectores como propulsión. La nave se movía hacia adelante, creando una pronunciada ola y probablemente a una marcha de ocho nudos. Mientras Harvey la observaba, la nave se volvió de repente, aunque no del todo, volviendo a rehacer su ruta previa. Sin la menor duda buscaba algo... ¿los restos de algún submarino destrozado, tal vez?</p> <p>El pensamiento a medio formar de Harvey no llegó a completarse. En algún lugar del interior del submarino, se produjo un claro y distinguible <i>ping.</i></p> <p>La respiración de Mendel pareció quedar cortada de repente, y Harvey sintió que los músculos de su rostro se le estiraban dolorosamente. Casi todos los hombres de a bordo sabían lo que significaba aquel ping. Era el asdic, una especie de dispositivo de detección antisubmarina.</p> <p>Por un instante, casi se sintió atacado de pánico, pero forzó a su mente a pensar con calma. «Piensa, hombre, <i>piensa.</i>»</p> <p>Casi al instante, sus pensamientos se hicieron claros y lógicos, yendo de un punto a otro con casi una sorprendente claridad.</p> <p>Tres de aquellas cosas le habían intentado dar caza la última noche; pero entonces no se produjeron los <i>pings</i>; entonces la cosa era diferente. La respuesta estuvo clara en su mente. Ellos sabían que el submarino estaba allí; pero no disponían de medios para hallarlo bajo la superficie, aunque sí eran suficientemente inteligentes para improvisar algo de la noche a la mañana. Su asdic, o lo que fuese, como dispositivo de detección, había sido montado en cuestión de horas y ahora se empleaba contra el <i>Taurus</i>. De hecho, el echarle el guante era cuestión de poco tiempo.</p> <p>—¡Vigilen los lanzatorpedos de proa! —ordenó con voz reposada, pero su mente corría a toda marcha. Ocho nudos...</p> <p>¿a cuántos podría aquella cosa desplazarse...? Lo mejor sería atacarle con torpedos de superficie a doce o quince pies de profundidad bajo el casco. Y comenzó a dar órdenes en voz clara, con las manos fuertemente apretadas a los brazos laterales del periscopio.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">La nave cruzaba lentamente la línea recta que se aproximaba al cruce de los hilos de araña del ocular del periscopio.</p> <p>—¡Número uno, fuego!</p> <p>El submarino se conmovió ligeramente, llegando a sus oídos el familiar sonido sibilante de un torpedo lanzado hacia su objetivo. Sin embargo, dentro y por encima, le llegó también el sonido de otro <i>ping.</i></p> <p>—¡Número dos, fuego!</p> <p>Mentalmente fue contando hasta cuatro y entonces gritó:</p> <p>—¡Inmersión!</p> <p>No tenía la menor intención de observar el resultado del torpedeamiento a través del periscopio; ya que si los torpedos fallaban, un enemigo con una tecnología tan avanzada, no tardaría en localizar su procedencia. Ya había decidido que tal enemigo, quienquiera que fuese, sobrepasaba técnicamente su propia cultura y conocimiento en mil quinientos años, de no ser más aún.</p> <p>Y mientras se sumergían en un ángulo pronunciado, se produjo un imperceptible choque.</p> <p>—Uno —pensó, con sombría satisfacción—. A menos que sean difíciles de ser dañados.</p> <p>Se produjo a poco otro segundo choque, esta vez más pronunciado y de repente se encontró cayendo pesadamente sobre Mendel. Se apagaron las luces, los paneles de cristal produjeron el musical tintineo de sentirse forzados por alguna extraña y poderosa fuerza y todos los objetos de metal depositados sobre paredes y armarios, se desparramaron sobre la cubierta interior del submarino.</p> <p>—¿Se encuentra bien? —preguntó al ponerse en pie a costa de un supremo esfuerzo.</p> <p>—De una pieza, señor —repuso Mendel, quejándose ligeramente—. ¿Qué ha ocurrido? —Y se respondió a sí mismo la pregunta formulada—: Tenemos que haber chocado con esa olla a presión o lo que corresponda a esa idea, sea lo que sea.</p> <p>Harvey gruñó algo entre dientes en señal de asentimiento y después solicitó informes de daños en el submarino. Ningún hombre había resultado herido.</p> <p>En menos de un minuto se había encendido la luz de emergencia y los asistentes reemplazaban las lámparas rotas.</p> <p>—¡Superficie! —ordenó. Y esperó mientras oía el ronroneo regular de las bombas y el gorgoteo del agua.</p> <p>—No creo que haya mucho que salvar, ¿no lo cree así, señor?</p> <p>—No. —Y miró a Mendel, quien a despecho del intenso calor, parecía sentir escalofríos.</p> <p>Harvey simpatizó con él; pero sabía que no habría nada que pudiera hacerse en cuestiones de auxilio. Un hombre se adaptaba a una situación imposible o estaba perdido. Mendel se hallaba profundamente trastornado, su imaginación era suficiente como para hacerse cargo de la situación; pero era un tanto rígida para identificarse con ella. Encararse con un enemigo normal bajo circunstancias más o menos normales, conocidos los posibles azares del combate y de la guerra, no es difícil para un hombre entrenado y con valor en la Marina; pero de cara a lo desconocido, a lo imponderable, añadido a todo ello la presión angustiosa de tales circunstancias, era algo contra lo que difícilmente podía prestarse ayuda.</p> <p>—Necesita usted un calmante —le sugirió el capitán con gentileza—. Vaya a la enfermería y tome dos «B-7».</p> <p>—Dos, señor... no creo...</p> <p>—Es una orden, Mendel.</p> <p>—Sí, señor. Muy bien, señor, ahora mismo.</p> <p>Harvey hizo un gesto de aprobación para sí mismo. Aquella orden podía salvar a Mendel de una posterior situación nerviosa difícil; el «B-7» le calmaría los nervios y le inhibiría del choque antes de que hiciese presa en él. Más tarde, se hallaría en condiciones de reanudar el servicio.</p> <p>—¡Arriba periscopio!</p> <p>A través de los oculares, el agua del mar parecía agitada y cenagosa; la superficie oleosa aparecía espesa con una capa de restos de una catástrofe en movimiento. Un enorme pez muerto, con el vientre hacia arriba, blanqueado por la luz del sol, se alejaba a la deriva lentamente fuera de su campo de visión.</p> <p>A lo lejos, algo enorme y correoso de aspecto, se estremecía débilmente y poco a poco también desapareció de su campo de visión.</p> <p>—Superficie —ordenó Harvey—. Avante a poca velocidad.</p> <p>No deseaba subir; pero tenía que hacerlo. Sabía que era su deber saltar fuera y exponerse al espantoso calor reinante en el ambiente exterior, para el caso de que hubiese algo que poder auxiliar.</p> <p>No había ni la menor brisa, y la atmósfera parecía aún más fétida que antes. El calor daba la impresión de haberse duplicado.</p> <p>¿Qué es lo que estaba buscando? Apenas si podría encontrar restos de ningún naufragio provocado por los torpedos atómicos ni restos posibles de aquella catástrofe, ¿no era así?</p> <p>Permaneció mirando el agua sombríamente, con aquellos montones de objetos informes nadando en la superficie y al enorme pez muerto medio sumergido al pasar a la altura de la torreta de mando del submarino. De pronto, pareció quedar rígido de asombro. Algo flotaba a la deriva en el agua, algo que llevaba un uniforme azul-negro y que brillaba en cierta forma como si fuese de metal. Cómo pudo haber escapado a la monstruosa explosión, fue cosa que Harvey no pudo nunca explicarse. Tal vez el estallido le hizo saltar fuera a gran distancia, aparentemente sin daño.</p> <p>Era un hombre; y evidentemente estaba muerto, y era... <i>humano.</i></p> <p>Era el cuerpo de un joven que no tendría más de veinte años, de cabellos rubios, ojos azules que miraban vacíos al cielo y un rostro fresco y aniñado.</p> <p>De alguna forma, la visión de aquella criatura hizo a Harvey sentirse interiormente enfermo. Secretamente, se había imaginado a la tripulación de aquella nave fantástica, si no como monstruos, al menos no humanos. Había pensado de ellos, como seres horribles con piel azulada u ojos sin párpados o incluso con manos articuladas sin huesos. El enemigo era un <i>hombre</i>, un muchacho muerto, un joven como Mendel.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Descendió la escalera metálica lentamente. Ya había visto cuanto tenía que ver. Con una voz que no parecía ser la suya, ordenó bajar el periscopio y trató de conducirse normalmente. Allí, al menos, las cosas <i>parecían</i> familiares, los paneles de control, los diales de los calibradores, los instrumentos de navegación, la pulida superficie del acero, los mecanismos. Estando allá abajo, cuando menos, pudo imaginarse que por encima de él se hallaban las familiares aguas del Atlántico Norte y no las fétidas aguas de un océano de millones de años en el pasado. Pensó si en la tierra distante, el dinosaurio sería todavía el rey de la fauna... ¿O tendría aún que llegar?</p> <p>—¿Encontró algo, señor? —le preguntó Mendel, que se le unió al instante, más en calma y seguro de sí mismo de nuevo—. Algunos peces muertos y deshechos en gran cantidad —repuso el capitán, teniendo que hacer un gran esfuerzo para no traicionar sus nervios. Le resultaba imposible hablar del hombre muerto, de aquel hermoso joven flotando muerto en aquellas fétidas aguas. Volvió de nuevo su atención al periscopio.</p> <p>—¿Espera más complicaciones, señor?</p> <p>Harvey se encogió de hombros.</p> <p>—Si perdemos una nave bajo circunstancias especiales, es preciso ir a buscarla, ¿no es cierto?</p> <p>Realizó una completa inspección circular con el periscopio entre aquel horizonte neblinoso y sonrió sombríamente.</p> <p>—No creo que su reacción sea muy diferente de la nuestra —dijo al primer oficial—. Esperemos hallarnos lo más lejos posible cuando llegue para ellos la posibilidad de encontrarnos.</p> <p>Apartó los ojos del periscopio y ordenó:</p> <p>—¡Adelante, a toda marcha!</p> <p>—¿No hace bajar el periscopio, señor?</p> <p>—Prefiero conocer lo que ha ocurrido, Mendel. Una carrera a ciegas bajo la superficie, puede meternos en la boca del lobo.</p> <p>Cinco minutos más tarde, Mendel le vio manipular cuidadosamente con los brazos laterales del periscopio, como tratando de centrar algo en el objetivo.</p> <p>—No les llevará muy lejos —dijo Harvey. Ahora que la crisis había pasado, se sintió en calma y con la cabeza serena—. Será mejor que eche un vistazo, Mendel. Podría tratarse de un sueño y tengo mis dudas.</p> <p>—Sí, señor. —Cuando retiró los ojos de los oculares, Mendel tenía el rostro pálido como la cera y un interrogante mudo en su mirada—. ¿Qué demonios es eso? ¿Una luna en pequeño?</p> <p>Harvey volvió a encogerse de hombros, al adelantarse de nuevo hacia los oculares del periscopio.</p> <p>—Parece lo suficientemente grande como para eso, ¿verdad? —Ya se había formado la idea de que aquella esfera tendría una milla de espesor. Bien, para hallar la circunferencia de un círculo, pensó..., no, no había tiempo para más cálculos—. Creo que es la nave madre —dijo brevemente.</p> <p>Mendel le miró atónito.</p> <p>—No comprendo nada, señor.</p> <p>—Se lo explicaré más tarde. —Y se volvió para ordenar—: ¡Grupo de proyectiles! ¡Dispuesto!</p> <p>Su mente volvió a los recuerdos de sus acciones en tiempos de guerra. <i>Piensa como el enemigo, colócate en su misma posición.</i></p> <p>Para su propia sorpresa, la imagen era casi clara en su mente. Si él estaba preocupado por ellos, ellos deberían estar probablemente más preocupados por <i>él</i>. Harvey les había clasificado como una raza estelar, probablemente en alguna especie de misión de vigilancia y exploración, y con seguridad comprobando la existencia de planetas adecuados para una futura colonización. Cuando sus instrumentos detectaron una evidente tecnología, no obstante ser primitiva para su estado evolutivo y de conocimiento superior, su comandante en jefe tuvo que haber pensado en un chocante dilema. ¿Cómo podía haber florecido una tecnología en un planeta, que por su simple proceso de evolución no podía sostenerla? Sin duda alguna, el hecho de que hubiese sido originado por otra raza estelar, tuvo que haber sido descartada como imposible. Sin duda alguna, el mando enemigo le tenía bastante bien clasificado ya, sabiendo con qué clase de energía estaba dotada su nave y qué nivel de tecnología tenían los que la construyeron. La cuestión se reduciría a cómo explicar su presencia allí.</p> <p><i>Piensa como el enemigo</i>. El mando enemigo, debería saber ya también que el misterioso navío era peligroso en su propio elemento. Claramente se advertía que era incapaz de dejar el agua y combatir en la superficie; en consecuencia, siendo esto una desventaja, su destrucción o su captura debería ser cosa fácil. El éxito obtenido por la nave con sus proyectiles subacuáticos se habían debido en su totalidad a la falta de precaución de parte de la nave exploradora; aquello y la desgracia y mala suerte de que los proyectiles diesen en una parte vital de la misma.</p> <p>Harvey hizo un gesto de aprobación para sí mismo. ¿No podría el mando enemigo llegar a la conclusión —lo que sería una presunción razonable— de que ya que el misterioso navío se hallaba confinado al agua, todas sus armas estaban concebidas para utilizarlas solamente en aquel elemento? Podría también darse el caso de que se considerase un tanto descuidado y pasar por alto el hecho de aquella mosca de agua que tenía bajo él, se sacara algún truco de la manga. El mando enemigo, sin la menor duda, sabía ya que la nave exploradora había sido destruida por un explosivo químico; pero ¿qué importancia podría tener un explosivo de tal clase contra una nave concebida y diseñada para viajar entre las estrellas? Harvey sopesaba concienzudamente todos aquellos razonamientos en la esperanza de que ello, básicamente, formaría los elementos de juicio del mando contrario.</p> <p>—¡Grupo de proyectiles! ¡Atención, dispuestos al lanzamiento!</p> <p>Tras aquella orden terrible, tuvo la súbita impresión, no sin la emoción consiguiente, de que no vencería a su enemigo. Iba a realizar un gesto, nada más, el <i>Taurus</i> era una nave de combate y él, como jefe, tenía que luchar e intentar vencer a su misterioso contrincante; eso era todo. Un gesto de autopreservación que sería mejor que correr y huir, si es que podía huir a cualquier parte, para hallar un lugar seguro donde refugiarse... pero ¿existía aquello en aquel momento del Tiempo? Ese puerto de seguridad sólo estaría construido, millones de años en el futuro...</p> <p>—¡Grupo de proyectiles, dispuesto, señor!</p> <p>Hizo para sí un gesto aprobatorio con una súbita calma, sintiendo el orgullo que latía en la respuesta que acababa de recibir.</p> <p>—¡Cuenta atrás!</p> <p>Y entonces sintió una desazón interior. El proyectil «Hunt», a pesar de su precisión, estaba diseñado para grandes objetivos terrestres, tales como grandes puertos o instalaciones militares de gran amplitud, no como interceptor.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Se apresuró a lanzarse sobre el periscopio. No podía fallar... La cosa se hallaba entonces casi exactamente encima y a no más de unos cinco mil pies de altura.</p> <p>—Cero... proyectil lanzado, señor.</p> <p>—¡En guardia para el siguiente!</p> <p>Harvey dispuso el disparo de dos de los proyectiles de cabeza atómica antes de intentar la inmersión y ordenar avante a toda marcha. Gracias a Dios, aquellas aguas cenagosas y recubiertas con una enorme capa de restos y suciedad le escondían bien de cualquier observación visual; pero a no dudar, algún grupo de científicos, allá arriba, en aquella Cosa monstruosa, como una luna en pequeño, según frase de Mendel, estaría determinando su situación y detectando el <i>Taurus</i> mediante instrumentos.</p> <p>—Dispuesto, señor.</p> <p>—¡Cuenta atrás! —Tal vez el primero pudo haber errado sus cálculos por algún escaso margen.</p> <p>En cuanto oyó «¡proyectil lanzado!», gritó instantáneamente «¡inmersión!» Sentía un gusto metálico en la boca y esperaba de un momento a otro salir volando en mil pedazos en el interior del agua.</p> <p>—¡Profundidad! ¡A toda marcha!</p> <p>Su mente comenzó a contar mecánicamente los segundos y al llegar a los doscientos, se sintió inclinado a concebir alguna esperanza de no ser cazado por sus misteriosos enemigos. Pero todavía no se hacía ilusiones; los proyectiles podrían haber causado su efecto al enemigo al disuadirles de cazarle para lo sucesivo; pero muy bien podrían volver a comenzar su ataque y su búsqueda. En la inverosímil circunstancia de un impacto directo a la Cosa, aquellas cabezas atómicas eran de tipo restringido para pequeños objetivos y probablemente no habrían podido hacer sino un boquete de cien pies de diámetro en la Cosa. En una nave de semejante tamaño, aquel logro, de no ser menor todavía, era algo, indudablemente un factor poco decisivo. Harvey había visto durante la Segunda Guerra Mundial barcos enormes con los puentes destrozados, con las superestructuras convertidas en chatarra, y los cascos agujereados por docenas de explosiones, llegar todavía a puerto por sus propios medios.</p> <p>El submarino se deslizaba entonces a su máxima velocidad bajo el agua, a treinta y un nudos, y comenzó a contar los minutos en vez de los segundos. Casi había llegado a contar siete, cuando un trueno terrible le alcanzó, retumbando por encima de los sonidos de los motores y máquina del <i>Taurus</i>. El submarino vibró de proa a popa pesadamente.</p> <p>El capitán dio una breve orden de parar los motores y esperó impacientemente que la nave submarina fuese perdiendo velocidad.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Los sonidos que le llegaron al oído resultaban casi aterradoramente familiares. Era el ruido de explosiones sordas como el de partes metálicas que saltan y mamparos que se derrumban. Lo habían visto y experimentado más de una vez. Objetos pesados, tales como cañones o cajas de munición, arrancados de cuajo por un impacto directo, habían ido a estrellarse contra el casco del submarino tan pronto como la nave comenzaba a escorarse. Una vez había visto una pesada puerta de compresión abrir un limpio agujero en el casco de un barco por la presión terrible del agua y del aire existente tras ella.</p> <p>—Trice, ¿qué piensa usted de esos ruidos?</p> <p>—Creo que corresponden a una nave desintegrándose en pedazos, señor —fue la respuesta del jefe de máquinas—. Y de una bien grande por cierto, rota y hundiéndose a toda prisa aunque parece que existe alguna máquina que sigue funcionando en alguna parte, ¿no lo escucha, señor? Tal vez disponga de algunas otras naves auxiliares... ¿La hemos alcanzado?</p> <p>—Sí, creo que le dimos fuerte.</p> <p>Y Harvey descubrió de repente que sus piernas estaban flojas y débiles y que le temblaban espasmódicamente. La había destruido, había deshecho aquella Cosa monstruosa cerniéndose en el cielo como una luna en miniatura; pero lo suficientemente grande como para ocupar el mercado entero de la ciudad en que había nacido.</p> <p>Un estado de excitación al borde de la histeria pareció adueñarse momentáneamente de su mente, haciéndole ver las cosas con una extrema lucidez durante unos instantes, y que fue rápidamente reemplazado por el imperio de la razón. No, la cuestión no habría tenido tanta importancia; no podría haberla hecho saltar en pedazos, sino que uno o ambos de los proyectiles lanzados la habrían averiado parcialmente, lo suficiente como para que no pudiese sostenerse en el aire. Había tardado casi siete minutos en caer desde cinco mil pies de altura, lo que claramente indicaba que no se había precipitado a la superficie del mar como una piedra.</p> <p>¿Por qué estaría deshaciéndose con tanta prisa? Y lentamente, comenzó a recapacitar que, en efecto, una nave diseñada para el espacio, no era más que un submarino; pero al contrario. El casco del <i>Taurus</i> estaba diseñado y construido para contener la presión de <i>afuera</i>, y una nave del espacio lo estaría para hacerlo desde <i>adentro</i>. El casco del submarino había sido construido para soportar la presión por pulgada cuadrada procedente del exterior, mientras que una nave espacial tenía que propender a combatir el vacío exterior con una fuerte presión interna. Sus mamparos, puertas de emergencia y de seguridad, por tanto, estaban diseñadas para detener el escape del aire hacia el exterior y estaban incomprensiblemente fallando cuando el agua, a presiones enormes, comenzaba a penetrar en su interior.</p> <p>Todavía pudo oír con claridad aunque algo sordamente, un débil murmullo que sugería evidentemente que una gran cantidad de maquinaria estaba todavía funcionando a toda capacidad, cosa que por otra parte nunca solía ocurrir, cuando el agua se pone en contacto con las máquinas...</p> <p>El primer aviso lo recibió al sentir una débil sensación de hormigueo en las manos y una peculiar sacudida en la base de la espina dorsal. Le pareció que el submarino dio dos vueltas sobre sí mismo y que en alguna parte un relámpago azulado recorrió una gran parte de la maquinaria del <i>Taurus</i>, además de oír el grito de muerte de uno de sus hombres, antes de perder el conocimiento. Cuando volvió en sí, se incorporó en el mismo lugar, estremeciéndose y medio conmocionado.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">La primera cosa que le sorprendió fue el silencio; todos los anteriores ruidos y mudas explosiones habían cesado en su totalidad. Aspiró aire profundamente, intentando liberarse a sí mismo de aquella terrible experiencia y del conjunto de tan fuertes sensaciones.</p> <p>—¿Novedades, jefe?</p> <p>—Es Wilkins, señor. Creo que está muerto. Se hallaba simplemente haciendo unas comprobaciones de rutina cuando la corriente saltó entre sus manos, electrocutándole, sin razón alguna.</p> <p>—¿Sin razón alguna?</p> <p>—Wilkins conocía su oficio, señor, el relámpago surgió con aquella especie de choque.</p> <p>—Comprendo. Pónganle en el cuarto de torpedos por ahora. En seguida iré a verle. ¡Superficie!</p> <p>Y cuando minutos más tarde miró a través del periscopio, su sorpresa fue tan enorme que no tuvo tiempo de reaccionar entre el alivio o el asombro. A su alrededor, se apreciaban las aguas grisáceas, barridas por el viento, del Atlántico Norte.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">—Bien, ese es el fin —dijo Laxland, que había estado últimamente paseándose de un lado a otro del despacho. Se había quitado las gafas y su rostro parecía haberse envejecido y endurecido al mismo tiempo—. Nosotros ya nos habíamos imaginado algo parecido.</p> <p>—Entonces, ¿me <i>cree</i> usted, señor? —La sorpresa de Harvey estaba teñida de una ligera sospecha—. ¿No está bromeando conmigo?</p> <p>—Por el contrario, ha de saber que ciertos crustáceos adheridos al casco del submarino dejaron de existir y sólo se conservan hoy como fósiles. —Y rió breve y repentinamente—. Los expertos a quienes envié a buscar al respecto lo confirman, pero no puede hacerse cuenta de ello, ya que naturalmente no les explicamos la naturaleza de la comprobación. En realidad, la verdad completa sólo será conocida por cuatro personalidades altamente calificadas de la Inteligencia Naval, quienes prepararán una completa y cuidadosa explicación convincente y detallada, con destino a los Departamentos más ortodoxos. La tripulación, naturalmente, presenció solamente una parte de la acción y no es probable que hablen del asunto, ya que cuando comiencen a explicar lo de un gran monstruo del mar, todo el mundo pensará que están contando historias para niños.</p> <p>—Está mi primer oficial Mendel, señor.</p> <p>—El teniente Mendel fue afectado por una fiebre desconocida que, afortunadamente, sucumbió a la acción de los antibióticos, pero que le hizo delirar durante varias horas. Sus recuerdos están confundidos con sus delirios y hemos procurado alentarle e inducirle a creer que todo ha sido un sueño. Desde luego, promete ser un material de primera clase en condiciones normales.</p> <p>—Pero si usted me cree... ¿por qué? —preguntó Harvey desalentado.</p> <p>—Resulta obvio, ¿verdad? —dijo Laxland, recogiendo el expediente—. No se mencionan cambios de temperatura o indiferencias que usted hubiese cambiado a tiempo. Atacado por una nave enemiga aérea que usted afirmó haber visto brevemente para describirla o identificarla, todo concuerda para que el Consejo examinador haya obtenido la conclusión de que usted estaba en su sano juicio. —Laxland sonrió—. Puede que le sorprenda a usted saber que hay hombres imaginativos, siempre alerta en la Inteligencia Naval. Cuando quedaron satisfechos, no era producto de una ilusión colectiva; deseaban el relato completo de la aventura y de lo ocurrido.</p> <p>Laxland cerró el expediente y lo puso aparte.</p> <p>—Bien, ahora, y sabiendo que usted no es un hombre de ciencia, capitán Harvey, no es obstáculo para que se haya formado una teoría respecto de lo sucedido y del porqué ese... digamos cambio del espacio tiempo.</p> <p>—Bien, señor. No creo que nada de eso tenga que ver con el <i>Taurus</i>. Creo que era algo que <i>ellos</i> estaban haciendo.</p> <p>—Continúe, por favor.</p> <p>—Yo creo —siguió Harvey, frunciendo el ceño, para poner en palabras sus pensamientos y recuerdos— que para una nave que viaje entre las estrellas tendría que existir algún principio que supere el concepto del Tiempo al igual que del Espacio. Yo tengo una idea muy vaga de semejante teoría; pero a menos que ellos distorsionen el Tiempo a igual relación al Espacio, un viaje interestelar tendría que ser algo que durase toda una vida y tal vez la duración de muchas vidas. Posiblemente las condiciones eran correctas también. Quiero decir, por ejemplo, que cuando las condiciones lo permiten, un operador de radio puede oír perfectamente a cualquier otro situado a la otra parte del mundo; pero no sucede así normalmente. Creo que, tal vez, ellos se hallaban comprobando sus fuentes de energía propulsora y de alguna forma sintonizaron con nosotros. Tal vez nosotros nos hallábamos en las circunstancias ideales para que tal cosa sucediese; posiblemente, por la exacta fuerza emanada de los reactores o por la misma energía de los circuitos que operaban en el Tiempo. Inconscientemente, ellos crearon una especie de curvatura del Tiempo y nosotros fuimos atrapados en tal fenómeno.</p> <p>Y cuando el agua del mar alcanzó tales mecanismos, se creó un cortocircuito y el proceso revirtió por sí mismo.</p> <p>—Esa es la teoría que me había formado, señor.</p> <p>Laxland hizo un gesto de aprobación y encendió un cigarrillo.</p> <p>—Parece una teoría lo bastante lógica de cara al hecho en sí, aunque, al igual que usted, yo tampoco soy un científico. —Laxland hizo una breve pausa—. Capitán Harvey, creo que lealmente puedo decirle que ha salido de todo esto bastante bien. Con fines del más alto secreto, su tripulación fue interrogada bajo el efecto de drogas especiales y todos ellos afirmaron su posición como verdadera. Sea lo que usted pudiera sentir interiormente, usted se comportó exteriormente con calma y aparentemente siempre al mando de la situación. —Laxland sonrió—. Obviamente, no vamos a darle una medalla por todo esto, pero sí podemos asegurarle que será usted ascendido rápidamente.</p> <p>Harvey hizo un gesto aprobatorio.</p> <p>—Gracias, señor, muchísimas gracias.</p> <p>Laxland le miró inquisitivamente.</p> <p>—¿Hay algo todavía que le preocupe?</p> <p>Harvey hurgó en busca de un cigarrillo en la caja, ya casi vacía.</p> <p>—Se trata de una pregunta, señor, y debo confesarle que siento una especie de complejo de culpabilidad. —Miró a Laxland, frunciendo el ceño—. Una raza altamente evolucionada podría caer en el barbarismo, crecer, multiplicarse y, en el transcurso de unos millones de años, volver a resurgir de nuevo a un estado de alta evolución, ¿no es cierto?</p> <p>Laxland frunció el ceño, por su parte, cuando le respondió:</p> <p>—Pues sí, sí, supongo que podría; pero no veo adonde quiere usted ir con eso...</p> <p>Harvey no pareció haberle oído.</p> <p>—Tenía un tamaño descomunal, fabuloso... pudieron haberse salvado tres o cuatro mil de entre ellos, de no ser más aún...</p> <p>—Me temo que aún no comprendo... —repuso Laxland.</p> <p>Harvey le miró directamente a los ojos:</p> <p>—Yo destruí la nave-madre y les impedí el retorno a su mundo de origen... pero no puedo evitar el pensar que nosotros seamos los descendientes de aquellos supervivientes.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>PERDIDO EN EL TIEMPO - Michael Moorcock</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">M</style>AX File se inclinó hacia adelante, dirigiendo una pregunta impaciente al compartimiento de dirección del vehículo.</p> <p>—¿Vamos muy lejos?</p> <p>Pero en aquel instante recordó que aquel coche no tenía conductor. Normalmente, como mariscal en jefe de la Fuerza Nuclear de Combate Europea, disponía de chofer; pero aquel día su destino era secreto y desconocido incluso para él mismo.</p> <p>El plan de ruta yacía secretamente guardado en el computador de control automático del vehículo. Se retrepó en su asiento trasero, decidiendo que resultaba inútil preocuparse más por la cuestión.</p> <p>El coche dejó al fin la Gran Vía aproximadamente media milla antes de tropezar con el circuito central de tráfico que regulaba, como una gigantesca rueda catalina, toda clase de vehículos con personas y mercancías en la zona urbana circundante. El coche se dirigía hacia la parte antigua de la ciudad y aproximándose a la campiña. En aquel aspecto File se sentía agradecido y satisfecho, aunque no quisiera admitirlo abiertamente. Por encima de su cabeza, todo el horizonte tronaba con el murmullo terrible de las vibraciones de aquel paraíso de la ingeniería; pero, al menos en la zona alejada de la ciudad, llegaba más apagado. El ruido resultaba enorme, aunque más caótico y, por tanto, más agradable al oído de File. Por dos veces, el coche se vio forzado a detenerse ante densas muchedumbres de peatones que salían en racimos de las estaciones públicas del tren, con rostros sudorosos, abriéndose paso como hormigas en su lucha diaria en busca de sus respectivos lugares de trabajo.</p> <p>File continuó impasible, aunque comprobaba que ya se estaba haciendo tarde para la reunión adonde estaba convocado. ¿Qué significado tendría aquel enorme Gargantúa que implacablemente parecía querer tragarse todo el continente? Era como un monstruo que nunca dormía y que jamás cesaba orgullosamente de rugir con su propia fuerza. Y, no obstante ser benevolente hacia sus cientos de millones de habitantes, no podía negarse el hecho de que cada una de aquellas criaturas era su esclava.</p> <p>¿Cómo habría llegado a tal situación, por qué se había convertido el mundo en semejante monstruo? Ya se hallaba el mundo tan superpoblado internamente, que sólo a costa de verdaderas dificultades, los seres humanos podían hallar sitio para poder vivir en él. «De haber sido visto desde el espacio —pensó—, ningún ser humano resultaría apreciable; parecería en conjunto una máquina siempre moviéndose a gran rapidez con una increíble fuente de energía, pero sin propósito alguno.»</p> <p>Max File no tenía mucha fe en la Comunidad Económica Europea ni en su capacidad para prolongar su vida indefinidamente. Había crecido rápidamente; pero por sí misma, sin el beneficio de los designios puramente humanos. Y ya podía detectar casi palpablemente las semillas de un inevitable colapso a escala mundial.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Pacientemente, el coche se dirigió a través de la multitud, encontró un pasadizo libre y después continuó en su complicada ruta. Eventualmente, seguía su camino entre un verdadero revoltijo de señales y signos, direcciones y encrucijadas, antes de detenerse frente a un pequeño edificio de diez pisos que mostraba en la fachada una sombría pero sólida marca visible de autoridad.</p> <p>Halló una serie de guardias a la entrada, presagiando la gravedad de la emergencia. File fue escoltado hacia un apartamento del quinto piso.</p> <p>Una vez allí, fue llevado con urgencia hacia una gran sala sin ventanas, con paneles de madera decorando las paredes y una quieta y segura iluminación. En la mesa oval, el Gobierno de la Comunidad Económica Europea ya estaba reunido y esperaba en silencio su llegada. Los ministros levantaron la mirada al entrar File.</p> <p>Todos ellos mostraban una singular y serena concurrencia con sus ropas oscuras uniformemente conservadoras y los inmaculados blocks de notas en geométrica disposición ante cada uno de ellos, sobre la mesa. Un aire de cuidadosa prevención prevalecía en la sala. La mayor parte de los ministros se limitaron a saludar en silencio a File, con leves gestos de severa cortesía, apartando la mirada de su persona acto seguido con estudiada frialdad. File devolvió aquellos gestos de frío saludo. Les conocía a todos, aunque no íntimamente. Por alguna razón, los ministros siempre propendían a conservar una determinada distancia hacia él, a despecho de la alta posición que ostentaba y para la que parecía haber sido destinado desde su nacimiento.</p> <p>Sólo el primer ministro Strasser se levantó para darle la bienvenida.</p> <p>—Siéntese, por favor, File —le dijo. Estrechó la mano del anciano cordialmente y se dirigió a su asiento en la gran mesa oval. Strasser comenzó a hacer uso de la palabra inmediatamente, con clara intención de ser breve e ir derecho a la grave cuestión que se planteaba.</p> <p>—Como todos sabemos —comenzó—, la situación en Europa ha llegado al mismo borde de la guerra civil. No obstante, la mayor parte de nosotros también sabemos que no nos encontramos aquí para discutir un plan de acción determinado. Y estoy hablando en su propio beneficio, File. Nos hemos reunido para hacer más comprensible nuestra posición y proponer una misión concreta.</p> <p>Strasser se sentó y dirigió un gesto solemne al hombre que se hallaba a su izquierda. Standon, pálido y huesudo, inclinó la cabeza hacia File y tomó la palabra.</p> <p>—La primera vez que nos reunimos para tratar de este problema, pensamos que no sería distinto de cualquier otra crisis histórica y que deberíamos en principio considerar las discusiones políticas y económicas de los diversos grupos en litigio, y decidir cómo luchar y enfrentarnos con tal situación. Pero no se tardó mucho en que descubriéramos nuestro error.</p> <p>»En primer lugar, llegamos a la comprobación de que Europa es sólo una entidad política y no nacional, descontando, por tanto, obviamente, cualquier base de acción. Después, intentamos llegar a la comprensión de la totalidad del sistema de tal y como pensábamos que era Europa... y fracasamos. ¡Como una economía industrial, Europa desborda cualquier comprensión!»</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Standon hizo una pausa y una extraña emoción parecía hacerse sentir tras de sus facciones inteligentes. Se removió como sintiéndose a disgusto y continuó en un tono más vigoroso:</p> <p>—Somos el primer Gobierno en la Historia que tiene una clara noción, y así lo admitimos, de que no sabe cómo controlar los acontecimientos. El continente a nuestra custodia política y económica se ha convertido en el fenómeno más masivo, complejo y sometido a mayor presión de lo que jamás haya aparecido en la superficie del planeta. Hemos dejado de conocer la forma de gobernarlo de la misma forma que ignoramos el mecanismo que controla el crecimiento de cualquier organismo viviente. Algunos de nosotros somos de la opinión de que la industria europea se ha convertido, de hecho, en un organismo viviente... pero desprovisto de la cordura y la certidumbre del correcto desarrollo que tiene un organismo natural, por insignificante que sea. Comenzó al azar y después siguió sus propias leyes. Entre nosotros hay uno —y señaló a Brown-Gothe, situado al otro lado de la mesa— que lo equipara a un cáncer.</p> <p>File caviló unos instantes sobre la similitud de las conclusiones del ministro, con sus propios pensamientos de minutos antes.</p> <p>—Europa sufre de comprensión —continuó Standon—. Todo está tan comprimido, las energías y procesos tan sólidamente adheridos entre sí, unos con otros, que la totalidad del sistema ha formado una masa conjunta. Políticamente hablando, no hay sitio en donde moverse. Consecuentemente, nos hallamos incapaces de advertir el curso de los acontecimientos, bien sea por computación o utilizando el sentido común, y, de la misma forma, nos hallamos igualmente incapacitados para decir qué resultará de cualquier acción determinada. En resumen: nos hallamos en una completa ignorancia del futuro, tanto si participamos en él o no.</p> <p>File miró de un lado a otro, a los componentes de la reunión de alto nivel. La mayor parte de los ministros miraban en silencio y pasivamente a sus agendas. Uno o dos, con Strasser y Standon, le miraban con expectación interesada.</p> <p>—Yo he llegado a idéntica conclusión por mí mismo —dijo File—. Pero son ustedes quienes tienen que decidir algo concreto y determinado.</p> <p>—No —repuso Standon—. Esta es la esencia de la cuestión. Si las cosas tuvieran algún resquicio de elección, ya lo haríamos, inclinándonos a un lado o a otro, y no existiría el problema. Pero no hay dos facciones, sino tres o cuatro, con otras en la sombra. La idea en sí de lo que es mejor, pierde todo significado cuando no sabemos qué es lo que va a suceder. Lógicamente, la destrucción de la comunidad es el único criterio de lo que resulta indeseable; pero incluso así, ¿quién sabe? Tal vez hayamos crecido tan monstruosamente que no haya posibilidad de existencia futura. No hay ideales que nos guíen. Y, en cualquier caso, ya no hay dirección deliberada por lo que a Europa concierne.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Standon apartó sus ojos de File y pareció retirarse íntimamente por unos instantes.</p> <p>—Podría añadir a todo esto —continuó— que, tras haber estado varias semanas pensando en el problema, somos todos de la opinión de que siempre ha ocurrido así en los asuntos políticos: sólo la ilusión de que existía espacio libre, proporcionaba a los hombres de Estado, en el pasado, la ilusión de que gozaban de libertad para determinar los acontecimientos. Ahora no hay espacio vacío, la ilusión se ha desvanecido y nos hallamos plenamente convencidos de nuestra inutilidad. Al propio tiempo, todo en sí es mucho más aterrador, como inmediata consecuencia. —Y se encogió de hombros levemente—. Por ejemplo, Europa, a causa de su masividad, podría absorber un mayor número de explosiones nucleares y continuar todavía funcionando. Apenas si tengo que añadir que en el momento presente, tales armas están a la mano de cualquier corporación de cierta importancia. Incluso hemos llegado a pensar de que existen bombas atómicas en poder de grupos minoritarios.</p> <p>File recapacitó con toda la calma de que fue capaz. De repente, la crisis había abocado a consideraciones prácticas y se había deslizado en el reino de la filosofía. Aquello parecía absurdo; pero no podía negarse el hecho en sí.</p> <p>Apreció la cautela y precaución de aquellos hombres capacitados y dueños de sí mismos. Al igual que ellos, File sentía el temor de la tiranía; pero la Historia suministraba muchas advertencias contra medidas preventivas tomadas a la ligera. Para precaverse contra la tiranía, asesinaron a César, pero bien poco después, las consecuencias de aquella estúpida acción habían sumergido al Estado en un reino de terror mucho peor que cualquier cosa que pudiera haberse imaginado en la época. Los ministros tenían razón: no existe bien parecido a la libre voluntad; pero un Estado sólo es gobernable a condición de que no sea lo suficientemente complicado como para exponerse a salir fuera de los cauces correctos, en cualquier caso.</p> <p>—Supongo que se habrá intentado ensayar todas las formas de analizar los acontecimientos —dijo entonces File—. ¿La cibernética?</p> <p>Standon le devolvió una sonrisa tolerante.</p> <p>—Se ha intentado ya todo.</p> <p>Como si fuese una sugerencia, habló un tercero. Se trataba de Appeltoft, cuya especialización era la ciencia y la tecnología; era más joven que los demás y, de alguna manera, también más emocional. Se dirigió a File:</p> <p>—Nuestra sola esperanza radica en descubrir cómo se organizan los acontecimientos en el futuro. Esto podría sonar un tanto especulativo para tan seria y práctica cuestión como la que aquí se debate ahora; pero a esa conclusión es a la que se ha tenido que llegar. Para tomar una acción efectiva en el presente, tenemos primero que conocer el futuro. Esta es la misión que hemos pensado para usted. El Centro de Investigaciones de Ginebra ha descubierto la forma de enviar a un hombre a varios años en el futuro y después hacerle volver al momento presente. Usted será enviado a diez años en el futuro para descubrir y comprobar lo que ocurrirá entonces y cómo se ha producido. Después, retornará usted, nos informará de sus hallazgos y utilizaremos esa información para que sirva de guía a nuestras acciones y también, científicamente, para analizar las leyes que gobiernan las secuencias del Tiempo. Así es cómo esperamos formular un método de gobierno humano que sea utilizado en edades futuras y, tal vez, suprimir el factor azaroso de los asuntos humanos.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">File estaba impresionado por aquel sorprendente e inaudito método que el Gabinete había adoptado para resolver su dilema.</p> <p>—Saldrá usted inmediatamente —le dijo Appeltoft, sacándole de sus cavilaciones—. Tras esta conferencia, usted y yo volaremos hacia Ginebra, donde los técnicos tienen el aparato dispuesto. —Un cierto tinte de lamentación se adivinó en su voz al añadir—: Me hubiese gustado ir yo mismo, pero... —E hizo entonces un gesto vago dirigiéndose a todos los miembros del Gabinete.</p> <p>—Entendido, señores —repuso File—. ¿Puedo saber por qué me han elegido a mí?</p> <p>Los ministros se miraron unos a otros. Strasser tomó la palabra.</p> <p>—La razón fundamental reside en su propia educación, Max —dijo con deferencia—. Las dificultades con que nos enfrentamos comenzaron ya hace toda una generación. El Gobierno de la época decidió educar un pequeño número de niños de acuerdo con un nuevo sistema educacional. La idea era desarrollar personas capaces de comprender en detalle la masividad de la moderna civilización, por medio de un aprendizaje forzado de cada uno de sus aspectos. El experimento fracasó. Todos sus compañeros de estudios perdieron su cordura. Sólo usted ha sobrevivido, Max; pero no se convirtió en el producto que habíamos esperado. Para prevenir cualquier fallo posterior de su mente, una gran parte de la información que fue inyectada a presión, pudiéramos decir, en su propia mente, fue suprimida después por medios hipnóticos. El resultado es su persona actual, tal y como es usted; un intelectual de gran altura, con una intensa curiosidad y un don especial para resolver las cuestiones más arduas. Le dimos el puesto que ahora ocupa y nos olvidamos temporalmente de usted en el otro aspecto. Ahora, usted y sólo usted, es la persona ideal para nuestro propósito.</p> <p>Interiormente, File se sobrepuso al impacto de aquella revelación, más aún porque concordaba bien con sus propias sospechas respecto a su origen.</p> <p>—¿Con que yo era el único para hacerlo, eh? Quisiera saber por qué.</p> <p>Standon miró con firmeza a File. De nuevo aquella extraña emoción pareció bullir en su interior, bajo sus facciones, pero sin que traicionase los músculos de su rostro.</p> <p>—Por nuestra determinación, Mister File. Porque sea lo que ocurra, de todas formas, usted posee la capacidad de hallar una salida.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">File abandonó el edificio incluso más despierto respecto a sus especulaciones que antes. Appeltoft le acompañó y el coche se dirigió suavemente hacia el más próximo centro aeronáutico.</p> <p>Entonces tenía ya en su mente la mayor de todas sus especulaciones. Sí, no había duda en que la explicación de los titánicos fenómenos hacia los cuales era conducido yacía en las secuencias del Tiempo.</p> <p>Mirando a su alrededor, vio cuan literalmente eran ciertas las declaraciones que acababan de hacerle los ministros. Tras la formación de la Comunidad Europea, en la cual se habían integrado finalmente todos los países europeos, la capacidad del continente se había acelerado fantásticamente. El desarrollo económico se había elevado a tanta altura que eventualmente se hizo necesario restringirlo en toda su estructura desde los propios cimientos. Pero, paso a paso, y fase tras fase, habían determinado un conjunto tal de apoyos y contrafuertes que se había convertido en una cosa maciza hasta que la Comunidad llegó a estar pegada al propio suelo como un rígido e incambiable monstruo, rugiendo y estallando por todas partes con una sobrecarga de energía. Incluso las construcciones arquitectónicas aéreas, como promesa del siglo anterior, no se habían materializado. Las construcciones que desfilaban al paso del vehículo tenían una apariencia de pesadez y grandeza wagnerianas, bloqueando hasta la propia luz del sol.</p> <p>Se volvió hacia Appeltoft.</p> <p>—De manera que dentro de una hora estaré a diez años en el futuro... ¡Qué afirmación más ridícula!</p> <p>Appeltoft rió de buena gana a su amigo, como si apreciase aquella aparente paradoja.</p> <p>—Pero... dígame —continuó Max File—, ¿se encuentra usted tan realmente ignorante respecto a la naturaleza del Tiempo y con todo se ve usted capaz de efectuar un viaje a su través?</p> <p>—No estamos tan ignorantes de la naturaleza del Tiempo como supone, amigo File, ni sobre su estructura y organización. Las ecuaciones que nos capacitan para realizar esa transmisión a través del Tiempo, no sugieren tal ignorancia; de hecho, demuestran que el Tiempo no tiene secuencias en absoluto, lo cual difícilmente pueda ser posible.</p> <p>Appeltoft hizo una breve pausa. Su conducta y maneras respecto a File dieron a éste motivo para pensar que el científico todavía estaba resentido por no permitírsele ser el primer viajero en el Tiempo, aunque trataba de ocultarlo. File no se lo reprochó. Cuando un hombre ha trabajado frenéticamente en algo, tiene que recibir un verdadero golpe al ver que un extraño va a recibir los primeros frutos de su trabajo.</p> <p>—Existen dos teorías —continuó Appeltoft eventualmente—. La primera, y a la que yo presto mi asentimiento especial, es el juicio del sentido común: pasado, presente y futuro discurriendo en una única línea discontinua y, sin embargo, ocupando una peculiar disposición en la misma. Desgraciadamente, esta idea no deja posibilidad alguna de formulación matemática.</p> <p>»La otra, que sostienen algunos de mis compañeros de trabajo, es así: que el Tiempo no es realmente un flujo que se mueva hacia adelante, en absoluto. Existe como una constante. Todas las cosas están, de hecho, ocurriendo simultáneamente al instante; pero los seres humanos no tienen percepciones para verlas así. Imaginemos un escenario circular, con una secuencia de acontecimientos que giran alrededor de un centro, en diversos escenarios, digamos en los períodos de la vida de un hombre. En tal caso, estarían representados por diferentes actores; pero en la actualidad del Tiempo, el mismo hombre representa todas las partes. De acuerdo con esto, una alteración en una escena, tiene un efecto sobre todas las subsiguientes escenas de todo el círculo, hasta volver al principio.»</p> <p>—Así, el Tiempo es cíclico... lo que se hace en el futuro puede influenciar el futuro pasado, ¿no es así?</p> <p>—Sí, si la teoría es correcta. Se han derivado algunas formulaciones; pero no funcionan muy bien. Todo lo que sabemos realmente es que podemos depositarle a usted en el futuro y probablemente retraerlo al presente de nuevo.</p> <p>—¡Probablemente! ¿Es que han tenido fracasos?</p> <p>—El 33% de los animales utilizados como prueba no han retornado —concluyó Appeltoft alegremente, y como la cosa más natural del mundo.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Una vez en el Centro Aeronáutico, les llevó menos de una hora llegar hasta el Centro de Investigaciones de Ginebra. Desde la plataforma receptora del techo, Appeltoft condujo a File casi una media milla hasta llegar a los laboratorios subterráneos. Finalmente, se sacó del bolsillo una llave de aspecto antiguo, unida a una cadena y a cuya llave estaba adherida una diminuta radio-clave. Tras haber apretado un pequeño botón, una puerta se deslizó suavemente frente a ellos. Entraron en una gran cámara pintada de un azul claro cuyas paredes estaban alineadas, con lo que daba el aspecto de ser unos huecos para un computador de programación electrónico. Esperándoles, había un cierto numero de técnicos con blancos uniformes.</p> <p>Ocupando el centro de la cámara se encontraba un sillón montado sobre un pedestal. Un brazo giratorio sostenía una pequeña caja con instrumentos registradores en las superficies externas; pero la más notable característica eran las tres barras traslúcidas que parecían irradiar una extraña luminosidad precisamente tras el sillón, una de ellas dirigida hacia arriba, perpendicularmente, y las otras dos en ángulos rectos, una a cada lado.</p> <p>El suelo aparecía cubierto con unas bovedillas que soportaban toda una red de espiras y canales semiconductores de electrones, surgiendo radialmente del sillón como una tela de araña. File comenzó a preguntarse a sí mismo qué sería todo y a intentar interpretar en la seudocientífica jerga contemporánea cuál sería la manera de entender técnicamente semejante montaje. Electrones... indeterminación... ¿para qué se utilizarían aquellas barras?</p> <p>—Este es el aparato de transmisión en el Tiempo —dijo Appeltoft, sin más preámbulos—. El aparato permanecerá aquí en el tiempo presente; sólo ese sillón con usted sentado en él, realizará por sí mismo la transferencia del Tiempo.</p> <p>—Entonces, ¿lo controlan ustedes todo desde aquí?</p> <p>—No exactamente. Para decirlo así, será un «vuelo potenciado» y usted utilizará los controles. Nosotros podríamos hacer algo si la misión sufre algún percance equivocado, tal vez no. Probablemente ni lo sepamos. Las tres barras que acompañan al sillón representan las tres dimensiones espaciales. Conforme vayan rotando en el verdadero espacio, el movimiento del Tiempo comenzará.</p> <p>Andando con cuidado entre las bovedillas del suelo, se fueron aproximando al sillón. Appeltoft explicó el significado de los controles e instrumentos.</p> <p>—Este es su velocímetro, y no tiene que preocuparse por su control, funciona automáticamente. Este interruptor de aquí es la «parada» y el «arranque»; ya ve, donde esté marcado.</p> <p>»Este otro proporciona el tiempo exacto que usted ocupa, en años, días, horas y segundos. Todo se encuentra programado para su experiencia. Como verá, ahora ocupa el punto cero. A su llegada, marcará diez años.»</p> <p>—Un tiempo determinado, ¿eh? —murmuró File—. Esto podría tener dos significados, según lo que me ha dicho antes.</p> <p>Appeltoft aprobó con un gesto.</p> <p>—Es usted astuto, File. Pragmáticamente, mi particular punto de vista de la línea recta del Tiempo está más próxima a la operación del transmisor. De todas formas, es la forma más sencilla de captarlo.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">File estudió el aparato durante casi un minuto, sin hablar una palabra. El silencio iba haciéndose más denso. Aunque no se daba cuenta, la ansiedad iba en aumento.</p> <p>—Bien, no se quede ahí parado —restalló Appeltoft con súbito mal humor—. ¡Siéntese ya de una vez en ese condenado sillón! ¡No vamos a perder todo el día!</p> <p>File le devolvió una mirada de reprobación. Appeltoft se apresuró a disculparse.</p> <p>—Lo siento, File. Si usted supiera... qué celoso me encuentro de usted... Ser el primer hombre que tenga la oportunidad de descubrir el secreto del Tiempo. Es el secreto del propio Universo.</p> <p>«Bien —pensó File—, si yo tuviese su determinación, podría haber sido un científico y haber realizado descubrimientos por mí mismo, en lugar de ser un aficionado sabelotodo.» Sí, un aficionado —concluyó en voz alta.</p> <p>—¿Cómo? —preguntó Appeltoft—. Bien, vamos, adelante.</p> <p>File se subió al sillón y tomó asiento en el construido a espaldas del mismo, con las lentes de una cámara apuntadas sobre sus hombros.</p> <p>—¿Sabe lo que tiene que buscar? —preguntó Appeltoft finalmente.</p> <p>—Supongo que sí. Además, quiero ir al igual que usted.</p> <p>—De acuerdo, pues. Confiamos en su capacidad. Presione el botón de «arranque». Revertirá automáticamente en el de «pare» al final de la jornada.</p> <p>File obedeció. Al principio, no ocurrió nada. Después, tuvo la impresión de que aquellas barras traslúcidas, que podía ver por el rabillo del ojo, rotaban en el sentido de las agujas de un reloj; aunque no parecían cambiar de posición. Al mismo tiempo, la cámara parecía girar en dirección opuesta, y de nuevo continuó el movimiento sin cambio de posición.</p> <p>El efecto era casi por entero el de sentirse muy borracho y File se sintió mareado. Retiró los ojos del velocímetro. Un minuto, otro después. ¡Estaba marcando el tiempo! Dos, tres...</p> <p>Con un fantástico e irreal efecto de parpadeo, el laboratorio se desvaneció de su mirada. Se hallaba en un medio neutral, como envuelto por una niebla gris, extraño y sin sensaciones especiales.</p> <p>La primera que comenzó a sentir fue la de estar tomando parte en el movimiento rotatorio, notablemente inclinado hacia su izquierda. Conforme aumentaba el ángulo de inclinación desde la vertical, la segunda sensación se incrementó, un impulso de aceleración, una reunión de efectos de velocidad hacia un destino sin nombre.</p> <p>000001. 146. 15.0073... los números se deslizaban en los registradores rápidamente hacia el lado derecho, y después, lentamente, hacia el izquierdo.</p> <p>000002-3-4-5-6-7...</p> <p>A poco se sintió acometido de náuseas y la sensación de girar en redondo... y después en sentido contrario. Las luces le hacían daño en los ojos.</p> <p>000010.000.000.000</p> <p>Cuando se fue acostumbrando la luz era realmente opaca. Todavía se encontraba en el laboratorio; pero aparecía desierto, iluminado por luces de emergencia que resplandecían débilmente en el techo. No aparecían ruinas por ninguna parte, ni signos de violencia; pero el lugar estaba obviamente vacío desde hacía algún tiempo.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Descendiendo del asiento, bajó hasta el suelo y utilizando la llave adherida a la diminuta radio que Appeltoft le había entregado, cruzó la cámara desierta, la abrió y cerró después tras de sí. Caminó a lo largo del corredor y a través de los demás departamentos.</p> <p>La totalidad del Centro no parecía haber quedado desierta desde hacía diez años; algo drásticamente extraño tuvo que haber ocurrido. Frunció el ceño, disgustado. Bien, para eso se encontraba allí. Tenía que seguir adelante.</p> <p>Las calles de los niveles altos de Ginebra aparecían igualmente desiertas. Pudo apreciar los picos de las montañas claramente en la lejanía, sobresaliendo por encima y entre las vías y autopistas metálicas de la ciudad. El ruido propio de la circulación de la ciudad había desaparecido. Apenas si se oía algún ruido, excepto algo irregular y poco perceptible. Conforme subía por una rampa en un cruce vio una o dos personas solitarias. Jamás había visto tan poca gente. Tal vez la forma más sencilla de descubrir qué era lo ocurrido sería la de ir y localizar alguna biblioteca y leer algún relato reciente de Prensa. De todos modos, aquello le proporcionaría una pista.</p> <p>Llegó hasta el edificio, tras haber recorrido toda una serie de calles desiertas. Un enorme letrero lucía sobre la entrada, pintado en negro, que rezaba:</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">SÓLO PARA HOMBRES</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Confuso, File entró alumbrado por una fría media luz y se aproximó a un joven que se hallaba en el puesto de información.</p> <p>—Perdóneme —dijo al joven, mientras que éste sacaba de un cajón oculto una pistola con la que le apuntó sin más miramientos.</p> <p>—¿Qué es lo que desea?</p> <p>—He venido a consultar algunos textos recientes que se relacionen con el desarrollo de Europa en los pasados diez años.</p> <p>El joven hizo una mueca con los labios apretados. Todavía apuntándole con el arma, repuso:</p> <p>—¿Desarrollo?</p> <p>—Bien, soy un estudiante, y todo lo que deseo es información.</p> <p>El joven puso la pistola a un lado y con una mano oprimió los botones de un sistema de índices. Tomó dos tarjetas que entregó a File.</p> <p>—Quinto piso, sala 543. Aquí está la llave. Cierre la puerta al entrar. La pasada semana, un grupo de mujeres rompió toda una fila de barricadas y trataron de quemarnos vivos. Se ve que les gusta la carne cocida de antemano, ¿eh?</p> <p>File hizo un gesto vago, sin responder nada. Se dirigió hacia el ascensor. El joven le llamó la atención.</p> <p>—Para ser un estudiante aplicado, se ve que sabe usted poco de esta biblioteca. El elevador no funciona desde hace cuatro años. Las mujeres controlan toda la energía eléctrica de los días en que vivimos.</p> <p>Todavía sumido en la mayor perplejidad, File subió por la escalera hasta el quinto piso, abrió la puerta, entró y la cerró tras él.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Sentado tras el visor, File fue apretando los botones apropiados sobre el panel que tenía frente a él y las páginas comenzaron a aparecer aumentadas en una pantalla iluminada.</p> <p>Hm... Veamos... Investigación de los miembros de la Fundación Dalmeny. Estudio VII: RESULTADOS PARCIALES DEL EXPERIMENTO BÁVARO.</p> <p>«Siendo inminente el estallido de la guerra civil, el Consejo la evitó, prometiendo a regañadientes y totalmente en contra de su voluntad, que se darían satisfacciones a los problemas de la supercompresión. Esto, como ahora sabemos, fue sólo una acción dilatoria, ya que admitieron, más tarde, que eran incapaces de predecir las consecuencias del rumbo de los acontecimientos ulteriores. La facción, una de las más poderosas, encabezadas por el desaparecido Stefan Utermoyer, solicitó que se permitiese un experimento controlado.</p> <p>«Incapacitados para resistir más, el Consejo estuvo dispuesto, aunque en contra de su voluntad, de que una gran parte de Baviera quedase aparte y no sujeta al control central del Gobierno, a fin de que los planes de la facción de Utermeyer pudiese llevar a cabo sus ideas. El plan exigía una completa segregación sexual. Hombres y mujeres fueron separados drásticamente y sometidos a un acondicionamiento psíquico para producir un fuerte odio y repulsión de un sexo hacia el otro. Después se llegó a condenar con la pena de muerte cualquier contacto entre sexos opuestos. Esta acción tuvo que ser reforzada con frecuencia, aunque no con la que se había determinado originalmente. Por una curiosa ironía del destino, Utermeyer fue uno de los primeros en ser castigados por las consecuencias de tal acto.</p> <p>»En estos días es difícil establecer un claro resultado de este experimento, que dio como consecuencia una guerra literal entre los sexos opuestos que hoy existe, incluso con actos de canibalismo, y en el que cada sexo considera como legal comerse a un miembro de la parte contraria; pero es obvio que las medidas de reasimilación estuvieron muy lejos de alcanzar el éxito previsto y, puesto que el credo así formado se extendió rápidamente por toda Alemania, Escandinavia y otros países, han producido un increíble agotamiento de la vida humana en el Norte de Europa. Como natural consecuencia del resultado obtenido, la repoblación se llevará a cabo obviamente por las hordas vagabundas de España y Francia, que presionan hacia el norte. Europa, colapsada, está presta a la conquista, y cuando todas las rencillas entre los Estados Unidos y el resto de América se hayan deslindado, bien sea por derramamiento de sangre o por negociaciones pacíficas, la única salvación de Europa será la de inclinarse hacia uno de esos poderes. Sin embargo, y pese a todo, ambos de esos poderes tienen problemas similares a los de Europa, en sus últimos días de cordura nacional.»</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Files apretó los labios, consultó la otra tarjeta y presionó otra serie de nuevos botones de control.</p> <p>—«Nadie podía haber predicho esto. Pero, por el aspecto, debe haber más aún. Veamos lo que es esto: RESULTADOS Y HALLAZGOS DEL COMITÉ VINER EN LA INVESTIGACIÓN DE LA DESINTEGRACIÓN SOCIAL DEL SUR DE EUROPA.</p> <p>—«Los términos de referencia del Comité son los siguientes: investigar la desintegración de la sociedad pre-experimental de Europa, en el Sur del continente europeo y sugerir medidas para reorganizar la sociedad en un tono operante.</p> <p>«Brevemente expuesto, y como es generalmente sabido, el Consejo Europeo concedió permiso a Grecia para experimentar un Grupo de Fases de Población. El Grupo, utilizando los principios de animación suspendida, descubierta años antes por Batchovski, instituyó un total control de la natalidad y puso a las tres cuartas partes de la población de Grecia en situación de animación suspendida; siendo la otra cuarta parte restante suficiente como para llevar adelante los servicios públicos y sociales, razonando, demasiado racionalmente con seguridad, que por este procedimiento la futura población no sufriría la explosión demográfica y que ésta sería evitada, con lo cual una menor superpoblación mantendría la paz y el equilibrio que una sociedad pacífica necesita para su desenvolvimiento.</p> <p>»Tras un tiempo dado, la primera cuarta parte de la población sufriría igualmente la animación suspendida y sería reemplazada por el siguiente cuarto, y así sucesivamente. Este proceso de fases sucesivas parecía más razonable solución al Problema de Europa, como se le llamaba generalmente.</p> <p>»Sin embargo, al mantener a la población en un estado de claustrofobia, el sistema produjo un efecto de extremada agorafobia. El pueblo, estando acostumbrado a vivir en proximidad social, se hizo inquieto, y la tensión que había precedido al experimento, se volvió por canales insospechados. Revueltas, signos evidentes de una extrema neurosis; las gentes, desprovistas de toda sensatez y sordas a toda razón, atacaron a las llamadas Bóvedas de Animación Suspendida, o depósitos de hibernación humana, y solicitaron violentamente la puesta en libertad de sus parientes y amigos. Las autoridades intentaron por todos los medios argumentar con ellas, pero en la revuelta que siguió, fueron o bien muertas u obligadas a escapar del país. Incapaces de operar con las máquinas que conservaban al resto de la población en estado de hibernación, las turbas destruyeron todo, matando así a las gentes a quienes habían intentado reanimar a la vida.</p> <p>»Cuando el Comité llegó al Sur de Europa se encontró con una sociedad en completa decadencia. Se hicieron intentos de paliar la situación. Las gentes que estaban viviendo en las vastas zonas despobladas en pequeños grupos, luchando bajo el influjo de las rugientes bandas procedentes de Francia, España e Italia, influenciadas por un fanático religioso que, inesperadamente, había comenzado a predicar un anatema contra un mundo automatizado, aunque práctico. Esta «vuelta a la Naturaleza», como movimiento nuevo, se convirtió en una bola de nieve. Se destruyeron todas las estaciones suministradoras de energía, importándose millones de toneladas de tierra procedentes de África para esparcirla sobre las ruinas. En el caos subsiguiente, el pueblo luchó desesperadamente para adquirir algo de la espantosa escasez de alimentos y productos útiles a la supervivencia, resultado del poco alimento que podía dar una tierra improductiva: Inglaterra, ya sufriendo los efectos de tal caos y bancarrota de la civilización, se hallaba igualmente incapaz de obtener suficientes alimentos para mantener precariamente a su propia población; había comenzado a enviar cierta ayuda, pero tuvo que verse forzada a retirarla y considerar sus propios problemas nacionales y a la súbita extensión de una enfermedad desconocida, parecida al tifus, que se descubrió procedía de los refugiados yugoslavos que habían sufrido en su carne los terribles efectos de una alimentación sintética, producto que contenía los gérmenes de tal enfermedad. Para cuando se llegó al sur de Europa, se habían desintegrado todos los servicios generales en todo el continente y sólo la Fundación Dalmeny (que nos había comisionado especialmente) y media docena de grupos menos organizados, nos las arreglamos para mantener lo que pudiéramos considerar una cierta especie de actividad académica...»</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Conforme File iba leyendo aquellos textos deprimentes, sintió cómo poco a poco la sangre se retiraba de sus mejillas. Finalmente comprobó y volvió a comprobar los documentos y terminó por permanecer perplejo y profundamente pensativo ante la magnitud de aquella catástrofe.</p> <p>La desatinada naturaleza de aquellos experimentos, le dejó aplanado. Nada podía ser mejor confirmación de lo que se le había dicho en la reunión del Gabinete, lo que entonces le hizo dudar, que cualquier cosa que pudiera hacerse, resultaría inútil para evitar tal futura calamidad. Si los hombres eran tan ciegos y estúpidos ¿sería capaz incluso la mente sagaz e incisiva de Appeltoft de poder salvarlos? Incluso suponiendo que tuviese éxito en realizar un análisis practicable y útil de la ciencia de los acontecimientos, procedente de la información que File había obtenido...</p> <p>Aquella parte de la cuestión, estaba fuera de su alcance. Tal vez la confianza de Appeltoft residiese en otra cosa. Impaciente, volvió de nuevo al laboratorio, se subió al sillón, dispuso los controles de la máquina del Tiempo y presionó el botón de «arranque».</p> <p>000009.000.00.0003...</p> <p>Pronto una neblina gris le rodeó por todas partes como antes. La rotación y el momentum físico comenzaron a impresionar sus sentidos.</p> <p>Después, los calibradores comenzaron a saltar fuera de todo control, como agujas locas en una brújula situada sobre el Polo Norte, marcando y determinando posiciones de locura: 009000. 100.02.000 − 000175.000.03.0800 − 6309-46.020. 444.1125.</p> <p>Algo había ido mal. Desesperadamente trató de detener la máquina e inspeccionar los controles. Todos los diales registraron entonces el punto cero.</p> <p>Y el laboratorio había desaparecido totalmente. Se hallaba rodeado por una total oscuridad.</p> <p>Se hallaba en el Limbo.</p> <p>00000.000.00.000.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">File no pudo darse cuenta de cuánto tiempo progresó a través de aquel vacío total. Gradualmente, la nebulosidad comenzó a retornar y después, tras de lo que le pareció toda una eternidad, un flujo de impresiones extrañas comenzaron a cobrar vida ante sus ojos.</p> <p>Al final, la máquina se detuvo; pero no se detuvo a ver lo que le rodeaba. Presionó de nuevo el «arranque». No ocurrió nada. File fue, inspeccionó sucesivamente todos los diales, echando un vistazo al que Appeltoft le había dicho que era el «potencial del Tiempo», esto es, su capacidad para viajar a su través.</p> <p>La manecilla marcaba cero. File se sintió desamparado.</p> <p>«<i>El treinta por ciento de los anímales que sirvieron de experimento, no retornaron...</i>» Aquella advertencia de Appeltoft le pasó sardónicamente por la memoria.</p> <p>Las cámaras situadas tras sus hombros, zumbaban casi imperceptiblemente conforme registraban la escena en microbandas. Desorientado, File levantó la cabeza y echó un vistazo a su alrededor.</p> <p>La visión del panorama que le rodeaba, era hermosa; pero extraña y casi irreal. El paisaje consistía en un desierto recubierto de un polvo anaranjado, sobre el que soplaban lo que parecían ser nubes, masas purpúreas rodando y moviéndose sobre aquel inmenso desierto. Sobre el horizonte de aquella escena de desolación, era visible el perfil de una grotesca arquitectura... ¿o serían formaciones naturales del terreno?</p> <p>Miró hacia arriba. No había nubes en el cielo, evidentemente eran demasiado densas como para flotar en el aire libre. Un pequeño sol parecía suspendido a baja altura, rojizo en un cielo azul donde podían apreciarse débilmente las estrellas.</p> <p>Sintió cómo el corazón le latía rápidamente, al darse cuenta de ello, comprobó igualmente que estaba respirando mucho más profundamente que lo usual y a cada tres inspiraciones se producía como un agarrotamiento en la garganta. ¿Estaría tan lejanamente sacado de su propio tiempo que incluso la atmósfera era distinta?</p> <p><i>¡Skrrak!</i> El sonido le llegó como un soplo de frágil calidad auditiva sobre aquel aire tan poco denso. File volvió la cabeza perplejo.</p> <p>Un grupo de seres bípedos avanzaba hacia él apoyándose en delicados miembros huesudos, y en formación dispersa, marchando sobre los estratos de nubes purpúreas que les llegaban a la altura de las rodillas y que seguían rodando sobre el suelo a unos cientos de yardas de distancia. Eran humanoides; pero de aspecto feo, esqueletal, y claramente no humanos. El jefe, o el que parecía serlo, que debería tener unos siete pies de altura, gritó y apuntó hacia File y la máquina. Otro hizo un gesto con la mano:</p> <p>—«<i>So Skrrak... dek svala yaal</i>!»</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">El grupo, compuesto por unos diez miembros en total, llevaba unas largas y esbeltas lanzas y el torso y las piernas recubiertas con un pelo espeso. Sus cabezas triangulares tenían unos abultados rebordes huesudos sobre y bajo los ojos de tal forma, que parecían llevar puestos cascos sobre la cabeza. Unos delgados cabellos revoloteaban alrededor, hecho que File advirtió al aproximarse más aún, haciéndolo cautelosamente y muy despacio.</p> <p>Al aproximarse File comprobó que algunos de ellos portaban unas curiosas armas en forma de rifle y que el jefe tenía, además, un instrumento en forma de caja con una montura provista de lentes en un lado, que apuntaba en su dirección.</p> <p>File sintió el calor de un rayo verde pálido y trató de evitarlo. Pero aquella fantástica criatura lo mantuvo diestramente sobre él. Tras uno o dos segundos, un sordo murmullo comenzó a sentirse en su cerebro; una serie de fantásticos colores le absorbieron por completo, separados en ondas de blanco y oro. Las imágenes geométricas brillaban tras sus ojos. Después, palabras, al principio en su cerebro, y después audibles en el oído.</p> <p>—Extranjero..., ¿cuál es tu tribu?</p> <p>Estaba oyendo la lengua gutural de aquella extraña criatura... y comprendiéndola. El jefe tocó una conexión sita sobre el tope de la caja y el rayo parpadeó y se cortó.</p> <p>—Soy de otro tiempo —repuso File sin énfasis alguno.</p> <p>Los guerreros levantaron sus armas inquietos. El jefe hizo un gesto rígido, como si su estructura ósea no le permitiera movimientos fáciles.</p> <p>—Eso podría ser una explicación.</p> <p>—¿Explicación?</p> <p>—Sí, he estado conversando con las demás tribus y tú no correspondes a ninguna de ellas. —El guerrero levantó su enorme cabeza para hacer un escrutinio rápido sobre todo el horizonte visible—. Nosotros somos los Yuk. A menos que intentes partir inmediatamente, lo mejor que harías sería venir con nosotros.</p> <p>—Pero mi máquina...</p> <p>—También la llevaremos. No querrás que sea destruida por los Raxa, quienes no permiten la existencia de cualquier otra criatura viviente o artefacto, excepto ellos mismos.</p> <p>File se debatió interiormente por unos momentos. El sillón y las tres barras eran fácilmente portables; pero... ¿sería prudente llevárselos?</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Perezosamente, presionó de nuevo el inútil «arranque». ¡Maldición! Puesto que la máquina ya no funcionaba de ningún modo, ¿qué diferencia había en que pudiera ir hasta la Luna? Y la idea de marcharse con aquellas criaturas cuando su solo objetivo era el de volver al Centro de Ginebra, parecía el más completo de los absurdos.</p> <p>Un terrible sentimiento de fracaso se abatió sobre File. Comenzó a sospechar que jamás podría soñar con volver a Ginebra. Los científicos sabían que existía algún fallo en sus métodos de transmisión a través del Tiempo; y ahora él sabía que el sillón y sus barras habían perdido todo contacto con el equipo del laboratorio. De hecho, ya no era una máquina del Tiempo, lo que significaba que estaba condenado sin remedio a permanecer allí para el resto de su vida.</p> <p>Desamparado, dio finalmente su consentimiento. Un cuarteto de aquellos guerreros tomaron el aparato y el grupo comenzó a caminar sobre aquel desierto de color de ocre, mirando de vez en cuando en todas direcciones, mientras iban desplazándose. Evitaban las nubes rodantes de la superficie del desierto en cuanto les era posible; pero a veces, se veían envueltos por verdaderos y espesos bancos de niebla purpúrea, que a ratos se despejaba por bocanadas de fresca brisa y otras les envolvía en una neblina bermellón. File notó que aquellas extrañas criaturas empuñaban sus armas con más fuerza cuando esto ocurría. ¿A qué tendrían miedo? Incluso en aquel mundo desolado y casi vacío, la lucha y el drama también jugaban su papel.</p> <p>Una hora de jornada a pie les llevó a un grupo de tiendas agrupadas sobre la ladera de una suave colina. Una zona cuidadosamente cultivada de un cierto tipo de vegetales crecía hasta media colina, pareciendo increíble que aquello se mantuviese en tan estéril desierto. Esparcidas por el campamento, existían, sorprendentemente, cinco naves flotantes, de unos cien pies de largo cada una, máquinas de gracioso perfil dotadas de una poderosa y achatada proa y de una fina estructura. De cada nave surgía, de popa, una pequeña plataforma proyectada hacia arriba en el tope de la nave voladora, cuya parte delantera aparecía adornada con una serie de portillos o escotillas circulares. La mirada atónita de File, se posó sobre aquellos aparatos voladores. Aquel tan singular contraste, no podía resultar más fantástico, en comparación a las viviendas nómadas elevadas en el suelo, hechas de pieles curtidas de animales salvajes y las pequeñas hogueras que chisporroteaban junto a ellas.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Se había preparado una comida. La máquina del Tiempo de File se había llevado a una tienda vacía, y fue invitado a comer con el jefe. Al entrar en la tienda y comprobar la dignidad y nobleza de aquella pequeña tribu congregada alrededor de un potaje de vegetales con sus armas al lado, se dio cuenta de lo que aquello le recordaba.</p> <p>Lagartos.</p> <p>Empezaron a comer de unos recipientes de cristal. Daba la impresión de que aquel misterioso pueblo conocía la forma de tratar los silicatos del desierto, lo mismo que construían máquinas voladoras... de no haber sido que las hubiesen robado a otro pueblo más evolucionado.</p> <p>En el transcurso de la comida, File descubrió también, que la máquina que el guerrero llevaba con él por el desierto era eficiente en un ciento por ciento. Había sido completamente reeducado para hablar y pensar en otra lengua, aunque pudiese, si lo deseaba así, desligarse y abstraerse ligeramente de su influjo y oír entonces la extrañeza de los sonidos que procedían tanto de su boca como de la de los Yulks.</p> <p>El jefe se llamaba Gzerthcak, un sonido casi imposible para oídos europeos. Mientras comía, respondió a las preguntas que File le fue haciendo, en un tono carente de toda emoción.</p> <p>Por lo que dedujo Max File, aquello era la propia Tierra en un estado antiquísimo de la prehistoria, tal vez a millones de años de distancia atrás de su propio tiempo, y que se hallaba casi desierta. Existían unas ocho tribus en un radio de distancia de unos centenares de millas alrededor, y cuando no estaban disputando entre sí, luchaban en un combate sin tregua y sin fin, tanto para subsistir en un mundo con tan escasos medios de supervivencia, como contra los Raxa, criaturas que parecían no tener una vida orgánica en absoluto, sino que consistía en conglomerados de cristales de formas geométricas y en cierta misteriosa forma, dotadas de sensibilidad y de la propiedad del movimiento.</p> <p>—Hace cincuenta generaciones —le dijo el jefe Yulk—, los Raxa no existían en el mundo; y después comenzaron a crecer. Se mantenían en el propio desierto, que constituye para ellos todo su alimento, mientras que nosotros íbamos muriendo poco a poco. No hay otra cosa que podamos hacer, sino luchar.</p> <p>Más adelante, la atmósfera de la Tierra comenzó a hacerse respirable. Se produjo un poco de nuevo oxígeno, puesto que no existía apenas vegetación, excepto en las plantaciones. Además de aquello, se formaban vapores nocivos en el suelo producidos por la acción geológica del terreno y por la lenta acción volcánica que arrojaba cenizas y arena a larga distancia. Sólo en algunos lugares, tales como aquel en que vivían las tribus, la atmósfera resultaba apta para la respiración y aquello debido sólo a la relativa quietud de la misma, que impedía la mezcla de los gases.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Todo aquello fue formando una imagen de profundo desaliento y desamparo que pareció envolver por completo el espíritu de Max File. ¿Era aquello el resultado final de la incapacidad del hombre para controlar los acontecimientos, o era el colapso de la Comunidad Económica Europea un significante evento que había sido engullido y olvidado por una historia vasta de la Humanidad? Propendió a creer que así era en conjunto todo, ya que tuvo la certeza de que las criaturas que estaban allí sentadas y comiendo, ni siquiera descendían del acervo humano. Lagartos. El antiguo orden del mundo de la Vida había desaparecido. Los hombres habían dejado de existir. Sólo quedaban aquellos fragmentos animados de vida, lagartos elevados a un estado humanoide, intentando aún retener y permanecer en un precario lugar de existencia en un mundo que había cambiado su faz y su orden. Probablemente las otras tribus de los Yulk eran también humanoides, que habrían evolucionado a partir de diversos tipos de animales inferiores.</p> <p>—Mañana es la gran batalla —anunció el jefe Yulk—. Lanzaremos todos nuestros recursos contra los Raxa, quienes implacablemente avanzan para destruir nuestras plantaciones, de las que únicamente dependemos para vivir. Pasado mañana, sabremos en nuestros corazones cuánto tiempo nos queda de vida...</p> <p>Max File apretó los puños en un signo de impotencia. Su destino estaba sellado. Eventualmente tomaría su partido al lado de los Yulk en la última batalla contra el enemigo de la Humanidad.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Appeltoft extendió las manos con un gesto desesperado y miró a Strasser. ¿Qué podría hacer? Ya había hecho lo que podía.</p> <p>—¿Qué es lo que ha ocurrido? —preguntó el Primer Ministro.</p> <p>—Lanzamos a File a diez años en el futuro. Le captamos de nuevo al comienzo de su retorno; pero súbitamente... desapareció sin dejar la menor huella. Nada. Ya le dije que habíamos perdido por completo a un 33% de los animales que fueron sometidos a prueba, en la fase experimental. Ya le advertí del riesgo que corríamos...</p> <p>—Bien, lo sé... pero, ¿lo han intentado todo? Usted sabe lo que ocurrirá si File no regresa...</p> <p>—Lo hemos estado intentando todo, por supuesto. Seguimos investigando constantemente, tratando de recogerle; pero al exterior de la Tierra la pauta del tiempo es algo caótico para nuestros instrumentos... sin duda por algún defecto de nuestra comprensión del Tiempo. Seguiremos buscando; pero buscar una aguja en un pajar no es nada comparado con esto...</p> <p>—Bien, pese a todo, sigan buscando. Ya sabe que si no lo conseguimos, nos veremos forzados a permitir a la gente de Untermeyer a seguir adelante en Baviera, y no tenemos el menor medio de predecir el resultado.</p> <p>Appeltoft suspiró abatido y se volvió a su laboratorio.</p> <p>Cuando hubo desaparecido, Standon dijo:</p> <p>—Pobre diablo...</p> <p>—Llega el tiempo en que hay un lugar para el sentimentalismo, Standon —dijo Strasser con un sentimiento evidente en la voz de culpabilidad.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">La Tierra todavía giraba sobre su eje en el mismo período, y tras un sueño de unas ocho horas, File dejó su tienda y estiró sus miembros al aire libre, aquel aire leve y fino, alborotado por el chocar de metales y armas. Fue poco después del amanecer cuando los miembros varones de la tribu se aprestaron a la gran batalla. Las hembras y los pequeños, temblando de temor, observaban a los guerreros cómo avanzaban en procesión a lo largo del desierto. Unos cuantos extraños animales de carga, mezcla de reptiles y caballos, les acompañaban convenientemente equipados para el combate. A veinte pies por sobre sus cabezas las cinco naves voladoras flotaban pacientemente siguiendo la dirección dada por el jefe que marchaba a pie al mando de sus guerreros.</p> <p>File permaneció inquieto y nervioso alrededor del campamento, contando los minutos por siglos. Por fin, una hora después del crepúsculo retornaron las fuerzas combativas que habían sobrevivido a la batalla contra los Raxa.</p> <p>Había sido una derrota. Sólo un tercio de los guerreros habían sobrevivido a la lucha. No retornó ninguna de las naves voladoras, y File supo la noche anterior, que aunque la tribu conservaba todavía la destreza y conocimiento para construir más, la falta de elementos indispensables haría con absoluta certeza que tal esperanza jamás se volviera a ver cumplida.</p> <p>La fuerza de la Humanidad estaba condenada a la derrota, más allá de toda esperanza de supervivencia. Aquellas inteligencias minerales, llamadas los Raxa, continuarían su implacable avance, con muy poco que poder enfrentarles en su labor sistemática de destrucción.</p> <p>El jefe Yulk fue el último guerrero en llegar. Medio destrozado, sangrando y quemado por las ráfagas próximas de rayos energéticos del enemigo, se sometió a las medicaciones de las mujeres, y después llamó a los nobles a una reunión como de costumbre para su comida de la noche. Uno tras otro, los guerreros, deprimidos y silenciosos, tomaron su comida y fueron retirándose a sus tiendas. Finalmente, File se quedó solo en compañía de Gzerhtcak. Miró rectamente a los ojos del anciano guerrero.</p> <p>—No hay esperanza...</p> <p>—Es cierto, pero no tiene usted necesidad de quedarse aquí...</p> <p>—No tengo alternativa, jefe. —Y suspiró—. Mi máquina está descompuesta. Tengo que seguir la misma suerte de todos ustedes.</p> <p>—Quizás nosotros podamos reparar su máquina. Pero lo más seguro es que se lance usted a lo Desconocido...</p> <p>File hizo un amplio gesto con las manos.</p> <p>—¡Qué podría usted hacer, aunque quisiera, para reparar mi máquina!</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">El jefe se levantó y se dirigió hacia la tienda en donde estaba depositada la máquina. Un breve gesto de mando hizo que surgiera un muchacho llevando una caja de extrañas herramientas. El jefe estudió primeramente, con toda atención, la máquina de File, levantando un panel para ver lo que había detrás de los instrumentos. Al final, hizo una serie de ajustes y le añadió un dispositivo que tomó para él unos veinte minutos de confección a base de una serie de trozos de resplandecientes cables de algún metal ignorado por File. El registrador potencial del Tiempo comenzó a subir por encima del cero.</p> <p>File se quedó atónito de sorpresa.</p> <p>—Nuestra ciencia es muy antigua e ilustrada —dijo el jefe—, aunque ya en nuestros días solamente la sepamos por repetición. Todavía yo, como padre de la tribu, conozco bastante, como para entender cuándo un hombre como usted me dice que se halla perdido y embarrancado en el Tiempo. Sé cuál es la razón.</p> <p>File seguía asombrado por el curso de los acontecimientos.</p> <p>—Cuando vuelva a casa... —comenzó a decir.</p> <p><i>—Usted nunca volverá a su hogar</i>. Ni sus científicos jamás sabrán analizar el Tiempo. Nuestra vieja ciencia tenía una máxima: Ningún hombre comprende el Tiempo. Su máquina viaja ahora bajo el influjo de su propia energía. Si usted se marcha de aquí, simplemente escapa de este lugar y toma una oportunidad para cualquier otro.</p> <p>—He de intentarlo de todas formas —dijo File—. No puedo permanecer aquí mientras exista una esperanza de retornar a mi época.</p> <p>A pesar de ello, File seguía estando estremecido y sumido en un profundo estupor. El jefe parecía haberle adivinado sus pensamientos.</p> <p>—Su postura está clara... como la nuestra. No existe esperanza para ninguno de los dos.</p> <p>File hizo un gesto de asentimiento y se subió a la máquina. Mientras se limpiaba la suciedad de las mangas de su uniforme, se le ocurrió mirar al registrador de fechas... cosa que no se le había ocurrido hacer desde su llegada. No esperó encontrar sentido en lo que marcaba, ya que tenía demasiados pocos dígitos para contar la actual antigüedad de la Tierra.</p> <p>Pero al leerlo, sintió un tremendo impacto emocional. Marcaba la cifra: 000008. 324.01.7954. ¡Menos de nueve años tras su partida del Centro de Ginebra!</p> <p>Pasada su emoción, se acomodó en el asiento y presionó la conexión.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Rotación interna en el sentido de las manecillas del reloj... rotación externa en sentido contrario... después, la zambullida hacia adelante. File se sintió sumergido en el continuo del Tiempo. Pasaron los minutos sin que apareciese el menor signo de que emergería automáticamente de su viaje. Corriéndose el riesgo y optando por una oportunidad, presionó el botón de «pare».</p> <p>Con la fuerza residual de las barras translúcidas, la máquina se situó a sí misma en una orientación de un espacio tiempo normal. A su alrededor, el paisaje se hizo más estremecedor que cualquier cosa de cuanto hubiera podido soñar.</p> <p>¿Era todo cristal? ¿La victoria final de los cristalinos Raxa, tal vez? Por unos instantes, el fantástico panorama, brillante, con aquella exuberancia matemática en sus disposiciones geométricas, le indujeron a pensar que era así. Pero después vio que no podía ser... o si lo era, los Raxa habían evolucionado más allá de su herencia mineral.</p> <p>Se trataba de un mundo de formas geométricas, pero al propio tiempo, un mundo de movimiento constante, o más bien, puesto que el movimiento resultaba tan súbito e instantáneo, algo de una constante transformación. Extensiones vastísimas que se retraían como un relámpago de luz, en planos horizontales y verticales, rapidísimos cambios de estructuras poliédricas; todo ello llegó casi a cegarle la visión. Cuando pudo captar más de cerca las cosas, comprobó que de hecho, <i>la forma tridimensional no estaba presente en parte alguna</i>. Todo consistía en formaciones bidimensionales, que se reunían juntas transitoriamente para dar la <i>ilusión</i> de las formas.</p> <p>Y los colores también... Los colores sufrían transformaciones y graduaciones que indicaban la acción de principios matemáticos regulares, como la separación prismática del interior de un espectro ideal, tal como el de la luz blanca descompuesta en el arco iris. Pero allí, tales manifestaciones eran infinitamente más sutiles e ingeniosas, tales como las que pueden obtenerse, por ejemplo, en una música sutil y tenue, armónica y delicada, utilizando cincuenta instrumentos sólo con las siete notas de la escala diatónica.</p> <p>File miró al registrador de fechas. Le dijo que se hallaba a quince años de distancia de Appeltoft, ansiosamente esperando su retorno en el Centro de Ginebra.</p> <p>Y lo intentó de nuevo.</p> <p>Un mundo de lujuriante vegetación se extendía por doquier donde soplaba una brisa cálida. Un enorme grupo de animales parecidos al armadillo, pero del tamaño de caballos, desfilaba a través del claro donde la máquina de File había tomado asiento. Sin detenerse, el que iba a la cabeza, la volvió para mirarle con una dócil y desconfiada inspección y después se volvió para gruñir algo a sus seguidores. Los demás hicieron lo mismo y continuaron desfilando entre aquella pantalla de hierba verde a la altura de verdaderos árboles. Oyó a poco su caminar por la floresta a cierta distancia.</p> <p>Otro nuevo intento.</p> <p>Y un mundo desierto y rocoso. El cielo mostraba trazas de lo que era obviamente una nube de polvo. Allí el suelo estaba desprovisto de la última traza de polvo, limpio y desnudo, con la roca viva al descubierto; pero donde soplaba un fuerte viento. Presumiblemente, aquella fuerte corriente de aire lanzaba el polvo a la atmósfera y evitaba que volviera a precipitarse dejando a las rocas del entorno con el aspecto de una superficie dentada, rugosa y llena de oquedades y aristas por todas partes. File apenas si podía imaginarse que aquello pudiera ser la superficie de un planeta.</p> <p>Y otro intento.</p> <p>Entonces, se encontró en el espacio, protegido por algún campo de fuerza que la máquina del Tiempo parecía engendrar a su alrededor por sí misma. Un monstruoso planeta del tamaño de Júpiter colgaba del cielo, allá donde debería hallarse la Tierra.</p> <p>Y otro.</p> <p>En el espacio nuevamente. Un sol escarlata lucía sangriento sobre él. A su izquierda, una diminuta y resplandeciente estrella, como una antorcha de magnesio, le cegó los ojos. Un imposible trío de planetas rotaba majestuosamente sobre su cabeza a no mayor distancia entre ellos de lo que se hallaba la Tierra de la Luna.</p> <p>Volvió a consultar el registrador de fechas. Veinte años y algo más, desde su partida de la Tierra.</p> <p><i>¿Dónde estaba la secuencia? ¿En dónde estaba la progresión que había ido a descubrir? ¿Cómo iba Appeltoft a obtener consecuencia alguna de todo aquello?</i></p> <p>Y... <i>¿cómo podría encontrar a Appeltoft?</i></p> <p>Desesperadamente, dispuso a la máquina de nuevo en movimiento. Su desesperación, parecía tener algún efecto: cobraba velocidad, zambulléndose con insensata energía entre las misteriosas fronteras del espacio tiempo. Pero ya no estaba en el Limbo, sino que podía ver y observar el Universo a través de cuanto iba experimentando.</p> <p>Tras un buen rato, tuvo la impresión de que estaba detenido en algún lugar del espacio, que era la máquina la que permanecía estática, mientras que el Espacio y el Tiempo no lo estaban. El Universo se diluía y se movía a su alrededor, con un desordenado tumulto de fuerzas y de energías, sin dirección, sin propósito alguno...</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Hora tras hora continuó sus movimientos, ganando velocidad, cambiando de un lugar indefinido a otro igualmente indefinido, como si estuviese tratando de escapar de algún hecho con el que no se atrevía a encararse. Pero al fin, no pudo esconderse ni escapar a la evidencia. Conforme estuvo observando aquel caos de su entorno, le llegó la comprensión, supo lo que ocurría.</p> <p>¡El Tiempo no tenía secuencias! No era un flujo continuo. No tenía dirección positiva: no se dirigía ni adelante, ni hacia atrás, ni en círculo, ni tampoco permanecía estático. <i>Discurría totalmente al azar.</i></p> <p><i>El Universo estaba desprovisto, carente de lógica</i>. No era nada, sino el caos.</p> <p>No tenía propósito, ni principio, ni fin. Existía solamente como una masa ciega y azarosa de gases, sólidos, líquidos en pautas fragmentarias y accidentales. Como un caleidoscopio formaba estructuras ocasionales, de tal forma, que <i>parecían</i> ordenadas, <i>parecían</i> contener leyes, <i>parecían</i> tener forma y dirección.</p> <p>Pero de hecho, era solamente el caos absoluto, nada, excepto un estado constante de flujo... la única cosa que de verdad resultaba constante. ¡No existían leyes que gobernaran el Tiempo! ¡La ambición de Appeltoft era imposible!</p> <p>El mundo de donde File procedía, o cualquier otro mundo considerado al respecto, podría disiparse en sus elementos componentes en cualquier instante, <i>¡o podría ir hacia otro previo instante, completo en sí con los recuerdos de todos!</i> ¿Quién sería más prudente o más sabio? La totalidad de la Comunidad Económica Europea podría haber existido sólo por una fracción de medio segundo, en la fracción de tiempo que a él le hubiera llevado en presionar el botón de «arranque» de la máquina del Tiempo. No era maravilla alguna que no pudiera hallarlo...</p> <p>Caos, flujo, la muerte eterna. Todos los problemas permanecían sin solución. Al comprobar tales hechos, File se sintió invadido de un horror sin límites. No podía ni detenerse ya. En proporción a su terror y a su desesperación, su velocidad incrementaba, más y más rápidamente, hasta caer rendido en un torbellino espantoso de insoportables sensaciones.</p> <p>Más rápido, más lejos...</p> <p>El Universo sin formas que le envolvía comenzó a desvanecerse, al dirigirse hacia una inmensa distancia y más allá de los límites de toda velocidad. La materia se desintegraba, desapareciendo. Todavía se urgía a sí mismo, presa del más incoercible terror, hasta que la máquina pareció desaparecer del contacto de su cuerpo y su propia materia orgánica, desaparecer y extinguirse. Y entonces, se sintió, no obstante, como una inteligencia sin cuerpo, errando en el vacío cósmico.</p> <p>Sus emociones también comenzaron a desvanecerse. Y sus pensamientos. Y su propia identidad. La sensación de movimiento, se alejó de su ego. Max File había desaparecido. No quedaba nada que ver, oír, sentir o conocer.</p> <p>Era algo suspendido en el vacío, nada, excepto la consciencia. No pensó, había dejado de tener los órganos precisos para el pensamiento. No tenía nombre. Ni recuerdos, ni cualidades, ni atributos o sensaciones. Estaba simplemente <i>allí</i>. El ego puro.</p> <p>El equivalente a la nada.</p> <p>No existía el tiempo. Una fracción de segundo era igual que millones de edades.</p> <p>De esa forma, no habría sido posible para File, más tarde, asignar cualquier período determinado a su interludio en un vacío incalificado. Comenzó a tener la noción de algo, cuando poco a poco comenzó a emerger de tal estado.</p> <p>Al principio, tuvo solamente una vaga sensación, algo parecido a una neblina tenue e impalpable. Después, y poco a poco también, comenzaron a unírsele más cualidades. Comenzó el movimiento. La materia caótica se hizo perceptible a distancia en forma de partículas desorganizadas, energías fluidas y líneas ya perceptibles.</p> <p>Un nombre saltó repentinamente en consciencia pura: Max File. Entonces pensó: soy yo.</p> <p>La materia fue congregándose a su alrededor tan pronto como de nuevo se sintió dueño de un cuerpo, su cuerpo, y rápidamente dispuso de todo el juego de sus recuerdos y su memoria. Pudo, pues, aceptar la existencia de un Universo desorganizado entonces. Suspiró profundamente y en aquel instante la máquina cobró vida propia en inmovilidad y en sus formas normales bajo y alrededor de su cuerpo ya organizado.</p> <p>Todo lo que podía hacer entonces, era intentar volver a Ginebra, por remota que fuese aquella posibilidad. Qué extraño le resultaba, pensar que la totalidad del concepto de Europa con toda la gravedad de sus problemas, no era nada más que una posibilidad compuesta por una reunión azarosa de partículas reunidas en conjunto. Pero al menos, aquello era su hogar, aunque sólo existiese por unos segundos de vida.</p> <p>Si pudiese al menos unirse a aquellos segundos de vida, pensó en una profunda alegría, nada le hubiera importado después disolverse con el resto de Europa y de la Tierra y escapar de aquella espantosa vastedad de vida de cuyo interior había escapado.</p> <p>Pero así y todo..., ¿cómo volver? Sólo investigando, sólo investigando, intentándolo, con toda su inteligencia, su capacidad, su misterioso sentido humano de lucha y de supervivencia...</p> <p>Calculó —aunque, por supuesto, sus cálculos implicaban un considerable error—, que había empleado varios siglos buscando su objetivo a través de un torbellino sin sentido. No había envejecido, no sentía hambre ni sed, no respiraba... y cómo su corazón pudo haber seguido latiendo sin respirar sus pulmones, fue un misterio completo para File; pero estaba en ello, y apreció bien el centro de su sentido del tiempo en lo que había basado su creencia respecto a la duración de su búsqueda. Ocasionalmente, cayó de nuevo sobre otra de aquellas manifestaciones breves de percepción del caos. Pero ya había dejado de interesarse por aquella terrorífica experiencia. Pensó que no encontraría la Tierra en la época de la Comunidad Económica Europea.</p> <p>Era algo sin esperanza. Debería investigar y buscar para siempre, por toda su vida.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Siempre desesperado, comenzó a inhibirse de todas aquellas experiencias y a convertirse en una entidad sin cuerpo y a hallar el olvido, escapando de sus tormentos en aquella muerte viviente. Y fue al borde de perder el último vestigio de su identidad, cuando descubrió una insospechada fuente de energía y de poder. Ocurrió que dirigió su mente hacia un grupo de partículas erráticas existentes a cierta distancia a lo lejos. Bajo el impacto de su voluntad... ¡aquello se movió y cobró forma!</p> <p>Interesado, detuvo su inhibición comenzada, pero no intentó emerger de nuevo en su propio ser, porque algo misterioso le advertía que Max File era impotente para luchar contra lo desconocido. Pero como un ego incalificado, tal vez...</p> <p>Deseó formar una imagen en su mente, la de una mujer, proyectada en aquel caos. Instantáneamente, contra el negro flujo del caos, iluminada por destellos erráticos de luz, se formó una bella mujer de la materia caótica. Se movía con graciosos movimientos propios y le dirigió una deliciosa sonrisa.</p> <p>No había duda en la verdad de aquel fenómeno. No era ninguna imagen. Ella estaba viva, perfectamente animada y consciente.</p> <p>Hechizado, con su voluntad, quiso deshacerse de aquella realidad y transmitió a su cerebro la orden de cancelación del fenómeno. La mujer desapareció, reemplazada de nuevo por las mismas partículas desunidas y dispuestas al azar. Una especie de nube neblinosa parpadeó por unos instantes y después se dispersó definitivamente.</p> <p>Aquello constituía una delicia recién descubierta, el más fabuloso y fascinante experimento que hubiera podido imaginar. ¡Podía hacer cualquier cosa! Por períodos que le parecieron edades enteras, siguió experimentando, creando todo cuanto pudo pensar. Una vez, todo un mundo formado bajo el completo don de sus civilizaciones, un sol diminuto y naves cohete surcándolo en toda su dimensión.</p> <p>Lo volvió a hacer desaparecer. Ya era bastante saber que cualquier intención de su mente, incluso la más grande o la más imprecisa se transformaba en realidad en todo detalle.</p> <p><i>Entonces, ya tenía los medios para volver a casa... y además el poder de resolver los problemas del Gobierno de una vez y por todas.</i></p> <p>Ya que si no encontraba a Europa, ¿no podría crearla de nuevo? ¿No sería una acción normal, dada su nueva fuerza? De hecho, surgía un aspecto filosófico de si sería o no la misma Europa. Aquello era la creencia de Nietzsche, recordó File, la esperanza de la inmortalidad personal, ya que en un Universo sin fronteras, él estaba ligado a la condición de repetirse de nuevo. Sus descubrimientos habían reforzado este punto de vista, de todos modos. No moriría. Dos objetos idénticos compartían la misma existencia.</p> <p>Y en aquella segunda Europa, ¿por qué no resolvería los dilemas del Gobierno, en su lugar? ¿Había algún impedimento o razón por los que no pudiera crear una Comunidad que no contuviese las semillas de su propia destrucción? ¿Una Comunidad Económica con estabilidad, poseyendo las cualidades del prototipo que hasta entonces le había faltado?</p> <p>Comenzó a crecer su excitación. El Flujo eterno del caos se vería derrotado, manteniéndolo distante a parte del resto del Universo, conteniendo una estructura que pudiese permanecer y perpetuarse... De lo contrario, volvería a ser lo mismo con todos sus detalles...</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Comenzó a trabajar, reuniendo recuerdos, imágenes y pensamientos, lanzándolos con fuerza increíble contra el caos. La materia comenzó a formarse. Puso la máquina en movimiento viajando por el mundo que él mismo había creado...</p> <p>De repente se sintió envuelto por la neblina de nuevo. Rotación... rotación sin cambio de posición... lanzado hacia adelante...</p> <p>Los números chasqueaban uno tras otro en los diales:</p> <p>000008-7-6-5-4...</p> <p>Entonces, todas las cosas cobraban firmeza a su alrededor al detenerse la máquina. Se hallaba en el laboratorio de Appeltoft en Ginebra. Los técnicos patrullaban a distancia en la gran sala formando un círculo, más allá del complejo montaje sobre el que descansaba la máquina. La máquina del Tiempo, sus barras translúcidas, apuntaban dramáticamente en tres direcciones, descansando en el pedestal de madera.</p> <p>File se removió, rígido, dolorido y polvoriento en aquel sillón de la máquina. Appeltoft se lanzó ansiosamente hacia él, ayudándole a salir de ella y abrazándole con ansiedad y loco de alegría.</p> <p>—¡Has vuelto, valiente! Como vuelo de prueba era perfecto... desde nuestro extremo controlable. —Y chasqueó los dedos por encima del hombro—. ¡Traigan una copa de coñac para nuestro héroe! Pareces exhausto, Max. Vamos, lávate, descansa, pide lo que necesites y después nos contarás lo sucedido...</p> <p>File aprobó con un gesto y sonrió sin pronunciar una palabra. Era casi perfecto; pero no se había dado cuenta aún de cuan eficientemente se le había enseñado una nueva lengua.</p> <p>Appeltoft le había hablado en el lenguaje terrible y torturante a los oídos, de los Yulks.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>LA úLTIMA SALAMANDRA - John Rackham</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><style name="b">W</style>ALTER Cockburn había aprendido, desde su juventud, el útil truco y la rara habilidad de dividirse a sí mismo en dos partes; una de las cuales parecía escuchar, hacer signos de aprobación e incluso comentar eventualmente cualquier cosa mientras los demás hablaban, mientras que la otra permanecía totalmente dedicada a sus propios asuntos.</p> <p>Aquel truco que tanta utilidad le había proporcionado, le servía ahora muy bien, mientras cargado de paciencia, oía a su inmediato superior parlotear. El grupo se había engrosado con Tommy Jordan, ingeniero; Wally Bowless, capataz de turnos, el jefe de máquinas Clarke y otros más, en una apasionada discusión respecto a la suerte de un determinado equipo de fútbol en un inmediato encuentro deportivo. ¿Qué mejor ocasión para hacerlo que aprovechar el sábado por la noche anterior al encuentro?</p> <p>El reloj de la central dio las nueve y todo el personal, libre de servicio, ya lavado y cambiado, del turno acabado, marchaba de la factoría. Los operadores de la fábrica estaban completando sus lecturas y registros de las once en punto y transfiriendo los datos precisos a las hojas de servicio. El personal auxiliar tomaba sus turnos sistemáticamente. En otro lugar de la central eléctrica, los ingenieros del control se dedicaban cuidadosamente a comprobar las cargas de combustible, megavatio por megavatio.</p> <p>Sonó el teléfono y Clarke tomó el aparato para responder. Tras un momento, hizo un gesto de aprobación, gruñó algo en tal sentido, volvió a colgar el receptor y se dirigió al micrófono público.</p> <p>—Nueve-once-trece, paren los fuegos, por favor.</p> <p>Aguardó hasta que tres señales le anunciaron que su orden había sido cumplida. Entonces, se inclinó sobre su tablero de trabajo, donde borró las cifras escritas, trazó otras marcas con tiza y se volvió de nuevo a la discusión del grupo. A cierta distancia, y en el grupo de calderas de combustión, una sirena de vapor silbó unas señales de atención y el operador responsable dejó caer su periódico de la tarde para encargarse de su turno.</p> <p>Cockburn observaba con una aparente indiferencia; pero sin perderse un detalle de lo que ocurría. En una hora, casi toda aquella rugiente maquinaria, estaría casi en silencio, los fuegos convertidos en rojas masas de carbón resplandeciente se apartarían derivándolos a un espacio de escape, hasta que la demanda llegase a la mañana siguiente. Otra noche, de turno, igual a las mil noches que volverían a repetirse en el futuro tras las mismas que se habían ya olvidado en el pasado. Tiempo para leer, para charlar, para buscar los más singulares entretenimientos o beber té hasta hartarse. Tratando únicamente de estar despierto y atento, llegado el caso. Aquél era el mayor problema, cómo conservarse siempre alerta y despierto dispuesto para algo que pudiese ocurrir de extraordinario, ya que en el curso normal de los acontecimientos, nunca ocurría. La mejor maquinaria, la más ingeniosa automación, podía fallar. Por eso eran precisos los hombres, no para trabajar en realidad, sino para conocer exactamente qué hacer, si algo dejaba de funcionar correctamente.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Un pequeño grupo de operarios de la fábrica comenzó a reunirse en medio del departamento de calderas. Bowles se excusó y fue a ver lo que deseaban. Aquel pequeño grupo parloteante se fue hacia un lado. Jordan se volvió suspirando.</p> <p>—Mejor será que vayamos a echar un vistazo a la planta de cenizas, Cocky —dijo. Walter odiaba el apodo que le habían dado, a despecho de que su apellido se pronunciaba «Coburn», pero ya no había nada que pudiera hacer por evitarlo—. Han informado de que ocurre alguna dificultad en la zona Número Uno. Supongo que será mejor ver qué es lo que pasa allá.</p> <p>Walter hizo un gesto aprobatorio y le siguió, mientras Jordan se dirigía hacia el elevador; pero sus pensamientos le pertenecían por entero. Desde hacía ya dos años, a petición de la Muy Alta Autoridad, había estado intentando comprender en su conjunto aquella gigantesca industria que aumentaba sin cesar y la tarea continuaba todavía reteniéndole allí. Hacía seis meses había venido destinado a la «Bell Road Generating Station», directamente desde una instalación de fueloil. Meses antes de aquello, había estado en otra estación nuclear. A pocos meses, en el futuro, de acuerdo con el plan general que se le había dado, sería transferido a una planta hidroeléctrica. Todo para ir captando experiencias generales de conjunto, para ganar conocimiento e impresiones de la industria eléctrica. Había tantos procedimientos para producir electricidad... que en sí ya resultaba otro de los grandes problemas de la época.</p> <p>¿Cómo lograr uniformidad de organización, coordinación, en una industria en la que los arcaicos procedimientos se daban la mano, entrelazándose mil variantes, con lo ultramoderno y todo ello obtenía el mismo objetivo? ¿Cómo enlazar toda la época de tecnología que iba desde la pala y el atizador de fuegos, hasta la ultramoderna instalación automática de átomos enriquecidos? Cuando se trasladaba en cuestión de horas, desde una vieja estación que trabajaba a toda máquina para generar cinco megavatios a una más moderna donde cada turbina, formando por sí toda una unidad generadora de energía, producía treinta veces el mismo resultado, cuando se disponía de gente semiadiestrada poniendo en práctica movimientos de rutina en otro lugar de técnicos de alto nivel, casi científicos, para nutrir los complejos controles, ¿cómo resultaba posible ponerlos juntos a todos? Todos producían aquella energía, vida del mundo moderno: la electricidad. Todos ellos eran personas, seres humanos haciendo un trabajo. Y cuando se tocan los interruptores, se aprietan botones y el mundo requiere más y más energía eléctrica, y siempre disponible, toda aquella gente resultaba igualmente indispensable.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Walter sentía secretamente una gran satisfacción de que no le tocara a él directamente el tener que resolver aquellos problemas. Todo lo que se le había pedido, era que observase e informase rectamente, sin prejuicios determinados, objetivamente. Para aquella misión, sí que se sentía singularmente competente.</p> <p>—Apuesto a que no has tenido nunca ninguna dificultad en los basamentos de cenizas radiactivas de tu último puesto —gruñó Jordan, mientras que el ascensor llegaba a la planta deseada—. ¡Esta condenada marcha con fueloil, y no con cenizas!</p> <p>—Así es —repuso Walter, sabiendo que todo lo que quería Jordan era conversación, ya que aquél era otro de los dones de su personalidad, el saber qué era lo que su interlocutor sentía interiormente.</p> <p>No tanto en términos verbales o a nivel consciente, sino en un completo sentido de reacciones y emociones. Por aquello era por lo que como una de esas raras y preciosas personas que aparecen como algo anónimo en el mundo, la Muy Alta Autoridad le había solicitado prestase aquel servicio.</p> <p>—Más pronto o más tarde —se le había dicho por la Muy Alta Autoridad—, nos veremos obligados a cerrar las viejas estaciones generadoras de electricidad. Todas ellas están pasadas de moda o en vías de serlo... y son ineficientes. Su coste por unidad es de seis, siete y hasta ocho veces lo mismo que una planta moderna. La única razón de que conservemos en sus puestos a la gente que las sirve, es debido a que no podemos pasarnos sin ella por el momento. La demanda de energía se incrementa sin cesar, a mayor rapidez de la que podamos construir fábricas que la produzcan. Pero hay signos de que las dos curvas están convergiendo. Lo alcanzaremos. Nos dedicamos a modernizarlo todo. Hay además, otro factor. El de que está agotándose rápidamente la reserva de petróleo fósil. ¡Y cuando se haya acabado, se ha acabado, no hay remedio!</p> <p>Walter ya se había formado una imagen de la situación. No quedando más carbón, ni petróleo, los viejos y tradicionales métodos de generar electricidad, tocaban a su fin, se quisiera o no. Nuevos caminos, métodos técnicos modernos y complicados, reemplazarían y sustituirían la totalidad del viejo sistema. El hecho inescapable, apenas subrayaba el problema básico. ¿Qué hacer con los hombres de las centrales eléctricas? Se disponía de millares de hombres entrenados para su trabajo, hombres buenos, trabajadores de buena voluntad, que luchaban a diario con el fuego, las calderas y las cenizas..., cosas que ellos veían y estimaban objetivamente. Pero cuando todo aquello tuviera que desaparecer, y todo se quedase reducido a observar una aguja marcando en un registrador... Algunos hombres, muy pocos, podrían encontrar interés y comprensión en enfrentarse con algo que estaba fuera del alcance de su vista; pero la gran mayoría necesitaban problemas concretos que manejar con sus propias manos, algo realmente objetivo en que ocupar sus mentes. Walter ya sentía anticipadamente el aburrimiento que produciría el nuevo sistema, apenas aliviado por una ligera y ocasional actividad. Sería todo ello, infinitamente peor cuando nada hubiera que hacer, excepto vigilar un registro, empujar un botón y esperar.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Las puertas del elevador se cerraron tras ellos y entraron en aquel rugiente mundo del basamento. Walter hizo un esfuerzo y alejó de sí toda preocupación. El problema estaba lo suficientemente claro y de ello tendría que informar; pero después de todo, él no tendría nada que decidir al respecto. Cumpliría con su obligación y se aprestaría al momento en que tuviera que adaptarse a cualquier otra profesión o puesto, a cuyo respecto nada le preocupaba por su multiforme talento. «Creo que estoy perdiendo aquí mi tiempo», pensó, mientras que caminaba entre las baqueteadas estructuras de las bombas, las enormes cajas de conexiones y conductores de cenizas, donde el agua silbaba agudamente bajo la enorme presión de las calderas y las enormes cantidades de cenizas se conducían al hoyo central, para ser a su vez cargadas y llevadas al <i>bunker</i> de evacuación. Con Jordan siempre abriendo el camino, se aproximaron al Número Uno, donde las conducciones funcionaban en silencio, David Miller, el encargado de la sección, les vio y se aproximó a ellos. Alto y delgado, manifestando siempre un aire de completo humor, sacudió la cabeza mirando a la cargadora de cenizas.</p> <p>—La misma dificultad que tuvimos hace tres meses —gruñó—. Siempre es esta misma. No sé qué vamos a hacer con esto. Creo que tendremos que dejar la ceniza en el suelo.</p> <p>—No hace falta —repuso amigablemente Jordan—. Todas esas calderas, quedarán apagadas para la medianoche, por lo que no habrá demasiadas cenizas que arrastrar. Vea de que la Número Dos se lleve la ceniza y que se lleve hacia allá.</p> <p>—¿Le parece poco? —protestó Miller—. ¿Qué supone usted que han estado haciendo durante toda la tarde y toda la noche?</p> <p>Walter cerró sus oídos al resto de la disertación de Miller. Era siempre la misma historia que repite el comediante en el escenario y en la misma obra, con un fundamento realmente poco significativo. Miller hizo un gesto como para indicar que resultaría más fácil abrir las compuertas de los fuegos y dejar tiradas cerca las cenizas y que se amontonaran, para ser llevadas allí en otra ocasión. Miller se resistía a nada que supusiera un trabajo extra.</p> <p>Por la misma razón que Jordan, en su papel de «autoridad» tenía que dar las órdenes e instrucciones que a él le desagradaban. Todo ello formaba parte de un código tácito y no escrito.</p> <p>Walter se alejó, expandiendo la vista por los alrededores de aquella escena sombría y llena de sombras del basamento, escuchando el zumbar de las máquinas y el crujido explosivo e intermitente de los rodillos aplastando los enormes trozos de cenizas fundidas en lingotes de las más variadas formas para hacerlas lo suficiente pequeñas y ser transportadas hasta las tolvas colectoras. Dante jamás hubiera imaginado un infierno como aquél. Todo aquel masivo complejo de hombres y maquinaria, simplemente para quemar carbón, para hacer calor y después convertirlo en vapor a través de la maquinaria adecuada y producir, finalmente, electricidad. Todo lo cual quedaba gastado, disipado para siempre, en la misma fracción de segundo en que se estaba realizando. Era una destrucción irreversible en una escala que ponía escalofríos en la mente. Miles y miles de toneladas de prehistoria, constituidas tras miles de millones de años de cuidadoso plan, generaciones sin cuento de cosas vivientes de todas las especies había dado aquello como resultado... y estaba siendo destruido a una velocidad fantástica, dos mil toneladas diarias en una estación como aquélla y nada que mostrar a cambio, sino unas cenizas estériles, muertas y sin vida.</p> <p>Como en un relámpago de su imaginación, se trasladó al pasado de la Tierra, a millones de años atrás de las edades geológicas, cuando el mundo era un hervidero lujuriante de helechos gigantes, explotando de vida, entre ruidos extraños, entre los que se mezclaría el rugir periódico de los volcanes... Aquel singular pensamiento le retuvo la atención. ¿Los volcanes? Se estremeció, imaginando si su imaginación estaba jugándole alguna mala pasada. ¿Por qué habría pensado en el cráter rugiente de un volcán como un lugar agradable? Asociación de ideas, tal vez...</p> <p>Su mirada vagabunda cayó sobre algo que le sacó de su abstracción imaginativa, hacia la realidad presente del momento. Lejos y hacia su derecha, un hombre sudoroso había retirado una larga barra de hierro de una puerta de al lado de la tolva de cenizas. ¡Aquella barra estaba escupiendo fuego al rojo vivo en las seis pulgadas finales de su extremo! Jordan vio aquello y se volvió.</p> <p>—¡Eh! —gritó con aire divertido momentáneamente—. ¡Eso está demasiado caliente para estar ahí!</p> <p>Su extrañeza creció al ver que el hombre reculaba y dejaba tirada la barra y la miraba sin quitarle la vista de encima; pero Walter tuvo la sensación de ser algo totalmente imposible, algo que no debería ser y se dirigió inmediatamente hacia el lugar. Reconoció al hombre y sintió una sensación íntima de maravilla ante el fenómeno. Era algo, además, que no le era dado el poder identificar.</p> <p>—¿Qué es lo que tiene usted ahí, Dick? —le preguntó al obrero.</p> <p>—Que me aspen si lo sé. Esta condenada barra tenía siete pies de larga hasta ahora, hace bien poco, cuando la puse en su sitio. ¡Mírela ahora!</p> <p>Desde el extremo frío en que Dick Small la había cogido con unos guantes, la barra tenía escasamente cinco pies de longitud. ¿Un trozo de cenizas tan caliente como para fundir el hierro?</p> <p>Walter tomó una herramienta, con la que levantó el portillo cuidadosamente. No había necesidad de mirar al interior. El vivido resplandor existente, parecía relatar lo sucedido.</p> <p>—Arriba podrían quemarlo bien antes de enviarlo aquí abajo —gruñó nuevamente David Miller al costado de Jordan.</p> <p>Éste puso sin precaución alguna la palma de la mano en el resplandor y tuvo que retirarla con un rápido gesto. La mueca divertida de su rostro había desaparecido por completo.</p> <p>—¡Eso está ardiendo! —exclamó, innecesariamente—. Davie, sea como sea, hay que sacar eso antes de que destroce la tolva. ¿Qué diablos...? —Sacudió la cabeza, sorprendido y se echó hacia atrás, mientras Miller se daba prisa, llevándose a Dick Small con el. Una mirada de un lado a otro y Jordan comprobó las marcas.</p> <p>—Ésta es la caldera Número Seis. Tiene que haber un fuego de infierno ahí dentro o existe un defecto en la rejilla. U otra cosa distinta. Será mejor que lo veamos. No queremos más dificultades en esta parte y desde luego, no esta noche.</p> <p>Mientras se dieron prisa, se tropezaron con Cook, que a su vez se dirigía a toda prisa al lugar del extraño fenómeno.</p> <p>—Ben Cook —murmuró Jordan—. Es una de sus calderas. ¡Tiene que ocurrir algo terrible!</p> <p>Walter tuvo en consideración al recién llegado. Ben Cook era el más veterano operario de aquel turno, y aunque jamás se daba prisa por nada, al menos llegó trotando.</p> <p>—¿Es que no lo ha visto? —preguntó casi sin respiración.</p> <p>—¿Ver, qué? —preguntó Jordan, mientras que Cook se encogía de hombros como sin saber qué decir.</p> <p>—Pues... no lo sé. Estaba inspeccionando mis fuegos. El fogonero faltaba ya desde hacía una media hora. Yo estaba echando un vistazo para asegurarme. Y entonces se produjo ese divertido trozo de escoria a la derecha del fondo. ¡Y se estaba moviendo! Yo no hice nada hasta ese momento.</p> <p>—¿Moviendo?</p> <p>—Bien, cayó sobre el hoyo de ceniza, como cae cualquier trozo de escoria y como usted sabe, suele esparcir un chisporroteo y polvo, ceniza, como todos los trozos de escoria. Pero ése no lo hizo así. Se deslizó como una medusa al rojo vivo. Daba la impresión de que intentaba sostenerse ahí por sí misma. Y cuando cayó en el hoyo, no era ningún trozo de escoria en absoluto. Comenzó a reptar y a moverse con movimientos propios, como si estuviese vivo, sea lo que sea. Entonces vine a ver lo que era y a verlo por mis propios ojos. Yo no he visto en mi vida nada parecido, en veinticinco años de trabajo que estoy al frente de esos fuegos.</p> <p>—Estaría oliendo el delantal de la camarera también, supongo —comentó Jordan adoptando una «pose» chistosa. Cook se puso rígido.</p> <p>—No he bebido ni un trago en todo el día —dijo muy serio—. Y además, yo sé lo que veo.</p> <p>Se dirigió hacia el portillo, y con un garfio levantó la cerradura que protegía como un escudo, mirando hacia la masa rojiza del interior de la tolva de escorias. Tras un momento respiró fuerte y hondo y sostuvo el cierre para que Jordan mirase.</p> <p>—Ahí —dijo con calma—. Véalo usted por sí mismo. Yo no lo creí la primera vez y ahora apenas si puedo creerlo; pero esa cosa, sea lo que sea, está viva. ¡Es una medusa al rojo vivo!</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Mucho antes de que Walter pudiese verlo a su vez, sabía que Cook estaba diciendo la verdad literalmente, aunque no pudiese explicarse por qué lo sabía. De allí había partido aquel vivido relámpago de recuerdos procedentes del pasado que antes había cruzado por su mente. Aquello era lo que le había producido la extraña idea de que la boca de un volcán resultaba un lugar agradable. Sintió que aquello era algo recién nacido, fantástico; pero fuerte como para agarrarse con pasión a su forma especial de vida. Una serie de ideas y conceptos desfilaron a fantástica velocidad por su mente. Algo como aquello, tuvo que haber vivido en la Tierra, eones de tiempo atrás, en el remoto y desconocido pasado de la prehistoria, en los principios del mundo, en la época del fuego, cuando las entrañas de la Tierra vomitaban llamas y ardiente fuego por todas partes y rugientes masas de lava fundida, que debió haber sido su entorno natural dentro de una química absolutamente desconocida para el hombre de su época, para él.</p> <p>Pero... tal forma viviente, tuvo que haber perecido cuando los fuegos fueron apagándose, cuando se asentó la corteza terrestre y se hizo más a propósito para dar paso, a más complejas y de muchísima menor temperatura, nuevas formas de vida, basadas en los compuestos carbono-oxígeno-agua. Sí, aquello tuvo que haber desaparecido en un período tan perdido en el pasado, que resultaba un esfuerzo doloroso para la mente atreverse a calcularlo o simplemente imaginarlo. Entonces, ¿cómo?</p> <p>Le llegó su turno y con el escudo y las gafas oscuras vio perfectamente una burbuja sin forma precisa, blanquísima y ardiente, con lentos movimientos propios, tal vez del tamaño de un balón de fútbol. Estaba acurrucada entre una serie de grandes trozos de escoria, en el suelo de la tolva y se apreciaba además un movimiento pulsátil. Lentamente, como si se esforzase en respirar, en sus movimientos de aumento y disminución, mostraba en la superficie una especie de red capilar como cables de color naranja. Walter se acordó en el acto de un pollito, recién salido del cascarón, aún húmedo y como una masa casi informe, luchando por respirar y recobrar fuerza. Aquello tenía que ser lo mismo. Aquella cosa tenía que haber sido un huevo, o una espora, esperando todas aquellas inimaginables edades de tiempo hasta que llegasen las correctas condiciones para salir y aflorar a su forma de vida propia. Mirándola, Walter sintió una más grande y poderosa sensación de identidad con aquello, supo que debería hallarse momentáneamente hambrienta, exhausta; pero había alcanzado su estado autosuficiente para vivir. No necesitaba calor del exterior. Dándole el alimento apropiado, podría y de hecho conseguiría generar su propio calor y crecer.</p> <p>¡Alimento! ¿Con qué podría alimentarse aquello? Golosinas tales como carbono y oxígeno, sin importar en qué combinaciones deberían ser al menos, las más elementales formas de nutrir su especial metabolismo. A juzgar por la barra de hierro, debería tener un gusto por los metales y a tal temperatura, los metales le servirían como los fluidos orgánicos a los hombres. Jordan le agarró por un brazo y lo apartó de allí. En la distancia, Miller gritó una advertencia y la bomba comenzó a funcionar, con su ruido creciendo rápidamente de intensidad.</p> <p>—No le quites ojo de encima —le advirtió Jordan—. Cuando el chorro de agua choque con eso, creo que se producirá algo parecido a una explosión. Pero tenemos que suprimirlo, sea lo que sea. ¡Vaya singular pedazo de escoria! Se encuentra uno toda clase de cosas absurdas en el carbón que nos envían en estos tiempos. Lo que no sé es cómo el viejo Cook está vivo... Seguramente que la próxima cosa que nos envíen será algún hijo del propio diablo...</p> <p>La risita entre dientes de Jordan, se perdió repentinamente al lanzar Miller un potente chorro de agua dentro de la tolva de escorias. Se produjo un agudo silbido y una explosión, una fracción de segundo después. El resplandor se hizo más sombrío y toda una nube de vapores se formó enriquecida con el penetrante olor y los acres humos del azufre y el metal ardiente.</p> <p>Walter, con los ojos cerrados y la respiración contenida, pudo sentir que aquella extraña «vida» seguía su curso. El agua no la había matado, ni incluso la había disminuido de tamaño. De haberle ocurrido algo, se habría hecho más fuerte aún. Pudo muy bien haber tomado los átomos de oxígeno del agua y haberlos consumido, de haberlo deseado. En la confusión que se formó alrededor, abrió los ojos a tiempo de ver, a través de la corriente fortísima de agua lanzada en la tolva, que Miller había cerrado la válvula y se alejaba aterrado.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Allí, en la depresión de la hoya de la propia tolva, la cosa continuaba ocupando su lugar, moviéndose y brillando lo bastante como para herir los ojos al mirarla directamente. Y además, parecía mirar a todos fijamente. Al menos, pensó Walter, apretando los párpados para tratar de contemplarla mejor, parecía que les miraba con atención a todos, probablemente tratando de idear su próximo movimiento y hacia dónde. ¿Y qué iban ellos a hacer en tal situación?</p> <p>Desconectando su actitud mental súbitamente, Walter vio que se enfrentaba con un problema de urgente solución. Hasta entonces, había permanecido intrigado por la novedad del asunto, sin molestarse en pensar nada más. Pero alguien tenía que pensar en resolver la cuestión, y pronto.</p> <p>Comprobó que todavía estaba sosteniendo el escudo protector de Ben Cook. Levantándolo a la altura de su cara, estudió aquella extraña masa ardiente, todavía removiéndose con movimientos pulsátiles. Había crecido de tamaño. La oportunidad consistía en tener una idea de cuál sería el tamaño adecuado que aquella fantástica criatura del fuego debería alcanzar. Y entonces, se dividiría, explotaría en forma de esporas o haría cualquiera que fuese la acción que su forma de vida tuviese que realizar para propagarse.</p> <p>En su mente comenzaron a formarse pensamientos inquietantes y desagradables, extraños e irreales, que al principio le resultaron difíciles de traducir. Después, comenzó a cobrar forma la idea de que aquella cosa, tendría que reproducirse de alguna manera. Un tumulto de ideas le asaltó la imaginación respecto a cómo podría producirse aquel fenómeno, mediante separación de células, por división de sus componentes químicos, o de quién sabe de qué tipo, formándose del cuerpo madre para liberarlos después... acabando por cerrar una cortina sobre tales ideas. Una dura lógica le dictó la conducta a seguir, sin importar sus sentimientos. Aquella cosa debería ser destruida... ¡matada!</p> <p>En el mismo instante en que se formó la idea en su mente, aquella brillante cosa realizó un movimiento especial, emitiendo unos extraños seudópodos como si preguntasen inteligentemente.</p> <p>—¡Dios mío! —exclamó Jordan, estremeciéndose a su pesar—. ¡Está viva! ¡Davie, echa la manguera sobre eso, entiérrala en agua, antes de que se escape!</p> <p>—¡No! —prohibió Walter, haciéndose cargo de la situación sin meditarlo más. Entonces que el problema quedaba al desnudo y había que enfrentarse con los hechos concretos, sus sentimientos personales habían quedado relegados a un segundo término y comenzó a actuar como un jugador de ajedrez, frío e inteligente, calculando el próximo movimiento a realizar—. No conseguirán nada con eso. El agua servirá de alimento y crecerá más aún...</p> <p>—¿Alimentarla?</p> <p>—Sí. Si en efecto está viva esa cosa, y creo que lo está, entonces se alimentará con el agua, puesto que tiene que nutrirse y recobrar energías, al igual que lo hace todo ser vivo. En cualquier caso, el agua no le hará ningún daño.</p> <p>—Pero, ¿qué podemos hacer? —preguntó Jordan confuso—. Si se escapa a semejante temperatura, nunca podremos detenerla. Ya vieron lo que hizo con la barra de hierro...</p> <p>—Sí —murmuró Walter—. Metal... Ése es uno de los componentes. Pero no ha afectado a sus componentes internos, ya se habrán dado cuenta.</p> <p>Y escarbó entre sus recuerdos en busca de detalles sobre la composición posible de su componente interno. ¡El basalto! Material volcánico, por supuesto. La cosa no tendría necesidad de comerlo. Debería sentirse en su propio ambiente. Segura, por el momento, de todas formas. Pero sólo por el momento. Una interrogante cruzó su imaginación y se volvió hacia Dick Small, que había vuelto y miraba con la boca abierta, como hechizado, la escena y a aquel «embrujado montón de ardiente escoria».</p> <p>—¿Dónde está la barra de hierro que estaba usted utilizando?</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Small se la entregó. Walter la manejó torpemente con una mano, y mientras sostenía el escudo protector con la otra, ofreció la barra a aquella fantástica criatura de fuego. Observaba tan atentamente como le era posible, sintiendo cómo su mono de trabajo se le iba chamuscando y quemándose a trozos; pero deseando saber a toda costa, si el hierro lo comía o lo fundía para absorber sus átomos y moléculas. La cosa incandescente, absorbió un pie de largura, sin esfuerzo aparente, mientras que aquella red capilar de color naranja brillaba y se movía fantásticamente por sobre la superficie de la extraña criatura al hacerlo.</p> <p>—Creo que estoy tan loco como tú —dijo Jordan—. Pero creo que la estás alimentando, ¿no es cierto?</p> <p>—Así es —repuso Walter, retirando la barra—. Quería estar seguro. Le gusta el metal. Si pudiéramos ofrecerle algunos trozos apetitosos, podríamos sonsacarla e inducirle a que saliera de ahí.</p> <p>—¿Y para qué? Pero hombre, ahí donde está no hace daño...</p> <p>—Por el momento, no. Pero el consumo que tiene que realizar es enorme y a tal temperatura; pero cuando no pueda permanecer más tiempo, saldrá a buscar alimento. —Y sin proponérselo, Walter utilizó el mismo tono que un superior emplea para decir o enseñar algo a un chiquillo—. Si podemos ponerle un señuelo, podremos controlarla, lo que será preferible y mucho mejor a que tengamos después que correr tras ella para conseguirlo.</p> <p>—¿Qué te parece un extintor de incendios? —preguntó Ben Cook, siguiendo su propio razonamiento.</p> <p>Walter frunció el ceño y acabó sacudiendo la cabeza con gesto desaprobatorio.</p> <p>—Estoy seguro que se aprovecharía del CO² (anhídrido carbónico), separándolo con la misma facilidad que el oxígeno del agua en su propio provecho alimenticio. Sea como sea, tenemos que matar esa cosa. Podríamos golpearla, tratar de envenenarla si supiéramos cómo; pero no...</p> <p>—Supongamos que inundo con agua toda la tolva —sugirió Miller mirando a Jordan.</p> <p>—El agua no la enfriaría —repuso Jordan—. Ya viste lo que ocurrió cuando se le lanzó el chorro de la manguera. Inunda toda esa condenada tolva con agua y se producirá una explosión lo bastante grande como para saltar en pedazos media central. ¡Habla con sentido común, hombre!</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Las pautas coloreadas incesantes que corrían en finas líneas sobre la superficie de la cosa, intrigaron a Walter. Era como si aquella fantástica criatura estuviese pensando a su manera y aquella conducta fuese la forma de pensar que tuviera. Salió de su encantamiento al sentir que Ben Cook le tocaba en el brazo.</p> <p>—Mi escudo, por favor —solicitó el viejo operario—. Tengo que volver a mis máquinas. Espero que descubra la forma de matar a «eso».</p> <p>El anciano sólo parecía buscar una seguridad en la inteligencia de Walter; pero para éste, la cuestión derivó hacia otros planos. ¿Cómo puede definirse la vida? Entre otros muchos atributos, un ser viviente, precisa de comunicación entre sus partes diversas que lo componen. Tiene que tener una conciencia de la clase que sea de su propio existir, mensajes, nervios, sensaciones, lo que podía resumirse por analogía con los humanos con el sistema nervioso. Y una sombra como un fantasma de solución, fue cobrando forma en su mente.</p> <p>Un gran ruido procedente de los diversos sonidos ambientales reclamaron atención. El altavoz público tronó anunciando las órdenes para la regulación de las turbinas y calderas, una tras otra. Otros hombres, del grupo encargado de las escorias, viendo el resplandor y excitados en su curiosidad, comenzaron a aproximarse y Jordan, con un gesto imperioso, les despidió casi furiosamente. Walter echó un velo sobre todo cuanto podía distraerle y continuó el hilo de sus razonamientos mentales. Un sistema nervioso. ¿Acaso podría vivir cualquier criatura, fuese de la especie que fuese, sin comunicación? Aquella cosa parecía comunicarse o intentar hacerlo, al menos, en cierta forma. ¿Qué otra certidumbre podía tener de que estaba viva?</p> <p>—Tenemos que electrocutarla —dijo súbitamente, y Jordan lo oyó.</p> <p>—¿Electrocutarla? ¿Y cómo diablos vamos a hacerlo?</p> <p>Walter no le respondió por el momento, porque sus ideas eran aún tan sin consistencia en su mente, que necesitaría algún tiempo para tratar de explicarlo con detalle. Dándole la espalda a aquella cosa brillante, comenzó a rebuscar a su alrededor algo que subconscientemente ya había cobrado forma en su razonamiento. Sí, ya lo tenía. Un par de pies de cable pesado de cobre, espesamente recubierto y aislado con un plástico especial. Allí lo tenía cerca, sin duda, como sobrante de alguna reparación en la instalación eléctrica. Se inclinó para recogerlo y volvió rápidamente junto a la fantástica y misteriosa forma de vida de fuego que continuaba palpitando y moviéndose.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Ojalá que le gustase el cobre lo mismo que el hierro... Sacándose una navaja del bolsillo, raspó rápidamente la envoltura de plástico, hasta dejar al descubierto unas seis pulgadas del brillante metal. Entonces se aproximó a la cosa, sintiendo en la cara y en las manos la vaharada de fuego. A falta de alguna clase de protección adecuada, apenas si podía ver lo que estaba haciendo. Si Ben Cook no se hubiera llevado el escudo protector...</p> <p>—¡Maldita sea, no veo casi nada! —exclamó irritado. Jordan se extrajo de uno de los bolsillos del mono de trabajo, unas gafas oscuras con armadura de madera.</p> <p>—¿Te servirá esto? ¿Qué demonios piensas hacer?</p> <p>—Descubrir si le gusta el cobre.</p> <p>Walter se puso las gafas y comenzó a escrutar con más detalle y más de cerca lo que se proponía hacer. El fuego le tenía las manos casi quemadas superficialmente. Dio un salto atrás cuando uno de los «brazos» de la cosa se alargó inesperadamente para alcanzar lo que se le ofrecía y tomó el extremo del cable. Jordan y él se retiraron aún más al ver que la extraña criatura de fuego se lanzó sobre el cable y saltó hacia el suelo enlosado, absorbiendo el resto de los dos pies de cable de cobre. Estornudando ante el picante olor del plástico fundido casi instantáneamente, Jordan agarró a Walter por un brazo.</p> <p>—¿Has visto eso? Puede moverse cuando lo desea... y comerse también ese trozo de alambre...</p> <p>—Sí, lo he visto. Eso es lo que estaba esperando.</p> <p>—¿Qué?</p> <p>—Te habrás dado cuenta de que no ha agarrado el trozo de cable y se ha retirado a su escondrijo. Ha seguido al cable. Mi idea es de que puede «tomar» cosas y desplazarse a cualquier parte. Y eso nos ayudará.</p> <p>—¡Dios sabe en qué forma va a ayudarnos!</p> <p>—Por supuesto que sí. Lo que necesito ahora es mucho más cable de cobre. Todos los trozos que podáis reunir por ahí. Especialmente planchas espesas, si las tenéis, y rápido...</p> <p>—¿Para qué? —insistió Jordan, limpiándose el sudor que le cegaba los ojos—. ¿Puede saberse qué diablos estás tratando de hacer?</p> <p>—Voy a sonsacarla para que se aproxime al cable de alto voltaje más próximo que exista en la central. Y nos ayudará si se acostumbra al «gusto» de esas planchas y trozos de cobre.</p> <p>—¿Cables de alta tensión? —repitió Jordan, mirando a su alrededor—. Aquí no hay ninguno, en el basamento. Toda esta maquinaria está alimentada desde los niveles altos, excepto... ¡Dios mío!... ¿No te referirás al túnel?</p> <p>—Exactamente. Al 6,6.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Walter no pudo haber dicho de qué forma le vino la idea concreta a la mente. Era parte de una racionalización lógica de la totalidad de la situación, surgida al final en una fracción de segundo de inspiración. Seguir moviéndose. Hacer que se acostumbrase a perseguir al cobre. Y al final, tener la certeza de matar «aquello» de una vez y por todas. El estrecho túnel, 6,6 de alta tensión estaba cerca. A unas nueve o diez yardas de distancia en un pasadizo libre de obstáculos del suelo enlosado del basamento de la central, donde se hallaban. Seis mil seiscientos voltios, con todo el amperaje que pudiera desearse, sería más que suficiente para aniquilar a aquella cosa increíble. Pero Jordan estaba pensando en otras cosas, como hombre más práctico y de menor imaginación.</p> <p>—¡No puedes hacer eso! —gritó, con un gesto de incredulidad en la cara—. ¡Se produciría un apagón en toda la central! ¡Esto costará Dios sabe cuánto!</p> <p>—Será mejor de todas formas, que no dejar a eso libre, ¿no crees? Como verás, está creciendo constantemente. —Y en efecto se la veía crecer por momentos—. ¡Echa un vistazo a las baldosas!</p> <p>Walter se echó hacia un lado y apuntó hacia el sitio. A todo el contorno que ocupaba aquella criatura de fuego, las rojas losas estaban cuarteándose y deshaciéndose.</p> <p>—Si es capaz de fundir eso, que es cemento, dime quién será capaz de destruirla cuando llegue a otros lugares en donde se encuentren por todas partes las vigas de la estructura de la central, gustándole tanto el metal...</p> <p>Jordan permaneció unos instantes plantado, vacilante en un desesperado momento de tomar una decisión. Walter lo lamentó por él. Aquella criatura estaba por completo fuera de todos sus términos de referencia. Pero al instante, tomada la decisión, se puso en marcha a toda prisa.</p> <p>—¡Davie! —gritó, esperando furiosamente a que se cumplieran sus órdenes—. ¡Deja a tus muchachos y ven a ayudar a Mister Cockburn. Voy a avisar al Control —dijo a Walter—. No intento decírselo por teléfono, no me atrevo. Nunca se lo creerían. Ni yo mismo me lo creo, y lo estoy viendo. Dios sabe lo que dirá el superintendente, cuando sepa de qué se trata. Y por si fuera poco, en un sábado por la noche...</p> <p>Y se marchó corriendo a grandes zancadas hacia el elevador.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">La cosa era mucho más grande entonces, del tamaño de un cerdo bien cebado, sin que tuviera parecido alguno con semejante animal, mientras adelantaba poco a poco en pesados movimientos, a cada pulsación vibrátil de toda su masa. Tras ella, iba quedando un rastro de losas fundidas, en cuyo borde aparecía un polvo verdoso. Unos brazos en forma de pseudópodos surgían y volvían a retraerse esporádicamente de la masa, conforme Walter iba cebándola con trozos de cobre, procurando ir atrayéndola hacia el lugar deseado. No había que dejarla en reposo. Walter sentía el temor de que la cosa pudiera tener la idea del gusto de otro metal y olvidarse del cobre.</p> <p>Por entonces, había tomado una coloración verdosa brillante, por lo que pudo juzgar a través de sus gafas oscuras. Había perdido la noción del tiempo y aquella maniobra le pareció que ya duraba horas. La piel del rostro de Walter y las manos, las tenía escoriadas y quemadas de la proximidad de aquel terrible fuego. Sus destrozadas ropas aparecían agujereadas en media docena de sitios.</p> <p>La cuestión era trabajar en equipo. El grupo de trabajadores de las escorias, le estaban ayudando magníficamente, sin hacer preguntas. Jordan quedó estupefacto durante los primeros momentos. Después se decidió a colaborar también. Había que hacer algo práctico y pronto. Cuanto antes, mejor. Los problemas y las dificultades visibles y concretas que ocupaban la mente y cualquier desafío a la voluntad, había que atacarlos cara a cara. ¿Era aquélla la respuesta?</p> <p>Volvió a limpiarse el sudor que le inundaba el rostro y al seguir hacia atrás, sintió la dura pared de cemento del túnel en la espalda. Aquél era el momento en el que no había querido pensar demasiado. Volviéndose rápidamente, tomó tres piezas de pesado cable protegido y los dejó a intervalos cortos en la entrada del túnel, para ir cebando y dejando el señuelo puesto para obligar a la criatura a que siguiera el rastro del metal tan codiciado. Después... si su teoría estaba equivocada, se vería cogido como un ratón en una ratonera, con aquel monstruo de fuego cada vez mayor frente a él. Jordan volvió, apareciendo como una blanca figura al otro lado del resplandor.</p> <p>—¿Estás bien, Cocky? —le preguntó con ansiedad—. Todo el mundo está vigilando. ¿Cómo va la cosa, bien?</p> <p>Aquello era algo que inspiraba confianza, pensó Walter. Sonidos humanos y algo que le devolviera a la realidad. Walter llevaba en las manos un largo trozo de cable tratando de colocarlo de forma que condujese directamente hacia la puerta de acceso. El cable se retorció entre sus manos sudorosas y la cosa se dirigió hacia él con una decepcionante velocidad. Después se retiró, apartándose del monstruo ardiente, sintiéndose frío, empapado y en la oscuridad. Entonces, aquel endemoniado resplandor se expandió sobre el suelo, haciéndose mucho mayor y creciendo súbitamente en brillantez y fulgor, conforme avanzaba a lo largo del cebo que se le había puesto. Walter fue retirándose, acurrucándose torpemente, utilizando en soporte de su debilidad el apoyo del enorme cable de alta tensión.</p> <p>6,6 kilovoltios... ¿sería suficiente o no? Pronto lo sabría.</p> <p>Aquel enorme ojo resplandeciente por el túnel apareció de pronto, casi de una forma dolorosa para sus ojos, y se dio prisa en recular todavía más, dando con la cabeza en la bóveda. La cosa se deslizó por los escalones, semilíquida. Tuvo que contraer las facciones ante el impacto brutal de la bocanada de fuego que se aproximaba. Del cuerpo enorme de la cosa, se desprendió un chorro de pequeñas partículas como fino polvo, que parecían procedentes de la boca del propio infierno. Parpadeando para poder ver algo, vio que la criatura aquella estaba entonces extendida bajo el cable, dándose un festín con los bocados exquisitos que le había preparado. Se le veía crecer más aún. Ya había adquirido un enorme tamaño. Aquel verde terrible procedente del cobre parecía haberse disipado.</p> <p>Trató de imaginarse, en unos segundos, qué clase de vida habrían conocido sus progenitores. ¿Podría tal cosa tener inteligencia, emoción, afecciones o sensaciones a semejante temperatura? Tal vez, aquellas criaturas, en alguna época del remoto pasado, dominaron la faz de la Tierra, en los principios de la Creación. Tal vez aquello era lo que quedaba de las ancestrales leyendas perdidas en el más remoto pasado del mundo, al igual que el Ave Fénix, las serpientes de fuego y las salamandras y todos los demonios de las antiguas épocas del Infierno.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">* * *</p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">Allí estaba entonces tranquila, excepto por el movimiento pulsátil de su fantástica constitución ígnea. ¿Estaría gozando del sabor del metal que había ingerido? Por unos instantes dejó libre su mente de la cortina que le había impuesto y trató de compartir las mismas sensaciones que aquella fantástica criatura. Le pareció sentir un apetito devorador, eternamente insatisfecho, y algo más, algo parecido a una sensación de urgencia. Sintiendo un íntimo y extraño sentido de traición hacia aquella criatura con quien había compartido sus sentimientos, se concentró en el pensamiento de «buscar hacia arriba» y comprobó que una especie de «brazo» del monstruo surgió en busca del cable de alta tensión del túnel, seguido por otros más que formaron un círculo abrazándose a la armadura del cable. Entonces se dio prisa y corrió por las losas de cemento del túnel, alejándose a cierta distancia.</p> <p>Y casi instantáneamente se produjo un terrible resplandor blanco azulado, cegándole con su intensidad y oyó el trueno y el terrible y espantoso silbido de la enorme descarga eléctrica de los 6.600 voltios, y casi al instante el violento olor a ozono, seguido por una súbita oscuridad y quietud.</p> <p>Con la cabeza casi trastornada y los ojos siempre fijos en el resplandor del monstruo, Walter oyó el cesar del latido del corazón de la maquinaria lejana y los gritos que lo acompañaron. Frente a él, apareció un montón de residuos de un rojo apagado, como brasas que van muriendo y como una masa que se retuerce en la última agonía de su vida, esparciendo chispas a su alrededor, luchando por hacer un último intento de sobrevivir. Después, nada. Walter supo que la cosa estaba muerta, porque había «oído» su grito de muerte. La misteriosa sensación de haber traicionado a aquella forma de vida, de haberla inducido a la muerte, fue en él más fuerte todavía que antes. Su solo crimen, había consistido en haber nacido unos millones de años demasiado tarde y sola. Y Walter la había matado.</p> <p>Entonces, como si fuera algo increíblemente lejano, volvieron a encenderse las luces y se sintió de nuevo rodeado por un conjunto de ruidos familiares. Walter se rehizo de su debilidad interior, se fue hacia la luz y se aproximó cuidadosamente a los restos del monstruo de fuego.</p> <p>Donde había estado la cosa, sólo quedaba un montón informe de energía radiante, todavía caliente. Con un pie, removió aquellos restos sin forma, para dejar al descubierto un pequeño enjambre de cosas redondeadas, como huevos de color grisáceo. Se deshicieron al contacto de su bota y se redujeron a polvo. Junto a su hombro, el cable de alta tensión había perdido su cubierta aislante en una extensión de tres pulgadas. El brillante cobre del interior relucía como el oro.</p> <p>—¡No toques eso! —le gritó Jordan.</p> <p>—Está bien, no lo haré.</p> <p>—¿Está muerta?</p> <p>—Sí, completamente muerta.</p> <p>Walter salió del túnel, trastornado y estremecido. En el acto, una serie de sensaciones le distrajeron de cualquier otra idea. El dolor de las quemaduras y las escoriaciones, el sudor terrible que le tenía empapado de pies a cabeza y una incontrolable debilidad y temblor en sus rodillas. Se sintió vacío y en cierta forma, lleno de una extraña aprensión. ¿Cómo podría explicar lo ocurrido, en palabras concretas y en un informe real y específico? Al encaminarse hacia el elevador, junto a Jordan, éste procuró descartar la cuestión con una súbita franqueza.</p> <p>—Bah, no te preocupes, Cocky —le dijo—. Verás la forma de informar de lo sucedido de una forma puramente vulgar y rutinaria. Será algo para matar el tiempo.</p> <p>Allí estaba la respuesta, pensó Walter. Por eso es por lo que un hombre, cualquier hombre, necesita un trabajo que realizar, algo que le proporcione una especie de desafío en donde tenga una posibilidad de vencer, algo que le ocupe la mente y le ayude a matar el tiempo... Aquello sería lo que habría que informar a la Muy Alta Autoridad, cuando llegase el momento. Si tal sugerencia lograba algún resultado, si tal cosa lo conseguía, entonces, la última Salamandra, después de todo, no habría muerto completamente en vano.</p> <!-- bodyarray --> </div> </div> </section> </main> <footer> <div class="container"> <div class="footer-block"> <div>© <a href="">www.you-books.com</a>. Free fb2 and epub library</div> <div> <ul wire:id="Eyv00ugAAhQeg1JxtZB9" wire:initial-data="{"fingerprint":{"id":"Eyv00ugAAhQeg1JxtZB9","name":"elements.menu","locale":"en","path":"book\/A-Varios\/Lambda-I-Y-Otros-Relatos","method":"GET","v":"acj"},"effects":{"listeners":[]},"serverMemo":{"children":[],"errors":[],"htmlHash":"700fed0d","data":{"class":"footer-list"},"dataMeta":[],"checksum":"681b868a3b4daab2720ea7b03dd196d02b494a8cdd8c7ea2ccb815a1543947c6"}}" class="footer-list"> <li class="active"><a href="/">Home</a></li> <li><a href="/addbook">Add book</a></li> <li><a href="/contact">Contacts</a></li> <li><a href="/privacy-policy">Privacy policy</a></li> <li><a href="/terms-of-use">Terms of Use</a></li> </ul> <!-- Livewire Component wire-end:Eyv00ugAAhQeg1JxtZB9 --> </div> <div> <!-- MyCounter v.2.0 --> <script type="text/javascript"><!-- my_id = 144773; my_width = 88; my_height = 41; my_alt = "MyCounter"; //--></script> <script type="text/javascript" src="https://get.mycounter.ua/counter2.2.js"> </script><noscript> <a target="_blank" rel="nofollow" href="https://mycounter.ua/"><img src="https://get.mycounter.ua/counter.php?id=144773" title="MyCounter" alt="MyCounter" width="88" height="41" border="0" /></a></noscript> <!--/ MyCounter --> </div> </div> </div> </footer> <!--THEME TOGGLE--> <!--./THEME TOGGLE--> <script src="/reader/js/vendor/modernizr-3.11.7.min.js"></script> <script src="/reader/js/vendor/jquery-3.6.0.min.js"></script> <script src="/reader/js/vendor/jquery-migrate-3.3.2.min.js"></script> <script src="/reader/js/vendor/bootstrap.min.js"></script> <script src="/reader/js/plugins/slick.min.js"></script> <script src="/reader/js/plugins/countdown.min.js"></script> <script src="/reader/js/plugins/jquery-ui.min.js"></script> <script src="/reader/js/plugins/jquery.zoom.min.js"></script> <script src="/reader/js/plugins/jquery.magnific-popup.min.js"></script> <script src="/reader/js/plugins/counterup.min.js"></script> <script src="/reader/js/plugins/scrollup.js"></script> <script src="/reader/js/plugins/jquery.nice-select.js"></script> <script src="/reader/js/plugins/ajax.mail.js"></script> <!-- Activation JS --> <script src="/reader/js/active.js"></script> <script src="/livewire/livewire.js?id=90730a3b0e7144480175" data-turbo-eval="false" data-turbolinks-eval="false" ></script><script data-turbo-eval="false" data-turbolinks-eval="false" >window.livewire = new Livewire();window.Livewire = window.livewire;window.livewire_app_url = '';window.livewire_token = 'IywPeFXs4OcReogXEDfmQ4yrJN7Qy7GE1xth8Bx8';window.deferLoadingAlpine = function (callback) {window.addEventListener('livewire:load', function () {callback();});};let started = false;window.addEventListener('alpine:initializing', function () {if (! started) {window.livewire.start();started = true;}});document.addEventListener("DOMContentLoaded", function () {if (! started) {window.livewire.start();started = true;}});</script> <script> document.addEventListener('DOMContentLoaded', () => { this.livewire.hook('message.sent', (message,component) => { //console.log(message.updateQueue[0].method); $('#mainloader').show(); } ) this.livewire.hook('message.processed', (message, component) => { //console.log(message.updateQueue[0].method); //console.log(component.listeners); setTimeout(function() { $('#mainloader').hide(); }, 500); }) }); window.addEventListener('cngcolortheme',event=>{ document.documentElement.setAttribute('data-theme', event.detail.message) }); </script> <script> function setdownload(catalogid,bookformat,bookletter,transliterauthor,transliterbook) { Livewire.emit('setDownloadValue', catalogid,bookformat,bookletter,transliterauthor,transliterbook); } window.addEventListener('todownloadpage',event=>{ document.getElementById("downloadhref").click(); }); </script> </body> </html>