La tormenta espiritual ruge:
Atraída hacia la guerra contra las fuerzas de las tinieblas, Thea Ghandour se encuentra con una enigmática figura que comparte su mismo e inmodesto objetovo: la destrucción definitiva del mal. Maxwell Carpenter ha rastreado a una entidad de increíble fuerza hasta un oscuro templo en el corazón de Chicago. Sólo con la ayuda de Thea y sus compañeros de caza tendrá Carpenter una oportunidad de resistir a su siniestro poder.
Una antigua fuerza despierta:
Pero Thea descubre que Carpenter no se lo ha contado todo, ni sobre sus verdaderos fines ni sobre la verdadera naturaleza de la misteriosa criatura. Sólo entrando en el formidable Templo de Akenatón podrá aspirar a descubrir la verdad...y desvelar una información que podría cambiar el mundo.
Heraldo de la tormenta es la primera novela de la trilogía El Año del Escarabajo. Esta épica saga en tres volúmenes revela la ascensión de antiguos poderes que amenazan con alterar para siempre El Mundo de Tinieblas: los seres inmortales conocidos como momias.
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El olvido clamó su triunfo por el espacio cósmico. Era libre de los grilletes que durante tanto tiempo lo encadenaron. El terror se extendió por las tierras de las sombras, pues su único objetivo era la destrucción. La fuerza de sus pasos destruyó reinos de espíritu y emoción. Su poder rompió en pedazos almas vivas y muertas.
El torbellino arrasó la existencia, alejándola de la realidad. Pero los vivos sólo oían ecos. La mayor parte del mundo despierto supo que quien estaba destruyendo las tierras de las sombras era ese terror desconocido que ni siquiera se puede señalar. Alguien que camina sobre tu tumba. El escalofrío que recorre tu espalda.
Otros sintieron todo el impacto de la furia del olvido. Algunos se refugiaron de la tempestad. Otros intentaron aprovechar la tormenta para sus oscuros objetivos. Y unos pocos se alzaron firmes contra aquello que trajeron los vientos del torbellino, que eran tan fuertes que arrancaban el alma.
PRIMERA PARTE
RESPONDIENDO A LA LLAMADA
1
Thea Ghandour sabía que las historias que hablaban sobre criaturas que acechan en la noche no eran simples leyendas. Era consciente de que había monstruos en el mundo, puesto que ella y media docena de personas llevaban meses dándoles caza. Era prácticamente una ciencia: mantenían los ojos abiertos para detectar cosas extrañas, seguían a la criatura hasta su guarida, se abalanzaban sobre ella armados hasta los dientes y la enviaban al día del juicio final.
Pero no tenía ni idea de dónde se estaba metiendo.
—Aquí hace más frío que en el pecho de una bruja —masculló Parker por el audífono.
Thea sonrió.
—¿Lo sabes por experiencia?
A pesar de la broma, su compañero tenía razón. Allí hacía tanto frío como en Siberia. Intenta pasar un invierno en Chicago, Iván.
Se encontraban en el exterior de una propiedad del Lago Cosman, a un kilómetro y medio del Centro Médico Alexian Brothers. Durante el trayecto, Jake había comentado que resultaba reconfortante saber que había un hospital tan cerca, por si tenían que pasar por allí. A modo de respuesta, Carl le había dicho que no le sorprendería en absoluto que el vampiro tuviera el complejo sanitario en su bolsillo y lo utilizara como banco de sangre. A Jake le habían desconcertado aquellas palabras pero, después de reflexionar unos instantes, sólo había podido darle la razón.
¿Que si hacía frío? ¡Por supuesto que sí! A pesar de que se encontraban a 25 kilómetros del Lago Michigan, el gélido viento del ártico no se daba por vencido. La proximidad del Lago Cosman tampoco ayudaba demasiado y, por si eso no fuera suficiente, faltaba una hora para el amanecer y el cielo estaba totalmente despejado. Aunque eso era lo que cualquier servicio meteorológico denominaría "enfriamiento radiacional", Thea consideraba que la descripción de Parker era mucho más acertada.
Dad la bienvenida al febrero de Illinois.
—Basta de cháchara —susurró Romeo por el audífono, consiguiendo que la temperatura descendiera otros diez grados. Sintiéndose como una niña a la que el profesor acaba de pillar pasando notitas en clase, Thea echó un vistazo a Romeo, que estaba acuclillado junto al muro de piedra. Tenía razón. Por muy profesionales que fueran en diversos aspectos (chaleco antibalas, camuflaje de invierno, radiotransmisores, relojes sincronizados, etc.), Thea era consciente de que no eran verdaderos profesionales. Bueno, excepto Romeo.
Samuel "Romeo" Zheng. Aunque se habían unido al equipo a la vez, haría unos siete meses, Thea no sabía mucho más de él que el resto de sus compañeros. Por lo que había podido averiguar, o había sido policía en Hong Kong, o había formado parte de alguna sociedad secreta o tríada o como se llamara su versión china de la mafia. Thea también había observado que sabía mucho sobre leyes y sobre cómo quebrantarlas sin que le atraparan. Los miembros del equipo habían empezado a llamarle "Romeo" cuando Dean comentó lo mucho que se parecía a Jet Li en una película de acción de hacía un par de años y, a pesar de que Romeo intentaba hacerles creer que aquel apodo le molestaba, Thea estaba segura de que, en el fondo, estaba encantado.
De todas formas, también había comprobado que, por mucho que se pareciera a la musculosa estrella de acción de Hong Kong, Romeo no sabía demasiado sobre artes marciales. Recordaba que el día que se conocieron (la noche que descubrió que existían las criaturas a las que ahora daban caza), sus movimientos fueron mucho mejores que los de Romeo, a pesar de que ella sólo tenía conocimientos básicos de defensa personal. A partir de ese momento, había decidido que no le haría ningún daño aprender todo lo que pudiera y, aunque no era ningún maestro Zen, podía pegarle una buena patada en el culo a Romeo... y estaba segura de que a él le encantaría.
Su pequeño grupo nunca había tenido un líder designado, pero podía considerarse que Romeo era quien estaba al mando. Sus compañeros le habían contado que antes de que llegara, era Parker Moston quien tomaba las decisiones. A pesar de que lo hizo bastante bien, no era más que un enorme palurdo que jugaba a ser John Wayne, así que el asiático decidió intervenir y, poco después, empezó a planear las aventuras nocturnas del grupo. Romeo los mantenía a raya cuando estaban "en la mierda", tal y como Parker solía llamarlo. Se aseguraba de que llevaban sus Kevlar bien abrochados y que sus armas (pistolas automáticas, subfusiles y fusiles de asalto de configuración bullpup) estaban apuntando a sus enemigos y no a los miembros del equipo.
Thea sabía que no deberían estar conversando por sus radiotransmisores. Estaban a punto de invadir la propiedad de un vampiro y era posible que el Conde Colmillo poseyera un ingenioso sistema de radio para controlar ese tipo de cosas. Si ella fuera una criatura no muerta de la noche, estaba segura de que no escatimaría en gastos para proteger y garantizar su existencia inmortal. Y por eso mismo habían decidido infiltrarse en la propiedad de aquel cabrón, armados con una cantidad de potencia ofensiva suficiente como para reducir a un país del tercer mundo de tamaño medio.
Romeo la miró como si supiera qué estaba pensando. Mierda. ¡Quizá lo sabía! Tanto Thea como sus compañeros tenían habilidades extrañas, como las del crío de la película El Sexto Sentido. Ninguno de ellos sabía a ciencia cierta de dónde procedían aquellos poderes, que se activaron durante el primer enfrentamiento que tuvieron con esos monstruos. Aunque reconocía que eran de gran ayuda para su trabajo, Thea no consideraba que fueran exactamente una bendición. Como todos ellos habían sido dotados de habilidades distintas... ¿podía ser que una de las de Romeo fuera la telepatía? ¡Oh! Si así fuera, seguro que sabía que fantaseaba con poseer su musculoso cuerpo asiático...
Eh, Romeo, pensó Thea. ¿Qué tal si echamos uno rapidito entre los arbustos? Jake puede montar guardia.
La expresión del asiático no cambió, aunque Thea vio que levantaba el micrófono que tenía sobre la boca y, por señas, le indicaba que hiciera lo mismo. Acto seguido, abrió de golpe la deslucida escalerilla plegable que había traído para encaramarse con mayor facilidad al muro y, tras subir los tres peldaños, se asomó.
Bueno, eso significaba que no tenía telepatía... a no ser que realmente hubiera captado sus pensamientos y fuera un excelente actor. De todas formas, si me ofreciera un buen revolcón en el heno no le pondría ninguna pega.
Entonces, se le ocurrió una idea que resultaba más mortificadora: ¿Y si alguno de los miembros del equipo podía leer sus pensamientos? Aquello sería muy embarazoso, pero a un nivel completamente distinto.
Thea sintió que se le helaba la sangre.
¿Y si el vampiro podía leerlos? ¿Qué sucedería si estuviera "escuchándolos" (a ella o a todos sus compañeros) en aquellos instantes? Si el perverso podía captar sus pensamientos como si fuera una televisión por satélite, no serviría de nada apagar sus radiotransmisores.
Mientras se obligaba a calmarse, hizo una señal a Romeo y a Jake. Siempre que tenía que enfrentarse a una criatura sobrenatural le sucedía lo mismo: en circunstancias normales, sus pensamientos iban a mil por hora, pero cuando estaba en una misión, su mente aumentaba de velocidad hasta alcanzar la de la luz. En cuanto empezaba la acción todo iba bien, pues sabía de forma instintiva qué tenía que hacer y cuándo tenía que hacerlo, pero dar los pasos preliminares resultaba una auténtica tortura. Por mucho que había reflexionado sobre ese tema, había sido incapaz de descubrir si era ella la culpable de aquel nerviosismo (cualquier persona estaría tensa si tuviera que enfrentarse a un depredador no muerto, ¿no?) o si se debía a las vibraciones que empezó a sentir durante aquella primera experiencia. Fuera como fuera, siempre tenía que controlar sus ataques de pánico en los peores momentos.
Jake se encaramó al muro en cuanto oyó que la mano enguantada de Romeo arañaba la piedra por el otro lado, pues esa era la señal convenida. Para el momento en que se repitieron los arañazos, Thea ya había logrado recobrar la compostura.
Ya no hay vuelta atrás, pensó mientras se acuclillaba entre Romeo y Jake. Ahora tenían que echar un rápido vistazo a su alrededor para comprobar el terreno. Thea se puso las gafas de visión nocturna (todos las llevaban, excepto Romeo, que no las necesitaba), sabiendo que no le serían de gran ayuda. Padecía un leve daltonismo y, por algún motivo, aquel verde artificial causaba estragos en su visión. Con gafas o sin ellas, los resultados eran los mismos.
Se encontraban en un lugar bastante agradable. Cerca del muro no había dónde esconderse y el árbol más cercano se encontraba a unos diez metros de ellos. En cuanto llegaran a él, podrían avanzar sin temor a ser descubiertos, pues el edificio quedaba medio escondido entre arbustos y árboles sin hojas. Desde la posición que ocupaba, Thea sólo podía ver que la enorme mansión tenía un contorno insólito y que, al parecer, el complejo incluía un par de cobertizos. El terreno había sido ajardinado con buen gusto pero, por desgracia, el diseñador había decidido colocar farolas cada veinte metros para iluminar la fachada principal. En aquellos momentos estaban agazapados entre dos farolas pero, aunque el suelo estaba cubierto por una fina capa de nieve, Thea pensaba que la luna nueva y su camuflaje de invierno les protegían de las miradas fortuitas. De todas formas, estaban al descubierto y le sorprendía que sus compañeros no hubieran empezado a moverse hacia los árboles. Al oír que Jake y Romeo discutían entre susurros, supo qué había sucedido.
Ambos estaban acuclillados junto a un cadáver. Como seguía siendo un cuerpo real (en vez de un montón de polvo) y no había oído ninguna pelea, supuso que al descender del muro Romeo se había encontrado de frente con un humano (ya que los no muertos ofrecen una buena resistencia antes de sucumbir). Si eso era lo que había sucedido, podía hacerse una idea del motivo de su discusión: sus dos compañeros eran representantes de dos escuelas de pensamiento que disentían por completo en su concepto de los monstruos. Romeo opinaba que todos los perversos debían ser destruidos categóricamente, mientras que Jake consideraba que asumir que todas aquellas criaturas eran irrevocablemente malignas resultaba superficial. De todas formas, en cuanto se dictaba sentencia, ambos estaban de acuerdo en lo que tenían que hacer. Por ejemplo, en estos momentos se encontraban en la propiedad de un vampiro que estaba implicado en todo tipo de asuntos oscuros. Lo primero que habían averiguado era que utilizaba a los niños de uno de los muchos orfanatos de baja financiación del área de Chicago para todo tipo de cosas, desde trabajos forzados hasta pornografía infantil. Eso era todo lo que necesitaban para estar de acuerdo en que aquel tipo, fuera o no fuera un no muerto, estaba pidiendo a gritos una estaca. No les importaba saber la razón por la que un vampiro habría decidido perder el tiempo en tales actividades. Lo único que deseaban era acabar con él.
En la mayoría de los casos, su labor no se limitaba a acabar con un perverso que trabajaba en solitario pues, al parecer, muchos de ellos (al menos, los vampiros) contaban con la ayuda de personas vivas. En cambio, los zombis no parecían necesitar la colaboración de lacayos mortales. Thea ignoraba qué incentivos de contratación debían de utilizar las sanguijuelas (probablemente prometían una excelente salud dental, aunque dudaba que ofrecieran un plan de pensiones), pero siempre tenían a algún mortal en nómina. De todas formas, sólo les había visto trabajar como recaderos. Gracias a uno de ellos habían descubierto al vampiro que llevaba por nombre el insólito alias de Augustus Klein, al que estaban dando caza en estos momentos.
Independientemente del papel que desempeñaran, la presencia de los mortales hacía que la misión de los cazadores estuviera menos definida. Destruir a un monstruo era una cosa, pero matar a una persona era otra muy diferente. Hasta entonces, el equipo de Thea había evitado el dilema moral utilizando el sencillo recurso de esquivarlos, distraerlos o someterlos cuando no era posible lo primero. Al fin y al cabo, sólo era necesario que se apartaran de su camino durante unos instantes pues, en cuanto te deshaces de una sanguijuela, lo único que pueden hacer sus secuaces es empezar a mirar los anuncios clasificados del periódico. Thea imaginaba que, tarde o temprano, serían incapaces de seguir eludiendo aquel tema... y ahora, el bueno de Romeo acababa de demostrarle que no se equivocaba.
Era obvio que a Jake le había molestado que Romeo impusiera su punto de vista sobre el secuaz que yacía tendido en el suelo. Thea tampoco estaba demasiado emocionada. Sabía que era necesario cerrarle la boca para que no diera la voz de alarma pero, ¿eso significaba que tenían que matarlo? De todas formas, ahora no era el momento de discutirlo.
Al menos, sus compañeros habían tenido la delicadeza de apartar los micrófonos para no retransmitir su pelea. Thea se acercó a ellos y, tras darle una palmadita a Romeo en la espalda, observó a ambos con severidad. Romeo y Jake también la miraron, enojados y sorprendidos, pero dejaron de discutir. Están tan obcecados en intentar demostrar quién tiene la más grande que olvidan que el vampiro está escondido a menos de doscientos metros. Thea hizo una mueca; se sentía molesta con los hombres y con la única idea que les suele rondar por la cabeza.
En menos de un segundo, Romeo se puso manos a la obra y, tras coger el cadáver del guardia como si fuera un saco de comida para perros, se dirigió rápidamente a la línea de árboles. Jake le siguió, con la barbilla bien levantada debido al enfado.
Jake Washington tenía el típico aspecto de un muchacho negro de Boston de clase media. Era un intelectual en ciernes y un fanático de la informática. No hacía falta escarbar demasiado para saber que era igual de extraño que Romeo, o incluso más. Su historia era la siguiente: Jake se había enfrentado a un vampiro hacía un par de años. Mientras uno de sus compañeros intentaba clavarle la estaca, la sanguijuela le cortó las piernas. Logró escapar de allí con vida, aunque por desgracia, su amigo no tuvo tanta suerte.
Durante un tiempo, Jake desapareció de hunter.net, el sistema informático que utilizaban los cazadores de monstruos para compartir información sobre las costumbres de los no muertos, dar a conocer tácticas de caza y coordinar las cacerías. A pesar de los esfuerzos de sus fundadores, resultaba imposible impedir que se infiltraran en la red personas perturbadas o incluso monstruos. Thea se había conectado en escasas ocasiones, porque, aunque reconocía que era bastante útil, consideraba que ya tenía bastantes discusiones acaloradas con sus compañeros de equipo como para añadir controversias electrónicas. Antes de su accidente, Jake había hecho diversas aportaciones serias y notorias; después, sólo había aparecido en contadas ocasiones para publicar material. Pero un buen día, hacía aproximadamente nueve meses, había vuelto a aparecer en escena... ¡caminando! ¡Sus piernas se habían regenerado por completo! Desde entonces, se había dedicado a recorrer el país ayudando a otros equipos de cazadores hasta que, poco antes de Navidad, decidió unirse a su grupo.
Thea tenía que admitir que Jake era de gran ayuda, pero le costaba creerse su historia. Aceptaba la existencia de los monstruos (pero no que le apasionaban) y reconocía que diversas personas que se habían unido a la cacería estaban dotadas de una especie de poder psíquico o algo similar (aunque le incomodaba conceder a aquellos insólitos dones una etiqueta oficial). Sin embargo, se negaba a creer que alguien fuera capaz de regenerar sus piernas. Thea sospechaba que Jake sólo se las había lesionado o que, quizá, había sufrido alguna lesión en la médula espinal que le había impedido caminar durante un tiempo. Era evidente que sé había inventado aquella historia para hacerse popular, ¿no? Podía indagar. De todas formas, a pesar de que aquel muchacho tuviera una imaginación hiperactiva, era imposible negar que había vivido una experiencia terrible. Por otra parte, aunque había consagrado varios años de su vida a la cacería (muchos más que cualquiera de los demás miembros de la brigada Van Helsing), Jake seguía teniendo una visión optimista de su labor colectiva. El muchacho estaba seguro de que todos ellos eran virtuosos, que los buenos ganarían, que todos serían felices, etc. Su forma de pensar, aunque estúpida, era como un soplo de aire fresco para la tristeza y el catastrofismo que compartía el resto de la tripulación.
Cuando el trío logró ponerse a cubierto, Jake ya había conseguido olvidarse de su enfado. Thea sabía que más tarde volverían a discutir pero, por ahora, ambos se habían centrado en el trabajo que tenían que realizar. En cuanto Romeo ocultó el cadáver detrás de un árbol, avanzaron sigilosamente hacia la casa.
El complejo se había construido en el centro de la propiedad. Los árboles formaban una medialuna, en cuyos bordes se alzaban la casa y los demás edificios. Tras realizar una nueva comprobación del terreno, supieron con certeza que había unos diez metros de distancia entre la línea de árboles y el edificio principal. Las farolas proyectaban un suave fulgor a su alrededor. Eran elegantes... y lo bastante brillantes como para delatar la presencia de cualquiera que estuviera espiando desde los árboles.
La residencia principal era bastante grande. Su tortuoso diseño era obra de Frank Lloyd Wright. Aunque los planos que habían examinado no hubiesen contenido aquella información, aquel diseño de madera y piedra, con vigas expuestas de forma aparentemente aleatoria, no les habría dejado lugar a dudas. A un lado del edificio asomaba un garaje de dos plazas, que se encontraba en la misma dirección por que la tenía que aproximarse el grupo de Parker. Era obvio que había sido construido de forma posterior, no sólo porque no estaba en los planos, sino también porque parecía que el arquitecto hubiese intentado imitar el estilo de Wright, aunque había acabado construyendo algo más parecido a la típica cabaña de árbol que haría un niño.
A unos cinco metros de la parte posterior de la casa se alzaba una estructura de vidrio aislada que tampoco aparecía en los planos. Se habían podido hacer una idea de lo bien que ocultan sus huellas los perversos por lo difícil que les había resultado conseguirlos. En ellos no había ninguna señal que indicara que se habían construido nuevos edificios después de los años cincuenta, cuando se realizó la obra principal. Eso significaba que Augustus Klein estaba construyendo sin el permiso de los comités de urbanismo locales o que se había asegurado de que no dejar huellas sobre papel... y Thea estaba segura de que había ejercido algún tipo de influencia.
Los cazadores habían planeado acercarse hasta una distancia prudencial (hablando en términos relativos) antes del amanecer. Al alba, cuando el vampiro se hubiese retirado a la seguridad de su ataúd o lugar confinado de relajación antisolar equivalente, lo buscarían e intentarían debilitarle lo suficiente como para poder clavarle la estaca y llevarlo a rastras hasta el exterior para que el sol acabara el trabajo.
El problema era que no sabían dónde se encontraba su guarida.
Thea tenía la esperanza de encontrar alguna indicación en los planos, pero éstos no habían sido de gran ayuda. La obra que habían visto dibujada carecía de sótano, y ahora tenía delante de sus ojos dos nuevos edificios. Aquello era lo que una experimentada periodista como Thea denominaría "un inconveniente".
Suponiendo que el grupo de Parker comprobaría el garaje, Thea centró su atención en el edificio de cristal. En un principio había pensado que se trataba de un invernadero, pero al observarlo más de cerca descubrió que entre sus cristales se cobijaba una piscina olímpica. El tejado era abovedado, para evitar que la nieve se acumulara en invierno, y contaba con una serie de paneles que podían abrirse si el tiempo era bueno. No le sorprendió que todos estuviesen cerrados en aquellos momentos. Había un pequeño edificio de piedra adosado a la piscina, que debía de ser un vestuario o la caseta donde se encontraba la bomba de agua. El conjunto de la obra había sido diseñado con mejor gusto que el garaje. Lo primero que pensó Thea fue en lo agradable que tenía que ser chapotear en una piscina climatizada viendo cómo caía la nieve. Entonces, imaginó que debía de costar una fortuna calentar el edificio, pero supuso que, para una persona que podía permitirse aquel capricho, la factura de la calefacción de su piscina envuelta en cristales no era más que un gasto superfluo.
¡Deja de pensar en el nivel de vida dé los ricos y los no muertos!
Al volverla cabeza para mirar a sus compañeros, descubrió que estaban tan interesados como ella por la piscina cubierta. Levantando las cejas, lanzó una mirada hacia aquel lugar. Romeo asintió y Jake sonrió. Habían hecho apuestas con el equipo de Parker sobre quién sería el primero en encontrar la guarida. Tendrían que comprobarlo antes de poder saberlo con certeza, pero Thea estaba bastante segura de que se encontraba cerca de la piscina climatizada. Había llegado el momento de pasar a la acción.
La primera vez que Thea se enfrentó a uno de los muertos andantes (una experiencia que, cada vez que la recordaba, le hacía estremecerse), fue dotada de una especie de radar sobrenatural. Cuando se concentraba, sabía si era conveniente o no seguir un curso de acción concreto, o si alguien o algo era inofensivo o peligroso. En ocasiones, también podía percibir las debilidades de su objetivo. Aquel don era una respuesta instintiva que sólo funcionaba con lo sobrenatural, es decir, que no podía utilizarlo para saber qué número de la lotería iba a ganar ni para encontrar a Don Correcto. Además, a Thea le incomodaba confiar en ese "sexto sentido" y no solía recurrir a él si sus habilidades mundanas bastaban para realizar el trabajo. Sin embargo, reconocía que resultaba muy útil en situaciones como ésa.
De hecho, tendría que haberlo utilizado desde el mismo instante en que se habían encaramado al muro, pues así podrían haber esquivado al guardia. Ya es demasiado tarde para lamentarse, se dijo a sí misma, aunque sabía que aquello seguiría recomiéndole la conciencia.
Utilizar su sexto sentido era similar a hacer uno de esos rompecabezas visuales, como por ejemplo, el de intentar ver el barco de vela en tres dimensiones que se esconde en una imagen de puntos aleatorios. Tienes que centrar toda tu atención en la imagen, pero si entornas los ojos, eres incapaz de ver nada. No se trata de enfocar hacia un punto concreto, sino de mirar a través del dibujo, como si pudieras ver qué hay al otro lado. Thea sabía que aquella explicación no tenía ningún sentido, pero era la mejor forma de describirlo. La estructura de la piscina le resultaba un poco borrosa, aunque estaba bien definida.
Y estaba segura de que allí se encontraba el barco de vela.
Para asegurarse, decidió escanear el resto de la propiedad. Ciertas zonas, sobretodo del interior de la casa, eran importantes. La verdad es que había un área muy borrosa... ¿podían ser sensaciones superpuestas? Resultaba difícil saberlo, pero lo más probable es que sólo fueran los nervios. Imaginó que la parte borrosa era el lugar en el que se encontraba la sanguijuela en aquellos momentos, así que volvió a mirar a su alrededor y supo con certeza que la guarida se encontraba en el edificio de la piscina. Puede que su objetivo se encontrara en la casa, pero estaba segura de que la piscina era el lugar en el que dormía. Posiblemente, dentro o debajo de la caseta de piedra.
Señaló la casa y sonrió, al mismo tiempo que colocaba sus dos dedos índice a ambos extremos de su boca a modo de colmillos. A continuación, indicó con la mano la piscina e hizo ver que nadaba. La reina de la pantomima, esa soy yo, pensó.
Los ojos de Jake se iluminaron y asintió, pero Romeo tardó un segundo más en entender lo que intentaba decir. Entonces, volvió a observar con atención la piscina, pensando en cuál sería el siguiente paso. Instantes después, suspiró irritado. Siguiendo la dirección de su dedo, Thea vio que había una cámara de vídeo en la esquina más alejada del edificio de cristal. En cuanto descubrieron la primera, no les resultó demasiado difícil localizar el resto. ¡Mierda! Sus instintos le decían que, de momento, estaban a salvo, pero sólo la suerte había impedido que les descubrieran.
Tenían que hacer algo para desconectar aquellas cámaras. Aunque podían intentar abalanzarse sobre Klein cuando éste abandonara la residencia principal para dirigirse a la piscina, Thea estaba segura de que no funcionaría. Llevaban encima armas cuyos nombres conseguían que los hombres gruñeran de emoción (pistolas automáticas Browning, ametralladoras MP-5 con balas Glaser de 9mm. y escopetas semiautomáticas Spas-12), pero para vencer a un vampiro era necesario hacer un uso prologado de aquel arsenal. Era como disparar a un trozo de carne de vaca: si dispones del tiempo y la munición suficiente, conseguirás que se convierta en una hamburguesa. Sin embargo, entre un no muerto y un trozo de carne existen ciertas diferencias, sobre todo que el primero no suele quedarse quieto durante el tiempo que se necesita para que la inversión de plomo tenga un buen rendimiento. Además, si le atacaban al aire libre, el vampiro podría escapar en diversas direcciones. Thea sabía que, para poder dejarle extenuado y clavarle la estaca, tendrían que atraparlo en un espacio cerrado, ya fuera en la casa o en la piscina.
Como se encontraban lejos de ambos edificios, lo único que podrían hacer sería dispararle unas cuantas veces antes de que Klein huyera al interior del edificio o al bosque. Cualquiera de las dos opciones se convertiría en una persecución, y eso no era bueno, porque probablemente recurriría a alguno de sus poderes para deshacerse de los cazadores, de uno en uno, o los esquivaría y escaparía a su escondite de reserva. Además, estaba segura de que aquel lugar estaba repleto de guardias que no permitirían que Thea y sus compinches atacaran a su jefe.
Podían esperar a que el monstruo se retirara a su ataúd, aunque la verdad es que ninguno de ellos deseaba enfrentarse a un vampiro en su guarida. Poco después de que Thea se uniera al grupo, habían tenido que luchar contra un zombi en su cubil. Era uno de los muertos andantes más repugnantes, uno de los "ocultos", llamados así porque parecían estar lo bastante vivos como para esconderse entre los mortales sin que nadie los descubriera. Los cazadores entraron en su guarida pensando que acabar con él sería tan sencillo como atrapar a un pez en una pecera. Por una parte, no podría escapar; por otra, eran media docena de cazadores contra una de aquellas criaturas. Coser y cantar. Aunque consiguieron derrotar al oculto, éste se llevó consigo a dos cazadores y Thea tuvo que quedarse un mes en el hospital, explicando que había sido agredida por un par de atracadores. Además, por si aquello no bastara para detenerlos, Jake les había explicado que los vampiros se tomaban su supervivencia con tanta seriedad que instalaban trampas explosivas para protegerse de los curiosos. Cualquier pasillo que condujera a la guarida del vampiro debía de estar repleto de trampas mortales.
Thea sintió un ataque de pánico pre-pelea que intentó reprimir. Eran siete contra uno, iban bien armados y estaban tan bien preparados como podía estarlo un grupo de cazadores de monstruos de fin de semana. Además, ella no era la única que poseía dones mentales. Y habían llegado hasta aquí sin ningún contratiempo, así que si se mantenían serenos y trabajaban en equipo, podrían conseguirlo.
Romeo conectó la luz ultravioleta que llevaba sujeta al chaleco e hizo una serie de movimientos de mano. Instantes después, Jake le indicó que había visto la respuesta de Parker a través de sus gafas de visión nocturna.
—Romeo cree que lo mejor que podemos hacer es entrar en la casa y buscar la sala de seguridad —susurró al oído de Thea, después de asegurarse de que tenía el micrófono lejos de la boca.
Thea asintió. Era peligroso, pero tenía sentido. Si lograban hacerse con el control de las cámaras de seguridad, podrían confirmar en qué lugar se encontraba la guarida del vampiro y preparar la emboscada. Además, así les resultaría más sencillo precisar si había más humanos en los alrededores y reducirían las probabilidades de matarlos.
Por turnos, recorrieron a toda prisa los metros que separaban la línea de árboles de las sombras que había bajo la cámara situada sobre la puerta trasera. Aunque Thea esperaba sentir aquella sensación que le avisaba del peligro inmediato y que era similar a lo que sentía cuando unas uñas arañaban la pizarra, no sucedió nada. O habían programado bien sus movimientos, o quienquiera que estuviera a cargo de los monitores no era demasiado bueno en su trabajo. En cuanto el equipo de Parker se reunió con ellos, Romeo comprobó la puerta. No estaba cerrada con llave. En el silencio del invierno antes del amanecer, el sonido que hizo aquella puerta al abrirse fue comparable al de un carro de combate retumbando por la calle. La tensión era insoportable, pero Thea no iba a permitir que los hombres interpretaran mejor que ella el papel de Rambo, así que, mordiéndose el labio, siguió a Romeo ya Parker hacia el interior. Jake entró después, mientras Dean, Carl y Lilly se quedaban en el exterior para cubrir la salida.
Se encontraban en una cocina inmensa y preciosa... ¿por qué necesitaría un vampiro tener cocina? Jake le dio un empujoncito para que siguiera avanzando. Romeo y Parker ya se encontraban en el pasillo, con las armas preparadas.
En dirección contraria a la que habían tomado vieron un comedor que daba acceso a la cocina y se extendía hasta un salón que había más allá. Aparte de los muebles, ambas salas estaban vacías. El pasillo dejaba atrás un recibidor que conducía hasta la puerta principal (tampoco había nadie) y seguía adelante otros cinco metros, antes de girar a la izquierda. Enfrente del recibidor había una puerta cerrada y Thea pudo ver que había otra justo delante de la curva que trazaba el pasillo. Tras indicarle a Parker que vigilara el pasillo, y a Jake la parte principal, Romeo se acercó a la primera puerta. Thea le siguió, puesto que se suponía que podía percibir si había problemas antes de que abriesen la puerta. Aunque aquella rutina no siempre funcionaba, siempre era mejor intentarlo que irrumpir de golpe.
Romeo se apoyó con cuidado en la puerta para escuchar. Cuando apartó la cabeza, tenía una apretada sonrisa en los labios. Metal, vocalizó. Eso significaba que era ignífuga y que, probablemente, estaba blindada. Thea se preguntó si todas las puertas de aquel lugar eran iguales o si habían conseguido el premio gordo a la primera. Pronto lo sabrían.
Asintió a Romeo, que se acuclilló y cogió aire con fuerza. A continuación, giró el pomo y desapareció en el interior de aquella sala. Thea examinó el marco de la puerta, como hacen en las películas. Al no percibir ningún problema, siguió los pasos de Romeo. ¡Premio gordo! Se encontraban en una pequeña sala de seguridad. En la pared opuesta se alineaban una docena de monitores, además de un ordenador, dos teléfonos, un fax y otros aparatos electrónicos que completaban el dispositivo electrónico de aquel lugar. Cerca de la puerta había un soporte de armas del que colgaban seis fusiles de asalto bullpup. Los únicos muebles que había en aquella sala eran dos sillas giratorias de aspecto incómodo. Una estaba vacía, mientras que en la otra había un guardia que les miraba de frente.
Romeo estaba apuntando con su Browning con silenciador al guardia, un hombre de mediana edad de aspecto saludable. Vestía ropa paramilitar y estaba sentado en la silla, con los hombros apoyados en el respaldo, las piernas extendidas y los brazos colgando torpemente a los lados. Tenía la cabeza inclinada hacia un lado, los ojos hinchados y la mandíbula relajada. Parecía estar ligeramente sorprendido, pero no por su súbita entrada. Acababan de descubrir por qué no había sonado ninguna alarma: ¡Aquel tipo estaba muerto!
Thea miró expectante a Romeo, que se limitó a encogerse de hombros. Con la única excepción de Carl, todos los cazadores de su grupo poseían dones extraños. Romeo tenía la habilidad de observar la verdadera naturaleza de lo sobrenatural. Aunque todos ellos podían perforar el disfraz de la normalidad tras el que se ocultaban los cadáveres putrefactos, algunos de los no muertos (en su mayoría los vampiros y los zombis mejor preservados) conseguían pasar desapercibidos incluso cuando los enfocaban con su segunda visión. El guardia estaba pálido y tenía una mirada espectral, aunque esos eran rasgos que también podían observarse en los rostros de las modelos y los heroinómanos. Romeo tenía el don de captar los detalles más insignificantes que revelaban a un no muerto por lo que era. Aquel don también le permitía ver en la oscuridad, algo que a Thea, por alguna razón, le resultaba inquietante. Por otra parte, la percepción de Romeo hacía que se agudizara la visión de Thea: él captaba todo lo que ella pasaba por alto, y viceversa. Thea consideró que el gesto que había hecho su compañero significaba que el guardia no era un monstruo que se estaba haciendo el muerto, sino que realmente lo estaba. Bueno, allí había un muerto que empezaba a pudrirse.
Como a Romeo no le gustaba dejar cabos sueltos, se aproximó un poco más al cadáver a la vez que se acercaba el micrófono a la altura de los labios.
—Aquí Romeo. La radio está conectada, pero sólo debéis hablar cuando sea necesario —se quitó un guante y apoyó el cañón de la pistola en la sien del guardia mientras le buscaba el pulso—. El guardia de la sala de seguridad está muerto. Jake, reúnete con nosotros. Los demás, buscad un lugar donde esconderos.
Thea se movió hacia un lado para que Jake tuviera un poco de espacio en aquella diminuta habitación. ¿Aquella sala había sido antes un guardarropa o qué? Al moverse, tropezó con una mesita y el humeante café de la taza se derramó.
—Romeo —dijo—. Éste tipo no lleva muerto demasiado.
Su compañero indicó por gestos a Jake que guardara silencio y cerrara la puerta.
—Lo sé; su cuerpo aún está caliente.
—Y también su café.
Romeo volvió a ponerse el guante y observó al guardia.
—Me interesa más saber cómo murió que cuándo.
—Sí, es lo más apropiado —dijo Jake. Tras echar otro vistazo a la sala, se concentró en el cadáver—. No parece que le hayan disparado ni chupado la sangre, ¿verdad?
—Correcto —respondió Romeo, pronunciando aquella palabra con un exótico acento—. No hay indicios de pelea y su piel tiene buen tono, tratándose de un cadáver, por supuesto. Quizá ha sufrido un ataque de corazón.
Thea dejó que Holmes y Watson continuaran con sus divagaciones y se dedicó a observar los monitores. Las cámaras cubrían meticulosamente el conjunto de la propiedad, aunque no controlaban el interior de la casa. Estaban bien situadas; de hecho, se dio cuenta de que, desde el mismo instante en que saltaron el muro, sus movimientos tenían que haber sido registrados. ¿Cuánto tiempo habían tardado en recorrer todo el camino hasta llegar a aquella sala? ¿Diez minutos? Aunque suponía que un cadáver no podía enfriarse demasiado en tan poco tiempo, la humeante taza de café le inquietaba. Bebía suficientes tazas al día como para saber que el café no se mantenía caliente durante tanto rato.
Antes de que Thea pudiera comentarles sus inquietudes, Romeo había tomado una decisión.
—No tenemos tiempo para ocuparnos de esto. Hemos conseguido entrar sin que se dispare ninguna alarma, y eso es lo único que importa. El sol está a punto de salir. Debemos estar listos para enfrentarnos a Klein.
Jake asintió lentamente. Thea advirtió que se sentía tan incómodo como ella, pero Romeo tenía razón. No podían perder el tiempo en...
—¿Qué es eso de la piscina?
Sus compañeros miraron el monitor que estaba señalando, en el que aparecía la piscina y una parte del jacuzzi. En el fondo de ésta parecía haber un rectángulo grabado.
—¡Qué extraño! —colocándose bien las gafas, Jake se inclinó sobre el cadáver del guardia para ver mejor aquella imagen—. Resulta difícil saberlo debido al tamaño, el agua y todo eso. ¿Podría ser un panel para el cloro o algo así?
—Si fuera eso, no tendría ningún sentido que estuviera en la parte más honda de la piscina. Además, es bastante grande —Thea frunció el ceño—. Por otra parte, esas cosas suelen estar en la superficie, ¿no? O fuera del agua.
Jake sonrió.
—No tengo ni la menor idea. Nunca he tenido piscina ni solía ir a bañarme a la municipal cuando era pequeño —advirtió sobre qué se había inclinado y se enderezó, mientras un escalofrío le recorría la espalda—. ¿Qué opinas, Romeo?
Romeo frunció el ceño.
—Esa cámara está colocada de forma que controle cualquier aproximación al panel. Esas otras también. Esa, esa y esa.
Thea sintió que su intuición empezaba a patalear al mismo tiempo que su cerebro intentaba desentrañar el misterio.
—¡Es la guarida de Klein! Es probable que esté sellada herméticamente, pero apuesto que esa no es la entrada principal... puesto que se llenaría de agua cada vez que la abriera y tendría que utilizar bombas o cualquier otra cosa para despejar la entrada —sus ojos centelleaban—. Puede que sea una salida de emergencia. ¿Pero por dónde entrará? ¿Quizá por alguna escalerilla situada en la caseta de la bomba? Si surge algún problema, puede abrir el panel y escapar, dejando atrapado debajo del agua a quienquiera que le esté persiguiendo.
Jake chasqueó los labios mientras reflexionaba.
—Quizá. Me parece un poco complicado, pero supongo que si eres inmortal, tienes que tomar algunas medidas extremas —se frotó un muslo, distraído.
La voz de Cari sonó en sus audífonos.
—¡Eh, chicos! Aquí fuera hace frío, el sol va a salir dentro de nada y me estoy poniendo muy nervioso.
—Recibido, Carl —respondió Thea después de colocarse bien el micrófono—. No tengo ni idea de cómo entra ni cómo sale, pero estoy segura de que lo hace desde algún punto de la piscina. Allí es dónde debemos ir.
Miró a sus compañeros, desafiándoles a discutir sus palabras.
Romeo echó un vistazo al guardia, después a los monitores y, por último, a Thea. A continuación asintió.
—Carl y Lilly, venid aquí. Los demás id a la piscina. Yo comprobaré la zona. Rápido.
Romeo pretendía mantener a Carl y Lilly alejados del peligro, puesto que ninguno de los dos sabía pelear. Además, de esa forma podían observar los monitores y proteger a sus compañeros. Aunque Jake tampoco era un buen luchador (sólo llevaba un revólver debido a la insistencia de Romeo), sus habilidades especiales hacían que su presencia resultara muy útil durante el conflicto.
Antes de salir de la sala, Romeo se acercó al colgador que había detrás de la puerta para coger el chaquetón azul marino y el gorro del guardia. Thea supuso que pretendía hacerse pasar por un vigilante más, por si alguien le veía mientras examinaba el patio posterior.
Thea era consciente de que les había resultado excesivamente sencillo llegar hasta allí. Le extrañaba que nadie se hubiese enfrentado a ellos. Aunque estaba segura de que, si les hubieran tendido una trampa, su sexto sentido estaría enviándole señales de alarma, aquello no conseguía tranquilizarle. Tenía la sensación de que estaba sucediendo algo extraño. Sólo deseaba no estar interpretando mal las señales. No quería volver a mancharse las manos de sangre.
—¿Dónde diablos estará? —murmuró Jake a Thea mientras examinaban la caseta de piedra adosada a la piscina cubierta, donde se alojaba la bomba de agua. Estaba seguro de que en aquel lugar tenía que haber un pasadizo secreto que condujera hasta la cámara situada debajo de la piscina, pero no habían encontrado nada, aparte del mecanismo de limpieza de la piscina, que incluía los equipos de bombeo y depuración necesarios, algunos juegos acuáticos y un generador de reserva. Al ver su tamaño y los bidones de plástico, llenos de combustible, que se apilaban en una esquina, tuvieron la certeza de que el generador podría abastecer de energía al conjunto de la propiedad durante una semana.
—A lo mejor entra en el agua y va hasta el panel buceando —sugirió Jake, acercándose a la piscina—. La verdad es que no sería mala idea. Si la guarida está inundada, no habrá demasiada presión cuando abra y cierre el panel. Además, él no tiene ninguna necesidad de respirar. Aunque tenga que pasarse el día empapado, resultaría prácticamente imposible encontrarlo... y mucho más atraparlo.
A continuación, añadió sonriendo.
—Creo que es un tipo muy astuto.
—Puede que tengas razón —dijo Romeo que acababa de llegar y llevaba en la mano una palanca que había cogido del garaje por si tenían que forzar el panel. Movió la herramienta para indicarle a Jake que le siguiera hasta la caseta de piedra. En cuanto desaparecieron en su interior, Thea oyó ruidos y, poco después, les vio salir cargando con toneles, cuyo contenido vertieron en la piscina. Pronto, un grasiento arco iris cubrió la superficie del agua.
Thea echó un vistazo al cielo. Estaba a punto de amanecer y aún no había señales del vampiro. Estaba segura de que la criatura se encontraba en algún lugar de la casa, aunque empezaba a dudar que pudieran encontrar su guarida. Tenía la impresión de que ya había buscado refugio y que la piscina no era más que una pista falsa. De todas formas, ya era demasiado tarde. Lo único que podían hacer era esperar a que saliera el sol. Si la sanguijuela no aparecía, la buscarían en la casa... aunque sabía que sería complicado, pues no podrían seguir evitando a los guardias ni las trampas que hubiera en ese lugar.
—¡Eh, chicos! —susurró de pronto la voz de Carl en sus auriculares—. El guardia estaba muerto cuando lo encontrasteis, ¿verdad?
—Sí —respondió Thea.
Hubo una pausa.
—Y si hubierais visto que alguien le había clavado algo afilado en la nuca nos lo habríais dicho, ¿verdad?
—¿Qué?
—Lilly y yo lo estábamos examinando, para intentar saber cómo había muerto. Al inclinarlo hacia delante, vimos que había un poco de sangre en la nuca y entonces descubrimos que tenía un agujero en la base del cráneo. Sin embargo, los vampiros no acostumbran a matar de esa forma, ¿verdad? Parece que alguien le clavó una piqueta.
Thea se preguntó cómo diablos sabía Carl que aspecto tenía la herida que deja una piqueta después de clavarse en un cráneo.
—¿Sólo hay un agujero? —preguntó—. ¿Estás seguro de que...?
En aquel momento, les interrumpió la voz de Dean.
—¡Se acerca! —dijo en un susurro cargado de pánico.
Segundos después, se abrió la puerta trasera. Escondida tras un par de tumbonas, Thea pudo ver que Dean estaba envuelto en sombras, junto a la ventana lateral de la cocina; Parker se encontraba al otro lado, cerca del garaje; y Romeo seguía en la caseta de la bomba. ¡Pero Jake estaba a simple vista! ¡Y se disponía a vaciar el último tonel de gasolina en la piscina!
Augustus Klein avanzó hacia la piscina cubierta. Cuando salió de la sombra que proyectaba la casa, las luces de seguridad bosquejaron su contorno. Unos días antes, Thea y Jake le habían seguido por la ciudad y le habían hecho algunas fotografías con la cámara digital de Jake. Después de seguirle, Thea le había descrito como "una estrella de cine presumida", porque iba vestido con unos carísimos pantalones de color caqui, unas botas de cuero de precio desorbitado, una ceñida camiseta de seda y una chaqueta de cuero teñida. Sin embargo, en esta ocasión, sólo se había puesto unos andrajosos pantalones cortos de tela, dejando a la vista la sorprendente cantidad de vello que cubría su musculoso cuerpo. Caminaba encorvado, con paso rápido, y su mandíbula inferior sobresalía ligeramente, como si estuviera listo para el combate.
La feroz actitud del vampiro se acentuó cuando éste decidió detenerse en el gélido exterior, a medio camino entre la casa y la piscina. Tras mirar a su alrededor con recelo, se fue agachando poco a poco, hasta quedar en cuclillas. Sus ojos emitieron un destello rojizo mientras su nariz olfateaba el aire que le envolvía. Hacia escasos segundos, aquella criatura podría haber sido un tipo peludo que pensaba ir a darse un baño matinal; ahora, no había ninguna duda de que no era más que un monstruo con forma humana.
Thea estaba a punto de atacar, puesto que sabía que el perverso se abalanzaría sobre Jake. Entonces advirtió que, aunque Klein había percibido algo extraño, no había descubierto nada que justificara su temor. Recordó que Jake poseía la habilidad de pasar inadvertido: aunque estuviera a simple vista, si se quedaba completamente inmóvil y hacía ver que no estaba allí, los monstruos no podían verlo. Por otra parte, a pesar de que la mezcla de cloro y gasolina le estaba abrasando la nariz, Thea había visto, al entrar, que la puerta se cerraba herméticamente. Por muy bueno que fuera el sentido del olfato del vampiro, era muy probable que no percibiera el olor desde el exterior.
Al pensar en la gasolina, Thea se dio cuenta de lo estúpida que había sido la idea de verter el carburante antes de que apareciera Klein. En ningún momento se les había ocurrido utilizar la piscina para escapar, pues consideraban que aquella escotilla conducía a una larga red de túneles subterráneos. De todas formas, a no ser que el vampiro fuera retrasado mental, en cuanto abriera la puerta de la piscina y oliera la gasolina escaparía a toda prisa. Thea hizo una mueca. Sabía que lo máximo a lo que podían aspirar ahora era a atraparlo en el umbral, en un fuego cruzado.
Siempre y cuando entrara en la piscina, por supuesto. El vampiro seguía inmóvil en el mismo lugar, intentando descubrir el motivo de su inquietud.
Venga, pensó Thea. Todo va bien. No lo pienses más. Entra. Pero el vampiro no estaba de acuerdo con ella. Thea se preguntó si podía percibir el olor de la gasolina o si se trataba de una sensación de incomodidad más generalizada. Klein alzó la mirada sobre los árboles mientras los pálidos indicios del amanecer iban cobrando fuerza. Entonces, dio un paso vacilante hacia atrás y se volvió para mirar la casa, hacia la zona en la que se encontraba la sala de seguridad. ¡Mierda! Eso era justo lo que necesitaban, que aquel estúpido regresara al interior para tener una charla con el encargado de la seguridad... que ahora eran dos: Carl y Lilly. Sabiendo que ninguno de ellos le abriría la puerta, eso sólo significaba que el vampiro intentaría huir o entrar a la fuerza... Y en cualquiera de ambos casos, las cosas se complicarían demasiado en un abrir y cerrar de ojos.
Thea deseó que Romeo les diera la señal. Si atacaban ahora, podían arrapar a Klein al aire libre. Aunque no resultaría sencillo, sería mucho mejor que intentar darle caza por los pasillos. Vamos, Romeo, apremió en silencio. Imaginó que en cualquier instante, aquel asiático expolicía, exgángster o excualquier cosa que fuera, saldría de la caseta de piedra listo para atacar, como su tocayo. Y no estaba demasiado equivocada.
Romeo se dirigió con tranquilidad hacia la puerta, dándole la espalda a Klein; a continuación, se detuvo para echar otro vistazo al interior de la caseta, como si estuviera desconcertado por algo. Su MP-5 colgaba de la correa que llevaba al hombro, y sostenía la palanca junto a una pierna, fuera del ángulo de visión del vampiro. El gorro le tapaba buena parte de la cara y se había subido el cuello del chaquetón. Visto de espaldas desde la puerta de la piscina cubierta, Romeo podría haber sido cualquiera... incluso el guardia que solía llevar aquella ropa.
Klein vio a Romeo al instante y dio dos enormes zancadas que le dejaron a un metro de la puerta de la piscina. El vampiro lo miraba atentamente, pero el inquietante brillo de sus ojos y el olisqueo de su nariz no parecieron proporcionarle más información que antes. Thea, que se encontraba relativamente cerca de él, pudo ver que sus fieros ojos observaban fijamente la espalda de Romeo. Aún alerta, pero centrando su atención en Romeo, Klein acercó la mano al pomo de la puerta. Por su parte, Romeo fingió no haber advertido la presencia de Klein y dio un paso hacia atrás para desaparecer de nuevo en la caseta de la bomba, como si hubiera olvidado algo en su interior.
El vampiro abrió la puerta con el rostro contorsionado por la cólera.
—¡Stanson! —gruñó con voz sofocada, debido a su brutal energía—. ¿Qué estás...?
Entonces, deteniéndose en el umbral, olfateó el aire. A Thea le dejó de latir el corazón. Tal y como había sospechado, el vampiro había advertido el olor de la gasolina. Vio que la expresión del monstruo cambiaba bruscamente a una de sorpresa, para dar paso a una de creciente furia... con un indicio de algo más. ¿Miedo, quizá?
Thea cogió aire, preparándose para atacar porque estaba segura de que Klein daría media vuelta para regresar a la casa. Antes de que pudiera hacer nada, un retumbante rugido de furia brotó de la boca del vampiro. Al parecer, la ofensa que suponía encontrar un intruso en su guarida era mucho mayor que el miedo que sentía Klein ante el peligro potencial que representaba la gasolina. Al abalanzarse sobre Romeo, su rostro se distorsionó de forma completamente inhumana: sus colmillos estaban espeluznantemente dilatados y sus ojos centelleaban como dos fosos del infierno. De las manos y los pies del monstruo brotaron unas perversas garras que agujereaban las baldosas del suelo a cada paso que daba.
Los vampiros eran unas bestias muy diferentes a los zombis y otros muertos andantes. Thea sabía que eran los líderes del mundo de los no muertos. Eran fuertes, rápidos, astutos y letales; quizá, los mayores depredadores que habían pisado la tierra. A pesar de sus conocimientos, aquella transformación fue tan rápida y monstruosa que quedó sobrecogida.
El resto del equipó no vaciló, pero los resultados variaron. Parker y Dean empezaron a disparar contra la puerta, con la esperanza de poder detener a la sanguijuela antes de que ésta atrapara a Jake y a Romeo. Las balas chocaron contra los transparentes cristales, que en breves segundos se agrietaron en forma de telaraña, pero no se rompieron.
—¡Me cago en la puta! —gritó Parker, frustrado—. ¡Son cristales blindados!
Jake, que seguía siendo invisible para el vampiro, permaneció inmóvil hasta que Klein llegó a su altura. Entonces, el muchacho le lanzó el tonel de gasolina a la cabeza. La rapidez y agresividad del gesto hicieron que quedara a la vista del monstruo, pero su jugada se vio recompensada. Sorprendido, el vampiro empezó a tambalearse y se alejó dando saltos, golpeando el tonel de forma refleja. Sus garras desgarraron el plástico y los retorcidos fragmentos cayeron a la piscina, no sin antes empapar el brazo de la criatura con el resto de su contenido.
Romeo apareció en escena en aquel mismo instante. Mientras arremetía contra el monstruo, canalizó otro de sus extraños poderes y, con su fuerza de voluntad, transformó la palanca en un hierro de marcar candente. Como cualquier otro de los dones que compartían los cazadores, Thea no tenía ni idea de cómo lo hacía, pero cada vez que le veía hacer eso se sentía impresionada e inquieta. La palanca borbollaba y crepitaba debido a su energía apenas contenida, pero a Romeo no parecía importarle. Sonriendo con crueldad al vampiro, que estaba intentando decidir de quién de los dos se deshacía primero, Romeo sumergió la palanca en el agua.
Un profundo siseo inundó el edificio cuando la gasolina empezó a arder en llamas, convirtiendo en un infierno la superficie del agua. La temperatura ambiental subió vertiginosamente en cuestión de segundos, y Thea sintió que le arrebataban el aire de los pulmones.
Al ver las llamas, los ojos del vampiro estuvieron a punto de salirse de sus órbitas. Su boca se abrió aún más y dio rienda suelta a un chillido capaz de reventar los tímpanos. Thea imaginó que aquel era un momento tan bueno como cualquier otro para pasar a la acción. Saliendo de su escondite, empezó a disparar al monstruo con su MP-5.
Le disparó por la espalda y el monstruo se giró al sentir el impacto. Mientras la sangre brotaba por una docena de heridas que se abrían en su costado derecho, Klein se volvió hacia ella y hacia la puerta por la que Dean estaba entrando en aquellos instantes.
Thea descubrió que los ojos del vampiro habían perdido cualquier indicio de humanidad que hubiera podido haber en ellos. Ahora, Augustus Klein no era más que una bestia rabiosa y letal con forma física. Era puro instinto de violencia y destrucción que sólo tenía un único objetivo: sobrevivir a toda costa. De repente, Thea sintió que tenía que salir al exterior. Pero no porque tuviera miedo, puesto que la calma de la batalla había invadido su ser, sino porque comprendía, con absoluta claridad, que si no conseguía salir al exterior, el vampiro lograría escapar.
Ella y la criatura se movieron a la vez, dirigiéndose hacia la puerta. Aunque Thea le sacaba más de cinco metros de ventaja, carecía de los reflejos preternaturales de los no muertos. De un salto, la bestia redujo a la mitad la distancia que le separaba de la puerta y, dando un salto, se agarró a una de las vigas de soporte que cruzaban el techo. Mientras se balanceaba en la viga, apoyó los pies en el metal para coger impulso antes de soltarse. El salto le llevó directamente al umbral en el que se encontraba Dean. El fornido cazador sonrió mientras levantaba su MP-5 para dispararle.
Cuando el vampiro le golpeó, Thea se encontraba a tres pasos de la puerta y Jake y Romeo la seguían a cierta distancia. Dean Sankowski era un tipo grande que trabajaba de enfermero. Era la roca del grupo, ni un líder ni un discípulo, sino el calmado centro que los mantenía unidos. Las garras del vampiro se hundieron en él del mismo modo que un hacha se clava en una piñata.
Dean cayó al suelo por la fuerza del impacto, golpeándose la cabeza contra la baldosa de cerámica. El vampiro empezó a desmenuzar su chaqueta de camuflaje y su chaleco antibalas mientras le desgarraba con los pies sus muslos desprotegidos. Instantes después, cogió a Dean por los hombros como si tuviera intenciones de partirlo en dos y su cabeza empezó a descender como un rayo.
Thea decidió dejarse caer sobre la espalda y recorrer el último medio metro derrapando. A continuación, sujetándose a las baldosas con las manos, cogió impulso al mismo tiempo que colocaba sus piernas en posición. En cuanto estuvo preparada, le asestó una patada de tijera en la cabeza, justo en el instante en que los colmillos del vampiro se encontraban a escasos milímetros de la garganta de Dean. Sintió como si le hubiera pegado una patada al tronco de un árbol, pero al menos, la cabeza de la sanguijuela osciló hacia atrás por el impacto.
Thea continuó moviéndose, doblando las piernas y rodando hacia atrás para acabar acuclillada delante del vampiro. El monstruo sacudió la cabeza, rugiendo de rabia mientras centraba su atención en ella. La fuerza de su furia era palpable.
—¡Apártate de él, perro rabioso! —gritó Parker desde el umbral, mientras apuntaba con el cañón de su Spas-12 hacia el pecho del vampiro. Cuando la carga explosiva le atravesó el torso, la sanguijuela resbaló sobre el borde de la piscina. Unos hilillos de músculos y tendones impidieron que su brazo derecho se desprendiera por completo de su cuerpo. El grito que salió por su boca fue más fuerte el tronido de la escopeta.
Thea se sentía aterrada y victoriosa en proporciones idénticas. Aunque aún no le habían derrotado, el vampiro ya no suponía la misma amenaza que hacia escasos segundos. De todas formas, tenían que moverse antes de que tuviera la oportunidad de escapar.
—¡No permitáis que cruce la puerta! —gritó, con una voz que incluso a ella le pareció muy débil, debido al estruendo de los disparos y a aquellos gritos inhumanos.
Sin parar de chillar, el vampiro se puso en pie rápidamente. Vieron que la carne de su abdomen se volvía a unir, aunque las llamas que ardían por sus brazos y pecho le estaban devorando con la misma rapidez. La criatura estaba en un frenesí agónico, pero no por ello había perdido su astucia. La piscina ardía en llamas, Romeo y Jake estaban a sus espaldas y Thea y Parker cubrían la puerta, así que el vampiro decidió abalanzarse contra la pared del edificio. Se movió con tanta rapidez que Parker erró por completo su segundo disparo. Entre el irritante humo y los gritos, la criatura arremetió contra el cristal, que ya había sufrido el impacto de los disparos. El vidrio se desprendió del marco, permitiendo que el monstruo pudiera lanzarse al helado suelo como si de agua se tratara.
Thea observó, estupefacta, que la criatura se sumergía en la tierra. Dejando a un lado la sorpresa que le había provocado aquella nueva habilidad, corrió tras el vampiro mientras extraía de su cinturón una estaca de madera. Ahora sabía por qué había sentido que tenía que estar en el exterior: si el vampiro desaparecía por completo en el suelo, conseguiría escapar. Aunque sus oídos seguían ensordecidos por los disparos y los chillidos, no tuvo ninguna dificultad en oír los gritos de sus compañeros, que corrían tras ella.
El vampiro se estaba sumergiendo de lado; su cabeza y costado derecho habían desaparecido por completo, además de una parte de su abdomen. De la parte alta de su espalda sólo quedaba el destello de las llamas. Thea supo que, en un par de segundos, el pecho quedaría fuera de su alcance.
Agarrando la estaca con las dos manos, levantó los brazos para volver a bajarlos con toda la fuerza que pudo. Entonces, sintió que el tatuaje de su mano izquierda se calentaba (¿qué diablos era eso?). Acertó en el blanco y no sintió ninguna resistencia cuando la estaca atravesó la espalda del vampiro y perforó su corazón.
El monstruo dejó de moverse casi al instante; su movimiento descendente se detuvo y sus extremidades se paralizaron. Parecía una estatua parcialmente enterrada en el suelo.
Thea retrocedió unos pasos, sintiéndose exhausta. Como si todo estuviera envuelto en niebla, pudo ver que Jake se arrodillaba sobre Dean mientras Carl corría hacia ellos con el botiquín de primeros auxilios que había cogido de la sala de seguridad. Romeo y Parker se precipitaron sobre el vampiro, armados con la palanca y la escopeta. Justo entonces, los primeros rayos del amanecer iluminaron las copas de los árboles y rozaron las piernas del monstruo, que estalló en un resplandor tan intenso que Romeo y Dean se vieron obligados a retroceder un par de metros.
La batalla ya había terminado, pero no podían perder ni un segundo. Aunque el perverso se había convertido en polvo, estaban seguros de que el ruido habría alertado a los guardias. Y si los disparos no habían alarmado ya a los vecinos, seguro que el aceitoso humo que salía de la piscina cubierta pronto lo conseguiría.
Dean estaba muy mal, pero Jake y Carl consiguieron estabilizarlo lo suficiente como para poder transportarlo. En cuanto Parker lo cargó sobre sus hombros, el grupo se precipitó hacia el muro. Tras aquella descarga de adrenalina, a Thea le costaba mantener la vista enfocada, aunque parecía que el resto del equipo también se sentía agotado. Todos, excepto Romeo, por supuesto.
La suerte les siguió acompañando durante el camino de regreso al Chevy Suburban. No apareció ningún guardia. La parte más dura fue conseguir que Dean pasara por encima del muro sin que sus lesiones se agravaran.
Lilly corrió hacia el Suburban, que estaba aparcado en una zona apartada del barrio, entre un pequeño grupo de pinos. Buscó a tientas las llaves y abrió la puerta lateral para que metieran a Dean. El equipamiento de serie del vehículo incluía tres hileras de asientos acolchados además de la del conductor. Aunque hacía tiempo que habían eliminado la última para poder guardar sus equipos, solía haber espacio de sobras para los siete. Pero ahora que Dean iba tumbado en la primera hilera, el resto del grupo tuvo que apretarse bastante. Lilly se sentó al volante y Parker ocupó el asiento contiguo. Mientras Thea, Jake, Romeo y Carl seguían intentando ponerse cómodos, Lilly apretó el acelerador hasta el fondo.
Entonces, cinco voces le pidieron a gritos que fuera más despacio.
—Vamos, Lilly —dijo Carl—. Tómatelo con calma. No es bueno que Dean haga movimientos bruscos, ¿de acuerdo?
Parker asintió.
—Además, ¿sabes lo sospechoso que resultará nuestro Chevy azul si alguien lo ve alejarse a toda velocidad después de haber oído los disparos?
—Este lugar es muy grande. Estoy segura que el ruido ni siquiera ha traspasado las paredes —espetó Lilly, aunque aminoró la marcha hasta que el coche empezó a desplazarse a una velocidad razonable—. Además, estoy segura de que todos los vecinos siguen dormidos.
En aquel momento, la casa del vampiro saltó por los aires.
2
Thea pasó la llama del mechero sobre la pipa de agua mientras daba una serie de bocanadas cortas y rápidas. Acto seguido, se recostó en el agua caliente y dejó la pipa, que tenía forma de delfín, sobre un banquito que aguardaba junto a la bañera. Instantes después, exhaló el penetrante humo con un suspiro de satisfacción: tras un enfrentamiento con los acólitos del infierno, no había nada más relajante que fumar, relajarse en agua mineral y beber una copita de vino... bueno, aparte de unas horas de sexo seguidas de un porro, un baño y un buen vino.
Thea arqueó las cejas, sintiéndose ligeramente frustrada. Ya habían transcurrido algunos meses desde la última vez. Su estilo de vida actual no le permitía gran cosa en lo referente a las relaciones. Había pensado que su última relación seria, un músico y DJ semi-formal llamado Archie, acabaría convirtiéndose en algo definitivo, puesto que tenía un gran magnetismo animal y era capaz de mantener una conversación. Sin embargo, sus horarios eran tan erráticos que, al final, habían decidido cortar por lo sano. Ahora tenía mucho menos tiempo libre, porque además de su trabajo como periodista autónoma, se había unido al equipo de los cazadores de monstruos (una tarea que resultaba difícil mencionar en su viejo curriculum). Su vida social se limitaba a salir de copas de vez en cuando y a un par de citas a ciegas que le habían preparado sus amigos. Nunca bajaba la guardia y analizaba a todos los extraños que pasaban por delante de ella (incluso a sus citas), para descubrir si eran muertos andantes... y era consciente de que, para avanzar en una relación, eso no era de gran ayuda.
Cada vez le resultaba más difícil relacionarse con las personas que ignoraban la verdad de lo que sucedía en el mundo. Aunque seguía saliendo con su compañera de piso y otros amigos, una parte de Thea siempre estaba alerta. Era incapaz de relajarse por completo, ni siquiera con la ayuda de drogas u otros tratamientos caseros.
También guardaba la distancia con sus compañeros de caza. A pesar de que compartían un secreto muy grande y oscuro, Thea no deseaba abrirles su corazón. Esto se debía, en parte, a que prefería mantener separados aquellos dos aspectos de su vida. Había sido testigo de que algunos de ellos, como Parker, Romeo o Jake, habían permitido que la caza (o, como suponía que ellos dirían: "La Caza") se adueñara de sus vidas. Romeo y Jake ni siquiera trabajaban; se dedicaban exclusivamente a seguir la pista de los monstruos. A pesar de que reconocía que la labor de sus compañeros era importante y necesaria, no estaba dispuesta a renunciar a su vida por esta cruzada.
Su instinto de supervivencia era otra de las razones por las que mantenía las distancias con el resto del equipo. No se engañaba a sí misma. Sabía que no eran expertos, pero la verdad es que no existía ningún campo de instrucción de caza de monstruos al que pudieran ir a aprender los pormenores de su oficio. Consideraba que sus éxitos se debían más a la suerte que a la técnica. Aunque no se dedicaba exactamente al periodismo de investigación (puesto que su trabajo solía consistir en descubrir fórmulas para mantener viva la llama en una relación de pareja o comentar el ciclo de vida del requesón), Thea era una persona brillante y observadora. Sabía que no estaban trabajando en vano: los no muertos no se dedicaban a vagar por los cementerios, babeando por cereebrossss, y esperando a ser descubiertos. Al menos, no todos. En su mayoría trabajaban entre bambalinas, urdiendo planes y manipulando. Ninguno de los cazadores con los que había hablado sabía con certeza cuál era su propósito, pero no tenían ninguna duda de que muchas de aquellas bestias eran muy influyentes y disponían de grandes recursos. Si las historias que le habían contado eran ciertas, algunas de esas criaturas llevaban siglos vagando por el mundo... y nadie puede vivir tanto tiempo sin establecer una importante base de poder.
Eso no significaba que los perversos fueran invencibles, punto que ya había quedado demostrado gracias a la enorme cantidad de monstruos a los que había destruido la brigada Van Helsing en los últimos meses. Thea suponía que su actividad no había pasado desapercibida y que todos los no muertos de la descomunal área de Chicago debían de estar en guardia. Los perversos sabían que algo estaba reduciendo sus filas y, probablemente, los que sabían utilizar el cerebro estaban intentando seguir la pista de los cazadores, del mismo modo que Thea y sus compañeros los rastreaban a ellos. Si un perverso ponía todo su empeño en encontrarlos, no le resultaría demasiado difícil.
Podían descubrir su "escondite secreto": una tienda ilegal situada en el límite del distrito River North, a dos pasos del Magnificent Mile. El propietario era el tío de Parker Moston, que además tenía media docena de tiendas de armas y excedentes del ejército por el Midwest. Parker les había asegurado que su tío no sabía, ni quería saber, nada de lo que hacían en ese local, aunque Thea estaba segura de que el anciano tío Ray sabía lo suficiente como para complicarles la vida, puesto que les abastecía de armas semiautomáticas, equipos de camuflaje, ropa blindada de los excedentes del ejército y equipos de transmisión. Puede que pensara que no eran más que un grupo de catastrofistas chalados que sólo utilizarían la tienda hasta que estuviera listo el bunker para el Armagedón que estaban construyendo en alguna granja situada en el exterior de la Tierra Negra. O puede que Parker le hubiera explicado algo a su tío... ¿Quién sabe?
De todas formas, cualquiera que tuviera los motivos y los medios adecuados podría conseguir información sobre los artículos y equipos que se movían por las tiendas del tío Ray. En los negocios y la política de Chicago era tan frecuente recurrir a los favores y a los sobornos que Thea suponía que bastaría con un par de llamadas; entonces, sólo tendrían que dar un salto, rebotar y caer sobre Thea y sus compañeros. Eso no significaba que Parker fuera el eslabón más débil del grupo. Aunque a ella, personalmente, le crispaba los nervios, tenía que reconocer que siempre que le necesitaban cumplía con sus obligaciones. No, lo más probable es que todos y cada uno de ellos hubiesen dejado un rastro que cualquiera, con el incentivo adecuado, podría seguir. Todos los miembros de su grupo eran personas normales con vidas reales, y sólo aquellos que desaparecían de la sociedad podían tener alguna posibilidad de no ser detectados.
Incluso los que tomaban medidas de precaución extremas corrían el riesgo de ser descubiertos, tal y como le había sucedido a Augustus Klein. Era obvio que ese vampiro era todo un experto tomando precauciones, y prueba de ello era su guardia subacuática. Sin embargo, con sólo unas semanas de vigilancia y ciertos sobornos, su equipo había podido conocer su rutina, conseguir los planos de su propiedad y derrotarlo. Pero eso no significaba que los cazadores estuvieran mejor preparados que Klein; además, era consciente de que sus ataques podrían haber tenido un final amargo en más de una ocasión... es más, la parte cínica de Thea opinaba que, por probabilidades, alguno tendría que haber acabado mal, puesto que todo era cuestión de suerte.
Dio unos sorbos al vino y añadió un poco más de agua caliente. Thea sabía que era recelosa (de acuerdo, paranoica) por naturaleza. Su vida familiar era un desastre, no había tenido suerte en sus relaciones amorosas y el hecho de haber sido arrastrada a la cacería sólo había conseguido empeorar la situación. Al principio, nunca se le había ocurrido pensar que los cazadores pudieran acabar siendo los cazados, pero a medida que habían ido pasando los meses, había descubierto que los monstruos eran muy astutos. Cuando se unió al equipo, tanto ella como la mayoría de sus compañeros consideraban que los corruptos eran como aquellas criaturas irreflexivas que aparecen en las películas malas de terror. Algunos lo eran, pero cada vez era menos frecuente que tropezaran con uno de ellos. Quizá ya habían acabado con todos... o quizá se habían hecho más astutos. Thea opinaba que los muertos andantes seguían un ciclo de vida: al principio eran zombis irreflexivos, después aprendían a pensar de nuevo, a continuación se hacían alérgicos al sol y necesitaban sangre para sobrevivir y por fin... ¡Hola, inmortalidad!
Era una teoría extraña, pero no mucho más que las cosas en las que se había visto envuelta en los últimos meses.
Fuera cual fuera el origen de estas bestias, le resultaba imposible negar su existencia. Los no muertos estaban allí, y sólo Dios sabía la razón. Thea temía que sólo fuera cuestión de tiempo que descubrieran dónde se encontraban... y teniendo en cuenta lo insólito que había sido el ataque de Klein, se preguntaba si ya lo sabrían.
Como sus pensamientos regresaban una y otra vez al ataque de aquella mañana, Thea desistió de su empeño de relajarse y centró toda su atención en ese tema. Había tres puntos de aquella incursión que le incomodaban... bueno, cuatro, si contaba el hecho de que Dean hubiera resultado herido.
Primer punto: El guardia muerto. No el que había matado Romeo, el otro. Le inquietaba que aquel tipo hubiese muerto antes de que entraran en la sala de seguridad y le resultaba difícil creer que hubiese sufrido algún extraño aneurisma, a pesar de que era perfectamente posible. De todas formas, que un hombre que gozaba de buena salud hubiese fallecido porque le había reventado el cerebro parecía un cuento infantil comparado con algunas de las historias que Dean les había explicado de sus años de enfermero en el Hospital del Condado Cook.
Pero aquel hombre había sido asesinado. Carl les había dicho que le habían atravesado el cerebro con una piqueta. Además, también le inquietaba el momento en que había sido asesinado: el hecho de que el café siguiera humeando significaba que aquel pobre hombre había sido atacado pocos minutos antes de que entraran en la casa.
Así que...
Segundo punto: ¿Quién había atacado al guardia? No podía haber sido ninguno de los miembros de su equipo. ¿Acaso otro guardia que estaba molesto porque a él le había tocado vigilar el exterior mientras su compañero pasaba el turno al calor de la sala de seguridad, sentado cómodamente? ¿No era demasiada coincidencia que hubiese decidido que merecía que una barra de acero le perforara el cerebro justo la misma mañana que una brigada de asesinos aficionados había planeado invadir la propiedad para deshacerse de su jefe no muerto?
Thea tenía pensamientos enfrentados cuando reflexionaba sobre si el hecho de matar a algo que ya estaba muerto podía denominarse "asesinar" o "matar". Se preguntaba si los no muertos mantenían suficiente contacto entre ellos como para tener en su vocabulario una palabra que designara aquella acción. ¿Quizá "No matar"?
Tendría que preguntárselo a uno de ellos cuando tuviera la ocasión. Sí, de acuerdo. Thea rió entre dientes, mientras alcanzaba la pipa de agua. Una conversación con los muertos. Apúntenme en la lista.
¿Le habría matado un empleado malhumorando que consideraba que ya había tenido que aguantar demasiado? De momento, sí. ¿Pero podría haberlo hecho el perverso peludo al que le había clavado la estaca? Mientras reflexionaba, Thea acarició, distraída, el tatuaje que llevaba en el dorso de su mano derecha. No, aquello no tenía ningún sentido. Si el vigilante hubiese sido el desayuno de Klein habría tenido un aspecto macilento, puesto que le habría chupado la sangre. Además, los vampiros tienen colmillos y dejan una serie de agujeros ¿no? Aquel tipo sólo tenía uno, y Carl había dicho que éste era preciso y circular. Las marcas que dejan los colmillos de un vampiro no suelen ser tan limpias... a no ser que Klein tuviera la costumbre de beber la sangre con pajita. Menuda estupidez.
Aunque Klein hubiera matado al guardia, ¿por qué razón lo habría hecho en la sala de seguridad sin buscarle un sustituto? Era imposible que sólo hubiera dos vigilantes en aquella propiedad, al menos, considerando la enorme cantidad de dinero que tenía Klein. No tenía ningún sentido que se hubiera deshecho de uno de sus colaboradores de aquella forma.
Y aquello llevaba a...
Tercer punto: la explosión. A Thea no le hubiese sorprendido que Parker llevara encima un par de granadas, aunque estaba segura de que no había tenido la oportunidad de preparar una trampa explosiva. Además, la explosión había sido inmensa. Mientras salían disparados de la zona, el Suburban se había balanceado debido a la onda expansiva y había sido acribillado por los escombros. Quizá las llamas de la piscina habían incendiado el generador, pero era imposible que éste hubiese explotado con tanta fuerza o que el fuego hubiese alcanzado la residencia principal. Aunque funcionaba con combustible, era un generador eléctrico. Que ella supiera, las llamas no podían llegar hasta la casa a través de las tuberías... y además, ésta se encontraba a unos quince metros de distancia. Thea era incapaz de creer que las llamas se hubieran extendido por una distancia tan grande y hubiesen entrado en contacto con alguna sustancia que fuera lo bastante inflamable como para arrasar aquel lugar.
Puede que el vampiro lo tuviera todo planeado por si le ocurría algo. Quizá, todas las mañanas, en cuanto se retiraba a su guarida, tenía que programar un temporizador para que no saltara todo por los aires. O puede que uno de los guardias hubiese presenciado la destrucción de su jefe y hubiese ejecutado su última orden antes de salir disparado hacia Matones R Us.
Thea sacudió la cabeza. Era posible, pero le parecía una teoría carente de consistencia. Consideraba que era mucho más que probable que alguien hubiera colocado explosivos.
Al darse cuenta de que estaba descartando aquella teoría porque se negaba a admitir qué significaría si fuera cierta, gruñó de frustración. A pesar del baño, la hierba y el vino, Thea seguía estando nerviosa.
Jodidos vampiros, pensó, mientras alcanzaba su teléfono móvil.
—¿Qué cojones quieres decir con eso de que "alguien entró antes que nosotros"? —preguntó Parker Moston.
—Piénsalo bien. Aunque Romeo nos haya enseñado muchas cosas, no somos ninjas —Thea se pellizcó el puente de la nariz con el pulgar y el índice mientras pensaba si sería necesario utilizar unas palabras aún más sencillas para que Parker le entendiera.
Sólo habían transcurrido doce horas desde que asaltaron la propiedad, pero Thea había llamado a todo el equipo para que se reuniera en la tienda de North Sedgwick. El Stop and Go llevaba cerrado aproximadamente un año y, por lo que había podido deducir de los comentarios de Parker, su tío no tenía ninguna intención de gastar dinero para volver a abrirlo ni para montar ningún otro negocio. Había decidido cerrar la tienda confiando en que, tarde o temprano, alguien querría construir un edificio y, entonces, podría deshacerse de ella por una cantidad diez veces mayor a la que pagó cuando la compró.
La verdad es que aquel terreno no tenía demasiado valor: el edificio estaba cediendo sobre sí mismo, como si estuviera demasiado cansado para derrumbarse como es debido; el agrietado asfalto del aparcamiento, apenas del tamaño necesario para que un coche pudiera dar la vuelta, estaba cubierto de hierbajos; y por dentro, la tienda estaba hecho un asco. A pesar de que la habían limpiado y se habían deshecho de la mayor parte de la porquería que había en su interior, el local conservaba el imaginario recuerdo de todos aquellos años en los que había estado repleto de patatas fritas, caramelos y aperitivos de queso procesados. Cuando hacía demasiado calor, el amargo hedor del habitáculo que Thea denominaba "lavabo" inundaba el aire. Como habían pintado de negro las ventanas de la pared delantera para ocultarse de los curiosos, el interior resultara bastante sombrío; además, la mitad de los fluorescentes se habían fundido y sólo conseguían proyectar una luz macilenta. Habían empujado los estantes contra la pared delantera y las laterales para despejar el centro del local y convertirlo en una especie de centro de reunión y espacio de entrenamiento, y la única concesión que le habían permitido a la comodidad era la media docena de estufas que se diseminaban por la sala.
Jake y Lilly tomaron asiento en un par de sillas destartaladas que habían mendigado cuando fundaron su Club de Cazadores de Monstruos Mega Súper Secreto, Parker apoyó los nudillos en el mostrador y Romeo se recostó en el decrépito congelador, ligeramente alejado del círculo desigual que habían formado.
Todos se habían cambiado de ropa después del combate. Thea llevaba botas de excursionismo, sus viejos pantalones de aviador favoritos, una sudadera Polartec de manga larga y una raída camiseta de las Fuerzas Aéreas que le había quitado hacía tiempo a un antiguo novio. En su cabello, que le llegaba a los hombros, seguían las dos coletas que se había hecho antes de entrar en la bañera. Debido a los guantes (con los que pretendía combatir el frío que lograba filtrarse entre las estufas) y a que caminaba con los brazos abiertos, Thea parecía una niñita decidida. Jake llevaba botas, vaqueros y un jersey grueso de lana. Con sus gafas y su expresión severa, Thea imaginó que si le triplicase mentalmente la edad, obtendría la imagen de uno de sus antiguos profesores de la universidad. Lilly llevaba zapatillas y pantalones de deporte y una camiseta; ni siquiera se había desabrochado su parka de irritante color verde lima y sus manos enguantadas descansaban con afectación en su regazo. Parker se había puesto unas botas de cowboy con puntera de metal (él aseguraba que era de plata), vaqueros y una sudadera de los Chicago Bears (siempre llevaba alguna prenda que mostraba el logotipo de algún equipo), bajo una chaqueta náutica de cuello vuelto. Romeo vestía su convencional atuendo negro (Doc Martens, pantalones flojos, sudadera). Thea no creía que se vistiera de negro para parecer distante, pues parecía no conceder ninguna importancia a la ropa que se ponía. Observó que aún llevaba el chaquetón azul marino y el gorro... quizá consideraba que era su botín de guerra.
Dean seguía en el hospital y Carl estaba con él. Dentro de lo que cabe, habían tenido suerte de que fuera Dean quien resultase herido, puesto que trabajaba en el Hospital del Condado Cook. Los doctores y las enfermeras no eran muy diferentes a los policías y los bomberos... pero en este caso, se ocuparían de sus propios asuntos y estarían dispuestos a pasar por alto varios detalles. En cuanto abandonaron la propiedad del vampiro, Lilly se había dirigido directamente al hospital. Una vez dentro, explicaron que Dean había sido atacado por un lobo mientras jugaban al paintball y, aunque el personal del Servicio de Urgencias les había mirado con curiosidad, nadie había hecho más preguntas. Dean tenía algunos cortes feos en el pecho y las piernas, pero se pondría bien. De todas formas, no estaba en condiciones de reunirse en un edificio abandonado para resolver un misterio.
Mientras hablaba, Thea empezó a dar vueltas a la habitación.
—¿Ninguno de vosotros tiene la impresión de que fue demasiado sencillo entrar y salir de allí? Vistos los dispositivos de seguridad, tendría que haber habido guardias por todas partes.
—Y quizá los había —argumentó Parker—, y lo único que ocurre es que no eran muy buenos en su trabajo. Además, debes recordar que somos soldados de Dios. Tenemos al Señor de nuestro lado.
A Thea le preocupaba mucho más el exceso de confianza de Parker que sus peroratas sobre los "soldados de Dios". Aunque le costaba creerlo, puede que tuviera razón y que sus dones para percibir lo sobrenatural tuvieran una inspiración divina. De todas formas, creía que se trataba de un instinto, de una respuesta genética de la humanidad ante un depredador. Suponía que la raza humana poseía un gen recesivo que accionaba poderes psíquicos, del mismo modo que los erizos desarrollaron los pinchos para proteger sus delicados cuerpecitos de las criaturas que querían comérselos. Toda aquella charla sobre mensajeros o ángeles "escogidos para la cacería" era el método que utilizaba la mente para racionalizarlo. Un placebo psicológico.
De todas formas, si conseguía pruebas suficientes que demostraran lo contrario, no le supondría ningún problema admitir que estaba equivocada. Sin embargo, le inquietaba que la mitad de su equipo pensara que Dios les protegería porque gozaban de "dones divinos". Tarde o temprano, esa forma de pensar les conduciría al desastre. Sólo Romeo y Jake parecían estar de acuerdo en que, siempre y en todo momento, era necesario extremar las precauciones. Ese debía de ser el único punto en el que coincidían... pero también era la razón principal por la que Thea insistía en formar equipo con ellos siempre que la situación lo permitía.
Carraspeó, mientras hacía acopio de fuerza mental, antes de volver a hablar.
—De acuerdo, Parker. Aunque aceptemos el hecho de que el vampiro contratara a un grupo de retrasados mentales miopes, ¿cómo podemos explicar que el guardia de la sala de seguridad estuviera muerto o que la propiedad saltara por los aires justo cuando salimos de allí? Creo que alguien entró antes que nosotros, se deshizo del guardia y colocó los explosivos —se encogió de hombros—. Puede que no tuviera nada que ver con nosotros... aunque yo no lo creo... pero no podemos negar la evidencia.
Thea no mencionó el café humeante, puesto que ya resultaba bastante inquietante pensar que alguien se había infiltrado en la propiedad antes que ellos. Pero el café estaba tan caliente cuando entraron en la sala de seguridad que había tenido que salir del termo un minuto antes de que entraran. ¿Con qué propósito? Era imposible que el asesino hubiera decidido disfrutar de una taza de café y, al verlos en los monitores, hubiera escapado a toda prisa. Estaba segura de que el asesino se había demorado... pero sólo para observar sus movimientos. Había dejado la humeante taza de café a propósito, para asegurarse de que Thea y sus compañeros se daban cuenta de que había estado allí antes que ellos.
Parker resopló.
—Creo que ves demasiado esa basura de Expediente-X, Thea. No todo es una conspiración. ¡Por el amor de Dios! ¡Aquellos psicópatas trabajaban para un jodido vampiro! Y uno de ellos se enfadó con otro. Eso sólo significa que nosotros fuimos más astutos y destruimos a la criatura —dicho esto, cruzó los brazos sobre el pecho.
—No sé, Parker, no sé —dijo Jake—. Lo que dice tiene bastante sentido. Además, no fuimos tan astutos. Si lo hubiéramos sido, podríamos haber evitado al guardia que había junto al muro.
Aunque miraba a Parker, era obvio que aquel comentario iba dirigido a Romeo.
Por supuesto, éste se defendió.
—¿Hubieses preferido que aquel tipo alertara a nuestro enemigo?
—No, pero no tenías por qué matarlo.
Romeo ladeó la cabeza, como si estuviera sopesando la opinión de Jake.
—Esto es una guerra. Luchamos contra un enemigo que apenas conocemos. Tenemos que ser duros, pues si somos blandos, perderemos.
—Oh, genial —respondió Jake, levantando las manos—. Más sabiduría poética de Sun Tzu.
Tras girar la silla para mirar de frente a Romeo, continuó.
—Mira, estoy de acuerdo en que destruir a una criatura que es puro mal no me provoca ningún dilema moral; no tengo ningún cargo de conciencia por lo que le hemos hecho esta mañana al perverso. Pero eso no significa que sus seguidores no puedan ser redimidos. Apuesto lo que quieras a que, en su mayoría, no son más que tipos corrientes que cumplen con su trabajo.
Lilly observó a Jake con escepticismo.
—¿Realmente crees que esos guardias no sabían para qué tipo de criatura trabajaban?
—Bueno, la verdad es que no —admitió Jake—, pero tampoco creo que estuvieran ayudando a Klein a sacrificar niños para Satán ni nada de eso. Sólo estoy diciendo que no somos nosotros quienes debemos juzgarlos, ni tampoco nos corresponde la labor de ejecutarlos.
Romeo apretó los dientes.
—¿Cómo te atreves a decir eso, si sabes que los monstruos y quienes trabajan para ellos no dudan en acabar con todo aquel que se interpone en su camino? Son como las tríadas o como vuestra Mafia: gobiernan desde las sombras, recurriendo al miedo y a la muerte para acobardar a las personas decentes. Los vivos que se convierten en sus lacayos saben perfectamente lo que están haciendo. Por mucho que digan lo contrario, han hecho un pacto con el mal. Aunque sus corazones sigan latiendo, son tan perversos como los propios monstruos. No saben qué es la piedad...
—¿Y esa es la razón por la que tampoco nosotros podemos ser piadosos? ¿Crees que debemos rebajarnos a su nivel? ¿Ser como ellos?
—Para derrotar a un enemigo como el nuestro es necesario destruir cualquier rastro que haya dejado, eliminando así cualquier posibilidad de que vuelva a aparecer —espetó Romeo, dando un paso adelante para señalar con el dedo el rostro de Jake—. Si eres incapaz de ver las atrocidades que son capaces de cometer, eres un ingenuo.
Jake observó a Romeo con los ojos abiertos de par en par.
—¿Estás diciendo que soy un ingenuo? ¿De dónde cojones has sacado eso? —se levantó con brusquedad; en los tres meses que habían transcurrido desde que lo conoció, era la primera vez que Thea le veía tan enfadado—. ¡Por el amor de Dios! ¡Una de aquellas cosas me cortó las putas piernas! ¿Tienes alguna idea de lo que se siente?
—Una de aquellas cosas masacró a mi familia mientras yo la observaba, incapaz de detenerla. ¿Tienes alguna idea de lo que se siente, muchacho? —Romeo observó a Jake sin expresión alguna en su rostro, aunque su voz temblaba de furia y angustia—. Ojalá mi mujer y mis hijos pudieran ser restituidos con la misma facilidad con la que tú recuperaste las piernas.
Thea vio que el rostro de Jake se ensombrecía. Tragó saliva y parpadeó rápidamente un par de veces. Sus piernas parecían haber perdido toda su fuerza, así que se dejó caer pesadamente en la silla.
El silencio sofocaba la sala. Thea sentía que tenía que decir algo, pero era incapaz de pensar en nada después de aquella pelea. Entonces, su teléfono móvil empezó a sonar para sorpresa de todos; al instante, Thea se puso a buscarlo por sus bolsillos con el mismo apremio que un heroinómano buscaría su dosis. ¡Gracias a Dios! Esa llamada había conseguido distraerlos de la desagradable escena.
—Hola. Soy Thea.
—Hola Thea —dijo una voz que no reconoció—, ¿Qué tal está tu amigo?
—¿Disculpa?
—El gordo. Esta mañana ha recibido una buena paliza.
Durante un segundo, todo se oscureció. Thea dio dos pasos vacilantes hacia atrás, sin darse cuenta de que su trasero ya había tocado el mostrador. Agarrando la descolorida fórmica con la mano que le quedaba libre, apretó con fuerza el Motorola contra su oreja.
—¿Quién eres? ¿Cómo has conseguido este número?
Oyó una risa que no contenía el menor indicio de cordialidad.
—Soy un hombre con recursos, aunque estoy seguro de que ya lo sabías. Por lo que respecta a quién soy, creo que ya lo sabes... también. Sólo que no sabes que lo sabes.
—Mira, no estoy para jueguecitos...
—¿No? ¿Entonces cómo llamarías tú a la pifia, típica de un grupo de aficionados, de esta mañana?
—No tengo ni idea...
—¿...de lo que te estoy hablando? —otra risa ahogada—. ¿Alguna vez te has fijado en que eso es lo que dice la gente cuando sabe de qué le están hablando pero intenta hacer ver que no lo sabe? Cuando yo no tengo ni idea de lo que me están contando, digo: "¿De qué cojones me hablas?".
—De acuerdo, entonces. ¿De qué...?
—¿Sabes qué, nena? A mi tampoco me gustan los juegos, así que...
—¿No? —interrumpió Thea—. ¡Entonces, deja de molestarme con tus gilipolleces! No sé de qué diablos me estás hablando, y mi cupo de psicópatas ya está cubierto.
Apartó el teléfono de su oreja y lo observó mientras pulsaba la tecla para finalizar la llamada. Cuando cogió aire con fuerza, se dio cuenta de que estaba temblando... y que no era de rabia.
—Me cago en la puta. Os lo dije —anunció, mirando a sus compañeros.
Thea sabía que aquella voz mentía en lo referente a los juegos, pues si no fuera así, no le habría llamado ni habría adoptado una actitud tan presuntuosa y misteriosa. Había colgado para demostrarle que no tenía ninguna intención de seguir sus reglas... y para respirar unos instantes y poner en orden sus pensamientos.
Thea llevaba en el periodismo el tiempo suficiente como para saber que, para que una persona te explique la historia que deseas conocer, lo mejor es conseguir desestabilizarla y mantenerla así durante un tiempo... pero no iba a permitir que aquel tipo le hiciera eso mismo.
Parker no encontró ninguna lógica en lo que acababa de hacer.
—¡Thea! ¡Ese tipo sabe quiénes somos y qué hacemos! —gritó, golpeando el mostrador con el puño—. ¿En qué diablos estabas pensando cuando le has colgado?
—Tranquilo, Parker. Si ha llamado una vez, volverá a hacerlo.
—¿Y acaso hay algo que le impida llamar a la policía y explicar que hemos hecho que saltara por los aires una propiedad privada? —preguntó Parker, pasándose los dedos por su cabeza rapada—. O puede que sea una sanguijuela. Ya se ha puesto el sol, así que los jodidos no muertos de esta ciudad ya están despiertos y deambulando por las calles. Estoy seguro de que lo primero que han oído nada más salir del ataúd es que su amigo ha ardido en llamas.
—Si fuera eso lo que pretende, ya lo habría hecho —dijo Romeo. Estaba de pie junto a la puerta, como si fuera a marcharse de un momento a otro. Aunque Thea suponía que seguía molesto por la pelea que había tenido con Jake, era incapaz de leer nada en su rostro—. Ese hombre quiere algo de nosotros. No se pondrá en contacto con nadie más hasta que lo consiga... o hasta que esté seguro de que no se lo vamos a dar.
—¿Como qué? ¿Dinero? ¿Crees que va a extorsionarnos?
Romeo se encogió de hombros.
—Es posible.
—Puede que tengas razón —dijo Lilly—, pero yo no quiero correr ningún riesgo. Nuestro trabajo ya es bastante peligroso como para que encima tengamos que ocuparnos de esto. Creo que debemos averiguar quién es y qué quiere.
Jake aún no había dicho lo que pensaba. Thea miró al muchacho, que no se había movido demasiado durante los últimos minutos. No sabía si seguía molesto por su discusión con Romeo o si estaba pensando en la llamada.
—Jake, ¿qué opinas? ¿Empezamos a buscar a ese imbécil o esperamos a que él...?
Thea se sobresaltó al oír que su Motorola sonaba de nuevo.
—¡Mierda! Este tipo cronometra el tiempo igual que un asesino —murmuró. Entonces, acercando la boca al teléfono espetó—: No puedes dejarme en paz, ¿eh?
—No, la verdad es que no —respondió la compañera de piso de Thea—. Pero supongo que creías que era otra persona.
Thea murmuró una palabrota.
—Hola Margie —sus compañeros perdieron el interés al instante—. Perdona, pero pensaba que eras otra persona. ¿Qué pasa?
—Quería pasarte un extraño mensaje por si era del espía.
A medida que se había ido implicando en la caza, Thea había decidido distanciarse de sus amigos. Por una parte, era imposible hablar de aquel tema con ellos, puesto que no le parecía buena idea comentarles como si tal cosa: "Eh, la semana pasada acabé con un zombi en Grant Park"; por otra parte, le parecía más seguro mantener cierta distancia con ellos para que no les sucediera nada malo. A pesar de todo, seguía teniendo una estrecha amistad con Margie, su compañera de piso desde hacía cinco años, desde que estaban en la universidad. Ambas eran tan distintas que a muchas personas les extrañaba que se llevaran tan bien. Thea creció siendo una muchacha rebelde que desafiaba los asfixiantes intentos de su madre por criarla sola, mientras que Margie siempre había sido una hija modélica para sus modélicos padres, nietos de inmigrantes polacos. Aunque era una acérrima seguidora de la conducta social correcta, el sentido del humor que tenía le impedía ser remilgada. El hecho de que ambas fueran hijas únicas las había unido, y los contrastes que existían entre las dos funcionaban como un pegamento que cimentaba su relación. Pero últimamente apenas se veían.
Thea nunca había tenido un horario fijo, y se veía obligada a salir de casa en cualquier momento del día o de la noche para cubrir una noticia. Cuando se unió a la caza de monstruos, cualquier perspectiva de tener un horario normal se había ido al traste. Margie Woleski tenía una beca en la facultad de ingeniería de la Universidad de Illinois, en Chicago. Su vida consistía en pasar largas horas en el laboratorio, regresar a casa, dormir un poco y levantarse temprano a la mañana siguiente para volver a empezar su rutina. A pesar de sus horarios, solían encontrar tiempo para desconectar... ya fuera para ir a tomar un té en el Drake o para salir de copas por Rush Street. En ese momento, Thea se dio cuenta, para su gran asombro, de que Margie y ella no habían salido juntas desde hacía más de seis meses. De hecho, desde pocas semanas después de que Thea se hubiera unido al equipo de cazadores.
Como las dos eran amigas íntimas, Thea había sabido desde el principio que sería muy difícil mantener en secreto su nueva situación (es decir, saber que los muertos caminaban por la tierra), así que le había comentado a Margie que tenía la impresión de que alguien la estaba espiando. Aquel presunto espía le había proporcionado la excusa perfecta para aprender técnicas de defensa personal y recibir clases básicas de tiro (también había aprovechado aquella oportunidad para redactar una serie de artículos sobre cómo podían protegerse las mujeres en la actualidad sin tener que sacrificar su libertad). De ese modo, esperaba que Margie fuera con los ojos bien abiertos y le contara cualquier cosa extraña que hubiera observado. El hecho de que su compañera mencionara al espía fantasma, justo después de la llamada misteriosa, hizo que Thea volviera a ponerse en guardia. Sintiendo un enorme pánico, imaginó que algún monstruo había entrado en el apartamento y le había obligado a llamar.
—¿Qué sucede, Margie? ¿Estás bien?
—Estuve a punto de tener un ataque de corazón cuando oí la voz de un hombre en el contestador, pero ahora ya estoy bien —soltó unas risitas—. Por un momento, pensé que era aquel ayudante con el que no paro de tropezar en el laboratorio... pero no hubo suerte; era para ti.
—¿Quién era? ¿Ha dejado algún nombre o algún número?
¿Sería el extraño que le había llamado hacía unos minutos?
—No, y esa es la razón por la que he pensado que tenía que contártelo: como siempre dices que quieres enterarte al instante de cualquier cosa extraña... No creo que sea nada malo, pero a mí me parece extraño —se oyó un débil sonido metálico cuando Margie movió el teléfono—. Te pongo el mensaje para que lo escuches.
Oyó un débil pitido y a continuación: "¡...tro de esos contestadores! ¡Jesús...!". Entonces, la llamada se cortaba.
—Como te he dicho, es una estupidez —añadió Margie—. ¿Significa algo para ti?
Aunque en la barata grabación digital del contestador la voz sonaba muy distante, Thea la reconoció en el acto. Era su compañero de juegos.
—Sí, la verdad es que sí, Margie. Gracias. Puede que sea alguien que está intentando ponerse en contacto conmigo para algún tipo de historia estúpida. ¿Cuándo llamó?
—A ver... —Thea oyó la voz artificial del contestador—. Dice que a las 6:09 P.M. No hace mucho.
Eran casi las siete. Era evidente que aquel tipo había intentado encontrarla en casa antes de recurrir al teléfono móvil.
—Gracias, Margie. No hay nada de qué preocuparse. De todas formas, guarda el mensaje, ¿de acuerdo?
—De acuerdo. ¡Oye! Pensaba freír algo antes de regresar al campus. ¿Vas a venir pronto a casa?
—Creo que aún tengo para un par de horas. Lo siento.
—No pasa nada.
Recordando lo poco que se veían últimamente, Thea añadió:
—Eh, Margie. ¿Te apetece ir mañana al Drake para descansar un poco de tanto estudio? ¿Qué te parece?
Otra risa.
—Sí, creo que podré. Siempre y cuando me prometas que no saldrás corriendo a cubrir una historia apasionante y me dejes plantada, con la factura.
Thea sonrió.
—Te lo repito. Salí corriendo detrás de un chico "apasionante". Te dije que era una "historia" para no parecer frívola.
Tras despedirse, Thea colgó. ¡Qué bien le había sentado relajarse y bromear con su amiga! Estaba dedicando demasiado tiempo a los monstruos; pasar una tarde ociosa con Margie era justo lo que necesitaba.
—Mi compañera de piso —anunció al grupo, señalando el teléfono para aclararlo—. Llamaba para que oyera un mensaje del contestador. La voz parecía ser la del tipo que acaba de llamarme.
—¡Qué extraño! —dijo Lilly—. Me preguntó por qué llamaría primero a tu casa.
—O por qué sólo te ha llamado a ti —añadió Parker—, ¿Acaso no ha dicho que sabía que todos nosotros estábamos metidos en algo?
—Puede que nos haya intentado llamar y que todos tengamos un mensaje en el contestador —sugirió Jake—. De todas formas, como Thea es la única que tiene móvil, es normal que haya conseguido hablar con ella.
—Pero yo no suelo darle éste número a nadie —dijo Thea.
—¿Qué?
—El número de mi móvil. Me pregunto cómo lo habrá conseguido.
Jake se encogió de hombros.
—No es demasiado difícil, aunque requiere ciertos esfuerzos.
—Así que, como mínimo, se trata de una persona experta en observación, infiltración, asesinatos y demoliciones —dijo Romeo, frotándose la barbilla con el pulgar de la mano izquierda.
—¡Oh! Podrían ser varias, claro —dijo Lilly—. No había pensado en eso.
El resto del grupo asintió. Aunque aquella idea ofrecía un nuevo nivel de complicaciones, no podían permitirse descartarla.
—En estos momentos, sólo sabemos una cosa —dijo Romeo mirando a Thea—: que esa persona (o personas) quiere algo de nosotros. No sabemos qué es, pero debemos descubrirlo; hasta que no lo hagamos, no estaremos a salvo.
—¿Lo hemos estado alguna vez? —preguntó Thea.
Tras pasar media hora más debatiendo (bueno, de acuerdo, discutiendo), con escasos resultados productivos, decidieron que lo mejor sería ponerse en contacto con el tipo que había llamado para intentar reunirse con él. Teniendo en cuenta en qué asuntos andaban metidos, no podían ignorarlo. Si resultaba ser algún chiflado del hospital, perfecto; pero si se trataba de un extorsionador o de uno de los no muertos, tomarían las medidas pertinentes. Thea advirtió que Jake y Lilly no estaban de acuerdo con la decisión. A ella tampoco le hacía demasiada gracia aquella zona gris de "tomar las medidas pertinentes," pero suponía que les resultaría más sencillo concretar sus opciones cuando supieran quién era aquel palurdo. Todos estaban ya demasiados tensos como para que ahora se pusieran a decidir si deberían matar a una persona viva... o a varias.
¡Maldita sea! ¿Cuándo se convirtió mi vida en una película de Tarantino?, se preguntó Thea mientras buscaba en la memoria del teléfono el número desde el que le habían llamado. No hubo suerte, porque su interlocutor había bloqueado el número. No les quedaba más remedio que esperar.
—¿Por qué no le seguimos la pista? —preguntó Lilly—. Como hacemos con los monstruos.
Romeo y Jake movieron la cabeza a modo de negación.
—Podríamos hacerlo si tuviéramos más datos —explicó Jake—. Pero en este caso, ni siquiera sabemos por dónde empezar. Con los monstruos, nos dedicamos a seguir su rastro: cuando vemos a uno de ellos, lo seguimos hasta su guarida. Sin embargo, nunca hemos visto a este tipo, no conocemos sus costumbres, no sabemos de dónde es... no tenemos nada de nada. Además, si se trata de una persona normal, no podemos recurrir a nuestros dones. Aunque éstos son nuestra mayor ventaja frente a nuestros enemigos, en su mayor parte no funcionan con las personas normales.
—¡Eso no es cierto! —argumentó Lilly—. Romeo y Parker pueden hacer aquellas... hum... espadas llameantes, ¿no? Les he visto cortar puertas y cosas así.
Thea se preguntó cómo se las había arreglado aquella mujer para sobrevivir durante tanto tiempo. No es que fuera estúpida, sino que Lilly Bel va era sumamente ingenua. En cierta medida, Thea consideraba que eso era mucho peor: si eres estúpido, tarde o temprano acabas aprendiendo de tus errores (puesto que incluso un idiota, después de haberse quemado una vez, sabe que poner la mano sobre una estufa caliente es malo). Pero los ingenuos, los obtusos, nunca aprenden. Les puedes seguir gastando la misma broma una y otra vez, y siguen cayendo. Lilly formaba parte de aquel grupo de personas que son incapaces de percibir el sarcasmo o la ironía, que no saben diferenciar a un actor del papel que está interpretando. En más de una ocasión, Thea había pensado en sugerir a sus compañeros que la despidieran, pero tenía que reconocer que, por muy incapaz que fuera de darse cuenta de lo evidente, Lilly era muy útil en la cacería. Era capaz de inmovilizar a los monstruos con una palabra... o, tal y como ella decía, La Palabra, como "La Palabra de Dios". Aunque sólo era capaz de detener el esfuerzo inmediato de un monstruo, aquella parálisis duraba el tiempo suficiente para que los demás se abalanzaran sobre él y lo destruyeran. De todas formas, Thea se preguntaba con frecuencia si, por el hecho de beneficiarse de aquel talento, merecía la pena aguantar todo lo demás.
El otro punto que Lilly tenía a su favor era su aspecto físico, aunque también lo estaba perdiendo a toda velocidad. Thea estaba segura de que, en el instituto, Lilly había sido una vivaracha animadora, pero aquella época acabó hacía más de veinte años (Lilly decía quince), y ahora su figura tenía una forma bastante más rechoncha que grácil. Si corriera un poco o hiciera algo de ejercicio, no le costaría demasiado volver a estar guapa, pero Lilly ya estaba recorriendo el rápido camino que conducía a la mediana edad.
Thea sabía que estaba siendo frívola. Siempre culpaba a la sociedad por las revistas, que estaban repletas de anoréxicas insípidas pintarrajeadas y por las películas, que retocaban las imágenes para que las mujeres fueran impresionantes. La belleza está en el interior, en los ojos de quien la contempla. Además, a Carl no parecía molestarle el aspecto de Lilly. Carl Navatt era un tipo cordial al que le gustaba la vida al aire libre. Aunque no era excesivamente inteligente, sabía juzgar a las personas y tenía una cantidad decente de sentido común. Carl y Lilly hacían buena pareja y compartían los mismos intereses. Thea había descubierto que llevaban varios años juntos y que incluso ambos habían trabajado en Home Depot. Cuando se unieron al grupo, Thea se sorprendió al saber que Carl no tenía poderes como el resto de los cazadores. Lilly había "respondido a la llamada", tal y como decían ellos, pero Carl no había sido iluminado. De todas formas, aquello no le había impedido cabalgar junto a su dama. Thea reconocía que había sido una buena idea: había muy pocas cosas que pusieran nerviosa a Lilly, y eso ayudaba a contrarrestar la excitante rutina que seguían todos, excepto Dean; pero cuando Carl no estaba cerca, Lilly solía dispersarse y transmitir una corriente de nerviosismo a todo el equipo.
Y eso era justamente lo que estaba haciendo ahora. Al advertir la exasperada mirada de Thea, Jake sonrió levemente.
—Bueno, sí, Lilly —dijo, como si estuviera dirigiéndose a un niño—. Algunas de nuestras habilidades funcionan sobre cualquier cosa, pero suelen ser las que se centran en el combate. Según lo que sé, yo no puedo hacerme invisible para las personas normales, ¿no? Por otra parte, aunque Parker y Romeo puedan partir cualquier cosa con sus... espadas, sus habilidades de rastreo sólo funcionan con los perversos.
—¿Y qué me dices de ella? —preguntó Lilly, señalando a Thea con un dedo acusador—. A veces puede sentir cosas que no tienen nada que ver con los monstruos.
—Bueno, sí —asintió Thea, intentando contener su irritación—. Pero no resulta demasiado fiable y la mitad de las veces ni siquiera sé qué es lo que estoy buscando. No puedo sentarme y pensar "¡Llévame hasta ese tipo!", y esperar que aparezca una flecha espectral que me muestre el camino.
Tras decir aquello, esperaba sentir una ligera intuición (o incluso oír unos golpes en la puerta) que le demostraran que estaba equivocada, pero el destino se lo estaba tomando con calma.
—De acuerdo, no podemos seguirle de forma sobrenatural —dijo Parker—, Entonces, ¿qué tal si lo hacemos del modo tradicional?
—Acabamos de decir que no sabemos por dónde empezar a buscar a ese tipo, Parker —espetó Thea. Sabía que la tensión, combinada con el hecho de seguir despierta a las tres de la mañana, estaban pasando factura, pero no podía evitarlo.
—Relájate un poco y deja que te diga lo que he pensado, ¿de acuerdo? Propongo que regresemos a la propiedad del vampiro, investiguemos los alrededores e intentemos descubrir si alguien vio algo extraño.
—¿Qué? ¿Regresar a la escena del crimen? ¿Estás loco, Parker? En primer lugar, la casa voló hasta el cielo, así que seguro que toda la zona está plagada de policías. En segundo lugar, si ese tipo fue tan bueno como para entrar y salir de allí sin que le viera ninguno de los guardias, es probable que también lograra pasar desapercibido entre los vecinos. Y en tercer lugar, ¿de verdad crees que es buena idea dejarnos ver en la zona, exponiéndonos a que los vecinos nos reconozcan y le cuenten a la pasma que nos vieron escapar cargados de armas?
Parker estaba de pie, con el rostro colorado como un tomate y temblando de rabia.
—Escúchame bien. Estoy harto de tu prepotencia. Tu estúpida "percepción de araña" no te hace omnisciente y, de todos modos, lo único que estamos haciendo es proponer ideas. ¡Así que bájate de tu jodido pedestal y vete al infierno!
—¡Guau! ¿Has ido al colé últimamente? —se burló Thea—. Has utilizado un montón de palabras impresionantes.
Parker arremetió.
—¡Ya basta! No me importa que seas mujer. ¡Voy a fregar el suelo contigo!
—¿Quién te escribe los diálogos? —Thea se alejó del mostrador, cogió una silla por el respaldo y la giró sobre el suelo, entre ella y Parker. Con las rodillas ligeramente flexionadas, en una relajada posición de pelea, añadió—: Venga, cuéntamelo.
Una oscura figura se alzó entre los dos.
—Ya es suficiente —dijo Romeo, con suavidad—. Vuestra conducta es infantil. Además, Parker tiene razón.
Thea soltó una breve carcajada, pero al ver la fría mirada de Romeo, prefirió no volver a abrir la boca.
—Pero eso no significa que debamos arriesgarnos a que nos identifiquen. También está en lo cierto cuando dice que no necesitamos nuestros... talentos especiales para investigar. Estoy seguro de que el tipo que llamó nos está observando. Debemos estar alerta y observarlo también a él. Si somos vigilantes y precavidos, lo encontraremos.
Thea y Parker continuaron mirándose durante unos largos segundos. Por fin, Thea sonrió y rompió el contacto visual.
—Vale, lo reconozco. Estoy cansada y malhumorada. Haced todos los planes que queráis. Yo me voy a dormir un poco.
—Buena idea —dijo Jake, mirando desconcertado a Thea y a Parker—. ¿Por qué no lo hacemos todos? Podemos seguir hablando de esto mañana. Puede que Carl y Dean tengan alguna información.
Thea no tenía ganas de interpretar ninguna escena de despedida, así que cogió el abrigo y se dirigió a la puerta, mientras murmuraba "Me parece bien" por encima del hombro.
Sentir el gélido aire de la noche fue como recibir una bofetada en la cara. Se revolvió bajo su chaquetón de esquí e inmediatamente se sintió reconfortada por el calor del forro polar. El frío logró calmarle los ánimos. Mientras caminaba hacia la estación del El de West Chicago Avenue, se preguntó por qué se había puesto así. Aunque Parker Moston era un perfecto gilipollas chauvinista, tenía su encanto. Por mucho que discutieran, solían llevarse bien. Bueno, en todos los grupos suele estallar alguna pelea, sobre todo en situaciones extremas. Y la verdad es que ésta podía considerarse extrema.
Thea se detuvo de repente. Estaba segura de que alguien le seguía. Miró hacia atrás, esperando ver a Jake, a Romeo o a Parker, que quizá había decidido seguirle para pedirle disculpas. El Stop n Go se alzaba, oscuro y silencioso, a media manzana de distancia. No había salido nadie más. Al mirar a su alrededor, comprobó que no había nadie por ninguna parte. Entonces, una helada ráfaga de aire decidió que aquel era el momento oportuno para barrer la calle y llevarse consigo cajas y latas, que eran el equivalente urbano de las hojas caídas.
Este tema me está afectando demasiado, pensó. Qué ganas tengo de llegar a casa, beberme el resto de aquel vino y olvidarme de todo esto durante unas horas.
Encorvando los hombros para protegerse del frío, se alejó a toda prisa.
Aunque Thea se había perdido la información inicial que habían dado sobre la explosión, el domingo por la mañana pudo ver varios reportajes. Los investigadores habían descubierto la causa de la explosión, pero no habían mencionado el uso de explosivos, sino que habían afirmado que la casa saltó por los aires al estallar la caldera. Aunque continuarían investigando, estaban seguros de que aquello no había sido obra de un criminal. Por el momento, sólo habían encontrado a tres de las cinco víctimas, entre las que se incluía el cadáver que supuestamente correspondía al propietario de la casa, Augustus Klein.
Thea rió sin ganas, maravillada por la cantidad de estupideces que estaba escuchando. Aunque había pensado en recurrir a la policía y los medios de comunicación para que ayudaran en la cacería, acababa de descartar esa idea. La cantidad de información que había sido suprimida era tan sorprendente que era obvio que la policía no había sido demasiado eficiente. Los periodistas tampoco habían realizado un buen trabajo, debido a la cantidad de datos equivocados que tenían sobre Klein: un investigador europeo, nuevo en la ciudad, gran contribución a la industria, muerte trágica. Corte para la publicidad. Aunque Thea y sus compañeros habían encontrado al perverso gracias a sus poderes, no les había resultado demasiado difícil averiguar que andaba metido en temas de pornografía infantil, trata de niños y snuff. A pesar de que aquellas pruebas bastaban para que todo el equipo empezara a afilar sus estacas, Thea siempre había sido muy minuciosa en su trabajo, así que le continuaron investigando durante unas semanas más, para descubrir que también estaba metido en muchos más negocios turbios, que abarcaban desde el pirateo de vídeos hasta el narcotráfico y el terrorismo. De acuerdo, los periodistas no se habían equivocado al decir que había hecho una gran contribución a la industria de Chicago.
Un medio de comunicación honesto habría descubierto algún indicio de todo aquello (al fin y al cabo, las transacciones de Klein eran lo bastante extrañas como para que a nadie se le hubiera ocurrido investigarle mucho más a fondo). Mientras esperaba a que Margie saliera del lavabo, hojeó el Tribune y el Sun-Times, pero sólo encontró nuevos artículos que seguían el mismo enfoque que la televisión. Parecía que lo máximo que se atrevían a admitir era que Klein "estaba implicado en diversos esfuerzos empresariales y que era muy celoso de su vida privada". Menudos periodistas implacables, se burló disgustada.
Abrigaba la esperanza de que, gracias a la labor de su equipo, muchas personas empezarían a darse cuenta de lo que sucedía en los límites de la sociedad. Aunque ninguno de sus compañeros estaba tan chiflado como para levantarse y gritar: "¡Los monstruos caminan entre nosotros!", intentaban dejar pruebas que lo sugerían siempre que tenían la oportunidad. Sin embargo, sus esfuerzos habían sido en vano. Al igual que la muerte pública de Klein, cualquier asunto que se saliera de lo normal quedaba silenciado y se intentaba que pareciera lo más mundano posible. De hecho, una de las razones principales por las que Thea prefería seguir trabajando como autónoma era que estaba segura de que ciertos perversos controlaban los medios de comunicación.
Ojalá pudieran descubrirlos, pues así tendrían la oportunidad de revelar la verdad. ¡Todos los monstruos intentarían huir! Y entonces, los llamaríamos "los muertos que corren", pensó, mientras una sonrisa asomaba por las comisuras de su boca. De todos modos, era consciente de que aquello no sería nada fácil: fueran quienes fueran los seres que controlaban Chicago, estaban bien escondidos y, para desenmascararlos, necesitarían más que parte del tiempo de Nancy Drew. Aquello no le sorprendía, por supuesto: los descerebrados zombis eran asombrosamente poderosos, mientras que el resto de las criaturas que tenían algo de materia gris estaban dotadas de habilidades asombrosas... y eso que estaba segura de que sólo había visto una mínima parte de lo que eran capaces de hacer. A Thea no le suponía ningún esfuerzo imaginar que aquellas criaturas trabajaban desde las sombras y ejercían una gran influencia sobre los vivos.
Pero eso mismo era lo que aún le permitía conservar la esperanza: el hecho de que los monstruos gobernaran desde las sombras. Se mantenían apartados de los ojos del público por alguna razón. Y eso sólo podía significar que, por muy poderosos que fueran, no eran omnipotentes. Tenían debilidades... y Thea estaba aprendiendo a percibirlas y a explotarlas.
Por primera vez en mucho tiempo, se sintió relajada y de buen humor. Pasó la mayor parte del mediodía haciendo cosas de chicas con Margie: tomaron el té en el Hotel Drake y, a continuación, fueron de tiendas por North Michigan Avenue.
Ambas habían decidido arreglarse un poco para aquella salida. Por muy cómodos que fueran los vaqueros y los jerséis, aquel brillante y claro día invernal pedía a gritos algo más femenino. Margie había optado por unos escarpines negros, unos pantalones anchos grises y un jersey rojo de cachemira que iluminaba su hermosa piel y acentuaba sus rasgos perfectos. También se había puesto su abrigo negro ribeteado en piel y, en algún momento de la tarde, al darse cuenta de que un vendedor de Naiman Marcus lo estaba mirando fijamente, le había explicado que la piel era falsa. Thea llevaba unos zapatos marrones planos (pues era demasiado marimacho para ponerse tacones), una falda larga, recta y estampada que su madre le había comprado en un viaje que había realizado recientemente por el Mediterráneo, y un jersey blanco. Sus sombríos rasgos estaban más marcados debido a que el cuello del jersey le llegaba a la mandíbula y a que se había apartado los rizos de la cara y los había sujetado con un par de horquillas.
Como el jersey era muy abrigado, había preferido no coger el abrigo. Aquella tarde invernal, el día era claro y el sol proporcionaba una asombrosa cantidad de calor; además, regresarían a casa en cuanto empezara a refrescar. Tampoco se había molestado en ponerse sus guantes de cuero, que descansaban sobre la Browning que llevaba en la mochila de cuero.
Al principio fue muy consciente de que el escondite en el que pasaba tanto tiempo se encontraba a pocas manzanas de distancia, pero pronto consiguió olvidarse por completo de los monstruos. Al parecer, aquella tarde también fue el descanso que Margie necesitaba, pues le confesó que estaba cansada de la presión del trabajo del laboratorio y que salir de allí, aunque sólo fuera durante un rato, sería una buena medicina para despejarse.
Estaban relajadas, tomando café e inventándose historias sobre los chicos que pasaban junto a la ventana, cuando el teléfono móvil de Thea empezó a sonar. Tuvo tentaciones de no responder, pero imaginó que podía tratarse de una llamada tan mundana como la de una revista que deseaba ofrecerle algún trabajo. Al oír la voz de Jake, su teoría se fue al traste. Su voz sonaba igual de seria que siempre, pero no parecía preocupado.
—Hola Thea. Han dado de alta a Dean.
Thea bebió un sorbito de café.
—¿Sí? ¿Qué tal está?
—Bastante bien, creo. Sólo puede mantenerse en pie unos instantes, pero no ha habido complicaciones —una pausa—. Habíamos pensado en ir hasta su casa para hablar de ciertos asuntos. ¿Puedes venir?
—Bueno... ¿A qué hora?
—¿Por ejemplo a las cuatro? No estaremos mucho rato, porque Dean necesita descansar y todo eso.
Miró su reloj, un Vitesse de acero inoxidable con funciones de cálculo, tacómetro, telémetro y pulsómetro, que podía resistir hasta diez atmósferas de presión. Que también diera la hora parecía casi una casualidad. A Thea le encantaban ese tipo de accesorios. Se negaba a admitir que la atracción que sentía por ellos era una adicción, a pesar de que eso era lo que sugería su cuenta corriente. El reloj, el teléfono móvil, el ordenador portátil, la agenda electrónica... reconocía que, en verdad, no necesitaba ninguno de aquellos aparatos, pero le gustaban muchísimo.
Eran las dos y media, y suponía que Margie tendría que regresar pronto al laboratorio. Además, la reunión de la pasada noche había sido frustrante, así que era necesario que analizaran ciertas cuestiones. Casi nunca podían reunirse todos, puesto que los horarios de su vida real (trabajo, familia y cosas similares) se lo impedían. Klein había sido un trabajo duro, y era preciso que se reunieran para hablar de las posibles repercusiones. Quizá, al estar presentes en esta ocasión Dean y Carl, los ánimos estarían más calmados.
—De acuerdo, puedo hacerlo.
Otro momento de silencio.
—¿No has vuelto a tener noticias de... bueno... ya sabes? —preguntó finalmente su compañero.
—No —De hecho, había conseguido olvidarme de ese tema hasta que has llamado—. ¿Y tú? ¿Algún mensaje?
—No. Bueno, Lilly dijo que en su contestador estaba grabado el ruido que hacía alguien al colgar, pero eso es todo.
Había seguido un orden alfabético. Aquel pensamiento floreció con fuerza en su cerebro. Belva, Ghandour... Si no me hubiese encontrado en el móvil, Parker Moston habría sido el siguiente. Thea deseó que, en caso de que las intenciones de aquel extraño no fueran buenas, utilizara un orden distinto para acabar con ellos.
—De acuerdo. Hasta luego entonces —colgó el teléfono y volvió a guardarlo en la mochila. Margie, que estaba dando sorbitos a su café con moca, alzó las cejas de forma inquisidora.
—Era un colega, periodista —explicó Thea—. Quiere que hablemos sobre una posible colaboración.
—¡Qué bien! Ya ha pasado más de una semana desde que hiciste aquello para el Reader, ¿no?
—Sí —y no había publicado nada más porque había estado demasiado ocupada persiguiendo a Augustus Klein. El trabajo de autónomo permite un estilo de vida muy flexible, pero causa estragos en la cuenta corriente—. A ver si sale algo.
Thea odiaba mentir a Margie pero, ¿acaso le quedaba alguna otra opción?
3
Thea le pidió al taxista que le dejara en la esquina para poder disfrutar de los últimos rayos de sol mientras paseaba hasta el apartamento de Dean Sankowski. El trayecto, de Michigan Avenue a Greektown, no había sido demasiado caro, pero cuando pagas un poco por aquí y otro poco por allá, la cantidad va aumentando con rapidez. La mentira que le había contado a Margie le había hecho reflexionar sobre el tema del trabajo. No podía agotar todas sus tarjetas. Tampoco estaba dispuesta a pedirle dinero a su madre nunca más. Había llegado el momento de buscar un trabajo bien remunerado, o de ponerse a trabajar a jornada completa durante una temporada. O quizá, de alejarse durante algún tiempo de la cacería para recapacitar sobre lo que estaba haciendo con su vida.
Sí, una idea muy sencilla: ¡Planear su futuro!
Mientras caminaba, echó un vistazo a la dirección que aparecía en la pantalla de su agenda electrónica, puesto que era la primera vez que iba a casa de Dean. Cuando Jake se unió al equipo, sugirió la idea de que se intercambiaran sus direcciones y números de teléfono para poder localizarse en caso de que surgiera algún problema. Thea se llevaba bien con sus compañeros, pero había preferido darles la dirección del edificio que había delante de su apartamento de Wicker Park. Sabía que debía confiar en esas personas... al fin y al cabo, había puesto su vida en sus manos en más de una ocasión. Pero una cosa era la confianza y otra, muy diferente, el instinto de supervivencia. Para Thea, su casa era el único lugar seguro del mundo donde podía retirarse. No le hacía ninguna gracia que media docena de personas de cuya cordura dudaba (a regañadientes, reconoció que tenía que incluirse entre ellas) y que estaban implicadas en actividades de vigilancia, pudieran hacerle una visita cuando se les antojara. Por otra parte, era lícito asumir que, tarde o temprano, alguno de ellos sería capturado por un monstruo, o que algún perverso decidiera seguirles hasta su casa y atacarles. Es decir, que existía la posibilidad de que los monstruos descubrieran dónde vivía Thea... y eso no le hacía ninguna gracia.
Esa fue la razón por la que decidió darles la dirección del edificio que había al otro lado de la calle. Era una de las diversas mansiones de piedra que había por el barrio y que, desde hacía largo tiempo, estaban divididas en apartamentos. Poco después de Halloween sufrió un incendio: los pisos superiores quedaron completamente destruidos y la base sufrió graves daños. Aparte de la limpieza básica, no se había realizado ninguna otra obra en el edificio, así que sus residentes (deseaba que hubieran sido lo bastante astutos como para tener un seguro de alquiler) se habían visto obligados a buscar un nuevo hogar en otra parte. Thea se había enterado de que el propietario había decidido retrasar las obras para que los obreros no tuvieran que lidiar con el duro invierno de Chicago, aunque ella sospechaba que tenía planeado derribarlo en cuanto llegara la primavera, para construir un nuevo edificio... pues era evidente que los plásticos que habían colocado para protegerlo de los elementos durante el invierno no eran de gran ayuda para su conservación. Pero la verdad es que no le importaba demasiado el futuro de aquel lugar.
Así que se le había ocurrido darles aquella dirección, sabiendo que estaría a salvo durante los nueve meses que faltaban para que llegara el buen tiempo y el dueño iniciara las obras o construyera uno nuevo. En cuanto el edificio volviera a ser habitable, tendría que darles otra dirección, pero mientras tanto, prefería seguir siendo precavida. Por otra parte, siempre que se acercaba a su casa intentaba percibir cualquier fuerza sobrenatural que pudiera estar al acecho y se aseguraba de que nadie le veía entrar en su verdadero apartamento. Si alguno de los miembros del equipo visitaba la dirección que había dado, encontraría unas ruinas que llevaban algún tiempo sin ser habitadas y, aunque imaginara que vivía en las proximidades, tendría que tener mucha suerte para determinar en qué edificio concreto. Suponía que, tarde o temprano, alguno de ellos decidiría comprobar las direcciones y descubriría el engaño, pero prefería esperar a que eso sucediera antes de decir nada. No había ninguna razón para adelantar los acontecimientos.
Perdida en sus pensamientos, Thea se quedó de piedra al sentir que le invadía un miedo atroz. Al girarse, estuvo a punto de dejar caer la agenda electrónica. Sentía tanto pánico que, antes de que se le ocurriera alguna idea coherente, ya había regresado corriendo a la esquina. Aléjate de este lugar. Busca el taxi que te ha traído o cualquier otro. Busca un lugar seguro. Corre. ¡Corre!
Ya había recorrido un buen tramo de la siguiente manzana cuando tropezó con su falda, que le llegaba hasta las pantorrillas y se aferraba a sus caderas. La obertura lateral terminaba justo encima de las rodillas, para que no fuera tan incómodo caminar (y para enseñar un poco la pierna), pero era evidente que aquella falda no era el atuendo más idóneo para correr. Intentó agarrarse a un árbol de la acera para no caer de bruces al suelo. ¿En qué estaría pensando cuando me puse esto? Tendría que haber ido a casa a cambiarme. ¡Casa! ¡Tenía que regresar a casa, ponerse a salvo!
El traspié consiguió despejarle la mente así que, cuando el miedo volvió a invadirle, logró que otra parte de su ser cuestionara su precipitación y su nivel de pánico. Ella no era como las chicas que salen en las películas de asesinos y se dedican a correr, sin parar de gritar, hasta que el asesino las despedaza de forma sangrienta, aunque imaginativa. Ella era de las que, haciendo acopio de sangre fría, se quedan quietas dando tiros hasta que el asesino las atrapaba y les corta la cabeza. Seré estúpida, pero no cobarde, ¿de acuerdo? Sonrió, porque aquel grotesco pensamiento le había ayudado a tranquilizarse un poco más.
Era evidente que algo no iba bien. Thea se enderezó y observó la calle, sintiendo que el terror golpeaba su corazón como si fuera un martillo perforador. Sentía un extraño calor en el estómago, como si acabara de tomar un trago de whisky. Mientras intentaba dominar el miedo, se frotó el vientre por encima del jersey. El tatuaje. El tatuaje que tenía alrededor del ombligo era un doble círculo del que salían cuatro radios (en la tosca simbología que habían adoptado los cazadores, significaba "protegida"). Había combinado aquel símbolo con ciertos jeroglíficos egipcios que había escogido de uno de los libros que su madre se llevó consigo al abandonar su tierra natal. También se había tatuado motivos similares en la mano izquierda, el hombro derecho y el tobillo derecho. No eran llamativos y la combinación de los iconos quedaba bastante bien.
Aquella era la segunda vez, en la misma cantidad de días, que había sentido que uno de sus tatuajes irradiaba calor. Aquel misterio logró atenuar aún más el miedo que le había invadido. Al igual que el resto de los poderes que poseía, ¿podía tratarse de una respuesta inconsciente a ciertos estímulos? Quizá. Sin embargo, las elucubraciones pseudo-científicas tendrían que esperar. Thea había conseguido controlar el pánico y ahora sentía que estaba siendo manipulada. Como no había nadie en la calle, no parecía encontrarse en peligro. De hecho, no percibía movimiento por ninguna parte.
Había llegado el momento de hacerse con el control de la situación. Dejó escapar un tembloroso suspiro mientras intentaba enfocar. Aunque todos los cazadores manifestaban habilidades diferentes, todos ellos compartían lo que denominaban segunda visión: la capacidad de ver más allá de las ilusiones que urdían los no muertos. La mayoría de los zombis, independientemente de lo horrorosos o putrefactos que fueran, tenían un aura que les hacía parecer normales ante los mortales; sin embargo, cuando los cazadores enfocaban, eran capaces de traspasar este camuflaje sobrenatural. Thea poseía el don de percibir cosas importantes, que era una variación agudizada de la segunda visión, al igual que el talento que poseía Romeo para descubrir a los no muertos que parecían normales, incluso bajo su velo. La segunda visión también les permitía resistirse a la influencia mental que proyectaban algunos monstruos... una habilidad que resultaba muy útil cuando un perverso intentaba obligarte a disparar a tu mejor amigo en vez de a él.
El único problema que presentaba la segunda visión era que se tenía que enfocar para utilizarla. Aunque no se trataba de un gran esfuerzo, no era algo que se pudiera hacer de forma continuada. Era el equivalente mental de mirar fijamente algo: tienes que relajarte y parpadear un poco. Por eso, si tropiezas con un perverso sin estar en guardia, estás igual de jodido que cualquier otro mortal.
Exactamente como estoy ahora, si no logro controlar la situación.
Tras tomar otra bocanada de aire purificador, Thea agudizó su enfoque como hacía cuando realizaba una kata. Todo cambió de repente. Las formas y los colores seguían siendo los mismos, pero habían cambiado en esencia. El miedo se disipó como las esporas del diente de león cuando se levanta una ráfaga de aire. Jodidos monstruos, pensó. Entonces, la ira reemplazó al pánico que había sentido hacía escasos segundos. Tengo una sorpresa para ti, seas quien seas.
Echó un último vistazo a la dirección de Dean antes de guardar la agenda en la mochila, que ahora sujetaba entre sus manos. Tras observar de nuevo el barrio desierto, cogió la Browning Hi-Power y comprobó el seguro antes de guardarla en el bolsillo exterior de la mochila. Por muy útil que fuera la pistola, de momento prefería ir desarmada, puesto que por lo general, a menos que consigas asestar un tiro certero, disparar a un cadáver andante sólo sirve para que éste descubra tu presencia. La Browning podía ser muy útil, sobre todo si estaba cargada con balas de seguridad Glaser. Una Glaser es una "bala fragmentada"... es decir, una bala que ha sido diseñada para hacer agujeros muy desagradables en la carne y para reducir el riesgo de rebote, la excesiva penetración en el objetivo y los daños colaterales. La punta de la bala es como un pequeño cuenco relleno de bolas diminutas suspendidas en Teflón líquido. Estas bolitas se hunden en un objetivo suave con suma facilidad y hacen puré las entrañas de la pobre víctima. Sin embargo, si impactan contra una superficie dura, por muy delgada que sea y a pesar de que el disparo se realice a quemarropa, se desintegran por completo. En resumen, las Glaser son perfectas para enfrentarse aun zombi.
De todas formas, Thea se sentía más cómoda con el combate cuerpo a cuerpo, puesto que era más silencioso y permitía reducir a las víctimas sin tener que matarlas (al menos, en el caso de los vivos). Además, seguía estando demasiado nerviosa y no quería correr el riesgo de disparar contra uno de sus compañeros. Pero el hecho de saber que tenía la pistola a mano le reconfortaba.
Se centró de nuevo en invocar su sexto sentido y, al hacerlo, se dio cuenta de que el calor que irradiaba su vientre se había desvanecido. Estaba segura de que quienquiera que la hubiera asustado, estaba intentando mantener a todo el mundo alejado de allí. Probablemente, todos los habitantes de aquel barrio habían cerrado con llave las puertas de sus casas y habían subido el volumen de sus televisores para intentar ignorar aquel temor anónimo que les estaba acariciando el alma. Ahora, el elemento sorpresa jugaba a favor de Thea, pero tenía que encontrar a su objetivo.
Minutos más tarde, se detuvo junto al portal de la dirección que había grabado en su agenda. En casa de Dean había algo. Del mismo modo que estaba segura de que tenía un edificio delante de los ojos porque podía verlo, tenía la certeza de que allí dentro había algo porque podía sentirlo. Era un edificio similar a la mayoría de los que había en el vecindario: un bloque de cuatro plantas y sin ascensor, que había sido construido después del infame incendio de Chicago... es decir, con mucha piedra y poca madera. Sólo había un apartamento por planta y Dean compartía con su amante el del segundo piso. Vio que había luz en su interior, pero como las persianas estaban bajadas, no podía saber si tenían problemas. Al volver a observar la calle, descubrió que el Chevy Suburban de Lilly y Carl estaba aparcado delante del portal, aunque no vio por ninguna parte el Toyota 4Runner de Parker. Que ella supiera, ni Romeo ni Jake tenían coche, así que le resultaba imposible saber si habían llegado. Lo deseaba con todas sus fuerzas. Como Dean estaba herido y Carl no había sido dotado de las habilidades de los cazadores (y sabía que, bajo la influencia de aquel miedo, lo único que podría hacer sería esconderse tras una esquina), Lilly tendría que protegerlos a toaos... así que las cosas podían ponerse bastante feas.
El sol se estaba escondiendo, pero Thea apenas era consciente del frío. Como aún no había anochecido por completo, era más que probable que el invasor no fuera un vampiro. Genial, pues esos cabrones son duros de pelar. Con Klein habían tenido mucha suerte, puesto que al ver el fuego había entrado en pánico, pero Thea se sentía incapaz de enfrentarse cara a cara con una sanguijuela. Probablemente, se trata de un fantasma o un zombi, pensó mientras entraba en el edificio y se dirigía hacia el segundo piso. A pesar de que intentaba avanzar con sigilo, las viejas escaleras crujieron bajo su paso. Deseaba que fuera un zombi, puesto que sabía que, si era un fantasma, no podría hacer demasiado: la segunda visión no servía para descubrir a esos esquivos capullos y, a pesar de que su percepción fuera más aguda que la del resto de sus compañeros, sólo Romeo era capaz de sentir a las criaturas invisibles. Por otra parte, aunque fuera capaz de ver a un fantasma, no podría tocarlo. Sería como luchar contra una nube de vapor.
Thea se dio cuenta de que se había detenido. No quería subir sola. De todas formas, en esta ocasión se trataba de un miedo normal, no preternatural. Venga; puede que allí arriba necesiten ayuda. Se detuvo en el descansillo que había entre el primer piso y el segundo y rasgó la raja de la falda hasta que le llegó a la altura de las caderas. No le gustaba nada hacer eso, pero necesitaba tener las piernas libres para moverse. En cuanto acabes con esos monstruos, te tocará volverá coserla.
Subió lentamente los últimos escalones. Como había estado tanto tiempo en la calle, ahora tenía el rostro enrojecido por el cambio de temperatura. Sécate el jodido sudor antes de que entre en un ojo justo cuando un perverso se abalance sobre ti. En el segundo piso había un pasillo de la misma longitud que el edificio; al fondo pudo ver las escaleras que conducían al tercer piso. La barandilla que sus manos aferraban con fuerza se extendía a la izquierda hasta la pared, proporcionando una buena perspectiva del descansillo y de las escaleras que conducían hasta el portal, por las que acababa de subir. Sólo había una puerta, justo a su derecha. Bueno, mejor dicho, sólo había un umbral, puesto que la puerta descansaba en el suelo, como si hubiera sido derribada por un ariete. La fuerza del impacto, además de romper las bisagras y destrozar la cerradura, había hecho que parte del batiente se desprendiera de la pared.
Thea no reconoció al hombre que estuvo a punto de pisar y que yacía en el suelo en un charco de sangre. Por la expresión de terror de su rostro y el hecho de que estuviera tumbado sobre su espada, con el pecho hundido por un golpe tan fuerte como el que había derribado la puerta, Thea supuso que no se trataba de ninguno de los agresores. Debía de ser el amante de Dean... Wayne, creía que se llamaba. Posiblemente, aquel pobre desgraciado había muerto antes de caer al suelo. En aquel mismo instante, oyó un sonido muy débil y percibió el olor de algo que llevaba muerto mucho tiempo.
A su izquierda había otra puerta derribada que conducía a la cocina. Un lugar perfecto para preparar una emboscada, pensó, mientras el peligro palpitaba por todas sus terminaciones nerviosas. Retrocedió de un salto justo cuando el arrastrapiés arremetió contra el umbral. Un arrastrapiés es el prototipo de zombi que aparece en las películas: un ser que camina arrastrando los pies (por eso les llamaban así) y que es tan inteligente como un bolso. De todas formas, son criaturas sorprendentemente fuertes y difíciles de derrotar. Sólo hay dos formas de acabar para siempre con un arrastrapiés: convertir su cerebro en papilla o arrancarle el corazón; de cualquier otro modo, podrías estar luchando sin parar durante un año y un día y el monstruo seguiría resistiendo.
Mientras se abalanzaba sobre ella, el arrastrapiés rugió desde lo más profundo de su garganta. Thea advirtió, casi de pasada, que la carne de sus dedos se había podrido hasta conseguir que los huesos fueran garras. No era la primera vez que veía algo similar, y era consciente del daño que podían hacer esos dedos. Aunque prefería no pensarlo, sabía que de un solo arañazo le reventaría las entrañas. ¡Pero no te lo voy a permitir, mamonazo! Cuando Thea chocó contra la pared opuesta de espaldas, la mochila se clavó dolorosamente en sus omoplatos. Apoyó los brazos contra el yeso y, tras acuclillarse ligeramente, le pegó una patada. Como la criatura no sabía demasiado sobre tácticas de defensa, no intentó protegerse, así que cuando el talón le golpeó en la mandíbula, consiguió hundirle la quijada en su putrefacto cráneo y, del impacto, el monstruo salió proyectado hasta el umbral.
A pesar del fuerte golpe que había recibido, el zombi volvió a la carga milésimas de segundo después. Thea vio que, con la patada, había rasgado gran parte de los tendones del cuello, dejando al descubierto parte de su columna vertebral. Se agarró a la barandilla con la mano derecha y apoyó la izquierda contra la pared. Entonces, levantó ambas piernas a la vez e inmovilizó al zombi con un movimiento de tijera. Aprovechando el impulso, empezó a girar las caderas, moviendo la cabeza del monstruo hacia los lados y hacia abajo pero, aunque oía chasquidos y estallidos, la sujeción del cráneo era mucho más sólida que lo que imaginaba. Antes de desplomarse, la criatura logró golpearla con uno de sus brazos, pero lo único que consiguió fue desgarrarle el ancho jersey que llevaba. Por fin, el monstruo quedó tendido en el suelo, con la cabeza retorcida de forma grotesca sobre su hombro derecho.
A pesar de tener el cuello roto, el arrastrapiés no se había rendido. Aunque ni siquiera podía verla bien, corrió hacia la esquina que formaban la barandilla y la pared para arremeter de nuevo contra ella. El sexto sentido de Thea le permitió intuir el ataque y saltar sobre el zombi antes de que éste consiguiera alcanzarla. Cuando volvió a tocar el suelo, rodó hacia delante unos metros y se quedó en cuclillas. Entonces, apoyándose sobre la punta de los pies, dio media vuelta para observar a su agresor.
El arrastrapiés había hundido su puño en la pared... en la pared exterior de ladrillo, advirtió Thea, sintiendo que se le encogía el estómago. Mientras intentaba liberarse, volvió la cabeza hacia ella con una extraña expresión de vergüenza en sus destrozados rasgos. Se acercó y le pegó un puñetazo en la espalda que le hizo caer al suelo. El brazo atrapado se partió en dos, pero el otro la golpeó en el muslo izquierdo con tanta fuerza que Thea rebotó contra la pared contraria.
Al instante, sintió que la pierna se entumecía, pero creía que no estaba rota. Gruñendo, volvió a arremeter contra la criatura antes de que ésta lograra ponerse en pie. Saltó sobre su espalda, haciendo que volviera a besar el suelo y, a continuación, agarrando los putrefactos andrajos de su camiseta (advirtió, distraída, que era de la gira de algún grupo de heavy metal), empujó al arrastrapiés hasta que logró que su cabeza quedara atrapada entre dos barrotes de la barandilla. Aún estando debajo, el monstruo se revolvió con fuerza y estuvo a punto de conseguir que Thea perdiera el equilibrio y cayera a las escaleras de debajo. Aunque estaba bien sujeta a la barandilla, la situación de Thea no era buena: estaba encima de aquel monstruo y, aparte de la barandilla, no había nada a lo que pudiera sujetarse hasta tres metros más abajo. Entonces, le llegó la inspiración.
Mientras el monstruo se preparaba para llevar a cabo otra arremetida ascendente, Thea se recostó sobre la barandilla y, balanceándose precariamente sobre su vientre y dejando el torso colgando sobre el hueco de la escalera, agarró la cabeza de la criatura con ambas manos. Mientras las giraba con todas las fuerzas que pudo amasar, sintió que el dorso de su mano izquierda desprendía calor. Entonces, oyó el húmedo sonido de desgarro que hizo el cráneo del monstruo al liberarse del cuerpo, acompañado por una lluvia de sangre.
Aprovechando el impulso, balanceó las piernas sobre la barandilla y, dando un salto hacia arriba, cayó de nuevo sobre el espasmódico cuerpo del arrastrapiés... en esta ocasión, llevando la cabeza del monstruo, su macabro trofeo, en sus manos. Dejando caer el cráneo con un grito de asco, extendió los brazos para recuperar el equilibrio, pero el impulso y la pierna entumecida jugaron en su contra. Thea salió disparada hacia la pared del fondo, pero no consiguió sujetarse y acabó aterrizando de culo sobre las escaleras que conducían al tercer piso.
El cuerpo del zombi se contrajo un par de veces más y por fin se quedó inmóvil; su cabeza observaba con aparente curiosidad un punto situado en lo alto de la pared. Dirigiendo la mirada hacia su propio cuerpo, Thea vio que su jersey estaba destrozado y repleto de putrefactos pedazos del monstruo. En aquel momento, la pierna derecha empezó a dolerle terriblemente. De todas formas, ella estaba viva y entera, mientras que la criatura había muerto. Para siempre.
Aunque deseaba descansar unos instantes para recuperar el aliento, necesitaba saber cómo estaban sus compañeros. Entonces una segunda corriente de adrenalina recorrió su cuerpo, obligándole a ponerse en pie. Acababa de recordar algo más sobre los arrastrapiés: aparte de ser estúpidos y fuertes, casi nunca viajaban solos. Deseaba con todas sus fuerzas que Dean y los demás se hubiesen ocupado de los amigotes de la criatura, pero imaginaba lo peor: aunque aquel monstruo fuera el único que continuara moviéndose, el hecho de que siguiera con vida no presagiaba nada bueno para sus amigos (compañeros de equipo, se corrigió al instante).
Avanzó con cautela hacia el apartamento. La pierna le dolía muchísimo, pero eso era mejor que tenerla entumecida. Al llegar al umbral de la cocina no se abalanzaron nuevos zombis sobre ella, así que pudo echar una ojeada al pasillo. Éste continuaba unos cinco metros y al fondo se abría a la izquierda. Thea avanzó dando la espalda a la pared exterior, situada a mano derecha. En el pasillo había huellas y manchas de sangre... más de un grupo, tal y como pudo observar. Eso confirmaba la teoría de que el arrastrapiés había venido acompañado.
Al acercarse al final del pasillo pudo ver el salón. Puede que, en algún momento, hubiese estado decorado con gusto, pero los perversos habían conseguido crear un ambiente sangriento. La televisión que había en el mueble de la derecha había caído sobre el acuario de la esquina, dejando un charco de agua en el suelo en el que aún se retorcía débilmente un pez. Habían lanzado una butaca de un extremo a otro de la sala, destrozando una estantería de cristal que había junto a la puerta de la pared de enfrente. Los cuadros, la cerámica y las plantas de la estantería estaban esparcidos por todas partes, convirtiendo el suelo en un campo minado con fragmentos de cristal y cerámica. En la pared más alejada descansaba un sofá que, para su sorpresa, no había sido alcanzado por el caos.
A medio camino del centro de la habitación yacía, boca abajo, otro arrastrapiés que tenía la espalda repleta de agujeros de bala. Thea descubrió que antaño había sido una mujer, aunque ahora su cabeza no era más que un cúmulo de sangre y huesos del tamaño de un puño. Al observar la pared que separaba la cocina del salón, vio que había más agujeros de bala por todas partes, además de diversos fajos de carne rancia en la sección que iba desde el pasillo en el que se encontraba hasta una arcada que conducía a la cocina. La criatura había sido alcanzada por una descarga de balas Glaser, que probablemente habían sido disparadas desde una MP-5. Thea supuso que aquel zombi había cubierto a otro, puesto que las manchas de sangre continuaban hasta la puerta de enfrente. Era posible que sólo hubieran visitado el apartamento dos arrastrapiés, pero no podía saberlo con certeza. Si aquel rastro sangriento no lo había dejado la criatura de la que se había deshecho en el descansillo, tenía que haber una tercera al acecho. Thea era consciente de su respiración, del estruendo de la sangre que corría por sus venas, de la rapidez con la que sus ojos se movían en sus órbitas... Nunca había estado sola ante una situación como aquella, y la tensión era insoportable.
Mientras intentaba decidir cuál sería el lugar más seguro para cruzar la sala, advirtió que asomaba una pierna por debajo de la butaca. Abrió los ojos de par en par, consternada, pues reconoció las zapatillas de deporte de Lilly. Era evidente que su compañera había paralizado al primer zombi con "La Palabra", pero había sido incapaz de inmovilizar a su compañero. Como Lilly tenía que concentrarse profundamente para utilizar su don, se había convertido en un blanco perfecto cuando el segundo podrido le tiró encima la butaca.
Thea pensó en Dean y Carl y, al instante, percibió que se encontraban en la habitación del fondo. Avanzó hacia el sofá, pegada a la pared que tenía todos aquellos agujeros de bala para no pisar los restos que se esparcían por el suelo.
Al pasar por delante del vacío umbral de la cocina, la sensación de peligro volvió a florecer en la base de su cráneo. Se agachó y se giró al sentir que algo intentaba apresarla. Notó que una mano le desgarraba el jersey y que conseguía agarrar su mochila. Entonces, relajó los brazos y siguió girando para deshacerse de la mochila pero, para su gran asombro, tropezó y acabó sentada en el suelo por segunda vez en esos mismos minutos, aunque en esta ocasión, delante del sofá del salón. La suerte impidió que cayera sobre unos afilados trozos de cerámica, pero Thea no se encontraba en condiciones de apreciar su buena fortuna.
De pie, bajo la arcada de la cocina, había un hombre robusto de mediana edad. A pesar de que llevaba un traje hecho a medida, parecía un profesor de educación física. Sus labios esbozaron una sonrisa cordial, con indicios de maldad, y aparecieron dos hoyuelos en sus mejillas que crearon un fuerte contraste con las finas arrugas que surcaban sus ojos. Thea vio que la miraba con ligera reprobación.
Se sentía desconcertada. ¿Quién cojones era aquel tipo? Era obvio que no se trataba de otro arrastrapiés. A pesar de los rasgos animados y la empatía que irradiaba, sus ojos estaban muertos y tan fríos como los de un tiburón. La segunda visión tendría que haberle revelado cualquier señal de putrefacción visible que hubiera en él, tal y como había sucedido con su estúpido amigo del vestíbulo, pero aparte de sus ojos muertos, parecía completamente normal. Enfocando con más atención, Thea percibió que aquel cabronazo era el responsable del terror que había invadido al vecindario... y estuvo segura de que se encontraba delante de uno de los ocultos.
Los ocultos eran zombis que podían hacerse pasar por vivos. En todos los sentidos, eran como cualquier persona normal. Al igual que sucedía con los vampiros, era imposible percibirlos sin la ayuda de la segunda visión. De hecho, a los cazadores les costaba bastante diferenciar a ambos tipos de muertos andantes (muchos seguían debatiendo aquel tema en hunter.net) y sólo alguien como Romeo era capaz de descubrirlos. Al parecer, estos zombis no tenían tanto poder como los vampiros, pero tampoco necesitaban beber sangre ni tenían que evitar el sol. Eran obras de arte perversas que tenían una fuerza equiparable a la de media docena de cazadores. Thea había tenido suerte: si aquel tipo no hubiera estado irradiando aquella oleada de terror, no habría sido capaz de percibir su presencia a tiempo de esquivarlo. Si consideras que es tener suerte estar sentada en el suelo delante de esta criatura... Si no hubiera estado tan centrada en sus compañeros, seguro que podría haberle percibido antes de entrar en el salón.
Pero no servía de nada lamentarse. Tenía que hacer algo, y rápido. Por ejemplo, reventarle el culo a patadas.
—Interesante —dijo el hombre. Thea se quedó asombrada; aparte de los gritos, aullidos y otros sonidos de violencia y muerte que solían emitir los zombis, nunca había oído hablar a ninguno de ellos—. Tú tampoco sientes el miedo, aunque puedo percibir el que hay en tu interior. Es como agua para mi alma abrasada.
La sonrisa del hombre se alargó, perdiendo cualquier parecido con la amabilidad.
—Me restauras y, al hacerlo, conjuras tu propia condena.
Una parte de la mente de Thea se preguntó cuál sería la razón por la que todos los seres malignos hablaban como si estuvieran recitando el diálogo de una película. Mientras tanto, el resto de su cerebro estaba sopesando sus opciones. Tenía que acabar con aquel oculto, pero sin su Browning iba a ser muy complicado. Aunque las armas que habían utilizado para asaltar la propiedad de Klein estaban escondidas bajo el suelo del Stop n Go, Thea estaba segura de que Carl tenía su escopeta en el Suburban. Si lograra salir del edificio, podría rociar a aquella criatura con algunas balas del calibre 12 para que se refrescara bien su jodida alma abrasada.
El problema principal era levantarse. El oculto no parecía ser demasiado rápido, pero eso no significaba nada. Thea necesitaba distraerlo unos instantes para poder ponerse en pie y salir corriendo. Los afilados trozos de cerámica que había junto a ella le ofrecieron una idea interesante. De acuerdo, lanza ese trozo de cerámica y cruza los dedos para que su reacción siga siendo humana. Después, baja corriendo las escaleras y...
De pronto, una figura vestida de negro se acercó en silencio por detrás del zombi. Thea sintió un enorme alivio. ¡Romeo! ¡Por muy gruñón que seas, me encantaría comerte a besos!
El oculto volvió a mirarla; sus cejas indicaban frustración.
—¡Tu miedo! He perdido su sabor. ¿Por qué...?
Entonces, la criatura se movió hacia un lado para ver si había algún intruso.
No era Romeo. Thea no tenía ni idea de quién era aquel hombre vestido con traje de sastre que apareció ante sus ojos cuando el zombi se apartó. Su aspecto general era oscuro y sombrío, como los antiguos cuadros de los Puritanos. Casi al instante advirtió las dos pistolas automáticas que llevaba en sus manos. El recién llegado observó con frialdad, y casi con familiaridad, al oculto, sin dedicarle ninguna mirada a Thea.
Al ver aquella figura, en el rostro del zombi se dibujó una expresión de sorpresa.
—¡Tú! Pero...
Sin darle tiempo a acabar la frase, el extraño levantó las pistolas con una rapidez sorprendente y las colocó contra la garganta del oculto. La izquierda estaba en ángulo bajo su mandíbula, mientras que la derecha apuntaba hacia abajo, formando una diagonal con el torso. Cuando se dispararon, la doble detonación retumbó por todo el apartamento. Las dos balas del calibre 45 volatilizaron el cuello del zombi y continuaron su trayectoria sin perder velocidad. Una perforó la pared al mismo tiempo que el contenido de la cabeza de la criatura se esparcía por el techo; la otra destrozó sus órganos internos y rompió su médula ósea antes de incrustarse en el suelo.
Thea observó estupefacta cómo se desplomaba el no muerto, sin apenas advertir la lluvia de sangre y vísceras que caía sobre ella. El aire apestaba a carne podrida y en su cabeza seguía retumbando el estruendo de las pistolas.
El extraño dejó caer sus armas, aún humeantes, al suelo. Observó con tono crítico la neblina de sangre que cubría sus elegantes guantes de cuero, aunque su expresión se ensombreció al descubrir las gotas de sangre que se diseminaban por sus brazos y abdomen.
Thea estaba tan aturdida que era incapaz de hablar. Tras grandes esfuerzos, lo único que consiguió decir fue "...". Entonces, después de aclararse la garganta, logró que de su boca saliera una palabra completa:
—¿Quién...?
Unos ojos tan negros como la boca de una mina encerraron a Thea en su mirada.
—¿Hmm?
Parecía irritado, como si le hubiera interrumpido mientras hacía algo importante. Acto seguido, le guiñó un ojo, mientras una fría sonrisa asomaba por una esquina de su boca.
—¡Ah! ¡Ya entiendo! —dijo—. Olvidaba que no nos habíamos presentado de modo formal. Soy Maxwell Carpenter.
—Eres el tipo del teléfono —dijo Thea. Se trataba de una afirmación, no de una pregunta.
El hombre asintió, todavía preocupado por las manchas de su traje. Thea estaba segura de que no le costaría demasiado quitarlas: un buen lavado en seco y quedaría como nuevo. En cambio, su propia ropa estaba tan manchada que nunca más volvería a dar la cara, y sentía que tenía el rostro y el cabello apelmazados por los fluidos corporales de los monstruos. La masacre de la que había sido testigo durante los últimos minutos había sido tan sobrecogedora que sus sentidos se habían bloqueado, así que apenas era consciente del hedor que inundaba la sala y, siempre y cuando evitara mirar los masacrados cadáveres de los zombis y el inquietante espectáculo del pie de Lilly, conseguiría mantener las náuseas a raya. Además, la oscura figura que se alzaba ante ella era lo bastante misteriosa como para que su mente se mantuviera ocupada un buen rato.
Mientras se ponía en pie, Thea analizó atentamente a Maxwell Carpenter. Medía casi dos metros, aunque su presencia física era la de alguien mucho más alto. Era delgado (casi flaco), iba bien afeitado, tenía el cabello moreno y unas cejas muy pobladas. Le resultó difícil calcular su edad: consideraba que debía de rondar los cuarenta, pero parecía mucho mayor. No era que estuviera decrépito ni nada de eso, sino que más bien parecía... curtido. Experimentado. Tuvo que reconocer que se había equivocado al compararlo con un Puritano, puesto que su aspecto era más parecido al de un vaquero del Lejano Oeste, por sus rasgos marcados, su mirada penetrante y todo eso. Pero entonces se dio cuenta de la incongruencia de aquella comparación, pues Maxwell tenía la piel clara y carecía por completo de arrugas. Se movía con elocuente gracia, aunque con una ligera e insólita torpeza. Era una disonancia que no podía concebir y que, sin embargo, en él parecía natural. Descubrió que Carpenter le recordaba a Christopher Walken: distante, cortés e impredecible. Atractivo pero inquietante. Seductor, pero espeluznante.
Su aspecto era el de los años de la Ley Seca: debajo del gabán llevaba un traje cruzado de raya diplomática de color carbón y una colorida corbata. Los puños de la camisa eran de cuero. Aquel conjunto seguía el estilo de los años treinta, aunque el corte parecía moderno. Ahora, las manchas de sangre le parecieron más ultrajantes por haber ensuciado un traje confeccionado con tanta elegancia.
Thea se quedó asombrada al advertir que estaba pensando en aquel tipo por su apellido. Quizá, aquello se debía a su brusca entrada; además, a los tipos duros y misteriosos del cine y la literatura se les conoce por su apellido, ¿no? De todas formas, nunca se le ocurriría llamarle "Max". Ni siquiera "Maxwell".
Apartó aquella idea de su mente, sabiendo que no tenía la menor importancia. Quería saber qué estaba haciendo en el apartamento de Dean. Apoyándose sobre la pierna sana y rodeando el cadáver del oculto (teniendo mucho cuidado en no mirar hacia abajo), para recoger su mochila, Thea supuso que no pasaría nada por preguntárselo.
—Hum... ¿Qué estás haciendo aquí?
Carpenter dejó de frotarse la cara con un pañuelo que, al principio, estaba crujiente e inmaculadamente blanco.
—Te estaba siguiendo —dijo, después de dedicarle otra mirada inescrutable.
Tiene sentido. Pero recuerda que el hecho de que te haya salvado la vida no le convierte en una buena persona. Thea sacó la Browning y apuntó hacia el pecho de Carpenter.
—Lamento decirte que eso no me hace sentir más cómoda.
Carpenter le dedicó una sonrisa y continuó limpiándose. Era tan remilgado como un gato.
—Es bueno ser precavido pero, ¿no crees que antes de darme el tercer grado deberías consultarlo con tus amigos?
Thea se sobresaltó; el sentido de la culpabilidad hizo que se sonrojara.
—Iba a proponerte eso mismo. ¿Por qué no diriges el camino?
No era tan estúpida como para indicarle con la pistola hacia dónde tenía que dirigirse. Además, parecía lo bastante inteligente como para descubrirlo por sí mismo.
—Perfecto, pero quizá sería bueno que les avisaras de que vamos hacia allí, para evitar que me arruinen el traje —aquella sonrisa de nuevo—. Si siguen vivos, claro.
Su actitud calmada empezaba a sacarla de quicio.
—Limítate a caminar —respondió. A continuación, dijo gritando—: ¿Dean? ¿Carl? ¡Soy Thea! Los perversos han muerto; me estoy acercando detrás... de un hombre. ¡No disparéis!
Deseó que pudieran oírla. Deseó que estuvieran vivos para poder oírla.
Carpenter entró en la habitación frotándose aún el traje. Cuando Thea entró tras él, sintió que se le encogía el corazón a la vez que aumentaban sus náuseas.
Justo a su izquierda había una cómoda de madera de cerezo repleta de agujeros de bala y cubierta de fragmentos de cristal de los cuadros que antes colgaban de la pared. Una enorme cama de matrimonio, que antes descansaba contra la pared izquierda, estaba del revés. El armazón estaba roto y el colchón, retorcido contra la pared del fondo, tapando parcialmente una puerta que conducía al porche posterior. En la pared que se extendía a su derecha había otras dos puertas. Por la más lejana se accedía al baño, mientras que la más próxima era la del armario. Ambas habían sido reducidas a astillas... y las sangrientas huellas que había entre los restos revelaban que aquello había sido obra de un violento zombi.
Thea advirtió todo aquello de forma distraída, puesto que su atención se había centrado, muy a su pesar, en el grotesco espectáculo en que se había convertido Carl Navatt. Su cuerpo estaba prácticamente partido en dos. El arrastrapiés le había clavado una mano en el punto en el que se unían su nuca y su espalda, al mismo tiempo que estiraba de su brazo con la otra. Le había partido el cuello, tirando de él hacia arriba y hacia los lados mientras le arrancaba el hombro izquierdo en dirección contraria, partiéndole en dos la espalda y parte de la caja torácica. La columna vertebral estaba a la vista... unos quince centímetros por debajo del cuello. La vértebras que se esparcían por la habitación parecían haber sido masticadas.
Le habían arrancado parte del cuero cabelludo y ahora, el cabello y la carne colgaban de su cráneo, que había sido reventado como un coco. Aunque vio pedazos de materia gris, se dio cuenta de que faltaba la mayor parte de su cerebro. Debido al grotesco espectáculo que ofrecía el conjunto de la habitación, no tenía ni idea de dónde podía estar pero, al ver las vértebras roídas, Thea pudo hacerse una idea. Para rematar su obra, el zombi había metido la mano en el obsceno hueco que había abierto en el cuerpo de Carl y había arrancado la mayor parte de sus entrañas. Sus intestinos se esparcían como si fueran espeluznantes adornos de feria y la pared y el suelo estaban cubiertos de indeterminados fragmentos de otros órganos. Thea advirtió que el objeto gelatinoso que había estado a punto de pisar era uno de los pulmones de su compañero.
Eso era mucho más de lo que era capaz de asimilar. El mundo que la rodeaba empezó a oscurecerse. ¿Dónde está Dean?, pensó en el mismo instante en que el tocador le golpeó en la frente.
4
Thea se despertó con náuseas y un terrible dolor de cabeza. Al principio se sentía tan mal que ni siquiera se dio cuenta de que estaba en un lugar desconocido. De todas formas, prefería estar allí que en el frío horror de sus pesadillas. Tras apartarse de la frente un mechón de cabello empapado en sudor, empezó a enderezarse, con cuidado, de la posición fetal. El crujido de las sábanas al moverse y los intermitentes pitidos que oía de fondo le indicaron que se encontraba en un hospital. Sintió un mortecino dolor en la cara interior del antebrazo derecho; al abrir los ojos para ver qué era, tuvo una sensación instantánea de vértigo, así que los cerró de nuevo y palpó con la mano izquierda el catéter que tenía en el brazo. Respiró profundamente durante unos minutos más y, como creyó sentirse mejor, se arriesgó a abrir un ojo. Todo estaba oscuro y borroso, pero al menos el techo no daba vueltas. Como las cortinas estaban corridas y la puerta cerrada, la habitación parecía proporcionar una confusa sensación de tiempo perdido. Abrió lentamente el otro ojo y estuvo un rato maravillándose de la sensación de que su visión perdiera intensidad de forma simultánea a las palpitaciones de su frente.
No sabía cuánto tiempo llevaba allí tumbada, consciente pero distraída. En la región periférica de su mente acechaban cosas malas, pero aún no estaba preparada para afrontarlas. Además, durante el futuro próximo, iba a estar bastante ocupada intentando flotar en el limbo.
Un milenio más tarde percibió movimientos. Dejó que aquello, fuera lo que fuera, se acercara hasta que pudiera ser captado por su visión periférica. Había adoptado un nuevo mantra: "el camino de la mínima resistencia". ¿Para qué mover la cabeza si ni siquiera estaba segura de que aquello apareciera en un lugar que ella pudiese ver? No valía la pena acalorarse y preocuparse por eso.
Era una figura vestida de blanco. Una enfermera. La voluminosa mujer comprobó el estado de Thea con una actitud amable y segura que le recordó a alguien. Es como una Oprah Winfrey médico. La enfermera Oprah. Thea rió entre dientes, desencadenando un ataque de tos que le abrasó la garganta. La enfermera le dio unas palmaditas en la espalda, y en cuanto dejó de toser, le tendió un vaso de agua con una pajita.
—Gracias —masculló Thea tras dar unos sorbitos. Como aquella palabra no desencadenó una tormenta en su cabeza, decidió continuar—: ¿Dónde estoy?
—En el Hospital Cook, cariño —respondió la enfermera—. Te ingresaron el domingo por la noche.
Thea sintió un ligero temblor en los límites de su visión, pero la explicación de la enfermera le había despertado la curiosidad. No era de esos pacientes que se quedan tumbados y relajados una vez despiertos.
—¿Y cuándo...? ¿Qué día es hoy?
—Martes por la tarde.
Su cabeza palpitó con fuerza unos instantes. Cuando el dolor pasó a un segundo plano, se sintió mejor de lo que esperaba.
—¿Cómo llegué hasta aquí?
—En una ambulancia, espero —la enfermera Oprah sonrió ante su pequeña broma—. Has vivido una experiencia bastante traumática, cariño. En cuanto hayas descansado un poco más, el doctor te lo explicará todo, ¿de acuerdo?
—No, no estoy de acuerdo —era evidente que su respuesta sorprendió a la enfermera, que ya había dado media vuelta para irse—. Quiero... quiero algunas respuestas ahora.
Thea sentía una necesidad urgente de que le confirmaran lo que había sucedido. Ya había tenido que enfrentarse a demasiados misterios.
La enfermera perdió por unos instantes su actitud cordial y la observó con una mirada franca y apreciativa.
—En estos momentos, no sé si estás preparada para eso. El accidente fue muy grave y la menor ansiedad puede retrasar en gran medida tu recuperación. Ahora, lo único en lo que tienes que pensar es en ponerte bien —esbozó una sonrisa comprensiva—. Confía en mí, cariño. Sé de qué estoy hablando.
Thea abrió la boca para insistir, pero un ataque de vértigo decidió atacar justo en ese momento. Deseosa de admitir que la enfermera podía tener razón, pero negándose a claudicar tan pronto, Thea advirtió las flores que había junto a la cama.
—¿Hay alguien que quiera saber que he salido del coma? —preguntó.
La enfermera suspiró con fuerza ante el sarcasmo de su paciente.
—La verdad es que se ha despertado unas cuantas veces, señorita Ghandour —pronunció su nombre con el sonido nasal típico de los habitantes del Midwest, Gaan-door—. Pero sí, hay personas esperando. Haremos un trato: permitiré que entre una de sus visitas durante un par de minutos... —La enfermera Oprah hizo el signo de la paz para indicarle los minutos— pero después, usted tendrá que descansar y esperar a mañana para ver al doctor Breckin, ¿de acuerdo?
Thea asintió. Se preguntó quién estaría esperando y, de repente, en su mente se dibujó la imagen de una figura vestida de negro. Tras aquella imagen parecía esconderse algo más, pero el terror y la oscuridad amenazaban con arrastrarla si se acercaba demasiado. Thea intentó detener aquellos díscolos pensamientos.
Un minuto después, más o menos, la enfermera Oprah regresó acompañada de Margie.
—Aquí tienes, cariño. Recuerda, dos minutos y después a descansar.
Thea miró a Margie mientras la enfermera se alejaba.
—Hola. ¿Dónde está mi madre?
Aunque era obvio que quería saber qué tal estaba su amiga, Margie respondió a su pregunta.
—Trabajando. Estuvo aquí todo el domingo por la noche y la mayor parte del lunes. Te despertaste unas cuantas veces, pero la verdad es que no estabas demasiado consciente. Cuando el doctor nos dijo que tu situación era estable y que sólo tenías que descansar, le dije que no me importaba quedarme aquí hasta que ella regresara.
Thea asintió, haciendo una mueca de dolor debido a las palpitaciones que volvían a martillearle la cabeza. Las palabras de su amiga no le sorprendieron: su madre siempre había sido una mujer muy práctica. Sentada en la sala de espera no podía hacer nada productivo así que, ¿por qué no iba a regresar al trabajo? Entonces, se dio cuenta de lo mucho que le hubiese decepcionado que Margie no estuviera en el hospital.
—Gracias por quedarte, Margie.
—No me ha supuesto ningún problema. El trabajo del laboratorio puede esperar un par de días.
Ya. Lo que tú digas.
—Bueno, antes de que lo preguntes, me encuentro bien. Sólo tengo un dolor de cabeza asqueroso.
—¡Qué bien! El doctor dijo que no teníamos que preocuparnos, aunque con las lesiones de la cabeza nunca se sabía lo que podía pasar.
Ambas guardaron silencio. Thea se preguntó qué sabría Margie sobre las circunstancias que le habían llevado al hospital, y sospechaba que su amiga se estaba preguntando cómo pedirle más información.
En aquel momento, Jake Washington entró en la habitación. Tras echar un último vistazo al pasillo, se acercó a la cama.
—Hola —dijo, mirando con torpeza a un punto situado entre Thea y Margie—. Bueno, parece que vas a salir de ésta.
—Ojalá pudiera decir lo mismo de... —Thea se dio cuenta de que Margie los estaba mirando con cierta curiosidad y confusión— Oh, supongo que no os conocéis, ¿verdad?
Al ver a Jake, Thea había sentido alivio y frustración en proporciones idénticas. Alivio, porque Margie no le haría preguntas habiendo un extraño allí; frustración, porque la presencia de Jake daría pie a un nuevo interrogatorio al que tendría que enfrentarse más adelante. La diversión no acaba nunca.
Sus visitantes asintieron con la cabeza.
—Ni siquiera sabía que estaba esperando para verte hasta que la enfermera me dijo que estabas despierta —explicó Margie.
—Lo mismo digo. Y eso que llevábamos más de dos horas sentados uno enfrente del otro.
—Bueno, entonces dejad que lo arregle —dijo Thea. Presentía que no era bueno presentarle a su mejor amiga a una persona con la que cazaba monstruos, pero no veía forma alguna de evitarlo—. Margie Woleski, éste es Jake Washington. Jake, ésta es mi amiga Margie.
Se dieron la mano por encima de la cama mientras Thea añadía:
—Jake y yo hemos... hum... trabajado juntos en alguna ocasión. Investigando y todo eso. Para una historia.
Margie la miró de reojo. Era evidente que no se lo creía.
—Bueno, ¿qué tal? —dijo—. ¿Estáis preparando una gran primicia?
—Podría decirse eso —respondió Jake—. Aunque todavía debemos mantenerlo en secreto.
Miles de preguntas aparecieron en la mente de Thea... y estaba segura de que no era la única. De todas formas, antes de que pudieran comprobar quién era el primero en tomar la palabra, se oyó la voz de la enfermera Oprah.
—¿No había dicho que sólo uno? —hablaba como un sargento de instrucción, señalando con un dedo acusador a Jake—. Jovencito, no debería estar aquí.
Su expresión se suavizó, pero su tono seguía siendo severo cuando se volvió hacia Thea.
—Ya sé que es muy bonito tener amigos que se preocupen tanto, pero es necesario que descanse.
Jake se sonrojó y salió apresuradamente de la habitación.
—¡Por el amor de Dios, Thea! —susurró Margie—. ¿Cuántos años tiene? ¿Dieciséis? ¡Debería darte vergüenza!
Acto seguido, se alejó por el pasillo.
La enfermera continuó regañando a su paciente un par de minutos más, mientras se aseguraba de que todo estaba en orden y que no necesitaba nada. Cómo sus amigos no le habían explicado nada, intentó sonsacar de nuevo a la enfermera.
—Dígame... qué pas... Hum... ¿Trajeron a... alguien más? Conmigo, me refiero.
La enfermera Oprah le dio unas suaves palmaditas en la espalda.
—Por supuesto. Tiene que estar orgullosa por lo que hizo. La otra mujer se pondrá bien, al igual que el viejo Dean. El pobre no ha tenido demasiada suerte en los últimos días.
—¿Qué? —Thea se sentía desconcertada—. ¿La otra mujer? ¿Se refiere a Lilly? ¿Lilly Belva? ¿Y Dean también está vivo?
—Así es, cariño. Es terrible que los demás no lo lograran, pero no debe sentirse culpable. Fue un incendio terrible. Le aseguro que tuvo mucha suerte de poder sacar a sus dos amigos con vida.
El día siguiente estuvo repleto de pruebas, consultas, agujas y visitas de personas con bata de laboratorio, hasta que por fin aparecieron su madre y Margie para llevarla a casa. La ciencia médica declaró que tenía ligeras contusiones pero estaba fuera de peligro. Setenta y dos horas después de presenciar aquellos horrores en el apartamento de Dean Sankowski, lo único que deseaba Thea era regresar a casa.
De todas formas, aún no estaba lista para abandonar el hospital; antes, quería visitar a Lilly y a Dean. Aunque los dos estaban en situación estable, Lilly había permanecido sedada desde que llegó. No paraba de decir a gritos algo sobre el Infierno y que Dios le había fallado cuando más le necesitaba. Para su sorpresa, Dean estaba bastante bien, así que sus compañeros permitieron que la mujer que le había salvado la vida pasara unos minutos con él.
Dean Sankowski llevaba media vida trabajando de enfermero en el Hospital Cook. Cuando se enteró, Thea se quedó sorprendida, puesto que cuando Dean tenía veintitantos años, no era demasiado habitual que un hombre decidiera ser enfermero. Él había admitido entre risas que había tenido que enfrentarse a una serie de retos referentes a su masculinidad y a su orientación sexual. Cuando explicó sus deseos a su familia y a sus amigos de Aurora, todos se extrañaron. Dean había argumentado que siempre había deseado ser médico, puesto que le encantaba ayudar a la gente, pero que había descubierto que no poseía aquello que se necesitaba para ser doctor, ya que su naturaleza le impedía absorber los detalles de la biología, la fisiología, la enfermedad, las toxinas, los medicamentos y demás. Según Dean, los enfermeros desempeñaban un importante papel en la atención médica y solían estar más implicados en el bienestar mental de los pacientes que los doctores. A pesar de que tuvo que enfrentarse a ciertos aspectos más técnicos de la profesión, Dean supo, casi de inmediato, que la decisión que había tomado era la correcta.
Según decía, los comentarios sarcásticos y despreciativos que hacían los de su pandilla del pueblo cuando iba de visita no le molestaban. Aunque en buena parte, esto se debía a su carácter bondadoso, puede que también tuviera algo que ver con el hecho de que fuera homosexual. No le costaba nada reírse de buena parte de los comentarios que hacían, pero se sentía herido al oír ciertos términos despreciativos, como "enfermero marica". Dean había optado por guardar silencio ante aquellas burlas y centrarse en la ironía que encerraban para mantener su buen humor. Durante años, había mantenido en secreto su homosexualidad, hasta que un buen día se dio cuenta de que, con su silencio, estaba perjudicándose a sí mismo y a otros homosexuales. Les contó que mereció la pena ver los rostros estupefactos de sus amigos de infancia cuando decidió salir del armario. Dean sabía que seguía siendo un motivo de burla para muchos de ellos pero, teniendo en cuenta que sus vidas eran serviles y huecas, mientras que él ayudaba a diario a la gente, ¿acaso podía importarle lo que pensaran? Más adelante, cuando descubrió la presencia de lo sobrenatural y se unió a la cacería (cuando fue "bendecido", tal y como él decía), su serenidad y satisfacción aumentaron, porque sabía que su deber era ayudar a los inocentes y socorrer a las víctimas, tanto dentro del hospital como en las oscuras calles de Chicago.
Dean estaba sentado en la cama cuando Thea entró en la habitación. No llevaba el camisón del hospital, sino unos pantalones que parecían estar a punto de reventar. Al verla, dejó a un lado un pequeño paquete y le indicó que se acercara para darle un abrazo. Thea le rodeó con sus brazos con suavidad, temiendo agravar las heridas causadas por el vampiro y el incendio, pero él la abrazó con fuerza y no la soltó durante casi un minuto. Cuando se separaron, ambos tenían los ojos llenos de lágrimas.
—Tienes buen aspecto —dijo ella.
Y era cierto. Antes de entrar, pensaba que tendría sedadas hasta las raíces del cabello y que estaría conectado a todo tipo de máquinas. Sin embargo, aparte de estar un poco pálido y ligeramente más delgado, era el mismo Dean de siempre.
—Gracias —dijo sonriendo—. Tú también. Esa venda te da un aire misterioso; apuesto que los hombres se volverán locos.
Thea sonrió, tocándose, sin darse cuenta, el recuadro blanco que llevaba pegado a la sien. Aparte de aquel persistente dolor de cabeza, se encontraba bien. Su ropa no había tenido tanta suerte como ella: cuando la llevaron al hospital, estaba completamente desgarrada y cubierta de hollín, y la mochila había desaparecido en el incendio, según le dijeron. Preguntó por la falda, con la esperanza de poder arreglarla, y le explicaron que un enfermero había llevado toda su ropa al incinerador. Margie le había traído del apartamento las prendas que ahora llevaba: unas botas Timberland, vaqueros, una vieja sudadera y el forro polar.
Hubo un momento de silencio que amenazó con interrumpir toda conversación antes incluso de que se hubiera iniciado.
—Lo siento, Dean —barbulló por fin, justo en el mismo instante en que Dean abría la boca para decir alguna tontería. Tanto él como Lilly habían perdido a las personas que amaban. Thea era incapaz de hacerse una idea del dolor que sentían en su interior, pero sabía que debía presentarle sus condolencias—. Si hubiera llegado un poco antes...
Él empezó a negar con la cabeza.
—No, Thea, no debemos lamentarnos por lo que hacemos. Eso nos destrozaría más de lo que ellos conseguirán nunca —suspiró con fuerza, secándose las lágrimas de los ojos—. Wayne se ha ido y tengo el corazón roto en mil pedazos... pero no puedes pensar que fue culpa tuya. En cualquier caso, es culpa mía por... bueno, ya sabes.
Compartieron una triste sonrisa.
—Sí, hemos sido "bendecidos" —Thea cogió aire con fuerza y se secó la nariz—. Dean, tengo que reconocer que estoy muy asustada.
Miró a su alrededor antes de continuar.
—¿Sabes que fueron directos a tu casa?
—Sí. Fuimos negligentes —hizo una mueca que no era consecuencia de ningún dolor físico—. Puede que investigaran el hospital en busca de lesiones extrañas o, quizá, son capaces de percibirnos del mismo modo que nosotros les percibimos a ellos. Bueno, supongo que nos siguieron cuando Wayne... cuando regresamos a casa. Carl nos acompañó y, cuando volvió a aparecer con Lilly para la reunión, imagino que pensaron que era el momento idóneo. Si hubieran esperado un poco más, nos hubieran atacado a todos, ¿verdad?
Thea asintió. Prefirió no decirle que, si la brigada Van Helsing al completo hubiera estado allí, lo más probable era que aquellos tres zombis no hubieran tenido ninguna oportunidad, ni siquiera aunque el elemento sorpresa jugara a su favor. Las cosas ya eran demasiado terribles como para sacar a relucir ese punto.
—¿Ha venido alguien más por aquí?
Dean movió la cabeza.
—Me dijeron que Jake intentó verme cuando estaba dormido. Ayer llamé a todo el mundo para decirles que fueran discretos. Es mejor que no nos vean juntos. Sobre todo en el hospital, por si lo están vigilando.
—Buena idea. —Una pausa—. Oye, Dean, odio tener que preguntarte esto pero... ¿recuerdas algo? ¿Tienes alguna idea de cómo conseguimos salir de allí?
Dean la miró con seriedad.
—¿A qué te refieres? Pensaba que fuiste tú quien nos sacó del incendio antes de que el edificio estallara.
—Yo no recuerdo ningún incendio, Dean. Cuando llegué, dos de aquellas criaturas se abalanzaron sobre mí y... bueno, eso es lo único que recuerdo —sin embargo, sabía que había algo más, algo donde se entrelazaban la muerte y la salvación. Algo que permanecía oculto en un velo de sombras que la luz de la memoria no conseguía perforar—. Entonces, desperté en este lugar.
—¿Y podría ser que el incendio se desencadenara mientras luchabas contra ellas?
—¿Contra dos putrefactos, Dean? Puede que sea el infierno sobre ruedas, pero no tengo tanto aguante. Además, no recuerdo haberte visto en el apartamento.
Dean sacudió la cabeza.
—No lo sé, Thea. La experiencia fue tan traumática que puede que tu mente la haya bloqueado —miró hacia el paquete que descansaba sobre la mesilla de noche. Eran fotografías, pero como estaban boca abajo, Thea no sabía qué imágenes había en ellas. Acto seguido añadió—: Ojalá hubiese podido ayudarte.
—Lo sé, lo sé. De todas formas, hay algo que no encaja. No sé por qué, pero tengo la impresión de que alguien ha utilizado una perforadora de papel para hacer un agujero en mi memoria —suspiró—. Hay algo más que no acabo de entender.
—¿Qué?
—¿Ha venido la policía a hablar contigo sobre el incendio?
—No, ¿por qué?
—Porque a mi entender, tendrían que habernos hecho una visita. Circunstancias extrañas y todo eso. Además, se oyeron disparos. Y teniendo en cuenta que esto sucedió justo el día después de otro incendio insólito... —Thea dejó la frase en el aire.
—¡Ah! ¡Te refieres a eso! —Dean señaló con un dedo carnoso la televisión—. He visto algunos reportajes y he preguntado a diversas personas del hospital. Según dicen, un cortocircuito provocó que se incendiaran algunos trapos viejos del sótano. Al encargado se le va a caer el pelo en el juzgado.
Se pasó los dedos por el cabello, que había adoptado una tonalidad gris.
—Sin embargo, no han dicho nada sobre los disparos —añadió—. Puede que nadie los oyera. Y en lo que respecta al otro incendio, no hay ninguna relación entre ambos casos, aparte del fuego. Tuvieron lugar en distritos diferentes y por causas distintas... En las grandes ciudades, este tipo de cosas suceden con frecuencia.
Thea frunció el ceño.
—¿Cómo puedes creer que nadie oyó los disparos de una MP-5, Dean? Además, si realmente os saqué a ti y a Lilly del incendio, ¿por qué ninguno de los tres tenemos quemaduras ni problemas respiratorios por haber inhalado gases? Aunque me duela un poco la garganta, estoy segura de que no tiene ni punto de comparación con lo que debería dolerme si hubiese estado en un incendio. Y por último, ¿cómo puede ser que ninguna de las personas de este lugar sea capaz de ver algo extraño en nuestro caso?
—¡Por el amor de Dios, Thea! ¡No lo sé! ¿Qué quieres que te diga? —cambió de posición, como si intentara sentirse más cómodo—. Todo esto es una locura. Lo ha sido durante largo tiempo. Todos sabemos que, aparte de los perversos, hay muchas más cosas que se mueven entre bambalinas. Hace tiempo que dimos por sentado que la policía encubría cosas extrañas, ¿verdad? Pues ésta es, simplemente, una más.
—Sí, con la única diferencia de que en sus otros encubrimientos no hubo supervivientes, que nosotros sepamos. ¿Además, para qué iban a querer encubrir algo en lo que estamos implicados?
Se miraron entre sí durante unos segundos. Después, Dean volvió a deslizar la mirada hacia el paquete.
—No lo sé, Thea —dijo por fin—. ¿Cómo iba a saberlo? Puede que crean que todo tipo de publicidad puede resultar perjudicial. De todas formas estoy de acuerdo contigo. En todo esto hay algo extraño, un nuevo punto hediondo que añadir a la colección.
Acto seguido, rió con amargura.
—¿De que te ríes?
—Estaba pensando en lo que he dicho antes, eso de que estemos "bendecidos".
Thea se limitó a asentir, expectante.
—Bueno, supongo que sentirás curiosidad por saber cómo he conseguido tener tan buen aspecto después de haber sido destripado en un par de ocasiones en tan sólo dos días.
—Empezaba a preguntármelo.
Dean volvió a mirar a su compañera. Sus ojos estaban llenos de dolor.
—Las marcas de las garras están prácticamente curadas —dijo, mientras se levantaba la camiseta, para mostrarle su amplia barriga, y apartaba una de las vendas. Thea vio el final de un rastro de marcas rojas bastante feas. Aunque sus heridas eran realmente cruentas, parecía que Dean llevaba varias semanas restableciéndose, no sólo un par de días—. Además, cuando me ingresaron pensaban que tenía la espalda rota, pero ahora sólo parece una hernia discal.
Esbozó una triste sonrisa mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas.
—Creo que me ha sido concedida una nueva bendición. ¡San Dean, ese soy yo!
A Thea no se le ocurrió nada más que decir. Le dio una suaves palmaditas en la espalda y le dejó con sus fotografías.
Newa, la madre de Thea, insistió en que se quedara con ella en su apartamento de Gold Coast mientras se recuperaba. Como respuesta, Thea le había pedido que le llevara directamente desde el hospital hasta su apartamento de Wicker Park. Sabía que se volvería loca si quedaba sometida al control constante y a la reprobación silenciosa de su madre. Tras una nueva discusión, dolorosamente educada, habían llegado a un acuerdo: Thea y Margie acompañarían a la señora Ghandour durante la cena; después, Newa las llevaría de vuelta a Wicker Park.
Era una de sus viejas tácticas. Thea sabía que su madre se pasaría la tarde entera acosándola, desde que se montaran en el coche hasta que acabaran de cenar. Como Directora de Marketing de Panflex, una importante empresa que fabricaba antibióticos para el gigante de la industria farmacéutica, Magadon, Newa Ghandour era experta en ese tipo de manipulación.
La verdad es que a Thea le alegraba pasar la velada con ella. Aunque era una mujer severa y equilibrada, Newa Ghandour también era una madre preocupada y razonable. Thea era consciente de lo duro que tendría que haber sido para ella criarla sola, sobre todo, después de haberse fugado de Egipto con un soldado americano que, tras llenarle el corazón de promesas sobre la espléndida vida que les aguardaba en los Estados Unidos, le había dejado plantada poco después de que se quedara embarazada. Sabía que la razón principal por la que su madre no había regresado a Egipto era que no desea enfrentarse a la vergüenza de estar esperando un bebé sin estar casada. De todas formas, al quedarse sola en una tierra extraña, descubrió las enormes reservas de fuerza que había en su interior. Superando diversas adversidades y sorteando las barreras de la cultura, el sexo y la religión, Newa Ghandour logró forjarse una carrera y un lugar en la comunidad.
Sin embargo, esas mismas circunstancias impidieron que Thea se criara con todas las atenciones. A pesar de que su madre no era dura ni poco cariñosa, se sentía mucho más cómoda pensando en nuevas formas de venta que pasando tiempo con su hija. En consecuencia, Thea había sido una niña rebelde que buscaba en todo momento nuevas emociones que escandalizaran y consternaran a su madre. Durante los últimos años, el genuino interés que sentía por el periodismo le había ayudado a sentar un poco la cabeza. Además, en la cacería había encontrado una vía de escape para sus tendencias más extremas.
A pesar de los muchos errores y categóricas estupideces que había cometido durante su adolescencia, Thea no sentía excesivos remordimientos, pues aquello era lo que le había permitido descubrir lo impredecible que era la vida y la cantidad de oportunidades que no pueden disfrutar aquellos que se mantienen constantemente aferrados al buen camino.
El único punto que le incomodaba hacía referencia a la relación que mantenía con su madre: a pesar de ser medio egipcia y técnicamente musulmana, Thea no sabía gran cosa sobre su legado. Durante gran parte de su rebelde juventud, se había dedicado a echar por la borda todos los intentos que había hecho su madre por enseñarle los cinco pilares del Islam. Para la joven mente americana de Thea, el Islam no era más que una religión extraña y anticuada que practicaban unos viejos barbudos vestidos con túnicas. No tenía ninguna intención de conocer aquella parte de su cultura, pues ya se sentía demasiado diferente al resto de las personas que le rodeaban.
Ahora sabía que la opinión que tenía del Islam estaba basada en una serie de presunciones. Y que no era exactamente una fe de culto, puesto que sólo en los Estados Unidos había millones de musulmanes practicantes. También era consciente de que aquella era la herida que había dejado una marca más profunda en su madre: Newa podía entender su rebeldía ya que, al fin y al cabo, había abandonado su hogar para ir a una tierra extraña y adoptar un estilo de vida muy diferente; sin embargo, consideraba que cuando su hija rechazaba el Islam, también estaba rechazando a Dios. Aunque aquello le entristecía profundamente, hacía tiempo que había desistido de intentar que Thea se diera cuenta de que se estaba equivocando. La señora Ghandour practicaba su fe sin ostentación; para ella, era otra parte de su vida, como Panflex, el golf, cocinar y las obras de caridad.
Thea sabía que su madre se había rendido, hecho que le había permitido tener una nueva perspectiva sobre su rebeldía. Además, al conocer la existencia de lo sobrenatural había tenido nuevas razones para reflexionar sobre la existencia de Dios. A pesar de todo, el abismo entre madre e hija seguía siendo demasiado grande y sus costumbres estaban tan arraigadas que era muy difícil que se produjera la reconciliación típica de la película de la semana. Por una parte, las dos eran demasiado orgullosas para dar el primer paso y reconocer los errores del pasado; por otra, Thea seguía sintiéndose resentida porque su madre la hubiese relegado a un segundo plano durante la mayor parte de su vida.
Thea amaba a su madre y sabía perfectamente que Newa también la quería; sin embargo, aquello no bastaba para superar las amargas diferencias que había habido entre ellas durante tanto tiempo. Además, después del "accidente", Thea ya tenía bastantes cosas en las que pensar. No, aquel no era el momento más apropiado para empezar a reparar los puentes que las separaban.
Thea se prometió que disfrutaría de aquella velada por lo que era: una oportunidad de pasar la tarde con su madre y con su mejor amiga, saboreando lo seguro que sería una cena maravillosa. Newa Ghandour era una excelente gourmet que sabía preparar platos de cualquier cultura culinaria que le dijeras. Por supuesto, entre éstos se incluían diferentes platos egipcios, como gebna, kebab, baba ghanough, koshary y demás. Newa disfrutaba explorando las habilidades culinarias de otras culturas y era capaz de preparar cualquier cosa, desde ziti horneado hasta bisque de langosta. Durante todo el trayecto, Thea y Margie estuvieron intentando adivinar con qué les sorprendería en esa ocasión.
Al sentarse a la mesa, pudieron disfrutar de una suculenta cena a base de gambas criollas, pan de trigo y cerveza. Cuando Thea supo que tenía vetada la bebida porque a su madre le preocupaba que reaccionara con la medicación, su hija le explicó que, por Dios bendito, la única medicina que le habían dado en el hospital eran aspirinas... a no ser que se estuviera refiriendo a las pildoras anticonceptivas, y que en ese caso tampoco tenía que preocuparse puesto que había dejado de tomarlas porque le iban fatal para la piel y porque era incapaz de recordar cuándo fue la última vez que las había necesitado. Aquellas palabras dibujaron una expresión escandalizada en el rostro de Newa, que rogó en silencio que su hija aprendiera a controlarse algún día, insha' Allah. Tras haber dado el pistoletazo de salida, Thea se entregó con placer a la comida.
Tres horas más tarde, Newa llevó a Margie y Thea de vuelta a Wicker Park. Sólo cuando acabaron de cenar, le había sugerido a su hija que se quedara. Debido a las poco sutiles pistas que había ido dejado Thea durante la cena, era obvio que no sería demasiado relajante pasar juntas una semana. Además, al haber demostrado con creces que conservaba su energía habitual, a Newa no le quedó más remedio que aceptar que su hija había superado perfectamente su traumática experiencia.
Por supuesto, eso no era más que fachada. Durante toda la velada, Thea se había sentido inquieta. La laguna que había en su memoria le atormentaba y, aunque sabía que las víctimas de una experiencia traumática suelen bloquearse, estaba segura de que no era eso lo que le había sucedido. A Thea siempre le había resultado difícil engañarse a sí misma. La mayoría de las personas van por la vida justificándose por las cosas que hacen, y olvidan o tergiversan en su memoria los acontecimientos para conseguir que la vida les resulte más sencilla. Sin embargo, la percepción que Thea tenía de sí misma era muy aguda. Largo tiempo atrás había descubierto que, independientemente de lo que hiciera, siempre tenía muy claro el motivo por el que lo hacía... o que no tenía ninguna buena razón para hacer algo y, por lo tanto, estaba intentando hacer un análisis razonado. Esa era la razón por la que era tan buena descifrando las motivaciones de los demás. Por otra parte, aunque no poseía una memoria fotográfica, siempre recordaba los detalles relativos a la conducta y el ambiente, algo que era una dádiva para su carrera periodística. Formar parte de la cacería había agudizado la percepción que tenía sí misma y, desde entonces, la percepción que podía proyectar a su alrededor también se colaba en su interior, a pesar de los esfuerzos que hacía por evitarlo.
Le inquietaba que su extraordinaria memoria estuviera fallando. ¿Acaso había visto algo tan horrible que su mente intentaba protegerla? Era incapaz de imaginar algo peor que las cosas que había presenciado desde la primera noche que tuvo que enfrentarse a las pesadillas que se movían por el mundo.
Puede que la lesión de la cabeza hubiera desconectado una zona de su cerebro. Sabía que el cerebro humano seguía siendo un gran misterio para la ciencia moderna y que la mitad de las veces que los doctores examinaban una lesión producida en la cabeza, sólo podían encogerse de hombros y hacer conjeturas. Puede que hubiese sufrido un ligero daño fisiológico que hubiese borrado los datos del sábado por la noche de su banco de recuerdos. Quizá. Pero ella no lo creía. Estaba segura de que los recuerdos estaban allí aunque, por alguna razón, no lograba acceder a ellos.
Aquello sólo dejaba una nueva opción... una alternativa que parecía tener menos sentido que las otras dos, pero que, sin embargo, creía que era la que más se acercaba a la verdad.
Alguien, o algo, le había hecho olvidar.
Newa Ghandour acercó con cuidado su Lexus a la acera y dejó el motor encendido mientras Thea y Margie le daban las buenas noches y se preparaban para salir corriendo hasta el portal. Eran las diez y pico. Un gélido viento azotaba el barrio haciendo que la punzante nieve revoloteara en el aire. Aunque faltaba un mes para que llegara la primavera, parecía que el tiempo había decidido dar lo máximo de sí mismo hasta entonces.
Thea se despidió de su madre dándole un beso en la mejilla y, mientras salía del coche, sintió que le cogía del brazo. Se giró sorprendida, ya que Newa Ghandour no era muy dada al contacto físico. Pero le sorprendió más la preocupación que asomaba por sus ojos negros. Cuando su madre volvió a bajar la mano, después de apartar un mechón de cabello negro de su rostro, aquella mirada había desaparecido.
—¿Qué pasa, mamá? —preguntó Thea, sujetando la puerta medio abierta para que no se la llevara una ráfaga de viento—. Me estoy congelando.
Newa, que ya había recuperado la compostura, se aclaró la garganta y miró de nuevo a su hija.
—Ten cuidado, Thea. Estoy preocupada por ti.
Thea miró a su madre con sorpresa, sobre todo por el temblor que había advertido en su voz.
—Lo haré, mamá —respondió. Thea se quedó quieta sobre la helada acera, observando cómo se alejaba el Lexus, hasta que despareció entre un remolino de polvo que barrió rápidamente la calle.
—¡Eh! —gritó Margie desde el portal—. ¡Si te congelas, no pienso volver a llevarte al hospital!
Thea entró a toda prisa y le dio unas palmadas en la espalda a su compañera para apremiarla a subir corriendo las escaleras.
—¡Date prisa! Un buen baño caliente y una enorme pipa de agua nos están esperando allí arriba. ¡Órdenes del doctor!
Margie rió mientras buscaba las llaves en el bolsillo.
—¿Qué ha sido eso del coche? ¿Tu madre ha intentado, por última vez, que te quedaras en su casa?
—No. La verdad es que ha sido un poco extraño. Sólo me ha dicho que estaba preocupada.
—¡Jo! ¿En serio? —dijo, girándose para mirar a Thea al llegar al descansillo—. Para tu madre, eso equivale a perder el control y echarse a llorar.
Thea rió, pues su amiga tenía razón. Entonces, vio una oscura figura delante de la puerta de su apartamento. Subió los últimos escalones y, situándose delante de su amiga, adoptó una postura defensiva antes de que Margie pudiera darse cuenta de que se había movido.
—¡Jesús, Thea! ¿Qué...? —Thea advirtió por el rabillo del ojo que Margie, que estaba unos escalones más abajo, se había ladeado para poder ver el pasillo—. ¿Quién es?
—Es Romeo —respondió, al descubrir que era el musculoso asiático. Aún llevaba el chaquetón del guardia, aunque se había cambiado la sudadera, que ahora era negra y con capucha. Intentó tranquilizarse. Se sentía mareada por la descarga de adrenalina—. Es un amigo... un amigo de Jake.
—¿De Jake? —repitió Margie, poniéndose a su lado para observar a Romeo.
Thea se sonrojó.
—Bueno... y también mío, supongo —entonces, dirigiéndose a Romeo, añadió—: Es un poco tarde. ¿Qué es eso tan importante que te ha hecho venir a buscarme y esperar en la puerta de mi apartamento hasta estas horas?
A pesar de la brusquedad de Thea, Romeo no pareció molesto, aunque era obvio que Margie sí que lo estaba.
—Estoy seguro de que ya lo sabes —dijo, mirando a Thea con frialdad y echando un vistazo a Margie—. Es importante que hablemos.
Margie le dedicó una mirada que decía claramente: Un triángulo amoroso, ¿eh? ¡Sólo a ti se te ocurre!
—¿Romeo? Hola, soy Margie —dijo en voz alta—. ¿Por qué no entramos? Puedo preparar algo de sidra caliente.
A Thea no le emocionaba la idea de que Romeo entrara en su apartamento, pero al recordar su sombrío historial, imaginó que podría haber forzado la puerta y esperarla sentado en el sofá y que en cambio, no lo había hecho. Tal y como estaban las cosas, no tenía ningún sentido jugar a la timidez.
El apartamento de Thea y Margie tenía el aspecto desordenado y habitado típico de dos mujeres que estaban más centradas en su trabajo que en las tareas domésticas. Ambas habían contribuido en igual medida en su decoración, que era moderna y ecléctica. Un mal emparejado sofá con motivos florales y un confidente cubierto por media tonelada de cojines dominaban la estrecha sala de estar. El pequeño televisor y el aparato de vídeo que descansaban sobre una larga mesa situada junto a la puerta parecían avergonzados ante el nuevo DVD. El suelo que rodeaba la mesa estaba cubierto de películas de vídeo y DVDs, mientras que la estantería de metal adyacente, en donde deberían haber estado guardados, sólo contenía polvo.
Sobre una mesa rinconera que había cerca del confidente se asomaba un equipo de música compacto enterrado entre CDs. En la sala había diversas plantas: sobre los altavoces, en las estanterías y colgando de diversos ganchos. Durante el día, absorbían la luz que entraba por las dos ventanas que había encima del sofá, en la pared de la derecha. Las paredes estaban decoradas con grandes láminas sin enmarcar, que abarcaban desde el impresionismo hasta el postmodernismo (además de algunas desafortunadas manchas). En el centro de la estancia se alzaba con timidez una antigua mesa de café que quedaba escondida entre revistas, posavasos y adornos aleatorios. A mano izquierda estaba la cocina, separada de la sala de estar mediante un mostrador. Tres taburetes (dos con estampado de leopardo y uno de cuero rojo agrietado) estaban dispuestos en negligente hilera, como soldados mal adiestrados. Una cafetera, una panera y un microondas peleaban por hacerse sitio en una mitad de la estrecha encimera, mientras que la otra mitad había sido invadida por diversos platos y vasos (Margie no era famosa por su habilidad de limpiar lo que dejaba a su paso). A la derecha de la puerta principal se abría un pasillo que dejaba atrás la cocina. Las puertas que había en él conducían, sucesivamente, a un armario, el baño (tan grande como cualquier habitación y una importante razón por la que había decidido quedarse con el apartamento), la habitación de Margie y el cuarto de Thea.
—No hay mensajes —dijo Margie, tras echar un vistazo al contestador que había junto a la puerta. Acto seguido, entró en el apartamento, tirando la cartera y las llaves sobre la encimera y señalando con una mano la sala de estar.
—¿Por qué no os sentáis? Voy a preparar sidra... con aguardiente de manzana, ¿quién quiere uno poco?
Estaba haciendo su acostumbrado "Sólo soy una chica inocente; no voy a escuchar de nada de lo que digáis". Eso significaba que Margie estaba enfadada con ella por no haberle contado lo que, obviamente, era una suculenta historia en la que participaba aquel extraño hombre exótico que había aparecido de repente en su vida. Thea sabía que seguiría insistiendo durante días antes de darse por vencida... pero entonces, sería sometida a un interrogatorio mucho peor que cualquiera de los que pudieron tener lugar en un campo de prisioneros de guerra vietnamita.
—Te ayudaré, Margie. Romeo, ¿por qué no te sientas? —el único aspecto gratificante de aquella situación era que Samuel Zheng parecía sentirse sumamente incómodo en la sala.
—Creo que sería mejor que habláramos en cualquier otro lugar —respondió—. No me gustaría... molestar a tu amiga.
—Oh, no te preocupes por mí —dijo Margie, moviendo una mano sobre el fogón—. En cuanto prepare esto me iré a mi habitación. Tengo que comprobar unas ecuaciones. Soy una rata de biblioteca.
Los ojos de Thea lanzaron puñales a la espalda de Margie. ¿No estás exagerando un poco? Era evidente que Romeo quería hablar sobre lo que había sucedido durante los últimos días. Thea siempre había estado segura de que, de todos los miembros del equipo, sólo Romeo iba a tomarse la molestia de descubrir dónde vivía realmente. Supuso que había preferido ocultarle que lo sabía hasta que la situación lo requiriera y, dadas las circunstancias actuales, consideraba que el momento había llegado. Por otra parte, no le costaba demasiado decidir si prefería que Margie se retirara a su cuarto con su Walkman o pasear bajo una tormenta de nieve para morirse de frío en su Escondite de Cazadores.
—En serio, no pasa nada, Romeo —se aseguró de captar su atención y mirarle con mordacidad antes de desviar la mirada hacia Margie y asentir levemente.
Romeo asintió.
—Entonces, llamaré a los demás.
¡Joder! ¡Pretendía celebrar una reunión en su casa con todo el grupo!
—Romeo...
Su compañero le miró con una expresión tan inescrutable como siempre.
—Es importante que nos reunamos todos, aunque sea aquí.
Thea se dejó caer contra el mostrador. No tenía fuerzas para eso. En los últimos días habían pasado demasiadas cosas y lo único que deseaba era relajarse en la bañera. Es comprensible, ¿verdad? Es taba harta de los hombres y su puta manía de hacerse cargo de la situación.
—Bueno, adelante. Llámales. Cuanto antes acabemos con esto, antes podré irme a dormir.
Margie le puso una mano en el hombro mientras Romeo llamaba por el inalámbrico. Thea la miró y, aunque su compañera no dijo nada, era obvio que estaba preocupada. Ya no pensaba que todo aquello era un juego, sino que era consciente de que su amiga estaba metida en algo mucho más grave que un ménáge a trois.
Thea acarició la mano de Margie.
—Todo va bien, en serio. Te lo explicaré todo en cuanto pueda.
—De acuerdo —respondió Margie. Sin embargo, la preocupación no desapareció de sus ojos.
Thea, sentada en el confidente, observó a sus compañeros mientras daba sorbitos a su sidra caliente. Jake, que se había acomodado en un extremo del sofá y tenía la taza de sidra entre las manos para calentárselas, iba vestido con el típico conjunto de invierno: vaqueros, botas gruesas y jersey de cuello alto; por uno de los bolsillos de su parka, que había dejado en el respaldo del sofá, asomaban las manoplas y el gorro, aunque se había dejado puesta la bufanda para combatir el persistente frío de la tormenta. Parker se había dejado caer al otro extremo del sofá y bebía sidra a regañadientes porque en aquella casa no había cerveza. Entre otras cosas, se había puesto el equipo de camuflaje de invierno, aunque Thea sospechaba que llevaba un chaleco antibalas debajo de su abultada chaqueta de camuflaje. Romeo había ocupado el taburete de cuero rojo. No había querido tomar nada y permanecía con los brazos cruzados, devolviéndole a Thea la mirada. Margie había cumplido con su palabra y se había retirado a su habitación para hacer los deberes.
Thea miró de nuevo a Parker. Sabía que no debía decir aquello, pero no pudo evitarlo:
—Gracias por haber renunciado a pasar parte de tu tiempo con los fanáticos de la supervivencia para unirte a nosotros, Parker.
Éste se puso a la defensiva en el acto.
—¡Me cago en la puta, Thea! —espetó, moviéndose de forma tan brusca que no se le cayó encima la bebida de puro milagro—. ¡Esto no es ningún juego!
—¿Crees que no lo sé? —respondió. ¿Cómo se atrevían aquellos tipos a invitarse a su casa? ¿Acaso no tenían ya bastante de lo que preocuparse y tenían que dedicarse a joderles la vida a los demás? ¿Y por qué ellos... por qué ella? ¿Por qué había sido iluminada para ser... bueno, qué cojones era? ¿Un cruzado sagrado? ¿Un heraldo de la justicia cósmica? ¿Un anticuerpo de la humanidad? ¿Una chiflada? Señaló la venda que tenía en la frente—. ¿Te crees que me hice esto mientras me maquillaba, estúpido?
—¡Eh! —gritó la voz de Jake antes de que Parker pudiera aclararse la garganta—. ¿Podríais enterrar el hacha de guerra aunque sólo sea por una vez? Esto es importante.
Romeo asintió, rascándose distraído la mejilla.
—Jake tiene razón.
—Sí, sí. Lo sé —suspiró Thea. Se recostó contra el respaldo del confidente mientras Parker asentía, apoyando los codos en las rodillas y haciendo muecas a la taza de sidra. Entonces añadió—: Lo siento, chicos. Me siento como si no hubiese parado ni un segundo desde el viernes por la noche. Mejor dicho, desde la semana anterior, planeando todos los puntos y detalles. Y ahora, después de lo que les ha pasado a Carl y al novio de Dean... Creo que soy incapaz de asumir todo esto de golpe.
—Lo sabemos, Thea —dijo Jake—. Y ésa es la razón por la que tenemos que hablar. Creemos que hay algo más que no conseguimos ver, y tenemos que descubrir qué es.
Thea resopló. ¡Mierda!
—De acuerdo. ¿Qué habéis averiguado?
Romeo se giró, haciendo que crujiera el cuero del taburete.
—Creo que todos estamos de acuerdo en que tenías razón cuando dijiste que alguien entró en la propiedad antes que nosotros. Lo que nos contaste sobre la llamada telefónica que recibiste deja poco lugar a dudas —la miró con ojos de halcón—. Creo que sé quién es esa persona.
En la mente de Thea apareció una sombría figura que oscureció por un instante su visión.
—¿Quién es? —graznó, sintiendo que tenía la boca seca.
—No sé como se llama, pero lo he visto —una pausa—. Fue quien os sacó a ti, a Dean y a Lilly del apartamento de Dean antes de que se incendiara.
—¿Qué? ¿Así que no fui yo quién los sacó a rastras de las llamas? —los tres hombres movieron la cabeza a modo de negación—. ¿Todos vosotros lo visteis?
—No —respondió Jake—. Pero Romeo nos contó lo sucedido.
Hizo un gesto al asiático para que continuara hablando.
—Llegué al apartamento de Dean cuando se estaba poniendo el sol. Fui andando desde la estación —explicó Romeo—. En la esquina de la calle en la que vivía, sentí... una enorme oleada de terror. Lo único que se me ocurrió fue correr a un lugar seguro y esconderme hasta que el peligro hubiera pasado. Ya casi había llegado a la estación cuando conseguí controlar el miedo.
Thea asintió, recordando que también ella había sentido un inmenso temor. Romeo había salido del El, el tren elevado de Chicago, aproximadamente en el mismo momento en que el taxi le había dejado a ella en la esquina. Si no hubiera sido por el efecto del miedo, era probable que hubiesen llegado a la vez al portal de Dean. Al parecer, Romeo había tardado más que Thea en recuperar el control. Y eso significaba... Se dio cuenta de que Romeo seguía hablando y estaba diciendo justo lo que ella acababa de pensar.
—...Cuando regresé ya era demasiado tarde. En aquel momento no lo sabía, por supuesto. Me acerqué con cautela al edificio. Si no hubiera sido así, supongo que aquel hombre me habría visto. Se movía como si estuviese acostumbrado al peligro: con rapidez, pero sin precipitarse —sus ojos se desenfocaron un poco ante el recuerdo y Thea tuvo la impresión deque Romeo sentía cierto respeto por aquel hombre—. Salió del edificio llevándote en brazos y te dejó en la acera. Después de mirar a su alrededor, volvió a entrar y reapareció poco después con Dean y Lilly y, entonces, entró una vez más en el interior. No vi que volviera a salir, pero al cabo de unos instantes, el edificio empezó a arder en llamas. No podía esperar más, así que corrí hacia la acera y descubrí que todos estabais inconscientes. Dean y Lilly no tenían buen aspecto. Temía que no sobrevivieran. Tú sangrabas por la cabeza.
Tras señalar su venda, continuó.
—De hecho, estabas cubierta de sangre. Al principio temí que... pero pronto descubrí que la mayor parte de esa sangre no era tuya —se aclaró la garganta—. Intenté entrar para buscar a los demás, o a aquel tipo, pero el fuego era abrasador. El edificio ardió muy deprisa.
—Espera un momento. No he visto las noticias porque no tenía estómago para eso. ¿Había gente en los demás apartamentos?
Cuando Jake asintió, parecía estar un poco mareado. Mientras dejaba la taza de sidra sobre la mesa, suspiró con fuerza.
—Encontraron a nueve personas en el edificio... Vosotros tres fuisteis los únicos supervivientes.
—Bueno, al menos tres de ellas eran zombis churruscados —Y las demás eran personas inocentes—. De todas formas, me juego lo que sea a que nuestro misterioso extraño no fue una de las víctimas.
—Estoy de acuerdo —dijo Romeo.
Algo intentaba liberarse en el subconsciente de Thea.
—¿Cómo era aquel tipo?
—Alto, pero no demasiado. Muy delgado. De raza blanca. Vestía un traje negro y tenía pinta de asesino.
Casi lo tenía...
—¿Y no volvió a salir?
Romeo sacudió la cabeza.
—Que yo viera, no, pero la verdad es que no presté demasiada atención. Quizá salió mientras intentaba llevaros a un lugar más seguro. Y entonces empezó el fuego, las llamas... Creo que escapó por la parte posterior cuando comenzó el incendio, pero no estoy seguro porque, aunque examiné la nieve, había muchas huellas en el suelo.
Thea asintió. Nos dejó delante del edificio, provocó el incendio y huyó aprovechando la confusión.
—Pero eso no es todo —añadió Romeo—. Aunque no sé quién era, sí que sé qué era.
¡Por supuesto, la visión de Romeo! Cuando enfocaba, Romeo descubría los pequeños detalles que convertían a los monstruos de aspecto humano en, bueno, monstruos. Los recuerdos de Thea se debatían contra sus cadenas con más fuerza.
—No nos dejes en suspense, hombretón. Queremos oírlo.
—No estaba vivo. Era uno de los muertos que caminan. Aquel extraño era uno de los ocultos.
En aquel instante, Thea sintió que algo se liberaba en su mente y los recuerdos regresaron con escabrosa claridad. Se le escapó un grito ahogado y saltó hacia delante, dejando caer la taza al suelo de madera al sujetarse con fuerza la cabeza. El horror de aquella noche irrumpió con fuerza en su mente... el olor a putrefacción, el combate cuerpo a cuerpo con el primer monstruo, la criatura que le atrapó, Lilly aplastada bajo la butaca, Carl masacrado de forma indescriptible, la criatura que se abalanzaba sobre ella...
...y el sombrío desconocido de ojos vacíos.
—¡Carpenter! —gritó, levantándose de un salto. La brusquedad de aquel movimiento sorprendió a los hombres, que corrieron a ayudarla—. ¡Se llama Maxwell Carpenter! Apareció... cuando... uno de los zombis me perseguía. ¡Se deshizo de él con un par de tiros! —El agujero de su mente se estaba llenando con rapidez—. Fuimos a comprobar la habitación y vi lo que le habían hecho a Carl... —Thea recordó el zumbido de la cómoda cuando cayó sobre ella y que todo se había vuelto negro a su alrededor durante unos instantes. Después, una inquietante neblina verde había inundado con furia su mente—. ¿Sabéis?... Creo que después de que me golpeara la frente, tontamente, contra un mueble, hizo algo para que me olvidara de que lo había visto.
Thea sacudió la cabeza, como si intentara recordar la pieza que faltaba.
—Ya sé que no tiene sentido, pero es la verdad.
—¡Será hijo de puta! —barbotó Jake con ojos brillantes—. Ese nombre... ¡Recuerdo ese nombre! Carpenter... Se infiltró en hunter.net hace aproximadamente un año y medio. Se presentó como cazador y nos proporcionó todo tipo de secretos sobre fantasmas y zombis, vampiros y demás. ¡Jesús!
Parker asintió en silencio ante las palabras de Jake.
—Creo que lo recuerdo. Consiguió poner nerviosa a un montón de gente, ¿verdad? Todo el mundo temía que los perversos hubieran corrompido por completo la red.
—Bueno, no fue el único que logró infiltrarse —respondió Jake. Las palabras se vertían rápidamente de su boca por la emoción—. También hubo un grupo de putrefactos que se movieron a escondidas por la red... y me juego lo que sea a que lo siguen haciendo. Esa es una de las razones por las que ahora soy mucho más precavido cuando leo los mensajes que hay.
—¿Y qué pasó con Carpenter?
Jake rebuscó en su memoria.
—Hum... Bueno, para empezar, tocó los huevos a un montón de gente con su actitud pretenciosa y después nos dijo que tenía información sobre lo que nosotros cazábamos y nos la ofreció. Tengo que reconocer que gran parte de esa información ha resultado ser muy precisa.
—De todas formas, al final le descubrieron —continuó Parker—. Creo que fue la chica que dirige a los cazadores del South Side...
—¡Lupe! —interrumpió Jake. Guadalupe Droin era la jefa de un impreciso grupo de cazadores que trabajaban, principalmente, en el South Side. Chicago era bastante grande y ambos grupos podían trabajar de forma independiente. Aunque se mantenían en contacto para intercambiar información y cosas similares, sólo se reunían cuando sucedía algo sumamente importante. Y Thea estaba encantada de que fuera así, puesto que Lupe y ella no congeniaban en absoluto—. Sí, ella y alguien más de la red; creo que Testigo...
—¡Vamos! —dijo Parker dándole una palmadita en la espalda—. En estos momentos, eso no tiene ninguna importancia, ¿no?
Continuó relatando la historia.
—Así que ella y alguien más descubrieron que Carpenter formó parte de la Mafia en los años treinta —hizo una pausa y frunció el ceño, pensativo—. Hay algo en ese nombre que me resulta familiar. Bueno, la verdad es que durante la Ley Seca, muchísimas personas estaban relacionadas con la Mafia. Pero tengo la impresión de que no es eso. Es igual, ya lo consultaré luego en alguno de mis libros. Como iba diciendo, Carpenter fue asesinado durante aquella época, pero regresó.
—¿Regresó de la muerte? ¿Para qué?
Jake y Parker se miraron entre sí, intentando recordar con más detalle. Romeo y Thea les miraban con atención. Aunque Romeo llevaba bastante tiempo en el equipo de cazadores, nunca se había interesado por la red.
—No estoy seguro. Creo recordar que quería vengarse de quienquiera que le hubiese matado —A Jake se le escapó una risita ahogada—. Supongo que es comprensible. Creo que se trataba de otra familia de mafiosos. Recuerdo que Lupe dijo que le estaba siguiendo la pista, aunque ni siquiera fue capaz de descubrir qué estaba haciendo en la red, y le echaron antes de que consiguiéramos alguna respuesta decente.
—¿Fue Testigo? —preguntó Thea. La persona conocida sólo como "testigo1" controlaba la red en línea de los cazadores. Aunque solía limitarse a mantenerla, el hecho de que un zombi la invadiera requería, entre otras cosas, su intervención.
—No lo creo. Por lo que recuerdo, desapareció en medio de una transmisión y nunca más se volvió a conectar.
—Sin embargo, eso no es todo —dijo Parker—. Creo que Lupe comentó haberlo visto después de eso.
—Sí, me suena.
—¿Y desde entonces no se había vuelto a saber nada de él... hasta ahora? —Jake y Parker dijeron que no con la cabeza—. ¿Y Lupe continua con los del South Side cazando monstruos?
Ambos asintieron.
Thea observó a sus compañeros, prestando especial atención a Romeo. Sabía qué estaban pensando, pero no estaba dispuesta a pasearse bajo la ventisca para ir a hablar con aquella mujer.
—Amigos, todos sabemos cuál es el siguiente paso, pero no lo vamos a dar esta noche. En estos momentos me siento agotada. Además, el tiempo está empeorando por momentos.
Romeo arrugó la frente para mostrar su disconformidad, pero Jake asintió a regañadientes.
—Thea tiene razón. Esta noche hemos descubierto cosas muy importantes y estoy seguro de que Lupe será de gran ayuda para encontrar a Carpenter —se encogió de hombros y señaló con un dedo hacia la ventana—. De todas formas, aparte de que el tiempo se esté poniendo muy feo, debemos ponernos en contacto con ella antes de reunimos.
Era obvio que Romeo no estaba de acuerdo, pero estaban en mayoría.
—De acuerdo. Ponte en contacto con ella, Jake. Mientras tanto, intentaré descubrir algo más. Ese hombre... esa criatura... intentó manipular a los cazadores en el pasado y es evidente que desea volver a hacerlo. De momento está jugando con ventaja, porque no sabemos qué planes tiene.
—Bueno, pero por lo menos sabemos quién es —replicó Thea—. Y él ignora que lo sabemos, así que tenemos un punto a nuestro favor.
5
Cuando sus compañeros se fueron era bastante tarde y la tormenta de nieve arremetía con fuerza. Jake les había prometido que se pondría en contacto con ellos en cuanto tuviera alguna noticia de Lupe. Parker, aficionado a las trivialidades de Chicago, dijo que buscaría en su biblioteca e intentaría descubrir algo más sobre un miembro de la mafia llamado Maxwell Carpenter. Romeo no dijo nada, pero Thea vio que miraba la tormenta como si tuviera la cabeza en otra parte. Sabía que estaba lo bastante loco como para intentar rastrear al no muerto en plena noche y bajo aquella ventisca.
En cuanto se fueron, Thea se deslizó hacia su cuarto, pero consideró que Margie merecía, al menos, algún tipo de explicación sobre lo que estaba sucediendo. Se sentía agotada, tanto mental como físicamente, y no creía estar preparada para mantener una conversación sincera con su mejor amiga. Pero si no lo hacía ahora, puede que no volviese a tener valor para hacerlo más adelante. Golpeó con suavidad la puerta de Margie y, al no recibir respuesta, la abrió y miró hacia el interior.
Margie estaba acostada en la cama, envuelta en un pijama de franela y un enorme edredón. La lamparilla que había sobre la mesilla de noche reflejaba sus gafas, las páginas del libro de texto y las fotocopias. El ordenador portátil se había deslizado por sus piernas y había caído de lado sobre la cama, y el salvapantallas abstracto emitía explosiones de color intermitentes. Thea no sabía si llevaba mucho tiempo dormida, pero tenía un aspecto tan apacible que consideró que no debía molestarla. Antes de apagar el ordenador y dejarlo sobre la mesilla, grabó el programa que Margie había dejado abierto. Como su amiga apenas se movía cuando estaba dormida, dejó las gafas tal como estaban y apagó la luz.
Cinco minutos más tarde, Thea estaba en su cama, muerta para el mundo.
Habría dormido durante todo el día siguiente si el teléfono no la hubiese despertado a última hora de la mañana. Era Jake. Guadalupe Droin iba a reunirse con ellos. Como era taxista, no le importaba acercarse a cualquier lugar en el que hubieran decidido reunirse, así que habían acordado encontrarse en Union Station hacia las dos de la tarde. Cuando Jake le contó que Lupe se había negado a acercarse a su escondite de la calle North Orleans, Thea sospechó que lo había hecho para dárselas de importante, puesto que era una cazadora sumamente experimentada. De todos modos, teniendo en cuenta los últimos acontecimientos, le parecía sensato que la reunión se realizara en un lugar público.
Thea avanzó tambaleándose hacia la cocina, en busca de cafeína resucitadora. Margie se había ido a la UIC a primera hora de la mañana, pero le había dejado media jarra de café templado. En la taza de café que descansaba sobre el mostrador había un Post-It con una frase escrita por el puño de Margie: Eh, tú. ¡No podrás esquivarme eternamente! ¡Tenemos que hablar! Yo.
Margie tenía una memoria de elefante y Thea sabía que se estaría engañando a sí misma si pensara que su amiga iba a olvidarse de que su compañera de piso mantenía reuniones secretas con tres hombres extraños. Pero el interrogatorio no se llevaría a cabo hoy.
A la una de la tarde, Thea se dirigió, avanzando con dificultad, hacia el El. La ventisca había hecho un buen trabajo en la ciudad: la mayor parte de Chicago estaba cubierta de nieve y, aunque los quitanieves habían trabajado con valentía durante toda la noche, sólo se podía circular con confianza por las arterias principales. Como cualquier habitante del Midwest, dedicó buena parte de su tiempo a observar cualquier contratiempo derivado de la tormenta de la pasada noche. Debido a la nieve, tardó bastante en llegar a la estación del El de su barrio pero, al llegar, todo fue como la seda. Cuando se apeó en Union Station, vagó durante unos minutos por las gigantescas instalaciones hasta que logró encontrar el vestíbulo. El edificio, que había sido construido durante la Primera Guerra Mundial y reconstruido a principios de los años 90, era en su conjunto una obra digna de admiración: la fachada exterior consistía en enormes columnas de piedra sobre las que se abrían diversas ventanas rectangulares. El techo abovedado de la sala de espera había sido reforzado con acero para crear un impresionante espacio interior pero, por desgracia, todo el lugar parecía bastante sucio debido a todos esos años de uso continuado. Tras perder un par de minutos más buscando a sus compañeros, encontró a Parker y a Jake sentados en un banco con Dean, entre otras personas.
Jake le explicó que cuando llamó a Dean para contarle cómo iban las cosas, éste había insistido en acudir a la cita. Aunque Thea ya sabía que se estaba recuperando con mucha rapidez, se quedó sorprendida al ver que se sentía con fuerzas para levantarse de la cama y andar por la calle, especialmente en un día tan desapacible como ése. Dean estaba pálido, pero parecía encontrarse bien... al menos, físicamente. Cuando hablaba, lo hacía con la misma sonrisa reconfortante y amable de siempre, pero sus ojos encerraban una mirada atormentada.
También le sorprendió encontrar allí a Parker: la mitad de los miembros del equipo que quedaban tenían trabajos estables, aunque Lilly seguía en el hospital y Dean estaba de baja por razones obvias. Parker dirigía una de las tiendas de armas de su tío y, a pesar de que no tuviera excesivas responsabilidades, tenía que negociar favores con sus ayudantes para poder tomarse el día libre. Como durante las últimas semanas había tenido que pedir demasiados favores, Thea se preguntaba cuándo intentaría pararle los pies el tío Ray.
Jake y Romeo no trabajaban de forma regular, aunque tampoco parecía que a ninguno de los dos les preocuparan demasiado los asuntos financieros. Debido al accidente que sufrió hacía algunos años, Jake disponía del dinero de la indemnización. Sin embargo, Thea no tenía ni idea de cómo se las arreglaba Romeo para sobrevivir. No es que fuera un gran despilfarrador, pues siempre llevaba la misma ropa (aunque siempre limpia, así que suponía que tenía varios conjuntos idénticos), y seguía viviendo en el mismo agujero al que le había llevado la noche que se conocieron. De todas formas, por poco que gastara, era él quien compraba gran parte de las armas, munición y equipo que usaban en la cacería. Otro misterio que añadir al informe de Romeo.
Cuando se acercó, oyó que Jake estaba acabando de explicar una versión extensa de sus descubrimientos más recientes. Dean movió la cabeza a modo de saludo, pero no dijo nada durante casi un minuto, pues obviamente estaba meditando sobre lo que acababa de escuchar. Entonces, tras dedicarle a Thea una mirada que ésta fue incapaz de interpretar, describió a sus compañeros su nuevo talento curativo. Incluso afirmó que podía aplicar su don sobre otras personas.
—Tomé a Lilly de la mano para reconfortarla —explicó Dean—. Aunque estaba inconsciente, siempre he pensado que el contacto humano es vital para el bienestar de los pacientes. En aquel instante, me sentí abrumado por la certeza de que podía curar sus piernas rotas y sus lesiones internas, así que intenté enfocar el dolor que sentía. Entonces, este... calor fluyó por todo mi cuerpo y se internó en el de Lilly, y sentí que se hacía más fuerte, que su cuerpo se recuperaba.
—¡Jesús, Dean! —dijo Parker; entonces rió—. Lo siento; no quería... ¿Qué tal está Lilly?
Dean Sankowski, el Segundo Advenimiento, pensó Thea. Era incapaz de olvidar que tenía una conversación pendiente con Margie, pero ahora tenía una nueva perspectiva de lo extraños que eran ella y sus compañeros.
—No está completamente curada —respondió Dean—. Sin embargo, creo que ya ha recorrido un buen trecho del camino de la recuperación. Físicamente, por supuesto. Mentalmente, aún parece seguir atrapada en el horror de lo que sucedió.
—¿Y tú cómo estás, Dean? —preguntó Jake con amabilidad—. ¿Cómo lo llevas?
Dean se encogió de hombros.
—Estoy bien. Es duro, no puedo negarlo... pero mientras estuve en la cama del hospital tuve mucho tiempo para pensar. Decidí que tenía dos opciones: o sumirme en la tristeza o asegurarme de que Wayne y Carl no habían muerto en vano. —Se giró, con dolor en los ojos, pero con su vieja sonrisa en la cara—. Así que aquí estoy.
—¿Has...? ¿Dónde vas a vivir? —preguntó Thea.
—Unos amigos me han ofrecido su casa hasta que encuentre otro lugar. De todas formas, la verdad es que no me he preocupado demasiado por ese tema —en su rostro apareció un destello de dolor—. Ayer y hoy por la mañana he estado, bueno, ocupándome de Wayne. El funeral será mañana. Sé que ninguno de vosotros le conocía, pero significaría mucho para mí que asistierais.
Todos asintieron con sobriedad, ofreciéndole de nuevo sus condolencias.
—¿Alguien sabe quién... qué pasa con Carl? —preguntó Jake—. Como Lilly aún está en el hospital y todo eso...
Dean asintió.
—Los padres de Carl pasaron ayer por el hospital. Querían consultar ese tema con Lilly y saber qué había sucedido. Hablamos un poco y me dijeron que preferían retrasar el funeral hasta que Lilly se encontrara mejor, aunque los doctores les habían dicho que no sabían cuándo se despertaría. Creo que al final decidieron dejarlo para el domingo, para darle un poco de tiempo, ¿sabéis?
—¿Y crees que logrará recuperarse? —preguntó Parker—. ¿Han dicho algo los médicos?
—Como no he tenido la oportunidad de hablar con el que lleva su caso, sólo puedo decirte lo que pienso —respondió Dean—: Si todo va bien y su cuerpo se restablece, supongo que a medida que pase el tiempo, conseguirá cierta estabilidad mental. Sin embargo, no sé cuánto tardará en conseguirlo.
Nadie estaba seguro de qué decir. Lilly nunca había parecido tener demasiada fuerza de voluntad y la experiencia que había vivido hubiera resultado traumática para cualquiera de ellos. Thea sabía que no era la única que pensaba que aquello había sido demasiado para Lilly.
El silencio se hizo incómodo, así que se dedicaron a observar a las personas que había a su alrededor, hasta que apareció Guadalupe Droin. Era una mujer un par de años más joven que Thea, que se había criado en el extremo contrario del espectro financiero. Newa Ghandour había tenido que trabajar duro para conseguir becas y subvenciones y, antes de formar parte del grupo de las personas adineradas, había tenido que pasar largos años cultivando relaciones profesionales en la universidad y en la escuela de postgraduados; en cambio, los padres de Lupe habían vivido durante toda su vida en una de las muchas viviendas de protección oficial de Chicago y, a base de realizar trabajos serviles, habían podido ahorrar lo suficiente como para forjarse un futuro. Ambas familias velaban por el bienestar de sus hijos, pero el dinero había establecido una diferencia inconfundible entre ambas. Thea estaba segura de que Lupe consideraba que cualquier persona que hubiera nacido en una casa con dinero y no hubiera conocido nunca la adversidad era forzosamente blanda y de carácter débil... y que Thea encajaba bien en ese marco.
Lupe era una mujer atractiva que se comportaba con una madurez y confianza ostensibles. Vestía vaqueros y botas militares, un par de sudaderas y una vieja chaqueta de fatiga. Llevaba un pañuelo negro en la cabeza y su larga melena morena le caía sobre los hombros. Thea sabía que aunque aquella chaqueta le protegía del gélido frío invernal, Lupe la llevaba porque tenía un montón de bolsillos en los que guardar diferentes objetos, como estacas de madera, mecheros y un par de pistolas.
Cuando llegó junto a ellos, Lupe le dio una palmadita a Jake en la espalda y dedicó una fría mirada a Thea. Todos los demás tuvieron que darse por saludados.
—¿Dónde está el tipo duro asiático? —preguntó. La postura de su cuerpo parecía despreocupada, aunque emitía cierta sensación de vigilancia. Lo único suave que había en ella eran sus curvas.
—No lo sé —respondió Jake—. No he conseguido hablar con él desde la reunión de anoche.
Lupe se encogió de hombros.
—Bueno, él se lo pierde —se rascó una mejilla, distraída—. No dispongo de demasiado tiempo. ¿Qué tenéis?
Jake no le había contado demasiado en el correo electrónico que le envió, puesto que ahora era muy precavido con ese tipo de cosas. Sólo le había dicho que estaban tras la pista de algo serio y que pensaban que ella podía tener información. De todas formas, ya no era necesario comportarse con tanta reserva, debido a que el hecho de encontrarse en un lugar público tan grande acentuaba la intimidad. Nadie podía escucharles a escondidas sin que advirtieran su presencia y, si alguien intentaba oír su conversación recurriendo a la alta tecnología, le resultaría difícil entender lo que decían entre todo aquel ruido ambiental.
—¿Recuerdas a un oculto llamado Carpenter? Él...
Lupe resopló, murmurando una blasfemia.
—Por supuesto que me acuerdo de aquel mamonazo. Se infiltró en hunter.net y consiguió cabrear a un montón de gente con sus gilipolleces y su sarcasmo.
—Exacto —confirmó Jake—. Nos estábamos preguntando qué podrías contamos sobre él. Anoche estuve examinado los archivos de la red, pero tenemos la esperanza de que puedas contarnos algo más de lo que encontré allí.
—Puedes estar seguro de que, si hubiese rastreado a ese cabrón, los de la red lo hubiesen sabido al día siguiente —frunció el ceño mientras movía la cabeza, como si quisiera colocar en su sitio un recuerdo extraviado. A continuación, encogiéndose ligeramente de hombros, añadió—: ¿Sabéis que fue un rompepiernas de la vieja escuela?
Todos asintieron.
—Supongo que regresó para acabar con los responsables de su muerte. Uno de los principales nombres que se barajan es el de aquella chica de la Mafia, Annabelle Sforza. Creo que había algo entre ellos, o puede que sólo fuera una aventura. Sea como sea, esa mujer estuvo implicada en su asesinato.
—Los Sforza formaban parte de la Mafia —dijo Parker—. Recuerdo ese nombre por algo que leí anoche. Vinieron de Italia o de algún país de esos y se metieron en el negocio entre los años treinta y cuarenta. ¿Sabéis? —añadió tras hacer una pausa—. Estoy seguro de que también he oído este nombre hace poco.
—Posiblemente por Annabelle —dijo Lupe—. Cuando murió, los periódicos publicaron algo sobre el tema. Era la matriarca de algún tipo de gigante empresarial. Aunque se insinuaba que tenía relaciones con la Mafia, los periódicos no tuvieron huevos para comentar nada sobre ese tema.
Parker frunció el ceño.
—Sí, puede que fuera eso, pero no estoy seguro. Tengo la impresión de que lo vi hace poco. Por cierto, creo que tengo algo sobre ese tipo —sacó un arrugado pedazo de papel en el que había apuntado algo—. Aunque no es mucho, he encontrado algo sobre un tal Dermis "The Carpenter" Maxwell. Era un hombre irlandés que se unió a Capone durante la Ley Seca.
—Sí, ese es su verdadero nombre. Recibió el apodo de "Carpenter" porque solía clavar las manos de la gente a las mesas —Lupe miró a su alrededor para observar el vestíbulo—. Bueno, como iba diciendo, creo que entre ellos dos hubo algo. La verdad es que si realmente me hubiese interesado ese tipo, habría investigado todo el culebrón, pero como no fue así, lo único que sé es que su interior era un hervidero de odio. Eso quedaba claro en los mensajes que dejaba en la red. Era un tipo muy astuto y presuntuoso, pero en cuanto le mencioné el nombre de Sforza, no paró de decir que era una zorra y que se arrepentiría de lo que le había hecho.
—¿Crees que ella era su ancla? —preguntó Jake. Aunque eran conscientes de que aún les quedaban por aprender muchas cosas sobre los no muertos, gracias a Jake habían aprendido diversos puntos muy interesantes. Por ejemplo, que muchas de las criaturas que regresaban de la tumba estaban vinculadas a cierta persona o lugar, al igual que los fantasmas que permanecen durante siglos en una casa. El ancla era siempre algo que había sido sumamente importante para ellos (algo que resultaba obvio, puesto que les había permitido regresar de la muerte) y les mantenía unidos al mundo vivo. Destruir el ancla permitía romper el vínculo que había establecido la criatura, pero presentaba ciertas complicaciones: si se trataba de una persona, "destruirla" equivalía a "matarla". Thea sabía que algunos cazadores ponían tanto empeño en su trabajo que aquella opción no les incomodaba, pero afortunadamente, ninguno de los miembros de su equipo parecía dispuesto a matar a una persona inocente con el único objetivo de deshacerse de un fantasma.
—Sí, eso creo, aunque Annabelle murió por causas naturales. Yo... eso es, sí. Decidí acercarme con el taxi al lugar en donde se celebró su funeral. Los mensajeros decidieron ponerse a trabajar —los "Mensajeros" eran uno de los diversos nombres que utilizaban para referirse a la fuerza que les había otorgado sus insólitos dones. Ya fueran entidades conscientes o una fuerza natural, la mayoría de los cazadores coincidían en que esa influencia les ayudaba a utilizar su segunda visión y preparaba las "coincidencias" que les hacían tropezar con los monstruos—. Carpenter, Maxwell o como queráis llamarle, desapareció de la red poco después de que muriera la dama. Cuando la palmó, el ancla que le unía a este mundo se rompió, pero creo que consiguió resistir un poco más porque quería despedirse. Recuerdo que decidí ir a echar un vistazo a la parte posterior del tanatorio y descubrí que la puerta trasera estaba derribada.
—¿Qué estás diciendo? ¿Y no entraste a por él? —preguntó Thea—. ¿Por qué no?
Lupe la miró con frialdad.
—Soy valiente, pero no estúpida. Sólo un imbécil perseguiría a un oculto cuyo corazón está ardiendo de odio. Si te enfrentas a él y le estropeas los planes, serás el siguiente que se vaya a criar malvas —arrugó la frente mientras seguía escarbando en sus recuerdos—. Además, ni siquiera sé si aún estaba allí. Además, si hubiera entrado, seguro que me hubiese pillado la policía.
Thea estuvo a punto de creerla. Al menos, lo que había dicho sobre lo peligroso que era enfrentarse solo a un poderoso perverso era cierto. Sin embargo, era extraño que hablara intentando evitar sus miradas; además, había cambiado de actitud, como si quisiera impedir que le hicieran más preguntas sobre ese tema... Thea sospechaba que había algo más en aquella historia y creía saber qué era, porque tampoco ella había recordado nada de su extraño encuentro con Maxwell Carpenter hasta que sus compañeros le habían ayudado a recuperar la memoria perdida.
Jake habló antes de que Thea pudiera decir nada.
—Lupe escribió un mensaje en el que explicaba todo lo que había sucedido. Dijo que en la pared había un par de símbolos de los que utilizamos: "esperanza" y "corrupción" —miró a Lupe—. ¿Crees que fue hasta allí en un intento reconciliarse consigo mismo?
Lupe, con la mandíbula apretada, lanzó al grupo una mirada desafiante. Instantes después, los músculos de su rostro se relajaron y bajó la mirada hacia el suelo.
—Mira, no soy ningún cruzado exaltado. Carpenter era un hijo de puta y estoy segura de que causó una barbaridad de dolor, tanto durante esta vida como en la siguiente. Pero aquellas señales; sí, ya las recuerdo. Yo... —cuando volvió a levantar la cabeza, en sus ojos había una mirada de desafío y algo más... ¿Compasión? ¿Dudas?—. Regresó para acabar algo, pero como ella había muerto, consideré que ya no había razón para preocuparme. Aunque no me gusta dejar las cosas a medias, el hecho de no perseguirle en ese lugar era simplemente una forma diferente de acabar el trabajo.
Todo aquello tenía sentido. No todos los muertos andantes eran malignos (aunque Romeo rebatiría esta afirmación). Hacía unos meses, Thea, Jake y Parker tropezaron por casualidad con el fantasma de un jugador de béisbol olvidado. Éste les contó que había sido convocado para jugar de pitcher con los Cubs, pero antes de su primer partido, murió en un accidente de coche. La frustración que le causó haber perdido aquella oportunidad le retuvo en el mundo. En cuanto descubrieron qué era lo que deseaba el espíritu, Thea y sus compañeros entraron en el Wrigley Field y le aplaudieron y animaron mientras lanzaba para ellos. Fue un espectáculo surrealista y desgarrador... siguiendo con la mirada pelotas que ni siquiera estaban allí y oyendo que sus voces eran engullidas por la oscuridad del viejo estadio de béisbol. De todas formas, aquello era lo único que quería aquel fantasma: un público que le viera lanzar. En cuanto su sueño se hizo realidad, desapareció. Con frecuencia, Thea deseaba que todos sus encuentros pudieran resolverse con tanta facilidad como su antítesis de Tocado por un Ángel.
Esta era la razón por la que Thea entendía que Lupe hubiera decidido concederle aquella oportunidad a Carpenter, pero había algo que no encajaba. Por su acritud, era obvio que Lupe odiaba a aquel tipo con todas sus fuerzas. Además, después de haberlo visto en acción, Thea sabía que era muy bueno en una cosa: matar... y esa habilidad indicaba que no debía de ser un buen hombre. Lupe podía ser todo lo presuntuosa que quisiera, pero era una experta cazadora. Jamás hubiera dejado escapar a una amenaza como Carpenter.
A no ser que éste le hubiera obligado a hacerlo.
Algo le impedía expresar en voz alta sus sospechas. Supuso que se debía a que en aquellos momentos no le apetecía discutir... y a su dolor de cabeza, que había regresado mientras escuchaba la historia de Lupe. Frotándose la sien, Thea intentó centrarse en lo que estaban diciendo sus compañeros.
—...De modo que ha regresado —dijo Jake—. O puede que nunca se hubiese ido. Sea como sea, a Thea le dijo que se llamaba "Carpenter". Además, su descripción encaja.
Lupe soltó una carcajada.
—¡Fantástico! Espero que no estéis culpándome de esto.
—¡Por supuesto que no! —respondió Jake—. Sólo te hemos llamado con la esperanza de que puedas darnos información que nos ayude a localizarlo.
—Exacto —añadió Dean—. Si se trata de ese mismo Carpenter, posee el potencial necesario para ser extremadamente peligroso. Tenemos que descubrir qué está haciendo aquí.
—Entendido. ¿Habéis comprobado los lugares que frecuentaba antaño? No puede ser muy diferente al resto de los muertos andantes. Seguro que regresa a los lugares que conoció en vida, puesto que son muy sólidos, como pequeñas anclas. Les ayudan a mantenerse en la tierra de los vivos y todo eso.
Jake y Dean asintieron. Parker parecía estar más animado: por fin estaban llegando a la parte de la cacería.
—Lo habíamos pensado —explicó Jake—, pero imaginamos que ahorraríamos algo de tiempo si nos dieras tú esa información. Como ya le investigaste y todo eso...
Lupe esbozó una sonrisa que le suavizó los rasgos.
—Eres un chico listo, Jake. Claro que puedo hacerlo. En el taxi tengo una libreta en la que apunto ese tipo de cosas. Es un pequeño truco que aprendí hace tiempo —echó un vistazo al reloj del vestíbulo—. Tengo que irme ya; si me acompañáis al coche, os enseñaré lo que tengo.
Se dirigieron juntos hacia la salida, lentos para no dejar atrás a Dean. Éste se sentía infinitamente mejor que hacía unos días, aunque todavía cojeaba y tenía algunas costillas fracturadas. Al llegar al coche, Lupe entró para coger la libreta de la guantera mientras los demás esperaban de pie. Thea deseó que la gente que les viera pensara que estaban negociando el precio del trayecto, no algún tipo de transacción ilícita.
Lupe se giró sobre el asiento, moviendo en el aire una vieja libreta. Empezó a pasar las páginas, murmurando algo ininteligible.
—Está escrito en una especie de código —dijo al cabo de un rato—. No es complicado, pero al menos, así parece que estoy comprobando las tarifas, no buscando monstruos, ¿sabéis?
Un minuto después, asintió con firmeza y le pasó la libreta a Jake.
—Más o menos en el tercio inferior de la página; aquí ¿ves? Tras indagar en todos los artículos que encontré, anoté un par de barrios que consideré que valía la pena investigar. Aunque los recorrí de cabo a rabo, no pude descubrir nada... pero bueno, por alguna parte tenía que empezar —entonces, pareció recordar algo y añadió, mientras rebuscaba en la guantera—: Creo que aquí hay algo más.
Thea miró la libreta por encima del hombro de Jake. No había direcciones específicas, sólo calles y barrios y algunos nombres dispersos: Bonaparte, Canal, Cicero, Monroe, Roosevelt, Little Italy, Bonasera's, Greektown, MacGowan's, Union Row e incluso Gold Coast. Muchos de ellos cubrían áreas que ahora controlaba la brigada Van Helsing. Union Row había sido rodeado con un doble círculo, y el bolígrafo había dejado un profundo surco en el papel barato de la libreta. Aquella zona había sido un hervidero de actividad cuando las asociaciones empezaron a cobrar importancia y atrajeron a diferentes clases sociales, a los intereses políticos y a la mafia, provocando una irritante confusión que nunca se estabilizó. Si Carpenter fue un secuaz del Hampa, era muy posible que se hubiera movido por Union Row, sobre todo si vivió durante la Ley Seca. En aquella época, la Mafia estaba en su máximo apogeo, controlando los bares ilegales y combatiendo con la misma crueldad con la que un perro callejero daría cuenta de un hueso especialmente sabroso. Aunque Capone fuera el pez gordo, había suficientes migajas que podían disputarse los demás.
Lupe salió del taxi con una arrugado pedazo de papel en la mano.
—Mirad, encontré esto mientras le investigaba. Decidí conservarlo para tener mayores posibilidades de reconocerle —era una fotocopia de un ejemplar del Chicago Tribune del año 1934, que mostraba la granulada fotografía de un hombre grande y de aspecto brutal que estaba saliendo de un edificio, custodiado por un par de oficiales de la policía de Chicago. La leyenda decía: "Dermis Maxwell, interrogado por la desaparición de Walter D'Amato".
—¿Qué diablos es esto, Lupe? ¡No es él! —exclamó Thea—. El que conocí era delgado y de rasgos sombríos. No era este tipo que se parece tanto a Russell Crowe.
Era perfectamente plausible que Carpenter hubiera decidido utilizar un alias, pero era imposible que hubiera experimentado un cambio físico tan sorprendente. Aunque se hubiese teñido el pelo y hubiera cambiado su dieta, la complexión del hombre de la fotografía era completamente diferente. Y fue eso lo que les dijo a los demás.
—Si Romeo estuviese aquí, estaría de acuerdo conmigo.
Lupe parecía lista para contraatacar pero, entonces, sus ojos brillaron. Sacudió con fuerza la cabeza y miró a Thea con frialdad.
—No sé que decirte. La verdad es que nunca le vi... sólo en esta fotografía... pero estoy segura de que es él. Además, él lo admitió, y la pista que encontré corroboraba esta información.
—¿En algún momento pensaste que, quizá, te había engañado? ¿Qué en realidad estamos hablando de otro podrido que quiere hacernos creer que es Maxwell?
—¿Y por qué motivo querría hacer eso? —le interrumpió Lupe—. Ese hijo de puta no es ningún estúpido. Estoy segura de que sabe que nos mantenemos en contacto, ¿así que para qué iba a querer engañarte diciéndote que se llamaba "Maxwell Carpenter"? No es demasiado difícil relacionar ese nombre con el de "Dennis Maxwell". ¿O debo pensar que se te ha olvidado comentar algún detalle importante a tus compañeros, querida?
Thea y Lupe se miraron fijamente, preparadas para arrancarse los ojos. Dean y Jake se acercaron a ellas y las separaron con suavidad. Parker parecía ligeramente decepcionado.
—De acuerdo, así que ahora tenemos otro misterio —admitió Jake—. Puede que no sea el mismo tipo, pero estoy seguro de que sí que lo es. Puede que la leyenda de la fotografía estuviera equivocada; eso sucede de vez en cuando, ¿verdad? O puede que se parezca más al hombre de la foto de lo que recuerdas, Thea. Aquella noche fue muy dura y recibiste un fuerte golpe en la cabeza, ¿no?
Thea asintió a regañadientes.
—Puede que sea eso. Pero ese cabrón ya nos ha hecho dar demasiadas vueltas. No quiero ser arrastrada hacia una caza de gansos sólo porque Lupe investigó al tipo equivocado.
—¡Eh! ¡Habéis sido vosotros los que habéis venido a pedirme ayuda! Os he dicho todo lo que sabía, pero si no es el tipo que estáis buscando, no es problema mío. —Estaba a punto de añadir algo más, pero al mirar a Jake se detuvo—. Tengo que irme.
Le arrebató la libreta, ignorando la fotocopia que Thea tenía en sus manos, y entró de un salto en el taxi. El motor rugió al cobrar vida y los cuatro cazadores se quedaron observando el humo del tubo de escape, que perseguía al automóvil mientras éste se alejaba a toda velocidad.
—¡Bueno! —dijo Dean con alegría, aplaudiendo y frotándose las manos—. Eso ha sido... de gran ayuda.
Thea le dio una palmadita en la espalda.
—Lo siento, chicos, pero es que me saca de quicio.
—Parece que el sentimiento es mutuo —observó Parker—. ¿Puede que aún tengáis pendiente algo que sucedió en otra vida?
—Parker, en ocasiones eres tan sumamente imbécil que me pregunto cómo logras vestirte por las mañanas.
—Si juegas bien tus cartas, te lo enseñaré algún día —respondió él, con una sonrisa burlona.
Jake levantó la mirada de la deteriorada agenda electrónica en la que estaba apuntando los nombres de la libreta de Lupe que había podido memorizar.
—Vosotros dos, ya basta —dijo, chasqueando la lengua con hastío.
—Bueno. Parece que aún tenemos que resolver una parte del misterio —comentó Dean—. ¿Qué tal si vamos a un lugar más caliente antes de seguir profundizando en el tema?
Thea respiró con fuerza, intentando olvidar la cólera que despertaba Lupe en ella y lo mucho que le irritaba Parker, pues sabía que sería mucho más útil si la canalizaba hacia Carpenter. No sabía si era Dennis Maxwell o cualquier otro no muerto que trabajó para la Mafia hacía sesenta años; sin embargo, era indudable que estaba jugando a algún tipo de juego con ellos.
Mientras acompañaban a Parker hasta su 4Runner, Thea oyó un pitido que procedía del bolsillo de su forro polar. Abrió la lengüeta y sacó el teléfono móvil.
—Hola —dijo una voz que consiguió transmitir amabilidad, engaño, amenaza y presunción en aquella breve palabra. Mierda, era Carpenter en persona—. ¿Habéis perdido a un hombre de ojos achinados recientemente?
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Thea.
—¿Qué le has hecho a Romeo, mamón? Si le haces daño, te...
—¡Eh! Relájate, pequeña. Tu amiguito está bien. Es un tipo con recursos. Consiguió localizarme durante la tormenta de nieve, y eso que no resulta sencillo encontrarme cuando el tiempo es apacible.
—¿Qué quieres?
Volvió a oír aquella presuntuosa risita.
—Supongo ya hemos dado todos demasiadas vueltas. Ya va siendo hora de que nos sentemos a hablar, ¿no crees?
¿Qué se había propuesto aquel tipo?
—¿De verdad piensas que nos vamos a meter de cabeza en la boca del lobo? ¿Acaso crees que somos estúpidos?
—¿De verdad quieres que te responda? —una pausa—. Estoy siendo honesto. Si quieres, pregúntaselo a tu amigo.
Thea oyó unas voces a lo lejos y, a continuación, un sonido mientras el teléfono cambiaba de manos.
—¿Thea?
—Romeo, ¿qué coño está pasando?
—No te preocupes, estoy bien. Y estoy de acuerdo en que debemos tener una charla con este hombre —aunque era la voz de siempre de Romeo, a Thea le pareció percibir cierta urgencia en su tono. No era miedo, sino que parecía estar intentando transmitirle un mensaje. Antes de que Thea pudiera preguntarle nada más, Carpenter estaba de nuevo en la línea.
—Escucha, nena, ¿qué tiene de malo que vengáis? Además, si no os gusta lo que oís, podéis darme el mismo trato que a Klein.
Tras indicarle una dirección, colgó el teléfono.
—Era Carpenter. Romeo está con él —dijo respondiendo a las curiosas miradas de sus colegas—. Parece que está bien, pero Carpenter quiere reunirse con nosotros... en un lugar situado entre la calle 16 y Racine.
—Mierda —dijo Parker—. No estarás hablando en serio.
Al observar los rostros de los demás, supo que todos estaban de acuerdo. Aunque Carpenter les hubiera tendido una trampa, acudirían a la reunión.
—Al menos somos cuatro —observó Dean, mientras corrían hacia el automóvil de Parker—. Podremos enfrentarnos a cualquier cosa que nos haya preparado el putrefacto.
Thea sabía que, con aquellas palabras, Dean sólo deseaba transmitirles un poco de valor. No tenían forma alguna de saber si Romeo estaba bien, así que no les quedaba más remedio que acudir a la cita. Mientras se sentaba en el asiento posterior junto a Jake, guardó el Motorola en el bolsillo del abrigo. Entonces, recordó algo que hizo que se le pusieran los pelos de punta. Estaba segura de que había dejado el móvil en la mochila.
En la mochila que había perdido en el incendio, la noche que conoció a Maxwell Carpenter.
SEGUNDA PARTE
LA MAQUINA DE ODIO
6
Carpenter cerró la tapa de su teléfono móvil y lo giró unas cuantas veces entre sus manos.
—Añoro los años treinta —observó—, pero debo reconocer que tu gente ha inventado cosas realmente sorprendentes.
El hecho de que Carpenter no fuera más que un matón de segunda durante los años treinta no significaba que siguiera pensando como un matón de segunda de los años treinta. Cuando despertó de la muerte, decidió adaptarse a los tiempos. Aparte de los diminutos teléfonos móviles, utilizaba todo tipo de artefactos: desde sensores de movimiento hasta ordenadores portátiles. Carpenter ignoraba cómo funcionaba todo aquello, pero tampoco necesitaba saberlo, puesto que esos aparatos habían sido diseñados para idiotas.
Y no es que él fuera idiota. No lo era en absoluto. Hacía tiempo que Carpenter anhelaba hacer algo más en la vida que recopilar información, ir a bares ilegales y romper piernas para la Mafia. Y por supuesto, esa fue una de las razones por la que acabó bajo tierra. Sin embargo, no era de esas personas que meditan eternamente sobre los errores del pasado.
Él era de las que hacen que otros paguen por ellos.
Carpenter deslizó el teléfono en el bolsillo de su pulcro abrigo hecho a medida.
—Con eso de "tu gente" no me refiero a tu equipo de mamones cobardes. No me gustaría que me acusaran de... ¿cómo se llama eso? ¿"Estereotipar"? —Carpenter paseó por la desierta oficina, moviendo ambos brazos en un gesto aglutinante—. ¿Sabes? A lo que me refiero es a la gente moderna.
Nada. El chino seguía sentado, impasible. Sólo sus ojos se movían. No es nada divertido hacer enfadar a un tipo y que ni siquiera reaccione.
Carpenter se encogió de hombros mentalmente y observó el vidrio de seguridad que había instalado.
Aquel tipo (¿cómo le había llamado la dama curvilínea? ¿Romeo?) había permanecido en silencio, excepto durante la breve charla telefónica, desde que Carpenter le había llevado hasta allí a punta de pistola hacía unas horas. Si quería seguir de morros, no sería él quien se lo impidiera. Romeo tendría que haber sabido que podían sorprenderle espiando.
Carpenter no podía leer la mente... bueno, eso no era exactamente cierto, pero no podía hacerlo cuando alguien como Romeo o uno de sus compañeros estaban alerta. De todas formas, no resultaba demasiado difícil imaginar qué estaba pensando. Seguro que intentaba averiguar qué se proponía Carpenter. El viejo Romeo parecía un tipo listo, pero para descubrir cuáles eran sus intenciones, tendría que hacer algo más que vestirse como un trabajador del puerto y fruncir el ceño.
Al fin y al cabo, Maxwell Carpenter no era un muerto andante normal y corriente.
Mientras esperaba a sus invitados, Carpenter se dedicó a pensar en su venganza. Eso era lo que le daba fuerzas; el odio que despertaba en su ser era lo único que lograba aplacar el frío que sentía en su carne muerta.
Ser un cadáver era espantoso. Siempre tenía frío, incluso en pleno verano. Por mucha ropa que se pusiera encima, por mucho que subiera el termostato, nunca era capaz de escapar del frío que helaba sus huesos. Y ése era sólo uno de los problemas que comportaba estar muerto. Carpenter tampoco necesitaba hacer la mayoría de las cosas que rellenan el día de los vivos, como comer, dormir, ir de vientre o afeitarse.
Al principio había imaginado que sería genial. No tendría que volver a preocuparse de las trivialidades de las que tiene que ocuparse un mortal. Afeitarse, por ejemplo, era un incordio: tienes que dedicar un montón de tiempo y esfuerzo a rasparte la cara y dejarla bien lisa, sólo para tener que repetir toda la ceremonia al día siguiente. Tampoco le molestaba el hecho de no tener que usar el retrete, aunque en ocasiones echaba de menos una agradable, larga y gratificante descarga.
Lo primero que descubrió fue el tema de la comida. A Carpenter le gustaba comer y había empezado a ganar unos quilitos de más antes de ir al Más Allá. Por eso, lo primero que hizo nada más salir de la tumba fue darse un banquete. Pudo hacerlo bien: masticar, tragar y repetir, pero la verdad es que no pudo comer demasiado, porque todo le sabía a ceniza. Decidió probar todo tipo de comidas: desde los tallarines hasta la langosta, desde los filetes hasta el sushi (nunca había oído hablar de esa comida cuando estaba vivo, pero al final de su experimento deseaba probarlo todo por si era capaz de saborearlo). Por mucho que probó, siempre tuvo la sensación de estar masticando aserrín. Con la bebida sucedió algo parecido. Cuando se tomaba una copa de whisky o un vaso de vino, sólo conseguía sentir una especie de hormigueo. Para deshacerse de todo lo que había entrado por su boca tenía que hacer de vientre, y solía sentir náuseas cada vez que hacía fuerzas para sacarse de encima la comida. Además, cagar resultaba tan extraño como comer, porque la comida salía masticada, pero no digerida. Aquellas masas de alimentos podridos que le salían por el culo... Era asqueroso. Al menos, orinar era más parecido a lo que solía hacer antaño... Pero tenía que reconocer que era una experiencia mucho menos placentera.
Ya sabía que un cuerpo muerto carecía de sentido del gusto y era incapaz de digerir nada. Pero aún le faltaban muchas más cosas por descubrir.
Cuando estaba vivo, Carpenter pensaba tanto en el sexo como en la comida (de acuerdo, era posible que pensara más en lo primero). Cuando el tema de la comida fracasó, decidió ir en busca de una mujer. Resultaba tan sencillo encontrar prostitutas como lo había sido en su época, pero cuando llegó la hora de actuar, nada de nada. Cuando estaba vivo, había tenido ese problema en un par de ocasiones, después de haber bebido demasiado, pero ahora no era éste el caso. Del mismo modo que su sentido del gusto se había atrofiado, también sus nervios habían muerto. Al igual que sucedía con la comida, podía sentir que estaba tocando algo, pero era como si llevara puestos unos guantes muy gruesos o como si se hubiera pegado un chute de novocaína. No sentía ningún hormigueo al acariciar la cálida carne de una mujer; no se excitaba ante el contacto de un cuerpo suave. Carpenter estaba seguro de que si se pusiera una docena de cargas de dinamita alrededor del pene y las hiciera estallar, apenas sentiría un cosquilleo.
Pero pronto descubrió que, además del gusto y el tacto, todos sus sentidos estaban atrofiados. Oler era como intentar esnifar cuando tienes la nariz llena de mocos; los sonidos le llegaban desde muy lejos, como si estuviera debajo del agua; y su vista quedaba empañada por una película traslúcida. Era como si uno de sus pies se hubiera quedado fuera del mundo vivo, rodeado de una eterna neblina. De todas formas, hacía sesenta años que no confiaba en sus sentidos normales. Al igual que cualquier otro fantasma que acecha tras el sudario que separa el mundo de los vivos del de los muertos, Carpenter carecía de ojos apropiados con los que ver, orejas con las que oír y demás. Él era una criatura de espíritu y, por lo tanto, lo único que podía ver con claridad era a otros espíritus, ya estuvieran vivos o muertos. Resultaba una forma inquietante de ver, pero ya se había acostumbrado. Además, aquello tenía sus propios beneficios.
A sus ojos, aunque el mundo era una confusión gris y tenebrosa, las manifestaciones espirituales se alzaban como faros en la noche. Uno de los muchos logros inteligentes que habían realizado los mortales desde la muerte de Carpenter eran los infrarrojos: cuanto más calor desprende un objeto, más destaca. La visión de Carpenter era bastante similar y le permitía descubrir espíritus de todo tipo, vivos o muertos, humanos o animales. Le resultaba sencillo diferenciar a muchos de ellos; un fantasma era brillante pero difuso, mientras que el alma de una persona viva estaba más concentrada, anclada en la carne. Con un poco de práctica, Carpenter había logrado descubrir la salud relativa e incluso la disposición de aquellos que le rodeaban. Un aura resplandeciente y dolorosamente brillante pertenecía a alguien que gozaba de perfecta salud; una repleta de manchas negras que palpitaba de forma irregular pertenecía a alguien que tenía un pie en el otro mundo. Aquello le ayudaba a trazar la línea que divide a los vivos y a los muertos, aunque un "espíritu sano" no tiene por qué gozar de buena salud.
Cuando adoptó su forma de carne, Carpenter conservó esta visión y descubrió que tenía un gran talento para percibir los matices de los estados espirituales. Cuando combinaba esta habilidad con su deslucida visión normal, le bastaba una mirada para identificar a alguien, incluso entre la multitud. Este radar preternatural le permitía ver a través de las paredes y precisar las debilidades con misteriosa precisión... y dada su actividad actual, le resultaba sumamente útil. De todas formas, daría lo que fuera por poder mirar a una mujer a los ojos y no ver que la oscuridad de la muerte le devolvía la mirada. O por saborear una buena salsa marinada.
Carpenter odiaba estar muerto, pero no le quedaba más remedio que aguantarse. La ira y la frustración que sentía por su condición era el combustible que alimentaba a esta máquina de odio.
La emoción era lo único que le mantenía activo. Aunque no necesitaba comida, requería sustento de forma desesperada. Del mismo modo que los vampiros necesitan sangre para vivir, Carpenter necesitaba emociones. Era lo único que le saciaba. Era como un fuego en el estómago que le proporcionaba la fuerza necesaria para continuar aferrándose a su prisión de carne. Sobre todo las emociones fuertes: el odio y la ira eran sus favoritas, y la desesperación resultaba un agradable tentempié. Sorber aquellos sentimientos era similar a tocar un cable eléctrico. A pesar de que mantenía despiertas sus propias emociones para que el motor no se estropeara, necesitaba las de los demás para recargarse. Por suerte, era todo un experto sacando de sus casillas a la gente; sólo necesitaba un minuto para que un perfecto desconocido se irritara tanto como para proporcionarle el odio suficiente para sobrevivir un día más. Además, para el perverso placer de Carpenter, cuanto más le conocía alguien, mayor era la cólera que despertaba en él. No había nadie en el mundo que, conociéndolo, sintiera apatía.
Si Carpenter no mantuviera una dieta constante de emociones, sería barrido por las tormentas espirituales que proferían con furia en el mundo espiritual. Pero no le apetecía nada regresar al Infierno. Por horrible que fuera estar encerrado en un cadáver andante y carecer casi por completo de sensaciones físicas, era mil veces mejor que ser un espectro. Cuando sólo era un espíritu y el mundo de los vivos era un débil y tormentoso parpadeo en el horizonte, su existencia había sido una verdadera tortura.
Si las cosas salían como había planeado, las personas que estaban en el jeep que acababa de detenerse en la calle le ayudarían a permanecer en la tierra de los vivos durante una larguísima temporada.
—Ya han llegado tus amigos —anunció. Aquel tipo seguía impasible; puede que fuera mudo, pero sabía que no era estúpido. Era consciente de que había despertado en él tanta curiosidad que el chinito estaba reprimiendo sus deseos de atacar. Perfecto, pues necesitaba a sus compañeros con vida y dispuestos a luchar.
Carpenter se dirigió a la puerta del despacho y la abrió para que el grupo se sintiera invitado a entrar. Mientras volvía a cruzar la habitación, echó un último vistazo a su alrededor para comprobar que todo estaba en orden.
Se encontraba en uno de los viejos almacenes que se diseminaban por el barrio. Por fuera, era idéntico a los demás: armazón de acero, exterior de ladrillo y madera, dos puertas de carga, una puerta normal en la parte delantera y otra en un lateral, bajo la oficina. El interior estaba prácticamente vacío. En el centro se unían tres vigas de apoyo, había algunas cajas apiladas en una esquina y, a unos metros de las puertas de carga, un Chrysler sedan 2001 (que Carpenter había pagado en efectivo). La oficina había sido construida a nivel, de modo que debajo de ella quedaba un espacio de almacenamiento adicional. Se accedía por una estrecha escalera sin pasamanos, construida a lo largo de la pared lateral. Las cuatro paredes de la oficina tenían ventana: las dos interiores proporcionaban una visión completa de la nave (excepto de los sesenta metros cuadrados que había debajo), mientras que las otras dos daban a la esquina de la calle. Todas las ventanas, tanto las interiores como las exteriores, tenían cristales tintados y a prueba de balas. Nunca estaba de más tomar precauciones.
La oficina era tan austera y estaba igual de limpia que el resto del almacén. Delante de la puerta se alzaba un gran escritorio de madera, tras el que asomaba una lujosa silla de cuero. Sobre éste había un teléfono, un cenicero, un humedecedor y una lámpara pequeña pero exquisitamente tallada. Delante del escritorio había dos butacas (Romeo estaba sentado en una de ellas), con una mesita intermedia en la que descansaba otro cenicero. Un par de sofás de cuero, con sus respectivas mesitas y sus respectivas lámparas con pantalla, se miraban de frente entre el escritorio y la puerta. En la pared de la derecha se apoyaba un minibar y de las vigas del techo colgaban un par de inmensos ventiladores.
Por supuesto, aquel lugar no era más que una fachada. Llevaba mucho tiempo deseando reunirse con aquellas personas, pero quería asegurarse de hacerlo bien, porque no era de esos que hacen sus necesidades en el mismo lugar en el que comen. Quería hacerles creer que esa era su base de operaciones, pero como estaba seguro de que no conseguiría engañar a los más astutos, había decidido dejar el Chrysler en el piso inferior para que creyeran que era el coche que utilizaba para desplazarse. Tras la reunión, Carpenter se deslizaría tras el panel secreto que había instalado en la pared posterior e iría hasta su verdadero escondite en el Lincoln que había dejado aparcado a un par de manzanas de distancia. En ocasiones le avergonzaba tomar medidas tan extremas, pero era consciente de que estaba jugando a un juego muy peligroso. Si daba un paso en falso, la Mafia se abalanzaría sobre él sin perder ni un segundo... o aquellos proclamados cazadores le acorralarían como una manada de perros.
Carpenter se impacientó al descubrir que la mujer y los tres hombres se habían detenido en el exterior. Aunque esperaba ver al deportista y al que tenía un poco de color, le sorprendió ver al gordo, al homosexual. ¿Por qué no estaba descansando en el hospital como el alelí? Sabía que, mientras se armaban de valor, estaban preguntándose si aquello sería una trampa. Jodidos aficionados. No sabía por qué se sentía tan frustrado, puesto que antes de ponerse en contacto con ellos ya sabía que no eran más que un grupo de amateurs. Sólo deseaba que estuvieran preparados para hacer lo que necesitaba que hicieran. Al cabo de cinco minutos, la mujer consiguió echarle huevos y avanzó hacia la puerta; instantes después desapareció de su campo visual. Allá vamos.
Al oír que se abría la puerta principal, Romeo Zheng se levantó y se acercó a las ventanas interiores de la oficina para ver a sus amigos, aunque parecía temer que Carpenter se abalanzara sobre él en cuanto le diera la espalda, así que no le quitaba el ojo de encima.
Tras devolverle la mirada, Carpenter dio media vuelta para demostrarle a aquel desgraciado que le importaba una mierda lo que pensara. Se sentó frente al escritorio, cogió un puro del humedecedor y lo encendió haciendo grandes alardes: cortó la punta con su navaja y tras prender una cerilla (no quería utilizar el mechero de plata porque el gas echaría a perder su sabor) empezó a girar el puro lentamente sobre la llama a la vez que daba fuertes bocanadas, para conseguir un encendido homogéneo. Para sus difuntos sentidos era como fumar carbón... pero no había encendido aquel puro por su sabor.
Mostrando una absoluta indiferencia por las armas que empuñaban sus visitantes, había decidido mantenerse ocupado en algún asunto trivial mientras su amigo les esperaba de pie, sin esposas ni cadenas. De esta forma conseguiría transmitir la sensación de ser un hombre que no temía a nada ni a nadie. Sabía que eso no le ayudaría a ganarse su confianza pero, al menos, no atacarían primero y harían las preguntas después. Romeo se reunió con ellos en la puerta y les saludó. No tenía mal aspecto tras llevar más de dos horas encerrado. Carpenter creyó advertir que la mujer y el muchacho negro se relajaban un poco. Bien; se centraría en ellos. Puede que no fueran los más combatientes del grupo, pero parecían ser los más experimentados. Si les hacía las señales correctas, con sólo un poco de esfuerzo conseguiría persuadirlos para que colaboraran.
Sólo el tipo con pinta de matón (creía que se llamaba Parker), mantuvo el arma apuntada hacia él. Era una de esas pistolas que parecen cajas y que disparan una cantidad atroz de balas en el tiempo que se tarda en parpadear. En más de una ocasión había pensado en utilizar armas modernas como aquella, pero al igual que lo que le sucedía con los trajes, se sentía mucho más cómodo con un arma del calibre 45 en las manos. Por otra parte, no necesitaba utilizar cien balas cuando podía conseguir lo mismo con un único disparo certero.
Sintió una abrumadora tentación de sacar una de sus pistolas automáticas y hundir una bala en el cráneo de aquel gilipollas... Probablemente, le haría un favor al mundo. Pero aquello no formaba parte del plan. Necesitaba a aquellas personas.
Centrado en mantener encendido el puro, les observó, a través de las pestañas, mientras celebraban una rápida reunión con su compañero. Cuando consideró que ya habían tenido tiempo de sobras para confirmar que Romeo no estaba sometido a ninguna influencia extraña y antes de que tuvieran la oportunidad de discutir si debían acabar o no con aquel cadáver andante, Carpenter carraspeó. El sonido que emitió fue extraño, mucho más parecido a la tos seca que a un carraspeo porque, al fin y al cabo, su cuerpo no generaba los fluidos necesarios para poder aclararse la garganta. De todas formas, consiguió captar su atención... y que el gordo diera un ligero respingo.
—Bueno. Como dije por teléfono, ya iba siendo hora de que nos conociéramos.
—¿Por qué? —preguntó el muchacho, Jake, con honesta curiosidad. A sus compañeros pareció ofenderles que se molestara en conversar con el enemigo.
—Porque os tengo que hacer una propuesta.
—¿Una oferta que no podemos rechazar? —preguntó Parker, con una sonrisa burlona y una mirada furiosa.
Menudo cretino.
—Os podéis negar todo lo que queráis... siempre y cuando no os preocupe que las cosas a las que habéis estado cazando sigan creando más y más bestias como ellas.
La mujer, Thea, dio un paso hacia delante y apoyó una mano en el respaldo de una de las butacas.
—¿No te incluyes en la misma categoría que esas "bestias"? Todos sabemos que eres una más.
Carpenter suspiró con fuerza, intentando que sus movimientos parecieran humanos. Era consciente de que aquellas personas sabían que era un cadáver andante. No iba a negarlo porque, debido a los insólitos talentos que poseían, nunca podría engañarlos. De todas formas, esos poderes eran la razón principal por la que les necesitaba; si no, sólo tendría que haber desembolsado unos cuantos billetes grandes para contratar a media docena de matones que le ayudaran a realizar aquel trabajo.
Sabía lo difícil que era intentar negociar con un grupo de personas que sabían qué era, así que tenía que ser prudente. Cuanto más similares fueran sus movimientos a los de una persona viva, más difícil les resultaría ponerle la etiqueta de enemigo. Tenía que hacerles creer que todos estaban en el mismo bando.
—Además, como ya dije el otro día, no me gustan los juegos. Vosotros sabéis qué soy y yo sé qué sois. ¿Y qué? Eso no tiene nada que ver.
—¿Y con qué tiene que ver, entonces? —preguntó Jake.
—Antes de entrar en ese tema —dijo Carpenter—, ¿por qué no os ponéis cómodos? Parecéis tontos ahí de pie y apelotonados.
Se levantó lentamente e indicó los sofás con una mano, sujetando el puro con la otra. El ritual del encendido le producía una enorme satisfacción, pero tras darle unas cuantas caladas, era incapaz de soportar ese sabor tan asqueroso.
—Adelante. No muerdo.
Todos observaron a Romeo que, antes de asentir, miró a Thea y después a Carpenter. La dama y el chaval se dirigieron hacia el sofá que había a la izquierda, mientras que el matón y el gay ocupaban el de la derecha. El chino se quedó de pie, como si quisiera demostrarle algo con aquella actitud.
—¿Alguien quiere beber algo? ¿Un puro? —ofreció Carpenter—. Estaremos aquí bastante rato, así que os podéis poner cómodos.
Estaba bastante seguro de que ninguno de ellos aceptaría la oferta, posiblemente, por miedo a que estuviera envenenado. Sin embargo, Romeo se dirigió al minibar y se sirvió un poco de bebida. Intentas demostrar que no me tienes miedo, pero has esperado a que estuvieran aquí los demás para que pudieran verlo. No tienes ni idea de cuánto nos parecemos.
Al ver a Romeo, Parker pareció consternado. Era obvio que deseaba que se le hubiera ocurrido a él. Joder, son como niños; siempre compitiendo por demostrar quién la tiene más grande. Carpenter sonrió al darse cuenta de que aquello también sucedía en sus días del Sindicato. Los gángsteres eran tan mezquinos e infantiles como cualquier otro matón: en su mayoría, se habían adherido a aquel tipo de vida durante su adolescencia y nunca habían madurado.
—¿Estáis todos cómodos? ¿Preparados para...?
—¡Ya basta de esta gilipollez de "vamos a ser amiguitos"! —graznó Parker con furia, poniéndose en pie y levantando el arma. Carpenter a duras penas pudo reprimir el impulso de arrancar los ventiladores y deshacerse de aquel tipo antes de que la tercera palabra saliera de su boca—. ¡Explícanos de qué va tu jodido "secreto" antes de que te pegue un tiro!
—Estaba a punto de contároslo. ¿Eres imbécil o qué? —Carpenter miró a su alrededor, intentando mantener la calma—. Sólo necesito cinco minutos para explicarme. Después, podéis dispararme todo lo que queráis.
Dean le dio un golpecito en la pierna para llamar su atención.
—Vamos; tranquilízate un poco. Si este... tipo quisiese hacernos daño, ya lo habría hecho. ¿No crees?
En el otro sofá se oyeron murmullos de aprobación.
Parker miró a su alrededor, en silencio.
—Estáis todos chiflados —dijo por fin. Estaba listo para atacar, pero al darse cuenta de que sus amigos no le respaldarían, el viento dejó de soplar en sus velas. Tras un par de segundos, se dejó caer sobre el sofá y se recostó en el suave cuero—. De acuerdo. Le daremos a este jodido monstruo no muerto un par de minutos para que nos cuente su triste historia. Pero si veo algo extraño, por minúsculo que sea, le reventaré la cabeza.
—Por supuesto —dijo Thea.
Carpenter se encogió de hombros.
—Puede que esto os haga sentir mejor —mostró la cara interna izquierda de su abrigo color pizarra y, con cautela, sacó la Colt de la funda que llevaba al hombro. Tras dar un golpe seco al seguro y vaciar el cargador, movió la pistola para enseñarles que la cámara estaba vacía. Acto seguido, lanzó la pistola hacia las manos de aquel matón. Parker dejó caer su arma sobre el regazo mientras cogía en el aire la del calibre 45. La miró con recelo, como un concursante que aún no se cree que ha ganado el premio.
—¿Qué me dices de la otra? —preguntó la mujer. Carpenter se quedó de piedra. Estaba seguro de que la otra noche, cuando perdió el conocimiento, le había hecho olvidar que se habían visto. Carpenter no había planeado entrar en el edificio para ayudarla porque, entre otras cosas, necesitaba asegurarse de que aquellas personas sabían cuidar de sí mismas. Comparado con lo que pretendía que hicieran, ocuparse de dos cadáveres andantes era pan comido. La mujer lo había hecho muy bien con la primera criatura y puede que hubiese conseguido deshacerse de la otra pero, en ocasiones, muy a su pesar, hacía ese tipo de cosas: ayudar a las personas. Era una parte de él de la que no había conseguido deshacerse, a pesar de haber vivido una vida llena de dolor y asesinatos, y una muerte aún más larga de lo mismo. Si pudiera quitarse de encima esa parte de sí mismo, lo haría. En su mente no había espacio para la conciencia.
Lo mejor era confesar la verdad. De otra forma, correría el riesgo de perder la escasa buena voluntad que había conseguido amasar de momento.
—Conviene ser prudente, ¿sabes? —dijo, repitiendo el proceso con la Colt que guardaba bajo la axila derecha y tendiéndosela a Thea. Mientras se colocaba bien la solapa del abrigo, añadió—: Ahora que me he desembarazado de las armas, ¿puedo empezar?
—Por favor —dijo Dean, moviendo una mano.
Carpenter hizo una pausa para ordenar sus pensamientos. Empezar era la parte más complicada. Lo que iba a contarles resultaba bastante impreciso y, si no le creían, todo habría acabado. Con cada una de las palabras que pronunciara, tenía que convencerles de su sinceridad.
—Me llamo Carpenter. Como supongo que ya sabréis, he utilizado otros nombres... pero ahora soy Maxwell Carpenter, así que dejémoslo así. No es necesario que os presentéis; ya sé quienes sois —no pudo evitar sonreír al advertir que todos estaban tensos—. No se trata de ninguna amenaza, sino que simplemente os estoy diciendo que he hecho mis deberes. De otra forma, no estaríamos aquí reunidos. Como supongo que vosotros también habréis hecho algunas averiguaciones sobre mi persona, no voy a molestarme en explicaros mi triste historia. Si sabéis algo sobre los años treinta, os podréis hacer una idea. Así que vamos a centrarnos en el "aquí" y el "ahora".
Le sorprendió que le costara tanto pronunciar las siguientes palabras. Saber qué eres es una cosa, pero admitirlo es muy diferente.
—Lo primero que debo deciros es que estoy muerto. Vamos a dejar claro ese punto. No lo escogí yo, pero aquí estoy, ¿de acuerdo? Estoy seguro de que alguno de vosotros considera que soy el "Diablo" con mayúsculas... y no sé si debo disentir en ese punto —se inclinó sobre el escritorio y cruzó los brazos. Cinco pares de ojos le observaban con atención—. En segundo lugar, no quiero que penséis que pretendo daros pena para que suspendáis mi ejecución. Tampoco os pretendo convencer de que he aprendido que mi conducta era la equivocada y que merezco piedad. No se trata de eso, aunque soy consciente de que vosotros cazáis monstruos, criaturas como yo. Las perseguís y acabáis con ellas.
Hubo algunos murmullos de protesta, pero decidió continuar.
—Eh, no tengo ningún problema con eso. Además, eso es lo que nos conduce al tercer punto: también yo acabo con ellas.
En los rostros de los cazadores se dibujaron todo tipo de emociones (sorpresa, recelo, ira, miedo), además de aquella que confiaba ver: esperanza. Aunque eso no significaba que las cosas fueran a ser más sencillas, había conseguido cimentar la base. Sabía que seguían recelando de sus intenciones, pero ahora sentían curiosidad por saber más. Había llegado el momento de aprovecharse de su buena voluntad y convencerles de sus palabras.
—Supongo que resulta difícil de creer.
—Y que lo digas —respondió Dean.
—Como prueba, puedo explicaros qué estaba haciendo en casa de Klein...
—¡Así que eras tú! —graznó Parker, como si aquello demostrara que Carpenter estaba mintiendo o algo así. Idiota.
Carpenter le dedicó una mirada de desdén.
—Nunca habrías logrado entrar en la propiedad si yo no hubiera estado allí, excremento de pájaro. ¿Acaso se os ocurrió echar un vistazo a los dispositivos de seguridad? ¡Jesús! No tengo ni idea de cómo funcionan esos aparatos electrónicos, pero estabais más iluminados que un árbol de Navidad.
Romeo frunció el ceño.
—Si la propiedad estaba tan bien protegida, ¿cómo te las arreglaste para entrar sin que te vieran?
—Yo no he dicho que nadie me viera —respondió con sonrisa de tiburón—. Sin embargo, nadie tuvo la oportunidad de dar la alarma.
—Ni siquiera el guardia del interior —dijo la dama—. ¿Le atravesaste el cerebro con una piqueta?
—O él o yo, nena. En ocasiones, no hay más posibilidades.
—Si eres tan jodidamente bueno, ¿por qué no acabaste tú mismo con la sanguijuela? —preguntó Parker.
Carpenter dejó escapar un profundo suspiro.
—Ya veo que queréis seguir dándole vueltas al tema. Por mí no hay problema, pero eso significa que se nos va a hacer de día hablando de cosas que no tienen ninguna relevancia. ¿No creéis que debemos dejar a un lado esta estupidez y regresar al tema principal?
Todos se miraron entre sí y, aunque era obvio que Parker deseaba continuar con su interrogatorio, los demás sentían tanta curiosidad que decidieron descartar el tema de la propiedad, de momento.
—¿De acuerdo? Perfecto —Carpenter se llevó una mano al vientre—. Como iba diciendo, yo no escogí esto. Cuando regresé, lo único que deseaba era vengarme de la zorra que me llevó a la tumba.
—Annabelle Sforza —dijo Jake.
Carpenter asintió.
—Exacto. Sabéis cómo se llamaba y también sabéis que murió... sin mi ayuda. Entonces pensé que aquello sería el fin y que podría descansar en paz... que recibiría mi recompensa final, ¿sabéis?
—O castigo —apuntó Thea con una extraña sonrisa.
El monstruo no pudo evitar devolvérsela.
—O castigo, por supuesto. De todas formas, sigo estando aquí. La verdad es que nunca me ha interesado profundizar en mis pensamientos... ¿cómo se llama eso ahora? ¿Psicología? En mi opinión, no sirve de nada quejarse de lo asquerosa que ha sido tú infancia o cómo te sentiste cuando se te murió el perro. Lo único que tienes que hacer es superarlo y seguir viviendo. —Carpenter se enderezó, alisándose el traje—. Así que como podréis imaginar, no empecé a mirarme el ombligo para intentar descubrir por qué seguía moviéndome por el mundo con este cuerpo. De todas formas, la zorra se había ido y yo no entendía qué me seguía reteniendo en este lugar.
Más cabezas que asentían. Estaban con él, en todos los pasos que había dado de momento.
—Me costó algo de tiempo, pero por fin lo descubrí: el odio. Odiaba lo que era y odiaba a la persona que me había convertido en esto. Y lo único que deseaba era resarcirme.
Jake le interrumpió.
—¿Estás diciendo que... lo que cazamos tuvo algo que ver con tu... hum... con tu muerte?
—Exacto, muchacho. ¿Queréis saber lo que sucedió? —todas las cabezas asentían a su alrededor. Bien. Eso hacia que el siguiente paso fuera más sencillo. Sabía que, al principio, le costaría conseguir que le escucharan, pero ya había superado ese obstáculo. De todas formas, ahora se enfrentaba a una nueva dificultad. Aunque no iba a contarles ninguna mentira, era necesario que disfrazara la verdad—. Fue uno de los cadáveres andantes. Pero hasta hace poco, no supe que los odiaba tanto como a la zorra de Sforza. Me llevó algo de tiempo pero, en cuanto...
—Espera un segundo —dijo la dama. Se traía algo entre manos; lo sabía por la mirada de sus ojos—. ¿Es eso todo lo que nos vas a contar? ¿Me mataron los zombis y a otra cosa, mariposa? —Thea sacudió la cabeza—. Si esperas que nos creamos tus palabras, tendrás que ser un poco más sincero, ¿sabes?
—¿Queréis que os explique cómo cojones me mataron? —El dolor y la cólera emergieron, amenazando con apabullarlo—. ¿Queréis que os cuente esa mierda?
—Si quieres que continuemos aquí sentados, sí. Piensa en ello como si fuera la psicología de la que estabas hablando antes. Queremos saber qué es lo que te mueve.
—¡Por el amor de Dios! No creo que sea necesario; además, no dispongo de tiempo para detenerme en eso —Carpenter apretó la mandíbula con fuerza. Estaba a punto de echar por la borda sus planes. No tenía ninguna intención de explicarles todo lo que había tenido que aguantar. Sin embargo, al observar sus rostros descubrió que todos estaban igual de interesados que Thea. Tenía que contarles algo; si no lo hacía, perdería todo lo que había conseguido hasta ese momento.
Sólo gracias a una concentración suprema y a una fuerza de voluntad reforzada por haber sobrevivido durante décadas en un mundo espiritual de horror y devastación, logró reprimir el impulso de atacarles recurriendo a todas las fuerzas sobrenaturales que disponía. Mientras su rostro calmado ocultaba las furiosas emociones que había en el interior de su forma muerta, Carpenter empezó a explicar a aquellos cinco desconocidos cómo había muerto.
—¿De verdad queréis saberlo? ¡Perfecto, joder! —respiró con fuerza, pero no porque necesitara el aire, sino para centrar sus pensamientos—. En aquel entonces no sabía nada de zombis, ni vampiros ni ninguna de esas mierdas. Qué sorpresa más grande, ¿verdad? De todas formas, supongo que aunque lo hubiese sabido, no me hubiera preocupado en absoluto por el tema. Tenía otras cosas en mente... algo muy grande: la Mafia. En aquella época era muy fuerte y empezaba a organizarse... y por supuesto, yo estaba dentro. A principios de los años 20, Torrio y O'Banion lo controlaban casi todo, pero al cabo de unos años, los dos empezaron a atacarse como si fueran un par de perros rabiosos. Cada día, algún miembro de un bando o del otro era apaleado. Las cosas se pusieron mal para Torrio y decidió retirarse cuando alguien estuvo a punto de acabar con él y con Capone.
Carpenter estuvo a punto de echarse a reír al ver las expresiones de sus rostros. Incluso el matón parecía estar fascinado por aquella lección de historia.
—Sí, supongo que ya sabéis de lo que estoy hablando. El viejo Scarface sigue siendo uno de los nombres más importantes del crimen organizado. Resulta divertido, pues nunca pareció ser gran cosa. De todas formas, aquel seboso hijo de puta era muy astuto. Fue uno de los jefes de lo que se llamó el Sindicato. En los años treinta, Lucky Luciano y Buchalter decidieron unir todas las bandas (la turba de Capone en Chicago, la banda de Purple en Detroit, los círculos de Madden y Anastasia en Nueva York, etcétera) y prepararon una operación a gran escala. Aunque todos seguían trabajando en lo suyo, empezaron a compartir recursos, información y personal; igual que el gobierno... sólo que de un modo mucho más eficiente. Hoy en día, el Sindicato trabaja con mayor discreción, pero sigue metido en todo aquello que podáis imaginar.
Empezó a pasear por la habitación. Las palabras salían de su boca con mayor facilidad a medida que el relato avanzaba.
—Bueno, en la época en la que Capone estaba al mando de Chicago, yo no era más que un chaval. Hacía recados para aquellos tipos mientras esperaba a que llegara mi gran oportunidad... que llegó el 14 de febrero de 1929. Aunque eso sucedió hace más de setenta años, recuerdo ese día como si hubiera sido ayer. Sólo tuve que hacer de centinela, pero aquella fue la primera vez que conseguía participar en una operación real. Y menudo trabajito: un puñado de hombres de Bugs Morgan perforados en un garaje.
Las cabezas volvieron a asentir. La Masacre del Día de San Valentín había sido tan famosa como Capone. Carpenter sintió un arranque de cólera al recordar que su nombre no había logrado abrirse paso hasta la era moderna, a pesar de que tantos otros lo habían conseguido. Que los jodan. Puede que él no estuviera en el grupo de los más conocidos, pero sí que perteneció al de los mejores. Y el hecho de morir sólo le había ayudado a ser mucho mejor. Sonrió y, al recordar que el aniversario de la masacre había sido hacía tan sólo dos semanas, su rostro se iluminó. Feliz aniversario, capullos.
Bueno, tenía que seguir con la historia.
—Lo único que hice fue quedarme a una manzana de distancia y estar alerta por si surgían problemas, pero eso forma parte de la vida: quedarse en los alrededores, por si acaso. Tras perder mi virginidad en la operación del Día de San Valentín, me metí de cabeza en la mafia. Al principio, cuando estás en lo más bajo, tienes que hacer un poco de todo: recados, cobros, transportes pesados. Pero si haces bien tu trabajo, mantienes la cabeza agachada y no te conviertes en un engreído, empiezas a subir de nivel. Lo único que se consigue siendo presuntuoso es o escalar vertiginosamente por las filas o que alguien te lleve a la tumba... y normalmente, tarde o temprano, suceden las dos cosas.
Decidió saltarse unos años, aunque los revivió en su mente. Aquellos años de riqueza y violencia que representaban la decadencia que Carpenter había ambicionado cuando sólo era un niño irlandés de doce años que tiraba de la punta de los abrigos de los hombres de O'Banion, suplicándoles cualquier tipo de trabajo de mierda para poder disfrutar del fulgor de su peligrosa celebridad. Logró convertirse en uno de ellos, en un secuaz con ojos de asesino y un enorme fajo de billetes en el bolsillo. Con sólo veintidós años, había conseguido el respeto de sus vecinos y sus compañeros, y tenía todo el futuro por delante.
—En aquella época éramos duros. Teníamos que serlo. El Sindicato era nuevo e intentaba poner orden en lo que durante mucho tiempo había sido una enorme confusión. Capone no dudaba en enseñarnos la lección con ejemplos sangrientos, pero Lucky quería reglas. Quería que las cosas estuvieran un poco más controladas. Para los asesinatos contrataban a personas de fuera: resultaba mucho más seguro traer a alguien de otra ciudad... para que no tuviera ninguna relación con la víctima, ¿sabéis? Llegaban, hacían el trabajo y se iban. Fue entonces cuando alcancé la fama. Supongo que habréis oído hablar de Murder, Inc., aquellos matones de Brooklyn que llevaban a cabo todo tipo de golpes. Se apropiaron de muchos trabajos, pero en todos los pueblos había un par de tipos a los que podíamos visitar. Supongo que al Sindicato le gustó que trabajara tan duro, pues me ofreció mi primer contrato en el año 1932.
Carpenter hizo una pausa, saboreando aquel recuerdo.
—Era un tipo de St. Louis. No sé si había hecho cabrear a alguno de los jefes, si había llegado demasiado alto o si había hablado con los federales... Ni idea. Mi trabajo no consistía en enterarme de lo que había hecho, sólo en deshacerme de él. Lo hice en un abrir y cerrar de ojos y, al día siguiente, estaba de vuelta en Chicago, con Cranky Joe, Danny P, Legs O'Dell y los demás.
—¿Cómo lo hiciste? —preguntó Parker. Mierda. Al parecer, había decidido cambiar por completo de actitud. ¿Acaso era algún fanático de la Mafia? Bueno, la verdad es que eso le facilitaría mucho el trabajo.
—¿Cómo hice qué? ¿Acabar con él?
Parker asintió.
—¿Utilizaste el martillo? ¿Hiciste que pareciera un accidente? ¿O simplemente PUM? —dijo convirtiendo sus dedos en una pistola.
Increíble.
—El martillo no es una buena herramienta para acabar con alguien. Además, es muy sucio. La verdad es que, aunque los chicos me enseñaron a utilizarlo, apenas recurrí a él. De todas formas, sólo es necesario hacer algo un par de veces para conseguir la fama ¿no? Tampoco me gustaba el tema de las firmas, pues facilitaban en gran medida que alguien acabara relacionándote con el trabajo —a pesar de aquellas palabras, sus pensamientos se desviaron hacia el objeto que había permanecido en una caja fuerte desde que murió—. Pero sí, reventé a aquel tipo y me deshice de él en un solar. Querían que dejara un mensaje; si no, hubiese escondido el cadáver. Ahora eso no importa. No era más que un trabajo, e hice algunos más de ese tipo.
Miró por la ventana. Era temprano, pero en invierno las noches llegaban con rapidez.
—¿Y cuándo aparecen los perversos? —preguntó Thea.
—¿Perversos? Es la primera vez que oigo esa palabra. Me gusta —le dedicó su rápida y fría sonrisa de reptil—. De acuerdo. Yo era un tipo decidido. Incluso tenía una novia.
—Sforza.
—La verdad es que ese no fue su apellido hasta que se casó con un Sforza. Con el jodido Johnny, un lugarteniente. Era un chica lista; acabó conduciendo su automóvil poco después de que él lo comprara —Carpenter movió la cabeza con amargura—. Lo nuestro sucedió antes, por supuesto. Se suponía que era conmigo con quien iba a casarse. Pero entonces hice algo... le conté algo.
Al advertir sus miradas desconcertadas, descubrió que había clavado los dedos en el alféizar de la ventana y estaba retorciendo el marco de metal con su monstruosa fuerza.
—Se lo dije, ¿de acuerdo? Habéis oído hablar de Capone; habéis oído hablar de Ness. Los Intocables se deshicieron de Scarface, entre otras cosas con la evasión de impuestos. Esa fue la razón por la que todo empezó a venirse abajo. Los federales averiguaron muchas cosas sobre nosotros... incluso estuvieron a punto de encarcelarme. Tenían basura y querían utilizarla para hacerme hablar. Tenían a alguien que iba a cantar sobre uno de mis golpes. ¿Qué podía hacer? Les conté un poco... no mucho; sólo lo suficiente para que se mantuvieran ocupados mientras yo intentaba descubrir quién se había ido de la lengua.
Sabía que tendría que haber acudido junto a sus compañeros para pedirles que le ayudaran a encontrar al delator, pero su orgullo se lo había impedido. Había sido débil; le aterraba que le acusaran de asesinato. Tras murmurar algunos detalles nimios y prometerles más, se sintió avergonzado. Avergonzado y enfadado. Pero el daño ya estaba hecho, así que no podía contar con la ayuda de la Mafia para encontrar al traidor. Si les contaba algo, acabaría tan muerto como el delator. A sus compañeros no les importaba que sólo hubiera contado a los federales anécdotas inútiles. Había hablado, y eso bastaba para firmar su certificado de defunción.
—Lo único que podía hacer era deshacerme del testigo. Entonces, volverían a mirarme con buenos ojos. Lo encontré: era Wally "The Eye" Weiss. No tenía ningún parentesco con el viejo Hymie Weiss. Un guardia le acribilló a tiros en un aparcamiento de Rockford. Me los cargué a los dos e hice ver que se habían matado entre sí cuando Wally intentaba escapar. No sabía si eso serviría para convencerles o no, pero supuse que valía la pena intentarlo —rió entre dientes, emitiendo un sonido áspero y frío—. Sin embargo, al final me convertí en la víctima de una broma pesada. Los federales tenían otro testigo que había estado trabajando conmigo. No tenía ni idea de que necesitaran a otro testigo que corroborara los datos, alguien que no estuviese implicado.
—¿Y se lo contaste a Annabelle? —Thea le miraba con una mezcla de sorpresa y aversión. Aversión por lo que había hecho, no por lo que le había contado a su novia, por supuesto.
Se centró en examinar su traje para comprobar que seguía estando impecable. ¿Qué cojones estaba haciendo? Carpenter no había planeado contarles todo eso; sólo pensaba contarles una parte de la historia para que siguieran escuchándole. En ningún momento había pretendido relatar la triste historia de su muerte. Pero ahora no podía detenerse. Además, una parte de él parecía necesitar explicarla. La misma parte detestable que le había obligado a ayudar a la dama aquella noche.
—Los federales volvieron a ponerse en contacto conmigo algunos años después, aproximadamente en la época en que Capone estaba a punto de conseguir la libertad. Supongo que temían que regresara a Chicago e intentara volver a poner todo en marcha. Bueno, me dijeron que tenían más información sobre mí y que querían que fuera su topo. Aunque yo aún no era un pez gordo, solía moverme con ellos. Era amigo de Gianni Sforza (le llamábamos Johnny el Palo, por lo flaco que estaba) y los federales suponían que había visto un montón de cosas que podían llevar a la cárcel para siempre a un montón de tipos, no sólo a Capone. Le dije a aquel apestoso agente que todo eso no eran más que tonterías, pero continuó insistiendo. Un día me emborraché y le conté algo de aquella historia a Ann... a aquella zorra. No mucho, pues me detuve en cuanto me di cuenta de que esas palabras estaban saliendo por mi boca. De todas formas, le dije lo bastante para que empezara a sospechar.
Carpenter movió la cabeza, sabiendo que su traición no debería haberle sorprendido... al fin y al cabo, formaba parte de vivir en la Mafia.
—Durante un tiempo lo ocultó... supongo que se sentía confundida; además, al día siguiente estaba tan resacoso que llegué a pensar que sólo lo había soñado. Pero claro, no podía preguntárselo. Supongo que en aquel momento podría haberme pegado un tiro y haberles ahorrado la molestia ¿no? Como pasaron un par de semanas sin que ocurriera nada, imaginé que estaba a salvo... pero olvidé que solían esperar a que te relajaras. Resulta más fácil deshacerte de alguien cuando baja la guardia, ¿no? —dejó de pasear por la habitación y se sentó detrás del escritorio para acabar de explicar la historia—. Fui a su casa una noche... Tenía un apartamento en Taylor Street. No estaba allí, pero podía oler su perfume; era como si acabara de irse. Me esperaban un par de tipos. Uno era Johnny, mi buen amigo Johnny el Palo, y al otro no lo había visto en mi vida. No tuvieron que explicarme nada, pero querían saber qué más les había contado a los federales. Yo no tenía ninguna intención de explicarles nada. ¿Para qué molestarme? Sabía que estaba muerto, y no les iba a dar la satisfacción de oírme cantar... Así que les dije que podían hacerme lo que quisieran. Y lo hicieron.
El recuerdo era lúcido. Eclipsaba todas las experiencias que había vivido, antes o después de aquello. Su muerte había sido el momento determinante de su existencia.
—Me llevaron a un lugar que no está muy lejos de aquí, en Yards. Johnny se encargó de la mayor parte de la conversación; el otro tipo no paró de mirarme ni un segundo. Era consciente de que había algo extraño en él. Entonces empezaron, pero yo me defendí lo mejor que pude... al menos, al principio. El desconocido decidió atarme a una cinta transportadora... no estaba en marcha; sólo quería que me quedara quieto. Empezó por el pie izquierdo: lo sujetó entre sus manos y lo aplastó —llegado a este punto, Carpenter quería detenerse, decirles que lo que había sucedido no era asunto suyo, pero se sentía incapaz. No siempre lograba controlar su espíritu—. Con las manos desnudas, ¿sabéis? A continuación me machacó una pierna y luego la otra. Poco a poco fue pulverizándome el cuerpo. De todas formas, debo reconocer que era muy bueno. Me desvanecí, pero seguía con vida. Era incapaz de creer que un cuerpo pudiera soportar tanto dolor. Entonces, al recuperar la conciencia, me di cuenta de que estaba vertiendo algo en mi boca. Eran sólo unas gotas, pero procedían de su muñeca. Aquel hijo de puta estaba vertiendo sangre en mi jodida boca, y eso era lo que me impedía morir.
Se hizo el silencio. La rabia que sentía por el vampiro que le había torturado asfixiaba a Carpenter. Su audiencia estaba procesando aquella información sobre las criaturas a las que cazaban.
—¿Qué sucedió? ¿Hablaste? —preguntó Jake por fin, con voz vacilante.
Una sonrisa brillante y llena de crueldad iluminó el macilento rostro de Carpenter.
—Esa fue la única satisfacción que tuve: conseguir mantener la boca cerrada. Cuanto mayor era el daño que me hacía, más decidido estaba a no darle a aquel hijo de puta lo que quería. Creo que estuvieron torturándome toda la noche, pues recuerdo que, en algún momento, Johnny dijo que estaba a punto de amanecer y que tenían que acabar antes de que llegaran los obreros. También recuerdo que el otro tipo estaba cabreado. Ver la expresión de su rostro mereció soportar todo aquel dolor. De todas formas, aún no había acabado. Aquel cabronazo me hizo un agujero en el cuello y me chupó la sangre. Yo apenas me di cuenta de lo que estaba haciendo, puesto que ya tenía un pie en el otro mundo. Sin embargo, pude ver la cara de Johnny. Parecía un poco mareado, pero no sorprendido. Cuando ese cabrón se apartó, sentí que empezaba a desvanecerme. Entonces, noté una sacudida y advertí que mi cuerpo se movía sobre la cinta transportadora.
Al levantar la mirada, sus ojos descubrieron que los de Thea le observaban sin expresión alguna.
—Los muy cabrones me tiraron de cabeza a una trituradora de carne.
7
—¿Pretendes que creamos que, como moriste a manos de un vampiro, deseas vengarte de todos los de su especie? —preguntó Romeo. Aunque aquel tipo no hablaba mucho, cuando abría la boca, iba directo al grano.
—Más o menos —respondió Carpenter, apoyándose contra la ventana.
—Yo tengo una pregunta —dijo Parker—. Has dicho que un vampiro te mató por ser un topo, ¿verdad? ¿Nos estás diciendo que hay vampiros en la Mafia?
Carpenter le dedicó una mirada que era tan fría y oscura como el espacio.
—Sí, supongo que se podría decir que hay sanguijuelas en el Sindicato. Yo no lo supe hasta aquella noche. Sin embargo, estoy seguro de que las familias tienen tratos con ellas, aunque no sé si son conscientes de su naturaleza. De todas formas, en la organización hay gente tan jodida que apuesto que eso no les importa una mierda.
—Espera —dijo Parker, antes de que Carpenter pudiera continuar—. Hay algo más que no tiene sentido. Has dicho que todo eso sucedió después de que Capone saliera de la cárcel, ¿verdad? ¿Eso no fue en el año 1939? Creo que Lupe nos dijo que moriste unos cinco años antes.
A Carpenter le sorprendió que hubieran hablado con aquella dama taxista. En un principio había pensado en utilizarla para llevar a cabo su plan, pero después de su último encuentro se había echado atrás. Presentía que tendría muchas más posibilidades con este equipo.
—Yo os he explicado lo que sucedió, muchacho. ¿Cómo coño quieres que sepa lo que va contando la gente? Puede que se equivocara al apuntar el año.
Parker negó con la cabeza. Estaba seguro de que aquel tipo estaba escondiendo algo.
—No me creo tu historia. ¿Cómo es posible que declares en contra de Al Capone y que en los anales de la Mafia de Chicago sólo aparezcas en una nota a pie de página? ¿Se supone que tenemos que creernos que eres un asesino a sueldo del que se deshizo personalmente Capone... ayudado, ni más ni menos, por un vampiro? ¿Cómo pretendes que nos creamos eso?
—Préstame atención, amigo —respondió Carpenter, señalándole con el dedo—. En primer lugar, he dicho que los federales querían que descubriera el pastel, pero nunca les conté nada a pesar de todos sus esfuerzos. Por otra parte, los Intocables siempre tenían los labios sellados, así que esos jodidos Boy Scouts nunca dijeron ni una palabra sobre el tema. ¿Cómo va salir publicado algo que nadie sabe? Estoy seguro de que hay muchos más tipos que también fueron presionados, aunque nadie conozca su historia. Además, el flaco nunca llegó a ninguna parte, así que, ¿a quién iba a importarle? En segundo lugar, Capone ordenaba golpes continuamente y, la mayoría de las veces, los del Sindicato se reunían para dar el visto bueno. Se trataba de un negocio; era imposible que un lugarteniente decidiera acabar con alguien simplemente porque estaba cabreado. No tengo ni idea de si ese hijo de puta sabía que el tipo que me envió era una sanguijuela. Es posible, puesto que Johnny lo sabía. De todas formas, eso tampoco sería nada nuevo, ya que los vampiros han trabajado con los vivos desde siempre.
Bajó el dedo índice, dándole la espalda a Parker mientras exponía el último punto.
—Y por último, el tercer punto es que eso no tiene la menor importancia. No os he traído aquí para que discutamos las razones por las que mi nombre no aparece en los jodidos libros de historia.
—Sin embargo, volviendo al vampiro... —interrumpió Jake—. ¿Por qué no perseguiste simplemente al que te mató? ¿Por qué decidiste abrir la veda a todos los muertos andantes?
—¡Jesucristo! ¡Vosotros y vuestras preguntas! De acuerdo. Muy bien. En parte, porque nunca descubrí quién era. ¿Tenéis alguna idea de cómo es el otro lado? —gesticuló con una mano—. El Infierno, la vida después de la muerte, la tierra de las sombras... podéis llamarlo como queráis. Es un jodido caos. Algunas partes son similares al mundo real, pero el resto es como vivir en una pesadilla que está siendo barrida por un tornado. Y está separado de este... mundo, realidad, lo que sea. Entre toda esa mierda, ya resulta bastante complicado encontrar tu propio trasero como para encima tener que rastrear a alguien. Hice lo que pude mientras estuve al otro lado, por supuesto. ¿Cómo creéis que aprendí tantas cosas sobre los hábitos de esos hijos de puta? Pero desde allí era imposible localizar a una sanguijuela concreta. Y como podréis imaginar, cuando regresé al mundo no había nadie a quien preguntar.
Aquello no era completamente cierto, pero ellos no tenían por qué saberlo. Además, no era nada comparado con la mentira que estaba a punto de contarles.
—Sin embargo, aquel vampiro formaba parte de un grupo. Aquella criatura sólo era una de muchas, y todas están ahí fuera haciendo el mismo tipo de cosas que me hicieron a mí. Son monstruos, y es necesario acabar con ellos.
—¿No te incluyes en la misma categoría? —preguntó Dean. Más que una pregunta, era una acusación.
Carpenter rió, con un sonido áspero y duro.
—¡Por supuesto que sí! Sólo tenéis que mirarme —levantó los brazos haciendo una imprecisa parodia de Jesús en la cruz. No estaba prestando atención a sus movimientos hasta que se dio cuenta de que los ojos de Thea se entrecerraban al ver la mancha borrosa que habían dejado sus brazos al moverse. Tienes que ir con cuidado. Muévete despacio. Debes parecer humano—. Como he dicho antes, no estoy intentado conseguir un trato especial. Sé lo que soy... pero eso no significa que vaya por el mundo masticando intestinos y bebiendo sangre.
—No lo sé. ¿Un cazador de monstruos que es un no muerto? —Dean miró a sus amigos—. Resulta bastante inverosímil.
—¿Sí? Sin embargo, no os costó demasiado asumir que existían... ¿cómo los llamó vuestra amiga? ¿Perversos? —respondió Carpenter. Eso les haría pensar, perfecto.
—¿Has estado trabajando con los cazadores o algo así? —preguntó Jake instantes después—. ¿Cómo lograste acceder a la red y repartir toda esa información?
—Siempre he estado viajando solo, muchacho. Hablando del tema, lo de la red esa, se llame como se llame, no fue tan difícil como puedas creer. Pensé que podría ser de alguna ayuda pero, al comprobar cuánto le gustaba quejarse a aquella gente, me alegré de que me echaran. Después, la zorra murió y, aunque continué en este mundo, consideré que no valía la pena regresar. Lo único que hacen esas personas es gritarse entre sí.
—Intentaste unirte a la cacería —comentó Jake—, pero si luego cambiaste de idea, ¿por qué ahora has decidido ponerte en contacto con nosotros?
Por fin. Iban a hablar del tema. Carpenter no había estado completamente seguro de conseguir llevar las cosas en esa dirección.
—Llevo una temporada observando vuestros movimientos. Aunque no seáis más que un torpe grupo de aficionados, sois la mejor oportunidad que tengo para acabar con algo que no puedo destruir con mis manos.
—¡Oh! Vaya forma más agradable de referirte a nosotros; suerte que lo que quieres es que te ayudemos —dijo Thea sonriendo.
Carpenter se inclinó hacia delante y apoyó las palmas de las manos en el escritorio, para que fueran conscientes de lo grave que era lo que iba a decir.
—Sabéis que no podéis tirar una piedra sin golpear a algo como yo, ¿verdad? Pues una de las cosas que descubrí mientras hacía mis investigaciones fue que hace algún tiempo no había tantos como ahora.
Dean asintió.
—Esa es la razón por la que estamos aquí. Somos los heraldos de la justicia, que rechazamos a la oscuridad en Su nombre.
Carpenter ignoró aquel comentario.
—¿Os habéis preguntado alguna vez de dónde procede esa oscuridad? Yo aún no lo he descubierto... no del todo. Pero he encontrado un lugar en donde puede haber algunas respuestas. —Por sus miradas, supo que ya les tenía. Aún había ciertas dubas y desconfianza, pero teniendo en cuenta que media hora antes habían estado a punto de deshacerse de él, Carpenter pensó que las cosas estaban yendo muy bien—. Se trata de un lugar próximo a Lincoln Park. Es una especie de iglesia... se llama Templo de Akenatón. He visto entrar en él a montones de personas vivas, pero no las he visto salir. Sin embargo, en un par de ocasiones, alguna de aquellas personas que vi entrar con vida estaban en la calle... moviéndose como sanguijuelas, o como yo.
—¿Crees... crees que se han transformado... en no muertos? —preguntó Jake. Los ojos del muchacho estaban a punto de salirse de sus órbitas.
—¿Cómo queréis que lo sepa si ni siquiera conozco la razón por la que sigo en este mundo? —Carpenter se irguió por completo y tiró de las mangas de su traje. Siempre había sido un fanático de la pulcritud... pero la terrible noche que fue torturado hasta la muerte, entre la sangre y el hedor del almacén de ganado, aquello se convirtió en una fobia. La noche que se deshizo del zombi, después de quemar el traje que llevaba puesto, se había pasado una hora restregándose su fría piel para asegurarse de que no le quedaba ni una sola mancha de sangre—. Lo único que sé es que en ese lugar ocurre algo. Allí hay una especie de... fuerza. Algo poderoso que no creo que sea capaz de eliminar por mí mismo. Esa es la razón por la que os necesito, muchachos.
—¿Quieres que te ayudemos a entrar en una iglesia y acabar con un grupo de perversos, sólo porque tú nos lo digas? —preguntó Thea. Su tono era acusador, pero parecía ligeramente divertida.
—Oye, no me gusta ir por ahí pidiendo ayuda. Y me encantaría daros todo el tiempo del mundo para que investigarais ese lugar. El único problema es que creo que están preparando algo grande. Hace poco, llegaron al templo un montón de tipos con turbante que han estado yendo y viniendo a todas horas. Esa no es su rutina habitual. Estoy seguro de que están planeando algo.
—Has dicho que allí hay gente normal... gente viva —dijo Jake—. No estamos interesados en realizar una ofensiva que pueda poner en peligro la vida de personas inocentes.
Carpenter se encogió de hombros, mostrándoles las palmas de las manos para que vieran que no estaba ocultando nada.
—A mí los vivos no me interesan. Sólo quiero entrar allí e impedir que hagan más criaturas como yo.
Los cazadores se miraron entre sí. Sabía qué estaban pensando, pero ninguno de ellos quería decirlo en voz alta. Por fin, la mujer hizo de tripas corazón.
—Mira, tenemos que discutir este tema... para asegurarnos de que no nos estás mintiendo ni nada de eso.
—Adelante —Carpenter rodeó el escritorio y le tendió a la mujer una tarjeta de negocios, completamente en blanco excepto por una cifra de diez dígitos—. Llamadme cuando hayáis decidido algo, pero no tardéis demasiado. Creo que no disponemos de más de un par de semanas antes de que sus planes estén a punto de culminar.
Era obvio que dudaban entre formularle más preguntas, salir de ahí a toda prisa o atacar. Carpenter reprimió una sonrisa, sabiendo que si la esbozaba, lo único que conseguiría sería que el matón y el chino se fuesen y le dejasen allí con vida. El buen humor de Carpenter se esfumó de repente. Era imposible que le dejaran "con vida". Además, si su plan no funcionaba, aquellos estúpidos no tendrían que volver a preocuparse por él.
Carpenter salió justo después de que sus huéspedes se hubieran marchado arrastrando los pies, confundidos ante aquel giro tan extraño que habían dado sus extrañas vidas. El matón se había quedado con sus pistolas del 45, pero no importaba: guardaba otro par en el Lincoln. Se deslizó por el panel que ocultaba la otra salida y avanzó rápidamente, entre hileras de almacenes, hasta su coche. El Lincoln azul grisáceo centelleaba impoluto entre la nieve. Siempre que lo cogía y antes de que lo volviera a dejar en el garaje, lo limpiaba. No podía soportar la idea de que la nieve, la arena, la humedad, la sal y Dios sabe qué más cosas dañaran el acabado del vehículo.
Recorrió las calles nevadas con la calefacción al máximo, en un inútil intento de sentir algo de calor. Mientras se dirigía a la autopista Dan Ryan, su cabeza daba vueltas sin parar.
Desde su regreso, llevaba años siguiendo un plan. Un plan basado en la venganza; un plan en el que sus enemigos eran su mayor recurso; un plan que le había permitido seguir en el mundo de los vivos. Casi todo lo que les había contado a los cazadores era cierto. Incluso les había dado más detalles de los que quería, sobre todo en lo referente a su muerte. Había optado por aquel acercamiento honesto por dos razones: en primer lugar, porque sabía que aquellas personas poseían talentos insólitos y no le sorprendería que entre éstos se incluyera la habilidad de percibir mentiras. En segundo lugar, siempre era mejor mentir por omisión y salvedad que contar una absoluta mentira. Además, así sería mucho más difícil que le descubrieran si le hacían alguna pregunta con trampa.
No le importaba en absoluto lo que pensaran sobre sus motivaciones, siempre y cuando accedieran a participar en su plan. Un plan que se centraba en el mundo que le había dado forma y al que aún se sentía vinculado: el hampa. No se trataba del mundo espiritual, sino del hampa criminal. La Mafia. Aunque llevara muerto el doble de tiempo del que había vivido, el Sindicato le había convertido en lo que era ahora. Y seis décadas en el infierno le habían ayudado a transformarlo en algo mucho más fuerte. Al igual que el odio que le mantenía en este mundo, la Mafia formaba parte de Dennis "The Carpenter" Maxwell. Y en el centro de todo, en el núcleo de su existencia, se encontraba Annabelle Sforza.
En aquella época se llamaba Annabelle Maccioni. A pesar de que en el Sindicato trabajaban italianos e irlandeses, era poco frecuente que se produjera un matrimonio mixto... pero a Carpenter siempre le había gustado extender las fronteras. Él y Annabelle se amaban de verdad y, a pesar de que aquello le llevara a la desgracia, estaba decidido a convertirla en su esposa. Debido a ciertas insinuaciones que oía por la jerarquía de la Mafia, Carpenter empezó a pensar que aquella boda podría proporcionarle el prestigio del que carecía. Y si no a él, quizá a sus hijos. Sin embargo, puede que aquellos comentarios no fueran más que una enorme tontería pues, al fin y al cabo, la mayor parte de la política de la Mafia lo era. Al final, a Carpenter y Annabelle dejó de importarles lo que pudieran pensar los demás. Eran jóvenes y estaban enamorados. Nada podría afectarles.
Nada, hasta que ella se puso en su contra.
Carpenter había seguido, lo mejor que había podido, la pista de Annabelle desde el otro lado del sudario, pero tardó varios años en liberarse del caos de las tierras de sombras e intentar perforar el velo que le conduciría a la tierra de los vivos. Para aquel entonces, ya estaba casada con Johnny y se había convertido en un miembro de la familia Sforza, una parte calmada pero influyente del hampa de Chicago. Para el mundo exterior, la familia era sólo una de las muchas implicadas en el negocio del transporte comercial interestatal. Y eso era justo lo que querían: si los ojos del gobierno y los medios de comunicación miraban hacia cualquier otra parte, la familia Sforza disponía de mayor campo de acción para trabajar.
Al ser un espíritu maligno, Carpenter había podido descubrir algo más: gran parte del éxito que habían tenido los Sforza durante todos aquellos años se debía a la relación que mantenían con la criatura que le había matado. De todas formas, nunca llegó a descubrir quién era aquel vampiro... por su nombre. Lo único que logró averiguar fue que la sanguijuela era un pariente del bueno de Johnny el Palo. Carpenter empezó a llamarle "Vlad Sforza"; sabía que el apellido era correcto, y el nombre le ayudaba a separar, en su mente, al Sforza vampírico de los Sforza mortales.
Desde el más allá resultaba difícil rastrear a una sanguijuela, así que Carpenter sólo logró hacerse una idea general de sus costumbres. Poco antes de que regresara de la tumba, la muy puta logró zafarse de él y, aunque había vuelto a encontrar su rastro hacía algún tiempo, había tenido que ocuparse del reclutamiento de los "cazadores de monstruos" antes de ponerse manos a la obra y amarrar aquel cabo suelto. A pesar de que no tenía ninguna garantía de que los cazadores fueran a cooperar, ya no podía hacer nada más para persuadirlos, así que ahora estaba dirigiéndose a O'Hare. Había llegado el momento de ocuparse de su querida sanguijuela.
Los años que había dedicado a la búsqueda de "Vlad" le habían permitido conocer los vínculos que proporcionaban a la familia Sforza gran parte de su poder. Su primo Vlad formaba parte de un grupo de sanguijuelas. Al parecer, sólo se relacionaban con la Mafia de forma tangencial, pero tenían un enorme poder. Le pareció interesante descubrir que su estructura fuera similar: aquellos vampiros tenían familias en las que había matones, recaderos, lugartenientes y jefes. Se movían entre bambalinas en los grandes negocios, en la política, en los medios de comunicación, etc. Operaban a una escala más ambiciosa que el Sindicato, pero también más clandestina. Carpenter no había podido descubrir mucho más, pues la organización era demasiado grande y sabía mantenerse en secreto, incluso para los espectros. De todas formas, sabía lo necesario para ver el potencial que había en ella. Cuando regresó al mundo de los vivos, pensó en acercarse a las sanguijuelas para ver si conseguían establecer un acuerdo que satisficiera a ambas partes, pero al final decidió preocuparse por el futuro más adelante. De momento, prefería mantenerse centrado en su plan.
El plan requería la muerte de Annabelle Sforza y la destrucción de su extraño "primo", puesto que eran los dos seres más responsables de su muerte. Pero antes de que murieran, quería que sufrieran tanto como él.
Para Annabelle, había decidido que aquello significaba destruir la vida que creó después de deshacerse de él. Matar a todos los miembros de su familia... y no sólo a sus hijos, sino a toda su familia inmediata: a sus hermanos, a los hermanos de su marido Johnny y a todos sus descendientes. Se tomó su tiempo para conseguir que la mayoría de aquellas muertes parecieran accidentes, suicidios, crímenes pasionales o "negocios" que habían acabado mal. Como medida de seguridad, solía dejar dibujos similares a los que utilizaban los cazadores. Aunque era consciente de que sus diseños no lograrían pasar un examen minucioso, no le preocupaba demasiado. La policía era tan corrupta ahora como lo había sido durante los días de la Ley Seca. Aparte de Annabelle, la familia Maccioni no estaba relacionada con la Mafia, así que las muertes que barrieron a su progenie causaron gran consternación. Los Sforza empezaron a desconfiar pero, a pesar de las precauciones que tomaron, no lograron detenerlo. Las habilidades que había adquirido tras su muerte eran de gran ayuda. Y cuando le dio un empujón mental al hijo de la zorra, Peter, para que se pegara un tiro en la sien, la experiencia le resultó tan gratificante como si él mismo hubiera apretado el gatillo.
Había decidido dejar con vida a Peter Sforza hasta el final para que, a medida que se fuera deshaciendo de sus parientes, las sospechas recayeran sobre él y su madre. En cuanto el muchacho estuvo enterrado, Carpenter empezó con los nietos. Prefirió dejar en paz a los bisnietos... de momento. Carpenter no quería matar a ningún niño. ¡Por el amor de Dios! ¡Él no era ningún monstruo! Además, el hecho de dejarlos con vida le ayudaría a mantenerse en el mundo. Carpenter permanecería en el mundo de los vivos hasta que muriese el último descendiente de las familias Maccioni y Sforza de Chicago.
Se suponía que Annabelle sería la última, al menos hasta que Carpenter acabara con los adultos que quedaban. Seguiría con vida viendo como morían todos sus familiares, sabiendo que no podría hacer nada por evitar lo que se le venía encima. Pero murió antes de lo que había planeado. A pesar de que su muerte no le obligó a cambiar su objetivo inicial, Carpenter se sintió humillado.
Ahora sólo le quedaba un adulto: Nicholas Sforza, el nieto de la zorra. Al igual que a su padre, Carpenter lo había dejado para el final, pero había sucedido algo que no alcanzaba a comprender. Del mismo modo que había hecho con Peter, había dado un empujón mental al pequeño Nicky porque le gustaba la idea de que el nieto de la zorra "se suicidara" igual que papá. Carpenter estaba en la oscuridad del jardín de la propiedad, a seis metros de distancia, cuando Nicholas Sforza se llevó la pistola a la sien. Vio que el hombre caía al suelo, envuelto en sangre y masa encefálica; sin embargo, en esa ocasión, Carpenter no sintió la oleada de emoción y poder que le inundaba cada vez que moría uno de los Sforza. Se acercó a la ventana y descubrió que aquel desgraciado estaba intentando ponerse en pie, a pesar de que la mitad de su cabeza había volado por los aires. Furioso, Carpenter rompió la ventana, decidido a acabar con él con sus propias manos.
Agarró a Nicholas por la camisa, dispuesto a cortarle el cuello con su fiel cuchilla, y entonces advirtió que la criatura que le estaba mirando con los ojos de Sforza no era Nicholas. Su visión de muerte le permitió ver que Sforza estaba a punto de morir, pero había algo más, algo imposiblemente antiguo, que se envolvía a su alrededor como una capa. Carpenter no tenía ni idea de qué era eso, pero sí que sabía que su navaja cortaba el espíritu con la misma facilidad que la carne. No tenía ninguna intención de permitir que algo le obstaculizara sus planes.
La sorpresa había sido tan grande que Carpenter tardó unos instantes en reaccionar... y aquella duda momentánea fue lo único que necesitó la criatura que controlaba el cuerpo de Nicholas para atacar. Con una fuerza equiparable a la de él, lo lanzó físicamente contra la pared de piedra del despacho. Cuando logró recuperarse de las diversas lesiones que había sufrido en la columna, Nicholas Sforza había escapado. Incluso había recuperado las partes de su cráneo que habían volado por los aires.
Carpenter no tenía ni idea de lo que había sucedido. Suponía que, de forma accidental, había convertido a Nicholas en otro de los muertos andantes, aunque nunca había oído que eso fuera posible. Tampoco se explicaba lo de la presencia que parecía estar unida al muchacho. Además, ¿cómo había logrado desaparecer sin dejar huella? Los periódicos sólo dijeron que el director de una pequeña empresa de seguridad había desaparecido tras ser víctima de un extraño ataque en su casa, que aquella agresión era la última de una serie de tragedias que asediaban a una familia respetable, y cosas similares.
Tres meses después, Carpenter sintió a Nicholas Sforza en Chicago. Desde su época como espíritu, estaba tan armonizado con la familia que, si se concentraba, podía percibir si quedaba algún miembro de la familia en alguna parte de la ciudad. De los diecinueve bisnietos de Annabelle, percibía a los cinco que aún vivían en la zona, y sabía que podría rastrear a los que se habían ido a vivir con otros parientes. El aura de Nicholas eclipsaba al de todos los demás. Para Carpenter era como una baliza, pero sentía que era diferente a la del resto de la familia. Algo había cambiado a Nicholas Sforza aquella noche y, a pesar de que no sabía qué era, no iba a permitir que le impidiera acabar lo que había empezado.
Le costó más de lo que esperaba descubrir dónde estaba Nicholas, pues al parecer no le había dicho a nadie que había regresado. Por fin, lo localizó en el Templo Ortodoxo de Akenatón.
Le sorprendió que un buen católico se hubiera unido a una religión de culto, pero aquel misterio se disipó en cuanto volvió a ver a Nicholas Sforza por primera vez (y, de momento, única) desde aquella fatídica noche. Físicamente estaba perfecto, aunque tenía una desagradable cicatriz que iba desde su sien derecha hasta la línea de nacimiento del cabello. Cuando recurrió a su visión de muerte descubrió algo aún más asombroso: Nicholas Sforza estaba vivo, y su alma irradiaba una fuerza y una vitalidad increíbles.
Como ya había estado jugando con los cazadores mortales, en un principio pensó que Nicholas era uno de ellos; sin embargo, se dio cuenta de que, aunque todos ellos tenían un espíritu fuerte, la luz que irradiaban no era más que la de una temblorosa vela, comparada con la luz halógena del alma de Nicholas Sforza.
Tras nuevas investigaciones descubrió que Sforza no estaba asociado ni a los cazadores ni a los vampiros con los que su familia había establecido vínculos. Además, se pasaba la mayor parte del tiempo escondido en el templo, en un intento de mantener la discreción. Aunque Carpenter podía percibirlo cuando lo abandonaba, nunca llegaba a tiempo de atraparlo. Los extranjeros que había en el templo también eran muy interesantes. Era unos cabrones de piel dorada, como Thea Ghandour, de esos que montan a camello, que no paraban de entrar y salir del templo como hormigas moviéndose por un hormiguero.
Carpenter había tenido tentaciones de coger a uno de ellos para mantener un profundo diálogo pero, aunque parecían ser idénticos a cualquier otro mortal, decidió no hacerlo. A pesar de que sabía que podría extraer un montón de información sobre el templo, Sforza seguía siendo una incógnita: ¿Qué sucedería si percibía que uno de sus lacayos había sido interrogado? Consideró que sería mejor que aquel tipo no supiera que seguía buscándole... al menos, hasta que estuviera listo para dar su siguiente paso.
Y ese era el punto en el que aparecían los proclamados "cazadores de monstruos". Aunque no fueran más que simples aficionados, poseían las habilidades necesarias para entrar en el templo y atrapar a Nicholas Sforza.
Todo habría sido más fácil si pudiera haberles incitado mentalmente a atacar el lugar... pero las habilidades por las que les necesitaba le impedían ejercer su poder sobre ellos. Había intentado darles algún empujoncito: si estaban desprevenidos, funcionaba; si estaban alerta, resultaba imposible. Por ejemplo, había intentado borrar de la mente de Thea el encuentro que tuvieron en casa de Dean y, aunque imaginaba que no lo borraría para siempre, suponía que permanecería escondido hasta que lograra acabar con Nicholas. Aquellos cazadores eran una caja de sorpresas. Le sorprendían casi tanto como Nicholas Sforza: a pesar de que eran idénticos a cualquier otro mortal, sus auras tenían una energía impresionante. Resplandecían de fuerza, pero no guardaban similitud alguna con la energía espiritual que podía ver en los fantasmas, los zombis o los vampiros.
Muchos de ellos, como el gordo de Dean, creían ser guerreros o heraldos o cruzados (la verdad es que la etiqueta no le importa demasiado) que habían sido escogidos por un poder más elevado para combatir contra las fuerzas de las tinieblas. Carpenter no sabía demasiado de teología. No quería saber nada sobre conceptos como Dios o el diablo, a pesar de llevar muerto más de un tercio de siglo. Él era un hombre pragmático que consideraba que a los cazadores les había sido concedido algún tipo de don para que se deshicieran de todas las criaturas que eran como él. Pero no tenía ninguna intención de ser otra cruz en su lista. Si manejaba bien aquella situación, utilizaría su virtuosa causa para convertirlos en herramientas de su venganza.
Maxwell Carpenter miró por la ventanilla de su asiento de primera clase del vuelo 2606 de la compañía United con destino a las Vegas, preguntándose si sobreviviría a una caída desde aquella altura. En el pasado, su cuerpo había sufrido lesiones impresionantes, pero los desgarros musculares y los huesos rotos se le curaban como a nadie y los agujeros de bala o las heridas de arma se cerraban de forma impecable. Sin embargo, si le arrancaban un trozo de carne, la herida se cerraba pero quedaba un hueco. Dichas desfiguraciones ofendían a la sensibilidad estética de Carpenter pero, si permanecían escondidas bajo uno de sus trajes hechos a medida, lograba ignorarlas. De todas formas, llevar a cabo aquellas reparaciones físicas le costaba un esfuerzo enorme y su fuerza espiritual quedaba debilitada durante una temporada... al igual que la unión que mantenía con su cuerpo. Suponía que si sufría grandes lesiones, sería incapaz de seguir aferrado a él y se vería obligado a regresar a la tormenta de las tierras de las sombras. Imaginaba que una caída de mil quinientos metros bastaría para destrozarle de forma permanente... y una parte de él se vio tentado a descubrirlo.
¿Qué sucedería si sacaba una de las pistolas de la maleta y disparaba hacia la ventanilla?
Recordó lo fácil que le había resultado sortear los controles de seguridad del aeropuerto. En un principio había pensado en borrar la memoria de los vigilantes para que olvidaran las armas que habían visto pasar por el detector de metales, pero decidió ahorrar aquella energía para más adelante. Además, consideraba que sería mucho más sencillo hacerlo al viejo estilo, así que le dio cien dólares a un manipulador de equipajes y le prometió otros quinientos si lograba "encontrar" la maleta que había sido "extraviada" en su "vuelo de conexión procedente de Baltimore".
Carpenter fingió sorprenderse al ver que, cuando sólo faltaban por embarcar los últimos pasajeros, el manipulador de equipajes apareció en la puerta con la maleta "extraviada" en la mano y los ojos llenos de codicia. En cuanto le entregó la maleta, le dio el dinero que le había prometido y todos estuvieron felices.
En los años treinta hubiese buscado un par de armas en la ciudad de destino, pero no conocía Las Vegas y consideraba que sería más sencillo pasar de forma clandestina las pistolas, que perder la mitad de la noche buscando un traficante de armas. También llevaba encima su navaja, aparte de un par de sorpresas que había empaquetado para asegurarse de que no le faltaban medios para llevar a cabo su venganza.
Carpenter no tenía intenciones de permanecer en Las Vegas más tiempo del necesario. Por una parte, se sentía incómodo lejos de Chicago; por otra, no deseaba perder de vista a los cazadores durante demasiado tiempo. Era consciente de que, si no estaba cerca para controlarlos, aquellos tipos, ya fuera queriendo o sin querer (y era más probable esta última opción), podían hacer algo que desbaratara sus planes.
Las luces de Las Vegas empezaron a extenderse en la distancia; parecían joyas relucientes que habían sido abandonadas en el negro terciopelo de la noche del desierto. Era su primera noche en la Ciudad del Pecado. A pesar de que la ciudad no tenía nada que ver con lo que había sido en la época de Carpenter, no le sorprendió descubrir que se había convertido en un inmenso espectáculo. Las personas que había en ella, aparte de ser insignificantes y avariciosas, estaban desesperadas. Eran el vivo reflejo de la naturaleza humana. La Vegas no era más que el testamento definitivo de su avaricia y desesperación. Incluso desde el aire, Carpenter podía sentir las fuertes emociones que generaba aquella ciudad en sus muchos residentes, tanto en los permanentes como en los temporales.
Mientras esperaba un taxi para ir al Stardust, el gélido aire de la noche era incapaz de competir con el frío de sus huesos. El taxista intentó conversar, pero una gélida mirada bastó para detenerle. Muy a su pesar, Carpenter observaba la decadencia que se alzaba a lo largo de la carretera y, al apearse del taxi, prácticamente pudo palpar la corrupción que impregnaba la ciudad.
Se registró en un abrir y cerrar de ojos porque al recepcionista nocturno no le importaba una mierda saber de dónde era Carpenter, qué estaba haciendo allí ni cuánto tiempo pensaba quedarse. Estaba en Las Vegas; lo único que le importaba a ese tipo era que Carpenter le diera una propina por el duro trabajo que había realizado, pulsando unas teclas y tendiéndole una tarjeta de plástico que funcionaba como llave de la habitación. Le dio un billete de veinte por las molestias y se dirigió a los ascensores para subir hasta el piso veintinueve. Veinte dólares era una miseria, al igual que los cientos que había gastado en las pistolas. Desde que regresó a la vida, había tenido que desembolsar una cantidad diez veces mayor para rastrear a "Vlad", pero no le importaba, puesto que aquel dinero no era suyo. Mientras estuvo muerto pudo descubrir un montón de secretos... y los mafiosos no sospecharían nunca que un fantasma sabía dónde guardaban el dinero ni que accedía a los códigos secretos de las cuentas que tenían fuera del país. De todas formas, aunque el dinero hubiese sido de él, Carpenter habría considerado que todos y cada uno de los centavos que gastara en aquel viaje estarían bien invertidos si su presa acababa convirtiéndose en un montón de polvo.
Después de perder unos minutos intentando descubrir cómo funcionaba aquella jodida llave, Carpenter entró en su suite, se duchó, se puso un traje azul y se dirigió al casino. Cuando llegó, eran aproximadamente las once de la noche.
Durante años, el Sforza vampírico había estado muy unido a sus "primos" de Chicago, así que Carpenter pensaba que, tarde o temprano, acabaría huyendo para no ser víctima de la epidemia de muertes que asolaba a la familia Sforza. Sobre todo, si había visto las marcas de los cazadores que había ido dejando Carpenter a su paso. Estaba seguro de que los vampiros estaban al corriente de la labor de los cazadores de monstruos, así que suponía que estarían preocupados. En cuanto tuvo una pista sólida sobre la localización del vampiro, Carpenter preparó un plan muy sencillo: hacerse pasar por una sanguijuela. Ya lo había hecho antes... de hecho, fue lo que hizo cuando visitó la propiedad de Augustus Klein para preparar el terreno antes de que llegaran los cazadores.
Sería arriesgado, pues algunos vampiros tenían la habilidad de saber qué tipo de criatura muerta eres en realidad (al igual que algunos de aquellos cazadores). De todas formas, Carpenter estaba tranquilo, porque consideraba que una persona sólo busca algo cuando cree que hay alguna razón para hacerlo. Además, hacerse pasar por vampiro no consistía en beber sangre ni dar apretones de manos secretos, sino en fingir otros aspectos más básicos, como no respirar y que el corazón no latiera. El truco consistía en la actitud. Era como ser mafioso o policía: hay algo en su forma de moverse y comportarse que hace que los demás les identifiquen al instante. Y si había algo de lo que Carpenter sabía mucho, era de actitud.
Había decidido adoptar la rutina Draculiana necesaria para captar la atención de algún vampiro; en cuanto lo lograra, le haría saber que venía de Chicago y que sabía algo sobre un conflicto reciente. La comunidad de sanguijuelas era lo bastante pequeña como para que todas se conocieran, incluso en una ciudad del tamaño de Las Vegas. Después, Carpenter sólo tendría que seguir interpretando su papel hasta que tuviera la oportunidad de reunirse con su asesino y pudiera devolverle el favor que le había hecho hacía tantos años.
Suponía que podía dejar solos a los cazadores durante una semana o así, sin tener que preocuparse de que decidieran ocuparse de aquel asunto a su manera y desbarataran los planes que había preparado tan minuciosamente. En una semana tenía tiempo de sobras para investigar Las Vegas. Después de estar vagando por el Stardust durante unas horas, se dirigió al Strip. Antes de que acabara la primera noche, era incapaz de diferenciar un casino de otro: aunque la decoración cambiaba en todos ellos, la gente y su desesperación eran idénticas. La decadencia y aflicción de la ciudad estuvo a punto de subyugar sus sentidos.
Se retiró tambaleante a su habitación antes de que saliera el sol. Aquella extenuación formaba parte del engaño, pues suponía que así era como se comportaba un vampiro cuando se retiraba a descansar. Como Carpenter se alimentaba de emociones vibrantes, la monótona ansiedad y la desesperación que sofocaba Las Vegas parecían absorber la vitalidad de su alma. Pasó el día haciendo lo que podría llamarse dormir, intentando recuperar su energía. Al igual que cuando era un fantasma, Carpenter no necesitaba dormir. Sin embargo, su espíritu se iba agotando a medida que pasaba el tiempo y, como los vivos, se veía obligado a descansar, así que permaneció ocho horas acostado en la cama, con la pistola en la mano.
La segunda noche fue muy similar a la primera y dio paso a una tercera que transcurrió igual que las anteriores hasta llegar a la cuarta. Carpenter no conocía el significado de derrota, pero durante la quinta noche empezó a admitir que había sufrido un ligero contratiempo. En la mesa de juego no tuvo mejor suerte que en sus rondas. Consiguió ganar algo de dinero, pero nada comparado con lo que había tenido que gastar. Sólo había llevado medio millón de dólares en efectivo y ya había gastado la mitad cuando se dirigió al Bally. En aquellos instantes se sentía tan apagado por todo lo que le rodeaba que pasó dos veces por delante de lo que estaba buscando antes de darse cuenta.
El jefe de planta del Bally era un vampiro... o al menos, estaba muerto y seguía moviéndose por el mundo. Al ver a aquel tipo, se dirigió a la mesa de blackjack, cogió aire y empezó a tirar fichas. Tras haber detectado por fin un cadáver, no le importaba en absoluto ganar o perder y, al parecer, aquello pareció ayudarle en el juego. A pesar de que había perdido varios cientos de dólares, consiguió recuperar la cantidad inicial... o al menos, la habría recuperado si no se hubiera dedicado a lanzar puñados de fichas al croupier y a las busconas que le rodeaban.
Media hora más tarde, el jefe de planta empezó a mirar a Carpenter fijamente. Instantes después, aquel tipo corpulento, de ojos pequeños y demasiado juntos, empezó a acercarse.
—¿Está disfrutando de la velada, señor? —preguntó Bizco, intentando mostrar indiferencia.
Carpenter miró el montón de fichas, que ahora sólo era una tercera parte del montón original. Había perdido tres de los grandes en media hora.
—Por supuesto. Resulta agradable poder relajarse para variar, ¿sabe?
—Tiene toda la razón —asintió Bizco—. Por favor, si podemos hacer algo para que su estancia sea más agradable, háganoslo saber.
Parecía que aquel tipo estaba intentando hacerle algún tipo de señal, pero Carpenter no tenía ni idea de qué podía ser. ¿Acaso alguna de sus palabras o frases era una especie de código? No tengo ni idea, pensó. De todas formas, asintió levemente e intentó comportarse como si hubiera captado la insinuación.
El jefe de planta le contempló un segundo más y, acto seguido, se alejó, dirigiéndose hacia un rincón de la sala. Carpenter no estaba seguro de si debía seguirle o no, pero imaginó que no conseguiría ninguna respuesta si se quedaba toda la noche en la mesa de blackjack. Acabó la mano, ganó un montón de dinero y le dijo al croupier que se lo quedara y lo repartiera con el resto de los jugadores.
Carpenter se dirigió al pasillo por el que había desaparecido el jefe de planta. Estaba oscuro; era como si todas las luces se hubieran fundido, pero Carpenter no necesitaba luz para ver. El pasillo continuaba unos doce metros y, al fondo, giraba a la izquierda. A mano izquierda había dos puertas, que estaban cerradas y carecían de rótulos de identificación. De acuerdo, puede que aquel tipo no le hubiera insinuado que lo siguiera. De todas formas, decidió acercarse hasta el fondo para echar una ojeada a la esquina; si no lo encontraba, volvería al casino o quizá, regresaría a su habitación. Echó un vistazo a la esquina pero no vio ni rastro de su amigo Bizco. Cuando estaba dando media vuelta para irse, ciento trece terribles kilos lo tiraron contra la pared. Aunque el ataque le cogió por sorpresa, sus reflejos muertos reaccionaron al instante. El otro hombre también era rápido: agarró a Carpenter del cuello con la mano derecha y con la otra le atrapó la mano derecha antes de que le diera tiempo a sacar la pistola de la funda que llevaba al hombro.
—Muy bien, muchacho —dijo Bizco, mostrando la punta de un colmillo bajo el labio superior—. ¿Quién coño eres?
Le apretó el cuello con fuerza para indicarle que hablaba en serio.
Carpenter sólo deseaba saber de dónde cojones había salido aquel tipo... era como si hubiera aparecido de entre las sombras, pero aquel pequeño misterio tendría que esperar. Si Bizco quería jugar a hacerse el duro, Carpenter estaba deseoso de mostrarse complaciente. Tras coger con la mano libre la navaja que llevaba en el bolsillo de su abrigo, la sujetó cerca de la carótida del vampiro.
—Soy un tipo al que más te vale no joder, gilipollas —respondió, mirándolo fríamente a los ojos—. ¿Vas a soltarme o te apetece llevar una corbata colombina?
Bizco miró de reojo el arma, sin mover ni un milímetro la cabeza.
—¿Te crees que me da miedo una jodida navaja?
Carpenter sonrió con fuerza, sintiéndose vivo por primera vez en mucho tiempo.
—Hazme caso. Estoy seguro de que no te gustaría nada que esta navaja rebanara tu pálido cuello.
Como siempre, se trataba de demostrar quien los tenía más grandes. Durante unos segundos, Bizco continuó haciéndose el duro, aunque ambos sabían que iba a rendirse. Por fin, tras apretar con fuerza de nuevo su cuello y su muñeca, el jefe de planta retrocedió. Entonces, Carpenter se guardó la navaja en el bolsillo y empezó a alisarse el traje.
—No creas que voy a dejarte ir así como así, capullo —dijo Bizco mientras se encendían las luces.
—Por supuesto que sí —respondió Carpenter. ¿Acaso alguna de las personas que estaban detrás de las cámaras de seguridad estaba jugando con las luces? Entonces se dio cuenta que no le importaba una mierda saber cómo hacía aquel tipo el truco de las luces. Se estaba cansando de ese juego. Además, sabía que el jefe de planta pertenecía a ese grupo de personas que te hacen daño sólo porque pueden—. ¿Y sabes por qué? Porque no eres tan estúpido como pareces. He venido aquí para relajarme un poco y pasarle un mensaje a alguien. Si intentas cortarme en pedazos, acabaras utilizando los cojones para poder ver.
Bizco extendió la mandíbula inferior, desafiante.
—Que te jodan, mamón —respondió. Instantes después, preguntó—: ¿De qué mensaje estás hablando? ¿A quién?
—Se dice "para quién", retrasado. Y aunque no sea asunto tuyo, te diré que va dirigido a Sforza.
Al ver que sus ojos se entrecerraban un poco más, Carpenter supo que Bizco sabía de quién estaba hablando.
—Hum... Puedes darme a mí el mensaje. Me aseguraré de hacérselo llegar.
—¿Acaso crees que soy tan estúpido como tú, capullo de mierda? —Carpenter advirtió que el hombre se relajaba mientras él adoptaba la forma de conversar tradicional de los mañosos: soltar un insulto tras otro, blasfemar en todo momento y dejar caer algo de información útil si era posible—. ¿Crees que voy a darle a conocer ciertos detalles importantes a un mierdecilla que trabaja en el casino?
—Si tu mensaje es tan jodidamente importante, ¿por qué cojones estás dilapilando tu dinero en el casino en vez de hablando con él?
—Porque no es asunto tuyo. ¡Por eso!
—¿Sabes qué es lo que creo? Creo que todo esto no es más que una enorme gilipollez.
—Resulta divertido porque, cada vez que te miro, pienso exactamente lo mismo —Carpenter empezó a dirigirse hacia el casino, pero se detuvo a medio camino—. No me crees. Perfecto. No tengo nada que ocultar. Ahora, si no te importa, voy a buscar algo de comer y me ocuparé de mis asuntos.
Dicho esto, Carpenter cruzó a grandes zancadas el casino y salió por la puerta principal. Las cosas no habían ido según lo planeado, pero no le importaba demasiado que aquel tipo le creyera o no, siempre y cuando "Vlad" fuera a hacerle una visita.
Se dio cuenta del error que había cometido mientras regresaba al Stardust. Aunque Bizco creyera que era un vampiro, con aquel ligero altercado había demostrado que sus propósitos no eran cordiales. Aunque estaba bastante seguro de que el mensaje llegaría a su destinatario, "Vlad" Sforza tendría que ser un perfecto imbécil si decidiera hablar con él en persona. Carpenter estaba demasiado acostumbrado a trabajar solo, pero el hecho de que lo hiciera todo sin la ayuda de nadie no significaba que el resto del mundo hiciera lo mismo. Si yo fuera Vlad, llamaría a un par de amigos para que enviaran al extraño a la tumba. Así todo estaría bajo control.
Maxwell Carpenter supo que tendría que ser muy astuto para lograr salir de ésta.
8
Media hora más tarde se oyó un leve chasquido en la cerradura. Instantes después, la puerta se abrió de golpe y las tres figuras que irrumpieron en la habitación 2901 fueron recibidas por un grotesco espectáculo. La suite estaba destrozada: la mesa y las sillas de la derecha habían sido reducidas a astillas; la pantalla del televisor había explotado en mil pedazos y las estanterías habían sido arrancadas y tiradas contra el minibar. Las sábanas se esparcían por el suelo, manchadas de sangre, y sólo una parte del enorme colchón seguía sobre el somier. En la pared había extraños símbolos y tres palabras escritas con sangre. Sobre el colchón yacía una ensangrentada figura que miraba hacia la ventana y la línea del horizonte de Las Vegas. La pata de una mesa, con el extremo sumamente afilado, había sido clavada en su pecho.
Carpenter permaneció inmóvil mientras los tres hombres se acercaban con cautela. Se había hecho un daño de mil demonios al clavarse la estaca en el pecho pero, gracias a que estaba muerto, ahora sólo sentía una ligera incomodidad. Y parecía que aquel truco estaba provocando el efecto deseado en aquellas personas que le habían ido a visitar sin estar invitadas.
Resistiéndose al impulso de mover los ojos, sólo pudo ver unas formas vagas en su visión periférica cuando dos de las figuras se acercaron a la cama.
—¡Jesús! —dijo uno de ellos. Parecía la voz de Bizco—. ¡Esto es jodidamente increíble!
—Buster, vigila el pasillo —dijo otra voz. Carpenter la reconoció. La oía cada vez que descansaba, cada vez que hacía aquello que podía considerarse dormir, haciendo un dueto con la voz de la mujer que había amado más que a nada en el mundo—. ¿Así que éste es el tipo?
Bizco se acercó un poco más, inclinándose para mirar a Carpenter.
—Sí, es él. ¿Lo conoces?
La otra figura ("Vlad", no podía ser nadie más) se acercó lentamente hasta aparecer en el campo visual de Carpenter. Sforza le dedicó una breve mirada antes de dirigir los ojos hacia la pared.
—No le había visto nunca. De todas formas, parece que no es el único que ha oído hablar de mí.
A Carpenter le complació descubrir que ambos parecían nerviosos. Estaban dedicando más tiempo a comprobar la habitación que a examinarle a él. La desesperación es la madre de improvisación, como dijo alguien... y él estaba totalmente de acuerdo. Aquella idea le gustaba, a pesar de que también le había tocado improvisar. Destrozar la suite y afilar la pata de la mesa con su afilada navaja preternatural había sido lo más sencillo. La parte más dura no había sido decidir que se clavaría aquel jodido trozo de madera en el corazón, sino reunir el aplomo necesario para destrozar su traje. Aunque la estaca tenía buena pinta y creaba un efecto impresionante, no había suficiente sangre para que la escena resultara creíble. Entonces, recordó uno de los regalos que había empaquetado. Había comprado algo de sangre de cerdo y la había guardado en un par de sacos de uso industrial, que había acabado de rellenar con todo tipo de mierda (matarratas, heroína y cosas similares). Consideraba que valía la pena estar preparado por si tenía la oportunidad de torturar a "Vlad" y descubrir si a aquel hijo de puta le gustaba la sangre vieja repleta de muerte. Además de esparcir el contenido de los sacos por la habitación, había utilizado una parte de la sangre para dibujar en la pared un par de símbolos de los cazadores. Como toque final, había decidido añadir una advertencia final dirigida a su víctima:
ERES EL SIGUIENTE, SFORZA
Carpenter sabía que cuando a un vampiro le clavan una estaca, queda paralizado y no resulta más amenazador que un trozo de ropa. Ese era el papel que estaba interpretando en aquellos momentos: el de víctima indefensa. Lo único que podía hacer era quedarse allí tumbado y esperar. La herida que había alrededor de la estaca palpitaba débilmente; sabía lo difícil que sería sacársela, debido a que su cuerpo había empezado a curarse. Pero lo peor era la repugnante y pegajosa sensación de la sangre que estaba secándose sobre su piel, manchando su ropa, filtrándose por cada poro y fisura de su cuerpo... Lo único que le ayudaba a permanecer inmóvil era saber que pronto se enfrentaría al hombre (a la criatura) que le había matado.
Y ahora, el ser al que Maxwell Carpenter odiaba casi tanto como a Annabelle Sforza estaba delante de él. Sintió que la fuerza fluía por su cuerpo muerto y tuvo que resistirse al impulso de abalanzarse sobre "Vlad" Sforza. Aún era demasiado pronto. No era el momento adecuado.
—¿Qué hacemos, Vin? —apremió Bizco al otro vampiro—. Este tipo no se encuentra en condiciones de contar nada.
Carpenter se quedó tan sorprendido que estuvo a punto de moverse. Siempre había considerado que "Vlad" Sforza era un nombre excelente para referirse a aquel tipo. El hecho de que Bizco le hubiese llamado "Vin" significaba que tenía que tratarse de Vincent Sforza. Había oído hablar de él, pero no como vampiro. Había trabajado en la Mafia como limpiador: cuando alguien la cagaba, le llamaban para que se deshiciera de la mierda. Carpenter reprimió un grito de frustración. Deseaba con todas sus fuerzas acabar de una vez con aquel hijo de puta, pero no podía hacerlo delante de los otros dos vampiros. Espera a que se separen, a que se distraigan. Espera a que llegue el momento perfecto.
Entonces, lo único que podría hacer el Señor Pez Gordo Vincent "Vlad" Sforza sería entregarle su culo sobre una bandeja.
—Richie, no seas gilipollas. Que tenga una estaca clavada no significa que no pueda hablar. Recógelo. Lo sacaremos de aquí y veremos lo que sabe en cuanto le hayamos quitado eso de encima.
Bingo.
Richie el Bizco observó a Sforza y volvió a mirar a Carpenter.
—Oh, sí. Buena idea.
—Gracias por el voto de confianza, cretino —Vincent Sforza miró a Carpenter a los ojos y gritó—: ¿Has oído eso, capullo? Sé que puedes oírme; puedo verlo en tus ojos. Será mejor que nos guste lo que tengas que decirnos, ¿de acuerdo, Señor Martillo? ¿Por cierto, qué mierda de alias es ese con el que te has registrado en el hotel?
Se enderezó y empezó a avanzar hacia la puerta.
—¡Vamos, Buster! Vea buscar el coche y llévalo a la parte de atrás. Richie, usaremos el montacargas. Cúbrenos.
El corpulento vampiro se acercó arrastrando los pies, intentando averiguar cuál era la mejor forma de transportar a un hombre que tenía una estaca de casi un metro clavada en el pecho. Al final decidió cogerlo del mismo modo que un recién casado cogería a su mujer para cruzar el umbral. Carpenter se esforzaba en mantenerse rígido mientras la pata de la mesa sobresalía entre los dos como si fuera un falo grotesco.
—¡Eh, Vin! —dijo Richie, moviendo a Carpenter en sus brazos para moverse mejor—. Aquí huele raro. Creo que es sangre o algo así.
—¿Sí? ¿Sabes qué creo?
—¿Qué?
—Creo que deberías cerrar tu jodida boca y llevar ese trozo de mierda al montacargas antes de que tenga ganas de averiguar cómo huele tu sangre. ¿Capiche?
Richie salió a toda prisa de la suite sin decir ni una palabra más. Tras cerrar la puerta, Sforza le siguió. Del mismo modo que había sucedido en el Bally, en cuanto accedieron al pasillo la oscuridad les envolvió. Su visión de muerte le permitía ver la pared y el techo con la mortecina claridad habitual, pero Richie era prácticamente invisible, a pesar de que le estaba llevando en brazos.
Cinco minutos después salieron por la puerta de servicio que daba al callejón que había en la parte posterior del Hotel Stardust. La oscuridad de Richie les envolvía como la niebla. Carpenter fue incapaz de ver el coche que se aproximaba hasta que estuvo prácticamente encima de ellos, pero no era el único que tenía problemas de visión. La oscura forma del vehículo se detuvo junto a ellos y una voz nueva, procedente del lado del conductor, se quejó:
—¡Joder, Richie! ¿Es necesaria tanta niebla? No puedo ver nada.
—No me toques los huevos, capullo —espetó Richie—. ¿Crees que a alguien le importa una mierda que acabe contigo? A nadie le importa que haya un ghoul más o un ghoul menos en el mundo, ¿sabes?
Ambos intercambiaron nuevos insultos, pero Richie debió renunciar a su truco porque Carpenter había vuelto a ver. Bueno, más o menos, porque su visión natural era bastante deficiente: llevaba tanto rato con los ojos abiertos que se habían secado. De todas formas, eso no le preocupaba porque, de momento, su visión de muerte le proporcionaba la orientación necesaria. Al centrarse en el tercer tipo pudo confirmar las palabras de Richie. Buster era un tipo fornido que poseía un aura mucho más brillante que la de cualquier vampiro, aunque menos estable. Era un ghoul, un mortal al servicio de los no muertos.
—¿Podéis dejar de discutir de una puta vez y meter a este tipo en el maldito coche? —dijo Sforza con una voz tan cortante como un látigo. Cuando Richie se giró, Carpenter vio que Sforza estaba llamando por su teléfono móvil. Un segundo después empezó a hablar—: Sí, soy Sforza. No, no conozco al tipo. Mira, todo se ha jodido muy deprisa... No, no hemos sido nosotros. ¡No voy a contártelo por un teléfono móvil! ¡Joder! Mira, dile a Rothstein que, al parecer, los que nos han estado molestando últimamente han decidido montar un numerito para este mamón. ¡Ah! Y envía a alguien para que limpie la habitación 2901, con discreción.
Mientras hablaba, Buster y Richie habían seguido insultándose en un tono de voz más bajo, que volvió a subir cuando Richie le pidió a Buster que abriera el maletero y, después, que sujetara al tipo de la estaca mientras él hacía un poco de sitio.
Eso es, pensó Carpenter. Por primera vez desde el año 1939, sintió calor en su cuerpo.
Como su cuerpo carecía de sensibilidad, Carpenter apenas sintió que le estaban moviendo. Pudo ver el coche, un Infiniti de color champán, durante una milésima de segundo e, instantes después, descubrió que estaba casi de pie, mirando hacia la puerta de salida que habían cruzado hacía un momento. Buster estaba delante de él, sujetándolo por el hombro y el codo. Percibía a Sforza justo a su derecha y oyó blasfemar débilmente a Richie, que estaba haciendo sitio en el maletero. Los ojos de Buster observaban con incómoda fascinación la estaca y se desviaban hacia el rostro de Carpenter con frecuencia. La tercera vez que miró hacia él, Carpenter le devolvió la mirada.
Carpenter estaba lleno a rebosar de odio y rabia. Canalizó toda aquella fuerza durante el breve instante que duró el parpadeo para que su ojo izquierdo emitiera un destello verde sobrenatural. No duró ni una milésima de segundo, pero tampoco necesitaba más.
Buster se sobresaltó y estuvo a punto de dejarlo caer al suelo. Su boca se movía como si fuera un pez intentando atrapar el aire. Por fin, consiguió recuperar la voz.
—Eh, Vin, ven a ver esto —dijo.
Cuando Vincent Sforza apareció en la visión periférica de Carpenter, estaba guardándose el móvil en el bolsillo de la chaqueta.
—Sea lo que sea puede esperar, Buster. Mételo en el maletero. Tenemos que irnos.
—Mira esto, Vin —repitió Buster. Entonces sacó la Glock de su cinturón, la colocó debajo de su barbilla y apretó el gatillo.
—¡Me cago en la puta! —gritó Sforza, cuando el disparo resonó por el callejón. Corrió hacia Buster y al instante se detuvo, dándose cuenta del error que acababa de cometer. Con una velocidad idéntica a la del vampiro, Carpenter agarró a su asesino por los hombros con su sobrecogedora fuerza, al mismo tiempo que se dejaba caer sobre el asfalto. La fuerza del impacto hizo que la estaca finalizara su camino por el pecho de Carpenter y se clavara en el de Vincent Sforza. El dolor centelleó débilmente en el pecho de Carpenter, pero apenas lo advirtió. Sus ojos miraban fijamente a los de su enemigo mientras absorbían la furia y la agonía de Sforza... las emociones más dulces y más poderosas que había saboreado en su larga no vida.
—¿Te acuerdas de mí, hijo puta? —susurró a la forma paralizada. Le dio un tremendo empujón, consiguiendo liberarse por completo de la estaca y haciendo rodar a Sforza hacia un lado. Nunca había sentido tanto poder en su cuerpo.
Esto aún no ha acabado. Mirando a sus pies, vio que Richie no era tan estúpido como parecía. El callejón volvía a estar envuelto en la oscuridad y las luces del Infiniti no eran más que un débil destello entre aquella penumbra sobrenatural.
—Buen truco, Richie —dijo Carpenter, sonriendo en la oscuridad—. Pero yo me sé otro.
Sacó la navaja del bolsillo izquierdo de su abrigo y la abrió por su usado mango. El metal brilló a pesar de la oscuridad y, cuando la giró en el aire, su superficie centelleó como una mancha de petróleo.
—Cuando te la enseñé antes no la miraste bien, ¿verdad? —Carpenter movió la navaja trazando un gran arco y observó con satisfacción cómo caía al suelo un trozo de oscuridad, como si fuera ceniza volando en la brisa.
—¿Qué coño...? —murmuró Richie desde las sombras. Carpenter se giró rápidamente, pero no pudo averiguar de dónde procedía la voz. Sus desmejorados sentidos físicos eran demasiado débiles. Richie continuó—: ¿Qué coño eres? ¿Un vampiro que se puede mover con una estaca clavada en el corazón? ¿Y qué coño es eso?
—Exacto, capullo —dijo Carpenter, situándose sobre Sforza por si Bizco tenía intenciones de quitarle la estaca—. Soy un viejo hijo de puta y has conseguido tocarme los huevos. ¿Qué te parece?
Aunque Carpenter suponía que Richie intentaría algo, el vampiro logró sorprenderle. De pronto, la oscuridad se intensificó y envolvió la mano izquierda de Carpenter, inmovilizando la navaja. Él arañó aquella sustancia extraña con su otra mano, pero no consiguió liberarse antes de que un nuevo zarcillo le apresara la derecha. Pronto, media docena de tentáculos envolvieron a Carpenter, sujetándolo con fuerza.
—De acuerdo, eres un gran hijo de puta —rugió la voz de Richie desde la oscuridad—. Pero no todo el mundo puede clavarle una estaca a un vampiro que me dobla la edad sin soltar ni una gota de sudor.
Richie seguía moviéndose, en círculo. Estaba acercándose a él.
—Si Vin no estuviera ahí tumbado con la estaca clavada, en estos momentos te estaría chupando como si fueras un helado. No sería la primera vez... por eso tiene tanto poder.
Richie lo mantuvo inmovilizado. A pesar de lo fuerte que se sentía Carpenter, era incapaz de hacer nada contra aquella oscuridad. Por muy fuertes que fueran sus dones sobrenaturales, no podía utilizarlos si no conseguía ver a su objetivo. En aquellos momentos, lo más inteligente que podría haber hecho Richie sería quitarle la estaca a su colega y pedir refuerzos.
Pero Richie el Bizco hizo algo sorprendentemente estúpido.
—Supongo que podría inyectarme en vena parte de tu zumo, ¿sabes? Y después, puede que también le dé un mordisco a Vin. Sólo los mejores sobreviven, ¿verdad?
Carpenter sintió una presencia en su espalda un segundo antes de que dos dagas se clavaran en su cuello. Richie chupó con fuerza por el agujero que había hecho y se llenó por dos veces la boca con su sangre muerta y vieja.
En cuanto la tragó, el vampiro gritó de dolor y de asco, mientras empujaba a Carpenter y vomitaba un fluido rancio y grumoso.
Los tentáculos de oscuridad que le rodeaban se desvanecieron a la vez que las tenues farolas de la calle recuperaban su brillo distante. Richie se tambaleaba, escupiendo gotas de sangre. La reacción había sido tan severa que el vampiro empezó a vomitar cantidades enormes de su propia vitae. Se apoyó en el Infiniti, agarrándose con tanta fuerza, que el metal empezó a doblarse bajo sus dedos. El parachoques del vehículo sujetó a un Richie dolorido y desfigurado mientras éste echaba, literalmente, sus entrañas.
Carpenter se acercó a él y le dio unas palmaditas en la espalda.
—Exacto, imbécil. No soy un vampiro.
A continuación, le dijo un empujón y cerró con fuerza el capó del maletero sobre el cuello de la sanguijuela.
Carpenter sabía que tenía que acabar con Sforza y salir a toda prisa de allí. Estaba seguro de que alguien había oído el disparo. Había pasado más de sesenta años esperando el momento de su venganza y no tenía ninguna intención de precipitarse, pero tenía que abandonar la zona rápidamente.
Se acercó al cadáver de Buster para coger las llaves e intentó abrir el maletero. Al final tuvo que forzarlo, pues había cerrado el capó con tanta fuerza que se había quedado atascado. Tiró de él hasta que consiguió destrozar el cierre y, acto seguido, tiró la cabeza de Richie al suelo y metió a Sforza en su interior. Tras burlarse durante unos instantes de la expresión de asombro y ultraje que había quedado congelada en el rostro de "Vlad", se centró en cerrar aquel jodido maletero.
Como no lo conseguía, decidió utilizar la cinta adhesiva que había visto en el interior. Suponía que aún disponía de un minuto más antes de que le descubrieran. Podría haber escapado en ese momento, pero sólo un idiota se pondría a conducir con la ropa llena de sangre: aunque estuviera en Las Vegas, era probable que alguien se diera cuenta. Lo peor era que el repugnante estado de su traje (por no hablar de su cuerpo) le estaba distrayendo. Tenía serias dificultades en mantenerse centrado en el asunto que se llevaba entre manos, puesto que era incapaz de apartar de su mente la sangre que lo cubría, que se pegaba a su cabello, que se endurecía en su cara, que tropezaba con el grotesco agujero de su pecho... era demasiado para soportarlo.
Furioso, se guardó la navaja en el bolsillo del pantalón y, después de desgarrar la camisa y la chaqueta que llevaba, empezó a limpiar con ellas la sangre que Richie había vertido en la parte posterior del Infiniti. Pronto se dio cuenta de que era una pérdida de tiempo. Tendría que dejarlo así. Cogió la chaqueta de Buster, puesto que era la que menos manchas de sangre tenía, y se la puso. Acto seguido, puso en marcha el coche y, al llegar al final del callejón, giró para acceder a una calle lateral. Aparcó el Infinity en una zona roja, dejándolo muy pegado a la furgoneta que había detrás. Segundos después, regresó corriendo al callejón del Stardust, moviendo las piernas a una velocidad preternatural.
Vio que la puerta estaba abierta y que las dos figuras que había junto a ella enfocaban con sus linternas los cuerpos que había en la acera. Los pasos de Carpenter eran tan ligeros y rápidos que, antes de que el guardia de seguridad más cercano advirtiera el sonido, se encontraba a menos de tres metros de la puerta. El hombre dejó de hablar por el walkie talkie que llevaba colgado del hombro y giró la cabeza justo en el mismo instante en que Carpenter estaba levantando el puño. La combinación de velocidad y fuerza sobrenatural bastó para romper en pedazos el cráneo de aquel pobre hombre. El tipo cayó hacia atrás, sobre el otro guardia, mientras la sangre salía a borbotones de su cabeza. Su compañero retrocedió tambaleándose, intentando quitarse de encima a su difunto colega. Sin perder ni un segundo, Carpenter se abalanzó sobre él y le asestó un fuerte gancho derecho en la mandíbula. No le golpeó con tanta fuerza como a su compañero, así que sólo le fracturó la mandíbula, en vez de hacer que la mitad inferior de su cabeza se rompiera en pedazos. De todas formas, el dolor bastó para que cayera al suelo, aturdido. Carpenter le pegó una patada en el estómago para asegurarse de que no intentaría levantarse. Aunque sus apagados oídos captaban el débil sollozo de las sirenas, se tomó el tiempo necesario para coger el walkie del primer guardia y guardárselo en el bolsillo de la chaqueta. Cuando el agudo sonido de las sirenas consiguió rivalizar con los gritos del guardia superviviente, Carpenter ya había entrado en el Stardust.
Consiguió recorrer todo el trayecto desde la puerta trasera hasta su habitación sin tener que imponer su fuerza sobre nadie más. Para entonces, apenas era capaz de tener ningún pensamiento coherente. Sus nervios, normalmente muertos, no podían soportar por más tiempo la sangre que le cubría. Sabía que aquella sensación sólo estaba en su cabeza, pero era incapaz de tranquilizarse. En aquel momento recordó que se había dejado la llave de la habitación en la chaqueta... en la chaqueta de su traje hecho a medida... la chaqueta que descansaba en un charco de sangre en el callejón.
Fue directo hasta su habitación y, tras golpear la cerradura, sacudió la puerta hasta que se salió de sus bisagras. Entró arrancándose la destrozada ropa de su cuerpo y gruñendo por las manchas de sangre que había dejado. En aquellos momentos no le preocupaba en absoluto que el departamento de policía de Las Vegas al completo irrumpiera en la habitación. Lo único que le importaba era lavarse.
Aunque la lluvia de agua caliente no consiguió hacerle entrar calor, fue una eficaz bofetada psicológica. Carpenter se sentía avergonzado... muy avergonzado. Era incapaz de comprender cómo había perdido el control de aquella manera, simplemente porque deseaba ducharse y cambiarse de ropa. Sin embargo, a pesar de ser consciente de eso, se sentía incapaz de dejar de frotarse. Por fin, intentando imponerse sobre su voluntad, se obligó a cerrar el grifo. ¿Qué tipo de imbécil era, enjabonándose el cuerpo cuando la policía podía aparecer en cualquier momento? De todas formas, tenía que admitir que se sentía mucho mejor, mucho más centrado.
Se peinó el cabello mojado hacia atrás y, después de coger otro traje de la maleta, se vistió a toda prisa. Al abotonarse la camisa recordó el agujero que tenía en el pecho y el boquete que Richie le había hecho en la espalda. Concentrándose una vez más, sintió que las heridas se calentaban débilmente mientras su carne se esforzaba en volver a unirse. Un minuto después, ya tenía en sus manos todo lo que necesitaba, incluidas las dos Colt que llevaba bajo las axilas y la navaja que guardaba en el bolsillo. Cuando estaba metiendo en la maleta algunas toallas, el walkie talkie graznó débilmente; subió el volumen y oyó que estaban ordenando a los equipos de seguridad que subieran hasta el piso en el que se encontraba pues, aparte del rastro de sangre que había dejado en el montacargas, Carpenter había emborronado el botón del piso veintinueve. Los policías estaban dirigiéndose hacia su habitación. Genial. Subió corriendo las escaleras que conducían al piso superior y llamó al ascensor. ¿Así que había dejado huellas dactilares por todas partes? Perfecto. Seguro que nunca las encontrarían en los archivos.
Una hora después de haberse clavado una pata de mesa en su propio pecho, Maxwell Carpenter salió tranquilamente por las puertas principales del Hotel Stardust y se perdió en la noche de Las Vegas.
Carpenter tiró el rollo de cinta acabado y vio cómo rodaba por la pendiente, hasta que se detuvo en un cauce seco. El cielo era un inmenso cuenco invertido, decorado en el borde por suaves nubes que se deslizaban a su alrededor. Al este, la llegada del amanecer emitía una suave luz melocotón que se fue convirtíendo en un dulce y regio azul. Al girarse hacia el Infiniti, descubrió que aún brillaban infinitas estrellas en la oscuridad. En aquella desértica ladera sólo crecía maleza y unos cactos pequeños y repletos de bultos. Las montañas eran una mancha negra en el horizonte. Nunca había estado en el oeste, ya que en su época la mafia aún estaba abriéndose camino en la zona y, durante sus vacaciones, solía viajar a Catskills o Florida. Además, después de haber vivido toda su vida en Chicago, le costaba un poco acostumbrarse a los grandes espacios abiertos. De todas formas, descubrió que le gustaba la tranquilidad que se respiraba en ese lugar. Aquel desolado y agrietado terreno conseguía apaciguarle.
No había ni un alma en ciento cincuenta kilómetros a la redonda. Si hubiese sido un tipo fantasioso, Carpenter habría intentado imaginar, durante unos instantes, qué se sentía al ser el último ser que habitaba en la tierra. Sin embargo, se limitó a pensar que aquel era un lugar muy apropiado para que Vincent Sforza se reuniera con su destino.
Dejó de mirar el horizonte y se centró en el coche. El Infiniti estaba aparcado mirando hacia el oeste. La parte posterior, prácticamente limpia de sangre gracias a las toallas que había cogido del hotel, centelleaba con los débiles reflejos de la luz del amanecer. El maletero estaba abierto, dejando su contenido a simple vista. Carpenter había pensado en conducir hasta algún lugar aislado del desierto y pegarle tiros a Sforza hasta que se aburriera; entonces, le cortaría en pedacitos con la navaja y le abandonaría cuando el sol se asomara para darle la bienvenida. Pero había tenido una revelación al ver la cinta adhesiva del maletero; un nuevo rollo de otra marca tan buena como la que había utilizado para cerrar el maletero.
En aquellos momentos, Vincent Sforza, mañoso, vampiro, pariente lejano de la mujer que había amado y odiado por encima de todo, estaba momificado bajo metros y metros de cinta. Había tardado casi una hora en envolverlo, e incluso había puesto cinta alrededor del punto en el que emergía la estaca para asegurarse de que estaba firmemente sujeta. Había realizado tan bien su trabajo que no había ni un milímetro de aquel vampiro expuesto al sol.
Si Carpenter hubiese estado vivo, después de la ardua tarea de envolver el cuerpo estaría bañado en sudor. Otra de las ventajas de estar muerto. Se dirigió al coche para coger el abrigo y ponérselo. Mientras se alisaba las solapas y se colocaba los puños de la camisa, se quedó unos instantes junto al faro posterior observando la cabeza de Sforza, que ahora no era más que una esfera plateada.
—Bueno, aquí estamos —dijo por fin. Eran las primeras palabras que pronunciaba desde el ataque en el callejón. Había realizado todo el trayecto pensando en qué decir pero, mientras envolvía su cuerpo con la cinta, había considerado que debía pensárselo de nuevo. Al final había decidido improvisar, puesto que en sus mejores trabajos siempre había recurrido a la improvisación—. Así que te llamas Vin, ¿eh? No me apetece cortar en pedazos un nombre así, ¿sabes? Vamos a utilizar tu nombre completo. ¿Qué tal "Vincent Sforza"?
Asintió para sí mismo, apoyando la cadera en el guardabarros del vehículo.
—Ése nombre está bien. Es muy distinguido. ¿Sabes que solía llamarte "Vlad"? Por "Vlad el Empalador". No sabía cómo te llamabas. Qué coincidencia que ambos nombres empiecen por la "V", ¿verdad? Me costó más de veinte años averiguar tu apellido. Ahora me siento un poco estúpido... me refiero a que tendría que haberlo imaginado, puesto que fueron los Sforza quienes te trajeron. Además, te pareces un poco a ellos: tienes la misma expresión de traidor y todo eso. Pero bueno, nadie es perfecto, ¿no? ¿Quieres saber algo más? Durante muchísimo tiempo no creí en los vampiros. Pensaba que todo eso no era más que una enorme gilipollez, ¿sabes? Me imaginaba a Bela Legosi o como coño se llamara aquel tipo que salía en Drácula y me moría de risa. No me malinterpretes: interpretó muy bien el papel y la película me impactó, pero eso fue todo. Sólo era una peli... un par de horas sentado a oscuras con tu chica pasando miedo. Pero a la luz del día aquello no tenía ningún sentido. —Extendió el brazo y sacudió con fuerza la estaca. Sforza no se movió, ni siquiera gritó, aunque Carpenter estaba seguro de que aquello hacía un daño de mil demonios—. Lo divertido del tema es que seguí pensando lo mismo incluso después de morir. ¿Cómo cojones puede pasar eso? ¿Cómo es posible que un jodido fantasma no crea en vampiros, a pesar de que todos pertenecen al mismo gremio?
Miró hacia el este entornando los ojos. Los primeros rayos de sol empezaban a asomar por el horizonte.
—Así que incluso después de comprobar con mis propios ojos que todo aquello era real... los espectros, las sanguijuelas y todo eso... y decirme a mí mismo: "De acuerdo, así que esos monstruos existen", continué sin creérmelo. En el fondo de mi corazón, por supuesto —Carpenter se dio unos golpecitos en el pecho para dar énfasis a sus palabras y soltó una carcajada—. ¡Qué triste ironía! Los fantasmas no tenemos corazón, y lo que tengo ahora tampoco es que sea de gran ayuda. Sé que no tiene ningún sentido. ¿Cómo es posible que te niegues a creer algo incluso cuando tienes la prueba delante de las narices?
Se encogió de hombros antes de continuar.
—No tengo ni idea, pero eso era lo que pensaba. Bueno, la parte divertida es cómo empecé a creerlo... en lo más profundo de aquello que los fantasmas tienen en vez de corazón.
Carpenter se sentía ligeramente decepcionado de que Sforza no pudiera responderle. Deseaba mantener una conversación con aquel hijo de puta, pero no estaba tan loco como para pensar siquiera en la idea de quitarle la estaca. Incluso envuelto de la cabeza a los pies bajo una enorme capa de aquella fuerte cinta, Sforza podía ser muy peligroso. ¿Quién sabía a qué tipo de sortilegio vampírico podía recurrir? Además, estaba seguro de que podía oírle perfectamente. En primer lugar, porque los vampiros tenían unos sentidos excelentes (mil veces mejores que los que poseía un cadáver andante como él) y unas cuantas capas de cinta no podían ser un gran impedimento. En segundo lugar, sabía que aquel mamón le estaba escuchando porque podía sentir la rabia y el miedo que irradiaba. Las emociones salían del cuerpo de Vincent Sforza de forma paralela a las palabras de Carpenter, y éste absorbía sus embriagadoras emociones del mismo modo que el vampiro bebía la sangre. Aunque no volverás a hacerlo nunca más; los días de sanguijuela de Vincent Sforza han acabado.
—¿Has visto alguna vez aquella película de cine mudo? ¿Una que se llama Nosferatu? La historia no es muy diferente a la de Drácula: hay un vampiro que va tras su dama y eso acaba matándolo. Pero incluso estando muerta, a la sanguijuela le siguen gustando las mujeres. Bueno, aunque estaba en el más allá, pude verla, más o menos. Vi esa película en una universidad, un museo o algo así. Fue en Halloween, y recuerdo que la proyectaron en pantalla grande, como antes, no en una mierda de televisor. Yo pasaba por ahí, tan inquieto como siempre, cuando aquel tipo, el nosferatu... es una palabra extranjera que significa vampiro... apareció en pantalla. Me quedé fascinado, ¿sabes? Era incapaz de apartar la mirada. Había algo tan... bueno, para ser honesto, aquel tipo consiguió hacerme sentir un miedo terrible, algo que no era nada fácil, sobre todo porque yo estaba muerto —Carpenter se estremeció mentalmente ante aquel recuerdo—. No parecía haber nada humano en él. Estaba seguro de que era realmente un vampiro. Desde entonces, siempre que pienso en los vampiros recuerdo al protagonista. Era la... esencia de lo que creo que sois. Un monstruo de algún tipo que se hace pasar por humano. Y lo más divertido es que necesité ver aquella película para convencerme de que los vampiros eran reales.
El sol era una línea de fuego en la distancia, que se iba alzando con firmeza a medida que pasaban los minutos. Su resplandor dorado empezaba a acercarse al automóvil. Pronto llegaría al maletero.
—Sé qué estás pensando —continuó Carpenter, oscilando las manos a modo de rendición—: ¿Quién es este tipo que ha conseguido cerrarme la boca? No voy a negártelo: también soy un monstruo, tan malo como cualquiera de vosotros. Pero no tengo que beber sangre... y esa es la razón por la que estamos aquí, disfrutando del amanecer.
Se giró para mirar a Sforza mientras apoyaba las manos en el lateral del vehículo.
—¿Ya has descubierto quién soy, capullo? ¿No? Apuesto que no fui más que otra muesca en tu cinturón. Pero estoy seguro de que, al igual que yo no me creía que hubiera criaturas como tú, tú tampoco imaginabas que pudiera haber seres como yo: un fantasma que regresa del más allá en busca de venganza. Resulta tan poco convincente como Bela Legosi con capa, ¿verdad? De todas formas, aunque pudieras recordar con todo lujo de detalles lo que sucedió hace sesenta años, seguirías sin reconocerme. Verás, para poder regresar necesitaba un cuerpo, pero no podía utilizar el mío porque tú... lo pulverizaste —la cólera fue creciendo hasta convertirse en una gigantesca ola que rompió contra su razón. Sus puños golpearon la cabeza y el torso de Sforza con tanta fuerza que le rompió algunos huesos y aplastó la carne que había bajo aquel envoltorio plateado. Entonces gritó: — ¡Me convertiste en una jodida hamburguesa cuando aún seguía con vida!
Con gran esfuerzo, intentó alejarse de él para no volver a golpearlo. Sforza no tendría la suerte de irse de este mundo con tanta facilidad; antes, tendría que padecer un enorme sufrimiento. Controlando su cólera, centró sus sentidos en el vampiro, que ahora irradiaba un enorme dolor y una ira terrible... y algo más, un hambre creciente. Carpenter descubrió que la cinta se movía ligeramente mientras el rostro y el pecho de Carpenter recuperaban lentamente su forma original.
—No puedes moverte, pero sí que te puedes curar, ¿eh? —dijo Carpenter—. Es bueno saberlo.
Guardó silencio durante un minuto, para asegurarse de que había recuperado por completo el control. Mientras el sol continuaba su ascenso, el desierto estalló en colores. A pesar de su deficiente visión, Carpenter pudo ver ricas tonalidades marrones y cobrizas, rojos y amarillos brillantes y verdes y azules espectaculares. Sin embargo, sólo podía hacerse una idea de lo vibrante que sería todo aquello para los sentidos de los vivos. Su ceñudo semblante se transformó en una fría sonrisa al ver que el sol empezaba a acariciar la forma momificada de Sforza. Bajo su luz, la cinta brillaba como el acero.
—Lamento todo esto, muchacho. Como habrás observado, me causaste una gran impresión el día que nos conocimos. Y supongo que la que yo he causado en ti hoy habrá sido similar —rió a carcajadas—. Una pequeña broma para aclarar las cosas. ¿Empiezas a recordarlo, Vincent? ¿He conseguido despertar aquel viejo recuerdo? Estoy seguro de ello. Y quiero que sufras por todos y cada uno de los favores que me hiciste aquel día, ¿sabes? Aquella noche te tomaste tu tiempo, te aseguraste de que sabía exactamente la razón de que estuvieras allí, no dejaste de preguntarme en ningún momento si había algo que quisiera decir, ¿recuerdas? Aquella noche que me llevaste a la granja y el cabrón de Johnny el jodido Palo miraba desde una esquina, deseando ser la mitad de duro que tú. ¿Sabes que no duró mucho más que yo? Cuando regresé y me puse a investigar para ver qué tal andaban las cosas por aquí, ya llevaba un par de años criando malvas. Le sorprendieron con la hija de Altieri, ¿no? Pero la chica sólo tenía dieciséis años y el viejo Johnny... más del doble, seguro. Además, estaba casado con la adorable Annabelle y tenían hijos. Y ya llevaban juntos una buena temporada, él y aquel coño impúber. ¡El muy perro! Apuesto que nunca imaginó que acabaría jodiéndose a sí mismo. De forma literal. Altier fue un estúpido por hacerle eso sin el consentimiento de los de arriba, pero de todas formas, yo le hubiera puesto un sobresaliente en estilo. Annabelle decidió asumir el control después de eso. A muchos les sorprendió que interviniera y se tomara la revancha en nombre de Johnny. Pero aquella zorra era buena. No me cabe la menor duda.
El sol empezó a calentar la cinta, haciendo que salieran briznas de humo de la forma que yacía en el maletero. La agonía y la furia que irradiaba Vincent Sforza crearon un placentero zumbido palpitante en el centro del cuerpo de Carpenter.
—Pareces una patata al horno, ¿sabes, imbécil? ¿Qué tal si te ponemos en la parrilla con un par de filetes y disfrutamos de una comida al aire libre? Pero ahora que lo recuerdo... yo ya no puedo comer. Toda la comida me sabe como a colillas de cigarro y acabo vomitándola o cagándola tal y como ha entrado por la boca —golpeó con los dedos el capó del coche—. ¿Sabes cuál fue mi última comida? Un puto bocadillo de jamón y una cerveza. Y la cerveza ni siquiera era buena. Al parecer, cuando acabó la Ley Seca, la mayor parte de las bebidas no eran más que mierda. O puede que antes nos parecieran más buenas por la simple razón de que beberías era ilegal. Como ves, no fue lo que podría llamarse un banquete. No para ser el último de tu vida. De todas formas, ahora mismo daría lo que fuera por poder saborear un bocadillo de jamón. O tomar un trago, un miserable trago, aunque fuera del pis aguado que hacen ahora.
Carpenter clavó un dedo en la crujiente cinta antes de continuar.
—Siendo lo que eres, ¿has sentido eso mismo alguna vez? ¿Te arrepientes de haber renunciado a todos esos placeres para tener la oportunidad de volver a vivir? ¿O eres uno de esos tipos a los que les encanta el poder que confiere ser un jodido vampiro? Poder vivir eternamente, acechando en la noche y atacando a los débiles. Debe de ser algo parecido a lo que sientes en la adolescencia. Recuerdo que cuando estaba vivo, también yo sentía que nada podría detenerme. Todos los del barrio éramos iguales, nos sentíamos invencibles. El mundo era como una ostra: nos deshacíamos de lo malo y nos quedábamos con la perla.
Vio que había extendido una mano y que había cerrado los dedos con tanta fuerza alrededor de la estaca del pecho de Sforza que la madera se estaba astillando.
Tras apartar la mano, Carpenter cogió el rollo de cinta mientras apoyaba la otra mano en el capó.
—Aquellos días han acabado, amigo mío. Nadie vive eternamente, ni siquiera los vampiros —bajó la mirada para mirar una vez más aquel cuerpo oscurecido por el humo y cerró el maletero—. Pero no te preocupes, querido Vincent. Tu hora aún no ha llegado. Aún nos queda un largo día por delante.
Maxwell Carpenter miró por la ventanilla de su asiento de primera clase del vuelo 961 de la compañía United con destino a Chicago y se preguntó cuánto tiempo le quedaba. Aunque el hecho de vengarse de Vincent Sforza le había imbuido una enorme cantidad de energía espiritual, cuando el vampiro estalló en una llama actínica poco después del crepúsculo, Carpenter sintió que se alejaba.
Para poder sujetarse al cuerpo que llevaba, había tenido que blandir con fuerza la navaja y centrarse en la conexión mística que tenía con el martillo del que había surgido su alias. Había encontrado aquella navaja en la época que pasó en el mundo espiritual y había decidido traerla consigo cuando regresó de la muerte. La navaja había sido imbuida de poderosas energías sobrenaturales. Era un artefacto de muerte que cabalgaba en la frontera que separaba el reino de los vivos del reino de los muertos. Carpenter recurría a ella para conseguir fuerza, pero su oscuridad era tan grande que existía el riesgo de que le apabullara, así que sólo canalizaba su energía cuando era absolutamente necesario.
El martillo era un ancla mucho más poderosa que le unía al reino vivo. Como era el objeto que le permitía sobrevivir en el mundo físico, en cuanto regresó de la tierra de los vivos lo buscó y lo llevó consigo allá donde iba. Siempre que lo tenía en sus manos, sentía algo muy próximo a la paz. Cuando descubrió la labor de los cazadores y otras fuerzas similares, consideró que tenía que guardarlos en un lugar seguro. Llevarlo consigo significaba que alguien podía destruirlo, y si eso sucedía, era muy probable que se rompiera su vínculo con el mundo físico. Pensó en depositarlo en una caja fuerte, pero descubrió un escondite mucho más seguro... y poético.
Tras exponerse a la tormenta psíquica de la muerte de Vincent Sforza, Carpenter estaba lleno de fuerza. Se había inyectado en vena la rabia y el dolor de décadas, y había recibido una descarga similar a la que sufrirías si sujetaras los cables eléctricos del El. A pesar de que todo su cuerpo se había recargado con el poder de la venganza, sus vínculos con el mundo físico se estaban rompiendo. Los colores se habían desvanecido y todo estaba cubierto por una pátina gris. Los sonidos tenían un eco metálico y, aunque aún podía sentir, no percibía sensaciones reales, sino una comprensión abstracta. Además, había perdido por completo el sentido del olfato y el gusto.
Carpenter nunca había pensado en lo que ocurriría después de que se hubiera vengado de todos los Sforza de Chicago... De hecho, parecía que, físicamente, era incapaz de imaginar cualquier cosa que pudiera suceder a continuación. Aunque la venganza era su única razón de ser, a medida que se iba acercando al momento en que culminaría su oscuro sueño, Carpenter se había dado cuenta de que había algo más. Con cada Sforza que mataba, tenía más claro que en su interior existía algo mucho más fuerte que su rabia, algo que lograba eclipsar su necesidad de venganza. A pesar de estar muerto, se sentía mucho más vivo de lo que lo había estado en años.
Lo único que Maxwell Carpenter deseaba, con mucha más fuerza de la que es posible concebir, era no volver a morir nunca.
TERCERA PARTE
RETIRANDO EL VELO
9
Poco después de abandonar el almacén de Maxwell Carpenter, Parker dijo a sus compañeros que tenían que regresar y acabar con el podrido.
—¡Está jugando con nosotros! —argumentó, volviéndose sobre su asiento para mirar a Thea, Romeo y Jake, que iban sentados en la parte posterior—. ¡Nos está intentando utilizar para algo!
Thea y Jake le pidieron a gritos a Parker que mantuviera los ojos en la carretera, antes de que los matara a todos.
—Estoy de acuerdo en que nos está utilizando —respondió Romeo—, pero es posible que lo que quiera que hagamos sea algo que nosotros haríamos de todas formas.
—¿Crees que ha sido honesto? —preguntó Dean.
—Estoy seguro de que no nos ha contado toda la verdad, pero sería un estúpido si hubiera intentando engañarnos. Estoy seguro de que, tal y como nos ha dicho, nos ha estado observando, así que sabe perfectamente qué somos capaces de hacer.
—Y eso significa que sabe que no dudaríamos en destruirle si descubriéramos que nos está tomando el pelo —afirmó Dean.
—De acuerdo —dijo Parker en tono burlón—. Me encantaría conectar a ese imbécil a un detector de mentiras y descubrir qué es lo que pretende.
—Eso no serviría de mucho —observó Jake.
—¿Por qué no?
—Bueno, si de verdad está muerto, supongo que su cuerpo carece de latidos de corazón y respuestas nerviosas, ¿no? Por mucho que mintiera, la máquina no podría detectarlo.
Parker abrió la boca, pero Thea lo interrumpió.
—Lamento desviar la conversación pero, ¿adonde vamos exactamente? —se encontraban en Halsted Street; el Toyota patinaba por las calles cubiertas de nieve sin dirigirse a ningún punto concreto.
—Hum, vamos al Stop n Go —respondió Parker animoso. Decidió prestar más atención a la conducción que a la discusión y, minutos después, ya habían llegado a su escondite.
Thea se apeó del vehículo con el resto de sus compañeros y caminó con pesadez sobre el manto de nieve del solar. Mientras Parker buscaba el candado de la tienda, contempló el atardecer y sintió que la locura de la situación le abrumaba. De repente, era demasiado.
—Mirad, a pesar de que me muero de ganas de pasar el rato en nuestro club y discutir hasta el amanecer sobre qué vamos a hacer con Carpenter, necesito irme de aquí.
Los cuatro hombres la miraron con expresiones que abarcaban desde curiosidad hasta preocupación.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Jake con cautela.
Ella rió, moviendo una mano para tranquilizarlos.
—No os preocupéis. No pretendo tirar mi insignia de cazadora, pero sé que si no me tomo un descanso, sólo seré capaz de gritar —Thea miró a su alrededor—. Además, creo que a vosotros cuatro tampoco os vendría nada mal un respiro. Sobre todo a ti, Romeo.
El asiático frunció el ceño, sintiéndose incómodo ante el súbito escrutinio de sus compañeros.
—Me encuentro perfectamente... pero puede que sea buena idea descansar.
—Estoy de acuerdo —añadió Dean—. Necesito... bueno, acabar ciertas cosas referentes al funeral de Wayne. Y la ceremonia de Carl es pasado mañana. Después de todo eso, me vendrían muy bien disponer de unos días libres para acabar de recuperarme.
Parker observó a los demás, con el rostro conmocionado por la sorpresa.
—¿Qué? ¿Vamos a tomarnos unas vacaciones mientras ese hijo de puta anda suelto?
—¿Es que eres incapaz de relajarte, Parker? —espetó Jake, sorprendiendo a sus compañeros con su vehemencia—. A raíz de lo mucho que nos estamos atacando entre nosotros últimamente, creo que es obvio que todos necesitamos descansar. Por lo que sé, no tenemos ninguna prueba de que Carpenter vaya a hacer algo diferente a lo que nos ha contado. No estoy diciendo que le crea, pero tampoco creo que sea una amenaza inmediata. Ha tenido la oportunidad de acabar con todos nosotros a su antojo, pero se ha limitado a pedirnos que nos reuniéramos para hablar. Para hablar, ¿de acuerdo? Así que vamos a tomarnos un par de días libres, descansaremos un poco y comprobaremos la historia de ese tipo antes de lincharlo.
Thea le dio unas palmaditas en la espalda.
—Buen plan, jefe. No parece que Carpenter vaya a correrse una juerga de asesinatos la próxima semana, ¿verdad?
Thea regresó a su apartamento en el El. La simple idea de poder pasar una velada sin hablar de monstruos y violencia fue como un tónico para sus nervios. En invierno oscurecía muy temprano en Chicago; ni siquiera eran las cinco, pero la oscuridad ya se había cernido sobre Wicker Park. Aunque no le apetecía intentar percibir cosas sobrenaturales, sabía que bastaba con ser negligente una sola vez para acabar muerta. El quitanieves había pasado por la calle hacía poco y sólo las huellas de neumáticos estropeaban el oscuro brillo invernal. Satisfecha en lo referente a su seguridad, abrió el portal.
Margie Woleski estaba tumbada en el sofá, con unos pantalones de deporte de la UIC y una vieja sudadera de White Socks. Estaba bebiendo sidra caliente y viendo el DVD de Mientras dormías.
—Es una bonita historia —dijo sin ningún preámbulo, cuando Thea abrió la puerta—, pero soy incapaz de tragarme la primera premisa.
—¿Qué consiga decir las palabras exactas para que la enfermera crea que es la prometida de Peter Gallager? —preguntó Thea mientras se agachaba para desatarse las botas mojadas y las dejaba junto a la puerta—. La verdad es que a mí me pareció que lo manejaban bastante bien.
—No, eso me ha gustado. Lo que no me trago es que quieran hacernos creer que una mujer como Sandra Bullock pueda tener algún problema para ligarse a alguien. ¡Mírala! —Margie la señaló con un dedo, ofendida y burlona—. Ojalá yo estuviera la mitad de guapa que ella cuando estoy en casa con un jersey normal y corriente, como ella.
—Seguro que lo estarías si estuvieras acompañada las veinticuatro horas del día por un entrenador personal y un maquillador profesional, querida.
Thea se dirigió a la cocina en calcetines y dejó caer el abrigo sobre un taburete. A continuación, se sirvió un vaso de sidra al que añadió un generoso chorro de aguardiente de manzana. Era agradable bromear con Margie, especialmente después de la intensidad de las últimas semanas, pero sabía que aquella conversación desenfadada no era habitual. Margie estaba en casa por la tarde, holgazaneando. Thea no le había visto hacer eso en varios meses, ni siquiera durante los fines de semana. Además, el brillo que emitía la voz de su compañera de piso denotaba que tenía algo en mente y que sólo estaba esperando a que llegara el momento adecuado para sacarlo a relucir. Thea podía hacerse una idea bastante buena de las intenciones de su amiga... pero si no estaba de humor para hablar de monstruos con sus colegas, aún lo estaba menos para hablar de aquel tema.
—No es que no me alegre de verte —dijo Thea, estremeciéndose de placer al beber un sorbo de sidra caliente— pero, ¿qué diablos estás haciendo aquí?
Margie rió, aunque no apartó los ojos de la pantalla mientras contestaba a su pregunta.
—La tormenta ha cortado la corriente del laboratorio y había algún problema con el generador de reserva. Estuve esperando un rato, deseando que lo arreglaran pronto para poder continuar con mi trabajo. Pero para el momento que lo consiguieron arreglar, ya estaba disfrutando de la sensación de no tener que trabajar por una vez, así que decidí esfumarme.
—¿Adónde va a ir a parar el mundo? ¡Primero decides tomarte la mayor parte del domingo libre y cuatro días después estás holgazaneando de nuevo! —Thea se dejó caer sobre el confidente y miró de reojo a su compañera—. ¡No me digas que he conseguido contagiarte mis malos hábitos!
—¡No! Soy tan pura como la nieve que cae. Ya sabes que algún día me canonizarán —Margie movió una mano—. Lo único que sucede es que creo que la pausa que hice el domingo no fue suficiente para mi cerebro.
—Te creo; sé lo que se siente —dijo Thea, antes de que Margie pudiera sacar el tema de los extraños hombres del salón—. Ya que las dos estamos aquí, ¿qué tal si convertimos esta velada en una noche de juerga por la ciudad?
Durante un segundo, Margie pareció desconcertada, pero instantes después, sus ojos se iluminaron.
—¡Te diría que suena genial! Los jueves por la noche hay mucha marcha en Rush Street.
—Sí, y apuesto a que hay un montón de tíos sueltos. Con síndrome de ansiedad, después de la tormenta.
—¿Crees que puedes coger el síndrome de ansiedad en un día? —preguntó Margie.
—Espero que sí —respondió Thea con una sonrisa traviesa—. ¡Porque me siento juguetona!
La sugerencia desvió con éxito cualquier conversación seria que hubiese querido tener Margie. Al principio Thea se sintió mal, pues su amiga merecía algunas respuestas, pero ambas estaban tan emocionadas por saber que iban a salir de copas por primera vez en varios meses que, de momento, todos los demás temas quedaron en el olvidado. Lo primero que hicieron fue dar ideas sobre lo que podían preparar para cenar, pero tuvieron que descartar la idea de ponerse a cocinar debido a que sus opciones culinarias se limitaban a Cocina Sin Grasas, sopa y queso derretido. Decidieron solucionar el tema con una llamada al restaurante chino y, entonces, se centraron durante una hora y media en examinar sus armarios y darse, a gritos, sugerencias sobre lo que podían ponerse aquella noche. Después de comer Kung Pao y regarlo con un poco de vino tinto que Margie había encontrado en el cajón de verdura de la nevera, hicieron turnos para desordenar el baño. Thea ganó al piedra, papel y tijera y fue la primera en entrar, dejando a su paso un campo minado de toallas húmedas y productos de cosmética.
Para aquella noche decidieron recurrir a la artillería pesada. Aunque se encontraran en pleno invierno, la moda siempre se imponía cuando se trataba de salir de copas. Además, no tenían intenciones de pasar la noche paseando por la nieve, sino de sudar sin parar en la pista de baile.
Thea se puso una camiseta ceñida y una minúscula falda. La camiseta le marcaba el pecho y era lo bastante corta como para revelar parte del tatuaje que asomaba sobre la cintura de la falda, mientras que los tirantes acentuaban sus atléticos hombros y dejaban entrever el tatuaje que llevaba en el omoplato derecho. La falda era una resbaladiza imitación de piel de serpiente en brillante color esmeralda que acentuaba sus impresionantes ojos y no representaba ninguna amenaza para sus rodillas. Como no le gustaban las joyas, sólo se puso su reloj de acero inoxidable. Complementó el conjunto con unas sandalias de tiras, un bolsito a juego y chaqueta negra de vinilo. Al ponerse aquellos zapatos tan poco prácticos para andar por la nieve de Chicago, sabía que estaba pidiendo a gritos una neumonía, pero se sentía rebelde.
Contrastando con el aspecto atlético de Thea, Margie decidió marcar sus curvas. En un principio se había puesto un conjunto de color rojo fuego que acentuaba aún más sus carnosos y colorados labios. Tras mirarse mutuamente, estuvieron de acuerdo en que, al ir vestidas una de verde y otra de rojo, parecerían adornos de Navidad andantes, así que volvieron a jugar al piedra, papel y tijera para decidir quién se cambiaría de ropa. Thea volvió a ganar y Margie optó por el negro tradicional: un top de tirantes muy finos y una falda negra, complementados con zapatos negros de tacón y un bolso de cuero negro. Gracias a sus carnosos labios, al desorden perfecto de su corto cabello rubio y al saludable pero juicioso rizo de pestañas, Margie había abandonado su aspecto sano y estaba espectacular.
—¡Joder, Margie! —exclamó Thea cuando su compañera de piso apareció en el comedor, con su abrigo ribeteado de cuero en la mano—. ¡Parece que la falda esté a punto de estallar!
Margie se miró, sintiéndose mortificada.
—¿Es demasiado estrecha?
Thea rió mientras acababa de ponerse el colgante del delfín con el que había conseguido algunos éxitos en sus salidas anteriores.
—¡No, no! Claro que se aferra con firmeza a tu cuerpo, pero a los chicos les encantará.
—¿Estás segura? Creo que estaba más delgada cuando me la compré.
—Confía en mí, cariño. Tienes un aspecto espectacular, a lo Marilyn Monroe.
—¿Estás diciendo que parezco gorda? —dijo Margie, frunciéndole el ceño a su amiga. Dio media vuelta y regresó a su habitación—. ¡Voy a cambiarme!
Thea le cogió por el brazo, sin dejar de reír.
—¡Pareces Marilyn en delgado, Margie! —se oyó un bocinazo en el exterior—. Además, el taxi ya está aquí. Estás impresionante. ¡Vamos a jugar con los chicos!
Aunque seguía dudando, Margie dejó que Thea le llevara a rastras hasta el taxi que les esperaba en la calle.
Todavía era temprano cuando Thea y Margie llegaron a Rush Street, de modo que, para hacer tiempo, decidieron entrar en el Starbuck, situado entre las calles Rush y Oak. Mientras calentaban el cuerpo con café y la cafeína les iba animando, estuvieron inventando historias sobre las personas que pasaban por delante del bar. Cuando la masa nocturna empezó a hacerse más densa, las mujeres abandonaron sus tazas y se pusieron en marcha hacia los pubs.
Thea había disfrutado de la relajada salida que habían realizado el domingo anterior y, aunque esta noche era similar, tenía ganas de desmelenarse. Aún le quedaba un montón de tensión interna por liberar... y beber y bailar era la medicina que le había recetado el doctor. La verdad era que, tal y como se sentía en aquellos momentos, estaba segura de que lo único que lograría acabar con su estrés era el sexo. Aunque no solía tener relaciones amorosas fortuitas, sabía que, en aquellos momentos, un buen polvo haría maravillas. ¡Qué cojones! ¡Incluso un mal polvo!, pensó, mientras se le escapaba una carcajada.
—¿De qué te ríes? —preguntó Margie, gritando para hacerse oír sobre la música mientras se abrían paso a codazos por un lugar llamado Flashpoint.
—Sólo estaba pensando en lo que diría mi madre si me viera aquí —respondió Thea, mirando a su alrededor en busca de la barra.
—¿Crees que ella sería la única sorprendida si os encontrarais en un lugar como éste?
Era bastante temprano pero, aunque aún faltaba una hora para medianoche, había un montón de gente. Al parecer, eran muchas las personas que habían decidido salir a celebrar el fin de la ventisca. Thea y Margie decidieron quedarse en una esquina de la barra un rato, disfrutando de la bebida y del grupo que tocaba en directo sobre un escenario del tamaño de una postal. Thea sentía la necesidad de bailar, pero la pista del Flashpoint era aún más pequeña que el escenario. Como Margie ya estaba lista para moverse, decidieron salir a la calle y entrar en una discoteca, situada a unas puertas de distancia, que se llamaba igual que la calle en la que se encontraban. Había abierto sus puertas el año anterior, pero no habían entrado nunca. Como aquel lugar era frecuentado por personas que tenían un estilo de vida alternativo, las dos amigas pasaron por pareja. No les importó, puesto que estaban mucho más interesadas por las melodías bailables que estaba pinchando el DJ. Thea se desmelenó durante casi una hora, bailando una remezcla que incluía temas viejos y nuevos de Madonna, Keoki, Depeche Mode y otros. Margie se unía a ella de vez en cuando, puesto que se lo pasaba igual de bien sentada y observando bailar a la gente, que moviéndose en la pista.
Por fin, cuando el DJ decidió pinchar un terrible y extraño popurrí de Bangles, Tricky y Pólice, Thea se dejó caer junto a Margie en la barra. Mientras bebía su tercer vaso de agua (el camarero le había lanzado una mirada que decía: "la próxima vez que pidas algo, más te vale que lleve alcohol"), observó a la multitud. Era un despliegue de gente guapa. Había mujeres de todo tipo, desde tiernas seductoras hasta marimachos; en cambio, todos los hombres eran espectaculares. Aunque sabía que estaba sucumbiendo a un estereotipo, tenía la impresión de que los chicos convencionales no prestaban tanta atención a su aspecto físico como los homosexuales. Thea decidió ignorar los estereotipos y buscar a un heterosexual que tuviera el aspecto apropiado. Pero en este lugar no voy a tener demasiada suerte. Aunque el DJ había decidido poner algo más bailable, Thea tenía ganas de salir de allí. Si sólo quisiera pasar la noche bailando, le habría encantado quedarse... pero la parte más rebelde de su ser quería algo más.
Al volverse hacia Margie para preguntarle si le apetecía ir a otra de las discotecas de aquella misma calle, le pareció ver a Romeo Zheng unos instantes. ¿Era posible que hubiese salido a divertirse por una vez en su vida? Como era muy extraño que estuviese en ese lugar, a no ser que estuviera explorando su lado femenino, se preguntó si le estaría siguiendo por alguna razón. Cuando volvió a mirar a su alrededor, no había ni rastro de él... ni de Romeo ni de ningún hombre asiático con el que pudiera haberle confundido en una oscura discoteca a diez metros de distancia. Tuvo tentaciones de utilizar su sexto sentido para reconocer el lugar. No, es hora de divertirse. Esta noche, los monstruos no existen.
De todas formas, se llevó la mano al bolso y comprobó su teléfono móvil por si alguien del equipo le había dejado algún mensaje. Nada.
En aquel momento, Margie le tocó la espalda.
—¿Estás lista para ir a otro sitio?
—Sí. ¡Probemos el Blue Velvet! —gritó Thea en respuesta. Se retiró el cabello de la nuca y se pasó un cubito de hielo por la piel, para intentar refrescarse un poco y no sentir con tanta fuerza el contraste del gélido aire de febrero al salir del local.
Durante la última hora se había levantado un desagradable viento que les congeló las piernas cuando recorrieron, a toda prisa, las dos manzanas que separaban el 981 de Rush Street del Blue Velvet. Como ambas mujeres eran atractivas, no tuvieron que esperar demasiado bajo aquel frío desgarrador a que el portero les indicara por señas que podían pasar. Aquella discoteca existía desde que Thea tenía uso de razón, aunque cada pocos años cambiaban su decoración para adaptarla a las últimas tendencias. A pesar de que había otros locales con más carácter y bebidas más baratas, en el Blue Velvet solían pinchar buena música y había una pista de baile enorme. Además, como atraía a un público moderno con un nivel adquisitivo entre moderado y pudiente, era el lugar idóneo para conocer a un tío teniendo unas expectativas razonables de que no fuera un perfecto asqueroso... y si lo era, que al menos estuviera forrado.
Thea no solía ser frívola, pero aquella noche estaba decidida a dejarse tentar. Además, en cuanto entraron en la discoteca, descubrió que era el lugar idóneo para sus propósitos. El Blue Velvet estaba lleno a reventar. Más de doscientas personas hormigueaban por las cuatro barras y se empujaban en la pista.
A Thea se le empezaron a mover los pies al oír la remezcla de ABBA que estaba pinchando el DJ, así que arrastró a Margie hasta una esquina de la pista y empezó a moverse al ritmo de la música. Cuando Britney Spears y Goldie fueron remezcladas hasta el olvido, ambas decidieron escapar hacia una de las barras. En lugares como éste, incluso las mujeres jorobadas y con dos cabezas conseguían que los hombres les invitaran a una copa, de modo que ninguna de las dos se sorprendió cuando se abalanzaron sobre ellas un par de tíos que iban a por eso. Thea les dio una oportunidad, pero se parecían demasiado a Parker (eran dos tipos grandes, con pinta de granjeros, que sólo se habían quitado por un día el mono de trabajo y el sombrero de paja). Con una camisa bonita y un corte de pelo caro sólo se puede llegar hasta cierto punto con una chica, así que poco después ambos se dieron cuenta de que no iban a conseguir nada y decidieron moverse. Sin sentirse heridos y sin rencores.
Las dos amigas pasaron la siguiente hora siguiendo variaciones similares: bailar, tomar una copa, hablar con algún chico, repetir. Margie estaba arrasando, pues proyectaba la combinación adecuada de sexualidad y persona sana que atraía tanto a los hombres como los Reyes Magos a los niños. El sensual aspecto atlético de Thea también era objetivo de diversas miradas y, si a eso le añadían el contraste físico que presentaban entre sí (la sinuosidad del cuerpo de Margie y la belleza morena de Thea), se puede decir que, durante toda la noche, ambas disfrutaron de bebidas y conversaciones en abundancia. A pesar de todo, Thea no encontró a nadie que le despertara la libido, así que decidió dar por finalizada la búsqueda y bailar hasta la extenuación.
Un rato después, le llamó la atención una figura que bailaba en las proximidades. Descubrió, con sorpresa, que se trataba de su ex, Archie. No le había visto desde el pasado otoño, cuando cortaron. Aquel acontecimiento había sido relativamente insignificante, sobre todo porque ambos habían estado tan ocupados durante las semanas anteriores que habían conseguido establecer cierta distancia emocional entre ellos. Pero no por ello resultó sencillo tomar aquella decisión. Thea se había permitido algunos lloros apasionados y Archie había sido condescendientemente analítico. Lo peor de todo fue que, en realidad, no había ningún problema entre ellos, aparte de un severo caso de incompatibilidad horaria. La carrera de DJ de Archie empezaba a despegar y estaba teniendo mucho éxito con sus recopilaciones de etiqueta blanca. Por su parte, Thea se estaba adaptando al descubrimiento de las criaturas que acechan en los márgenes de la sociedad. A pesar de la atracción que sentían y de sus intereses compartidos, no tenían tiempo ni recursos emocionales que consagrar a una relación seria, así que antes de permitir que se desvaneciera aquella atracción, habían decidido dejarlo. Thea había continuado su vida, pero aún no le había olvidado.
Al ver a Archie bailando, perdido en la música, se ruborizó. Desde el momento en que se conocieron, ambos habían sentido una atracción visceral, animal, por el otro. Ella seguía sintiéndola. ¿Por qué no iba a ser así? Archie era un tipo atractivo que apenas tenía la edad necesaria para beber alcohol cuando se conocieron. Era alto y fuerte y se movía de una forma grácil, casi animal. Incluso en invierno, su tez presentaba un suave tono cobrizo que revelaba su legado indio. Su cabello era moreno oscuro y lo llevaba muy corto, aunque dejaba entrever los pequeños rizos que había heredado de algún linaje indeterminado. Iba vestido con una camiseta blanca y ceñida, que acentuaba todos los músculos de su fibroso abdomen y dejaba a la vista el elaborado tatuaje que recorría su brazo derecho, y unos vaqueros anchos de color plata brillante. Los zapatos imposiblemente caros que llevaba y el gorro rivalizaban entre sí, en un intento de demostrar cuál de ellos presentaba un colorido más extravagante. Su ceja izquierda había sido perforada por tres aros pequeños, que hacían juego con la cadena de oro que rodeaba su cuello. Todos y cada uno de sus movimientos eran masculinos, poderosos y carecían de timidez y pretensión.
Archie miró a su alrededor cuando el Dubtribe dio paso al Rap y, al instante, advirtió la mirada de Thea. En su rostro se dibujó una expresión vacilante que acabó convirtiéndose en una de sorpresa, acompañada de una sonrisa mercurial. Instantes después, estaba bailando a su lado. Sus movimientos se complementaban sin ningún esfuerzo. Thea se entregó por completo a la electricidad que centelleaba entre los dos, abandonándose a la calidez que florecía en sus caderas.
Bailaron durante un tiempo indefinido, adaptándose a los cambios de música con la misma facilidad con la que se movían juntos. Thea miraba extasiada sus ojos, que eran tan marrones que parecían negros. Él la miraba con idéntica pasión, tan absorto en sus movimientos que parecía estar perdido en los recuerdos. Thea advirtió, distraída, que se habían ido desplazando hasta una esquina de la pista y que ahora se estaban acariciando en la oscuridad de la pared. Se abrazaron, sin dejar de moverse, bailando en armonía. Thea jadeó al sentir el calor que irradiaba la piel de Archie y, en respuesta, su cuerpo también aumentó de temperatura. Con la misma naturalidad con la que respiraba, la mano izquierda de Archie rodeó la espalda de Thea y la derecha se posó en la curva de sus caderas, al mismo tiempo que las manos de Thea acariciaban sus hombros y recorrían lentamente su pecho y sus brazos en suave contrapunto con el movimiento de sus caderas. Como Archie medía lo mismo que ella, su rostro se movía junto al suyo, dejando un minúsculo espacio entre los dos. La nariz de Thea percibía el agridulce olor a alcohol de su aliento y el almizcle de su sudor, penetrante pero no desagradable. Entonces, los ojos de Archie se convirtieron en dos enormes piscinas oscuras en las que ella se dejó caer, sin oponer resistencia.
Cuando sus narices se rozaron, el ligero contacto completó el circuito y Thea lo besó. Jadeos de placer escapaban de su boca mientras su lengua, hambrienta, buscaba la de él y le acariciaba sus suaves y sudorosas mejillas. Sentía que Archie la acercaba más a él con su fuerte mano izquierda a la vez que le acariciaba la barbilla con la derecha. Sus cuerpos se unieron con apremio, su pasión se convirtió en frenesí. Thea sintió un delicioso vacío en el cuerpo y sus músculos se tensaron, intentando contener el sentimiento que la inundaba. En aquel momento, una estrella estalló detrás de sus ojos y todo su cuerpo se estremeció.
Thea jadeó, tanto de sorpresa como de placer. Se separó de Archie, parpadeando rápidamente en un intento de recuperar el control. Su respiración era entrecortada y los sonidos parecían llegar desde muy lejos. Advirtió que seguía abrazada a él. Probablemente me habría caído al suelo si no estuviera sujetándome, fue el primer pensamiento coherente que tuvo en todo ese tiempo. Una parte de su ser se sentía avergonzada por haberse permitido aquel irreflexivo abandono, pero el resto seguía intentando restablecer el control de su sistema.
Al advertir que Archie continuaba mirándola, centró toda su atención en su rostro, que se encontraba a escasos milímetros. Él le devolvió la mirada, con una expresión de perplejidad y preocupación. Thea le sonrió y movió los ojos, a la vez que le daba unos golpecitos juguetones en el pecho. Archie también sonrió y, cuando sus pensativos rasgos adoptaron una expresión traviesa, Thea sintió que le volvían a fallar las piernas.
—Bueno Archie, ¿qué tal va todo?
Sus blancos dientes brillaron.
—Bastante bien. ¿Y tú?
Thea se encogió de hombros y movió la cabeza.
—No puedo quejarme —se miraron el uno al otro. Thea decidió ir directa al grano—. Supongo que te has dado cuenta de que vas a venirte conmigo, ¿verdad?
Él soltó una saludable carcajada que no tenía indicios de presunción ni de reticencia.
—Adelante, señorita.
Ella lo guió entre la multitud, dirigiéndose hacia el lugar en el que había dejado a Margie. Thea recordaba que su amiga se llevaba bien con él, así que no le dedicaría ninguna mirada áspera ni le haría sentir mal por llevárselo a casa. De todas formas, estaba segura de que le haría alguna pregunta como: ¿Habéis vuelto a salir juntos? ¿Qué hay de aquellos "amigos" tuyos de la otra noche?, etc. Pero en esos momentos no tenía ninguna intención de preocuparse por el futuro; en el presente estaba todo cuanto quería.
Al llegar a la mesa descubrieron que Margie no estaba allí. Normalmente se buscaban antes de ir a bailar, a buscar una copa o al lavabo, para no perderse entre la multitud. Además, su compañera de piso era tan responsable, incluso tan comedida, que no era propio de ella que hubiera abandonado la mesa (y una bebida entera) sin antes haberle hecho alguna señal a Thea.
Sintió una oleada de preocupación, pero intentó sacársela de la cabeza. No tenía por qué haberle sucedido nada malo. Como los camareros no habían retirado los vasos ni nadie había ocupado sus asientos, Thea supuso que su amiga acababa de levantarse. Mirando a su alrededor, alcanzó a ver el corto cabello rubio de Margie entre la multitud... aunque no estaba dirigiéndose exactamente al lavabo. En aquel momento, la gente se apartó ligeramente y pudo ver que estaba siguiendo a un tipo alto y corpulento. Supongo que no soy la única que ha ligado. No parecía que estuvieran dirigiéndose a la barra. ¿Estarían yendo a la salida? Aunque, en ocasiones, Margie bebía demasiado, nunca se había ido con un desconocido... ni se había marchado sin antes decírselo a la persona con la que había salido. Eso era descortés, y la conducta social de Margie siempre era educada, incluso cuando estaba borracha como una cuba.
Bueno, los alcanzaría para saber qué estaba pasando.
—Vamos a intentar alcanzar a Margie —dijo gritando a Archie.
Él asintió y le cogió de la mano con fuerza. Thea se abrió paso entre la multitud y avanzaron hacia la puerta serpenteando entre la gente.
Margie estaba de espaldas, encogida en su abrigo. El chico que estaba con ella se giraba con frecuencia para observar a la multitud. En una de esas ocasiones miró a Thea, pero no le prestó atención hasta que ésta alcanzó a Margie y la cogió por los hombros.
—Oye, señorita M, ¿qué estás haciendo?
Margie observó distraída a su compañera de piso. Thea avanzó un paso más, preocupada por la mirada vidriosa de su amiga. Debía estar completamente borracha... ¿o acaso drogada? ¿Cómo se llama aquella jodida droga que te meten en la bebida cuando quieren acostarse contigo? ¿Rohipnal? Sí, algo así. Fuera lo que fuera, Thea no iba a permitir que su amiga se fuera con un extraño en aquellas condiciones.
—¿Margie, estás bien? ¿Quién es este chico? —miró con ojos acusadores a su acompañante, que sonrió con placidez.
—Oh, Thea —respondió Margie—. Estábamos a punto de irnos. Marcharnos.
—Sí, de eso ya me he dado cuenta. Pero no creo que estés en condiciones de ir a ningún sitio, cariño.
—Oye, ella está bien —dijo el tipo, mientras su sonrisa se iba haciendo impertinente—. ¿Quién eres? ¿Su madre?
Sintió que Archie se acercaba un poco más.
—Tranquila, Thea —le dijo al oído—. Lo he visto varias veces por aquí. Es algo presuntuoso, pero creo que es buen tío. Déjame hablar con él.
Thea miró a Archie con el ceño fruncido, pero accedió. No tenía ninguna necesidad de que un caballero con brillante armadura acudiera en su socorro, pero, probablemente, era mejor dejar aquella discusión a los hombres. No le gustaba nada aquel tipo y sabía que faltaban menos de diez segundos para que le quitara aquella presuntuosa sonrisa de la boca. Decidió hablar en voz baja con Margie (o en voz tan baja como le permitía el atronador sonido de la discoteca), intentando que se centrara.
Archie avanzó y movió las manos como diciendo: "Vamos a ser todos amigos, ¿de acuerdo?".
—Oye, muchacho. Parece que la chica ha bebido demasiado... y eso significa que tendréis que dejarlo para otra ocasión. Pero el mar está lleno de peces, ¿no? —esbozó su sonrisa más encantadora, como un hombre de mundo hablando con otro.
Thea estaba tan preocupada por su amiga que apenas oyó la conversación. De reojo, vio que el desconocido miraba a Archie con una expresión (y el conjunto de su porte) que prometía una inmensa violencia.
—Cierra el pico —dijo— y llévate a tu chica.
Sólo fue un instante, pero el rostro de Archie palideció. Sobresaltado, retrocedió un par de pasos.
Thea vio que el extraño la observaba fijamente. Su sonrisa se había convertido en una mueca cruel. Sintió un arrebato de miedo y deseos de escapar... de dejar que hiciera lo que quisiera con Margie, siempre y cuando a ella le dejara en paz. Al darse cuenta de que no era la primera vez que sentía aquello, descubrió que Margie no estaba borracha ni drogada.
Intentando ignorar el miedo que sentía, mientras su instinto le obligaba a retroceder, Thea decidió utilizar su segunda visión. Aunque físicamente no presentaba ninguna diferencia, aquel extraño poseía algo brutal e inmenso que implicaba una fuerza que estaba desproporcionada con su corpulento físico. Al instante, su miedo se desvaneció y fue suplantado por una sensación de peligro inmediato. Sorpresa, sorpresa.
Sintió que Archie le tiraba del brazo, intentando alejarla de allí. El extraño ya se había olvidado de ella y estaba llevando a Margie hacia la puerta. Thea apartó la mano de Archie y ni siquiera se dio cuenta de que su amigo seguía retrocediendo sin ella. Se abalanzó sobre el desconocido y lo cogió del brazo. Los músculos que había bajo su camisa negra eran tan duros como rocas, y estaban insólitamente fríos.
—Aparta tus jodidas manos de ella —espetó, mientras el extraño se giraba.
—¿Disculpa? —dijo él, observándola con imperceptible sorpresa.
—He dicho que la dejes en paz —repitió Thea, levantando bien la mandíbula, con hostilidad, para ocultar el miedo que sentía... que en esta ocasión se trataba de un sentimiento natural, debido a la preocupación que tenía por la seguridad de su amiga—. Sé qué eres, hijo de puta. Te estoy dando una oportunidad para que te vayas de aquí sin un sólo rasguño.
El vampiro frunció el ceño levemente, pero no parecía preocupado.
—Si sabes qué es lo que más te conviene, vete con tu novio y déjame en paz.
Aunque hacía sólo un minuto Thea desprendía lujuria por todos los poros de su cuerpo, la rabia que sentía por aquella criatura y el miedo que tenía por su amiga le habían obligado a regresar a la realidad. Al haber pasado de un extremo emocional a otro con tanta rapidez, le costaba pensar con claridad. Estaba lista para hacer todo lo que fuera necesario para que aquel monstruo se alejara de Margie, aunque eso significara atacarlo delante de todos los presentes.
Entonces apareció Romeo Zheng que, con toda la sangre fría del mundo, se enfrentó a un monstruo que medía el doble que él.
—Te ha dado una oportunidad —dijo, empujando con fuerza al extraño por el pecho—. Te sugiero que aceptes.
El vampiro les observó, con una expresión de consternación en el rostro.
—¿Tenéis alguna idea de dónde os estáis metiendo? —señaló con la cabeza la salida—. Sólo os lo voy a decir una vez. Tenéis una oportunidad para escapar.
Thea vio que los porteros se estaban acercando hacia ellos, aunque al vampiro no pareció inquietarle su proximidad. La sólida presencia de Romeo le ayudó a controlarse. Aquel no era el lugar ni el momento de atacar a un vampiro. Había demasiados curiosos... y no sabían cuántos amigos podía tener aquella criatura entre la multitud.
—Trato hecho, perverso —respondió, cogiendo a Margie e indicando a Romeo que la siguiera—. Pero nos la llevamos. Y no creas que nos quedaremos de brazos cruzados si intentas algo.
Salieron rápidamente de la discoteca, deteniéndose sólo el tiempo que tardó Thea en recoger su abrigo del guardarropa. Se sentía fatal por abandonar a Archie. Al mirar hacia atrás, vio que estaba pálido junto a la barra. Le hizo un gesto afirmativo con la cabeza y sonrió con indecisión mientras le indicaba por gestos que saliera. Por parte del vampiro, parecía haberse olvidado por completo de él. Seguía observándolos, con sus fuertes brazos cruzados sobre el pecho. Flanqueado por un par de porteros, parecía un guerrero victorioso que observaba la huida de sus enemigos. Y Thea tuvo que reconocer que eso era lo que estaban haciendo.
—Consíguenos un taxi —le dijo a Romeo, mientras guiaba a Margie por la fría noche. Como en aquella zona solían pasar muchos taxis a aquellas horas, escasos minutos después ya estaban dirigiéndose a Wicker Park. Durante el trayecto, Thea estuvo hablando con dulzura a su amiga y frotándole la cara y las manos para hacerle entrar en calor. Poco después, Margie empezó a moverse y sus ojos se enfocaron; sin embargo, durante aquellos cinco minutos eternos que tardó en reaccionar, Thea estuvo terriblemente asustada.
—¡Oh, Dios! —dijo Margie por fin, con un hilillo de voz—. Creo que he bebido demasiado.
Gracias a estar achispada y sufrir los efectos secundarios de una extraña hipnosis, Margie se metió en la cama sin montar ningún escándalo. Thea se dirigió al salón y miró a Romeo.
—¿Qué diablos estabas haciendo allí? Y no me digas que sólo habías ido a tomar una copa.
Los rasgos de Romeo, normalmente estoicos, se sonrojaron.
—No, no estaba... Estaba... —vaciló como un niño en el despacho del director—. El oculto, Carpenter, parece sentir un gran interés por ti. Estaba preocupado por ti... por tu seguridad.
Thea estaba a punto de gritarle, pero se dio cuenta de lo cerca que habían estado. Si se hubiera demorado un poco más con Archie y Romeo no hubiese estado allí... Dilo. Margie estaría muerta. La emoción acabó imponiéndose. Thea sintió un extraño zumbido en la cabeza y advirtió que le costaba centrarse en lo que le rodeaba. Entonces, un sorprendido sollozo escapó por su boca. Apoyada en el mostrador de la cocina, Thea enterró la cara entre sus manos y lloró.
Romeo estaba asombrado, pero se acercó a ella y levantó una mano para darle unas cautelosas palmaditas en la espalda.
—No... Todo... todo irá bien —dijo con torpeza—. Has hecho lo correcto. Era un vampiro. Pude verlo. De hecho —esbozó un amago de sonrisa—, lo he marcado. Le seguiremos la pista y nos aseguraremos de que no hace daño a nadie más.
Thea asintió, murmurando "lo siento" sin apartarse las manos de la cara. En un intento de recuperar la compostura, añadió:
—Tenía mucho miedo por Margie. Es mi mejor amiga. Si le pasara algo... —Las lágrimas regresaron. Los sollozos atormentaban su cuerpo, pero las tímidas palmaditas de Romeo no lograban consolarla.
Un minuto después, Thea consiguió controlarse en cierta medida.
—Debo parecerte un bicho raro. Siempre estoy intentando demostrar que soy fuerte... y ahora no soy más que un manojo de nervios —levantó la cabeza, secándose la nariz con el dorso de la mano—. Y encima estoy hecha un desastre, con toda la cara sucia.
Cogió el trapo que había sobre el mostrador, pero la mano de Romeo, sorprendentemente tierna, se adelantó y secó las lágrimas que resbalaban por los lados de su cara.
—Eres preciosa —dijo, con voz entrecortada—. Siempre lo he pensado.
Thea miró a Romeo Zheng y, por primera vez en su vida, pudo verlo sin aquella máscara con la que ocultaba sus emociones. ¡Oh! Esto es una idea pésima, pensó, a pesar de devolverle, con pasión, su repentino beso.
Thea enterró la cara en la almohada mientras la confusión jugaba al rugby con sus emociones. No podía creerse lo zorra que era: primero se había estado restregando con su exnovio en la discoteca y después se había tirado a un tipo que tenía graves tendencias paranoicas.
Al menos, el sexo había estado bien. Mejor que bien. Había sido increíble. Alucinante. Probablemente, había despertado a todo el edificio con sus gritos. ¡Romeo tenía una tremenda energía! Thea suponía que Archie le había estado preparando bastante bien y que el encuentro con el fornido perverso había acabado de ponerla a tono. ¡Joder! ¿No puedes dejar nunca de analizado todo? Thea se pegó una bofetada mental, pero aquello no impidió que su cabeza siguiera dando vueltas a ese tema.
No podía ignorar la situación. Si fuera Archie el que estuviese en su cama a la mañana siguiente, prepararía café y hablarían un poco. Hubiera bastado con un sencillo: "Me alegro de volver a verte; ya te llamaré". O, si la chispa hubiese sido lo bastante grande, puede que hubiesen tanteado la posibilidad de volver a estar juntos.
Pero no sería Archie Gerritt. Se había tirado a Samuel Zheng y la prueba estaba justo a sus espaldas, ocupando la otra mitad de la cama y respirando de forma sosegada y regular. Thea se estremeció. La idea de que Romeo estuviese en su cama le encantaba y le incomodaba en la misma medida.
Había hecho bien en hacerle creer que no sería más que sexo, sin ataduras y sin problemas. Sin embargo, por muy dura que fuera, Thea seguía siendo una mujer y su sistema emocional difería de su peculiar constitución física. Siempre que se acostaba con alguien sentía cierto nivel de implicación sentimental; incluso cuando no sabía nada de la otra persona, antes de hacer nada tenía que sentir que le gustaba. Romeo le resultaba atractivo e interesante, pero hasta ahora, su relación se había centrado exclusivamente en la violencia y la clandestinidad... y por supuesto, no eran los puntos más apropiados para asentar las bases de una relación romántica. Además, sabía que a ninguno de los dos les resultaría sencillo encogerse de hombros y dar por sentado que no había sido más que un desliz.
Deseó que la pasada noche no hubiera sido más que eso. Que había ocurrido y que ya estaba hecho. Punto. Pero era consciente de que las interacciones que había entre los miembros del equipo eran delicadas, sobretodo durante la última semana, con todas las situaciones traumáticas que habían vivido. Ella y Romeo podían repetir hasta la saciedad que aquello no significaba nada y que su relación no había cambiado en nada, pero ambos sabían que era mentira. Aunque no hubiera ninguna implicación emocional (y Thea tenía que admitir que por su parte la había), aquella noche había hecho que cambiaran las normas de su relación. No era tan ingenua como para pensar que les estaba aguardando un futuro en pareja, porque Romeo estaba demasiado chiflado para que eso fuera posible, pero sus sentimientos hacia él eran muy fuertes. Eran unos sentimientos que antes había podido mantener escondidos, pero sabía que eso ya no sería posible.
Por otra parte, estaba el resto del equipo. Si se enteraban, aquello se convertiría en un circo. A pesar de que no tenía ninguna intención de contarles lo sucedido, sabía que no tardarían demasiado en darse cuenta. Thea dejó escapar un gruñido de frustración a través de la almohada.
—¿Estás bien? —preguntó Romeo, en voz baja.
Su respiración no había variado ni le había visto cambiar de postura. De todas formas, no le sorprendería que llevara despierto tanto tiempo como ella, reflexionando sobre aquellas mismas cosas con el pequeño y misterioso cerebro que había en su cabeza. Deseó que no estuviera de humor para tener La Conversación en aquellos momentos. Después de todo lo que había sucedido, no estaba preparada para hablar. Necesitaba más tiempo. De todas formas, tendrían que decirse algo.
Giró sobre su espalda, suspirando con fuerza.
—Estoy bien. Sólo que esta situación es muy extraña, ¿no crees?
El vello de la barba de Romeo rascó la almohada al asentir. Thea imaginaba que estaba acostado sobre un costado, mirándola bajo la suave luz de la mañana que entraba a través de las cortinas, pero prefirió mantener la mirada en el techo, mientras sus dedos acariciaban, sin darse cuenta, la sábana.
—Yo... No lo había planeado —dijo por fin Romeo.
—Yo tampoco —dijo con una sonrisa—. Pero ya no hay forma de deshacerlo, ¿no?
Otra pausa. Entonces, su voz adoptó un tono neutral.
—¿Te gustaría que así fuera?
Ella volvió a suspirar, frotándose los ojos con la mano.
—Joder, Romeo. No lo sé. Son demasiadas cosas que asumir de repente, ¿sabes?
—Sí, te entiendo —la cama se movió cuando cambió de postura y se sentó para mirar hacia la ventana—. Tengo que irme. El funeral del amigo de Dean es hoy.
—¿Vas a ir? —abrió un poco los ojos y vio la firme espalda de Romeo. Estaba llena de cicatrices, arañazos y heridas de Dios sabía qué. Por la noche, las había sentido con sus dedos (de hecho, no sólo en la espalda, sino por la mayor parte de su cuerpo), pero la pasión del momento le había impedido prestarles demasiada atención. Otro misterio que añadir al expediente de Romeo.
Él se encogió de hombros.
—No lo sé. Me siento responsable de... Creo que Dean se sentirá más reconfortado.
¿Te sientes responsable? Mierda. Entonces, imagina cómo me siento yo. Thea sabía que su sentido de la culpabilidad no debía ser nada comparado con lo que tenía que sentir Dean. A pesar de lo bien que había soportado todo aquello, Dean seguía siendo un ser humano.
—Sí, creo que tienes razón. Creo que deberíamos hablar, pero no creo éste sea el momento más apropiado.
Vio que movía la cabeza, asintiendo. Entonces, Romeo se levantó y se vistió con rapidez, pero no porque tuviera prisa por salir de allí, sino porque siempre lo hacía todo con movimientos rápidos, económicos. En cuanto estuvo listo, se volvió hacia ella y por fin se miraron bajo la luz del día. Su rostro era tan franco y vulnerable como lo había sido la pasada noche y Thea supo que sus emociones eran tan confusas como las de ella.
—No había planeado esto —repitió—, pero no me arrepiento de haberlo hecho.
Entonces, volvió a ponerse su máscara y se fue sin hacer nada de ruido.
10
Thea se quedó en la cama un rato más, intentando, sin éxito, quitarse de la cabeza los pensamientos y las emociones que corrían por ella. Al final se levantó, se duchó, hizo café y llamó al teléfono de la casa de los amigos con los que Dean iba a pasar una temporada. No había nadie, pero el contestador le informó de la hora y el lugar en el que se celebraría el funeral, el entierro y el velatorio que habría a continuación. A pesar de que no se sentía con fuerzas para hacer vida social, decidió asistir a todos los actos. Después de todo por lo que había pasado, era lo mínimo que podía hacer por su compañero.
Mientras salía del apartamento, antes de que Margie se hubiera levantado, se vio obligada a reconocer que lo hacía para mantenerse un poco más de tiempo alejada de su mejor amiga. Sabía de sobras que Margie merecía algunas respuestas, sobre todo después de lo que había sucedido la noche anterior, pero necesitaba tiempo para asimilar todo lo sucedido y tener una mejor perspectiva. Tenía que contarle que existían los monstruos y que llevaba la mayor parte del año dándoles caza. Sin embargo, ahora tenía demasiadas cosas en la cabeza y consideraba que no era justo verter toda aquella información sobre el regazo de su amiga y no quedarse cerca de ella cuando empezara a caer la lluvia radioactiva. Y con los funerales y el misterioso no muerto y los templos extraños en los que se agitaban más monstruos... no. Era mejor esperar a que las cosas se calmaran un poco.
Thea sabía que no estaba siendo justa con Margie, pero por ahora era incapaz de encontrar una alternativa mejor. Lo único que sabía con certeza era que necesitaba descansar. Era como si su vida fuera un Gran Danés al que había sacado a pasear; el perro intentaba portarse bien y no tirar de la correa, pero entonces, echaba a correr y la arrastraba detrás. Sabía que el perro era demasiado grande para poder detenerlo, por mucho que clavara los talones en el suelo y tirara con fuerza de la correa.
Ensimismada en sus pensamientos, apenas prestó atención al funeral de Wayne. Lo siento, muchacho, pensó, mientras el ataúd descendía bajo el congelado suelo del Cementerio Rosehill. Me ha superado la lástima que siento por mí misma. En estos momentos, en mi corazón no hay sitio para nadie más.
Aunque se sentía incómoda asistiendo al funeral de alguien a quien ni siquiera conocía, tuvo que reconocer que la experiencia no resultó tan embarazosa como había pensado. Durante la celebración no vio ni rastro de Romeo, aunque al acercarse a Dean para expresarle sus condolencias, supo que había asistido al funeral pero que se había marchado con Jake en cuanto acabó. Dean mencionó aquello distraído. El valeroso rostro que había mostrado durante los últimos días había desaparecido; ahora tenía muchas más cosas en la mente que sus compañeros. De todas formas, pareció tan complacido al verla que Thea decidió asistir al velatorio.
Como se iba a celebrar en una mansión de Lakeview, Thea se montó en un coche con algunos desconocidos para llegar hasta allí. Al parecer, aquel lugar había sido diseñado para tener invitados y, a pesar de las sombrías circunstancias, el velatorio resultó ser una reunión animada. Todos los asistentes fueron muy amables con Thea, aunque sólo la conocían del funeral. Como al principio no se sentía demasiado sociable, hizo poco más que hablar con educación y desviar el sutil acercamiento de una lesbiana; sin embargo, la comida era tan buena y el alcohol tan abundante que al final se quedó embobada observando a los asistentes. A pesar de ser una desconocida, Thea rió con muchas de las historias que circulaban por la sala. Le resultaba agradable ser un personaje anónimo, sentir que no tenía ninguna obligación con el resto de los presentes ni que tampoco tenía que cumplir con las expectativas de nadie.
El velatorio seguía estando muy animado cuando abandonó la casa. Dean, que parecía sentirse más reconfortado gracias al apoyo de sus amigos, le dedicó una enorme sonrisa y la abrazó cuando se acercó para despedirse. Por desgracia, mientras se acercaba a su apartamento, volvieron a irrumpir en su cabeza los recuerdos de los últimos acontecimientos, haciendo que perdiera aquella sensación de calidez y tranquilidad. Margie no estaba en casa y Thea no pudo más que darle gracias Dios por sus pequeñas bendiciones. Supuso que estaría en el laboratorio, inmersa en su trabajo.
Durante toda la tarde se sintió aturdida y, cuando despertó a la mañana siguiente, seguía prácticamente igual. El día se le hizo eterno. Margie no estaba, pero Thea sabía que podía regresar en cualquier momento y eso le hacía sentir un ligero y constante temor. Necesitaba hablar con alguien, con alguien que comprendiera su imposible situación. Aquella persona siempre había sido Margie, pero descubrir que le daba miedo buscar el apoyo que necesitaba en su mejor amiga le resultaba muy doloroso. No tenía intenciones de llamar a Romeo, así que llamó a Jake, pero sólo pudo hablar con su contestador. Colgó sin dejar ningún mensaje y, al instante, se alegró de que no se encontrara en casa. Cuando llegó la noche, Margie seguía sin aparecer, pero no le sorprendió demasiado: su amiga solía trabajar largas horas, y era muy probable que no tuviera ninguna prisa por llegar a casa, a pesar de que ya hubiese oscurecido. Intentó relajarse de nuevo pero, como no lo consiguió, decidió acostarse temprano.
Durmió toda la noche hasta que sonó la alarma del despertador a la mañana siguiente y tuvo que arreglarse a toda prisa para llegar al funeral de Carl Navatt. Como había dormido casi doce horas de un tirón, Thea se sentía aletargada y tenía la impresión de que su mente estaba envuelta en una manta de lana. Aunque pasó un buen rato bajo la ducha, no logró despejarse. Corrió hacia su habitación para vestirse y oyó que Margie estaba preparando café. Continuaron esquivándose, puesto que cuando salió de su cuarto vestida de luto, Margie ya estaba en el baño. Se tomó a toda prisa una taza de café y salió por la puerta a tiempo de oír que se cerraba el grifo de la ducha. Su estómago se retorció de la aversión que sentía hacia su persona por sentirse aliviada de poder evitar a Margie unas horas más.
El sombrío espectáculo del funeral de Carl no logró ponerla de mejor humor. Aunque no le gustaban los estereotipos, tenía que reconocer que los amigos homosexuales de Dean sabían montar una fiesta. Parte del problema consistía en tener que ver, por segunda vez en dos días, los adornos de la muerte. Además, en esta ocasión se sentía obligada a asistir a la ceremonia, después al entierro y por último al velatorio. Y eso significaba que le tocaría viajar hasta Wheaton. Estaba lista para escapar a toda prisa cuando la puerta de la iglesia empezó a llenarse de gente y pudo ver, entre otros, a Lilly Belva.
Lilly, ceñuda y pálida, iba en una silla de ruedas que empujaba Parker Moston. Le sorprendió verla fuera del hospital, pero la expresión de su rostro le dejó perpleja: desprendía tanta furia que se sentía incapaz de mirarla a los ojos. Al ver que Dean y Jake estaban entre el grupo que hacía fila para dirigirse hacia el cementerio, se acercó a ellos.
—Hola Thea —dijo Jake. Parecía sentirse incómodo en el traje negro y la corbata que llevaba bajo una voluminosa capa.
Thea se había puesto unos pantalones negros de pinzas, además de una blusa y un jersey grises, debajo del abrigo que su madre le había regalado por su cumpleaños hacía unos años. Era otro día amargamente frío y su atuendo apenas lograba transmitirle algo de calor.
—¿Cuándo le han dado el alta?
—Esta mañana —respondió Dean, antes de sonarse con un pañuelo de tela. Aparte de aquella pequeña limpieza nasal, tenía un aspecto muy pulcro en su traje de rayas con chaleco a juego y corbata roja. Al igual que el de Thea, el abrigo que llevaba era perfecto para ir a un funeral, pero no para resguardarse del invierno de Chicago—. Ya puede caminar pero, como aún está un poco débil, de momento tendrá que ayudarse de la silla de ruedas. De todas formas, aún no he tenido la oportunidad de hablar con ella para saber qué tal está.
Thea miró a Jake, que se encogió de hombros.
—Yo tampoco. Eso nos lo ha contado Parker antes de que empezara el funeral. Al parecer, hoy será su ayudante.
Thea se preguntó quién le habría encomendado aquella labor. Si al final resultaba que Parker tenía algún lío con Lilly, su historia de amor encajaría perfectamente en la telenovela en la que acababa de convertirse su vida.
—¿Os habéis fijado en su aspecto?
—¿Aparte de que parezca cansada y esté en silla de ruedas? —al oír su respuesta, ambos esbozaron una rápida sonrisa a Jake—. Sí, estábamos hablando de eso antes de que te acercaras. Nunca la había visto tan enfadada, aunque la verdad es que sólo la conozco desde hace unos meses.
Dean sacudió la cabeza mientras les dirigía hacia una furgoneta en la que ya se habían amontonado otras personas. Aunque había menos asistentes que en el funeral de Wayne, al parecer, los Navatt tenían algo de dinero. Los fondos que habían ahorrado justo para esta ocasión, pensó Thea con sarcasmo. Las expresiones severas y doloridas de los padres Navatt parecían haberse quedado para siempre en sus rostros. Se habían convertido en dos personas que sólo veían el vaso medio vacío.
—La verdad es que, desde que la conozco, nunca la había visto enfadada. Es obvio que la pérdida de Carl ha sido un golpe demasiado duro —comentó Dean. Antes de entrar en la furgoneta, se detuvo para mirarlos—. Sé cómo se siente.
El entierro en sí fue dichosamente breve, sobre todo gracias al viento procedente del lago, que logró colarse incluso por los trajes más abrigados como si fuera una cuchilla de hielo. Thea se sentía bastante cómoda intercambiando información con Jake y Dean, así que decidió ir al velatorio que se iba a celebrar en el hogar de los padres de Carl. Además, sentía curiosidad por saber algo más de Lilly.
Como nadie mencionó a Romeo, Thea pudo respirar con mayor facilidad. Sus movimientos solían ser siempre bastante misteriosos, así que era razonable asumir que estaba haciendo... cualquier cosa de las que solía hacer cuando andaba solo por ahí. Probablemente, rastrear muertos. Samuel Zheng no era exactamente el tipo de hombre al que puedas llevar al cine.
Estuvieron charlando y comiendo saludables aperitivos, como huevos picantes y salchichas vienesas a la barbacoa, esperando a que llegara el momento adecuado para acercarse a Lilly. Al final, fue ella la que pidió a Parker que la llevara hasta la esquina de la sala de la que se habían apropiado.
—¿Así que conoces a... la cosa que lo asesinó? —espetó Lilly sin ningún preámbulo, mirando fijamente a Thea.
¿Qué cojones? Lo que acababa de decirle resultaba igual de inquietante que la vehemencia con la que lo había dicho. Cada una de sus palabras rezumaba dolor.
—Lilly, no estoy segura... —respondió Thea, después de observar a sus compañeros con perplejidad.
—¡Lo sabes perfectamente! —gritó Lilly. En un abrir y cerrar de ojos, todos los presentes empezaron a observarlos—. ¡Parker me lo ha dicho! ¡Todos vosotros os reunisteis con él! ¡Con eso! Lo que sea...
—¡Lilly! —interrumpió Jake, arrodillándose y tomando sus temblorosas manos entre las suyas—. Escucha. Ahora no es el mejor momento para eso. Éste no es ni el momento ni el lugar adecuado.
Mientras Jake intentaba tranquilizar a Lilly, Thea observó a Dean y a Parker con incomodidad, sintiendo que las miradas de los invitados se clavaban en su espalda.
—¿Qué cojones le has dicho, Parker? —susurró—. Yo nunca he dicho que Carpenter le hiciera nada a Carl. Él ya estaba... Carl había muerto antes de que él llegara.
Parker se encogió de hombros. Cuando se ponía algo que no fuera ropa de camuflaje o sudaderas deportivas, tenía un aspecto extraño.
—Lo sé, pero he estado pensando... y creo que lo había planeado.
Thea y Dean lo miraron con incredulidad. Thea advirtió que Dean estaba tan enfadado como ella.
—En estos momentos no tengo ninguna intención de discutir los puntos por los que considero que lo que dices no tiene ningún sentido. No pienso hacerlo con todas esas personas delante. Lo que me indigna es que le hayas contado una absurda teoría a Lilly. ¿Crees que se encuentra en condiciones de escuchar esa mierda?
Parker le devolvió la mirada con frialdad y respondió, bajando la voz:
—Mirad. Sé que todos pensáis que no soy más que un palurdo que tiene una pistola por amuleto. Creo que no tiene nada de malo que me tome con tanto entusiasmo lo que hacemos, pero eso no significa que sea estúpido. Todos sabemos que nos ha escogido por alguna razón, aunque parece que soy el único que se está dando cuenta. Habéis sido demasiado confiados... y eso va a llevarnos a la tumba —bajó la mirada para observar a Lilly, que estaba asintiendo a las palabras que le susurraba Jake—. Joder; ya ha matado a unos cuantos.
Thea se volvió hacia Dean. Aunque parecía enfadado, no se atrevía a discutir lo que acababa de decir Parker.
—De acuerdo. Resulta obvio que vamos a tener que discutir este tema de nuevo, pero vuelvo a repetir que éste no es el momento adecuado.
—Estoy de acuerdo —dijo Jake, levantándose y dando unas palmaditas a Lilly en la espalda—. Tú tienes que descansar un poco más, ¿de acuerdo? Hoy es un día duro, y lo único en lo que deberíamos pensar es en ayudarte a sobrellevarlo.
—Entonces, ayudadme a buscar a todos y cada uno de esos cabrones para enviarlos de vuelta al infierno —respondió Lilly más calmada, pero no por ello menos furiosa—. ¡Eso es lo único que me ayudará a sobrellevar esta situación! Cuando estéis listos, hacédmelo saber.
Lilly le pidió a Parker que la llevara a otro lugar. Thea estaba boquiabierta. Aunque las conversaciones se reanudaron por toda la sala, era obvio que todo el mundo estaba hablando sobre Thea, Jake y Dean.
—¿Qué coño...? —fue lo único que se le ocurrió decir.
—Bien dicho, Thea —observó Dean—. Pero creo que Parker tiene razón.
—Aunque estoy segura de que Carpenter está intentando utilizarnos para algo, no creo que el ataque estuviera preparado... No sé. Aquella noche Carpenter me estaba siguiendo; no podía saber de antemano a dónde iba a ir.
Jake movió una mano.
—Vamos a dejar todo esto para mañana. No creo que debamos decir nada más en este lugar.
Thea asintió, sintiendo que aquella habitación empezaba a helarse, pero no por el frío del exterior. Su Gran Danés había escapado del parque y la llevaba a rastras por un bosque repleto de matorrales. Por mucho que tirara de la correa, era incapaz de detenerlo. En su carrera, el perro le lanzaba contra los troncos de los árboles y le hundía entre las zarzas. Sólo era cuestión de tiempo que fuera incapaz de seguir sujetando la correa.
Thea se estaba hartando de las continuas peleas que había entre los miembros del grupo. Dedicaban más tiempo a discutir entre ellos que a perseguir a aquellas cosas que, en teoría, eran el enemigo. Estaba segura de que Carpenter no había tenido nada que ver con el ataque del apartamento de Dean, y la tortuosa lógica que expuso Parker cuando se reunieron en el Stop n Go el lunes por la tarde no le ayudó a cambiar de idea. De todas formas, si el plan del oculto consistía en dividir al grupo con sus peleas, de momento le estaba funcionando muy bien.
Jake decidió cortar por lo sano antes de que las cosas degeneraran aún más.
—Parker, puede que tengas razón —dijo de forma diplomática—. Estoy de acuerdo en que Carpenter no nos ha contado toda la verdad, pero no sé si eso significa, necesariamente, que nos haya estado manipulando desde el principio.
Jake levantó ambas manos, anticipándose a las alegaciones que tenían todos en sus labios.
—Antes de que entremos de nuevo en ese tema, escuchad lo que Romeo y yo descubrimos el sábado.
—Hablando de él, ¿dónde está? —preguntó Parker.
Thea se sonrojó de repente. ¡Menuda espía estás hecha!, pensó, intentando parecer indiferente a pesar del calor que sentía en las mejillas.
—La verdad es que no lo sé —replicó Jake—. Decidimos realizar ciertas indagaciones sobre el templo de Akenatón del que nos habló Carpenter. Puede que esté intentando averiguar algo más... o reconociendo el terreno, como siempre. De todas formas, él ya sabe todo esto, así que os lo puedo contar aunque no esté delante.
Parker frunció el ceño.
—Yo tenía más ganas de preguntarle qué vio el domingo por la noche.
Thea parpadeó sorprendida. Habían pasado tantas cosas que le resultaba difícil pensar que sólo había transcurrido una semana desde el ataque.
—¿Por qué no escuchamos a Jake antes de ir en busca de Romeo? —sugirió.
Jake cogió el relevo y corrió con él.
—Bueno, como ya he dicho, decidimos investigar el templo. Sé que habíamos hablado de tomarnos unos días de descanso, pero estuvimos charlando en, hum... en el funeral de Wayne. ¡No es que nos aburriéramos ni nada de eso! Lo que quiero decir es que en ese tipo de ceremonias es normal hablar un poco y, bueno, teníamos eso en la mente y...
Dean movió la mano y le dedicó una sonrisa en la que había idénticas partes de humor y de dolor.
—No te preocupes, Jake. Sé a qué te refieres.
—Bueno... lo siento —Jake resopló avergonzado, centrándose en colocar su ordenador portátil sobre el mostrador—. Bien, decidimos ir a echar un vistazo a ese lugar. Le presté a Romeo mi cámara digital para que sacara fotos del templo mientras yo me conectaba a Internet para buscar información.
Giró el Compaq para que el grupo pudiera ver la pantalla.
—Estas son algunas de las fotos que hizo Romeo. También podéis echar un vistazo a los archivos que encontré pero, por ahora, sólo nos centraremos en los puntos importantes. En primer lugar, Akenatón es otro nombre para Amenhotep IV, que gobernó Egipto aproximadamente en el mil trescientos algo a.C. Justo antes del Rey Tut. La historia es todo un culebrón: Akenatón suplantó a Amon, el dios del sol que se adoraba en aquella época, por Aton, una versión "más antigua" del dios. O algo así. La verdad es que se trata de una historia bastante confusa. Bueno, más adelante empezó a ser considerado hereje y los faraones que reinaron después intentaron borrar su memoria restaurando los cultos antiguos. —Jake hizo una pausa al darse cuenta de que se estaba alejando del tema—. Es una historia bastante bonita, pero no es necesario que profundicemos ahora en ella.
Se apoyó sobre el mostrador y se sopló las manos antes de continuar.
—Lo interesante es el hecho de que consideraran que era un hereje... o un visionario, dependiendo de la historia que leas. Resulta un poco extraño que le dedicaran el templo a ese tipo si realmente era un hereje, ¿no? Aunque no profundicé demasiado en el tema, descubrí que algunos historiadores consideran que fue un innovador, puesto que fue a buscar al dios Aton en vez de recurrir al del panteón anterior... así que puede ser que el templo esté dedicado a Akenatón como filósofo. No sé. El edificio se construyó en los años veinte, justo en la época en que montones de personas del Oeste (con eso me refiero a americanos y europeos, no a cowboys ni nada de eso) se sentían atraídos por el misticismo y las búsquedas mágicas.
—¿Estás diciendo que esas personas practicaban la magia? —preguntó Thea.
—Hace unos años lo hubiera negado de forma categórica —respondió Jake—, pero después de todo lo que he visto últimamente, no lo descartaría. Sin embargo, no creo que ese edificio sea el baluarte de algún mago, como en El Señor de los Anillos, si es eso lo que preguntas. No sé gran cosa sobre misticismos, pero creo que gran parte de él es como una filosofía. Es decir, que los seguidores de Akenatón son un grupo de tipos normales que reflexionan sobre las grandes cuestiones del universo, al estilo de Tony Robbins, no un grupo de chiflados que invocan demonios y cosas similares.
—Espera un momento —dijo Parker—. ¿Fue construido en los años veinte? En aquella época, ese tal Carpenter estaba vivo. Puede que haya alguna relación.
Jake asintió.
—Si, buena idea, pero no estoy seguro de que ese sea el eslabón principal. Dejad que os termine de contar todo esto para que sepáis a qué me refiero.
Abrió la primera imagen y empezó a moverse alrededor del grupo mientras hablaba.
—Aunque la fachada no sea demasiado grande, el Templo de Akenatón es muy largo: prácticamente ocupa la manzana completa, entre las calles North Halstean y Dayton. La entrada principal se encuentra en la fachada, pero hay otra puerta en la parte posterior aunque, al parecer, todo su tráfico accede por delante. El edificio no es demasiado alto. Sólo tiene dos plantas... o puede que una, si el techo es muy alto... y tiene uno de esos tejados en forma de cebolla, un minarete. Creo que fue construido más tarde. La construcción principal sigue un estilo mucho más parecido al del antiguo Egipto. Esta imagen muestra el muro que rodea el patio delantero. Aquí podemos ver la puerta principal, donde hay una fuente, cubierta durante el invierno; a lo largo de la fachada principal hay algunas esculturas y columnas de estilo egipcio. No sabemos cómo es por dentro. Las puertas estaban cerradas y no encontramos por ninguna parte nada que indicara las horas de apertura al público y todo eso. Así que debemos suponer que es privado, incluso esotérico, tal y como nos dijo Carpenter.
Aunque Thea no había oído nunca el nombre de "Akenatón" (aunque había imaginado que era egipcio), aquellas imágenes digitales empezaron a hacerle cosquillas en la memoria.
—Ignoró la razón, pero ese lugar me resulta familiar —dijo—. Y no porque haya pasado por delante con el coche ni nada de eso. Es algo más...
Los recuerdos eran confusos, no eran más que breves fragmentos de intuición. Se golpeó con los nudillos en las sienes en un intento de conseguir imágenes más consecuentes. Por fin, gruñó frustrada y se recostó sobre la silla.
—No consigo recordarlo —admitió. Thea había aprendido a confiar en su intuición... y reconocía que había sido muy útil para su labor de periodista y de cazadora. Sabía que si la imagen de ese templo estaba tirando de alguna cuerda en su cabeza, aquello significaba que tenía que haber algún tipo de relación. ¿Pero qué era? ¿Por qué sentía que conocía aquel lugar? Se aclaró la garganta y sonrió.
—Bueno, hay algo que me resulta familiar, pero soy incapaz de recordarlo. Lo siento.
Jake la miró con sorpresa e inquietud.
—¿Crees que has estado dentro?
—Podría ser. ¿Quizá con mi madre cuando era pequeña? Es un templo egipcio y nosotras somos egipcias. ¿Quizá durante algún tipo de festival cultural o algo así? —se encogió de hombros—. ¿Quién sabe?
—Bueno, puede que tu madre lo recuerde —dijo Lilly. Aunque no lo hacía intencionadamente, el odio contenido que había su interior conseguía que todas y cada una de las palabras que salían de su boca pareciese una acusación—. Creo que en todo esto hay demasiadas... ¿cómo se dice? ¿Coincidencias? Quizá deberías preguntárselo.
Dean y Parker asintieron mientras Jake continuaba mirándola, pensativo.
—Podría ser buena idea. Es extraño que Carpenter se centrara en ti cuando se puso en contacto con nosotros y que ahora resulte que tu familia tiene algún tipo de vínculo con el lugar que pretende que asaltemos.
Thea sacudió la cabeza.
—Simplemente soy incapaz de encontrar ninguna relación. Lo que quiero decir es que nunca he oído a mi madre mencionar ese nombre. Y mi padre... bueno, nos abandonó antes de que yo naciera —se preguntó si él habría hablado de aquel lugar cuando su madre estaba embarazada—. Además, ¿cómo iba a saber Carpenter algo sobre mí o sobre mi familia? No hay nada que nos haga diferentes del resto, no somos esqueletos escondidos...
—¿Eso no serían "momias"? —comentó Parker con una sonrisa.
Thea le lanzó una gélida mirada pero finalmente sonrió porque, con su broma, había logrado apaciguar la creciente tensión e inquietud que sentía.
—Como iba diciendo, somos la típica familia disfuncional de un solo padre. No sé dónde podría estar la conexión.
—Bueno, por eso mismo no estaría mal que hablaras con tu madre, ¿no crees?
Thea quería seguir discutiendo aquel tema, pero sus compañeros tenían razón. Aunque no lo creía, puede que acabara siendo una de esas coincidencias. Sus instintos le decían que allí había algo más, algo que valía la pena descubrir... y aquella era la parte que más miedo le daba. Ella y su madre habían sellado una incómoda tregua sobre su paternidad hacía años. Entre ellas existía un abismo de preguntas que nunca se formularon y respuestas que nunca fueron contestadas, que había ido creciendo con el peso de aquellos veinte años de silencio. Ahora, Thea tenía tantos secretos que era consciente de que su madre pensaba que tenía buenas razones para seguir ocultándole todas esas cosas. ¿Realmente aquel era el momento de pedirle que se los revelara? Eso haría que se abriese una lata de gusanos del tamaño de un jumbo sobre ellas. Además, Thea no estaba segura de poder soportar la tensión... ¿Pero tenía alguna otra alternativa? Ahora que el recuerdo estaba en su mente, por muy confuso que fuera, no podía ignorarlo; y era necesario que descubrieran todo lo que pudieran sobre aquel lugar. Embarcarse en aquella aventura sabiendo tan sólo lo que les había contado Carpenter podía llevarles a la tumba.
—No os voy a explicar lo difícil que va a ser, pero haré todo lo que pueda —por señas, indicó a Jake que continuara con sus explicaciones—. Mientras tanto, ¿qué tal si acabas de contarnos el resto de la historia?
—Perfecto. —Al instante, Jake volvió a asumir el papel de profesor—. No pude descubrir demasiado sobre las actividades del templo en lo que respecta a servicios, clases o cosas de esas. Parece tener una organización bastante insular: los nuevos miembros entran mediante las referencias de los que ya son miembros y todo eso. Hay un pequeño detalle que os puede resultar interesante: el templo ha cambiado de dueño recientemente. Ha sido adquirido por una compañía llamada S Securities.
—¿Y qué es S Securities? —preguntó Parker.
Jake sonrió.
—Una empresa de seguridad dirigida por un tipo llamado Nicholas Sforza.
Thea podría haberle pegado un puñetazo a Jake por burlarse de ellos de aquella forma.
—Deja que lo adivine. Es pariente de la difunta Annabelle Sforza.
—De hecho, es su nieto.
Parker blasfemó.
—¿Qué gilipollez es esa, Jake? Lupe nos dijo que ni siquiera se casó. ¿Cómo iba a tener nietos?
Thea miró a Parker levantando una ceja.
—¿Cuándo dijo eso?
—Cuando estábamos hablando sobre cómo se habría infiltrado aquel jodido muerto en hunter.net, Lupe nos contó que había hecho algunas indagaciones, ¿recuerdas? Antes de reunimos con ella el otro día, leímos los mensajes de la red. En el último que envió relacionado con ese tema, contaba lo del funeral de Annabelle Sforza y decía que no tenía ni marido ni hijos —Parker miró a Jake como, si de alguna forma, él fuera culpable de las discrepancias que estaban encontrando—. Todo esto no tiene ningún sentido. Primero conocemos a un tipo que dice llamarse Carpenter y que no se parece en nada al hombre de la foto de Lupe; después nos cuenta que murió unos cinco años antes de lo que dice Lupe; y resulta que ahora esa mujer tiene familia, cuando Lupe nos dijo que no la tenía.
—¿Así que es otro monstruo que afirma ser Carpenter? —preguntó Lilly—. ¿Por qué haría eso?
Thea abrió la boca, pero se lo volvió a pensar antes de que salieran las palabras. ¿Realmente quería expresar en voz alta sus sospechas? No tenía con qué respaldarlas, ni siquiera con la ayuda de su sexto sentido. Sólo podría aludir al hormigueo que sentía en la tripa... a la intuición femenina.
—A no ser que sea Lupe quien esté equivocada en los detalles —Thea estaba asombrada, pero entonces se dio cuenta de que alguien más había dicho exactamente lo que estaba pensando. Era Jake, que tenía la cabeza inclinada hacia delante debido al desconcierto y algo más... ¿Quizá preocupación? Habló lentamente, como si intentara tantear el camino con sus palabras—. Recuerdo aquel mensaje, Parker. Lo recibí en mi portátil. Lupe suele ser muy meticulosa en sus investigaciones. Aunque no es perfecta, esos detalles son demasiado básicos para que estén equivocados.
—Lo único que tiene sentido es que el cadáver se esté haciendo pasar por Maxwell Carpenter —afirmó Parker.
—Bueno... —Thea sintió que los ojos de sus compañeros se clavaban en ella. Cogió aire con fuerza antes de aventurarse a hablar—. Puede que no. Puede que no sea ningún accidente que Lupe tenga toda esa información equivocada.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Lilly.
—No estoy segura, sólo que... De acuerdo, veréis. La noche que conocí a Carpenter en, hum, en casa de Dean, sucedió algo. ¿Recordáis que ni siquiera me acordaba de que lo había visto hasta que Romeo mencionó que nos sacó del edificio?
—Fue una situación muy traumática, Thea —observó Jake—. Probablemente, tu memoria la bloqueó.
Thea se encogió de hombros.
—Eso fue lo que pensé en un principio, pero cuando estuvimos hablando con Lupe había algo que me molestaba. Aún no sé el motivo, pero tenía la sensación de que nos estaba ocultando algo.
—¿Algo como qué? ¿Y para qué diablos haría eso?
—No lo sé, Parker —se frotó las sienes al sentir un repentino dolor de cabeza—. Acabo de decir que no estoy segura. Era una sensación, similar a la que tengo ahora de que... de alguna forma, Carpenter intentó hacerme olvidar que le había visto aquella noche.
Jake carraspeó.
—¿Sabéis? A mí también me parece muy extraño que Romeo persiguiera a Carpenter y que, cuando éste le sorprendió, ambos estuvieran ilesos...
Thea no había pensado en eso. Admitía que no había querido pensarlo.
—Así que... ¿Carpenter puede sugestionarnos de alguna forma? ¿Puede hacer que Lupe tenga recuerdos equivocados sobre él, que yo olvide que lo conocí y que Romeo se deje atrapar o algo así?
Jake asintió, pero mantuvo las manos en alto como queriendo negar cualquier confirmación de la idea.
—No lo sé. Como tú misma has dicho, sólo se trata de una corazonada. De todas formas, aunque pueda ejercer algún nivel de control, éste no debe ser muy fuerte.
—¿Por qué dices eso? —preguntó Parker.
—Porque si no, os habría manipulado a todos cuando os reunisteis con él, ¿no creéis? —dijo Lilly.
—¿Y quién dice que no fue así? —respondió Jake. Cuando todos empezaron a mirarse entre sí con pánico, agitó los brazos frenéticamente—. ¡Vamos! ¡Relajaos! ¡Era una broma, no era más que una broma! De verdad. Lo que he dicho es... que si puede ejercer algún tipo de control, éste no es demasiado fuerte... Además, quizá sólo puede ejercerlo de forma individual. Pensad en ello: si realmente pudiera leer la mente o cualquier cosa de esas, ¿por qué no intentaría, simplemente, que Lupe olvidara por completo el funeral? Eso hubiese sido más cómodo que ir dejando detalles, aunque equivocados, en su cabeza. Respecto a Thea, si realmente intentó hacerle olvidar que se habían conocido, es obvio que no lo consiguió. Y Romeo... hum...
Thea asintió.
—No sabemos si realmente pasó algo con Romeo. De todas formas, parecía estar perfectamente después de que Carpenter le sorprendiera espiando.
—¿Y eso no os hace pensar dónde estará ahora? —murmuró Dean.
—De acuerdo, esto es malo —dijo Lilly—. Esto es muy malo. Y no sólo me refiero al hecho de que puede que algún monstruo tenga poder para controlarnos. Escuchad. ¡Todos estamos empezando a sospechar de todos! —hizo un gesto que englobaba la sala—. Puede que sea eso lo que quiere conseguir. Puede que tenga algún tipo de habilidad que consiga volvernos a todos paranoicos.
Jake asintió con aire pensativo.
—Diablos, para conseguir eso no necesita una fuerza sobrenatural. Además, creo que es bastante obvio que le gusta manipular a la gente.
—Sea como sea, es evidente que está intentando utilizarnos, ¿verdad? —Lilly observó a sus compañeros—. Me refiero a que ese punto ha quedado claro, ¿no? Y eso es justo lo que Parker nos estaba diciendo. ¿Qué vamos a hacer?
—Buena pregunta —respondió Jake—. Creo que eso nos lleva de nuevo al punto en el que nos encontrábamos antes de que apareciera esta idea. Carpenter quiere algo de nosotros, y ese algo está relacionado con el templo de Akenatón. Puede que nos haya contado la verdad sobre qué es lo que pretende y qué es ese templo, pero no podemos creer su palabra...
—Nunca deberíamos habernos creído ni una sola de sus palabras —exclamó Parker.
—De acuerdo, Parker. Tienes razón. Pero tampoco podemos tratarlo como a otro monstruo al que destruir. Tenemos que saber qué está haciendo y por qué antes de poder dar el siguiente paso. ¿Estáis de acuerdo?
Todos asintieron con diferentes niveles de entusiasmo.
—Seríamos idiotas si creyéramos todo lo que dice —añadió Thea—. Además, si de verdad posee algún tipo de poder mental, puede que sea buena idea que descubramos todo lo que podamos antes de que quiera volver a reunirse con nosotros. Hasta ahora, él ha sido quien tomaba las decisiones, pero estaría bien que le diéramos la vuelta a la tortilla.
—¿Eso significa indagar más en la historia de Carpenter, el templo y todo eso? —preguntó Dean.
—Exacto, muchachote.
Jake señaló su ordenador portátil.
—Bueno, ¿sabéis que tengo un montón de información de todo eso aquí mismo?
—Sí, pero... ¿es fidedigna? —preguntó Parker—. Y si lo es, ¿cómo sabemos que estamos hablando del Carpenter correcto? Lo que quiero decir es que como la mitad de las cosas que hemos descubierto se contradicen con la otra mitad...
—Pero eso es culpa de Lupe, ¿no? —dijo Lilly—. Quizá tendríamos que hablar con ella de nuevo para ver... bueno, si está... bien.
—Sí —dijo Jake con un suspiro, mientras se frotaba las sienes—. Puedo intentar ponerme en contacto con ella, pero no creo que le pase nada malo. De todas formas, tienes razón al decir que deberíamos confirmar toda esta información. Puede que ese tipo no sea Dermis Maxwelll o Maxwell Carpenter o lo que sea, aunque yo creo que sí que lo es. Además, si es otra persona que se hace pasar por él, seguro que lo hace por alguna razón. Y aunque no sepamos con certeza la identidad de "Carpenter", he encontrado suficiente información sobre los Sforza y el templo como para considerar que los datos son fidedignos.
—Bien —dijo Thea—. Y ya sea él o cualquier otro perverso, la única forma que tenemos de llegar al fondo del asunto es seguir las pistas que tenemos y ver cuáles coinciden.
—Exacto.
Guardaron silencio unos minutos mientras pensaban en las implicaciones de todo aquello sobre lo que acaban de discutir. Consciente de que continuar por esa línea de pensamiento no les conduciría a nada útil, Thea intentó dirigir la conversación al punto de partida.
—Jake, antes has dicho que Annabelle Sforza tuvo nietos y que uno de ellos es el propietario de una compañía de seguridad, ¿verdad?
Jake se agitó ligeramente, despertando de sus pensamientos.
—Sí. Y estoy bastante seguro de que no se trata de ninguna otra Annabelle Sforza que, por casualidad, estaba relacionada con el crimen organizado. Verás, cuando me enteré de que tuvo hijos, intenté descubrir cuántos Sforza vivían en los alrededores.
Parker seguía molesto por las discrepancias que estaban encontrando. Deseoso de que aquella línea de investigación le diera la oportunidad de revelar la verdad, preguntó:
—¿Cuántos?
—¿Entre hijos, sobrinos y nietos? Ninguno... Pero sí, todos han muerto durante los dos últimos años. En la familia ha habido una epidemia de accidentes y suicidios, además de un par de muertes que no se han resuelto.
Todos observaron a Jake con ojos incrédulos.
—¿En serio? —preguntó Dean—. ¿La familia Sforza al completo ha sido asesinada desde que Carpenter regresó?
—Bueno, todos los adultos, al menos —reconoció Jake—. Por lo que he podido descubrir, los bisnietos siguen con vida. Creo.
—¿Y que edad tienen, más o menos? —preguntó Thea.
Jake abrió una carpeta en el ordenador que contenía una serie de necrológicas y artículos de periódico.
—Al parecer, el mayor tiene trece años —dijo, tras pasar unos segundos dando vueltas a la bola del ratón.
—De modo que Carpenter tiene su corazoncito. Se ha cargado a todos los adultos pero a los pequeños no les ha tocado ni un pelo.
—¡Oh! Eso es un gran consuelo —murmuró Dean.
—¡Os lo dije! —exclamó Parker, riendo a carcajadas—. Ese tipo es un jodido psicópata. Si aún tenéis alguna duda de que haya ejercido alguna influencia sobre nosotros desde el primer día, allá vosotros. ¡No es más que un putrefacto asesino en serie, y vosotros pretendíais ayudarle! ¡Todo esto es jodidamente perfecto!
—Vale, vale. Eso significa que, aunque Carpenter nos dijo que se cargaba a otros monstruos, al parecer ha estado matando a personas normales. De todas formas, seguimos sin saber qué es lo que pretende —Jake buscó la imagen del minarete cubierto de nieve que se alzaba sobre el Templo de Akenatón—. Si lo único que desea es acabar con los Sforza, ¿por qué le preocupa tanto este lugar? ¿Y por qué querría molestarnos?
Thea advirtió un extraño tono en la voz de Jake y sospechó que estaba siguiendo la misma línea de razonamiento que ella.
—Creo que sabes la razón, jefe. No nos dejes en suspense.
—De acuerdo. Pero primero vamos a recapitular: uno de los muertos andantes, que en la actualidad utiliza el nombre de Maxwell Carpenter, nos explica que lleva algún tiempo deshaciéndose de los monstruos. Al parecer, ese tal Carpenter (sea o no la persona que asegura ser) se ha dedicado a matar a todos y cada uno de los miembros adultos de la familia Sforza desde que regresó de la muerte... y puede que también haya acabado con otros no muertos. Sea como sea, afirma que necesita nuestra ayuda para investigar el Templo Ortodoxo de Akenatón, alegando que se trata de una fuente de maldad sobrenatural de la que no puede ocuparse por si sólo. Lo único que nos ha revelado nuestra investigación, que reconozco que ha sido muy limitada, es que ese lugar no es más que el equivalente egipcio de un templo masónico. Fue adquirido recientemente por una empresa de seguridad que pertenece a un miembro de la familia Sforza —Jake hizo una pausa, para asegurarse de que no se olvidaba de nada—. Pero seguimos sin saber cómo nos encontró. Puede que a través de Lupe, o puede que hayamos sido negligentes... Sin embargo, en estos momentos debemos centrarnos en otros misterios más importantes. No sabemos por qué necesita que le ayudemos a entrar en el Templo ni por qué S Secundes decidió adquirirlo... Pero creo que las respuestas a esas preguntas las conoceremos a través de Nicholas Sforza.
—No bromees. También yo había pensado eso, pero antes has dicho que todos los Sforza estaban... —Thea interrumpió la frase—. ¡Espera! ¿Nicholas está vivo?
Jake abrió una nueva imagen, un artículo de periódico y empezó a teclear en el ordenador hasta conseguir un primer plano de la fotografía que lo acompañaba, en la que aparecía un hombre de cabello moreno.
—La verdad es que no sabría decirlo. Antes os he dicho que todos los Sforza adultos están muertos. En teoría, Nicholas Sforza también lo está, pero he sido incapaz de confirmar esta información. Los periódicos publicaron que alguien había entrado en el hogar de la familia y que había sangre e indicios de pelea, aunque no se encontró ningún cadáver. Las autoridades consideraron que había sido secuestrado (menuda ironía, puesto que dirige una empresa de seguridad), pero nunca hubo ninguna nota de rescate ni nada de eso. Aunque esto sucedió hace varios meses, no ha vuelto a aparecer en público, ni vivo ni muerto.
—Así... ¿qué? ¿Qué estás intentando decir? —preguntó Parker.
—Creo... y quiero dejar claro que no son más que conjeturas, aunque Romeo también lo cree. Creo que Carpenter estuvo a punto de acabar con el último adulto de los Sforza, pero Nicholas logró escapar. Tendría lógica, puesto que es agente de seguridad, ¿no? Apuesto que sabía que alguien intentaba acabar con su familia e intentó tenderle alguna trampa, aunque Carpenter también logró escapar. Sea como sea, por alguna razón que aún no he podido adivinar, Nicholas supuso que este templo sería un lugar seguro en donde esconderse, de modo que lo compró y ha permanecido allí escondido, intentando averiguar el modo de deshacerse de Carpenter.
Lilly asintió, aunque seguía dándole vueltas a la cabeza.
—¿De modo que podría estar vivo y escondido en ese lugar? ¿Por qué allí? No es ninguna especie de fábrica de monstruos, ¿verdad?
—No lo creo, pero puedo afirmar que hay algo extraño en ese templo. Aunque no estoy seguro de la razón por la que lo escogió Sforza, creo que sería estúpido asumir que ignora que en ese lugar hay algo insólito. Cuando nos acercamos a investigar, Romeo y yo sentimos una especie de... poder. Yo no pude sentirlo con demasiada fuerza, pero después de haber visto la reacción de Romeo, no me sorprende que Carpenter prefiriera mantenerse alejado. Puede que tenga algún tipo de dispositivo que funcione como barrera de seguridad para monstruos —Jake se encogió de hombros—. Pero recordad que todo esto no son más que conjeturas.
—Espera, espera —dijo Thea, moviendo las manos para indicarle que se detuviera—. Acabas de decir que no has podido confirmar si Nicholas Sforza está vivo o muerto. Por mucho que su empresa comprara el templo, ¿qué es lo que te hace pensar que Nicholas Sforza está escondido allí dentro?
Jake volvió a sonreír.
—Porque aunque Romeo no consiguió entrar, tuvo mucha suerte. Me dijo que cuando fue a comprobar la parte posterior del templo, apareció un grupo de hombres que entró a toda prisa... aunque consiguió hacer una fotografía antes de que entraran —Jake abrió otro archivo que contenía un retrato a color. La imagen del periódico que junto a ella parecía borrosa debido a la baja resolución de impresión; la que acababa de abrir había sido tomada desde tanta distancia que la imagen tampoco era nítida. De todas formas, ambas mostraban al mismo hombre de rasgos morenos—. Señoras y señores, les presento a Nicholas Sforza.
11
Ahora que habían llegado a la conclusión de que Carpenter estaba jugando a algún tipo de juego con ellos, todos, sobre todo Parker y Lilly, se sentían bastante asustados. A Lilly le obsesionaba la relación que podía existir entre Thea y el templo, e insistía en que debía hablar con su madre de inmediato. A pesar de que Thea le había dicho una y mil veces que ni siquiera estaba segura de que existiera dicha relación, Lilly seguía insistiendo. Comprendía la vehemencia de aquella mujer y estaba segura de que si hubieran asesinado al hombre al que amaba, no dudaría en seguir cualquier pista, por pequeña que fuera, para tener la oportunidad de vengarse.
Así que le había dicho que intentaría profundizar en aquella relación y que, si lo consideraba necesario, hablaría con su madre. Mientras tanto, consideraba que lo mejor sería que todos se tomaran un poco de tiempo libre para repasar lo que habían descubierto e intentar descubrir nuevos datos. En cuanto todos hubieran reflexionado sobre lo que Jake acababa de contarles, estarían listos para preparar el siguiente paso.
Pasó lo que quedaba de la noche del lunes en el California Clipper, pensando en todo lo que había sucedido en las últimas semanas y en la tarea que tenía por delante. Aquel bar, ilegal durante la Ley Seca, había sido remodelado para convertirse en un enorme local que ofrecía una gran variedad de espectáculos en vivo. En él, Thea había descubierto un buen lugar donde relajarse y reflexionar.
Aunque intentaba con todas sus fuerzas centrarse en la información que Jake les había proporcionado sobre los Sforza y el templo, sus pensamientos regresaban una y otra vez a su madre. Le resultaba imposible negar que hubiese algún vínculo entre su familia y el templo... o quizá, sólo se trataba un vínculo cultural, egipcio, que ni siquiera estaba relacionado con el Templo de Akenatón. No tenía ni idea, pero cuanto más reflexionaba sobre ello, más segura estaba de que sus instintos eran correctos. Y eso sólo significaba que, si quería conocer algunas respuestas, tendría que enfrentarse a su madre.
Pero aquello comportaba una serie de dificultades. La relación que había entre ellas estaba basada tanto en los secretos como en el amor. Hacía tiempo que había aceptado su desarmonía: era una hija de Egipto y el Islam que había sido criada en el pensamiento y la cultura occidental... y culpaba a su madre de la pérdida de su legado. Aunque sabía que eso no era lo que había sucedido en realidad, había decidido archivar aquel punto y seguir adelante con su vida. Newa había intentando transmitirle la riqueza de su herencia, pero sus intentos habían sido torpes, puesto que le inquietaba tanto intentarlo como a Thea que lo hiciera. El resultado fue que Thea empezó a pensar que su ascendencia era algún tipo de secreto pecaminoso; que se trataba de una desafortunada circunstancia que sólo lograría superar trabajando duro y con perseverancia, como si fuera un impedimento verbal o algo similar.
Si interrogaba a su madre sobre el tema del templo, era imposible saber a qué desagradables secretos quedaría expuesta, o qué impacto tendría aquel asunto en su relación. Thea sonrió sin ganas. No es que entre ellas existiera la mejor relación del mundo pero, aunque sólo fuera, era firme y confortable. Estaba consolidada. ¿Cómo iba a echar a perder todo aquello en una confusión de recuerdos olvidados y dispersos? Por decirlo claramente, consideraba que era una idea impulsiva y errónea.
Entonces volvió a pensar en su instinto. Estaba segura de que había estado en aquel lugar, o en otro muy parecido. Estaba segura de que tenía algún vínculo con su familia. Pero la única persona que podía darle alguna respuesta era Newa Ghandour.
Tras devanarse los sesos durante horas, regresó a su apartamento y descubrió que Margie había vuelto a salir. Imaginó que su amiga había decidido quedarse en casa de sus padres. Puede que fuera lo mejor; en aquellos momentos, Thea no estaba en condiciones de mantener una conversación sincera con ella. Resultaba irónico, teniendo en cuenta que estaba planeando tener una con su madre al día siguiente.
Llegó al edificio de su madre poco después del anochecer del martes. El viento que llegaba desde el Lago Michigan le empujaba con fuerza, como si quisiera obligarle a subir los escalones. Se puso en marcha a regañadientes, ya que la idea de morir congelada junto a la orilla del lago le resultaba ligeramente más desagradable que lo que le esperaba en casa de su madre. No puedes evitarlo, así que respira hondo y adelante. Insha'Allah, como hubiera dicho mamá.
A Newa le sorprendió la visita, sobre todo después de que hubiera estado allí la semana anterior, al salir del hospital. Aunque sólo vivían a unos kilómetros de distancia, ambas pasaban muy poco tiempo juntas. Como Thea no tenía la sangre fría necesaria para empezar el interrogatorio nada más llegar, decidió quedarse a tomar una tradicional comida a base de mezze y kebab, y de postre, pudín de arroz. La comida estaba buena, pero la cena fue incómoda: Thea estaba nerviosa y transmitía su agitación a su madre, que se preguntaba cuál sería el motivo de su visita. Al acabar de cenar, mientras tomaban café, imaginó que había llegado la hora.
—La cena estaba muy rica, mamá —empezó diciendo—. Siento no haber venido por aquí últimamente.
—Siempre eres bienvenida —respondió Newa, dando vueltas a la taza, nerviosa, sobre el platillo.
—Gracias. —Si seguían siendo educadas, se pasarían así toda la noche. Thea respiró hondo y empezó a hablar con torpeza. Se sentía incapaz de mirar a su madre a los ojos, así que dirigió la mirada hacia la chimenea—. Siento curiosidad por algo. ¿Qué sabes sobre un lugar llamado Templo de Akenatón?
Newa Ghandour estaba empezando a envejecer pero, a pesar de que ya había pasado la frontera de los sesenta, estaba en buena forma. Al menos, lo estaba antes de que Thea mencionara el templo. La mujer palideció y estuvo a punto de dejar caer la taza al suelo, mientras un asfixiante jadeo subía por su garganta.
—Por la cara que has puesto —continuó Thea—, ya veo que te resulta familiar.
—¿Por qué te interesa ese lugar? —preguntó Newa, con una voz prudentemente neutral—. ¿Es para alguno de tus artículos?
Thea había pensado en utilizar aquel enfoque, pero su madre no se hubiera creído que fuera personalmente a su casa para conocer el trasfondo de una historia si podía conseguir lo mismo con una simple llamada de teléfono. Tampoco tenía planeado contarle su verdadera motivación. Cada cosa a su tiempo. Teniendo en cuenta el cauteloso tono de su madre, Thea pensó que lo más adecuado sería recurrir a una mentira.
—He conocido a un chico hace poco, un chico egipcio. Bueno, egipcio-americano; como yo: ha sido corrompido por Occidente —sonrió, pues aquella frase aludía a sus años de discusiones familiares; desde que habían dejado de vivir juntas, sólo la utilizaban medio en broma—. Empezamos a hablar y mencionó el templo. Me dijo que debería ir algún día, que quizá me gustaría asistir a sus celebraciones.
Newa se enderezó de forma brusca. Sus ojos negros, tan diferentes de los de Thea, brillaban con intensidad.
—¡No vayas a ese lugar! —espetó; su voz fue casi un chillido.
—Mamá, yo...
Newa levantó una mano, obligando a Thea a guardar silencio. Cogió aire con fuerza y pareció calmarse porque, cuando volvió a hablar, lo hizo en un tono de voz más normal.
—Lo siento. Yo... fui una vez a ese lugar, cuando aún eras un bebé. Buscaba una comunidad. Pero aquella no era la apropiada. Deseaba conocer a otras personas que compartieran mi cultura, pero sólo encontré un ridículo grupo de almas descarriadas.
Thea habría creído sus palabras si no hubiera sido testigo de la extrema reacción de su madre. Aquella respuesta volátil no tenía nada que ver con su personalidad, puesto que Chicago tenía una pequeña pero notable comunidad islámica a la que su madre se había unido hacía largo tiempo. ¿Por qué razón iba a entrar en un oscuro templo, si había una comunidad más establecida en Devon Avenue? Además, tras recuperar la compostura, su madre había pronunciado aquellas palabras con el tono suave y controlado que adoptaba cuando intentaba manipular a alguien. Estaba intentando manipularla, como si de nuevo fuera una niñita desorientada.
En las entrañas de Thea, la confusión y la incomodidad dieron paso a la ira. Se vio tentada de seguir indagando, de machacarla a preguntas y acosarla hasta que le contara toda la historia. Durante toda su vida, Newa se había mantenido a un brazo de distancia de su hija, concediendo al papel que representaba para su familia la misma importancia que a su trabajo, sus amigos y sus hobbies. No tenía ningún derecho a esconderle aquella información. Deseaba gritarle: ¡Joder, soy tu hija!
Pero Newa ya había logrado ocultarse tras sus defensas emocionales y se mostraba tan amable y tranquila como siempre, como si el grito que había pegado hacía menos de un minuto no hubiera salido nunca por su boca. Thea sabía que no lograría hacerle cambiar de opinión... al fin y al cabo, había heredado su decidida personalidad. Le sería imposible enfrentarse a su maestra, así que, para conseguir lo que quería, lo mejor que podía hacer era retirarse y pensar en un acercamiento más sutil.
Además, tenía que hacerle creer que consideraba que el templo era un buen lugar.
—Si no es más que una pequeña iglesia, ¿por qué te molesta que la visite?
Newa sonrió.
—Me preocupa tu bienestar. No creo que ese lugar sea peligroso, pero estoy convencida de que intentarán manipularte para que te unas a ellos. Es como muchos de esos grupos que piden "donativos" para ganarse tu dinero y tu confianza, sin proporcionarte en ningún momento cierta iluminación espiritual. Para eso, sólo existe el Islam.
—¿Así que no es más que una secta de estúpidos? —preguntó Thea, con inocente confusión.
—Exacto. No me gustaría que gastaras tu dinero en ellos. Tienes cosas más importantes que hacer.
Thea asintió con aire vacilante, como si estuviera bastante convencida pero deseara seguir mostrando su rebeldía.
—Pero ese chico era muy guapo.
Eso era lo único que tenía que decir para que su madre empezara a pujar por el hijo de unos amigos. Un joven abogado, muy prometedor. En pocos minutos, su conversación se adentró en un camino repleto de surcos debido a los muchos años de reiteración. A pesar de todo, el recuerdo de la expresión de su madre seguía ardiendo en su mente. El sobresalto de Newa, su miedo, su recelo.
En cuanto salió de la casa, Thea llamó a Jake y le pidió que reuniera a todo el equipo. Jake, sorprendido por la emoción que había en su voz, le dijo que para cuando llegara ya le estarían esperando todos los miembros de la brigada Van Helsing. Al llegar, los encontró en el aparcamiento, sentados en el Suburban de Lilly con la calefacción al máximo. Al parecer, una de las estufas se había estropeado y el incómodo Stop n Go se había convertido en el lugar perfecto para sufrir una hipotermia. Durante algunos minutos estuvieron intentando decidir a dónde ir, sabiendo que si se quedaban en aquel solar vacío levantarían sospechas. Por fin, Lilly puso el coche en marcha y se dirigió hacia Lincoln Park.
Lilly parecía estar mucho mejor que el día anterior, cuando ya presentó una mejoría notable con respecto al domingo. Aparte del semblante ceñudo y los ojos entrecerrados que le ponían diez años más encima, casi parecía gozar de tanta salud como antes del ataque. Parker iba en el asiento contiguo, como siempre. Dean estaba solo en la primera hilera, así que Thea se sentó junto a él, custodiada por Jake y Romeo, que estaban detrás. Como saludo, Jake le explicó que había intentado ponerse en contacto con Lupe pero que aún no había tenido noticias de ella. Todos los ojos estaban fijos en Thea; en todos ellos había miradas expectantes... pero esperaba que la de Romeo se debiera a una razón diferente a la del resto de sus compañeros.
—Supongo que os estáis preguntando por qué os he llamado —dijo con una sonrisa—. Pero lo primero que debo decir es que no se debe a que mi madre me haya contado algún asombroso secreto que cambiará por completo el curso de todo esto.
—Puede que no le hicieras las preguntas correctas —dijo Lilly, con los nudillos blancos debido a la fuerza con la que agarraba el volante.
—¡Joder, Lil! ¿Qué coño te pasa? Al menos lo he intentado. Aunque mi madre tuviera datos relevantes sobre el templo, no es de esas que cuentan todo lo que saben de buenas a primeras. ¡Incluso tengo que sonsacarla para que me diga qué ha preparado para desayunar! Me costó más de dos horas conseguir extraerle algún dato importante, y ni siquiera estoy segura de que me haya contado la verdad.
—¿Entonces, para qué molestarse?
—Para descubrir si allí hay algo que valga la pena perseguir, y dudo que lo haya. Sin embargo, creo que lo mejor que...
—¡Oh! ¿Crees? —Lilly le miró por encima del hombro unos instantes, antes de volver a centrarse en la carretera—. ¿Así que de pronto sabes qué es lo mejor para todos nosotros?
—Deja ya esa mierda, Lilly. Sabes de sobra que no estoy diciendo eso. ¡Si no estuvieras tan cegada por tu afán de venganza, te darías cuenta de ello!
—Oye, relájate, Thea —dijo Parker, girándose sobre su asiento para mirarla—. ¡Lilly ha vivido un infierno!
—¿Ella ha vivido un infierno? ¿Y qué me dices del resto del equipo, eh? Dean también ha perdido a la persona que amaba, ¿recuerdas? Y Jake, a pesar de haber sido mutilado por un perverso, es el tipo más optimista que he conocido. Y Romeo —se le trabó la lengua un segundo, recordando las cicatrices que recorrían su cuerpo—, perdió a toda su familia, ¿no? Tú y yo, Parker, somos los únicos que no hemos sufrido un golpe tan fuerte, pero apuesto que sólo es cuestión de tiempo. Así que discúlpame por no tratar a Lilly con guantes de seda.
El aire de la furgoneta asfixiaba por la tensión. Parker frunció el ceño, preparándose para responder. Entonces, Lilly volvió a hablar con un tono de voz más suave, más parecido al de la semana anterior.
—Tienes razón. A todos nosotros nos ha tocado vivir situaciones que las buenas personas no tendrían que experimentar jamás, pero eso no cambia las cosas, ¿sabes? Como dice Parker, estamos librando una batalla y debemos hacer todo lo que esté en nuestras manos para detener... al enemigo.
Thea observó la nuca de Lilly.
—Estoy de acuerdo contigo, Lilly, pero tienes que darme la oportunidad de contar qué es lo que estoy pensando antes de abalanzarte sobre mi yugular para... —el pitido de su teléfono móvil sorprendió a todos. Pensó en no contestar, pero también pensó que si lo hacía, sus compañeros dispondrían de un par de minutos para calmarse. Sacó el teléfono del bolsillo justo cuando sonaba por segunda vez.
—Espero que hayas pasado un buen fin de semana —dijo la voz de Carpenter sin más preámbulo.
Thea puso los ojos en blanco. Por supuesto, ¿quién más podía ser?
—Bueno, sigo viva y respirando —además, eso es lo que nos convierte en personas, pensó—. Supongo que estoy hablando con Maxwell Carpenter. ¿O debería llamarte Dennis Maxwell?
—Carpenter está bien.
—Me sorprende que no sepas qué tal he pasado el fin de semana, Carpenter, ya que últimamente parecías muy interesado en conocer mi rutina.
Hubo una pausa; Thea imaginó que en sus fríos rasgos se había dibujado una sonrisa.
—Me he tomado unas pequeñas vacaciones.
—¿En serio? ¿Y adonde va un cadáver para descansar y relajarse? ¿A Transilvania?
—¡Esa ha sido muy buena! —otra pausa—. Bueno, ¿tú y tus amiguitos habéis tomado una decisión en lo referente a nuestra charla del otro día?
Thea miró a sus compañeros. Todos, excepto Lilly, la miraban fijamente, con expresiones que iban desde la excitación hasta la preocupación y la cólera. Tapando con la mano el Motorola, susurró:
—Creo que nos está observando —aquellas palabras hicieron que todo el grupo empezara a mirar hacia fuera. Mientras Lilly se dirigía hacia Lakeshore Drive, Jake rebuscó en la parte posterior para coger las gafas de visión nocturna. Thea volvió a hablar, pero ahora por el teléfono—: Supongo que sabes que estamos hablando del tema justo en estos instantes. Pero no es algo que podamos decidir en lo que dura un latido de corazón... pero ahora que caigo, supongo que hace tiempo que no puedes hacer nada en lo que dura un latido, ¿verdad?
Thea sabía que no era buena idea seguir burlándose de él de esa forma, pero se sentía arrogante. Parecía que, por una vez, eran ellos los que estaban al mando, en vez de estar siendo arrastrados por unas fuerzas que escapaban a su control.
Sin embargo, sus palabras no parecieron molestar a Carpenter. De hecho, parecía estar disfrutando.
—Esta noche pareces pletórica. ¿Has tenido algo de acción mientras estaba fuera?
—A ti te lo voy a contar.
—Es verdad, una dama nunca lo cuenta —volvió a reír. Aquel tipo estaba completamente chiflado—. Bueno, ¿qué tienes para mí?
—Todavía nada, muchacho. Ya te he dicho que estamos discutiendo el tema. Ese es el problema de la democracia, ¿sabes? Todo el mundo quiere expresar su opinión.
—De acuerdo, pero no tardéis mucho. Estoy seguro de que, sea lo que sea lo que está pasando en ese templo, alcanzará su apogeo en una semana. Y estoy convencido de que sois los únicos que podéis impedirlo.
—Gracias por el voto de confianza. Puedes estar seguro de que nos pondremos en contacto contigo en cuanto hayamos decidido algo —Thea finalizó la llamada y observó el débil destello del lago congelado en la distancia, mientras el Suburban se dirigía hacia el norte junto a la orilla. Giraron en la calle Foster y vagaron por calles heladas para regresar lentamente al centro de la ciudad.
—¿Y? —preguntó Jake, que aún llevaba las gafas puestas y parecía una especie de mapache cibernético.
—Estaba de muy buen humor, parecía muy contento —se encogió de hombros—. Pero creo que sólo estaba haciendo una comprobación. De todas formas, quiere que nos movamos y pronto. Para el fin de semana.
—¿Y a quién le importa lo que quiera ese monstruo? —gruñó Parker, examinando las calles como si estuviera retando a Carpenter a que apareciera.
—Aunque opino lo mismo que tú —dijo Thea—, creo que es bueno conocer el margen de tiempo que tiene. Eso significa que, independientemente de lo que decidamos, tenemos que hacerlo pronto.
—¿Y qué es lo que vamos a hacer? —preguntó Dean.
—Pensaba que nunca lo preguntarías.
El plan de Thea resultó ser una misión de investigación en la que, si las cosas se ponían feas, solicitarían la ayuda de refuerzos. Era sencillo, directo y, probablemente, un suicidio. De todas formas y para su sorpresa, sus compañeros estuvieron de acuerdo cuando lo explicó. Como todos estaban hartos de que intentaran controlarlos, tuvieron listos los detalles en menos de media hora. Lo más difícil fue pensar en un disfraz creíble para Romeo y asegurarse de que Parker podía faltar al trabajo. Una parte de Thea estaba preocupada, pensado que el hecho de que no hubiera más impedimentos indicaba lo absurda que era su idea, pero prefirió pensar que los planes sencillos son siempre los mejores.
Además, tal y como había podido comprobar en diversas ocasiones durante los últimos meses, incluso los planes mejor preparados podían irse al traste cinco minutos después de ponerlos en marcha.
El día siguiente era el último de febrero, y fue uno de los más representativos de ese mes: el cielo estaba gris y nublado, y el frío que hacía indicaba que pronto volvería a nevar. En el Midwest, eso significaba en cualquier momento entre los cinco minutos siguientes y los próximos cinco días.
A media mañana, Thea, Jake y Romeo salieron del taxi que les había dejado delante del templo. Thea tiritó al sentir el gélido viento y deseó haberse vestido para estar abrigada y no para el papel que tenía que interpretar. Iba vestida como una respetable periodista: pantalones de pinzas marrones y escarpines, un jersey negro y el abrigo que había llevado a los funerales. Se había quitado la venda de la frente y llevaba un moño para parecer mayor y más seria (y para tener el cabello apartado de la cara por si tenía que ocuparse del algún imbécil). Jake tenía que interpretar el papel de fotógrafo, así que no había tenido que arreglarse: iba con sus botas de siempre, vaqueros, un jersey y una parka. También llevaba una Nikon con diversos accesorios que habían comprado a primera hora, para que pareciera más creíble que fuera fotógrafo. Si todo iba bien, devolverían el material en cuanto salieran... y si las cosas salían mal, sabían que no tendrían que preocuparse por aquel tema. Romeo llevaba un traje negro con un corte tan solemne como su expresión.
Después de grandes discusiones, habían decidido que no irían armados. Sólo alguien que estuviera mal de la cabeza aceptaría meterse en una situación desconocida y tan arriesgada como esa, pero sólo un perfecto chiflado lo haría sin llevar armas. O al menos, esa era la opinión de Parker. Thea les había explicado que, como Sforza trabajaba en aquel negocio, seguro que cuando compró el edificio instaló todo tipo de sistemas de seguridad, además de detectores de metales y todo eso. Si no querían que les detuvieran nada más entrar, no era buena idea entrar con armas de fuego ilegales. Por otra parte, consideraba que si tenían que enfrentarse a alguna amenaza, lo más probable es que ésta fuera sobrenatural, así que sus habilidades como cazadores serían mucho más útiles que las balas. Jake y Dean la apoyaron, e incluso Romeo acabó colocándose a su lado de la balanza, no sin antes señalar que el equipo de Parker permanecería en las inmediaciones, armado hasta los dientes, por si necesitaban refuerzos.
Romeo. Thea lo miró de reojo mientras caminaban hacia el portal. Apenas habían intercambiado una palabra desde que se acostaron juntos pero, como ninguno de ellos era un gran conversador, no resultaba tan extraño. Sabía que Jake se había enterado de algo, aunque aún no estaba segura de qué. Al parecer, Romeo deseaba esperar a que fuera ella la que sacara el tema, pero le aguardaba una larga espera, puesto que ya estaban sucediendo demasiadas cosas como para pensar en ese culebrón. A pesar de que ese punto aún no estuviera resuelto, Thea se alegraba de que Romeo estuviera allí. Los tres tenían unas visiones completamente distintas sobre la vida y la cacería, pero trabajaban bien en equipo. Además, era mejor no variar la formación de los dos equipos, y deseaba que los que se quedasen en la furgoneta fueran capaces de protegerles.
En la parte exterior del muro había un pequeño portero automático. Debían de haberlo instalado hacía poco, porque el metal parecía estar recién barnizado. Había llegado el momento de empezar a interpretar su papel. Extendió la mano para llamar al timbre pero, antes de que pudiera hacerlo, sintió que la cogían del brazo.
—Antes deberíamos echar un vistazo —dijo Romeo.
Se refería a sentir el lugar con su extraña percepción. Como Romeo y ella eran los mejores para ese trabajo, todos habían decidido que tenían que ser ellos los que entraran en el templo. El trío agudizó su concentración hasta alcanzar un estado de conciencia similar al Zen. Al instante, Thea sintió un fuerte dolor en las sienes.
—¡Mierda! —gritó—. ¿Sentís eso?
—Yo no noto nada extraño —dijo Romeo—, aunque siento algo. Es similar a lo de la otra noche.
Jake asintió.
—Es como un zumbido o una palpitación. Pero es muy débil, como... bueno, no se a qué se parece.
—Pues en mi cerebro es como un taladro —dijo Thea—. Como un enjambre de abejas o algo parecido. ¿De verdad que no lo sentís con fuerza?
Ambos lo negaron con la cabeza.
—De todas formas, tus sentidos están más agudizados para este tipo de cosas que los nuestros —señaló Jake—, así que podemos confirmar que en este lugar hay un fuerte centro místico. El día que se reunió con nosotros, Carpenter dijo que este edificio estaba protegido por una especie de barrera. ¿Tenéis alguna idea de qué puede ser?
—No, ni siquiera una pista. Sólo puedo decir que es muy fuerte. Quizá Romeo pueda decirnos algo.
Romeo sacudió la cabeza, indicando que no lo sabía.
—Lo único que puedo decir es que no creo que proceda del propio edificio.
—Entonces, puede que lo origine algo que hay en su interior, o el lugar en su conjunto —Thea parpadeó y miró el portal entornando los ojos para intentar controlar sus sentidos—. Resulta difícil decirlo con seguridad, pero no parece que haya diversas fuentes de energía... si ese es el término correcto. Sólo hay un gran foco; podría ser una barrera que no estuviera vinculada al edificio, o podría ser un perverso poderoso... o alguna otra cosa que se abalanzará sobre nosotros en el peor momento posible.
—¿Abalanzarse? —preguntó Jake.
—Sólo intento ponerme en situación, ¿de acuerdo? —se encogió de hombros—. Sea como sea, en este lugar sucede algo que se encuentra en una categoría completamente diferente a la normalidad. Y dada la enorme fuerza con la que lo percibo, se trata de algo trascendental.
Jake observó el portal con una expresión muy seria.
—Si las cosas se ponen feas, no llevamos el equipo necesario para defendernos. Si crees que es peligroso, quizá deberíamos abortar ahora, ¿no?
—¡Qué mono, Jake! "Abortar", eres como un Parker chiquitín cuando hablas así —Thea sonrió, sacudiendo ligeramente la cabeza—. Percibo poder, pero no siento que haya ningún peligro inmediato en ese lugar.
—¿Peligro inmediato? —preguntó Romeo con el ceño fruncido.
—Bueno, el hecho de que el dolor de cabeza se sitúe justo en este punto hace que sólo quiera escapar a toda prisa de este lugar; sin embargo, cuando pienso en entrar en el edificio, mi "sentido arácnido" no dispara ninguna alarma.
Jake parecía esperanzado.
—Bien. Eso es buena señal, ¿no?
—Crucemos los dedos —como ya llevaban un rato junto a la entrada, añadió—: No podemos continuar quietos aquí fuera. Creo de deberíamos seguir adelante.
Cuando sus compañeros asintieron, Thea llamó al timbre del portero automático.
—Está cerrado. Por reformas —respondió una voz, al instante.
Aunque aquel hombre sólo había pronunciado cuatro palabras, Thea creyó reconocer en su voz un acento concreto. Entonces, vio que la luz del portero automático se apagaba poco después de que el hombre dejara de hablar.
—Ha cortado la transmisión —comentó—. Tengo la impresión de que no es un tipo demasiado hablador.
—Puede que sea una grabación —dijo Jake.
Thea no había pensado en eso. Su plan fracasaría si no lograban acceder al interior. Lo único que podía hacer era intentarlo de nuevo. Volvió a llamar al timbre y fue recompensada por el sonido de una voz que hablaba con un tono más brusco que antes.
—He dicho que está cerrado. Hay...
—Lo comprendo —le interrumpió Thea—. Simplemente, desearía robarle un minuto de su tiempo, señor. Soy del Chicago Tribune y...
La voz le interrumpió a su vez.
—No concedemos entrevistas —dijo. Acto seguido, la luz volvió a apagarse. Thea ya lo esperaba, así que volvió a tocar el timbre y lo mantuvo apretado con la esperanza de que, al otro extremo, llegara un irritante zumbido. Cuando volvieron a oír la voz de aquel hombre, descubrieron que estaba a punto de perder la paciencia.
—Esto es una propiedad privada. Si no se van inmediatamente, llamaremos a la policía.
—Estoy en la calle y, que yo sepa, es propiedad pública —espetó Thea, hablando con rapidez para decirle todo lo que tenía que decirle antes de que volviera a colgar—. Y de todas formas, también yo había pensado en llamar a la policía. Seguro que les gustará saber dónde se ha estado escondiendo el supuestamente desaparecido Nicholas Sforza.
La luz se mantuvo brillante unos instantes. Entonces, la voz dijo: "Un momento", antes de que se apagara de nuevo.
Thea sintió un arrebato de emoción. Jake sonrió e incluso Romeo parecía estar complacido. Ella imaginaba que no tenían nada que perder si jugaban con la carta de la persona desaparecida nada más empezar. Si estaban equivocados y no era Sforza, no habrían hecho ningún daño a nadie. Era posible que la persona que estuviera en el interior le llamara fanfarrona, pero ella no lo creía, pues parecía que Nicholas Sforza deseaba discreción. Supuso que lo que harían a continuación sería intentar convencerla de que se olvidara de esa historia.
El portal se abrió. El sistema hidráulico se puso en marcha, haciendo que retrocedieran lentamente ambas puertas como si fueran grandes alas de metal. Aunque la voz no les había dado más instrucciones, parecía que su intención estaba clara.
—Allá vamos, compañeros —murmuró.
Con el corazón aporreándole la garganta, Thea Ghandour guió a Romeo Zheng y Jake Washington hacia el interior del Templo Ortodoxo de Akenatón.
CUARTA PARTE
VIDA Y MUERTE
12
Carpenter tenía que reconocer que había cometido un par de errores. Por muy gratificante que hubiera sido destruir a Vincent Sforza, había tardado casi una semana en completar la aventura. Antes de emprender aquel viaje había realizado un calculo estimado del tiempo que necesitaría, pero había tardado bastante más. Imaginaba que podía dejar solos a los cazadores durante una semana sin temer que cometieran alguna tontería, pero al regresar había descubierto que aquello había sido una estupidez por su parte. Se había dejado llevar por la necesidad de vengarse de su asesino, dejando relegada la de acabar con el nieto de la zorra. Aunque llevaba mucho tiempo buscando a Vincent Sforza, el vampiro nunca lo había sospechado. Ahora se daba cuenta de que tendría que haberse quedado en Chicago, controlando a los cazadores, hasta que se hubieran deshecho de Nicholas Sforza. Entonces, podría haberse ocupado del viejo Vinny con más calma.
Pero Carpenter había sido incapaz de resistirse por más tiempo a ir a por Vincent Sforza. A pesar de que aquello pudiera significar el fin de su no vida, su alma clamaba venganza.
El segundo error que había cometido estaba relacionado con los micrófonos que había instalado en el escondite de los cazadores y en su enorme furgoneta azul. Al principio le habían resultado muy útiles, porque a los cazadores les inquietaba tanto que los monstruos les encontraran que no solían molestarse en tomar medidas de vigilancia mundanas. Sin embargo, Carpenter había subestimado lo que podría ocurrir después del ataque de los zombis: desde aquella noche, los cazadores se habían desplazado en el jeep del matón, donde no había tenido la oportunidad de colocar micrófonos. Y lo que era peor: habían dejado de reunirse en la tienda abandonada, probablemente por el frío, aunque no estaba seguro.
La reunión que habían celebrado el lunes había sido un infierno. La noche del martes, cuando escuchó la cinta que había recogido del Stop n Go tras su regreso, se quedó asombrado al saber todo lo que habían averiguado. Estaban al corriente de prácticamente todo lo que había estado haciendo durante los dos últimos años. El negro y el chino habían descubierto, sólo con la ayuda de Internet, casi todo lo que estaba relacionado con los Sforza. Al regresar al mundo de los vivos, Carpenter se esforzó en aprender a utilizar las nuevas tecnologías, pues era consciente de lo útiles que eran, pero aún había varias cosas que escapaban de su comprensión. Sabía que Internet era una poderosa herramienta de comunicación e información, pero quedaba tan lejos de su propia experiencia que nunca había pensado en utilizarla. Para conseguir la información que necesitaba, era incapaz de pensar en algo que no fueran contactos físicos, sobornos, violencia y cosas similares. Y eso era totalmente diferente a pulsar una serie de teclas y conseguir que la respuesta apareciera en la pantalla.
Lo peor de todo era que los cazadores sospechaban que podía ejercer influencia sobre ellos. Thea había conseguido recuperar los recuerdos que le había borrado, mientras que la mujer latina, Lupe, aunque no había logrado deshacerse del mal de ojo que le había lanzado, había conseguido recordar extraños detalles sobre él. Carpenter se preguntaba si el chino también habría contrarrestado los sutiles pellizcos que le había dado o si podía haber algo en las mujeres que les facilitara deshacerse de los efectos.
Aquella habilidad era una de las herramientas más poderosas que tenía. Si estaban en guardia, le resultaría mucho más difícil empujarles hacia la dirección correcta. Carpenter no estaba asustado (un hombre como él no podía sentir pánico, ¿verdad?), pero se sentía sumamente inquieto. Había llegado el momento de dar el siguiente paso, de averiguar en qué punto se encontraban aquellos proclamados cazadores y poner en marcha su plan.
El martes por la noche, en cuanto acabó de escuchar la cinta, había llamado a Thea. De lo mal que oía, había tenido que pegar la oreja al auricular. Ya iba siendo hora de que controlara a los cazadores; les había dejado solos demasiado tiempo y era muy probable que estuviesen planeando algo que tendría consecuencias terribles para él. Durante toda la conversación, Thea se había mostrado tan chistosa (incluso había bromeado con él, por el amor de Dios) que estaba seguro de que tenía razón. Probablemente, había sido insolente para pavonearse delante de sus amigos. Carpenter había ido corriendo al escondite de los cazadores para atraparlos e intentar volver a centrarlos en su plan... ¡pero no estaban allí! El jeep del matón estaba aparcado en la calle, pero no había nadie dentro del edificio. La nueva cinta de la grabadora, que estaba escondida en la trastienda, sólo contenía un par de minutos de conversación: habían llegado unos cuantos porque Thea les había pedido que se reunieran para contarles algo importante. Se habían empezado a quejar del frío que hacía porque se había estropeado una de las estufas y habían decidido esperar a los que faltaban en el Suburban para irse después a otra parte. Se habían ido hacía tan sólo media hora.
Estaban en la furgoneta, así que no estaba todo perdido. Los micrófonos que había conectado a la cinta que estaba escondida debajo del motor grabarían todo lo que dijesen. Aunque fueran a otro lugar, podría escuchar la conversación que mantuvieran durante el trayecto. ¿Pero de qué tenían que hablar? ¿Qué quería contarles la dama? ¿Sería algo sobre su madre o quizá había descubierto sus verdaderos propósitos? ¿Estarían planeando ir a por él? Si lo intentaban, acabaría con ellos en menos de un segundo. Carpenter se obligó a tranquilizarse, pues sabía perfectamente qué era lo que le recomía por dentro: el hecho de que un simple grupo de aficionados fuera capaz de desconcertarle.
Y puede que ese fuera el error más grande que había cometido: creer que aquella gente podía serle de alguna utilidad. No era más que un grupo desorganizado. Por muy rebelde y brutal que hubiese sido la Mafia, poseía una jerarquía de poderes bien establecida y unas disposiciones claras sobre quién hacía qué. Carpenter volvió a pensar por enésima vez en la posibilidad de contratar a unos cuantos secuaces, pero sabía que sólo estaría cambiando un problema por otro. Por estúpidos y fácilmente controlables que fueran los gángsteres, serían incapaces de enfrentarse a algo sobrenatural. Si un vampiro o un par de zombis se abalanzaran sobre ellos, empezarían a chillar como quinceañeras. En cambio, los cazadores recurrirían a sus propios poderes en cuanto les indicara hacia dónde tenían que dirigirse... Pero sabía que sería muy complicado conseguir que hicieran lo que él quería.
Cuando ya llevaba largo rato aparcado al otro lado de la calle del Stop n Go, Carpenter vio que se aproximaba el Suburban azul. En su interior sólo había dos auras: el alelí y el matón. ¿Así que todos los demás se habían ido ya? Perfecto. La furgoneta dejó al matón junto a su jeep y volvió a ponerse en marcha. Carpenter estuvo a punto de abalanzarse sobre Parker para aplacar parte de la frustración que sentía, pero sabía que sería una estupidez. Primero, descubre qué cojones están haciendo, se ordenó.
Esperó a que Parker se fuera antes de poner en marcha su automóvil y seguir al Chevy Suburban.
La tarea de recoger la cinta del lugar en el que estaba escondida sólo resultaba difícil debido a la aversión que sentía por la suciedad. Nada más llegar a su escondite, oyó que habían estado esperando a Thea en la furgoneta durante largo rato, pero los muy idiotas no habían parado de hablar ni un instante. Sólo pudo escuchar la conversación telefónica que había mantenido con Thea y la primera parte de su plan; a continuación, la cinta se había acabado y había dejado de grabar. Rompió el radiocasete y la mesa sobre la que descansaba antes de lograr calmarse un poco.
—Relájate, capullo —se gritó a sí mismo. Excepto por aquel grito, la habitación estaba en completo silencio, ya que ni siquiera respiraba con dificultad después del esfuerzo que había realizado para reducir a astillas la mesa de madera... aunque la verdad es que hacía años que no respiraba.
Paseando de un lado a otro de la habitación, Carpenter intentaba refrenar sus emociones. Aunque no sabía qué habrían planeado, lo que había escuchado era suficiente: los cazadores sabían que él tenía otros propósitos, pero no habían confirmado si sabían o no cuáles eran. Si hubiesen tenido alguna idea de sus verdaderas intenciones, habrían preparado sus armas para ir a por él; sin embargo, habían decidido entrar en el templo. Iban a reconocer el terreno.
La dentadura de Maxwell Carpenter brilló bajo la luz. Eso no era lo que él había planeado pero, al parecer, los cazadores iban a hacer el trabajo que quería que hicieran. Perfecto.
Para Thea, cruzar la entrada del Templo Ortodoxo de Akenatón fue como sumergirse en la antigüedad. Las puertas principales eran inmensos paneles de cobre centelleante de dos metros y medio de altura, con la superficie surcada de hileras de jeroglíficos. Un hombre de piel morena, alto y delgado, que parecía más africano que árabe y vestía una sencilla chilaba blanca y un turbante, cerró las puertas tras ellos tan silenciosamente como las había abierto. Thea advirtió que cada una de ellas tenía al menos siete centímetros de espesor y que por dentro eran de madera. Se encontraban en un vestíbulo, un espacio enorme que tenía un techo abovedado de tres metros de altura. El suelo era del mismo material que el resto del edificio: una especie de pizarra o piedra arenisca de tono dorado brillante. Una serie de arcos separaban la entrada del templo principal. Desde el lugar en el que se encontraba, Thea sólo podía ver una parte de éste: no parecía demasiado grande para tratarse de un lugar de adoración, pues calculó que debía de medir quince metros de ancho por treinta de largo. Según lo que recordaba, el minarete debía alzarse justo sobre el templo principal. Dando un paso hacia delante, vio el inconfundible ángulo del interior de una pirámide que se alzaba sobre el templo y descubrió que el minarete se había construido a su alrededor, como si desearan ocultarla. Entre las dos estructuras había diversas lámparas que brillaban a través del material translúcido con el que había sido fabricada la pirámide, proyectando una luz cálida y etérea por todo el templo que quedaba debajo.
El resto de la decoración seguía un estilo más egipcio, que árabe o musulmán. Las paredes estaban adornadas con estatuas egipcias y jeroglíficos y las columnas parecían haber sido transportadas directamente desde el Reino Medio... y por lo que Thea sabía, puede que fuera cierto; incluso podían haber traído de allí todo lo que había en el edificio. Alrededor del templo principal había urnas y bajorrelieves. Todos los objetos que miraba le transmitían una resonancia que era incapaz de ignorar. Ante aquel espectáculo, una parte de su ser que llevaba enterrada todos aquellos años empezó a agitarse.
El silencioso portero permaneció junto a la pared de la derecha, mirando fijamente al hombre que se encontraba en el centro del vestíbulo. Era un hombre de mediana edad y descendencia arábiga que vestía un sencillo traje gris y tenía una expresión severa. Era corpulento, por así decirlo, pero irradiaba una fuerza y una solidez que eclipsaba cualquier impresión de que estuviera gordo o fuera torpe.
—¿Qué es lo que quieren? —preguntó, observándolos con gravedad.
Cogiendo aire con fuerza, Thea dio un paso adelante y extendió el brazo para saludarlo.
—Soy Tina Grant, del Chicago Tribune.
Como el hombre continuó mirándola con frialdad e ignoró la mano que le tendía, Thea abrió el bolso para buscar su tarjeta. Por la mañana había dedicado una hora entera a aquel trabajo: escanear la tarjeta de una periodista con la que había colaborado en una ocasión, dejar el nombre de aquella mujer y cambiar el número de teléfono e imprimir unas cuantas en papel Avery para tarjetas (que ya venía cortado de fábrica). Maravillas de la autoedición. El número que había anotado en ellas era el de su teléfono móvil, que ahora estaba en manos de Dean, quien tendría que interpretar el papel de editor si aquellos tipos llamaban para comprobar las credenciales. Cuando metió la mano en el bolso, Thea también tuvo la oportunidad de conectar el walkie-talkie que llevaba, el componente principal de los auriculares que habían utilizado durante el ataque a la propiedad de Klein. Lo tenía a un volumen bajo para que, en caso de que hubiera electricidad estática, el sonido fuera amortiguado por el bolso. Eso significaba que el equipo del Suburban no podría oír lo que dijeran, pero podrían oír los gritos, los disparos o cualquier otro sonido que indicara que sus compañeros estaban en problemas. Al meter la mano en el bolso percibió un débil sonido estático, así que decidió bajar un poco más el volumen.
Le tendió la tarjeta mientras continuaba con las presentaciones.
—Éste es mi fotógrafo, Jake Bookman, y este caballero es Chow Li. Está en el Hong Kong Times, preparando un artículo sobre las diferencias de enfoque que presentan las noticias en Oriente y en Occidente —se acercó un poco más al hombre para hacerle partícipe de una confidencia—. Lleva molestándonos casi una semana.
Aunque no era la mejor tapadera del mundo, Thea confiaba en que aquellos hombres se pondrían tan nerviosos al saber que les habían descubierto que no se les ocurriría comprobar las credenciales. Y si al final descubrían la mentira... bueno, no sería la primera vez que un periodista utilizaba las credenciales de otro para intentar averiguar algo.
Tal y como iban las cosas, suponía que no tenía de qué preocuparse: el hombre cogió la tarjeta con cautela y una evidente expresión de disgusto, y apenas echó un vistazo a la información que contenía antes de guardársela en el bolsillo.
—Se lo preguntaré de nuevo. ¿Qué es lo que quieren?
Debido a sus rasgos étnicos y al acento con el que pronunció aquellas palabras, Thea estaba bastante segura de que aquel tipo era egipcio. Además, lo más probable era que no llevara demasiado tiempo en los Estados Unidos, pues era evidente que le incomodaba el hecho de que una mujer hablara con él de igual a igual. Bueno, que se joda. Puede que este choque cultural jugase a su favor.
—De acuerdo, iré directa al grano, ¿señor...? —se limitó a mirarla con frialdad—. De acuerdo. Tenemos razones para pensar que un hombre que desapareció en circunstancias misteriosas ha estado escondiéndose en su templo.
—¿Y por qué razón les interesa ese tema?
Thea sonrió.
—¡Sería una gran noticia! Un respetable empresario, cuyo apellido está relacionado con el crimen organizado, desaparece. Nadie sabe si ha sido secuestrado o asesinado. Pero lo más curioso de todo el asunto es que el resto de su familia ha sido víctima de una insólita epidemia de suicidios, accidentes y muertes misteriosas. Más tarde se descubre que se ha estado ocultando, sin decir ni una palabra a sus amigos ni a sus parientes, y mucho menos a las autoridades. El Tribune quiere saber la razón, señor.
El hombre exhaló con fuerza.
—No nos importa lo que usted quiera, señora. Este lugar es privado y no está implicado en...
—No se moleste en explicarme el perfil de su empresa, señor —la voz de Thea adoptó un tono inflexible—. Ambos sabemos que Nicholas Sforza está aquí dentro. Si no fuera así, aún estaríamos en la calle, hablando con el director del Chicago. La única cuestión es, ¿nos van a conceder una exclusiva o publico la información que he ido recopilando de mis fuentes?
La cólera era evidente en los ojos de aquel hombre aunque, por todo lo demás, seguía impasible. Abrió la boca para replicar, pero se detuvo al instante. Movió un poco la cabeza, como si estuviera escuchando algo. Cuando volvió a mirarles, Thea pudo ver que llevaba un diminuto aparato de color carne en la oreja. Supuso que se trataba de una especie de radio en miniatura... el tipo de dispositivos a los que tenía acceso una empresa de seguridad, No consiguió ver ningún transmisor, aunque puede que llevara uno en la muñeca, como los agentes de los servicios secretos.
El hombre se aclaró la garganta con una especie de tos gutural y asintió con brusquedad. Parecía descontento.
—Síganme —dijo, mientras se dirigía hacia el pasillo que avanzaba a lo largo de la pared derecha del templo principal, dejando atrás diversos bancos de piedra. Thea no sabía qué pensar del giro que habían dado los acontecimientos, pues había esperado tener que sortear más obstáculos. De todas formas, ya habían llegado hasta aquí; no podían echarse atrás.
Siguieron al hombre, escoltados por el ayudante de piel más oscura. Thea se sentía prácticamente sobrecogida por la sensación de antigüedad e historia que desprendía ese lugar. A cada paso que daba, algo en su interior parecía agitarse y tenía la confusa sensación de que el recuerdo de haber estado antes en ese templo (o en uno muy parecido), estaba encerrado en el interior de un frágil caparazón. Un solo golpe bastaría para romperlo y liberar los recuerdos.
—¿Percibís algo, muchachos? —susurró a sus compañeros mientras avanzaban.
—Los dos son mortales —murmuró Romeo—. Aparte de eso, nada.
—Lo mismo digo —dijo Jake uniéndose a la conversación—. ¿Pero no os parece extraño que los dos sean extranjeros?
—¿Por qué? Se trata de un culto extranjero, así que atrae a los forasteros —susurró Thea en respuesta.
—Puede que antes fuera así, pero Sforza lo compró y él es italiano, ¿no? ítalo-americano o algo así. ¿Decidió mantener al personal que trabajaba antes en el templo o lo único que sucede es que nos hemos encontrado con los dos únicos árabes que tiene en nómina?
El egipcio se detuvo ante una sencilla puerta de madera situada en el extremo más alejado de la sala principal. El ayudante se adelantó con rapidez y la abrió, retrocediendo a continuación para dejar entrar a su inmenso compañero. Justo antes de seguirle, Thea miró a Jake.
—¿Sabes lo lejos que estamos de descubrir siquiera la mitad de las coincidencias y enigmas con los que hemos tropezado durante los últimos días?
—Quizá deberíamos entrar en la habitación e intentar encontrar la respuesta de alguna de esas preguntas —sugirió Romeo, con sólo un leve sarcasmo.
Thea puso en blanco los ojos antes de cruzar el umbral.
Carpenter estaba sentado en el Lincoln. Había orientado un micrófono parabólico hacia el Chevy Suburban, que estaba aparcado a media manzana de distancia. Aunque carecía del equipo necesario para interceptar los micrófonos que había en la furgoneta, aquel sistema funcionaba bastante bien. A diferencia de Internet, no le había costado demasiado darse cuenta de la utilidad de este tipo de dispositivos, que ya había utilizado en diversas ocasiones para controlar a los cazadores y a otros.
La furgoneta estaba aparcada mirando hacia él, justo al principio de la calle del templo. El alelí, el matón y el homosexual estaban dentro. Cuando se dio cuenta de que aquellas tres personas eran los refuerzos, en su rostro se dibujó una sonrisa. Parecía una operación de Mickey Mouse. A partir de la conversación que acababa de escuchar y de los planes parciales que había oído la noche anterior, Carpenter descubrió que aquellos tres idiotas estaban vigilando a sus amigos mediante un walkie talkie que llevaba Thea en el bolso. Si había problemas, se suponía que irrumpirían en el templo como la caballería para salvar a sus amigos. A Carpenter se le ocurrían más de media docena de fallos que tenía aquel plan, pero en aquellos momentos ya sabía que las cosas no irían tal y como él había planeado.
Vio que la otra mitad del equipo salía de un taxi y se detenía junto al portal del templo durante una eternidad, antes de llamar al timbre. Carpenter se preguntaba qué habrían dicho para que les abrieran la puerta. El walkie talkie del Suburban sólo captaba sonidos amortiguados y el micrófono parabólico no los recibía con mayor claridad. Y si añadía a todo eso sus problemas auditivos... Por lo tanto, tardó largo rato en comprender por qué las personas de la furgoneta se habían puesto tan nerviosas. Tras ajustar la posición y el volumen del micrófono, Carpenter consiguió averiguarlo. El walkie talkie sólo estaba emitiendo un sonido estático. Habían perdido el contacto con sus amigos del interior.
Debido a sus gritos e imprecaciones, era obvio que estaban intentando decidir si sus compañeros estaban en problemas o si el templo estaba interfiriendo de algún modo en la transmisión. A Carpenter aquello no le importaba en absoluto. Lo único que sabía es que, quizá, aquella fuera la única oportunidad que tenía para actuar.
Después de todo lo que había podido ver en el templo, Thea consideró que aquella habitación era irritantemente occidental. En la esquina más cercana se alzaba un sarcófago perfectamente preservado, y pudo ver pequeños objetos de artesanía dispuestos sobre las mesas y colgando de las paredes. Todo lo demás que había en la sala era mobiliario tradicional de oficina. Sobre el escritorio que les observaba desde la pared más cercana descansaban una lámpara halógena, un teléfono, un ordenador con pantalla plana y una disquetera compacta. En frente del escritorio había dos sillas de madera, sencillas pero elegantes. A la derecha, junto a otra puerta, había una mesa de café redonda rodeada por un amplio sofá y otras dos sillas de madera.
Thea observó todo aquello sin darse cuenta, pues su atención se había centrado en el hombre junto al que se había detenido el tipo que les había llevado hasta allí.
Nicholas Sforza medía aproximadamente un metro ochenta de altura y era de complexión fuerte, pero tenía un rostro tan afilado que no parecía sufrir sobrepeso. Sus ojos se hundían en el cráneo, proporcionándole aquella mirada intensa y ensimismada que adoran los directores de reparto. No tenía un atractivo convencional, pues su nariz era demasiado grande y su mandíbula, aunque fuerte, no era lo bastante ancha. De todas formas, era un hombre impresionante, que conseguía llamar la atención simplemente con su presencia. Thea consideró que debía de tener unos treinta y pocos años. Lo más distintivo que había en su rostro, aparte de sus profundos ojos, era una larga cicatriz que iba desde un sien hasta la línea del nacimiento del cabello. Llevaba su cabello moreno muy corto y peinado hacia atrás, desde la frente. Estaba un poco desordenado sobre la cicatriz y los mechones que crecían alrededor de ésta eran sorprendentemente blancos. Vestía zapatos negros con suela de caucho, pantalones de pinzas de color carbón y una camisa de cuello redondo de color azul oscuro que llevaba arremangada y dejaba ver unos brazos muy hirsutos. Sforza observaba fijamente a sus visitantes con los brazos en jarras. También llevaba una medalla con un escarabajo dorado y un brazalete de oro muy elaborado. Ambas joyas tenían un diseño egipcio, aunque Thea no sabía si eran piezas contemporáneas o antiguas.
Sforza irradiaba una especie de majestuosidad y soberanía que hacían que Thea quisiera inclinar la cabeza ante él. Recurrió a su segunda visión para atravesar la interferencia mística que había percibido desde que cruzó las puertas del templo, pues suponía que Sforza sería el punto del que brotaba toda aquella energía. Descubrió que no era así, aunque aquel hombre era el nexo de algo. Entonces percibió con absoluta claridad una sensación de peligro inminente, pero no para ella, sino para el propio Sforza. Al ver que Romeo se sobresaltaba, lo enfocó y descubrió que su imagen quedaba ensombrecida por unas oleadas intermitentes de energía focal, como los espejismos que ves cuando conduces por el desierto y hace mucho calor. Nunca había percibido nada similar, pero sintió que su alma se helaba.
—¡Romeo! —barbulló Thea, olvidando su pequeño embuste por la sorpresa y la preocupación.
Romeo sacudió la cabeza, indicando que estaba bien aunque muy desconcertado por algo. Jake miraba a su alrededor, intentando percibir lo que estaba sucediendo en el enrarecido nivel de sensación que quedaba fuera de su alcance.
Entonces, Nicholas Sforza habló, con una voz grave que provocaba una ligera resonancia.
—Usted es el tipo de la otra noche —le dijo a Romeo. A continuación, mirando a Thea y a Jake, afirmó—: Y ustedes no son del Tribune ni de ningún otro periódico.
Necesito enfocar; estamos en una zona repleta de cosas insólitas. Thea no estaba segura de lo que debería decir, pero decidió seguir interpretando, valerosamente, su papel.
—Por favor, señor Sforza. Su ayudante tiene mi tarjeta; puede llamar al periódico para comprobarlo, si lo desea. Verá...
—¡Oh! ¡Vamos! —interrumpió Sforza—. Olvídese de esa historia. Sabe perfectamente que no está engañando a nadie.
Hubo una tensa pausa.
—De acuerdo, de acuerdo —dijo Jake tras suspirar con fuerza—. De todas formas, me gusta ir directo al grano. Me llamo Jake y ellos son mis compañeros, Thea y Sam. Pero lo llamamos Romeo; es una larga historia.
—Una buena presentación —la severa expresión de Sforza se había relajado ligeramente. Ahora parecía estar divertido—. Y díganme... ¿Qué han venido a hacer aquí?
—Eso es lo que estamos intentado descubrir —reconoció Thea. A decir verdad, ni siquiera habían pensado en la posibilidad de que pudieran tener un encuentro con aquel hombre. Si se mostraba tan precavido que no se le había visto nunca por la ciudad, ¿por qué había decidido aparecer y hablar con unas personas que habían llamado a la puerta? También le desconcertaba la forma de actuar de Jake. Romeo seguía observando fijamente a Sforza, como si estuviera intentando resolver algún tipo de enigma.
—De acuerdo, vamos a empezar hablando de quién... o quizá debería decir qué... les ha traído hasta aquí. Ustedes...
En aquel mismo instante, se oyó una colisión y todas las alarmas saltaron.
En un abrir y cerrar de ojos, Carpenter había salido de su coche y avanzaba por la acera en dirección al Suburban. Cuando llegó a la parte posterior de la furgoneta, dio media vuelta y volvió a ponerse en marcha (esta vez, por el lado del conductor), hasta que la quejosa dama, Lilly, advirtió su movimiento por el retrovisor lateral. Tardó un par de segundos, pero por fin dejó de lamentarse con sus compañeros y miró por el retrovisor para ver qué era aquella forma oscura que había visto.
En cuanto Carpenter consiguió establecer contacto visual a través del espejo, impuso su voluntad en la mente de Lilly del mismo modo que había hecho con Buster en Las Vegas. Pero en esta ocasión, su deseo era diferente. No deseaba que aquella zorra muriera; por lo menos, no hasta que hubiera hecho lo que él quería. Sabía que estaba a punto de hacer una jugada arriesgada. Si Lilly estaba en guardia, su truco mental no surtiría ningún efecto. El alelí había visto un hombre vestido con un traje negro, cuyos ojos brillaban con un extraño color verde. Como los cazadores estaban al tanto de su poder, existía la posibilidad de que se pusiera en guardia. Y eso significaba que Carpenter tenía que jugar con el elemento sorpresa.
La suerte estuvo de su parte. Lilly Bel va, distraída por las complicaciones derivadas del walkie-talkie, miró por el retrovisor a la figura que se aproximaba. La orden mental de Carpenter golpeó su materia gris como un puñetazo en los riñones. Aprovechándose de la preocupación que sentía aquella mujer por sus compañeros y de su odio hacia los no muertos, consiguió acentuar aquellos sentimientos y convertirlos en una orden poderosa. De repente, con mucha más fuerza de la que era capaz de concebir, Lilly deseaba entrar en el templo.
Vio que el reflejo de Lilly se movía cuando la mujer observó la calle. Entonces, en vez de abrir la puerta del conductor y salir corriendo, tal y como había esperado, puso en marcha el motor del Suburban. Aún estando en la calle y con sus problemas de audición, Carpenter oyó los gritos de sorpresa que salían del interior de la furgoneta cuando ésta chirrió sobre el bordillo y empezó a dirigirse, rugiendo, hacia el Templo de Akenatón.
Mientras el gran Chevy salía disparado hacia el templo, apareció en la carretera un coche que giró de forma tan brusca como el Suburban, obligando a Carpenter a saltar hacia un lado. Sus reflejos preternaturales le alejaron del peligro con facilidad, aunque le molestó ensuciarse el abrigo al rodar sobre la acera. Los chirridos de los neumáticos y los bocinazos perturbaron el aire de mediodía; entonces, hubo un estruendo de metal y vidrios cuando el coche que acababa de acceder a la carretera chocó contra la parte posterior de la furgoneta. Carpenter se puso en pie a tiempo de ver que el Suburban, que seguía adelante dejando una estela de humo porque el Mitsubishi le había destrozado el parachoques posterior, se estrellaba contra la puerta principal del templo.
La colisión fue tremenda, y el estruendo fue doloroso incluso para los torpes oídos de Carpenter. El motor del Suburban se detuvo y las ruedas quedaron a treinta centímetros del suelo debido a la inercia. Cuando la parte delantera se estrelló contra las fuertes puertas de metal, empezó a salir humo por debajo del capó. Carpenter, que sabía que Sforza había reforzado las puertas al mudarse, descubrió que el impacto había logrado provocar ciertos daños: la puerta de la derecha cedió, aunque continuó sujeta a sus bisagras; sin embargo, la de la izquierda tuvo peor suerte. El tercio inferior se desprendió de su bisagra y empezó a curvarse hacia dentro hasta que cayó con fuerza sobre el motor del Suburban.
Increíble. Lo único que había pretendido Carpenter era que los residentes del templo tuvieran que salir para ocuparse de un pequeño disturbio. En ningún momento había planeado un asalto a gran escala a plena luz del día.
Pero ya no había nada que hacer. Tenía que adaptarse a la nueva situación. Cruzó la calle corriendo y saltó sobre el techo del Suburban. Al correr sobre el metal, percibió la confusión y pánico de los ocupantes del vehículo. A continuación, saltó sobre el muro del templo y aterrizó con dificultad sobre las baldosas del patio. Si hubiera sido mortal, lo más probable es que se hubiese perforado la pelvis con las rodillas por el impacto... pero si fuera mortal, nunca hubiera sido capaz de dar un salto de dieciocho metros. Sacando sus leales Colt de las pistoleras que llevaba en los hombros, siguió corriendo a toda velocidad.
Thea no podía creerse lo estúpidos que habían sido. ¿Cómo se les había ocurrido meterse en una situación desconocida sin armas y sin haber preparado ningún plan, aparte del de "hablar con el tipo"? ¡Había sido una locura! Pero entonces, Romeo logró que las cosas se complicaran aún más.
Hacía tan sólo un segundo estaban a punto de contarle al misterioso Nicholas Sforza toda la verdad, pero ahora les estaba acusando de haber preparado aquel ataque. El egipcio fornido, a quien Sforza llamaba Gamal, sacó una enorme pistola de alguna parte, les ordenó que dejaran el bolso y la cámara sobre el escritorio e, instantes después, tras indicarles que cruzaran la otra puerta del despacho, les obligó a avanzar por un estrecho pasillo que se internaba más en el templo. El silencioso ayudante, que también había sacado un revólver de alguna parte, dirigía al grupo. Sforza se quedó atrás para coordinar o para hacer aquello que hiciera normalmente un tipo extraño, vinculado a la Mafia y que fuera el foco de alguna fuente de energía mística.
El tipo de la túnica dobló una esquina y pudieron ver una puerta a unos seis metros de distancia. Mientras el ayudante se acercaba para abrirla, Romeo miró a Thea. Cuando ésta se dio cuenta de lo que pretendía hacer, abrió los ojos de par en par con consternación, pero no le quedó otra alternativa. Si se quedaba quieta, lo único que conseguiría Romeo sería que los mataran a todos; por eso, en cuanto su compañero se abalanzó sobre la pistola del tipo de la rúnica, Thea arremetió contra Gamal. Aprovechando que el egipcio se giraba para apuntar a Romeo con su arma, Thea le pegó una fuerte patada en la mano. La pistola se disparó, amortiguando el ruido que hizo la muñeca de Gamal al romperse. Tanto el hombre como el arma cayeron al suelo, el primero retorciéndose de dolor y la segunda humeando levemente.
Jake se quedó inmóvil, observando la escena. Entonces, decidió coger el arma antes de que el egipcio pudiera recuperarla con la otra mano. Thea estaba centrada en Romeo, porque estaba segura de que la bala perdida se había clavado en su espalda, sin embargo, no parecía que estuviera muy grave, pues estaba de cuclillas, golpeando la cabeza del tipo de la túnica contra la puerta.
—¡Romeo! ¡Para! —le cogió del brazo y tiró con fuerza. Romeo se volvió hacia ella, que se había bloqueado al registrar en su conciencia lo que acababa de hacer su compañero. Se miraron el uno al otro durante un segundo, sorprendidos y coléricos, hasta que la voz de Jake les obligó a regresar a la realidad.
—¡Thea! ¡Romeo! —dijo, poniéndoles mala cara. A continuación, se volvió hacia Gamal para disculparse—. Señor, lo siento mucho. No teníamos ninguna intención de atacarles, pero esta situación es de locos. Si nos contara qué ha sucedido, podríamos aclararlo todo antes de que alguien más resultara herido.
Thea y Romeo miraron a Jake con tanta incredulidad como el egipcio, mientras que el tipo déla túnica intentaba, sin mucho éxito, recuperar el sentido.
Carpenter se encontraba a un paso de las puertas del templo cuando éstas empezaron a abrirse hacia dentro. Sabía que Nicholas Sforza hacía creer a todos el mundo que estaba lejos, escondido, y que controlaba su empresa de seguridad a distancia. Los nuevos lacayos eran jinetes de camello que Sforza había traído consigo cuando regresó... bueno, de allá donde hubiera ido después de que Carpenter intentara matarlo, así que no se sorprendió cuando dos de ellos salieron a toda prisa del templo. Su aspecto era algo ridículo, porque vestían túnicas y turbantes y empuñaban pistolas automáticas compactas que tenían unas cosas redondas y grandes en los extremos. Carpenter llevaba en la tierra el tiempo suficiente como para saber que aquellas pistolas, que eran igual de grandes que un libro de bolsillo, podían disparar más plomo en un segundo que una pistola ametralladora en un minuto. Aquellas armas no conseguirían detenerlo, pero le obligarían a retrasarse. Lo mejor era no darles ninguna oportunidad.
Sin reducir la velocidad de sus pasos, cruzó los brazos y apretó los gatillos de sus Colt un par de veces, mientras pasaba entre los dos nombres. Los disparos tendrían que haber sido más seguidos, pero los gatillos no volvían a su posición con tanta rapidez. Además, aquellos dos balazos que había recibido cada uno de ellos tendrían los mismos efectos que una docena. Las balas atravesaron a los guardias, derribándolos contra las puertas que acababan de abrir. Carpenter no vio las manchas de sangre que dejaron los hombres en la lámina de latón porque sus sentidos estaban centrados por completo en las pulsaciones espirituales que emanaban de Nicholas Sforza. Carpenter lo detectó en un instante, unos doce metros más adelante y a la derecha.
La conexión que tenía con Sforza, la necesidad espiritual que sentía por aquel nieto que podría haber sido de su familia, funcionaba como una frecuencia mística. Su visión de muerte no era como los rayos X, así que ignoraba si había alguien más con Sforza; por lo que sabía, puede que los cazadores le estuvieran dando una paliza en aquellos momentos. O puede que estuviera acompañado por una docena de secuaces armados hasta los dientes.
Había dos razones por las que Carpenter quería que los cazadores participaran en aquella misión. La primera, para que rompieran la barrera sobrenatural que protegía el edificio. El alelí se había encargado de ese punto al hacer que el coche se estrellara contra la puerta, permitiéndole acceder al santuario de su víctima.
La segunda razón, y la más importante, tenía que ver con el aura, la tremenda energía que había en el interior del templo. La había advertido por primera vez hacía unas semanas, cuando rastreó a Sforza hasta aquel lugar, pero sólo había podido percibirla al acercarse al muro. Su visión de muerte había captado una asombrosa cantidad de energía vital vinculada a algo imposiblemente antiguo. La barrera de protección que se extendía alrededor del templo conseguía ocultar el aura, que de otro modo habría sido percibido por cualquier habitante del área de Chicago que tuviera cierta sensibilidad psíquica. Carpenter no sabía qué era aquello, pero era consciente de que era mucho más poderoso que él. Lo más probable es que se tratara de algún vampiro antiguo, puede que de otro Sforza como Vincent, que estuviera asociado con el joven Nicholas.
Aquel había sido el punto decisivo por el que había preferido que le acompañaran los cazadores y no un grupo de gángsteres codiciosos y malhablados. A Carpenter no le inquietaba enfrentarse a lo sobrenatural, pues tenía poder y experiencia suficiente para ocuparse de cualquier cosa; sin embargo, no le gustaba ir a ciegas. Sforza había cambiado, pero eso no era más que una incógnita de la que estaba deseoso de ocuparse. Sobre todo ahora, después de la tremenda recarga espiritual que había recibido al destruir a Vincent Sforza. Estaba seguro de que podría destruir sin problemas a ese cabrón pero, ¿podría enfrentarse a Sforza y a una entidad misteriosa y antigua? Carpenter no era estúpido... y para eso estaban Thea y sus compañeros.
Pero las circunstancias actuales no eran las que Carpenter tenía en mente. No tenía ni idea de qué podía ser aquella entidad, ni había tenido la oportunidad de convertirla en un objetivo atractivo para los cazadores. Estaba moviéndose a ciegas, sin tener ninguna pista sobre lo que podía haber en el interior. Sólo un idiota se arriesgaría a entrar en ese templo con sólo un par de pistolas... pero lo más probable es que ésa fuera la única oportunidad que tendría de hacerlo. Y, además, estaba cegado por su sed de venganza. Su alma le pedía a gritos que siguiera adelante, que destruyera al último de aquellos que le habían matado.
La parte racional y calculadora de su ser logró imponerse. Si actuaba de forma irreflexiva, lo destruirían antes de que pudiera llevar a cabo su venganza. Entonces regresó el miedo, el miedo a morir, a regresar al Infierno. Deseaba con tanta fuerza que aquello no sucediera que logró controlar su sed de sangre, al menos, en parte.
Detenido en el umbral del templo, dejando pasar unos segundos preciosos, Carpenter se dio cuenta de que había llegado el momento de corregir sus planes. Ahora que había conseguido entrar, percibía con mayor claridad a la entidad, aunque se encontraba a bastante distancia de ella. Percibió que estaba inactiva: si se trataba de un vampiro, debía de estar durmiendo puesto que el sol estaba brillando; si era algo más, no parecía haber sido perturbada por el caos que reinaba en el templo. De todas formas, parecía carecer de percepción. Como los sentidos paranormales de Carpenter eran instintivos, ni siquiera intentó definir qué era lo que había percibido. En su difunto ser, sentía que la fuente de esa aura estaba inactiva; era como, a falta de un concepto mejor, una batería. Una fuente de energía. Una herramienta o un arma, similar a su navaja. Pero también percibía que era un millón de veces más poderosa.
Tras tomar una decisión, Maxwell Carpenter se alejó corriendo por el pasillo de la izquierda del templo.
Thea miró incómoda a Jake y Romeo, y a continuación, a Gamal. El hombretón había conseguido controlar su dolor y les miraba sin dejar entrever expresión alguna. Entonces, se dio cuenta de que su garganta estaba moviéndose de forma irregular y que un débil barboteo salía de sus labios.
—¡Eh! —gritó, lanzándose sobre él y tirando del cuello de su camisa. El almidonado tejido estuvo a punto de romperse. Allí, sobre la piel cobriza de su cuello, había un objeto negro y redondo unido a un cable—. ¡Es una especie de micrófono! Tenéis lo último en tecnología, ¿eh, muchachos?
—Venga, hombre —dijo Jake, que parecía sentirse muy incómodo apuntándolo con la pistola—. Estoy hablando en serio. No queremos problemas. Dile eso a tu jefe o a quienquiera que esté al otro lado del micrófono.
Gamal miró con repugnancia la mano de Thea, como si su contacto fuera un insulto.
—Vuestras palabras son una mentira. Vuestros amigos han destrozado el portal y han entrado en el templo con armas.
—Oh, mierda. ¿En qué diablos estarían pensando?
—Puede que no sean Parker y los demás —dijo Romeo, dirigiendo su atención a la esquina por la que habían llegado y a la puerta, que seguía cerrada.
—¿Destrozar el portal? A mí me parece algo muy típico de Parker —dijo Thea, soltando el cuello de la camisa del hombre y apartándose de su alcance antes de que éste tuviera la oportunidad de desquitarse.
—Pero Carpenter también es bastante violento. Le gusta que las cosas vuelen por los aires y todo eso —observó Jake.
Romeo miró a Gamal y a su aturdido compañero.
—Creo que no importa quién haya sido. Creen que hemos venido a atacarles. La mejor opción que tenemos es salir de aquí rápidamente.
—Demasiado tarde —dijo Nicholas Sforza, que justo en aquel momento apareció en la esquina, con la promesa de la muerte en los ojos.
El radar sobrenatural de Carpenter le daba una idea general de dónde se encontraba Nicholas Sforza, a pesar de que lo estaba utilizando para rastrear la otra aura. Parecía que el nieto de la zorra estaba delante y a la derecha, adentrándose en el templo al mismo paso que él. No sabía si estaba acercándose a él o escapando... o si se estaba dirigiendo a la fuente de poder místico. Carpenter aceleró sus pasos, dejando atrás bancos y estatuas sin que le descubriera ningún guardia que pudiera estar escondido en la sala. De hecho, el conjunto del templo parecía estar completamente vacío. Las alarmas que estaban sonando cuando entró se habían detenido inmediatamente después, así que el único sonido que había era el de sus pies, que traqueteaban con rapidez sobre el suelo de piedra.
Carpenter llegó a la puerta que había al fondo del pasillo y la abrió de una patada. La puerta se soltó de sus bisagras y acabó estrellándose contra la pared de enfrente. Se encontraba en un despacho o guardarropa de unos tres metros de ancho. Una mesa de madera, algunos armarios y cajas se alineaban a lo largo de las paredes, y en la pared más próxima colgaban diversos adornos. Había una puerta a su derecha y otra en la pared contraria. Al acercarse a la segunda, percibió el aura con más fuerza, así que también la abrió de una patada pero, esta vez, con la suficiente suavidad como para derribarla sin que saliera volando por el pasillo. Fue recibido con una ráfaga de disparos que le hicieron retroceder. La sorpresa fue mucho más perjudicial que los pinchazos de aquellas balas de nueve milímetros, así que se tiró al suelo al instante, haciéndose el muerto (aunque en verdad lo estaba), para que aquellos imbéciles dejaran de desmenuzarle el cuerpo. Funcionó. Los dos bastardos (que llevaban uniformes y botas en vez de túnicas y sandalias, como la primera pareja que había visto), dejaron de disparar y uno de ellos se adelantó para comprobar si estaba muerto.
Carpenter reventó la rótula de aquel hombre para que se mantuviera ocupado en algo y le cubriera mientras se deshacía del otro con un doble puñetazo en el abdomen. Después de eso, aquel gilipollas seguía moviéndose (putos chalecos blindados. ¡Cómo añoraba sus tiempos!), así que le apuntó con su pistola y disparó. A continuación, volvió la mirada hacia el otro guardia, que se estaba sujetando la rodilla y miraba sobrecogido a su compañero.
—Al menos, tú morirás con la polla entera —dijo, antes de plantar una bala en el cerebro del pobre desgraciado.
Se puso en pie y avanzó por el pasillo, llenando el cargador de la pistola que llevaba en la mano derecha mientras caminaba. Aunque sólo había gastado la mitad de las balas, era mejor que estuviera bien lleno; no había nada peor que quedarse sin balas justo cuando estabas haciendo tu gran entrada. La que llevaba en la izquierda estaba prácticamente llena, así que, de momento, la dejó como estaba. Se detuvo en la esquina, frente a una puerta que se abría a pocos metros. Intentaba hacerse una idea de lo que había al otro lado pero, debido a la fuerza de aquella aura, su visión de muerte era confusa. En aquellos momentos, incluso Sforza no era más que un punto borroso para su percepción. Fuera lo que fuera, se percibía con muchísima más fuerza dentro del templo que en la calle.
Al ver que su traje estaba destrozado, Carpenter enfureció. Se preparó para entrar en acción, derribar la puerta y resarcirse con quién fuera por su traje. Pero su debilitado oído no percibió el revelador sonido de una escopeta que apuntó hacia su espalda un segundo antes de que el pasillo retumbara.
13
Thea se sentía como si estuviera participando en alguna película de John Woo que se había hecho realidad. La silueta de Sforza se alzaba en medio del pasillo, apuntando hacia ella con una contundente pistola ametralladora con supresor de sonido. Romeo había adoptado la postura típica del policía, sujetando con las dos manos la Desert Eagle que le había arrebatado al ayudante y apuntando hacia la clavícula de Sforza. Jake, aunque era evidente que no deseaba disparar a nadie, movía su pistola entre Sforza y Gamal, que estaba de rodillas delante de él. Y todos estaban gritándose entre sí que soltaran las pistolas antes de que alguien saliera herido.
Alguien iba a ponerse nervioso y cometer una estupidez. Entonces, lo más probable sería que Thea acabara recibiendo un tiro. Tenía que pensar algo, pero el caos de la situación, combinado con su sobrecarga sensorial, se lo estaba poniendo muy difícil.
Entonces, el impulso de agacharse brilló en lo más profundo de su cerebro, y su cuerpo siguió aquella orden antes de que pudiera darse cuenta de lo que estaba haciendo. La enmudecida detonación de una escopeta pasó sobre ella en el mismo instante en que se tiró al suelo del estrecho pasillo. Aquello liberó la tensión que había en el lugar y se desencadenó el tiroteo pertinente.
El arma de Sforza había agujereado un trozo de la pared en la que había estado Thea un segundo antes. Romeo disparó tres veces en rápida sucesión y después otras tres, haciendo que Sforza retrocediera por el impacto a pesar de que estaba logrando apartarse con rapidez de su camino. Jake gritó cuando Gamal arremetió contra él, agarrando el arma con la mano buena mientras oscilaba el codo de su brazo lesionado contra la cara de Jake.
Con la impresionante reverberación de los disparos de Romeo, el aire que había delante Sforza crepitó y estalló como si fuera un cable eléctrico con vida. Rebotó contra la pared del fondo y se tiró al suelo controlando la caída. Desde el lugar en el que estaba tumbada, Thea vio que volvía a ponerse en pie. La sangre le cubría el pecho de la camisa, pero parecía que aquellas seis balas, a pesar de haber dado en el blanco, apenas le habían rozado. Genial, así que este tipo tampoco es normal. Ahora que lo sabía, Thea percibió un aura alrededor de Sforza y otra, de mayor energía, alrededor de su corazón. En vez de volver a arremeter contra ellos desde la esquina, Sforza esbozó una mueca al mirarse el pecho y, con rapidez, empezó a dibujar símbolos sobre la camisa con su sangre. Perfecto. Decididamente, este tipo no es normal.
Thea supuso que aquel era el momento perfecto para escapar, pero Romeo y Jake estaban teniendo problemas con Gamal. A pesar de la muñeca rota, el enorme egipcio estaba peleando con todas sus ganas. El pasillo era tan estrecho que sus compañeros apenas tenían espacio para maniobrar, y eso estaba jugando a favor de Gamal. Entonces, al otro lado de la puerta empezaron a oírse disparos y gritos. ¿Qué podían hacer para escapar? ¿Intentar pasar junto al invulnerable Nicholas Sforza y correr hacia la puerta principal para enfrentarse a la policía que llegaría en cualquier momento? ¿O escapar en dirección contraria y meterse en medio de un tiroteo?
Thea no tenía ningún interés en luchar contra Sforza, pero dudaba que aquel tipo estuviera deseoso de atender a razones. Por otra parte, lo más probable era que, si sus amigos habían sido los que habían asaltado el templo, fueran ellos los que estuvieran armando aquel alboroto al otro lado de la puerta. Llegó a la conclusión de que lo mejor sería unirse a ellos y retirarse con prudencia.
Thea, que estaba detrás de Gamal, empezó a levantarse. El hombre, que sabía que estaba mal situado, intentó girarse para poder enfrentarse a los tres, pero antes de que pudiera hacer nada, Thea apoyó los brazos en la esquina del pasillo y, cogiendo impulso, envió a Gamal junto a Sforza de una patada.
En aquel momento, Sforza dio por finalizada su extraña y sangrienta escritura y Thea captó un destello de energía en su pecho.
—¡Vámonos! —gritó, mientras corría hacia Jake y Romeo—. ¡Por la puerta! ¡Vamos!
Carpenter estaba harto de los jodidos cazadores. Le habían ayudado a traspasar las barreras físicas y místicas que había colocado Sforza, pero ahora no le dejaban en paz. El matón le había alcanzado por la espalda con una ráfaga de disparos que ni siquiera había oído. Después, había aparecido el alelí y le había gritado a Carpenter que se detuviera... ¡y entonces su cuerpo se había quedado paralizado! La dama estaba quieta, con el cuerpo rígido, observándolo fijamente, como si deseara que su mirada pudiera matarlo. Y la verdad es que, gracias a lo que estaba haciendo, tenían muchas posibilidades de acabar con él. Intentó imponer su voluntad sobre ella, pero en esta ocasión, estaba en guardia.
Entonces, el matón extendió la mano y Carpenter pudo ver un centelleo de calor antes de que saliera una llama de su puño. ¿Qué cojones era eso? ¡Aquel tipo había sacado una espada llameante de la nada! Era evidente que tenía intenciones de golpearle con ella una docena de veces, pero el pasillo era demasiado estrecho para que pudiera abalanzarse sobre él. Para poder avanzar, tenía que empujar al alelí porque, al parecer, ésta había centrado toda su atención en mantenerle inmovilizado y era incapaz de darse cuenta de que estaba obstaculizándole el paso a su amigo.
Carpenter oyó unos débiles gritos y disparos procedentes del otro extremo del pasillo, que eran respondidos por nuevos disparos y los gritos del gordo que les estaba cubriendo las espaldas. Todos ellos se agacharon, como si de alguna forma fueran capaces de moverse con más rapidez que las balas. Al parecer, nadie había resultado herido, excepto, quizá, el gordo, pero eso no le importaba demasiado. Aquel ataque había detenido, por un segundo, la concentración del alelí... y eso era todo lo que Carpenter necesitaba.
Levantó sus dos pistolas y disparó con furia. Como era muy probable que el alelí llevara un chaleco antibalas, decidió disparar más alto. Las balas obligaron a la mujer a retroceder tambaleándose hacia la pared, donde estaba su gordo compañero; entonces, cuando fueron más altas, le atravesaron la cara del mismo modo que un bate de béisbol reventaría una calabaza madura. El matón arremetió contra él, con el rostro distorsionado por la rabia y oscilando su arma llameante. Carpenter cambió de objetivo, algo que resultaba bastante sencillo en aquel estrecho corredor, pero el matón fue más rápido que él. Sólo consiguió asestarle un tiro en el abdomen, en su jodido chaleco, antes de que la espada se clavara en su mano izquierda. El fuego se aferró a él a través de la pistola, amputándole dos dedos. Entonces, la bala que quedaba en la cámara se disparó por el calor, haciendo que la pistola explotara. La metralla le desgarró la mano y le rebanó el torso. El matón empezó a retroceder gritando cuando los candentes fragmentos de metal le alcanzaron. Gruñendo por el mortecino dolor que sentía, Carpenter le pegó una patada en los huevos y giró sobre su costado para desaparecer por la curva del pasillo.
Se hizo el silencio, los gritos que llegaban desde el otro lado de la esquina no eran más que un zumbido que Carpenter ignoró mientras examinaba su mano herida. Apenas sentía dolor en ella, como tampoco sentía nada en los agujeros de bala que tenía por el cuerpo. De todas formas, era obvio que tenía la mano y el costado bastante jodidos aunque, al menos, seguía estando lleno de energía gracias a la muerte de Vincent Sforza. Se centró en canalizarla para curar sus heridas mientras, con la única mano que podía mover, cambiaba, desesperado, el carrucho de la otra pistola.
Pero se había precipitado. Alcanzó a ver la sombra de uno de los cazadores que intentaba abalanzarse sobre él. Como estaba concentrado curándose las heridas, disparó con torpeza la pistola un par de veces más. A pesar de que las balas se hundieron en el muro de piedra, consiguió que quienquiera que estuviera detrás retrocediera. Estaban empatados, porque ambos quedaban protegidos por la esquina de la pared y lo único que podían hacer era intercambiar disparos a ciegas.
Poco después, sus heridas se convirtieron en una ligera molestia y pudo doblar la mano, pero seguían faltándole dos dedos. No sabía si podría conseguir que crecieran de nuevo, pero era consciente de que aquel no era el momento de comprobarlo; no quería gastar toda su energía porque podía necesitarla para enfrentarse a Nicholas Sforza.
Y hablando del tema, ¿aún le apetecía perder el tiempo con la jodida fuente de energía? Sentía que Sforza estaba cerca, probablemente, dirigiéndose hacia ella. Decidió que lo mejor sería ir a por el nieto de la zorra e intentar atraparlo antes de que consiguiera llegar hasta ella. ¡A la mierda los cazadores! No podía perder el tiempo intercambiado balas con esos retrasados. Parecía que no tenían huevos de continuar con el ataque. Bien; se pondría en marcha antes de que los tuvieran.
Thea le cogió la pistola a un agradecido Jake mientras le empujaba para que siguiera a Romeo. Éste, después de indicarles con la mano que tenía libre que se pusieran detrás de él, levantó al aturdido vigilante y, a punta de pistola, le obligó a cruzar la puerta. Se encontraban en una antecámara. Justo a su izquierda se alzaban un par de sarcófagos con las tapas, que eran doradas y tenían joyas incrustadas, cerradas. Enfrente de ellos, al otro lado de la antecámara y a unos seis metros de distancia, había otra puerta. A la derecha, la habitación daba a otro templo, cuya configuración exacta resultaba difícil de determinar porque la única luz que había procedía del umbral que acababan de traspasar y Thea había cerrado la puerta tras ella. El breve destello que ofreció la luz reveló algunos bancos de piedra que miraban hacia una forma baja y compacta que se alzaba al otro extremo de la sala. ¿Un altar, quizá? El aura que irradiaba por todo el templo era mucho más fuerte en ese lugar y parecía originarse sobre, en o detrás de la tabla de piedra. Era tan fuerte que Thea no conseguía obtener una lectura decente del curso de acción más adecuado que deberían seguir.
Los cuatro guardias que estaban escondidos en la sala le ayudaron a decidirlo. En cuanto entraron, empezaron a dispararles, pegando gritos en árabe y oscilando sus pistolas ametralladoras. Si no hubiera sido por el ayudante que Romeo llevaba como escudo, Thea sabía que ya estarían muertos. Ése debía ser el lugar en que había tenido lugar el tiroteo que habían oído hacia escasos segundos, pero era imposible saber a quién habían disparado... y la verdad es que tampoco tenía demasiadas ganas de intentar averiguarlo. Con cuatro pistoleros nerviosos a un lado y un Sforza cabreado y su ayudante listos para derribar la puerta, Thea decidió aferrarse a lo que consideraba su única opción decente: la puerta que había al otro lado de la sala.
Romeo gritó a los guardias en mandarín e inglés mientras empujaba al ayudante para que se moviera. Jake y Thea intentaban mantenerse detrás de ellos mientras corrían hacia la puerta. Ya habían recorrido la mitad del camino cuando la puerta por la que habían entrado se estrelló contra el suelo. Un segundo después, la puerta que tenían enfrente también se abrió.
Thea, Romeo y Jake se encontraban entre un ensangrentado Nicholas Sforza y un pálido Maxwell Carpenter, envueltos por los gritos de los guardias que resonaban por toda la sala.
Carpenter sintió una oleada de odio al ver a Nicholas Sforza. En aquel instante, se olvidó de todo lo demás. Apenas se dio cuenta de que tenía delante al trío de cazadores y a su rehén; tampoco oía los gritos de los guardias de la sala ni los de los cazadores que tenía detrás. Para él, lo único que existía en aquellos momentos, el alfa y omega de su realidad, era Nicholas Sforza.
Entonces, algo se interpuso en su camino, algo que le impedía llevar a cabo su venganza. Durante un momento, algo más ensombreció su visión y le apremió a entrar en acción. La mano de Carpenter se convirtió en un trazo confuso que disparaba su pistola con tanta fuerza y rapidez que rompió el gatillo, pero al menos la intrusión había desaparecido. Mientras avanzaba, Carpenter dejó caer el arma y cogió su navaja. Arremetió contra Sforza con una fuerza que había sido alimentada por sesenta años de odio.
Thea observó, sobrecogida, que los extraños remolinos oscuros que habían rodeado a Romeo desde que entraron en el templo empezaban a emitir una oscura incandescencia. Su compañero había reaccionado con rapidez cuando las puertas se abrieron, volviéndose para que su ayudante estuviera de cara a Sforza y apuntando la Desert Eagle hacia el rostro de Carpenter. Sin embargo, había empezado a disparar sin hacer ninguna señal de advertencia. La primera bala atravesó la mandíbula de Carpenter, pero ninguna de las demás acertó en su objetivo. Moviéndose con más rapidez que la que eran capaces de seguir los ojos de Thea, Carpenter se tiró a un lado y levantó una pistola. El arma se disparó a escasos centímetros del pecho de Romeo y las balas empezaron a excavar depravados túneles por todo su cuerpo. Una implosión de energía espiritual meció al asiático cuando salió proyectado hacia atrás, dejando una espeluznante estela de sangre a su paso.
Antes de que Thea pudiera asimilar que Carpenter acababa de matar a Romeo, surgieron del oscuro templo nuevos destellos de luz que iban acompañados del estruendo de los disparos. Llevada por un fuerte instinto, quizá intensificado por sus extrañas habilidades (aunque no estaba en condiciones de analizarlo en aquellos momentos), Thea empujó a Jake hacia el estrecho espacio que se abría entre los dos sarcófagos y, a continuación, dio media vuelta para ir en busca de Romeo. Entonces, la cabeza del ayudante le golpeó en la espalda consiguiendo que perdiera el equilibrio y resbalara sobre el suelo, que de pronto estaba cubierto de sangre. Sobre ella brillaba un arco plateado que se dirigía hacia la derecha. Distraída, advirtió que Carpenter le había cortado la cabeza al ayudante con una especie de cuchillo y que ahora estaba intentando clavárselo a Sforza.
Al caer, Thea se golpeó la cabeza contra el suelo y perdió el conocimiento. Aquella caída le salvó la vida: los guardias del templo, que no se atrevían a disparar para no herir a Sforza ni a Gamal, corrieron hacia el lugar en el que se encontraban los intrusos, pero como Thea yacía inconsciente y cubierta de sangre, la ignoraron por completo y se centraron en atacar a Carpenter lo mejor que pudieron.
Thea rodó sobre sí misma, dirigiéndose al lugar en el que yacía un ensangrentado Romeo. Ahora sentía todo lo que había a su alrededor con mayor claridad que hacía unos instantes. No sabía la razón, pero tampoco le importaba. Ahora, en su mente sólo había espacio para Samuel Zheng.
Carpenter se dio cuenta de que había más cosas molestándolo y que el objeto de su venganza estaba... ¿corriendo? Rugió de rabia, acentuada por el hecho de que Sforza intentara huir. Toda la energía que había recibido al destruir a su asesino se canalizaba por su cuerpo. Los guardias que se abalanzaban sobre él eran como pulgas para un elefante... una ligera molestia, nada más. Movió un brazo y una de sus distracciones desapareció. Dio algunos cortes con su navaja y las demás también desaparecieron.
Al llegar al pasillo, Carpenter se enfrentó a un último obstáculo. Su visión de muerte le mostraba un cuerpo con una gran fuerza vital, alguien que en otras circunstancias podría haberle provocado cierto nivel de desgracia. Ahora no le importaba demasiado qué podía intentar aquel obstáculo. Le estaba impidiendo vengarse. Carpenter osciló el brazo para que la navaja aplacara su sed.
Thea sabía que Romeo estaba muerto. Sus jodidos sentidos especiales se lo habían dicho con claridad. De todas formas, se acercó a él gateando con rapidez, como si pudiera salvarlo si lograra llegar junto a él a tiempo. Aunque la mortecina luz que entraba por las dos puertas permitía que la penumbra ocultara la peor parte del daño, resultaba imposible ignorar las lesiones que tenía en el pecho. Tenía el abdomen húmedo y oscuro, el rostro salpicado de sangre y una retorcida expresión de consternación.
Mientras levantaba su cuerpo destrozado y lo abrazaba con fuerza, Thea apenas advirtió que un cuerpo volaba sobre su cabeza y chocaba contra la pared contraria cuando Carpenter se deshizo de un guardia con una fuerza impresionante. Los gritos de los demás la sacaron de su estupor. Levantó la mirada para ver que los otros tres guardias yacían de forma grotesca a los pies de Carpenter, que empuñaba en su mano derecha una brillante navaja de la que caían gotas de sangre. Intransigente e imparable, Carpenter corrió hacia el pasillo por el que Sforza había emprendido la retirada. Thea oyó gritos en árabe y, a continuación, unos chillidos terribles.
Segundos después, todo quedó en silencio. Thea siguió meciéndose en aquel suelo empapado de sangre, sujetando en su regazo el cuerpo sin vida de Romeo.
Carpenter siguió a su víctima de un modo tan implacable como la propia muerte. La fuerza que corría por su cuerpo le concedía una velocidad increíble. Alcanzó a Sforza en el despacho cuando éste estaba grabando, con un cortaplumas, unos símbolos en una bala.
—¡Mierda! —gritó Sforza, intentando meter la bala en el cargador al ver que Carpenter aparecía en la sala.
Entonces, en el mismo instante en que levantó el arma con unas manos lo bastante fuertes como para pulverizar el mármol, la pistola rugió. Una llamarada de agonía, la primera sensación física real que sentía Maxwell Carpenter en más de medio siglo, atravesó su cuerpo.
Thea no se dio cuenta que se había alejado de nuevo de la realidad hasta que notó que alguien la zarandeaba. Al levantar la cabeza, aturdida, vio que Jake Washington estaba de junto a ella, con el rostro demacrado por las nauseas y el pesar. Un poco más allá alcanzó a ver a Parker Moston, de pie entre las dos puertas con la pistola preparada. Al percibir movimiento a su izquierda, movió la cabeza para ver a Dean Sankowski, que se había cubierto el rostro con sus manos ensangrentadas mientras unos silenciosos sollozos atormentaban su cuerpo. Advirtió, con frío interés, manchas de sangre y lo que parecían agujeros de bala en su abdomen.
—Thea, Romeo se ha ido —dijo Jake—. Dean intentó ayudarlo, pero era demasiado... demasiado tarde..
Thea asintió en silencio. Lo sabía, había visto cómo la vida abandonaba su cuerpo. Lo que es peor, había visto cómo le abrazaba la muerte un instante antes de que todo acabara. Si hubiera reaccionado con más rapidez, podría haberlo salvado. Tendría que haber hecho algo.
Estaba a punto de hablar cuando un débil disparo retumbó por el pasillo por el que habían desaparecido Sforza y Carpenter.
—¡Vámonos de aquí! —gritó Parker.
—Vamos, Thea. Tenemos que irnos. Tenemos que salir de aquí —Jake le tiró suavemente del brazo.
El dolor le recorrió la espalda. Jadeó mientras se soltaba de Jake. Al tocarse la clavícula, Thea gritó de dolor y sorpresa. Me han disparado. Ahora que la conmoción de la muerte de Romeo había remitido levemente, fue consciente del dolor que sentía sobre el pecho derecho.
—¡Jesús! —dijo Jake—. ¡Mira esto, Dean! ¿Puedes ayudarla?
Dean hizo una mueca.
—No lo sé; me siento agotado después de tantos intentos —respondió, mientras se acercaba a ella y le ponía la mano sobre la herida. La calidez y la paz empezaron a fluir por su cuerpo, hasta centrarse por fin en la herida. Cuando Dean retiró la mano unos segundos después, el dolor se había convertido en una ligera molestia.
—Carpenter —dijo Thea entonces—. Tenemos que acabar con él.
—Maldito cabrón —dijo Parker desde el umbral—. Ese hijo de puta también se ha cargado a Lilly. De todas formas, si queremos hacerlo, será mejor que lo hagamos ya. Me parece oír sirenas en el exterior.
Parecía que Jake iba a oponerse, pero entonces miró a Romeo y asintió.
—¿También a Lilly? —Thea dejó con cuidado el cuerpo de Romeo en el suelo y le cruzó los brazos sobre el pecho—. ¿No podemos llevárnoslos con nosotros?
—No —dijo Dean—. Ya vamos a tener serias dificultades para conseguir salir de éste lugar sin tener que cargar con nadie.
—Venga, chicos. ¡Vayamos a por él! —gritó Parker desde la puerta.
Thea recogió la Desert Eagle y siguió a sus compañeros. Se detuvo en el umbral para mirar por última vez a Romeo. Sentía un gran vacío en su interior, ahora que miles de posibilidades habían desaparecido para siempre. Su mirada se apartó de él para centrarse en el bloque de piedra bajo que había en la sala. Seguía percibiendo una tremenda energía en ese lugar, una dínamo de fuerza mística.
—¡Jake! —dijo de repente—. ¿Por qué Sforza habrá huido de Carpenter de esa forma, justo cuando estaba en el centro de su fortaleza?
—Supongo que estás de broma —replicó Parker—. Echa un vistazo a tu alrededor. ¿Ves alguna razón por la que no tendría que haber escapado?
Thea miró con frialdad a sus compañeros.
—Id a por Carpenter. Yo necesito comprobar algo.
Sin esperar a que le respondieran, corrió hacia el bloque de piedra.
Carpenter sintió una especie de balanceo, como si estuviera en un barco o algo parecido. No, no era correcto. Le estaban arrastrando. Alguien le tenía cogido por la cintura y, mientras le transportaba, presionaba con el brazo el disparo que había recibido. Aquel balazo dolía como una mala cosa, pero gracias al dolor que sentía, estaba empezando a recuperar la consciencia. Le movieron a un lado y, entonces, pudo ver a Sforza, que se había agachado para coger a Carpenter por la cintura y empezaba a tirar de él hacia atrás.
¿Qué diablos...? Ahora estaba dentro de una caja, en posición vertical. No, no es una caja; comprueba la forma de la tapa. Un sarcófago.
—¿Con qué cojones me has disparado? —preguntó, aún aturdido.
Sorprendido, Sforza levantó la cabeza, pero al instante se giró para mirar algo que había junto al hombro derecho de Carpenter.
—No me ha dado tiempo de hacerla tan fuerte como me hubiera gustado —dijo, mientras tensaba algo delante del pecho de Carpenter—. Apareciste antes de lo que esperaba. De todas formas, en cuanto consiga asegurar esto, sólo tendré que preocuparme de tus amigos.
—¿Qué estás haciendo? —Carpenter se sentía más fuerte por momentos. ¿Por qué seguía allí quieto? ¡Acaba con este tipo! Intentó arremeter contra él, pero la parte central de su cuerpo estaba paralizada. Podía mover la cabeza y las piernas, pero su pecho estaba... bajó la mirada y vio una tira dorada sobre su pecho, que estaba atada al sarcófago—. ¿Qué cojones?
—Tienes un vocabulario muy limitado, ¿sabes? —respondió Sforza, sonriendo con dureza mientras Carpenter giraba la cabeza como si aquello fuera a permitirle mover los brazos—. ¿En serio no tienes ni idea de lo que está pasando? El hecho de verme escapar después de que me reventaras los sesos tendría que haberte dado una pista. Y si no, la estructura del templo tendría que haberte indicado algo. No hay que ser ningún genio para saber qué ha pasado.
Sforza se acercó, extendiendo el brazo hacia la tira que había junto a la cabeza de Carpenter.
—No tienes ni idea de lo que me hiciste, ¿verdad? Me querías muerto ¿no? Como hiciste con el resto de mi familia, que ahora está enterrada. Pero la cagaste —rió con amargura—. ¡Me hiciste inmortal, capullo!
Carpenter entrecerró los ojos y miró a Sforza fijamente. Irradiaba energía, una especie de vitalidad dual que Carpenter no había visto nunca.
—¿Qué cojones? ¿Eres una nueva especie de vampiro o qué?
—Nunca lo sabrás, muchacho. Y apuesto que el hecho de ignorarlo te irá carcomiendo por dentro mientras te pudres en este lugar.
—¿Sí? —dijo Carpenter, observando cómo Sforza tiraba de la cinta dorada—. Pero no soy el único que la ha cagado.
Sforza sonrió, achinando los ojos para mirar a Carpenter.
—He dedicado largas horas de trabajo a estas tiras. No conseguirás romperlas en mucho tiempo.
Carpenter sonrió.
—¿Quién te ha dicho que necesito tocarte para joderte? —Entonces penetró con crueldad en la mente de Sforza, evocando el recuerdo más doloroso de aquel hombre.
Thea observó con mayor atención el bloque mientras se acercaba. Era un sarcófago, no un altar. Descansaba en horizontal, con la superficie erosionada y casi carente de detalles. Percibía que la energía procedía del interior. Agarrando la tapa por el borde, empujó con todas sus fuerzas. A pesar de su esfuerzo, la piedra apenas se movió medio milímetro.
—¡Thea, no tenemos tiempo para eso! —gritó Jake, que entró de nuevo en la sala seguido por los demás—. Te lo digo en serio. ¡Tenemos que irnos ya!
—Ya... os... lo., he... dicho —gruñó, aturdida por la pérdida de sangre y el esfuerzo—. Aquí... hay... algo. Necesito... cogerlo, ¿vale?
—¡Me cago en la puta! —se quejó Parker—, no vamos a separarnos otra vez, eso te lo aseguro.
Avanzó a grandes zancadas hacia el sarcófago acompañado de Dean y Jake. Entre los cuatro, lograron que la pesada tapa empezara a desplazarse hacia un lado.
—¡Joder, Thea! Estamos perdiendo mucho tiempo. Más vale que merezca la pena —refunfuñó Parker entre empujones.
—Estoy segura de que la vale. Lo que percibo parece muy importante.
Tras un par de minutos que parecieron días enteros, consiguieron desplazar la tapa lo suficiente para poder llegar a su interior. Como no tenían linternas, Thea metió su delgado brazo por el hueco y tanteó hasta que sus dedos tropezaron con algo. Cogió un objeto en forma de campana y lo sacó. Era una pequeña urna de cerámica, cubierta de jeroglíficos y de polvo.
—¿Sentís eso, muchachos? —preguntó, mientras las pulsaciones de la urna recorrían todo su cuerpo como un dolor de muelas.
—Siento... algo, sí —dijo Dean.
Se quedaron maravillados ante aquel antiguo recipiente. Entonces, un tremendo estallido reverberó por el pasillo, seguido por un rugido que parecía de una bestia salvaje.
—¡Joder! —gritó Parker—. ¡Vámonos!
Thea apretó la urna contra su cuello y cogió la pistola antes de seguir a sus compañeros. En esta ocasión, no miró atrás antes de salir del templo.
Después de enviar a Sforza a una alucinante pesadilla de la época en la que le reventó los sesos, Carpenter intentó liberarse. Su torso estaba paralizado, pero podía mover las piernas. Apoyando con firmeza los pies en el fondo del sarcófago, empujó con fuerza las caderas y las rodillas para balancearse, pero no consiguió el impulso necesario para conseguir nada. Como había recibido una nueva descarga de energía al acabar con los lacayos de Sforza, decidió recurrir a la fuerza bruta. Dejándose caer sobre la tira que rodeaba su pecho, Carpenter osciló las piernas hacia delante y, doblando las rodillas hacia atrás mientras se columpiaba, golpeó con ellas la parte posterior del sarcófago. Aquel golpe preternatural hizo que el cofre de piedra temblara. Con un par de patadas más, pudo oír cómo se resquebrajaba. Además, el movimiento de péndulo de sus piernas estaba empezando a balancear la caja hacia delante y hacia atrás.
Con sus patadas, empezaron a desprenderse fragmentos de piedra que le animaron a proseguir con sus esfuerzos. Imaginó que debía de tener una pinta ridicula, meciéndose para golpear un sarcófago, pero a tomar por culo. Si conseguía liberarse, ¿a quién coño podía importarle la pinta que tenía? Sentía tanta rabia por estar retenido que ni siquiera su traje ensangrentado y desgarrado le molestaba.
Sforza se empezó a mover justo cuando Carpenter logró hacer un agujero en el fondo del sarcófago, consiguiendo que los fragmentos salieran volando hasta la pared que tenía detrás. Además, aquella patada, combinada con el balanceo, bastó para que el sarcófago cayera hacia delante. Sforza estaba intentando ponerse en pie cuando el ataúd de piedra se le cayó encima. Estiró los brazos, de forma refleja, con tanta fuerza que rompió en pedazos todo un lateral de la caja y la tiró hacia un lado.
Mierda, es mucho más fuerte que yo, pensó Carpenter. De todas formas, no podía quejarse: la urna de piedra estaba completamente agrietada y pudo oír que caían grandes fragmentos al suelo a medida que la estructura cedía. Mientras Sforza intentaba ponerse en pie de nuevo, Carpenter volvió a mover las piernas. Como la parte inferior del sarcófago estaba destrozada, salió impulsado hacia arriba y volvió a caer al suelo con tanta fuerza que el fondo del ataúd se resquebrajó.
Empezó a dar golpes a diestro y siniestro, intentando, desesperado, liberarse antes de que Sforza se recuperara lo suficiente como para atacar. Los trozos de piedra se clavaban en su espalda, pero entonces algo estalló y se clavó en su pecho. La ardiente agonía del disparo regresó con furia, haciendo que se le escapara un grito de dolor. Entonces, Nicholas Sforza se abalanzó sobre él, intentando poner las tiras doradas alrededor de su cuerpo.
Pero Carpenter no estaba dispuesto a permitirlo, así que le pegó una cabezazo con tanta fuerza que ambos sintieron que sus cráneos se fracturaban. Sforza cayó hacia atrás aturdido, mientras que Carpenter sólo sintió un ligero malestar. Puede que sea más fuerte que yo, pero las lesiones le provocan más molestias que a mí. Es bueno saberlo.
Poniéndose en pie, le pegó una patada en la cabeza con tanta fuerza que Sforza rodó hasta la pared. Carpenter sabía que seguía con vida, aunque estaba bastante jodido. No hay nada como un traumatismo craneal masivo para arruinarte el día.
Estaba a punto de rematarlo cuando recordó lo que le había contado aquel desgraciado hacía tan sólo un minuto. Cogió una de las tiras doradas de entre los escombros, recordando que Sforza la había doblado para intentar envolver su cuerpo con ella.
—Así que esto también funciona aunque no esté unido a ese ataúd, ¿verdad?
Una mueca retorció la maltrecha mandíbula de Carpenter.
—Creo que tú y yo tenemos muchas cosas de que hablar. Muchas, muchas cosas.
Thea avanzaba por el pasillo detrás de Parker, dejando a Dean y a Jake detrás. Era muy consciente de la ausencia de Romeo y se sentía culpable de que la muerte de Lilly no le hubiese causado tanto dolor.
Oyeron unos fuertes golpes delante de ellos y, aunque Thea intentó percibir si se encontraban en peligro, no sintió nada. Entonces se oyó un último y tremendo golpe y, a continuación, los ruidos se detuvieron. Parker miró hacia atrás para asegurarse de que todos estaban preparados y, acto seguido, se puso su Spas-12 a la altura de la cintura y, de un solo disparo, reventó el mango, la cerradura y todo lo demás.
Entraron inmediatamente, ensordecidos durante unos segundos por la detonación. Al echar un rápido vistazo a su alrededor, descubrieron que la habitación estaba destrozada pero vacía. Más impresionante que los restos del sarcófago o las manchas de sangre era el agujero que daba al exterior. Por él se colaba una gélida brisa que llevaba consigo un remolino de copos de nieve.
—Esto tiene que ser una broma —dijo Parker, mientras se acercaba al agujero con cautela.
Dean se asomó a la otra puerta y la cerró de un portazo.
—¡La policía! ¡Está barriendo el templo y viene hacia aquí!
—¡Me cago en la puta! —Parker miró la puerta y a continuación, al agujero—. Se nos ha acabado el tiempo. Propongo que salgamos por el mismo lugar que ese cabrón.
Thea sentía el mismo temor y resignación que podía ver reflejados en los rostros de sus compañeros. Una parte de su ser deseaba tirar la pistola y dejar que la policía les detuviera y les llevara al centro de la ciudad, pero entonces pensó en Carpenter. Puede que Nicholas Sforza hubiese acabado con él y después hubiera huido. Pero dudaba que fuera era eso lo que había sucedido, puesto que aquella orgía de destrucción parecía más típica de Carpenter. Además, como el cuerpo de Sforza tampoco estaba en aquella sala, estaba segura de que el monstruo se lo había llevado como rehén. No, no estaba dispuesta a dejar las cosas así. Al volver a mirar a sus compañeros, vio en sus rostros la misma determinación.
Cuando los agentes de policía irrumpieron en la puerta un minuto después, tras gritarles que se rindieran y asegurándose de que tenían preparadas las granadas de humo y otros instrumentos de sumisión, no encontraron nada entre los escombros del despacho, aparte de un montoncito de nieve que había dejado la tormenta del exterior.
Carpenter se recostó en la silla, flexionando su destrozada mano mientras la contemplaba. Había necesitado algunas horas de concentración para reparar todas las lesiones, incluso el traumatismo que había sufrido en los brazos y hombros cuando atravesó la pared del templo. Lo único que continuaba doliéndole era la pérdida de sus dedos y la herida del disparo. En lo referente a los dedos, el dolor era metafórico, pero la herida era un tema completamente distinto: seguía sintiendo un dolor palpitante y abrasador en el abdomen y, por si eso no era suficiente, todavía goteaba sangre coagulada. Por mucho que lo había intentado, no había conseguido que se cerrara. Si no cambiaba las vendas cada pocas horas, la sangre de aquella jodida herida le ensuciaba su almidonada camisa.
Había hecho todo lo que había podido, y al menos tenía el consuelo de que el resto de su cuerpo funcionaba a la perfección. De todas formas, todas esas curas y el dolor que había tenido que soportar le habían dejado sin gran parte de su energía. En aquello momentos, relajarse en la silla suponía un agradable alivio. A pesar de todo, tenía que reconocer que estaba contento con los resultados. Había logrado salir relativamente ileso y los cazadores habían acabado ayudándole más de lo que le habían perjudicado. Además, había conseguido el premio que tanto anhelaba.
Cuando Carpenter observó a Nicholas Sforza, una fría sonrisa se dibujó sobre la piel de su rostro, que volvía a ser lisa. Había decidido repetir el trabajo que realizó con el primo vampírico de Nicholas, así que lo había envuelto por completo en cinta adhesiva. Excepto por un pequeño orificio que le había dejado a la altura de la boca y dos agujeros alrededor de sus fosas nasales, Nicholas Sforza estaba bien enterrado en pálida plata. También había envuelto con la cinta las tiras de oro. No tenía ni idea de lo eficaces que serían a largo plazo, pero por ahora funcionaban muy bien e impedían que pudiera hacer algo más que débiles movimientos.
Considerando lo mucho que Sforza se había sumergido en la cultura egipcia, a Carpenter le parecía muy divertido que aquel tipo hubiese acabado momificado con cinta adhesiva. Y no se cansaba de repetirle aquella ironía.
De todas formas, no era más que una solución a corto plazo. Carpenter tenía que buscar una prisión permanente para su rehén. Un lugar en el que pudiera permanecer, sano y salvo, durante una larga, larguísima temporada.
Por muy gratificante que fuera matar a Sforza, sería muy probable que, si lo hiciera, Carpenter tuviera que regresar a la tierra de las sombras. Un billete de ida al Infierno después de haber completado su misión. Si lo mantenía con vida, Sforza podría proporcionarle infinitas horas de diversión. Aunque el martillo seguía siendo su ancla con el mundo de los vivos, Nicholas Sforza sería, a partir de ahora, su fuente de emoción ininterrumpida. El odio, el dolor y la impotencia que irradiaría el nieto de la zorra le ayudaría a quedarse en el mundo durante largo tiempo.
Maxwell Carpenter no estaba seguro de que Sforza fuera inmortal, tal y como él había afirmado. De todas formas, tenía toda la eternidad para descubrirlo.