Los Shadow Shifters Nº1

Título Original: Temptation Rising

Autor: Arthur, A.C

ISBN: 9788483654231

Generado con: QualityEbook v0.58

<p><img src="/storefb2/A/A-Arthur/Shadow-Shifters-01-Creciente-Tentacion/i1"/> Creciente tentación</p></h3> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;"><strong>1º de la serie <i>Los Shadow Shifters</i></strong></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;"><strong>A.C. Arthur</strong></p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;"><strong><img src="/storefb2/A/A-Arthur/Shadow-Shifters-01-Creciente-Tentacion/i2"/></strong></p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Argumento</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong><i>Viven en las sombras. Son mitad hombre, mitad animal, y esconden su verdadera naturaleza mientras defienden a la raza humana del mayor salvaje de su especie.</i></strong></p> <p><i>Kalina Harper, oficial de policía en Washington DC, sigue soñando con lo que sucedió aquella noche de hace dos años cuando una enorme criatura felina la salvó del ataque de un demente. Aunque guardó en su corazón la verdad de cómo sucedieron los hechos, nunca pudo olvidar la feroz fortaleza de la bestia, sus garras, sus colmillos, ni la fiereza animal de sus ojos. Hasta que conoció a Roman Reynolds...</i></p> <p><strong><i>Poderosos, apasionados e irresistibles..., ellos son los shadow shifters</i></strong></p> <p><i>Magnético, musculoso... todo un hombre Roman es un abogado influyente con una sonrisa depredadora y un talento seductor. Es a la vez un sospechoso criminal que está siendo investigado por sus extrañas conexiones en la selva del Amazonas. Pero cuando Kalina descubre que Roman está vinculado a una secreta raza de mutantes jaguares —que cazan a devoradores de hombres—, se ve obligada a depositar su confianza en un hombre que ha destapado sus fantasías más salvajes y también sus miedos. Una criatura de la noche llena de ferocidad cuya verdadera misión es proteger a su amada cueste lo que cueste.</i></p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Glosario de términos y nombres propios</p></h3> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">TRIBUS DE SHADOW SHIFTERS</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>Acordado</strong>: el despertar; la primera transformación de un Shadow Shifter.</p> <p><strong>Companheiro</strong>: pareja.</p> <p><strong>Companheiro calor</strong>: el aroma que comparten las parejas.</p> <p><strong>Croesteriia</strong>: los guepardos.</p> <p><strong>Curandero</strong>: el sanador espiritual y médico de las tribus.</p> <p><strong>Ètica</strong>: el Código Ético de los Shadow Shifters.</p> <p><strong>La Asamblea</strong>: tres veteranos de cada tribu que forman el consejo de gobierno de los Shifters en el Gungi.</p> <p><strong>Rogues</strong>: Shadow Shifters que han dado la espalda a las tribus y se niegan a cumplir la <i>Ètica</i>, en un esfuerzo por convertirse en una especie distinta.</p> <p><strong>Topètenia</strong>: los jaguares.</p> <p><strong>Unión</strong>: el vínculo entre Shifters emparejados.</p> <p><strong>Veteranos</strong>: miembros más antiguos de la tribu.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Prólogo</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong><style name="b">P</style>ODÍA</strong> olerla.</p> <p>El aroma era atrayente, seductor y se fundía con algo más. Miedo.</p> <p>Era el miedo lo que lo impulsaba a seguir adelante. El saber que algo iba mal. Sus pasos silenciosos lo condujeron hasta la monumental oscuridad entre dos edificios. El aire estaba húmedo y denso por las tormentas de verano que habían descargado durante el día. El suelo estaba mojado y resbaladizo, plagado de pequeños charcos mientras atravesaba la sobrecogedora oscuridad.</p> <p>Ella intentó gritar.</p> <p>El sonido fue silenciado, pero él lo escuchó. Todo su cuerpo se puso tenso; cada músculo, cada ligamento quedó totalmente inmóvil mientras localizaba el sonido. El grito de una mujer. La rabia le hirvió por dentro, se expandió por sus venas en fuertes oleadas. El felino que llevaba en su interior rugió, presionó hacia la superficie con una ferocidad casi irreconocible.</p> <p>No estaba en la selva, donde podía correr libre, cazar y ser cazado. No estaba bajo la profunda bóveda verde del bosque tropical de denso follaje y cortinas punzantes de fría lluvia que empapaban su cuerpo. No, se encontraba en las calles de Washington DC, en la ciudad que había considerado su hogar durante toda su vida adulta. El hogar de su mitad humana.</p> <p>Esta necesidad de luchar, de dejar al felino emerger libremente, no era nueva, pero resultaba extraña en ese lugar y en ese momento. Sin embargo, mientras seguía avanzando, el felino se estiró, sus músculos se contrajeron y fijó la mirada; la lucha sería inevitable.</p> <p>Siguió adelante; necesitaba hacer uso de todas sus fuerzas para dominar al animal que llevaba dentro. Una brisa cálida se filtró a su paso, lo golpeó en la cara y le acercó el aroma de la chica. Sus fosas nasales se ensancharon a la vez que sentía un cosquilleo en los dedos, que se movían y le quemaban con las garras cerca de la superficie.</p> <p>Su vista era aguda. Incluso en la oscuridad las sombras que tenía delante tomaron forma: un hombre, grande, enfadado, decidido. La mujer (cuyo aroma le recordaba a otro momento, a otro lugar) yacía en el suelo mojado con el hombre encorvado sobre ella. El extraño hombre estaba entre sus piernas; ella tenía la falda subida, las medias y la ropa interior desgarradas, lo que la dejaba desnuda a la vista de todos. Él le sujetaba las manos sobre la cabeza, inmovilizándole las muñecas con una de sus fuertes manos mientras la otra violaba su cuerpo. Cada vez que la tocaba ella se retorcía, intentaba liberarse y gritar, pero tenía algo metido en la boca que enmudecía el sonido.</p> <p>El felino se abrió paso a zarpazos hasta la superficie y arañó la barrera que había creado para mantenerse oculto. Iba en contra de sus leyes, en contra de todo en lo que creía. No podía dejarse ver por un humano, sin duda significaría el principio del exterminio de su especie. Pero tampoco podía abandonarla a su triste suerte. No se iría sin ayudarla. Esa también era su ley: las mujeres debían ser protegidas a toda costa. Era eso y la dolorosa familiaridad de su aroma lo que le hacía seguir adelante. No estaba ignorando por completo la doctrina de <i>Ètica</i>, sino adaptándola a su voluntad.</p> <p>La bestia se liberó violentamente con un rugido que hizo temblar los edificios de alrededor y resonó en la noche. Como si de una respuesta se tratara, el cielo se resquebrajó, vertiendo cortinas de lluvia gélida sobre él. Se deleitó con la sensación, el aroma, el sonido del bosque, y dio un salto hacia delante concentrando toda su atención en el hombre que yacía paralizado encima de la mujer.</p> <p>El hombre no se movió, el muy idiota se quedó encima de ella como un animal que protege a su presa. Pero eso no era un problema. Su jaguar estaba suelto, tenía hambre de pelea y veía que tenía ante él una batalla fácil. Sus huesos se estiraron y amoldaron mientras se quitaba la ropa, que le cayó hasta las rodillas, los músculos y los tendones en movimiento, transformándose. Si la mujer era la presa de ese hombre, entonces ya podía despedirse de ella. Lo que un jaguar cazaba lo mataba.</p> <p>Cuando aterrizó sobre la espalda del desconocido, el jaguar abrió las fauces y le hundió los colmillos en la base del cráneo. El sonido se apagó en la garganta del violador, casi de la misma forma en que los gritos de socorro de la mujer se habían apagado en la suya. El jaguar se apartó, retrocedió sobre sus patas traseras y le quitó a la mujer de encima el cuerpo de ese hombre que ahora se estaba quedando sin vida. Cuando ya no hubo más movimiento, echó el cadáver a un lado; el cuerpo fue a dar contra un muro de hormigón húmedo con un golpe ensordecedor.</p> <p>La rabia estalló cuando la bestia reconoció su exterminio. Esa era su primera víctima allí, en ese mismo lugar, desde aquel día. Desde aquella vez en que debió haber sido así de fuerte, en que debió haber defendido lo que era suyo pero no lo hizo. La culpa lo asediaba a diario, se le aferraba a la piel como el pelaje que ahora lo cubría. Era su segunda naturaleza, una parte de él que despreciaba pero que a la vez aceptaba. Nunca podría sentirse pleno a causa de ese pasado que no podía ni cambiar ni olvidar.</p> <p>Al levantar su cabeza redondeada, el felino soltó otro rugido de angustia cuando el olor de la sangre humana se filtró en sus fosas nasales. Respiraba agitadamente y se le nubló la vista durante unos segundos de incertidumbre.</p> <p>Entonces ella se movió. Detrás de él la mujer estaba intentando escapar, porque él, también, parecía ser su enemigo. Su miedo era una fragancia penetrante, mezclada con valor, un almizcle más fuerte que luchaba por vencer al pánico. Llenaba sus sentidos, lo impulsaba a darse la vuelta, a mirarla.</p> <p>Esta vez la vio a través de sus ojos felinos. Ella lo miró con incredulidad, el terror multiplicado por un millón. Se arrancó la mordaza de la boca y dejó escapar un grito ensordecedor que le hizo retroceder.</p> <p>El recuerdo fue rápido y doloroso, hirió tanto al hombre como a la bestia como si se tratara de una cuchilla caliente. El felino enseñó los dientes, dio un paso hacia ella e intentó darle un golpe, avergonzado. Ella saltó y él se encogió, incapaz de decidir cómo reaccionar correctamente bajo esa forma animal, casi reacio a volver a transformarse.</p> <p>Una y otra vez intentó mitigar la bola de fuego que le sacudía el cuerpo, los sentidos. Su aroma era el mismo, su miedo era real y puro, pero en sus ojos vio algo más... ¿Lo había reconocido?</p> <p>Imposible. No existían similitudes entre sus dos estados. Se lo estaba imaginando. Su bestia estaba mezclando señales, pero su hombre era más sensato. Además de la confusión interior, el secreto había salido a la luz. El jaguar que también era un hombre había dejado que ella lo viera, una humana.</p> <p>Pero cuando se volvió otra vez hacia ella, para ver el miedo y la incredulidad en sus ojos una vez más, se había ido. La vio correr hacia la única salida del callejón. Podría haberla perseguido, sin duda la habría alcanzado. Quizá debiera haberlo hecho para asegurarse de que estaba totalmente a salvo. O de que iba a guardar silencio absoluto sobre lo que acababa de presenciar.</p> <p>Pero no hizo nada.</p> <p>Igual que entonces.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Capítulo 1</p></h3> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">DOS AÑOS DESPUÉS</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>Anoche</strong> volvió a suceder.</p> <p>El sueño, eso es.</p> <p>Con su habitual terror sombrío ese sueño había llenado la noche de una oscuridad sobrecogedora que seguía presente durante las primeras horas del día. Esta vez le había costado más de lo normal deshacerse del confuso recuerdo, como se demostró por lo tarde que entró a trompicones en la ducha.</p> <p>Con la cabeza inclinada hacia atrás y los ojos cerrados, Kalina dejó que el agua caliente le recorriera la cara. Durante un segundo se vio de nuevo en aquel callejón, tirada en el suelo helado mientras la lluvia empezaba a caer. Aquellos minutos le habían parecido horas y el miedo a que le hiciera daño, a que la pudiera matar, se había convertido en parte de su existencia. El corazón le taladraba el pecho pero se negaba a abrir los ojos, se negaba a aferrarse a la ayuda que sabía que estaba ahí.</p> <p>Fue hace años; ya debería haberlo superado. Había intentado convencerse a sí misma y a todas las personas de su entorno de que así era. Pero el sueño seguía repitiéndose. El hombre que le había salvado la vida aparecía en las sombras de la noche. Y también la bestia. Podía diferenciarlos, pero no sabía con certeza si debía hacerlo. Solo sabía que era una locura seguir teniendo un recuerdo tan vivo de aquella noche. Apenas recordaba el nombre del imbécil que la atacó y después murió, pero se acordaba de los ojos de la bestia.</p> <p>El sueño siempre era el mismo, el que había tenido un sinfín de veces antes con el enorme felino negro que tanto la aterró.</p> <p>Vale, a decir verdad, todos los felinos, hasta el rechoncho gato tricolor de su vecina de al lado, la señora Gilbert, la ponían nerviosa. Nunca le habían gustado los gatos, nunca. De pequeña cruzaba la calle cada vez que veía uno dirigirse hacia ella. No conocía la razón de esa aversión a los felinos: solo sabía que no le gustaba mirarlos ni oírlos.</p> <p>Pero en su sueño hacía las dos cosas.</p> <p>Escuchaba su rugido amenazante como si estuvieran en una caverna, el eco hacía que su cuerpo se estremeciese. Lo había visto, lo había mirado a los ojos amarillo verdosos, le había parecido incluso que le hablaba, y siempre se quedaba con la misma sensación de angustia. Aparte de su terror por el peligroso animal, la atracción era innegable. Su rugido era como un llanto desgarrado, una petición extrema de algo que ella no sabía si le podía dar. Eso era ridículo, claro, y normalmente le restaba importancia, diciéndose que lo verdaderamente importante era que siguiera teniendo ese sueño aterrador. O pesadilla, rectificó. Aun así, había algo que mantenía vivo en su mente el recuerdo de la bestia matando al gilipollas del camello de poca monta (al que se le había metido en la cabeza que su trato se debía cerrar con sexo en lugar de con buenos y limpios dólares americanos).</p> <p>Las seis semanas de terapia durante su baja por enfermedad en el Departamento de Policía Metropolitana, y lo que parecieron sesiones interminables en las que se guardaba para sí sus verdaderos sentimientos, revelaron que despreciaba demasiado al traficante como para albergar emociones profundas sobre el ataque. El hecho de que de alguna forma se las arreglara para romperle el cuello y escapar quedaba bien en su historial laboral. Tan bien que, dos años después del suceso, había recibido esta golosa misión secreta que podría sacar a la luz un emergente cártel de Sudamérica. Suponía que algo le tenía que agradecer al cabrón del traficante.</p> <p>Bien pensado, quizá debería agradecérselo a la bestia, porque estaba claro que había sido el verdadero asesino. Algo que intencionadamente nunca le había contado a nadie, jamás. Nadie la creería. O peor, seguro que la habrían bajado de categoría y asignado un trabajo de oficina. O incluso la habrían despedido por loca. Y todo por lo que había trabajado, el tipo de vida y la seguridad que se había construido, se habría echado a perder. Ni se lo planteaba. Así que el gran felino de ojos sobrecogedores era su secreto, uno que nunca revelaría a nadie.</p> <p>El agua caliente que caía por su cuerpo mientras se estiraba lánguidamente en la ducha casi la tentó a quedarse más tiempo, pero tenía un trabajo importante que hacer, de modo que decidió que ya iba siendo hora de salir de la ducha.</p> <p>Acababa de atarse el cinturón de la bata y de abrir la puerta del baño cuando escuchó el timbre. Era muy pronto para tener visita, así que mientras atravesaba en silencio la sala de estar para ir a abrir la puerta, supuso que sería la señora Gilbert, que iba a pedirle algo prestado.</p> <p>En el momento en que su mano tocó el pomo Kalina sintió algo. Un cosquilleo por la espalda, como un aviso que la hizo detenerse. Tras girar el pomo, abrió y se sorprendió al ver a un hombre y no a la señora Gilbert.</p> <p>—Buenos días, traigo una carta para Kalina Harper. ¿Es usted?</p> <p>Aunque los labios del hombre se movían, ella no lo escuchaba; estaba más pendiente del calor que aumentaba en su cuerpo. De repente la bata le picaba en la piel; se le erizaron los pezones y sintió un escalofrío. Fue de lo más extraño, como un torrente de excitación o de conciencia repentina de su feminidad.</p> <p>—Oh. —Se aclaró la garganta y se cerró la bata—. Sí, soy yo. Gracias.</p> <p>Él sujetaba un sobre con el brazo extendido. Kalina se acercó a cogerlo. Sus dedos se tocaron y su mirada capturó la de la joven. Era alto y delgado, su piel de color oliva, sus ojos oscuros. Más oscuros de lo que había visto nunca.</p> <p>—De nada —dijo él, y una lenta sonrisa empezó a formarse en su cara.</p> <p>Kalina apartó la mano, dio un paso atrás y cerró la puerta. Sus ojos eran diferentes y su sonrisa era..., no lo sabía bien. Todo había sido muy extraño.</p> <p>—No, tú eres la rara —se reprendió a sí misma.</p> <p>Todos esos recuerdos de bestias en la noche y felinos al otro lado del pasillo hacían que se asustara de su propia sombra. No tenía tiempo para esas tonterías; ya llegaba tarde. Y si se retrasaba no iba a quedar muy bien ante sus superiores.</p> <p>Se vistió deprisa y salió de su apartamento directa a la oficina, a la que llegaría media hora después. Este era su mundo, en el que era una importante agente de la ley cuyo trabajo contribuía a mejorar las vidas de los demás. Este era su propósito, un propósito que nunca habría soñado que alguna vez llegaría a tener en la vida. Pero así era. Hacía tiempo que había dejado de ser la huérfana a quien nadie quería ni aceptaba, que vivía dando tumbos de un hogar de acogida a otro. No, ahora estaba exactamente donde quería estar. Si últimamente había sentido la candente necesidad de algo más, eso no importaba. No había nada más, al menos para ella. Intentar alcanzar lo imposible era una pérdida de tiempo, una distracción que no se podía permitir. Nada aparte de su compromiso con su trabajo era importante.</p> <p>El sobre que había recibido esa mañana, sin embargo, lo podría ser. Así que entró en el aparcamiento, aparcó el coche y lo abrió.</p> <p>Algo cayó en su regazo. Era una foto. Al darle la vuelta, Kalina sintió que se le paraba el corazón unos segundos para luego ponerse a latir alocadamente en su pecho. Era una foto suya tomada la noche que la atacaron. De hecho, recordó mientras seguía mirando la foto, parecía haber sido tomada justo antes de que se produjera el ataque.</p> <p>Cinco minutos, eso era todo lo que se iba a permitir. Cinco minutos para preocuparse, incluso asustarse un poco. Con la frente apoyada en el volante, respiró profundamente. No iba a pasar, el miedo no iba a dirigir sus actos. Otra vez no.</p> <p>Transcurrieron otros quince minutos hasta que Kalina atravesó las puertas de cristal de Reynolds & Delgado, el nombre escrito en mayúsculas justo encima del mostrador de recepción. La decoración era elegante, suntuosa pero no exagerada, profesional pero sin ser aburrida. Caminó por el lustroso suelo de madera hasta la recepción vacía, atravesando un arco que daba paso a la alfombra azul oscura que silenciaba el sonido de sus tacones.</p> <p>Contabilidad se encontraba al final del pasillo a la derecha, en el quinto piso del edificio Reynolds situado en el centro de la ciudad. Los pisos sexto y séptimo también albergaban a miembros del despacho, mientras que los primeros cuatro estaban reservados para aparcar y los últimos siete los ocupaban arrendatarios. Su escritorio se situaba justo enfrente del despacho del director financiero, pues su puesto era el de técnico de facturación. Esto significaba que procesaba todos los gastos de la empresa. Era exactamente donde necesitaba estar para rastrear el dinero que salía hacia Sudamérica. Todos los cursos nocturnos que había hecho de economía, finanzas y contabilidad por fin habían dado sus frutos.</p> <p>Cuando se acomodó en su escritorio ya había empezado a convencerse a sí misma de que la foto era algún tipo de broma. Tal vez de sus compañeros de trabajo de la comisaría, ya que en la unidad de narcóticos siempre habían tenido un sentido del humor bastante macabro. Satisfecha con su improvisada explicación, puso el bolso en el cajón y encendió el ordenador.</p> <p>Mientras esperaba a que el ordenador se pusiera en marcha, se le secó la garganta. Era como si su lengua fuera demasiado gruesa para su boca; incluso las muelas le dolían un poco. Esta era otra de las cosas inexplicables que le pasaban desde hacía un par de semanas, otro asunto extraño que se negaba a considerar importante. Se levantó y decidió que un café le vendría bien para empezar. Dan Mathison, el director financiero y su jefe directo, no llegaría hasta dentro de una hora, y los otros dos miembros del departamento todavía no estaban allí, así que aún tenía tiempo.</p> <p>—Para mí que es el hombre más sexy del mundo —dijo con un suspiro Pam Winston, la recepcionista de la quinta planta.</p> <p>Cuando entró en la oficina hacía unos minutos Pam no estaba en su puesto de trabajo; al verla ahora, Kalina aceleró el paso con cierto temor a medida que se acercaba a la recepción.</p> <p>—Como mínimo el más sexy de la ciudad —continuó Pam.</p> <p>—Sí, señora, estoy totalmente de acuerdo. —Esta era Ava Jackson, la asistente legal del departamento de patrimonios y fideicomisos, que trabajaba en el otro lado de la planta.</p> <p>Casi siempre que Kalina iba a la cocina veía a las dos mujeres hablando en el mostrador de recepción. Odiaba tener que pasar por esa zona para llegar a la cocina y a su deseado café. Los cotilleos de la oficina eran otra de las cosas que hacían de esa misión en particular un dolor de cabeza. Y siempre que pasaba por delante de esas dos estaban hablando de hombres. Hoy no era diferente.</p> <p>—Pero está muy enfadado todo el tiempo —estaba diciendo Ava.</p> <p>—Yo no diría enfadado, solo que es un poco gruñón. —Pam reflexionó un segundo—. De todas formas, es el jefe, así que puede permitirse actuar como quiera. Y sigue siendo guapo. ¿Lo has visto ya esta mañana?</p> <p>—Mmm. ¿Qué lleva hoy? —preguntó Ava a la vez que sus ojos con lentillas grises se agrandaban.</p> <p>—El traje azul marino, el de rayas —dijo Pam, mientras cogía del montoncito del correo un sobre que debería estar abriendo y distribuyendo pero que en cambio utilizaba para abanicarse.</p> <p>—Y la corbata azul claro con la camisa blanca almidonada. Chica, así es como lo veo cada noche en mis sueños. Me encanta cuando lleva ese traje. ¡Me encanta!</p> <p>Las dos se echaron a reír cuando Kalina se dispuso a pasar por delante mientras pensaba que desearía soñar con un hombre en vez de con un felino. Ese trabajo no iba a ser permanente, así que hacerse amiga del personal, de esas empleadas en particular, no era un requisito. Aun así, intentaba ser lo más cordial posible, a pesar de que al oír sus cotilleos incesantes le daban ganas de sacarles los ojos.</p> <p>—Buenos días, señoritas —dijo con una sonrisa que era tan falsa como la que le dedicaron las dos mujeres.</p> <p>Pam era una mujer corpulenta que le prestaba muchísima atención a la ropa, el pelo, las uñas y el maquillaje. Siempre iba impecable y, tal como había observado Kalina, todo lo que llevaba hacía juego, hasta las puntas de sus uñas postizas. Hoy el color era el naranja, y no habría estado mal si el conjunto hubiera sido más discreto; pero ese era siempre el problema de Pam: su estilo era demasiado recargado. Entonces cogió uno de sus rizos negro azabache entre los dedos y empezó a darle vueltas, de modo que las uñas postizas chasqueaban al tocarse entre sí.</p> <p>—Buenos días, Kalina.</p> <p>Era un simple saludo, pero Kalina detectó cierto tono de impertinencia. Lo ignoró e intentó seguir caminando.</p> <p>—Entonces ¿a ti qué te parece? —le preguntó Ava, vestida con un traje pantalón blanco de lino y con unos tacones de aguja de color turquesa que eran más apropiados para una barra de <i>striptease</i> que para la oficina.</p> <p>—¿Perdón?</p> <p>—Como eres nueva, nos preguntábamos qué te parece el jefe —le explicó Pam.</p> <p>—¿Cuál? —preguntó distraída, como si no hubiera escuchado su conversación.</p> <p>Ava asintió con la cabeza.</p> <p>—El señor Delgado está muy bien, también, pero estábamos hablando del señor Reynolds.</p> <p>—Creo que los dos son unos abogados fantásticos.</p> <p>Los labios pintados de color melocotón de Pam esbozaron una sonrisa mientras Ava dijo entre dientes:</p> <p>—Sí, claro.</p> <p>Kalina no se quedó allí lo suficiente como para oír el resto de la conversación, y no podía importarle menos lo que pensaran de ella. O lo que pensaran de Roman Reynolds. Puede que fuera su jefe, pero era su sospechoso. Y punto.</p> <p>Cuando se encontró nuevamente frente a su escritorio con un café humeante en la mano, se reprendió a sí misma por pensar en el hombre alto, de piel morena, ojos color de medianoche y complexión de jugador de fútbol americano. Mientras sus dedos se movían sobre el teclado, ignoró la tensión entre sus muslos al imaginarse sus labios sensuales, sus brazos fuertes y sus manos grandes.</p> <p>Había investigado mucho sobre Roman Reynolds, que tenía treinta y cinco años, era soltero e indecentemente sexy. Era conocido por ser una persona introvertida, con una enorme cuenta corriente y cientos de mujeres compitiendo por su atención. Era un abogado litigante de éxito que vivía en el distrito de Forest Hills y conducía un elegante Mercedes deportivo GL550 negro.</p> <p>Además, a fin de cuentas era su sospechoso, no su amante. Por mucho que fantaseara con lo otro.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>Había</strong> personas que nacían para sufrir. El bien o el mal no importaban demasiado. El resultado final era lo importante.</p> <p>Roman Reynolds suspiró, se sentó en su silla de respaldo alto de cuero y miró las calles de Washington por la ventana. Se preguntaba si era allí donde debía estar.</p> <p>Había llegado muy lejos en sus treinta y cinco años de vida. Había pasado muchas dificultades y sentía, muy dentro de sí, que aún tendría que pasar muchas más. La responsabilidad que caía sobre sus hombros era muy grande, empezando con la muerte de sus padres hasta llegar a la idea de futuras muertes. Dependía de él hacer algo, proteger a las personas que le importaban, poner fin a la locura. Rome no se tomaba esta responsabilidad a la ligera.</p> <p>Para desgracia de quienquiera que fuese su enemigo.</p> <p>El trabajo era su vida, y había dedicado su vida a la seguridad de su gente. Si hubiera tenido elección, las circunstancias serían distintas. Pero no la tuvo y así estaban las cosas.</p> <p>—¿Querías verme?</p> <p>La voz que lo devolvió a la realidad era la de Dominick Delgado, su socio y mejor amigo. Al girarse y ver a Nick en la puerta de su despacho, Rome asintió con la cabeza.</p> <p>—Entra y cierra la puerta.</p> <p>No iban a hablar de asuntos del despacho de abogados y Rome no quería que algún empleado entrara y los escuchara.</p> <p>—¿Qué pasa? —preguntó Nick mientras andaba con firmeza por el suelo enmoquetado y se sentaba en una de las sillas reservadas a las visitas. —¿Alguna noticia más sobre los ataques?</p> <p>El senador Mark Baines y su hija habían sido asesinados tras salir de un acto benéfico para recaudar fondos hacía tres semanas. Los cuerpos, que encontraron dos días después de que se denunciara su desaparición, estaban mutilados. La noticia había inquietado a Rome y convertía a otros Shifters en sospechosos.</p> <p>—Rogues —dijo Nick sin más—. Lo he consultado con otros líderes de Facción y están denunciando casos similares en sus zonas. Definitivamente están interviniendo.</p> <p>Rome suspiró. Esta noticia no le sorprendía. Pero no era lo que quería escuchar. Conocían a los rogues, todos los líderes de Facción de todas las zonas horarias los conocían. Eran un grupo de Shifters, desertores de todas las tribus, que en vez de intentar vivir en paz entre los humanos se creían una especie superior. Querían dinero y poder y desde hacía tiempo habían llevado su movimiento rebelde contra la Asamblea y las tribus fuera del bosque.</p> <p>—¿Los tenemos identificados?</p> <p>Nick se encogió de hombros.</p> <p>—Suposiciones. Nada definitivo. Pero esto podría ser un problema.</p> <p>—Podría ser un gran problema. ¿Alguna idea de cómo cortarlo lo antes posible?</p> <p>—Encontrarlos y matarlos —dijo Nick con frialdad.</p> <p>—Haces que parezca muy fácil eso de matar gente.</p> <p>Su amigo se encogió de hombros.</p> <p>—Instinto de supervivencia. Eso es todo. Tenemos que ser un frente unido o no seremos nada en absoluto. No sé tú, pero yo estoy a favor de despertarme cada mañana y respirar libremente.</p> <p>—Es así de serio. —Era una afirmación, no una pregunta, porque Rome sabía que lo que su viejo amigo estaba diciendo era categóricamente cierto—. Nuestros padres afrontaron este problema con valentía y pusieron las cosas en su sitio. Quizá deberíamos seguir sus pasos.</p> <p>Los padres de Nick habían muerto, justo igual que los de Rome. Fallecieron en un accidente de coche hacía unos cinco años. Nick no hablaba mucho de ello y Rome entendía el porqué, así que normalmente no sacaba el tema. Los dos tenían pasados oscuros, secretos que probablemente era mejor dejar ocultos. Pero si desenterrar alguno de esos viejos asuntos podía ayudar a solucionar el problema, no tenían elección.</p> <p>—No sé si fueron por el buen camino. Quiero decir, ¿intentar crear una especie de democracia entre las tribus, un sistema penal para una especie que ni siquiera se supone que existe? No veo cómo puede funcionar eso.</p> <p>No podía ver más allá de la ira, eso era lo que básicamente estaba diciendo Nick. Rome lo conocía demasiado bien. Sus padres lo habían decepcionado y Nick no podía olvidarlo; por eso aún estaba enfadado con ellos, a pesar de que ya habían muerto. Mientras respiraba profundamente, Rome consideró cómo proceder. Nick y él tenían muchas cosas en común; la profundidad de su dolor solo era una de ellas.</p> <p>Aunque Rome no estaba enfadado con sus padres, había secretos que no habían compartido con él, cosas que le hubiera gustado saber antes de que murieran. No podía recuperarlos, no tenía acceso a ninguna línea telefónica con el más allá para llamarlos. Todo lo que podía hacer era seguir adelante. Algunos días era más difícil que otros. Hoy estaba intentando que fuera lo más fácil posible.</p> <p>—Es hora de actuar, y nos convendría tener algunas directrices que seguir —dijo finalmente.</p> <p>—Tenemos la <i>Ètica</i> —fue la respuesta de Nick.</p> <p>El código ético de los Shifters, conocido tradicionalmente como la <i>Ètica</i>, era su Declaración de Derechos, por así decirlo. Resumía todo lo que podían y no podían hacer como Shifters. El código fue un mandato de la Asamblea, formada por tres veteranos de cada tribu que constituían un consejo de quince miembros. El mayor problema era que vivían en las profundidades del bosque tropical brasileño, en el apartado Gungi. Las normas y limitaciones que se aplicaban a la vida en el bosque no eran demasiado útiles para la vida convencional que Rome y otros líderes de Facción estaban intentando llevar.</p> <p>—Creo que necesitamos algo más.</p> <p>—¿Así que quieres seguir donde nuestros padres lo dejaron? ¿Intentar construir una especie de gobierno para nosotros? ¡No somos como ellos, Rome! ¡No somos humanos!</p> <p>La ira de Nick era evidente, y cualquier otro día Rome la podría haber compartido con él. Pero esa mañana estaba intentando mantener la concentración; quería impedir a toda costa que sus tumultuosas emociones gobernaran su buen criterio. Si los rogues planeaban algo, solo una cabeza fría podía mantener vivos a los suyos frente a la amenaza. Un plan bien pensado y perfectamente ejecutado podría ayudarlos a alcanzar la unidad que deseaban. Ese era el estilo de Rome, tranquilo, frío y excesivamente sereno. Podía ser peligroso, y así era normalmente si lo provocabas, pero había sido precisamente la manera delicada y a la vez implacable de solucionar sus problemas lo que le había hecho ganarse el título de «litigante letal».</p> <p>La idea de que hubiera unos Shifters rebeldes le gustaba tan poco como a Nick, pero no quería tener las manos manchadas de sangre; eso solo conduciría a lo que querían evitar desesperadamente: que los Shifters fueran expuestos y acusados de ser asesinos peligrosos, animales que no merecían convivir con los humanos.</p> <p>—No levantes la voz, el despacho no está tan protegido como nuestras casas. Te entiendo, Nick. Sabes que sí. Pero no estamos en el bosque, tenemos que usar la cabeza y no solo nuestra habilidad para luchar y matar. Capturar a esos Shifters es la mejor opción. Averiguar cuáles son sus propósitos y si hay lugar para la negociación.</p> <p>—¿Cómo vas a negociar con alguien que quiere el control? Quieren mandar, Rome. Ese es su propósito. Creen que son la especie dominante de la Tierra. ¿De verdad podemos permitirnos invitarlos a comer e intentar disuadirlos? —Nick hizo una pausa; luego añadió—. No olvidemos que son los responsables de la muerte de tus padres.</p> <p>Ese comentario fue una puñalada mortal. Y Nick lo sabía. No había nada, absolutamente nada, que Rome deseara más que encontrar al rogue que mató a sus padres.</p> <p>Vance y Loren Reynolds habían sido brutalmente asesinados y Rome sospechaba que la causa de su asesinato había que buscarla en sus actividades, en lo que estaban intentando hacer entre los Shifters. Algunos de los viejos documentos que había encontrado (notas de reuniones con veteranos y otros líderes de Facción) le habían llevado a creer que sus padres y sus ideas de democracia entre los Shifters habían influido en algunas personas de una forma equivocada. Y seguía tan cabreado como hacía veinticinco años, cuando ocurrieron los asesinatos en el dormitorio de sus padres.</p> <p>Él se había quedado escondido en un armario, impotente ante los hechos, sin poder hacer nada para salvar sus vidas. Una corriente continua de ira le hervía a fuego lento bajo la superficie de una piel, la de abogado de éxito, que tenía que mostrar cada día de su vida. Se vengaría de los asesinos de sus padres, no tenía ninguna duda. Ese sería el momento, la ocasión en la que dejaría de lado el código moral que había aprendido como humano, la justicia que había estudiado en la Facultad de Derecho, y se convertiría en un cazador, en el jaguar asesino, tal y como era visto este animal por la gente.</p> <p>Para Rome la venganza era un motivo para vivir y respirar, pero no podía dejar que dictara cada una de sus acciones.</p> <p>—Sabes que eso no es lo que estoy sugiriendo. Y no te equivoques: cuando encuentre al rogue responsable del asesinato de mis padres, su muerte será lenta y muy dolorosa. Pero esa es mi batalla personal. Esa sangre solo manchará mis manos.</p> <p>Nick negó con la cabeza.</p> <p>—Es cosa de los dos —contestó—. Sabes que estamos juntos en esto.</p> <p>Rome asintió con la cabeza pero no dijo nada.</p> <p>Más muertes estaban en camino, tal como le había advertido su instinto. Esta batalla solo era el principio.</p> <p>Y... <i>Un momento</i>. Inhaló profundamente. Exhaló con un poco más de inestabilidad de la que quería admitir. Algo más iba a venir, algo o alguien...</p> <p>Llamaron a la puerta y antes de que dijera una palabra, antes de que Nick atravesara la habitación para abrir, Rome sabía quién era.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Capítulo 2</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong><style name="b">R</style>OME</strong> se empalmó al instante, el deseo le golpeaba por todas partes.</p> <p>—Perdón —dijo ella en el momento en que se abrió la puerta—. Tengo unos cheques que necesito que firme y su ayudante no estaba en su mesa.</p> <p>Detrás de su escritorio Rome se puso tenso y se pasó la lengua despacio por los dientes, que de repente estaban demasiado afiliados para ser humanos. Sus fosas nasales se abrieron mientras inhalaba, dejando que el aroma de la joven le impregnara todo el organismo.</p> <p>Era ella.</p> <p>Por dentro su felino rugió, saltó a la superficie como si también la conociera. Habían pasado dos años desde que la vio por primera vez. Había pensado en ella, demasiado para siquiera contemplar esa idea en este momento. Pensaba en ella, soñaba con ella, fantaseaba con ella. Pero no tenía ni idea de quién era o dónde había ido esa noche.</p> <p>Ahora estaba aquí.</p> <p>En su empresa, caminando por su despacho hacia él. Observó cómo andaba, sus largas piernas se acercaban a él, sus caderas curvilíneas se balanceaban con el vaivén de sus pasos. Sus pechos eran redondos, abundantes, hacían que sus manos se murieran por tocarlos. El vestido que llevaba envolvía su cuerpo, atado a un lado con una especie de fajín, y la tela acariciaba cada una de sus curvas como una suave melodía de jazz. El pelo, negro fundido con un color castaño rojizo, lo llevaba corto y de punta, lo que acentuaba los rasgos exóticos de su cara, la cara que le había obsesionado durante tanto tiempo. Su tez era del color de la miel, sus pómulos marcados y los labios gruesos. Sus ojos lucían el color de las hojas en otoño.</p> <p>Y en este momento le estaba entregando un montón de cheques de su empresa.</p> <p>—¿Trabajas aquí? —preguntó mientras se daba cuenta de la asombrosa estupidez de la pregunta—. ¿Cuándo te contrataron? —reformuló.</p> <p>Ella paró en seco a solo unos centímetros de su mesa. Se miraron a los ojos, fijamente. Entonces ella se aclaró la garganta.</p> <p>—Me contrató hace dos semanas el señor Mathison. Trabajo en contabilidad. Si firma estos cheques ya no le molestaré más —dijo mientras miraba fugazmente a Nick, que tenía a su vez los ojos fijos en Rome.</p> <p>Llevaba dos semanas en la empresa y él no había percibido su aroma hasta ese momento. Contabilidad estaba en la quinta planta y el despacho de Rome en la séptima. Aun así, había estado muy cerca de ella durante catorce días y no se había dado cuenta.</p> <p>¿Y por qué debería haberlo hecho? Esa mujer no era nadie especial, solo una más a la que había ayudado hacía mucho tiempo. No debería ser ningún indicador de que ella volvía a estar en su vida. No había que darle importancia. Él contrataba a cientos de personas, mujeres incluidas. Esta no era diferente.</p> <p>Ahora estaba más cerca del escritorio, con el brazo extendido para darle los cheques. Él alargó la mano para alcanzarlos, dejando a propósito que sus dedos se rozaran, y la oleada de calor que enseguida sintió desde el brazo al resto del cuerpo lo dejó sin aliento. El calor y la lujuria eran tan intensos que apenas podía tragar, tan potentes que sus testículos se tensaron con la idea de liberarse. Su abultado miembro palpitaba con fuerza contra la cremallera, ansioso de entrar dentro de ella.</p> <p>El brazo que tenía extendido se retiró rápidamente; primero lo llevó detrás de su espalda y luego hacia un lado, en un movimiento con el que intentaba demostrar control. Pero era un control apenas dominado, Rome lo podía percibir en sus ojos. Ella también se había acalorado, y estaba confundida. Rome respiró hondo y se resignó a no saber exactamente cómo se sentía la mujer.</p> <p>Cogió un bolígrafo del portalápices situado a su izquierda y empezó a firmar los cheques. Mirarla estaba haciendo que se le pasaran por la cabeza todo tipo de cosas, las sensaciones le asediaban el cuerpo. La palabra «confusión» se quedaba corta.</p> <p>—¿Qué te parece tu trabajo por ahora...? —preguntó Nick, haciendo una pausa para aludir al hecho de que no sabían su nombre.</p> <p>Su respuesta fue rápida, su voz clara, casi melódica.</p> <p>—Kalina Harper. Me gusta mucho. Nunca había trabajado en un despacho de abogados, así que está siendo una experiencia muy enriquecedora —respondió.</p> <p>—Me alegro. Tendremos que ir a comer algún día —continuó Nick—. Procuro conocer a todos nuestros empleados. No puedo creer que no supiera que te habían contratado.</p> <p>—Los cheques ya están —interrumpió Rome con brusquedad. Entonces se puso de pie, rodeó a la mesa y se detuvo delante de ella. Había tanta tensión que se podía cortar el aire a su alrededor. Ella cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro. Cada tendón del cuerpo de Rome latía, el aroma de esa chica se filtraba por sus fosas nasales, entrando gota a gota en su organismo como una potente droga. Pero ni siquiera eso era suficiente para enmascarar la maraña de dolor que yacía en la distancia, el recuerdo del sufrimiento y miedo. Y algo más.</p> <p>—¿Te gusta trabajar en contabilidad? —preguntó él.</p> <p>Ella lo miró a los ojos de un modo casi desafiante mientras alargaba la mano para coger los cheques.</p> <p>—Sí, me gusta.</p> <p>Mentira.</p> <p>Su especie podía oler una mentira o un engaño intencionado tan fácilmente como la excitación. Aunque claro, a la gran mayoría de los empleados no les gustaba su trabajo, trabajaran para él o para otra persona. Eso no era nada nuevo. Aun así, le preocupó.</p> <p>—¿Me puede dar los cheques? —preguntó ella.</p> <p>Rome sonrió. «Despacio, seductor, convincente», pensó él. Al extenderle los cheques mantuvo sus ojos fijos en los de ella. Había algo en esa mujer que le intrigaba, lo excitaba, hacía que la deseara. Completamente.</p> <p>Y lo que Rome quería lo conseguía.</p> <p>—Aquí tienes. —Sujetó los papeles con las dos manos y se aseguró de que tuviera que tocarlo para recogerlos. En el momento en que sus manos se acercaron él las cubrió, agarrándola con firmeza.</p> <p>Ese urgente e intenso deseo por ella era casi doloroso. Pero fue la forma en que ella lo miró lo que realmente hizo que se quedara sin aliento. En ese momento sus ojos eran diferentes, el color ámbar se aclaró, y juraría que vio destellos de un tono amarillento, retazos de conocimiento.</p> <p>¿Acaso sabía ella quién era? ¿Lo que era? Imposible.</p> <p>—Encantado de conocerte —dijo él, mientras la soltaba con suavidad.</p> <p>Ella dio un paso hacia atrás pero no apartó la mirada de él. Sus ojos parecían normales otra vez y se la veía más controlada.</p> <p>—Igualmente —respondió ella antes de darse la vuelta, sonreír a Nick y salir del despacho.</p> <p>—Bueno. Bueno. Bueno. —Nick juntó las palmas de las manos y se relamió.</p> <p>—De vuelta al trabajo —dijo Rome, bastante nervioso.</p> <p>—¿Trabajo? ¿Cómo puedes pensar en trabajar cuando esa tía tan buena acaba de salir por la puerta?</p> <p>—¿Me preguntas cómo? —inquirió Rome una vez que volvió a estar detrás de su escritorio. Cogió una carpeta y la levantó—. Mi cliente es un hombre cruel que miente con la misma facilidad con la que sonríe. Y su futura exmujer no es mucho mejor ya que se acuesta con todo el que se preste a ello, sobre todo si es socio de su marido.</p> <p>Nick se quitó una pelusa imaginaria del traje.</p> <p>—Lo que demuestra que tengo razón cuando digo que el matrimonio es una institución para los clínicamente locos.</p> <p>Rome casi sonrió aun sabiendo que Nick lo decía totalmente en serio. Nick siempre había dicho que nunca se casaría, por mucho que le gustaran las mujeres y le encantara el sexo. El caso era que para Rome y Nick la institución del matrimonio era completamente distinta que para los clientes de Rome.</p> <p>—Los dos son unos tercos, egoístas y orgullosos. El sentido común dice que simplemente se lo repartan todo a partes iguales y sigan con sus vidas por separado, pero eso sería demasiado fácil.</p> <p>—Y con las mujeres nada es fácil —añadió Nick—. ¿Te he hablado de la chica con la que me veía hace un par de semanas?</p> <p>—¿Cuál era esa? Ya he perdido la cuenta de tus novias.</p> <p>A Nick le encantaban las mujeres, por decirlo con delicadeza. Y a las mujeres también les encantaba Nick. Cuando eran adolescentes Rome bromeaba con que era por su aspecto de niño presumido. La madre de Nick era de Panamá; su familia estaba recorriendo uno de los muchos bosques tropicales de Sudamérica cuando conoció al padre afroamericano de Nick. Así que Nick tenía la piel dorada y el pelo negro ondulado. Le prestaba más atención a su ropa y a su apariencia que diez mujeres juntas, de manera que siempre iba de punta en blanco. Y su cuenta corriente podía hacer que Donald Trump pareciera un sin techo. Pero no alardeaba de su riqueza, no la utilizaba para conseguir lo que quería en la vida; nunca había tenido que hacerlo.</p> <p>Los dos habían nacido en el bosque tropical de Gungi, en Brasil, y se habían trasladado a Estados Unidos con sus padres cuando eran pequeños. Rome y sus padres fueron a Florida y Nick, sus padres y su hermana a Texas. Los dos tenían la misma edad, con solo dos meses de diferencia que hacían que Rome fuera el mayor. La decisión de mudarse a Washington también la habían tomado sus padres al mismo tiempo, cuando los dos niños tenían cuatro años.</p> <p>Lo que normalmente no pensaba la gente de Nick a primera vista era que se trataba de un adversario despiadado cuando se enfadaba; mortal, para ser exactos.</p> <p>Rome podría decir exactamente igual de sí mismo, pero él era más cauteloso que su amigo. Gracias a su educación, desde niño sabía dominarse en todo momento, cualidad que le había permitido convertirse en un astuto abogado. Ganaba casos porque tenía información que nadie más poseía. Utilizaba sus demás habilidades para tapar las mentiras, calcular los daños y golpear rápida y eficazmente. Nadie sabía quién o qué eran en realidad él y Nick, o de lo que eran capaces. Y pensaban mantenerlo así.</p> <p>—Muy gracioso. Hablando del tema, ¿cuándo fue la última vez que tuviste una cita?</p> <p>—¿Para qué?</p> <p>—Pues para que descargues algo de toda esa tensión que llevas encima que te pesa como si fuera equipaje. Joder, tío, tampoco eres tan feo. —Se rio—. Sal y moja para variar.</p> <p>Esta era una vieja conversación entre ellos dos y Rome entendía perfectamente a lo que se refería Nick. Tenían mucho aguante. Y sus sentidos agudizados hacían que la experiencia sexual fuera mucho más intensa que para los humanos. Él disfrutaba del sexo y se aseguraba de que las mujeres que decidían acostarse con él lo disfrutaran también. Aun así, Rome no lo practicaba tan a la ligera como Nick. No podía permitírselo.</p> <p>—Para mí no es tan importante como para ti.</p> <p>Nick asintió con la cabeza sin más.</p> <p>—Vale, ¿así que no te importa si invito a cenar a esa nueva empleada tan sexy?</p> <p>Sin dudarlo un momento Rome respondió:</p> <p>—Ni-se-te-ocurra. —Articuló y pronunció cada palabra con un timbre de voz bajo y profundo, más parecido al gruñido de un felino que a la voz humana.</p> <p>Nick echó la cabeza hacia atrás y se rio a carcajadas.</p> <p>—Bienvenido al mundo de las mujeres, amigo mío.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>—Aquí</strong> no hay nada —susurró Kalina por su teléfono móvil.</p> <p>—¿Cómo que nada? —preguntó la voz al otro lado.</p> <p>Eran poco más de las cinco y casi todo el mundo de su planta ya se había ido. Todos los días el agente Jack Ferrell, su jefe directo en el caso que tenían entre manos, la llamaba para que le pusiera al día. Al principio le pareció extraño tanto interés porque en los anteriores casos en los que había trabajado, Ferrell no había estado involucrado en absoluto, a pesar de que llevaba en el Departamento de Policía Metropolitana más de treinta años. Probablemente solo estaba nervioso y la vigilaba de cerca de forma que si echaba a perder la operación, él pudiera guardar las apariencias antes de que la DEA se llevara por delante a toda la unidad. Además, la DEA estaba muy centrada en desarticular cárteles sudamericanos y si ella era capaz de encontrar la información adecuada, formaría parte de ese éxito rotundo. Habría hecho algo sumamente importante y de paso tendría una buena razón para estar orgullosa de sí misma. Formaría parte de algo que cambiaría el mundo, un enorme logro en su hasta entonces deprimente vida. Por desgracia, no había nadie en su vida que también pudiera estar orgulloso de ella.</p> <p>—He repasado todos los registros de QuickBooks con fecha de hace dos años. Están las deducciones, pero la cuenta a la que se han transferido es la misma sobre la que ya tenemos los informes. Está a nombre de Roman Reynolds, y las deducciones se descontaron de la cuenta de la empresa como bonificaciones.</p> <p>—O sea, que le está ocultando ingresos adicionales a Hacienda —preguntó Jack.</p> <p>—No. —Suspiró a la vez que apretaba los botones del teclado para apagar su ordenador—. Todo está declarado. Tengo que admitir, Jack, que parece estar limpio.</p> <p>—Pero ¡no lo está! —le gritó él al teléfono.</p> <p>Kalina se apartó el móvil de la oreja durante un segundo y se quedó mirándolo. En todos sus años en la policía ninguno de sus superiores había usado ese tono con ella; nunca lo habían tenido que hacer. Y no tenía muy claro si le gustaba.</p> <p>—Mira, creo que estar aquí es un error —le dijo finalmente. No estaba tirando la toalla, se dijo a sí misma, pero le molestaba la manera en la que se había sentido toda la tarde después de haber ido al despacho de Rome. No era solo lujuria. Con eso podía lidiar. Tenía juguetes más que suficientes en casa para correrse, si solo fuera cuestión de desfogarse. Pero cuando Rome la tocó sintió algo que jamás había sentido..., y su forma de mirarla, el calor que se movía entre los dos como si fueran las únicas personas en esa habitación... Era desconcertante. Los vestigios de esas extrañas sensaciones la habían acompañado durante todo el día, arrastrando a sus pensamientos de un lado a otro, causando lo que parecían oleadas de sensaciones bajo su piel.</p> <p>Por la razón que fuese, quería escapar de Roman Reynolds. Lejos, quería irse muy lejos.</p> <p>—¡No! Tienes que encontrar algo. Sé que está ahí. ¿Dónde está ubicada la cuenta?</p> <p>—Nova National Bank en Natal, Brasil.</p> <p>—¿Algún movimiento de dinero desde ahí?</p> <p>—Algunos cargos, pero todos los ha hecho él, en efectivo. No se puede saber lo que hizo con el dinero cuando lo sacó. —No había ningún vínculo con los contactos que tenían del cártel ni transacciones ilegales registradas. O Reynolds era ultra listo o era inocente. No quería confiar demasiado en lo segundo, especialmente después de las oscuras vibraciones que había recibido de él.</p> <p>—A lo mejor estás mirando los registros que no son.</p> <p>—¿Qué? Tenemos que seguirle el rastro a su dinero. ¿Qué otros registros voy a mirar aparte de las cuentas bancarias y los archivos financieros?</p> <p>—Tenemos que seguir sus movimientos, cualquier movimiento de Reynolds. Necesitamos conocer sus contactos, a quién llama desde la línea de su despacho, desde su línea privada y desde su teléfono móvil.</p> <p>Veía adónde quería llegar, y lo cierto era que la DEA podía conseguir esa información con mucha facilidad. No necesitaban infiltrarla en la oficina de Reynolds para acceder a su historial telefónico.</p> <p>—Vale, pide sus registros de llamadas —sugirió ella.</p> <p>—No es suficiente. Necesitamos una conexión personal, documentos que lo vinculen a gente de Sudamérica, personas concretas.</p> <p>Como transportistas, mensajeros, compradores. Esa parte la entendía. Aun así, sospechaba que Ferrell hablaba de algo más. Cuando le plantearon esta misión por primera vez, dijeron que era solo sobre los movimientos de dinero de Reynolds. La mayoría de la gente de la ciudad pensaba que tenía demasiado para ser un simple abogado. Era un buen abogado, un litigante dinámico con montones de clientes importantes. Aun así, provenía de unos padres aparentemente normales que habían sido asesinados cuando él era solo un niño. No tuvo una gran herencia, ni un familiar rico que se hiciera cargo de él. Así pues, la única explicación lógica para justificar su situación financiera era que tuviese alguna relación con el mundo de las drogas. ¿Era esto meterse en las competencias de la DEA? Por supuesto, pero por malo que pareciera, Kalina se sentía obligada a hacer su trabajo.</p> <p>Había una cosa, un pequeño detalle sobre Roman Reynolds que había descubierto en el transcurso de su investigación que se le había quedado grabado. Tras la muerte de sus padres, el Estado no se hizo cargo de la tutela de Roman. Aunque se había quedado sin padres, él no era huérfano como ella. Alguien lo quería, lo quería lo suficiente como para mantenerlo a salvo y educarlo para ayudarle a convertirse en un hombre de éxito. Punzadas de dolor la oprimieron y Kalina las aplacó. Se negaba a volver a regodearse en la autocompasión.</p> <p>—¿Qué quieres que haga? —preguntó, porque al fin al cabo el trabajo era lo único que tenía.</p> <p>—Consigue la información que necesitamos —fue su simple respuesta.</p> <p>—¿Cómo?</p> <p>—Tú eres la detective, Harper. ¡Averígualo!</p> <p>Se cortó la línea y Kalina contuvo una sarta de insultos que le hubiese encantado soltarle a Ferrell. Pero ella quería más. Maldita sea, ella quería ese ascenso. Y este caso la situaba en esa dirección.</p> <p>Tiró el teléfono dentro de su bolso y se levantó de la mesa. Iba a encontrar la información que él quería; presentaría un gran informe que la llevaría a la detención de Roman Reynolds y, con un poco de suerte, a una acusación formal y a una condena. Sí, todo iba a salir bien, se convenció a sí misma mientras cogía el ascensor hasta la séptima planta. Volvió a sacar el teléfono y marcó rápidamente el número de la oficina, contenta al escuchar el contestador automático que saltó para informar de las horas de oficina. Ignoró la voz nasal enlatada, marcó la extensión de Rome y se alegró al oír otra vez otro mensaje grabado.</p> <p>Rome se había ido.</p> <p>La séptima planta estaba prácticamente vacía. Si había alguien trabajando hasta tarde se encontraría en su despacho y no estaría pendiente de lo que ella estaba a punto de hacer.</p> <p>Era una agente de la ley, se dijo a sí misma en el momento en que se acercó a la puerta del despacho de Rome. Respiró hondo y se recordó a sí misma: «Una agente de la ley que necesita este ascenso». Giró el pomo para ver si la puerta estaba cerrada. Lo estaba. Suspiró y buscó en su bolso el gancho que había guardado dentro. Forzar una cerradura no debería ser cosa fácil para un poli, pero unos segundos después el clic del cerrojo le indicó que tenía vía libre. Y sonrió.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>A</strong> Rome se le encogió el pecho, la traición le oprimía con una fuerza indescriptible. No conocía a esa mujer y sin embargo sentía lo contrario. Así que lo que estaba haciendo le rasgaba por dentro y afectaba a lo que sentía hacia ella. Quería gruñir, rugir su disgusto tan alto como pudiera, pero sabía que eso no era posible.</p> <p>Además de la punzada de traición sentía el fuego de la lujuria, el ahínco de deseo que casi lo había dejado sin aliento en el momento en que ella entró en su despacho. Había ido a su baño privado a refrescarse antes de dirigirse a la reunión, pero en el momento en que captó su aroma se detuvo. Dos segundos más tarde ella estaba cerrando la puerta de su despacho, avanzando hacia su mesa.</p> <p>Curioso por saber lo que estaba buscando, se quedó en la sombra de la puerta medio abierta del baño observando, esperando. Ella encendió el ordenador e intentó adivinar su contraseña para iniciar la sesión. No estaba asustado; nunca la averiguaría. Era todo lo demás lo que le desconcertaba. ¿Por qué estaba ahí? ¿Qué buscaba? ¿Y quién la mandaba?</p> <p>Dio un paso lento al frente y se juró conseguir todas las respuestas que necesitaba, y el roce con ella que tanto ansiaba. No importaba el precio.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>Kalina</strong> iba por su cuarto intento, había utilizado todas las variaciones que se le habían ocurrido con su nombre, sus iniciales y las iniciales de la empresa.</p> <p>—¡Maldita sea! —susurró, y dejó los dedos apoyados en el teclado mientras reflexionaba unos segundos.</p> <p>Seguía pensando en posibles contraseñas cuando la interrumpió el calor que sintió en el cuello seguido de la inconfundible punzada de un mordisco en el hombro. Saltó de la silla e inmediatamente se llevó la mano a la espalda para coger su pistola, solo para enfrentarse a una decepción. Hoy se había puesto un vestido, no propicio para engancharse una Glock en la cintura. En el bolso llevaba un 38 pero eso no le iba a servir de nada en este momento, puesto que estaba en la mesa, a muchos centímetros de distancia.</p> <p>Por lo que parecía estaba acorralada; tenía el trasero apoyado contra la mesa dado que se había dado la vuelta para ver quién o qué la estaba mordiendo. Era él, lo que no la sorprendió.</p> <p>Toda su vida había tenido una gran percepción sensorial. Por lo general podía sentir incluso cuando alguien simplemente la estaba mirando. De manera que debería haber sabido que alguien se estaba acercando por detrás. Sin embargo, no había escuchado ningún sonido, no había sido consciente de ninguna otra presencia más que de la suya propia. Pero ahí estaba, Roman Reynolds, a apenas unos centímetros de ella y acercándose aún más.</p> <p>—¿Buscas algo? —La voz masculina era más grave que cuando había entrado en su despacho por la mañana para que le firmara los cheques.</p> <p>Y esa no era la única diferencia. Parecía más grande, si es que eso era posible. Más alto, los hombros más anchos; seguía siendo guapísimo, pero su belleza estaba ahora matizada con un aire letalmente peligroso, lo que hizo que le diera un vuelco el corazón.</p> <p>—Olvidé mandar un correo... —dijo ella, tratando con dificultad de inventarse una razón para estar allí a esas horas.</p> <p>Él apartó los brazos y ella se echó hacia atrás para coger el bolso. Rome tenía fama de ser una persona sombría, melancólica, no necesariamente peligrosa, pero tampoco un ser afable. Eso era lo que ella había leído sobre él. Lo que sentía justo en ese instante no era exactamente una amenaza en el sentido literal de la palabra.</p> <p>En el instante en el que su mano llegó al bolso y se puso a forcejear para abrir la cremallera, él la tocó. Sus dos grandes manos rodearon sus mejillas e inclinaron su cabeza hacia arriba para que lo mirase directamente a la cara.</p> <p>Ella tragó saliva.</p> <p>—Pensé que podía mandarlo desde su ordenador e irme a casa. Así no tendría que volver a bajar.</p> <p>—¿Sabías que las mentiras huelen, Kalina?</p> <p>Él inclinó la cabeza hacia delante e inhaló profundamente.</p> <p>A ella literalmente le temblaban las piernas. Y sin embargo no estaba asustada. Estaba excitada. Tanto que su ropa interior ya se había humedecido y sus pezones se estremecían cada vez que el pecho de Rome apenas los rozaba.</p> <p>—No estoy mintiendo —dijo, intentando imprimir en su voz un tono de seguridad, cosa que no consiguió—. Ahora bien, si pudiera quitarme las manos de encima no tendría que denunciarle por acoso.</p> <p>—Yo podría presentar cargos por allanamiento —dijo él mientras bajaba la mirada para posarla en sus labios.</p> <p>Ella se los humedeció instintivamente, y ese gesto provocó en Rome una respuesta que Kalina solo podría haber descrito como un rugido grave y estruendoso, lo cual parecía imposible. Se puso alerta. No estaba segura de por qué pero intuía que era imperativo luchar contra él. Por eso levantó la rodilla sin pensarlo dos veces, sintiendo algo de orgullo cuando le rozó la ingle y notó cómo se apartaba rápidamente para evitar una agresión mayor, momento que ella aprovechó para empujarlo con intención de salir corriendo hacia la puerta. La victoria, sin embargo, le duró poco. Rome ni siquiera se movió con el empujón. La agarró de la cintura y la arrastró hacia sí sin el menor esfuerzo.</p> <p>—Bueno, esto ha sido peor que colarte en mi despacho e intentar entrar en mi ordenador. —Puso la boca justo en su oreja y le mordisqueó el lóbulo con unos dientes más afilados que cualquier aguja.</p> <p>—Suélteme —dijo intentando no dejarse llevar por el pánico. Veía el bolso en la mesa, sabía que su única protección estaba allí. Pero ese hombre la tenía sujeta lejos de la mesa, demasiado lejos para alcanzar el bolso sin que él supiera lo que estaba haciendo—. O gritaré tanto que se escuchará en todo el edificio. Todos los vigilantes de seguridad que me oigan vendrán corriendo.</p> <p>Él le lamió la oreja. Luego la estrechó aún más; su abultada erección rozaba su trasero con insistencia. Debería estar escandalizada por el descaro de ese hombre. No la conocía, no tenía ni idea de si salía con alguien o si simplemente no estaba interesada en él. Eso le daba igual. Seguía restregándose contra ella como prometiendo más.</p> <p>Definitivamente eso no iba a pasar, a Kalina le traía sin cuidado lo mucho que su sexo se derritiera por él en ese preciso momento.</p> <p>—Este edificio es mío. Por lo tanto, todos los vigilantes de seguridad que hay aquí trabajan para mí. Como usted, señorita Harper. —Dijo su nombre con claro sarcasmo mientras le daba la vuelta bruscamente hacia él—.Trabajas en esta empresa y aun así estás aquí, intentando espiar en mi ordenador. Quiero saber por qué.</p> <p>—No estaba espiando —empezó a decir cuando él empujó su cuerpo contra el suyo. Tenía el trasero contra un lado de la mesa y se esforzaba por permanecer erguida.</p> <p>—No me mientas —gruñó él, y le enseñó fugazmente los dientes.</p> <p>El intenso calor que despedía su cuerpo se unió con el de ella, se fundió hasta que se vieron consumidos por un deseo recíproco que amenazaba con desestabilizar la sensatez de ambos.</p> <p>—Podría despedirte.</p> <p>Unas punzadas de pánico se revolvieron dentro de ella, pero se negaba a demostrarlo.</p> <p>—Y yo definitivamente lo denunciaré por acoso.</p> <p>—No te estoy acosando.</p> <p>—Ah, ¿no? —Ella se retorció para corroborar su argumento. Fue un error. Cada parte de él estaba dura, y a continuación le lanzó una mirada gélida. Su envergadura se apretaba contra ella con tal persistencia que Kalina estuvo a punto de abrir las piernas y simplemente dejarse llevar. Tragó saliva e intentó mantenerse centrada—. Esto es más que acoso, señor Reynolds. ¿Así es como trata a todos sus empleados?</p> <p>—Ninguno de mis empleados me pone la polla tan dura como tú.</p> <p>Debería haberse escandalizado, debería haberse sentido avergonzada por su lenguaje grosero; en cambio, estaba aún más excitada.</p> <p>—Por desgracia, eso no entra en las funciones de mi puesto.</p> <p>—Tiene gracia, no creo que el allanamiento entre tampoco.</p> <p>—Esto es ridículo —dijo ella—. Suélteme y hablemos como adultos.</p> <p>Él negó con la cabeza.</p> <p>—Ahora no me apetece hablar.</p> <p>Y si a ella le apetecía hablar, cambió de idea en el segundo en que sus labios se tocaron. No había nada de dulzura en ese beso. Ni seducción, ni sumisión. Su instinto le había advertido que ese hombre no era nada fácil. El beso era sensual y urgente, erótico, y cortaba la respiración. Ella quería apartarse, pero sus labios, sus lenguas, sus gemidos, sus manos, todo se fundió en un abrasador intercambio de sensaciones.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Capítulo 3</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong><style name="b">E</style>LLA</strong> desprendía un sabor dulce y primitivo que despertaba el animal que había en él y llevaba su erección hasta el punto del dolor. Rome deslizó su mano por el cuerpo de la mujer, desde sus brazos hasta el muslo, y a continuación le levantó la pierna que tanto dolor había intentado causarle antes y se la puso por la espalda.</p> <p>Kalina respiraba con dificultad, con jadeos pesados y entrecortados. Su boca había dejado de discutir, su cuerpo había sucumbido al infierno que se desataba dentro de ellos. ¿Era esto raro? ¿Que estuviese a punto de follarse en su escritorio a una mujer que acababa de conocer oficialmente hacía cinco horas? Probablemente. ¿Era lo suficientemente raro para hacer que parase? Ni de coña.</p> <p>Rome tenía la pierna de esa mujer enganchada a él y se movió ligeramente para que su erección embravecida rozara justo su sexo. Si no hubiera sido por la barrera de la ropa se habría plantado muy dentro de ella en ese mismo momento.</p> <p>Cuando liberó sus labios de los de ella su cabeza cayó hacia atrás y sus dedos se agarraron a sus fornidos hombros. Era preciosa, llevaba en la cara la lujuria y el deseo como si fueran maquillaje de alta gama. Arqueó la espalda, sus pechos sobresalieron hacia delante, una invitación que no podía rechazar. Entonces la lamió, creó un largo sendero con la lengua desde su cuello hasta la hendidura entre sus senos. La tela del vestido envolvía esos suculentos montículos, pero a Rome no le importaba. Su lengua pasó por encima, y sus dientes agarraron un pezón para lamerlo.</p> <p>—Maldita sea —dijo ella sin apenas aliento—. Esto no puede pasar.</p> <p>—Oh, claro que va a pasar —fue su apremiante respuesta.</p> <p>Rome solía ser un amante paciente, aunque voraz y extremadamente meticuloso. Ahora mismo solo podía pensar en una cosa. El olor de la excitación de Kalina era una bruma densa que lo envolvía e hipnotizaba de forma que ella era lo único que tenía en la cabeza. Habría consecuencias, lo sabía, y relegó ese pensamiento al fondo de su mente. También habría placer, un placer que estaba seguro iba a encontrar muy dentro de ella.</p> <p>Se estaba abriendo la cremallera, liberando hábilmente su voluminoso miembro, cuando ella le dio un golpe en el pecho con una fuerza que no se esperaba. Trastabilló, y ella aprovechó el momento para levantar las piernas, subirse a la mesa y aterrizar en el otro lado.</p> <p>—He dicho que esto no va a pasar. —Kalina respiraba agitadamente mientras hablaba, con los labios hinchados por sus besos.</p> <p>Si su erección no hubiera sido tan dolorosa, Rome podría haberse reído de la situación. Nunca había visto a una mujer huir literalmente de él. Y no pensó ni por un minuto que huía porque no lo deseaba. No, era por algo diferente. Por la razón por la que Kalina Harper estaba realmente en su despacho.</p> <p>—¿Pero tú quieres que pase?</p> <p>—No —dijo rápidamente. Demasiado rápido.</p> <p>Maldito él por ser tan sexy, por tener un atractivo que seduciría a cualquier mujer en sus cabales. Y maldita ella por perder el control de la situación. Ella no era así. Nunca había llegado tan lejos con un hombre que acababa de conocer. Y mucho menos encima de una mesa en un edificio de oficinas. Vale, ya se reprendería a sí misma más tarde por su falta momentánea de control. Por ahora necesitaba salir de ese despacho y alejarse de ese hombre. Si no, todo por lo que había trabajado en su vida se echaría a perder.</p> <p>—¿Estás segura? —Su voz era baja, grave a medida que se ponía de pie al otro lado del escritorio y se llevaba la mano a la erección más voluptuosa que Kalina había visto en su vida.</p> <p>Su mirada se posó ahí, se le hacía la boca agua. Sacudió la cabeza y procuró concentrarse solo en una cosa: en su trabajo. Se acercó al escritorio y cogió el bolso, y el peso de la pistola que llevaba dentro hizo que se sintiese segura. Por desgracia, Roman ahora tenía su propia arma. Una que se estaba acariciando en esos momentos, deslizando los dedos sobre la punta tersa y oscura para seducirla, incitarla.</p> <p>—¿Qué estás haciendo aquí si no quieres esto? —preguntó seductoramente. Sabía que estaba mirando cómo se acariciaba, sabía que una parte de ella lo estaba disfrutando.</p> <p>Maldito sea.</p> <p>Kalina se aclaró la garganta.</p> <p>—Como le he dicho, quería mandar un correo electrónico antes de irme de la oficina. Debí haber bajado a mi mesa pero me hallaba en esta planta dejando otros documentos y pensé que ya se había ido. Entrar aquí me pareció más conveniente. Supongo que estaba equivocada.</p> <p>Él no dijo nada, solo dejó su sensual mirada fija en la de ella y siguió acariciando su miembro con la mano. Su sexo se contrajo, se humedeció tanto que su esencia calaba y su cuerpo prácticamente le suplicaba que se dejase llevar. Ella se mantuvo firme, o tan firme como era humanamente posible dadas las circunstancias.</p> <p>—Me voy.</p> <p>—¿Estás segura?</p> <p>—Estoy segurísima.</p> <p>—No pararé hasta que sacies el deseo, Kalina. —Seguía mirándola mientras se volvía a abrochar los pantalones—. Vas a desearme hasta que me tengas.</p> <p>—¡Eres un jodido arrogante! —Le soltó esas palabras de manera instintiva. Él era exactamente eso, pero también era técnicamente su jefe y el objeto de su investigación.</p> <p>Tenía que salir de allí antes de que se quedara sin trabajo en ambos frentes.</p> <p>—Le pido disculpas por cualquier inconveniente que le haya causado al entrar en su despacho sin permiso —dijo, y se dio la vuelta para salir por la puerta.</p> <p>En el minuto en que su mano tocó el pomo él volvió a hablar.</p> <p>—Aún podría despedirte.</p> <p>Ella miró por encima del hombro; en su voz sonó una bravuconería que en verdad no sentía.</p> <p>—Y yo puedo meterte hasta el cuello en el pleito por acoso sexual más grande del año. ¿Qué sería de ti entonces, señor Litigante Letal?</p> <p>No contestó. Ella sabía que no lo haría. A Roman Reynolds le gustaba jugar bien, le gustaba evaluar la situación y luego entrar a matar. Kalina no le estaba dando la oportunidad de hacer nada de eso.</p> <p>Él tenía razón, podía despedirla. Y ella tenía razón, podía denunciarlo y dejarlo con el culo al aire (pensó, con una sonrisita, que la expresión no iba con segundas), a él y a su empresa. Pero al cerrar la puerta tras de sí tuvo la sensación de que ninguno de los dos emprendería esas acciones.</p> <p>Lo que fuera que acababa de pasar entre ellos era demasiado grande para eso.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>Kalina</strong> tenía una relación de amor-odio con la lluvia. Y con la oscuridad. Y con la soledad.</p> <p>Parecía un caso perdido cuando se sentó en el alféizar interior de la ventana de su habitación para mirar la noche entre suspiros. Su apartamento estaba vacío salvo por los muebles y los pocos recuerdos que se permitía coleccionar. No había nadie que le diera la bienvenida en casa, ni marido, ni pareja. Ni siquiera una mascota.</p> <p>Todos los días eran iguales.</p> <p>No, esta noche era diferente.</p> <p>Había ido a la comisaría nada más salir de la oficina. Iba en contra del protocolo, lo sabía. Su rutina tenía que ser la misma por si alguien la estaba vigilando. Nunca debía ir a la comisaría a no ser que se lo ordenase su superior. Pero lo necesitaba, su mente precisaba la única cosa que se mantenía constante en su vida. Lo único que importaba. Su trabajo.</p> <p>Roman Reynolds la había tocado. La había besado y ella lo había besado a él lascivamente. El calor que habían intercambiado no se parecía a nada que hubiera experimentado en su vida y por primera vez en mucho tiempo Kalina estaba desconcertada.</p> <p>Su trabajo era investigarlo, averiguar lo que estaba haciendo y derribarlo. No arrastrarse por su mesa excitada y húmeda. Se llevó la mano a la frente y se permitió otro momento de crítica. No se estaba regodeando en la autocompasión, esta vez era una reprimenda. Una que se merecía de su superior pero que no tendría porque no le había mencionado este nuevo suceso. Aunque necesitaba la seguridad que le daba el trabajo, no tenía la cabeza en el caso que estaba investigando.</p> <p>La tenía en ese hombre.</p> <p>La había pillado intentando colarse en su ordenador y, en vez de ponerla de patitas en la calle, despedirla y denunciarla, la había besado.</p> <p>Y vaya beso. No se podía describir con palabras..., iba más allá de la sensualidad, era más que erótico, superaba la embriaguez. Quería más. Su cuerpo prácticamente se lo había suplicado. La fuerza con la que le agarró la pierna, envolviéndola a su alrededor, aún hacía que le palpitara el sexo. La ducha caliente y el alivio asistido por vibrador que se había permitido en cuanto llegó a casa no habían bastado.</p> <p>¿Cuánto tiempo hacía que no sentía las caricias de un hombre, que no las recibía con agrado, de hecho? Poco más de dos años. Aproximadamente desde un mes antes del ataque. Le había dicho a su psiquiatra que no le importaba, que la violación que sufrió a manos de esa mierda de tío no era para tanto. Sobreviviría. Y, sin embargo, no había sido así. Porque por mucho que disfrutara de un desahogo sexual, la idea de otro hombre tocándola íntimamente le revolvía el estómago. Durante los últimos meses tan solo el hecho de considerarlo le hubiera provocado un ataque de pánico por el que habría tenido que medicarse. En el caso, claro, de que se hubiera atrevido a contárselo a alguien.</p> <p>En vez de eso se abasteció de juguetes sexuales y películas que le darían todo lo que necesitaba sin la presencia física de un hombre. El oscuro tormento de un recuerdo.</p> <p>Hasta esa noche. Hasta Roman Reynolds.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>El</strong> apartamento de Kalina estaba a solo unos minutos de la oficina, en el último piso de un edificio de piedra que hacía esquina. La entrada principal tenía una puerta de hierro forjado y otra con mosquitera a juego que no estaba cerrada con llave. En el buzón ponía su nombre y su número de apartamento. Nadie vigilaba las escaleras que llevaban hasta su puerta.</p> <p>Por eso nadie lo vio mientras subía despacio, como un depredador.</p> <p>Esa puerta negra con un número dos dorado y brillante era todo lo que se interponía entre los dos. Con las palmas de las manos en el marco, Rome apoyó la frente contra la puerta, respirando hondo, con mucho dolor.</p> <p>La deseaba.</p> <p>De eso no había duda y no le preocupaba. El sexo era sexo y con él era buen sexo. Se lo habían dicho muchas veces y él había llevado tal honor con el mismo orgullo que un soldado luciría el Corazón Púrpura, una de las más altas condecoraciones. Pero en esta ocasión era diferente. Era lo suficientemente listo como para saber y admitir que esta vez no se trataba solo de sexo. No era un impulso normal. Le hervía la sangre, le recorría las venas como un río en ebullición cuando ella estaba cerca.</p> <p>No solo había percibido su aroma en el momento en que había cruzado el umbral del edificio, sino que la había sentido físicamente, como si ella ahora ocupase un pequeño espacio dentro de él. Estaba allí, justo detrás de esa puerta. Podía llamar y ella le dejaría entrar. Se acostarían juntos, sin duda. El sexo sería salvaje, peligroso, seductor, como su beso. Pero ¿qué más?</p> <p>Definitivamente había algo más. Rome era lo suficientemente inteligente como para saber eso también. Le preocupaba; y ese conocimiento además se asociaba con la incertidumbre. Era raro en él no saber exactamente lo que quería hacer, cuándo lo quería hacer. Tomar precauciones y hacer planes era algo natural para él, para su parte humana. La indecisión no.</p> <p>¿Quién era Kalina Harper y por qué tenía ese efecto sobre él? ¿Por qué estaba él precisamente en ese lugar, esa noche, en su apartamento? ¿Y por qué había estado allí, aquella noche hacía dos años, en el callejón para salvarla?</p> <p>Su madre decía que en la vida no existen las coincidencias, solo el destino. Un destino planeado para todos y cada uno de los seres que respiran. Rome no lo creía; se negaba a creer en un plan que implicaba la muerte de alguien. La muerte de su madre. Eso no era el destino. No tenía que morir y tampoco su padre. No habían de morir, pero Rome lo había permitido, porque no había sido lo suficientemente fuerte para evitarlo.</p> <p>Se apartó de la puerta pero seguía de pie completamente quieto delante de ella; se había jurado que nunca volvería a cometer ese error. Nunca dejaría de actuar cuando necesitara hacerlo, nunca lo volverían a pillar por sorpresa. Se dio la vuelta y se alejó. Kalina Harper no era parte del plan, no era en ella en quien necesitaba centrarse. Sino en la venganza.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>Pasó</strong> su lengua ardiente por sus gruesos labios mientras fijaba los ojos en la ventana de Kalina. Ella estaba allí, con una bata fina que no hacía nada por ocultar el voluptuoso cuerpo que él tanto anhelaba. Estaba sentada en el alféizar (gracias a Dios por la existencia de las ventanas panorámicas) con las rodillas contra el pecho y la seda se le deslizaba hasta la cintura, dejando las pantorrillas y los muslos al descubierto. ¿Acaso sabía que él estaba mirándola? ¿Le estaba haciendo un regalo?</p> <p>Se le aceleró el pulso, la excitación se iba extendiendo a lo largo del muslo.</p> <p>Ella echó la cabeza hacia atrás y se apoyó en la pared. Sus pechos eran magníficos. Sus pezones duros eran irresistibles. Él blasfemó, abrió la puerta del coche y salió. La lluvia le salpicó en la cara, rodó por sus brazos y manos mientras permanecía de pie paralizado ante su belleza, su sensualidad.</p> <p>La deseaba como nunca había deseado a nadie, ansiaba el contacto y el sabor que le habían negado hacía tanto tiempo. Entonces apretó los puños. No era el momento. No ahora. Esto iba más allá de poseerla físicamente. Habría dolor y sufrimiento, esperado y muy merecido. Así era como tenía que ser, como sería.</p> <p>—Pronto —susurró, mientras seguía con la vista fija en la ventana del apartamento del segundo piso de la casa de la esquina.</p> <p>Lentamente volvió a entrar en el coche, y el agua mojó toda la tapicería de cuero. Entonces arrancó y se alejó.</p> <p>—Muy pronto.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Capítulo 4</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong><style name="b">H</style>OY</strong> era un nuevo día.</p> <p>Kalina se despertó con tiempo, se duchó, se vistió y entró en el coche camino del trabajo antes de que los primeros escalofríos de recelo le recorrieran la espalda. Salió del vehículo y miró a su alrededor, asegurándose de que nadie la seguía antes de entrar en el ascensor.</p> <p>Ya se había sentido así antes, pero hoy notaba algo diferente. Respiró hondo y se recordó a sí misma que ese era su trabajo. Tenía experiencia en la policía secreta. No tenía por qué temer que sucediera algo para lo que no estaba preparada.</p> <p>Cada vez que participaba en una operación vestida con ropa de calle y su chaqueta negra del Departamento de Policía Metropolitana, pistola en mano y objetivo a la vista, sentía algo. Ansiedad. Orgullo. Adrenalina. Actuaba con cautela, siempre. Sabía que le cubrían las espaldas, sabía que estaban combatiendo uno de los peores males de la sociedad: las drogas. Abatía a los tipos malos sin pestañear. Apuntaba su arma, daba órdenes, esposaba y procesaba a delincuentes para ganarse la vida. Era un trabajo importante, necesario. Y se le daba pero que muy bien.</p> <p>Así que entrar en un ascensor para dirigirse a un despacho de abogados no debería ponerla nerviosa o hacer que mirara hacia atrás. Y sin embargo, al salir del ascensor eso fue justo lo que hizo.</p> <p><i>Céntrate.</i></p> <p>De camino a su mesa, la conversación que mantuvo consigo misma consistió en un discurso motivacional. A pesar de lo que había pasado la tarde anterior, había vuelto a la oficina a terminar el trabajo para el que la habían contratado. Cuando hablaron por teléfono, Ferrell le había dicho que tenía que encontrar algo. Y más tarde, cuando se pasó por la comisaría, vio cómo caminaba nervioso de un lado a otro de su despacho. Ella recordó haber pensado que parecía una especie de animal enjaulado tras una puerta de cristal moviéndose insistentemente de arriba abajo, hablando entre dientes como si estuviera en su pequeño mundo. Por supuesto que esa actitud no le extrañó en absoluto, puesto que Jack Ferrell no era exactamente la persona más cuerda que conocía.</p> <p>Y, en su opinión, se podría decir lo mismo de muchos agentes de la ley que llevaban trabajando veinte, treinta y hasta cuarenta años. Había algo en el trabajo al servicio de la ley que tendía a crispar a la gente si no se andaban con cuidado. Ese trabajo podía llegar a ser absorbente, hacer que cualquier parecido con una vida normal fuera prácticamente imposible. Con una mueca de horror se dio cuenta de lo peligrosamente cerca que estaba de esa misma descripción y ni siquiera llevaba diez años en el cuerpo.</p> <p>Aun así, el comportamiento de Ferrell le había parecido raro, pero no lo suficiente como para olvidar la que era su verdadera prioridad. Dejó el bolso en el cajón del escritorio y encendió el ordenador sin dejar de pensar en la otra cosa que había descubierto el día anterior.</p> <p>Roman Reynolds besaba como nadie.</p> <p>Ese dato no lo pondría en su informe, pero lo recordaría igualmente.</p> <p>También ocultaba algo, de eso estaba más que segura. Pillarla en su despacho de la forma en que lo había hecho exigía más acciones directas que lanzarla encima de la mesa para un poco de sobeteo. En realidad, el sobeteo estaba fuera de lugar, pero no iba a quejarse, ya que ella había cometido allanamiento. Roman, sin embargo, no había llamado a la policía ni la había despedido. ¿Por qué?</p> <p>Tecleó la contraseña de la base de datos financiera y siguió pensando en otras posibilidades. Él no podía saber quién era o por qué estaba realmente en la empresa. Su tapadera era impecable; según le había dicho Ferrell, sus superiores se habían asegurado de que pareciera una chica trabajadora normal cuando entregaron su currículum y referencias para la entrevista con el despacho. Tampoco podían seguirle la pista hasta la DEA porque ni siquiera la tenían oficialmente en nómina. Entonces ¿por qué Roman la miraba como si supiera sus secretos más oscuros? ¿Y por qué esa mirada la hacía querer contarle todo lo que no sabía?</p> <p>—¡Buenos días!</p> <p>Kalina se sobresaltó por el sonido alegre de una voz femenina.</p> <p>—Ah —dijo, con los dedos quietos en el teclado para después levantar la mirada y toparse con la imagen de una mujer que había visto todos los días durante las últimas dos semanas—. Buenos días.</p> <p>—Siento haberte asustado —se excusó Melanie Keys con su habitual sonrisa. Llevaba en la mano una taza con la imagen de Piolín que también denotaba alegría.</p> <p>Melanie era una mujer de cuarenta y tantos, de alrededor de un metro sesenta, con el pelo rojo fuego alborotado y la piel marfil y lechosa con una fila de pecas a la altura del caballete de la nariz. Era secretaria legal. La secretaria legal de Roman.</p> <p>Había una pequeña cocina en cada planta de la empresa donde había cafeteras, un pequeño fregadero y todos los utensilios para preparar una bebida caliente mañanera. Ella trabajaba en la planta principal, que contaba con la cocina más grande, adonde asumió que Melanie se dirigía. Pero Kalina no estaba segura del porqué.</p> <p>—¿Café? —preguntó como si le hubiese leído el pensamiento a Kalina al tiempo que agitaba la taza.</p> <p>Lo único que Kalina había aprendido hasta ese momento en la empresa era que los empleados formaban grupos. Todo el mundo parecía emigrar de un círculo a otro. Estaba segura de que si trabajara allí de forma permanente, continuaría buscando la soledad, pero como su principal objetivo era obtener la mayor información posible sobre Roman y sus negocios, tomarse un café con su secretaria era una oportunidad excelente.</p> <p>—Claro —dijo mientras apartaba la silla de la mesa—. No tengo taza.</p> <p>—No pasa nada, hay tazas de la empresa en los armarios —dijo Melanie cuando empezaron a caminar una al lado de la otra por delante de los escritorios vacíos de los compañeros de trabajo, que aún no habían llegado a la oficina—. Pero te recomiendo que traigas una mañana. Solo porque llenen el lavavajillas no significa que de verdad lo pongan en marcha, o que funcione bien, no sé si me entiendes.</p> <p>Kalina asintió con la cabeza.</p> <p>—¿Y por qué has venido a esta planta a tomar el café? —Esa era una pregunta que tenía que hacerle a la secretaria. Presentía que Melanie no había pasado por su escritorio por casualidad.</p> <p>—Puf, alguien ha echado tres paquetes de café en la cafetera. Parece aceite de motor y huele tan fuerte como para mantenerme despierta durante el resto de la semana. No, gracias.</p> <p>—Entiendo —Kalina se rio—. Soy Kalina —dijo, ya que nunca las habían presentado formalmente.</p> <p>—Lo sé. Yo soy Melanie, pero puedes llamarme Mel. El señor Reynolds me hizo recuperar el correo que nos mandaron cuando empezaste. Cada vez que un nuevo empleado llega a la empresa, Recursos Humanos manda un correo electrónico para presentárselo a todo el mundo. El señor Reynolds dijo que debió de haber pasado el tuyo por alto. Si quieres saber mi opinión, yo creo que ni siquiera lo vio, probablemente ni siquiera revisó sus correos ese día.</p> <p>—¿Eso lo hace a menudo? ¿No mirar su correo?</p> <p>—No. Normalmente está pendiente de todo. Pero estas dos últimas semanas... —Mel fue dejando de hablar a medida que se acercaban al mostrador de recepción. La recepción principal estaba situada en el centro de la planta, justo enfrente de donde se abrían las puertas de los ascensores. La cocina se encontraba en el otro lado, así que tenían que pasar por delante de la cuna del cotilleo para llegar hasta allí.</p> <p>—Eh, Melanie —dijo Pam mientras le lanzaba a Kalina una mirada hostil—. Buenos días. —Saludó a Kalina con la cabeza, pero sus ojos decían algo distinto.</p> <p>Kalina pensó que esa mujer controlaba mucho desde su puesto y debía de tener muchas cosas que decir. Si no fuese tan chillona y escandalosa podría haberle sacado información, pero algo le decía que era mejor mantenerse alejada de ella.</p> <p>—Buenos días.</p> <p>—¿Estáis trabajando en algo juntas? —preguntó Pam.</p> <p>—Vamos a la cocina a tomar un café, Pam. Si alguien nos busca, allí es donde estaremos —dijo Melanie con una voz dulce y almibarada.</p> <p>En cuanto doblaron la esquina y dejaron a Pam y su entrometimiento detrás del mostrador de recepción, Mel hizo un sonido de arcadas.</p> <p>—Es la reina de los numeritos.</p> <p>—¿Te cae bien? —preguntó Kalina.</p> <p>—Sí, me gusta estar con ella tanto como meterme agujas en el ojo mientras ando sobre brasas calientes.</p> <p>Kalina se estaba riendo cuando atravesaron las puertas de cristal. Le empezaba a gustar Melanie Keys.</p> <p>—¿Entonces decías que el señor Reynolds quería saber cuándo me contrataron? —Kalina se había acercado a la encimera y estaba extendiendo el brazo para abrir un armario y buscar las tazas.</p> <p>—Aquí están —dijo Mel mientras abría otro armario y sacaba una taza. Cuando se la ofreció a Kalina inclinó la cabeza como si la estuviera examinando—. Llevo aquí diez años, conozco este lugar como la palma de mi mano.</p> <p>—Este es mi primer trabajo en un despacho de abogados.</p> <p>—¿De verdad? ¿Dónde has trabajado antes?</p> <p>Kalina ni siquiera pestañeó antes de decir:</p> <p>—En una empresa de contabilidad en Baltimore. Me trasladé a Washington hará unos seis meses. Necesitaba cambiar de aires, ya sabes.</p> <p>Mel asintió con la cabeza.</p> <p>—Te entiendo. Ojalá yo pudiera escaparme. Llevo aquí toda mi vida, mi familia está aquí, mi trabajo. Dios, a mi madre le daría algo si le dijera que me mudo a otro estado y me llevo a los niños.</p> <p>En ese momento Kalina flaqueó. Podía mentir sin problemas cuando la mentira era superficial, algo que había memorizado del expediente que le habían dado en la DEA. Pero Mel había hablado de su familia, de sus raíces, y eso era muy distinto. En cierto modo ella tenía sus raíces aquí, en Washington; el Departamento de Servicios Sociales del centro fue el que le asignó a todos sus padres de acogida. Eso significaba que era de aquí, ¿verdad?</p> <p>—Qué bien que tengas familia. —Se aclaró la garganta e intentó volver a centrarse—. No pareces tan mayor como para tener varios hijos —dijo con una sonrisa mientras metía la bolsa de té en el agua caliente.</p> <p>Mel ya se había puesto el café y estaba sujetando el azucarero mientras caía un torrente de azúcar en la taza. A Kalina también le gustaba echar mucho azúcar en el té. Tener algo en común con alguien le hizo sonreír.</p> <p>—Tengo a los gemelos, Matthew y Madison, de ocho años, preciosos al nacer, diablillos de pequeños y más que traviesos ahora en el cole. Jonathan tiene trece: móvil, Facebook y chicas, eso es todo lo que le interesa ahora. Y Addy, guapísima, de dieciséis años, juega al hockey sobre hierba como una profesional pero no sería capaz de entender el álgebra ni aunque le fuera la vida en ello. —Paró de echar leche y dejó el azúcar en la encimera con brusquedad. —Pete y yo llevamos veintidós años casados, éramos novios en el instituto. ¿Y tú? ¿Hijos? ¿Algún hombre en tu vida? No veo ningún anillo —apuntó mientras arqueaba su ceja oscura.</p> <p>A Kalina se le encogió el pecho. ¿No era ella la que tendría que estar sacándole información a Mel? Además, la respuesta que tenía a esa pregunta, sinceramente, era un poco deprimente.</p> <p>—Ni niños ni marido. —Se encogió de hombros—. No tengo tiempo.</p> <p>—Bueno, no será por el trabajo. Y menos aquí. Aunque dicen que trabajar con Dan es brutal. —Mel parecía pasar de un tema a otro sin mucho esfuerzo, lo cual era un alivio para Kalina.</p> <p>Después de añadirle azúcar a su té, Kalina levantó la taza para dar un sorbo de prueba. El cálido líquido la llenó como a un recipiente vacío. Pestañeó, intentando no pensar en lo triste que era que una taza de té caliente y una conversación banal con una compañera de trabajo pudieran hacer que se sintiera más completa.</p> <p>—Hasta ahora se ha portado bien. ¿Cómo es trabajar para el señor Reynolds? Parece un poco estricto. —Tan estricto e implacable como un pitbull.</p> <p>—Oh. —Mel agitó la mano, su pulsera de plata con colgantes bailándole en el brazo izquierdo—. Está bien una vez que te acostumbras a sus cambios de humor. Llevo con él el tiempo suficiente para saber cómo tratarlo. Hoy, por ejemplo, tiene declaraciones toda la mañana, pararán para comer y se encerrará en su despacho. Luego, si las sesiones matinales no han concluido, volverá a la sala de conferencias y se comerá al otro abogado con patatas. Luego volverá a su despacho, donde se comerá el coco hasta las seis y luego se irá a casa. Y mañana, veamos... —Mel siguió hablando mientras se dirigían hacia la puerta, tazas en mano—. Mañana es viernes. Tiene que ir a una gran gala en el hotel Linden. Ya han llamado de la tintorería para decir que su esmoquin está listo. Lo recogeré hoy a la hora de comer.</p> <p>—¿Le gusta ir a eventos políticos? —Kalina barajaba la posibilidad de que Roman estuviera protegido por algún alto cargo del Gobierno estadounidense, de ahí que no hubiera podido encontrar nada todavía. Además, así era como funcionaba Washington: yo te echo una mano, tú me echas otra a mí. Sí, no sería una sorpresa que tuviera algún contacto en el Gobierno que le estuviera ayudando—. ¿Suele ir acompañado?</p> <p>Mel se detuvo. Volvió a inclinar la cabeza y a mirarla de esa forma que Kalina empezaba a darse cuenta de que significaba que iba a hacerle preguntas.</p> <p>—¿Estás interesada en él? Por supuesto que sí —se contestó a sí misma—. Cualquier mujer con ojos en la cara se volvería loca por Rome. Pero deja que te dé un consejo: no le gustan las mujeres tímidas. Así que si te gusta, ve a por él. No pierdas el tiempo. Éntrale.</p> <p>Para entonces estaban de vuelta en la mesa de Kalina, así que se paró, miró a Melanie Keys y admitió para sí misma que le había caído bien.</p> <p>—No le voy a entrar. No es mi tipo. Solo es que recuerdo haber leído artículos en el periódico sobre su activa vida amorosa.</p> <p>—Mentiras —dijo Mel rápidamente antes de dar un trago a su café—. Publican lo que quieren, lo que creen que venderá ejemplares. En realidad es muy discreto cuando sale con alguien. Eh, vayamos a comer hoy. Hay un sitio donde hacen unos bocadillos muy buenos en la avenida Pensilvania y está cerca de la tintorería.</p> <p>Comer con Mel. Probablemente hablaría de sus hijos, de la última reunión de padres, del entrenamiento de fútbol, o de alguna otra cosa... normal. Kalina se sintió un poco mejor pero no sabía si era por el té o por el plan que le esperaba.</p> <p>—Claro. Salir a comer suena bien.</p> <p>—Nos vemos en el ascensor a la una. No me gusta salir temprano, así la tarde pasa más rápido.</p> <p>Kalina asintió con la cabeza.</p> <p>—A mí tampoco.</p> <p>—Pórtate bien hasta entonces —dijo Mel, y le sonrió mientras se alejaba.</p> <p>«Pórtate bien», pensó Kalina al sentarse. Espiar a un hombre y utilizar a la mujer más simpática que había conocido en su vida para ello... ¿Era eso portarse bien?</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>La</strong> tarde siguiente, Rome se sintió como un acosador. Aunque en realidad no debería sentirse así. Estaba dentro de su propiedad, haciendo algo que no se salía de lo normal para un jefe. Ninguna ley decía que no podía pasearse por su oficina, dar una vuelta por lo que él mismo había creado.</p> <p>Si se había parado en el departamento de contabilidad, justo a unos centímetros de la mesa que ocupaba la empleada más reciente y más sexy de su empresa, bueno, eso era una mera coincidencia.</p> <p>Escuchó su voz segundos después de captar su aroma. Un aroma al que suponía estaba un poco enganchado, a pesar de que no lo había olido durante dos años. Aún recordaba, como si fuera ayer, la primera vez que ella estuvo cerca de él, tan cerca como para sentir como si una parte de ella le estuviera tocando.</p> <p>—Podrías dejar de agobiarme un poquito, ¿de acuerdo? —estaba diciendo ella.</p> <p>Los instintos protectores de Rome se despertaron rápidamente. No permitiría que alguien de su empresa se lo estuviera haciendo pasar mal. Si era así, sin duda iba a tener que ajustarle las cuentas. A pesar de su pequeño encuentro en su despacho la otra noche, o posiblemente a causa de ello, esta vez quería asegurarse de mantenerla cerca.</p> <p>Dio un paso hacia su mesa, preparado para intervenir y reprender si era necesario. Pero ella continuó.</p> <p>—Estaría mucho mejor si dejaras de llamarme cada cinco minutos y me dejaras hacer mi trabajo.</p> <p>Así que estaba al teléfono, supuso, ya que la conversación parecía unilateral. Se acercó aún más; un olor a hostilidad parecido al del amoniaco le impregnó los sentidos. Quienquiera que fuera la persona con la que estaba hablando, Kalina no le tenía mucho aprecio.</p> <p>—¡Pues vale! Pero no me vuelvas a llamar.</p> <p>Sus palabras eran cortantes, y las decía en serio. Cuando él dobló la esquina de su mesa se encontraron frente a frente y ella no se alegró de verlo.</p> <p>—¿Problemas con el novio? —dijo él sin vacilar.</p> <p>No parecía sorprendida, solo más nerviosa.</p> <p>—Pasearse a hurtadillas por la oficina fuera de horas no va mucho con usted —bromeó.</p> <p>—No, eso va más contigo, ¿verdad? —Ella frunció el ceño. Había hecho que se enfadara más, lo que de verdad no era su intención. Joder, Rome no tenía ni idea de cuáles eran sus intenciones respecto a esa mujer. Lo que sabía seguro era que no quería otro enfrentamiento. Era obvio que se atraían y sabía por experiencia que era mucho más fácil dejarse llevar por la atracción si no se tiraban los trastos a la cabeza cada vez que estaban juntos.</p> <p>Así que respiró lentamente, pensó en la situación otro segundo y dijo:</p> <p>—¿Va todo bien? —Miró el teléfono que ella estaba metiendo en el bolso mientras se levantaba.</p> <p>—Sí —dijo Kalina con los dientes apretados—. Divinamente.</p> <p>Mentira. Pero él sonrió de todas formas.</p> <p>—¿Quieres ir a tomar algo y hablar de ello?</p> <p>—No, gracias. Ya tengo planes para esta noche.</p> <p>Se aseguró de que el ordenador estaba apagado y luego pasó por delante de él para salir. Rome también tenía planes, pero no le importaba llegar un poco tarde si eso significaba que podía pasar más tiempo con ella.</p> <p>—Entonces por lo menos déjame acompañarte —continuó, un paso detrás de ella.</p> <p>Era alta para ser una mujer, no tan alta como él, pero casi podía mirarle directamente a los ojos. Caminaba con seguridad y determinación, sus tacones devoraban la alfombra a su paso. No hubo problema en seguirle el ritmo hasta doblar la esquina para llegar a los ascensores.</p> <p>—¿Has aparcado en el garaje?</p> <p>—Sí —dijo ella. Rome pulsó el botón del panel de mármol para llamar al ascensor.</p> <p>—Si tienes algún problema puedo ayudarte —dijo cuando ella se cruzó de brazos. Hoy llevaba pantalones que cubrían sus largas piernas de la forma en la que él querría hacerlo. Su blusa era de una tela blanca ceñida con la suavidad justa para que sus manos se murieran por tocarla. Su pelo liso hacia los lados, de punta en la parte de arriba, resaltaba la exótica forma rasgada de sus ojos, que no estaba seguro de haber observado bien el otro día en su despacho.</p> <p>El cuerpo de Rome irradiaba calor y tenía la polla tan dura que estaba seguro de que podría empujar a Kalina contra la pared y follársela allí mismo, en el vestíbulo. Pero eso sería vulgar, y Rome no lo era. Él no se acostaba con sus mujeres en lugares públicos, no si podía evitarlo. Con Kalina Harper no estaba seguro de que el autocontrol fuera a ser su amigo.</p> <p>—No necesito a ningún héroe —dijo ella cuando llegó el ascensor y se metió dentro. Se fue hasta el fondo, se apoyó en la pared y suspiró—. Mire, lo siento si le parezco una maleducada. —Él dejó ese comentario en el aire durante unos segundos porque lo cierto era que rozaba la grosería. Sin embargo, sentía que era más un mecanismo de defensa que un desaire intencionado—. Supongo que estoy teniendo un mal día.</p> <p>Rome asintió con la cabeza, apretó el botón del garaje y se quedó de pie junto a ella mientras el ascensor comenzaba su suave descenso.</p> <p>—Los viernes suelen ser duros. —Ella no contestó—. Pero has dicho que tenías planes para esta noche. Quizás el fin de semana se arregle después de todo.</p> <p>Entonces ella lo miró. Rome se dio cuenta porque no podía quitarle los ojos de encima. Una vez más se sintió como un acosador; cada vez que tenía la oportunidad se quedaba mirándola fijamente y se acercaba a ella más de lo que probablemente sería lo correcto. Pero la forma en que Kalina lo miraba demostraba que su interés no era menor.</p> <p>—Eso espero. —Esta vez su tono fue bastante más distendido, incluso esbozó una leve sonrisa.</p> <p>Al abrirse las puertas del ascensor, Rome puso el brazo para mantenerlas abiertas y le hizo un gesto con la cabeza para que saliera primero.</p> <p>—¿Dónde tienes el coche?</p> <p>—En esta planta al fondo. Pero no pasa nada, puedo arreglármelas sola.</p> <p>Rome negó con la cabeza.</p> <p>—Mi madre no estaría contenta si supiera que dejo a una mujer ir sola hasta su coche en un aparcamiento desierto. Vamos —le dijo.</p> <p>Ella caminó a su lado, mirándolo de reojo de vez en cuando. Lo único que consiguió fue que su erección aumentara.</p> <p>Cuando se detuvieron delante de un Honda azul oscuro, él espero a que encontrara las llaves.</p> <p>—Gracias —dijo ella con otra tímida sonrisa—. Por esto, quiero decir, y por la otra noche.</p> <p>No pensaba que ella fuese a mencionarlo pero se alegraba de que lo hiciera. Su pequeña cita en su mesa había sido uno de los pensamientos predominantes en su cabeza.</p> <p>—De nada. De hecho debería ser yo el que te diera las gracias.</p> <p>—¿A mí? ¿Por qué?</p> <p>Había encontrado la llave y fue a meterla en la cerradura de la puerta del conductor. Cuando ella se movió, Rome también lo hizo y se quedó de pie justo detrás de ella, tan cerca que podía oler los productos que se había echado en el pelo esa mañana.</p> <p>—Por despertar algo en mí que pensaba desde hacía mucho que estaba enterrado. —Las palabras eran más sinceras de lo que pretendía, pero ella no sabría el verdadero significado que escondían. «Esperemos», pensó mínimamente arrepentido.</p> <p>Ella no se movió, ni siquiera parpadeó. Pero su temperatura corporal se disparó, mezclándose con la de él.</p> <p>—No era mi intención —dijo.</p> <p>—Puede que no —replicó él, tocándole por fin el brazo con la mano—. Pero ahí está. —Se inclinó hacia delante y le besó la nuca—. Y aquí estamos.</p> <p>Estaban en un lugar muy público. Aunque el garaje estaba vacío, había cámaras por todas partes por sus propias exigencias de seguridad. Por no hablar del hecho de que sus vigilantes siempre estaban por ahí. Aunque no veía a los dos Shifters asignados a su destacamento personal, estaban allí, sin ninguna duda.</p> <p>Pero por mucho que lo intentara, Rome no podía mantenerse alejado de ella. Y eso lo desconcertaba tanto como lo excitaba.</p> <p>—Esto no es una buena idea —dijo ella mientras metía la llave en la cerradura y la giraba. Tuvo que retroceder para abrir la puerta. Rome se movió con ella, estaba lo suficientemente cerca como para mantener elevada la temperatura de sus cuerpos.</p> <p>—Yo también lo he pensado un par de veces. Eres mi empleada y apenas nos conocemos, pero dime sinceramente que no sientes lo que hay entre nosotros.</p> <p>Entonces ella se dio la vuelta de modo que le dio la espalda a la puerta abierta y se situó frente a él.</p> <p>—Siento el deseo, señor Reynolds. No soy un cadáver y no estoy tan loca como para negarlo. Pero dejarme llevar sería abrir la caja de Pandora.</p> <p>Kalina apoyó las palmas de las manos en el pecho de Rome y el contacto desató una carga eléctrica a través de su cuerpo que casi lo dejó sin aliento. Entonces lo empujó hacia atrás, de manera que ahora estaba a un brazo de distancia de ella.</p> <p>—Sé que un hombre cuya madre lo educó para ser tan caballeroso como para acompañar a una dama a su coche también sabe aceptar un no por respuesta.</p> <p>Bajó los brazos y se metió en el asiento delantero sin pensárselo. Rome aguantó la puerta para que no se le cerrara en la cara. Se inclinó hacia delante y se acercó lo justo para rozarle la oreja con los labios.</p> <p>—No te he oído decir que no, Kalina.</p> <p>Su cuerpo se tensó; el único movimiento era el de su pecho al respirar. Pensó que iba a besarla o al menos a intentarlo. Pero no lo hizo. Solo se quedó ahí, inhalando su aroma, dejando que cada matiz de ella se filtrase en él. No había dicho que no y no iba a decirlo. Él dudaba que fuera capaz de hacerlo.</p> <p>Al final, suspiró.</p> <p>—Buenas noches, señor Reynolds.</p> <p>Rome se retiró, cerró la puerta y la miró mientras arrancaba.</p> <p>—Buenas noches a usted también, señorita Harper.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>—¿Dónde</strong> has encontrado esto? —preguntó Nick en cuanto Rome se metió en el asiento trasero de la limusina.</p> <p>Dando un golpe en el cristal, Rome le hizo a Eli la señal para que arrancara.</p> <p>—En el cuello de mi chaqueta.</p> <p>—¿Esta noche?</p> <p>Asintió muy serio, recordaba el momento en que se pasó las manos por las solapas de la camisa y por detrás del cuello. El aparato era pequeño, diseñado para pasar desapercibido en una inspección. Por un minuto pensó que era un alfiler que se habían dejado en la tintorería, hasta que se le pusieron de punta los pelos de la nuca.</p> <p>—Es un rastreador. ¿Por qué no lo has destruido? —preguntó Nick mientras continuaba toqueteando el pequeño artefacto en forma de diamante.</p> <p>—Porque quienquiera que sea tan atrevido como para acercarse a mi ropa quiere acercarse a mí. Supongo que no puedo hacer otra cosa más que corresponderle. —Rome podía ser una persona tranquila, pero cuando lo atacaban se defendía con firmeza. Si alguien quería saber dónde estaba no iba a ponérselo difícil.</p> <p>—Que empiece el juego —añadió Nick mientras se abría la parte izquierda de la chaqueta lo suficiente para revelar la pistola que llevaba enfundada.</p> <p>Rome rara vez llevaba un arma a una recepción, pero Nick siempre iba armado. Así que no fue una sorpresa ver la pistola y no dudaba de que su amigo la utilizaría en cuanto fuese necesario.</p> <p>—Esta noche tenemos que pasar desapercibidos. Ralph Kensington necesita que este evento salga bien y recaude fondos.</p> <p>—Sé lo mucho que aprecias a Ralph Kensington.</p> <p>Rome lo odiaba, aborrecía el hedor de sus mentiras y su hipocresía como un niño odia ir al dentista. Aun así, le convenía mantener las apariencias. Además, Jace Maybon, el líder de Facción del Pacífico, había notado olor a rogue cuando Kensington visitó Los Ángeles el año anterior. Estaban seguros de que Kensington no era un Shifter, pero obviamente había estado en contacto con uno. Si el renombrado legislador lo sabía o no, aún no estaba claro. Con esa información Rome se propuso mantenerse en contacto directo con el hombre que esa noche iba a anunciar su candidatura al Senado de Estados Unidos.</p> <p>—Kensington trama algo. Conocía a Baines personalmente, dieron una cena este mismo año.</p> <p>—¿Crees que puede saber algo sobre el asesinato de Baines? —El tono normalmente refinado de Nick estaba cambiando, el matiz salvaje de su voz revelaba al animal que llevaba dentro. Era un cambio sutil pero Rome lo conocía bien.</p> <p>Este negó con la cabeza, tamborileaba con los dedos sobre el tirador de la puerta.</p> <p>—Ahora mismo no me voy a basar en lo que creo. Sé que a Baines y a su hija les aplastaron el cráneo y los hicieron pedazos con algo que el médico forense solo pudo describir como un arma punzante atroz. Esa no es una técnica de asesinato normal. Jace percibió el olor a rogue en Kensington el verano pasado. Cuando vi a Kensington hace cuatro semanas yo también lo noté.</p> <p>Nick dio un puñetazo contra el asiento.</p> <p>—Debiste decírnoslo. Podríamos haber empezado a actuar mucho antes.</p> <p>—No voy a matar a Kensington. Quiero respuestas.</p> <p>—Si está confabulado con los rogues no creo que te vaya a dar respuestas, Rome.</p> <p>Rome giró bruscamente la cabeza para mirar a Nick; los colmillos afilados se le clavaban en el labio inferior.</p> <p>—No tendrá más remedio.</p> <p>Los líderes de Facción tenían programada una reunión el fin de semana siguiente, pero el asesinato del senador los había conducido a todos una semana antes hasta allí. La necesidad de detener la maldad que se estaba gestando entre los Shifters era imperativa. Su objetivo era vivir tranquilos entre los humanos de pura raza, no ser descubiertos por miedo a que los consideraran asesinos natos. Pero cada vez que Rome pensaba en la forma tan escabrosa en que el senador y su inocente hija habían sido asesinados, se sobrecogía. Había un pequeño elemento de verdad en llamarlos asesinos natos. Cuando pensaba en ello sentía como si algo le recorriese la espina dorsal. Si se encontraba frente a frente con el rogue que perpetró las muertes, Rome no estaba seguro al cien por cien de que no fuera a partirle el cuello con sus propias manos. Pero esa era su mitad animal, la parte de él que intentaba reprimir lo máximo posible mientras vivía en este mundo. Estaba empezando a pensar que la técnica de represión no le iba a durar mucho.</p> <p>El hotel Linden estaba a mitad de camino del lujo. Pararon enfrente y Eli, uno de los guardaespaldas Shifters de Rome, salió del coche primero. Su hermano gemelo, Ezra, otro guardaespaldas a las órdenes de Rome, había aparcado el Tahoe con el que había ido y ya estaba esperándolos en la acera. Como líderes de Facción y comandantes, tanto Rome como Nick debían llevar guardaespaldas cada vez que viajaban. Eli y Ezra eran Shifters que se criaron en el Gungi pero llegaron a Estados Unidos de adolescentes. Su complexión robusta, su mirada asesina y su aura letal les bastaron para conseguir el trabajo de guardaespaldas. Llevaban casi diez años con Rome, quien aparte de Nick, Baxter y su otro amigo Shifter, Xavier, no se fiaba de nadie más que de sus hermanos jaguares.</p> <p>Al salir del coche, Rome empezó inmediatamente a escudriñar la zona. Parecía haber gente en todas partes, saliendo de limusinas, subiendo por las escaleras de piedra hasta la puerta principal, saliendo por las puertas que llevaban escaleras abajo. Era como un evento de Hollywood repleto de estrellas. El aire estaba en calma, hacía un poco de bochorno, pero no mucho. El aire por la noche debería haber sido más fresco, pero así era Washington en verano. El hecho de que no estuviera sudando bajo el traje probablemente significaba que la noche no podía ser más fresca.</p> <p>Había vivido en la ciudad el tiempo suficiente para saber que con el calor venían los problemas. La violencia siempre parecía intensificarse en los meses de verano, cuando aumentaban los delitos en un lugar ya de por sí peligroso e infestado de drogas y otras adicciones indeseables. En pocas palabras, era un caldo de cultivo para los rogues, una potencial fosa séptica de posibilidades que tenían que aprovechar en busca de la supremacía.</p> <p>Rome aún se preguntaba cómo habían llegado ellos, los Shadow Shifters (así los llamaban las tribus humanas que vivían a las afueras del Gungi), a este lugar. Ni siquiera los miembros de las tribus sabían con seguridad si los Shifters existían, por eso los llamaban «sombras». Lo único que tenían eran casos notificados de humanos que se habían convertido en animales en las profundidades del bosque. Pero la mayoría de los miembros de las tribus no se atrevía a adentrarse en el bosque, les daban miedo los animales desconocidos y la posibilidad de acabar muertos. Casi la mitad de los humanos creían en el supuesto mito; la otra mitad se oponía totalmente a dicha teoría, y sin ninguna prueba real los creyentes quedaban como bichos raros. Así que el secreto estaba a salvo. Por el momento.</p> <p>Los rogues querían cambiar eso. Creían que eran la especie superior y habían salido a demostrarlo de la forma que fuera necesaria. Eso les convertía en el enemigo público número uno de Rome y los Shifters estadounidenses.</p> <p>Esa noche, sin embargo, Rome pensaba que podía haber otro enemigo al acecho.</p> <p>Al entrar en el enorme vestíbulo con suelo de mármol, todo su cuerpo se puso tenso. Los músculos se contrajeron bajo su ropa, lo que provocó que la tela le picara en la piel. De los altos techos colgaban lámparas de araña doradas y brillantes; los adornos áureos de las paredes y los muebles recargados hacían que el lugar pareciera un ostentoso palacio barroco. A la izquierda había un amplio mostrador de mármol donde los invitados podían registrarse en una de las quinientas habitaciones del establecimiento. A la derecha, hacia donde se dirigían ahora Rome y Nick, había otro vestíbulo. Muchos hombres de esmoquin y mujeres con traje de noche y diamantes en abundancia iban en esa dirección.</p> <p>Todos se encaminaban a la misma recepción, a uno de los mítines políticos más importantes del año.</p> <p>Se rumoreaba que Kensington iba a presentar su candidatura al Senado para ocupar el lugar que quedó vacante tras la muerte de Baines, pero la mayoría pensaba que era solo un rumor. Rome era de esa última opinión. Ralph Kensington era un bocazas perteneciente a un grupo de presión. Había conseguido su oportunidad después de dirigir el departamento de TI de Slakeman Enterprises. La historia era que Kensington le encontró un comprador a Bob Slakeman para sus últimos rifles militares, a pesar de que los oficiales del ejército ya habían declarado que las armas no eran seguras. El comprador era extranjero y muy pocos detalles se conocieron sobre la venta. Kensington se convirtió de repente en un hombre rico con aspiraciones políticas. No se había podido demostrar nada, y que Rome supiera no había ninguna investigación en curso. Era una pena porque estaba seguro de que esa historia podía dar más de sí.</p> <p>El segundo mejor amigo de Rome, Xavier «X» Santos-Markland, trabajaba para el FBI. Como Shifter que era, X estaba pendiente de las actividades del Gobierno y se dedicaba en especial a los seres sospechosos. Informaba directamente a la Asamblea y también presentaba informes a los líderes de Facción cada vez que había algún tipo de movimiento o investigaciones especiales en sus regiones. Vivía en Washington, pero viajaba constantemente por su trabajo como director especial del Departamento. Hasta ahora, X no había informado de nada sobre la conexión Kensington- Slakeman, aunque Rome le había avisado de la situación hacía casi un año. Eso solo significaba que el Gobierno, como siempre, sería el último en enterarse de lo que pasaba en su propio patio trasero.</p> <p>Eli y Ezra estaban detrás de él, inadvertidamente cerca, y Rome sospechaba que había otros guardaespaldas haciendo lo mismo con sus jefes en el gigantesco salón de baile en el que acababan de entrar. Esa noche iba a reunirse en aquel lugar gente muy poderosa, poderosos con mucho dinero. Eso parecía ser lo único importante últimamente. Pero Rome estaba allí por un motivo diferente. Había ido para ver a Josef Bingham, el abogado de sus padres.</p> <p>—¿Cuánto tiempo crees que tardaremos? —preguntó Nick mientras giraba la muñeca para mirar el reloj.</p> <p>—¿Tienes otra cita? —inquirió Rome al tiempo que miraba la habitación. No quería estar aquí más tiempo del estrictamente necesario. Cuanto antes encontrara a Bingham y consiguiera lo que necesitaba de él, antes se podrían ir.</p> <p>—No, esta noche no. Es solo que no me gusta la compañía que tenemos. —Nick frunció el ceño al mirar a su alrededor—. Demasiados fanfarrones en una misma habitación para mi gusto.</p> <p>Rome asintió con la cabeza.</p> <p>—Estoy contigo en eso. Pero es un medio para lograr un fin. Kensington nos quería aquí, nos mandó una invitación especial, ¿recuerdas? —Invitación que Rome habría ignorado respetuosamente si no hubiera sido por el mensaje posterior de Bingham solicitando ese encuentro.</p> <p>—Lo recuerdo. No me gustó entonces y no me gusta ahora. Me da mala espina. —Nick se estaba frotando la barbilla, se pasaba los dedos sobre la fina barba de chivo que se había dejado crecer. Su cuerpo irradiaba tensión y su felino se asomaba a la superficie, listo para la batalla.</p> <p>Rome lo había sentido también, la tensa necesidad de luchar, de proteger. Los Shifters estadounidenses no luchaban a menudo. No estaban en la selva y se esforzaban por actuar más como humanos que sus homólogos del Gungi. Pero esa noche algo los estaba provocando, algo estaba irritando a las bestias que llevaban dentro hasta ponerlas de los nervios.</p> <p>—Sé cómo te sientes. Mantén los ojos abiertos. Tengo que ver a alguien. —Rome había empezado a alejarse cuando Nick lo cogió del brazo.</p> <p>—Que vaya Eli contigo.</p> <p>Rome asintió con la cabeza, se dio la vuelta para hacerle a Eli una señal imperceptible y se alejó. Nick sabía que Rome estaba buscando a los asesinos de sus padres. Sabía que Rome quería buscarlos él solo en caso de que encontrara alguna información que pudiera ser delicada para la memoria de sus progenitores; así podría mantenerlo en secreto. Por eso tanto él como X intentaban darle a Rome espacio para que se ocupara de esa situación. Pero no estaba solo. Él y X le cubrían las espaldas como sabían que Rome haría por ellos.</p> <p>Nick sabía que se estaba gestando una batalla, igual que era consciente de que se verían involucrados sin tener ninguna culpa. A Nick no le importaban las razones; esa clase de chorradas sobre el entendimiento y la cooperación era cosa de Rome. Para él, era lo que había. Si sus padres la habían cagado con algo durante su vida y ahora era el momento de que sus hijos se enfrentaran a las repercusiones, que así fuera. Ya iba siendo hora de que se enfrentaran a esa situación de todas formas.</p> <p>En cuanto a Rome y su cruzada, Nick lo apoyaba y haría todo lo que pudiera para protegerlo cuando llegase el momento. A veces los lazos de sangre no tenían que ser los más importantes.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>El</strong> despacho de abogados de Josef Bingham había empezado a funcionar hacía cuarenta años gracias a la fortuna de su familia y era un negocio próspero, que generaba más dinero que en la época de sus fundadores. En circunstancias normales Binghan debería haberse jubilado hacía unos diez años, pero Rome tenía que admitir que a sus setenta y seis años, el hombre seguía siendo tan luchador como siempre.</p> <p>Después de Baxter y Henrique Delgado, el padre de Nick, Bingham fue lo más parecido a un amigo que Vance Reynolds había tenido nunca. Al menos eso era lo que Baxter le había contado a Rome. Para los Shifters no era fácil confiar en alguien, y menos aún en un humano, pero, según Bingham, su padre había roto esa norma con él.</p> <p>Rome encontró al abogado cerca de la barra, exactamente donde sospechaba que estaría, con una copa ya en la mano.</p> <p>—¿Señor Bingham? —dijo mientras le daba una palmada en el hombro antes de hacerle una seña al camarero para que le trajera una copa.</p> <p>—Ah, Roman, amigo. No estaba seguro de si vendrías esta noche... —Se interrumpió a causa de un ataque de tos que hizo que le temblara la piel sobrante del cuello y probablemente la mayoría de su cuerpo por dentro.</p> <p>—Me han invitado —contestó Rome—. Y rara vez rechazo invitaciones como esta.</p> <p>—Sí, creo que esta noche promete ser especial.</p> <p>Rome vio por encima del hombro de Bingham a una rubia cuyos pechos parecían estar pasando apuros por mantenerse dentro de su vestido con sus dedos de uñas largas posados en el hombro del anciano. Podría ser fácilmente la hija de Bingham, pero Rome no era tan inocente como para pensar eso ni por un minuto.</p> <p>—¿Y eso? ¿Por qué lo dices?</p> <p>—Ralph va a hacer su anuncio, ya sabes. A la gente de Hill puede que no le guste. Va a agitar la escena política, eso seguro.</p> <p>Rome no podía negar la verdad de esas palabras. Pero el tipo de agitación que sospechaba que Kensington iba a provocar no era el mismo al que se refería Bingham.</p> <p>—Estoy de acuerdo. —Rome dio un trago a su bebida y dejó que el calor del alcohol se deslizara por su garganta. ¿Qué estaba tramando realmente Kensington y qué tenía que ver con los rogues? Numerosas preguntas se agolpaban en su cabeza, pero eso no era un problema. Rome sabía cómo ocuparse de varias cosas a la vez—. ¿Lo has traído?</p> <p>—No te andas por las ramas, ¿verdad? —Bingham se rio y luego se bebió de un trago lo que le quedaba en el vaso. Levantó la mano, que estaba llena de venas azules, y movió los dedos para pedir otra copa.</p> <p>Rome atrajo la mirada del camarero justo a tiempo para que le leyera en los labios la palabra «no». El camarero se encogió de hombros, siguió a lo suyo y Rome miró a Bingham.</p> <p>—Dijiste que tenías algo para mí, algo que yo tenía que ver.</p> <p>Birgham asintió con la cabeza.</p> <p>—Sí. Lo tengo. —Metió la mano en el interior de la chaqueta y sacó un disquete—. Tu padre tenía una caja fuerte.</p> <p>—Creía que todas las cajas fuertes se vaciaron tras su muerte —dijo Rome mirando el disquete, sin querer aún tenerlo sus manos. Baxter, el mayordomo de sus padres y el hombre que se había hecho cargo de Rome cuando murieron, había revisado todas sus cosas. Le había dicho a Rome que le había dado todas sus posesiones. Ahora su cabeza estaba dando vueltas sobre lo que podía estar almacenado en ese disquete y su corazón latió con fuerza, invadido de expectación y terror a la vez. Ese nuevo descubrimiento podría llevarle un poco más lejos, darle otra pista para encontrar a los asesinos.</p> <p>—Esto estaba a mi nombre. Se me había olvidado por completo hasta que mi ayudante se jubiló y la chica nueva que contrataron me dio los papeles con los datos. Fui allí yo mismo y vacié la caja fuerte.</p> <p>—¿Y esto era lo único que había dentro?</p> <p>Bingham asintió.</p> <p>—Y una nota que decía que debía asegurarme de que esto te llegara si le pasaba algo a Vance.</p> <p>Y definitivamente le había pasado algo. Había sido brutalmente asesinado por alguien de su propia especie. Rome solo esperaba que ese disquete le dijera el porqué.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>Kalina</strong> pensó por millonésima vez esa noche que aquello era de locos. Asistir a esa recepción era peligroso por muchas razones. La primera, porque podría echar a perder su tapadera, dedujo mientras paraba el coche en un stop a la vez que golpeaba el volante con los dedos. Greer Culverson, el jefe de policía, seguro que estaría allí. Sus conexiones con el ámbito político no eran un secreto; ya se rumoreaba que iba a intentar llegar a la alcaldía en la próxima legislatura. Por no hablar del número de sospechosos que podía encontrarse, porque a pesar de lo que se podía pensar, las drogas y los traficantes estaban presentes hasta en los edificios de oficinas más altos y en las casas más caras de la ciudad. Esa epidemia no se limitaba a las calles o a lo que se conocían como clases bajas. A través de los años había investigado e incluso detenido a bastantes hombres de negocios y aspirantes a políticos por su implicación en el tráfico de drogas.</p> <p>Además, ¿y si Rome la veía? ¿Qué le iba a decir? ¿Por qué motivo había asistido a este evento? La decisión de ir la había tomado rápidamente, igual que la de colarle el aparato de rastreo en el cuello del esmoquin y la de seguirlo a su casa la noche anterior. No podía dejar pasar la oportunidad, lo decidió cuando Mel la invitó a comer. La secretaria había mencionado de pasada que tenía que recoger el esmoquin de Roman de la tintorería y ella había urdido ese plan. Había vuelto rápidamente a su escritorio para llamar a Ferrell y decirle lo que quería hacer. En menos de una hora se dirigió al aparcamiento para encontrarse con Ferrell, que le llevó el equipo.</p> <p>—Intentaremos conseguirte entradas para la recepción de mañana. Quiero que vigiles a todas las personas con las que hable y que tomes nota. Puede que vaya a ese acto por algo más que por motivos políticos. Podría haber una transacción en marcha y no quiero pasarla por alto.</p> <p>Pero Ferrell ni siquiera sabía que Rome iba a asistir a la recepción hasta que ella se lo dijo. Le había hablado rápido, con esos oscuros labios agrietados de tanto fumar. Llevaba un gorro de lana que le tapaba la calva incipiente y tenía unos ojos brillantes y sagaces que la miraban como si ella fuese la investigada.</p> <p>—No la cagues, Harper.</p> <p>Ella le arrancó la bolsa con el receptor de las manos.</p> <p>—Sé cómo hacer mi trabajo.</p> <p>—Ya, bueno, te estás tomando tu tiempo para hacerlo.</p> <p>Kalina quiso darle un puñetazo. Nunca antes había tenido un compañero de trabajo o un oficial que le cayera tan mal como Ferrell. Había algo en su personalidad que le provocaba ganas de vomitar, de limpiarse la boca a continuación y darle una patada en el culo por buscarle tantos problemas.</p> <p>—Conseguiré la información. Tú consigue que pueda entrar a la recepción.</p> <p>—Claro —dijo él, dándole la espalda como si le tuviera asco.</p> <p>Con unas quesadillas de pollo y una coca-cola light, Mel y ella habían hablado sobre la familia de Mel, el tiempo que llevaba en la empresa y sobre lo mucho que le gustaba trabajar para Rome. Kalina había tenido cuidado de no hacer demasiadas preguntas sobre él. No quería que la secretaria se llevara una impresión equivocada, aunque probablemente ya era tarde para eso. No deseaba que Mel pensara que estaba intentando liarse con el jefe, pero mucho menos que descubriera que lo estaba investigando.</p> <p>Tan pronto como activó el aparato, encendió el trasmisor y lo escondió detrás de la pantalla de su ordenador en su mesa hasta que terminó su jornada laboral. Cuando él estuvo allí mientras ella recogía para irse a las cinco, temió que lo encontrara. Si Rome la pillaba otra vez perdería definitivamente su seguridad en sí misma como poli.</p> <p>Pero al quedarse ahí plantado mirándola como si literalmente se la pudiera comer allí mismo, sospechó que se había pasado por allí por una razón totalmente distinta. Que la acompañara al coche había sido una sorpresa. No tenía a Reynolds por un caballero, y sin embargo ese tipo de gesto le quedaba bien. El aura dominante que desprendía también parecía algo natural en él. Roman Reynolds era definitivamente un hombre que conseguía lo que quería. Kalina solo tenía que asegurarse de que lo que realmente quería no fuera ella.</p> <p>Aunque había salido del garaje antes que él, había esperado hasta que salió su coche y lo había seguido hasta lo que supuso que era su casa. Se trataba de una finca enorme en uno de los barrios más lujosos, cerca de la frontera con Virginia. Solo conocía el barrio de haberlo visto en las páginas de sociedad, pero ahora se dio cuenta de que los periódicos no hacían justicia a las fincas palaciegas de la zona. La casa en sí era inmensa, los jardines parecían interminables, con el césped más esponjoso y verde que había visto nunca. Él paró frente a una puerta negra de hierro, marcó un código y esperó mientras las puertas se abrían. Naturalmente, se cerraron y ella no pudo recorrer el sinuoso camino de entrada detrás de él. Pero mejor así. No quería acercarse demasiado.</p> <p>Su cuerpo reaccionaba de una forma extraña cuando estaba cerca de ese hombre. Bueno, no exactamente extraña... Kalina reconocía la atracción sexual que sentía. Solo que no quería sentirla por Roman Reynolds. Aun así, cuando lo observaba andar hasta el coche, con el maletín y la chaqueta en una mano mientras la tela de la camisa moldeaba su espectacular torso, se le hizo la boca agua. Incluso ahora, sentada en el coche pensando en él, se le habían endurecido los pezones y su sexo palpitaba ansioso. Un ansia que no había sentido durante años.</p> <p>Se puso tensa de pensarlo, el calor se movía en lentos riachuelos por sus venas. Un calor que no había sentido desde..., un calor que no había sentido nunca antes en su vida. Así era esta atracción hacia él, nueva e inoportuna; odiaba sentirse así. Él era un delincuente y como tal merecía ser tratado. ¿Cómo podía querer que tocaran su cuerpo las mismas manos que intercambiaban dinero con los cárteles, que a su vez mandaban a las calles drogas que estaban matando a chavales? ¿Cómo podía estar ahí sentada y preguntarse cómo sería caminar hasta esa gran casa con él, pasar la noche en su cama, bajo su cuerpo musculoso, y dejarlo hacer lo que quisiera para darle placer? Era deplorable y absurdamente inapropiado pensar en él de esa manera.</p> <p>Pero no podía parar.</p> <p>De modo que allí estaba, en el primer banquete político de Ralph Kensington para apoyar su candidatura al Senado. Ella no lo apoyaba, ni a él ni a las personas deshonestas que trabajaban para él, con quienes no podía relacionarlo realmente. Kensington estaba metido en el negocio de la droga hasta el cuello de su carísima camisa, pero era bueno tapando sus negocios menos limpios. Esa noche, sin embargo, no podía permitirse estar preocupada por la corrupción del Gobierno. Estaba allí para vigilar a Rome y no había vuelta atrás.</p> <p>Salió del coche y le dio las llaves al aparcacoches, que parecía lo suficientemente joven como para seguir en el instituto. Él le sonrió al pasar, esa sonrisa tipo <i>Quiero enrollarme contigo. ¿Me das tu número?</i> Kalina se sintió halagada pero en absoluto tentada a probar suerte como asaltacunas. Los hombres más jóvenes definitivamente no eran su estilo. De hecho, ningún hombre (al menos durante los dos últimos años) era su estilo. Tenía gracia que pensara en eso ahora, en el hecho de que no había estado con ningún hombre en mucho tiempo.</p> <p>Esos pensamientos se agolpaban en su mente mientras caminaba hacia el hotel, por el vestíbulo y justo en la línea de visión de un Roman Reynolds muy sexy y muy enfadado.</p> <p>Entonces se detuvo a pensar unos segundos, se dio media vuelta y se fue en la dirección opuesta. No fuera del salón, sino hacia el otro lado de la sala. No quería que Rome la viese, a pesar de que él no tenía ni idea de que lo estaba siguiendo. Haberlo visto solo un segundo había hecho que el corazón le latiera con fuerza y que otras vibraciones se expandieran hacia su sexo. Atravesó el salón echando pestes; odiaba el hecho de que pudiera excitarla con apenas verlo. Odiaba que su cuerpo se sintiera atraído hacia él, como si él cantara una canción para que solo bailara ella. Era una locura, lo sabía, pero así era como se sentía. Incluso ahora, mientras se alejaba de él, esa fuerza seguía ahí, ese impulso en su interior de ir hacia él, de estar con él de todas las formas posibles.</p> <p>Lo ignoró y cogió una copa de champán de una bandeja que llevaba una mujer vestida con unos pantalones, camisa y una chaqueta que la hacían parecer más un hombre. Apenas lo probó; quería integrarse pero sin sacrificar su buen criterio. El champán, o para el caso cualquier bebida alcohólica, se le subía rápidamente a la cabeza, y no hacía falta mucho. Así que había aprendido hacía tiempo a dar sorbos cortos y superficiales.</p> <p>No veía a Rome pero sentía su presencia, sabía que estaba allí y que estaba cerca. ¿No era una locura? Estaba allí para vigilarlo y, sin embargo, se dedicaba a huir de él. ¿No era una contradicción?</p> <p>«Contrólate, Harper». Sus propias palabras resonaban en su cabeza y dio otro sorbo al champán. Agarró su bolso y pensó en su trabajo en el Departamento de Policía y en lo mucho que deseaba el puesto en la DEA. No iba a conseguirlo huyendo de Roman Reynolds. Fuera lo que fuera lo que hubiese entre ellos, podía controlarlo. Había tratado con asesinos y escoria de traficantes durante los últimos seis años de su vida; desde luego que un tío cañón no podía ser para tanto.</p> <p>Cuando su copa se vació la miró sorprendida; entonces imaginó que estaba preparada para enfrentarse a él. Se giró y escudriñó la habitación, pero no vio a Rome.</p> <p>Sin embargo, alguien la vio a ella. Mejor dicho: la vieron, porque se trataba de un trío de desconocidos a los que avistó cuando giró la cabeza en la dirección opuesta. Estos tres hombres iban de esmoquin y tenían pinta de estar pendientes de algo totalmente distinto a la recepción. Sintió algo bajo la piel, una advertencia, que le recorrió lentamente los brazos.</p> <p>Fijó la mirada en el hombre de en medio, el más grande y el que parecía más peligroso. Era moreno y su piel parecía ónice brillante. Tenía los labios gruesos y la nariz ancha y plana. Pero eran sus ojos los que llamaron su atención, su inquietante forma rasgada que le hacían parecer más inhumano de lo normal. Los otros dos la miraban de manera diferente, o probablemente debería decir que no le quitaban ojo. Y todos ellos la estaban fulminando con la mirada.</p> <p>Ni con todo su entrenamiento estaba Kalina preparada para el torrente de ansiedad que fluyó por sus venas. Empezaron a caminar hacia ella y todo a su alrededor pareció ralentizarse de tal forma que fue como si solo esos tres hombres se movieran en aquel enorme salón. El ritmo salvaje de su corazón resonaba en sus oídos, le picaba la piel de un modo que no había experimentado antes. ¿Quiénes eran y por qué iban a por ella?</p> <p>Como las respuestas tardaban en llegar se dio la vuelta y optó por largarse de allí y dejar el análisis para después. Pero cuando se giró no vislumbró una escapatoria fácil. Por desgracia chocó con una fuerza inamovible, una fuerza que podía resultar más difícil de tratar que los tres extraños que estaban detrás de ella.</p> <p>—No te muevas. —Su voz era grave y más siniestra de lo que había oído nunca.</p> <p>También era una voz familiar.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Capítulo 5</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong><style name="b">—Q</style>UÉ</strong>... —empezó a decir ella, pero entonces las manos que le agarraron los hombros se deslizaron por sus brazos hasta detenerse en su cintura. El calor se clavó en su cuerpo y la dejó sin palabras.</p> <p>Él la giró para ponerla a su lado y le pasó los brazos por la cintura, agarrándola bien.</p> <p>La fiesta pareció volver a la vida. Podía oír las voces de la gente a su alrededor, el tintineo de los tacones en el suelo, el sonido de las conversaciones susurradas. Buscó entre la multitud y enseguida divisó a los tres hombres, que habían dejado de acercarse pero seguían mirándola amenazantes.</p> <p>—¿Haciendo amigos? —preguntó Rome a su lado.</p> <p>—No los conozco —contestó ella mientras intentaba desesperadamente esconder lo nerviosa que estaba en realidad.</p> <p>No tenía ni idea de por qué la asustaban tres hombres desconocidos. No, eso no era verdad. Sabía exactamente por qué la asustaban y el saberlo le tocaba las narices. No importaba el tiempo que había pasado o cuántas visitas había hecho al psiquiatra: los sucesos de aquella noche todavía la atormentaban. Cuando trabajaba era una dura detective secreta de narcóticos, con su placa y su pistola siempre a mano. Estaba entrenada para matar si era necesario, para hacer justicia a cualquier precio. Pero aquella noche nada de eso pudo ayudarla. Se encontraba sola, vulnerable y asustada. Y lo odiaba. Odiaba aún más que esas emociones la asaltaran y se hicieran con ella.</p> <p>—Ya puede soltarme —dijo; la bravuconería trataba de imponerse.</p> <p>—¿Y si te dijera que me gusta tenerte agarrada?</p> <p>—Le diría que me da igual. Suélteme —insistió, y le dio en el costado. Él era mucho más fuerte de lo que parecía vestido con su esmoquin de corte perfecto, una prenda que aún lo hacía mucho más atractivo. Justo otra razón por la que necesitaba escapar.</p> <p>—Aún no —susurró él, pero esta vez no la miraba a ella, sino hacia el otro lado de la sala.</p> <p>Ella siguió su mirada y no se sorprendió al ver que estaba dirigida a los tres tarados que la habían estado insultando con sus ojos inquietantes y su físico de jugadores de rugby.</p> <p>—No sé quiénes son.</p> <p>Kalina se sorprendió de haberle dicho eso a Rome. ¿Por qué lo había hecho? Podía ser porque aún estaba intentado averiguar la razón de esas miradas amenazadoras. No debía actuar con tanta inseguridad mientras trabajaba en una investigación; entonces se dio cuenta de que no estaba de humor para investigar y que, además, lo estaba haciendo rematadamente mal. Él no tenía que saber que ella se encontraba allí, y ahora lo sabía. Esos hombres la habían asustado, lo que tampoco tenía que haber pasado, pero así había sido. Y ahora prefería irse a casa y maldecirse por ser tan tonta y tan débil. ¿Cómo esperaba ingresar en la DEA si no podía encargarse de seguir a un hombre y conseguir información sobre él?</p> <p>Roman apretó la mandíbula y a ella le pareció escuchar un débil gruñido. Pero no tenía ánimos para tratar de averiguar el porqué. Estaba cansada, sus emociones fuera de control y solo quería irse a casa. Obviamente, acudir a esa recepción había sido una mala idea.</p> <p>—Mire, ¿me puedo ir ya?</p> <p>Entonces él se giró hacia ella con una mirada inquisitiva.</p> <p>—Te llevaré a casa.</p> <p>Ella negó con la cabeza.</p> <p>—No se moleste, he venido en mi coche.</p> <p>—Haré que te lleven el coche a casa —dijo, alejándose de los tres matones y llevándola con él mientras caminaba con decisión a través del abarrotado salón.</p> <p>—No necesito que me lleven —replicó Kalina cuando finalmente consiguió que le soltara el brazo de golpe. La acción la sobresaltó incluso a ella y dio un pequeño traspiés hacia atrás, solo para volver a sentir algo tan duro como el acero detrás de ella.</p> <p>—Nos volvemos a encontrar, señorita Harper.</p> <p>Su voz era más suave, su cara solo una pizca más fina que la de Rome. Se volvió para mirar a Nick Delgado, sus ojos risueños color avellana también se posaron en los de ella. Era un hombre guapo, de eso no había duda. Empezando por el pelo sedoso y tan negro como la tinta hasta las cejas espesas y la mandíbula marcada. Era de complexión perfecta, no era voluminoso pero estaba bien definido. El atractivo sexual le brotaba por los poros. Y Kalina sospechaba que él conocía todos sus atributos sin que ella tuviera que hacer una lista mental. Pero no era Rome.</p> <p>¿Y por qué demonios le importaba?</p> <p>—Hola —dijo ella con firmeza—. Y buenas noches —concluyó, dirigiéndose a un Roman que en ese momento no parecía demasiado contento.</p> <p>—Llama a Ezra. —Rome miró a Nick por encima del hombro de Kalina—. Dile que traiga el coche. Nos vamos.</p> <p>—Cinco minutos —escuchó Kalina decir a Nick por detrás.</p> <p>—Vamos —dijo él como si acabara de recordar que ella estaba allí.</p> <p>—Cuando las ranas críen pelo —dijo ella bruscamente, y se apartó de los dos con una rapidez que no sabía que poseía.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>Tras</strong> hacerle un gesto a Eli con la cabeza, Roman la siguió. El guardaespaldas lo adelantó y se acercó más a Kalina. Justo al lado de la enorme barra había una puerta, y tras ella un pasillo y unas escaleras que los llevarían a la planta más baja del aparcamiento y de ahí al callejón de al lado del hotel. El trabajo de Eli y Ezra consistía en inspeccionar todas las instalaciones a las que él acudía. Y reconocer todas las entradas y salidas era una de las partes más importantes de su trabajo.</p> <p>Los que habían ido a por Kalina no eran Shifters, tal como Roman había olido nada más entrar. Los rogues despedían un revelador hedor a maldad y corrupción. Tenían un tinte más amargo que el olor normal de felino que envolvía a los Shifters, y esa característica hacía posible que se identificaran unos a otros en el mundo de humanos en que vivían. Rome se había estado preguntando toda la noche dónde estaban y qué tramaban. Incluso después de haber hablado con Bingham le asediaba la sensación de que había alguien que no debía estar ahí y que se movía con sigilo entre ellos. Quería averiguar quién era, así que en lugar de marcharse enseguida hizo que Nick y Ezra cubrieran una mitad del salón mientras él y Eli se encargaban de la otra.</p> <p>Rome los había visto primero. O mejor dicho, había visto a su presa.</p> <p>Kalina destacaba como una manzana madura en una caja de manzanas podridas entre los cientos de mujeres más influyentes y atractivas de todo Washington que habían acudido al acto. Por un minuto pensó que era por el vestido gris ahumado que le ceñía las caderas, los muslos y el trasero. ¿O era la forma en la que el vestido le dejaba la espalda al descubierto y le sostenía los pechos tan provocativamente que las palmas de sus manos se morían por tocarlos?</p> <p>En medio del deseo sintió una tensión en su pecho que hizo que sus instintos de protección se despertaran. Su mirada deambuló más allá de ella y se posó en los tres shifters que la acechaban. No los conocía personalmente pero sabía lo que querían. El hambre y la lujuria invadían sus miradas mientras sus cuerpos se preparaban para abalanzarse sobre ella. No les importaba ser tres contra una. La utilizarían juntos hasta que uno de ellos demostrara ser el dominante. Entonces se la quedaría para él solo, la violaría hasta destrozarla y la mataría. Así hacían las cosas, así era la vida sin límites que preferían los rogues. Cazaban y mataban, tan simple como eso. Y, de alguna forma, Kalina había caído en su cepo.</p> <p>A Rome le inundó un sentimiento de posesión que nunca había sentido y antes de que pudiera pensarlo dos veces estaba avanzando firmemente a través del salón decidido a alcanzarla antes que ellos. Faltó poco, el olor del miedo de Kalina lo empujaba hacia la locura. Si hubieran conseguido cogerla, si uno de ellos le hubiera puesto un dedo encima..., sus sienes latían con fuerza, su corazón palpitaba frenético. Tenía que sacarla de allí.</p> <p>Averiguar qué estaba haciendo ella en la recepción tendría que esperar hasta después.</p> <p>Kalina estaba a punto de pasar por delante de la barra cuando Eli se colocó delante y la detuvo. La joven lo miró, probablemente con la intención de insultarlo, cuando Rome apareció detrás de ella y le puso las manos firmemente en la cintura. Se inclinó y le susurró al oído:</p> <p>—Si gritas o tratas de escapar harás un numerito. Vendrán a por ti. Tu elección es simple: venir conmigo o que te cojan ellos.</p> <p>Su cuerpo se puso tenso y sus nalgas estaban apoyadas en su erección palpitante. Ella se lo estaba pensando; dudaba entre el enfado que le despertaba él y el miedo que les tenía a ellos, a esos desconocidos. Lo que no sabía era que Roman no pensaba permitir que los rogues se acercaran ni a un metro de ella, y mucho menos que se la llevaran.</p> <p>—No te haré daño —dijo Rome, a quien se le hacía la boca agua al estar tan cerca de su piel. Quería lamerla, probarla una vez más para que le resultara imposible olvidar nunca su dulzura.</p> <p>Ella hizo un mínimo gesto afirmativo con la cabeza. Eli iba delante. En cuestión de segundos se adentraron por la puerta lateral y Rome solo miró atrás una vez para asegurarse de que los rogues no les seguían el rastro. No se rendían fácilmente, sobre todo cuando estaba involucrada una mujer. Pero no los habían seguido; de hecho se retiraron en el momento en que lo vieron. Sabía que no había sido por respeto a su rango entre los Shifters. No les importaba lo más mínimo el título que ostentaba; los rogues eran defensores de su supremacía y tenían el ego más grande que cualquier humano o Shifter había conocido nunca. El hecho de que no fueran tras él le dio que pensar.</p> <p>Eli se dirigió el primero a las escaleras; Kalina iba tras él y Roman cerraba la fila.</p> <p>—Vamos a bajar —le habló al transmisor que él, los guardaespaldas y Nick compartían.</p> <p>Al final de las escaleras Eli abrió la puerta. Con una mano en la parte baja de su espalda, Rome empujó a Kalina para que la cruzara. Ezra se acercó primero con el Tahoe negro, la puerta de atrás ya abierta. Eli la agarró y se hizo a un lado con un rápido movimiento de cabeza a Rome. Tras la señal, Rome cogió a Kalina por la cintura y la metió en la parte trasera del vehículo. La puerta se cerró de un portazo tras ellos; estaban en marcha antes de que Rome estuviera completamente sentado.</p> <p>Eli conduciría ahora la limusina, que Nick se había quedado y había dejado justo detrás del Tahoe. Irían en la dirección opuesta a Ezra y Rome por si acaso alguien decidía seguirlos.</p> <p>Kalina se deslizó por el asiento, hasta quedar con la espalda pegada en la puerta del lado contrario.</p> <p>—Lléveme a casa —dijo sin titubear.</p> <p>—Tus deseos son órdenes —contestó él, mientras se acomodaba en el asiento. Sacó su teléfono móvil, tecleó su dirección y le mandó un mensaje de texto a Ezra en el asiento delantero, así como a Nick y a Eli. Luego se volvió a guardar el teléfono en el bolsillo—. Ya puedes relajarte, estás a salvo.</p> <p>Ella cruzó los brazos sobre el pecho y dijo enfurruñada:</p> <p>—Eso no está tan claro. No pareces menos peligroso que aquellos tíos. Oh, y por cierto, no soy ninguna damisela en apuros. No necesitaba que nadie me rescatara, muchas gracias.</p> <p>No, no era una damisela en apuros. Era más una fiera esperando que la desataran.</p> <p>—Estabas en problemas. Yo simplemente llegué en el momento justo.</p> <p>—Lo que sea —dijo ella—. Pero lléveme a casa.</p> <p>Rome podía oler su nerviosismo e inquietud. O quizá estaba mosqueada porque él se había hecho cargo de la situación. Daba igual; lo importante era que se sintiera segura y su instinto le decía que aquel trío era cualquier cosa menos seguro para ella.</p> <p>—¿Qué estabas haciendo aquí?</p> <p>—¿Qué pasa? ¿No puedo ir a un evento político de recaudación de fondos?</p> <p>—No pareces del tipo que apoya a Kensington en su carrera hacia el Senado.</p> <p>—¿Qué quiere decir con eso? ¿Acaso ahora llevo mi afiliación política escrita en la frente?</p> <p>—Pensé que eras una calculadora andante. Parece un poco fuera de lugar que estés en una recepción política.</p> <p>Lo miró como si quisiera pegarle. Los labios de él temblaron de pensarlo. Esta mujer tenía muchas agallas y eso despertaba algo en él.</p> <p>—Soy muy versada en política, así como en otros asuntos, señor Reynolds. El que trabaje en contabilidad no significa que no pueda pensar en nada más.</p> <p>Él tenía el título de abogado, era un líder de Facción para más de tres mil Shifters de la costa este y le correspondía heredar un puesto en la Asamblea si alguna vez decidía volver al Gungi. Pero en ese momento, en lugar de estar diseñando estrategias o analizando lo que acababa de pasar, no podía pensar en otra cosa más que en desnudarla.</p> <p>—¿Conocías a esos hombres? ¿Era alguno de ellos con quien estabas hablando por teléfono esta tarde? —Se le había pasado por la cabeza que uno de esos fantoches podría haber sido el que se lo estaba haciendo pasar mal antes y quería saber si se enfrentaba a un novio celoso o a algo mucho más peligroso. Porque definitivamente eran rogues y, por razones que no estaba del todo preparado a reconocer, rezaba para que no fuera la opción del novio celoso.</p> <p>—No sé quiénes eran ni por qué me miraban de esa manera. Y usted debería intentar meterse en sus asuntos. Mi llamada era privada.</p> <p>—Parecía más que privada ¿Te está acosando alguien?</p> <p>—¿Aparte de usted? —dijo bruscamente mientras le dedicaba una de sus miradas furiosas.</p> <p>—Vamos a ponerlo de otra forma. Para tu información, Kalina, no voy a pasar esto por alto. No hay duda de que esos tíos iban a por ti y quiero saber por qué. O me lo dices tú o lo averiguaré por mi cuenta.</p> <p>Ella espiró profundamente.</p> <p>—No los conozco.</p> <p>—¿Y el tipo con el que hablabas por teléfono? ¿Es un problema?</p> <p>—Es mi problema.</p> <p>Rome apretó la mandíbula. No era la respuesta que quería, pero tal como había dicho iba a llegar al fondo de ese asunto a su manera. No hacía falta que Kalina le contara nada.</p> <p>También necesitaba ocuparse de su dolorosa erección antes de que su humor empeorara aún más. Parecía que la hostilidad entre ellos solo había conseguido avivar el fuego que le brotaba de la boca del estómago.</p> <p>De repente el interior del vehículo era mucho más cálido que antes. Con las prisas de meterla en el coche y ocultarla se le había subido el vestido por las piernas de manera que ahora enseñaba una tentadora cantidad de piel. Las piernas que recordaba haber admirado cuando entró en su despacho el otro día estaban ahora expuestas como un manjar. Tragó saliva e intentó ignorar la creciente erección que amenazaba con volverlo loco. Había sido así desde que ella entró en su despacho, cada vez que pensaba en ella, recordaba su voz, cuando rememoraba la sensación de ella retorciéndose debajo de él. La deseaba; y la palabra <i>desesperadamente</i> se quedaba corta para describir cuánto.</p> <p>—Estás muy sexy cuando te cabreas —dijo, y extendió el brazo para rozarle el hombro desnudo con los nudillos.</p> <p>Normalmente le gustaban las mujeres con el pelo largo, suponía que las hacía parecer más femeninas. Pero el pelo corto y de punta de Kalina tenía algo especial, y armonizaba a la perfección con su fuerte carácter. Ella lo miró con los ojos entornados, como una mujer lista para pelear. Tras su cremallera su erección protestaba y luchaba por liberarse.</p> <p>—Ya hemos discutido el tema del acoso sexual, señor Reynolds. Y se lo repito: no significa «no».</p> <p>—Llámame Rome. Suena bastante inusual referirse a un futuro amante tan formalmente. —Él iba a ser su amante, Rome estaba tan seguro de eso como de su propio nombre. Había algo que los empujaba a estar juntos; si eran solo las circunstancias o había algo más, no lo podía saber con seguridad. Y tampoco le importaba en esos momentos.</p> <p>—¿Qué? ¿Usted..., nosotros? —Ella se detuvo, respiró hondo y luego soltó el aire en lo que solo podía entenderse como una actitud apenas comedida—. Usted es el jefe y yo soy la empleada. Ni somos ni seremos amantes nunca. —Se apartó de él y el calor se disparó en su cuerpo.</p> <p>El desafío estaba claro y la bestia que llevaba dentro actuó enseguida. En cuestión de segundos estaba en el otro extremo del asiento, la había agarrado de la nuca y la había empujado hacia él hasta que se quedó medio tumbada en su regazo. Ella lo fulminó con la mirada y abrió los labios a causa de la sorpresa justo antes de que él los reclamara y pasara la lengua sobre su boca con un golpe rápido.</p> <p>—Dime que no, Kalina. Di no y pararé.</p> <p>Se inclinó sobre ella y lamió sensualmente sus labios hasta que notó cómo Kalina se estremecía. Entonces abrió la boca y se sumergió en el beso con todo el feroz deseo que se encerraba en su interior.</p> <p>Hacía meses que no estaba con una mujer. Por supuesto que había sido por elección propia. Los Shifters eran conocidos por sus insaciables y a veces oscuros deseos sexuales. Habían sido creados para reproducirse y si no era la lucha por la supervivencia lo que ocupaba su mente, lo más probable era que fuese el hambre de sexo lo que los consumía a diario. Rome no había deseado a nadie en particular durante semanas, así que no había estado con nadie. No hasta ahora, no hasta Kalina.</p> <p>Le atraía todo de ella a un nivel en el que nunca antes se había aventurado. Era raro pero le gustaba la sensación. Su madre lo llamaba destino. Para no arriesgarse, Rome lo calificaba de oportunidad. Su cuerpo era voluptuoso y deslizó las manos por su espalda desnuda para agarrarle el carnoso trasero. Ella suspiró, gimió en su beso el placer que sentía por su forma de tocarla. Rome le levantó la pierna y la ajustó hasta que quedó sentada a horcajadas sobre él; entonces dejó que sus palmas le acariciaran las nalgas y sus dedos se deslizaron por la suave piel hasta que el calor de su sexo le hizo cosquillas en las puntas de los dedos.</p> <p>—Di no —susurró él.</p> <p>Debería haberle dado otra patada en los huevos. Podía clavarle los dientes en los labios y hacerle sangre. Los recuerdos de la noche en que la agredieron sexualmente se cernían en la lejanía de sus pensamientos, las reservas acerca de que la tocara íntimamente un hombre se enfrentaban a las sensaciones más dulces que él despertaba en ella. Podía rendirse al miedo, al oscuro odio que albergaba hacia ese ser que se había atrevido a tocarla sin permiso.</p> <p>O... podía simplemente sumergirse en esta sensación, en esta extraña reacción hacia un hombre al que apenas conocía. Podía dejar que los recuerdos de la última vez que la tocó se fundieran con los acalorados sueños que había tenido con él desde entonces. Y podía disfrutarlo.</p> <p>No era algo que hiciera a menudo, normalmente no tenía mucho que disfrutar en su vida privada. Pero eso, sus caricias, el murmullo ronco de su voz en el oscuro interior del coche la afectaba, la empujaba hacia lo que no pensó que pudiera volver a ser.</p> <p>Una mujer.</p> <p>Desde el momento en que se había encerrado con él, Kalina se había sentido más sexy que en toda su vida. Su cuerpo hervía de expectación. La forma en que sus ojos barrían su cuerpo decía <i>sexo</i>, pura y simple lujuria que ahora manaba de cada uno de sus besos, cada vez que sus manos le tocaban la piel desnuda. Las puntas de sus dedos rozaron su sexo a través de la fina tela del vestido y ella contuvo la respiración. Esa acción elevó sus pechos e hizo que sus sensibles pezones rozaran la camisa de Roman. Con respiración errática y unos dedos que parecían tener voluntad propia le agarró por las solapas de la chaqueta y lo empujó hacia ella mientras abría la boca y le besaba.</p> <p>Profundizó aún más y despejó todas las dudas de su cabeza, se prometió aceptar, por una vez en su vida simplemente aceptar. Cuando sus manos fueron más allá de la tela del vestido para tocar la piel desnuda de sus nalgas ella jadeó, arqueó la espalda y suspiró.</p> <p>—No puedes decirme que no porque serías tú la que te lo perderías —susurró él con los labios en su escote mientras ella echaba la cabeza hacia atrás—. ¿Te has puesto este vestidito tan sexy para mí? ¿Querías que te viera y me muriera de ganas de tocarte?</p> <p>—No —susurró ella.</p> <p>—¿Quieres que pare? —Unos dientes afilados le mordían el cuello y mandaban punzadas de deseo directamente a lo más profundo de su ser, que ahora se derretía a sus órdenes silenciosas. Como si supiera que esa sería su reacción, sus dedos se deslizaron más allá de la fina barrera del tanga y viajaron a lo largo de los pliegues humedecidos que se abrieron a su deseo. En el segundo en que él sumergió un dedo dentro, el mundo de Kalina se transformó. Todo lo que pensaba que sabía sobre el placer, lo que había aprendido por su cuenta con la mecánica y la imaginación, se desmoronó. Lo que él estaba haciendo, lo que parecía una simple caricia, demostró que todo lo que sabía era drásticamente erróneo.</p> <p>—No —jadeó ella.</p> <p>—¿Quieres más?</p> <p>Su respiración se aceleró, su cuerpo ardía por su forma de tocarla.</p> <p>—Rome.</p> <p>—Sí —contestó él mientras deslizaba más el dedo y luego lo retiraba.</p> <p>Ella gimoteó por la pérdida y se apretó contra él inmediatamente.</p> <p>—No pares.</p> <p>Su risa era ronca, retumbaba en su pecho mientras volvió a abrirse paso dentro de ella.</p> <p>—Tú no quieres que pare. Está bien, yo tampoco quiero parar, nena. Estás tan mojada y deseosa de mí... Quiero sentirte, saborearte.</p> <p>Y ella quería todo lo que él pudiera darle. O al menos se permitió pensar que era así. En ese instante solo importaba que él continuase dándole placer, que sus dedos siguieran moviéndose dentro de ella, empujándola hacia una cumbre que anhelaba alcanzar.</p> <p>Su espalda se arqueó aún más mientras cabalgaba en su mano con vehemencia. Se sentía demasiado bien para parar, el viaje hacia ese excitante abismo era demasiado tentador para ignorarlo. Así que viajó, con los ojos cerrados, la boca abierta para liberar cada sonido que se desgarraba de ella instintivamente. Se sujetó en sus hombros, sus pechos se mecían con el movimiento, sensibles y ansiosos por que los tocara. Él estaba diciendo algo, le susurraba palabras que sonaban a película porno y sumamente inapropiadas para dos personas que apenas se conocían y que trabajaban juntos, pero la excitaban igualmente.</p> <p>—Eso está bien, nena. ¿Quieres más?</p> <p>—Sí. —Ella dejó que la respuesta se cayera de sus labios sin pensárselo dos veces y gimió cuando él sacó un dedo e introdujo dos más.</p> <p>La sensación era intensa y su cuerpo se estremeció de placer. Se mordió el labio inferior mientras rezaba por culminar antes de hacerse sangre.</p> <p>—Tan caliente y tan mojada por mí. Sabía que lo estarías.</p> <p>—Por favor. —Estaba suplicando, el corazón le golpeaba el pecho y el ansia persistente la arañaba.</p> <p>Si tan solo pudiera llegar allí, si sus pies pudieran por fin caer desde el borde del abismo hasta el éxtasis, estaría bien. Recuperaría la compostura y volvería al trabajo. Pero hasta entonces, hasta ese momento, estaba perdida. Pura y simplemente perdida en las caricias de Rome.</p> <p>Sus dientes afilados tiraron de un pezón y ella gritó. La estaba volviendo loca de deseo, el calor la envolvía como si hubiese estado andando por el infierno y por desgracia hubiese sobrevivido.</p> <p>Con estocadas persistentes exprimía sus senos. Ella cabalgaba en su mano, le encantaba sentir cómo la satisfacía. Y entonces estaba allí. Una ingravidez absoluta la rodeaba, ráfagas de luz la llenaron en su caída libre.</p> <p>Durante unos segundos eternos le pareció flotar con la cabeza recostada en su hombro mientras luchaba por recuperar el aliento.</p> <p>Lo siguiente que notó fueron sus manos en la cintura, acariciando la tela del vestido a la altura de los muslos.</p> <p>—Estás en casa —susurró él, y le dio un beso en la sien.</p> <p>Ella asintió con la cabeza para confirmar que lo había oído. Había dicho que estaba en casa. El vehículo había dejado de moverse y oyó cómo se abría la puerta en la distancia; entonces sintió una brisa tibia.</p> <p>Estaba en casa.</p> <p>Pero de repente el mero hecho de estar en casa le parecía muy diferente.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Capítulo 6</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong><style name="b">—S</style>ABAR</strong> te va a dar una paliza.</p> <p>—Cállate, Chávez —gruñó Darel, sin dejar de mantener su atención en la carretera mientras conducía por la ciudad. Iban de vuelta al cuartel general, a fichar, dar los detalles de la noche y, sí, a que Sabar los machacara.</p> <p>No había excusa para lo que había pasado esa noche, ninguna en absoluto. Así lo vería Sabar. El tío era un animal, literal y figuradamente. No tenía sentimientos, ni reacciones excepto enfado y más enfado, crueldad y la máxima crueldad. Era el mismísimo diablo. Al menos eso opinaban los que creían en el diablo.</p> <p>Y Darel creía. Su madre estaba convencida de la existencia del cielo y del infierno, un bien y un mal supremos. Murió cuando su padre perdió los estribos y le aplastó la garganta. No era de extrañar por tanto que Darel se hubiera desviado un poco del buen camino. Era el tipo de soldado que Sabar había estado buscando.</p> <p>Llevaba trabajando para el líder de los Shifters rogues desde que tenía dieciséis años, después de matar a su padre. <i>Ojo por ojo</i> fue lo que le dio la fama a Darel. Sabar dijo que le gustaba eso de él.</p> <p>Después de esta noche no sabía lo que Sabar pensaría de él. Sentía algo de pena ante esa idea, o la sentiría si fuera propenso a tomarse en serio los sentimientos, que no lo era. Al menos intentaba no serlo.</p> <p>—Tiene su gracia. —Desde el asiento trasero del jeep, Chi, un Shifter de aspecto asiático de dos metros de alto, se rio—. La tenías y la dejaste escapar.</p> <p>—Yo no era el único que la tenía —corrigió Darel.</p> <p>—Sí, pero tú eres el que está al mando —señaló Chávez.</p> <p>Era verdad, él era el ejecutor principal de Sabar. Su trabajo consistía en supervisar todas las misiones asignadas directamente por él. Esta misión en particular era más que especial. Sabar había dado órdenes específicas. Encontrar a la mujer llamada Kalina Harper y llevársela a él, ilesa. Darel no tenía ni idea de lo que Sabar quería de ella y no se atrevió a preguntar. Le habían dado unas órdenes y él tenía la intención de cumplirlas. Pero ocurrió algo.</p> <p>Algo no, alguien.</p> <p>—¿De dónde salió y por qué ninguno de vosotros me avisó de que venía? Estábamos tan absortos en ella que nos podría haber partido el cuello a todos y no nos habríamos dado ni cuenta —gritó Darel, zarandeando a sus pasajeros en sus asientos al dar un repentino giro a la izquierda a ciento treinta kilómetros por hora.</p> <p>Chávez se encogió de hombros.</p> <p>—No lo olfateamos.</p> <p>—¿Y eso por qué? —Deberían haberlo olido. Era un Shifter de alto nivel, uno de los Shadows con una reputación que le precedía. Roman Reynolds podría ir por este mundo como un abogado humano pero en el suyo era mucho más que eso. Era uno de los líderes Shifters, un líder fuerte nombrado a dedo por la Asamblea. Se tomaba su trabajo muy en serio, cazaba rogues con una calma feroz que asustaba hasta a los soldados más diligentes de Sabar. Darel no tenía miedo, solo quería estar preparado cuando el hijo de puta del líder de Facción estuviera al acecho.</p> <p>—Porque todos estábamos demasiado ocupados olfateándola a ella —añadió Chi, cuya habitual voz alegre resonaba en el interior del jeep—. Y joder, vaya si olía bien.</p> <p>Ninguno lo negaba. Olía bien y eso los había excitado. El aroma los había alcanzado a todos al mismo tiempo y los había atraído como el imán a los metales. Darel se había puesto duro al instante, y cada vez que inhalaba su pene le apretaba dolorosamente contra el muslo. Podían poseerla entre todos, pensó, antes de entregársela a Sabar. Lo habían hecho antes y era muy satisfactorio. De hecho, los tres lo preferían así. Trabajar juntos los últimos años les había unido como hermanos, con vínculos que no eran normales o aceptables a los ojos de los humanos. Pero no vivían según las reglas de los humanos o sus códigos morales. Tampoco según los de la Asamblea. Ellos iban por su cuenta, como Sabar les repetía a menudo. Ellos eran los verdaderos líderes de la tierra, así que lo que quiera que hicieran no tenía consecuencias; tenían derecho a vivir por encima de todos los demás seres vivos.</p> <p>Darel no tuvo ningún problema para adaptarse a esa forma de pensar. Si estaba empalmado por ese juguetito que quería Sabar, que así fuera. La poseería. Y luego se la pasaría a su jefe.</p> <p>—¿Tienes ya su dirección? —le preguntó a Chávez, que estaba pulsando botones en el iPad que llevaba en la guantera.</p> <p>Chávez era un genio de la informática, podía entrar en cualquier sistema para conseguir cualquier cosa que necesitaran los rogues. Por eso Sabar lo mantenía cerca. De lo contrario ese Shifter fornido y ligeramente confundido no tendría ninguna utilidad.</p> <p>—¡La tengo! —le sonrió a Darel.</p> <p>—Bien. Ponla en el GPS y vámonos.</p> <p>—¡Sí señooooooooor! —gritó Chi desde el asiento de atrás—. ¡Esta noche nos vamos de fiesta!</p> <p>Desde luego que se iban de fiesta, pensó Darel para sí. Y Kalina Harper iba a ser la atracción principal.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>Kalina</strong> Harper tenía algo.</p> <p>Sentado en el asiento de atrás de la limusina que estaba aparcada al final de la calle de Kalina, Nick observó a Rome salir de la parte trasera del coche con ella en sus brazos como si fuera un bebé y no una mujer adulta y excepcionalmente atractiva.</p> <p>Le había sorprendido verla en la recepción y aún más ver a Rome sacarla del salón con una expresión de pura rabia en la cara. Enseguida supuso que habría algún tipo de problema, y el hedor a rogues en el edificio le dio un pequeño indicio de cuál era ese problema.</p> <p>Pero Kalina Harper era una anomalía.</p> <p>¿Qué estaba haciendo allí? ¿Y por qué estaba Rome encima de ella como si la tuviera que proteger a toda costa?</p> <p>Abrió la puerta de la limusina él mismo y le dijo adiós con la mano a Eli cuando salió para ver lo que quería. Nick no necesitaba al guardaespaldas, solo quería quedarse allí de pie para mirar el edificio donde Rome había entrado con Kalina. Estaba pasando algo, había algo en el aire que hacía que él y su felino estuvieran alerta.</p> <p>Nick caminaba despacio, sintiendo sus músculos de felino justo debajo de la piel. Quería transformarse, correr durante toda la noche y encontrar a su presa. Pero no estaba en la selva; hacía demasiado tiempo que no estaba allí. Los recuerdos del pasado irrumpían en su cabeza y él los reprimía porque no quería volver. Se había prometido a sí mismo hacía mucho tiempo que no había nada en el pasado por lo que valiera la pena mirar atrás.</p> <p>Pero esa noche los sonidos de la calle de la ciudad, la sensación de peligro y el perfume de excitación femenina en el aire hacían que se preguntara si realmente debería romper esa promesa.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>—¿Cómo</strong> sabías dónde vivo? —preguntó ella mientras abría la puerta de su apartamento.</p> <p>—Trabajas para mí, ¿recuerdas? —Hablaba como si no la acabara de llevar a un increíble clímax; su tono era neutro, como si solo fueran compañeros de trabajo.</p> <p>Pero eran algo más. Él era el sujeto de su investigación, y por eso no resultaba nada conveniente la atracción que había surgido entre ellos. De hecho, probablemente iba a hacer que su trabajo resultara muchísimo más difícil. Tal vez facilitaría las cosas que él actuase como si no hubiese pasado nada en el coche; sí, ese podía ser un buen plan. Joder, no tenía ni idea de qué plan era bueno o malo en ese momento. La había cagado tanto esa noche que no sabía cómo iba a dar marcha atrás el lunes por la mañana.</p> <p>Lo único que sabía sin la menor duda era que estar en la misma habitación que Rome le impedía pensar con claridad. Respiró hondo y dejó el bolso y las llaves encima de la mesa; luego se volvió para darle las buenas noches. Pero él no estaba allí. Kalina atravesó su pequeña sala de estar y entró en la habitación del tamaño de un armario que hacía las veces de comedor. Roman se hallaba allí, mirando por la ventana.</p> <p>—¿Qué haces aquí?</p> <p>—Shh. —Se dio la vuelta hacia ella y le puso un dedo en los labios—. Tal vez deberías coger tus cosas y quedarte en mi casa.</p> <p>Había un silencio sobrecogedor, la oscuridad de su apartamento los envolvía mientras la luz de la luna se colaba por las rendijas de los listones de las persianas.</p> <p>—¿Qué? ¿Estás loco? ¿Quién está ahí fuera? —Ella estaba en la ventana al instante, mirando lo que parecía una calle tranquila—. No nos han seguido —dijo, dando por hecho que ese «han» que acababa de mencionar se refería a los tres matones de la fiesta.</p> <p>No podía estar muy segura, claro, porque obviamente había estado distraída durante el camino a casa, otro tanto que apuntarse para que la DEA la quisiera contratar desesperadamente...</p> <p>—Algo va mal —dijo él, pero no la miró. Su mirada recorrió el apartamento como si estuviera intentando encontrar algo. No parecía pasar nada por alto.</p> <p>Resultaba raro y no era así como había planeado terminar la noche cuando salió de casa, mirando a Roman Reynolds, el prestigioso abogado, soltero de oro, guapísimo y con un cuerpazo para caerse de espaldas, pasearse por su apartamento. Pero lo estaba mirando y se preguntaba qué se le estaría pasando por la cabeza mientras deambulaba. Parecía casi un depredador: la forma en que abrió el armario del pasillo, inspeccionó el dormitorio, abrió la puerta, el baño, la cocina... Era meticuloso en su registro, tranquilo y concentrado. Y la estaba acojonando.</p> <p>—Mira, todo está igual que cuando me fui. Quizá deberías marcharte, Rome. —Y quizá ella debería tomarse un par de esos antidepresivos que su terapeuta pensaba que le ayudarían a recuperarse. Probablemente le haría mucho bien dormir toda la noche, tranquilamente y sin sueños; sobre todo esa noche en que las cosas no habían ido como tenía planeado.</p> <p>—No hasta que estés a salvo. —Él lo dijo como si fuera lo más natural de mundo.</p> <p>Ahora estaba en la sala de estar, otra vez mirando alrededor. Su ancho cuerpo parecía extrañamente fuera de lugar en ese espacio modestamente decorado, el espacio de Kalina. A ella le produjo claustrofobia al instante. No había suficiente aire para que respiraran los dos. Él no tenía que estar en su casa, con ella; estaba acostumbrada a estar sola. Le palpitaban las sienes y el dolor de cabeza hizo su aparición. Mierda, a este paso iba a tener una crisis nerviosa de verdad, tal como le había dicho su psicólogo que pasaría si se extralimitaba.</p> <p>—Estoy bien y definitivamente creo que deberías irte. Ya. —La estaba poniendo más nerviosa por momentos.</p> <p>Como si no hubiese escuchado una sola palabra, siguió andando y hablando.</p> <p>—Hay algo... —Su voz se fue apagando—. Cierra la puerta con llave cuando salga —dijo de repente mientras pasaba por su lado.</p> <p>Ella no se movió pero lo miró, sus miradas se encontraron. Por un segundo, solo una fracción de segundo, ella habría jurado que había algo diferente en sus ojos. El color había cambiado, y la forma...</p> <p>—Debe... deberías irte —alcanzó a decir, a pesar de que la mirada de Rome estaba haciendo que el calor fluyera por su cuerpo mientras punzadas de alerta se deslizaban lentamente por su piel.</p> <p>—Cierra la maldita puerta —dijo él con una voz grave, profunda, cercana a un rugido.</p> <p>Y entonces se había ido. Durante un par de segundos Kalina se quedó mirando la puerta cerrada mientras se preguntaba qué demonios estaba pasando. Con su investigación. Con su cuerpo. Con ese hombre.</p> <p>Así no era como se suponía que tenían que marchar las cosas. Ella era la que tenía que buscar información. El objetivo era él, no ella.</p> <p>Fue a su armario, alcanzó el estante de arriba, bajó una caja de metal y sacó su 9 milímetros. Se dirigió hacia la puerta, dispuesta a seguir a Rome y a averiguar lo que estaba pasando.</p> <p>Entonces se detuvo.</p> <p>Justo allí, en la mesilla, junto a la puerta, había un sobre, un sobre blanco liso que se parecía sospechosamente al que le habían entregado hacía unos días. El de la foto.</p> <p>Con movimientos lentos y precisos, Kalina fue hacia la mesa y miró el sobre como si pudiera abrirse y revelar su contenido solo con la fuerza de la voluntad. No podía ser el del otro día. Lo había quemado junto con la foto. No le habían entregado ninguno más; nunca lo hubiera aceptado. Y probablemente le habría disparado al cabrón que hubiese intentado entregárselo.</p> <p>Pero allí estaba. Otro sobre. No sabía lo que tenía dentro, pero no pensaba que pudiera permitirse no averiguarlo.</p> <p>Tenía la pistola en una mano, así que cogió el sobre con la otra. La solapa no estaba cerrada, de modo que al sujetarlo boca abajo el contenido cayó al suelo.</p> <p>Más fotos.</p> <p>Kalina no quería mirarlas, no quería ver ni aceptar que alguien la había estado observando aquella noche hacía dos años y que seguramente lo estaban haciendo ahora. Fue un encuentro casual, una venta de droga que salió mal. No tenía nada que ver con ella. No podía tener nada que ver con ella.</p> <p>Pero cuando se arrodilló, recogió la primera foto y le dio la vuelta para verla se le cayó el alma a los pies. Era ella. Esa mañana, entrando al edificio de Rome para trabajar; esa tarde, cuando salió de la ducha y se puso el vestido gris que aún llevaba.</p> <p>La pistola se le resbaló de la mano y cayó, produciendo un fuerte ruido metálico al chocar contra el parqué. Recogió otra foto, y otra más, hasta que tuvo delante diferentes imágenes de ella misma, desnuda en la ducha, de pie cerca del armario, poniéndose el vestido, saliendo de su apartamento, conduciendo su coche por la ciudad camino del hotel, entrando al hotel y finalmente en mitad del salón de actos con Rome.</p> <p>Respiraba agitadamente, veía borroso y se volvía a fijar en las fotos. La habitación parecía venírsele encima. Ojos fantasmagóricos aparecían por todas partes, parpadeaban, la miraban fijamente y esperaban. Reprimió las lágrimas y tragó para evitar gritar. Kalina ya no sentía que estuviera loca o al borde de una crisis.</p> <p>Se sentía perseguida.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Capítulo 7</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong><style name="b">R</style>OME</strong> salió al aire de la noche, sus oídos atentos al sonido. Había captado el olor en cuanto entró en el apartamento. Por allí habían pasado rogues, no tenía la menor duda. Y probablemente eran los mismos que se le acercaron en la fiesta.</p> <p>No se sorprendió cuando Nick apareció a su lado, sigiloso, con el cuerpo contraído y preparado para luchar.</p> <p>—Yo también lo puedo sentir —susurró Nick—. Están cerca.</p> <p>—¿Qué quieren? —preguntó Rome, pero no esperaba necesariamente que Nick contestara.</p> <p>—Pelea. ¿Qué va a ser?</p> <p>Rome negaba con la cabeza, no quería creer que una pelea fuera la única motivación de todo eso. Los rogues no necesitaban buscar formas de dar rienda suelta a la violencia y normalmente no escogían a humanos o Shifters concretos. Su brutalidad era aleatoria, o al menos antes lo era. Rome tenía el presentimiento de que las reglas del juego estaban cambiando y le había llegado el memorándum un poco tarde.</p> <p>Pero eso no significaba que no pudiera salir victorioso.</p> <p>Entonces escuchó un grito violento. Era una advertencia: algún Shifter que estaba en la zona los había olfateado y quería que se fueran. Eso no iba a ocurrir.</p> <p>Nick y él avanzaron al mismo tiempo, se fueron hacia el sonido; sus cuerpos estaban alerta, los felinos preparados para abalanzarse. Ya había un felino ahí fuera, en las calles, escondido bajo el manto de la noche. La <i>Ètica</i> les prohibía desvelarse ante los humanos. Era la única forma de preservar su especie. Los humanos odiaban lo que temían e indudablemente temerían a un Shifter parte hombre y parte jaguar. El odio llevaría al exterminio y al fin de los Shadow Shifters. Habían mantenido oculto su secreto durante cientos de años, y a la Asamblea le gustaba creer que lo podrían seguir haciendo durante otros tantos. Rome no estaba necesariamente de acuerdo pero de ninguna manera iba a permitir que la exposición sucediera en su zona.</p> <p>En el momento en que bajaron de la acera hubo otro rugido desafiante.</p> <p>—Viene del callejón —dijo Nick.</p> <p>—Era de esperar.</p> <p>Otra voz masculina se unió a ellos y los dos levantaron la vista para ver a X a su lado; su felino ya estaba luchando por liberarse y podían ver las garras presionando bajo sus uñas.</p> <p>—Venga, X, aguanta un poco, no sabemos lo que hay ahí abajo.</p> <p>—Sabemos que no es bueno —dijo X con un rugido similar al que les gritaba en la oscuridad.</p> <p>Rome quería actuar con cautela, pero el siguiente rugido parecía estar más cerca del edificio. El edificio donde vivía Kalina. Entonces olvidó la cautela y comenzó su transformación: su corazón, su mente, todo estaba transformándose en el felino que llevaba dentro.</p> <p>Lo siguiente fue arrancarse la chaqueta; el pelo ya se expandía por su piel. Mientras se quitaba los zapatos, vio de reojo que Nick y X también se estaban quitando la ropa. En unos segundos estaba libre: el felino irrumpió en la superficie con una serie de crujidos de huesos que dieron paso a la vigorosa complexión ósea de un jaguar adulto.</p> <p>Sus zarpas golpearon el húmedo cemento y el felino agitó su enorme cabeza, frunciendo el hocico para revelar sus colmillos afilados. Esta vez fue él el primero en rugir, la única advertencia que recibiría el otro felino sobre su llegada.</p> <p>Con movimientos lentos y premeditados, Rome se adentró en el callejón, sin detenerse cuando aparecieron los primeros escalofriantes ojos verdes. Era un jaguar grande y se estaba acercando al borde de una vieja salida de incendios enseñando los colmillos, desafiante. Había estado esperando, observándolos desde el minuto en que entraron en el callejón, juzgando a su presa, su cuerpo listo para la acción.</p> <p>Un olor diferente llamó la atención de Rome hacia el otro lado: otro felino. Otro jaguar adulto salió de detrás de un contenedor; sus bigotes se movían para captar el olor de Rome, Nick y X.</p> <p>Detrás de él Rome escuchó un gruñido más débil, olió el miedo y supo instintivamente lo que pasaría después.</p> <p>X rugió y Nick saltó en el aire al mismo tiempo que el jaguar que estaba detrás del contenedor iniciaba el ataque. Rome se levantó sobre sus patas traseras en el momento en que el jaguar de arriba se abalanzaba sobre él, de manera que sus gigantescos cuerpos se encontraron en el aire mientras se revolvían en posiciones imposibles. La batalla fue breve, tres contra tres, zarpas golpeando costados musculosos, colmillos mordiendo piel cubierta de pelo.</p> <p>El sonido era espantoso, violetos rugidos y gruñidos retumbaban en los edificios de los alrededores cargando la atmósfera de la ciudad con una resonancia desquiciada y sobrecogedora.</p> <p>En la distancia, pero acercándose, se escucharon sirenas.</p> <p>Las orejas de Rome se levantaron en posición de alerta y su cuerpo se encogió cuando el otro jaguar intentó darle un zarpazo. Rome lo bloqueó justo a tiempo y golpeó al otro felino violentamente. Este se tambaleó y Rome se dio la vuelta para ver que tanto Nick como X estaban superando a sus oponentes. Emitió un rugido suave de advertencia y vio cómo ambos lanzaban golpes rápidos a sus oponentes.</p> <p>Ellos fueron los primeros en salir del callejón, ya que el instinto de conservación de la especie dominaba sobre el de matar a los felinos que se habían atrevido a atacarlos en una calle de la ciudad. Los otros felinos se quedaron juntos, gruñendo y lanzándose sus propias advertencias desde el otro lado del callejón.</p> <p>Era como una pelea de bandas cuyos miembros se dispersaran de mala gana. Solo que estos no eran humanos normales, sino animales, animales letales que acababan de ver los primeros actos de una guerra que llevaba mucho tiempo fraguándose.</p> <p>Cuando Rome, Nick y X llegaron a la entrada del callejón no se sorprendieron al ver a Ezra y Eli con su ropa en la mano. Los dos hombres estaban también medio desvestidos; lo más probable era que se estuvieran preparando para transformarse y unirse a la batalla cuando escucharon las sirenas de policía.</p> <p>Su mente registró la nueva transformación, su felino protestaba mientras el hombre intentaba centrarse en el aquí y ahora. Estaban en la calle, él al mando. Tenían que alejarse de esa zona, ya. Mientras se ponía los pantalones, Rome agarró el resto de su ropa, que sostenía Eli, y les gritó a los demás:</p> <p>—Vámonos. Coged los dos coches y nos encontraremos en mi casa.</p> <p>Eli y Ezra asintieron con la cabeza; Nick y X se habían puesto los pantalones y llevaban en la mano lo que quedaba de su ropa mientras se dirigían rápidamente a los vehículos.</p> <p>Cuando Rome se metió en el coche y sintió el frío cuero de los asientos contra su espalda desnuda, exhaló un suspiro.</p> <p>Aquello no había terminado. Volvería a ver a esos felinos, estaba seguro.</p> <p>La guerra que la Asamblea había estado intentado evitar durante cientos de años había empezado.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Capítulo 8</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong><style name="b">E</style>N</strong> la guarida de la casa de Rome tres jaguares inquietos y enfadados andaban de un lado a otro. Seguramente era una imagen interesante de contemplar la de esos tres hombres con los felinos que llevaban dentro acechando bajo la superficie de la piel. Hombres profesionales con cualidades animales que guiaban sus pensamientos y acciones. El espacio se cargaba de tensión cuando se movían dentro de sus pequeños confines. En estado salvaje los genuinos jaguares llevaban vidas solitarias; el único momento en que estaban juntos era el tiempo que pasaban con su madre, de cachorros, durante los primeros dos años de vida.</p> <p>Los Shadow Shifters eran diferentes ya que permanecían juntos. Cada tribu creaba su pequeña comunidad, tanto por protección como por la preservación de la especie. Incluso cuando emigraban a Estados Unidos, la mayoría de los Shifters vivían muy cerca de otros Shifters de la misma tribu. La cercanía les proporcionaba seguridad.</p> <p>Esa noche habían recibido un susto tras otro. Rome sabía que todas las piezas estaban relacionadas, desde el micrófono de su esmoquin hasta el asalto en el callejón. Se habían saltado las principales normas de la <i>Ètica</i>, pero no habían tenido otra opción. Los rogues solo querían una cosa: atacarlos.</p> <p>—No todos eran topètenia —dijo Nick finalmente.</p> <p>Después de llegar a casa de Rome cada uno de ellos se dio una ducha. Como Rome era el único que tenía una casa en lugar de un apartamento o un piso, pasaban mucho tiempo allí y se entretenían en la enorme sala de juegos, viendo deportes o corriendo por la zona aislada y arbolada detrás de la casa. Tanto Nick como X tenían siempre ropa allí para ocasiones como la de esa noche.</p> <p>Después de la ducha Nick se puso unos pantalones vaqueros, zapatillas de deporte y una camiseta negra. Había dejado de andar de un lado a otro lo suficiente como para inclinarse sobre la mesita y coger una de las pelotas antiestrés con forma de fruta del enorme cuenco de cristal para apretarla enérgicamente con la mano izquierda.</p> <p>Rome se detuvo delante de la fila de ventanas que componían casi toda la pared frontal de su habitación. Los vaqueros anchos y la camiseta arañaban su piel a medida que su felino interior apretaba con más fuerza para liberarse. Podía ver por encima del vasto jardín hasta la fila de árboles, también de su propiedad, que había a quince metros de distancia. El lugar oscuro y desolado lo llamaba, hacía señas al felino que llevaba dentro para que volviera a salir, para que saliera al único lugar en el que podía ser libre.</p> <p>—No todos eran topètenia —repitió Nick, alzando un poco la voz.</p> <p>—¿Cómo lo sabes? —preguntó.</p> <p>Había sentido algo diferente cuando vio a ese trío, pero no tenía dudas de que el que había sido lo bastante estúpido para atacarlos era definitivamente un jaguar. Uno de los más salvajes; probablemente se perdiera de su madre en el bosque y tuviera que aprender a valerse por sí mismo. Desde luego, no era como los otros; parecía más fuerte, pero era torpe peleando, lo que seguramente significaba que no había sido entrenado como el resto. Daba igual; seguía siendo un asesino nato y algunas cosas eran meramente instintivas.</p> <p>—Nos han cogido por sorpresa, en un ataque de adrenalina.</p> <p>—Sé con quién estoy peleando en cualquier momento y bajo cualquier circunstancia, Rome. Y tú también deberías. Era un guepardo.</p> <p>—Ni de broma —dijo X desde el rincón en que se había quedado cuando dejó de andar de un lado a otro.</p> <p>Como si el sonido de su voz le hubiese hecho recordar a Rome que X estaba ahí, se giró hacia él y le dijo:</p> <p>—¿De dónde vienes? Pensé que tenías cosas que investigar esta noche.</p> <p>X apretó los puños varias veces. Rome no cogió la pelota antiestrés pero controlar a su felino también era una prueba. Todos querían volver a la calle, encontrar a esos rogues y terminar con ellos. El instinto de cazar y matar a su enemigo era fuerte, lo que acariciaba su humanidad como un cuchillo de sierra.</p> <p>X era el más grande del trío, ya que medía 1,93; era ancho de hombros, tenía la cabeza rapada y la piel casi del mismo pardo rojizo que cuando era un animal.</p> <p>No era coincidencia que el color de su piel apenas variara y fuera casi igual en su forma humana que en su forma animal. Nick tenía un tono más claro, que coincidía con el rojizo de cuando se convertía en un jaguar, al igual que el color chocolate oscuro de Rome se fundía a la perfección en el jaguar negro que era. Dado que eran felinos adultos, cada uno de ellos tenía un tamaño y agilidad tal que los convertía en reputados cazadores salvajes. En ese instante, mirándose, de pie, en su forma humana, parecían simplemente hombres, aunque, eso sí, con una complexión magnífica, músculos tonificados y una increíble fuerza física. Pero en ese momento estaban usando su inteligencia para encontrar una solución a su problema que no implicara violencia, lo que era un indudable indicio de su lado humano; un indicio de la humanidad que trataban de mantener con todas sus fuerzas.</p> <p>—Llegué a la recepción justo cuando os marchabais. Cuando vi el Tahoe y la limusina os seguí. —X se encogió de hombros—. Menos mal que lo hice. Eran tres contra dos.</p> <p>—Hemos pasado por cosas peores —dijo Nick—. Además, Eli y Ezra estaban ahí.</p> <p>Habían peleado juntos a menudo, enfrentándose a todo tipo de peligros, años atrás, cuando los tres estaban en el Gungi. Por eso se mantenían firmes en su determinación de no hacer de la lucha su forma de vida. Ahora vivían en Estados Unidos. Esa noche, sin embargo, no habían tenido alternativa.</p> <p>—La policía no ha podido ver nada, Rome —le dijo X como si le estuviera leyendo el pensamiento.</p> <p>—Ya lo sé —contestó, aunque seguía sin gustarle nada haberse transformado en mitad de la calle como si eso fuera la cosa más natural del mundo—. Pero volverán, y la próxima vez quizá sí lo vean. El que se hayan presentado hoy ha sido como un preámbulo de lo que va a suceder.</p> <p>El silencio que siguió a sus palabras demostró que todos estaban de acuerdo.</p> <p>—¿Crees que son los tres de la fiesta? ¿Los que estaban persiguiendo a Kalina? Era Kalina Harper, nuestra trabajadora nueva, ¿no?</p> <p>Nick seguía apretando la pelota antiestrés; tenía el ceño fruncido y las pupilas como meras rendijas ante la luz de la habitación. Los ojos de los Shifters se adaptaban a la luz y a la oscuridad. En el callejón habían usado su visión nocturna, sus pupilas se habían adaptado a la oscuridad haciéndose redondas y grandes, lo que les permitía ver con nitidez. Ahora, con luz, tenían unas rayas más pequeñas y oscuras sobre la brillante córnea. Eso era porque el felino seguía merodeando, esperando a salir. En la oficina o cuando eran completamente humanos el felino descansaba en su interior y sus ojos eran como los de cualquier persona.</p> <p>—Era Kalina —dijo Rome con firmeza—. Estaba en su punto de mira. Yo sabía que había Shifters en el edificio pero no los vi hasta que me di cuenta de que ella estaba allí.</p> <p>Ese hecho le ponía de los nervios. ¿Por qué iban a por ella? ¿Cómo sabían que Kalina iba a ir a la recepción?</p> <p>—¿Quién es Kalina Harper? —preguntó X, moviéndose con agilidad y sigilo para sentarse en el sofá de piel.</p> <p>—Es la tía buena de nuestra contable nueva —dijo Nick con una sonrisa de oreja a oreja que contuvo ligeramente cuando vio la mirada que le lanzó Rome.</p> <p>Estaba tratando de picarle, Rome lo sabía, y decidió ignorar el comentario.</p> <p>—No sé lo que estaba haciendo en la recepción anoche —dijo mientras seguía pensando en la forma en que esos rogues la miraban. No había podido evitar ir junto a ella en ese momento; tenía que llevársela para demostrarles a los rogues que esa mujer estaba bajo su protección.</p> <p>—A lo mejor simplemente compró una entrada al igual que el resto de la gente —dijo Nick.</p> <p>—A lo mejor. —Pero Rome no estaba convencido. Seguía habiendo algo en ella que le resultaba intrigante. Recordó aquella noche, dos años atrás, cuando volvía a casa de una reunión. Normalmente nunca iba en coche a las reuniones, sobre todo a las reuniones de facciones. Pero lo había hecho esa noche. Se dirigía al aparcamiento donde había dejado el coche cuando olió algo que le llevó en la dirección contraria. Hasta ese callejón donde un hombre estaba intentando violarla.</p> <p>Dos años después, esa misma noche, algo lo había llevado hasta ella de nuevo. Y en esta ocasión había podido llegar antes de que la atacaran.</p> <p>En cuanto a lo sucedido en la parte trasera del coche, era inevitable; y volvería a suceder. Rome era demasiado decidido, demasiado seguro de sí mismo como para creer otra cosa.</p> <p>—La pregunta más importante es qué vamos a hacer con esos rogues. ¿Crees que trabajaban solos? —preguntó X.</p> <p>—Imposible —dijo Nick—. No eran luchadores entrenados, o por lo menos no estaban bien entrenados. Su ataque fue torpe. Ni siquiera creo que esperaran que estuviéramos ahí.</p> <p>X se recostó en el sofá.</p> <p>—Lo que significa que estaban buscando a esa mujer, porque tú ya te marchabas, ¿no, Rome?</p> <p>—Sí. Acababa de salir de su casa cuando vi a Nick. Nos llegó el olor a la vez.</p> <p>—No pudimos hacer nada más que reaccionar —dijo Nick, y a continuación tiró la pelota, que rebotó contra una estantería, al otro lado de la sala—. Los muy cabrones nos atacaron.</p> <p>—Venganza —afirmó X—. Rome se había llevado su premio. Sabes cómo son respecto a las mujeres.</p> <p>Rome asintió con la cabeza.</p> <p>—Lo sé. —Por eso estaba tan decidido a mantener a Kalina al margen de todo aquello. Su mayor preocupación en esos momentos era que los rogues volvieran a intentar atacarla—. Dile a Ezra que vaya para su casa y que se quede allí con ella. No quiero que esté sola ni un segundo.</p> <p>Nick asintió.</p> <p>—La pregunta sigue en el aire: ¿por qué ella? ¿Qué relación tiene con esos rogues?</p> <p>—Los rogues no necesitan tener ninguna relación con su víctima. Si van a por esa mujer no van a parar hasta conseguirla —dijo X.</p> <p>—Eso es lo que hacen en el Gungi. Esto no es el bosque —dijo Rome, dándose cuenta de lo huecas que sonaban sus palabras.</p> <p>—Y los rogues ya no están en el bosque, tal y como sabemos ahora. El que nosotros nos comportemos de manera civilizada no significa que ellos vayan a hacer lo mismo —añadió Nick.</p> <p>Rome le dio la razón a regañadientes. Esa noche se había demostrado que las reglas habían cambiado. La cuestión era qué iban a hacer ahora al respecto.</p> <p>—Llama por teléfono a Baxter. Lo primero que quiero mañana por la mañana es una reunión —le dijo a Nick—. Todo el mundo tiene que estar aquí a las siete.</p> <p>Estaba reuniendo a su equipo. Cada jefe de Facción tenía un equipo para hacer cumplir las leyes de la <i>Ètica</i> en sus zonas. Si los rogues estaban avanzando en el territorio de Rome, su pelotón y él estarían listos para hacer lo que fuera necesario para neutralizarlos.</p> <p>Nick asintió con la cabeza.</p> <p>—Eli se quedará contigo esta noche. Mandaré a Ezra de nuevo a casa de la señorita Harper.</p> <p>—No venían a por mí —dijo Rome.</p> <p>X se puso de pie.</p> <p>—Ahora sí. Eres el líder de Facción, ellos lo saben. Y te llevaste algo que querían. Vendrán a por ti solo para divertirse un poco.</p> <p>Rome volvió a la ventana, miró la noche.</p> <p>—Cazarme no les resultará divertido. Eso te lo prometo.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>Unas</strong> zarpas feroces se hundieron en la carne con un sonido desagradable que se fundía con el aullido de un felino herido. La rabia manaba con cada golpe, lo que llenaba la habitación del hedor ácido de la sangre y al mismo tiempo lo inundaba de maldad.</p> <p>Estaban en un viejo almacén de una salida de la autopista 95 justo a las afueras de DC, en la zona norte de Virginia. El edificio había sido abandonado mucho antes de que llegaran pero se habían apoderado de él a principios de año. Poco a poco, pero de manera constante a medida que entraba el dinero, lo estaban convirtiendo en un lugar más habitable. Pronto sería la sede de su imperio. Porque muy pronto gobernarían, tal y como se suponía que debía hacer su especie.</p> <p>Ese era el objetivo de Sabar. Había nacido en la selva y los primeros cinco años de su vida se había criado como un animal, hasta que le enseñaron a vivir de manera diferente. Y se le abrieron los ojos porque fue entonces cuando entendió que podía tener lo que quisiera. Ahora, veinte años después, se encontraba aquí, en Estados Unidos, haciendo todo lo que estaba en sus manos para que su especie sobreviviera. Para que gobernara.</p> <p>El felino que llevaba dentro lo arañaba, quería dominar la situación, enfrentarse a los enemigos él mismo. Pero eso tendría un desenlace mortal y, aunque no era ajeno al acto de matar, en este caso Sabar sabía que no estaba del todo listo para conseguirlo con estos Shifters.</p> <p>Sin embargo, merecían ser castigados. Si había una cosa que Sabar no podía soportar era el fracaso. Esos tres debían de saberlo a esas alturas; habían estado con él lo suficiente. Bueno, dos de ellos lo habían estado. El otro solo llevaba con su grupo unos cuantos años, pero venía muy recomendado. Ahora Sabar se preguntaba si no habría sido un error acogerlo.</p> <p>—¡Levanta, quejica! —gritó, y después de la orden le dio una patada al Shifter en el estómago con la punta de acero de su bota—. ¡Mueve tu culo de mierda!</p> <p>Le hablaba así porque no era un jaguar. En el bosque, separaban a las tribus según la familia felina en la que nacía cada uno. Ese era el modo de actuar de los veteranos y la Asamblea. Hacía mucho que Sabar se oponía a esa doctrina y aceptaba a todos los miembros de las otras tribus. No importaba de qué tribu procediesen o si su tribu no vivía en el Gungi; todos eran Shifters, poderosos de un modo que los humanos nunca podrían llegar a entender. Pero este, este guepardo quejica que había sido recogido por una Shifter hembra que se lo había llevado a él una noche, podía perfectamente haber sido el punto débil de ese día. El que les hubiera hecho perder un elemento clave para que Sabar pudiera gobernar.</p> <p>—Dime otra vez por qué no está aquí ahora mismo.</p> <p>Pudo oír a los otros dos detrás de él, oler el alivio que sentían por haberles dejado en paz por el momento.</p> <p>—E..., ella se ha ido —contestó Chávez, el hombre que tenía la cara llena de pecas. Le salía sangre de la herida que tenía en el cuello, donde Sabar le había pegado la primera vez, y era un poco difícil ver las pecas que cubrían su cara. Pero a Sabar no le importaba lo más mínimo qué aspecto tendría cuando se acabara todo. Quería respuestas—. Vino y se la llevó. Estábamos a punto de cogerla pero se la llevó —consiguió decir Chávez sin tartamudear esta vez.</p> <p>—¿Quién se la ha llevado, Darel? ¿Y por qué no lo impedisteis?</p> <p>Darel se puso en pie con dificultad; luego sacó pecho, echó los hombros hacia atrás y habló con claridad:</p> <p>—El líder de Facción Reynolds se la llevó, señor. Desaparecieron entre la multitud y seguramente salieron por una salida secreta. Decidimos ir a casa de ella con la esperanza de que Reynolds la dejase allí y pudiésemos cogerla cuando él se fuera. Pero no lo hizo. Cuando nos acercamos no estaba solo. Ya habían cambiado de forma y estaban esperándonos. Estábamos luchando con ellos cuando llegó la policía.</p> <p>Sabar rugió, con la sangre manando de sus dedos, justo donde las garras le rasgaban la piel.</p> <p>—¿Dónde están Reynolds y sus lacayos? Y lo más importante, ¿dónde está la mujer?</p> <p>Sus dientes se afilaron y se clavaron en sus labios. Esa era toda la transformación que se permitía por el momento. Si tomaba ahora forma felina, los demás también lo harían, lo que llevaría con total seguridad al derramamiento de sangre y a la muerte. Las bestias no razonaban con quién luchaban, solo luchaban para sobrevivir. Entre tanto, Sabar se aferró a regañadientes a su mitad humana, hizo uso de su mente humana y actuó en consecuencia.</p> <p>—Nos fuimos todos antes de que la policía entrase en el callejón y nos viera —dijo Chi. Él también se había puesto en pie y estaba ante Sabar en posición de firmes.</p> <p>Chávez se estaba levantando, apoyándose en la pared.</p> <p>—Ellos salieron corriendo primero —dijo, como si eso cambiara las cosas.</p> <p>—Deberías haber corrido tras ellos. Se supone que vuestra especie es más rápida, ¿no?</p> <p>Por su forma de hablar, parecía que Sabar tenía prejuicios contra la especie de Chávez. Ese pensamiento no procedía de su parte humana, sino del animal que llevaba dentro, listo para dar una zarpada en el pescuezo al otro felino en cuestión de segundos. No confiaba en él y hacía unos días que había pensado en matarlo. Pero tal y como reza el dicho, es mejor mantener a tus enemigos cerca.</p> <p>—Me da igual cómo lo hagas o a quién tengas que matar para acabar con esto de una vez, ¡pero quiero a esa chica y la quiero ahora! —Sus palabras terminaron con un rugido ensordecedor que resquebrajó las ventanas e hizo que los que estaban de pie junto a él se estremecieran.</p> <p>Nadie más abrió la boca y el trío salió en fila y caminó por el suelo de cemento hacia la puerta trasera, que usaban para evitar que nadie los viera desde la autopista.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>Rome</strong> corrió como si su vida dependiera de ello. Corrió sin parar por el bosque que rodeaba una región muy montañosa de Virginia hasta que su ijada estaba empapada de sudor. Solo entonces se detuvo y se percató de que estaba en un lugar privilegiado. Dio vueltas alrededor de dos árboles grandes y caminó por el suelo tapizado de vegetación. Sus labios se abrieron dando paso a unos colmillos grandes y afilados; entonces empezó a resollar. Observó la oscuridad del bosque a través de las rendijas de sus ojos verde oro y le encantaba la sensación del aire de la noche al rozar su cuerpo cubierto de pelaje. Dio un salto y mantuvo el equilibrio con sus patas traseras, aferrándose al tronco del árbol con sus patas delanteras. Entonces el felino arañó el árbol con un zarpazo rápido e irregular, tal y como hacía en el pasado.</p> <p>Esta era su tierra: su parte humana la había comprado y tenía las escrituras. Pero con su parte animal la había marcado, había reivindicado su territorio para que quien se atreviera a entrar en él lo supiera. Ese árbol en concreto albergaba la marca de las zarpas del felino que atravesaba ese bosque corriendo todos los días. Esa noche en particular su carrera estaba motivada por muchas cosas: rabia, expectación, ansia y lujuria. Todas esas cosas calaban en su parte humana y presionaban tanto a Rome que no sabía qué era lo que tenía que hacer primero. Arañaban ferozmente su parte animal, lo que hacía que se impacientara e irritara. Ni siquiera adoptando su forma animal podía olvidarse de sus miedos y fantasmas. Las partes más oscuras de su pasado seguían persiguiéndolo después de tanto tiempo. Ahora tenía treinta y cinco años y era un abogado de éxito. Debería estar pensando en encontrar una esposa, sentar la cabeza y formar una familia: eso era lo que su madre hubiese querido que hiciera. Y su padre también, pues era un hombre que creía en la familia y en la tradición. Sí, sus padres le habían enseñado lo importantes que son las raíces, las costumbres, de modo que su lealtad a los Shifters era tan importante para él como su carrera profesional. Y eso incluía encontrar al que mató a sus padres, lo que era una de las mayores cargas que sobrellevaba. Todavía estaba viva en su memoria la noche del asesinato, a pesar de lo pequeño que era en aquel entonces. Baxter le dijo que permaneciera dentro del armario y le habían enseñado que tenía que obedecer a los mayores. Pero supo que algo iba mal. En lo más profundo de su ser sintió una ola incipiente de calor; luego escuchó unos gritos, los de su madre. Entonces se puso de pie y apoyó su pequeña mano en el pomo de la puerta del armario, listo para abrirla.</p> <p>«Siéntate bien, señor Roman. No te muevas hasta que yo vuelva a por ti», le había dicho Baxter.</p> <p>Rome ya le había desobedecido porque había dejado de estar sentado.</p> <p>¿Qué daño podía suponer salir del armario? Su madre lo necesitaba.</p> <p>Pero al final no salió, y cada vez que sollozaba inhalaba el pungente olor a sangre. Y se quedó sentado en el armario con ganas de vomitar. De pronto se apagaron los gritos y reinó el silencio durante lo que le pareció una eternidad; pero Baxter no volvió. Aunque tenía que ir al baño y sus tripas rugían de hambre se quedó donde le habían dicho. Y sus padres murieron a manos de otro Shifter.</p> <p>El felino abrió la boca y rugió del dolor por el recuerdo, por la pérdida, por aquel día en que no pudo transformarse y proteger a las personas que más quería.</p> <p>Ahora, sin embargo, sí podía. Rome era más poderoso como felino que como humano. Cuando encontrase al asesino de sus padres no había duda de que le haría pagar por ello. Y ahora había otra persona a la que tenía que proteger: Kalina.</p> <p>Dos años antes no conocía a esa mujer y todavía seguía sin conocerla muy bien, o al menos su parte humana. Sin embargo, su felino sentía una conexión enorme con ella y un gran deseo de liberarse cada vez que estaba en su presencia. Luchaba por evitarlo, claro, y se preguntaba por qué su parte animal quería estar con ella en libertad. Nunca en su vida había sentido esa urgencia con otra mujer. La atracción era tal que Rome se excitaba con solo pensar en ella.</p> <p>Cuando la tocó esa tarde y sintió sus músculos internos contraerse alrededor de sus dedos quiso rugir del placer. En sus ojos vio un fuego enterrado, un fulgor que ella traba de ocultar. Kalina se derritió tras el contacto físico con tal ansia que daba la impresión de que sabía lo que la esperaba. Pero no lo sabía, como tampoco lo supo él hasta que la tocó. Y ahora quería más.</p> <p>La deseaba con una fuerza que no había sentido antes, lo que constituía otro problema que tenía que tratar y resolver. Ese era su trabajo como líder de Facción: resolver los problemas de los Shifters de Estados Unidos. Como abogado resolvía los de sus clientes. Pero ahora era él quien tenía un problema. Una mujer que lo desconcertaba, lo excitaba y que, además, necesitaba su protección.</p> <p>Volvió a correr, permitiendo que su felino tomara lo que necesitaba y se alimentara de los elementos de la naturaleza de la única manera que sabía.</p> <p>La luz de la luna ya se veía con nitidez, lo que significaba que estaba llegando al final del bosque. Rome siempre se aseguraba de liberar a su felino solo en las profundidades del bosque para que ningún transeúnte pudiera verlo, pues, a pesar de que esa tierra era suya y estaba cercada, le parecía muy arriesgado hacerlo en cualquier lugar donde existiera aunque fuera la más mínima posibilidad de ser descubierto. Justo cuando apareció la última fila de árboles, el felino aminoró el paso, se recostó con la respiración todavía entrecortada y su hocico percibió los aromas del entorno. Cuando su pulso volvió a la normalidad, la bestia se calmó y volvió a su aspecto humano. En cuestión de segundos el cuerpo fibroso del jaguar se transformó en un hombre de metro noventa y ciento seis kilos de puro músculo.</p> <p>Rome se dirigió al lugar en el que había dejado su bata y se la puso mientras salía del último manto de árboles a la brisa de la noche. De camino a casa con los pies descalzos sintió el césped frío y ligeramente mojado por la humedad.</p> <p>Una luz dorada manaba de la puerta abierta del patio. Cuando entró se topó con un pedestal de mármol con una bandeja de plata encima. Y con una copa de whisky. Baxter lo conocía demasiado bien. Rome cogió la copa y levantó el mando para cerrar la puerta que estaba a su espalda y activar la alarma.</p> <p>—Descanse un poco, que mañana va a ser un día muy ajetreado —dijo Baxter con un tono lento y preciso desde la entrada de la sala de juegos.</p> <p>—¿Ya está organizada la reunión? —preguntó. Entonces dio un trago a su copa y dejó que el calor calmara el profundo dolor de sus entrañas.</p> <p>—Sí, el señor Dominick se ha encargado de todo. El señor Eli se quedará hoy con nosotros en casa.</p> <p>—¿Y Ezra?</p> <p>—Está con la señorita Harper. Pero quizá debería plantearse traerla aquí. Usted no va a descansar hasta que no sepa que está a salvo —susurró Baxter antes de fundirse con la oscuridad.</p> <p>Él ya había pensado en eso. Sabía que su felino ansiaba volver a verla, olerla, tocarla. Su instinto protector crecía y su autocontrol estaba alcanzando el límite en su esfuerzo por mantenerla a salvo.</p> <p>El felino empezó a inquietarse, rugiendo en su interior de vez en cuando mientras Rome analizaba las opciones que tenía.</p> <p>Deseaba a Kalina, de eso no había duda. Y en ese momento no estaba por la labor de cuestionar a su otro yo. Él era quien era gracias a su jaguar. Eran socios y sus dos mitades trabajaban juntas para formar un todo. El felino deseaba a Kalina. El hombre se moría por ella.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Capítulo 9</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong><style name="b">E</style>SA</strong> noche no les había ido muy bien, lo que solía significar que a otras personas les iba a ir peor.</p> <p>Chávez estaba en un lugar inmundo y su bestia amenazaba con salir mientras caminaba por las oscuras calles. Estaba a punto de amanecer y el cielo empezaba a cambiar de color, de un añil oscuro a un vivo fucsia.</p> <p>Seguían merodeando las calles después de que Sabar hubiera terminado con ellos. Lo peor de todo no era la gran oportunidad que habían perdido de coger a la mujer, tal y como les había mandado Sabar, sino la fuerte sensación de lujuria desenfrenada que crecía en su interior y que se manifestaba como una mala resaca. Todos ellos lo sentían, quizá porque últimamente habían compartido sus aventuras sexuales. El deseo animal mezclado con la sexualidad humana alcanzaba niveles explosivos entre los Shifters. En los rogues, sin embargo, este sentimiento se canalizaba y podía extenderse y arraigar muy dentro de ellos, de modo que la depravación sexual era parte de su estado natural.</p> <p>—¿Hueles eso? —dijo Chi mientras estiraba los brazos para detener a Chávez y a Darel, que estaban a su lado.</p> <p>El trío cogió aire a la vez y a continuación levantaron la vista al edificio que estaba junto a ellos.</p> <p>Cerca había hembras, hembras en celo. Sin pronunciar alguna otra palabra entraron en el edificio y siguieron el rastro del olor seductor que los llevó hacia el hueco de la escalera, tenue y sucia. Había una puerta al final del vestíbulo. En realidad había tres puertas en esa planta pero solo una les mandaba señalesy los invitaba a entrar. Como animales bien entrenados siguieron el olor; con cada paso que daban su erección era mayor. Al llegar a la puerta que desprendía tal olor, Darel levantó la mano dispuesto a llamar. Entonces Chávez se abrió paso, levantó un pie y dio una patada a la puerta con su bota del número 45.</p> <p>Las dos mujeres que estaban sentadas en el sofá fumándose un porro saltaron del susto. La que solo estaba en ropa interior tenía unos enormes senos que sobresalían del sujetador y un tanga que era apenas existente. Se levantó la primera, con las manos en alto como si estuviera bajo arresto.</p> <p>A Darel se le hacía la boca agua con la imagen de esos enormes montículos al vaivén de sus movimientos.</p> <p>La otra chica estaba demasiado colocada para reaccionar. Hecha un ovillo, los miraba desde el sofá. Tenía el trasero al aire; ni siquiera se había molestado en ponerse un tanga. Llevaba sujetador, pero no se le veía el pecho porque estaba recostada hacia delante.</p> <p>Los tres Shifters se quedaron de pie durante unos segundos, dejando que el olor a marihuana y a deseo sexual invadiera su olfato.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>En</strong>traba una brisa sofocante por la ventana abierta de la habitación. Kalina cogió aire de manera instintiva, el olor a lluvia permeó sus sentidos y la nostalgia la invadió tanto que su reacción fue toser. El olor a lluvia, a brisa y a tierra húmeda se filtró en la habitación, envolviendo su cuerpo en un cálido caparazón al que se aferró con todas sus fuerzas.</p> <p>Suspiró y una solitaria lágrima rodó por su mejilla. La brisa rozaba cada poro de su cuerpo desnudo y le hacía cosquillas. Se puso de pie, caminó hacia la ventana y echó a un lado las largas y finas cortinas que ondeaban con la brisa. Cuando miró por la ventana el paisaje que tenía delante no era el que estaba acostumbrada a ver. Las calles de la ciudad habían desaparecido, al igual que los coches aparcados, las aceras y el resto de las casas. La oscuridad lo había reemplazado todo. Una oscuridad inquietante y reconfortante al mismo tiempo.</p> <p>Mirar al exterior era como estar de pie en medio de la nada. No había ni rastro de policías ni de drogas ni de agresividad. Si se pudiera embotellar la calma y tirar esa botella al suelo y romperla, ese sería el resultado. No podía ver nada pero sí sentir, y lo que sentía se parecía al paraíso.</p> <p>—Es tuyo, nena. Solo tienes que ser lo suficientemente valiente como para poder aceptarlo. —Era una voz profunda la que sonaba detrás de ella y el cosquilleo que sintió en la piel le provocaba un calor cada vez más insoportable.</p> <p>Él había llegado. Por fin.</p> <p>Se le aceleró ligeramente el corazón; su pecho se agitaba de arriba abajo a medida que inhalaba y exhalaba.</p> <p>—No puedo —respondió con un diminuto susurro.</p> <p>Unos dedos que parecían plumas recorrieron su espalda hasta posarse en su desnudo trasero. Ella cogió aire profundamente mientras esos mismos dedos se hundían entre la apertura de sus nalgas; entonces él susurró con suavidad por encima de su entrada trasera.</p> <p>—Tú puedes.</p> <p>Ella apartó la cabeza porque el hecho de que la estuviera tocando ahí, en ese lugar prohibido, la dejó momentáneamente sin palabras.</p> <p>—Dime lo que quieres y lo tendrás.</p> <p>Lo que quería, lo que pensó que quería no parecía ni la mitad de importante que ese momento, que esas sensaciones. Sobrepasaba la intimidad, llegaba mucho más allá de lo que ella pensó nunca que podría ser parte de sí misma. Ella lo conocía, lo conocía desde hacía mucho tiempo; pero cuando la tocó esa noche fue excitante, tentador; como la primera vez.</p> <p>Ella quería hacer lo que él le estaba pidiendo: quería decirle lo que deseaba, poseer lo que quería. La idea de poseer nunca había sido tan fuerte. Sin embargo, no demasiado lejos en la distancia había algo que temía: un ser, un lugar. ¿Qué era lo que la retenía?</p> <p>De nuevo se quedó sin palabras.</p> <p>Pero eso no le detuvo. Una mano se deslizó por su cadera para tocar su monte de Venus recién depilado. Unos dedos gruesos separaron los pliegues carnosos y húmedos y acariciaron su suave y contraído clítoris. Ella gimió y echó la cabeza hacia atrás para descansar en los hombros de él.</p> <p>—¿Quieres que te toque así? ¿Que te folle así? —continuó diciendo con una voz que sencillamente la transportó a un abismo de placer.</p> <p>Kalina no sabía las respuestas. Él tenía su otra mano detrás de ella y con el dedo le apretaba su entrada trasera. Otro dedo se movió en su humedad, encontró el epicentro y luego se metió dentro. Las sensaciones atravesaron su cuerpo y suspiró y gimió, de manera grata. También sintió contra su trasero la presión ardiente de la excitación viril. Notaba algo grande y caliente contra ella, y sus pezones se estremecieron al darse cuenta.</p> <p>Ella lo deseaba desesperadamente.</p> <p>—Sí, eso es lo que quiero —se oyó susurrar. Unos dientes afilados le mordisquearon el hombro y trazaron un sendero de dolor y placer a lo largo de su nuca hasta llegar al otro hombro.</p> <p>—Dímelo —la instó él—. Dime lo que quieres.</p> <p>—Yo... —Apenas podía pensar en las palabras y mucho menos pronunciarlas—. Yo quiero que me..., me folles..., así. —Se apretujaron y se le hizo la boca agua ante la idea.</p> <p>La mano que jugueteaba con su ano se retiró al igual que la que estaba sumergida en su humedad, pero no la abandonó. Oh, no. Cuando estaba a punto de dejarse llevar por el pánico de que él se hubiera vuelto a ir sintió su mano en la base de su espalda. Kalina dio un grito ahogado a la vez que sus manos se agarraban al alféizar y la cálida brisa soplaba sobre sus cuerpos desnudos; la quietud de la noche seguía siendo la única vista ante ella.</p> <p>Unas manos fuertes separaban sus nalgas y ella gimió al sentir su gran erección acercarse. Cuando la cabeza grande de su pene acarició su sexo ella se mordió el labio inferior. Él empujó, lentamente, y ella quiso gritar. No iba a caber. No lo podía ver pero sí sentirlo y se le aceleró el corazón ante tal descubrimiento. Unas lágrimas de desilusión escocieron sus ojos.</p> <p>—Es para ti, nena. No te preocupes, es todo para ti.</p> <p>Era demasiado para ella, eso fue lo que pensó. Eso, él, ese momento; era abrumador y sin embargo inevitable.</p> <p>Estaba preocupada pero no dijo nada, solo dejaba que la brisa la calmara a medida que él se metía más dentro de ella. Esa tirantez debería haber sido brutalmente dolorosa, pero fue terriblemente placentera, lo que la empujaba a aceptar que iba más allá de lo físico. Se estaba abriendo, recibiéndolo dentro de ella, recibiendo todo lo que la rodeaba. La brisa sofocante, el aroma a lluvia y a aire fresco, nimiedades que parecían algo exultante: todo fluía por su cuerpo mientras su pene se hundía hasta el final. Él empezó a moverse con estocadas firmes que manaban su esencia hasta que rodó por la cara interna de sus muslos. Los movimientos hacia atrás y hacia delante del trasero de ella contra su cuerpo eran tan naturales como respirar. Él le agarraba las caderas con las manos, lo que guiaba la profundidad de sus estocadas y la anclaba en cierta manera para evitar que alzara el vuelo hasta lo desconocido.</p> <p>—Te dije que era para ti —gimió detrás de ella, aumentando el ritmo de sus movimientos—. Todo para ti.</p> <p>El sudor rodaba por su cuerpo a medida que sus estocadas ganaban velocidad y profundidad. Ahora ella gritaba; su nombre, pensó, aunque no estaba completamente segura. El sonido de su voz era indomable y salvaje a sus propios oídos.</p> <p>—¡Sí! ¡Fóllame! Córrete, nena. Córrete tanto que no puedas tenerte en pie. ¡Córrete, maldita sea! —Su voz era un gruñido gutural, un sonido que ella correspondió con un aullido intenso a la vez que su éxtasis fluía por su cuerpo como una cascada embravecida.</p> <p>Era una orden, no una petición. Sus muslos temblaron como respuesta ante la voz de él: tan familiar, tan en armonía con ella. Parecía un <i>déjà vu</i>, como si este hombre la hubiera amado así antes. Su cuerpo se estremeció con la idea. Quizá era solo para ella. Quizá...</p> <p>—¡Kalina! ¡Kalina! —repitió él a medida que se movía dentro de ella con ferocidad; sus muslos golpeando contra sus nalgas húmedas. Él le clavaba los dedos en la piel para mantenerla fija mientras se batía contra ella. Su culminación la hizo estar todavía más húmeda y su pene se movía a través de esa humedad como un violinista profesional en la sinfonía de su vida. Cuando rugió, ella debería haberse asustado, pero sin embargo la satisfizo y la hizo gozar. Cada parte femenina de su cuerpo se abrió, floreció como una rosa con el sonido de su placer, y mientras él vaciaba su simiente dentro de ella lo supo; sin ninguna duda, lo supo.</p> <p>—Eres para mí, Kalina. Solo para mí —dijo con una voz ronca en su oído mientras se inclinaba sobre ella con su erección todavía dentro de su cuerpo—. Solo para mí.</p> <p><i>Solo para mí. Solo para mí.</i></p> <p><i>Es para ti, nena. Todo para ti.</i></p> <p><i>Eres para mí.</i></p> <p>Esas palabras resonaban en su cabeza, bailaban como si le estuvieran suplicando ser memorizadas, hacerlas significar algo para siempre. Y mientras se despertaba permanecieron en su mente, repitiéndose una y otra vez.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>Rome</strong> se despertó bañado en sudor, con el corazón latiendo desenfrenadamente en su pecho.</p> <p>Apartó las mantas de las piernas, se levantó de la cama y atravesó la habitación, tratando con valentía de recuperar el aliento. Una vez en la puerta del balcón movió el pomo y los cristales se abrieron. El aire fresco de la noche sopló sobre su piel mojada. Cogió aire profundamente.</p> <p>El aroma llenó su mente, se filtró en sus pulmones, creando un sabor acre al final de su boca. Sangre. Lujuria. Muerte.</p> <p>Se echó hacia delante, puso las manos en la barra y se quedó de pie, desnudo, en el balcón, donde cerró los ojos para recordar su sueño.</p> <p>Este había empezado con ella, con Kalina. Aún sentía su trasero bajo sus palmas, por eso todavía seguía excitado. Ella había estado tan mojada, tan mojada, tan abierta a él. Se habían unido, habían conectado, como si estuvieran destinados desde siempre a seguir ese camino. Entonces él había oído algo a lo lejos. Un grito o un llanto. Y el olor lo asedió. A sangre. A mucha sangre. Y a dolor, tanto dolor que había querido rugir del ardor. Había corrido, tan rápido como pudo, transformándose en jaguar para correr por las calles y buscarlos con la necesidad de encontrarlos, de impedir que todo sucediera. De nuevo.</p> <p>Y había fracasado.</p> <p>De nuevo.</p> <p>Su pecho se agitó; no parecía inhalar suficiente oxígeno. Quería acabar con el dolor que sintieron sus padres, quería impedir que asesinaran otra vez a alguien con tanta crueldad. La culpa pesaba sobre sus hombros como grilletes, y le fallaron las rodillas.</p> <p>Seguían ahí fuera. Los que habían matado a sus padres y seguramente los que iban a por Kalina. Estaban matando únicamente porque sabían que podían hacerlo. Y Rome los menospreciaba profundamente, quería partirles el cuello y devorar sus cadáveres del mismo modo que hacían ellos con sus víctimas. Quería odiar tan profundamente como ellos, sin importarle lo más mínimo las consecuencias o las vidas que se vieran afectadas por tales acciones.</p> <p>Pero no podía.</p> <p>Sus dedos se agarraron con firmeza a la barandilla del balcón hasta que se sintió como si le hubiesen arrancado la piel de las manos. Sus zarpas se estiraron, empujando contra las palmas. De su interior provino un rugido; era su lado felino, que amenazaba con salir. Levantó la cabeza y abrió los ojos al cielo que tenía el color albaricoque y rosado del alba.</p> <p>No tenía otra alternativa. Por mucho que quisiera ser ecuánime y civilizado sabía que antes de que acabara todo se convertiría en lo que más despreciaba... Mataría como lo hace un animal. Dejaría a un lado su moralidad humana y actuaría como si estuviera en el bosque, cazando como un asesino.</p> <p>Él sería la peor pesadilla de esos asesinos.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Capítulo 10</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong><style name="b">A</style></strong> Rome le gustaban los colores oscuros. Desde siempre. Por eso cuando compró esa casa se encargó personalmente de ayudar al decorador. Por supuesto, dejó que Baxter opinara sobre sus propios aposentos y la cocina, pero el resto de la casa era suya. Y en lo único que insistió fue en los tonos oscuros, o como el decorador los llamaba, colores cálidos.</p> <p>La sala de reuniones estaba en el primer piso, al lado de los comedores. Era lo suficientemente grande para albergar una mesa de dos metros y medio con sillas con el respaldo de cuero negro. Las paredes eran de un color arándano oscuro, con la moqueta gris ceniza. En las paredes había cuadros del bosque, de su hogar. Eran de sus padres y los había puesto allí para sentirse cerca de ellos. Además, resultaban muy convenientes cuando celebraba reuniones porque les recordaban a todos de dónde venían.</p> <p>Baxter se aseguró de que la cafetera estuviera llena. Al lado había jarras de agua con hielo en las mesas de presentación que estaban apoyadas en las paredes.</p> <p>A los lados de la mesa, y con adustas expresiones, estaban los guardaespaldas: Eli, Ezra y otros que vivían en la zona de Washington. Sentados frente a ellos se hallaban los oficiales a las órdenes de Rome, cuatro jaguares que también se habían integrado en la comunidad con trabajos como maestro, dueño de una tienda y médico. Rome se sentó en la cabecera, con sus comandantes, Nick y X, a derecha e izquierda. El otro extremo permanecía vacío para cuando un miembro de la Asamblea asistiera a alguna de sus reuniones.</p> <p>En el centro de la mesa había dos unidades de conferencia telefónica. Cada líder de Facción de cada zona estaría presente en esta reunión. Lo que pasaba les incumbía a todos y tenían que hablar antes de la reunión de la Asamblea, programada para la semana próxima. Los veteranos querrían saber qué pasaba y cómo planeaban solucionarlo porque, aunque estaban a kilómetros de distancia en el bosque, lo que estaba ocurriendo allí acabaría afectándolos también a ellos.</p> <p>—Están cogiendo velocidad —dijo una voz desde la unidad de llamada. Era Jace Maybon, el líder de Facción del Pacífico—. Ha habido algunos incidentes aquí en Los Ángeles que apestan a actividad rogue.</p> <p>—Parece que se están envalentonando —comentó Ezra. Eli y un par de oficiales asintieron con la cabeza.</p> <p>—Pero ¿cuál es su objetivo? Una vez que averigüemos eso sabremos cómo detenerlos —añadió X.</p> <p>—Creo que es muy simple: quieren mandar. Lo mismo que intentaron hacer en el bosque, quieren mandar en Estados Unidos. —Esta afirmación la hizo Sebastian Perry, el líder de la zona de la Montaña. Rome se inclinaba a pensar lo mismo.</p> <p>—Quieren mandar, creen que tienen derecho al control. —Rome asintió, se reclinó en su silla y se frotó la barba de chivo, pulcramente recortada—. Aquí estamos viendo movimiento, hay movimiento en Los Ángeles. ¿Qué hay de las demás zonas? ¿Ha pasado algo extraño allí?</p> <p>Cole Linden, líder de la Zona Central, fue el primero en hablar.</p> <p>—Aquí definitivamente ha aumentado la violencia de bandas. Los asesinatos brutales se están convirtiendo en sucesos cotidianos.</p> <p>Sebastian lo interrumpió.</p> <p>—Ha habido unos cuantos incidentes que han desconcertado a las autoridades locales. No parecen tener una verdadera conexión: un pez gordo de los negocios fue asesinado, un congresista ha desaparecido y entraron a robar en un laboratorio financiado por el Gobierno. He estado pendiente de las noticias por si había novedades, pero hasta ahora no he oído nada que tenga relación con la actividad rogue.</p> <p>—¿Has dicho un laboratorio del Gobierno? —preguntó X—. ¿Cuál?</p> <p>—Laboratorios Comastaz. Está en Sedona.</p> <p>X asintió con la cabeza.</p> <p>—Lo conozco. Investigaré para ver qué ha pasado. Pero me suena a que se están preparando para algo. Haciéndose con todo para alguna gran jugada por el poder, y me temo que Estados Unidos es su campo de batalla.</p> <p>—Entonces ¿quién está al mando? —preguntó Rome—. Un felino los tiene que estar liderando a todos. Si lo encontramos desactivaremos su juego.</p> <p>Dicho así, parecía simple, pero Rome sabía que no lo sería. Encontrar al rogue que posiblemente controlaba a cientos no iba a ser fácil.</p> <p>—Matemos a ese cabrón y caerán todos como fichas de dominó —añadió Nick.</p> <p>—En eso estoy contigo —dijo Jace.</p> <p>Ezra y los oficiales asentían con la cabeza. Rome aún tenía la esperanza de poder mantener el derramamiento de sangre al mínimo.</p> <p>—Los que nos encontramos anoche parecían centrados en un objetivo específico.</p> <p>—Kalina —dijo Nick, y el sonido de ese nombre en sus labios le arañó la piel a Rome como un abrasivo.</p> <p>—¿Qué tiene que ver ella en todo esto? —preguntó Eli.</p> <p>Los guardaespaldas eran una parte importante de la jerarquía superior entre los Shifters estadounidenses. Eran los siguientes en el escalafón después de los comandantes y los líderes de Facción. Su trabajo resultaba importante, eran como el Servicio Secreto de los Shifters. Por lo tanto, si se diseñaba una estrategia de batalla, ellos eran una parte activa en la discusión.</p> <p>—He vigilado su casa toda la noche y he dejado a otro de los guardas con ella para poder asistir a esta reunión, pero he estado intentando encontrar su conexión con este asunto toda la noche. Y estoy en blanco. —Ezra se encogió de hombros.</p> <p>Y Rome también lo estaba. Mientras sentía una atracción extrema hacia ella, aún no tenía ni idea de por qué la buscaban los rogues. El hecho de que la estuvieran persiguiendo le sacaba de sus casillas, así que a pesar de su esperanza de derramar poca sangre, mataría a cualquiera que se atreviera a tocarla.</p> <p>—¿Qué sabemos de ella? —preguntó Eli.</p> <p>—Empezó a trabajar en la empresa hace un par de semanas. Rome y yo la conocimos hace unos días. Puedo preguntar en Recursos Humanos y conseguir su expediente para ver de dónde salió —dijo Nick.</p> <p>X asintió con la cabeza, mientras se pasaba una mano por la calva.</p> <p>—Yo buscaré su nombre en la base de datos del FBI, a ver qué encuentro, y os informaré del resultado —le dijo a Rome.</p> <p>—Mientras tanto, quiero a alguien con ella en todo momento. No debe estar sola en ningún lugar. ¿Queda claro? —Rome les estaba hablando directamente a los guardaespaldas y a los oficiales, pero sabía que Nick y X también estaban tomando nota de sus órdenes—. Hasta que averigüemos quién está controlando a los rogues estamos todos en situación de alerta. La discreción sigue siendo una prioridad. A los rogues les importa una mierda dónde se transforman o quién los ve. A nosotros no. Mantened los ojos abiertos y pasad desapercibidos. Están ahí fuera, esperando a que caigamos en la trampa que están tratando de tendernos. Somos más listos y conocemos nuestros territorios mejor que ellos. Capturar e interrogar es la mejor opción —dijo, pasando la mirada de X a Nick—. Pero si la amenaza es demasiado grande, haced lo que sea necesario.</p> <p>La reunión finalizó con un acuerdo unánime. Los otros líderes de Facción se desconectaron de la conferencia telefónica. Baxter, que había salido discretamente de la sala en cuanto comenzó la reunión, estaba de vuelta, recogiendo los vasos de agua y las tazas de café de la mesa en silencio.</p> <p>Baxter era así. Alto y delgado, de piel curtida color café, se movía en silencio; no se notaba su presencia, pero siempre estaba donde era necesario. Rome no conocía a nadie que supiese más sobre los Shifters y el Gungi, y podía blandir su preciado machete con golpes eficientes cuando la ocasión lo requería. Además, era una parte de la vida de Rome. Y Rome lo quería como a un padre.</p> <p>—¿Crees que el líder puede estar aquí, en Washington? —preguntó Nick, mientras se acercaba a Rome.</p> <p>X fue hacia ellos mientras los demás salían en fila de la sala de reuniones.</p> <p>—No lo sé. Pero apuesto a que Kensington sí —dijo.</p> <p>—¿Qué te hace pensar eso? —preguntó Nick.</p> <p>—Jace dijo que Kensington apestaba a rogue en Los Ángeles este mismo año. ¿Cómo es posible? Él es humano.</p> <p>X asintió con la cabeza.</p> <p>—A no ser que tuviera contacto con ellos. Contacto íntimo.</p> <p>—Es verdad —dijo Rome.</p> <p>Cuando los humanos intimaban con un Shifter se les quedaba el aroma de ese Shifter. En las mujeres se mezclaba con el de su propia feminidad, así que se podía rebajar un poco. Pero a los hombres, el aroma de la mujer Shifter los rodeaba, dándole un nuevo significado a la palabra <i>calzonazos</i>. Durante el tiempo en que el hombre mantenía relaciones sexuales con la mujer Shifter, estaba consumido por ella; sus pensamientos, sus actos, todo giraba en torno a esa Shifter. Kensington podía fácilmente haber sido seducido por una mujer rogue que estuviera utilizándolo en su propio beneficio.</p> <p>—Averigua qué está pasando en el bando de Kensington —le dijo Rome a Nick—. Yo conseguiré el expediente de personal de Kalina y me aseguraré de que está bien protegida.</p> <p>—Ezra se encargará de coordinar a los oficiales para formar una red a su alrededor, Rome. Nosotros nos tenemos que centrar en encontrar al líder —protestó Nick.</p> <p>—Tú consíguenos información sobre Kensington y eso nos dará una pista. X, averigua cuál es la conexión con ese laboratorio. Lo último que necesitamos es que el Gobierno estadounidense nos descubra.</p> <p>—Lo haré —dijo X, mientras asentía.</p> <p>Rome ya se estaba yendo hacia la puerta. Ya había esperado bastante para verla. La necesidad de darse más prisa se estaba intensificando en su interior, lo golpeaba.</p> <p>—¿Dónde vas? —preguntó Nick.</p> <p>—A asegurarme de que Kalina está a salvo —dijo, cortante, mientras seguía caminando.</p> <p>Cuando se fue, X miró a Nick de manera inquisitiva.</p> <p>—Sí, yo también pienso lo mismo. ¿Por qué no investigas también a la señorita Harper? Averigua todo lo que puedas sobre ella. Tengo la sensación de que está relacionada con esta situación de más formas de las que sabemos.</p> <p>—¿Y qué hacemos con él? —preguntó X, refiriéndose a Rome.</p> <p>—Yo estaré pendiente de él. Rome no está buscando pareja. Nunca ha querido una. Pero hay algo en esa mujer que lo está comiendo por dentro. Me di cuenta aquel primer día en el despacho.</p> <p>X se encogió de hombros.</p> <p>—Podría ser lujuria. Ella es una mujer hermosa y ya conoces nuestros apetitos.</p> <p>Nick asintió con la cabeza.</p> <p>—Lo sé. Me la puso dura como una piedra el primer día que la vi, y su aroma es más que embriagador. Por eso voy a vigilar a Rome. Si lo está engatusando, quiero asegurarme de que se puede confiar en ella.</p> <p>—Rome es demasiado listo como para caer en una trampa, pero te entiendo. Si se está dejando llevar por el deseo puede que no piense con claridad —añadió X—. Iré a la oficina y me pondré con esto.</p> <p>—Llámame luego al móvil con las novedades.</p> <p>—Hecho. Y ten cuidado.</p> <p>Nick sonrió de oreja a oreja.</p> <p>—Siempre.</p> <p>No lo dijeron pero ambos cuidarían de Rome. Eran amigos desde hacía demasiado tiempo como para no ver las señales de advertencia. Rome estaba distraído y eso no era normal. Y lo más importante: no era seguro para ellos ni para la mujer a la que parecía estar empeñado en proteger.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>Él</strong> había dicho que era solo para ella. Pero eso era mentira. Nada en la vida de Kalina había sido solo para ella. Los padres que pensó que le pertenecían la habían abandonado en un orfanato. Los padres de acogida solamente fueron un préstamo y no le dieron más que lo que les exigía el Estado. Tenía su trabajo y su vida pero no eran suyos de verdad. Trabajaba para la ciudad, haciendo el bien a la gente de la ciudad, pero ¿qué ganaba ella con eso? Era un pensamiento deprimente y contrarrestaba todas las sensaciones placenteras que le había dejado el sueño. Pero era su vida, real, sin cortes y sin censura. Había aprendido hacía tiempo a aceptarlo sin más.</p> <p>Abrió los ojos lentamente, rezando para que las palabras desaparecieran de su cabeza. En vez de eso se esparcieron por la habitación. No, no estaba viendo visiones, estaban en el aire, como una especie de letanía. Algo más flotaba en el aire.</p> <p>La ventana estaba cerrada y aun así su cuerpo seguía sintiendo una brisa. Una brisa cálida de verano que calmaba su piel pero también la hacía ruborizarse. Sentía el sudor en todo su cuerpo. Estaba sudorosa. Y desnuda. Sentía el ardor de la excitación entre las piernas.</p> <p>Había sido un sueño.</p> <p>Un sueño verdaderamente realista y supersexy que la había excitado hasta límites dolorosos, pensó mientras se esforzaba por salir de la cama.</p> <p>Su cuerpo estaba dolorido como si de verdad hubiese estado echando un polvo de pie junto a una ventana abierta. Y las palabras en su cabeza sonaban ahora fundidas en la voz de él. La voz grave y sexy que la había seducido hasta el clímax. La voz que había escuchado en la vida real en un Tahoe negro la noche anterior.</p> <p>La voz de Rome.</p> <p>¡Maldición! Se pasó los dedos por sus cortos mechones y se preguntó si realmente quería estar loca. ¿Y qué pasaría si de verdad quería escuchar voces y tener sueños raros el resto de su vida? ¿Y si estaba trastornada y esta era la única forma en la que sería capaz de tener un orgasmo?</p> <p>—Eso sí que es una locura —dijo entre dientes mientras salía de la cama y miraba el reloj de la mesilla. Era casi mediodía. Había dormido hasta tarde, algo que normalmente nunca hacía. Pero bueno, tampoco gritaba nunca de placer por un pene grande y empalmado.</p> <p>¿Qué demonios le estaba pasando? Todo lo que sabía sobre sí misma estaba cambiando últimamente.</p> <p>La ventana estaba abierta, solo una rendija, no tanto como en el sueño. Aun así, se le pusieron los pelos de punta, de modo que atravesó silenciosamente la habitación con los pies descalzos para cerrarla. Luego bostezó y se estiró, hasta que escuchó al menos un hueso crujir aliviado. Lo siguiente era una ducha; después tenía algo que investigar. Quería meter las descripciones de los hombres que había visto la noche anterior en la base de datos de la policía y ver si salía algo.</p> <p>Parecían letales, hambrientos de algo y con aspecto criminal, aunque no había una manera de mirar a alguien y saber sin más si era un criminal. Ella lo comprobó cuando detuvo al pastor de una iglesia local por venta de éxtasis. Las apariencias definitivamente engañaban, pero Kalina apostaba a que esos tres no tramaban nada bueno.</p> <p>Y a propósito, ¿qué demonios le había pasado a Rome la noche anterior?, pensó al entrar en el baño. En un momento se había plantado en su apartamento actuando como James Bond, registrándolo todo como si fuera él el que tuviera una placa y una pistola y no ella. Claro que él no tenía ni idea de que ella era poli, pero dudaba que hubiera actuado de otro modo de haberlo sabido. Roman Reynolds era definitivamente el tipo de hombre controlador. Su mera presencia inspiraba atención, lealtad, miedo en cualquiera que alguna vez pensara en engañarlo. Era, para ella, todo lo que un capo de la droga debía ser.</p> <p>La noche anterior, después de encontrar esas malditas fotos, había salido volando de su apartamento para ver qué hacía Rome. Quería saber si esos tres matones la habían seguido y si Rome era lo suficientemente engreído como para pensar que podía con ellos él solo.</p> <p>Pistola en mano, había salido de su edificio y había oído los horrorosos sonidos.</p> <p>Armada y preparada para enfrentarse a lo que fuera, Kalina había parado en seco en las escaleras de la entrada, alarmada por algo que solo podía describir como una serie de rugidos y resoplidos en el aire tranquilo de la noche.</p> <p>Inmediatamente regresó a aquella noche que siempre se repetía en sus sueños. Aquella en la que el enorme felino con ojos sobrecogedores rugió sobre el cuerpo de un hombre muerto.</p> <p>Imposible. No podía ser y lo sabía. Estaban en Washington, no en la selva. No había felinos enormes vagando por las calles y matando a los malos. Pero sus pies paralizados no se atrevieron a bajar los escalones. Mientras su cabeza luchaba por diferenciar lo que era real y lo que no, ella no se movió. Adentrarse en la noche a investigar no era una posibilidad.</p> <p>De hecho, cuando estuvo segura de haber oído de nuevo ese sonido volvió a entrar corriendo en el edificio y no se paró hasta que estuvo encerrada y a salvo en su apartamento, acurrucada en su cama. Le costó horas conciliar por fin el sueño, y cuando lo hizo, soñó.</p> <p>Sorprendentemente no con el gato, sino con el hombre.</p> <p>El agua caliente le enjuagaba la piel y tarareaba con la cadente sensación de sus músculos relajándose. Estaba tensa, sexualmente frustrada y se estaba volviendo loca con pensamientos de felinos gigantes y capos de la droga. Necesitaba unas vacaciones, pensó; cogió la esponja y la enjabonó con gel con aroma de vainilla.</p> <p>Acababa de cerrar el grifo y de salir de la ducha cuando escuchó algo. Era como una puerta cerrándose. Su puerta principal.</p> <p>Se le despertó el instinto. Aunque estaba en el baño con solo una bata que ponerse y sin armas, su cabeza ya estaba pensando en cómo defenderse. Había unas tijeras en el cajón del tocador. Kalina lo abrió y las empuñó. Alcanzó la bata que estaba colgada en la puerta, metió los brazos en las mangas apresuradamente y se ató el cinturón. Estaba a punto de girar el pomo cuando escuchó otro golpetazo. A quien fuera tan osado como para entrar en su apartamento un sábado a mediodía más le valía ser también atrevido para enfrentarse a ella. Tenía que llegar a la sala de estar o a su dormitorio, porque en esos dos sitios guardaba una pistola. Pero por ahora tenía que arreglárselas con las tijeras.</p> <p>Estaba intentando abrir la puerta despacio cuando de repente la empujaron adentro. Tropezó hacia atrás pero rápidamente se enderezó y levantó el brazo con las tijeras en la mano, lista para golpear.</p> <p>El movimiento fue tan rápido que solo vio una imagen negra borrosa. No atisbó una cara ni distinguió si era un hombre o una mujer; le agarraron la muñeca con una mano mientras la empujaban contra la pared con un golpe seco tremendo que la dejó sin aire.</p> <p>Parpadeó, intentó inhalar y exhalar; aún tenía los dedos aferrados al mango de las tijeras.</p> <p>—¿Qué? ¿Roman? —dijo cuando levantó la vista y se encontró con sus ojos oscuros y su ceño fruncido.</p> <p>Él suspiró, aflojó la mano y fue a quitarle las tijeras.</p> <p>—Hola, Kalina.</p> <p>Ella le apartó el brazo de un tirón y se quedó con las tijeras.</p> <p>—¿Hola? ¿Eso es todo lo que tienes que decir después de irrumpir en mi cuarto de baño y atacarme?</p> <p>—No te he atacado —dijo en un tono que la dejó pasmada.</p> <p>Hablaba tan despreocupadamente como si fuera normal estar allí en ese momento. Como si ella lo hubiese invitado.</p> <p>—¿Cómo te has metido en mi apartamento?</p> <p>—He abierto la puerta y he entrado.</p> <p>—¿Con qué llave?</p> <p>—¿Por qué no tienes un sistema de seguridad? Una mujer joven que vive sola debería protegerse mejor. Necesitas un sistema de alarma. O un edificio más seguro.</p> <p>Ahora era él quien estaba saliendo del baño, con el descaro de parecer cabreado. Bueno, cabreado y excepcionalmente guapo con sus pantalones vaqueros y su camiseta negra. Por muy enfadada que estuviera por su intrusión, no perdió la oportunidad de mirarlo otra vez. En el aire saltaban chispas de la tensión sexual; cuando tragaba saliva, Kalina podía sentirlo.</p> <p>Rome irradiaba sexualidad. El mero hecho de estar apretada contra su cuerpo esos breves momentos había provocado que su sexo palpitara y que se le endurecieran los pezones.</p> <p>Sus pies mojados aporrearon el parqué cuando lo siguió hasta la sala de estar, donde estaba jugueteando con la puerta.</p> <p>—¿Qué estás haciendo?</p> <p>—Esta cerradura es lo peor. Apenas la toqueteé un poco y se abrió. ¿Te das cuenta de que podrían matarte mientras duermes?</p> <p>—También podría salir por la puerta y recibir un disparo o subirme en el metro y sentarme justo al lado de un terrorista suicida. Lo que tenga que pasar pasará —dijo ella bruscamente.</p> <p>Él sacudió la cabeza y la miró, mientras se le contraía un músculo de la mandíbula.</p> <p>—Tienes que protegerte. No es negociable.</p> <p>—¿Y tú quién te crees que eres? —Ese rollo machista de «Yo soy el amo del universo» era más que excesivo, incluso para un arrogante y rico abogado como Rome—. Podría echarte a la policía encima por allanamiento.</p> <p>Él se puso de pie y empujó la puerta hasta que se cerró mientras en la comisura de sus labios se esbozaba una media sonrisa.</p> <p>—Bueno, eso sería irónico porque yo podría hacer lo mismo contigo.</p> <p>Ah, sí, casi se le había olvidado.</p> <p>—¿Qué estás haciendo aquí, Rome? —preguntó ella, que decidió que era mejor dejar a un lado las amenazas con las autoridades, aunque ella era la autoridad.</p> <p>—He venido a ver cómo estabas.</p> <p>—¿Vas a ver a todos tus empleados los fines de semana? Además, no necesito que nadie esté pendiente de mí.</p> <p>—No todos mis empleados llaman la atención de personajes indeseables en una fiesta.</p> <p>—Eso no lo sabes —se apresuró a decir mientras se cruzaba de brazos. Él la estaba recorriendo con la mirada, empezando por las puntas del pelo y trazando un acalorado sendero hasta los dedos de los pies, todavía mojados.</p> <p>—Vístete. Quiero enseñarte algo—. Lo miró fijamente—. No veo que te muevas —dijo él, sacando firmemente su móvil de la funda que llevaba en la cadera.</p> <p>—No has dicho «Simon dice»<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n1">1</a>.</p> <p>Ese tira y afloja era interesante, probablemente la prueba de que ella era tan testaruda como él. Se preguntó si a él le sorprendía. Quizá pensara que sería muy fácil meterse en su apartamento y darle órdenes después de haberla hecho llegar al orgasmo. No podía olvidarse de esa parte.</p> <p>—Kalina, lo digo en serio.</p> <p>—Yo también. No puedes presentarte aquí y darme órdenes. Puede que mandes en la oficina con tu aspecto amenazante y tu tono serio, pero esta es mi casa. Ahora estás en mi territorio.</p> <p>—No quiero discutir contigo —dijo despacio—. Solo estoy intentando protegerte.</p> <p>—¿Por qué? —preguntó ella—. ¿Por qué estás tan empeñado en estar en mi vida? No te he pedido tu protección y probablemente ni siquiera la necesite. Pero estás aquí. Siempre estás aquí. —Esto último lo dijo bajito porque era verdad. Hasta cuando no estaba físicamente junto a ella.</p> <p>Odiaba ser consciente de ello, sentía que era una debilidad, una debilidad que no quería reconocer.</p> <p>—No lo sé —contestó él, y Kalina se dio cuenta de que era sincero—. Siempre he sentido la necesidad de proteger. Forma parte de mi personalidad.</p> <p>Lo miró fijamente y le preguntó:</p> <p>—¿Quién eres exactamente? —La pregunta sonó rara pero de verdad quería una respuesta—. Sé que eres un abogado de éxito y que tienes una vida social muy activa. Pero tengo curiosidad por saber quién es el verdadero Roman Reynolds, el hombre que se oculta tras esa fachada.</p> <p>Él se frotó la barbilla con la mano.</p> <p>—No creas todo lo que lees —contestó.</p> <p>—Entonces por qué no me lo cuentas tú. Háblame sobre ti, sobre quién eres y lo que quieres.</p> <p>—A ti —dijo al instante—. Quiero que estés a salvo y quiero estar dentro de ti. No puedo dejar de pensar en ti, en tocarte, en saborearte. Eso es lo que quiero. —Dio un paso hacia ella—. ¿Qué sientes al escucharme decir estas cosas, Kalina? ¿Cómo reacciona tu cuerpo a estas palabras?</p> <p>Era diferente, eso estaba bien claro. Había sentido la atracción en su despacho, y la noche anterior en los confines del coche. Pero justo allí, de pie en mitad de su sala de estar, con el cuerpo desnudo secándose bajo la fina tela de la bata y sus palabras flotando en el aire, los sentimientos que se arremolinaban en su interior eran diferentes. Las nuevas sensaciones que experimentaba eran definitivamente sexuales, de eso no cabía la menor duda.</p> <p>Los pezones le empezaban a doler al rozarse contra la tela de seda. Tenía la piel sensible, como si cada partícula de aire que la tocaba llevara algo vivo dentro.</p> <p>—No me intimida tu franqueza, si es eso lo que buscas —dijo ella, pero solo la mitad de esa afirmación era verdad—. Ahora estás en mi territorio, Rome.</p> <p>—¿Y cuáles son las reglas en tu territorio? —Cruzó un brazo sobre su pecho musculoso y levantó el otro para darse golpecitos con el móvil en la barbilla. Tenía las piernas ligeramente abiertas y la joven no pudo evitar fijar la mirada en el bulto que había entre ellas.</p> <p>Estaba excitado, y mucho. Y aparentemente no estaba avergonzado. Joder, con la mirada tan tórrida que le estaba echando en este momento ella casi esperaba que se la sacase otra vez. Se le hizo la boca agua al pensarlo.</p> <p>—Regla número uno: no me digas lo que tengo que hacer. Puedes pedírmelo y esperar mi respuesta —dijo ella con una voz que sonó fuerte, segura. Fortaleza y seguridad, dos cualidades que siempre había dado por hecho que poseía.</p> <p>—¿Y?</p> <p>Kalina tragó saliva al ver su bíceps contraerse mientras hablaba. Sus labios sensuales y su mandíbula cincelada le daban un aspecto amenazador. Su piel era varios tonos más oscura que la de ella, como un vaso de cerveza. Su cuerpo era de primera, excelente por lo que podía ver. Lo deseaba, pensó con un sobresalto. Desesperadamente.</p> <p>Mierda, estaba en un buen lío.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>Rome</strong> quería tirársela allí mismo, en aquel mismo instante.</p> <p>Sabía que estaba desnuda bajo esa bata, sabía que su cuerpo seguía húmedo de la ducha, su sexo húmedo de excitación. Con cada respiración recogía el aroma de su lujuria y quería enterrarse cada vez más dentro de ella. Quería hacerle preguntas pero no podía concentrarse en nada que no fuera la atracción que existía entre los dos.</p> <p>—¿Qué estabas haciendo en la ducha?</p> <p>—¿Qué? —La chica ladeó la cabeza, sus ojos se entrecerraron mientras lo miraba con curiosidad—. ¿De qué estás hablando?</p> <p>—Cuando estabas en la ducha. —Él hablaba despacio, mientras volvía a meter el móvil en su funda; luego dio un paso hacia ella—. ¿Qué hacías?</p> <p>Kalina pestañeó, dejó caer los brazos a los lados y dijo:</p> <p>—Ducharme. ¿No es eso lo que hace la gente normalmente en la ducha?</p> <p>—¿Te has tocado? ¿Te has corrido?</p> <p>Por una fracción de segundo pareció que Kalina iba a admitir que había algo de verdad en sus palabras. Entonces apretó los labios y la furia apareció en sus ojos dorados.</p> <p>—¿Pero quién demonios te crees que eres? Esto está más que fuera de lugar. Todo lo que me dices es ofensivo o descaradamente ordinario. ¡Ya que has encontrado la forma de entrar estoy segura de que podrás encontrar fácilmente la forma de salir!</p> <p>Le volvió la espalda, preparada para irse airada a su dormitorio, supuso él. Gran error.</p> <p>En cuestión de segundos Rome estaba agarrado a ella y sus brazos envolvían su cintura, llevando su culo contra su rígida erección. La sangre bombeaba rápida y ardientemente por sus venas, le latía con fuerza en las orejas.</p> <p>—Te corriste. Anoche —susurró él, con los labios justo en su oreja. Inhaló profundamente—. Y esta mañana. No intentes mentirme. Tu aroma es denso y fuerte, me está acechando por todo el apartamento. Me está volviendo loco.</p> <p>Sus costillas recibieron un codazo cuando ella trató de escapar.</p> <p>—¡Eso es porque estás loco!</p> <p>Su resistencia fue inútil. Rome no la iba a dejar escapar.</p> <p>—¿No te corriste anoche? —preguntó mientras llevaba la mano a su estómago y la deslizaba despacio por la abertura de la bata.</p> <p>—Estaba borracha. Demasiado champán.</p> <p>Él gruñó.</p> <p>—Mentirosa. Estabas excitada. Igual que ahora.</p> <p>—¡Eres un gilipollas!</p> <p>—Tú eres adictiva.</p> <p>Rome le lamió el cuello, dejó que sus dedos siguieran vagando hasta que tocó el calor húmedo de su monte de Venus.</p> <p>Ella respiraba con dificultad.</p> <p>—¿Por qué me haces esto?</p> <p>Rome le mordisqueaba la suave piel de la nuca y cerró los ojos por las sensaciones que lo inundaban, el deseo, el hambre. Era más grande que nada que hubiese sentido antes, lo consumía cada segundo que estaba cerca de ella. Su pene se moría por estar dentro de ella, por hacerla suya.</p> <p>¡No!</p> <p>No. Rome no hacía suya a ninguna mujer. Él no creía en la unión, en la filosofía de los veteranos de una sola pareja verdadera para cada Shifter. El deseo desesperado y el hambre insaciable que se decía que se sentía cuando por fin se encontraba a la pareja ideal para él eran mitos, algo que se habían inventado para idealizar el oscuro apetito sexual de la especie Shifter.</p> <p>Rome tenía ese apetito. Esa oscuridad formaba parte de él. Estaba viva, lo recorría justo debajo de la superficie de su piel cada día de su vida. Sus ansias sexuales no eran nada comparadas con las de la mayoría de otros Shifters de las tribus. Aun así, eran más oscuras de lo que los humanos podían siquiera imaginar. Sentía esa oscuridad arremolinarse dentro de él ahora, amenazaba con desbancarlo, con verterse sobre esa mujer.</p> <p>Ella se movió ligeramente y él deslizó los dedos entre sus pliegues aterciopelados.</p> <p>—No sé por qué está pasando esto —admitió entre dientes—. Pero no va a parar.</p> <p>Le rozó el tenso clítoris y ella gimió, se relajó en sus brazos. Aplicó la mínima presión y jugueteó con él, le encantaba el tenue sonido de sus gritos ahogados en la silenciosa habitación.</p> <p>—No puedo parar de tocarte. De desearte.</p> <p>—No quiero esto —susurró ella a la vez que de manera contradictoria separaba los muslos.</p> <p>—No puedes evitar quererlo. Ninguno de nosotros puede.</p> <p>—No.</p> <p>—No va a desaparecer. —No, se iba a hacer más fuerte.</p> <p>Siguió con el dedo la untuosidad de su vagina, encontró su entrada y metió un dedo dentro ávidamente. Ella dio una sacudida, su cabeza cayó en el hombro de Rome y él le besó el escote, le mordisqueó la piel, le metió otro dedo y gimió.</p> <p>—Te deseo. Aquí. Ahora —gruñó, presionando su abultada erección contra la hendidura de su trasero.</p> <p>—No —dijo ella entre suspiros y con el corazón latiendo frenéticamente—. No.</p> <p>Sus palabras se ahogaron en el ruido que hizo alguien al llamar a la puerta y Rome soltó un taco. Entonces ella se apartó de él y lo fulminó con la mirada mientras se cerraba la bata.</p> <p>—Te estoy diciendo que no, Rome. Y quiero que te vayas. ¡Ya!</p> <p>—Esto no ha terminado —susurró él—. No puedes hacer que desaparezca así como así. Sé lo que digo, ya lo he intentado.</p> <p>—¡Se ha terminado! A pesar de lo que te hayas convencido a ti mismo, no quiero que me toques así. No es apropiado. Quiero conservar mi trabajo.</p> <p>Rome se pasó la mano por la cara.</p> <p>—Tu trabajo no está en peligro. Pero tu vida podría estarlo.</p> <p>Nada más acabar de pronunciar esas palabras ya se había arrepentido de haberlo hecho. No quería asustarla. El miedo probablemente llevaría al descuido, y él no podía permitirse que Kalina descuidara su seguridad en esos momentos.</p> <p>—¿Qué? ¿Me estás amenazando porque no me quiero acostar contigo?</p> <p>Rome apretó los dientes, frustrado.</p> <p>—No. No es eso lo que estoy diciendo. —Respiró hondo y volvió a soltar un taco por los persistentes golpes en la puerta.</p> <p>—Tengo que abrir.</p> <p>—¿Quién es?</p> <p>—Si digo que mi novio, ¿te irías más rápido? —dijo por encima del hombro.</p> <p>—Para nada. Sería él el que se fuese —dijo Rome mientras su móvil vibraba en su cadera.</p> <p>—Eres un arrogante... —El resto de su comentario se perdió mientras Rome leía el mensaje.</p> <p>Kalina abrió la puerta. Una mujer mayor estaba allí de pie, con un gato en brazos.</p> <p>El gato vio a Rome y bufó, le enseñó los dientes y arqueó el lomo a la defensiva.</p> <p>Kalina dio un grito ahogado y se apartó de la puerta, sobresaltada.</p> <p>—Tranquila, minina —arrulló la señora—. Kalina, no te va a hacer nada. Te lo digo todo el rato. Probablemente la estés asustando tú a ella.</p> <p>Pero Kalina no estaba escuchando. Ya se estaba adentrando cada vez más en el apartamento, de modo que el sofá quedaba entre ella, la puerta y la señora con el gato.</p> <p>—Señora Gilbert. ¿Qué puedo hacer por usted?</p> <p>—La minina y yo hemos oído gritos —dijo la mujer, observando a Rome con sospecha—. Queríamos venir y asegurarnos de que estabas bien.</p> <p>—Estoy, eh... —Kalina tartamudeó y miró a Rome—. Estoy bien.</p> <p>Rome se aclaró la garganta y dio un paso hacia la puerta a pesar de que el gato aún seguía bufando como un loco, con los ojos verdes entornados.</p> <p>—No pasa nada, señora. Ya me iba.</p> <p>—Ah, ¿sí? —dijo la mujer, que seguía mirándolo mal—. Bueno, pues venga, vete. Yo me voy a quedar un rato.</p> <p>Rome le dedicó una sonrisa tensa cuando ella entró en el apartamento y él salió. Por el camino el gato le lanzó un zarpazo con su patita. Rome solo lo miró enfurecido un segundo antes de que el gato se achicara en los brazos de su dueña.</p> <p>—Oh, Dios mío —dijo la mujer abrazando al gato.</p> <p>—Que tengan un buen día. Nos vemos pronto, Kalina. —La miró una última vez antes de darse la vuelta y alejarse por el estrecho pasillo.</p> <p>Kalina volvió a dar un grito ahogado. No por el gato de la señora Gilbert, sino porque los ojos de Rome parecían distintos.</p> <p>—Deberías tener más cuidado, no puedes dejar entrar en tu casa a cualquiera —estaba diciendo la señora Gilbert mientras cerraba la puerta de Kalina. Su gato aún estaba haciendo ruidos pero no se atrevía a bajar de los brazos de su ama. Kalina mantuvo la distancia y su pecho se llenó con una sensación desconocida. No era del todo miedo, pero definitivamente sí angustia, como si algo estuviese a punto de pasar, algo que no estaba segura de si era bueno o malo.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Capítulo 11</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong><style name="b">—¿Q</style>UÉ</strong> es eso tan urgente? He tenido que dejarlo todo para venir... —Rome se había ido del apartamento de Kalina cuando todo lo que quería era arrastrarla hasta el dormitorio y sumergirse en ella durante unas cuantas horas, o días.</p> <p>Definitivamente estaría segura en sus brazos. No tendría que preocuparse por los rogues o por la razón por la que iban a por ella. Mientras permaneciese con él, estaría bien. Y el motivo por el que eso era tan importante para él, bueno, no quería tener que pensar en ello de momento. Ya tenía suficientes problemas.</p> <p>Estaban en el piso de X, que se hallaba exactamente igual que el día que se mudó. Los muebles eran oscuros, modernos y escasos. X siempre decía que lo único que necesitaba era una cama, que apenas usaba por razones que Rome aún no entendía.</p> <p>Los techos altos y las flamantes paredes blancas hacían que todo lo que hablaban sonara con eco, como si estuvieran en un inmenso auditorio. En los ventanales, que iban del suelo hasta el techo, había unas cortinas hechas a medida que siempre estaban cerradas y que hacían la habitación más oscura. Cada vez que entraba en ese piso a Rome le parecía estar en un hospital o en una morgue porque era muy silencioso y aséptico. Y ver el cuerpo enorme de X moviéndose por allí de una forma tan mecánica lo hacía todo aún más lúgubre.</p> <p>—He podido escanear el disquete que Bingham te dio en la fiesta —comenzó a decir X con un tono severo.</p> <p>Consiguió la atención de Rome de manera inmediata. La noche anterior, después de la pelea con los rogues, Rome le había dado el disquete a X para que le pasara el programa antivirus y el <i>spyware</i> del FBI. Él tenía prácticamente la misma tecnología en los ordenadores de su casa, pero el FBI también podía descifrar cualquier codificación que pudiese haber en el disquete. Además, X sabía más de ordenadores y esas cosas que Rome. Independientemente de lo que hubiera en el disquete, X se aseguraría de que estuviese limpio y listo para que Rome lo examinara.</p> <p>La venganza por la muerte de sus padres era algo que Rome llevaba planeando durante largo tiempo. Pero antes tenía que saber quién los había asesinado, y sus dos mejores amigos, Nick y X, se habían unido a su misión hacía años. La Asamblea no sabía nada del tema.</p> <p>Rome se pasó la mano por la cara y suspiró.</p> <p>—¿Qué has encontrado?</p> <p>—Nada rastreable. Es antiguo, yo diría que de mediados de los ochenta. El código de la información es bastante simple.</p> <p>—¿Lo has descifrado?</p> <p>—Sabes que sí —dijo Nick, que venía de la cocina con una botella de cerveza en la mano—. No existe un código en este mundo que X no pueda descifrar. Lo cual es verdaderamente incomprensible teniendo en cuenta la poca atención que prestaba en el colegio.</p> <p>X ni siquiera lo miró. Era una vieja broma entre los dos. Nick había sido un estudiante de sobresaliente y Rome le pisaba los talones con solo unos cuantos notables de vez en cuando. A X, en cambio, nunca le había gustado estudiar, odiaba la reclusión de las aulas y a los severos profesores de su colegio privado. A Rome aún le asombraba que hubiera entrado en las fuerzas del orden y aterrizado firmemente en el FBI, y que además pareciera gustarle.</p> <p>—Sí, pero pensé que querrías ser el primero en revisar la información. Es algo así como un diario de tu padre. No me parecía bien leerlo antes que tú.</p> <p>X se fue hasta una pared en la que sorprendentemente había tres fotografías, imágenes en blanco y negro de montañas y océanos. Eran nítidas y sencillas, como todo en el apartamento. Pero se trataba de las únicas piezas que parecían tener una conexión personal con el hombre que vivía allí. Rome no se molestó en preguntarle a X el porqué. Cada uno de ellos, los tres Shifters que hacía mucho tiempo forjaron un vínculo irrompible, tenía secretos y demonios. Lo mejor de su relación era que sabían cuándo era mejor no meterse; no se agobiaban, no hacían preguntas que los otros no pudieran o no quisieran contestar. Simplemente aceptaban quiénes eran y vivían sus vidas en consecuencia. No mucha gente podía hacer eso, y menos con los pasados que compartían.</p> <p>Detrás del retrato del centro, el de la enorme columna de humo saliendo de la cima de una montaña, había una caja fuerte. Los largos dedos de X se movieron con destreza sobre el panel hasta que se escuchó un chasquido y la puerta se abrió. Metió la mano, recuperó el disquete y se lo entregó a Rome.</p> <p>Rome lo sujetó unos segundos en silencio. Luego habló.</p> <p>—Baxter me contó que mi padre escribía muchos diarios. Los tenía por toda la casa, cada uno sobre un tema distinto. Sobre su trabajo en la empresa, sus ideas sobre el bosque, su niñez. Lo que tuviera en la cabeza lo expresaba sobre el papel. —Miró el disquete y sintió que una parte de su padre estaba allí, justo en esa habitación con ellos.</p> <p>—Esto nos puede ayudar a comprender lo que pasaba en las reuniones que celebraban —dijo X, mientras se dirigía hacia el minibar perfectamente abastecido.</p> <p>Nick dio un trago a la cerveza.</p> <p>—Ya sabemos de qué iban las reuniones. Querían crear algún tipo de democracia, un gobierno para Shifters aquí en Estados Unidos.</p> <p>—Un sistema judicial —añadió Rome.</p> <p>Nick frunció el ceño, como si le pareciera más interesante la pintura de la pared.</p> <p>—Un sistema que no iba a funcionar porque a los rogues les importa una mierda la democracia. —No era un secreto que, aunque Nick estaba dispuesto a todo para ayudar a Rome a encontrar a los asesinos, no estaba de acuerdo con lo que sus propios padres y los de Rome habían intentado hacer. Nick sabía que todos ellos eran una especie aparte; había crecido experimentando esa separación de una manera u otra, así que nunca lo había olvidado. Y nunca le había resultado fácil mezclarse con los humanos.</p> <p>—Tenemos que empezar a pensar en esa misma línea, Nick —dijo Rome, que ya sabía hacia dónde iría la conversación. Pero no le importaba. Era un líder de Facción y su trabajo y el de los demás líderes era pensar en la mejor manera de integrar a los suyos en esas tierras. En la selva las tribus no tenían problemas para esconderse, para refugiarse bajo la frondosa bóveda del bosque. Pero aquí, en la ciudad, no tenía sentido. Si querían vivir allí, formar familias y montar negocios, prosperar en ese lugar, necesitaban mantenerse unidos. No eran totalmente humanos ni totalmente animales. Eran diferentes, así que lo razonable era que necesitaran un tipo de gobierno distinto para proteger su secreto y asegurar la continuidad de la raza.</p> <p>—Yo pienso que debemos crear nuestro propio gobierno, una jerarquía que escuche las diferencias y las solucione sin que tengamos que pelear en las calles como animales.</p> <p>Nick se rio entre dientes.</p> <p>—Mira a tu alrededor, Rome. No somos los únicos que peleamos en las calles. Estos humanos se matan unos a otros sin ningún tipo de ayuda ni instigación por nuestra parte. Llevan disparando, peleando y matando en estas calles desde mucho antes de que llegáramos nosotros.</p> <p>—Pero no los de nuestra especie. Sé que no podemos cambiar su mundo, su forma de vivir o su gobierno. Pero podemos controlar a los nuestros.</p> <p>—Eres un ingenuo —rebatió Nick mientras se terminaba la cerveza y dejaba el botellín en la gigante losa de mármol que hacía las veces de mesa de café.</p> <p>—Hablas como los rogues —dijo X en voz baja, frotándose la parte de atrás de la calva—. Ellos también creen que solo podemos actuar como animales.</p> <p>El último vestigio de control de Nick se rompió. Se desató una guerra dentro de él. Una parte le decía que ellos eran diferentes, que de alguna forma estaban contaminados. Y la otra (la que Rome y los demás Shifters estadounidenses querían que viera) insistía en que incluso con sus diferencias podían coexistir en paz. A Rome le entristecía ver a su amigo sumido en esta lucha.</p> <p>Nick se puso de pie rápidamente y miró enfurecido a X, como si estuviera preparado para pelear con él.</p> <p>—¡No me compares con esos mariquitas, joder!</p> <p>X no se molestó en levantarse pero lo fulminó con la mirada.</p> <p>—Entonces deja de ir de víctima como ellos. Sí, somos de una especie diferente, ¿y qué? Ya es hora de que lo superemos y dejemos nuestra propia impronta.</p> <p>Estaban sacando el carácter, bueno, Nick lo estaba haciendo. X entraba al trapo con facilidad a pesar de que él y Nick habían tenido ya bastantes discusiones en el pasado. Rome, como siempre, era el pacificador.</p> <p>—Nick estará bien. Sabe que esto es lo que debemos hacer, lo que pasa es que es de naturaleza rebelde. —Rome rezaba para que eso fuera verdad.</p> <p>—Necesito otra cerveza —murmuró Nick, y salió con paso airado.</p> <p>—Está cada vez más nervioso —dijo X cuando estuvieron solos.</p> <p>Rome asintió con la cabeza.</p> <p>—Lo sé. La aparición de los rogues no está ayudando mucho. Está preparado para matar primero y hacer preguntas después.</p> <p>X se encogió de hombros.</p> <p>—Es nuestra naturaleza, Rome. Yo estoy absolutamente de acuerdo con lo del gobierno, pero no podemos negar nuestra herencia animal eternamente.</p> <p>Rome lo sabía mejor que nadie. El lento merodear de su felino presionando cada día contra su mente humana era la prueba.</p> <p>—Lo sé. Pero hay una forma de contenerla siempre que sea posible. No sé si podremos enfrentarnos a los rogues siempre de esta manera, pero al menos tenemos que intentar empezar a actuar en esa línea. —Levantó la mano que sostenía el disquete—. Tal vez aquí haya algunas estrategias que podamos usar.</p> <p>—¿Estrategias? Pensé que queríamos pistas para encontrar a los asesinos. ¿Sigues sin acordarte de nada más de aquella anoche? —preguntó X.</p> <p>—Tenemos que..., no —suspiró—. Solo estoy intentando hacer lo correcto, X.</p> <p>—Lo sé. Y sabes que te cubriremos las espaldas independientemente de lo que quieras hacer.</p> <p>—Los quiero muertos.</p> <p>X asintió con la cabeza.</p> <p>—En cuanto los encontremos —dijo solemnemente.</p> <p>«Y cuando estén muertos, ¿qué?». Una voz distante resonó en la cabeza de Rome. No sabía cuál era la respuesta.</p> <p>Se sentó en el sofá, dejó el disquete encima del muslo, cerró los ojos y luego los volvió a abrir.</p> <p>—Escucho los sonidos, siento la estrechez de las paredes del armario a mi alrededor. Y luego puedo olerlos. A todos. A mis padres, a Baxter, a los asesinos.</p> <p>—Entonces ¿te acordarías si los volvieses a oler?</p> <p>—Sin duda.</p> <p>X fue el que asintió con la cabeza esta vez.</p> <p>—Entonces es hora de que empecemos la rueda de reconocimiento.</p> <p>—Sí. —Rome volvió a mirar el disquete—. Creo que tienes razón.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>Kalina</strong> nunca pensó que se alegraría de sentir el bofetón del aire húmedo y pegajoso en sus mejillas, pero cuando salió de su coche y empezó a caminar por el aparcamiento hacia la entrada trasera del Departamento de Policía Metropolitana, eso fue exactamente lo que sintió. Ni siquiera se había molestado en preguntarse cómo era posible que su coche estuviera aparcado delante de su edificio. No estaba allí la noche anterior, pues ella había regresado a casa en la limusina de Rome. Y no se lo preguntó porque estaba segura de que había llegado de la misma manera que ese mandón, controlador y allanador de Roman Reynolds.</p> <p>La señora Gilbert se había quedado en su apartamento después de que se fuera Rome. Se había quedado unos quince minutos más de su cuota habitual de cinco minutos de pie en el pasillo, con ese horrendo gato gruñéndole a Kalina y mirándola enfurecido. Normalmente se le aceleraba el corazón todo el tiempo que estaba cerca de la señora Gilbert y su minino. Pero ese día estaba tan cabreada con Rome que estuvo a punto de enseñarle los dientes y devolverle el gruñido al antipático gato.</p> <p>Mientras caminaba, los tacones bajos de sus sandalias iban haciendo ruido al chocar contra el asfalto. Era un ruidillo leve, pero en el silencio a Kalina le pareció estruendoso. No iba vestida con el atuendo normal de trabajo; si la veían, podía pasar fácilmente por una ciudadana visitando el Departamento de Policía por un motivo u otro. Además, hacía demasiado calor para llevar mucha ropa. El vestidito de verano sin mangas y con vuelo que coqueteaba con sus rodillas era lo más fresco que podía llevar sin andar desnuda por las calles de la ciudad.</p> <p>Su objetivo era simple: sacar el expediente del caso Sheehan, en el que estaba trabajando hacía dos años.</p> <p>La división de narcóticos se encontraba en el segundo piso de lo que parecía uno de los edificios más feos de la ciudad. Bajó del ascensor y escuchó el familiar murmullo de conversaciones en la oficina de planta abierta. Los departamentos estaban separados por paredes con la parte de arriba de cristal y puertas dobles. De camino al departamento de narcóticos pasó por homicidios; saludó con la cabeza a sus compañeros agentes pero pasó de largo. No estaba allí para charlar. Había una razón para que le mandaran esas fotos, alguien relacionado con ese caso hacía años iba tras ella.</p> <p>Las fotos de la noche anterior estaban metidas en el último cajón, debajo de todos sus calcetines. Ahora que lo pensaba, probablemente debería haber guardado la primera foto que recibió, aunque algo le decía que habría más. Quienquiera que fuese quería algo de ella. Una vez superado el miedo que la asaltó al ver las fotos por primera vez, había sentido algo distinto: ira. Quien había hecho esas fotos estaba muy cerca de ella e intentaba intimidarla, otra vez.</p> <p>Pero eso no iba a suceder, pensó mientras utilizaba las palmas de sus manos para pasar a través de la puerta doble que llevaba a su departamento. Estaba bastante tranquilo porque era sábado por la tarde y la mayoría de los detectives estarían preparando algún operativo o bordeando los barrios para hablar con informadores. Esa era la parte aburrida del trabajo, pero resultaba necesaria.</p> <p>Su escritorio se situaba cerca de una de las grandes ventanas cubiertas de polvo. Llevaba semanas sin pasarse por la oficina, así que estaba lleno de carpetas, correo y papeles que probablemente sus compañeros pensaron que era divertido tirar allí. Se sentó en su silla y la acercó a la mesa con cuidado para que las ruedas no se quedaran enganchadas en la alfombra raída del suelo.</p> <p>Encendió su ordenador y mientras esperaba a que se pusiera en marcha sacó las llaves y abrió el cajón archivador de debajo de la mesa a la izquierda. Ahora la mayoría de los archivos se guardaban en el ordenador: los registros civiles de todos los sospechosos, los detalles de las operaciones, los informes oficiales que había que archivar y hacer una copia para el tribunal. Pero en su cajón Kalina guardaba su propio expediente personal de cada caso en el que trabajaba. El caso Sheehan estaba en una carpeta negra y gruesa, deteriorada por el tiempo y el uso. La sacó y la dejó encima de la mesa. Marcó sus contraseñas, abrió el fichero informático y revisó las fotos de todos los sospechosos a los que había investigado en el caso.</p> <p>Ninguno le sonaba ni se parecía al hombre que le entregó la primera fotografía. Aquel hombre, recordaba ella, tenía un aspecto inconfundible; le había provocado una memorable reacción que ahora pensó que era más extraña que una simple revolución hormonal. Algo pasó cuando vio a ese hombre, cuando él la miró y dijo su nombre. Incluso ahora, al pensar en él, sentía escalofríos y le picaba la piel. Suspiró, se echó hacia atrás en la silla y se quedó mirando la pantalla del ordenador.</p> <p>«¿Qué se me está escapando?».</p> <p>Sin ninguna motivación real pulsó la tecla de la flecha y fue pasando de una foto a otra a un ritmo constante. Esta vez no estaba buscando solo una cara, sino otras tres.</p> <p>Los tres chiflados de la recepción, que también despertaron en ella una reacción muy rara. Después de unos minutos suspiró.</p> <p>Nada.</p> <p>No había fotos para identificarlos. Ninguna conexión y... Entonces se dio cuenta de un detalle del que no había sido consciente hasta entonces: nadie le había dicho nada. Nadie parecía haberse fijado en ella.</p> <p>Habría una docena de personas en ese momento en el departamento, pero nadie le había dicho una sola palabra. Eso se podía tomar como algo bueno, pues en realidad ella no estaba de humor para ponerse a charlar con sus compañeros. Así y todo, seguía siendo un poco raro.</p> <p>Se dijo que si se parase a apuntar todas las cosas extrañas que le estaban pasando últimamente ya podría haber escrito un libro. Todo parecía estar fuera de control. Los objetivos que ella pensaba tener tan claros se tambaleaban y no podía entender el porqué. Todo lo que tenía que hacer era investigar a un hombre.</p> <p>Lo cual no estaba resultando tan fácil como al principio le había parecido. Sobre el papel, todo apuntaba a que era culpable. Pero sus cuentas estaban limpias, su voz era cautivadora, sus caricias completamente indecentes. Él tenía razón, lo deseaba, se moría por él y se despreciaba a sí misma por ello.</p> <p>Quería trabajar en el caso, declararlo culpable y seguir adelante. Pero él era una distracción. Las fotos que había recibido eran una distracción. La cabeza le daba vueltas de una cosa a la siguiente y respiró hondo para tranquilizarse. Y sintió el olor a papel caliente de la impresora, a cigarrillos rancios de la vieja chaqueta de <i>tweed</i> de Kretzky, que dejaba colgada para los días que tenía que ir a los tribunales, el olor a humedad de la moqueta que llevaba allí treinta años y que necesitaba urgentemente que la arrancaran y la quemaran... Todos esos olores se mezclaron en su mente y, por alguna razón, le provocaron náuseas en lugar de nostalgia.</p> <p>Tenía algo en la boca del estómago. Parecía añoranza, pero lo descartó y lo consideró hambre. Entonces recordó que no había comido en todo el día... Se había despertado tarde, cuando acabó de ducharse llegó Rome y luego la señora Gilbert con el gato.</p> <p>Maldiciendo, apretó más teclas del teclado. Algo no cuadraba, o quizá ella no era capaz de entenderlo. Cogió la carpeta hecha jirones con cuidado y se la metió en el bolso. Apagó el ordenador y agradeció la falta de interés que había despertado su vuelta al trabajo. Abandonó la división de narcóticos y se dirigió a la salida del edificio.</p> <p>Sin embargo, cuando pasó por la sala de reuniones a mitad de camino entre dos departamentos las puertas dobles de cristal se abrieron y la gente empezó a salir en fila. Eran detectives, polis vestidos de paisano y el jefe de policía, todos con cara de pocos amigos. Algo pasaba.</p> <p>—Eh, Harper, ¿qué haces aquí? Pensé que estabas de secreta. —Reed Sampson, un detective de homicidios con ojos marrón claro y una sonrisa preciosa que la había invitado a salir demasiadas veces para recordarlas, le tocó el codo mientras hablaba.</p> <p>—Hola, Sampson. Sí, solo he venido a ver cómo iban las cosas por aquí y a seguir unas cuantas pistas que tenía sobre mi caso. —Era mentira. No había pistas. No podía encontrar nada sobre el tipo, nada excepto la sensación de que no era lo que aparentaba. Pero eso en realidad se había acentuado durante sus dos últimos encuentros y no estaba completamente segura de si tenía la cabeza en el trabajo o en asuntos personales—. ¿Qué pasa? —preguntó ella, haciendo un gesto con la cabeza hacia la fila de hombres que se dispersaban entre los cubículos y hacia los ascensores.</p> <p>—¿No te has enterado? Probablemente no, porque estás en una misión. —Reed le hizo un gesto para que fuera hasta su cubículo, al otro lado de la sala de conferencias.</p> <p>En realidad Kalina no quería seguirlo, no deseaba estar con él en un espacio cerrado, sabía que intentaría ligar con ella otra vez. Pero necesitaba saber qué era tan importante como para que el jefe de policía estuviera en una reunión un sábado por la tarde. Así que lo siguió.</p> <p>Reed dejó caer su carpeta, su libreta y su bolígrafo en la mesa, se subió los pantalones de vestir y se sentó. Kalina se sentó en el taburete que estaba al otro lado de la mesa, frente a él.</p> <p>—Entonces ¿qué es lo que pasa?</p> <p>—Dos asesinatos anoche. Mujeres negras solteras, más o menos de tu misma altura y peso, agredidas sexualmente y hechas pedazos. El jefe cree que hay una conexión con los asesinatos del senador y su hija, que fueron hechos trizas hace unas pocas semanas.</p> <p>Kalina recordaba ese caso. Aunque no hubiese sido policía lo habría recordado porque había estado saliendo en las noticias durante dos semanas después de que el senador y su joven hija desaparecieran. Sus cuerpos estaban destrozados hasta el punto de que tuvieron que identificarlos por los dientes.</p> <p>—¿Aún no se han encontrado sospechosos? —preguntó</p> <p>Reed negó con la cabeza.</p> <p>—Yo esta vez estoy con el jefe, es el mismo tío.</p> <p>—¿Crees que es un tío? —Kalina no estaba tan segura. No pensaba que fuera una mujer, pero algo en las fotos que había visto del senador y su hija le hacía pensar en otra cosa. Algo que habría jurado que no podía ser cierto.</p> <p>—¿Crees que una chica haría algo así?</p> <p>Reed era un buen tío, vestía muy bien y tenía un puesto fijo en el departamento. Probablemente era el tipo de hombre que debería estar buscando para sentar la cabeza. Pero... no.</p> <p>Ella se encogió de hombros.</p> <p>—No lo sé. No olvides que yo soy de narcóticos.</p> <p>—Es verdad —dijo él mientras se recostaba en su silla y se echaba la corbata por encima del hombro como si eso tuviera algún propósito significativo. Aparte de mostrarle que posiblemente se estaba pasando con los donuts, no tenía ni idea de cuál—. Ahora estás a otro nivel, trabajando con la DEA.</p> <p>Eso último lo dijo con un desagrado no muy sutil. No era un secreto que los polis locales aborrecían a los agentes federales de cualquier rama. Tenía que ver con lo que consideraban un exceso de arrogancia y muy poca experiencia en las calles. Mientras que los agentes federales, se imaginaba Kalina, probablemente pensaban que los polis tenían demasiado tiempo libre y confundían la velocidad con el tocino. No estaba segura de cómo podía encajar en las dos partes a la vez, pero era una idea que para ella tenía mucho sentido.</p> <p>—Solo estoy trabajando con ellos en este caso.</p> <p>—¿Estás siguiendo a ese delincuente escurridizo de Roman Reynolds? Ten cuidado con él —le advirtió Reed.</p> <p>Esa era una conversación que definitivamente no quería tener con Reed.</p> <p>—Es un trabajo, Reed. Como todos los demás. ¿Entonces tenéis una lista de posibles sospechosos de estos asesinatos? —Cambiar de tema era lo mejor que podía hacer.</p> <p>—No, esas chicas no eran nadie. Ni familia, ni direcciones, nada.</p> <p>Igual que ella, pensó Kalina con una punzada en el pecho. Si no fuera por su trabajo, cualquiera de esas mujeres podría haber sido ella.</p> <p>—¿Y eso significa que no vale la pena buscar a su asesino? —Su tono le sonó a la defensiva incluso a ella misma. La cara de sorpresa de Reed lo confirmó.</p> <p>—No he dicho eso. Es solo que abre mucho más el cerco de posibles sospechosos. Si tuviéramos algo de información sobre sus vidas, amistades o conexiones, tendríamos un punto de partida. En este momento lo único que sabemos es que las mataron de la misma manera.</p> <p>Kalina se restregaba las palmas de las manos arriba y abajo por los muslos, intentando calmarse. De repente se había puesto muy nerviosa.</p> <p>—Entiendo. A lo mejor puedo tirar de alguno de mis contactos, ver si se han enterado de algo en las calles.</p> <p>La sonrisa de Reed fue pausada.</p> <p>—¿Harías eso por mí, cariño? —preguntó mientras se inclinaba hacia delante, con los codos apoyados en las rodillas, e intentaba alcanzar sus manos.</p> <p>Con un simple movimiento ella apartó las manos y se llevó una a la cabeza para alisarse el pelo mientras apoyaba la otra en la mesa.</p> <p>—Podría preguntar por ahí, a ver si encuentro alguna pista que os sirva para el caso.</p> <p>—Pero ¿no estás ahora mismo trabajando en algo con los federales?</p> <p>Esos brutales asesinatos habían despertado su interés, aunque ella no fuera detective de homicidios.</p> <p>—Mira, gracias por ofrecerte —dijo Reed, cuyos ojos tenían problemas para mantenerse mirándola a la cara. Obviamente el escote de su vestido era más interesante—. Pero creo que lo tengo bajo control.</p> <p>Ella asintió con la cabeza.</p> <p>—Está bien. —Sí, claro, lo tenía bajo control, igual que los otros veintitantos casos de asesinatos sin resolver que había sobre su escritorio. Estaba claro que Reed no era el mejor detective del departamento de homicidios; ser perezoso y estar ya bastante descorazonado por todos los crímenes que había visto es sus años en el cuerpo le había quitado la opción a ese título. Aun así, mantenía su trabajo y seguían asignándole nuevos casos. No era de extrañar que la delincuencia fuera en aumento.</p> <p>—Espero que atrapes a este tío —dijo ella mientras se daba la vuelta y cogía su bolso grande, que contenía sus propios expedientes e información.</p> <p>Reed también se levantó y esta vez la agarró de la muñeca.</p> <p>—Deberíamos quedar fuera del trabajo. ¿Te apetece ir a cenar?</p> <p>Era más alto que ella, pero no más alto que Rome. Tenía una complexión atlética y parecía estar en forma, pero no irradiaba la fuerza de Rome y, por supuesto, no tenía su planta. Y ella estaba perdiendo la cabeza por pensar en un hombre que la volvía completamente loca.</p> <p>—Ah, no creo que sea una buena idea —dijo, sorprendida de sus propias palabras—. Trabajamos juntos, ¿recuerdas?</p> <p>—En realidad, no —respondió él, acariciándole el brazo desnudo con los dedos. El movimiento la irritaba, le arañaba la herida abierta en su interior—. Estamos en departamentos distintos y parece que tú vas a pasar a cosas más grandes y mejores.</p> <p>Notó que volvía a hablar de la DEA y se preguntó por qué seguía mencionándolo. Probablemente por celos. Había mucho de eso en el departamento. Pero ella era la última persona por la que nadie debería sentir envidia.</p> <p>Se soltó el brazo de un tirón y se rio levemente.</p> <p>—Siempre seré poli de corazón —dijo ella—. Creo que deberíamos mantener una relación amistosa e informal.</p> <p>—Oh, yo estoy completamente a favor de lo informal —dijo él, pero sus manos se las arreglaron para acabar en sus caderas y la empujaron hacia él en los pequeños confines de su cubículo—. Sin compromiso. ¿Sabes lo que quiero decir?</p> <p>Lo que Kalina sabía era que la estaba poniendo enferma, literalmente. Se le revolvió el estómago y pensó que iba a vomitarle justo encima de la corbata de los Pittsburgh Steelers, lo cual no habría sido un crimen porque los Pittsburgh no eran precisamente su equipo favorito.</p> <p>—Lo que quiero decir, Reed —dijo ella mientras se apartaba de él y se colgaba el bolso del brazo de una manera defensiva—, es que deberíamos seguir siendo compañeros de trabajo. Eso es todo. No estoy interesada en nada más. —Eso es, esperaba que ahora le quedase claro.</p> <p>Reed asintió con la cabeza y se pasó lentamente la lengua por el labio inferior en un movimiento que probablemente tenía la intención de excitarla. En cambio fue casi una provocación. Kalina dio un paso hacia él y le dio golpes en el pecho con el dedo.</p> <p>—Solo compañeros de trabajo. ¿Lo pillas? —Su último golpe hizo que Reed se tambaleara hacia atrás y la mirara extrañado.</p> <p>—Vale, vale —dijo, y levantó las manos como si estuviera a punto de arrestarlo—. Lo pillo. No te cabrees. De hecho, ¿por qué no te vas a trabajar en tu súper misión con los federales? Seguro que allí te necesitan —dijo con sarcasmo.</p> <p>Sí, estaba celoso; y ahora despechado. A ella no le importaba, de todas formas estaba harta de hablar con él.</p> <p>—Es la DEA y sí, me necesitan.</p> <p>Al salir de la comisaría la atormentaban sentimientos inestables, tanto físicos como emocionales. La DEA no la necesitaba; ella no era nadie. Igual que esas chicas muertas. Su estómago se volvió a revolver casi en rebeldía contra las palabras pronunciadas en su cabeza.</p> <p>En la seguridad de su coche subió el aire acondicionado y partió hacia casa, mientras su cabeza repasaba los hechos.</p> <p>Cuatro personas habían sido asesinadas. Mutiladas.</p> <p>Dos mujeres agredidas sexualmente, luego mutiladas.</p> <p>¿Había alguna relación?</p> <p>No con su caso, pensó Kalina mientras conducía de vuelta a su apartamento. No tenía nada que ver con ella. En la comisaría había introducido descripciones de los tres matones y se había vuelto con las manos vacías. Algo se movió dentro de ella, iba más allá de las náuseas que la habían asaltado hacía unos momentos. Bajó la ventanilla, necesitaba respirar aire fresco; entonces la recibió un viento seco que se filtró en el interior del coche.</p> <p>Desde el asiento del copiloto, su móvil sonó. Activó el <i>bluetooth</i> y contestó:</p> <p>—¿Sí?</p> <p>—Hola. Soy yo, Mel. Es que vamos a hacer una barbacoa mañana y me he acordado de ti. Ya sabes, al estar sola y todo eso, he pensado que te gustaría venir, comerte un par de hamburguesas y pasar el rato.</p> <p>Era su compañera de trabajo, la alegre secretaria con su envidiable vida familiar. Kalina tenía la palabra «no» en la punta de la lengua. No quería estar con gente que no conocía, tenía demasiado trabajo como para pensar en relaciones sociales.</p> <p>Por otra parte, nunca había tenido una amiga de verdad. Kalina podía contar sus relaciones personales con hombres y mujeres (fuera del trabajo) con los dedos de una mano. No construía relaciones, no compartía ninguna parte de sí misma con nadie, y nunca nadie lo había hecho con ella. Quizá iba siendo hora de abrirse un poquito. Quizá esta vez sería diferente.</p> <p>Mientras le rondaban por la cabeza más «quizás», su boca contestó:</p> <p>—Claro. Suena bien.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Capítulo 12</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong><style name="b">L</style>LAMABA</strong> a esta habitación «el punto». Era donde almacenaba las remesas que luego distribuía a los traficantes encargados de hacer dinero para él y engordar su creciente negocio.</p> <p>Era una habitación grande: techos de cuatro metros, con vigas y cables que se cruzaban por arriba como si fueran venas. Había pocas ventanas, pequeñas, cubiertas de mugre y situadas en la parte más alta de la pared, para que si alguien se asomaba apenas pudiera atisbar tuberías antiguas y la no menos vetusta estructura del viejo almacén.</p> <p>En el suelo había una fila de largas mesas, como dispuestas para dar de comer a un colegio entero..., pero no había sillas. En cada mesa podían encontrarse diversos productos, la mayoría de las veces cocaína, la droga que él mismo cosechaba y manufacturaba. Todos aquellos años de vida salvaje, en los que se había sentido algo así como estafado por el destino por haber nacido en las entrañas del bosque junto a todos los animales, por fin adquirían sentido, por fin servían para algo. A 160 kilómetros de donde nació, en una sucia y vieja choza al pie del Gungi, había fundado su imperio. Encontró las tierras adecuadas dos años antes. Allí tropezó con los inútiles indígenas que trabajaban incansablemente con las manos encallecidas para producir cocaína. La coca se mandaba a Raúl Cortez, en Perú, y luego a Estados Unidos, donde Cortez tenía su ejército de traficantes que se la suministraban a tantos y tantos individuos lo suficientemente débiles como para caer en la adicción.</p> <p>Tras hacer un favor a los inútiles subalternos acabando con su precaria existencia, había dormido en medio de lo que no era más que una enorme tienda de campaña. Dormir y pensar, pensar y dormir. Eso fue lo que hizo Sabar durante siete días enteros. Y en el mismo plazo que el Dios que adoraban los humanos tardó en crear este mundo vomitivo, a él se le ocurrió un plan para controlarlo.</p> <p>Pero en vez de descansar, el séptimo día Sabar mató. Cazó y devoró todo lo que se cruzó en su camino, dejó que la emoción de la caza, que la sed de sangre corriera torrencialmente por sus venas. La idea se le ocurrió durante las semanas que pasó refugiado en el bosque, de donde por fin salió a buscar a sus propios trabajadores. Y estos no eran sucios humanos, sino rogues, despreciados como él a los que los Shadow Shifters no querían y creían no necesitar, cuando, en esencia, ellos eran lo mejor de la especie, eran superiores. Se lo demostraría a todos ellos, de una vez por todas.</p> <p>Podría atacar sin más a las tribus del bosque: ir con su cada vez más numeroso grupo de rogues y saquear su campamento en lo más oscuro de la noche. Pero eso no tendría el efecto que buscaba. Era demasiado rápido, demasiado indoloro. Lo que tenía en mente para los Shadow Shifters era mucho más prolongado y mortal. No había que atenerse a las leyes de la venganza, porque no había ninguna ley.</p> <p>Manufacturar su propio producto, mandarlo a Estados Unidos en aviones militares estadounidenses autorizados por el Departamento de Seguridad y usar a los humanos con los que trataba de manera excepcional para pasar el producto, todo eso le daba muchos más beneficios de los que Raúl Cortez había visto en su vida.</p> <p>También traficaba, aunque más raramente, con armas y munición. Una cosa que había aprendido de sus contactos militares era que al Gobierno de Estados Unidos le encantaba luchar y gozaba llevando la iniciativa en la batalla. Así que siempre estaban dispuestos a comprar lo último y lo mejor para la guerra. Daba la casualidad de que uno de los nuevos socios de Sabar tenía exactamente lo que el Gobierno quería y, mejor aún, lo que querían sus aliados.</p> <p>Así que de momento la vida le sonreía.</p> <p>Pero solo de momento. Todavía había algunos fallos en su plan, algunos asuntos que necesitaba resolver.</p> <p>Lo de Kalina Harper, por ejemplo. Un encuentro fortuito que nunca había podido olvidar. O no tan fortuito, pues al final había comprendido que seguramente estaba predestinado a suceder.</p> <p>Había otros problemas, otras partes de su plan que aún tenía que precisar, pero no había tiempo que perder y esa noche iba a dar el siguiente paso. Era de suma importancia llevar a cabo su plan. Si quería mandar necesitaba un ejército que lo respaldase. Reclutar nuevos rogues no era difícil; había mucho malestar entre los Shifters, tanto entre los Shadows del bosque como entre los estadounidenses. Los Shadow Shifters se enorgullecían de su unidad, de seguir sus reglas y vivir la vida establecida para ellos, dentro de unos parámetros ridículos. Eran leales los unos a los otros, dedicados a su <i>Ètica</i> y a su forma de vida. Pero las apariencias engañaban: había división, tal y como Sabar había previsto hacía años. Ahora que él mismo era un Shifter mimaba la idea de romper con la tradición como se cuida a un bebé recién nacido.</p> <p>Los humanos, por otra parte, amaban tres cosas: el dinero, el poder y el respeto.</p> <p>Lo único que Sabar quería de esas débiles criaturas era su dinero.</p> <p>El poder ya lo tenía, de nacimiento, junto con su ADN. Ser un Shifter era su salvación y estar un escalón por encima de la raza humana su recompensa. Le encantaba el control y el miedo que su lado felino provocaba, le encantaba ser el líder en que esa cualidad lo había convertido. Había esperado mucho tiempo para dar un paso adelante y reclamar lo que era legítimamente suyo, y ahora estaba a punto de conseguirlo.</p> <p>En cuanto al respeto..., quien no se lo tuviera moriría. Era bastante simple, según su forma de pensar.</p> <p>—JC está preparado —dijo Darel detrás de él.</p> <p>Sabar se pasó la mano por la parte trasera de su cabeza rapada y respiró profundamente antes de volverse. Darel no le tenía miedo. Desconfiaba de lo que intuía que iba a ser su próximo paso, sí, pero no estaba asustado, y eso podría ser bueno, pensó Sabar, o malo. Todavía no lo había decidido. Pero le gustaba Darel, le gustaba la mentalidad, siempre dispuesto a matar o morir, de aquel Shifter. El ver cómo semejante bestia ancha de hombros y ojos verdes lo miraba con furia casi le hacía sentir al Sabar orgulloso. Al fin y al cabo, él había entrenado a Darel; se había hecho cargo de él cuando solo era un niño y lo había educado para que fuese así de despiadado y asesino. Sí, estaba orgulloso. Pero quería estarlo aún más.</p> <p>—¿Has repasado los recibos de la última transacción?</p> <p>Darel asintió con la cabeza.</p> <p>—Lo he hecho. Están saldados.</p> <p>—Bien. —Sabar dio un paso para ponerse a la altura de Darel mientras caminaban juntos hacia el otro lado del punto. Allí había cuatro mesas llenas de fardos de coca que JC iba a recoger y a distribuir en las calles en una venta rápida—. Vigílalo de todas formas. Apesta. —Sacó su larga lengua para humedecerse los labios.</p> <p>A su lado, Darel gruñó.</p> <p>—No es tonto, jefe. Sabe que si la caga acabaremos con él.</p> <p>Sabar asintió.</p> <p>—Asegúrate de que no olvide ese pequeño detalle.</p> <p>—Eso está hecho.</p> <p>Un humano entró cruzando las pesadas puertas de metal. Era alto, parecía un palillo y tenía la cara hundida y curtida como si se hubiera pasado la vida expuesto al sol. Sus ojos oscuros se movían rápidamente de un lado a otro de la habitación mientras caminaba con seguridad. Tenía un hedor inconfundible: apestaba a miedo. El estómago de Sabar se revolvió. Si había algo a lo que odiaba más que a un Shadow Shifter era a un débil humano.</p> <p>—Hola, ¿qué tal? —dijo el hombre al que Darel llamó JC.</p> <p>Darel se adelantó a Sabar.</p> <p>—Aquí está la remesa. Tienes una semana para entregarnos el dinero y los recibos.</p> <p>—Mierda —dijo JC entre dientes—. ¿Todo esto? ¿Queréis que mueva todo esto en una semana?</p> <p>—Si no puedes —dijo Darel amenazante— encontraremos a alguien que pueda.</p> <p>—No —balbuceó—, eso... no es necesario. —Se pasó la mano por el pelo grasiento y dio unos pasos alrededor de Darel hacia la primera mesa. Mientras pasaba sus largos dedos por los paquetes cubiertos con papel de plata, soltó un silbido sordo—. Puedo hacerlo.</p> <p>—Más te vale. —Con un gruñido Darel hizo saltar a JC, que estuvo a punto de caerse encima de la mercancía.</p> <p>—¿Qué coño sois, tíos? —farfulló JC cuando alzó la cabeza y vio que los dos lo estaban flanqueando.</p> <p>—¡Tu peor pesadilla! —gruñó Sabar.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>El</strong> domingo Rome seguía con la mirada fija en la pantalla del ordenador en los confines de su dormitorio. Le dolía la espalda y las piernas le pedían a gritos una oportunidad para estirarse, pero sus ojos permanecían fijos en las palabras, las letras y los sentimientos que encerraba cada frase que su padre había escrito.</p> <p>El último año de vida de Vance Reynolds fue turbulento. Junto con los Delgado había intentado crear una alianza estadounidense, como la Asamblea del bosque. Querían un gobierno propio para los Shadow Shifters que habían elegido vivir al descubierto entre los humanos. En el bosque ya se habían propagado rumores de revuelta, amenazas de Shifters rogues que reclamaban sus derechos en el poblado que ellos mismos habían ayudado a construir. Vance se imaginaba que era solo cuestión de tiempo, que tarde o temprano esos rogues se abrirían paso hacia Estados Unidos.</p> <p>Era mucho más lo que estaba en juego aquí, en la tierra de la libertad. Los Shifters vivían al descubierto en lugar de permanecer escondidos bajo la bóveda del bosque, donde solo eran considerados sombras o bestias mitad animales, mitad hombres. Ahora podían caminar por las calles con la cabeza alta, ganarse la vida, trabajar para ellos mismos y sus familias, sin por ello renunciar a sus raíces. Sin embargo, como cualquier grupo que vive en un territorio desconocido, necesitaban límites, reglas, protocolos para mantener a salvo su secreto.</p> <p>En los últimos meses de su vida, Vance había empezado a esbozar el plan para convertir tal sueño en realidad. En aquel tiempo no había líderes de Facción en las zonas, nadie controlaba realmente lo que pasaba en el continente y Vance no podía hacerlo solo. Todos sus planes y secretos se los confiaba a Henrique y Sofía Delgado, además de a su esposa. Todos menos uno.</p> <p>Mientras Rome miraba fijamente la pantalla, supo sin ninguna duda que ni su madre ni los padres de Nick sabían nada del último plan de Vance. Un plan que había hecho tambalear todos los ideales y creencias de Rome sobre el hombre que era su modelo, el ejemplo a seguir.</p> <p>Rome se pasó las manos por la cara, con aire cansado; respiró hondo y se preguntó quién más habría leído esas notas. Según Bingham, él solo había sacado el disquete de la caja fuerte. Y X le había asegurado que simplemente había encontrado la manera de descodificarlo. Rome creía a X. Confiaba en su amigo.</p> <p>Pero no confiaba en Bingham, lo que suponía un problema más.</p> <p>—¿Ha encontrado lo que estaba buscando, señor Roman? —preguntó Baxter.</p> <p>Rome creía que estaba solo, pero no le sorprendió la silenciosa entrada de Baxter. El hombre se movía como si sus pies apenas tocaran el suelo. Con los años Rome se había acostumbrado. Además, aquella casa tan grande parecería muy solitaria sin Baxter. De todas formas, incluso con él, la mayor parte del tiempo se sentía solo.</p> <p>Pero así era la vida que llevaba, la vida que tenía que llevar.</p> <p>—He encontrado más de lo que buscaba —contestó finalmente—. ¿Por qué no me contó mi padre lo que estaba haciendo?</p> <p>—Los padres protegen a sus hijos.</p> <p>Baxter se movía por la habitación, sin duda buscando algo que recoger. Pero Rome no era desordenado. Al contrario, creía que todo debía estar en su sitio y se aseguraba de que estuviese allí. Su dormitorio principal se encontraba en la parte situada más a la izquierda de la casa y daba la impresión de que dentro cabían tres dormitorios de tamaño normal. Su inmensa cama con baldaquín estaba en el centro, justo enfrente de una enorme chimenea. Colores serios, caoba, gris marengo y azul zafiro, decoraban el enorme habitáculo. Las paredes estaban cubiertas de libros; gruesos edredones y voluminosas almohadas mullidas ocupaban la cama. El baño principal estaba a un lado; un pequeño gimnasio privado al otro. Podría permanecer en aquella extraña suite durante días sin necesidad de salir. Pero no lo hacía. Las paredes que lo rodeaban volverían loco a su lado felino.</p> <p>—¿Protegerme de qué? Contarme lo que estaba pensando no tenía por qué causarme daño alguno. A lo mejor le podría haber ayudado.</p> <p>—Usted no era más que un niño, señor. Su padre hizo lo que pensó que era lo mejor.</p> <p>—¿Hacer que lo asesinaran era lo mejor?</p> <p>Baxter hizo una pausa, su cuerpo delgado casi parecía perderse en mitad de la gran habitación.</p> <p>—Pues... probablemente era necesario. De otra forma usted nunca habría podido cumplir su destino.</p> <p>Allí estaba esa palabra otra vez: el <i>destino</i>. Su madre la utilizaba a menudo, le decía que había un destino para cada uno, que sus vidas estaban predestinadas. Rome pensaba que aquello eran simples chorradas. Él construía su futuro. Quizá su trabajo de líder de Facción y su lealtad a las tribus eran cosas a las que estaba abocado, pero habían sido sus decisiones lo que le había llevado a la situación presente, a lo que ocurría allí y ahora.</p> <p>—Algunas cosas siguen siendo difíciles de entender para usted.</p> <p>—Eso es porque tengo la sensación de que no lo sé todo. Si hay algo más que puedas contarme, Baxter, hazlo, por favor.</p> <p>—Es crucial esperar al momento oportuno.</p> <p>Baxter se fue hacia la cama, dobló el pesado edredón gris y quitó las almohadas que estaban de adorno. Abría la cama de Rome todas las noches, pese a las innumerables veces que este le había dicho que no era necesario. Que Baxter aún cocinara, limpiara y llevara la casa probablemente era innecesario, pero Rome no podía imaginarse su vida sin él. Aparte de Nick y X, era la única familia que tenía. Tal era la verdad, por triste que fuera.</p> <p>—Los rogues están tramando algo.</p> <p>—Está en lo cierto. ¿Qué piensa hacer?</p> <p>—Aún creo en lo que quería mi padre. —Rome se recostó en la silla y suspiró—. En casi todo. —Pese a sus convicciones dudaba. No sabía cómo debía actuar.</p> <p>—Todos los líderes de Facción parecen pensar lo mismo. Es conveniente algún tipo de sistema judicial.</p> <p>Rome asintió con la cabeza.</p> <p>—Tengo apuntes sobre eso, sugerencias sobre quién debería estar al frente de la Asamblea estadounidense.</p> <p>—Creo que debería ser usted.</p> <p>—No, no tengo pensado proponerme a mí mismo. —Dicho esto, Rome se levantó y se fue hacia la estantería donde tenía sus libros de Derecho.</p> <p>—Usted los dirigirá mejor que cualquier otro, señor Roman.</p> <p>—No es lo que he planeado para mi futuro.</p> <p>—A veces no se puede elegir un futuro, es el futuro el que lo elige a uno.</p> <p>Rome ni siquiera quiso preguntar qué significaba eso. Quería hablar con Ezra para asegurarse de que Kalina estaba a salvo. No la había visto desde el día anterior, cuando se pasó por su casa. Las emociones que se agitaron dentro de él por la cercanía de la mujer lo habían desconcertado, le habían hecho sentir que quizá necesitara un poco de distancia. Se había encerrado, sumiéndose en la lectura de los diarios de su padre, en un intento de entender por qué se sentía traicionado. Pero no podía concentrarse; ella seguía en su mente, nunca se había ido del todo.</p> <p>—Debería ir a verla. —La voz de Baxter interrumpió sus pensamientos</p> <p>—¿Qué?</p> <p>—Que debería visitar a la mujer que lo ha obsesionado durante tanto tiempo. No debería estar lejos de ella. También en ese terreno se avecinan problemas.</p> <p>Baxter parecía saberlo todo. Si no estuviera absolutamente seguro de que era humano pensaría que se trataba de algún tipo de vidente tribal o algo por el estilo. Siempre sabía las cosas que iban a suceder antes de que ocurrieran, profetizaba sobre los Shifters como si fuera uno de ellos, como si hubiese nacido en el bosque. Pero no era el caso. Por lo que Rome sabía de él, siempre había sido un empleado de su padre. Ignoraba cómo lo conoció y por qué se hizo con sus servicios, y nunca se había molestado en preguntarlo.</p> <p>—No hay problema, eso lo tengo bajo control.</p> <p>Baxter se rio entre dientes.</p> <p>—Entonces no es usted tan listo como yo pensaba. No podrá controlarla hasta que de verdad lo entienda todo, e incluso entonces... —Se encogió de hombros—. Puede que aunque usted llegue a saberlo todo, siga siendo difícil controlar a esa mujer.</p> <p>¿Que significaban aquellas palabras? Rome estaba a punto de preguntárselo, y probablemente su cara desvelaba la confusión que sentía, pero en ese momento sonó su teléfono móvil, que estaba en el escritorio. Con su timbre y su vibración puso fin a la complicada conversación con Baxter.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Capítulo 13</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong><style name="b">¿C</style>UÁNDO</strong> fue la última vez que había estado en una barbacoa?</p> <p>Mientras se miraba en el espejo de cuerpo entero del interior de la puerta de su armario, Kalina suspiró.</p> <p>—Nunca he estado en una barbacoa.</p> <p>Tras mirarse de nuevo se dijo que iba bien con unos piratas negros y una camiseta gris. No hubiera estado mal una talla más grande, pero no le apetecía lo más mínimo ir de compras. Unas sandalias de tiras de tacón bajo completaban su atuendo informal. Se pasó los dedos por el pelo para ponerlo un poco de punta. Empezaba a tenerlo demasiado largo, de modo que los mechones de dos tonos eran más largos de lo normal por la parte de arriba..., pero una visita a la peluquería era otra de las cosas que no figuraban en su agenda. No llevaba el pelo corto por gusto, sino por razones prácticas; le gustaba arreglarse el pelo tanto como ir de compras. O sea, nada. Tal vez se debía a que de pequeña era pobre y no tuvo oportunidad de desarrollar ninguno de esos hábitos. Pero, por otra parte, una vez convertida en una adulta trabajadora, habría sido lógico que hiciera de buena gana todas las cosas de las que se había privado de joven. Sin embargo, no era el caso. Kalina las evitaba todas. Y era especialmente alérgica a las relaciones sociales.</p> <p>Esta vez, no obstante, iba a ser diferente.</p> <p>Se había pasado la noche, como quien dice, pensando en su vida, en las cosas que posiblemente podría querer en el futuro pero que nunca tendría si seguía por ese camino. Le encantaba su trabajo, quería destacar en él más que cualquier otra cosa..., pero de repente se estaba dando cuenta de que el trabajo podría no ser suficiente. Quizá fue la forma en que Mel hablaba de su familia o de sus hijos. Quizá fue la invitación a la reunión familiar lo que hizo que su mente se disparase. O tal vez fue la forma en que Rome la había besado, la forma en que la había mirado, como si fuera la única mujer en el mundo.</p> <p>Pero todo eso eran estupideces. No había, no podía haber, un final feliz para ella; su vida era lo que era.</p> <p>Fue hacia la cama, agarró el bolso de mano que había sacado del fondo del armario y sacó su teléfono móvil. Lo conectó. Sonó el tono que indicaba que había recibido un mensaje de texto. Era de Ferrell.</p> <p><i>Necesito que me pongas al día. Pronto</i>.</p> <p>Dios, ¿es que nunca iba a parar? Era domingo por la tarde y lo último en lo que quería pensar era en que no tenía pruebas para condenar a Rome Reynolds.</p> <p>Kalina ignoró el mensaje. No, no quería pasarse el día buscando como una loca algo contra el hombre hacia el que se sentía atraída.</p> <p>Cuarenta y cinco minutos más tarde se detuvo delante de un dúplex de ladrillo rojo con contraventanas negras. Aparcó el coche y se quedó allí sentada. Por el camino se había sentido animada, escuchando su emisora favorita de R&B mientras conducía. Pero ahora que ya estaba allí le entraron los nervios. ¿O era ansiedad? De cualquier forma, el corazón le latía un poco más rápido de lo debido. Salió del coche y se llenó los pulmones con el aire húmedo del exterior. Debería haber empezado a andar hacia la casa, pero se detuvo. Se quedó totalmente quieta y esperó.</p> <p>Kalina no sabía qué estaba esperando, pero había algo, en algún lugar, que la invitaba a detenerse. Era una intuición, quizá un presentimiento. El caso era que sentía algo indefinido. Solo tenía que esperar...</p> <p>Pasó un coche a toda velocidad y ella se dio la vuelta para mirarlo. Se llevó la mano al bolso instintivamente, como si su pistola estuviera allí. Pero no estaba. Se había convencido a sí misma de que tocaba placer y no trabajo. Había una en la guantera de su coche, pero no llevaba arma alguna encima.</p> <p>Escudriñó la calle arriba y abajo, pero su cuerpo no se movió. Entonces pasó otro coche, cuyo conductor se tomaba en serio el límite de velocidad de sesenta kilómetros por hora. De eso no había duda. Era un coche normal, un Toyota, pensó al verlo pasar. Memorizó la matrícula y observó que había conductor y copiloto. Era una información ridícula, pero se le quedó en la cabeza.</p> <p>Se escuchó un chasquido detrás de ella y volvió a sobresaltarse. Alguien había pisado algo y lo había roto. Pero cuando se dio la vuelta no había nadie.</p> <p>—¡Maldita sea!</p> <p>Respiró hondo para tranquilizarse y se dijo que estaba perdiendo la cabeza. Bueno, ese problema tendría que abordarlo a la mañana siguiente. El manicomio, al que indudablemente iba a ir a parar, podía esperarla un día más. La habían invitado a una barbacoa y, por todos los demonios, ¡iría!</p> <p>Con paso firme recorrió el corto camino que había desde la acera hasta la puerta y subió los escalones uno a uno, totalmente en guardia, con el pelo de la nuca erizado en todo momento. El aire estaba en calma y sin embargo algo le rozaba la piel. Levantó la mano para tocar el timbre y miró atrás, pero no vio nada excepto coches aparcados, la calle y una absoluta normalidad. Negó con la cabeza y se dio la vuelta justo a tiempo para ver cómo Mel abría la puerta y sonreía.</p> <p>—¡Has venido! Me alegro mucho de verte. —Melanie ya estaba extendiendo sus largos brazos para darle un abrazo.</p> <p>Se habían visto en el trabajo hacía solo dos días y en realidad se conocían desde hacía poco. Un reencuentro tan efusivo debería reservarse para una relación algo más estrecha.</p> <p>Kalina también la abrazó, a ver si se establecía una conexión. Sin embargo no la hubo, la verdad es que no. Seguía sintiendo que eran dos mujeres opuestas.</p> <p>De todas formas, al entrar en el vestíbulo revestido de madera Kalina se deshizo con alivio de la sensación de ser vigilada o perseguida, del presentimiento que la había mantenido asustada de su propia sombra.</p> <p>—Tengo una gran sorpresa. Bueno, para mí no es una sorpresa, de hecho creo que es una idea genial. Por eso lo pensé. Pero Pete está en plan «no te metas», y bla, bla, bla. Pero yo le digo que sé lo que hago. Bueno, ¿cómo te encuentras? Estás muy guapa. Ojalá yo estuviera así de sexy solo con unos pantalones y una camiseta.</p> <p>Todo esto lo dijo Mel de un tirón, sin coger aire, mientras acompañaba a Kalina desde el vestíbulo, pasando por una sala de estar y un comedor abarrotados de muebles y chismes, hasta una cocina con las encimeras rebosantes de comida.</p> <p>—Estoy bien. Gracias —respondió Kalina cuando por fin pararon.</p> <p>Melanie fue a la nevera y sacó otro cuenco.</p> <p>¿Pero cuánta gente va a venir a este pequeño convite?, se preguntó la recién llegada.</p> <p>—¿Necesitas ayuda? —Se ofreció por cortesía, pero sinceramente no sabía lo que podría hacer allí. Las tareas domésticas no eran uno de los puntos fuertes de Kalina. Sabía cocinar lo justo para no morirse de hambre y limpiaba la casa porque vivir en una pocilga no era algo muy agradable. Pero hasta ahí llegaba su vocación de ama de casa.</p> <p>—Claro, coge otro paquete de cervezas de esa caja. Las podemos dejar en la neverita de fuera. Estoy segura de que ya casi se habrán terminado las que saqué antes.</p> <p>—No hay problema. —Kalina fue hacia la esquina de la cocina, que parecía una tienda de bebidas, con un montón de paquetes de doce cervezas casi tan alto como ella. Cogió dos y se volvió—. ¿Dónde las pongo?</p> <p>—Ahora te digo. —Mel destapó un cuenco de plástico lleno de fruta y metió una cuchara grande—. Sígueme. —Se encaminó con el cuenco y su alegre sonrisa hacia la puerta de atrás.</p> <p>Kalina la siguió y salieron a una terraza que, como el interior, estaba llena de muebles, y ahora también de personas.</p> <p>Mel señaló hacia la neverita con la cabeza, lo que alborotó sus rizos rojos. Kalina caminó hacia ese lado de la terraza, abrió la tapa de la nevera y empezó a descargar las cervezas. Unos segundos después, Mel le tiraba del brazo otra vez.</p> <p>—Ven, que te voy a presentar. Ella es Kalina Harper, mi compañera de trabajo, y estos son Stephen Johnson y Eddie y Jamia Henderson.</p> <p>Kalina sonrió, tendió la mano y se la dio a los tres, que la miraban con alegres sonrisas. Eddie y Jamia eran pareja, eso era evidente por la forma en que Eddie extendió el brazo para darle la mano y luego apresuradamente la devolvió a su sitio alrededor de la cintura de la joven. Stephen estaba solo, sin pareja..., como ella. ¡Dios, una encerrona! Solo tardó unos dos segundos en darse cuenta de lo que estaba pasando.</p> <p>—Y ese es mi marido, Pete. —Dicho esto, Mel dejó a Kalina sola para dirigirse a la parrilla y abrazarse a un hombre alto y fornido con el pelo oscuro y un poco largo.</p> <p>—Encantada de conoceros a todos —dijo Kalina, y se aseguró de que el apretón de manos con Stephen fuera el más corto de los saludos.</p> <p>—Dice Mel que acabas de empezar a trabajar en la empresa, en contabilidad, ¿verdad? —preguntó Stephen Johnson. Con su cuerpo alto y atlético y sus ojos azules cristalinos, parecía un superhéroe. Su pelo era perfecto, negro y brillante, y tenía unos ojos tan luminosos que parecían de mentira. La cara estaba cincelada con una perfección casi artística. Era igualito que Superman, que daba la casualidad de que era su superhéroe favorito de todos los tiempos.</p> <p>Por desgracia, eso era en el mundo de los sueños de una adolescente. Aquí y ahora, aquel Superman de carne y hueso era un tío inquietantemente atractivo.</p> <p>—Sí, así es —contestó ella tardíamente—. En contabilidad.</p> <p>—¿Y hasta ahora qué te parece?</p> <p>—Es una experiencia interesante.</p> <p>Jamia se rio.</p> <p>—Eso significa que no le gusta.</p> <p>Kalina sonrió.</p> <p>—En realidad ni me gusta ni me disgusta. Digamos que el jurado aún está deliberando. —Se dijo que eso era aplicable a muchas cosas últimamente, incluido el jefe que estaba decidida a que no le gustase.</p> <p>—Lo entiendo —dijo Jamie, que a continuación miró a Eddie con lo que Kalina catalogó de fuego en los ojos.</p> <p>Hacían buena pareja. Él estaba rellenito, no era todavía gordo, pero sin duda tenía todas las papeletas para serlo. Ella era al menos treinta centímetros más baja que él, con unas trenzas largas, pelirrojas, que le llegaban casi al final de la espalda. No podían parar de tocarse, no podían resistirse a la enigmática fuerza de atracción que había entre los dos.</p> <p>Kalina se preguntó qué se sentiría al estar enamorada. ¿Cómo sería eso de estar tan inextricablemente unido a alguien? ¿Y cuánto duraba?</p> <p>Durante la siguiente hora Pete quemó dos hamburguesas antes de poder darle finalmente a Kalina una medianamente comestible. A Eddie y a Jamia les pareció gracioso y bromeaban sobre lo malo que era Pete con la parrilla y lo extraño que resultaba que Mel siguiera organizando esas reuniones. Los hijos de Mel iban y venían: los mayores, que tenían sus propios planes, solo cogieron algo de comer antes de irse; los gemelos tenían planes más apetecibles, que consistían en sentarse frente a la televisión en el sótano para ver un maratón de dibujos animados.</p> <p>Cuando Kalina terminó de comer, Stephen le recogió su plato alegremente, fue a dejarlo con la vajilla usada y volvió para sentarse a su lado.</p> <p>—A Mel debes de caerle muy bien si te ha invitado a su casa. Normalmente es una persona muy reservada cuando se trata de mezclar los negocios con el placer. —Sonreía, seductor, con un botellín de cerveza en la mano.</p> <p>—Es muy simpática —respondió Kalina con sinceridad—. Yo normalmente no me relaciono mucho.</p> <p>—¿No te gusta salir?</p> <p>Ella asintió con la cabeza y él sonrió.</p> <p>—A lo mejor yo puedo cambiar eso. ¿Quieres cenar conmigo?</p> <p>Era guapo y simpático. Debería de hacerle tilín, se dijo, pero no notaba nada, aquel hombre solo le inspiraba cordialidad.</p> <p>—Acabamos de cenar —dijo intentando mantener el tono distendido.</p> <p>—No digo hoy, ya sabes a lo que me refiero. Hablo de una cita. Tú y yo.</p> <p>Él y ella. Durante unos segundos Kalina intentó que la idea echara raíces. Pero por mucho que lo intentó no sirvió de nada. No podía verse con Stephen. Ni con Reed, su compañero de la comisaría. Solo podía ver a Rome.</p> <p>—No creo que sea una buena idea.</p> <p>No le hacía muy feliz pensar otra vez en el hombre que parecía empeñado en arruinar su vida. No solamente no encontraba nada contra él, sino que encima tenía que tocarla, que besarla, obligarla a desearle y a necesitar lo que jamás había necesitado ni creyó que necesitaría.</p> <p>Nunca tenía relaciones serias. Sexo de vez en cuando, y durante mucho tiempo ni siquiera eso, salvo en solitario. Nunca se había imaginado que sería la mitad de una pareja..., ni siquiera estaba segura de que fuera capaz de convivir con alguien a largo plazo.</p> <p>Tomó aire. ¿Qué demonios le estaba pasando? Que dos hombres le tiraran los tejos dos días consecutivos era algo completamente fuera de lo normal.</p> <p>La voz del galán sacó a la mujer de sus pensamientos.</p> <p>—Entiendo. Sales con alguien.</p> <p>—No —respondió ella rápidamente—. Qué va, no tengo a nadie. Lo que digo es que ahora mismo no quiero citas.</p> <p>—No quieres citas conmigo.</p> <p>Ella suspiró.</p> <p>—De verdad que no estoy saliendo con nadie.</p> <p>—Pero te gustaría salir con alguien... ¿Lo sabe él? —La voz de Stephen era amable, aunque había un poco de pesar en su tono.</p> <p>—¿Quién tiene que saber algo?</p> <p>—El hombre por el que te interesas. ¿Sabe que te gusta?</p> <p>—No estoy... —Se interrumpió de repente. ¿Qué estaba haciendo? Acababa de conocer a Stephen. Joder, en realidad no conocía bien a nadie gracias a su vocación de mujer solitaria. Podría hablar sobre eso con su terapeuta, pero tampoco le caía bien el psiquiatra y preferiría meterse palillos en los ojos y caminar sobre brasas calientes antes que sentarse en ese sofá y sincerarse ante su mirada enferma y recelosa.</p> <p>La mujer se sintió fatal. Definitivamente, era un desastre. En realidad más que un desastre... Pero Stephen parecía dispuesto a escucharla, así que se dijo que por qué no iba a contarle sus penas.</p> <p>—Creo que lo sabe.</p> <p>Aún sonriente, pero no muy contento con su confesión, Stephen añadió:</p> <p>—¿Y ha dicho algo? ¿Está interesado por ti?</p> <p>—Creo que sí, en cierto modo. —Decir claramente que el tío en cuestión quería acostarse con ella no le pareció muy políticamente correcto. Además, ¿cómo explicarle que pensaba que eso era todo lo que Rome quería de ella?</p> <p>Stephen se reclinó en su silla.</p> <p>—Sería un idiota si no lo estuviera.</p> <p>Ella no pudo contener una sonrisa por la seriedad con que lo dijo, como si de verdad viese en ella algo que todo hombre debería apreciar. La idea la animó. Además, la visión de las otras dos parejas juntas plantó una pequeña semilla de esperanza en su interior.</p> <p>Después de todo, tal vez sí que estaba hecha para tener una relación. Se bebió su refresco, lo pensó mejor y se lo tomó a risa, porque en realidad esa idea era ridículamente estúpida. Stephen ya llevaba cuatro cervezas, podría decir cualquier cosa y no significaría nada. De lo que Kalina estaba segura era de que la huérfana que estaba intentando hacer algo con su vida no necesitaba el estrés añadido de enamorarse del hombre equivocado.</p> <p>Así que decidió disfrutar del momento. Tenía muchas ganas de estar en aquella barbacoa, de formar parte de la normalidad de unos amigos un domingo por la tarde, solo eso, por una vez.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>Mientras</strong> la noche se posaba sobre la terraza, abarrotada de sillas plegables y mesas cubiertas de platos, una ligera brisa comenzó a soplar. Kalina estaba sentada con Mel, Pete y Stephen.</p> <p>Se acercó a los labios el refresco que había cogido y dio un sorbo. El líquido frío se deslizó por su lengua y por su garganta causándole una suave sensación. Dejó que el sabor a lima se mezclara en su boca.</p> <p>Estaba a punto de decir algo cuando lo escuchó.</p> <p>Era un gemido, o un gruñido, algún tipo de ruido procedente de un animal. Miró alrededor, pero no parecía que nadie más lo hubiese oído. A lo mejor uno de los vecinos tenía un perro muy grande que podía gruñir de esa manera. Pero Kalina desechó enseguida esa explicación. No sabía por qué, pero estaba segura de que no se trataba de eso.</p> <p>Su cuerpo se tensó y se enderezó en la silla. El sonido volvió a escucharse, esta vez más cerca. Lamentó no haber encontrado la forma de meter la 9 milímetros de la guantera en su minúsculo bolso. Había peligro, no le cabía duda. Era esa sensación que conocía tan bien, que se le aferraba a las entrañas y mandaba rápidos mensajes a su cerebro para que estuviera alerta. Siempre había tenido ese tipo de intuición. Sabía que experimentaba sensaciones que no tenían los demás. Justo a su lado, la conversación entre Melanie y sus invitados fluía con alegre despreocupación, pero los sentidos de Kalina tenían ahora otro objetivo. Con máxima concentración, se centró en el extraño sonido, que además se estaba acercando. Todo su cuerpo y toda su mente, hasta lo más recóndito, se prepararon para reaccionar.</p> <p>Era de lo más extraño. Tuvo una sensación de <i>déjà vu</i> tan fuerte que se mareó. Tendría que luchar, se dijo, y la idea hizo que sintiera un cosquilleo en los dedos. Pero ¿contra quién? Estaba en una barbacoa con amigos, por el amor de Dios. ¿Iba a pelear con el cuñado que había venido pensando que iba a ligar? ¿Con el padre de familia que le había quemado las hamburguesas?</p> <p>No tenía sentido.</p> <p>Pero al final del jardín, donde unos arbustos frondosos cubrían la alta cerca que protegía la intimidad del recinto, notó un movimiento. De una sombra, pero un movimiento al fin y al cabo. Se puso de pie instintivamente y se fijó en ese punto.</p> <p>—¿Necesitas algo? —preguntó Stephen, que ya estaba a su lado.</p> <p>—¿Eh?..., no. Esto..., solo necesito ir al baño —contestó ella—. Ahora vuelvo.</p> <p>Kalina entró en la cocina por la puerta de atrás. Caminó velozmente a través de las habitaciones en busca de la puerta del sótano. La encontró en la pared del vestíbulo. Se dirigió escaleras abajo, mientras escuchaba un estruendo que identificó como la música de Bob Esponja. Al final de las escaleras miró a su izquierda. Entró a una habitación enmoquetada, revestida de madera y llena de muebles entre los que se incluía una gran televisión de pantalla plana. Mathew estaba tirado en el sofá y Madison se hallaba profundamente dormida en un sillón frente a él.</p> <p>Fue de puntillas hasta la puerta y entró en lo que era obviamente el cuarto de la lavadora: el suelo era de cemento, había una lavadora y una secadora y ropa colgada o doblada por todas partes. Pero nada de eso importaba; la sensación de que había algo fuera se le antojaba cada vez más presente, más angustiosa. Había otra puerta y Kalina la abrió rápidamente, después de agarrar un bate de béisbol que había visto antes en un rincón.</p> <p>Salió a la noche y comprobó que los adultos seguían hablando y bebiendo justo encima de ella, en la terraza. Se movió despacio, con la esperanza de que los invitados y los anfitriones, confundidos por la cerveza, no la vieran atravesar sigilosamente el alargado jardín. Kalina se sirvió del manto de la oscuridad y la densa fila de arbustos y se adentró más y más en el jardín, hasta que un sonido la hizo detenerse.</p> <p>Esta vez no se trataba de un gruñido, sino de un resoplido. Y ella sabía que era de un animal porque no era la primera vez que lo oía. Lo había oído la noche anterior, y otra noche mucho más lejana.</p> <p>Rezó para estar equivocada. Lo que pensaba que había visto no existía, no podía existir. Se acercó más a los arbustos con ese pensamiento en la cabeza.</p> <p>Entre ellos hubo un destello de luz. Verde. Dos círculos verdes. ¿Eran ojos?</p> <p>El corazón casi se le salió del pecho cuando tal idea entró de golpe en su cerebro.</p> <p>Se paró, incapaz de moverse ni un centímetro.</p> <p>Ojos en los arbustos.</p> <p>Se escuchó algo detrás de ella y se estremeció. Se dio la vuelta como un rayo y levantó el bate. Lo que se le echaba encima era grande y se movía con rapidez. Pero ella era más veloz y con un gesto preciso le dio un estruendoso golpe. Se disponía a golpear con el bate de nuevo y acercarse para comprobar lo que era cuando la cogieron por detrás.</p> <p>Una mano le tapó la boca, otra la agarró de la cintura y fue arrastrada hacia los arbustos que había pensado que eran su escudo.</p> <p>Opuso resistencia, pero fue en vano, porque su captor era muy fuerte y se movía con rapidez. La cerca cedió por la zona donde estaban los cubos de basura, pero no produjo ningún ruido al romperse. Se movían rapidísimo. Sentía el azote del viento en la piel como si estuvieran viajando en coche descapotable a alta velocidad.</p> <p>El resoplido se hizo más y más ruidoso, hasta que se convirtió en un maullido enfermizo. Y el secuestrador siguió moviéndose y moviéndose hasta que la tiró en la parte trasera de una furgoneta.</p> <p>—¡Vamos! —gritó la voz de un hombre.</p> <p>El motor arrancó y las ruedas chirriaron en el asfalto.</p> <p>Kalina se dio la vuelta en el asiento de cuero y se giró hasta que vio unos ojos que la asustaron aún más que los círculos verdes que había visto entre los arbustos. Eran dorados, como motas de sol derramadas en la cara de un hombre con la piel del color de la noche.</p> <p>Ahora sí que hubiera dado cualquier cosa por tener su pistola.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Capítulo 14</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong><style name="b">U</style>MBERTO</strong> Alamar salió lentamente de su jet privado y caminó hasta el todoterreno negro que esperaba en la pista. Un tipo nuevo de brisa le golpeó la piel desprotegida y el inquietante aroma de una tierra indómita y peligrosa se filtró por su nariz. Se acercó a la puerta abierta del vehículo, se desabrochó los dos botones de la chaqueta y entró.</p> <p>La ropa humana, pensó, picaba endemoniadamente.</p> <p>El interior del vehículo estaba oscuro. Se encontraba solo, como le ocurría la mayor parte del tiempo, como había estado la mayor parte de su vida adulta. Excepto durante los tres años en los que su madre jaguar se había quedado a su lado, Umberto no había tenido familia. Lo acogieron las mujeres de la tribu, y los hombres lo entrenaron para que se convirtiera en el líder que era hoy.</p> <p>A sus cincuenta y dos años ya tendría que haber encontrado algún tipo de consuelo en la vida que habían elegido para él casi antes de que pudiera siquiera respirar.</p> <p>Pero no lo había hecho.</p> <p>Estaba donde tenía que estar, hacía el trabajo para el que estaba destinado. Pero no era suficiente. Lo sabía. Como supo tres días antes que ese viaje a Estados Unidos era inminente.</p> <p>Las cosas estaban cambiando; las viejas reglas empezaban a mostrarse insuficientes en esta nueva batalla que se avecinaba. Y era en suelo extranjero donde habría que buscar el primer botín de esta guerra.</p> <p>Con un profundo suspiro se recostó en el asiento, mientras se preguntaba cómo habían llegado a semejante trance. Sabía instintivamente que su resolución no dependería solo de él.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>X</strong> dio la bienvenida al veterano y sujetó la puerta abierta del todoterreno que lo había llevado desde la pista de aterrizaje privada de Virginia, en realidad propiedad de los Shadow Shifters pero registrada a nombre de un par de accionistas falsos de la empresa de Rome y Nick. Rindiéndole el honor y el respeto que merecía, X se inclinó ante él y se mantuvo en esa posición mientras esperaba a que el veterano saliera del vehículo; por fin una mano firme le dio una palmada en el hombro, dándole permiso para que se incorporara.</p> <p>Solo hacía una hora que había recibido el aviso de la Asamblea de que el veterano Alamar iba a llegar. También le habían dicho que mantuviera en secreto la hora y el lugar de su llegada, hasta que le ordenaran lo contrario.</p> <p>X hizo lo que le dijeron.</p> <p>Como casi siempre.</p> <p>La de esta noche era una de esas ocasiones en que había hecho caso a uno de los veteranos y había mantenido la boca cerrada sobre la llegada de Alamar. Lo había hecho por dos motivos. Primero, porque tenía instrucciones de llevar a Alamar a casa de Rome, lo cual significaba que no tendría que ocultarle nada a su amigo y líder de Facción. Y segundo, porque si no salía de su apartamento para recoger al veterano tendría que sentarse allí y dejar que las paredes se le vinieran encima, sepultando los últimos despojos de vida que le quedaban.</p> <p>Normalmente a X le gustaba la soledad, que calmaba las terribles tempestades de su alma. Pero esa noche necesitaba algo distinto.</p> <p>Los 160 kilómetros que había del aeropuerto a casa de Rome le dieron tiempo para pensar, o mejor dicho, para no pensar en las carencias, las necesidades que se acumulaban en su atormentado interior. Él no era un simple hombre, ni una simple bestia. No, la dotación genética de X no era lo único diferente, fuera de lo común. Había mucho más. Desde la primera vez que fue consciente de los oscuros deseos que hacían hervir su sangre, había tenido extremo cuidado de mantener el secreto. Solo una clase de Shifters anhelaba las cosas que ansiaba X, solo una rama de su especie disfrutaba con el lado más oscuro del sexo.</p> <p>Los rogues.</p> <p>Pero él no era un rogue. Cada día al levantarse por la mañana se convencía a sí mismo de que no era como esos traidores, esos asesinos.</p> <p>Él era diferente. Siempre lo había sido.</p> <p>X frenó frente a la casa de Rome, salió del coche, caminó hasta la parte de atrás y abrió la puerta.</p> <p>—¿Dónde está Roman? —preguntó el veterano Alamar sin rodeos.</p> <p>—Si no está en casa, lo encontraré, señor —respondió.</p> <p>Se acercaron a la puerta principal. Baxter estaba allí y la mantenía abierta.</p> <p>—Bienvenido, veterano Alamar. Pase, señor.</p> <p>El veterano Alamar asintió con la cabeza y se dispuso a entrar en la casa. X iba a marchar tras él, pero Baxter levantó su delgada mano para detenerlo.</p> <p>—Debe irse. El señor Roman recibió una llamada y salió volando. Creo que es la mujer.</p> <p>La mujer de la que tanto X como Nick sospechaban y cuyo expediente estaba bloqueado cuando intentó investigarla. La mujer que comenzaba a jugar un papel esencial en lo que estaba pasando, fuera lo que fuese.</p> <p>—¿Dónde fue y cuánto hace que se marchó?</p> <p>—A la calle cuarenta y cinco oeste. Unos cinco minutos antes de que usted llegara.</p> <p>—Llama a Nick y asegúrate de que lo sabe.</p> <p>Baxter asintió.</p> <p>—Sí, señor Xavier.</p> <p>X volvió al coche sin hacer más preguntas. No hacía falta; todo lo que necesitaba saber era que Rome estaba allí afuera, posiblemente luchando en la noche, solo, por una mujer de la que seguían sin saber nada.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>Ella</strong> gritaba, y su nombre rebotaba en las paredes en forma de agudos gemidos. Nick empujaba con las caderas, embestía frenéticamente. Y así continuó hasta que densos riachuelos de semen llenaron el preservativo que llevaba en el pene, metido muy dentro de su encendida vagina.</p> <p>Tenía los dedos enroscados en el largo pelo y tiraba de su cabeza hacia él mientras la penetraba desde atrás. Los músculos de sus brazos y de su espalda se contrajeron mientras embestía de nuevo; su cuerpo buscaba aliviarse y su mente se aferraba a los recuerdos.</p> <p>Así era como Nick poseía a las mujeres, con golpes rápidos y violentos, poniéndolas de espaldas y cerrando los ojos.</p> <p>De esa forma no podía verlas.</p> <p>Porque no quería ver a la mujer con la que estaba, sino a la que no podía tener.</p> <p>Pasaban los años y ella aún le obsesionaba, llenaba su mente y su alma como si nunca se hubiesen separado. Como si nunca los hubieran obligado a separarse.</p> <p>Un gruñido furioso vibró en su pecho y abrió la boca con gesto feroz mientras obligaba a su cuerpo a alejarse del de ella. La mujer le había ayudado a eyacular; eso era todo lo que quería de ella. Desde el instante en que la mujer restregó su voluptuoso cuerpo contra la barra del bar, supo que acabarían así. Ella quería acostarse con él, él necesitaba una distracción. Perfecto.</p> <p>No la había besado, no le había dicho cosas bonitas. No se había tratado de una seducción, sino más bien de un acto, si se le podía llamar así. Meter y sacar, ese era su lema. No podía ser de otra manera.</p> <p>De lo contrario, acabaría mal.</p> <p>La mujer a la que acababa de conocer esa misma noche no lo había llevado a la cumbre. Solo lo había ayudado. Pero él había alcanzado el éxtasis gracias a la otra. El sueño de la otra mujer, que lo excitaba continuamente, que lo empujaba hacia ese precipicio de placer incluso estando a millones de kilómetros de distancia.</p> <p>—Dios —dijo la voz femenina—. Vamos a darnos una ducha, cariño. —La desconocida lo siguió. Sus manos recorrían su espalda desnuda.</p> <p>Aún tenía el pene duro, sus dientes se apretaban dolorosamente, su mente estaba en guerra con su alma.</p> <p>—No —contestó Nick muy serio—. Ya puedes irte.</p> <p>El silencio que siguió dejó claro que la había herido, pero a Nick le daba igual. Sus sentimientos se habían mantenido a raya durante demasiado tiempo como para salir a la luz por semejante fruslería.</p> <p>Sin alterarse, empezó a andar hacia el baño, solo.</p> <p>Cuando terminó de ducharse y el agua caliente había arrastrado todo el flujo vaginal y todo el semen segregados unos minutos antes, Nick se encontró con un apartamento vacío.</p> <p>Se había ido. La mujer cuyo nombre apenas podía recordar y sin duda nunca volvería a ver ya no estaba. Y se alegró.</p> <p>Su móvil sonó y soltó un taco.</p> <p>—Delgado al habla —contestó bruscamente, y tras una pausa añadió—: Estaré ahí en diez minutos.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Capítulo 15</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong><style name="b">R</style>OME</strong> conducía como un loco, con el pie plantado firmemente en el acelerador y su visión nocturna enfocada y fija al frente.</p> <p>La llamada de Ezra lo había hecho actuar sin pensar, para variar. Las palabras «Han intentado cogerla» todavía resonaban en su cabeza. Estaba hablando de Kalina y sin duda de los mismos rogues que habían ido a por ella en la fiesta. En ese momento no le interesaban los porqués; lo único que importaba era que Ezra la tenía y estaba a salvo. Por ahora.</p> <p>Nunca debió haberla dejado, se reprendió Rome a sí mismo al meterse en el camino apartado donde iba a encontrarse con Ezra. El guardaespaldas quería que Rome se llevara a Kalina mientras él iba a seguirles la pista a los rogues antes de que el rastro desapareciera. Era mucho más fácil rastrear en la ciudad, donde los rogues estaban fuera de su elemento, que en el bosque, donde vivían y respiraban todo tipo de especies. Así que Rome conducía mientras el corazón le martilleaba en el pecho.</p> <p>No sabía por qué era tan importante que ella estuviese a salvo. Era solo un hecho, un hecho que se estaba grabando poco a poco en su mente. Ahora Kalina era su responsabilidad. A decir verdad, lo había sido desde aquella noche en el callejón, aunque parecía que ella no lo recordaba, lo que probablemente era lo mejor. Él no había sido consciente entonces de que sus caminos volverían a cruzarse. Ahora en cambio no se podía imaginar que sus vidas no estuvieran entrelazadas.</p> <p>Frenó para no adelantar a la furgoneta, que estaba ligeramente fuera del camino de tierra, con las luces apagadas. Entonces Rome se precipitó fuera del coche casi antes de apagar el maldito motor.</p> <p>La puerta del conductor se abrió y Ezra salió de un salto.</p> <p>—¿Dónde está?</p> <p>—Detrás. Durmiendo. He tenido que darle algo, estaba histérica.</p> <p>—¿Qué? —gritó Rome—. ¿Qué le has dado?</p> <p>—Solo está dormida. Ya se habrá despertado para cuando la dejes en casa. Pero cuando me vio se puso como una loca. Por un momento fue como intentar domar a un gato montés.</p> <p>Rome había abierto de un tirón la puerta trasera mientras Ezra hablaba. Allí estaba, acostada en el asiento, con la cabeza ladeada y los puños aún apretados a los lados. La estaba cogiendo en brazos cuando volvió a hablar:</p> <p>—¿Qué coño ha pasado?</p> <p>—La estábamos siguiendo —dijo Ezra antes de rodear a Rome para abrir la puerta trasera de su Mercedes—. Fue a una casa; parecía que había algún tipo de fiesta. No sé, pero en cuanto nos metimos en el callejón trasero percibimos el olor a rogue. Peabo dio la vuelta y fue a comprobar la parte delantera de la casa e informó de que también olía a rogue. Decidimos limitarnos a observar y esperar. Lo siguiente que sé es que ella ya no estaba en la terraza; había salido por otra puerta de la casa y estaba buscando algo en el jardín, así que yo salí de la furgoneta. Pasó un rato y no sucedió nada importante, pero el olor a rogue era cada vez más intenso y supe que se trataba de un Shifter. Intenté atraparlo y vigilarla al mismo tiempo. Los encontré a los dos a la vez.</p> <p>Rome salió del coche y dio un portazo.</p> <p>—¿Qué? ¿Encontraste a quién a la vez?</p> <p>Ezra mantuvo la cabeza alta y la voz clara.</p> <p>—Ella estaba allí. El otro Shifter también. Creo que ella lo vio. Eso explicaría por qué estaba tan asustada cuando la localicé.</p> <p>—Probablemente estaba muerta de miedo. La gente suele tener miedo cuando la secuestran.</p> <p>Ezra negó con la cabeza.</p> <p>—No. Me miraba de una forma muy rara, Rome. Como si no pudiera creer lo que estaba viendo. Puede que tengamos que hacer control de daños.</p> <p>Control de daños significaba matar al testigo. Los Shifters no tenían poder para borrar la memoria. A la larga, para proteger su secreto tenían que borrar la amenaza.</p> <p>Rome se puso furioso y una vez más reaccionó.</p> <p>Sus dedos retorcieron la camisa de Ezra y acto seguido empujó al guardaespaldas contra el coche y le gritó en la cara.</p> <p>—¡Ella no va a morir! ¿Me has oído?</p> <p>Ezra asintió con la cabeza y mantuvo las manos a los lados. Era un guardaespaldas cualificado, respetaba a Rome y cumplía con su trabajo. Y además eran amigos.</p> <p>Precisamente eso fue lo que hizo parar a Rome; su felino gruñía y arañaba bajo la superficie, pero su parte humana intervino.</p> <p>—No vio nada —afirmó con firmeza—. El control de daños no es necesario. Yo me encargaré de ella.</p> <p>Ezra volvió a asentir.</p> <p>—Me voy a buscar al Shifter.</p> <p>—Lo quiero vivo —dijo Rome mientras se iba hasta la puerta del conductor—. ¿Me has oído, Ezra? ¡Tráeme a ese hijo de puta vivo!</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>—Va</strong> de camino a la mansión. La chica está con él —les dijo Ezra a Nick y a X cuando volvieron a reunirse. Ya había repetido la historia que le había contado a Rome y había visto cómo los dos oficiales superiores compartían su misma fatídica opinión.</p> <p>—¿Y si ella lo sabe? —preguntó Ezra.</p> <p>—Rome ha dicho que se encargaría de eso —contestó X.</p> <p>Nick parecía escéptico.</p> <p>—Quizá deberíamos ir. Creo que tendríamos que asegurarnos de que todo está en calma.</p> <p>—Sí —convino X.</p> <p>—Sé que ella vio a ese Shifter. Y me vio a mí —continuó Ezra.</p> <p>—Tú no te habías transformado —interpuso Nick.</p> <p>—Pero estaba a punto.</p> <p>X estaba serio. Probablemente el guardaespaldas tenía razón. Kalina había visto a un Shifter esa noche.</p> <p>Ninguno de ellos estaba realmente seguro de lo que eso significaría en el futuro.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>Él</strong> la contemplaba mientras dormía. Estaba acostada de lado, con los pies descalzos y la camisa levantada revelando unos centímetros de su cremosa piel.</p> <p>Durante unos interminables momentos Rome se quedó mirándola, preguntándose quién era realmente. Sabía su nombre y su dirección; su personalidad decía que era una luchadora. Era preciosa, y sexy, y seductora.</p> <p>Y estaba en su cama.</p> <p>Porque un Shifter la buscaba.</p> <p>En ese momento nada de eso parecía importar. En lo único que se podía concentrar era en mirarla. Estaba en su espacio, un lugar en el que ninguna mujer había estado nunca. Todo en su mente se rebelaba contra esa idea, pero su cuerpo, centímetro a centímetro, había entrado en calor. Desde el momento que la levantó del asiento trasero de su coche y la llevó en brazos hasta la casa, escaleras arriba hasta su dormitorio, su deseo por ella había crecido. Hasta estar allí de pie, contemplándola, le resultaba agotador. Sólo podía mirarla, cuando lo que en realidad quería era desnudarse para hacer lo que deseaba tan desesperadamente.</p> <p>Ella gimió y frunció el ceño mientras giraba la cabeza de un lado a otro. Rome se preguntó qué estaría soñando, qué pensamientos se le pasarían por la cabeza. ¿Podía sentirle? ¿Lo deseaba?</p> <p>Él ya había sido deseado por una mujer antes, anhelado, ansiado. De alguna forma todos esos sentimientos no eran nada comparados con su vehemente deseo por esta mujer.</p> <p>La joven levantó un brazo e inhaló profundamente. Rome observó cómo se elevaba su pecho con el esfuerzo; cómo ascendían sus abundantes senos y luego descendían suavemente cuando exhalaba. Se le hizo la boca agua. Sus largos dedos con las uñas pintadas de un color neutro fueron a parar a la parte de su estómago que estaba expuesta y se movieron en círculos lentos cerca de su ombligo.</p> <p>Su cuerpo se tensó. El felino caminaba de un lado a otro en su interior y el hambre lo golpeaba violentamente.</p> <p>Ella movió la mano hacia arriba, arrastrando la camiseta mientras se desplazaba. Dejó más piel al descubierto y era como una luz que avanzaba por su campo de visión. Siguió subiendo hasta que apareció un sujetador negro de seda. Se rodeó el pecho con una mano; el otro brazo lo había levantado y dejado caer de manera que estaba arqueado sobre su cabeza. Entre las rendijas que se formaron entre sus dedos color mantequilla la tela negra de su sujetador destacaba con un gran contraste a medida que ella moldeaba, apretaba y liberaba su pecho cubierto.</p> <p>A Rome se le encogió el estómago; nunca había tenido el miembro tan duro, nunca le había presionado con tanta fuerza contra los confines de sus pantalones.</p> <p>De mala gana apartó la mirada de sus senos para ver si estaba despierta, si era consciente de cómo lo estaba seduciendo. Pero sus ojos aún estaban cerrados y sus labios coquetos ligeramente abiertos para dar cabida a su respiración acelerada.</p> <p>El brazo que estaba sobre su cabeza bajó y esa mano se metió entre sus piernas, que se abrieron despacio. Ella rodeó con la mano su confluencia y sus dedos se movieron con embeleso sobre la tela que la cubría. Con eficiencia se desabrochó el botón, se bajó la cremallera y rápidamente metió la mano dentro. Su cabeza se agitaba de un lado a otro a la vez que su respiración se dificultaba.</p> <p>Observarla excitó a Rome y empujó a su felino hacia un celo salvaje que le arañaba la piel. Los dos la deseaban, la necesitaban a un nivel que era extraño, pero aún así relevante. Se desabrochó el cinturón, se abrió el cierre de los pantalones y se bajó la cremallera. Su pene palpitaba y se le aceleró la respiración.</p> <p>El aroma de su lujuria impregnaba el aire e inhaló profundamente, absorbiendo cada matiz de ella. Sus gemidos se hacían más fuertes mientras los dedos se movían entre sus piernas y los de la otra mano apartaban la copa del sujetador a un lado y se ponían a jugar con el pezón erizado.</p> <p>Rome se agarró el miembro; acariciaba su envergadura mientras seguía mirándola y se tocaba a sí mismo con movimientos rápidos mientras ella clavaba los dedos dentro de sí misma. Él quería verla, la quería completamente desnuda mientras la miraba darse placer. Y luego quería meterse dentro de ella, sumergir toda su envergadura en las dulces profundidades de su sexo.</p> <p>Con esos pensamientos flotando en su mente y con el hambre creciendo hasta el punto de no retorno, volvió a mirarla a la cara y a gruñir cuando vio que ahora era ella la que lo estaba observando.</p> <p>Unos ojos color avellana con reflejos dorados se posaron en él. Se miraron fijamente; una comunicación silenciosa fluía entre ellos. Rome se arrancó la camisa, se bajó los pantalones y los bóxers a toda prisa, se quitó los zapatos y se quedó de pie frente a ella, desnudo. Una de sus manos volvió a su abultada envergadura y tocó la punta llorosa con el dedo. Luego extendió el brazo y le golpeó suavemente en los labios con la yema del dedo humedecida. Ella gimió y sacó rápidamente la lengua para acariciársela, para lamer su esencia.</p> <p>Kalina se levantó de entre las almohadas y se quitó la camiseta por encima de la cabeza. Luego se llevó las manos a la espalda y se desabrochó el sujetador. Cuando volvió a mirarlo lo hizo con un hambre que él siempre había sentido que estaba latente en su interior. Se mostraba distinta, en sus ojos brillaba el deseo y sus labios estaban húmedos y abiertos mientras jadeaba con ansia.</p> <p>Cuando trató de tocarlo él se acercó a la cama. Kalina bajó la cabeza y le envolvió la base del pene con sus hábiles dedos, aplicando la mínima presión. Rome empujó hacia delante y ella extendió la lengua y lamió la pequeña gota de excitación que tenía en la punta. Con pequeños y tentadores movimientos circulares le bañó con la lengua.</p> <p>Él llevó las manos a los lados de la cara de Kalina y la acarició con los pulgares, sintiendo la suavidad de su piel.</p> <p>—Métetela bien dentro —susurró con los dientes apretados y el cuerpo tenso por la expectación.</p> <p>Eso era lo que ansiaba, lo que quería de ella tan desesperadamente. Anhelaba que lo tocara, que le pusiera la boca encima, que estuviese cerca, que lo deseara. La habitación se calentó cuando ella abrió más la boca y él introdujo lentamente toda la longitud de su miembro.</p> <p>—¡Sí, joder! —rugió mientras su cabeza caía hacia atrás y ella lo lamía con más fuerza. Entonces retrocedió para que solo la punta descansara en su lengua y luego volvió a sumergirse para saborearlo de nuevo—. Chúpame bien, nena. Chúpame mucho y bien.</p> <p>Kalina obedeció; sus dedos se deslizaron para masajear sus testículos y su boca se movió lentamente, sinuosamente, sobre su envergadura. Él le agarró la cabeza y empezó a hacer movimientos lentos; follando su boca lenta y deliciosamente.</p> <p>—He soñado con esto, con tu boca en mi polla. Joder, cómo me gusta. Cómo me gusta.</p> <p>A ella se le escapó un ligero gruñido y el felino de Rome rugió. La deseaba y necesitaba tanto como el mismo Rome.</p> <p>Miró hacia abajo y cuando vio los labios de su hembra envolviendo la piel más oscura de su erección estuvo a punto de correrse allí mismo, en su boca. Unos ojos fascinantes lo miraban mientras la lengua de Kalina continuaba acariciándolo.</p> <p>—Te gusta excitarme. Me quieres duro y jadeando por ti, ¿verdad?</p> <p>Ella no contestó, pero él se volvió a meter en los recovecos más profundos de su boca hasta que apretó los dientes; le ardían los testículos.</p> <p>Movía las caderas, las deslizaba siguiendo los movimientos de la boca de Kalina, agarrando con los dedos los cortos mechones de su pelo.</p> <p>—Demuéstrame lo hambrienta que estás, nena. Chúpame como si me desearas. Como si siempre me hubieses deseado a mí y a nadie más.</p> <p>Ella gimió sobre su envergadura, rozando con los dientes el esplendor de su pináculo. Él miró sus labios, miró su lengua y sintió que caía en picado.</p> <p>—Más, más. Tómame. Chúpamelo todo.</p> <p>Sus labios estaban húmedos y su respiración entrecortada mientras se metía y se sacaba toda la envergadura de la boca, dejando la punta apoyada en la base de su garganta, con los dedos alrededor de sus testículos, acariciándolos con un erótico gozo.</p> <p>—Más fuerte. Más profundo —gritó él, que sentía los cálidos riachuelos de su culminación desbordar hacia la superficie—. No hay vuelta atrás —dijo firmemente—. No me sueltes. Tómame. Tóma... me... entero.</p> <p>Hubo un segundo de indecisión y él le puso un dedo en los labios.</p> <p>—Todo entero, nena. Solo para ti —susurró mientras ella lo miraba con unos ojos que transmitían su incertidumbre—. Confía en mí —dijo.</p> <p>No sabía por qué le había ofrecido su confianza; nunca lo había hecho con ninguna otra mujer. Pero Kalina no era cualquier otra mujer. No era cualquier otro polvo de los muchos que había echado en su vida. Por eso la tenía que proteger; daría su vida para mantenerla a salvo. Aunque no era capaz de encontrar una palabra para describirlo, Rome lo sentía en cada fibra de su ser.</p> <p>Kalina volvió a meterse su miembro hasta la garganta justo cuando los primeros borbotones palpitantes de éxtasis salieron despedidos de él. La miró cómo tragaba sin reparos, la miró tomar cada gota de él mientras mantenía la mirada fija en la suya.</p> <p>—Me toca —gruñó segundos más tarde. Entonces la empujó de vuelta a la cama y le quitó los pantalones y las bragas en un suave movimiento. Quería saborearla, necesitaba sentir los resbaladizos pliegues de su vagina bajo su lengua. Le abrió las piernas de par en par, se colocó entre ellas, utilizó los dedos para extender su entrada y su lengua se sumergió en ella rápidamente.</p> <p>Un rugido retumbó en su pecho cuando el sabor dulce de su esencia se filtró en su boca. La lamió larga y detenidamente, de atrás adelante. Le encantaba la forma en que sus muslos temblaban alrededor de su cabeza.</p> <p>—Dulce —susurró sobre sus húmedas carnes—. Qué dulce, joder.</p> <p>Kalina se aferró a las sábanas sobre las que yacía, elevó el trasero y apretó su sexo contra él para una penetración más profunda. Se relamió; todavía ansiaba saborearlo, quería más de él, más de ese intenso sabor.</p> <p>La lengua de Rome se movió a lo largo de su sexo para tocarle cada nervio, cada dulce punto que ella sabía que tenía. Luego encontró otros por su cuenta. Cuando su lengua invadió sus profundidades mientras un dedo hacía presión contra su entrada trasera, ella gritó.</p> <p>Se le escapó un sonido que nunca pensó que pudiera salir de sus propios labios, de lo más profundo de su alma. El placer era tan intenso que lo sentía en cada parte de su cuerpo. Él continuó empujando su lengua dentro de ella, al mismo tiempo que su dedo aplicaba más presión en el trasero. Su cuerpo se estremeció y tembló, y se derritió en su boca.</p> <p>Por un momento se sintió avergonzada por la rápida intensidad de su culminación, pero enseguida se deleitó en las nuevas sensaciones que inundaban su cuerpo.</p> <p>—¡Quiero poseerte ahora! —rugió Rome mientras se levantaba sobre ella, le elevaba las caderas y colocaba sus partes mojadas contra la cabeza de su miembro palpitante. El pánico se apoderó de Kalina al recordar su tamaño, al recordar cómo se habían deslizado sus labios sobre su contorno.</p> <p>—Espera —susurró.</p> <p>Él negó con la cabeza.</p> <p>—¡Ahora!</p> <p>La punta ya estaba apretada contra su centro y el contacto irradiaba calor.</p> <p>Lo deseaba y se sentía poseída por la lujuria de sus ojos oscuros, por la excitación entrecortada que podía oír en su voz. Pero había pasado mucho tiempo, más del que quería admitir, y el corazón le latía con fuerza.</p> <p>—Yo... —jadeó mientras intentaba hablar entre los movimientos de él y los rápidos latidos de su propio corazón—. Ha..., eh..., ha pasado..., necesito...</p> <p>—Yo te necesito a ti.</p> <p>La miraba de un modo especial; sus ojos oscuros parecían decir mucho más que las palabras que acababa de murmurar. Le estaba pidiendo, suplicando permiso para actuar porque había interrumpido todos sus movimientos.</p> <p>Ella podía tratar de negar que también lo necesitaba. Por extraño que pareciera, incluso podía cerrar las piernas, levantarse y marcharse, y él se lo permitiría. Ese era el tipo de hombre que era. Le daba esa sensación.</p> <p>O podía continuar, podía dejarse llevar por su cuerpo por una vez, dejar que su mente y los pensamientos que había estado albergando tomaran el control. Lo deseaba desesperadamente. El latir de su sexo y la humedad de sus pliegues podían dar fe de ello. Los pezones le dolían y cuando tragaba el sabor a él le quemaba por dentro y se abría paso en su interior, acariciándola y excitándola, produciéndole unas sensaciones salvajes, unos sentimientos que Kalina jamás habría imaginado que pudieran existir. O que ella pudiera experimentar.</p> <p>—Hace bastante tiempo —admitió finalmente.</p> <p>Él se inclinó hacia delante y le susurró en los labios justo antes de besarla.</p> <p>—Eres preciosa.</p> <p>El beso fue dulce. Entonces ahondó aún más con la lengua. Ella le rodeó el cuello con los brazos, lo atrajo hacia sí y dejó que sus lenguas se batieran en duelo. Era lento y desesperado; el deseo salvaje envolvía esa simple acción.</p> <p>—Nunca te haría daño —dijo Rome mientras retrocedía y apoyaba su frente sobre la de ella—. Nunca, ¿confías en mí?</p> <p>Kalina no sabía por qué pero lo hacía. Estaba segura de que podía confiar en él.</p> <p>—Sí.</p> <p>Tras su respuesta Rome empujó suavemente hacia su interior y su punta profundizó en su centro. Ella jadeó y respiró hondo.</p> <p>—Relájate. Tómame tan despacio como quieras.</p> <p>Kalina lo hizo: relajó su cuerpo sobre el firme colchón y sintió cómo su hombre avanzaba lentamente dentro de ella. Rome empujó un poco, ella aceptó más. Se movió, abrió más las piernas y elevó el trasero ligeramente.</p> <p>—Eso es —gimió él mientras proyectaba su cálido aliento entre susurros contra la delicada piel de su cuello.</p> <p>Era grande; su cuerpo musculoso y pesado estaba encima de ella de un modo muy agradable. Él buscó su camino y con golpes suaves y lentos se abrió paso con fuerza dentro de su cuerpo. Y de su alma.</p> <p>Había algo diferente en él; Kalina lo había sentido desde el principio, desde el día que lo conoció en su despacho. En el momento en que salió y cerró la puerta tras de sí, lo supo instintivamente. Estaban conectados, no por un caso penal o por un falso trabajo en su compañía. Había algo más. Era esto.</p> <p>Lo estrechó entre sus brazos y enterró la cara en su hombro, dejando que sus labios y su lengua deambularan por el sensual sabor de su piel. Eso solo era embriagador, la forma en que sabía. Lo volvió a lamer y recordó el sabor de su erección en la boca, a lo largo de la lengua. Era peculiar, un sabor como ninguno que conociera. Le acariciaba algo por dentro, le despertaba una sensación íntima que Kalina se había negado durante mucho tiempo.</p> <p>Cuando se movió sobre ella, retirándose ligeramente y luego hundiendo lo que pareció toda su envergadura en su interior, se le escapó un sonido extraño. Él respondió a ese sonido, o al menos ella creyó que lo hizo, con un gruñido gutural y empezó a moverse con estocadas deliberadas.</p> <p>Kalina levantó las piernas y las enrolló alrededor de su cintura. Él las cogió y las entrelazó por los tobillos; luego embistió más fuerte.</p> <p>Ella lo sentía en todas partes: en su sexo, en sus piernas, en su mente. Cesó todo el sonido excepto el de sus palabras, sus gemidos y sus gruñidos. No había más aroma que el del macho almizclado que la estaba dominando. Ni más pensamientos que el de que estaba donde debía estar, en sus brazos, dándole esa parte de sí misma.</p> <p>La apremiante necesidad de Kalina era exactamente como Rome pensaba que sería. Cuando lo abrazó, enroscando los brazos alrededor de su cuello y atrayéndolo hacia ella, la sintió en todas partes. Su lengua acarició la acalorada piel de su hombro y él tembló.</p> <p>Estar dentro de ella era la gloria, un placer que nunca había imaginado que existiera. Se movían como uno, sus paredes azucaradas se apretaban alrededor de su abultado miembro. Cuando ella se arqueaba él empujaba, cuando ella suspiraba él gemía.</p> <p>El ciclo continuó sin cesar hasta que sus dientes remplazaron de repente la suave calidez de su lengua y le atenazaron el hombro. Algo salvaje se desplegó dentro de él y rugió de modo que sus propios dientes afilados salieron a la superficie y le mordió el hombro.</p> <p>Kalina apretó las piernas alrededor de su cintura y utilizó una fuerza que él no sabía que tenía para empujarlo, de modo que se dieron la vuelta y fue ella la que quedó sobre Rome. Se elevó sobre él como un elegante animal a punto de devorar a su presa. Sus ojos color avellana irradiaban destellos dorados y se lamió el labio inferior con la lengua justo antes de que su cabeza cayera hacia atrás y comenzara a cabalgar.</p> <p>Él levantó las manos para agarrarle las caderas, para guiar sus movimientos, pero ella las apartó rápidamente de un manotazo. Rome se recostó, la dejó tener el control y observó asombrado la imagen más hermosa que había visto nunca.</p> <p>El cuerpo de Kalina era grandioso, de líneas fibrosas y curvas seductoras. Sus pechos eran firmes, abundantes, y él gimió cuando ella levantó las manos para acariciarse los preciosos senos. Mientras sus caderas ondeaban, su sexo le comprimía el miembro con fervor y sus manos jugaban con los pezones erizados. Era el turno de Rome de aferrarse a las sábanas y murmurar palabras indescifrables mientras ella lo llevaba a lo más alto.</p> <p>—Toma todo lo que quieras, nena. Tómalo todo —gruñó, y elevó las caderas para encontrarse con sus acometidas.</p> <p>Sus movimientos se aceleraron y se hicieron más frenéticos cuando su culminación la atravesó vertiginosamente. La palabra <i>belleza</i> no parecía acabar de describir lo que él estaba viendo. Kalina gritó su nombre, emitió un sonido gutural y se movió encima de él con rapidez hasta que acabó con un grito entrecortado que rasgaba lo más profundo de sus profundidades. Cuando se arqueó y comenzó a caer hacia delante, Rome la cogió y la estrechó entre sus brazos mientras luchaba por recuperar el aliento.</p> <p>—Mi pequeña provocadora —le susurró al oído mientras sus manos le acariciaban la espalda sudorosa—. Lobita sexy y ardiente. —Sus palmas cubrieron sus delicadas nalgas. Entonces su miembro creció dentro de ella: sus testículos estaban llenos y preparados para su propia culminación.</p> <p>Cuando Rome entendió que su hembra se había recuperado y sus muslos ya no temblaban alrededor de los suyos, salió de ella despacio. Kalina gimoteó cuando sus cuerpos se separaron.</p> <p>—Oh no, no te preocupes, nena. Aún no he terminado contigo.</p> <p>Con una palma bajo su estómago la puso a cuatro patas y se colocó entre sus piernas, con una mano en la parte baja de la espalda y la otra guiando su envergadura con una rápida embestida.</p> <p>Ella arqueó la espalda.</p> <p>—¡Roman!</p> <p>El sonido de su nombre en sus labios lo acarició con la untuosidad del aceite caliente y Rome retrocedió hasta que el extremo de su erección estuvo encima de la boca de su entrada. Volvió a empujar hacia dentro, profunda y meticulosamente, haciendo todo lo posible para llenarla por completo.</p> <p>Ella jadeó y él repitió el movimiento, una, dos, tres veces, y sus muslos se pusieron a temblar una vez más. A él le estaba empezando a gustar esa reacción suya.</p> <p>Con las dos manos le daba azotes en el culo mientras continuaba embistiéndola con todo el deseo que había acumulado desde la primera vez que la vio. Había soñado con esto, con estar dentro de ella de esta forma.</p> <p>También había soñado hacer otras cosas con ella, actos más oscuros que no estaba seguro de que Kalina pudiera soportar pero que le ponían hambriento igualmente.</p> <p>Bajó la mirada hasta el sonrojo que le había dejado en la nalga con la mano y vio otra fuente de tentación. Su puerta trasera estaba tensa y era virginal, lo supo instintivamente. Entonces sintió el deseo de propagarse con furia una vez más. La poseería ahí, la haría suya y la marcaría para siempre. No era una cuestión de si ella se lo permitiría sino de cuándo.</p> <p>Rome se llevó un dedo a los labios mientras continuaba moviendo su envergadura dentro de ella y se lamió la yema. Luego la puso en el círculo prieto, presionando despacio hacia dentro mientras su miembro la llevaba a un delicioso frenesí.</p> <p>Ahora ella gritaba su nombre y lanzaba una letanía de alabanzas que lo empujaba cada vez más lejos, haciendo gozar a su felino hasta que también él quiso rugir de placer.</p> <p>En esta posición el felino era más salvaje y codiciaba el control total. Rome le metió otro dedo en su apretado trasero y utilizó el pulgar para esparcir la esencia que le goteaba de su sexo con el objetivo de facilitar su entrada. Abrió los dedos y se hizo hueco mientras su miembro seguía moviéndose sinuosamente dentro de sus tensas paredes.</p> <p>—El sueño —jadeó ella—. Igual... que... en... el... sueño.</p> <p>—Yo también he soñado con esto, nena. Contigo, conmigo. Joder, estás tan apretada. Tan deliciosamente apretada.</p> <p>—Por favor. —Ella respiraba con rápidos jadeos ahora que estaba intentando hablar—. Por favor, Roman. No puedo soportarlo más. Por favor.</p> <p>—Sí que puedes. Claro que puedes, loba. —Se movía dentro de ella, tanto con su miembro como con sus dedos, empujándolos a ambos al precipicio que los dos imaginaban. Él había querido excitarla, hacerla enloquecer de lujuria, pero no había contado con eso.</p> <p>No había imaginado cómo sería realmente estar dentro de ella, sentirla agarrarlo, aceptarlo, necesitarlo.</p> <p>Era tan intenso como aterrador. Pero no podía retroceder, no podría haber parado ese placer ni aunque le fuera la vida en ello.</p> <p>Cuando ella culminó, todo su cuerpo se estremeció y sus paredes le apretaron el miembro, provocando su propia culminación justo después de la de ella. Él abrió la boca pero no emitió sonido alguno. Dentro, el felino rugió, bufó, lo empujó más lejos. Cayó encima de ella y le clavó los dientes en el hombro hasta que probó el intenso sabor salado de su sangre.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Capítulo 16</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong><style name="b">P</style>OR</strong> la mañana Kalina estaba sola.</p> <p>Se dio la vuelta en la enorme cama y supo instintivamente que él se había ido.</p> <p>Anoche... Sus pensamientos retrocedieron, se ensamblaron lentamente como las piezas de un puzle. Anoche la habían atacado o algo. Vio unos ojos y oyó unos rugidos y... vio a Rome.</p> <p>Estaba en la cama y su cuerpo traidor le contaba el resto de la historia. Los muslos doloridos daban paso a su sexo, que aún palpitaba de deseo.</p> <p>Kalina quiso abofetearse.</p> <p>Se había acostado con Rome. Su sospechoso.</p> <p>Tiró de una de las muchas almohadas y se la puso encima de la cara para gritar.</p> <p>—¡Idiota! ¡Idiota! ¡Idiota!</p> <p>¿Cómo podía ser tan estúpida? Había puesto en peligro su caso acostándose con el enemigo.</p> <p>Y lo que era más importante: ¿cómo era tan ingenua como para creer que él aún estaría allí por la mañana?</p> <p>Esa era su casa, sí, por lo que una parte de ella se imaginó que Rome se quedaría solo por eso. Pero no.</p> <p>No estaba y ella se encontraba sola. Como siempre.</p> <p>En realidad era ridículo que se hubiera permitido creer, sentir por una sola fracción de segundo... Sí, de hecho lo había creído desde el instante en que abrió los ojos y lo vio mirándola, el momento en que se dio cuenta de que él disfrutaba viéndola tocarse. Había creído que la deseaba, que a algún nivel la necesitaba. Ese deseo y esa necesidad habían hecho que se sintiera tan bien que abandonó todos los pretextos, dejó que las barreras que había levantado alrededor de sí misma durante toda su vida cayeran de golpe. Le había dado la bienvenida, le había entregado cada parte de su cuerpo. Todo lo que él le había pedido.</p> <p>Y aun así él no se había quedado.</p> <p>La idea le escocía, ardía como una bola de fuego en el centro de su pecho. Las lágrimas le irritaban los ojos. Entonces negó con la cabeza, una rebeldía que nunca había sentido antes despertó en ella. Se sentó en la cama, se apretó los ojos con las palmas de las manos y respiró para tranquilizarse.</p> <p>Que se vaya a la mierda.</p> <p>Se habían acostado. Pero eso no cambiaba nada. ¡Él seguía siendo un sospechoso y ella la poli que iba a hundirlo por traficante y mentiroso!</p> <p>Bajó de la cama y cogió su ropa, que estaba cuidadosamente extendida en un sillón reclinable de cuero. Evitó a propósito fijarse en la habitación y percibir su espacio personal. Le importaba una mierda la vida privada de Roman Reynolds. Cómo vivía, a quién se tiraba, nada de eso era asunto suyo. Ella tenía cosas que hacer y unos acontecimientos rarísimos la habían desviado de su camino momentáneamente, pero ahora, mientras entraba airada en el cuarto de baño y le daba un manotazo al interruptor para encender la luz, solo le importaba su trabajo.</p> <p>¡Así que más le valía a Roman Reynolds cuidarse las espaldas!</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>—Por</strong> fin nos honra con su presencia, líder de Facción Reynolds. —El veterano Alamar estaba sentado en la cabecera de la mesa de la sala de reuniones con la majestuosidad de un rey. El traje marrón de rayas con botonadura doble le quedaba bien pero no estaba a la altura de la serena hegemonía del jefe de la tribu Topetènia.</p> <p>El veterano Alamar gobernaba a los jaguares y era el oficial de enlace de la Asamblea. Era un hombre de apenas cincuenta y tantos años, un poderoso felino con instintos astutos y asesinos tan extraordinarios y sagaces como el día que nació.</p> <p>—Buenos días, veterano —dijo Rome mientras saludaba con la cabeza a sus dos segundos al mando, que le habían llamado al móvil solo media hora antes para informarle de la reunión.</p> <p>Después él había preguntado por qué no le habían dicho que Alamar se encontraba en su casa. Baxter había llegado solo unos segundos después de la llamada con el traje de Rome y una sombría expresión en la cara. No había duda de que sabía que Kalina estaba en la cama de Rome, igual que no había duda de que sabía lo que había pasado entre ellos la noche anterior. Rome no estaba seguro de lo que Baxter opinaba de la situación, y no lo iba a averiguar justo en ese momento.</p> <p>—Hay movimiento en el bosque —comenzó a decir Alamar sin preámbulos. Sus manos oscuras estaban pegadas a la suave superficie de la mesa mientras su mirada atravesaba a los tres hombres—. A la Asamblea le han llegado rumores de una revuelta. El miedo está aumentando.</p> <p>X asintió con la cabeza, se recostó en su silla y entrelazó las manos.</p> <p>—Aquí también se está cociendo algo.</p> <p>Por la cara que puso Alamar fue evidente que ya lo sabía.</p> <p>—Los envíos de provisiones están siendo asaltados y la mayoría de los artículos no llegan al poblado. Y ha habido muchos asesinatos.</p> <p>Nick se incorporó al instante, alerta.</p> <p>—¿Felinos?</p> <p>Alamar negó con la cabeza.</p> <p>—No. Otros habitantes del bosque, pero sus muertes no son normales. La brutalidad es obvia, como si estuvieran intentando mandar un mensaje.</p> <p>—Como los asesinatos de aquí —añadió Rome—. Aquí hemos tenido unos cuantos asesinatos brutales. Y justo la otra noche se nos acercaron unos rogues.</p> <p>—¿Los habéis visto? ¿Quiénes son? ¿De qué tribus? —preguntó Alamar.</p> <p>—Jaguares —dijo Rome.</p> <p>—Y un guepardo.</p> <p>—Normalmente no luchan juntos —fue la respuesta de Alamar.</p> <p>—Con el debido respeto, señor —añadió Nick—, esta no es una situación normal.</p> <p>Rome puntualizó:</p> <p>—Buscan algo.</p> <p>—De eso no hay duda —añadió X—. Pero ¿qué?</p> <p>Todos miraron a Alamar.</p> <p>—Poder. Es lo que les mueve. Lo que no pudieron tener en el bosque es lo que buscan aquí. Empezarán por abajo y se abrirán camino. Lo que están haciendo es crear un ejército.</p> <p>—Y para ellos es más fácil hacerlo aquí porque perciben a los humanos como la especie más débil. No esperan un combate, y saben que en el caso de que lo hubiera los humanos nunca ganarían —explicó Rome.</p> <p>—¿Y una vez que tengan el control? —preguntó X—. Estamos perdidos.</p> <p>—Bueno, si quieren algo —dijo Nick mientras fruncía el ceño—, ¡que vengan a cogerlo! No me voy a rendir sin luchar.</p> <p>Rome levantó la mano para hacerlo callar.</p> <p>—Ninguno de nosotros se va a rendir sin luchar, Nick. Pero no vamos a luchar como animales en la calle. Tenemos que ser más listos o todo el mundo conocerá nuestro secreto.</p> <p>X asintió con la cabeza para mostrar que le daba la razón a Rome. Sin embargo, su gesto era serio; estaba claramente pensando como un guerrero, igual que Nick.</p> <p>—Hemos encontrado al rogue que estaba allí anoche —dijo.</p> <p>Eso enseguida llamó la atención de Rome, que casi transformó su liderazgo tranquilo y preciso en la bestia de su interior que ansiaba pelear.</p> <p>—¿Quién era?</p> <p>—Se llama Chávez. Es el guepardo al que nos enfrentamos en el callejón la otra noche —prosiguió X.</p> <p>—¿Quién lo envió? —Su instinto le decía que el grupo había sido enviado por otro rogue. Si los rogues estaban formando un ejército necesitarían a alguien al mando, alguien con la suficiente visión como para crear esa legión del mal. Los guepardos Croesteriia eran corredores rápidos que cazaban con la vista en lugar de con el olor como los Topètenia. No eran del Gungi; que hubiese un Croesteriia mezclado con los rogues les daba a todos una idea de la gravedad de la situación.</p> <p>—Ahora mismo no está muy hablador. Pero eso va a cambiar —dijo Nick.</p> <p>—Estaba en la fiesta buscando a la mujer. Y también en esa casa anoche intentando cogerla otra vez. La quieren desesperadamente —señaló X.</p> <p>Nick miró a Rome.</p> <p>—Tienes que preguntarte por qué.</p> <p>—Está buscando una companheira —dijo Alamar despacio, y su mirada se centró en Rome.</p> <p>—¿Quién está buscando una pareja? ¿El rogue? —preguntó Nick.</p> <p>Alamar mantuvo sus ojos en Rome mientras se levantaba y se acercaba a él.</p> <p>—Creo que los dos. La unión es muy fuerte, vincula a los Shifters de por vida, hace a la pareja mucho más fuerte que cualquiera de ellos por separado. Los Shifters unidos son casi invencibles.</p> <p>—Esta batalla no es por una mujer —dijo Rome, aunque últimamente se pasaba la mayor parte del tiempo pensando en una. Aun así, lo que Alamar estaba sugiriendo era más de lo que Rome quería considerar.</p> <p>—No —espetó Alamar, que se detuvo detrás de Rome—. No es solo una mujer. Una companheira. La compañera de por vida de un Shifter, la que completará la unión. —Puso una mano en el hombro de Rome, cerró los ojos y asintió con la cabeza—. Has encontrado a tu companheira.</p> <p>—¡De eso nada!</p> <p>Rome se puso de pie para protestar pero vio cómo Alamar resoplaba enfadado y doblaba la cabeza para que su cara casi tocase el pecho de Rome.</p> <p>—Veterano —dijo Rome tan tranquila y respetuosamente como pudo—, usted no lo entiende.</p> <p>Alamar solo negó con la cabeza; se levantó con el cuerpo rígido mientras miraba fijamente a Rome.</p> <p>—Usted es el que no lo entiende, líder de Facción.</p> <p>—¿Ella es la pareja de Rome? —preguntó X, que obviamente no estaba seguro de si era ahí adonde el veterano quería llegar.</p> <p>—Como líder de nuestro pueblo conoce la leyenda —señaló Alamar, y se alejó con ligereza de Rome.</p> <p>Fue este quien se aclaró la garganta y se alejó un poco más del veterano.</p> <p>—Un companheiro es el compañero de por vida de un Shifter. Los dos nacen para estar juntos, para continuar la especie y para reforzar la solidaridad entre el pueblo. Una vez que completan la unión no pueden ser separados excepto por la muerte. El aroma de un companheiro es único en cada pareja, es un aroma compartido que los atrae con un deseo apremiante de aparearse, de consumar la unión. Se llama companheiro calor. —Rome lo recitó como si fuera un estudiante delante de la clase.</p> <p>—Joder —suspiró Nick mientras se recostaba en su silla para mirar fijamente a Rome—. Kalina Harper es tu pareja.</p> <p>—¡No! —exclamó Rome justo antes de taparse la boca con la mano. La negativa era demasiado fuerte, su voz demasiado alta y el sonido se aferraba a su piel—. No creo en este rollo de emparejarse de por vida. Solo es una vieja leyenda. Además, Kalina no es una Shifter. Lo sabría si lo fuese.</p> <p>Alamar hizo un sonido indistinguible.</p> <p>—No blasfeme nuestras tradiciones. Fueron aquellos que nos precedieron los que hicieron posible que usted sea quien es. Ellos han visto muchas cosas, saben muchas cosas. La leyenda es verdad. Y puede que ella aún no haya tenido el acordado.</p> <p>—El despertar —susurró X, que seguía mirando a Rome con incredulidad.</p> <p>—En las mujeres la transformación tarda un poco más. Pero si la estás olfateando, si la has acogido en tu interior, entonces su acordado está a punto de llegar.</p> <p>Rome intentó negar que hubiera estado inhalando el aroma de Kalina como un adicto a la cocaína. Pero se lo guardó para sí. La idea de Kalina transformándose en un felino era algo que nunca había considerado y en lo que no quería pensar en ese momento. Todo el concepto de companheiros y calor, uniones y despertares era ridículo. No creía una palabra, no lo creería. No podía.</p> <p>—Con el debido respeto, veterano, yo decido si hay una persona para mí —dijo Rome con rotundidad—. No estamos en el bosque.</p> <p>—No, líder de Facción, el bosque está en usted.</p> <p>Nick y X se mantuvieron en silencio mientras las sienes de Rome comenzaron a latir.</p> <p>—No puede deshacerse de aquello que es parte de su alma, de su sangre, de su herencia. Usted es un Shadow Shifter, uno de los hombres legendarios que también son bestias. Toda su existencia es una leyenda para algunos, una verdad para otros. —Señaló con la cabeza a X y Nick—. También es el líder de muchos. Negar su destino no es una opción.</p> <p>—Le he entregado mi vida a la Asamblea, he dedicado mi tiempo y mi dinero a cuidar de las tribus. Esto —dijo insistentemente— no se lo puedo consentir. Ni estoy buscando una pareja ni voy a aceptar una basándome solo en una leyenda.</p> <p>El hecho de que estaba yendo abiertamente contra la palabra de un veterano no se le escapó a Rome. Era una falta grave, que podía costarle su puesto de líder de Facción. Pero no le importaba. No se uniría a una mujer solo porque lo decía una leyenda. Era otra responsabilidad más para él, una que no estaba dispuesto a aceptar. Otra vida que él sería responsable de proteger.</p> <p>Además, un companheiro también tenía que ser un Shifter. Y Kalina no lo era.</p> <p>Abandonó la sala antes de que nadie pudiera pronunciar otra palabra, antes de que la leyenda pudiera empezar a cobrar más sentido dado lo que estaba pasando a su alrededor.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>—¿Ella</strong> es una Shifter? —preguntó Nick a X cuando estaban saliendo de casa de Rome más tarde esa misma mañana.</p> <p>—Tiene que serlo —contestó X.</p> <p>—Pero ¿por qué no le iba a decir a Rome directamente que lo es?</p> <p>—A lo mejor no lo sabe. A lo mejor es mestiza como nosotros y la educaron para creer que era humana.</p> <p>Nick suspiró mientras se acercaba a la puerta del conductor de su Porsche.</p> <p>—Entonces ¿qué quiere Chávez de ella? Solo puedes ser pareja de por vida de un felino. Si Kalina es la de Rome, ¿por qué la quiere Chávez?</p> <p>X se encogió de hombros.</p> <p>—Ya sabes que algunos siempre quieren lo que tienen los demás.</p> <p>—Pero nadie sabe que Rome la tiene. La conoció hace unos días.</p> <p>—¿Estás seguro de eso? —preguntó X.</p> <p>Nick se quedó pensativo.</p> <p>—No, supongo que no. Entonces necesitamos averiguar quiénes fueron los padres de Kalina. Porque si ella está a punto de pasar por su primera transformación y los rogues han percibido su aroma estamos ante un problema mucho más grave de lo que pensamos al principio.</p> <p>X asintió con la cabeza.</p> <p>—Ahora mismo me pongo con ello; te pondré al día más tarde. ¿Qué hacemos con Rome?</p> <p>Nick pensó un momento en la cara meditabunda de su amigo. Entendía la indecisión de Rome. Una pareja sería alguien que se uniría a él de por vida, alguien a quien podría perder, de la misma forma que perdió a sus padres. Ese tipo de pérdida lo hundiría, seguramente lo llevaría a una cólera mortal. Rome no estaba dispuesto a pasar nuevamente todo ese dolor, por eso se negaba a admitir lo que todos casi habían ya reconocido. Si resultara ser verdad lucharía contra ello como contra el más feroz de los ataques.</p> <p>—Vamos a mantener esto en secreto por ahora. Le diremos lo que necesite saber cuando necesite saberlo.</p> <p>—¿No crees que necesita saberlo ahora? —preguntó X.</p> <p>—¿Quieres que mate a cada rogue de esta ciudad sin importarle quién lo ve o si acaban descubriéndolo? Porque eso es exactamente lo que hará una vez que se dé cuenta de que quieren llevarse a su pareja. —Nick respiró hondo, dejó salir el aire lentamente y miró a su alrededor, al despejado día de verano—. Yo quiero exterminar a esos cabrones como el que más, pero no deseo que toda esa sangre manche las manos de Rome. Ya ha tenido suficiente. Averigüemos cuál es la amenaza antes de arrastrarlo a él.</p> <p>—No le va a gustar que le ocultemos cosas —dijo X mientras abría la puerta del coche y se metía dentro.</p> <p>Nick hizo lo mismo y puso la llave en el contacto.</p> <p>—Cierto, pero somos sus amigos. No nos va a cortar el pescuezo. Con el tiempo nos lo agradecerá.</p> <p>—No estés tan seguro —dijo X cuando salieron del caminito de entrada de la casa de Rome—. Y cómprate un coche de tamaño real o una furgoneta, tío. Este cochecito de juguete de las narices hace que me duelan las piernas.</p> <p>—Eso es porque tu culo gordo no está hecho para un vehículo elegante y delicado como este. Yo, por otra parte... —Nick se puso unas Ray-Ban oscuras—, estoy guapísimo al volante de este cachorrito.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Capítulo 17</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong><style name="b">K</style>ALINA</strong> acababa de vestirse e iba camino de la puerta para dirigirse al trabajo. Ya llegaba tarde, pero al menos había llamado.</p> <p>Realmente necesitaba cerrar ese caso y seguir con su vida. Esta atracción hacia Rome llevaba demasiado tiempo siendo una fuente de conflictos. Y no estaba dispuesta a permitir que el sexo, por muy increíble y alucinante que fuese, arruinara sus aspiraciones profesionales. Roman Reynolds era un trabajo y nada más.</p> <p>Él lo había dejado claro en el momento en que salió de la cama y dejó que se despertara sola.</p> <p>Era insignificante y probablemente una tontería para una mujer que tuviera más experiencia. Pero para Kalina, que solo había tenido dos amantes en su vida adulta, y los dos antes del incidente hacía dos años, era muy importante. Acostarse con un sospechoso era algo que nunca había imaginado que haría. Pero lo había hecho, porque sentía algo en lo más profundo de su ser cuando Rome la miraba. Sentía... que era su sitio. Con él, en su vida, en algún lugar, por fin.</p> <p>Pero solo era una ilusión. No, era un polvo rápido, una amiga con derecho a roce que había acudido tras su llamada como una salida fácil. Probablemente él la secuestró, aunque aún estaba confusa sobre cómo había llegado exactamente a su casa, a su cama. Recordaba a Mel y la barbacoa, lo que significaba que ahora tendría que enfrentarse a esa alegre mujer y explicarle por qué se despidió a la francesa anoche. También recordaba algo más, aquellos ojos que brillaban en la oscuridad. El recuerdo hizo que le entraran escalofríos por la espalda.</p> <p>Sin duda estaba imaginando cosas otra vez. No, eso no era posible; la locura no se tomaba un descanso de dos años y luego resurgía. En el corto camino al trabajo pensó en eso una y otra vez. En lo que había visto y en si era real. También pensó en Rome, en cómo reaccionaría al volver a verlo. Eso tenía fácil solución: no se acercaría a él. Se quedaría en su departamento y encontraría una conexión entre el dinero de Rome y ese cártel de Sudamérica. En los varios mensajes que recibió el día anterior de Ferrell después de ignorar el primero mencionaba el cártel de Cortez. Kalina estudiaría minuciosamente los registros financieros y buscaría el nombre de Raúl Cortez; una vez que lo encontrase, Rome estaría metido en un buen lío.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>—En</strong> cuanto llegue quiero verla en mi oficina —le dijo Rome por teléfono a Dan Mathison, su director financiero.</p> <p>Rome estaba furioso cuando se fue de la improvisada reunión de esa mañana. ¡Kalina no era una Shifter! Era una mujer y era dulce y apasionada y... algo que él nunca se había atrevido a soñar en su vida.</p> <p>Y era suya.</p> <p>No su companheira, sino su chica. Lo pensaba anoche cada vez que la tocaba, cada vez que la acariciaba por dentro, cada vez que ella decía su nombre como si fuese el único hombre de su vida. Había soñado con ella, la había deseado durante dos años y por fin la tenía, por fin era parte de su vida.</p> <p>Pero no estaba.</p> <p>Cuando volvió a su habitación se había ido. Baxter, que normalmente tenía ojos en la espalda, no la había visto salir. Rome sospechaba que eso no era del todo cierto. Ezra había dejado su coche ante la puerta de la casa de Rome en algún momento durante la noche, lo cual le vino demasiado bien para su huida.</p> <p>Llegó a la oficina a tiempo para averiguar que ella aún no se encontraba allí pero había llamado para decir que estaba de camino. Y en cuanto llegara la quería ver en su despacho. No iba a dejar que se apartara de él tan fácilmente. No podía.</p> <p>Mientras tanto, tenía que hacer una llamada.</p> <p>—Roman, amigo mío. Me alegra volver a saber de ti —dijo Bingham con su áspera voz.</p> <p>—Quiero saber quién era su contacto —soltó Rome sin preámbulos. Había estudiado minuciosamente las notas de su padre en aquel disquete y sabía que había muchas posibilidades de que Bingham supiera lo que contenía y con quién había de ponerse en contacto sobre esa información.</p> <p>—No sé de qué estás hablando.</p> <p>—¡No me mientas, Bingham! Sé lo que hay en ese disquete y sé que tú también lo sabes. No me vengas con tonterías. Dime quién le daba a mi padre la información. —El silencio inundó la línea. La paciencia de Rome se agotaba—. Mira, él ya no está. Tú me diste sus secretos. Tengo que encargarme de esto y cuanto antes mejor.</p> <p>—Él no me lo decía todo. Había muchas cosas que yo no sabía —insistió Bingham.</p> <p>—Dime las cosas que sí sabías —insistió. Bingham no sabía nada de los Shifters, eso seguramente era verdad. Las notas del disquete eran lo suficientemente crípticas como para que si una persona no sabía nada de las tribus, asumiera simplemente que Vance Reynolds aspiraba a un cargo político. Los bocetos para la ejecución de un nuevo gobierno podrían haberse interpretado como una traición o incluso como un arriesgado intento de levantamiento terrorista. Cualquiera de esas opciones era suficiente para incluir el nombre de su padre en la lista negra del Departamento de Seguridad Nacional, una idea que añadía unos cuantos sospechosos más a la de posibles asesinos. Pero Rome sabía que lo que había arrebatado la vida a sus padres no era humano. La casa fue invadida por Shifters. Recordaba su olor, recordaba su risa y el puro odio que desprendían.</p> <p>Su padre sabía que alguien del Gobierno le seguía la pista y Rome necesitaba encontrar a esa persona, necesitaba conocer lo que sabían antes de ordenar que se encargaran de ellos. No los mataría innecesariamente, pero protegería su secreto. Era una promesa.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>Kalina</strong> no quería llamar a esa puerta, no quería ver a la persona que estaba al otro lado. Pero sus opciones eran limitadas. Dan había insistido en que fuera a ver a Rome inmediatamente. Protestar sin duda habría sacado a relucir las razones, así que simplemente se calló la boca y recorrió indignada todo el camino hasta los ascensores. Ignoró por completo los comentarios sarcásticos de Ava sobre haber llegado tarde y lo que fuera que soltara por esa boca.</p> <p>Mel, gracias a Dios, aún no estaba en su mesa, porque esa era otra persona con la que Kalina no tenía ganas de encontrarse. Al menos no antes de pensar en una razón convincente para haber desaparecido de su casa sin decir una palabra. Nunca debió haber ido, pensaba ahora. Debería haber mantenido su propósito de guardar las distancias. Crear lazos y construir relaciones simplemente no era lo suyo. Era una solitaria y siempre lo sería. Sin importar lo mucho que doliera esa idea.</p> <p>Así que llamó a la puerta del despacho de Rome mientras las emociones se expandían por su cuerpo y hacían que le latieran las sienes. Se preparó para escuchar su voz grave decir que pasara, pero el sonido no llegó. En su lugar la puerta se abrió y una mano la arrastró dentro y la empujó contra la pared mientras la puerta se cerraba de un portazo. Pasó tan rápido que se quedó sin aliento.</p> <p>—¿Qué...? —Intentó hablar pero las palabras se perdieron cuando él llevó los labios contra los suyos.</p> <p>Kalina no quería besarlo. No, así no era como tenía que desarrollarse esa reunión. Había cosas que quería decirle, palabras hirientes que deseaba pronunciar con la intención de hacerle pagar cara su forma de tratarla. Pero ni una sola de esas palabras tuvo la oportunidad de salir de su boca.</p> <p>Porque los labios de Rome eran como una droga, y ella los besaba con ganas para saciarse de todo lo que él le ofrecía en ese momento. Sus puños permanecían apretados a cada lado de su cuerpo mientras ella los retaba a moverse. Todo lo que él tenía eran sus labios y, en realidad, ¿no bastaba con eso? Su cuerpo respondió al instante: el calor se acumulaba en su sexo y la humedad ya calaba los pliegues. Ladeó la cabeza, con la esperanza de romper la conexión, pero no funcionó.</p> <p>Rome se sumergió aún más, su lengua tocaba cada recoveco de su boca. Ella no podía respirar, su pecho se convulsionaba mientras sentía un hormigueo en los pezones. Quería gritar, ponerle las manos encima a su hermosa cara y arañarla hasta darle solo una ligera idea del dolor que él le había causado. No, quería su pistola para dispararle justo en sus partes. Pero cuando su abultada erección se apretó contra ella escuchó que se le escapó un gemido y supo que dispararle era lo último que quería hacer con esa zona del cuerpo en concreto.</p> <p>Maldita sea, todavía lo deseaba.</p> <p>Fue él quien rompió la conexión de sus labios, pero su boca siguió hambrienta encima de ella mientras le rozaba con los dientes la línea de la mandíbula. A ella le faltaba tanto el aire que apoyó la cabeza en la pared, jadeando; necesitaba sus caricias y las odiaba a partes iguales.</p> <p>—Nunca me abandones —gruñó él, mientras se agachaba para hacerle estragos en el cuello con la boca.</p> <p>—¿Qué? —preguntó ella con la mente borrosa por la excitación.</p> <p>—Cuando regresé te habías ido. —Sus manos se movieron hasta sus brazos, que la zarandearon un poco mientras hablaba—. ¡No vuelvas a hacer eso!</p> <p>Kalina levantó la cabeza y parpadeó del asombro; luego lo miró a los ojos.</p> <p>—¿Lo dices en serio? Fuiste tú el que se marchó. —Estaba muy enfadada, así que sin pensarlo le dio un empujón. La acción debió de pillarlo desprevenido porque dio un paso atrás. Y ella se alejó dos pasos más de él—. Me desperté y no estabas. Lo único que faltaba era el dinero encima de la mesa —dijo bruscamente—. Si querías un polvo barato podrías haber contratado a alguien para eso. Ah, se me olvidaba —fingió inocencia—: yo trabajo para ti, ¿verdad? Pero acostarme contigo no figura entre las funciones de mi puesto. —Y eso no era mentira. Ni en la descripción de la misión de la DEA ni en la del Departamento de Policía Metropolitana ponía en ningún lugar que hubiera de acostarse con Roman Reynolds. Podía dar fe de ello.</p> <p>—Espera un momento, ¿crees que yo te abandoné? —dijo Rome, mientras iba hacia la puerta para cerrarla con llave antes de volverse hacia ella.</p> <p>Llevaba un traje oscuro, o al menos los pantalones eran oscuros; la camisa era blanca con una corbata de color coral que era del tono perfecto para armonizar con su piel moca. Ella supuso que la chaqueta estaba en alguna parte del despacho porque siempre iba de traje al trabajo. Sus zapatos brillaban como el reloj de oro que llevaba en la muñeca. Estaba impecablemente perfecto, y su cuerpo se moría por él.</p> <p>—Es la conclusión a la que normalmente llega la gente cuando se despiertan solos en una cama donde antes había alguien a su lado.</p> <p>Él negaba con la cabeza.</p> <p>—Me fui a una reunión.</p> <p>—Ni siquiera eran las ocho de la mañana, Rome. No tienes que mentirme —dijo enfurruñada mientras se alisaba la ropa con las manos como si estuviese arrugada; no sabía qué más hacer con ellas—. Mira, si esto era solo un rollo de una noche, está bien. Puedo aceptarlo. Lo que de verdad me gustaría saber es cómo terminé en tu casa para empezar. Fui a una barbacoa en casa de Melanie. Pero luego no estaba allí, estaba... —Fue bajando la voz mientras las piezas empezaban a encajar.</p> <p>—¿Qué pasó cuando estabas en casa de Melanie? —preguntó Rome al tiempo que daba un cauteloso paso hacia ella.</p> <p>—Vi algo, o pensé que había visto algo. —Había visto unos ojos en los arbustos, unos ojos que no eran humanos. Pero algo le decía que no era muy buena idea contárselo a Rome. Se aclaró la garganta—. Quiero decir, pensé que había algo en el jardín. El perro del vecino, creo. Pero lo busqué y no estaba allí. De pronto un tío grande me agarró y me metió en una furgoneta. —Lo miró entrecerrando los ojos—. ¿En tu furgoneta? ¿Por qué estaba allí? ¿Me siguió alguien, Rome?</p> <p>Rome no sabía qué decir. ¿Cómo podía siquiera empezar a contestar a esa pregunta sin desvelar más de la cuenta? La acusación del veterano Alamar aún resonaba en su cabeza, pero mientras miraba a Kalina, con sus piernas largas envueltas únicamente en unas medias de nailon y una falda hasta la rodilla que se pegaba perfectamente a su trasero y a sus caderas, no veía a una Shifter. Era exactamente lo que él creía que era: toda una mujer.</p> <p>—Te dije que quería mantenerte a salvo.</p> <p>—¿Así que tienes gente siguiéndome? Ni siquiera me conoces.</p> <p>Puede que en eso tuviera razón, pero quería remediarlo inmediatamente.</p> <p>—Te pedí que vinieras conmigo a tomar una copa, pero me rechazaste.</p> <p>—Y por eso —dijo ella, echándole una mirada vacía— tenías que hacer que me siguieran y me secuestraran para poder acostarte conmigo. Eso es un poco excesivo, incluso para un hombre como tú.</p> <p>—¿Qué quieres decir con un hombre como yo? ¿Qué clase de hombre crees que soy exactamente, Kalina? —preguntó mientras se acercaba a ella pero sin llegar a tocarla. Ella se encontraba de pie delante de una de las sillas de invitados y él se sentó, justo ahí, por lo que esta vez tenía que levantar la mirada. Le encantaba la vista desde ese ángulo ya que tenía sus suculentas piernas y sus pechos abundantes al alcance de la mano.</p> <p>Ella se cruzó de brazos.</p> <p>—Sé que eres un abogado arrogante que cree que solo porque tiene un buen historial en los tribunales nunca puede perder nada. También sé que no te importan las mujeres con las que te lías. No significan nada para ti, solo números en tu lista, por así decirlo. Jamás podré perdonarme haber caído en esa trampa.</p> <p>Rome estaba de pie antes de que ella pudiera decir otra palabra y se situó a centímetros de su cara.</p> <p>—Sea lo que sea lo que crees que sabes sobre mí y otras mujeres no tiene nada que ver con lo que pasó entre nosotros.</p> <p>Ella se echó ligeramente hacia atrás y ladeó la cabeza para poder levantar la vista hacia él.</p> <p>—¿En serio? Dígame, señor Reynolds, ¿por qué soy tan diferente?</p> <p>Rome no sabía qué decir. ¿Por qué era ella diferente de cualquier otra mujer con la que se había acostado? Era preciosa, sexy, atractiva; todas las características que pensó que también tenían las demás mujeres con las que había estado. Sin embargo, ella era mucho más. Algo en su interior la hacía diferente, y fuese lo que fuese lo atraía como un imán. Incluso ahora.</p> <p>—Lo único que sé es que no puedo dejar de desearte.</p> <p>Ella suspiró y miró hacia otro lado. Él le rodeó la barbilla con la mano y le giró la cara para que lo mirase.</p> <p>—Eso no es todo. Pienso en ti todo el tiempo. Cuando creí que esos hombres iban a hacerte daño estaba dispuesto a matar. La idea de que estés en peligro me hace pedazos. Eso nunca me había pasado con otra mujer. Nunca.</p> <p>Ella no lo creía.</p> <p>No quería pero... su mirada se encontró con la suya y no tuvo elección. En sus ojos vio la sinceridad, el deseo voraz, y le correspondió con una dosis de su propia necesidad.</p> <p>—Deseaba que fueras diferente —se escuchó susurrar a sí misma—. Desde el principio no quería creer los rumores. No sé por qué, pero no quería.</p> <p>—No creas los rumores. No soy quien creen que soy.</p> <p>—Y no puedes ser quien yo creo que eres. —Él no era el hombre de sus sueños, el héroe que la salvó de la soledad en la que ella misma se había sepultado. Él no era la bestia que la excitaba y la asustaba a la vez. Él solo era Roman, el hombre al que se suponía que tenía que investigar—. ¿Por qué no puedes ser él? Habría sido mucho más fácil —susurró ella.</p> <p>—Nada de eso importa ahora, Kalina. Solo importa esto —dijo mientras la abrazaba por la cintura y la empujaba de manera que su sexo quedaba apretado contra el bulto de su erección—. Solo tú y yo.</p> <p>Rome había dicho algo similar en su sueño. Kalina luchó para mantener sus pensamientos en el aquí y ahora.</p> <p>—Sueño contigo —dijo él con voz ronca mientras le mordisqueaba la nuca.</p> <p>Sus manos fuertes se movieron hacia arriba y se posaron en sus senos; los palparon como si fueran un melón dulce, los apretaron como si pudieran ordeñarla. Sus piernas temblaron cuando el deseo humedeció los pliegues de su sexo.</p> <p>No estaba siendo cuidadoso. Al contrario, sus manos se movían bruscamente. Ella tenía los pezones erizados. Sus dientes le mordieron la piel y el cosquilleo de placer y dolor le atravesó todo el cuerpo. Por dentro sentía los comienzos de un tornado, una pequeña espiral de deseo que se le estaba formando en la boca del estómago y ganaba velocidad con cada caricia, con cada palabra. Su mente se nubló y se fundió con ese hombre y con ese momento. No había nada más.</p> <p>—He soñado contigo. —Con esa confesión entrecortada apoyó la cabeza sobre sus hombros—. Eras tan caliente. Tú estabas tan caliente.</p> <p>—¿Estaba caliente por ti, nena? ¿Como lo estoy ahora?</p> <p>Él le estaba desabrochando la blusa y sus dedos se movían rápida y hábilmente sobre los pequeños botones. Sus palmas desplegaron la tela hacia los lados antes de volver a cogerle los pechos. Apartó las copas del sujetador, liberó sus senos y los tocó con un hambre que mandó destellos de lujuria directamente a su sexo.</p> <p>Kalina jadeó y sus manos siguieron a las de Rome. Se tocó los pezones erizados y se puso a temblar. Acostumbrada como estaba a tocarse y a obtener un inmenso placer con la exploración, ahora se estaba ahogando en la doble sensación de las manos de ambos sobre su cuerpo.</p> <p>—Tócame, nena. Me muero por que me toques —dijo con voz áspera.</p> <p>Ella entonces bajó sus manos y tocó el duro bulto de su erección. La lujuria la arrasó. Lo deseaba como nunca antes había deseado a nadie. En lo más recóndito de su mente lo deseaba con una ferocidad que casi la asustaba. En lugar de aferrarse al miedo, Kalina se dejó llevar por la lujuria, dejó que el calor creciente de su interior bombardease cualquier otro sentimiento, incluso los que le decían que ese iba a ser un instante decisivo para ambos.</p> <p>—Lo quieres, Kalina. —Ahora su voz era rasgada mientras sus manos le apretaban los pechos hasta que un grito le arañó la base de la garganta—. Es tuyo, nena. Cógelo.</p> <p>Con el corazón martilleándole frenéticamente el pecho, Kalina se movió y se giró hasta que quedaron frente a frente. Le atrajo hacia sí y fue ella quien tomó sus labios esta vez. En un duelo salvaje de labios, dientes y lengua, ella derramó en él todo el calor que la estaba devastando. Rome se aferró a sus caderas, le agarró el trasero y luego deslizó las manos por sus muslos para subirle la falda.</p> <p>Entre jadeos ella rompió el beso y dejó que sus palmas vagaran por los musculosos contornos de sus pectorales y sus duros abdominales hasta la hebilla del cinturón. Con dedos temblorosos se lo desabrochó, abrió el cierre de sus pantalones y escuchó el suave eco de la cremallera en sus oídos. Era un sonido agudo, un sonido al que nunca le había prestado mucha atención hasta ese momento.</p> <p>Ahora él le enmarcaba la cara con las manos y sus pulgares se deslizaron por sus labios hinchados. Kalina se los lamió, ansiosa, mientras le bajaba los pantalones y los bóxers más allá de la cadera.</p> <p>—No puedo dejar de pensar en ti —admitió ella, mientras observaba cómo se llenaba la habitación del mismo calor insoportable que habitaba en su sueño—. No importa lo mucho que lo intente, siempre estás ahí.</p> <p>—Siempre voy a estar aquí —fue su respuesta.</p> <p>Su envergadura la llenaba. Envolvió su miembro con las dos manos; le encantaba la sensación ardiente de tocar su erección y recordaba el sabor de su calor aterciopelado deslizándose por su lengua. Se le hizo la boca agua mientras lo acariciaba desde la base hasta la punta bulbosa.</p> <p>Kalina recordaba la noche que la pilló in fraganti en ese mismo lugar y le venía a la mente la imagen de su trasero contra el escritorio de Rome y su dominante presencia a su alrededor. Él se había sacado su miembro para ella, acariciado su magnífica envergadura mientras sus ojos la devoraban. Le había dicho que ella lo deseaba, que deseaba eso, y tenía toda la razón.</p> <p>Kalina recorrió su cuerpo con las manos y se arrodilló, inclinando la barbilla para que su miembro estuviera alineado con sus labios. Una gota de deseo del tamaño de una perla se desprendió de su punta y ella extendió la lengua y la lamió. Cerró la boca y dejó que el sabor a él la llenara una vez más. Esta vez fue diferente. No fue una inesperada descarga de emoción como si se tratara de una montaña rusa. No, esta vez lo esperaba, y le dio la bienvenida como si hubiera sabido que lo probaría otra vez. Todo él era bienvenido, como si algo en su interior lo estuviera recibiendo en casa.</p> <p>Cuando se lo metió profundamente en la boca él le acunó la cabeza mientras se le aceleraba la respiración. Kalina movía la boca y le encantaba el ritmo lento que habían establecido; él empujaba las caderas despacio, la alimentaba con golpes comedidos, y ella giraba la lengua alrededor de su envergadura y lamía la parte inferior como si fuese un preciado polo. Masajeaba los testículos con los dedos, provocando gemidos entrecortados en sus labios.</p> <p>Todo parecía perfecto; ahora, en ese momento, estaba donde tenía que estar. Por una vez en su vida tenía un lugar y un propósito. Él podía darle placer pero Kalina se dio cuenta en ese instante de que ella podía llevarlo a la cumbre. Rome la deseaba con locura, tenía hambre de sus caricias, del contacto de sus labios a lo largo de su carne.</p> <p>Para probar su teoría se retiró, dejó que su envergadura se deslizara fuera de sus labios hasta que solo la punta le susurraba cerca de la boca. Él la agarró más fuerte de la cabeza y gimió:</p> <p>—Más —pronunció antes de volver a empujar hacia sus labios.</p> <p>Con una sonrisa maliciosa ella lo miró fugazmente. Su sexo palpitó cuando se encontró con su mirada. Sus ojos brillaban, estaban fijos en ella y emitían algún tipo de hechizo confuso que la tenía embelesada. Abrió la boca y dejó que él se lanzara dentro mientras sus miradas seguían conectadas. Él la alimentó, ella lo acogió en su interior, hondo, muy hondo, hasta que pensó que se iba a ahogar. Rome se retiró en ese momento, la dejó recuperar el aliento y luego se hundió otra vez muy dentro de ella. Sus labios estaban mojados, su envergadura estaba empapada y a ella le dolían los pezones. Quería que la follara. Ahí mismo, justo en ese momento, ese hombre.</p> <p>Rome sujetó la base de su erección, alimentó la boca de ella con su fluido previo al éxtasis y observó con un deseo profundamente arraigado cómo ella lamía cada gota. Bajar la mirada hacia su preciosa boca envuelta alrededor de su envergadura lo había propulsado de tal forma que su bestia chocaba contra su piel. Había un calor en su interior esperando impaciente para liberarse de golpe. Pero no podía ir rápido. Mantuvo la compostura tal y como estaba acostumbrado a hacer en el pasado. Pero cuanto más exprimía ella su miembro, más quería abandonarse y darle todo lo que tenía dentro.</p> <p>No sabía si Kalina podría soportarlo y si él sobreviviría, pero temía que iba a llegar de todas formas. La cogió de los hombros y la levantó hasta que sus labios se encontraron en un beso profundo y excitante.</p> <p>—Quiero verte —gimió él contra sus labios—. Necesito verte.</p> <p>Y lo necesitaba. La necesidad era tan fuerte en su interior que apenas podía respirar. Quería ver su cuerpo, ver su deseo hacia él, lo necesitaba como el aire para respirar.</p> <p>La sentó en la mesa, le levantó la falda por encima de las caderas y maldijo en voz baja en el momento en que descubrió el liguero y las medias que llevaba debajo. Una brizna de encaje le cubría la confluencia, pero él la rasgó.</p> <p>—¡Joder! Me muero, Kalina. Me estás matando —gruñó al tiempo que frotaba las manos por los delicados pasadores y la suave seda.</p> <p>Como si supiera con todo detalle qué hacer, lo que él necesitaba exactamente, Kalina se deslizó hacia atrás en el escritorio, apartando papeles, portalápices y toda la parafernalia que estaba en su camino, hasta que se pudo recostar. Levantó las piernas, dejó que los tacones de sus zapatos se clavaran en la resbaladiza superficie de la mesa y dejó caer las rodillas.</p> <p>Se abrió como una flor para él, su sexo desnudo y brillante de deseo. A Rome se le hizo la boca agua. Estaba tan duro que le latían las sienes.</p> <p>—Tócate para mí —dijo él con la voz entrecortada—. Tócate tu sexo.</p> <p>Ella se lo concedió; deslizó una mano y movió sus finos dedos entre los húmedos pliegues. Las uñas transparentes se movían por su suave piel hasta que se detuvieron en su monte de Venus, que acarició hasta que empezó a respirar con dificultad.</p> <p>—Justo así —suspiró él mientras se llevaba las manos a su envergadura y la acariciaba mientras la observaba.</p> <p>A Rome le encantaba ese ejercicio. Le encantaba mirr cómo se tocaba. Le encantaba ver sus dedos en su sexo, moviéndose para darle placer. Podría mirarla eternamente, observar cómo su cuerpo respondía a sus propias maniobras y correrse todas las malditas veces.</p> <p>—Dos dedos —gruñó él—. Métete dos dedos.</p> <p>Su cabeza cayó hacia atrás cuando se metió dos dedos en su sexo empapado y los empezó a mover ferozmente. Rome se ocupaba de su envergadura, que movía como si estuviese justo dentro de ella. No iba a durar mucho; su compostura estaba flaqueando y la bestia estaba tomando el control. Lo supo con certeza cuando sus incisivos se le clavaron en el labio inferior.</p> <p>Fue hasta ella, le apartó la mano de su sexo, se acercó sus dedos a los labios y los lamió, limpiándolos por completo de su dulce néctar a lametazos. Ella levantó la cabeza y su mirada llena de lujuria se encontró con la de él.</p> <p>—Por favor —susurró ella—. Ahora.</p> <p>Él le dio lo que quería. Tiró de ella hasta que su trasero estuvo justo al borde de la mesa y le clavó el pene. Ella arqueó la espalda y abrió la boca para gritar, pero él se inclinó hacia delante y atrapó el sonido con sus labios.</p> <p>Mientras la embestía, Rome solo podía pensar en una cosa: era suya. Cada parte de ella le pertenecía. Nunca la dejaría escapar. Nunca.</p> <p>Kalina lo rodeó con las piernas, entrelazó los tobillos y fue al encuentro de cada una de sus acometidas. Sus uñas marcaron su espalda a través del fino algodón de su camisa. Salía y luego volvía a hundirse en ella, lo que era adictivo, tentador, y le paralizaba el cerebro. Respiraba con dificultad mientras la acariciaba, y le encantaba sentir sus paredes contraerse a su alrededor, sus brazos estrecharlo con fuerza como si tuviera miedo de soltarlo.</p> <p>El aroma llegó despacio; como una ligera brisa, un suave aroma almizclado se filtró en el aire. En su interior, su felino rugió y las acometidas ganaron velocidad. Los muslos de Kalina empezaron a agitarse a su alrededor y él la sujetó más fuerte mientras llegaban a la culminación.</p> <p>Él arremetió todo lo que pudo y enterró su envergadura firmemente dentro de ella. El aroma le llenó las fosas nasales y sus músculos se contrajeron. Quería gritar, rugir y liberar la fuerza que aumentaba vertiginosamente en su interior, pero en su lugar abrió la boca y le hincó los dientes en el hombro hasta que el fuerte sabor de la sangre le rozó la garganta. Con la lengua ahora invadida por la expectación lamió ese punto; lamió y lamió hasta que su sabor se incrustó en sus sentidos.</p> <p>En ese preciso momento el calor se entrelazó por su espalda y se disparó hasta sus testículos, hasta que su culminación la llenó con intensos riachuelos.</p> <p>Kalina temblaba en sus brazos como la gelatina, dependía de él para no caer encima de la mesa. Y Rome la sujetó; le encantaba la sensación de tenerla entre sus brazos. Aún estaba dentro de ella, su sexo se negaba a abandonar ese placentero abismo. Ella había relajado las piernas y las había dejado caer a los lados. Cuando Rome retrocedió para mirarla recibió una sacudida final en su organismo.</p> <p>Sus ojos.</p> <p>No eran los ojos color avellana con motas doradas de cuando entró. Solo eran dorados, con un puntito negro en el centro. Eran ojos de felino, y lo estaban mirando fijamente.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>—¿Cenas</strong> conmigo esta noche? —preguntó Rome, con la voz aún ronca por los gemidos y gruñidos de su encuentro.</p> <p>Kalina estaba saliendo del baño, donde se había dado un agua con jabón en todas las partes vitales y se había arreglado la ropa.</p> <p>—Tenemos que hablar —dijo ella—. Quiero decir, hablar de verdad. —No podía seguir haciendo eso más tiempo. ¿Cómo iba a investigar a un hombre del que creía estar peligrosamente a punto de enamorarse? ¿Cómo podía intentar condenarlo cuando sabía que era inocente? No iba a poder encontrar el nombre de Cortez en ninguna parte de los registros financieros de Rome. Primero, porque era demasiado listo como para implicarse de una forma tan infantil. Y segundo, porque él no haría negocios con un cártel.</p> <p>Cuando revisó sus registros había visto que Rome era muy generoso con sus contribuciones y elegía causas que ella sospechaba que significaban algo para él. La Fundación Todo Niño Necesita a Alguien era una de las más favorecidas por sus donaciones en nombre de la empresa. Había visto los recibos en los libros de contabilidad y conocía bien esa fundación porque ella misma hacía donaciones regularmente. Aunque sus donaciones ni de lejos estaban a la altura de las de Rome. Pero bueno, eso no importaba, que él pensara en esos niños había hecho que se ganara su cariño.</p> <p>Sin embargo, unos instantes antes, cuando hacían el amor sobre su escritorio precisamente, Kalina se había dado cuenta de que aunque aún no entendía la naturaleza de la atracción que existía entre ellos y tenía más preguntas que respuestas, la conexión de ambos era más fuerte que nada con lo que se hubiese encontrado en su vida. Una conexión a la que ella quería aferrarse con desesperación. Rome no la había abandonado esa mañana, o eso le había dicho. Se había ido al final del pasillo de su gigantesca casa a una reunión. ¿Quién hace esas cosas y qué tipo de reunión se celebra al despuntar el alba?</p> <p>Mira, más preguntas.</p> <p>Sin embargo, antes de pedirle explicaciones tenía que sincerarse y hablarle sobre su papel en esa farsa. Y también tenía que averiguar la verdad sobre su misión. Ese trabajo siempre la había inquietado, desde el principio. Y lo que más la intrigaba era por qué la DEA la había elegido precisamente a ella cuando había tantos polis en la división de narcóticos, algunos con más experiencia que ella en esos asuntos y con muchos más años de servicio. Pero la escogieron a ella. A dedo, como le había dicho su teniente. Y mantenían al tanto a Ferrell. ¿Por qué? Ferrell era un detective y llevaba más años que ella en la unidad, pero no hacía trabajo de campo desde hacía años. Aun así, él era el jefe de la operación del Departamento de Policía Metropolitana y ella solo había visto al representante de la DEA una vez. Eso no era normal. Había enterrado esos hechos en el brillante resplandor de sentirse necesitada, requerida para algo. Pero ahora veía las cosas más claras, como si este tiempo con Rome hubiese abierto una especie de puerta cerrada en su interior. Se sentía llena de energía y preparada para liberar..., ¿el qué?</p> <p>—Soy famoso por tener un efecto duradero en las mujeres, pero esto de que ignoren mis preguntas es bastante nuevo para mí.</p> <p>Escuchó su voz, y entonces su mirada volvió repentinamente a la suya. Kalina no sabía cuánto tiempo había estado ahí parada pensando, pero obviamente él le había dicho algo.</p> <p>—Lo siento, supongo que estaba soñando despierta. ¿Qué has dicho?</p> <p>Entonces él se acercó a ella, la rodeó con sus fuertes brazos y ella sintió esa sensación una vez más: como si algo en su interior quisiera tocarlo. Era un ansia que solo aparecía cuando él estaba cerca, y cuando la tocaba se inflaba hasta el punto de que apenas podía pensar en otra cosa más que en él. Antes le daba miedo esa sensación, pero ahora recibía con los brazos abiertos su acogedor efecto.</p> <p>—Te he pedido que cenaras conmigo y me has dicho que tenemos que hablar.</p> <p>Ella asintió con la cabeza.</p> <p>—Es verdad, deberíamos.</p> <p>—¿Entonces hablamos en la cena?</p> <p>—Está bien —dijo ella al tiempo que aceptaba su beso—. Pero debería volver al trabajo.</p> <p>—Te lo tengo que volver a preguntar. ¿Estás segura de que no tienes ni idea de por qué te estaban siguiendo esos hombres?</p> <p>Ella se encogió de hombros. Y se preguntó si debería mencionar lo que le había pasado hacía dos años, o incluso lo de las fotos. La idea de que esos dos incidentes pudieran estar relacionados no se le iba de la cabeza. Pero no le iba a contar a Rome solo esa parte de la historia. Una vez que abriera la boca se lo tendría que contar todo. Esa era su intención final, pero antes tenía que averiguar otras cosas.</p> <p>—No los conozco ni sé por qué me siguen.</p> <p>—Ezra, mi hombre de confianza —dijo con total naturalidad—, estará contigo en todo momento.</p> <p>Se apartó de él; no estaba segura de si le gustaba esa idea. Necesitaba ir a la comisaría y de ninguna manera quería que un empleado de Rome fuese con ella.</p> <p>—No necesito un guardaespaldas, Rome. Estaré bien sola.</p> <p>Permanecieron callados unos segundos. Kalina rompió el silencio. Tenía que dejar muy clara su situación.</p> <p>—Agradezco tu preocupación, pero...</p> <p>—Te acompañará en todo momento. Hasta que averigüe quiénes son y por qué les interesas, él se mantendrá cerca de ti.</p> <p>Kalina abrió la boca para protestar, pero luego lo pensó mejor. No parecía que Rome fuese a cambiar de opinión, e insistir sobre el asunto podría hacer que sospechase. Y debería, ya que su misión era encontrar pruebas para meterlo en la cárcel durante el resto de su vida. Probablemente debería haberla mantenido encerrada cuando su empleado la secuestró.</p> <p>—Voy a volver a mi mesa antes de que Dan se ponga a buscarme.</p> <p>—Espera —dijo Rome mientras cruzaba la habitación hasta donde estaba ella—. Sal por aquí.</p> <p>La cogió del codo y la llevó de vuelta al baño hasta una puerta en la parte de dentro del plato de la ducha.</p> <p>—Puedes coger las escaleras desde aquí. De esta forma nadie te verá salir de mi despacho.</p> <p>Mientras miraba por el hueco de la escalera, se preguntó quién era realmente Roman Reynolds. ¿Qué clase de abogado necesita una salida secreta?</p> <p>—¿Usas esto a menudo? —le preguntó casi con indiferencia.</p> <p>—Solo cuando es necesario —fue su seria respuesta—. Mantén los ojos abiertos. Está pasando algo y preferiría que no fueses parte de ello.</p> <p>Rome no quería que ella se viera involucrada en lo que fuera que estuviera pasando, pero Kalina tenía la angustiosa sospecha de que ya lo estaba.</p> <p>—¿Qué es lo que pasa?</p> <p>Rome parecía tener palabras que decir, cosas que quería desvelar. Ella lo sabía bien porque era exactamente el mismo sentimiento que se gestaba en su interior.</p> <p>Él se inclinó hacia delante y le rozó los labios con los suyos.</p> <p>—Esta noche —susurró—. Te recogeré a las siete.</p> <p>Kalina aceptó su beso, dejó que la calidez que irradiaba la recubriera solo unos minutos más y luego se escabulló por la puerta.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Capítulo 18</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong><style name="b">E</style>SO</strong> era lo último que X esperaba destapar. Nick y él ya habían hablado de investigar a Kalina Harper. El veterano creía que era una Shifter y era posible que tuviera razón, así que X fue directamente a su oficina para acelerar su investigación. No le resultó fácil dar con sus antecedentes, pero una vez que se metió en las bases de datos correctas, falsificando la autorización a algunas áreas de los niveles más altos (era realmente desconcertante que el expediente de una mujer aparentemente normal estuviera tan protegido), cantó bingo.</p> <p>Se reclinó en su silla mientras se ponía el sol a través de la ventana detrás de él y comenzó a soltar tacos, despacio, elocuentemente y durante mucho tiempo.</p> <p>Rome se iba a poner hecho una furia cuando se enterase. Y si Kalina era su companheira, sin duda se iba a armar gorda.</p> <p>X tiró todos los informes encima de su mesa y se pasó la mano por la cara; estaba cansado. Estaba acostumbrado a estarlo, pero solía seguir adelante a pesar de ello. Era la sensación de desolación, no la fatiga, lo que le preocupaba, un hambre que avanzaba sigilosamente por su interior. Normalmente la mantenía a raya, seguía con su vida lo más normal posible, pero últimamente le había estado carcomiendo, presionándolo para que la liberase en un mundo que no veía con buenos ojos esos actos.</p> <p>El teléfono móvil le sonó en la cadera y se apresuró a contestar; tenía ganas de distraerse con una conversación con el exterior. Tratar de convencerse a sí mismo de que no necesitaba lo que su cuerpo ansiaba empezaba a ser monótono.</p> <p>—¿Esta línea es segura? —preguntó la voz al otro lado antes de que X pudiera decir nada.</p> <p>—Espera —dijo él. Fue hacia la puerta, la cerró con llave y volvió a su escritorio. Había una pequeña radio en la esquina cerca de su ordenador; X la encendió y se inclinó hacia delante para acercarse al altavoz. Trabajaba para el FBI, por lo que era muy consciente de lo fácil que resultaba ocultar un micrófono en una oficina sin que nadie se diera cuenta. Normalmente registraba su despacho todas las semanas para asegurarse de que se encontraba limpio, pero conocía al que estaba al teléfono y sabía que si lo había llamado era porque era urgente. No tenía tiempo de hacer otra comprobación, así que en su lugar tomaría precauciones.</p> <p>—Ya estoy. ¿Qué pasa?</p> <p>—He investigado eso del laboratorio que me pediste.</p> <p>Se hizo el silencio en la línea.</p> <p>—¿Y? —apremió X.</p> <p>—No es nada bueno.</p> <p>Él exhaló un suspiro. ¿Es que hoy era el día de las malas noticias o qué?</p> <p>—¿Qué significa «nada bueno»?</p> <p>—Significa que probablemente estemos a unos seis meses, más o menos, de ser descubiertos.</p> <p>—¿Cómo?</p> <p>—Tú deberías saberlo. Es la gente para la que trabajas la que nos pisa los talones. Alguien les ha debido poner sobre aviso y ahora están estudiando las posibilidades.</p> <p>Eso no era lo que X quería oír, especialmente después de lo que había averiguado sobre Kalina.</p> <p>—¿Los federales están estudiando la posible existencia de Shifters?</p> <p>—Eso es. Están haciendo preguntas y sospecho que alguien ahí fuera les está dando algunas respuestas.</p> <p>X se frotó la calva con la mano que tenía libre y repasó todas las posibilidades en su cabeza, como si tuviera un ordenador central instalado en el cerebro. Ninguna de ellas llevaba a un buen resultado.</p> <p>—¿Y sabes una cosa?</p> <p>—¿Qué?</p> <p>—Están cerca. Tan cerca que tenemos que guardarnos las espaldas a cada paso a partir de este momento. Díselo al líder de Facción y yo se lo haré saber a Sebastian. Tienen que decidir qué decirle a la Asamblea y cómo preparar a los otros Shifters antes de que esta mierda empiece a ir cuesta abajo.</p> <p>Cuando X cortó la comunicación se imaginó que probablemente era demasiado tarde para eso.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>No</strong> había dormido nada en toda la noche ya que sus propios demonios habían elegido ese momento para salir a atormentarlo. Pero Nick no les tenía miedo, ni a los demonios ni a nada, no se lo podía permitir.</p> <p>¿Y qué si estaba en el trabajo? Llevaba en la oficina desde las seis de la mañana, con una actitud avinagrada. No importaba porque hasta ahora la única persona con la que había sacado a relucir el mal humor era el tío de la cafetería de la esquina que le había tomado mal el pedido un número récord de tres veces y había tenido el descaro de ponerse chulo cuando Nick le llamó la atención y pidió que le devolvieran el dinero.</p> <p>Ya era casi la hora de dar por concluida la jornada y no estaba precisamente deseando irse a casa solo. Se hallaba recostado en la silla de su despacho con una mano en su agenda negra y frotándose la barbilla con la otra mientras consideraba qué tipo de compañía le apetecía esa noche.</p> <p>Llamaron a la puerta, tan flojito que probablemente no se habría dado cuenta si no tuviera los sentidos agudizados de un Shifter.</p> <p>—Adelante —dijo cansado, esperando que quienquiera que fuese le planteara lo que quería y se marchara en el menor tiempo posible.</p> <p>—Hola, señor Delgado. Es que tengo unas cuantas cartas que necesitan salir hoy y el señor Reynolds ha estado fuera. He pensado que se las podía traer a usted para que las firmara.</p> <p>La ayudante de Rome, Melanie nosequé, entró directamente, le llevó las cartas hasta la mesa y las dejó caer delante de él mientras hablaba de esa forma suya tan rápida y eficiente.</p> <p>Nick ni siquiera pestañeó, solo cogió su bolígrafo y empezó a revisar las cartas antes de firmarlas.</p> <p>—El señor Reynolds hoy no estaba en su despacho —dijo ella otra vez—. Normalmente ya tendría el correo firmado y mandado a estas horas, pero cuando llamó esta mañana para decir que no iba a venir tuve que cambiar la fecha de varias citas suyas y ocuparme de otras cosas primero. No es propio de él no venir, especialmente cuando tiene cosas en su agenda.</p> <p>Nick no tenía ni idea de cómo podía aguantar Rome los monólogos de esa mujer. Él saldría corriendo y gritando del despacho cada día si tuviera que escucharla divagar y divagar como ahora.</p> <p>—¿Pudiste reprogramar todas las citas sin problemas? —preguntó él, porque notaba que ella esperaba que dijera algo tarde o temprano.</p> <p>—Sí. Aunque al señor Gwynn no le ha gustado nada tener que cambiar la declaración de esta tarde.</p> <p>—Gwynn. Esa es la demanda de responsabilidad civil por productos, ¿verdad?</p> <p>—Sí, eso es. Y si quiere conocer mi opinión, él sabía que ese pegamento no estaba hecho para el vidrio templado. Ese pobre niño que se cayó por la ventana sufrió tanto...</p> <p>—El señor Gwynn es nuestro cliente, Melanie —dijo Nick despacio, mientras pasaba a la siguiente carta.</p> <p>—Sí, lo sé, y créame, estoy agradecida por todos nuestros clientes porque sin ellos yo no tendría trabajo. Pero eso no significa que él no pusiera un producto defectuoso en esas casas nuevas y no esperase que esos pobres compradores tuvieran problemas en algún momento. Si quiere saber mi opinión, yo creo que deberían denunciar a toda la constructora.</p> <p>Nick negó con la cabeza.</p> <p>—Me alegro de que los demandantes no quieran saber su opinión.</p> <p>—De todas formas, ¿sabe quién no ha venido tampoco hoy? Kalina Harper. —La ayudante paró ahí, dejó la pregunta y la supuesta respuesta en el aire. A Nick no se le pasó la insinuación por alto—. Estuve con ella ayer, pero se fue de mi casa muy rápido y sin decir una palabra. He intentado llamarla, pero no me contesta. Estoy algo preocupada.</p> <p>Rome había estado en el despacho esa mañana y se había ido. Había llamado a Nick y no parecía encontrarse muy bien, le había dicho que tenía algunas cosas de las que ocuparse fuera de la oficina. Nick asumió que aún estaba angustiado por las palabras del veterano Alamar. En cuanto a Kalina, por lo que Nick sabía aún se encontraba en casa de Rome. Ahora que Melanie preguntaba por los dos, Nick tuvo que cuestionarse por qué.</p> <p>Estaba claramente intentando sacarle información. Pero lo que a Nick le parecía verdaderamente interesante es que hubiese mencionado haber estado con Kalina el fin de semana. No sabía que fueran amigas. No debería importarle a quién veía los fines de semana, pero si esa mujer era la pareja de Rome, entonces Nick debía estar informado de todo lo que hacía y con quién.</p> <p>—¿De verdad? ¿La señorita Harper y tú pasáis mucho tiempo juntas? —preguntó mientras levantaba la vista. Era una mujer bastante guapa, con el pelo pelirrojo hasta los hombros y los ojos verdes. Siempre tenía preparada una sonrisa y según Rome era muy eficiente, pero definitivamente estaba intentando sonsacarle información. Aunque Nick aún no tenía claro sobre qué.</p> <p>La mujer se encogió de hombros.</p> <p>—Es nueva, simplemente pensé que podría ayudarla a integrarse. De todas formas, se fue de mi casa sin decir una palabra y me ha sorprendido no verla aquí esta mañana. Y no paro de llamarla y de llamarla.</p> <p>Nick asintió con la cabeza cuando terminó de firmar las cartas y se las pasó a Melanie.</p> <p>—Estoy seguro de que se encuentra bien.</p> <p>Ella cogió las cartas de la mano pero continuó allí de pie, mirándolo.</p> <p>—¿Está seguro? —preguntó.</p> <p>Nick la miró directamente a esos ojos verde mar.</p> <p>—Estoy seguro.</p> <p>Más tarde, después de recibir un mensaje urgente de X para que se reuniera con él en casa de Rome, Nick pensó que todo el intercambio con Melanie había sido más que extraño y nada fortuito. Para entonces ya sería muy tarde.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>Rome</strong> respiró hondo y salió a la luz tenue de la tarde. Dejó la chaqueta de su traje en el coche y caminó a través del solemne cementerio. Sus tumbas se hallaban cerca de la entrada este, justo al lado de una estatua bíblica y de una fuente. Las tumbas solo eran una tapadera; los cuerpos de sus padres no estaban allí. La <i>Ètica</i> prohibía los entierros formales y solo permitía la incineración de los de su especie.</p> <p>Aquí había mucha tranquilidad, en el último lugar de descanso de los seres queridos. Incluso los pájaros lo sobrevolaban en silencio. Los coches no parecían ir tan rápido cuando pasaban junto al cementerio; el aire que rodeaba todo el lugar estaba en calma.</p> <p>Pero Rome escuchaba golpes. Eran ruidosos y resonaban con cada paso que daba. Ahora que estaba quieto, el sonido retumbaba en cada lápida de los alrededores. No leía los nombres, nunca los leía mientras caminaba por allí. No les conocía y no le conocían a él.</p> <p>Solo conocía a esos dos.</p> <p>Los quería.</p> <p>Una lápida de un metro de alto marcaba el último lugar de descanso de Vance y Loren Reynolds. Justo encima de sus nombres estaba la insignia tribal de los Topetènia, la huella de una zarpa con garras que se fundía en un collage circular en forma de remolino. Él veía esa insignia todos los días, la tenía en bronce colgada en su estudio. Mirarla le hacía mantenerse firme, un símbolo de respeto, de lealtad a su linaje.</p> <p>Pero cuando su mirada descendió hasta los nombres y descansó en el de su padre esa lealtad se tambaleó.</p> <p>Su padre era un traidor. Rome todavía no podía creerlo, no quería empezar a aceptar que el hombre a quien quería y respetaba le hubiese contado su secreto a un humano. Las anotaciones de su diario que estaban en aquel disquete resumían reuniones, algunas en Washington, las más en otros lugares de Estados Unidos. Se había estado reuniendo con un hombre que le había prometido ayudarle a organizar a los Shifters y llevarlos al redil en el mundo humano.</p> <p>Su padre siempre quiso que se integrasen, que fuesen aceptados entre los humanos. Rome, por otra parte, conocía sus diferencias y no las discutía. No alardeaba de ellas ni les echaba en cara a los humanos su ADN, pero sabía que su especie nunca sería considerada igual. Por eso era imperativo que se gobernaran a sí mismos.</p> <p>Vance pensaba de forma diferente. Se estaba empezando a fraguar la rebelión de los rogues y la Asamblea dudaba, sin saber qué pasos tomar. Ante esa situación, Vance había recurrido a alguien en quien confiaba, alguien que pensó que podría ayudarle.</p> <p>Ahora le correspondía a Rome averiguar si esa confianza había estado justificada o si todo había sido en vano. Quería descubrirlo, aunque tenía la impresión de que ya lo sabía, de que todo lo que había hecho su padre había sido inútil. En sus últimos días de vida, Vance había transferido grandes sumas de dinero a una cuenta en Cartagena. Hacía tiempo que esa cuenta había sido cancelada, pero Bingham por fin le había dado un nombre: Raúl Cortez.</p> <p>A Rome se le oprimió el pecho cuando se metió las manos en los bolsillos. Las palabras se agolpaban en su mente, preguntas que necesitaban ser respondidas por un hombre que nunca podría hacerlo. Había conducido durante horas después de salir de la oficina por la misma salida secreta por la que mandó a Kalina.</p> <p>Rome recordaba esa mañana con una calidez que le envolvía el cuerpo. Recordaba su aroma, sus caricias, sus ojos. Se le arrugaba la frente mientras luchaba contra lo que era y lo que él no quería que fuera.</p> <p>Kalina era una Shifter y lo de esa mañana parecía indicar que estaba entrando en su acordado. En los próximos días todo en ella cambiaría. Sus sentidos se desarrollarían; su vista se agudizaría, incluida la visión nocturna; escucharía cosas a manzanas de distancia, olería las mentiras tan fácilmente como olería a los enemigos. Su cuerpo maduraría, anhelaría el contacto de un hombre. Su aroma impregnaría el aire, atrayendo a cualquier hombre que hubiera a su alrededor. No podía soportar esa idea. Todo él estaba en guerra contra lo que eso significaba.</p> <p>Significaba que Alamar tenía razón. Ella era su companheira. Su pareja.</p> <p>Su responsabilidad.</p> <p>La pregunta era: ¿podría soportarlo? Y lo que era más importante: ¿cómo reaccionaría ella al averiguar que todo lo que creía que sabía sobre sí misma era una mentira?</p> <p>Las preguntas se alineaban permanentemente en su cabeza. Su mirada se mantuvo centrada en la lápida apenas unos centímetros delante de él.</p> <p>Su teléfono móvil sonó y él se llevó la mano a la cadera para contestar.</p> <p>—Reynolds —dijo con un tono arisco.</p> <p>—Tenemos que hablar. Ahora.</p> <p>X parecía preocupado.</p> <p>—Nos vemos en mi casa dentro de media hora.</p> <p>—Hasta luego —dijo X, y cortó la comunicación.</p> <p>Rome volvió a poner el teléfono en su funda e inhaló profundamente. El aire estaba contaminado de polución, espeso por el hedor de la muerte. Estaba presente, venía en la sofocante brisa caliente y pronto llamaría a su puerta otra vez. Rome no tenía ninguna duda.</p> <p>Pero esta vez juró que estaría preparado.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Capítulo 19</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong><style name="b">—¿D</style>ÓNDE</strong> está el rogue? —preguntó Rome en el momento en que entró en su estudio y se dirigió directamente al bar. Cogió un vaso de una alacena, se sirvió una copa y se la bebió de un trago. Llevaba el peso del mundo, si no más, sobre su espalda. No era probable que el alcohol lo aligerase, pero no dejaba de ser una ayuda.</p> <p>X estaba de pie junto a la ventana. Se volvió cuando Rome entró en la habitación y se quedó mirándolo, sin decir nada.</p> <p>Nick permanecía, también de pie, cerca de la chimenea, justo detrás de la escultura de bronce de la insignia Topetènia, lo que hacía que Rome se agarrara al vaso como a un salvavidas.</p> <p>—Es una tumba... Sigue sin hablar. Bueno, eso no es del todo cierto. Ha dicho que su jefe, sea quien sea, nos va a servir nuestras propias pelotas para desayunar. Después de eso no ha vuelto a decir nada. Ni una palabra más. Puede que tuviera los labios demasiado hinchados para continuar hablando.</p> <p>Rome frunció el ceño.</p> <p>—Su jefe no lo está buscando y me pregunto por qué.</p> <p>X se encogió de hombros.</p> <p>—Lo dará por perdido. Daños colaterales. Siempre hay un porcentaje con el que tienes que contar cuando te metes en una guerra.</p> <p>—Pues peor para él, porque si no habla pronto formará parte de las estadísticas de daños colaterales —bromeó Nick.</p> <p>—Pero eso no es todo, hay algo más —dijo X.</p> <p>Rome lo miró.</p> <p>—¿Qué pasa?</p> <p>—Se trata de Kalina.</p> <p>Las sienes, que ya le palpitaban, se pusieron a latir con más fuerza. Alterado, Rome soltó el vaso y apoyó las palmas de las manos en la fría superficie de la barra.</p> <p>—¿Qué pasa con ella?</p> <p>—Tranquilo, está bien. Ezra está aparcado delante de su casa. —Nick había percibido el gesto de preocupación visible en la cara de Rome. En todo su cuerpo, en realidad.</p> <p>—Es policía. —El anuncio de X fue recibido con un silencio total en la habitación. Respiró hondo y continuó—. Lleva ocho años trabajando en el Departamento de Policía Metropolitana y se ha convertido en una parte esencial del departamento de narcóticos. Trabaja en las calles y en su hoja de servicios figura ya el arresto de un buen número de delincuentes.</p> <p>Hizo una pausa, tomó aire, comprobó la impresión que causaban sus revelaciones y prosiguió.</p> <p>—Hace tres semanas le asignaron una nueva misión, en un grupo dirigido por la DEA. Su objetivo es Reynolds y Delgado LLC; tú en concreto —dijo, mirando a Rome.</p> <p>—¡Joder! —Nick se frotó la barbilla con aire enfurecido—. ¿Ha estado en la empresa espiándonos? ¿Por qué? ¿Qué piensas? ¿Creen que Rome es un traficante?</p> <p>—La misión consiste en investigar a Rome y sus finanzas, y averiguar dónde va a parar su dinero. Concretamente averiguar qué cártel brasileño está financiando Rome.</p> <p>—¿Qué? —Nick, más que hablar, rugía—. ¿Estás de broma?</p> <p>No lo estaba. Incluso sin que Rome respondiera a esas acusaciones sabía que cada palabra que X acababa de decir iba en serio y que probablemente todo aquello era verdad. Explicaba muchas cosas, desde luego... Y esas mismas palabras recorrieron su organismo como una infección devastadora. Pero no lo dejó ver de cara al exterior; se negaba a demostrar que esa revelación le molestaba de una manera tan tremenda. Él era su líder. No podía dar la menor señal de debilidad. Se había acostado con la mujer que se la tenía jurada, por así decirlo. ¡Y pensar que se estaba enamorando de ella!</p> <p>—Intentó entrar en mi ordenador —dijo en alto, aunque con aire tan reconcentrado que parecía hablar para sí mismo.</p> <p>—¿Cuándo? —preguntó X.</p> <p>—La semana pasada. El mismo día que vino al despacho con nosotros, Nick. Esa tarde la pillé intentando entrar en mi ordenador.</p> <p>—¿Y no hiciste que la detuvieran? ¿No te pareció sospechoso?</p> <p>Rome levantó una mano.</p> <p>—Cálmate, Nick. Sí que pensé que estaba pasando algo raro. La interrogué y deduje que me estaba mintiendo. No pensé que sería esto, eso desde luego. Pero tomé precauciones, cambié las contraseñas y me aseguré de que los cortafuegos y los programas de codificación estuvieran en su sitio.</p> <p>—Pero cometiste una negligencia al no decírmelo y al no ponerla de patitas en la calle.</p> <p>—No. —Rome movió la cabeza con aire firme—. Echarla nunca fue una opción.</p> <p>Nick y X lo miraron durante un segundo.</p> <p>—¿Porque crees que es tu pareja? Lo pensaste desde el principio, ¿verdad?</p> <p>Ese era X, el investigador, el que siempre tenía muchas preguntas. Nick prefería la acción, siempre estaba preparado para actuar.</p> <p>Rome se llevó lentamente el vaso a los labios y dio un pequeño sorbo. Tenía que tomárselo con calma; bebérselo de un trago seguramente le sentaría bien, pero no podía permitirse el lujo de emborracharse.</p> <p>—Sea lo que sea, pretenda lo que pretenda, hay que neutralizarla. ¡Y hay que hacerlo ahora, antes de que sea demasiado tarde! —rugió Nick.</p> <p>Rome llegó al otro lado de la habitación en cuestión de segundos y se abalanzó sobre él como si se tratara de una presa.</p> <p>—¡No la tocarás! ¡Nunca!</p> <p>Cogió a Nick por la camisa y lo zarandeó. El agredido, impasible pero con fuego en las pupilas, lo miró directamente a los ojos.</p> <p>—Acabará averiguando lo que somos y lo contará. Tú deberías saber mejor que nadie lo que eso significa. Solo podría guardar el secreto si se confirma que es una Shifter, pero no lo sabemos seguro. Nuestra seguridad es una prioridad mucho más importante que ella, Rome. No hay punto de comparación.</p> <p>—¡No! —Rome empujó a su viejo amigo lejos de él. Ya estaba arrepentido de haberle puesto las manos encima en aquel arrebato. Ciertamente estaba desbordado con tantas emociones y apenas podía pensar con claridad—. No es más importante que ella. —Suspiró y dio la espalda a los dos.</p> <p>—Ella es la cuestión —dijo X en voz baja—. Los rogues la quieren y tú también. Esta pelea es por una mujer.</p> <p>—No, ni hablar. Se trata de establecer los límites —contestó Rome—. Los rogues no quieren que existan y nosotros queremos crearlos.</p> <p>—¿Entonces qué pinta Kalina en todo esto? —preguntó Nick.</p> <p>—La quiere para él. —La voz de Baxter tenía un tono neutro. De nuevo el hombre había entrado en la habitación sin que nadie percibiera su presencia y otra vez estaba tan al corriente de la conversación como si hubiese estado presente desde el principio.</p> <p>—¿De qué estás hablando? —Rome preguntó lo mismo que estaban a punto de inquirir los otros dos—. ¿Y de dónde has sacado esas ideas?</p> <p>Baxter se fue hacia el bar, vació el vaso que Rome había dejado y guardó la botella de coñac. Con todos los ojos puestos en él, el hombre se movía con modestia, como un simple mayordomo. Rome estaba a punto de estallar. Quería respuestas... ¡Lo que habría dado por que las cosas no hubiesen llegado tan lejos! Pero al parecer lo único que podía esperar ahora eran malas noticias, una detrás de otra.</p> <p>—Es muy sencillo. Los dos más fuertes de la especie, los líderes de la manada, por así decirlo, se están peleando por una chica. Yo creo que es bastante poético, ¿no les parece?</p> <p>—Me parece que quiero saber de qué demonios estás hablando. ¿Quién más quiere a Kalina?</p> <p>Porque era penosamente obvio que Rome la amaba, incluso tras saber que era una poli que lo estaba investigando. Una pequeña parte de él se preguntaba si todo lo que había dicho y hecho era parte de su trabajo. Luego recordó su aroma, la sensación de estar dentro de ella, el gesto de la mujer cuando él estaba en su interior, sus ojos cuando los dos alcanzaban el placer. Aquello no era algo fingido. Por muy condecorada que estuviera como policía, por muy experta que fuera en infiltraciones y disimulos... Sus encuentros eran demasiado auténticos.</p> <p>—Él es el jefe de los rogues... El caso es que la necesita, necesita una pareja para que se cumpla su profecía.</p> <p>—Oh, Dios, ha estado hablando con Alamar.</p> <p>—Y si no quieren que el veterano escuche esta conversación, deberían bajar la voz. No está contento con el plantón de esta mañana y mucho menos con que usted, el líder de Facción, ponga en duda las leyendas.</p> <p>Rome se restregó la cara, cada vez más impaciente, más desconcertado, más furioso.</p> <p>—Baxter, voy a hacerte una pregunta y vas a contestar. Es así de fácil, pregunta y respuesta. ¿Vale? —Baxter elevó una de sus pobladas cejas y luego asintió despacio con la cabeza, en señal de conformidad—. ¿Quién es el jefe de los rogues?</p> <p>—Alamar cree que es Sabar, uno de los dos hermanos jaguares que crió Boden en el Gungi.</p> <p>—¿Boden? ¿El felino sádico que violó y asesinó a aldeanos y mujeres de las tribus hasta que finalmente fue decapitado hace quince años? —preguntó Nick.</p> <p>Baxter miró a Nick y asintió.</p> <p>—Ese mismo. —Se volvió hacia Rome—. ¿Se me permite contestar a sus preguntas también?</p> <p>Rome decidió ignorar la pregunta sarcástica del mayordomo y continuó a lo suyo.</p> <p>—¿Qué quiere de Kalina?</p> <p>—Alamar cree que ella puede ser de un linaje puro, posiblemente del tronco de un antiguo veterano.</p> <p>No era, desde luego, la respuesta que esperaba escuchar.</p> <p>—¿Por qué no me has dicho eso antes?</p> <p>Como si aquel fuera el último lugar donde quisiera estar, sacudiéndose la pelusa imaginaria de la solapa de su chaqueta negra como si eso fuera tan importante como unas elecciones presidenciales, Baxter contestó:</p> <p>—¿Para qué iba a decir nada? Usted no me habría prestado atención. Se fue por el pasillo hecho una furia, como un mocoso malcriado y asustado ante la posibilidad de oír la verdad.</p> <p>Rome frunció el ceño al escuchar aquellos reproches.</p> <p>—No me asusta nada.</p> <p>Baxter suspiró, dejó caer los brazos a los lados y lo miró intensamente.</p> <p>—Eso es verdad, señor Roman. No le asusta nada, pero tampoco está dispuesto a aceptar las cosas tal y como son. Cuando no era más que un niño ya se rebelaba contra lo que ocurría. Contra lo que estaba por llegar.</p> <p>—¿Que me rebelaba contra lo que estaba por llegar? —Ahora le tocaba rugir a Rome mientras se volvía hacia su mayordomo con una feroz mirada de incredulidad—. ¡No he hecho otra cosa en todos estos años más que trabajar para la tribu, buscar lo mejor para todos! No tengo vida privada porque estoy más centrado en lo que pasa en la maldita selva que en lo que está ocurriendo en mi propia empresa. ¡Joder, ni siquiera sabía que habían mandado a una poli para investigarme!</p> <p>—Ella era su destino. Tómese un minuto y piense en ello. Primero acepte eso y luego podrá continuar cumpliendo con su deber.</p> <p>—¡Ahora mismo me importa una mierda el deber! —Rome gritaba desaforadamente—. Tú acabas de decirme que esa mujer está buscando información sobre mí, me está espiando para mandarme a la cárcel —le dijo a X—. Y tú —se giró para mirar a Nick—, tú quieres matarla, a ella y a todo lo que se mueva. Y ahora tú. —Se volvió hacia Baxter otra vez—. Tú quieres que me comporte como un hombre y salve el pellejo a los Shifters.</p> <p>El silencio volvió a caer sobre la habitación. Rome sentía que todo se tambaleaba a su alrededor.</p> <p>—¿Y usted qué es lo que quiere, señor Roman? —preguntó Baxter.</p> <p>—Yo quiero lo que siempre he querido.</p> <p>—¿Encontrar a los asesinos de sus padres y matarlos?</p> <p>Rome podría haber contestado a esa pregunta con alguna evasiva, alguna consideración general, pero no tenía ganas de ser políticamente correcto en ese momento.</p> <p>—Exactamente.</p> <p>—Un buen gobernante debe anteponer los intereses de aquellos a quienes lidera.</p> <p>—Mi batalla personal no pone en peligro a ningún Shifter, excepto a mí mismo.</p> <p>—Si no actúa con lealtad nos pone en peligro a todos —corrigió Baxter.</p> <p>X interrumpió el diálogo.</p> <p>—Hay otra cosa que tenemos que considerar. Además de averiguar que Kalina es poli, recibí una llamada de mi contacto en Arizona. El laboratorio Comastaz que Sebastian mencionó en nuestra última reunión está trabajando en un nuevo proyecto especial, y es alto secreto.</p> <p>—¿Y eso qué tiene que ver con nosotros? —preguntó Nick.</p> <p>—Alguien de fuera, un humano, tiene información sobre nosotros.</p> <p>Nick volvió a maldecir. Por contra, Rome y Baxter se mantuvieron absolutamente quietos y en completo silencio.</p> <p>—Ya lo sabías, ¿verdad? —le preguntó X a Rome—. ¿Lo sabías y no nos lo dijiste?</p> <p>—No os incumbía... —balbuceó Rome.</p> <p>—¡Y una mierda! ¡Rome, eso son gilipolleces! Si estamos a punto de ser delatados ante el mundo nos incumbe a todos —rugió Nick.</p> <p>El jefe, obstinado, negaba con la cabeza.</p> <p>—No. Me incumbe solo a mí. Mi obligación, no lo olvides, es proteger el secreto, proteger a los Shifters.</p> <p>—No es solo tu trabajo, tío —dijo Nick—. Siempre hemos estado a tu lado en todo. No pretenderás que eso vaya a cambiar ahora.</p> <p>—Vosotros no lo entendéis.</p> <p>—¿Qué tenemos que entender? Estamos a punto de ser descubiertos y, por lo que sabemos, esa mujer podría descubrir lo que tanto nos empeñamos en ocultar. Estamos en un serio peligro. —El tono de X era sombrío.</p> <p>Rome se alejó de ellos. Se paró junto a la ventana y miro al cielo. El día se estaba convirtiendo en noche; el sol caía y decoraba el cielo con una hermosa gama de dorados y naranjas oscuros. Fuera, pues, la vida seguía, mientras allí dentro la existencia que él había conocido se tambaleaba, todo lo que le habían enseñado y a lo que había aspirado estaba siendo arrastrado hasta el borde del abismo.</p> <p>—Vosotros no entendéis lo que es descubrir que alguien a quien quieres puede ser el responsable de la filtración del secreto. Además, ¿cómo castigo a un hombre muerto por traicionarnos? —Hablaba con angustia, en voz baja—. ¿Cómo voy a hacer responsable a mi padre de la máxima traición?</p> <p>—¿Tu padre? ¿Qué dices?</p> <p>En la mesita situada junto a la puerta sonó el teléfono. Baxter se acercó en silencio y contestó en un tono muy bajo.</p> <p>—Señor Roman. Es Ezra, señor.</p> <p>¿Ezra?</p> <p>¿Se trataría de Kalina?</p> <p>Rome se abalanzó hacia el teléfono. Con todos los ojos puestos en él, consciente de las mil preguntas que rondaban por las cabezas de sus amigos, contestó.</p> <p>—¿Qué pasa?</p> <p>—Un tío acaba de entrar en su apartamento. Apesta a Shifter pero estoy seguro de que es humano. Ya lo había visto dando vueltas por los alrededores..., ha entrado hace cinco minutos. Ella está ahí dentro, sola, con él.</p> <p>«No por mucho tiempo», pensó Rome mientras se dirigía hacia la puerta.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Capítulo 20</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong><style name="b">E</style>RA</strong> el día de las revelaciones, pensó Kalina mientras se enfundaba unos pantalones negros. La blusa de seda gris que llevaba le quedaba como un guante. Un guante seductor, además. El atuendo se completaba con unas zapatillas de suela alta que aportaban la dosis justa de informalidad que buscaba esa noche.</p> <p>Técnicamente, aquella era su primera cita con Roman Reynolds. Probablemente esa era la causa del cosquilleo que sentía en el estómago, donde aleteaban mil mariposas. Se las había arreglado para no pensar en todo el día en la seriedad del paso que iba a dar. Sus muchas ocupaciones de la jornada le habían venido bien para no pensar en él.</p> <p>Dorian Wilson era el agente de la DEA encargado del caso. Kalina le había llamado dos veces desde su escritorio ese mismo día. Como no pudo localizarlo, probó suerte y le mandó un <i>e-mail</i>. Era imperativo que hablase con él sobre el caso, y quería hacerlo en persona. Esa sería la única forma de hacerse una idea de lo que de verdad tenía Dorian en la cabeza. Estaba dispuesta a apostar cada centavo de sus ahorros a que él no era como se lo habían pintado hacía tres semanas.</p> <p>Ferrell llevaba todo el día mandándole mensajes al móvil, pero ella lo había ignorado. Era un cretino y hablar con él no le iba a proporcionar la información que necesitaba. Sospechaba que él era solo una tapadera para ocultar lo que de verdad estaba pasando y lo iba a averiguar, les gustara o no al Departamento de Policía Metropolitana y a la DEA.</p> <p>En un último esfuerzo desesperado, que su instinto le decía que iba a ser inútil, escudriñó todos los registros financieros de la base de datos de la empresa, buscando el nombre de Raúl Cortez. Nada. Ninguna de las transferencias electrónicas a Brasil había ido a parar al conocido capo del narcotráfico. Una sensación de alivio la inundó al comprobarlo. Pero en el fondo no podía quitarse de la cabeza la posibilidad de que la información estuviera en el ordenador personal de Rome, en su casa.</p> <p>No, no era un narcotraficante, se dijo. Era solo un hombre. Un hombre con una personalidad enigmática que la había atraído al instante. Un hombre con un pequeño y seductor rasgo de tristeza en sus ojos oscuros. Tenía un pasado, igual que ella. Su vida había sido dura, como la de ella. Eso era lo que los relacionaba a los dos, el vínculo que los había unido inconscientemente.</p> <p>No los había unido su caso, sino aquellas experiencias similares. Kalina tenía que creerlo, necesitaba creerlo. Tenía que creer que entre ella y Rome había algo más que un caso que se iba a desmoronar en cualquier momento. Necesitaba desesperadamente que hubiera algo más.</p> <p>¿Por qué pensaba tales cosas? ¿Era, en realidad, una idiota? Probablemente. ¿Le importaba serlo? Para nada. Había esperado toda una vida para sentir lo que sentía cuando estaba con él. La intensidad de aquel sentimiento, que era... ¿Era amor? Él no había pronunciado esa palabra, y ella tampoco. ¿Sería amor lo que sentía cuando él se apoderaba de su mente y su cuerpo temblaba esperando sus caricias?</p> <p>Unos insistentes golpes en la puerta interrumpieron aquellos pensamientos. Miró el reloj: no esperaba a Rome hasta dentro de media hora. Tal vez estaba tan ansioso como ella por que llegara la hora de la cita. Con un último vistazo en el espejo se alisó el pelo, jugó con los mechones más largos de la parte de arriba y se preguntó si debería dejárselo crecer, con un estilo más dulce y femenino.</p> <p>Mientras iba desde el umbral de su dormitorio al diminuto pasillo que llevaba a la sala de estar, una sensación de inquietud sustituyó a las alegres mariposas que habían estado revoloteándole por la boca del estómago hasta hacía un momento. El terror y la aprensión empezaron a invadirla a cada paso que daba. Llamaban a la puerta con golpes fuertes, casi se podría decir que amenazantes.</p> <p>No era Rome.</p> <p>Tenía la certeza de que no podía ser su hombre. Quien estaba al otro lado de la puerta llevaba consigo una considerable carga de tensión e ira. Se detuvo ante la mesa donde descansaban las llaves y el bolso, abrió el pequeño cajón y sacó su pistola, que escondió en la parte de atrás de la cinturilla del pantalón. Luego se acercó a la puerta. Pensó en preguntar quién era, pero se imaginó que no había muchas posibilidades de que le respondieran la verdad. Su instinto le decía que quien fuera no estaba allí para desearle una feliz velada.</p> <p>No obstante, cuando abrió la puerta y vio a Ferrell allí de pie no se sorprendió tanto como hubiera imaginado. El visitante la empujó y se metió rápidamente en su apartamento.</p> <p>—Tenemos que hablar. —Ferrell fue hasta la ventana y miró afuera antes de darse la vuelta hacia ella.</p> <p>—Qué manera tan educada de llegar y saludar —dijo Kalina secamente, mientras cerraba la puerta y se giraba hacia él. Sentía un enorme desasosiego por la forma en que había llamado a la puerta. Y por su mera presencia, que siempre le disgustaba.</p> <p>—¿Cómo vas con Reynolds? ¿Conseguiste algo en su casa anoche?</p> <p>Kalina estaba a punto de contestarle, a punto de compartir la información del cártel de Cortez, pero cambió de idea, hizo una pausa, ladeó la cabeza y miró a Ferrell más detenidamente. Llevaba unos pantalones caqui, arrugados, y una camisa blanca con cuello de botones todavía más arrugada, con unas enormes manchas de sudor bajo los brazos. Su frente estaba cuajada de humedad, y seguía teniendo los labios tan cortados que la mujer no podía casi ni mirarlos.</p> <p>—¿Qué demonios pasa contigo? ¿Y cómo sabes dónde estuve anoche? —le preguntó.</p> <p>—¡Tú contesta! —Le apuntaba con un dedo tembloroso—. ¡No puedes hacerme preguntas! ¡Soy tu superior! ¡Tú contestas a mis preguntas! Así que habla, ¿qué encontraste?</p> <p>Se había vuelto loco, eso era lo que le pasaba. Por mucho que Kalina quisiera un ascenso, aquello era demasiado, estaba más que harta del puñetero maltrato verbal. Le habían enseñado desde pequeña, aunque fuesen sus padres de acogida, que el respeto había que ganárselo. Ferrell no la había respetado nunca. Si tenía que ponerle una denuncia, lo haría, de ninguna manera iba a permitir que se presentara en su casa gritando, como si hubiera perdido totalmente la poca cordura que le quedaba.</p> <p>—En breve tendrás mi informe. —Lo miraba fijamente porque había algo que no marchaba bien. La inquietud la inundaba y aunque estaba totalmente quieta, por dentro sentía que estaba caminando de un lado a otro, observando, esperando el mejor momento para...</p> <p>—¡Quiero tu informe ahora! Dime lo que sabes sobre ese animal antes de que... —Fue bajando la voz mientras miraba otra vez por la ventana.</p> <p>Kalina trató de ver lo que miraba el hombre por encima de su hombro, pero solo consiguió distinguir el color carmesí de la tarde que se apagaba. Oía los motores de los coches que pasaban, pero no estaba lo suficientemente cerca de la ventana como para ver si alguno paraba fuera, o la estaba esperando, o cualquier otra cosa.</p> <p>—A lo mejor deberíamos llamar a Wilson. —La mujer ya estaba metiendo la mano en el bolso para coger el móvil, porque aquella era la gota que colmaba el vaso; no tenía ninguna intención de seguir tratando con el inestable Ferrell. Si eso significaba que estaba fuera del caso, le daba lo mismo.</p> <p>Kalina nunca hubiera imaginado que Ferrell fuera capaz de moverse tan rápido, pero cuando su espalda chocó violentamente contra la pared y sus dedos le agarraron la muñeca tan fuerte que se le cayó el teléfono móvil, se dio cuenta de lo fuerte y veloz que era.</p> <p>—¡Dime lo que está pasando ahora mismo! Anoche te lo tiraste, eso lo sé. —Tras decir esto, hizo lo más asqueroso que ella podría haber imaginado: bajar la cabeza y olerle el cuello de arriba abajo, hasta el borde de la blusa justo por encima de los pechos—. Sí, te tiraste a ese animal. ¡Le dejaste tocarte todo el cuerpo y ahora apestas como él! ¡Como ellos!</p> <p>—¿De qué demonios estás hablando? —Las palabras salieron de sus labios temblorosos porque mientras Ferrell la tenía agarrada Kalina luchaba con los recuerdos de aquella noche remota. Una noche en que la sujetaron de igual manera y la tiraron al suelo. En que le rasgaron la ropa y le tocaron el cuerpo unas manos depravadas y asquerosas que ahora desearía poder cortar con una navaja de carnicero.</p> <p>—¡No me mientas, zorra! ¡No te atrevas a mentirme!</p> <p>El tipo tenía los ojos vidriosos. Le chorreaba la frente. Olía fatal y sin embargo la estaba olisqueando. A Kalina se le revolvió el estómago y pensó que iba a vomitar. Pero contuvo las náuseas y siguió revolviéndose, resistiéndose como pudo.</p> <p>Las manos de Ferrell fueron a su cuello. Instintivamente ella lo agarró de las muñecas, esperando detenerlo antes de que apretara, pero era demasiado tarde. Había empezado a estrangularla, mientras le gritaba horriblemente en la cara. Empezaba a nublársele la vista. Intentó darle un rodillazo en la entrepierna. La pistola la tenía en la espalda. Podría cogerla, alcanzarla, pero sus manos luchaban frenéticamente con el tipo que la estaba dejando sin aliento. Él se acercó más a su rostro para gritar más alto, para estrangularla más fuerte. Ella quería clavarle las uñas, apartarle las manos de su cuello de un golpe, pero no podía. Solo podía pensar en respirar.</p> <p>Pero podía ver.</p> <p>Y fueron unos ojos conocidos los que aparecieron en su campo de visión.</p> <p>Eran los ojos de la bestia que estaba en el callejón con ella aquella noche.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>Rome</strong> salió de su casa furioso. Estaba enfadado consigo mismo por haber perdido los nervios con los tres hombres a los que estaba más unido, los tres hombres que habían permanecido a su lado toda la vida. Se sentía atrapado en una situación de la que no lo sabía todo, una situación que necesitaba controlar como fuera. El pánico se apoderó de él mientras conducía por la ciudad. No esperó a ver si Nick o X lo seguían, aunque sospechaba que probablemente uno de ellos lo estaría haciendo. O incluso ambos.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>En</strong> cuanto acabó de hablar por teléfono con Rome, Ezra salió del coche y se concentró para escuchar lo que pasaba en casa de Kalina. Solo se oían voces. Le pareció que estaban hablando, sin más, así que no entró. Decidió montar guardia al final del pasillo mientras esperaba a que Rome llegase.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>Kalina</strong>.</p> <p>En la mente de Rome ese nombre era una letanía.</p> <p>¿Quién era? ¿Qué quería realmente de él? ¿Y de verdad iba a poder enfrentarse a las respuestas a esas preguntas?</p> <p>Policía. Nunca lo habría imaginado, pero eso era probablemente porque no podía ver más allá de su personalidad, de su cuerpo... Solo veía a la mujer que lo había enamorado desde la primera noche que la vio. No fue una casualidad, lo sabía instintivamente. El encuentro de hacía dos años no fue fruto del azar. Por mucho que le molestara reconocerlo, se temía que estaba ante el destino del que su madre hablaba tan a menudo.</p> <p>Pero si Kalina era su destino, ¿cómo podía ignorar su conexión con las autoridades, razón primera, si no única, por la que estaba en su despacho de abogados?</p> <p>¿No bastaba con tener que llevar a un traidor en su corazón?</p> <p>Salió del coche de un salto después de aparcar a duras penas delante de su casa y le hizo a Ezra una señal para que se moviera despacio, lo que le daba margen para entrar primero. Luego subió las escaleras de dos en dos, mientras trataba de calmar la ira que lo abrasaba por dentro. Tenía que apaciguar al felino que acechaba muy cerca ya de la superficie.</p> <p>¿Con quién estaba? ¿Qué estaban haciendo? Mataría a cualquier hombre que la tocara. Esa idea le llenaba de oscuridad la mente mientras apretaba los dedos contra los costados, intentando que no emergieran las garras. El felino quería liberarse, romper las barreras y...</p> <p>Ella gritó y el agudo chillido atravesó la puerta cerrada, vibró a través del pasillo y resonó en los oídos de Rome. Las garras salieron, incontenibles; su lado felino rugía mientras de una patada echaba abajo la puerta del apartamento. A través de sus ojos rasgados vio al hombre que le tenía puestas las manos encima, escuchó los gritos de ella y olió su miedo.</p> <p>Igual que entonces.</p> <p>El animal que había en él, contenido por un instante, se esforzaba de nuevo por liberarse violentamente, por atenazar el cuello a ese hombre hasta que el crujido de sus vértebras subrayara su muerte. Pero la mitad humana prevaleció; extendió el brazo con la mano en forma de garra, cogió al desgraciado por el hombro y lo levantó del suelo con imparable fuerza animal.</p> <p>Kalina cayó al suelo respirando con dificultad mientras Rome bajaba la mirada para ver al hombre que había sido tan estúpido como para ponerle las manos encima.</p> <p>—¿Quién coño...? —El balbuceante y sudoroso tipo miró a Rome—. ¡Joder! Eres uno de ellos. Lo sabía. ¡Joder, lo sabía! —Estaba intentado llegar a gatas hasta la puerta, pero tropezó con algo en el suelo.</p> <p>Rome se abalanzó sobre él y lo agarró del cuello de la camisa hasta que sus pies quedaron colgando en el aire.</p> <p>—Si vuelves a acercarte a ella te mataré.</p> <p>—¡Suéltame, bicho! ¡Suéltame, joder!</p> <p>—Con mucho gusto. —Lo lanzó contra la puerta, derribando una consola y todo su contenido al mismo tiempo.</p> <p>Tras el golpe, el hombre se levantó rápidamente y no se atrevió a mirar atrás. Salió corriendo por la puerta, como alma que lleva el diablo.</p> <p>Rome se volvió hacia Kalina, cayó de rodillas y estiró el brazo para tocarla. Al hacerlo vio sus garras y estaba a punto de apartarlas para que la chica no lo viera cuando ella estiró el brazo y le cogió las manos.</p> <p>—¿Qué..., quién eres? —La mujer tartamudeaba. Le soltó las manos y lo miró directamente a los ojos—. Eres tú. —Se le aceleró la respiración y su pecho palpitó cuando lo miró desde las manos hasta la cara; una mirada que imploraba, preguntaba, sabía—. El de mis sueños. —Susurraba—. Tú eres la bestia.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Capítulo 21</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong><style name="b">S</style>I</strong> le hubiese dicho que tenía una enfermedad contagiosa probablemente no se habría levantado de un salto y puesto de espaldas a ella tan rápido.</p> <p>Las manos de Kalina temblaban cuando apoyó las palmas en el suelo para incorporarse. Miró a su alrededor. Su casa estaba destrozada, pero en realidad eso no le importaba demasiado en ese momento. Con pasos lentos y manteniendo los ojos en su espalda se llevó la mano atrás y empuñó la pistola. Quitó el seguro y apuntó hacia él.</p> <p>—Date la vuelta —dijo despacio.</p> <p>Los anchos hombros del amado de alguna forma parecían aún más anchos. Ahora parecía más grande, demasiado grande para estar en aquel apartamento con todos aquellos muebles, y con ella. El hombre, la bestia o lo que fuera, jadeaba despacio. Aparte de eso no se movía.</p> <p>—He dicho que te des la vuelta. —Procuraba poner su mejor voz de poli y controlar el temblor de las manos.</p> <p>—Ahora no es el momento. —El hombre respondió bajito, con una voz áspera.</p> <p>No hablaba como él, como Rome. ¿Era realmente Roman Reynolds o se trataba de otra persona o tal vez otra... <i>cosa</i>?</p> <p>—Te equivocas. Este es el único momento. Date la vuelta para que te vea. —Kalina tragó saliva—. Quiero ver lo que eres realmente. Porque sé que no...</p> <p>Rome se dio la vuelta despacio y las palabras que iba a pronunciar la joven murieron en su garganta. Parecía..., parecía Rome, al fin y al cabo. Tenía la frente arrugada como si estuviera muy enfadado. Pero aparte de eso todo lo demás era... normal. Todavía llevaba los pantalones oscuros y la camisa blanca de antes.</p> <p>Su mirada se fijó instantáneamente en las manos de Rome. Acababa de ver algo así como garras que le desgarraban la piel, intentando emerger. Pero ya no estaban. Sus manos parecían normales, con uñas cortadas y un reloj de oro en la muñeca. Nada anormal, nada raro, nada antinatural.</p> <p>Excepto los ojos.</p> <p>No eran normales. Ni el color ni la forma eran normales.</p> <p>—Estabas allí, ¿verdad? Hace dos años, ¿recuerdas? ¡Eras tú! —La acusación sonaba disparatada en sus propios oídos, pero muy en el fondo sentía que había algo de verdad en ella. Tenía que haberla. Parte de ella temblaba, pero otra la empujaba a mantenerse firme, concentrada, audaz—. Dime la verdad. —Levantó la pistola un poco más para apuntarle justo entre los ojos—. Abre la boca y dime quién y qué demonios eres o te juro que te disparo aquí mismo.</p> <p>Él no se inmutó ni vaciló, sino que habló con una voz tranquila y fuerte.</p> <p>—Coge algunas cosas y vámonos. No puedes seguir viviendo aquí.</p> <p>La joven pestañeó. ¿Lo había oído bien? Ella era la que tenía la pistola y sin embargo, con todo el desahogo del mundo, él estaba dando las órdenes.</p> <p>—Esta es la última oportunidad para que me contestes. En un minuto dispararé. Y créeme, cuando es necesario, disparo para matar.</p> <p>Dio un paso hacia ella.</p> <p>—No me vas a matar.</p> <p>Kalina se afirmó sobre el suelo y dobló el dedo en el gatillo.</p> <p>—¿Quieres apostar?</p> <p>Él continuó andando hacia ella y levantó una mano para cogerla por la muñeca. Mientras lo hacía, hablaba subrayando cada sílaba.</p> <p>—No... me... vas... a... dis... pa... rar.</p> <p>Aunque sabía que ese hombre tenía la fuerza suficiente para aplastarle los huesos, no la estaba apretando fuerte. Ni flojo, pues sus dedos apenas le rozaban la piel. Ella podría haber apretado el gatillo, podría haberle disparado en el centro del pecho. Pero era incapaz de hacerlo. Algo desconocido la mantenía quieta. Lo desconocido que había en aquel hombre, lo que debería asustarla, pero que en cambio, le inspiraba una peligrosa curiosidad.</p> <p>—Baja la pistola y recoge algunas cosas. Contestaré a tus preguntas pero tenemos que salir de aquí.</p> <p>—No me voy a ir de mi apartamento. —Finalmente bajó la pistola y apartó la mano del gatillo, aunque sin poner el seguro. Por si acaso.</p> <p>—No queda más remedio. No es seguro.</p> <p>—No me digas lo que tengo que hacer. —No sonó muy convincente, posiblemente porque aún estaba embelesada por sus ojos. No eran del color marrón normal de Rome, sino de un verde vibrante, y extrañamente oblicuos, como bellas líneas en el centro de unas órbitas oscuras. El hombre parpadeó y sus ojos no cambiaron. Algo se movió dentro de ella. No podía creerlo, pero lo cierto era que quería tocarlo. El cuerpo femenino se estremecía, sus dedos bailaban ansiosos. Finalmente logró controlarse y pudo hacer la pregunta que la atormentaba.</p> <p>—¿Qué eres?</p> <p>—Hagamos un trato. —Rome se acercó más, tanto que ella percibió intensamente su arrebatadora fragancia. No era un aroma de colonia, sino algo salvaje, indómito, atrayente—. Contestaré a esa pregunta si tú aceptas coger tus cosas y venir conmigo.</p> <p>Cerró los ojos con expresión de angustia, como si estuviera soportando algo inmensamente doloroso. Entonces Kalina levantó la mano y le acarició la línea de la mandíbula. Era firme, fuerte. Le acarició la barbilla, luego la nariz y por último le rozó suavemente con las yemas de los dedos los párpados cerrados. Todo parecía normal, pero solo lo parecía... Una ola de calor le cruzó el cuerpo: empezó en las yemas de los dedos, con las que lo estaba tocando, y tejió una perversa red por sus venas hasta que no sintió nada más que hambre. Necesidad. Deseo.</p> <p>Apartó la mano y volvió a tragar saliva.</p> <p>—Contéstame.</p> <p>—Nos llaman Shadow Shifters.</p> <p>Ella volvió la cabeza, pero enseguida miró al suelo, porque estaba intentando descifrar sus sentimientos, necesitaba saber por qué su cuerpo reaccionaba ante él de esa forma.</p> <p>Era el turno de Rome. Le alzó la barbilla con dedos suaves y acariciadores y le hizo girar la cara para que lo mirase.</p> <p>—Soy un Shifter, Kalina. Puedo transformarme en...</p> <p>Se apartó de él, apenas podía respirar.</p> <p>—¿Un felino? Te transformas en un gran felino negro con extraños ojos verdes. —El hombre apretó los dientes y enseguida asintió con la cabeza—. ¡Mierda! —La joven miró hacia abajo para ver dónde había tirado la pistola—. Oh, Dios, mierda..., maldita sea, maldita sea. —Cuando se agachó para recogerla él estaba allí y sus manos le rodearon las muñecas.</p> <p>—Ven conmigo —susurró—. Ahora.</p> <p>—¿Holaaaa? ¿Holaaaa? —La señora Gilbert asomaba la cabeza por la puerta abierta—. Kalina, ¿estás aquí? ¿Estás bien?</p> <p>—Dile que estás bien y que nos vamos —susurró Rome—. O vas a ser testigo de algo mucho peor que el espectáculo de mis garras intentando salir.</p> <p>Kalina miró las manos que sujetaban las suyas, levantó la vista hasta su cara y luego la dirigió a la puerta, donde estaba la señora Gilbert. No llevaba el gato. Gracias a Dios. Lo último que Kalina podría soportar en ese momento era otro felino en la habitación.</p> <p>Tras ponerse en pie, se soltó las manos y se dirigió a la recién llegada.</p> <p>—Hola, señora Gilbert. Estoy..., en fin, disculpe por el ruido. Estoy, eh, solo estoy intentando recoger unas cosas. Voy a marcharme una temporada.</p> <p>—¿Te mudas a otro sitio? ¿Estás segura? —La anciana hablaba mirando a Rome con aire de sospecha—. ¿Él va contigo? ¿Necesitas ayuda?</p> <p>—No. —Kalina negaba con la cabeza mientras caminaba hacia su vecina—. No, estoy bien. Solo voy a recoger unas cosas y me voy. La..., la llamaré cuando me instale y así sabrá que estoy bien.</p> <p>Nunca había llamado a esa mujer para nada y eso que tenía su número y la señora Gilbert el de ella. Kalina nunca había buscado a su vecina; siempre había sido al revés. Darse cuenta de esto le hizo sentirse como una idiota. La preocupación era evidente en la cara de la señora Gilbert y ella quería tranquilizarla asegurándole que todo estaba bien. Pero, en realidad, ¿cómo podía hacerlo? La casa era un desastre, había un hombre extraño mirándolas a las dos con malicia, y si el audífono de la mujer valía para algo Kalina estaba segura de que podía oír los rápidos latidos de su corazón, que estaba a punto de salírsele del pecho.</p> <p>—Bueno, vale, si tú lo dices. —La señora Gilbert se volvió hacia la puerta y salió, pero aún se quedó de pie en el pasillo mirando unos instantes—. Pero si necesitas algo...</p> <p>—Por supuesto —dijo la joven—. Lo sé. La llamaré.</p> <p>Sabía que pese a su carácter de alma solitaria podía hacerlo, y que la señora Gilbert contestaría. Con un poco de esfuerzo Kalina empujó la puerta rota hasta que casi se cerró. Luego se dio la vuelta para mirar a Rome.</p> <p>—Solo me voy porque la puerta está inservible y la casa hecha un desastre. No porque tú lo digas.</p> <p>Él asintió con la cabeza.</p> <p>—No lo dudo, pero ¿puedes darte prisa?</p> <p>Con tanta charla estaban perdiendo el tiempo. Había percibido el hedor en el momento en que tocó al tío que estaba estrangulando a Kalina. Era olor a rogue, y aunque el hombre aquel no lo era, tenía claro que un rogue había estado allí, en ese apartamento.</p> <p>Un rogue que él conocía bien.</p> <p>Un rogue al que había jurado matar.</p> <p>Y había estado en el apartamento de Kalina. Ahora la muerte era inminente.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>En</strong> la furgoneta se hizo el silencio. Ella recordaba haber estado en ese vehículo en alguna ocasión. Dos veces. Una con Rome y otra...</p> <p>—Creo que alguien ha estado siguiéndome. —Se decidió a contárselo porque le estaban pasando demasiadas cosas que la llevaban a dudar de sí misma. Si estaba sentada al lado de la bestia que se había jurado que no era real, entonces la persona que le hacía fotos y las dejaba en su apartamento también era una amenaza real.</p> <p>La presunta bestia había estado en silencio desde que ella cogió una maleta y le tiró otra a él antes de abandonar el apartamento. Se había ido con él, estaba en la furgoneta con él y no tenía ni idea de adónde iban. Tenía que preguntar por qué. La respuesta no sería simple, de eso no le cabía duda.</p> <p>—¿Qué ha pasado? ¿Por qué dices que te siguen?</p> <p>—Fotos —contestó ella con voz tenue—. No paran de mandarme fotos. De la noche de la fiesta y de aquella noche de hace dos años. Fotos mías.</p> <p>—¿Lo saben los polis?</p> <p>—No.</p> <p>—¿Seguro?</p> <p>Ella lo miró, quería verlo otra vez. Sentía un extraño y desesperado impulso de ver al felino. Se decía que debería tenerle miedo; a él y a lo que le había dicho que era, es decir, lo que sabía que había visto. Tal vez debería haberlo matado o al menos arrestado. Pero ¿por qué iba a detenerlo? ¿Por haberle vuelto a salvar la vida?</p> <p>Aunque sentía cierto temor por lo que podía suceder, esa emoción no la dominaba, ni mucho menos. Era raro. Como extrañas eran todas las demás cosas raras que habían estado pasando en su vida. Quería ir con él, quería escuchar lo que tenía que decir sobre quién y qué era, sobre por qué estaba allí. Por unos instantes se sintió como Lois Lane, desesperada por cualquier exclusiva que pudiese conseguir de Supermán.</p> <p>Pero no era periodista ni le estaba entrevistando. Para Kalina aquello era mucho más que simple curiosidad. Quería saber por qué se sentía atraída por alguien como Rome, cuando no había sentido nada por ningún hombre desde hacía años. Quería entender lo que la había arrastrado hacia él y por qué.</p> <p>—Estabas allí, aquella noche en el callejón, cuando aquel camello me atacó. Estabas en la fiesta cuando aquellos matones vinieron a por mí. Anoche había algo en casa de Mel. Vi los ojos y escuché los ruidos en los arbustos. Entonces perdí el conocimiento y me desperté en tu dormitorio. —Eso lo acababa de recordar mientras hacía las maletas. Y en cuanto vio su furgoneta aparcada en la calle delante de su casa, todo encajó perfectamente—. Y hoy estabas allí otra vez. Siempre estás ahí cuando...</p> <p>—Cuando me necesitas —terminó él—. No voy a dejar que te pase nada, Kalina. Nunca.</p> <p>Hablaba de un modo terminante y contenido, como si fuera un simple hecho que ella tuviera que aceptar como cosa natural. En fin, el caso era que la seguía como un ángel de la guarda aunque no la conociera de nada.</p> <p>—No te necesito. No necesito a nadie. No he contratado a un guardaespaldas porque no lo necesito.</p> <p>—Tampoco podrías contratarme.</p> <p>No la miró, mantuvo los ojos fijos hacia delante. Eso también la irritaba. Quería verle los ojos, contemplar las órbitas que se le habían aparecido tantas noches.</p> <p>—¿Por qué no le dijiste a la policía lo de las fotos?</p> <p>—Por la misma razón por la que no necesito un guardaespaldas. Puedo ocuparme yo misma de ese asunto.</p> <p>—Yo me ocuparé.</p> <p>—No recuerdo habértelo pedido.</p> <p>—Y yo no me estoy ofreciendo. Te lo estoy diciendo.</p> <p>Al decir esas acaloradas palabras, la miró al fin; ahora sus ojos eran de nuevo de color marrón oscuro, pero igual de provocativos.</p> <p>—Esto es una locura. —La joven suspiró—. Todo esto no tiene sentido. Tú me estás siguiendo. Alguien más me está siguiendo. Ahora ni siquiera sé quién o qué eres. —Él permanecía callado—. ¿Por qué no contestas a mis preguntas?</p> <p>—Lo haré pero no aquí, no ahora.</p> <p>—Ah, es verdad, lo olvidaba. Todo tiene que ser cuando tú digas y como tú digas. ¿Dónde me llevas?, ¿o tampoco puedo preguntar eso?</p> <p>—Contestaré a todas tus preguntas cuando lleguemos.</p> <p>—¿Cuando lleguemos adónde?</p> <p>Él suspiró y volvió la cabeza despacio para mirarla.</p> <p>—¿Vas a dejar alguna vez de hacer preguntas? Pareces una reportera.</p> <p>La mujer estaba a punto de arrellanarse en el asiento y soltarle una respuesta mordaz, pero sus ojos la detuvieron. Tenía iris humanos, encendidos por un torbellino de emociones.</p> <p>—Solo soy una mujer normal intentando entender todo esto —dijo, finalmente, en voz baja.</p> <p>—No te engañes —replicó muy serio—. No hay nada de normal en ti, Kalina.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>Por</strong> debajo de la ciudad, a través de túneles que en otro tiempo albergaron una obsoleta línea de metro, caminaban los dos.</p> <p>—Ya hace horas que lo tienen. ¿Qué crees que van a hacer con él?</p> <p>—Matarlo —dijo Darel sin pensarlo dos veces.</p> <p>—Mierda. Entonces ¿qué vamos a hacer?</p> <p>—No hay nada que hacer.</p> <p>—Estás de broma, ¿verdad? Es nuestro compañero. No podemos dejar que se hunda así.</p> <p>—No debió salirse del plan establecido. Le dije cómo íbamos a cogerla. Sabe cuáles fueron las órdenes de Sabar.</p> <p>—¿Y qué? Estaba intentando hacer el trabajo. Estás diciendo que deberíamos dejarlo morir —replicó Chi.</p> <p>—Estoy diciendo que no tenemos elección. —Darel miraba a Chi con seriedad—. Mira, no sabes las consecuencias de jugársela a Sabar. Esos Shadows probablemente van a ser mucho más compasivos con él de lo que habría sido Sabar. Así que puedes considerar que ese cretino ha tenido suerte.</p> <p>—Morir no es tener suerte. Y abandonar a tu compañero es repugnante.</p> <p>—No pienso discutir sobre este asunto —zanjó Darel finalmente—. Tenemos otras cosas que hacer. Sabar no está contento con nuestros intentos chapuceros de coger a esa zorra. Tenemos que andarnos con cuidado con él o estaremos tan muertos como Chávez.</p> <p>Había elevado su estatus, de «juguetito» a zorra, solo porque la había observado duchándose otra vez esa mañana. Darel no la había visto desnuda en semanas, y solo lo consiguió en los raros días en que Sabar le permitía vigilarla. Normalmente era al jefe rogue al que le gustaba vigilarla y masturbarse en el coche mientras tanto.</p> <p>Esa mañana el vigilante había sido Darel, solo en su coche. Los micros y las cámaras ahora estaban colocados en su apartamento y proporcionaban a Sabar algo de información para cuando finalmente la capturase. Aunque Darel no acababa de hacerse idea de cómo iba a ayudar esa información para lo que Sabar tenía planeado.</p> <p>En cualquier caso la había visto echar gel de baño en una esponja y pasarla lentamente por cada resquicio de su cuerpo. Su bestia interior rugió para que la liberase..., hasta que no tuvo más remedio que liberar, no la bestia, sino el miembro, con una erección en aumento, que frotó y acarició al mirarla. El alivio había sido potente, placentero y doloroso. Siguió un impulso que estaba ahí, que no quería tener, pero que continuaría teniendo de todas formas. Se sentía fatal porque habían atrapado a Chávez y aquella zorra era la que lo había llevado a esa situación. Así que no, no debería desear matarla a polvos, pero lo hacía. Quería machacarla por dentro hasta que le doliera, hasta que sangrara y gritara pidiendo ayuda.</p> <p>Igual que aquellas dos de la noche anterior.</p> <p>Aquello había sido delicioso, el tamborileo de excitación en sus oídos, la sensación de las carnes ardientes bajo sus manos, el aroma del terrible miedo de las hembras en sus insaciables fosas nasales. Todos estaban excitados y enfadados y se dieron un festín con las dos prostitutas, sin ningún reparo. A la hora de matarlas puede que el asunto se les fuese un poco de las manos, pero incluso eso lo disfrutaron. Cada uno de ellos.</p> <p>Ahora solo estaban ellos dos, pero tendrían la oportunidad de darse otro festín como ese. Pronto. Y cuando él y Chi cogieran a Kalina Harper, harían que pagase la muerte de su amigo a manos de su despreciable amante y sus matones.</p> <p>—¿Adónde vamos ahora?</p> <p>—A cobrar el dinero de Sabar.</p> <p>—Estamos en las puñeteras alcantarillas, tío. Así será difícil cobrar.</p> <p>—Es cierto —contestó Darel—, pero esos Shadows nos están buscando. Tendríamos que ser idiotas para ir caminando por ahí fuera, ante sus narices. Tenemos que meternos por aquí y salir.</p> <p>—¿Y si dice que no tiene el dinero? —preguntó Chi mientras se topaban con unas escaleras destartaladas que sabía que llevaban a otra boca de alcantarilla que daba a un callejón, justo al lado de un aparcamiento del centro de Washington.</p> <p>—Entonces se lo quitamos y le cerramos su puta boca mentirosa para siempre. Igual que hicimos con el buen senador.</p> <p>Chi sonrió mientras subía por las escaleras tras su colega.</p> <p>—Sí, moló la forma en que le rajaste la garganta a ese tío.</p> <p>Darel levantó la mano para alcanzar la tapa y miró atrás.</p> <p>—Ahora ya no amenaza con hablar, ¿verdad?</p> <p>Abrió la alcantarilla y los rayos solares inundaron el oscuro pozo mientras Chi se reía.</p> <p>No, el senador Baines ya no iba a hablar, y tampoco su hija, que cometió el error de llamar «animal» a Chi mientras se la tiraba. Los dos se habían callado mientras se ahogaban con su propia sangre. Un sonido que Chi nunca se cansaría de escuchar.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Capítulo 22</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong><style name="b">E</style>STA</strong> vez a Kalina la ayudó a salir de la furgoneta otro hombre. Era tan alto como Rome, pero con una complexión aún más grande. Su piel era oscura y se fijó en que sus ojos eran más oscuros todavía cuando la cogió de la mano para bajar. En cuanto pisó el suelo, Rome se situó a su lado y el otro hombre le soltó la mano como si se tratara de brasas calientes. Rome hizo un gesto con la cabeza y el hombre se dirigió a la parte de atrás de la furgoneta. La joven supuso que iba a coger las maletas. La mano de Rome se deslizó hasta su codo mientras la guiaba hacia las puertas de la entrada principal.</p> <p>Se sentía como de la realeza, pero de una realeza un poco rara. Todos los hombres que tenía a su alrededor se esforzaban en atenderla, pero no decían una palabra, como si simplemente tuvieran esas órdenes. No era un mundo que ella entendiera y no sabía si en realidad quería entenderlo. Lo que tenía absolutamente claro era que Rome no era un abogado o un ciudadano normal, como tampoco lo era ninguna de las personas de su alrededor.</p> <p>Se trataba de una finca descomunal y le parecía aún más palaciega que anteriormente. Kalina no se había fijado bien la noche anterior, pero ahora absorbió cada detalle. Desde los mullidos arbustos que flanqueaban los cinco escalones que subió hasta las enormes y brillantes puertas dobles que se abrieron lentamente a medida que se acercaban.</p> <p>Otro hombre, alto, con la piel curtida y los ojos vivos, la miró al recibirla.</p> <p>—Señorita Harper, es un placer conocerla por fin. —El tipo tendió la mano hacia ella. Por un minuto le pareció que miraba a Rome para pedirle permiso, pero este no dijo nada, solo se apartó un poco de ella para dejarla saludar libremente. Kalina le estrechó la mano al hombre mayor y balbuceó un tímido «hola».</p> <p>Aquel hombre impresionante sabía quién era, eso era obvio, pero ella no tenía ni idea de lo que Rome pudiera haberle dicho sobre ella. No sabía, en realidad, ni por qué le habría hablado de ella. Todo aquello parecía surrealista: estaba con su principal sospechoso, en su casa, en su territorio. La DEA no podría haber planeado un operativo mejor.</p> <p>—Llámeme Baxter —dijo el hombre mayor mientras la acompañaba a través del vestíbulo—. Yo me encargaré de todo lo que necesite. Aquí estará muy cómoda.</p> <p>—Gracias, Baxter. —La joven se preguntó cuánto tiempo pensaba ese hombre que se iba a quedar.</p> <p>—Lleva sus maletas a mi habitación —dijo la voz de Rome por detrás.</p> <p>—¿No puedo elegir dónde dormir?</p> <p>Por toda respuesta sus tres acompañantes la obsequiaron con una mirada seria. Ninguno contestó. Rome se limitó a hacer un gesto con la cabeza y el hombre mayor se fue con las maletas. ¿Cómo es que daba órdenes, incluso con simples gestos? ¿Y por qué todos le obedecían tan fácilmente?</p> <p>Baxter interrumpió sus pensamientos.</p> <p>—¿Tiene hambre?</p> <p>—No, gracias.</p> <p>—Entonces le traeré algo de beber. Señor Roman, parece cansada. Debería descansar —dijo Baxter segundos antes de desaparecer.</p> <p>«Así de fácil», pensó ella. Tenía la sensación de que en ese lugar reinaba una autoridad silenciosa a la que ella se imaginó que estaría sometida mientras permaneciese allí.</p> <p>—Ni siquiera me ha preguntado qué clase de bebida me gusta —dijo Kalina cuando le pareció que Rome y ella estaban solos.</p> <p>Seguían en el vestíbulo de brillantes y oscuros suelos de mármol y paredes pintadas de color arándano. No había fotos ni cuadros en las paredes, pero a lo largo de una de ellas se elevaban peanas con estatuas de mármol encima, cada medio metro. Se acercó a una y tocó la cabeza redondeada de un felino negro.</p> <p>—Ya sabe lo que te gusta beber. —La profunda voz de Rome no hizo más que aumentar su desconcierto.</p> <p>Sus dedos recorrieron el frío objeto, por la línea del lomo, alrededor del hocico.</p> <p>—No me conoce.</p> <p>—Baxter sabe cosas de todo el mundo.</p> <p>Esas palabras le hicieron darse la vuelta.</p> <p>—Vaya, ¿y qué es él?</p> <p>—No es un Shifter —contestó Rome.</p> <p>—¿Es como un vidente?</p> <p>—En realidad no lo sé. Siempre ha estado aquí, conmigo, así que me he acostumbrado a su sexto sentido. Tú también te acostumbrarás.</p> <p>—No cuentes con ello —dijo entre dientes mientras se giraba hacia la estatua otra vez—. Por cierto, tengo más preguntas.</p> <p>Rome no lo dudaba. Durante todo el camino hasta la mansión se había regañado a sí mismo por decirle la verdad, pero no había tenido más remedio que hacerlo. No pudo contener del todo a su lado felino cuando vio al hombre intentando hacerle daño. Igual que aquella noche en el callejón. Se había mostrado ante ella una vez más. Y aunque pondría en peligro a todo su pueblo, sabía que le contaría más cosas.</p> <p>—Vamos arriba.</p> <p>La mujer se detuvo. Ir arriba con él significaba algo. Significaba que no solo estaba aceptando permanecer en la casa con él, sino <i>quedarse siempre</i> con él.</p> <p>¿Era eso lo que quería? ¿Quería ser la novia de Roman Reynolds?</p> <p>Si le hubiesen hecho esa pregunta esa mañana o incluso al comienzo de esa tarde, probablemente habría dicho que sí al instante. Pero después de lo que había visto hacía una hora, no estaba tan segura.</p> <p>—Tú sabías quién era yo, ¿verdad? —preguntó ella.</p> <p>Roman se acercó a ella y Kalina se mantuvo firme. Se movía con una fluidez que ella antes pensaba que era simple síntoma de confianza en sí mismo. Ahora parecía ser algo más. Aquella manera grácil de desplazarse debía de tener relación con su más íntima naturaleza, no con un simple rasgo de carácter.</p> <p>—Digamos que es como si te conociese desde siempre.</p> <p>Ella suspiró para sí misma, sin que se notara. Era importante que él no se diese cuenta de sus flaquezas.</p> <p>—¿Qué quieres decir? —Estaba lo suficientemente cerca de su hombre como para que el cuerpo empezara a pedirle una vez más que se desnudara e hicieran el amor al instante—. ¿Por qué me salvaste a mí? ¿Y por qué no me lo dijiste aquel primer día en tu despacho?</p> <p>—Es complicado...</p> <p>—La vida suele serlo —bromeó, de mala gana.</p> <p>—Aquella noche, hace dos años, yo estaba allí por casualidad. Entonces no te estaba siguiendo.</p> <p>Eso podía ser verdad, se dijo ella. Pero ¿qué probabilidades había de que dos años más tarde él acabara siendo el sujeto de su investigación? Teniendo en cuenta dónde estaba en ese momento, debían de ser elevadas; pero hubiera jurado lo contrario.</p> <p>—Me salvaste la vida.</p> <p>El hombre le acarició la mejilla.</p> <p>—Me alegro de haberlo hecho.</p> <p>La inmediata respuesta de su cuerpo a aquellas caricias disipó cualquier duda de la joven. No tanto el intenso calor que abrasaba su interior, sino la tierna aceptación que parecía despertar en su piel. Tenía ganas de entregarse a él, de aceptarlo plenamente, por fin.</p> <p>Tras sonreírle, la joven se apartó, le dio la espalda y se dirigió hacia las escaleras. Mientras subía los primeros escalones notó que recordaba muy bien la distribución de la casa, que sabía que su habitación estaría a la izquierda en cuanto llegase arriba; y que al final del pasillo se encontraría la puerta. Se dijo que no era bueno entregarse a ciegas, sin saberlo todo... Pero mientras caminaba sabía que él estaba cerca, y se sentía deseada, necesitada, poderosa. Lo demás no importaba.</p> <p>Rome caminaba detrás de ella con pasos lentos y silenciosos. Apenas se notaba su presencia, pero estaba allí, con ella, casi como en espíritu, olía su aroma, era como una esencia de hombre... Kalina se dejó llevar por esa sensación y se dio cuenta de que la disfrutaba; le entusiasmaba aquel caminar, mitad erótico y mitad fantasmal, de una pareja que por fin se había unido.</p> <p>Una vez dentro, volvió a mirar a su alrededor mientras daba pasos comedidos por la habitación de su hombre. Lo había estudiado durante tanto tiempo, había leído cada artículo, cada informe del departamento sobre sus andanzas, y sin embargo solo en ese momento sintió que acababa de conocer al verdadero Roman Reynolds.</p> <p>Las paredes eran oscuras, como parecía serlo todo el interior de la casa. Tenía muchos libros, desde Shakespeare a Carl Weber. Había muchos manuales de Derecho y obras de investigación. Sonrió cuando sus dedos acariciaron el lomo de <i>Meditación para idiotas</i>. Decididamente podía imaginarse al reservado y pensativo Rome meditando allí.</p> <p>Daba la impresión de ser un santuario más que una habitación, un lugar solitario donde él podía ser exactamente lo que quería ser. Una cama enorme encima de una plataforma ocupaba el centro de la estancia. Desde luego, recordaba esa cama y lo que hicieron en ella. Avanzó y pasó junto al escritorio rumbo a las puertas que daban al patio. Había unas pesadas cortinas brocadas que sospechó que no dejaban entrar nada de luz cuando se cerraban. Era última hora de la tarde y estaban parcialmente abiertas. Las abrió del todo y tomó aire al descubrir las soberbias vistas.</p> <p>Parecía una casa de campo, dada la exuberante vegetación y las copas de los árboles que se avistaban. Un gran espacio abierto y luego bosque. Se trataba, sin duda, de un lugar en donde a un gran felino le gustaría correr.</p> <p>Se dio la vuelta y no se sorprendió de verlo a menos de un metro detrás de ella. Su postura era informal, con las manos en los bolsillos de los pantalones. Su pecho se movía regularmente con cada respiración. Parecía una especie de dios con aquella cara perfectamente cincelada, de un bello color, y unos ojos penetrantes. La lujuria se apoderó de ella como si se hubiese tomado una pócima afrodisiaca. Pero no deseaba que nada menoscabara ese momento, de modo que trató de controlarse. Quería que le dijera toda la verdad. Tal vez no había estado tan loca como creía durante los últimos dos años. Quizá de verdad había un felino grande que la protegía. Y si lo había, su siguiente pregunta sería por qué.</p> <p>—¿Por qué estás siempre presente cuando... necesito ayuda? —A punto estuvo de decir «cuando te necesito» pero aún no se sentía del todo cómoda admitiendo eso.</p> <p>—Déjame empezar por el principio. Nuestra especie viene del bosque tropical del Gungi, en Brasil. Nacemos y normalmente nos criamos allí.</p> <p>—¿En la selva? —Sabía que había tribus humanas que vivían en los bosques tropicales, pero que él procediese de allí le resultaba inverosímil.</p> <p>—Somos una especie que existe desde hace aproximadamente doscientos años, una compleja combinación de ser humano y animal. Como comprenderás, esto no es del dominio público.</p> <p>—¿Quién más conoce vuestra existencia?</p> <p>—Nadie, quiero decir entre los humanos. Y nos gustaría que siguiera siendo así.</p> <p>—Quiero verte —dijo ella de repente, sin vacilar—. Quiero ver lo que eres. Aquí y ahora. —Él frunció el ceño y ella supo que se estaba preparando para decir que no. Respiró hondo, se humedeció los labios y continuó—: He soñado contigo. Desde aquella noche de hace dos años te he visto en mis sueños. Tus ojos, tu cuerpo. El cuerpo musculoso de un felino. Te he llevado conmigo todo este tiempo y me... —La voz le tembló un instante—. Me gustaría comprobar aquí mismo, a la luz del día y mientras estoy completamente despierta, que no estoy lo..., que no estoy loca.</p> <p>El hombre felino esbozó una mínima y seductora sonrisa y Kalina quiso gemir por la oleada instantánea de excitación que recorrió su cuerpo. Eso también tenía que ser locura, puro delirio. Semejante manera de desearlo continuamente, incluso sabiendo lo que ahora creía que sabía de él, tenía que obedecer a un trastorno mental.</p> <p>—No estás loca.</p> <p>El hombre dio unos pasos para acortar la distancia entre ambos. Ella se rio, nerviosa.</p> <p>—No estoy nada segura de eso. Hablo en serio; primero me están atacando en un callejón, luego..., no sé. Oigo rugidos. ¿Te lo imaginas? Como en la selva o algo similar. Luego veo..., no, realmente no lo veo... —Era como si estuviese otra vez en la consulta del psiquiatra, sentada en aquel diván de imitación de piel intentando profundizar lo suficiente en sí misma como para decirle al viejo con barba lo que de verdad había pasado. Pero en la consulta no podía. Y sin embargo ahora sí—. Estabas encima de mí y te vi cogerlo del cuello. —Rome ahora se encontraba justo delante de ella y su estatura sobrepasaba la suya varios centímetros. En otro momento podría haber sentido que con esa proximidad la estaba agobiando, pero hoy no. Su presencia, tan cerca, le hacía mucho bien—. Vi unos dientes, una mandíbula gigantesca y la cara del hombre pasó del susto al miedo absoluto. Cuando me topé con tus ojos, cerré los míos. —Su voz era cada vez más baja, al tiempo que las palabras salían más rápido y el corazón le latía con más fuerza—. Escuchaba los ruidos y sentía la lluvia, que me salpicaba la cara y los brazos. Mi blusa estaba rasgada, de modo que sentía el frío por todo el cuerpo. Quería levantarme, correr tan rápido como pudiera, pero mi cuerpo no respondía al principio. Hubo otros ruidos, como pequeños gruñidos, y abrí los ojos otra vez. —Contar la historia después de tanto tiempo la hacía temblar. Rome la cogió en sus brazos y le acarició la espalda de arriba abajo. Ella ladeó ligeramente la cabeza y miró al hombre directamente a la cara—. Eras tú, tú estabas allí, andando de un lado a otro, emitiendo esos sonidos. Casi como si tú también quisieras correr, salir de aquel callejón y correr.</p> <p>—Te asusté. —Le acarició los labios y le besó los dedos.</p> <p>—No —contestó ella—. No creo que te tuviese miedo a ti. Temía aquella extraña sensación. —Una sensación que nació de algún lugar situado en lo más profundo de su ser en el momento en que miró al felino a los ojos.</p> <p>—Lo siento.</p> <p>Ella negaba con la cabeza.</p> <p>—No. No fue culpa tuya. Por Dios, tú me salvaste la vida.</p> <p>Él aún le sujetaba la mano y con la otra le acariciaba la mandíbula.</p> <p>—Siempre te protegeré, Kalina. Siempre.</p> <p>Ella empezó a sentirse mareada, todo a su alrededor le daba vueltas. Por dentro su cuerpo ardía de deseo. Pero su mente ansiaba más. Necesitaba aquella confrontación, necesitaba acabar con las dudas y las especulaciones de una vez por todas.</p> <p>—Por favor —susurró, y giró ligeramente la cara para rozar sus dedos con los labios.</p> <p>Él no dijo nada, solo se apartó y le mostró su espalda mientras se alejaba. Cuando estuvo cerca de la plataforma de la cama se detuvo. La joven contuvo la respiración, expectante. Primero se deshizo la camisa, y ella pudo ver, extasiada, los músculos de su espalda contraerse cuando se agachó para quitarse los zapatos y los calcetines. Se le endurecieron los pezones cuando vio los pantalones caer de las caderas, por los muslos, junto con la ropa interior. Si al verlo vestido pensaba que era un espécimen magnífico, sin ropa no había palabras para describirlo. Solo con verlo de espaldas, desnudo, se le humedeció el sexo. Y más cuando vio que le salieron hoyuelos en las nalgas cuando sus fuertes muslos se movieron para darle una patada a la ropa y alejarla de él.</p> <p>Y entonces sucedió lo que tanto había esperado. Ante sus ojos, el hombre de un metro noventa se tiró al suelo y se transformó en un enorme felino.</p> <p>La transición fue rápida: un alargamiento de huesos que apenas produjo leves crujidos. El pelo oscuro se expandió por la superficie que segundos antes era de piel suave. El formidable animal era tan largo como Rome, con un cuerpo descomunal que daba la impresión de ser muy pesado. Pero eso era solo la parte física.</p> <p>Aunque su corazón latía tan fuerte que estaba segura de que Baxter lo oiría desde cualquier punto de la casa, Kalina caminó hacia el felino, que sacudía su larga cola y se había vuelto hacia ella.</p> <p>La mujer continuó su avance hasta que se quedó a unos pocos centímetros de él. No le salían las palabras. Se había quitado un tremendo peso de encima. Se arrodilló y luego, relajada, se sentó sobre sus talones. Simplemente, se quedo mirándolo.</p> <p>Era hermoso. Majestuoso. Regio. Potente.</p> <p>Fascinada, alargó la mano y tocó la enorme circunferencia de la cara felina; sus dedos temblaron solo ligeramente cuando la suavidad del pelo le hizo cosquillas en la piel. El pelo oscuro, suave y espeso que lo cubría era como el ónice, pero se podían ver puntos más oscuros aquí y allá. El animal emitió un gruñido y la calidez del aliento que salió del hocico ensanchado vagó deliciosamente por la piel femenina.</p> <p>Kalina siempre había tenido miedo a los gatos. Si veía un gato caminando por su lado de la calle cruzaba rápidamente a la otra acera. El gato rechoncho de la señora Gilbert la asustaba cada vez que lo veía. Y sin embargo, allí estaba, con la cabeza de lo que suponía era un jaguar negro en la palma de la mano.</p> <p>Le acarició más allá de la cabeza. Sus pequeñas manos temblaron a lo largo del lomo y los costados. Había una mancha, como un rosetón muy marcado, que le daba un aspecto exótico muy característico. Decir que estaba fascinada era decir poco.</p> <p>Todo en él era fuerza y dominio y... lujuria. De esto último se dio cuenta por la reacción de su cuerpo. Y no sintió pesar alguno. Algo, en algún lugar en su interior, se levantó, se puso firme. Su mirada encontró la del felino una vez más y la sostuvo. Eran los ojos que había visto en su sueño, los que conocía tan bien, y ahora la estaban mirando en la realidad, cara a cara. Él resopló y restregó la cabeza por la palma de su mano y a ella se le aceleró el pulso. Las fosas nasales aplanadas de su hocico se ensancharon cuando la olfateó. Entonces la cabeza se acercó más, siguió por la mano y se restregó por la parte interna del brazo. El pelo era tan suave que le provocó escalofríos por el brazo, que rápidamente se propagaron por la espalda.</p> <p>Volvió a olfatearla, esta vez más cerca de los pechos, y Kalina notó que sus propias fosas nasales también se movían en busca de un aroma que pudiese reconocer. Y lo encontró, ahí estaba, y no exactamente para su sorpresa. Un leve aroma se expandió en el aire a su alrededor. Era una especie de almizcle dulce, que una vez que se introdujo en su cuerpo hizo que entrara en calor. La parte de ella que pareció despertarse para conocer la faceta animal de su amante estaba ahora totalmente atenta y empujaba las barreras de su piel humana con una urgencia que Kalina no podía contener.</p> <p>Dejó caer los brazos a los lados mientras la cabeza del jaguar continuaba moviéndose por su pecho y hacia abajo, por su torso. Cuando llegó al abdomen dio un pequeño empujón y ella instintivamente abrió las piernas. Él se acercó más y resopló contra la parte interna de sus muslos. Cuando la cabeza del felino se acomodó entre sus piernas, el hocico en su sexo, Kalina se estremeció; se le cortó la respiración, se le endurecieron los pezones. El aroma que impregnaba el aire pareció fundirse en su interior, como una droga líquida, y sintió su cuerpo caer al suelo, sin fuerzas.</p> <p>Se estiró y miró cómo el gran felino estaba de pie por encima de ella, acechando a su alrededor, con movimientos lentos y lánguidos. Los ojos del animal resultaban intensos mientras inspeccionaban su cuerpo. Cuando se detuvo a sus pies, Kalina se preguntó qué sería lo siguiente. Le costaba diferenciar entre los pensamientos sensatos de una mujer humana y unas sensaciones desenfrenadas propias de otro ser.</p> <p>Tan rápido como se había transformado de hombre a felino, el animal volvió a ser un hombre en todo su desnudo esplendor. Rome estaba de pie, por encima de ella, y rodeaba con una de sus fuertes manos el enorme pene erecto. La joven se relamió. Su lengua se mostraba impaciente por lamer aquel miembro viril lúbrico, irresistible, por recorrer toda su formidable envergadura.</p> <p>Él se puso de rodillas, estiró el cuerpo a lo largo de ella y evitó que cargara con su peso apoyándose sobre los codos. Kalina tenía los brazos pegados a los lados, pero levantó la cabeza, esperando su beso.</p> <p>—Esto es lo que soy. —La miró mientras las palabras parecían caer de sus labios.</p> <p>Era el guapo e inteligente abogado, que llevaba trajes elegantes y nunca perdía un caso. Era el amante dominador pero considerado que la había hecho correrse con solo tocarla. Era la bestia que se le aparecía en sus sueños. Y era exactamente quien ella quería.</p> <p>Se movió para levantar una mano y le tocó la mandíbula con los dedos, que deslizó hasta que le acariciaron los labios.</p> <p>—Y es lo que quiero —contestó.</p> <p>Él bajó la cabeza y los labios colisionaron en un hambriento beso. Kalina le agarró la nuca y lo empujó hacia ella, intentando profundizar más y más. Ansiaba su sabor, quería devorarle la lengua entera, necesitaba saciarse de hombre.</p> <p>Y Rome se lo dio todo: labios, lengua, gemidos, aliento; la mordisqueaba y la hacía levitar con cada contacto. Su cuerpo temblaba, deseaba que lo tocara, que lo hiciera suyo. Como si le leyera la mente, Rome empezó a acariciarla, sus manos comenzaron a moverse frenéticamente por su cuerpo y rompió el beso. Le quitó rápidamente los pantalones y las bragas mientras ella se descalzaba. Luego la desnudó de cintura para arriba, dejando al aire los excitados pechos. Sus dientes encontraron la delicada piel del cuello y trazaron un sendero punzante de calor hasta la hendidura entre los senos. Con el corazón palpitando, la mujer arqueó la espalda y se topó con el ataque del macho.</p> <p>Rome se metió un pecho desnudo en la boca y lamió tan fuerte que el erizado pezón ardía. Simultáneamente cogió el otro pecho con la mano y lo apretó con la misma fuerza. Los muslos de Kalina temblaban, su sexo se derretía y ardía, llevándola a un éxtasis increíble. Soltó un grito ahogado y se aferró a los hombros de su amante mientras él continuaba su ataque.</p> <p>«Mía», creyó oírle decir entre dientes mientras sus labios se movían desde los pechos hacia el abdomen, donde su lengua acarició el ombligo con ansia.</p> <p>Aún tenía las manos en sus pechos y ella levantó las suyas y le sujetó las muñecas para mantenerlas allí. Con cada lametón sobre su piel, Kalina sentía que le arrancaba una nueva capa de sí misma. Nada era lo mismo, ni el sonido de su voz, ni el efecto de sus besos, ni las sensaciones que le arrasaban el cuerpo. Todo era diferente, nuevo, vibrante, cada vez mejor, como ella nunca había imaginado.</p> <p>Cuando le mordisqueó el pubis ella gritó su nombre y se dio cuenta de que estaba ronca, como si hubiese chillado sin cesar durante horas. Movía la cabeza de lado a lado y parecía ir a cámara lenta mientras asombrosas imágenes se filtraban por su mente.</p> <p>Una selva pintoresca. Felinos majestuosos que se mantenían unidos. Una colonia. Todo un mundo nuevo.</p> <p>Sus manos abandonaron los pechos para desplegar los carnosos pliegues de su vagina hasta que el aire fresco acarició la protuberancia contraída de su sexo. Cuando la presionó con la lengua, todo el interior de Kalina se desató, embravecido, mientras un bramido de cataratas retumbaba en sus oídos. La lamió una y otra vez, utilizando toda la longitud de su lengua. Ella se arqueó en el suelo, jadeando y gritando mientras cada lengüetazo la empujaba más y más hacia el abismo, hasta que finalmente se sintió en caída libre hacia el placer infinito. Cayó y cayó..., para aterrizar sin más en la felicidad sublime.</p> <p>El aterrizaje fue como un despertar y el cuerpo de Kalina respondió plenamente, pidiendo más placer. Le agarró de la cabeza y movió las caderas sobre su boca, dirigiendo la lengua y suplicando más, más, más.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Capítulo 23</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong><style name="b">R</style>OME</strong> sintió la transformación, percibió el momento exacto en el que el lado felino de Kalina se había hecho cargo de ella desde el interior. Fue una señal sutil, un «hola, cariño, aquí estoy». Y él aguadaba allí, preparado para la cita que les estaba destinada.</p> <p>Introdujo dos dedos dentro de ella y siguió tocándole el clítoris sin desmayo. Ella se contraía, cambiaba de postura y absorbía el placer, la maravillosa sensación que anhelaba desde hacía tanto tiempo. Con su otra mano, el hombre le buscó el trasero; al principio rozaba su prieta entrada con timidez, esperando oír su respuesta; luego empujó más cuando vio que su respiración se entrecortaba.</p> <p>Deslizó un dedo en el interior mientras su otra mano seguía tocándole el corazón de su sexo, que empezaba a gotear. Ansiaba lamer la densa miel que manaba de ella, pero quería prepararla todavía más antes de poseerla, de modo que hizo presión con otro dedo en el trasero, abriéndose paso para destaparla más.</p> <p>—Te necesito ahora. —La voz de la mujer había cambiado, era más profunda. Soltó un gemido que fue más bien un sonido gutural, atávico.</p> <p>—Todavía no, nena. Yo también tengo ganas de ti, pero maldita sea, todavía no es el momento. —Seguía penetrando con los dedos, conteniéndose, deseoso de hundir su grueso pene en su cálido interior. Experimentaba una urgencia que amenazaba con volverle loco.</p> <p>Pero había algo más que deseo sexual. Algo le decía que aquel era un momento crucial. Lo que vivía con ella y lo que ella vivía con él en ese instante los llevaría a ambos a un lugar lejano. No sabía lo que era, solo lo intuía, pero eso no significaba que supiera cómo controlarlo, o cómo lo asumiría Kalina. Oficialmente se habían conocido hacía una semana, pero extraoficialmente parecían conocerse de toda la vida, amarse desde que nacieron.</p> <p>Sin saberlo, su lado felino había estado buscando el de ella mientras su parte humana buscaba a la mujer perfecta. Él nunca lo habría admitido, ante nadie. Pero en ese preciso momento no podía negarlo. No podía huir de lo inevitable.</p> <p>Ella se agitó debajo del macho, cuyo cuerpo se tensó tanto que los testículos parecieron a punto de estallar. La punta del pene goteó de placer mientras sus dedos se movían por el cálido y húmedo sexo de su hembra. El aroma femenino impregnó el aire y se fundió con el suyo, combinándose para crear el companheiro calor. El aroma conjunto que sellaba su unión era embriagador.</p> <p>A partir de ese momento Rome no sería capaz de quitarle las manos de encima. Ahora ella estaba en su sangre, su lado felino se fundía con el de ella, la hembra uniéndose al macho. Ahora ningún otro macho podría tocarla aunque hubiese olido su aroma y percibido que estaba en celo. La desearían, ansiarían poseerla, pero tendrían una muerte segura e implacable si se atreviesen a tocarla.</p> <p>En cuanto a ella, se moriría por él; su cuerpo siempre estaría listo para que la tocara, la poseyera. Cuando se encontraban cerca el deseo era tan intenso que rozaba el dolor. Y cuando estuvieran separados el aroma de ella se agudizaría y le mandaría el mensaje de que debía buscarla. Cualquier otro macho que se acercase a ella provocaría una reacción extrema: intensa excitación o una ira feroz. Los dos estados serían peligrosos para aquel que no fuera su pareja.</p> <p>Así se unían ellos. Los Shadow Shifters se juntaban así de por vida.</p> <p>Y mientras Kalina se arqueaba en el suelo, los ojos de color avellana del hombre se volvían dorados y devoraban todas las partes del cuerpo de la amada. Y él sabía que no tendría alternativa. Era su companheira y nadie iba a apartarla de su lado. La protegería con todos los medios a su alcance. Era una promesa.</p> <p>—Rome, por favor. —Hablaba entre jadeos de una sensualidad desconocida.</p> <p>—Sí, nena.</p> <p>Retiró los dedos del interior de la mujer con dulzura, para levantarla y llevarla a la cama. Allí la depositó con el máximo cuidado, pero el lado felino de ella no quería ponérselo tan fácil. La hembra se giró, se puso de rodillas y le ofreció su seductor trasero. Luego miró por encima de su hombro y con los ojos llenos de lujuria y voracidad dijo:</p> <p>—¡Tómame, ahora!</p> <p>No la rechazaría; no podría hacerlo aunque quisiera, y desde luego no quería. No había nada en este mundo (Rome estaba cien por cien seguro) más bello que la imagen del trasero de su chica, ansioso por recibirlo.</p> <p>Su bestia se retorcía dentro de él y lo golpeaba con latigazos de hambre y dentelladas de deseo. Estuvo a punto de rugir pero se limitó a enseñar los dientes, tan afilados que sintió un pinchazo en el labio inferior. Se acercó a la cama, agarró las suaves nalgas y las separó para verla en toda su salvaje belleza. Se le hizo la boca agua, y el pene estuvo listo para adentrarse en ella.</p> <p>Rome quería ir despacio, ser cuidadoso con su hembra, dulce incluso, pero no estaba seguro de lograrlo. El deseo lo superaba y en el mismo instante en el que la punta de su sexo tocó la prieta entrada de la hembra todo su cuerpo se incendió.</p> <p>Pero logró controlarse. Empujaba lentamente y le sujetaba las caderas mientras daba las primeras embestidas, muy suaves.</p> <p>Al cabo de unos instantes Kalina se echó para atrás y él se deslizó más hondo.</p> <p>—Joder, es tan cálido, tan deliciosamente atractivo y a la vez tan firme —susurró él.</p> <p>—Más, quiero más —exigió ella, cortando las alabanzas del amante.</p> <p>Rome empujó un poco más con las caderas, pero sin adentrarse del todo. No quería precipitarse. Miró hacia abajo y casi perdió los últimos vestigios de control al ver cómo el gran pene la llenaba. El cuerpo femenino le dio la bienvenida, como una boca hambrienta que se abría más y más para recibirlo completamente.</p> <p>Le temblaron las piernas y se le hizo la boca agua mientras se inclinaba hacia delante y le lamía la línea cálida que recorría su espina dorsal. Ella se arqueó y gimió. Él siguió lamiéndola y le encantaba el sabor remotamente dulce de su piel. Kalina estaba excitada, cada vez más ansiosa de que la poseyera por completo, a medida que hacía movimientos circulares con el trasero y el vientre sobre su miembro. Él empujó más y luego dio a la hembra un agudo mordisco en el hombro. Kalina gritó el nombre de su amado.</p> <p>—Por favor, si no me posees ahora voy a morir. —La mujer jadeaba y su cuerpo se echaba hacia atrás contra él—. Ahora, ¡maldita sea!</p> <p><i>—Gato inferno</i> —murmuró con la boca contra su piel mientras le agarraba los pies, fijando su postura, preparado para embestir hasta el fondo definitivamente—. Mi pequeña gata salvaje. —Hablaba en inglés aunque el portugués, la lengua Shifter tradicional, se le escapaba de la boca con tanta naturalidad como si lo hablase todos los días.</p> <p>—¡Sigue, sigue! —murmuró ella, mientras apretaba los dedos en las sábanas y arqueaba la espalda.</p> <p>Rome la volvió a lamer una y otra vez, disfrutando de su sabor y su aroma al mismo tiempo. Embistió más dentro de la amada y se sintió recompensado cuando ella echó la cabeza hacia atrás y un largo y lento gemido se escapó de sus labios. Él ya no podía aguantar un segundo más, sus estocadas eran cada vez más rápidas y más profundas; cada músculo de su cuerpo se tensó y se contrajo con los movimientos.</p> <p>Kalina se acomodaba a los movimientos del macho, acompasándose a las penetraciones. Aquella hembra era ardiente, salvaje..., exactamente todo lo que él había visto en sus ojos. Desde el primer momento supo que la pasión estaba en el interior de esa mujer, esperando a ser liberada. Y ahora la había liberado, él había capturado a la gata salvaje y la había marcado, haciéndola suya.</p> <p>Alargó la mano para pasarla alrededor de su cintura y la deslizó hasta encontrarle el tormentoso sexo, acariciar sus labios carnosos y darse cuenta de que estaba completamente empapada por la excitación. Metió los dedos en su vagina, y apretó los dientes cuando ella se contrajo todavía más. Ahora él se movía con fiereza usando las manos y el pene, y le encantaba el sentimiento de poder, de dominación que desprendía todo su cuerpo.</p> <p>Pero Kalina no se dejaría poseer sin más, estaba decidida a corresponderle y devolverle todo lo que le daba. Rome llenaba sus dos accesos y ella quería gritar porque el deseo la rasgaba por dentro. Ella se movía con fuerza contra los dedos y el miembro de él, y le encantaba cómo le hacía sentirse completa, plena. Agitaba la cabeza y emitía unos sonidos que no parecían humanos; pero no le importaba.</p> <p>Nada importaba, salvo aquel hombre, en ese momento. Ella se había abierto totalmente a él, tomando todo lo que él le daba. Al mismo tiempo ella le estaba dando algo, una faceta de ella que ni siquiera sabía que existía. Por supuesto que había una parte de deseo sexual, pero Kalina sentía que iba mucho más lejos. Su cuerpo reaccionaba con cada caricia del amante, las fosas nasales se le abrían con su olor, deseándolo todavía más. Era el dulce aroma salado que impregnaba la habitación y la impulsaba, empujándola a ir más allá, hasta romper las barreras del pasado que había erigido en su mente.</p> <p>Él no era lo que aparentaba, nada parecido a lo que creyó ver cuando lo conoció. Y Kalina sentía instintivamente que lo mismo le pasaba a ella. Desde luego, ahora ella también era diferente. Nunca se había imaginado a sí misma amando de esa forma, necesitando a alguien así. Nunca se había imaginado que su gran amante sería Roman Reynolds.</p> <p>Ahora que estaba tan literalmente metido en su interior, acariciando sin cesar el foco del fuego que crecía dentro de ella hasta el punto de temer una letal explosión de placer, no podía imaginarse sin él.</p> <p>Sus dedos la satisfacían y los empujó tan dentro del sexo que los muslos le temblaron de deseo. También la acariciaba por detrás, profundamente, con estocadas acompasadas que la arrastraban a un placer salvaje.</p> <p>La mujer llegó al fin al clímax, liberando de su cuerpo una tormenta inesperada. Gritó con fiereza dejando que aquel inmenso maremoto de placer la sacudiera de arriba abajo. Rome se inclinó sobre ella y empujó más rápido todavía.</p> <p>—Eso es, mi gatita salvaje. Siéntelo. Siéntenos.</p> <p>Y a fe que lo hizo; lo sintió todo, con todo el cuerpo, desde las puntas del pelo hasta los dedos de los pies. Temblaba de arriba abajo mientras él seguía dentro de ella.</p> <p>—Siénteme a mí y a nadie más —le murmuró en la oreja—. A nadie más. ¡Nunca!</p> <p>Eran palabras poderosas y apremiantes. Ella las oyó con otros oídos, no los de una mujer, sino los de algo diferente, y entonces rugió mientras giraba ligeramente la cabeza y daba un mordisco a Rome en los labios.</p> <p>Él le metió la lengua en la boca tan hondo como lo estaban el pene y los dedos, todavía dentro de ella. La hembra le correspondió con el mismo fervor y sus lenguas se batieron en duelo mientras él seguía dentro de su sexo..., hasta que ella amenazó con volver a correrse.</p> <p>Cuando Rome retiró la boca, Kalina emitió un sonido de protesta y él pensó que le había visto enseñar los dientes; unos dientes afilados que entonces se hundieron en su hombro. El roce fue doloroso y a la vez delicioso, y se fundió maravillosamente con el placer que emergía de ella ante su descarga sexual.</p> <p>Rome embestía con más fuerza y más rapidez, rugía mientras lamía el punto en el que la había mordido.</p> <p>—Mi companheira. —Le oyó susurrar.</p> <p>Kalina no sabía lo que significaban sus palabras, pero no podía ser algo malo porque Rome la abrazó y la mantuvo fuertemente apretada contra él. Y ella se quedó allí tumbada, sin querer moverse, ni preguntar, ni siquiera pensar cómo la afectaría eso de acostarse con un ser mitad hombre, mitad felino.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Capítulo 24</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong><style name="b">—D</style>IME</strong> una cosa —le preguntó él después de haberse tumbado y permanecer en silencio demasiado tiempo.</p> <p>—Mmm —murmuró Kalina, que tenía la mejilla contra su pecho desnudo y las piernas enredadas con las de él.</p> <p>—¿Esto es parte de tu investigación? —Ella se puso tensa—. Me refiero a la investigación que te ha mandado la DEA que hagas sobre mí. ¿Va a aparecer en los informes que te acuestas conmigo?</p> <p>Kalina trató de levantarse, de alejarse en lugar de responder, pero Rome la agarró con fuerza. Su brazo la había rodeado el cuerpo. Después de hacer el amor la había arrimado junto a él y la joven se había arrullado en su cuerpo. Ahora quería irse corriendo. Pero no podía.</p> <p>—Dado que no pudiste entrar en mi ordenador, ¿el siguiente paso era acostarse conmigo?</p> <p>Kalina permaneció en silencio y su pulso se aceleró con fiereza dentro de su pecho. Estaba pensando la respuesta. No sería una mentira; él no olió ese hedor rancio característico. Diría la verdad, pero Rome sintió que le iba a resultar muy duro hacerlo.</p> <p>—Esto no es como se supone que tendría que haber sido —dijo con una voz tan baja que le costó oírla.</p> <p>—¿Cuál era tu plan? ¿Encontrar pruebas incriminatorias en mi ordenador y arrestarme a continuación? Habrías recibido muchos elogios, seguramente un ascenso, y habrías sido la mejor policía y la más temida del cuerpo por haber acabado con Roman Reynolds. —No podía evitar el tono que había adquirido su voz. Desde que supo lo de su traición, había estado sumido en una montaña rusa de emociones tratando de pensar cómo actuar.</p> <p>Cuando se dirigió en coche al apartamento de Kalina solo podía pensar en el peligro que acechaba a la joven. Una vez que la tuvo a salvo, no podía pensar en otra cosa que en tirársela. Ahora, seguro de que Kalina no corría ningún peligro, estaba muy cabreado.</p> <p>Ella trató de nuevo de separarse y esta vez él la soltó. Salir corriendo no iba a ayudarla, él podía estar seguro de eso.</p> <p>Se levantó, envolvió su cuerpo desnudo en la sábana y se sentó al borde de la cama, dándole la espalda. El hecho de que no se dirigiera a la puerta inmediatamente le dijo mucho sobre ella. Era una mujer fuerte y decidida, eso estaba claro. No iba a desmoronarse, pensó Rome. El modo en que levantaba la cabeza y la barbilla le estaban diciendo que no se arrepentía y que seguramente él no iba a escuchar ninguna disculpa de sus labios, todavía hinchados.</p> <p>—La DEA me puso en tu despacho para averiguar a quién le estás mandando dinero a Brasil.</p> <p>—¿A quién creen que se lo mando?</p> <p>—A un cártel de drogas. No saben a cuál.</p> <p>—¿Encontraste la prueba que necesitabas?</p> <p>Ella suspiró mientras se pasaba una mano por detrás de su pelo.</p> <p>—No.</p> <p>—¿En serio? Pensaba que después de acostarte conmigo y del gran trabajo que has hecho, a estas alturas ya tendrías las llaves de mi caja fuerte y acceso a todas mis cuentas. Dime, ¿van a aparecer en el informe las veces que he hecho que te corrieras?</p> <p>—No seas así de vulgar. No está para nada a tu altura —dijo ella mientras volvía la cabeza y le lanzaba una mirada gélida por encima del hombro—. Y respondiendo a tu pregunta, aunque no sé muy bien por qué tengo que hacerlo teniendo en cuenta que claramente yo no era la única que ha estado mintiendo en este asunto que..., que llevamos entre manos..., como lo quieras llamar, en fin, yo no planeaba esto. Acostarme contigo no entraba en mis planes.</p> <p>Rome no suspiró aliviado al oír eso porque era algo que había sabido durante todo ese tiempo. Kalina no era el tipo de mujer que haría algo si no estuviese completamente segura de que lo quería hacer. Y a juzgar por todos los juguetes sexuales que había visto en la habitación de su apartamento, no se estaba perdiendo ninguna satisfacción sexual por no estar con un hombre. No, Rome estaba seguro de que ella lo deseaba, desde el principio. A ella no le había gustado la idea, ni un poco. Ahora él sabía que ella tenía motivos para oponer resistencia. Sin embargo, la idea de que el FBI estuviera investigándolo por algo tan absurdo como el tráfico de drogas seguía poniéndole enfermo.</p> <p>—¿Por qué no me lo dijiste sin más cuando te pillé en mi ordenador?</p> <p>—Oh, no sé, seguramente por la misma razón por la que tú no viniste corriendo a decirme que eras un Shifter con forma humana.</p> <p>—No es lo mismo —contestó mientras cruzaba los brazos detrás de su cabeza y la miraba—. Así que si no cierras este caso, no conseguirás el gran ascenso.</p> <p>—¿Cómo sabes lo del ascenso? ¿Cómo sabes que soy policía? O que lo era... Después de esto, a saber qué voy a acabar haciendo. Quizá tenga que dedicarme a vender hamburguesas...</p> <p>—Acabaste el instituto y entraste directamente en la academia de policía. De ahí pasaste a ir de patrulla; detuviste a varios traficantes que testificaron y te dieron el nombre de su gran jefe. De ahí llegaste a narcóticos hace cinco años. Estabas trabajando en un caso para detener a uno de los mayores estafadores callejeros del cártel de Cortez cuando las cosas se torcieron y te atacaron en ese callejón.</p> <p>En algún momento de su segunda frase ella se había vuelto y lo miraba fijamente.</p> <p>—Menudo control de antecedentes hace tu despacho a sus empleados, guau.</p> <p>Rome negó con la cabeza.</p> <p>—Soy el líder de Facción de los Shifters.</p> <p>—¿Qué significa eso?</p> <p>—Se puede decir que soy el líder de todos los Shifters de los estados de la costa este. Eso significa que estoy al tanto de mucha información confidencial, especialmente si supone una amenaza para nosotros.</p> <p>—Yo no soy una amenaza para ti —dijo ella—. Ya no. Quiero decir... —Cogió aire y dejó escapar rápidamente un suspiro—. No tengo ninguna prueba para condenarte. Eso es lo que pondrá en mi informe. Regresaré al Departamento de Policía Metropolitana y tú podrás volver a hacer lo que estés haciendo en Sudamérica.</p> <p>—Ayudo a mantener a mi gente en el bosque. El dinero que mando es para comprar existencias, comida y armas, de modo que puedan defenderse y defender nuestro secreto.</p> <p>—Entonces ¿por qué están tan seguros de que eres el jefe de un cártel de la droga?</p> <p>Rome pensó que debía de tener relación con las reuniones que su padre mantuvo con un asociado de Raúl Cortez, pero ni siquiera era conocedor de lo que había ocurrido en ellas. No sabía qué le había dicho su padre a ese hombre ni si habían llegado a algún acuerdo. Bingham únicamente le había dado el nombre de Cortez, nada más. El abogado decía no saber nada y Rome estaba seguro de que así era. Si su padre no le había dicho a nadie lo que estaba haciendo, ni a Baxter, ni siquiera a su mujer, las posibilidades de que se lo contara a su abogado eran escasas. Así que parecía que lo que hubiese ocurrido años atrás estaba a punto de salir a la luz y los Shifters serían los únicos que se enfrentarían a las repercusiones. A no ser que él pudiese evitarlo.</p> <p>—No sé. —Prefirió no decir nada. Hasta que tuviera más datos que un nombre y los detalles de una reunión en un periódico no hablaría de esa situación, y menos con una policía.</p> <p>Kalina esperó un poco y se dio cuenta de que Rome estaba mintiendo. Pero era justo, pensó; ahora ella era el enemigo. Lo que hacía que fuera mucho más difícil para ella reconocer lo que sentía por él. Así que, sin pronunciar otra palabra, se levantó de la cama y se llevó la sábana con ella mientras se acercaba más a su ropa.</p> <p>—Mira, puedo pedir que una patrulla vigile mi apartamento. Denunciaré lo de las fotos y el extraño comportamiento de Ferrell de esta tarde, así estaré segura. No tengo que quedarme aquí. —Se echó hacia delante y empezó a coger sus prendas de ropa, que estaban tiradas por el suelo.</p> <p>Pero Rome tenía otros planes. Kalina soltó un grito ahogado cuando la cogió por la cintura, la levantó y la atrajo contra su cuerpo.</p> <p>—No vas a volver ahí sola.</p> <p>—Esto es ridículo. —Su cuerpo, sin embargo, decía algo totalmente diferente. El deseo que sentía hacia él era cada vez mayor, como una sed que nunca se iba. Y quería que se fuera, oh, quería que se marchara con todas sus fuerzas. Pero a pesar de lo que sentía físicamente, lo que había entre ellos nunca funcionaría—. Tengo que salir de aquí. —Para los oídos de él la voz de ella sonaba con apremio y casi desesperada. Ella no podía soportarlo.</p> <p>—No te voy a hacer daño.</p> <p>Oh, pero ya se lo había hecho, quería decirle. Sus acusaciones, aunque eran básicamente ciertas, le habían dolido. La idea de que pensara que se acostaba con él como parte de su trabajo le dolía. El hecho de que acabara acostándose con él como resultado de su trabajo era vergonzoso y doloroso. Y el mero pensamiento de que ya no la desearía por todo lo que había descubierto de ella la ponía físicamente enferma en cuestión de segundos.</p> <p>—Me da igual —dijo, tratando de alejarse de él.</p> <p>—No digas eso. —La soltó ligeramente de modo que pudiese respirar pero seguía sin poder soltarse del todo—. Te pedí que confiaras en mí. Voy a volver a pedírtelo.</p> <p>Ella negó con la cabeza.</p> <p>—No puedo. Y tú no confías en mí. Por lo que estamos empatados.</p> <p>—Yo confío en ti —dijo con solemnidad. Entonces, como si quisiera demostrarle la verdad que encerraban sus palabras, la soltó.</p> <p>Kalina se volvió y miró el esplendor de la desnudez de Rome. Simplemente lo miraba, preguntándose qué era lo que iba a salir de su boca, viendo los destellos de la bestia en la que se había convertido, recordando con una claridad chocante el amante tan compasivo que había sido.</p> <p>—¿Por qué?</p> <p>—Porque puedo oler las mentiras a muchos metros de distancia. Porque supe desde el primer momento en que te vi que tenías algo especial. Porque te guste o no hay alguien que va a por ti y creo que ese alguien es un Shifter.</p> <p>—¿Qué? ¿Por qué iba a ir un Shifter a por mí? Seguramente será alguno de los traficantes de aquella noche. Alguno al que no arrestaron...</p> <p>—¿De verdad? ¿Y qué es lo que quiere de ti ahora?</p> <p>—Venganza.</p> <p>Rome negó con la cabeza.</p> <p>—No. No habría esperado dos años para ir a por ti. Habría actuado antes. Esto es sobre otra cosa. ¿Cuándo recibiste las primeras fotos?</p> <p>Kalina empezó a pensar e inclinó la cabeza mientras lo miraba.</p> <p>—El día que te conocí en la oficina.</p> <p>—Sea lo que sea lo que quieren de ti es personal. ¿Has cabreado a alguien últimamente? —preguntó, mientras sus labios esbozaban una sonrisa con la que ella sospechaba que trataba de levantarle el ánimo.</p> <p>Con un fuerte suspiro, ella admitió:</p> <p>—No tengo a nadie a quien cabrear.</p> <p>—¿Qué quieres decir? Tienes que tener amigos, familia. Alguien que se enfade contigo en algún momento.</p> <p>Era el turno de Kalina de negar con la cabeza.</p> <p>—Pensé que habías hecho tus investigaciones —dijo ella, pero habló tan bajo que perdió cualquier sarcasmo mordaz que hubiese tratado de transmitir—. No tengo familia y la única persona que conozco es la señora Gilbert, mi vecina. No tengo ningún tipo de vida social, la verdad.</p> <p>—¿Por qué?</p> <p>Kalina estaba muy incómoda. Le costaba mucho reconocer la realidad de su vida; además, no esperaba que la conversación tomara esos derroteros. ¿Por qué le hacía Rome esas preguntas?</p> <p>—No sé. No se me da bien tratar con la gente ni tener relaciones ni nada parecido. —¿Por qué no podía decirle que simplemente se sentía incapaz de entregarse a alguien por miedo a que la abandonara, tal y como hicieron sus padres?</p> <p>Durante unos segundos Rome se quedó completamente en silencio.</p> <p>—No lo puedo entender.</p> <p>—No, no puedes. Eres Roman Reynolds, el abogado de éxito y el casanova más rico de la zona, un hombre al que todas las mujeres del mundo desean. Estoy segura de que no tienes problemas a la hora de relacionarte.</p> <p>—Relaciones de verdad... —dijo con solemnidad—. Estás repitiendo lo que dice la prensa del corazón y haciendo suposiciones. Tengo muy pocas relaciones de verdad, Kalina.</p> <p>—¿Por qué? Lo tienes todo. ¿Qué motivo puedes tener para ser tan reservado como yo?</p> <p>—Ni el dinero ni el éxito pueden borrar el dolor. Si algo te ha hecho daño hay posibilidades de que nunca te recuperes de ese dolor. —Se encogió de hombros—. Me he resignado al hecho de que actúo en consecuencia.</p> <p>—¿Y «actuar en consecuencia» significa acostarse con mujeres y acto seguido pasar a otra cosa? —Sus labios se cerraron de golpe. Esa pregunta se le había escapado. La había estado pensando y ahora estaba ahí puesta. En su favor, Rome no parecía demasiado afectado por sus palabras.</p> <p>—Esas han sido mis experiencias pasadas.</p> <p>—¿Y ahora? ¿Qué significa esto para ti, Rome?</p> <p>Necesitaba saberlo. Para ella su relación con Rome se estaba volviendo muy seria. Lo que había sentido cuando estaba tumbada entre sus brazos era demasiado intenso, tanto que incluso la asustaba. Jamás había pensado que pudiera entregarse así, nunca había estado dispuesta a arriesgar tanto. Por eso necesitaba que él le diera una respuesta clara. Luego seguiría la decepción.</p> <p>Él se quedó pensativo, como si estuviera eligiendo cuidadosamente las palabras.</p> <p>—Es mucho más especial de lo que nunca pensé que me sucedería.</p> <p>Ella no sabía qué responder.</p> <p>—Oh... —Fue lo único que logró decir. Entonces quiso darse cabezazos contra la pared. Era patética—. No tenía ninguna intención de que pasara esto —le confesó honestamente—. Solo trataba de hacer mi trabajo.</p> <p>—¿Y te encanta tu trabajo?</p> <p>—Es todo lo que tengo. —Maldita sea, se había vuelto a ir de la lengua. Le estaba contando demasiadas cosas sobre sí misma y le estaba dando todavía más. Era una situación peligrosa y ella lo sabía.</p> <p>—Ahora me tienes a mí.</p> <p>Sus palabras eran lúgubres, serias, y Kalina deseó aferrarse a ellas, envolverse en ellas y creer que a lo mejor, solo a lo mejor, decían la verdad.</p> <p>—Nunca he tenido a nadie. Mis padres no me quisieron y la mayoría de los padres adoptivos con los que viví tampoco.</p> <p>Rome se estaba acercando demasiado a ella, y Kalina pensó que debía retirarse, protegerse de esa terrible situación que empeoraba por momentos. Pero no lo hizo. No podía. Su mirada, su simple presencia, la mantenían inmóvil.</p> <p>—Mis padres murieron cuando yo era niño —dijo él mientras caminaba y se quedaba de pie justo al lado de la joven, a la vez que le cogía las manos.</p> <p>—Lo sé —contestó ella con suavidad.</p> <p>—Estaba tan enfadado cuando murieron y me sentía tan solo...</p> <p>Kalina negó la cabeza.</p> <p>—Pero no estabas solo. Tu mayordomo se hizo cargo de ti. —Cuando vio que él estaba un poco perplejo ante sus palabras se encogió de hombros—. He investigado mucho sobre ti.</p> <p>Él sonrió.</p> <p>—Menudo par estamos hechos, ¿eh? Tú investigándome y yo siguiéndote.</p> <p>—Sí, no somos una pareja de angelitos —añadió ella con una sonrisa vacilante.</p> <p>—Pero somos una pareja —dijo Rome con un susurro cálido que soplaba en su cara a medida que se acercaba a ella—. Estamos hechos el uno para el otro, Kalina. No sé el porqué ni el cómo pero estamos hechos el uno para el otro. Eso es lo que creo.</p> <p>Mientras Kalina cerraba los ojos y los labios de él tocaban los suyos pensó: «Estamos hechos el uno para el otro».</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>La</strong> tapadera de Kalina se había echado a perder oficialmente.</p> <p>Rome no quería que volviera a la oficina, lo que a ella le parecía bien. Ya había encontrado todo lo que podía encontrar. Pero aun así no había terminado la investigación. El motivo, fuera el que fuese, por el cual la DEA tenía el ojo puesto en Rome seguía existiendo, y Kalina quería saber cuál era. Sacó el móvil y llamó otra vez al agente Dorian Wilson; esta vez le dejó un mensaje para que supiera que llamaba en relación al caso y que tenía novedades. A continuación llamó a su comandante en la comisaría, pero le dijeron que había salido a investigar otro asesinato.</p> <p>Kalina seguía en casa de Rome, en su cuarto. Él había bajado para asistir a otra de las muchas reuniones que solía tener, al menos a Kalina le parecía que siempre estaba reunido. En el escritorio había un ordenador, por lo que se acercó para encenderlo. Si hubiera estado en su casa habría conectado la radio de la policía para descubrir qué estaba pasando, pues no era normal que el alto mando de la policía no estuviese en la comisaría a las diez de la mañana.</p> <p>Mientras esperaba a que se encendiese el ordenador pensó en la noche anterior. En todas las cosas que había descubierto y en cómo se sentía a la luz del día después de tantas emociones. Se sentía rejuvenecida, de hecho, como una persona nueva en un cuerpo viejo. Era extraño y casi demasiado bueno para ser cierto. Pero Rome no estaba enfadado con ella por traicionarlo; seguía deseándola, lo que era un hecho que la desconcertaba completamente. Nunca la habían deseado así antes y nunca había sentido una conexión de ningún tipo. Esa mañana pensaba que a lo mejor, solo a lo mejor, todo eso estaba cambiando.</p> <p>Algunas partes de su futuro seguían inciertas: qué iba a hacer con su trabajo en primer lugar. El hecho de que no hubiera encontrado nada que incriminara a Rome (y no había sido por falta de voluntad) bastaba para despertar el recelo de varias personas. Esa era una de las razones por las que estaba tan desesperada por hablar con el agente Wilson. La otra razón era para denunciar a Ferrell por su comportamiento extraño y poco profesional. Kalina estaba segura de que Ferrell andaba colocado cuando fue a verla. Y justo antes de que entrase Rome recordaba haber olido un aroma familiar. Lo que era algo extraño, pues ella no solía recordar a las personas por su olor. El color de ojos, el tono de voz, una marca de nacimiento o incluso el acento eran normalmente las características que se quedaban grabadas en su memoria. Sin embargo, estaba casi segura de que fue el olor de Ferrell lo que llamó su atención.</p> <p>El ordenador empezó a hacer ruidos y se concentró en la pantalla. Se acercó más al escritorio y puso los dedos sobre el teclado con la esperanza de que al menos hubiera acceso a Internet.</p> <p>Encontró el link al periódico local y leyó el titular:</p> <p>Continúan los asesinatos salvajes en el área metropolitana de Washington DC.</p> <p>Siguió leyendo. El artículo mencionaba las brutales muertes de hacía unas semanas del senador Baines y su hija. Parecía que las investigaciones relacionaban a Ralph Kensington con Baines a través de sus vínculos políticos. Sin embargo, había habido otro asesinato (debía de ser el homicidio doble del que había estado hablando Reed el otro día) que implicaba a dos presuntas prostitutas a las que mataron brutalmente de la misma manera atroz. ¿Qué significaban todas estas muertes? La prensa hablaba de un asesino en serie. La policía se negaba a hacer comentarios. A lo largo de todo el artículo, de dos páginas, se leían palabras como «mafia», «cárteles», «narcotraficantes», «represalias» y «reclutamiento de pandillas».</p> <p>Kalina se sintió repentinamente muy inquieta y comenzó a darle como loca a la tecla para obtener más información. La pantalla parpadeaba con furia con sus clics, ya que su mente parecía ir más rápido que la velocidad de la conexión a Internet. Entonces debió de apretar la tecla equivocada con tanto clic porque la pantalla se volvió negra y luego parpadeó varias veces. Cuando se puso negra, el fondo de escritorio lucía el mismo color pero con unas páginas blancas. Parecía que las habían escaneado y algunas partes estaban escritas a mano. Empezó a leer de manera instintiva:</p> <p>Unir fuerzas..., gobernar en consecuencia..., responsabilidad..., discreción..., y finalmente un nombre que destacaba como si estuviera escrito en mayúsculas: Cortez.</p> <p>A Kalina se le aceleró el corazón mientras seguía leyendo. No podía entender la mayor parte de lo que estaba escrito, o mejor dicho, no podía comprender a qué se refería el autor. Había nombres que no conocía y solo fue el de Cortez el que llamó su atención.</p> <p>«Mi trabajo es que mi hijo y los que le sucedan sepan lo que significa ser un Shadow Shifter y vivir libremente con dignidad entre los humanos. Algún día Rome dirigirá a los Shifters. Las relaciones que establezca ahora le ayudarán. Estos humanos son poderosos y serán un medio para nuestra causa».</p> <p>El autor era el padre de Rome. El padre de Rome conocía a Cortez.</p> <p>Buscó en su base de datos mental y se detuvo en lo que sabía de Raúl Cortez. Solo tenía treinta y cinco años y acababa de hacerse con el mando de la organización de su padre, de modo que esos documentos se escribieron cuando Cortez tenía ocho años. No tenía sentido a no ser que... el autor estuviera hablando de Julio Cortez, el padre del cártel de Cortez.</p> <p>Oyó voces a lo lejos y apretó a toda prisa la tecla de escape para salir de allí. El ordenador seguía estando loco: la pantalla cambió de color y luego volvió a la página de Internet que había estado mirando al principio. Cuando las voces se acercaron simplemente le dio otra vez a la tecla de escape y vio cómo se apagaba el monitor antes de cerrar la tapa al ordenador.</p> <p>Justo cuando se abrió la puerta se puso de pie. Rome entró seguido de otros dos hombres; uno era su socio del despacho, Nick Delgado. No conocía al otro, por lo que estaba un poco incómoda.</p> <p>La mirada de Rome se encontró con la suya. Daba igual dónde estaban o quién más estuviera en la habitación con ellos; sus ojos se encontraban al instante. Empezó a caminar para alejarse del escritorio y trató de esbozar una sonrisa aunque no sabía si funcionaría. La cabeza le daba vueltas con la nueva información que tenía y no sabía muy bien cómo actuar con Rome y sus amigos. ¿Eran Shifters también?</p> <p>—X pensó que sería conveniente que repasáramos todo lo que sepas sobre la investigación que me está haciendo la DEA, a mí y a mi despacho —dijo Rome mientras la miraba de una forma extraña, aunque hablaba como si no pasara nada.</p> <p>Ella se encogió de hombros; lo cierto era que no se sentía muy cómoda contándole todo lo que sabía. Aunque quería creer en la inocencia de Rome, la policía estaba investigando sus actividades por alguna razón. Y después de ver el nombre de Cortez en ese documento ya no sabía qué pensar.</p> <p>—No sé mucho. Me asignaron el puesto sin más; me dijeron que rastreara el dinero y averiguara con quién estabas trabajando. —Se preguntaba si habría dicho lo bastante como para que la despidieran. Técnicamente su trabajo pendería de un hilo si sus superiores descubrieran que estaba dando información a las personas a quienes tenía que investigar.</p> <p>—¿Quién te contrató? —preguntó el que parecía un jugador de rugby. Era unos centímetros más alto que Rome, de constitución mucho más grande y tenía la cabeza rapada y una mirada feroz.</p> <p>—Trabajo para el DPC, el Departamento de Policía Metropolitana —dijo mientras se ponía recta. De ningún modo iba a dejar que la intimidaran.</p> <p>—Pero no son ellos los que nos están vigilando, ¿no? —inquirió Nick, el casanova que era demasiado guapo y cuyos ojos sonrientes escondían un atisbo de peligro.</p> <p>—Sí, el DPM y la DEA —dijo—. Debería ser yo quien os hiciera a vosotros las preguntas. Quiero decir, estoy aquí tratando de hacer mi trabajo y vosotros le dais la vuelta a la tortilla y me hacéis un interrogatorio a mí. ¿Quiénes sois? —preguntó, y recibió con gusto tres intensas miradas que la perforaron a la vez.</p> <p>—Nick y X son Shifters, como yo —contestó Rome.</p> <p>Kalina tragó saliva y miró a cada uno de ellos, sabedora en cierta manera de que Rome decía la verdad. Todos eran Shifters, una especie de la que ella no había oído hablar hasta hacía muy poco. Ahora estaba segura de su existencia: las diferencias eran claras. Su constitución musculosa no parecía de gimnasio sino algo natural. Y su porte: eran depredadores. Estaban listos para cualquier cosa; siempre alerta, siempre a la espera. De repente, la habitación de Rome, que era como una suite de lujo, parecía un poco más pequeña.</p> <p>—¿Cuántos hay como vosotros? En Estados Unidos, me refiero.</p> <p>—Más de los que te puedas imaginar. —Fue Nick el que respondió.</p> <p>—Pero no queremos hacer ningún daño a nadie —añadió Rome, que enseguida le lanzó a Nick una mirada de enfado.</p> <p>Y entonces, como si lo que estaban diciendo tomara de repente forma en su cabeza, encajaron todas las piezas. Kalina soltó un grito ahogado.</p> <p>—¿Qué pasa? —preguntó Rome mientras se acercaba más a ella.</p> <p>—Los asesinatos —dijo lentamente—. Los asesinatos brutales; ya son cuatro. Está en todas las noticias.</p> <p>Cada paso que la joven daba hacia atrás él lo daba hacia delante, acercándose a ella hasta que acabó dando con la espalda en la pared.</p> <p>—No somos nosotros, Kalina. Nosotros no matamos.</p> <p>—Sí lo hacéis —susurró ella—. Esa noche en el callejón tú lo hiciste. Mataste a ese hombre. Pensaron que lo había hecho yo. Yo les dejé pensar eso porque no quería... que...</p> <p>—¿Qué? ¿Admitir que habías visto a un hombre transformarse en felino? Eso fue lo que viste esa noche. Un hombre transformándose en un felino, y ese felino solo quería proteger a una mujer a la que estaban haciendo daño. Mataría a cualquier hombre o felino para protegerte, Kalina. Créeme.</p> <p>Oh, sí lo creía. Lo miró, vio sus ojos brillantes, los poderosos músculos de sus hombros, su cuerpo fuerte y agresivo, y supo que era perfectamente capaz de matar.</p> <p>—Los Shadow Shifters no matan porque sí. Somos una especie pacífica.</p> <p>Nick soltó una sonrisita.</p> <p>—Hasta que nos cabrean.</p> <p>—Piénsalo, Kalina —dijo Rome ignorando el comentario de Nick y con los ojos todavía fijos en ella—. Piensa en quién soy, en todo lo que te he dicho y en todo lo que has aprendido de mí. ¿Crees de verdad que soy un asesino?</p> <p>Ella no sabía qué creer. Tenía el cerebro saturado de información y estaba muy confusa; y al pensar en que se encontraba sola en una habitación con tres Shifters sintió que un sudor frío le recorría el cuerpo. ¿Qué pasaría si se transformaban en ese momento? ¿La atacarían? ¿La matarían?</p> <p>Entonces Rome la tocó. Le pasó la mano ligeramente por la mejilla.</p> <p>—Confía en mí, Kalina —le dijo.</p> <p>Rome seguía repitiendo esas palabras como una letanía, seguía pidiéndole que confiara en él. ¿Por qué? ¿Cómo podía confiar en un hombre al que apenas conocía? Pero sí lo conocía, lo conocía de una manera que no era convencional, ni programada, ni de hecho, explicable. Pero ¿confiaba en él?</p> <p>—La policía está relacionando los asesinatos por el tipo de muertes. Creen que la brutalidad indica que se trata de un asesino en serie. ¿Qué sabes de eso? —le preguntó a Rome mientras buscaba en sus ojos y en sus rasgos faciales algún atisbo de mentira. No encontró nada. Y se sintió aliviada.</p> <p>—Sé quién puede ser el responsable.</p> <p>—Como dice X, los rogues —intervino Nick, recordándole a Kalina que no estaba a solas con Rome a pesar de que seguía con la mano en su mejilla y la estaba mirando fijamente a los ojos como si lo estuvieran.</p> <p>De repente Rome se dio la vuelta. La pérdida de contacto visual hizo que Kalina volviera a soltar un grito ahogado; antes de poder evitarlo se había abrazado a él y su frente tocaba su espalda.</p> <p>—Necesitamos reunir a todos ahora que el veterano Alamar está aquí —dijo Rome—. Nick, llama a los líderes de Facción, averigua qué disponibilidad tienen. X, tienes que conseguir como sea que el cretino del rogue que tienes encerrado te diga quién es su jefe; dile que voy en serio. Puede hablar o puede... —Sus palabras se perdieron en el aire.</p> <p>Mientras él hablaba, Kalina sentía cómo subía la temperatura de su cuerpo, pero no sabía si era porque lo estaba tocando o si la reacción era consecuencia de las implacables palabras que Rome estaba pronunciando.</p> <p>—Bien —dijo X—. Yo me encargaré de eso.</p> <p>—¿Y qué pasa con ella? —preguntó Nick.</p> <p>Kalina supo a la perfección a quién se refería con ese «ella». Muy a su pesar, se alejó de Rome y dio un paso atrás.</p> <p>—Yo tengo que volver al trabajo.</p> <p>—No. —Todos los hombres lo pronunciaron al unísono.</p> <p>—No me voy a quedar aquí sentada de brazos cruzados. Sigo teniendo un trabajo. —Al menos esperaba tenerlo.</p> <p>—No puedes volver a la comisaría. Tu investigación se ha acabado.</p> <p>—Perdona, pero eso no es decisión tuya.</p> <p>—Kalina —le dijo Rome mientras se daba la vuelta y la miraba—. ¿Crees que estoy financiando un cártel de drogas?</p> <p>—No —contestó sin dudar—. Pero no se trata de eso. Ahí fuera hay cárteles de drogas y si el FBI piensa que lo estás haciendo significa que alguien está usando tu nombre. ¿No prefieres que sea yo la que lo descubra?</p> <p>—Ella tiene razón, Rome —dijo X.</p> <p>La cabeza de Rome se volvió hacia ese otro hombre tan rápido que Kalina pensó que lo iba a atacar.</p> <p>—No va a ir a esa oficina.</p> <p>—Eso es ridículo. Necesito salir a las calles —se quejó Kalina.</p> <p>—Ahora no puedes llevar lo que sabes a las calles —le dijo Rome.</p> <p>—No estaba en mis planes. Quiero decir que no voy a hablar de ti y los demás. Solo quiero descubrir quién está tratando de tenderte una trampa.</p> <p>—¿Crees que puede que no sean los rogues? —preguntó Nick.</p> <p>—No podemos echarles a los rogues la culpa de todo, Nick —respondió Rome con brusquedad.</p> <p>Kalina pensó que el nexo era Raúl Cortez y los papeles que había visto en el ordenador de Rome, pero no pensaba decirlo. Todavía no.</p> <p>Rome quería que confiara en él, y en cierta manera lo hacía. Pero estaba pasando algo más, algo de lo que quizá ni Rome ni sus seguidores eran siquiera conscientes. Por lo que de momento lo mantendría en secreto.</p> <p>—¿Quiénes son los rogues? —preguntó, esperando conseguir más información y desviar la conversación de la parte que implicaba quedarse en casa.</p> <p>—Unos malditos Shifters que creen que están tomando el mando —dijo Nick antes de aclararse la garganta—. Nacieron como Shadow Shifters y en cierto momento pensaron que les iría mejor solos.</p> <p>X intervino:</p> <p>—Pensamos que puede que estén actuando en Estados Unidos.</p> <p>—Los tres que se acercaron a ti en la fiesta eran rogues. Sabían quién eras y te siguieron. Cuando fui a tu casa ayer noté su olor. Habían estado allí.</p> <p>Kalina se llevó una mano a la garganta y se negó a mostrar el miedo que le invadía el cuerpo.</p> <p>—¿En mi casa? ¿Por qué?</p> <p>Entonces se acordó de las fotos que encontró la noche de la fiesta de Kensington. Las fotos que estaban en su casa y que no tenía ni idea de cómo habían llegado allí.</p> <p>—Eso es lo que nos gustaría saber —dijo X.</p> <p>Ahora todos la observaban, pero ella tenía que admitir que no la estaban mirando como si se tratara del enemigo. Era más como si fuera el foco de interés y tuvieran que ponerle un ojo encima si querían llegar al fondo de lo que fuera que estaba sucediendo.</p> <p>—Le dije a Rome que no conocía a esos tipos.</p> <p>—¿Los habías visto antes?</p> <p>Negó con la cabeza. Entonces hizo una pausa, recordando al tipo que le entregó las fotos en su apartamento. No, no conocía a ese tipo de nada. Al recordarlo le subió una oleada de calor por la espalda.</p> <p>—No. Nunca —dijo, aclarándose la garganta.</p> <p>—¿Dónde vas? —le preguntó Nick a Rome antes de que Kalina pudiera hacerle la misma pregunta.</p> <p>—Hay una cosa que quiero comprobar yo mismo.</p> <p>Sí, se dijo Kalina para sus adentros, ella también quería comprobar algo por sí misma. Su plan era sencillo. Esperar a que Rome se fuera y luego seguirlo.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Capítulo 25</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong><style name="b">T</style>RES</strong> horas más tarde Kalina se dio cuenta de que su plan no era tan fácil como pensaba.</p> <p>El hombre llamado Eli (o debería decir el guardián del infierno) estaba tan pendiente de ella que todo lo que podía hacer era ir al baño sola. Se había sentado en el pasillo, ante la puerta del cuarto de Rome, pero cada vez que ella hacía un movimiento, el tal Eli llamaba a la puerta y entraba, como si esperara verla colgada del balcón dispuesta a escapar. Lo que había pensado un par de veces.</p> <p>Ferrell estaba llamándola al móvil como si no tuviera otro número grabado en la memoria de su teléfono, pero ella se negaba a contestar. Lo que quisiera de ella prefería que lo obtuviese a través del agente Wilson y la DEA: Kalina no quería tratar con Ferrell a solas nunca jamás.</p> <p>Pero la siguiente llamada la sorprendió e hizo que se animase.</p> <p>—Hola, Mel —respondió.</p> <p>—¡Hola, Kalina! Es genial oír tu voz. Llevo días intentando contactar contigo.</p> <p>Kalina suspiró y se sintió culpable. Lo cierto era que había quedado muy mal con la amable mujer.</p> <p>—Sí, quería llamarte para hablarte sobre la otra tarde.</p> <p>—Oh, no te preocupes por eso. Simplemente pensé que Stephen te hartó un poco. En cualquier caso, hace años que no charlamos. ¿Te apetece que comamos juntas?</p> <p>Kalina echó un vistazo a la habitación. La verdad era que no le apetecía comer con Mel, pero quería salir de allí. Llevaba la mayor parte del día sintiéndose encerrada y atrapada.</p> <p>—Ah, claro. Me parece muy buena idea.</p> <p>—Genial. Hoy tengo el día libre, por lo que puedo pasar a recogerte en una hora. Tengo que hacer un recado rápido, pero luego podemos comer algo, ir de compras... Ya sabes, pasar una tarde de chicas.</p> <p>Mel parecía emocionada, quizá demasiado emocionada para su gusto, se dijo Kalina, pero era la excusa que estaba buscando para llevar la contraria a los deseos de Rome.</p> <p>—Buen plan. —A continuación le dio la dirección y cerró su teléfono.</p> <p>Después de colgar, Kalina se dio cuenta de que probablemente no debería haberle dicho a Mel que la recogiese en casa de Rome. Era evidente que eso generaría más preguntas sobre su relación con él, preguntas que tenía claro que no quería responder. Pero parecía que esa era la única forma de salir de aquella casa, y en las presentes circunstancias resultaba mucho más importante para ella salir para poder vigilar a Rome que pensar en cómo responder las inevitables preguntas de Mel sobre su vida amorosa.</p> <p>Rome le había pedido que confiara en él. Y así lo hacía. Pero él también tenía que confiar en ella. Aún le quedaba trabajo por hacer, aunque en los últimos dos días el enfoque hubiese cambiado. Además, ¿esperaba Rome mantenerla encerrada en su habitación hasta que volviese? Bueno, si lo pensaba entonces no la conocía.</p> <p>Kalina entró al baño y abrió el grifo de la bañera. A pesar de su celo vigilante, Eli no se atrevería a entrar en el baño. O por lo menos esperaba que así fuera. Se sentó en un lado de la bañera y pensó en todo lo que le había pasado en las últimas semanas: el ascenso en el trabajo, volver a ver a Rome y enamorarse de él. Suspiró fuerte y trató de no pensar mucho sobre lo último. Rome no le había dicho que la quería, solo que la deseaba, que la necesitaba. Eso debería bastar, dado que nadie le había dicho nunca que la quisiera, por lo que estaba acostumbrada. Pero por extraño que pareciera no era así.</p> <p>Ella tampoco le había dicho que lo quería. Probablemente por miedo al rechazo. Además, ¿cómo iba alguien a querer a un Shifter?, se preguntó, esbozando una irónica sonrisa. Rome pertenecía a un mundo del que ella no sabía nada, aunque reconocía que le intrigaba.</p> <p>Cuando, pasados diez minutos, la bañera amenazaba con desbordarse, cerró el grifo y salió a la habitación, haciendo un gran numerito como si fuera a darse un baño. A continuación volvió al servicio y cerró de un portazo. Esperó un poco y cuando se aseguró de que Eli no trataba de entrar, se acercó a la puerta del balcón de doble cristal. Sigilosamente, quitó el pestillo y deslizó la puerta de cristal lo justo para que cupiese su cuerpo. Una vez dentro, pasó por encima de la barra y rezó para no romperse ningún hueso cuando saltase el piso que había de altura. Un matorral de hortensias de color azul claro amortiguó su caída mientras aterrizaba con firmeza sobre sus pies.</p> <p>No sabía si Rome tenía cámaras que vigilaran su propiedad, pero imaginó que dado el secreto que guardaba seguramente las tendría. Por tanto, se puso en cuclillas y caminó siguiendo la hilera de árboles que recorrían la parte trasera de la casa. Cuando llegó al final, se encontró frente a una rotonda que daba paso al jardín delantero, la entrada de vehículos y a una pequeña fuente. Trató de pensar la mejor manera de salir por la verja sin que la vieran.</p> <p>Era un día muy caluroso; el sol brillaba implacable y un suave reguero de sudor ya había empezado a marcar su espalda cuando finalmente decidió que era cuestión de actuar o morir. Empezó a correr; sus piernas se movían con rapidez y ligereza mientras atravesaba el jardín delantero con una facilidad extrema. Unos árboles grandes y más espesos rodeaban la verja de hierro que cercaba el perímetro de la casa. Se coló entre ellos y se quedó en un pequeño espacio entre la verja y los árboles; entonces esperó. Estaba lo bastante cerca de la entrada principal como para que Mel la viera en cuanto aparcara, pero como seguía cubierta por los árboles se aseguraba de que ninguna de las cámaras de la casa pudiera captar su presencia allí.</p> <p>Los árboles también le daban un poco de sombra ahora que permanecía esperando a que llegara Mel. Mientras aguardaba pensó en Rome y en lo triste que se pondría cuando descubriera que se había ido. Se sintió un poco afligida porque no quería hacerle daño. De todos modos, se dijo para darse ánimos, aunque él le había pedido que no lo abandonara nunca, ella no le había prometido nada. Y solo estaba haciendo lo que tenía que hacer, lo que cualquiera hubiera hecho en sus circunstancias.</p> <p>Y no solo estaba cumpliendo con su deber, sino que estaba haciendo lo correcto, y también Rome se beneficiaría a la larga, pensó, resignándose a su misión. Si averiguaba lo que estaba pasando contribuiría a limpiar el nombre de Rome y, además, cuando él conociera el carácter de la relación que unía a su padre con Raúl Cortez ya no se sentiría tan culpable por la muerte de sus padres. Él no le había contado mucho sobre su pasado, pero Kalina había podido sentir su dolor, esa sensación de pérdida que solo entiende otra persona que también haya perdido a sus seres queridos. Ahora que sabía que él había leído esos papeles que estaban en su ordenador podía imaginarse la sensación de traición que debió de inundarlo al leerlos. Por lo tanto, ella estaba ayudando a Rome, ayudando al hombre que amaba, escapándose y yendo en contra de su voluntad.</p> <p>Por alguna razón, ninguna de esas razones hacía que se sintiera mejor.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>Con</strong> destellos de excitación, ella le clavó las uñas en la espalda. Una vez. Dos veces. A la tercera, unos riachuelos de sangre carmesí emergieron de la piel desgarrada. Él gimió debajo de la mujer y movió las caderas, dejando que su clítoris desnudo friccionara sobre la base de su espalda. Dijo algo pero ella no lo entendió, no le importaba mucho.</p> <p>Hacía casi un año que estaba liada con ese hombre, dándole lo que ansiaba, tomando lo que necesitaba y haciendo en la cama todo lo que él pedía, consiguiendo de ese modo todo lo Sabar quería.</p> <p>—¡Más fuerte! —gritó él en esta ocasión, y ella arrastró las zarpas por su espalda una vez más. Él se corrió por el dolor. Cuando estaba con él todo consistía en provocarle más dolor.</p> <p>A decir verdad, ella también se corrió. El olor de la sangre y la sensación de poder que la sacudían por dentro cada vez que conseguía que ese hombre gritara de placer le resultaban muy excitantes. Ahora por ejemplo; la esencia de ella pendía por los lumbares de él mientras observaba cómo la sangre de las heridas abiertas rodaba por los costados y aterrizaba en las sábanas blancas de hotel.</p> <p>—Tu amigo no ha pagado. Sabar no está muy contento —dijo, y a continuación frotó su clítoris sobre la piel áspera del hombre, ya que le encantaba la fricción que provocaba el movimiento—. O hablas con él o va a acabar como Baines.</p> <p>—Ven aquí, nena —refunfuñó, y se dio la vuelta de modo que ahora estaba tumbado sobre su espalda ensangrentada.</p> <p>Ella se recolocó y bajó el cuerpo hasta que su miembro pequeño y gordo consiguió adentrarse en su sexo húmedo. Él gimió y sus ojos, de un gris apagado, se pusieron en blanco.</p> <p>Le agarró las caderas con sus rechonchas manos para mantenerla bien sujeta mientras empujaba hacia arriba, convencido de estar ahondando en ella.</p> <p>No sentían nada el uno por el otro, por eso tenía que culminar de otras maneras cuando estaba con él. Se echó ligeramente hacia delante y le arañó el pecho con profundos latigazos furiosos. El hombre abrió los ojos de par en par, al igual que la boca, y el grito que soltó la hizo correrse al instante. Entonces empezó a cabalgar sobre él con cuidado de no elevarse demasiado y que su raquítica envergadura se saliera. Él jadeaba y le temblaba la papada mientras ella seguía en movimiento.</p> <p>—¿Vas a hacer que tu gente pague? —preguntó mientras le ponía las manos sobre el pecho y sentía la sangre en sus palmas.</p> <p>—Mierda..., mierd..., sí..., sí. Llamar..., sí..., le llamaré. ¡Joder!</p> <p>—Eso es, si quieres que te siga follando y vivir lo bastante para optar a la candidatura al Senado que acabas de anunciar es mejor que te asegures de que todos ellos pagan cuando es debido.</p> <p>—Sí, sí. Lo haré —dijo entre jadeos mientras le pellizcaba las caderas—. Fóllame más fuerte. Más fuerte.</p> <p>Ella se movió más rápido; sabía que él duraría un minuto más aproximadamente. Al ver que su cara se contraía, se echó hacia delante y sintió que se le alargaban los colmillos. Entonces le mordió, justo en el pezón. Él gritó y se corrió al mismo tiempo. Ella se separó de su cuerpo sudoroso y ensangrentado y se dirigió a la mesa en la que estaba su móvil. Marcó con fuerza un número familiar y acto seguido dijo:</p> <p>—He terminado.</p> <p>—Bien. Ahora vete a por mi pareja —contestó la voz ronca de Sabar al otro lado de la línea.</p> <p>Después de darse una ducha rápida y ponerse de nuevo la ropa de trabajo, Melanie estaba a punto de marcharse cuando Ralph Kensington, que se encontraba aún a medio vestir dando caladas a un cigarro, la miró fijamente a través del aro de humo que acababa de soltar.</p> <p>—Eres salvaje. Pero yo te puedo domar.</p> <p>Ella se colocó el bolso al hombro y se rio.</p> <p>—Ni en tus mejores sueños, viejo.</p> <p>—¿Te casarías conmigo? —le preguntó.</p> <p>—No puedo. Ya tengo pareja. —Abrió la puerta y se quedó de pie unos segundos—. Además, no eres mi tipo. —Cerró la puerta detrás de ella, por lo que se perdió su último comentario.</p> <p>—Tienes razón —dijo con una risita a la vez que se rascaba su protuberante barriga—. No soy un felino.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>En</strong> cuanto vio a Mel acercándose a la entrada Kalina supo que había cometido un error garrafal.</p> <p>La Mel que salió del coche negro no tenía nada que ver con la mujer con la que Kalina había pasado la tarde el domingo. La supermamá, ama de casa y empleada ejemplar se había evaporado.</p> <p>Lo que ahora tenía delante era una transformación total: y nada comparado con las del programa de Oprah<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" type="note" href="#n2">2</a>. Esto iba mucho más allá. Mel la miró con unos ojos ligeramente rasgados, los labios desenvueltos, los hombros bien derechos y las caderas meciéndose al viento. Llevaba puesta una falda cortísima lo bastante apretada como para asfixiar a un perro, un top de una tela muy fina atado al cuello, que dejaba ver una generosa parte de su pecho, y unos tacones altísimos. Su pelo rojo parecía brillar más y lo llevaba recogido, por lo que su largo cuello quedaba al descubierto.</p> <p>—Cómo me alegro de volver a verte, Kalina —dijo con un ronroneo.</p> <p>Así era; su voz, sus movimientos, todo su ser desprendía la palabra «felino». Vale, quizá Kalina estaba exagerando. Solo porque Rome había admitido que era un felino Shifter no significaba que todo el mundo con el que se topara fuese uno ahora. Aun así, esta Melanie era diferente.</p> <p>—Hola, Mel. ¿Qué tal? Sonabas urgente —dijo Kalina midiendo la distancia entre ella y la casa. Mel se encontraba al otro lado de la verja, junto a un coche con las ventanas tintadas, lo que le decía a Kalina que seguramente no estaba sola. Además, era un coche lujoso que costaba mucho más de lo que podría pagar con el precario salario que ganaba en el despacho de abogados. Toda la situación era extraña, y cuando Kalina cogió aire juró que podía oler a trampa.</p> <p>—Solo quería volver a verte. Lo cierto es que no has pasado por la oficina. Le pregunté a Nick por ti. —Ella estaba caminando mientras pasaba los dedos por la verja y miraba a Kalina con una sonrisita sexy—. Parecía convencido de que estabas bien. Imagino que si te estás quedando en casa del jefe se puede decir que así es.</p> <p>Kalina se encogió de hombros tratando de permanecer tranquila. No llevaba la pistola, ni disponía a mano de nada que se pareciera remotamente a un arma. Sin embargo, mantenía los puños apretados en los costados como si se estuviera preparando para una pelea.</p> <p>—Es una situación pasajera. ¿Por qué me llamaste? —Kalina decidió ir al grano.</p> <p>—Te estoy diciendo que quería volver a verte.</p> <p>—¿Por qué? Nos acabamos de conocer.</p> <p>Mel dejó de caminar.</p> <p>—Bueno, pensé que habíamos conectado. Ya sabes, igual que has conectado con Rome y con su... especie.</p> <p>—No sé muy bien de qué hablas.</p> <p>Mel inclinó la cabeza y unos finos mechones de pelo le rodearon la cara. Sus ojos hicieron algo extraño: cambiaron de color. «No, es el sol», se dijo Kalina a sí misma, pero sabía que no era así.</p> <p>—Creo que lo sabes, Kalina. Sabes muchas cosas —afirmó Mel mientras se acercaba a la parte de la verja en la que estaba Kalina.</p> <p>—Mira, quizá deberíamos pasar este día de chicas en otro momento —dijo Kalina. Estaba a punto de darse la vuelta e irse cuando algo detrás de ella la dejó paralizada. No podía ver lo que era pero sabía que había algo, algo que no era humano. Pudo sentir un movimiento lento y conocía los ojos inquietantes que sabía que en ese preciso momento estaban clavados en su espalda.</p> <p>Miró a Mel y esta le preguntó sin más:</p> <p>—¿Por qué? —La mujer-felino echó hacia atrás la cabeza y se rio—. Qué ingenua, gatita. Muy ingenua, maldita sea. Bueno, todo esto cambiará pronto.</p> <p>Antes de que Kalina pudiera decir otra palabra Mel había metido una mano por la verja, la había agarrado del brazo y tiraba de ella hasta que su hombro chocó terriblemente contra el hierro. Lo siguiente que sintió fue una especie de escozor en el antebrazo y a continuación todo se fundió en negro.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Capítulo 26</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong><style name="b">S</style>ABAR</strong> necesitaba una pareja, una que lo apoyara en esta batalla, que le vigilara las espaldas y con la que tuviera hijos. Hijos rogue que crecerían para gobernar tras su muerte. Había otras cosas en la lista de prioridades de Sabar, pero de lejos esta era la primera y la más importante. Era tan importante que empezaba a dudar de haber hecho bien en mandar a Mel a por ella.</p> <p>Debería haber ido él mismo. Había estado en contacto con ella antes; seguro que no se habría asustado al verlo de nuevo. Darel y Chi habían reparado su error al hacerse cargo del capullo del congresista mentiroso que pensaba que podía estafarle sus ahorros. Estos humanos eran estúpidos, joder. Solo porque poseían títulos y dinero pensaban que también tenían poder.</p> <p>Hasta que lo conocían.</p> <p>A Sabar le encantaba el miedo que empezaba a tenerle la élite de Washington. Pronto todo el mundo en esa apestosa ciudad sabría que si querían jugar tendrían que pagar. Se estaba apoderando de toda la actividad relacionada con las drogas del lugar, sin prisa pero sin pausa; estaba a punto de acabar con los traficantes de poca monta y dentro de poco se habría desecho también de los peces gordos. Las drogas y las armas eran una industria multimillonaria y Sabar quería su parte del sueño americano.</p> <p>Y estaba preparado para matar a quien se le pusiera por delante.</p> <p>Había oscurecido. La noche se había echado encima mientras resolvía unos asuntos que estaban a punto de finalizar con éxito para él, solo a falta de que sus gorilas hicieran su parte del trabajo. Les había ordenado que estuvieran esa noche allí, con su mercancía y su dinero. Cuando Sabar entró por la puerta trasera del adosado abandonado que había convertido en su sede, respiró hondo.</p> <p>En cuanto percibió el olor que se filtraba entre el aire húmedo se empalmó.</p> <p>Ella estaba allí.</p> <p>Su pareja estaba allí y se le hacía la boca agua al pensar en esa hembra. Se moría por tocarla, por probarla. Por fin.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>Kalina</strong> se sentía mareada y le subieron arcadas por la garganta cuando trató de apartar la mirada.</p> <p>Debía haberse quedado en casa de Rome, encerrada en su habitación. Irse había sido un error, uno del que se dio cuenta demasiado tarde. Ahora se hallaba en lo que parecía el interior de la sala de una vieja casa en ruinas. Le habían vendado los ojos cuando la metieron allí, pero había percibido el olor a madera y moho. Los sentidos ultrasensibles que había tenido durante toda su vida permitían que oliera y escuchara las cosas con mayor detalle cuando tenía los ojos tapados.</p> <p>La habían sacado del coche; una persona cargó con ella y las otras dos caminaron a su lado. Habían subido por la escalera hasta llegar a esa sala, que ella sospechaba que se encontraba en la parte trasera de la casa a juzgar por el número de pasos que habían dado desde las escaleras. A continuación la habían dejado caer en una silla, que crujió con su peso.</p> <p>Sabía que solo tendría la oportunidad de idear cualquier tipo de escapatoria si podía ver el entorno por lo que rezó para que le quitasen la venda de los ojos. Sin embargo, cuando se le quitaron deseó que volvieran a ponérsela. Estaba mejor cuando no podía ver nada.</p> <p>De pie delante de ella se encontraba el hombre que le había entregado el primer sobre con las fotos. O al menos lo parecía. En ese momento, en esa casa vieja, fría y húmeda parecía diferente, como si estuviera trastornado. Ahora su rostro estaba junto al de ella, y le acarició la barbilla de manera brusca a medida que se acercaba más.</p> <p>—¡Cuánto he deseado que llegara este momento! Llevo mucho tiempo esperándote... —dijo él, cuyo aliento caliente le quemaba la cara.</p> <p>Tenía unos inquietantes ojos de color naranja que revoloteaban como los de aquellas personas que solía encontrarse colocados de cocaína o de otra droga. Su voz era profunda, mucho más que el día que apareció en su puerta. Pero mientras lo miraba a los ojos se acordó de él claramente. Aquel día sus ojos no eran de color naranja, pero encerraban algo raro. Recordó que había pensado en lo extraños que eran. Así que ese era el hombre que había estado observándola, sacando fotos de ella. Era su acosador. Quería escupirle, darle una patada en los huevos y luego otra en la cara cuando lo viera retorcerse de dolor. Lo que deseaba realmente era causarle algún tipo de daño por todo el miedo y preocupación que le había hecho pasar en los últimos días. Pero no lo hizo. Estaba a merced de esos locos y tenía que pensar.</p> <p>—Esto va a ser épico —dijo él mientras se relamía los labios y dejaba un brillo en su rechoncho labio inferior que hizo que Kalina tuviera ganas de vomitar—. Vamos a gobernar juntos, nena. Tú y yo; juntos —repitió mientras sus dedos se deslizaban por la barbilla y el cuello de la joven hasta llegar a sus senos.</p> <p>A ella le daba igual que le hubiesen atado los tobillos y que le hubieran inmovilizado las manos atándoselas a la espalda. Estaba empeñada en que ese hombre asqueroso no le pusiera la mano encima. Por tanto, lanzó una patada a continuación y sus dos pies se sacudieron en el aire y fueron directos a la entrepierna de su acosador. Cuando ella se tambaleó un poco él se agarró a sus senos y apretó hasta que a Kalina se le llenaron los ojos de lágrimas.</p> <p>—Oh, sí, esto va a ser increíble.</p> <p>—Eso es justo lo que siempre he dicho yo —murmuró el que se llamaba Chi.</p> <p>De las tres «criaturas» que había en esa habitación Kalina sabía a quién debía tenerle miedo, y no era a Chi. Él recibía las órdenes de Darel, que era evidente que a su vez obedecía a ese tipo repugnante, que debía de ser el tal Sabar del que había oído hablar antes a sus captores. Mel se hallaba en un rincón y su mirada dorada estaba clavada en la de Kalina como si fuera un reto feroz. Kalina pensaba que eran todos unos estúpidos egoístas y, además, unos idiotas si creían que iba a cooperar de alguna forma con ellos. Tenía la cabeza embotada y poco a poco fue recordando lo que había pasado desde que la condujeran hasta esa habitación...</p> <p>La habían llevado allí después de drogarla. Lo sabía porque cuando se despertó se encontraba muy mareada y eso solo podía deberse a la inyección que le habían puesto en el antebrazo cuando la secuestraron. Cuando despertó estaba sentada y atada en esa silla en mitad de la sala, como si la estuvieran exhibiendo o en un interrogatorio; fuera lo que fuera, no le causaba ninguna impresión.</p> <p>Los tres tipos la habían rodeado y se habían puesto a observarla con las mismas miradas inquietantes. Todos eran Shifters; ahora lo sabía. Los dos hombres que habían intentado secuestrarla en la fiesta le habían lanzado la misma mirada perversa.</p> <p>Siguió recordando. Sí, cuando se despertó el gordo repugnante aún no estaba y los otros dos tipejos hablaban o, mejor dicho, discutían, sobre quién se la tiraría primero.</p> <p>—Si alguno de vosotros, sucios gatos callejeros, me toca lo va a lamentar, maldita sea —les había dicho Kalina.</p> <p>Entonces había entrado Mel en escena. Avanzó desde su rincón hasta situarse frente a ella y le dio un bofetón. Kalina, como respuesta, había escupido a esa zorra barata en la cara, desafiándola con la mirada a que lo volviera a hacer de nuevo.</p> <p>—No le hagas daño —había dicho el más grande—. Sabar se va a cabrear mucho si se la entregamos herida.</p> <p>—¡Cierra la maldita boca, Darel! —había gritado Mel—. Siempre estás igual, con lo que le gusta y no le gusta a Sabar. ¡Siempre lamiéndole el culo!</p> <p>El que se llamaba Darel cogió a Mel por el cuello y la empujó hasta que su cabeza dio contra la pared.</p> <p>—Soy yo quien está al mando, zorra. Que no se te olvide.</p> <p>—Relájate —había dicho el otro, que no había dejado de mirarla y de lamerse los labios mientras tanto. Estaba excitado y ella lo podía ver, pero como se acercara un centímetro más le iba a dar una patada en su creciente erección—. Tenemos bastante para todos. —A Kalina se le había revuelto el estómago al oírlo—. Además, nos tiene que decir dónde tiene su noviete escondido a Chavez. Voy a matar a ese felino en cuanto lo vuelva a ver.</p> <p>La habían estado preguntando por Rome y por los Shadow Shifters desde el momento en que se despertó. Querían saber dónde estaban, qué planeaban hacer, cuánto dinero tenían y cuánto poder. Kalina desconocía las respuestas a todas esas preguntas, pero de haberlas conocido tampoco les habría dicho nada.</p> <p>Al final Kalina se había puesto a insultarlos hasta quedarse ronca y ellos, hartos de oírla, le habían puesto cinta adhesiva en la boca para que se callara de una vez por todas.</p> <p>Ahora Kalina miraba a los cuatro fijamente y odiaba a cada uno de ellos con la misma intensidad. Debería haber escuchado a Rome, haber hecho lo que él le había dicho. Pero ya era demasiado tarde para arrepentirse.</p> <p>Lo único que podía hacer ahora era sobrevivir.</p> <p>Soltó un chillido cuando el que se llamaba Sabar, el que había ido a su casa, le arrancó la cinta de los labios.</p> <p>—¡Cerdo! —maldijo mientras se mojaba los labios secos.</p> <p>—Boquita linda —dijo él mientras se acercaba más—. Quiero besar esa boca tan linda.</p> <p>Kalina permaneció completamente inmóvil, odiando el hedor que le abrasaba la nariz. En cuanto los labios de él tocaron los suyos se los mordió con unos dientes muy afilados, como nunca los había tenido, aunque ni se dio cuenta de ese detalle. Mientras él gritaba y se apartaba de ella, Kalina vio un hilo constante de sangre manar de sus labios y sintió una punzada de satisfacción.</p> <p>—Sí, eres para mí —dijo el hombre mientras se pasaba el dorso de la mano por la boca—. Una zorra perversa y sin modales igualita a mí. Vamos a gobernar este mundo juntos.</p> <p>—¡Vete al infierno! —bufó ella.</p> <p>Sabar echó la cabeza hacia atrás y se rio:</p> <p>—Solo si estás a mi ladito.</p> <p>Se llevó las manos a la hebilla de los pantalones y empezó a desabrochárselos sin dejar de mirarla.</p> <p>Kalina se sintió mareada, luego acalorada y después... sintió algo más.</p> <p>Algo se movía en su pecho, merodeaba en su interior como si se acabara de despertar. Poco a poco fue creciendo y la invadió completamente; estaba renaciendo desde los pies hasta las yemas de los dedos de la mano. La sensación fue inquietante y pensó de manera instintiva que debería haber opuesto resistencia. Entonces se tranquilizó, reconoció a esa otra parte de ella y dio la bienvenida a ese reencuentro consigo misma. Siempre había estado ahí, se le había revelado mediante esos sentidos ultrasensibles que poseía, mediante las voces interiores que le decían que siguiera lo que le dictaban sus instintos. De repente le vino un torrente de recuerdos: el hecho de que siempre se había sentido como si no encajara en este mundo, independientemente de lo mucho que lo intentara; el sentimiento de que algo le picaba debajo de la piel... Ahora todo tenía sentido; un sentido ilógico y extraño, pero sentido al fin.</p> <p>Lo que había estado bajo la superficie de su cuerpo durante toda su vida ahora se erigía con seguridad y hacía una entrada estelar.</p> <p>Y era una verdadera locura.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>El</strong> lugar de la reunión no era lo que Rome o los otros Shifters habían esperado, pero toda esta situación se salía completamente de lo normal. A los rogues no les importaba lo más mínimo a quién mataban, o cuándo, o dónde, por lo que el hecho de citarlos en una casa abandonada al final de una de las calles más sucias de la ciudad (literal y figuradamente) no les resultó tan extraño después de todo.</p> <p>Eli, que había conducido el Tahoe hasta allí, estaba en la parte delantera y Rome, Nick y X iban atrás. Ezra estaba aparcado a la vuelta de la esquina en el Hummer, con tres guardaespaldas más por si fueran necesarios refuerzos. El mensaje decía que Rome tenía que llegar solo. Sí, pero eso no iba a suceder. No solo Nick y X nunca lo permitirían, sino que Rome no recibía órdenes de nadie, y mucho menos de un grupo de rogues que daban puñaladas por la espalda.</p> <p>No había palabras para describir la furia que lo invadió en el momento que descubrió que Kalina había desaparecido. Eli parecía a punto de pegarse un tiro cuando Rome entró en la casa y le tuvo que dar la noticia. En ese preciso momento Rome quería matar. No a Eli, porque era amigo suyo y sabía que no podía haber evitado que Kalina escapara. Sin embargo, alguna culpa tenía y cuando todo llegara a su fin el guardia iba definitivamente a sentir la cólera de su jefe y amigo.</p> <p>Rome sabía que Kalina estaba en problemas. Si no estaba con él significaba que se encontraba en peligro y eso era inaceptable. En cuestión de quince minutos toda su casa se llenó de Shadow Shifters listos para rastrear las calles de Washington DC en su búsqueda.</p> <p>—Tranquilo, no va a hacerle daño a la chica —dijo Alamar mientras entraba en el vestíbulo en el que estaban alineados como un ejército listo para actuar.</p> <p>—¿Cómo estás tan seguro de eso? —preguntó X, quizá porque sabía que a Rome no le salían las palabras con facilidad.</p> <p>Alamar levantó una nota.</p> <p>—Él cree que ella es su companheira. No le hará daño.</p> <p>Rome le quitó la nota, la leyó y a punto estuvo de ponerse a rugir de la furia. Entonces Nick cogió el papel que tenía sujeto Rome.</p> <p>—Por eso quiere que Rome sepa que la tiene. Que sepa que se la ha quitado de las manos. ¡Imbécil!</p> <p>—Vámonos. —Rome tenía los dientes apretados.</p> <p>—No te olvides de la <i>Ètica</i> —dijo Alamar mientras salían.</p> <p>Rome ya estaba negando con la cabeza.</p> <p>—No, esta vez no. Esta vez seguiré mi propio código.</p> <p>Mientras Rome salía de la casa con Nick y X justo detrás de él, el veterano miró a Baxter.</p> <p>—Hará lo correcto —dijo este.</p> <p>El veterano asintió con tristeza.</p> <p>—Por el bien de todos nosotros espero que estés en lo cierto.</p> <p>Ahora, media hora después, estaban allí. Y el felino de Rome se encontraba listo para liberarse, para arrancarle la garganta al rogue que amenazaba con quitarle lo que era suyo.</p> <p>De nuevo.</p> <p>Era el mismo, pensó Rome con asco. Había identificado su olor en el apartamento de Kalina. Lo recordaba de hacía años, cuando era solo un niño. Se había mezclado con el olor de otro rogue, pero Rome reconocía ese olor específico, y a medida que salía de la furgoneta y caminaba hacia la esquina de la casa lo volvió a oler.</p> <p>La furia lo desgarraba y su felino rugía en su interior, arañándole la superficie de su cuerpo para liberarse; pero lo controló, de modo que fue la parte humana de Rome la que subió con decisión los escalones.</p> <p>—¿Cuál es el plan? —preguntó X detrás de él.</p> <p>—Voy a por Kalina. Cuando esté a salvo voy a matar a cada uno de los cabrones de los rogues y luego voy a incendiar su jodida casa —respondió mientras alargaba la mano hacia el picaporte.</p> <p>Nick se encogió de hombros.</p> <p>—Me parece un buen plan.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>Cinco</strong> minutos después de que Rome, Nick y X entraran en el adosado llegó a la calle un coche de coor gris pizarra. Se adentró en un aparcamiento a cinco casas de la última, que era su objetivo, y estacionó el coche. Apagó el motor y el agente especial Dorian Wilson se echó hacia atrás de su asiento de cuero mientras sus ojos examinaban el deportivo que estaba estacionado frente a él. Tenía las ventanas tintadas, pero aunque no hubiera sido así tampoco podría haber visto nada porque ya era pasada la medianoche. Era evidente que esa calle no estaba en la lista de los servicios de limpieza de la ciudad desde hacía mucho porque la mayoría de las ventanas de las casas estaban rotas y las farolas habían sufrido el mismo destino. Decir que estaba muy oscuro se quedaba corto.</p> <p>Pero Dorian sabía que daba igual quién condujera el Tahoe. Sabía a qué nombre estaba registrado: Roman Reynolds. Se preguntó cuál de los guardias de seguridad conduciría esa noche. Ese hombre nunca viajaba solo. Esa era una de las razones por las que Dorian y su equipo habían empezado a investigar a Reynolds y a su despacho de abogados en primer lugar. El otro motivo seguía estando en un disquete que tenía escondido en un lugar seguro de su apartamento.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>Jack</strong> «JC» Ferrell, del Departamento de Policía Metropolitana, dio un largo trago a la botella de vodka que había robado de la tienda de licores de la esquina. Todo lo que tenía que hacer era enseñar su placa de policía y la diminuta mujer asiática que atendía el mostrador hacía la vista gorda. Lo conocían, sabían lo que le gustaba y lo que no. Después de esa noche era posible que acabaran enterándose de algunas cosas que JC hubiera preferido que no supieran.</p> <p>Iba a quedar con Sabar y sus secuaces esa noche, en teoría para darles dinero del alijo que le habían encargado vender. Pero JC no tenía su dinero. Se había fumado la mitad y había puesto la otra mitad en una cuenta para sus hijos. Eso era lo mínimo que podía hacer por ellos, dado que no pensaba llevarse el premio al padre del año. Pero no estaba huyendo; eso era algo que nunca había hecho. Después de treinta y dos años en el cuerpo de policía, dos esposas con el signo del dólar en los ojos y las pollas de otros policías en la boca había dejado a un lado el estilo de vida temeroso y humilde que llevaba antes. Ahora solo pensaba en él. Vivía el momento, no hacía caso a nadie y le importaba un bledo lo que la gente pensara. Sobre todo hoy. Sobre todo esa noche.</p> <p>Su trato con esos animales locos estaba llegando a su fin. JC había hecho muchas estupideces sospechosas los últimos diez años de su vida, pero no iba a permitir que lo de trabajar con animales mestizos apareciera en su esquela. Eran cretinos maleducados a los que les daba igual todo y todos; todo lo que querían lo conseguían y no traería nada bueno tratar de detenerlos. Al vivir así, pensó JC, estaba claro que esos bichos raros acabarían hechos picadillo, y él no quería formar parte de ese tinglado. Durante su larga vida profesional había visto mucho horror, muchas muertes, y había llegado a la conclusión de que su final sería muy parecido al de tantos otros desgraciados. Pero, de nuevo, no tenía miedo.</p> <p>Simplemente estaba harto de toda esa mierda y tenía ganas de irse a algún lugar y desconectar durante un tiempo. Durante mucho tiempo, pensó mientras entraba en la casa y daba los primeros pasos hacia las habitaciones de arriba, donde le gustaba estar al cabrón peludo del líder. Pero mientras daba esos pasos lo detuvo un sonido completamente diferente a todo lo que había oído en su vida.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Capítulo 27</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong><style name="b">C</style>UANDO</strong> los tres subían las escaleras, Rome percibió el olor de Kalina y se le aceleró el corazón. No era solo que ella estuviera allí, sino que estaba en pleno acordado.</p> <p>Su olor era diferente, más pesado y fundido con un sugerente aroma floral que calaba sus sentidos y ponía todos los músculos de su cuerpo en alerta.</p> <p>—Déjame ir primero —les susurró a Nick y a X, que asintieron con la cabeza tras él.</p> <p>Subieron dos pisos por las escaleras con las pistolas en la mano. La intención era luchar a la manera humana, usar las armas de destrucción que tan aceptadas parecían estar y que hacían que no fuera de extrañar el alto índice de asesinatos del país. Habría sido más fácil convertirse en jaguar para pelear y acabar con todo el que se cruzara en su camino, pero Rome se negaba a hacer eso si no lo provocaban.</p> <p>Estaban en el tercer piso del adosado y caminaban por un vestíbulo estrecho, siguiendo el olor de Kalina. Cuando se encontraba a unos pasos de la puerta, la calma de Rome y su plan se desmoronaron en el momento en el que un grito atravesó las paredes y viajó por su torso hasta asentarse con una desesperación acalorada en su estómago.</p> <p>Rome empezó a correr y dio una patada a la puerta sin vacilar. Nunca, ni en un millón de años, habría estado preparado para la escena que lo esperaba.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>Kalina</strong> gritaba de dolor.</p> <p>Le dolía cada parte del cuerpo a medida que el calor la asaltaba y la presión asediaba sus huesos. Su ropa se había vuelto pesada y pegajosa y le molestaba en la piel. Oleadas de una fuerza desconocida corrían bajo su piel y presionaban dolorosamente contra sus extremidades.</p> <p>Le dolía el pecho y respiraba con dificultad. Todo estaba cambiando a su alrededor. Cuando inhalaba, los aromas se volvían extremadamente fuertes; uno contra otro en una lucha por conseguir su atención. Sintió la lengua seca y pesada, y le dolían las encías. Parecía que los dientes llenaban cada recoveco de su boca.</p> <p>Se retorcía de dolor y sentía la silla sacudirse debajo de ella mientras las cuerdas que la sujetaban se daban de sí hasta que saltaron. Sentía un hormigueo en el pecho y le dolía el tórax. Sus oídos percibían todo, desde los ladridos de los perros de la calle hasta los bufidos y las palabrotas de la gente de la habitación en la que estaba. Al principio todo se volvió muy oscuro; entonces cerró los ojos, los abrió y sintió como si alguien le hubiera echado arena en ellos.</p> <p>Con la misma rapidez su visión se aclaró y la oscuridad se volvió cristalina. Lo buscaba a él, lo necesitaba, pero no entendía muy bien por qué. Kalina vio cómo Rome irrumpía por la puerta, vio sus ojos de felino en su cara humana. Inhaló profundamente, captó su aroma y se aferró a él desesperadamente.</p> <p>El corazón le retumbaba en el pecho; tenía los brazos extendidos y los agitaba de un modo casi incontrolable. Algo estaba pasando, algo serio, y Rome sabía lo que era. Vio sabiduría y entendimiento en los ojos de él; oyó en su mente cómo la consolaba, cómo la acariciaba para que supiera que se encontraba bien. Él estaba allí para salvarla, otra vez.</p> <p>Entonces su otra parte, la que había estado ignorando durante tanto tiempo, se erigió en su interior y rugió. Esta vez no necesitaba que la salvaran. Esta vez sería ella la que se encargaría del rescate.</p> <p>Sintió el movimiento, el vaivén de la habitación cuando se cayó de la silla. Le dolía la mandíbula y la cabeza le retumbaba. Levantó los brazos, le escocían las yemas de los dedos. Entonces miró hacia abajo y se dio cuenta de por qué le picaba tanto la piel. Unas oleadas de pelo de un amarillo dorado cubrían su brazo a toda velocidad. Abrió la boca para gritar pero en su lugar se le bloqueó la mandíbula y se le alargaron los dientes, que se afilaron y crecieron. Creyó que le explotaría el cráneo, pues oyó un crujido y sintió que se le doblaba y contraía la espina dorsal. Se giró y se puso de pie sobre las manos apretadas y las rodillas temblorosas. Arqueó la espalda y se oyó una serie de crujidos mientras su cuerpo se retorcía. Le creció más pelo por la espalda y el dolor de cabeza se incrementó hasta niveles insoportables.</p> <p>Gritar ya no era posible. El sonido que procedía de su boca abierta era gutural, primitivo, y sacudió toda la habitación a medida que retumbaba en ella.</p> <p>—¡Dispara a esa zorra! —oyó rugir a una voz masculina.</p> <p>—¡No! —exclamó otra voz, pero era demasiado tarde.</p> <p>Hubo un disparo y Rome se abalanzó sobre el Shifter alto que había disparado la pistola. Le empujó con el cuerpo y se echó hacia atrás para darle un puñetazo en la cara. El Shifter trató de pelear y lanzó golpes al aire.</p> <p>—¡Cógela y vámonos! —gritó otra voz.</p> <p>X se movió con rapidez y cruzó la habitación hasta donde estaba Kalina con forma de felino, todavía un poco inestable, manteniéndose con dificultad sobre las cuatro patas.</p> <p>Un alarido femenino resquebrajó el aire a medida que una cabeza pelirroja saltaba desde las sombras hacia X; fue Nick quien apartó de un fuerte golpe a la figura que se abalanzaba contra su amigo. Mel aterrizó en el suelo justo en el momento en que Darel arremetía contra Nick.</p> <p>Sabar sacó su pistola, se volvió y apuntó a Rome. Kalina vio sus intenciones y se abrió paso con su cuerpo, mucho más grande y alargado, para sobrepasar a X. Entonces saltó sobre sus patas traseras y se lanzó contra Sabar, de modo que lo tiró al suelo y su pistola rodó por la sala.</p> <p>Ella vio el miedo en sus ojos cuando la miró, y eso hizo que se le acelerara el corazón. Le enseñó los colmillos mientras le gruñía con fuerza en la cara y mantenía sus pesadas patas en su pecho.</p> <p>—Mi pareja —dijo él mientras sus labios humanos esbozaban una sonrisa enfermiza a pesar de que sus ojos se habían transformado en los de un felino.</p> <p>Kalina sintió debajo de su cuerpo la transformación de él y la conexión de su pelaje contra el suyo le hizo experimentar una inquietante calidez. Se echó hacia atrás. El hombre que había ido a su casa y la había mirado fijamente con unos ojos naranjas ahora se encontraba de pie a su lado, con forma completamente felina, enseñándole las fauces y directo hacia ella.</p> <p>Rome se convirtió en una mancha borrosa y saltó sobre Sabar, al que estampó contra la pared. Ahora toda la habitación estaba llena de felinos y todos gruñían y se pegaban los unos a los otros. Kalina no podía saber quién era quién. Se sentía mareada y el calor seguía manando por su cuerpo como si tuviera una fiebre de cuarenta grados.</p> <p>Los cristales se rompían a medida que los felinos embestían contra la ventana. El olor a sangre inundó el ambiente y Kalina se atragantó. Se apartó a una esquina y pensó en el gato de la señora Gilbert, el que la había asustado durante tantos años. Le temblaron las piernas y sintió que perdía el equilibrio.</p> <p>Le dolía la cabeza muchísimo y le pasaban por la mente imágenes de felinos que se fundían con humanos. La confusión se apoderó de ella a medida que el calor desgarraba su cuerpo. Parpadeó varias veces e inhaló y exhaló aire con la esperanza de templar esa oleada de emociones y cambios físicos que estaba experimentando, pero no había manera. Era demasiado. Al final se echó hacia atrás y cerró los ojos.</p> <p>Cuando volvió a abrirlos vio una serie de manchas borrosas que se movían a toda prisa frente a ella. Estaban peleando; esos grandes felinos que pertenecían a la selva estaban luchando y rompiendo todo lo que había en esa habitación humana.</p> <p>Instintivamente la policía que había en ella se puso alerta. Corrió con sus piernas humanas por el suelo hasta una pistola que vio tirada y la cogió con dedos humanos. Entonces bajó la mirada a sus manos, que sujetaban el arma. Ahora eran normales otra vez: cuatro dedos y un pulgar de una piel de color cremoso que envolvían una pistola negra y fría que ahora tenía levantada y apuntaba al frente.</p> <p>¿Cómo saber quién era quién? Respiró hondo mientras se ponía de pie; sus piernas humanas no aceptaban del todo la rápida transformación que acababan de sufrir, pero cooperaban igualmente.</p> <p>Rome era el felino negro con rosetones oscuros y ojos verdes como faros que yacía en esa habitación llena de felinos. No iba a dispararle. Pero el felino con el que estaba peleando, el que era más claro y tenía rosetones negros separados entre sí, era el enemigo. Recordaba sus ojos de la noche de la fiesta y apretó el gatillo con mucho gusto.</p> <p>La bala rasgó la enorme cabeza del animal, que se separó de las garras de Rome. A continuación Kalina se volvió y vio a un felino amarillo-dorado que estaba golpeando a otro pardo rojizo con sus pesadas patas. Kalina también lo conocía.</p> <p>Ese felino amarillo-dorado era Melanie, la mentirosa que la había asestado una puñalada trapera y que se había hecho pasar por su amiga, lo que Kalina había creído como si fuera una colegiala ingenua. Esa mujer la había engañado; sabía quién era Kalina y por qué estaba allí. También sabía algo que Kalina desconocía. Habían hablado de ello varias veces cuando pensaban que estaba dormida. Ella era la pareja de Sabar, algo cuyo significado se le escapaba.</p> <p>Levantó el brazo y apuntó a esa zorra, a la que disparó mientras la maldecía; tanto a su felino como a la persona a la que se había abierto para entablar una amistad. Volvió a disparar por si acaso y sintió cómo una oleada de ira le atravesaba el cuerpo.</p> <p>Otros dos felinos se habían retirado. Uno era enorme, tenía la respiración entrecortada y los ojos verde jade. El otro seguía mirándola con la lengua fuera, como si aún le costaba respirar. Este, que era un poco más pequeño, le dio un golpe al otro con la cabeza en la ijada.</p> <p>—Dispárale —oyó que le decía una voz masculina, pero ella no podía quitar la mirada del que tenía los ojos oscuros.</p> <p>El felino levantó la cabeza y olfateó el aire; entonces Kalina dio un paso hacia atrás. La pistola seguía en su mano pero le temblaban los dedos. Nunca había temblado antes, nunca había vacilado a la hora de disparar. Pero en ese momento algo se lo impedía.</p> <p>El felino más pequeño dio otro golpe a su compañero cuando el sonido de las sirenas llenó el aire y los dos salieron corriendo.</p> <p>—No pasa nada, nena —fueron las siguientes palabras que oyó. Unos brazos fuertes la rodearon y una mano se posó en su muñeca y le empujó los dedos hasta que el arma cayó al suelo—. No pasa nada, estoy aquí.</p> <p>Rome la abrazó mientras susurraba todo tipo de palabras en su oído y le acariciaba la espalda de arriba abajo. Ella apoyó la cabeza en sus hombros y dejó que el calor siguiera nadando en su interior, y se preguntó qué demonios había pasado.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>Dorian</strong> oyó los rugidos feroces y salió del coche para dirigirse a la casa cuando de la nada algo le golpeó por detrás. Estaba cayendo al suelo justo cuando consiguió disparar.</p> <p>JC salió de la casa en el momento en que oyó los disparos. Estaban allí, esos animales, luchando. Él no quería formar parte de ese juego. Esperaba que se mataran unos a otros, así él podría seguir con su vida. Ahora tenía dinero; podía irse donde deseara y forjar el futuro que quisiera. Solo tenía que salir de allí.</p> <p>Pero cuando dio otro paso lo detuvieron dos seres enormes que parecían matones. Enseguida se llevó los dedos temblorosos al bolsillo y sacó su placa.</p> <p>—DPM —dijo con autoridad.</p> <p>Uno de los tipos rompió a reír mientras que el otro le dio un gran puñetazo en la mandíbula. A JC le pasaron unos destellos por los ojos mientras trataba de coger su pistola, decidido a no caer sin luchar. Pero sí que cayó, y aterrizó con un terrible golpe en el cemento.</p> <p>—Dejadlos aquí. Su gente está al caer —afirmó Baxter mientras se acercaba a Eli y Ezra.</p> <p>Los gemelos no preguntaron siquiera de dónde había salido el anciano o qué estaba haciendo allí.</p> <p>—Vamos a por Rome y los demás. ¡Tenemos que irnos ya! —dijo Ezra mientras se abría camino por las escaleras.</p> <p>Eli y Baxter iban justo detrás, abriendo todas las puertas hasta que encontraron la habitación en la que se encontraban los Shifters. A lo lejos, en un rincón, Rome abrazaba a Kalina. Baxter se acercó inmediatamente a ellos mientras recogía la ropa de Rome y trató de taparles todo lo que pudo.</p> <p>Nick y X ya se habían puesto los pantalones y estaban mirando por las ventanas de atrás con ojos asesinos.</p> <p>—¿Qué ha pasado?</p> <p>—Sabar y su hombre han escapado —dijo Nick con firmeza.</p> <p>—Kalina disparó a los otros dos —añadió X.</p> <p>Eli miró al suelo y vio a los dos felinos sin vida, cuya sangre manaba de sus heridas.</p> <p>—Tenemos que deshacernos de ellos y salir de aquí a toda leche. La policía está de camino.</p> <p>X asintió con la cabeza.</p> <p>—Sácalos a ellos primero.</p> <p>—En eso estoy, señor Xavier. —Baxter estaba tratando de guiar a Rome y a la todavía aturdida Kalina fuera de la habitación.</p> <p>—Quémalo todo hasta que no quede ni rastro —dijo Rome mientras llegaba a la puerta.</p> <p>—Sí, señor —contestó Ezra, que ya estaba buscando la lata de gasolina que había llevado.</p> <p>El cuerpo de un Shifter nunca debía ser encontrado, por lo que tras cada muerte se quemaba el cadáver. No podía haber rastro de su especie, no había que dar motivos para que alguien quisiera buscar más ejemplares de su tipo. Podía resultar inhumano para algunos, pero para los Shadows era una táctica de supervivencia que habían utilizado durante años. Y que esperaban que continuase vigente durante mucho tiempo.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Capítulo 28</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong><style name="b">K</style>ALINA</strong> se dio la vuelta para mirar el reloj. Soltó un quejido y llegó a la conclusión de que había estado durmiendo unas doce horas. Se dejó caer sobre la espalda, se tapó los ojos con un brazo y esperó a estar completamente despierta.</p> <p>La habitación se hallaba oscura porque las persianas y cortinas estaban echadas, pero sabía exactamente dónde se encontraba.</p> <p>Él la había vuelto a llevar allí, a su casa, a su cama.</p> <p>Llegaron después de la pelea en la ciudad. Le dolía todo el cuerpo, sobre todo la cabeza. Tenía ganas de vomitar y lo que más deseaba en el mundo era hacerse un ovillo y quedarse tumbada en cualquier sitio. Pero Rome no la había dejado sola. Había cuidado de ella.</p> <p>Le había quitado la camisa que le había dejado, ya que de lo contrario hubiera estado desnuda, y la había metido en una bañera de agua muy caliente. Se había metido dentro con ella y la había enjabonado con suavidad; hasta le había lavado el pelo. Kalina estaba demasiado cansada para protestar, por lo que dejó que la dulce sensación de su suave tacto la lavara. Después del baño la había llevado a la cama, donde la había arropado bien. Unos minutos más tarde había oído la voz de Baxter; entonces Rome se había colocado a su lado y la había animado a que bebiera. El líquido estaba caliente y dulce y atravesó su cuerpo como si fuera miel. Ella no tenía ni idea de qué tipo de bebida era, pero sabía que la ayudaría a dormir.</p> <p>No había tenido ningún sueño, lo que era un gran alivio. Si había pensado que sus sueños con un felino eran terribles, no quería ni pensar en lo que podría generar su subconsciente después de haber visto seis.</p> <p>Pero ahora estaba sola. Su cuerpo seguía dolorido y su boca más que seca, pero estaba sola. Tal y como parecía acabar siempre. Con ese pensamiento en la cabeza trató de salir de la cama, pero se detuvo completamente cuando alguien la tocó.</p> <p>Rome estaba allí.</p> <p>¿Se había quedado con ella toda la noche?</p> <p>—¿Dónde vas? —le preguntó con una voz brusca.</p> <p>—Necesito ir al baño —dijo mientras tragaba y asimilaba que no solo se encontraba a su lado, sino que también estaba despierto.</p> <p>Otra vez sus dulces manos la ayudaron a levantarse de la cama y la acompañaron hasta el baño. No entró con ella, lo que agradeció enormemente. Pero cuando salió él estaba justo allí, y la condujo de vuelta a la cama.</p> <p>Cuando estaba tumbada otra vez bajo las mantas y él junto a ella, Kalina se aclaró la garganta.</p> <p>—Lo sabías, ¿verdad? Lo que yo era, ¿lo sabías desde el principio?</p> <p>Él se quedó callado durante un minuto, una rutina a la que se había acostumbrado. Rome se tomaba tiempo para dar sus respuestas, que pensaba detenidamente antes de hablar. Mientras que ella, por el contrario, solía hablar primero y pensar después.</p> <p>—No estaba seguro. Sabía que había algo de ti que no paraba de llamarme, pero no que era tu felino.</p> <p>—Mi felino —susurró ella, todavía atónita ante tal revelación—. Tengo miedo de los felinos, o al menos lo tenía.</p> <p>—Un mecanismo de defensa.</p> <p>—¿Defensa de qué? ¿Los gatos asesinos me querían matar porque sentían que yo era más grande y peor que ellos?</p> <p>Él se rio, lo que hizo que ese momento tan intenso lo fuera un poco menos.</p> <p>—Con el informe que consiguió X, el veterano Alamar rastreó tus antecedentes y estás ligada a dos veteranos de nuestra tribu. Se habían unido antes de tenerte. Justo después de que nacieras fueron brutalmente asesinados en el bosque y tú desapareciste. Ninguna de las tribus sabía dónde estabas. De algún modo acabaste aquí, en el orfanato. No está claro quién te dejó ni por qué.</p> <p>Sus palabras revolotearon por su mente y llenaron un vacío que ella se había obligado a ignorar durante toda su vida. Con tan solo dos frases él le había dado un pasado, un vínculo con personas que había creído perdidas para siempre.</p> <p>—¿Cómo se llamaban? —preguntó mientras intentaba asimilar todo lo que le acababa de contar Rome, empezando por el hecho de que era hija de Shadow Shifters y de que la habían secuestrado después de que sus padres fueran asesinados.</p> <p>—Natalia y Adao.</p> <p>—¿Qué son los veteranos?</p> <p>—Son las personas más eruditas de la especie, elegidos de entre los miembros de nuestra tribu para representarnos en la Asamblea.</p> <p>—Somos de una tribu. —En realidad no era una pregunta; solo quería oír cómo sonaba dicho por ella.</p> <p>—La Topètenia del bosque tropical Gungi. Los jaguares.</p> <p>Dicho así, todo parecía muy simple. Pero no lo era en absoluto, se dijo Kalina, que empezaba a ser consciente del verdadero significado de las palabras de Rome: ella no era humana. No era la mujer que se había abierto camino en las filas del DPM. No era la mujer que la DEA quería en su brigada. Ella era algo... diferente.</p> <p>Se recostó en la cama de manera abrupta y trató con dificultad de respirar. Rome llegó al instante y la abrazó. Esta vez sus caricias suaves no fueron suficientes. Se apartó de él.</p> <p>—¿Qué pasa, nena?</p> <p>—¡No me llames nena! Tú me has hecho esto —gritó—. Tú me has hecho ser así. Yo no te lo pedí. ¡No lo hice!</p> <p>—Espera un minuto, Kalina. Tranquilízate.</p> <p>—No me quiero tranquilizar. Estoy harta de que me digas lo que tengo que hacer todo el rato. Puedo hacer lo que me dé la gana. —Se alejó de la cama y se inclinó sobre la mesilla de noche para encender la lámpara. Después se puso de pie y se abrazó a sí misma, tratando de asimilar todo lo que había pasado últimamente. Era mucho; de hecho era demasiado.</p> <p>—Yo no pedí ser diferente —empezó a decir—. Yo no pretendía ser diferente. Solo quería lo que tiene todo el mundo. Una familia, una vida normal. ¿Era pedir demasiado?</p> <p>Rome se recostó en la cama. Ni siquiera intentó acercarse a ella.</p> <p>—No, no lo era.</p> <p>—Entonces ¿por qué no he podido tenerlo? ¿Por qué nunca he podido ser como el resto de la gente?</p> <p>—Yo también me he hecho muchas veces esa misma pregunta—admitió—. Antes yo quería ser cualquier cosa menos lo que era. Hasta que me di cuenta de que no tenía elección. Una vez una persona me dijo que no puedes dejar atrás tu destino.</p> <p>Su voz sonaba diferente y se dio la vuelta para mirarlo. Siempre había sido así entre ellos; los separaba una línea muy fina que iba de la ira al deseo.</p> <p>—No puedo ser esto..., quiero decir, lo que tú eres. No sé cómo hacerlo.</p> <p>Él la miró con seriedad.</p> <p>—Eres lo que eres, Kalina.</p> <p>—Pensé que sabía quién era. Ahora no lo sé.</p> <p>Rome recordaba ese sentimiento. Recordaba las noches que se sentaba solo en su habitación como un adolescente tratando de entender las mismas cosas que Kalina intentaba asimilar ahora. Así fue como descubrió que no había una sola respuesta que aclarara todas las preguntas. Asimilar que era un Shadow Shifter fue muy duro, demasiado para su pequeño organismo, pero tuvo años para acostumbrarse. Kalina no había tenido esa ventaja. Hasta poco antes de su transformación, cuando él se lo contó, ni siquiera sabía que los Shadow Shifters existieran. Rome se dijo que debería haberle contado que quizá ella también lo era, debería haberla preparado, haberla protegido. Siempre se quedaba corto en ese aspecto.</p> <p>—Cuando tenía diez años mis padres fueron asesinados. Los rogues irrumpieron en mi casa y los mataron mientras yo estaba escondido en un armario sin hacer nada. No fui con ellos, no traté de salvarlos.</p> <p>Ella se sentó a un lado de la cama y lo miró detenidamente. Rome sabía que tenía que continuar con la historia, que debía darle esa parte de sí mismo para ayudarla a aceptar lo que era y para demostrarle lo que significaba para él.</p> <p>—Quería hacerlo, pero no podía. Durante años estuve enfadado y confundido. Odiaba a los Shifters, odiaba lo que les habían hecho a mis padres, a mi vida. Entonces empecé a pensar en las palabras de mi madre sobre el destino y encontrarte a ti mismo y sobre la vida que estás destinado a seguir sí o sí.</p> <p>—¿Quién los mató?</p> <p>Esa era la pregunta del millón que Rome había tratado de responder durante años. Había hallado la respuesta la noche anterior.</p> <p>—El Shifter que estaba ayer allí. El que mataste.</p> <p>La miró esperando una reacción. Pero no hubo ninguna. Kalina ya había matado antes. Dado su tipo de trabajo, tenía que sacar la pistola y dispararla para protegerse, a ella misma y a los demás. Por muy mal que sonase, era algo necesario. La muerte no la asustaba ni la sorprendía.</p> <p>—Maté al hombre que se llevó a tus padres para siempre.</p> <p>Él asintió.</p> <p>—Gracias.</p> <p>—No lo sabía.</p> <p>—Esta vez me has salvado tú —dijo con media sonrisa—. Mira, Kalina, hay muchas cosas que te quiero contar. Muchas cosas que necesitas saber. No estoy acostumbrado a compartir mi vida con nadie, a preocuparme por lo que piense otra persona de mí o de lo que hago. Pero contigo es algo que me preocupa y quiero hacer lo correcto y lo mejor para ti. —Se acercó a ella y alargó la mano para acariciarle la mejilla—. No tienes que ser nadie más que tú misma conmigo.</p> <p>—Yo misma... ¿Cómo voy a ser yo misma si ni siquiera sé quién o qué soy? —dijo con una sonrisa, tratando de quitarle importancia.</p> <p>—Eres una preciosa Shadow Shifter. Eres mi companheira.</p> <p>—Dijiste eso antes. ¿Qué significa?</p> <p>—Mi pareja. Yo soy tuyo y tú eres mía para el resto de la vida. —Quería besarla, abrazarla, llevarla a la cama y hacerle el amor. Pero esperó.</p> <p>—Descubrí que me estaba enamorando de ti y me asusté un poco. Me parecía imposible que tú y yo pudiéramos llegar a tener una relación... Bueno, yo poli, tú sospechoso... Ya sabes. —Se encogió de hombros—. Ahora no sé. En estos momentos no sé nada, Rome. Ya no sé quién soy.</p> <p>—Déjame enseñarte, nena. Déjame que te enseñe nuestras costumbres y tradiciones, déjame que te hable sobre el estilo de vida de un Shadow Shifter. —Entonces él se inclinó hacia delante y la besó con suavidad en los labios—. Deja que te ame —susurró—, por favor, mi <i>gata</i> dulce, deja que te ame.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>Dos</strong> días después Kalina entró en una oficina de la Agencia Antidrogas (DEA). El agente Wilson le había devuelto por fin la llamada y habían quedado en verse allí.</p> <p>Eli la llevó en coche. Ahora era oficialmente su guardaespaldas. Rome le había explicado que como pareja de un líder de Facción, ella era como una Shifter de la realeza; y como tal tenía su propia escolta, que consistía en los gemelos y en un grupo de otros cinco guardaespaldas. Y la cosa fue mejor de lo que esperaba. Eli y Ezra se habían convertido en los hermanos que nunca tuvo. Bromeaban con ella, le tomaban el pelo y básicamente hacían que su transición fuera más fácil. Aún no estaba totalmente cómoda con su nueva vida, pero lo intentaba, a pesar de que desde aquella noche no se había vuelto a transformar.</p> <p>Entró en el edificio sola. Llevaba un traje pantalón de color gris claro y unas sandalias de tacón alto. Tenía el pelo un poco más largo y le caía en ondas por la parte de arriba de la cabeza; los lados también le habían crecido. Mientras caminaba se sentía sexy y seductora, algo que jamás le habría ocurrido a la antigua Kalina. Evidentemente estaba cambiando.</p> <p>Llamó a la puerta, esperó a que le dieran paso y a continuación tomó asiento frente al agente.</p> <p>—Es un placer volver a verte —dijo.</p> <p>Kalina sonrió a ese hombre al que solo había visto una vez. Era un afroamericano atractivo, con el pelo muy corto y un fino bigote. Sus ojos, rasgo que ella siempre miraba para que le dijeran cómo era la persona, eran completamente enigmáticos.</p> <p>—Lo mismo digo —contestó sin sentirse nada nerviosa. No tenía ni idea de lo que le iba a decir o de lo que iba a responderle, pero se dio cuenta de que no le importaba. Tal como le había dicho Rome antes, ella no iba a pedir disculpas por nada. Tampoco delataría a la especie a la que ahora pertenecía.</p> <p>—Voy a ir al grano, Kalina. Tenemos muchas preguntas —dijo el hombre al tiempo que ponía los codos en el escritorio.</p> <p>—Lo mismo digo.</p> <p>Él asintió.</p> <p>—¿Qué has encontrado sobre Roman Reynolds?</p> <p>—Nada —respondió inmediatamente y con seguridad—. No hay nada en sus documentos que justifique la acusación de colaboración con un cártel de drogas.</p> <p>—¿Estás segura de eso?</p> <p>—Estoy cien por cien segura de que no he encontrado nada que pruebe dicha acusación.</p> <p>—¿Qué me dices de Ferrell?</p> <p>—Te iba a hacer la misma pregunta. Me resultaba raro su comportamiento, me presionaba muchísimo para que acelerase el caso y encontrara algo, fuera lo que fuera. Por eso te llamé. No sé, sospecho que se trae algo raro entre manos.</p> <p>—Ferrell es un corrupto. —¿Por qué no la sorprendía?—. Lleva años trabajando con algunos de los traficantes más rastreros.</p> <p>—Entonces ¿por qué le pusiste en el caso conmigo?</p> <p>—Esperábamos que la gente para la que trabajaba se interesara en tu investigación. Sabíamos que harían algo y teníamos la esperanza de que en un momento u otro metieran la pata.</p> <p>—Espera un segundo. ¿Me mandaste a investigar a Roman para destapar a otro capo de la droga y para desenmascarar a un policía corrupto?</p> <p>Wilson negó con la cabeza.</p> <p>—Queríamos saber qué estaba haciendo Reynolds y queríamos a Ferrell y a sus jefes.</p> <p>«Será cerdo», se dijo a sí misma. La habían utilizado y mentido. La gente para la que quería trabajar desesperadamente ni siquiera había tenido la decencia de decirle cuál era su verdadera misión. Quizá su destino no era ser policía. Quizá había cometido un error. Desde luego, eso era lo que le parecía en ese momento.</p> <p>—¿Conseguiste lo que buscabas? —le preguntó ella finalmente.</p> <p>—No todo. Ferrell está en la cárcel llorando como un bebé, pero no está cooperando mucho.</p> <p>—Qué raro. Pensé que un rastrero como él ya estaría cantando todos los nombres y direcciones.</p> <p>—Nos está dando nombres, pero no conocemos ninguno. Además, está diciendo cosas extrañas.</p> <p>Kalina sintió un escalofrío en el cuello y se sentó más recta.</p> <p>—¿A qué te refieres con extrañas?</p> <p>—Pues que unos enormes felinos están matando y vendiendo drogas en la ciudad. ¿Sabes algo de eso?</p> <p>Kalina sonrió lentamente.</p> <p>—¿Cómo iba a saber algo así de absurdo? Solo soy una poli de ciudad tratando de ganarme el pan —dijo—. ¿Hemos terminado?</p> <p>—¿Es ese tu informe completo?</p> <p>—Así es.</p> <p>Wilson dudó un segundo.</p> <p>—Entonces hemos terminado.</p> <p>Kalina se puso de pie, y antes de darle la espalda para dirigirse a la puerta le dijo:</p> <p>—Ah, y en caso de que estuvieras pensando en ofrecérmelo, rechazo trabajar para la DEA. Me gusta enfrentarme a los criminales mentirosos y embusteros en lugar de trabajar junto a ellos.</p> <p>Wilson no pronunció una palabra. Con una enorme sensación de alivio, Kalina cerró la puerta y salió del edificio.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>—Sabar</strong> es su jefe, y ahora está muy cabreado porque Rome tiene a Kalina —dijo X acariciándose los nudillos mientras se sentaba en la mesa de reuniones de Rome.</p> <p>El veterano Alamar asintió con la cabeza con solemnidad.</p> <p>—Hace años era un problema; nos traía de cabeza y, de pronto, no se volvió a oír hablar de él. Pensamos que había desaparecido, que había pasado a hacer otras cosas.</p> <p>—Al parecer solo estaba en la sombra —afirmó Nick—. Pero ha vuelto.</p> <p>—Ahora está escondido —supuso Rome, todavía furioso por el hecho de que fuera Sabar el que había estado persiguiendo a Kalina durante todo ese tiempo. Que ese repugnante tipejo pensara que ella era su pareja hacía que el odio de Rome aumentara cada vez que pensaba en él.</p> <p>El rogue que habían capturado parecía dispuesto a hablar; se desmoronó cuando comprendió que Sabar no pensaba idear ningún plan para rescatarlo y, sobre todo, cuando le dijeron que había muerto Chi, el jaguar que Kalina había matado, el que había asesinado a los padres de Rome años atrás. Pero este intuía que ahí no acababa todo. El asesinato de sus padres debía de haber sido ordenado por alguien, y la sospecha de que Sabar podía haber tenido algo que ver en el asunto le daba otra razón para odiar a ese hijo de su madre.</p> <p>Se pasó una mano por la barbilla y trató valientemente de que desaparecieran los sentimientos amargos que seguía teniendo en su interior. Quería encontrar al asesino de sus padres y Kalina había acabado con él. Y ahora él tenía a Kalina. Todo debería estar bien. La palabra clave era «debería».</p> <p>—No será por mucho tiempo —supuso.</p> <p>—Tienes razón —dijo Alamar—. Volverá. Lo único que anhela es poder, y no cesará hasta conseguirlo.</p> <p>—O hasta que lo despachemos —añadió X.</p> <p>—Kalina tiene información interesante que contarnos después de su entrevista con la DEA —dijo Rome. Su pareja había llegado temprano a casa con los ojos llenos de ira y, solo después de mucha mano izquierda, Rome había conseguido sacarle lo que había pasado—. Melanie era la otra Shifter que estaba en la habitación esa noche. Era el otro jaguar al que disparó Kalina.</p> <p>—¿Mel? —preguntó Nick—. Tenemos que investigar mejor a nuestros trabajadores, Rome.</p> <p>Nick estaba muy irascible desde la noche de la pelea. Se había quedado para ayudar a Ezra y Eli a quemar la casa, y Rome sospechaba que esa acción había provocado que viejos e indeseados recuerdos acudieran a su memoria.</p> <p>—Ezra sospechó que Melanie era una Shifter el día en que los rogues estuvieron a punto de raptar a Kalina en su casa —dijo Rome.</p> <p>—¿Y nadie pensó que era fundamental informarme? —preguntó Nick. Se sentía como un idiota porque Melanie había ido a su despacho comportándose de una manera extraña y haciéndole todo tipo de preguntas sobre Kalina. Si él hubiera sabido lo que era, se habría cargado a la zorra en ese momento—. Vale, entonces era una Shifter. Ya hemos hablado sobre la necesidad de tener un registro de los Shifters que viven en Estados Unidos. ¿Cuándo se convirtió en rogue? ¿Y por qué no notamos su olor?</p> <p>—Hay modos de ocultar el olor —intervino Alamar.</p> <p>Rome asintió.</p> <p>—Efectivamente. Por eso es tan importante poner en marcha ese registro del que habla Nick. Melanie estaba emparejada con Peter Keys, un jaguar de poca monta que no tiene relaciones importantes. Pero también se estaba acostando con uno de nuestros grandes amigos: Ralph Kensington.</p> <p>—Por eso Kensington apestaba a Shifter en Los Ángeles —añadió X.</p> <p>—Eso es. Por eso no nos dimos cuenta de que Mel era una rogue. Como se acostaba con un humano, no se notaba su aroma. Nunca la habríamos descubierto.</p> <p>—¡Maldita sea! Así que todos trabajaban con Sabar. Y sabían lo de Kalina antes que nosotros. —A Nick no le gustaba lo que estaba oyendo.</p> <p>—Eso parece —admitió Rome.</p> <p>—¿Y qué me dices de la amenaza de la policía? —preguntó Alamar, aportando más silencio a la sala.</p> <p>X habló primero.</p> <p>—No tienen ninguna prueba firme, solo vagos testimonios de gente que cree haber visto cosas. Probablemente los tomen por locos. Si pasamos desapercibidos es posible que se olviden de todo. —Miró a Rome con brusquedad—. Pero son la policía, al fin y al cabo. Nunca podremos estar tranquilos. Aunque remota, siempre cabe la posibilidad de que sigan investigando hasta que den con uno de nosotros.</p> <p>X se limitó a asentir.</p> <p>—Uno de nuestros mayores miedos se está haciendo realidad —dijo Alamar con solemnidad.</p> <p>Baxter entró en la habitación en ese momento y se quedó junto al veterano, al que le dio un trozo de papel.</p> <p>Los gestos comedidos del Shifter mayor cambiaron y sus labios se contrajeron.</p> <p>X y Nick miraron a Rome, que esperó unos segundos antes de preguntar:</p> <p>—¿Está todo bien, veterano?</p> <p>Alamar negó con la cabeza de manera solemne.</p> <p>—Ha habido un altercado en el bosque. Una de nuestras queridas curanderas ha sido secuestrada. Nadie la ha visto desde hace dos días. La familia está muy preocupada.</p> <p>Los curanderos eran fundamentales para la supervivencia de las tribus en el Gungi. Se les consideraba salvadores de los Shifters, pues ofrecían remedios, médicos o espirituales, a los enfermos. Sin curanderos las tribus estarían en peligro de extinción. Solo había uno o dos por tribu y normalmente seguían la formación de sus padres, por lo que perder a un curandero no era bueno para los Shadow Shifters.</p> <p>Pero para los tres amigos Shifters ese comunicado encerraba un mensaje diferente: uno mucho más personal.</p> <p>Se sentía la tensión en el ambiente a medida que se sentaban un poco más erguidos y escuchaban atentamente.</p> <p>—¿Quién? —preguntó Nick, ignorando el hecho de que Rome debería haber hablado primero.</p> <p>Rome y X permanecían perfectamente inmóviles mientras esperaban la respuesta de Alamar.</p> <p>—Aryiola.</p> <p>—Nick —dijo Rome levantándose inmediatamente de su silla. Pero ya era demasiado tarde. Nick se había puesto de pie, había abierto de par en par la puerta, que se había quedado chocando contra la pared, y había salido.</p> <p>—Voy —dijo X mientras le hacía una pequeña reverencia al veterano antes de salir detrás de Nick.</p> <p>Rome suspiró.</p> <p>—Ella fue su primer amor.</p> <p>El veterano Alamar asintió.</p> <p>—Es su companheira. Lo sé desde hace tiempo. Ve a por él —le dijo a Rome—. Esto no va a ser fácil para él mismo ni para su felino. Iré al Gungi por la mañana.</p> <p>Rome hizo una reverencia al veterano y se acercó a la puerta; entonces se detuvo y añadió:</p> <p>—Iremos contigo.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Capítulo 29</p></h3> <p></p> <p style="text-align:center; text-indent:0em;">BOSQUE TROPICAL DEL GUNGI, BRASIL</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>Lo</strong> primero que le impactó fueron los olores. Desde el momento en que bajaron del bote que los llevó desde la aldea donde los habían dejado los dos jeeps que los recogieron en el aeropuerto, Kalina estuvo inhalando profundamente. Era el aroma dulce de sus sueños, el que ella había creído el aroma del paraíso. Estaba allí, en el bosque tropical.</p> <p>Un bote aparentemente pequeño los llevó a Rome, Nick, el veterano Alamar, Eli, Ezra y a ella, más todo el equipaje, suavemente río abajo entre aguas borboteantes y prominentes rocas. Dondequiera que mirase era verde, fresco y lleno de vitalidad. El contraste con la ciudad llena de niebla y humo y el ajetreo de la gente era enorme.</p> <p>Rome la ayudó a bajar del bote y sus manos se deslizaron por sus caderas en el minuto en que sus pies tocaron el suelo. Entonces ella lo escuchó: pájaros, muchos pájaros. Miró a su alrededor y vio los árboles más altos que había contemplado jamás. Arriba, el sol brillaba mientras la humedad ascendía hasta un porcentaje casi sofocante. Pero ella no tenía calor, estaba entusiasmada.</p> <p>Respiraba entrecortadamente y sus ojos se movían de un lado a otro intentado captarlo todo lo más rápido posible. Era irreal, esa sensación que la desbordaba, ese sentimiento de aceptación inmediata de una tierra que a todos los efectos debería serle extraña.</p> <p>—Querrá liberarse, correr libre. Pero quédate conmigo por ahora. Ya tendrá esa oportunidad más tarde —dijo Rome mientras la cogía de la mano y la guiaba colina abajo.</p> <p>Hablaba de la felina que había en su interior, así era como se refería a ella, como si tuviese otra persona dentro. Rome hablaba de su propio felino de la misma forma. Kalina se preguntaba si alguna vez llegaría a sentirse tan cómoda con las dos partes de sí misma como lo estaba él.</p> <p>La ansiedad la inundó en el momento en que se adentraron en el denso follaje del bosque. Era diferente a todo lo que había visto antes. A lo que había leído en los libros, a los documentales que había visto en televisión... Nada podía compararse con la realidad. Enredaderas y musgo se entrelazaban por el terreno como un intrincado mapa de carreteras que solo los nativos podían entender. Eli y Ezra iban en primer lugar, al frente del grupo, con mochilas a la espalda y bolsas en la mano. Sabían exactamente dónde iban. Junto a ella, la respiración de Rome pareció cambiar. Lo miró y vio en sus ojos que también él estaba impresionado por las vistas.</p> <p>El veterano Alamar caminaba con aire majestuoso y sus pies tocaban suavemente la espesa capa de vegetación que forraba el suelo del bosque. X se movía con agilidad, lo que era un misterio para un hombre de su complexión. Y Nick (el corazón de Kalina se estremeció tanto por él como por su bestia) caminaba con una ira solemne, pero no disfrutaba del exuberante bosque.</p> <p>Él había vivido allí durante ocho años, así que forzosamente tenía que haber pasado antes por ese mismo camino y habría contemplado muchas veces las maravillas que Kalina estaba experimentando por primera vez. Pero en Nick no se traslucía, como en los demás, la contenida alegría del reencuentro con los orígenes. A su alrededor había dolor. Emanaba de su cuerpo y se le grababa en la cara. Esa mujer, la curandera cuyo nombre era Aryiola (pronunciado <i>ariola</i>, como le había informado Baxter), había sido muy importante para Nick. Baxter, que se estaba convirtiendo rápidamente en una extraordinaria guía de referencia para todo lo relacionado con los Topètenia y el bosque tropical, le había contado la historia de Nick y su primer amor. A Kalina se le rompió el corazón, pues parecía la versión salvaje de Romeo y Julieta.</p> <p>Ahora Aryiola estaba en peligro. Creían que la habían secuestrado. Rome y X incluso habían hablado la noche anterior de la posible implicación de Sabar. Kalina aún no tenía claras las intenciones del rogue. Conocía bien la sed de poder y de dinero que movía a muchas personas, pero le costaba entender que algunos llegaran, en su delirio de poder, a pretender nada menos que dominar el mundo. Aunque, claro, ella estaba al tanto de su linaje desde hacía solo unos días. Aún tenía mucho que aprender.</p> <p>Su mente estaba tan concentrada en sus pensamientos que no miraba por dónde pisaba y tropezó. Afortunadamente, no llegó a caer, pues Rome la agarró de la cintura, la levantó y la volvió a enderezar.</p> <p>—Lo siento —dijo ella, que se sintió tan tonta como era posible cuando miró hacia abajo y vio que había tropezado con la raíz de un árbol. Pero no era cualquier raíz, era gigantesca, tan grande como el tronco entero de un árbol de Washington. La rama se extendía hacia arriba junto a otras iguales y, como una enorme tela de araña, todas ellas se expandían sobre una secuoya gigante que desplegaba sus ramas a más de cien metros por encima de ellos.</p> <p>Fue entonces cuando se dio cuenta de que había oscurecido. Se preguntó dónde había ido el sol.</p> <p>—No pasa nada, tómate unos minutos para orientarte —dijo Rome, y sacó una botella de agua de la mochila que llevaba—. La selva es un lugar complicado cuando vienes por primera vez.</p> <p>—Ni que lo digas —respondió ella al tiempo que cogía la botella de agua que le había ofrecido y bebía—. ¿Dónde está el sol?</p> <p>Rome se rio mientras les hacía un gesto con la cabeza a los demás para que siguieran avanzando.</p> <p>—Las ramas de los árboles se despliegan en lo más alto y forman una especie de cúpula que solo deja pasar un mínimo de luz del sol al suelo del bosque. Y estas —dijo mientras le daba con la bota a la raíz con la que se había tropezado— se llaman raíces contrafuertes.</p> <p>—Supongo que debería mirar por dónde piso, ¿eh? —Sonrió y le devolvió la botella.</p> <p>—No voy a dejar que te pase nada —dijo él muy serio—. Sé que todo esto te preocupa y aún estás intentado averiguar dónde está tu sitio, pero necesito que confíes en mí.</p> <p>Kalina levantó la vista, lo miró a los ojos y no pudo evitar sentir cómo el amor que le profesaba a ese hombre hacía que su pecho se hinchara.</p> <p>—Llevas diciéndome que confíe en ti desde el día que te conocí.</p> <p>—Sería de esperar que a estas alturas ya lo hubieras pillado —dijo sonriendo.</p> <p>A ella le encantaba su sonrisa, le encantaba cómo se reflejaba la luz en sus oscuros ojos marrones. Había visto esa luz mucho más a menudo desde que se quitó de encima el peso de encontrar al asesino de sus padres. Aún tenía otras preocupaciones, Kalina lo sabía porque era el líder de su pueblo; eso estaba justificado. Pero definitivamente ahora parecía más feliz. Y le gustaba pensar que ella había tenido algo que ver en eso.</p> <p>—Confío en ti, Rome. Te confío mi vida.</p> <p>Él la besó intensa y rápidamente.</p> <p>—Bien. Ahora vámonos antes de que lleguen al Gungi.</p> <p>—¿Aún no estamos en el Gungi? —preguntó ella mientras lo cogía de la mano y trataba de mantener el ritmo de sus pasos.</p> <p>—No, esto es el bosque tropical, pero no es el Gungi. Nuestra tierra está oculta en lo más profundo y recóndito del bosque para que los turistas y los cazadores furtivos no nos puedan encontrar fácilmente.</p> <p>Ella asintió con la cabeza.</p> <p>—Está bien escondido. No tengo ni idea de dónde voy.</p> <p>Rome se rio.</p> <p>—Entonces tendré que traerte aquí más a menudo para que puedas llegar a conocer tu tierra natal.</p> <p>Su tierra natal. Kalina no estaba tan segura de eso.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong>Esa</strong> noche Kalina yacía en un catre al lado de Rome; a su alrededor los sonidos de la selva palpitaban, desconocidos y misteriosos. Estaban en una cabaña, una de las más grandes del poblado, con todas las comodidades modernas que uno podría esperar en mitad de un bosque tropical.</p> <p>Una fina red cubría el catre para mantener alejados a los mosquitos y otros insectos que compartían ese espacio vital. Había tenido una noche muy completa: había conocido a varios veteranos y había hablado con las mujeres de la tribu Topètenia.</p> <p>Elisa, una de las Shifters jaguares más jóvenes, fue a la mesa donde Rome y Kalina estaban sentados con el veterano Alamar para cenar. Comieron en los Terrenos de los Veteranos, que para sorpresa de Kalina no era el alojamiento personal del veterano Alamar. Los Terrenos de los Veteranos consistía en una enorme cabaña dividida en dos mitades. En una parte se encontraba el templo donde los veteranos se reunían y rezaban para pedir orientación; esa parte era sagrada. La otra mitad era un gran espacio con sólidas mesas de madera tallada y pulida y bancos diseñados para ocasiones especiales. Por lo visto, el anuncio de la ceremonia de unión de un líder de Facción estadounidense era algo bastante importante.</p> <p>Elisa iba vestida con lo que Kalina había aprendido que era la vestimenta tradicional de las mujeres Shifters: un top de piel suave con intrincados abalorios de colores vivos que parecía la parte de arriba de un bikini con una decoración muy elaborada y una falda a juego que le hizo pensar en las bailarinas de un vídeo musical de rap. Se fijó en que ese era el atuendo de las mujeres Shifters más jóvenes, mientras que las mayores optaban por vestidos de algodón con más vuelo. Ninguna llevaba pantalones, lo que para Kalina era un gran problema.</p> <p>—La unión será mañana por la noche con la luna llena —susurró Elisa mientras pasaban entre las mesas en dirección a la entrada principal.</p> <p>—¿Se puede ver la luna llena desde aquí? —preguntó Kalina, y enseguida se sintió como una tremenda idiota.</p> <p>Elisa sonrió; su piel lucía el color dorado de las hojas. Sus ojos eran una complicada mezcla de naranja y dorado, y Kalina imaginó que se transformarían fácilmente en los ojos de un felino. Su pelo oscuro estaba cortado a la altura de la barbilla, pero le quedaba bien y Kalina pensó que esa mujer debía de ser poco convencional, incluso para estar en la selva.</p> <p>—Las lunas llenas son preciosas en el Gungi. Son momentos sagrados para el compromiso y la renovación. Por eso hacemos las uniones en ese momento.</p> <p>Cogió a Kalina de la mano y con la otra apartó la cortina de la puerta de la cabaña para que las dos pudieran pasar. Una vez fuera, Elisa llevó a Kalina por un sendero serpenteante hasta otra cabaña. Cuando entraron, una variedad de diferentes aromas inundó sus sentidos.</p> <p>—Es la purificación —dijo Elisa—. Respira profundamente, deja que se muevan por tu cuerpo. Te preparará.</p> <p>—¿Me preparará para qué? —preguntó Kalina mientras inhalaba una vez más.</p> <p>—Para recibir a tu companheiro. —La voz era más grave y áspera, y venía de la izquierda de Kalina.</p> <p>Inmediatamente miró en esa dirección para ver a una mujer robusta con una coleta larga y gris que se extendía por su espalda. Iba envuelta en una tela roja oscura desde el hombro hasta los tobillos. El otro hombro, grueso y moreno, estaba al aire, así como sus fornidos brazos y dedos, que tenía cruzados delante de su generoso abdomen.</p> <p>La mujer era mayor, pensó Kalina. No por su complexión firme ni sus ojos arrugados, ni siquiera por el pelo gris. Era su mirada, el conocimiento almacenado en sus ojos, lo que la delataba. Era una mujer con experiencia en la vida en el Gungi, una señora sabia a quien todas las mujeres seguramente pedirían consejo. Kalina no sabía si tener miedo o estar agradecida a Elisa por llevarla hasta allí.</p> <p>—Esta es Magdalena. Es una seer de los Topètenia.</p> <p>Kalina quería preguntar qué era una seer pero algo se lo impedía. Quizá fuera la forma de mirarla que tenía esa señora, severa e implacable. Así que se aclaró la garganta y dijo:</p> <p>—Tiene una casa muy bonita.</p> <p>Una vez más miró a su alrededor en el interior de la cabaña, que estaba llena de velas e incienso. Había varias mesas, algunas altas y otras bajas, todas construidas de un modo rudimentario pero de aspecto robusto. Cada una contaba al menos con una vela con pebeteros de arcilla llenos de aceite combustible. En la esquina más apartada de la habitación había una chimenea con troncos que crepitaban bajo las intensas llamas. Por las paredes había finas varas que sobresalían de aberturas invisibles, todas con las puntas ardiendo, que llenaban el espacio con un perfume a especias.</p> <p>En otra pared colgaba un vestido de una tela blanca con vuelo que era tan transparente como una gasa. Por la línea del escote llevaba los abalorios intrincados que había visto en el top de Elisa, pero estos eran diferentes. Las cuentas, a diferencia de en el de Elisa, no eran multicolor sino doradas y blanco hielo. Bordeaban la línea del escote y las finas mangas, que se ensanchaban en los puños.</p> <p>Elisa le susurró al oído:</p> <p>—Este es el vestido que llevarás en la unión. Lo hacen las mujeres mayores cuando se anuncia una unión.</p> <p>—Pero si la acaban de anunciar —le respondió sin abandonar sus ojos del vestido, como si la tela de alguna forma la estuviera llamando.</p> <p>Elisa negó con la cabeza.</p> <p>—El veterano Alamar lo sabía. Ordenó preparar el vestido antes de irse a Estados Unidos.</p> <p>Así que ese hombre lo sabía muchísimo antes que ella misma.</p> <p>—Eres Topètenia —interrumpió Magdalena—. Creemos en la lealtad y el compromiso. Tus padres así lo creían y se unieron para siempre.</p> <p>Con la mención de sus padres el corazón de Kalina comenzó a latir más fuerte.</p> <p>—¿Usted los conocía? —le preguntó a la extraña mujer, y su voz sonó ansiosa en sus propios oídos. No le importaba. Toda su vida se había preguntado quiénes serían las personas que la habían abandonado. Se había pasado la vida preguntándose por qué no era lo suficientemente buena para ellos y seguía sin serlo para otros, puesto que nunca permanecía mucho tiempo en un mismo hogar adoptivo. Si esa mujer y su cabaña aromatizada tenían una respuesta, Kalina quería saberla.</p> <p>Por un momento pareció que Magdalena no iba a hablar, que no iba a atreverse a decirle nada sobre las personas que la engendraron. Kalina estaba más que preparada para gritar. Sabían que ella existía desde hacía mucho tiempo, esas personas la conocían y la habían dejado sola toda su vida. Sabían que existía y que algún día volvería. Por esa razón habían confeccionado ese vestido. Se apostaba los ahorros de toda su vida a que el vestido le quedaba perfecto. Era precioso y se le habrían saltado las lágrimas de emoción al verlo si no hubiera estado todavía tan llena de dudas. A pesar de todo, aún no estaba segura de pertenecer a ese lugar.</p> <p>Magdalena continuó.</p> <p>—Eran buenos y honrados. No fue culpa suya que no te pudieras quedar.</p> <p>—¿Los obligaron a abandonarme?</p> <p>—Nunca tuvieron elección. Sus vidas estaban a punto de terminar. Fue un sacrificio que hicieron para salvarte, para mantenerte a salvo.</p> <p>—¿Salvarme de quién? ¿De qué? —Rome le había dicho que el rogue Sabar la quería, pero Kalina necesitaba saber por qué.</p> <p>—Tienes un poder natural y ellos lo sabían. Sabían que otros querrían ese poder. En el Gungi no te podían proteger, así que te tenías que ir lejos. —Se enderezó un poco y miró a Kalina fijamente, con mucha seriedad—. Ahora has vuelto para reclamar el lugar que te pertenece como líder de nuestro pueblo. Una líder que caminará y luchará junto a su companheiro por siempre jamás.</p> <p>Algo en esas palabras, quizá por la forma solemne de hablar de Magdalena o por el tono de su voz... Quizá por otra cosa que Kalina no podía definir... No sabía por qué, pero algo cambió en su interior al oír esas palabras. No era el mismo sentimiento que experimentó cuando su parte felina tomó el control, sino una revelación acogedora. Las palabras no podían explicarlo bien, pero sintió que sus ojos brillaban más, que lo que veía a través de ellos estaba más claro.</p> <p>—Esto le pertenecía a ella —dijo Magdalena con brusquedad mientras se metía la mano en uno de los profundos pliegues de su vestido y sacaba un collar.</p> <p>Se lo dio a Elisa, que rápidamente se lo abrochó a Kalina alrededor del cuello. Los dedos de Kalina se dirigieron de inmediato a la brillante pieza de ónice que colgaba del cordón.</p> <p>—Es el símbolo de los Topetènia —le informó Elisa—. La marca del jaguar.</p> <p>La parte del interior del círculo sí que parecía la zarpa de un animal, pero no fue eso lo único que impresionó a Kalina. Fue la sensación al tocarlo con los dedos, un calor en ebullición al que la felina que había en su interior respondió inmediatamente dando un salto.</p> <p>—Ojalá los hubiese podido conocer —dijo en voz baja.</p> <p>Elisa sonrió levemente. Magdalena carraspeó con fuerza. La primera dio un paso atrás y miró a Kalina más seria.</p> <p>—Como parte de la purificación, ella te limpiará para la ceremonia.</p> <p>Kalina no estaba segura, pero no creía que quisiera que la limpiara otra mujer. En ese preciso momento un suave aroma almendrado entró flotando por sus fosas nasales y sus hombros se relajaron.</p> <p>—Te abrirá la mente —dijo Magdalena—. Eres una Shadow pero no conoces el Gungi. No sabes cómo vivimos ni cómo pensamos. Yo te lo enseñaré —concluyó, y movió su cuerpo con una agilidad que sorprendió a Kalina.</p> <p>Cuando sacó un taburete y se dio la vuelta para coger una de las vasijas de arcilla, Elisa se acercó a Kalina y la guio hasta la silla.</p> <p>La voz de Elisa era suave mientras hablaba.</p> <p>—No tengas miedo, es costumbre que la madre limpie y prepare a su hija. Tu madre no está aquí, de modo que lo hará Magdalena.</p> <p>Cuando se sentó en la silla, Magdalena le apartó de los hombros los finos tirantes de la camiseta y se los bajó hasta la cintura. La parte superior de Kalina estaba desnuda, todo menos el collar que la conectaba con ese pueblo, con ese lugar. Magdalena metió ambas manos en la vasija de arcilla y cogió el líquido que había dentro con las palmas de las manos.</p> <p>—Agacha la cabeza. Cierra los ojos —le ordenó a Kalina—. Piensa en tu companheiro.</p> <p>Kalina obedeció y una imagen de la cara de Rome llenó su mente al instante cuando cerró los ojos. El líquido que le salpicaba en la espalda estaba caliente, pero no quemaba; le tocaba la piel y se filtraba por sus poros, por su organismo.</p> <p>Mientras Magdalena trabajaba, hablaba.</p> <p>—Tendrás hambre de él como de ningún otro hombre en tu vida. Tu cuerpo, humano y felino, lo necesitará siempre. Esto no se te pasará. Él será tuyo y tú de él. Nadie será nunca comparable y quien intente interponerse entre vosotros es casi seguro que morirá.</p> <p>Kalina inhaló y exhaló profundamente, dejó que los aromas y la sensación de las manos de Magdalena frotándole la espalda arriba y abajo se asentaran. Nunca se había sentido tan relajada, con esa calma. Y al final de la sesión, cuando tras desnudarla por completo la había bañado en el maravilloso aceite caliente, pensó que su lánguido cuerpo nunca se volvería a mover.</p> <p>Y aun así, ahora que yacía en la cama con Rome a su lado, tenía calor y estaba inquieta.</p> <p>Se bajó de la cama y caminó en silencio descalza por la tierra enmarañada que hacía las veces de suelo. Llegó hasta la ventana y miró a la noche oscura. Pequeñas gotas de luz asomaban aquí y allá, y asumió que serían los ojos de los autóctonos siguiendo adelante con sus vidas. Había varias especies nocturnas en el bosque tropical; Kalina no las conocía todas, pero sentía una turbadora conexión de todas formas. Había algunos en la tribu que tenían sus casas en lo alto de los árboles, pero como ellos solo estaban de visita habían ocupado las cabañas del suelo, que se hallaban igual de vigiladas que la Casa Blanca. No veía a todos los Shifters que custodiaban el círculo de unas seis cabañas, pero sabía que estaban ahí, sentía sus ojos en las profundidades del follaje cuando miraba a la noche.</p> <p>—¿No puedes dormir? —preguntó Rome desde atrás.</p> <p>—No. Tengo ganas de..., es como si necesitara hacer algo. —No sabía cómo explicarse, las palabras le fallaban—. Quiero moverme, salir de aquí, sentir la brisa en mi piel. Quiero... —Fue bajando la voz y se abrazó a sí misma, moviendo las manos arriba y abajo por la piel que se tensaba por la expectativa.</p> <p>—Quiere correr —dijo él, y se acercó a su lado—. Tu felina sabe que está en casa y quiere correr.</p> <p>—Pero no había vuelto a pasarme desde aquella noche.</p> <p>Rome le pasó los dedos por el pelo y los dejó deslizarse hacia abajo por la nuca.</p> <p>—Eres una Shifter jaguar, Kalina. Ahora y para siempre. Solo te estaba dando tiempo para que te hicieras a la idea. Pero ahora quiere ser libre.</p> <p>Kalina inhaló profundamente; le encantaba el olor del aire húmedo, los aromas del bosque. Cerró los ojos e intentó aceptar las palabras de Rome.</p> <p>—Búscala y te dirá lo que quiere —dijo él.</p> <p>—¿Cómo?</p> <p>—Solo concéntrate. Ella es parte de ti, tú la entenderás mejor que nadie. Tenéis que aprender a coexistir. Reconocerás sus señales y ella las tuyas.</p> <p>La joven mantuvo los ojos cerrados y buscó a esa otra entidad que sabía que estaba ahí. Y como si hubiese abierto una puerta, la felina emergió con un poder y una grandiosidad que sacudieron el cuerpo de Kalina. Era una felina lustrosa, larga y delgada, con un cuerpo fuerte y un pelaje abundante de color dorado y con rosetones de un negro intenso. Sus ojos eran amarillo dorado y brillaban frente a Kalina con reconocimiento.</p> <p>Ella emitió un grito ahogado por la familiaridad y se acercó. Eran una y la misma, almas gemelas en diferentes formas. Entró sigilosamente en su mente; la felina se estiró y bostezó, y Kalina notó su necesidad. Sus ojos se abrieron y miró fijamente a Rome.</p> <p>—Quiere correr.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Capítulo 30</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong><style name="b">H</style>ASTA</strong> la lluvia era diferente en la selva. Su olor era refrescante, purificador. El ruido que hacía al filtrarse por la bóveda, enjuagando la vegetación y formando charcos en el suelo ya empapado, era casi musical. Ella corría tan rápido como podía, sus zarpas pisaban fuerte sobre el follaje del suelo húmedo. Sus garras se extendieron cuando se subió a un árbol y caminó por sus ramas. Corrió sobre formaciones de rocas y a través de la maleza, sobresaltando a los pobladores a su paso. Los monos, cuyas pequeñas bocas se abrieron de par en par por la sorpresa, chillaron. Las serpientes silbaron... Y Kalina corrió en su forma felina como si fuese libre por primera vez en su vida. Cuando llegó tan lejos como pudo con el corazón latiéndole con fuerza en las ijadas, se dejó caer sobre una gran roca y se quedó allí acostada. Sus ojos se abrían y se cerraban sin cesar mientras el paisaje borroso por la lluvia se tambaleaba ante ella.</p> <p>—Sienta bien, ¿verdad?</p> <p>Levantó la cabeza, vio a Rome a través de sus ojos felinos dorados y gruñó desde el fondo de la garganta.</p> <p>Él solo se rio, con su piel oscura cuajada de gotas de lluvia. Probablemente había corrido detrás de ella, su felino obviamente, porque él aún pensaba que no podía dejarla sola durante largos periodos de tiempo. Era el companheiro calor, así había llamado Magdalena a la profunda hambre que estaba experimentando. Solo se calmaría después del primer parto. Algo que Kalina no estaba tan segura de desear. Apenas había aceptado a Rome y su presencia en su vida antes de que él la metiera en todo este asunto de los Shifters. Para ser justos, él no podría haberla «metido» en todo eso aunque hubiera querido. Los Shifters no eran como los vampiros; no podían convertir a un humano en uno de ellos de un mordisco.</p> <p>Los Shifters nacían puros o mestizos. Tenía que darse una cópula entre un hombre y una mujer y que uno de ellos o los dos fuera Shifter, para dar a luz a un Shifter. Ahora ella lo sabía, igual que sabía que sus padres fueron unos Shifters poderosamente unidos.</p> <p>—Yo solía correr por aquí cuando era un cachorro. Nada de lo que he hecho en mi vida desde entonces es comparable a esa sensación.</p> <p>Rome extendió el brazo y le acarició la generosa longitud de su cola. Ella lo mordisqueó, solo para hacer que él le diera una palmada en broma encima de la cabeza.</p> <p>—Ahora estás en casa, Kalina. Este es tu sitio.</p> <p>Con un largo estiramiento y su mitad humana pidiendo que se reconociera su presencia, la felina repantigada en la roca se transformó en la ahora desnuda mujer con fuego en los ojos.</p> <p>—Esta no es mi casa. —Soltó las palabras con la opresión que sentía en el pecho—. Es la tuya.</p> <p>Kalina aún estaba confundida. Aunque Magdalena le había contado muchas cosas sobre sus padres y sobre lo que se esperaba de ella, todavía no estaba convencida al cien por cien. Y para Kalina, estar segura era importante. Durante mucho tiempo había deseado pertenecer a algún lugar, a alguna persona, ser parte de algo especial. Y de pronto sus deseos se habían cumplido. Pero todo había sucedido tan deprisa que estaba demasiado saturada, demasiado sorprendida. Necesitaba tiempo para asimilarlo, para creerlo.</p> <p>—Es nuestra. Los dos somos Shadow Shifters. Ahora lo sabes. —Fue la respuesta seria de Rome.</p> <p>—Sé que no soy quien pensaba que era. —Y esa era la pura verdad. No era Kalina Harper, la huérfana que llegó a ser policía y llevaba una vida solitaria.</p> <p>—¿Y eso es malo?</p> <p>Ella suspiró y se pasó las dos manos por el pelo mojado.</p> <p>—Solo es algo a lo que supongo que me tendré que acostumbrar.</p> <p>—¿Por qué no dejas que te ayude?</p> <p>—Porque no necesito ayuda. No necesito nada.</p> <p>Él le puso un dedo en la barbilla y le inclinó la cabeza para que lo mirara.</p> <p>—Sí que necesitas algo, <i>gata</i>. Me necesitas a mí. Y yo te necesito a ti.</p> <p>La verdad de esas palabras solo la hizo entrar aún más en calor.</p> <p>—Necesito encontrarme.</p> <p>—No estás perdida. Estás justo donde tienes que estar. Solo necesitas olvidar todo lo que creías que sabías, lo que pensabas que eras y abrazar lo que eres realmente. Ahora sabes la verdad, ahora sabes por qué no tenías amigos, por qué nunca conectabas con la gente, por qué tenías la sensación de no encajar en ningún sitio... Porque tu sitio está aquí, en el Gungi. Tu parte felina ha corrido por tu sangre todos estos años, suplicando que aceptes tu linaje.</p> <p>—Es que no puedo creerlo.</p> <p>—Puedes porque ahora sabes quiénes eran tus padres —dijo él antes de levantar la pieza que colgaba del collar. Le dio unos golpecitos suaves en el pecho con las yemas de los dedos; luego dejó que se deslizaran hacia abajo para rozar su erizado pezón—. En tu corazón sabes a qué lugar perteneces.</p> <p>Ella suspiró y arqueó la espalda para dar la bienvenida a sus caricias.</p> <p>—Y tú ahora sabes a quién le perteneces.</p> <p>Sin avisar, Kalina se lanzó sobre él y lo empujó hasta que se cayó de espaldas en la roca en la que había estado acostada.</p> <p>Lo único que sabía en ese momento era lo que quería. Bajo la oscura cubierta de la noche quería a su pareja. Su sexo latía, sus labios manaban excitación. Le pesaban los senos y sus pezones estaban dolorosamente erectos. Lo que quería se encontraba ahí mismo, a su lado, y tenía pensado apoderarse de cada centímetro de su cuerpo.</p> <p>Rome la miraba fijamente y a continuación levantó las manos para cogerle la cara.</p> <p>—Mi <i>gata inferno</i> —susurró él. Ella dejó que el apelativo cariñoso le rodara por el cuerpo, que el hambre de la felina tomara el mando.</p> <p>Le lamió el pecho con largos y lentos lengüetazos, sintió el surco de sus pectorales, la apretada protuberancia de su pezón bajo la lengua. Se movió despacio a lo largo de los surcos de sus abdominales, decidida a degustar cada centímetro de él. Desde arriba la lluvia le hacía cosquillas en la espalda, proporcionándole un ligero alivio al calor que le hervía por dentro.</p> <p>Descendió por el torso y le lamió los musculosos muslos; le encantaba cómo le hacían cosquillas en los labios los pocos pelos esparcidos por su piel. Su erección era abultada, larga, dura, y mientras ella seguía moviéndose le encantaba sentirla en la mejilla, sobre la cara, susurrándole más allá de los labios. Sus dedos deambularon, le tocaron suavemente la base del pene y luego fueron a mimar la pesada bolsa de sus testículos. Agachó más la cabeza y se puso la bolsa en la boca, moviendo cada uno sobre su lengua; lamía fuerte, luego soltaba y lamía otra vez.</p> <p>Rome gruñía en voz baja, el sonido se mezclaba con el de la selva y con el ligero tamborileo de la lluvia. La lengua de ella continuó su ataque mientras su sed llevó su boca hacia arriba hasta su abultada envergadura. Lo lamió desde la base hasta la punta como un helado de nata. Su lengua lo acariciaba hambrienta, se empapaba del aroma de su unión igual que ella. Las manos de él estaban en su pelo, tiraban de los cortos mechones, le agarraban la cabeza, la guiaban para que se lo metiera más hondo. Pero Kalina no quería hacerlo todavía, prefería seguir lamiéndolo durante más tiempo.</p> <p>Cuando su lengua se deslizó por la punta paró y presionó en la pequeña hendidura del pene; le encantaba el sabor de la excitación que se deslizaba suavemente sobre su lengua.</p> <p>Rome movió las caderas, apremiado por las sensaciones que lo asaltaban. Deslizó las manos hasta sus hombros y la apartó de su miembro, que estaba a punto de explotar justo en ese momento.</p> <p>Cuando ella levantó los ojos hacia él, preguntándole por qué con la mirada, Rome simplemente negó con la cabeza.</p> <p>—Pequeña tentadora. Ahora voy a tener que castigarte por esa maniobra.</p> <p>Kalina se relamió despacio.</p> <p>—Castigarme, ¿eh? ¡Qué miedo!</p> <p>—Oh, no es miedo lo que vas a sentir, nena. Para ti solo placer, lo prometo.</p> <p>Rome se levantó de la roca y Kalina quedó tumbada boca abajo, con el pecho apoyado en la mojada y fría superficie. Entonces él le abrió las piernas y hundió su envergadura dentro de ella con solo un hábil golpe. La mujer bufó y luego se volvió para lanzarle una feroz mirada de satisfacción por encima del hombro.</p> <p>Su <i>gata inferno</i>, pensó él cuando empezaron sus acometidas. Su hembra estaba prieta, caliente y dulce como ella sola mientras se la tiraba ahí, en su hogar, en el Gungi. Las palmas de sus manos azotaban los cachetes mojados de su trasero mientras ella empujaba hacia atrás para encontrarse con sus profundas embestidas. Y justo cuando Rome sintió los primeros temblores de sus muslos supo que ella estaba a punto de correrse, por lo que se retiró. Cayó de rodillas y puso la cabeza entre sus piernas para lamer y acariciar sus carnosos pliegues, capturando su culminación con la boca con un gruñido de satisfacción.</p> <p>—Me toca —susurró ella una vez que su éxtasis le había sacudido el cuerpo no una vez, sino dos, mientras la boca de Rome continuaba dándose un festín con ella.</p> <p>Se soltó de él, encontró su erección todavía creciente y se la metió entera en la boca, lamiendo fuerte y profundamente sin parar hasta que él comenzó a rugir con los demás animales de la noche. Su culminación llegó en espesos ríos calientes que ella se tomó con lascivia; le encantaba cómo se movía la esencia de él por su cuerpo.</p> <p>Acostados en el suelo húmedo del bosque, recuperaron el aliento y miraron a la noche.</p> <p>—Te quiero —dijo Rome, cogiéndole la mano.</p> <p>Kalina nunca sabría si fue por sus palabras, o por los aceites que había usado Magdalena para purificarla, o por el collar de su madre, o por el aroma del propio Gungi. En ese momento en realidad no importaba qué fue lo que la empujó más allá de la indecisión. Nada de eso importaba ya.</p> <p>Dejó que sus dedos estrecharan los suyos, disfrutó de la sensación, del sentido de pertenencia que la llenó por completo. El Gungi no era solo un lugar, era el sitio en el que habían nacido sus padres, era el lugar de origen del hombre que amaba. Era su hogar. Y ella era una Shadow Shifter; en su interior su felina, que se había recostado lánguidamente y que se había quedado saciada, le daba la razón.</p> <p>—Yo también te quiero —admitió en voz alta por primera vez.</p> <p>Segundos más tarde los dos se transformaron y corrieron por el bosque bajo las láminas de lluvia que ahora caían a su alrededor, libres por fin.</p> <title style="margin-bottom:2em; margin-top:20%"><p>Epílogo</p></h3> <p></p> <p style="text-indent:0em;"><strong><style name="b">N</style>ICK</strong> escuchaba los sonidos de la noche y se horrorizó al pensar que Aryiola se encontraba ahí fuera, en alguna parte. No tenía duda de que Sabar se la había llevado. Estaba seguro de que él personalmente había orquestado la misión.</p> <p>Deseaba a muerte que Kalina le hubiese metido un balazo aquella noche en la casa adosada. Pero se quedó paralizada; una mezcla de miedo y confusión por lo que había pasado a su alrededor la incapacitó. Era natural, y él lo entendía, pero no podía dejar de desear que Kalina lo hubiera matado. Muerto no podría haberse llevado a Aryiola, no podría haber tocado la única cosa en la vida de Nick que no podía controlar.</p> <p>Se levantó, salió fuera, dejó que su felino se liberara violentamente y se abalanzó hacia las profundidades de la selva, rugiendo su disgusto por el camino. Esperaba que Sabar estuviese cerca y lo oyese; rezaba para que el cabrón supiera que iba a por él. Porque Nick se juró no volver a abandonar la selva sin la mujer que amaba.</p> <p></p> <p></p> <p></p> <p style="text-indent:0em;">A.C. Arthur Editorial: Suma de Letras, Manderley / 7 Noviembre 2012 ISBN: 978-84-8365-423-1 Género: Paranormal / Fantástico Serie: 1º- Shadow Shifters - Arthur Título original: Temptation Rising Editorial original: St. Martin's Paperbacks / Marzo 2012 ISBN original: 0-312-54910-5</p> <div class="modal fade modal-theme" id="notesModal" tabindex="-1" aria-labelledby="notesModalLabel" aria-hidden="true"> <div class="modal-dialog modal-dialog-centered"> <div class="modal-content"> <div class="modal-header"> <h5 class="note-modal-title" id="notetitle">Note message</h5> <button type="button" class="btn-close" data-bs-dismiss="modal" aria-label="Close"></button> </div> <div class="modal-body" id="notebody"></div> </div> </div> </div> <div style="display: none"> <div id="n1"> Notas a </div> <div id="n2"> </div> </div> <!-- bodyarray --> </div> </div> </section> </main> <footer> <div class="container"> <div class="footer-block"> <div>© <a href="">www.you-books.com</a>. 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