Sanguinarius
Ray Russell
(1924 - 1999)
Dicen que la realidad, casi siempre, supera la ficción. Y así ha sido cuando, a lo largo de la historia criminal de la humanidad, vampirismo y asesinos en serie se han interrelacionado (cf. Gilles de Rais, Enriqueta Martí, Peter Kurten, John Haig…). Por ello, si no fuera porque las atrocidades perpetradas por la condesa Erzsébet Báthory ocurrieron de verdad, diríamos que «Sanguinarius», el notable cuento de vampiros que Ray Russell publicó en el número de marzo de 1962 de la revista Playboy, es uno de los más estremecedores de esta antología. Sin embargo, Russell, lejos de recrearse en los matices macabros y morbosos que jalonan las atrocidades de la Báthory, evoca la absoluta sinrazón de su mundo, mediante un estilo depurado, deliberadamente demodé, pero de una efectividad narrativa indudable, que construye, ante todo, una densa atmósfera de miedo, de angustia. En cierto sentido, y no sólo gracias a su peculiar estilo, como veremos ahora, «Sanguinarius» es una obra única.
Nacida en 1560 en el seno de una poderosa familia de la aristocracia centroeuropea —su tío era rey de Polonia—, Erzsébet Báthory ha pasado a la historia con el sobrenombre de «La Alimaña de Csejthe». La condesa Báthory —ése era su título nobiliario por nacimiento— mezclaba sus pasiones lésbicas con la excitación por la crueldad y la muerte. Mujer culta e interesada vivamente por el esoterismo —sabía escribir y leer en griego, latín, húngaro y alemán con tanta perfección y elocuencia como cualquiera de los grandes sabios de su tiempo, además de conocer extraños dialectos magiares, como la lengua tót, con la cual redactaba sus conjuros…—, su obsesión era conseguir la sangre necesaria para perpetuar su belleza y juventud. Recluida por voluntad propia en el apartado castillo de Csejthe —uno de los regalos de boda de su esposo, Ferencné Nádasny, imponente fortaleza cuyas ruinas todavía hoy se alzan, siniestras y orgullosas, en lo alto de los Cárpatos—, Erzsébet Báthory reclutaba a sus víctimas entre las muchachas del lugar bajo falsas promesas de trabajo. Una vez en el castillo, las jóvenes terminaban en los lúgubres sótanos del castillo, donde eran azotadas y desangradas. A continuación, la condesa se bañaba en su sangre, y acto seguido ordenaba a sus sirvientas que le lamiesen la piel; si no hacían ascos, las recompensaba, pero si mostraban cualquier asomo de repugnancia, las martirizaba hasta morir.
Muy pronto, los habitantes del condado de Csejthe empezaron a rumorear que el castillo estaba maldito y que en él habitaban vampiros. Advirtieron de sus sospechas al mismísimo rey de Hungría, Mathias II, quien en 1610 envió un destacamento de soldados bajo las órdenes del propio primo de Erzsébet, Gyorgy Thruso, a investigar la denuncia. Los soldados, atónitos ante lo que descubrieron, localizaron a varias víctimas aún con vida, brutalmente torturadas por la condesa Báthory y sus esbirros. También encontraron un intrincado sistema de canalización para que la sangre de las muchachas viajara hasta la bañera de la condesa. Con ayuda de sus secuaces, Erzsébet Báthory llegó a asesinar a unas 650 doncellas. Fue juzgada por un tribunal de la Inquisición —las actas de su causa se conservan actualmente en los Archivos Nacionales de Budapest— y condenada a ser emparedada viva en sus aposentos de Csejthe, donde a través de una pequeña ranura le pasaban los desperdicios de la comida y algo de agua. Tras cuatro años más de encierro, sin haber pronunciado una sola palabra durante todo ese periodo, un día decidió no comer más y, a la edad de 54 años, en 1614, fallecía «La Alimaña de Csejthe».
A pesar de tan atractivo material dramático, los crímenes de Erzsébet Báthory han atraído poco el interés de la literatura y el cine. Dejando a un lado los ensayos y biografías sobre la condesa y sus fechorías —desde el amigo del ocultista Aleister Crowley, William B. Seabrook (1886 - 1945), quien le dedica un capítulo entero en su libro Witchcraft, Its Power in the World Today (1940), al pastor anglicano y erudito Sabine Baring-Gould (1834 - 1924), quien también le presta una especial atención en El libro de los hombres-lobo. Información sobre una superstición terrible (1865), sin olvidar el excelente libro de la poetisa surrealista Valentine Penrose (1898— 1978), La condesa sangrienta (1962)—, las obras de ficción sobre la Báthory no abundan. Aparte de una conocida obra teatral, Erzsébet Báthory (1840), del poeta y dramaturgo húngaro Janós Garay (1812 - 1853), sólo podemos dejar constancia de dos ignotas novelas históricas, La tigresa de Csejthe, de Karl P. Szátmary, así como Eachtická paní (1970), de Joûo Niûnánského. Quedan, por último, el poético texto de Alejandra Pizarnik (1936 - 1972), La condesa sangrienta (1971), donde la escritora argentina descubre que la criminal no fabrica con sus excesos la belleza; la criminal es la belleza. La condesa, que ha conocido el mal hasta sus recovecos más íntimos, le sirve a Pizarnik para hacer un estudio serio sobre la melancolía; en él explica cómo en la Edad Media ser melancólico significaba estar poseído por el demonio, es decir, por el mal mismo.
En cuanto al cine, la productora británica Hammer Films, junto al realizador Peter Sasdy y al productor Alexander Paal —ambos de origen húngaro—, llevaron por primera vez a la gran pantalla, bajo las convenciones del cine fantástico más tradicional, la leyenda de Erzsébet Báthory. Countess Dracula (1970) tergiversa profundamente la historia con la interpretación «mágica» que hace de la misma —una decrépita dama convertida, gracias a sus matanzas, en una joven frívola de senos turgentes, gentileza de Ingrid Pitt…—, sin ofrecer a cambio más que unos pocos y mal filmados asesinatos, así como la imagen, inolvidable, de la condesa cubierta de sangre, desnuda, en su señorial bañera de mármol. Mucho más interesante fue la revisión del mito ofrecida por el cineasta catalán Jordi Grau en Ceremonia sangrienta (1972), fiel retrato del ambiente oscurantista que dominaba la vida de los moradores del castillo y a sus criminales actividades. Además, la condesa aparece como malvada sobrenatural en otras «terroríficas» cintas españolas, como La noche de Walpurgis (1970) y La orgía nocturna de los vampiros (1972), ambas dirigidas por León Klimovsky, así como El retorno de Walpurgis (1972), de Carlos Aured, y El retorno del hombre-lobo (1980), de Jacinto Molina.
Ray Russell, periodista, literato y guionista cinematográfico, fue editor asociado de la revista Playboy (1954) y, un año después, editor ejecutivo (1955 - 1960), donde publicaría numerosos relatos propios y ajenos que combinaban sexo y terror. Posteriormente, escribió diversas novelas como The Case Against Satán (1962), centrada en la lucha de una jovencita contra el Diablo, e Incubus (1976), historia sobre las pavorosas andanzas de un lúbrico demonio —y que el realizador inglés John Hough llevó al cine en 1981, con John Cassavettes como protagonista—. También se le recuerda por su colaboración con el realizador de películas de horror de «serie B» William Castle (1914 - 1977), para quien adaptó a la pantalla uno de sus cuentos fantásticos más populares, «Mr. Sardonicus» (1961), y firmó el guión de la comedia Zotzl (1962). Pero quizá los mejores trabajos de Russell en Hollywood sean los que efectuó para Roger Corman, adaptando a Edgar Allan Poe en La obsesión (Premature Burial, 1962) y escribiéndole el libreto original de la inquietante cinta de ciencia ficción El hombre con rayos X en los ojos (X, 1963). Como curiosidad, señalar que el título del presente cuento de vampiros, «Sanguinarius», da nombre a una página web de «vampiros reales» goths o siniestros, http://www.sanguinarius.org/vampire.html donde se abordan toda clase de temas relacionados con sus obsesiones.
Nota de la escaneadora para la edición digital: El enlace (url) a la página web no funciona tal cual está en el libro en papel, si bien www.sanguinarius.org sí existe y es un enlace válido.