6

Tina y Lee Brokaw bajaban por Barrow Street. Habían estado casi una hora en un pequeño bar. Lee seguía sin estar afeitado, pero tenía mejor aspecto, parecía tranquilo. Hablaba con monosílabos, sin embargo. Tina se había colgado de su brazo.

—¿Se encuentra bien? —le preguntó.

—Muy bien —respondió él.

Tina notó, sin embargo, que temblaba un poco. Lee caminaba despacio y ella iba a la misma velocidad. Lee lo observaba todo detenidamente, mirando con gran atención hacia las cuatro esquinas de las calles Commerce y Bleecker. Había mucha gente, pero nadie parecía esperar en una de las esquinas.

—Quizá se haya retrasado —dijo Tina.

—No creo, no sería propio en él —dijo Lee y miró su reloj—. Esperemos cuatro minutos más.

Invirtieron un minuto y medio de aquellos cuatro en alcanzar una de las esquinas. Tina se sentía como si arrastrase un ataúd.

—¿Ha oído ese chiste del nudista que acude a un fantástico baile de disfraces con un batidor de huevos a la espalda? —le preguntó.

—No —respondió Lee con una sonrisa forzada—. ¿Qué pretendía representar?

—Un fueraborda. —dijo Tina riendo y añadió—: Esto es como querer meterlo todo en una concha, una manera de resumir… La verdad es que mi cerebro anda a gatas esta noche…

—Tranquila, Tina, tranquila, no pasará nada; pronto… —se interrumpió Lee de repente, como si le faltara el aire. Ante él estaba un hombre bajito y medio calvo, un hombrecillo común, sin nada destacable, que los miraba con gran interés.

—¿Ésta es la chica de la que me habló? —preguntó suavemente.

—Ella es —y sin la menor consideración dio un empujón a Tina para que ocupase el primer plano.

—¡Lee! —se quejó ella de la descortesía.

El hombrecillo medio calvo adelantó una mano para detenerla, para agarrarla, para llevársela, cualquier cosa que no acertaba a comprender Tina.

Se apartó, esquivándole, y a punto estuvo de caerse. Justo en ese instante Lee Brokaw echaba a correr calle Commerce abajo. Ella lo miró alarmada.

Por encima del hombro vio que el hombrecillo medio calvo se dirigía a ella de nuevo, con expresión de grave ansiedad en su rostro lechoso. Tina echó a correr dando gracias a Dios por haberse puesto aquel día unos zapatos parecidos a las zapatillas de ballet, y lo hizo a tal velocidad que por un momento creyó que alcanzaría a Brokaw.

—¡Lee! —le gritaba.

De repente vio que algo grande y negro salía de un portal y placaba violentamente a Lee Brokaw por la cintura para golpearle después brutalmente contra una farola. Aquella especie de sombra grande y negra le ponía después a Lee las manos en la espalda para arrojarlo al suelo boca abajo.

Tina detuvo su carrera a duras penas. Brokaw, sometido a la presión que ejercía sobre él la sombra grande y negra que lo había placado, se revolvía en el suelo como un gato. De repente empezó a gritar como un poseso, aterrado.

El hombre que lo había placado puso su cabeza a los pies del hombrecillo medio calvo y dijo casi gruñendo:

—Aquí tiene al que buscaba.

El hombrecillo medio calvo hizo que el otro lo levantara. Después le puso las manos en los hombros, y antes de que pudiera decirle nada, Lee comenzó a gritar de nuevo, como si las manos de aquel hombrecillo fueran de metal candente. Gritó un par de veces más, prolongada, horrorosamente, y se tiró al suelo, donde se retorcía y golpeaba la acera violentamente con sus puños, hasta que fueron cada vez más débiles sus golpes y se quedó allí tirado, inmóvil.

Aquel hombre que parecía una sombra grande dijo entonces:

—¿Estás bien, Tina?

—¡Eddy! ¡Mi querido Eddy! —y se arrojó en sus brazos como un pajarillo que buscara refugio en las ramas de un gran árbol.

Él puso una de sus mejillas en el cabello de Tina y dijo:

—Eres tonta, ¿lo ves? Pero prometo no volver a decírtelo jamás.

El hombrecillo medio calvo dijo de manera apremiante:

—Tengo aquí una orden judicial para detener al sospechoso de asesinato en el caso de Homer Sykes.

—Nunca he oído hablar de ese hombre —dijo Eddy.

—Llévame a casa, Eddy —le rogó Tina.

—Lo siento mucho —intervino entonces el hombrecillo medio calvo—, pero deberá usted acompañarme a prestar declaración, señorita.

Entre la gente que se había arremolinado en torno a ellos para contemplar la escena, apareció un policía. El hombrecillo medio calvo le ordenó que pidiese un coche patrulla y una ambulancia. Por la esquina llegaba otro policía. El hombrecillo medio calvo le dio órdenes de que se quedase junto a Lee Brokaw hasta que llegara la ambulancia. Los dos policías se cuadraron ante él.

—Caminemos un poco, por favor —pidió el hombrecillo medio calvo gentilmente—, un paseo corto hasta algo más allá del bloque… Total… ese hombre está muerto…

Tina y Eddy se miraron sorprendidos.

—De acuerdo, usted es el doctor —dijo Eddy encogiéndose de hombros.

Así llegaron a la comisaría más próxima. En un escritorio estaba un sargento de rostro amigable y algo más allá tres policías de aspecto no tan amigable, y una matrona de gesto mucho menos amigable todavía. Los tres policías y la matrona se ocuparon rápidamente de Tina, dando muestras de una eficacia extraordinaria. La tomaron las huellas, pero no a Eddy. A Eddy sólo le preguntaron unas cuantas cosas sobre sí mismo.

Finalmente los dejaron solos en un banco, pidiéndoles que esperasen.

—¿Hemos matado a ese tipo, Sykes? —preguntó Tina.

—No, cariño —respondió Eddy dándole una palmadita en la espalda—. Todo saldrá bien, ya lo verás. ¿Quieres que te cuente un cuento?

—Cuéntame un cuento.

—Érase una vez un tipo muy tirado que quería muchísimo a una chica metida en problemas, unos problemas realmente fantásticos, así que el tipo muy tirado le quitó las llaves y comenzó cierto peregrinaje…

—Sé breve, por favor.

—Vale. Bien, quizá no me sea tan sencillo ser breve y ofrecerte la conclusión de la historia rápidamente… Da igual. El caso es que lo de Brokaw y la célula fotoeléctrica de tu tienda me interesó mucho. Pensé un montón en eso, créeme, y se me encendió una bombilla…

Fui a tu tienda en cuanto saliste de la cafetería y comprobé que basta una luz de flash metida en una linterna pequeña para anular la célula fotoeléctrica y entrar allí sin que suene el timbre. Basta con dirigir la luz de flash de esa linterna al lugar desde donde se proyecta la célula, cosa que hay que descubrir primero, naturalmente. Pero es muy sencillo.

—¡Maldita sea mi vida!

—Pues no sé qué dirás cuando te haya contado el resto de la historia…

Eddy sacó algo de uno de sus bolsillos y se lo puso a Tina en la palma de la mano. Era un disco de plástico transparente con una hendidura en una de las caras, que tenía en el filo estrías que semejaban celuloide fundido.

—Esta pequeña joya —dijo Eddy— estaba en la cubeta de tu lámpara de mesita; salvo que me equivoque, que no creo, el disco contiene una fototransparencia en color, como otras de las que ya te hablaré… Se proyecta en la oscuridad durante unos minutos, lo que tarda en girar la cinta que contiene el disco, tras haberse cargado de luz. Encendiste la lámpara, tiempo en que la fototransparencia del film se activaba, y después la apagaste. La cortina blanca de la ventana ofrecía al proyector, tu propia lámpara, una pantalla perfecta. Ahí fue cuando viste la bonita cara de tu amiguito, que era lo que contenía la fototransparencia activada por la película al girar.

—¿Pero cómo pudo…?

—Las preguntas, después, querida… Escucha… Bueno, antes que nada, comprende que jamás hubiese entrado en tu casa a investigar, de no ser porque te suponía en peligro… Había imaginado algo así, una proyección… Dijiste que tiraste un zapato de golf contra esa cara, ¿no?

Tina asintió con la cabeza.

—Justo entre los ojos.

—¿Y qué pasó con el zapato?

—Creo que voló un rato…

—Ya… Claro, la cara se proyectaba en la cortina blanca… Mira, Tina, ese Brokaw… bueno, sí, ese Brokaw… era un genio… Después de hallar el disco en la cubeta de tu lámpara de mesita, supuse que tenía más ingenios semejantes, algún otro proyector que sirviera para lo mismo, o para otras películas… Fui corriendo al Mello Club y busqué a Shaw. Es un capullo, pero me atendió bien. Le dije que había descubierto algo bastante turbio acerca de Brokaw, y era necesario que echase un vistazo en su camerino para cerciorarme de algunas cosas antes de actuar…

»A Shaw no le gustó mucho la idea, pero no puso reparos; total, estaba tan ansioso por encontrar a Brokaw que hubiera dado la pierna izquierda de su madre a quien le dijese dónde estaba. Me abrió la puerta del camerino y en paz. Todo estaba muy ordenado. Tenías que haber visto qué magníficas cabezas de maniquíes hacía Brokaw para su muñeca de baile, qué cabelleras tan espléndidas…

Bueno, el caso es que me puse a rebuscar en sus cajones y encontré esta otra maravilla.

De uno de los bolsillos interiores de su amplia cazadora sacó otro juguete electrónico, un pequeño proyector de lentes.

—Mira, hay un juego completo de discos parecidos al que hallé en tu lámpara, que se introducen en el proyector para que la imagen salga ampliada por la lente. Proyecta incluso imágenes en color —y alargó a Tina uno de los discos, que era de cristal, negro en su totalidad, a excepción de una leve mancha blanca que tenía justo en el centro. Al levantar el disco hacia la luz del techo de la comisaría vieron que esa pequeña mancha era la preciosa cara de Lee Brokaw.

»La segunda proyección de su cara, la de la ventana, la hizo el proyector automático que se activó con la luz de tu lámpara —siguió diciendo Eddy—. Pero la primera la hizo con esto, desde la calle, apuntando a tu ventana… Seguro que te había estado espiando un buen rato…

—Es probable, sí.

—Shaw me contó algo muy interesante… Es un capullo, como ya te he dicho, y basta con que te lo quedes mirando un rato sin decir nada para que empiece a soltar por la boca. Cuando salí del camerino de Lee hizo eso, al preguntarme él si había encontrado algo interesante. Me limité a mostrarle lo que había encontrado, sin abrir la boca, y entonces me dijo que había descubierto algo… Empezó por contarme que tenía una especie de periscopio en su despacho, para espiar lo que ocurría en los camerinos, que están pegados a su despacho, a través de un agujero hecho en la pared, ¿te lo imaginas? No me lo enseñó, sin embargo, pero le creo. Descubrió así una cosa muy interesante sobre tu amigo Lee Brokaw… Y comprendí entonces por qué el vicioso de Shaw estaba tan ansioso… por encontrarle…

—¿Por qué?

—Creo que será mejor esperar a que el sargento venga y te diga que puedes irte, te lo contaré después… O seguro que te lo cuenta él, ya deben saberlo…

—¿Y cómo te permitió Shaw llevarte esas cosas del camerino?

—Bueno, le hablé del cuarto secreto… Todos esos antros tienen un cuarto secreto, ya sabes… A los encargados y a los dueños no suele gustarles que la policía se entere de eso…

—Eddy, no sabes cómo te agradezco lo que has hecho… Pero te has podido buscar algún problema…

Eddy se echó a reír.

—No, tú sí que te has buscado un problema —dijo—. Al fin y al cabo, tuve suerte de que Lee echara a correr por la calle en uno de cuyos portales me había escondido… No sé si le hubiera podido atrapar si se llega a ir por otra esquina… ¡Escucha! Suena el teléfono de la mesa del sargento.

El sargento descolgó el teléfono.

—¡Al habla! —dijo.

Después no se le oyó más que afirmar continuamente mientras tomaba notas en su libreta.

—Vale —dijo finalmente—, escribiré de inmediato el informe, sólo me quedan un par de cosas —colgó y siguió escribiendo.

—Sin duda Lee tenía una mente brillante —dijo Tina—. ¿Para qué diablos querría todos esos inventos? Porque no lo hizo sólo para molestarme…

—Creo que puedo responder a tu pregunta —dijo Eddy echándose hacia atrás en el banco, levantando una pierna y sujetándose la rodilla con las dos manos—. Lee Brokaw, un tipo realmente sensible, incluso enfermizamente sensible, era víctima de un gran engaño, el de la historia esa de los comedores de almas… Tú fuiste una sustituta.

—¿Yo? ¿Una sustituta?

—Sí, tú. Vio en ti valentía y buen humor. Apreció en ti las emociones necesarias: miedo, terror, disgusto, piedad. Eso, unido a tu carácter independiente, fue lo que le hizo optar por ti.

—Y si es lo que imagino, ¿por qué supuso que el comedor de almas me confundiría con él?

—Por la misma razón que supuso que la ley haría lo mismo… Lo planeó todo con cierta meticulosidad. El crimen, aparentemente, había sido perfecto. Pero no era tan tonto como para suponer que las investigaciones no seguirían su curso, estrechando cada vez más el cerco sobre el criminal. Así que llamó a la policía y dijo que quien había matado a ese Sykes estaría en la confluencia de las calles Bleecker y Commerce a las diez de la noche. Creo que en su locura pensó que el comedor de almas mantendría su trato de librarlo de la ley, pues aceptaría, por así decirlo, carne fresca, tú misma… Un alma noble… Tengo la impresión de que Lee se llevó una terrible sorpresa al ver allí al inspector…

—Bueno, puede que ese inspector sea también un comedor de almas —bromeó Tina—. Pero sigo sin entender por qué creyó que podría confundir al comedor de almas, o que éste se contentaría conmigo… El trato era con Lee…

—Sargento —dijo entonces Eddy—. ¿Cree que nos podremos largar de aquí pronto? Tengo que seguir trabajando en lo mío…

—Sí, lo comprendo —dijo el sargento amablemente—. Me doy toda la prisa que puedo, no se preocupe.

—¿Y no podría decirnos por qué se nos retiene aquí? —insistió Eddy.

—Créame que no lo sé, amigo… Parece ser que hace dos años ese tal Sykes se casó y se lo cargaron la misma noche de la boda… Nunca encontraron a la esposa, ni hallaron una huella en la habitación… Cuando llegó la policía todo estaba limpio, había pasado mucho tiempo… Sykes se había casado, por lo que parece, con una chica que no era de la ciudad. Nadie la conocía. Estaba claro que la asesina era ella, pero no había manera… Había falseado los datos de su licencia de matrimonio.

»Pero había algo que ella no sabía. Sykes le había hecho una foto, que remitió a su hermana para que conociera a la chica con la que iba a casarse; en la carta, además, le decía que esa chica tenía en la espalda un lunar muy feo, una cosa parecida a un bicho… Bien, ahora lo sabemos todo. Andaba por aquí desde hace un año. Ahora sabemos quién era: un actor, ventrílocuo y bailarín que se hacía llamar Lee Brokaw.

—¿Lee Brokaw es una chica?

—Lo era, señorita, lo era… Está muerta… El forense dice que aparentemente murió de un síncope al ser detenida… Lo que nos hace retenerla aquí, señorita, es que es usted la viva imagen de la señora Sykes, antes de que se cortara el pelo y cambiara su maquillaje, por lo que se aprecia en esa foto que la víctima envió a su hermana… En cuanto se aclare lo del lunar en la espalda, se podrá ir usted tranquilamente, no lo dude.

—¿Una chica? Pero… pero si estaba sin afeitar… —dijo Tina.

—Nada, simple maquillaje, señorita —dijo el sargento.

—¡Pobre criatura! —exclamó apenada Tina—. Totalmente loca, más loca que un somorgujo… ¿Y cómo se le pudo ocurrir esa pesadilla del comedor de almas?

—Lógica paranoide, supongo —dijo Eddy, que de vez en cuando leía algún libro—. Un delirio de persecución genialmente racionalizado…

Poco después caminaban calle abajo.

—La verdad es que me alivia mucho saber ya que esa hipótesis del comedor de almas no fue más que una racionalización de su locura… Parecía tan convincente… ¡Ay!

—¿Qué ocurre?

—Hay alguien en ese portal —dijo Tina, asustada.

Señaló a un portal oscuro donde en principio no se veía a nadie… Eddy dirigió allí el flash de la linterna de Brokaw, eso con lo que anulaba la célula fotoeléctrica de la tienda, e iluminó el portal.

Había, en efecto, un hombrecillo medio calvo del que irradiaba una extraña luminosidad bajo la luz del flash. El hombrecillo los miraba frotándose las manos.

El cabello le brillaba extraordinariamente con un fantasmagórico fulgor verde, había dicho Lee Brokaw.

—Ya se van ustedes, me alegro mucho —dijo el inspector bajito y medio calvo—. Una experiencia realmente desagradable, ¿verdad? —añadió acercándose a ellos mientras Tina daba un paso atrás con bastante aprensión.

—¿Puedo hacerle una pregunta? —dijo Eddy sonriendo—. ¿Usted… usted se pone… brillantina en el pelo?

El hombrecillo pasó la mano por su cabello escaso.

—Pues… sí, ¿por qué?

—¡Ja, ja, ja! ¡Vaya historia! —exclamó Eddy, y sin decir nada más tomó del brazo a Tina y tiró de ella para caminar a buen paso—. Tranquila, Tina, no ocurre nada —dijo un poco después—. Todo está en orden… ¡Perfectamente en orden, ja, ja, ja! Mira, hay uno de esos discos negros en la linterna con flash de Brokaw. El disco es en realidad un filtro ultravioleta… Y la brillantina resulta fluorescente bajo una luz ultravioleta, eso es todo…

Lo que no dijo Eddy a Tina, sin embargo —y esperaba de todo corazón que jamás lo descubriese su amiga— es que la brillantina, bajo una luz ultravioleta, no desprende un fulgor verde, sino azul.