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Tina se puso el pijama y se sintió mucho mejor. Llevó a su mesita de noche algún material de trabajo y un libro de diseño, además de un par de volúmenes de la Enciclopedia Británica en los que se hablaba de las conchas y de las caracolas marinas. No pudo leer mucho, pues pronto cayó rendida por el sueño.

No había dormido más de cuatro horas cuando se despertó. Abrió lentamente los ojos, sin moverse. Algo le dijo que no debía sobresaltarse, ni incorporarse de golpe, sino permanecer en calma y observar… La situación en sí se resumía en que allí estaba el rostro imperturbable y bellísimo de Lee Brokaw, mostrando deseo en su sonrisa, que parecía flotar entre ella y la pared… Su mirada era aún más profunda.

—¿Qué… qué? —empezó a decir ella, mientras su rostro pasaba del pálido al rosa y después al escarlata, o al sanguíneo, como si se la contemplase a través de unas gafas con los cristales rojos.

Pero entonces se esfumó el rostro de Brokaw.

Tina se escondió bajo las sábanas. Lentamente sacó un brazo en dirección a la mesita de noche, y tanteó buscando el interruptor de la lámpara… La encendió y escondió de nuevo el brazo bajo las sábanas. Muy despacio empezó a destaparse la cara y abrió los ojos.

No había nada que ver.

Respiró profundamente, se incorporó en el lecho, se levantó y cruzó la habitación para encender la luz del techo y tener más claridad.

Nada. Plantada en el centro de su habitación, giró lentamente sobre sí misma, mirando con atención… Por el rabillo del ojo atisbó un movimiento y gritó aterrada, pero se rehizo de inmediato: era su reflejo en el espejo del cuarto de baño, que tenía la puerta abierta.

—¡Sí que empiezo bien el día! —dijo aliviada, pero con las pupilas dilatadas y la respiración entrecortada—. ¡Un mal sueño, hermanita! —dijo viéndose en el espejo—. Deberías aceptar que no estás precisamente guapa, querida…

Se lavó la cara y volvió a la cama. Pero al poco se levantó de nuevo, fue al armario y sacó de allí un par de zapatos de golf, que puso en la mesita de noche, sobre los volúmenes de la enciclopedia. Después apagó la luz del techo, apagó también la luz del cuarto de baño, volvió a la cama, se acostó, se tapó bien y finalmente apagó la lámpara de la mesita.

A esas alturas de la noche estaba, más que aterrada, atónita. Hacía muchas lunas que no pasaba una noche tan horrible. El insomnio la ponía de mal humor, pero como quería reírse de sí misma, al menos, comenzó a imaginar una pesadilla en tecnicolor en la que un dragón volador se quería estampar contra su cabeza.

Sonrió en la oscuridad, se dio la vuelta y abrió los ojos, pero sólo para ver de nuevo la cara de Lee Brokaw. Se había preparado bien, sin embargo, para algo así, de manera que no se asustó, alargó el brazo, tomó uno de los zapatos de golf y lo arrojó contra la aparición… El zapato se estrelló justo entre los ojos de aquella cara. Luego se oyó un ruido lejano y amortiguado. De la calle subía una voz que profería agrias imprecaciones.

Tina volvió a encender la lámpara de su mesita, se levantó de la cama y se acercó temerosa a la ventana. Lo comprendió todo al instante: el zapato había salido a través de la ventana abierta para caer en la cabeza del policía que hacía su ronda por la acera. Naturalmente, el policía miraba hacia arriba sin dejar de proferir imprecaciones y amenazas, furioso, rascándose la cabeza. Y se calló nada más verla. Había cometido Tina el error de asomarse a la ventana después de encender la luz, pero aún tardaría un poco en darse cuenta.

¡Un policía! Bueno, a pesar de haberle tirado un zapato, podía sentirse tranquila. El policía la protegería de Brokaw; no se atrevería el estúpido bailarín a importunarla, más que nada porque ya tenía muy claro Tina que el policía clavaba su vista en aquella ventana con luz y le daría la protección requerida, sólo con pedírsela. Incluso pondría entre rejas al imbécil de Brokaw, si osaba rondar por allí a esas horas para molestarla.

Su cerebro reaccionaba al fin. Nada más lógico, pues, que tratase de explicar al policía lo que había ocurrido.

—Es que había una cara flotando en mi habitación y le tiré un zapato para que se fuera… Por favor, le pido que se lleve a un tal Lee Brokaw, si aparece por aquí; no hace más que molestarme —dijo.

—¡Oh, no! —exclamó el policía, resignado.

Tina se giró como para dirigirse a alguien que estuviese en su habitación. El policía la oyó gritar:

—Ya te enseñaré yo a meterte en mi habitación a estas horas de la noche, ¡imbécil!

—Señorita —dijo el policía con la voz ahora en calma—, le ruego que hable más bajo con su amigo, o me veré obligado a intervenir…

—Lo siento, agente. —dijo asomándose de nuevo a la ventana. Y luego, volviéndose hacia el interior—: Ya ves lo que has hecho, ¡desgraciado!

Entonces oyó la voz triste y a la vez sarcástica del policía, diciendo:

—Pobre tipo, no me gustaría estar en sus zapatos…

A la mañana siguiente abrió la tienda unos minutos más tarde de lo habitual. No sólo se había despertado cansada por el trajín nocturno, sino que tuvo que dar explicaciones al encargado del edificio de apartamentos acerca de lo que había ocurrido la noche anterior y el consiguiente escándalo, que alertó a otros inquilinos. En realidad, estaba algo más que cansada… En su universo todo lo presidía ya Lee Brokaw.

Abrió la tienda y de inmediato se dirigió a la trastienda, con la idea de concluir lo que había comenzado el día anterior. Antes, había activado la célula fotoeléctrica de la puerta.

Apenas había comenzado a trabajar cuando se percató de repente de que en la pared que daba a su derecha había escrito algo con un lápiz plateado, uno de los colores que utilizaba ella. Decía, simplemente: «Aquí estoy».

La letra era bonita, incluso artística. Podía ser una letra de mujer.

—Muy bien —murmuró Tina mirando a la pared—. Pues aquí estoy yo también.

Pero entonces descubrió otra mancha en el lado contrario. Era la cara que había visto flotar en su habitación, pintada con lápiz blanco. No hizo nada. Después de contemplar aquello durante unos segundos se limitó a cerrar los ojos, como si aguardase a que desapareciera.

Comenzó a decir para sí, hablando en voz muy baja:

—¿Qué puedo decir ahora, Tina? Dime, ¿qué puedo decir? —asintió antes de continuar—: Adelante, no te rindas… Te sentirás mucho mejor si no te rindes. —hizo una pausa y siguió diciéndose—: De acuerdo, no me rendiré… Pero debí hacer caso a Eddy y no ir a ver el espectáculo de ese demonio…

Tina se repitió una y otra vez que aquello no debía de haber ocurrido. Y que quizá debiera largarse de Chelsea, del mismo Nueva York… Cualquier cosa con tal de alejarse cuanto le fuera posible de Lee Brokaw.

Pero irse de allí presentaba unas cuantas dificultades, primero por su negocio. Y después por lo que suponía una rendición, intolerable desde un punto de vista ético… Así que seguiría donde estaba. Pero si continuaba allí, tendría que afrontar, seguramente, cosas aún más inquietantes que las sufridas hasta ese momento y apenas en un día. Tendría que aventar como fuese, como si fuera humo, el problema. Así, preparada para lo peor, podría hacer frente a lo que se le presentara. Y si todo resultaba a fin de cuentas no ser tan grave, pues mejor, eso era lo que más deseaba.

¿Qué hacer, pues?

Antes que nada, encontrarse con Lee Brokaw y tratar de conocer su historia. Obligarle a hablar como si fuese una concha cuya apertura había que forzar.

Sonó el timbre de la puerta, accionado por la célula fotoeléctrica. Salió rápidamente a la tienda.

—¡Eddy! —exclamó aliviada, esperando que no se percatase su amigo de que estaba al borde de las lágrimas.

—Hola, muñeca…

—Hola, pastelero —trató de sonreír ella.

Eddy tomó entre sus dedos una concha marina y comenzó a juguetear con ella, absorto.

—Dime, ¿has pensado algo más acerca de ese tal Lee Brokaw, has llegado a alguna conclusión?

—No, la verdad…

—Dijiste que era un vampiro…

—No, eso lo dijiste tú —le corrigió ella—. Todo lo que sé de él es que entró aquí para proponerme algo que no me interesó; es más, ni siquiera le permití que terminara de hacerme su proposición… Bueno, y sé que me mostró una pitillera preciosa, y que…

—Sigue…

—¡Bah!

Eddy supo que con aquella exclamación le decía que no deseaba seguir hablando de aquello, así que tomó él la palabra.

—Vale —dijo—, tomemos las cosas como son, sin hacer juicios… Todo lo que sabes es que ese tipo entró aquí sin que se activara la célula fotoeléctrica de la puerta… Bien… Y te hizo una proposición que te pareció inaceptable, no dejándole que se explicara del todo… Y no sabes, naturalmente, de qué se trataba en realidad…

—Sí lo sé, ahora lo sé —dijo Tina, a la defensiva—. Mira, Eddy; si de veras crees que Lee Brokaw es un rival sobrenatural, una especie de muerto viviente… pues será mejor que pienses otra cosa. Es otro tipo de demonio…

—No tendría inconveniente en hacerlo —respondió Eddy con voz y expresión de poco convencimiento.

—Eddy —siguió diciendo ella ahora en tono reflexivo—, ¿qué es lo que nos resulta tan fascinante de ese Lee Brokaw, al que tú no conoces y del que yo apenas tengo noticia? Nunca te había visto tan interesado en alguien…

—Es que nadie me había hablado así de alguien, jamás… Al menos de alguien a quien se puede ver y hasta tocar —respondió Eddy—. Te diré lo que sé, Tina… Quizá consigamos así aclarar un par de cosas… Anoche, una media hora antes de que cerrara la cafetería, entró Shaw… Ya le conoces… Es el manager de ese agujero podrido en el que trabaja Lee Brokaw. Estaba bastante alterado y buscaba a Brokaw. Se derrumbó en una silla y comenzó a preguntar a varios clientes si lo habían visto… El segundo pase del espectáculo comenzaría en breve y Brokaw no aparecía por ninguna parte.

—¿Alguien lo había visto? —preguntó Tina.

Eddy negó con la cabeza.

—Ninguno de los clientes de mi cafetería parecía saber algo —siguió diciendo—. Recordé lo que me habías contado y me llevé a Shaw a un aparte. Me confesó que temía algo raro, por no decir realmente lamentable, y que Brokaw había hecho una primera actuación que había asustado a muchos de sus clientes… Pero en realidad, me pareció que lo que temía de verdad es que algún competidor le hubiera arrebatado a Brokaw, ofreciéndole un contrato mejor, aunque pretendiese que se interesaba por el muchacho, por si le había ocurrido algo…

»Le pregunté entonces qué sabía acerca de Brokaw, por si eso servía para que pudiéramos orientarle acerca del lugar en el que podría hallarse. Shaw no sabía una palabra. Brokaw, en realidad, sólo llevaba dos días trabajando en el Mello Club… A Shaw, en realidad, no le gusta su número, pero…

—Es algo espantoso —dijo entonces Tina.

—Casi todos los números que presentan ahí son muy malos, la verdad… Bueno, da igual… Le dije… ¿Cómo? ¿Qué has dicho? ¿Cómo sabes que es un número espantoso?

—Fui a verlo, Eddy.

—De manera que fuiste a verlo… ¿No te dije que no te acercaras a ese lugar infecto?

—Sí, Eddy, me lo dijiste… ¿No me preguntas nada más? —dijo con un tono de voz amable.

—No… Ya veo… La pequeña Miss Musculitos se ha creído tan fuerte como para no hacer caso a los buenos consejos que recibe, ¿eh? Muy bien, Tina. De ahora en adelante procuraré no meterme en tus cosas, ni preocuparme por tus problemas. Sabes cuidar de ti misma, ¿no? Ya veremos cuando alguien te agarre por el cuello y…

—Lo sé, lo sé, ya vale… No tendré derecho a pedirte ayuda… Tranquilo, no lo haré.

Eddy se dirigió a la puerta.

—No iba a decir eso… Sólo quería decirte que no olvides lo que has visto hacer a ese tipo, es un degenerado.

Sonó el timbre activado por la célula fotoeléctrica en cuanto Eddy abrió la puerta para irse. Un sonido que realmente hería de muerte al silencio.