Yo, el vampiro
Henry Kuttner
(1914 - 1958)
De todas las revistas pulp estadounidenses que surgieron entre 1920 y 1940 Strange Tales, Dime Mystery, Horror Stories, Strange Stories, Famous Fantastic Mysteries…, ninguna como Weird Tales le dedicó tantas páginas al mito del vampiro. Por ejemplo, Seabury Quinn (1889 - 1969), el más popular autor de la publicación durante sus años de esplendor, escribió más relatos acerca de las sangrientas andanzas de los no-muertos que aventuras sobre su célebre ghostfinder, Jules de Grandin. Así pues, aparte de reeditar clásicos de la literatura fantástica como El vampiro, de John W. Polidori, o «Vampirismo» (1828), de E.T.A. Hoffmann (1776 - 1822), literatos como Robert E. Howard, Robert Bloch, August Derleth, Clark Ashton Smith y Manly Wade Wellman, entre otros, pronto convirtieron al vampiro en protagonista de alguna de sus ficciones para Weird Tales. Por ello, no es nada extraño que el tercer cuento que el californiano Henry Kuttner publicara en dicha revista, en el número de febrero de 1937, fuera una historia de vampiros, «Yo, el vampiro», donde aportaría una nueva visión del personaje. Para empezar, lo despojó de gran parte de la parafernalia gótica que, en aquella época, era tan popular especialmente, a raíz del triunfo en las taquillas de Drácula (id. Tod Browning, 1931) interpretado por Bela Lugosi, transformando al vampiro en un ser relativamente simpático, víctima de su peculiar naturaleza, capaz del autosacrificio. Además de ofrecer una particular mirada sobre las bambalinas del negocio cinematográfico en lo tocante al género de horror…
El talento de Henry Kuttner para la literatura de terror quedó de manifiesto inmediatamente en su debut como escritor profesional, con el cuento «Las ratas del cementerio» (The Graveyard Rats), publicado por Weird Tales en su número de marzo de 1936. La maestría del relato, tanto por su prodigioso desarrollo narrativo como por la fascinante progresión in crescendo de sus artificios terroríficos, llevó al especialista británico Mike Ashley a escribir en su libro Who’s Who in Horror and Fantasy Fiction (Elm Tree Books, Londres, 1977) lo siguiente: «Es, sin duda, una de las más estremecedoras historias jamás escritas». Lo cual ha convertido en un misterio el hecho de que Kuttner cambiara pronto de orientación creativa, dedicándose con notable ahínco a la ciencia ficción.
Muy probablemente, en tal decisión influyó su esposa, la también excelente escritora Catherine Lucille Moore (1911 - 1987), con quien Kuttner contrajo matrimonio en 1940. Ambos se conocerían a través de Weird Tales; a partir de ese momento, la mayor parte de su trabajo lo realizó en colaboración con Catherine. Según se rumorea, ambos se repartían el trabajo de la siguiente manera: Kuttner ideaba los argumentos y desarrollaba la acción, mientras que Catherine, más amiga de la descripción detallada, se detenía en la ambientación. Fuera cual fuese el método, puede afirmarse con seguridad que el fruto de su colaboración fue algo más que la suma de dos individualidades. Hasta entonces ambos habían escrito buenos relatos fantásticos dentro de la ortodoxia del pulp norteamericano: a Catherine L. Moore se le debe, principalmente, la invención de la Space Opera con nítidos elementos aventureros y terroríficos, como prueba su inolvidable cuento Shambleau (1933). Por el contrario, los relatos firmados por el matrimonio Kuttner-Moore estaban cargados de humor, son de estilo en apariencia fácil, aunque equilibrados con notable precisión y construidos sobre ideas absolutamente rompedoras. Historias como The Twonky (1942) o el homenaje a Lewis Carroll con Mimsy Were the Borogoves (1943), impresas bajo el pseudónimo de Lewis Padgett, son piezas antológicas de la mejor ciencia ficción de los años cuarenta.
No por ello Henry Kuttner dejó de escribir en solitario. Su más importante aportación a la literatura de ciencia ficción fue la colección de cinco relatos largos recopilados después bajo el título común de Mutant (1953). En ellos se nos describe la conflictiva existencia de una minoría de mutantes telépatas, a los que se puede distinguir por su alopecia, inmersos en una sociedad humana que los margina y acosa. Los relatos se publicaron previamente en Astounding Science Fiction y sus títulos son The Piper’s Son, Three Blind Mice, The Lion and the Unicorn y Beggars in Velvet, todos ellos de 1945, más Humpty Dumpty, de 1953, que cierra el ciclo.
A partir de los años cincuenta, sus trabajos fantásticos fueron decreciendo. Pese a su notable capacidad de trabajo, en aquellos años la ciencia ficción difícilmente permitía la subsistencia de sus autores. Las revistas profesionales no pagaban lo suficiente y la edición de libros del género se efectuaba bajo criterios de literatura barata por la que recibían unos exiguos honorarios. Los Kuttner, pues, decidieron explorar otros caminos. Para empezar, volvieron a la universidad y, tras obtener la licenciatura, Henry lo hizo en 1954 y Catherine en 1956, se dedicaron a impartir clases de literatura mientras preparaban sus tesis.
Henry Kuttner también probó suerte en la literatura policíaca, que ofrecía un mercado más amplio. Si echamos un vistazo a su bibliografía podemos comprobar cómo pertenecen a este género los primeros libros que consiguió publicar: The Brass Ring (1946) y The Day he Died (1947), firmados con el pseudónimo de Lewis Padgett —aunque se sospecha que Kuttner llegó a emplear unos dieciséis alias, entre ellos, Keith Hammond y Lawrence O’Donnell—. Ante su progresiva dedicación, probablemente su obra de misterio habría acabado siendo más cuantiosa que la de ciencia ficción, si el 3 de febrero de 1958 una trombosis coronaria no hubiese segado su vida. Tenía sólo cuarenta y tres años.