La tumba de Ethelind Fionguala
Julian Hawthorne
(1846 - 1934)
«La tumba de Ethelind Fionguala» es el primer cuento de vampiros, en el sentido más ortodoxo del término, escrito por un estadounidense, Julian Hawthorne, hijo de Nathaniel Hawthorne (1804 - 1864), célebre autor de inolvidables relatos fantásticos como «El experimento del Dr. Heidegger» (Dr. Heidegger’s Experiment, 1837), «La marca de nacimiento» (The Birthmark, 1843) o «La hija de Rappaccini» (Rappaccini’s Daughter, 1844) y de novelas como La casa de los siete tejados (The House of the Seven Gables, 1951). Estableciendo una evidente distancia creativa con su famoso progenitor —ignoramos si de manera consciente o no—, Hawthorne Jr. explica en «La tumba de Ethelind Fionguala» las aterradoras aventuras de un artista norteamericano de viaje por Irlanda quien, fascinado por una leyenda local del siglo XVI —sobre una hermosa doncella secuestrada por una banda de vampiros cuyo espíritu, dicen, vaga por el lugar donde fue asesinada—, decide investigar qué hay de cierto en semejante historia. Con un estilo más próximo a la literatura gótica que a los sugerentes textos de su padre, su relato demuestra una gran habilidad por parte de Hawthorne Jr. a la hora de crear atmósferas y de modular los efectos inquietantes de cara a un dramático y aterrador desenlace.
«La tumba de Ethelind Fionguala» fue publicado por primera vez en la revista estadounidense Lippincott’s Magazine, en el número de mayo de 1887. Un año después apareció en Inglaterra, en la prestigiosa Illustrated Sporting & Dramatic News, donde no despertó especial interés por parte de crítica y público a pesar de su indudable calidad. Quizá ésa fue la razón por la que Julian Hawthorne reemplazó el título de su historia por el de Ken’s Mystery y la incluyó en una antología de relatos breves titulada David Poindexter’s Disappearance and Other Tales (1988), motivo por el cual algunos especialistas en literatura fantástica incurren en el curioso error de contabilizar Ken’s Mystery como un cuento «aparte» de «La tumba de Ethelind Fionguala», cuando en realidad son el mismo. Y, rizando el rizo, una vez más, sobre el complejo y en parte misterioso desarrollo creativo del Drácula de Bram Stoker, cabe destacar que muy posiblemente el escritor irlandés conocía el cuento de Hawthorne Jr., puesto que fue colaborador de Illustrated Sporting & Dramatic News —con cuentos de horror como «La casa del juez» (The Judge’s House, 1891) y «La squaw» (The Squaw, 1893)—. Además, Stoker era desde su infancia un entusiasta estudioso del imaginario fantástico de su tierra natal —cf. El País del Ocaso y otros cuentos inquietantes para niños (Under the Sunset, 1881)— y es muy probable que conociera las raíces folklóricas que sirvieron de inspiración a Julian Hawthorne, el cual basó parcialmente «La tumba de Ethelind Fionguala» en una leyenda vampírica que le contaron durante una visita a Dublín por motivos profesionales.
Julian Hawthorne trabajó principalmente como periodista y biógrafo —incluyendo la biografía de su padre, Nathaniel Hawthorne and His Wife: A Biography, publicada de manera póstuma en 1968— antes de dedicarse a la ficción. Viajero incansable y muy observador, como demuestran sus reportajes acerca de la India y Cuba, a la edad de cuarenta años empezó a interesarse por la ficción, publicando veintiséis novelas —cf. Idolatry: A Romance (1874), Archibald Malmaison (1879), The Professor’s Sister (1888), An American Monte Cristo (1893)—. No obstante, su trabajo y su curiosa personalidad literaria y periodística se vieron ensombrecidos por un hecho delictivo: en 1912 fue procesado y encarcelado por estafa, ya que convenció a un grupo de pequeños inversores para que le confiaran su dinero a fin de explotar una mina de oro en Canadá que no existía. Tras salir de la cárcel, se retiró a San Francisco, ciudad en la que residió hasta su muerte.