Capítulo 8
Pasamos el día de Acción de Gracias con Dwight y sus hijos. Había nevado algunas noches antes. En el valle la nieve se había derretido, pero aún cubría los árboles en las laderas más altas, que estaban moradas por las sombras cuando llegamos. Aunque aún era media tarde el sol ya se había puesto tras las montañas.
Los hijos de Dwight salieron a recibirnos cuando llegamos. Los dos mayores, un chico y una chica, esperaron al pie de las escaleras mientras una niña más o menos de mi edad corría hacia mi madre y la abrazaba por la cintura. Me sentí completamente asqueado. La niña era pálida y escuálida y en la parte de atrás de la cabeza tenía una calva del tamaño de un dólar de plata. Hizo un sonido como de canturreo mientras se aferraba a mi madre, la cual, en lugar de apartar a esta persona de un empujón, se rió y le devolvió el abrazo.
—Ésta es Pearl —dijo Dwight, y de alguna forma liberó a mi madre de sus garras. Pearl me miró. No sonrió, ni yo tampoco.
Caminamos hasta la casa y nos presentó a los otros dos. Ambos eran más altos que Dwight. Skipper tenía la cabeza en forma de cuña, plana por detrás y afilada por delante, con los ojos muy juntos y una larga cuchilla por nariz. Llevaba el pelo muy corto. Skipper me miró con cortés falta de interés y concentró su atención en mi madre, saludándola con grave pero perfecta cortesía. Norma sólo dijo hola y me revolvió el pelo. Levanté los ojos para mirarla, y hasta que nos marchamos de Chinook dos días después sólo dejé de mirarla cuando estaba dormido o cuando alguien se interponía entre nosotros.
Norma tenía dieciséis años, estaba madura y era encantadora. Sus labios eran llenos y rojos, siempre un poco hinchados, como si acabara de despertarse. También se movía de un modo soñoliento y lánguido y se estiraba con frecuencia. Cuando lo hacía, su blusa se tensaba y se abría ligeramente entre botón y botón, mostrando rodajas de estómago lechoso. Tenía la piel blanquísima. El pelo, abundante y rojo, que se apartaba de la frente con gesto soñoliento. Los ojos verdes salpicados de castaño. Usaba agua de lavanda, y la leve dulzura del olor se mezclaba con la tibieza que ella despedía. A veces, jugando, sin darle importancia, me rodeaba los hombros con un brazo y me empujaba con la cadera o me atraía hacia sí.
Si Norma se daba cuenta de que la miraba sin parpadear lo tomaba como algo natural. Nunca parecía sorprendida ni azorada. Cuando nuestros ojos se encontraban me sonreía.
Entramos nuestras bolsas y dimos una vuelta por la casa. No era realmente una casa, sino la mitad de un cuartel en el que habían alojado a los prisioneros de guerra alemanes. Al terminar la guerra el cuartel había sido transformado en una vivienda doble. Una familia que se apellidaba Miller vivía en un lado y la familia de Dwight en el otro, en tres dormitorios, frente a los cuales, al otro lado de un estrecho vestíbulo, estaban la cocina, el comedor y el cuarto de estar. Las habitaciones eran pequeñas y oscuras. Con los brazos cruzados sobre el pecho, mi madre se asomaba a ellas y las alababa falsamente. Dwight intuyó sus reservas. Movió las manos, explicando los planes de renovación que tenía. Mi madre no pudo evitar ofrecerle unas cuantas sugerencias que Dwight admiró tanto que las aceptó todas en el mismo momento.
Después de cenar mi madre salió con Dwight para conocer a algunos de sus amigos. Ayudé a Norma y Pearl a fregar los platos y luego Skipper sacó el tablero del Monopoly y jugamos un par de partidas. Pearl ganó las dos veces porque le importaba mucho. Nos observaba con suspicacia y nos recitaba las reglas mientras se regodeaba al ver crecer su pila de escrituras y dinero. Después de ganar nos dijo a los demás todas las cosas en que nos habíamos equivocado.
Mi madre me despertó al entrar. Compartíamos el sofá cama del cuarto de estar y ella no paraba de dar vueltas y de ahuecar la almohada. No podía ponerse cómoda. Cuando le pregunté qué le pasaba me dijo:
—Nada. Duérmete —luego se alzó sobre un codo y susurró—: ¿Qué opinas?
—No están mal —dije—. Norma es agradable.
—Todos son agradables —dijo ella.
Se tumbó otra vez. Aún en un susurro, me dijo que todos le caían bien, pero que se sentía un poco apremiada. No quería meterse en nada precipitadamente.
Era razonable, le contesté.
Ella dijo que le iba realmente bien en su trabajo, Le parecía que al fin estaba empezando a conseguir algo. No quería dejarlo, no por ahora, ¿Sabía lo que quería decir?
Contesté que sabía perfectamente lo que quería decir.
¿Es egoísmo?, me preguntó. Marian pensaba que ella debía casarse. Marian pensaba que yo necesitaba un padre de mala manera. Pero ella no quería casarse, en realidad no. Por ahora no, al menos. Tal vez más adelante, cuando se sintiera preparada, pero ahora no.
Eso me parecía bien, le dije. Sería mejor más adelante.
Al día siguiente era Acción de Gracias. Después del desayuno, Dwight nos metió a todos en el coche y nos dio una vuelta por Chinook. Era un pueblecito propiedad de la compañía de electricidad Seattle City. Allí vivían unas doscientas personas en pulcras hileras de casas y cuarteles transformados, todos blancos con adornos verdes. A los caminos entre las casas les habían puesto setos de rododendros y Dwight dijo que estaban en flor durante todo el verano. El pueblo tenía el aspecto afable y bien cuidado de un viejo campamento militar y así era como todo el mundo le llamaba: el campamento. La mayoría de los hombres trabajaba en la central eléctrica o en una de las tres presas que había a lo largo del Skagit. El río cruzaba el pueblo, una corriente profunda y caudalosa con escarpadas montañas a ambos lados. Estas montañas estaban separadas por un valle de menos de un kilómetro de ancho en el punto donde estaba construido Chinook. Las laderas eran muy boscosas, los árboles echaban raíces incluso en afloramientos de granito y torrenteras de cantos rodados. La neblina colgaba de las copas de los árboles.
Dwight se tomó su tiempo para enseñarnos el lugar. Después de ver el pueblo, nos llevó río arriba por una estrecha carretera cortada a pico sobre el río por un lado y con grandes rocas sobresalientes por el otro. Mientras conducía iba enumerando las ventajas de la vida en Chinook. El aire. El agua. No había criminalidad ni delincuencia juvenil. En cuanto a paisajes, bastaba con salir a la puerta de casa, que no era necesario cerrar nunca con llave. La caza. La pesca. El Skagit era uno de los mejores ríos trucheros del mundo. Ted Williams —quien, aunque mucha gente no lo sabía, era un pescador de caña de categoría mundial además de un gran jugador de béisbol, por no hablar de su condición de héroe de guerra —pescaba aquí desde hacía años.
Pearl iba sentada delante, entre Dwight y mi madre. Tenía la cabeza apoyada en el hombro de mi madre y estaba prácticamente en su regazo. Yo iba en el asiento de atrás entre Skipper y Norma. Ellos estaban callados. En un momento dado mi madre se volvió y les preguntó.
—¿Y vosotros, chicos? ¿Os gusta vivir aquí?
Se miraron. Skipper contestó:
—Está bien.
—Sí —dijo Norma—. Es un poco aislado, eso es lo único malo.
—No tan aislado —dijo Dwight.
—Bueno —dijo Norma—, puede que no tan aislado. Pero bastante aislado.
—Hay muchas cosas que hacer aquí si os molestaseis en tener un poco de iniciativa —dijo Dwight—. Cuando yo estaba creciendo, no teníamos todas las cosas que tenéis vosotros, no teníamos tocadiscos, ni televisión, nada de eso, pero nunca nos aburríamos. Nunca nos aburríamos. Usábamos la imaginación. Leíamos a los clásicos. Tocábamos instrumentos musicales. No hay absolutamente ninguna excusa para que un niño se aburra, en mi opinión no la hay. Si me enseñas a un niño aburrido, te diré que es un niño perezoso.
Mi madre le lanzó una mirada a Dwight y se volvió otra vez hacia Norma y Skipper.
—Tú terminarás los estudios secundarios este año, ¿no? —le dijo a Skipper.
Él asintió.
—Y a ti te falta un año —le dijo a Norma.
—Un año más —contestó ella—. Un año más y me largaré.
—¿Qué tal es el instituto aquí?
—No hay. Sólo hay una escuela primaria. Vamos a Concrete —dijo Norma.
—¿Concrete?
—Al instituto de Concrete —dijo Norma.
—¿Es el nombre de un pueblo?1
—Lo hemos pasado al subir —dijo Dwight—. Concrete.
—Concrete —repitió mi madre.
—Está a unos cuantos kilómetros río abajo —dijo Dwight.
—A sesenta kilómetros —dijo Norma.
—Venga ya —dijo Dwight—. No está tan lejos.
—Cincuenta y ocho kilómetros —dijo Skipper—. Exactamente. Los he medido en el cuentakilómetros.
—¡Qué más da! —exclamó Dwight—. Protestaríais igual aunque el maldito instituto estuviera en la casa de al lado. Si lo único que sabéis hacer es quejaros, os agradecería que os callarais. Haced el favor de callaros.
Dwight no paraba de volverse mientras hablaba. Su labio inferior se curvaba hacia fuera y se le veían los dientes de abajo. El coche iba dando bandazos.
—Yo estoy en quinto —dijo Pearl.
Nadie le contestó.
Seguimos durante un rato. Luego mi madre le pidió a Dwight que parara. Quería hacer unas fotos. Colocó a Dwight, Norma, Skipper y Pearl a un lado de la carretera con unos picos nevados sobresaliendo detrás de ellos. Después Norma cogió la cámara y empezó a mangonear a todo el mundo. La última foto que hizo fue una mía con Pearl.
—¡Más juntos! —gritó— ¡Venga! Bien, ahora cogeos las manos. ¡Cogeos las manos! Las manos, ¿comprendéis? Eso que tenéis al final de los brazos, ¿sí?
Vino corriendo hasta nosotros, cogió la mano izquierda de Pearl, la puso en mi mano derecha, me cerró los dedos en torno a ella y regresó a su posición y nos apuntó con la cámara.
Pearl dejó la mano completamente blanda y yo también. Los dos miramos fijamente a Norma.
—Jesús —dijo ella—. Vaya par de pasmarotes.
En el camino de vuelta a Chinook mi madre dijo:
—Dwight, no sabía que tocaras un instrumento musical. ¿Qué tocas?
Dwight estaba mordisqueando un puro apagado. Se lo sacó de la boca.
—El piano un poco —contestó—. Sobre todo el saxo. El saxo alto.
Skipper y Norma se miraron rápidamente y apartaron la vista para mirar por las ventanillas.
La primera vez que Dwight nos invitó a Chinook me convenció mencionando que el club de tiro iba a celebrar una cacería del pavo. Si yo quería, me dijo, podía traer mi Winchester y participar en la cacería. Yo no había disparado, ni siquiera sostenido, mi rifle desde que dejamos Salt Lake. Cada dos semanas más o menos ponía la casa patas arriba buscándolo, pero mi madre lo tenía escondido en otra parte, probablemente en su oficina.
Yo pensaba que el viaje a Chinook sería un reencuentro con mi rifle. Durante la clase de arte hice unos dibujos del rifle y se los enseñé a Taylor y a Silver, quienes aparentaron no creer en su existencia. También pinté un cuadro que me representaba a mí apuntando con el cañón de mi rifle a un pavo grande de ojos en blanco y largas barbas rojas.
La cacería del pavo era a mediodía. Dwight, Pearl, mi madre y yo fuimos al campo de tiro mientras Skipper se iba a trabajar en un coche que estaba arreglando y Norma se quedaba en casa para cocinar. Hasta que no llegamos al campo Dwight no me dijo que en realidad no habría pavo en esta cacería del pavo. Los blancos eran de papel, dianas de reglamento. Ni siquiera daban un pavo; el premio era un jamón de Virginia ahumado. La cacería del pavo no era más que una forma de hablar, dijo Dwight. Creía que todo el mundo lo sabía.
También dejó caer, despreocupadamente, como si la cosa no tuviera importancia, que no me permitirían tirar. El certamen era para adultos, no para niños. Era lo que les hacía falta, un montón de chiquillos correteando por ahí con escopetas.
—Pero tú habías dicho que podía participar.
Dwight estaba montando mi Winchester, que al parecer pensaba usar él.
—Me lo dijeron hace sólo un par de días —contestó.
Me di cuenta de que mentía, lo sabía desde el principio. Yo no podía hacer nada más que quedarme mirándole. Pearl me observaba con una pequeña sonrisa.
—Dwight —dijo mi madre—, es verdad que se lo dijiste.
—Yo no he hecho el reglamento, Rosemary —dijo él.
Comencé a discutir, pero mi madre me dio un fuerte apretón en el hombro. Cuando la miré me dijo que no con la cabeza.
Dwight no atinaba a montar el rifle, así que se lo hice yo mientras él miraba.
—Es el arma de fuego más absurdamente construida que he visto en mi vida, sin ninguna excepción —dijo.
Un hombre con una tablilla se acercó a nosotros. Iba recogiendo los derechos de inscripción. Después de que Dwight le pagara comenzó a alejarse, pero mi madre le detuvo y le alargó el dinero. Él la miró y luego miró la tablilla de inscripciones.
—Wolff —le dijo ella—. Rosemary Wolff.
Sin dejar de examinar la tablilla, el hombre le preguntó si quería tirar al blanco.
Ella le contestó que sí.
Él miró a Dwight, el cual se atareó con el rifle. Luego bajó los ojos otra vez y farfulló algo acerca del reglamento.
—Éste es un club de la NRA, ¿no es así? —le preguntó mi madre.
El hombre asintió.
—Pues yo pago mis cuotas como socia de la NRA y eso me da derecho a participar en las actividades de otros clubs cuando estoy lejos del mío.
Dijo todo esto con muy buenas maneras.
Finalmente el hombre cogió el dinero.
—Será usted la única mujer que participe —dijo.
Ella sonrió.
Él anotó su nombre.
—¿Por qué no? —dijo de pronto, inseguro—. ¿Por qué diablos no?
Le dio un número y se alejó hacia otro grupo de tiradores.
Dijeron pronto el número de Dwight. Disparó sus diez tiros en rápida sucesión, casi sin detenerse a tomar aliento y obtuvo un tanteo calamitoso. Un par de disparos ni siquiera dieron en el papel. Cuando anunciaron su tanteo, le pasó el rifle a mi madre.
—¿De dónde has sacado este trabuco? —me preguntó.
Mi madre le contestó:
—Se lo regaló un amigo mío.
—Pues menudo amigo —dijo él—. Ese chisme es una amenaza. Deberías deshacerte de él. Dispara a lo loco —añadió—: Probablemente el alma estará herrumbrosa.
—El alma está perfecta —dije.
Deberían haber llamado a mi madre después de Dwight pero no fue así. Un hombre tras otro fueron a la línea de tiro mientras ella seguía allí mirando. Me puse nervioso y tenía frío. Después de una larga espera, me fui al río y traté de tirar piedras de modo que rebotaran sobre la superficie. Encima del agua flotaba una neblina. Los dedos se me quedaron entumecidos, pero continué hasta que cesó el ruido de los disparos, dejando un silencio en el que me sentí demasiado solo. Cuando volví, mi madre había terminado su turno. Estaba de pie con algunos de los hombres. Otros estaban guardando sus rifles en los coches, pasándose botellas de mano en mano, llamándose unos a otros mientras se alejaban bajo la luz del atardecer.
—¡Te has perdido mi actuación! —me dijo cuando me acerqué a ella.
Le pregunté qué tal lo había hecho.
—Dwight se ha traído a una campeona —dijo uno de los hombres.
—¿Has ganado?
Ella asintió.
—¿Has ganado? ¿En serio?
Adoptó una pose con el rifle.
Esperé mientras mi madre bromeaba con los hombres, riéndose e intercambiando ligeros insultos, sonrojada por el frío y el placer de ser admirada. Luego se despidió y nos dirigimos al coche.
—No sabía que eras socia de la NRA —le dije.
—Estoy un poco atrasada en el pago de mis cuotas —contestó.
Dwight y Pearl estaban sentados en el asiento delantero con el jamón entre ellos. Ninguno de los dos habló cuando entramos en el coche. Dwight se alejó rápidamente y volvió derecho a casa, donde cruzó el vestíbulo y se metió en su cuarto cerrando la puerta tras de sí.
Nos reunimos con Norma y Skipper en la cocina. Norma acababa de sacar el pavo del horno y la casa estaba llena de su olor. Cuando se enteró de que mi madre había ganado, dijo:
—Dios mío, ahora sí que estamos listos. Se cree una especie de gran cazador.
—Una vez mató un ciervo —dijo Pearl.
—Eso fue con el coche —dijo Norma.
Skipper se levantó y fue al cuarto de Dwight. Unos minutos después volvieron los dos, Dwight un poco tieso y violento. Skipper le tomó el pelo con timidez y afecto y Dwight lo encajó bien. Mi madre actuó como si no hubiera pasado nada. Luego Dwight se animó y preparó bebidas para ellos dos y pronto estábamos pasándolo bien. Nos sentamos a la mesa que Norma había puesto y comimos pavo, salsa de menudillos, ñames azucarados y salsa de arándanos. Después de comer, cantamos. Cantamos Harvest Moon, Side by Side, Moonlight Bay, Birmingham Jail y High above Cayuga’s Waters. Recibí cumplidos por saberme todas las letras. Brindamos por Norma por guisar el pavo y por mi madre por ganar la cacería del pavo.
Mi madre seguía estando sonrojada y expansiva. Tanta conversación sobre el pavo le recordó un día de Acción de Gracias que había pasado con mi hermano y conmigo, después de la guerra, en una granja de Connecticut donde criaban pavos. Había escasez de viviendas y nosotros estábamos sin un céntimo, así que mi padre nos dejó con estos granjeros mientras él se iba a trabajar en Perú. Los granjeros eran novatos en el negocio. Antes del día de Acción de Gracias mataron sus pavos en un cobertizo sin calefacción y toda la sangre se les heló en el cuerpo y se pusieron morados. El carnicero local vino a echarles una ojeada. Sugirió que tuvieran a las aves metidas en un baño caliente durante unos días; tal vez eso haría que soltaran la sangre y se pusieran rosa. La bañera que usaron fue la nuestra. Durante casi dos semanas tuvimos estos cadáveres azules flotando en la bañera.
Dwight se quedó callado después de que mi madre contara su historia. Luego contó una él sobre un día de Acción de Gracias que pasó en Filipinas. Los soldados japoneses hambrientos salieron corriendo de la selva y les robaron la comida en sus mismas narices, sin que nadie tratara siquiera de dispararles.
Esa historia le recordó a Pearl las damas chinas. Dwight y Skipper se negaron a jugar, pero los demás aceptamos. Primero jugamos por libre y luego en equipo. Pearl y yo jugamos juntos la última partida. Fue muy, muy reñida. Cuando Pearl hizo el movimiento que nos dio la victoria nos pusimos a dar brincos, a jactarnos y a aporrearnos las espaldas.
Dwight nos llevó a Seattle muy temprano a la mañana siguiente. Paró en el puente que llevaba al campamento para que pudiéramos ver a los salmones en el agua. Nos los señaló, formas oscuras entre las piedras. Habían venido desde el océano para desovar aquí, dijo Dwight, y luego morirían. Ya se estaban muriendo. El cambio del agua salada al agua dulce les pudría la carne. Largas tiras de ella colgaban de sus cuerpos, ondeando en la corriente.