Capítulo 16.

Viernes de Pascua, 25 de marzo - Sábado de Pascua, 26 de marzo

Malin Eriksson se reclinó en el sofá de Mikael Blomkvist. Inconscientemente, puso los pies sobre la mesa —como habría hecho en su casa— y acto seguido los bajó. Mikael Blomkvist sonrió.

—No pasa nada —dijo—. Relájate y siéntete en tu casa.

Ella le devolvió la sonrisa y volvió a poner los pies en la mesa.

Durante el viernes de Pascua, Mikael se había traído todos los papeles de Dag Svensson de la redacción de Millennium. Organizó el material en el suelo del salón. El sábado de Pascua, Malin y él se pasaron ocho horas examinando al dedillo correos electrónicos, apuntes, los garabatos de los cuadernos y, sobre todo, los textos del futuro libro.

Por la mañana, Mikael recibió la visita de su hermana, Annika Giannini. Llevaba consigo la primera edición de los periódicos vespertinos, en cuyas portadas aparecía, a gran formato, la foto de Lisbeth Salander, acompañada de devastadores titulares. Uno de los dos principales vespertinos se centraba en los hechos:

BUSCADA POR TRIPLE ASESINATO

El otro había añadido un poco más de salsa al titular:

LA POLICÍA BUSCA PSICÓPATA ASESINA MÚLTIPLE

Hablaron durante una hora. Mikael le explicó su relación con Lisbeth Salander y las razones por las que dudaba de que ella fuera culpable. Finalmente, le preguntó a su hermana si defendería a Lisbeth en el caso de que la detuvieran.

—He defendido a muchas mujeres en distintos casos de violaciones y malos tratos, pero no soy una abogada penalista —contestó Annika.

—Eres la abogada más lista que conozco y Lisbeth va a necesitar a alguien en quien confiar. Creo que ella te aceptaría.

Annika Giannini reflexionó un instante antes de decir, con no pocas dudas, que, llegado el momento, trataría el tema con Lisbeth Salander.

A la una del mediodía del sábado de Pascua, la inspectora Sonja Modig llamó por teléfono para pasarse a recoger el bolso de Lisbeth Salander lo antes posible. Al parecer, la policía había abierto y leído la carta que Mikael le envió a la dirección de Lundagatan.

Apenas veinte minutos después, Modig se presentó y Mikael la invitó a sentarse con Malin Eriksson junto a la mesa del comedor. Él se acercó a la cocina a buscar el bolso de Lisbeth, que había colocado en un estante situado al lado del microondas. Dudó un instante y, acto seguido, lo abrió y sacó el martillo y el bote de gas lacrimógeno. «Ocultación de pruebas». El spray estaba catalogado como arma ilegal y conllevaría una sanción. El martillo confirmaría, sin duda, el carácter violento de Lisbeth. Eso no era necesario, pensó Mikael.

Invitó a Sonja Modig a tomar café.

—¿Puedo hacerle unas preguntas? —dijo la inspectora.

—Adelante.

—En la carta a Salander que encontramos en Lundagatan, le escribe que está en deuda con ella. ¿A qué se refiere?

—A que Salander me hizo un gran favor.

—¿De qué se trata?

—Un favor de carácter puramente privado del que no tengo intención de hablar.

Sonja Modig lo observó atentamente.

—Por si no lo recuerda, estamos investigando un crimen.

—Y espero que cojan cuanto antes al cerdo que asesinó a Dag y Mia.

—¿No piensa que Salander sea culpable?

—No.

—Y entonces, ¿quién cree usted que mató a sus amigos?

—No lo sé. Pero Dag Svensson pensaba denunciar a un gran número de personas que tenían mucho que perder. Alguna de ellas podría ser la culpable.

—¿Y por qué iba a matar una de esas personas al abogado Nils Bjurman?

—No lo sé. Todavía.

La mirada de Mikael tenía la firmeza de una inquebrantable fe. Sonja Modig sonrió. Conocía el apodo de Kalle Blomkvist. De repente comprendió por qué.

—Pero ¿piensa averiguarlo?

—Si puedo, sí. Se lo puede decir a Bublanski.

—Descuida. Y si Lisbeth Salander se pone en contacto con usted espero que nos avise.

—No cuento con que ella se comunique conmigo y se confiese culpable de los asesinatos, pero si así fuera, haré todo lo que esté en mi mano para convencerla de que se rinda y se entregue a la policía. En ese caso también intentaré ayudarla por todos los medios posibles. Necesitará un amigo.

—¿Y si dice que no es culpable?

—Entonces, espero que pueda arrojar luz sobre los hechos.

—Oiga, señor Blomkvist, entre nosotros, y sin hacer una montaña de un grano de arena, espero que entienda que hay que detener a Salander. Así que no haga nada estúpido si ella contacta con usted. Si se equivoca y resulta que es culpable, no tomarse la situación en serio puede exponerlo a un peligro mortal.

Mikael hizo un gesto de asentimiento.

—Espero que no sea necesario vigilarlo. Supongo que sabe que es ilegal ayudar a una persona sobre la que pesa una orden de busca y captura. Se le podría procesar por proteger a un criminal.

—Y yo espero que ustedes dediquen unos minutos a reflexionar sobre los posibles autores alternativos.

—Lo haremos. Siguiente pregunta: ¿tiene idea de con qué ordenador trabajaba Dag Svensson?

—Tenía un Mac iBook 500 de segunda mano, blanco, de 14 pulgadas. Igual que el mío pero con una pantalla más grande.

Mikael señaló su portátil, que se hallaba allí mismo, sobre la mesa del salón.

—¿Tiene alguna idea de dónde guardaba ese ordenador?

—Dag solía llevarlo en una mochila negra. Supongo que estará en su casa.

—No, allí no lo hemos encontrado. ¿Tal vez en su lugar de trabajo?

—No. He registrado su mesa y ni rastro.

Permanecieron un rato en silencio.

—¿Debo sacar la conclusión de que el ordenador de Dag Svensson ha desaparecido? —preguntó finalmente Mikael.

Mikael y Malin habían identificado a un considerable número de personas que, teóricamente, podían tener motivos para matar a Dag Svensson. Todos los nombres habían sido escritos en unas grandes hojas que Mikael había pegado con cinta adhesiva en la pared del salón. La nómina estaba compuesta, de principio a fin, por hombres que eran o puteros o chulos y que figuraban en el libro. A las ocho de la noche, ya tenían una lista de treinta y siete nombres, veintinueve de los cuales podían ser identificados; los ocho restantes sólo aparecían bajo seudónimo. Veinte de los tipos identificados eran puteros que se habían aprovechado de alguna de las chicas en diferentes ocasiones.

También hablaron de si podrían imprimir el libro de Dag Svensson o no. El problema práctico residía en que gran número de las afirmaciones se basaba en el conocimiento que, a título personal, tenían Dag o Mia sobre el tema, razón por la cual sólo ellos eran capaces de formularlas, pero que un escritor menos ducho en la materia desearía verificar o estudiar con más profundidad.

Constataron que aproximadamente el ochenta por ciento del manuscrito podría editarse sin mayores problemas, pero que se necesitaría una investigación más exhaustiva para que Millennium se atreviera a publicar el restante veinte por ciento. Sus dudas no se debían a una falta de confianza en la veracidad del material, sino única y exclusivamente a su escaso conocimiento del tema. Si Dag Svensson viviera, habrían podido publicarlo sin la menor vacilación. Dag y Mia se habrían ocupado de rechazar eventuales objeciones o críticas.

Mikael miró por la ventana. Había oscurecido y estaba lloviendo. Le preguntó a Malin si quería más café. Su respuesta fue negativa.

—De acuerdo —dijo Malin—. Tenemos el manuscrito bajo control. Pero no hemos encontrado rastro alguno del asesino de Dag y Mia.

—Podría ser alguno de los nombres de la pared —sugirió Mikael.

—Podría ser alguien que no tenga nada que ver con el libro. O podría ser tu amiga.

—Lisbeth —precisó Mikael.

Malin le echó una mirada furtiva. Había empezado a trabajar en Millennium hacía ya dieciocho meses, en medio de aquel tremendo caos surgido a raíz del caso Wennerström. Tras varios años de suplencias y alguna que otra colaboración esporádica, Millennium representaba el primer empleo fijo de su vida. Allí se encontraba a gusto. Trabajar en Millennium era sinónimo de estatus. Tenía una relación cercana con Erika Berger y el resto de la plantilla, pero siempre se había sentido un poco incómoda en compañía de Mikael Blomkvist. No había un motivo claro, pero de todos los colaboradores, Mikael se le antojaba el más reservado e inaccesible.

Durante el último año, siempre llegaba tarde y pasaba mucho tiempo solo en su despacho, o bien en el de Erika Berger. Se ausentaba con bastante asiduidad y, durante los primeros meses, a Malin le dio la sensación de que lo veía más en algún estudio de televisión que en carne y hueso. Viajaba con cierta frecuencia o se hallaba aparentemente ocupado fuera de la redacción. No daba pie a una relación más cordial y, según los comentarios que pillaba de los demás colaboradores, Mikael había cambiado. Se había vuelto más callado y retraído.

—Si voy a intentar averiguar por qué mataron a Dag y Mia, necesito saber más de Salander. No sé muy bien por dónde empezar, si no…

Dejó la frase en el aire. Mikael la miró de reojo. Al final él se sentó en un sillón situado perpendicularmente a ella, levantó los pies y los puso junto a los de Malin.

—¿Te encuentras a gusto en Millennium? —le preguntó de pronto—. Quiero decir, llevas año y medio trabajando con nosotros pero como yo no he parado de andar de un lado para otro nunca hemos tenido tiempo de conocernos de verdad.

—Me encanta —dijo Malin—. ¿Vosotros estáis contentos conmigo?

Mikael sonrió.

—Erika y yo hemos podido constatar, una y otra vez, que nunca hemos tenido una secretaria de redacción tan competente. Pensamos que eres todo un hallazgo. Y perdóname por no habértelo dicho antes.

Malin sonrió, contenta. Halagos del gran Mikael Blomkvist.

—Pero no era eso lo que quería saber —dijo ella.

—Lo que quieres saber es qué relación existe entre Lisbeth Salander y Millennium.

—Tanto tú como Erika Berger sois muy parcos con la información.

Mikael asintió y la miró. Tanto él como Erika tenían plena confianza en Malin Eriksson, pero había cosas que no se podían tratar con ella.

—Estoy de acuerdo. Si vamos a indagar en los asesinatos de Dag y Mia, necesitas más información. Yo soy una fuente de primera mano y, además, soy el vínculo entre ella y Dag y Mia. Empieza a hacerme preguntas y te las intentaré responder hasta donde pueda. Y cuando no pueda contestarte te lo diré.

—¿Por qué todo este secretismo? ¿Quién es Lisbeth Salander y qué tiene que ver con Millennium?

—Verás, hace dos años contraté a Lisbeth Salander como investigadora para un trabajo extremadamente complicado. Y aquí está ya el problema: no te puedo contar qué tipo de trabajo realizó Lisbeth para mí. Erika sabe de qué se trata pero se comprometió a guardar silencio.

—Hace dos años… fue antes de que dejaras KO a Wennerström. ¿Debo suponer que ella se dedicaba a investigar ese tema?

—No, no debes suponer eso. No voy ni a confirmar ni a negar nada. Pero lo que sí te puedo decir es que contraté a Lisbeth para un asunto completamente distinto y que hizo un trabajo fantástico.

—Vale. Por aquel entonces tú residías en Hedestad y, por lo que tengo entendido, vivías como un ermitaño. Y aquel verano Hedestad no pasó precisamente inadvertido en el mundo mediático. Harriet Vanger resucitando de entre los muertos y todo eso. Curiosamente, en Millennium no escribimos ni una sola palabra de su resurrección.

—Como ya te he comentado… no te voy a decir ni mu. Puedes pasarte la vida entera haciendo cábalas pero la probabilidad de que aciertes la considero prácticamente nula —Mikael sonrió—. Pero si no hemos escrito nada sobre Harriet, es porque pertenece a nuestra junta. Dejemos que sean otros medios de comunicación quienes se ocupen de ella. Y en cuanto a Lisbeth, confía en mi palabra. Lo que ella hizo por mí no tiene nada que ver con lo ocurrido en Enskede. Simplemente, no hay ningún tipo de conexión.

—De acuerdo.

—Déjame que te dé un consejo: no adivines, no saques conclusiones. Quédate solamente con que ella trabajaba para mí y que yo no puedo contarte de lo que se trataba. Déjame decirte también que ella hizo otra cosa por mí. En un momento dado me salvó la vida. Literalmente. Tengo una enorme deuda de gratitud con ella.

Malin puso unos ojos como platos. En Millennium no había oído ni una sola palabra al respecto.

—O sea, que, si no lo he entendido del todo mal, la conoces bastante bien.

—Todo lo bien que se puede conocer a Lisbeth Salander, supongo —contestó Mikael—. Probablemente se trate de la persona más cerrada que he conocido en mi vida.

De repente, Mikael se levantó y desvió la mirada hacia la oscuridad exterior.

—No sé si te apetecerá o no, pero yo pienso servirme un vodka con lima —dijo finalmente.

Malin sonrió.

—Vale. Mejor eso que más café.

Dragan Armanskij dedicó las fiestas de Pascua a reflexionar sobre Lisbeth Salander en la casa de campo que poseía en la isla de Blidö. Sus hijos ya eran adultos y habían optado por no pasarlas con sus padres. Ritva, su mujer desde hacía ya veinticinco años, no tenía mayores dificultades en aceptar que su marido, en determinadas ocasiones, se hallara a años luz de ella: se sumía en silenciosas cavilaciones y le contestaba sin mucha atención cuando le dirigía la palabra. Todos los días cogía el coche e iba hasta la tienda del pueblo para comprar los periódicos. Se sentaba junto a la ventana del porche y leía los artículos sobre la caza de Lisbeth Salander.

Dragan Armanskij estaba decepcionado consigo mismo. Le decepcionaba el hecho de haber juzgado tan rotundamente mal a Lisbeth Salander. Que ella tenía problemas psíquicos lo sabía desde hacía ya muchos años. Tampoco le era ajena la idea de que podía volverse violenta y dañar a alguien que la estuviera amenazando. Que hubiera atacado a su administrador —al que ella, sin duda, habría considerado una persona que se entrometía en sus asuntos personales— resultaba, a cierto nivel intelectual, comprensible. Ella veía sus intentos de gobernar su vida como verdaderas provocaciones y tal vez, incluso, como hostiles ataques.

Sin embargo, no le entraba en la cabeza qué la podría haber llevado a ir a Enskede y matar a tiros a dos personas que, según todas las informaciones, le eran completamente desconocidas.

Dragan Armanskij seguía esperando que se estableciera una conexión entre Salander y la pareja de Enskede: que alguno de ellos hubiese tenido algo que ver con ella o que hubiese actuado de tal manera que ella se enfureciera. Pero semejante conexión no aparecía en los periódicos. En su lugar, se especulaba con que la enferma mental Lisbeth Salander hubiera sufrido algún tipo de crisis.

Llamó dos veces al inspector Bublanski para enterarse del desarrollo de la investigación, pero tampoco él era capaz de establecer ninguna conexión entre Salander y Enskede. Excepto la de Mikael Blomkvist. Era ahí donde la investigación daba en hueso. Mikael Blomkvist conocía tanto a Salander como a la pareja de Enskede, pero no había ninguna evidencia de que, a su vez, Lisbeth Salander conociera a Dag Svensson y Mia Bergman, o de que ni siquiera hubiese oído hablar de ellos. Por lo tanto, al equipo investigador le estaba costando mucho trabajo explicar el correcto curso de los acontecimientos. Si no hubiese existido ni el arma homicida con sus huellas dactilares ni el indiscutible vínculo con su primera víctima, el abogado Bjurman, la policía habría ido dando palos de ciego.

Malin Eriksson hizo una visita al cuarto de baño de Mikael y luego regresó al sofá.

—Resumiendo —dijo—, la tarea consiste en decidir si Lisbeth Salander asesinó a Dag y Mia como afirma la policía. No tengo ni idea de por dónde empezar.

—Tómatelo como un trabajo periodístico. No vamos a realizar ninguna investigación policial. Sin embargo, vamos a estar encima de la policía y averiguar lo que ellos saben. Como siempre, aunque con la diferencia de que no vamos a publicar necesariamente todo lo que averigüemos.

—Pero si Salander los ha asesinado, tiene que existir un vínculo entre ella y Dag y Mia. Y el único que hay eres tú.

—Y en este caso no soy exactamente un vínculo. Llevo más de un año sin ver a Lisbeth. Hasta ignoro cómo conocía ella la existencia de Dag y Mia.

De pronto Mikael se calló. A diferencia de todos los demás, sabía que Lisbeth Salander era una hacker de categoría mundial. De repente se dio cuenta de que su iBook estaba repleto de correspondencia con Dag Svensson, así como de las distintas versiones del libro de Dag. Allí había, además, una copia electrónica de la tesis de Mia. Desconocía si Lisbeth había entrado en su ordenador, pero, en el caso de que lo hubiera hecho, podía haber sacado la conclusión de que conocía a Dag Svensson.

Sin embargo, le resultaba imposible imaginar que Lisbeth tuviera algún motivo para ir a Enskede y matar a Dag y Mia. Todo lo contrario: trabajaban en un reportaje sobre la violencia contra las mujeres que Lisbeth Salander apoyaría de todas todas. Si es que Mikael Blomkvist la conocía lo más mínimo.

—Tienes cara de haber descubierto algo —comentó Malin.

Mikael no pensaba decir ni una palabra sobre las cualidades de Lisbeth en el mundo informático.

—No, es sólo que estoy cansado y algo mareado —contestó.

—Bueno, no sólo sospechan de ella por el asesinato de Dag y Mia sino también por el de su administrador, y ahí la conexión está clarísima. ¿Qué sabes de él?

—Nada de nada. Nunca he oído hablar del abogado Bjurman y ni siquiera sabía que Lisbeth tuviera un administrador.

—Pero la probabilidad de que otra persona haya matado a los tres es ínfima. Aunque alguien asesinara a Dag y Mia por sus reportajes, no existe el más mínimo motivo en el mundo para cargarse al administrador de Lisbeth Salander.

—Ya lo sé, y me he devanado los sesos hasta más no poder. Pero me puedo imaginar al menos un escenario en el que un extraño mataría tanto a Dag y Mia como al administrador de Lisbeth.

—¿Cuál?

—Digamos que Dag y Mia murieron porque hurgaron en el comercio sexual y que Lisbeth se vio de algún modo implicada. Si Bjurman era el administrador de Lisbeth, existe una posibilidad de que ella confiara en él y de que eso lo llevara a convertirse en testigo o a enterarse de algo que habría provocado su asesinato.

Malin meditó un instante.

—Entiendo lo que quieres decir —dijo, dudando—. Pero no tienes nada que pruebe esa teoría.

—No. Nada.

—¿Y tú qué crees? ¿Es culpable o no?

Mikael meditó su respuesta largo rato.

—Si me estás preguntando si es capaz de matar, la respuesta es sí. Lisbeth Salander tiene un carácter violento. La he visto en acción cuando…

—¿Cuándo te salvó la vida?

Mikael asintió.

—No te puedo contar de qué se trataba. Pero había un hombre que me quería matar y estuvo a punto de conseguirlo. Ella intervino y le dio una buena paliza con un palo de golf.

—¿Y no le has contado nada de eso a la policía?

—En absoluto. Es algo entre tú y yo.

—De acuerdo.

Mikael le lanzó una penetrante mirada.

—Malin, en este tema necesito poder confiar en ti.

—No voy a revelarle a nadie nada de lo que me cuentes. Ni siquiera a Anton. No sólo eres mi jefe. También te tengo aprecio y no pienso hacerte daño.

Mikael hizo un gesto de conformidad.

—Perdóname —dijo él.

—Deja de pedir perdón.

Mikael se rió y acto seguido volvió a ponerse serio.

—Estoy convencido de que si hubiese sido necesario, ella lo habría matado para defenderme a mí.

—Entiendo.

—Pero al mismo tiempo la veo completamente racional. Rara, sí, pero completamente racional según sus propios principios. Empleó la violencia porque resultaba necesario, no porque le diera la gana. Para matar, le haría falta un motivo: que alguien la provocara y la amenazase en extremo.

Meditó un rato más. Malin lo observaba pacientemente.

—No puedo pronunciarme sobre su administrador. No sé absolutamente nada de él. Pero no me la imagino matando a tiros a Dag y a Mia. Simplemente, no me lo creo.

Permanecieron en silencio durante mucho tiempo. Malin consultó su reloj con el rabillo del ojo y vio que eran las nueve y media de la noche.

—Es tarde. Debería irme a casa —dijo.

Mikael asintió.

—Llevamos trabajando todo el día. Podemos seguir devanándonos los sesos mañana. No, deja eso. Ya lo fregaré yo.

La madrugada del sábado al domingo de Pascua, Armanskij estaba en la cama escuchando los suaves ronquidos de Ritva. No podía pegar ojo. Tampoco él conseguía formarse una idea clara de los acontecimientos. Al final se levantó, se puso las zapatillas y el albornoz, y salió al salón. Hacía frío y echó un par de troncos en la chimenea de esteatita. Abrió una cerveza sin alcohol, se sentó y se puso a mirar la oscuridad del estrecho de Furusund. «¿Qué es lo que sé?».

Dragan Armanskij podía confirmar a ciencia cierta que Lisbeth Salander estaba chalada y que resultaba imprevisible. De eso no cabía duda.

No sabía exactamente qué, pero imaginaba que algo sucedió en aquel invierno de 2003 cuando, de pronto, dejó de trabajar para él, se tomó un año sabático y se fue al extranjero. Estaba convencido de que Mikael Blomkvist tenía algo que ver con aquella desaparición, pero Mikael también ignoraba lo que había ocurrido.

Lisbeth regresó y le hizo una visita. Afirmó ser «económicamente independiente», algo que Armanskij interpretó como que tenía suficiente dinero para arreglárselas durante un tiempo.

También estuvo visitando a Holger Palmgren. Pero ni siquiera se había puesto en contacto con Blomkvist.

Había matado a tres personas, dos de las cuales, al parecer, le eran completamente desconocidas.

«No encaja. No hay ninguna lógica».

Armanskij tomó un trago de cerveza directamente de la botella y encendió un purito. También tenía remordimientos, cosa que había contribuido a su sensación de malestar durante esos días.

Cuando Bublanski lo visitó, él aportó, sin dudarlo ni un instante, toda la información que pudo para que se arrestara a Lisbeth Salander. Que había que detenerla lo veía claro; cuanto antes mejor. Pero tenía remordimientos de conciencia porque la imagen que se había formado de ella era tan mala que lo había llevado a aceptar, sin cuestionárselo lo más mínimo, su culpabilidad. Armanskij era realista. Si la policía se presentaba sosteniendo que una determinada persona era sospechosa de asesinato, la probabilidad de que resultara cierto se consideraba alta. Por lo tanto, Lisbeth Salander era culpable.

Sin embargo, lo que la policía no había analizado era si ella tenía motivos para actuar así: si podría existir alguna circunstancia atenuante o, por lo menos, una explicación lógica de su arrebato de violencia. La misión de la policía era detenerla y probar que fue ella quien disparó, no la de hurgar en su psique para explicar con exactitud el porqué. Se contentarían con dar con un motivo medianamente razonable de sus actos; pero, ante la ausencia de explicaciones, estarían dispuestos a considerarlo todo como un acto de locura. «Lisbeth Salander, otra loca asesina múltiple siguiendo los pasos de Mattias Flink». Armanskij meneó la cabeza.

No le gustaba esa explicación.

Lisbeth Salander nunca hacía nada en contra de su voluntad y sin analizar las consecuencias. «Especial, sí. Loca, no».

Por lo tanto, tenía que existir alguna explicación, por oscura e inaccesible que le pareciera a alguien de fuera.

De repente, a eso de las dos de la madrugada, tomó una decisión.