SIN DIRECCIÓN
Dijo:
¿Por qué no? Nada mejor para una charla que una cerveza.
¿Ha pasado usted hambre alguna vez? Pues eso, una densa niebla y gente en medio de esa niebla. Y uno mismo como hecho de algodón. Los brazos, las piernas y todo lo demás. Escriba usted: el muchacho se llamaba Valet de Picas, el más miserable. En el Mil, los valets solo valen cuarenta puntos. Son los lumpen de las cartas. Cuando hable de otros, también los llamaré del mismo modo: Valet de Diamantes, Valet de Corazones o Valet de Tréboles. Quizá mencione a algunas reinas y un par de reyes. Por desgracia, no habrá ases. Ah, y todavía tenemos a Homero, un tipo la mar de curioso, que dice: Cuando tengas tantos años como yo medallas, entonces sí charlaremos tú y yo. Las ha pasado moradas, se ve a simple vista. Vale la pena escucharlo, aunque cuenta cosas bien duras. Un tipo como sacado de Rififi.
Usted quería que le hablase de los «ilegales», ¿verdad? Ya sabrá que, además de «goliardos», los llamamos «valets». Entre los estudiantes, el valet es una especie de clochard, algo así como el gorrión de San Francisco: no siembra ni recoge y sin embargo se alimenta. El de Diamantes es un valet de verdad, auténtico. Descarriló en segundo curso: tres exámenes suspendidos y se acabó lo que se daba. Y cuando un estudiante es expulsado, pierde el derecho a la residencia. Y como no es de Varsovia, tiene que apañárselas para vivir en alguna parte. Su casa queda lejos, en Olesno o en Iława, ¿y para qué va a volver allí? ¿Dejar Varsovia para caer de cabeza en semejante agujero? Esto, ya se hace cargo usted mismo, es otra cosa: contactos, oportunidades de hacer carrera, la vida está aquí. Así que se «valetea». Los estudiantes de la residencia nunca dejarán de acoger a un compañero, siempre le darán de comer y, así, todo está en orden. Salvo una cosa: el valet se queda sin una dirección. Pero ¿acaso es tan importante?
Homero siempre nos dice lo mismo: Muchachos, ¿qué clase de personas sois? No creáis que no veo lo que estáis haciendo. Te veo a ti, Picas, y a ti, Diamantes, y a ti, Tréboles. Allí, en aquella pequeña tapia junto a la estatua de Copérnico, en la Krakowskie Przedmieście. Mientras la calle bulle de tráfico y movimiento, mientras la gente corre de un lado para otro con la lengua fuera como un perro de caza, vosotros os pasáis el día sentados allí desde la mañana hasta la noche. Si por lo menos alguno se balancease, pero no, os limitáis a permanecer sentados y ya está. ¿Estarán hablando?, me pregunto. No, ¡qué va! ¿Esperarán algo? ¡Tampoco! Un ambiente como entre petrificadas momias. Muy de vez en cuando, alguno de vosotros abre la boca para decir: Pongo una moneda de dos, ¿alguien se agrega al escote? Y empieza un perezoso rebuscar en los bolsillos. Uno encuentra un zloty, otro cincuenta groszys. Lo juntan todo y se dirigen al puesto de la esquina. Allí compran tres botellas de cerveza, que reparten entre los seis. Se la toman sin decir palabra, escupen y nada, y vuelta a callar. Una hora después, alguno se digna decir: Necesito mear. A lo que otro añade: Mea también por mí, que para algo soy tu amo y señor, ¿no? Y nada, y vuelta a callar. El día se acaba, y si al anochecer pasa por allí una muchacha, el Tréboles dirá: Está como un tren, ¿no? Los otros asentirán con la cabeza, removerán los bolsillos y nada, y vuelta a callar. A veces, delante del hotel Harenda se detiene un autocar. Entonces se abalanzan sobre él, o, más exactamente, sobre las maletas de los turistas para llevárselas a la recepción. Así se sacan unos cinco o diez zlotys, suficiente para unas cervezas. No está mal. ¿Os creéis que no veo con qué os alimentáis? ¡Con la cerveza, y para de contar! A lo que el Tréboles le espeta a la cara: Los que hablan demasiado siempre acaban soltando alguna inconveniencia.
El Tréboles es todo un filósofo, ¡más listo, el tipo! Pero le falta fuerza, energía. Me parece que la fuerza nos falta a todos. ¿Se habrá esfumado o qué? El Tréboles es bueno en las cartas. Toda una autoridad. Ya sabe, hay que pasar de alguna manera las horas nocturnas. Leer, no leemos, el teatro cuesta dinero y pocas veces tiene uno ganas de cine. Así que quedan las cartas. Todo lo que se pueda: póquer, bridge, lo que sea. El Tréboles es un tipo con suerte. Se reúnen en una habitación de la residencia, que enseguida parece un paisaje de otro planeta: un casino. Seguro que se hace cargo usted mismo: todo oscuro del humo del tabaco, el susurro de las cartas, un montón de hinchas… Una partida de póquer con todas las de la ley. Hasta el alba, hasta la mañana. A veces se juega con dinero, pero como el dinero no abunda, se usan vales de comedor. O prendas de ropa. En una habitación había un día una montaña de ropa. Un tipo perdía la chaqueta, la dejaba, se inclinaba en una reverencia y salía. También hay fanáticos que no se lo piensan dos veces y se juegan la beca. Y, después, todo un mes de ayuno. Pero así es el juego de azar, poca broma. Jugar a las cartas significa experimentar fuertes sensaciones. No hay que hacer ningún esfuerzo y, sin embargo, se vive a tope. El día no se ha perdido. Muy agradable. Es Franek quien tiene la banca. Reparte, nos ponemos a jugar y, mientras, pasan julios y mayos, se hunden en la tórrida arena… Es de un poema, no recuerdo cómo sigue.
Cuando el Tréboles gana, nos paga unas rondas. Ay, la dolce vita. En esos casos, procedemos metódicamente. Primero, muy dignos nosotros, vamos al Harenda. Con doscientos zlotys en el bolsillo, ¡somos millonarios! Después de una charla en el café, acompañada de una pequeña consumición, nos dirigimos al Cristito. Siempre está lleno, ¿conoce usted el local? Nos tomamos unas cervezas negras y ¡hala!, a la Iglesita se ha dicho. Allí ya comienza el vino. Un par de copas, una pequeña charla, inclinaciones de cabeza hacia las mesas vecinas, al fin y al cabo todos se conocen. La cortesía es obligatoria: la guardia personal del Tréboles tiene modales.
Cuando el pagano es el Corazones, es a él a quien hacemos de guardia. Y así sucesivamente, alternándonos. El Picas es el único que no invita nunca. Miseria y compañía. Jamás ha tenido una guardia personal, ni una sola vez. Después de la Iglesita, la siguiente etapa es el Fukier. O el Café Kicha. O la Dziekanka. En todas partes se percibe el familiar y ácido olor a fermentado, hay humo y bullicio, una delicia. A veces vamos donde la Abuela, en la calle Oboźna. Oh, esa sí que tiene una mansión la mar de curiosa: una casucha que se cae de vieja y en ella, un tenducho con cuatro golosinas en los escaparates. Eso sí, todas las paredes están cubiertas con pinturas abstractas. Obras del talento. Se las dan los estudiantes de Bellas Artes a cambio de cerveza. De todos modos, la Abuela fía. Sobre las cajas suelen sentarse algunos cocheros para beber con futuras artistas plásticas. El látigo está en un rincón y la estudiante, cara a cara con el cochero. Los aurigas tienen pasta, eso ya lo sabrá usted. Nos dejamos caer por allí un día y fíjese qué estampa: sobre una caja está sentada una joven pintora anegada en lágrimas. Preciosa. Claro, cuando alguien es tan guapo, no puede sino ser infeliz.
Hay veces que no vamos tan apretados. Es cuando alguno recibe un poco de dinero de casa o por alguna chapuza. Entre nosotros hay chicos que publican sus cosillas en diversas revistas, así que de cuando en cuando caen algunos zlotys. Entonces compramos vino y vamos a la residencia. Ya se sabe cómo se desarrolla el resto. Alguien cuenta uno o dos chistes. Los que saben chismorreos del mundo literario son los más solicitados. Lo normal, ya sabe, quién con quién y más de lo mismo. Las intervenciones son estándar: ¡A llenar las copas! ¡Arriba, abajo, al centro y pa dentro! ¡Y a beber, que son dos días! Y la noche llega sin que lo adviertas. Las chicas, cuando tienen ganas de empinar bien el codo, lo hacen por su cuenta. Como se encierran en una habitación, nosotros no tenemos medios para saber qué hacen allí.
Una vez Homero nos soltó lo siguiente: Con vosotros, dijo, solo se puede hablar cuando estáis piripis. En vuestro interior no hay vida, ningún deseo, ningún fuego. El aburrimiento os envuelve como un capullo mojado. Tú, Corazones, ¿qué emociones has vivido, pollito? ¿Qué sabes tú del mundo? Cuando hablo contigo siempre tengo la impresión de que duermes. Te despierta el tintineo de las copas de vino, abres los ojitos y ya parece que te has espabilado un poco, que algún pensamiento pugna por salir de tu cabeza, un momento más y empezará a latir el corazón, cuando constato con horror que te vuelves a dormir. Caminas, hablas, haces muecas, a veces incluso te ríes, pero todo esto lo haces dormido. Lo tuyo es modorra, un letargo viviente. ¿Sabes lo horroroso que es intentar retenerte en la mano como resbaladizo pescado? Es que tú estás y al mismo tiempo no estás. No paro de pensar en qué sitio debo darte para sacar de ti algo grande, algo hermoso. Yo siempre había creído que ese algo anidaba en todos los jóvenes. Pero ahora dudo. Cuando Homero suelta un discurso semejante, el Tréboles de nuevo tiene que apaciguarlo.
Es con el Tréboles con quien mejor me entiendo. Una mente privilegiada. Siempre lo verá usted con un libro, y siempre diferente: Cómo cuidar de la motocicleta WFM, Voy a ser madre, Introducción a la Sagrada Biblia, Cien recetas para los enamorados… No los lee, pero siempre lleva uno encima. Ahora lo importante son las apariencias. Y el Tréboles es bueno en eso de aparentar. Lo echaron de Periodismo, pero conserva la chispa. Usted también es periodista, ¿verdad? Almas gemelas. Cuando no juega al póquer, el Tréboles escribe sus cosillas. En verano trabajó en la playa, en el ámbito de la cultura: pinchaba discos en la emisora local. Todos intentamos hacer algo. El Diamantes, por ejemplo, se ha empleado con unas monjas que, en el barrio de Powiśle, tienen un asilo para niños ciegos. El Diamantes les corta leña, arregla la luz, repara muebles… Y se mantiene a flote. El Corazones trabajó de portero. Yo, a mi vez, hago algunas chapuzas en la cooperativa estudiantil Plastuś. Hay de todo, encargos mejores y peores: fregar suelos, acarrear carbón, sacudir alfombras… ¿No tendrá usted algo para mí? El Picas no hará ascos a nada. Todo lo contrario que el Tréboles, que es un aristócrata. A decir verdad, todos los valets somos la aristocracia. Una élite. Un acento exótico de la hermandad estudiantil. Nosotros estamos en lo alto; y abajo, una muchedumbre de empollones. Aunque en realidad, tampoco estoy seguro de que empollen tanto. Un estudiante que estudia es un malentendido, una trágica equivocación. Los de la Politécnica sí que se rompen un poco los codos, pero ¿qué se puede esperar de gente que estudia para ingeniero? Los «politécnicos» son unos palurdos, gente del campo que hace carrera en la ciudad. Ningún humanista con dos dedos de frente va a quemarse las cejas. ¿A santo de qué iba a hacerlo? ¿Y qué iba a empollar? ¿Manuales que son papel para reciclar? ¡Nos tienen envidia! Nos envidian porque, mientras ellos tiemblan ante sus catedráticos, corren de clase teórica a clase práctica y redactan trabajos, nosotros estamos por encima de todo eso.
Lo cierto es que hay que crear. El verdadero valet debe ser un artista. Poesía, drama, prosa, en definitiva, literatura. La fama y el pan. El Diamantes da el ejemplo. Cuando escribe un cuento, va con él a una de las habitaciones de la residencia; si es noche cerrada y todo el mundo duerme, los despierta y le dice: Os voy a leer una nueva obra en prosa si me dais algo de comer. Y lee, y nunca le niegan un pedazo de pan. A veces incluso con manteca. Los demás hacen otro tanto. Los que mejor lo tienen son los poetas. Gozan de popularidad, sus obras son escuchadas. Solo Homero se burla: ¡Qué literatura ni qué niño muerto! ¿Qué tendréis vosotros que decir? ¿Qué verdad pretendéis anunciar a gritos? Diamantes, yo era más joven que tú cuando dos bandidos[15] me ataron a un árbol, se sentaron al lado, encendieron sendos cigarrillos, sacaron una lima y se pusieron a afilar una sierra. Decían que era por humanitarismo, para serrarme por la mitad con un corte bien limpio. No sé describirlo, pero convendrás conmigo en que tengo materia, ¿no? ¿Has visto tú la muerte? ¿Conoces el amor? ¿Te has muerto de sed? ¿Te ha devorado la ambición? ¿Te han ahogado los celos? ¿Has llorado de felicidad? ¿Te mordiste los dedos de dolor? A ver qué me contestas a eso. Como si yo no supiera cómo vivís, Diamantes. Entre algodones. Ríete todo lo que quieras, pero yo te digo que vivís entre algodones. No te lo reprocho, pero tampoco te envidio. Un día te estuve buscando en la residencia. Y ten en cuenta que era ya por la tarde. Entro en una habitación y ¿qué veo? Todos duermen. Entro en una segunda, lo mismo. La tercera, igual: todo el mundo está durmiendo. ¿Qué demonios? ¿Queréis escribir libros? ¿Hacer películas? ¿Sobre qué, si no te importa contestarme?
Pero lleva las cosas demasiado lejos, pues entre nosotros, más que hacer películas, lo que quiere la gente es hacer de extras. Antes sí, al menos eso se dice, todo el mundo quería crear grandes obras, inventar vete a saber qué maravillas, dirigir películas y hasta gobernar. Ahora se contentan con hacer de extras. Suficiente.
Basta con los problemas que hay. Y no son moco de pavo. Pero vayamos por orden: Cómo conseguir plaza en una residencia. Al dejar de ser estudiante, uno pierde el derecho a la que tenía. Así que hay que apañárselas esquivando lo legal. Hay muchas maneras. Por ejemplo, el Corazones y el Tréboles lo hacen así: entran juntos, uno distrae a la conserje con una conversación y, mientras, el otro sube corriendo a cualquier planta superior. Ella lo persigue y, entonces, el primero se escabulle por otra escalera. Y así, los dos están dentro. El siguiente paso es encontrar una habitación. Vamos de amigo en amigo. Como les caemos bien, ninguno se niega a ayudarnos. Y una de dos: o hay una cama libre, o se pone un colchón sobre el suelo. Los compañeros se contentan con una manta de menos. Se duerme divinamente. A veces, las autoridades nos sorprenden en una inspección en medio de la noche. Los chicos nos esconden en los armarios, tapándonos con los abrigos. Pero si, pese a todo, nos descubren, no hay tu tía; nos ponen de patitas en la calle. Aunque a veces también ocurre que entre los miembros de la comisión de control se cuele uno de los nuestros, un valet, y entonces cubre a los demás. Es que todos nosotros nos conocemos bien.
Lo más difícil es llenar la barriga. Por la mañana, hay que agenciarse un desayuno en el comedor de la residencia. Los compañeros darán la mitad del suyo, el pan es lo de menos, siempre hay de sobra. Como también siempre hay alguien dispuesto a dejar unas monedas para el tabaco. En cuanto a la comida del mediodía, se reduce a la sopa. Es que para la sopa no piden vale. Se puede coger dos platos, a veces hasta tres si hay suerte. El pan está sobre las mesas. Así, al final uno anda con la tripa llena. Y cuando no, la llena con la cerveza. También de cerveza vive el hombre.
Pedimos otra caña, ¿vale? ¿Por qué se le ha ocurrido tirarme de la lengua? Yo nunca hablo así, ni tampoco pienso así. Si pensase como Homero, sería un vejestorio. Y soy joven, ¿no? Dígamelo usted, por favor, porque uno nunca acaba de saberlo a ciencia cierta.