Agradecimientos

Por naturaleza, un contador de historias es un plagiario. Todo lo que se cruza con él —cualquier incidente, libro, novela, episodio vital, historia, persona, recorte de noticias— es un grano de café que será machacado, mezclado, y al que se añadirá un toque de cardamomo, a veces una pizca de sal, se hervirá tres veces con azúcar y se servirá como cuento humeante y recién hecho. Os hago una breve lista de las fuentes que han proporcionado la mayor cantidad de granos: Las mil y una noches (versión no censurada), las Metamorfosis de Ovidio, el Antiguo Testamento, el Corán; Flowers from a Persian Garden, de W. A. Clouston; Cuentos italianos, de Italo Calvino; Kalila wa Dimna (versión no censurada); The Delight of Hearts, de Ahmad al-Tifashi; The Ring of the Dove, de Ibn Hazm; Stories and Scenes from Mount Lebanon, de Mahmoud Jalil Saab; la Ilíada, de Homero; The Devil’s Larder, de Jim Crace; Las cartas de Abelardo y Eloísa; Maktoob, de Ida Alamuddin; las obras de Shakespeare, numerosos sitios de internet dedicados a las leyendas populares y bastantes libros de relatos tradicionales sirios y libaneses que compré por un penique a vendedores ambulantes.

Esta es una obra de ficción. Tal vez suene innecesario, una afirmación de lo obvio, pero merece la pena repetirlo. Nada de lo que aquí se cuenta debería considerarse hecho o biografía. La figura de Baybars tiene poco que ver con el personaje histórico, el bey no representa a ningún líder de clan real ni a ninguna familia en concreto, y los elementos religiosos que aparecen son fruto de mi invención y se ajustan a las necesidades narrativas (hasta donde yo sé, Zainab no aparece en las capillas, ni nadie venera a una Virgen de Zainab vestida de azul). El cuento de Baybars está basado en leyendas orales así como en un libro escrito por un auténtico hakawati que llegó a mi poder de manos de Maher Yarrar, de la Universidad Americana de Beirut (un regalo principesco). Los lectores que deseen estudiar la historia de Baybars pueden acudir a: The Lion of Egypt: Sultan Baybars I and the Near East in the Thirteenth Century, de Peter Thorau.

Guardo una deuda con la John Simon Guggenheim Memorial Foundation por una prolongada y generosa beca. Gracias también a mi extraordinaria editora, Robin Desser, siempre incansable y entregada; a Joy Johannessen, que no paró de sacudir el árbol hasta hacer caer toda la fruta podrida; a Asa DeMatteo, Barbara Dimmick, Jim Hanks y William Zimmerman, unos lectores que nunca se cortaron a la hora de señalar los fallos de mi escritura. Deseo dar las gracias a Lily Oei, Carlo Togni y Eric Glassgold por hacerme la vida más fácil.

Todo lo que sé sobre palomas lo he aprendido de expertos de Beirut que fueron lo bastante amables como para contarme sus historias. Todo lo que sé sobre guitarras lo aprendí de George Peacock, de Peacock Music en San Francisco. Todo lo que sé sobre maqâms lo aprendí escuchando al inimitable Muñir Bashir.

Y, por último, este libro no sería lo que es sin la colaboración de casi todos los libaneses que conozco, e incluso la de aquellos que no conozco tanto. El Líbano es una nación de hakawatis, y a ninguno hace falta pedirle dos veces que te cuente una historia. En realidad, a la mayoría no hace falta ni pedírselo.

«He oído que buscas historias. Deja que te cuente una.»

«¿Quieres historias de palomas? Sé historias de palomas.»

«Te contaré una historia. Puedes incluirla en el libro, pero no se la puedes contar a nadie. Es privada.»

«Tienes que escribir sobre mi tía loca. En serio. Escucha…»

Gracias.

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