Capítulo 19
La decisión
Arif, Martyn y Jade habían navegado río abajo con el bote pequeño al amparo de la oscuridad hasta llegar a la escalera del Larimar. Las puertas de dos hojas que daban al salón de banquetes estaban abiertas de par en par. Para no llamar la atención y evitar que las patrullas vieran el bote, lo habían entrado por la escalera y lo habían metido en la sala a oscuras. Los cuatro estaban en la habitación de Jakub con las ventanas y los postigos bien cerrados. Había dibujos de Jakub esparcidos por todo el suelo, pero en ese instante los dos hermanos solo tenían ojos para la fotografía de Tishma. El color rojo intenso del vino que Martyn había servido brillaba a la luz de la única vela.
Reinaba un ambiente extraño, de tribulación y cautela, como si de pronto Jade y los hermanos ya no se conocieran. Jade se dio cuenta de que Martyn la miraba con un cierto respeto. Tenía el lado derecho de la cara a oscuras, mientras que en el izquierdo la luz de la pequeña vela hacía que sus rizos claros brillaran como llamas.
—Realmente, tu madre parecía humana —dijo Arif. Jade casi le podía oír los pensamientos. ¿Jade, la de las gentes del río, o Jade la eco?
Como tantas otras veces en esa tarde, Arif se frotó la frente dolorida, sumido en sus pensamientos. Llevaba un moretón en el ojo, fruto de una disputa ante la iglesia puesto que, naturalmente, se había enfrentado a los cazadores para poder acercarse a Elanor.
—No sé qué es lo que más me cuesta creer —rezongó—. Que tú seas uno de ellos o que hayas ayudado a los rebeldes.
La rabia de su voz intimidó incluso a Jade. Ella pensó en Elanor, sufriendo de hambre y de sed en la jaula, y volvió a sentir esa punzada de vergüenza.
—Las cosas son como son —dijo Jakub, en tono seco—. Ahora mismo, culpar a unos a otros no nos ayudará. El tiempo corre, también para Elanor. Si hemos de hacer caso a Ben, los rebeldes ya están reuniendo sus armas.
Jade se topó con la mirada de Martyn. Por primera vez en la vida, no podía ni siquiera intuir qué estaría pensando. El se la quedó mirando ensimismado, hasta que ella enrojeció y apartó la mirada.
—A Elanor la “tomaron bajo custodia” —dijo Jakub con énfasis—. ¡Nada menos que “bajo custodia”! Es lo que me dijeron hoy cuando estuve en casa del prefecto. Según dicen, ella no es más que un aval para que vosotros trabajéis más rápidamente y con más esmero. Bueno, ¿qué os parece? En cuanto las turbinas vuelvan a funcionar, dejarán a Elanor libre.
—¡Eso es un pacto sanguinario! —bramó Martyn—. Necesitaríamos por lo menos diez días. Y aunque den agua a Elanor y ella logre sobrevivir tanto tiempo, yo ya no creo en promesas.
Jade sintió un gran alivio en ese mismo instante. Le hubiera gustado abrazar a Martyn. Pero Arif resopló con desdén y apartó a un lado dos bocetos de Jakub.
—¿Qué pretendéis? ¿Y si las bombas dejan de funcionar? ¿Y si la corriente cambia? Los cazadores nos están vigilando: no podemos tomar el transbordador sin llamar su atención. Y, aunque pongamos en marcha las bombas, ¿quién nos asegura que el plan surtirá efecto? ¿Quién dice que el príncipe de la sangre de agua logrará emerger?
—¡Nadie! —exclamó Jade—. Pero hay algo que ocurrirá seguro si no lo intentamos por lo menos: la Lady se quedará con vuestro río. Y Elanor no será la única que sufrirá.
La expresión dura en torno a la boca de Arif se agravó.
—¿Y si los ecos regresan nos ahogarán en el río, igual que en su tiempo hizo la Lady con sus enemigos?
“¡No me lo puedo creer!” gritaba Jade en su cabeza.
—¡Pero ¿cómo puedes dudar?! Elanor va a morir, ¿es que todavía no te has dado cuenta?
Jakub le advirtió con un gesto que se refrenara. Ella prosiguió conteniéndose con dificultad:
—No se trata de aupar al príncipe al trono, sino más bien de arrebatárselo a la Lady. Nada es como antes. En otros tiempos, los ecos eran los amos de la ciudad, pero hoy esta pertenece a los humanos.
—Nada es como antes —musitó Arif. Su voz tenía un deje amargo y resignado, y Jade no pudo más que sospechar que él pensaba en sus padres y en generaciones pasadas que habían seguido a la Lady de un río a otro.
Martyn miró a su hermano de soslayo; Jade se dio cuenta de que también él ardía de impaciencia. Como hermano menor, tenía que esperar a que el mayor decidiera, pero era evidente que esa noche también para las gentes del río regían otras normas.
—Podemos hacerlo —aseveró Martyn, si bien al decirlo no se dirigió a su hermano, sino a Jade—. Si Arif decide en contra, lo respetaré, pero entonces ya se me ocurrirá algo a mí. No estoy dispuesto a ceder a la Lady una vida sin más.
Jade y Jakub contuvieron el aliento.
Arif se quedó mirando a su hermano como si no lo hubiera visto nunca.
—¿Es que ahora eres tú quien dice lo que tengo que hacer? —atronó poniéndose de pie en actitud amenazadora.
Martyn se incorporó y cruzó los brazos.
—Te diré lo que haré. Voy a mirarme detenidamente los planos y me buscaré un bote que no llame la atención. En las Peñas Rojas tenemos la barca de repuesto para cargas pequeñas. Si los planos y descripciones de Jakub están bien, esos conductos aguantarán cien años. Y aquí… —Levantó una página y señaló un canal— hay incluso un acceso a las esclusas adicionales.
—En esa época tú apenas tenías un año —dijo Arif con tono sombrío—. No te acuerdas de nada. Tú no tuviste que ver cómo los buzos intentaban rescatar sin éxito a nuestros padres.
Jade tenía las manos entrelazadas, y Jakub estaba tan nervioso que la arruga del entrecejo le partía la frente formando un surco profundo.
Los hermanos estaban en pie cara a cara, sol y luna, irreconciliables y a varias leguas de distancia.
Martyn estaba pálido.
—Tienes razón —musitó en voz baja pero con energía—. Claro que tienes razón.
Pero, Arif, yo no pienso agarrarme al pasado. Por pequeña que sea la oportunidad, tengo que intentarlo.
Jade habría podido jurar que en cualquier momento Arif arremetería a gritos contra Martyn o lo abofetearía; sin embargo, en ese preciso instante, en el rostro de ese hombre rudo se dibujó una sonrisa desabrida.
—¿De verdad crees que tú lo lograrías? ¡No tienes ni la más mínima opción! Tú, pipiolo, no tienes ni idea de cómo van las corrientes. Para eso necesitamos a Nama.
Jade y Martyn empezaron a sonreír a la vez.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó Jakub, juicioso.
—Por lo menos, medio día —respondió Arif sin apenas optimismo—. Y eso siempre que sea posible.