Capítulo 10
Los ojos medianoche
Creer con la luz de día que los ecos no eran bestias era una cosa. Pero intentar creerlo de noche, era otra muy distinta. Las palabras de Faun no dejaban de dar vueltas en su cabeza.
Tras una hora de espera el transbordador de los Ferynal aun no había aparecido; Jade dejo una señal de tiza para Martyn en la pasarela y, decepcionada, emprendió el camino de vuelta a casa. Tenía la sensación de ser observada, pero cada vez que daba la vuelta no veía más que calles desiertas. No había luz en ningún sitio. Se pregunto si acaso el suministro de electricidad había cesado por completo. La oscuridad jugaba con ella, acechándola, fingiendo pasos aquí y allá. Completo corriendo los últimos metros hasta llegar al Larimar; con el corazón agitado dio un salto para llegar a la puerta trasera, la abrió con las manos temblorosas y se escurrió al interior. Al hacerlo, dio con el pie contra una caja. En aquel silencio, el leve estrépito retumbó como un trueno. Jade se detuvo asustada. El pasillo estaba ocupado por unos bultos oscuros. Si no quería volver a tropezar necesitaba luz. En el alféizar de la ventana encontró fácilmente unas cerillas y una pequeña lámpara. En la mecha solo quedaba un último resto impregnado de aceite. La minúscula llama titilo débilmente, pero su luz bastaba para mostrar a Jade los obstáculos que había en el pasillo: más cajas y sacos de comida. La Lady seguía cuidando muy bien de sus huéspedes.
Jade se acerco de puntillas a la escalera y aguzo el oído. No se oía nada. Hasta donde alcanzaba su memoria, era la primera vez en que incluso los fantasmas de Larimar habían callado y en el edificio reinaba un silencio absoluto. Sin darse cuenta, acelero el paso y ascendió por la sinuosa escalera. La barandilla de latón se deslizaba fría bajo las palmas de sus manos. Fue avanzando sumida en la diminuta isla de luz que iba penetrando en aquel mar de oscuridad. La ventana estrecha al pie de la escalera que daba a la calle la miraba como un ojo ciego y brillante. Había olvidado que existía de tantas veces como había pasado delante de ella.
Se detuvo cerca del ventanuco y permaneció quieta un momento bajo la temblorosa luz. En la escalera había algo brillante. Jade se inclino con cuidado y vio pasador de cobre con la forma de la luna creciente. Tenia que ser de Lilinn. Se agacho para recoger la joya. A punto estuvo de no percatarse de un movimiento en la ventana.
Apenas fue un centelleo, un mero amago, pero Jade levanto la cabeza y miro hacia la ventana.
Una criatura monstruosa la estaba mirando con las zarpas extendidas en el aire, quietas, como si estuviera dispuesta a saltar. Tenia la piel negra y los ojos brillantes eran de color blanco. Saco las garras.
Jade gritó y retrocedió asustada. En aquel mismo instante, el rostro demoníaco de color negro cambio de expresión. Era evidente que esta cosa había buscado a Jade y la había encontrado. En la oscuridad, sus fauces parecían una herida abierta. Los dientes brillaban, largos, torcidos y listos para matar.
Apenas se dio cuenta de que la lámpara de aceite se le escapaba de las manos, ni oyó tampoco como se rompía. Una oscuridad repentina la envolvió, y Jade se echo a correr, trastabillando y sin saber hacia donde se dirigía. Cayo por la escalera, se incorporo de nuevo, siguió corriendo y de pronto choco contra algo que cedió levemente. Era un cuerpo. Jade se agarro instintivamente a el con fuerza hasta el punto que ambos dieron contra el suelo. El corazón se le detuvo un instante y luego empezó a latir tan rápido que se sintió acalorada y mareada. Quiso gritar, pero la fuerza del impacto la había dejado sin aire. El polvo de la alfombra, que olía a baldosas y a podredumbre, se le metió en la nariz. Un aliento cálido se deslizo por sus mejillas y una cabellera le acaricio el rostro. Noto que unos brazos rodeaban su cuerpo en actitud protectora. Entonces reconoció ese otro olor que le resultaba tan familiar.
—¡Faun! —farfullo con voz ahogada.
Había podido llorar de alivio. Estaban tendidos con los cuerpos entrelazados delante del ascensor, y ocultos de la vista de aquel monstruo de la ventana.
—Allí fuera… —empezó a decir ella sin más—. En la ventana…
—Ya lo se —musito el—. Lo has traído hacia ti. Seguramente te ha seguido hasta casa. ¡Ya te lo advertí!
Jade estaba demasiado aturdida para reaccionar ante aquella recriminación. Noto que Faun temblaba y que el corazón le latía tan rápido como a ella.
—¿Tu también lo has visto? —susurró ella.
Asintió.
—¿Qué era eso? —murmuró.
El tomo saliva.
—¿No lo sabes? —preguntó él con voz ronca. Pero si, si que lo sabia, se dijo. Martyn tenía razón. Seguramente hay especies distintas.
Faun inspiró profundamente y pareció tranquilizarse un poco. Por primera vez, Jade pudo aspirar por completo su olor: la piel le olía a bosque y a invierno, a musgo y a helechos, y un poco también a nieve. Era una fragancia que la mareaba y la confundía. Durante un largo instante, olvido que tenía motivos para odiar a Faun y se debatió contra el impulso de estrecharse en sus brazos sin más y hundir la cabeza en su hombro.
—Pero ahora ya se a marchado —le dijo el en voz baja—. No tienes nada que temer.
—¿Cómo lo sabes?
—¡Mira la ventana!
Erguirse le costo un gran esfuerzo. Faun aflojo los brazos, pero no la soltó por completo. Jade se incorporo con el corazón acelerado y se inclino hacia delante, hasta poder vislumbrar el otro lado del ascensor. El cuadrado iluminado de la ventana estaba vacío.
—¿Y… si regresa? —musitó.
Faun no dijo nada, y aquella respuesta resultó suficientemente horripilante.
Lo único que percibía de Faun era su silueta negra, irreal, como si de un sueño se tratara. Tuvo la certeza de que él la miraba fijamente desde la oscuridad. La idea de que aquel monstruo estuviera merodeando en esos instantes por el Larimar la sacaba de quicio, pero aquel temor llevaba emparejada también otra cosa: el deseo de que Faun no la desasiera.
—Jade —susurró el.
Y de pronto la atrajo hacia él y la abrazó con tanta intensidad que parecía no querer soltarla nunca más. Era un gesto que parecía ocultar cierta desesperación. El cuerpo de Jade reaccionó maquinalmente en tanto que su pensamiento continuaba totalmente desconcertado, y, tras rodearle la cintura con los brazos, se apretó contra el y aspiró aroma a bosque y a piel, como si fuera una bebida deliciosa.
“¡No debería hacer esto! —atronaba en su interior el sentido común—. ¡Es tu enemigo! ¡Estas abrazando a tu enemigo!”.
Faun deslizó los dedos con cariño por la cabellera y ella notó, estremecida, que sus labios le acariciaban la frente.
—No tengas miedo —murmuró él con tono tranquilizador—. Mientras yo esté aquí, no permitiré que te ocurra nada.
Ella quiso librarse de aquel abrazo y huir, pero no consiguió ni siquiera moverse. Con una cautela infinita, él le pasó las manos en la cara. Aquel contacto tan agradable le provocó un estreñimiento que le recorrió toda la piel. Faun le acarició los párpados y los pómulos. El futuro y el pasado se desvanecieron en la nada, y cuanto quedó fue aquel instante y el aliento de Faun en sus labios.
Entonces los labios de él encontraron su boca y Jade olvidó incluso aquel último pensamiento. Faun la besó con una delicadeza que a ella no la pareció propia de el, y Jade no pudo más que responder a aquel gesto. Jamás había sentido algo igual. De golpe comprendió por qué los besos con Martyn se habían agotado. Era la diferencia entre amistad y… ese territorio desconocido. Los labios de Faun se apartaron de los de ella, como para tomar aliento. Jade notó que él temblaba.
—Creía que no me podías ni ver —dijo ella en voz baja.
—¡Oh, Jade! —susurró él.
Jade se dio cuenta de que al oír esas palabras, él sonreía. El primer beso había sido un intento delicado, pero el segundo le robó el aliento y la sumió en una oscuridad de color rojo encendido y en la calidez. Fue agradable y doloroso a la vez, como una risa entre lágrimas. En él se agazapaba la pérdida y el temor a lo que ocurriría mas adelante.
Fue al cabo de un buen rato que se soltaron, con los labios y la sangre encendidos. La realidad regresó como un huésped educado, aproximándose de nuevo con lentitud, y Jade notó entonces la alfombra el frío y oyó, amortiguado y lejano, el murmullo del Willa. En ese momento, respirar resultaba extraño. Era como si hubiera perdido el asidero, y se precipitara al vacío en picado. Supo entonces que nada volvería a ser como antes. El Larimar no se había movido, pero su mundo sí lo había hecho. Jade había atravesado un umbral, y se balanceaba en la pequeña cresta que separaba el ayer del mañana. Extendió la mano y palpó el cuello y la cara de Faun. Sonrío cuando él inclinó la cabeza y apoyó la mejilla en la mano de ella.
—¿Lo lamentarás? —pregunto él con un carraspeo.
Jade apenas daba crédito a sus oídos. Faun, aquel Faun altivo y burlón, era ahora un ser atento y temeroso.
Un ruido los sobresalto. “¡El eco!”. Aquel fuel el primer pensamiento de pánico de Jade. Los dos se pusieron de pie rápidamente. Faun pasó un brazo en torno a ella, como para protegerla.
Una luz amarillenta iluminaba los contornos de la escalera; en la primera planta alguien hacía oscilar una lámpara de aceite. Aquel amago de luz basto para que los dos se pudieran mirar a la cara, sin aliento y nerviosos. En ese instante sellaron un pacto mudo.
—¿Jade? —preguntó alguien en voz baja—. ¿Eres tú?
¡Lilinn!
—Sí, tranquila —murmuró Jade—. Estoy bien. Yo… no he visto a Martyn, lo he esperado mucho rato, pero seguro que esta noche ya no echarán el ancla.
Al oír el nombre de Martyn, Faun apretó con más fuerza su brazo en torno a ella.
Lilinn suspiró, claramente aliviada.
—¡Maldita sea, Jade! ¡Me has dado un susto de muerte! Has tenido suerte de que Jakub no se haya despertado.
—¡Tranquila! ¡Ahora subo!
Se soltó a su pesar de Faun, pero, en el momento en que se dispuso a tomar la escalera, él la retuvo. Durante un segundo quedó de nuevo sumida en su abrazo.
Su voz parecía carecer de cuerpo, era apenas un pensamiento convertido en sonido.
—Mañana —susurró él—. Tam se quedara por la noche en palacio, pero yo regresaré.
Y desapareció de inmediato, sigiloso, como si no hubiera sido más que un sueño. Jade no oyó ni siquiera sus pasos y se preguntó cómo Faun era capaz de moverse en la oscuridad con esa sorprendente seguridad.
—¿Jade? —preguntó Lilinn preocupada.
Jade tragó saliva y subió al primer piso con las rodillas temblorosas. Al pasar junto a la ventana, el corazón le dio un vuelco. Temió incluso que Lilinn pudiera darse cuenta de lo ocurrido. Deseó no enrojecer en cuanto su amiga la mirara a la cara, pero aquel deseo no se vio cumplido. De todos modos, Lilinn también presentaba un aspecto poco habitual: su preciosa cabellera de ondina le caía en ondulaciones doradas hasta la cadera. Era evidente que se había cubierto el cuerpo con prisas con una manta fina. Cualquiera se habría dado cuenta que debajo iba desnuda. Se percató de la mirada de asombro de Jade, y bajó la mirada cohibida.
—Vamos a la cama —murmuró.
Regresaron codo con codo a sus habitaciones. Al cabo de un buen rato.
Jade cayó en la cuenta de que aquella noche había descubierto también algo desconcertante que había asomado al borde de su conciencia: la puerta por la que Lilinn había salido al pasillo todavía estaba entreabierta. Y esa era la de la habitación de Jakub.
Conciliar el sueño aquella noche era imposible. Jade permaneció acurrucada en la cama negra hasta el amanecer, con el corazón acelerado y con la sensación en el pecho de arder de deseo y, a la vez, estar aterida de miedo. Detrás de sus párpados cerrados se arremolinaban las imágenes: el eco, Lilinn y Jakub, Tam, las urracas azules, los rebeldes, la cosa de la caja… ¡y Faun! Faun, una y otra vez. Notaba su caricia como si el todavía estuviera cerca de ella. Si volvía la cabeza en un lado. Le parecía percibir aun su olor, que se había quedado atrapado entre los rizos de su cabellera. Solo cuándo la luz grisácea del amanecer penetro por los postigos, todas aquellas imágenes fueron desvaneciéndose y ella, agotada, apoyo la cabeza en las rodilla.
Soñó con la nave dorada de la Lady. El Willa era de un color gris como el hierro y permanecía en calma, y gris era también la mascara con que la Lady se cubría el rostro. Su expresión era rígida y bella, las alas de la nariz eran de hierro y tenía unas cejas grabadas sobre el metal en forma de alas de golondrina. Lo único que tenia vida eran sus ojos, grises y brillantes como el cuarzo ahumado. Estaba de pie, erguida, con la cabeza alzada con orgullo, y su cabellera de color cobrizo se agitaba con la brisa. Tenía los brazos cruzados a la altura del pecho. Llevaba, como siempre, guantes y asía con la mano derecha el cetro, un lirio de hierro. Jade parpadeo mientras soñaba, quería avisar a Faun, hacer cualquier cosa para prevenirle de la Lady, pero era como si su garganta y su cuerpo estuvieran paralizados. Entonces lo vio; Faun estaba en la nave, a los pies de la Lady. Estaba de rodillas, como un condenado, con la cabeza agachada, a la izquierda de ella. “¡decídete!”, le decía la Lady Mar. Y a continuación señaló con el lirio a su lado izquierdo, y Jade vio ahí a otra persona acurrucada. ¡Martyn!
El ruido de un aleteo la sobresaltó. Por las pequeñas rendijas de los postigos, los dedos de luz palpaban a tientas a oscuridad de la habitación. Jade, todavía aturdida por su sueño, vio las sombras de unos pájaros que pasaban volando frente a los postigos, se dijo. Y se despertó de pronto.
Todo había cambiado. Incluso la ventana del final de la escalera. Jade jamás había percibido tanto malestar como aquel día al bajar la escalera y mirar la calle. Tenía que haber estado ahí fuera… El eco que la acosaba. Al recordar aquel rostro demoníaco, se quedo sin respiración. Se apresuro hacia la cocina.
Al pasar a toda prisa por delante de la puerta del sótano, esta se abrió súbitamente y un desconocido entro en el pasillo. Jade se sorprendió tanto que se quedo quieta y no pudo hacer otra cosa más que mirar fijamente al hombre. Llevaba la ropa de Jakub y tenía el pelo rizado de color pardo, aunque mucho más cortó que su padre. Entonces aquel hombre de ojos castaños torció el gesto y dibujo una amplia y tímida sonrisa que ella habría reconocido entre miles.
—¡Jakub! —exclamó ella totalmente atónita.
Lilinn estaba en lo cierto. Sin barba, su padre parecía extraordinariamente joven; en cualquier caso, aparentaba ser mucho mas joven de los treinta y ocho años que tenia en realidad. Jade jamás se había percatado de que era un hombre atractivo, de rasgos nítidos, labios bonitos y una barbilla algo angulosa.
—¡Caramba, Jade, cierra la boca, por favor! —murmuro Jakub. Y restregándose las mejillas lisas prosiguió—: Pensé que ya era hora de librarme de la vieja barba. ¿No te gusta?
Claro, pensó ella. Era sorprendente lo insegura que la hacía sentir ese nuevo Jakub.
—De todos modos, creo que lo más importante es que le guste a Lilinn, ¿no te parece? —preguntó Jade mordaz.
El rostro de Jakub se ensombreció.
Resopló y apretó los puños en los bolsillos. Jade creyó oír incluso como aquella puerta invisible que los separaba se iba cerrando con llave.
—Oye, Jakub, no te sulfures. Lo único que quería decir es…
—Entonces es que no te gusta. Pero ¿por qué diablos me molestaré en preguntártelo? A fin de cuentas, si alguien no lleva una cinta atada a la cabeza, a ti te parece feo, ¿no es cierto?
A Jade casi le tranquilizó volver a tener ante ella al Jakub irascible y susceptible de siempre.
—Espero que ahora no te dé además por disfrazarte. Ya no tienes edad —repuso ella. Por fin la expresión de Jakub se apaciguo, por lo menos, un poco.
—Me contendré las ganas —repuso el—. Ya es suficiente con que mi hija vaya vestida como si yo la hubiera comprado a las gentes del río. —Y tras un suspiro añadió—: Tengo que reparar el ascensor. No te lo vas a creer, pero esos dos bárbaros de las Tierras del Norte han destrozado los botones del ascensor.
Claro, estuvo a punto de decir Jade.
Lilinn estaba impasible: ni parecía incomoda, ni sonreía ni se mostraba cohibida. Era como si Jade y ella no se hubieran encontrado jamás esa noche.
—¿Acaso le has pedido a Jakub que se afeitara? —le espetó Jade en cuanto se hubo servido una taza de té caliente.
Le impresionó ver cómo Lilinn se encogía de hombros como si nada.
—Es su cara. Me limité a decirle que me gustaría más sin barba. Al parecer, ha seguido mi consejo.
De pronto, Jade se sintió insegura. Lilinn y ella eran, al fin y al cabo, amigas… ¿o tal vez no? Y si lo eran, ¿a qué venía tanto disimulo? “¿Tú la conoces bien?”. Aquella pregunta de Faun le vino de nuevo a la cabeza. Al recordar su encuentro, el corazón le dio un vuelco y el pulso se le acelero.
—¿Te ocurre algo, Jade? ¡Estas tan callada!
¡A Lilinn no se le escapa nada!
Jade bajó rápido la cabeza y la sacudió. ¡Fantástico! Ahora sospechaba de Lilinn, desconfiaba de ella y la criticaba. Y eso que ella tenía mucho más que esconder. No quería ni imaginar que pensarían Lilinn y Jakub si supieran que hacía llegar avisos a los rebeldes. Por no hablar de los confusos sentimientos que sentía hacia Faun.
Cuando se oyó el ruido del ascensor, estuvo a punto estuvo de derramar el té. Su primer impulso la empujó a levantarse de golpe, pero en el último momento se lo pensó mejor y se obligo a dejar tranquilamente la taza y marcharse de la cocina sin más.
Confiaba en encontrarse a solas con Faun por unos instantes, pero esa esperanza se quedó frustrada. Los dos nórdicos iban de camino hacia la puerta. El perro de Tam se detuvo y volvió la mirada hacia Jade, a la vez que Faun percibió también su presencia.
Su aspecto la dejó sin aliento. Faun, de negro, iba vestido de fiesta. Llevaba una capa larga en la que brillaban unos bordados dorados y mates. El pantalón estrecho de ante y un jubón de tipo militar le daban un porte más delgado y alto si cabe. Era evidente que había dormido tan poco como ella. Estaba pálido y lucía unas ojeras oscuras, las cuales, curiosamente, lo hacían parecer aun más atractivo. Jade quiso dirigirle una sonrisa disimulada, pero él frunció el ceño y apartó la mirada con brusquedad. Para Jade, aquello fue como un golpe en el estomago.
—¡La barquera que no lo es! —exclamo Tam con una sonrisa amable—. ¿También de camino a la ciudad, Jade Livonius?
—N-no —respondió ella.
El rechazo y la arrogancia punzante de la acritud de Faun la habían estremecido. En ese momento, él estaba concentrado en arreglarse las mangas encima del vendaje. Su gesto estaba lleno de desprecio. Aun así, Jade pudo ver que tragaba saliva varias veces, y aquel gesto tan simple le dejó entrever que Faun no sentía tanta indiferencia como aparentaba.
Déjalo, se dijo ella. Hasta el momento, el desconcierto había sido dueño de ella, pero entonces en su interior traído a emanar la rabia. Jade apretó los puños.
—¿Al puerto tampoco? —preguntó Tam—. Oh, claro, seguramente, no. Hoy y mañana tus amigos del transbordador tienen mucho que hacer hasta que las turbinas vuelvan a funcionar bien.
—Lo cierto es que aquí yo también tengo más trabajo del que querría —repuso ella en tono glacial—. En el hotel hay muchos desperfectos y es preciso repararlos.
Confiaba con incomodar a Tam con eso, pero él se mantuvo impasible. A Jade le pareció atisbar incluso cierta diversión en la mirada. ¡Como le gustaría poder borrarle de golpe aquella sonrisa amable de la cara!
—Por lo menos el ascensor funciona de nuevo —apuntó Faun con voz inexpresiva y fría.
Tam arqueó la ceja izquierda.
—Bueno, de momento. En este hotel todo parece provisional.
La ironía de esas palabras logró el efecto deseado.
—Nadie os obliga a vivir aquí —indico Jade.
Sabía que aquello era un error, pero en ese momento se sentía ahogada por un número de palabras no dichas.
Tam sonrío desdeñoso, y Jade se preguntó cómo le había podido parecer amable y fascínate días atrás.
—¡Vámonos! —dijo Faun.
Se dio la vuelta sin más y abrió la puerta. Salieron al umbral, el perro trotó por la calle bajo un ruido de aleteo. La capa negra de Faun se hinchó en el aire. Jade tuvo una sensación de ahogo. La decepción y la vergüenza la invadieron de forma súbita e intensa.
En ese mismo instante, Faun volvió para cerrar la puerta tras de sí, y entonces le dirigió una sonrisa cálida y subrepticia.
Apareció de la nada, en silencio, de forma totalmente repentina, una silueta en la oscuridad de la medianoche. Jade se dirigía por quinta vez a la escalera por si oía pasos y, cuando aquella figura oscura apareció de pronto ante la puerta de su habitación, ella dio un respingo asustada. ¿De verdad era el?
—¿Faun?
Una risa silenciosa le respondió.
—¿Y quien si no? ¿Acaso esperabas a otra persona?
Jade no respondió a la broma. Y tampoco se esforzó en disimular el tono cortante de su voz.
—¿Cómo has sabido en que habitación estoy?
—Te encontraría en cualquier sitio. Por otra parte, es poco habitual en ti encontrarte en un sitio en que no estés en peligro.
En aquella oscuridad, ella solo podía adivinar su sonrisa. Volvió a sentir deseos de acariciarlo. Sin embargo, una extraña timidez la frenaba. También él parecía sentir esa contención, por lo que ambos se comportaban como dos desconocidos y guardaban las distancias.
—¿A que ha venido la escena de esta mañana? —musitó Jade con enojo—. ¿Por qué has hecho como si ni me conocieras? Al menos…
—Es imprescindible que Tam no sospeche nada —respondió el rápidamente—. Lo lamento. Sé cómo se siente.
—¿De verdad? ¿Lo sabes? ¿Qué tengo que pensar ahora de ti? Si te imaginas que me voy a plegar ante Tam, andas muy equivocado. Aunque estemos sometidos a las órdenes de la Lady, no somos unos esclavos de los cuales os podáis divertir.
—¡Jade! —susurró con tanta delicadeza y con un tono tan dolido que ella callo—. Yo no soy Tam.
Jade se sorprendió de lo mucho que esas palabras la aplacaban.
—Debes ser más prudente —le oyó decir—. No sabes de lo que es capaz.
Jade pensó el las urracas azules y tragó saliva.
—Sí, sí lo sé. Puede hacer que me trates como si yo fuera de aire.
—Es mi modo de protegerte de él. No puedes imaginar lo difícil que me ha resultado no mirarte.
La calidez, la proximidad había vuelto, y la sonrisa de Jade regresó sin más.
—Pues hoy no vas a poder mirarme —respondió ella al rato—. Estamos sin luz. Esta tarde nos hemos vuelto a quedar sin suministro. Y tampoco nos queda aceite para las lámparas. ¡Pasa a mi cuarto!
Fue a tomarlo por la mano, pero él pasó junto a ella y entró con un paso tan rápido y firme como si la estancia estuviera iluminada con luz de día. Jade se sintió sobrecogida por eso, y volvió a percibir algo extraño en él, algo distinto. Y eso la irritaba más de lo que le habría gustado admitir.
—¿Has tenido algún problema? —preguntó cerrando cuidadosamente la puerta—. Quiero decir, por la urracas que mataste.
El interior estaba algo mas iluminado; la luz de la luna se colaba por las rendijas de los postigos y Jade vislumbro un pómulo pálido e incluso el brillo claro de sus cabellos.
—¡Por supuesto! Estos son muy valiosos. Tam está muy enfadado conmigo. De todos modos, se ha creído mi historia.
—¿Qué le has contado?
—El perro y los pájaros no se soportan; y eso es algo que el también sabe. Le he dicho a Tam que los pájaros lo atacaron porque se había metido por las habitaciones. Y como Tam no le hubiera servido de nada tener un perro ciego, le ha contado que lo encerré para ponerlo a salvo de los pájaros.
—Pareces que tienes talento para mentir. —El comentario se le escapó de los labios, y al punto se mordió el labio arrepentida.
—Yo a ti jamás te he mentido —repuso él, muy serio.
Era verdad. Faun había sido mas honesto con ella que ella con él.
—¿Por qué ha destrozado Tam las habitaciones? —preguntó ella—. Aunque el Larimar no nos pertenece, no deja de ser nuestra casa. Y las urracas azules han entrado en una habitación que… es solo mía.
—Lo se —dijo Faun en voz baja—. Tam no permite secretos, no tiene en cuenta las posesiones de nadie. Cree que puede hacer lo que le de la gana con todo lo que encuentra. Y créeme, no hay nada que él no pueda encontrar. Si lo precisa, es capaz de penetrar en tu alma y conocer tus secretos.
Aunque Jade no quería ser una cobarde, esas palabras la atemorizaron.
—¿Por qué lo ha llamado la Lady?
Suspiró.
—El se dedica a buscar. La Lady le ha encargado buscar a alguien que se oculta en algún lugar de la ciudad.
¿El príncipe de invierno, tal vez?
Faun le acercó la mano. Sus dedos se entrelazaron de forma casi natural. Ella tenía la piel caliente y él fría por el aire de la noche. El acercamiento fue titubeante, cauto.
Ella le recorrió las manos y fue a tocarle los brazos. El se estremeció cuando le pasó la mano por el vendaje.
—¿Quién te ha herido?
—Un cazador. Ha visto un reflejo en la pared norte de la iglesia de Cristal, un movimiento, una figura que corría, y he pensado que era eco. Ha disparado y el tiro de rebote me ha dado.
—¿Te han disparado?
—Solo es una rozadura de bala. Una cazadora me ha empujado a un lado y ha impedido lo peor. —Jade vio que el movía los hombros—. Tengo la camisa y la capa desgarradas.
Jade le acarició con las yemas de los dedos el cuello y la cara. Faun cerró los ojos e inspiro profundamente.
—Esa cazadora era Moira, ¿verdad? Te ha dado su capa —murmuró ella. Era más fácil aproximarse cuando se hablaba de otra cosa.
Faun asintió y la miró con atención. Bajo la luz de la luna, el blanco de sus ojos adquirían un brillo azulado y fantasmal; Jade se preguntó entonces si acaso él era capaz de ver en la oscuridad tan bien como ella creía. El respondió tras una pausa.
—Sí, Moira. Es la única que conserva la sangre fría. Es la mejor cazadora que he visto en mi vida.
Faun y Moira. Por absurdo que fuera, Jade sintió una punzada cuando se los imaginó juntos. De pronto sintió como si estuviera sola al otro lado del río.
Faun habló en un tono de voz aun más quedo.
—Jade, vuestra ciudad es un hervidero. No falta mucho para que algo pase. Lo presiento.
—¿Y que pintas tú en todo esto? —quiso saber ella—. ¿Por qué no te has quedado en el palacio con Tam?
Faun desvío la mirada de ella. Jade notó que se tensaba. Y de nuevo atisbó algo de aquel Faun desconocido capaz de rechazarla en cualquier momento.
—Es por la bestia de la jaula, ¿verdad? —añadió con cautela.
Era evidente que Faun se debatía por responderle. Jade esperaba obtener una respuesta negativa, una excusa, incluso tal vez una mentira, pero entonces el la volvió a sorprender.
—Se llama Blue Jay. —Faun hablaba como si se tratara de un ser querido—. Yo le llamo Jay a secas. No podría soportar que yo lo dejase solo mucho tiempo.
—Así que eres su guardián.
Faun se echó a reír, como si aquella idea fuera una ocurrencia especialmente divertida.
—No. Yo soy el único que el tolera cerca, y soy también el único capaz de dominarlo. Tam le puede dar ordenes, pero el confía en mí. Y Tam lo necesita… a veces. Los perros y las urracas azules son los ojos y las flechas, pero Jay es la espada. Y el fuego. Jay percibe todo lo que a Tam se le escapa.
—¿A los ecos… también? —pregunto Jade conteniendo la respiración.
—Si, a los ecos también.
Jade retiró la mano. El corazón le latía con fuerza. Apareció en su memoria aquel rostro demoníaco, pero también la otra cara, los rasgos delicados del eco muerto. En ese instante no supo en que lado del río se encontraba ella.
—¿Jade? No… no dices nada.
En el tono de voz de Faun había algo de dolor y de deseo. El recorrió delicadamente con los dedos las mejillas de Jade, lo cual le provocó un cosquilleo estremecedor. Por mucho que se aferrara a su sentido común, el cuerpo reaccionó ante aquello sin que ella pudiera impedirlo: con la piel encendida, escalofríos y estremecimientos de deseo en el vientre.
—¿Quieres que me marche? —susurró Faun.
Aunque quiso responder, Jade no logró ni siquiera sacudir la cabeza. Faun le tomó la mano, se la llevó a los labios y le besó delicadamente la palma. Luego encerró el beso entre los dedos de ella, como si de un regalo de despedida se tratara.
—Tú pones las reglas —dijo con voz abatida—. Dime que me vaya y no volveré a acercarme a ti.
Resultaba molesto, pero parecía esperar que ella lo hiciera machar. Sin embargo, Jade dio un último paso hacia Faun y le rodeó el cuello con los brazos.
—¡No pienso ponértelo tan fácil! ¡Tú no puedes besarme y luego desaparecer sin más!
El, como si esperara esa respuesta, la apretó hacia el.
—No tienes idea de dónde te metes —le susurró al oído.
—Eso ya lo veremos —repuso ella, y hundió los dedos en el cabello de Faun.
El tenía unos labios cálidos y su beso fue salvaje y tierno a la vez. Una parte de ella quería abandonarse sin más, pero la Jade que seguía alerta lo asió por las muñecas. Faun se refrenó y tomó aire.
—Yo pongo las reglas —susurró ella con una sonrisa.
Tiro de él hasta sentarse en el borde de la cama. Incluso después de que ella le hubiera soltado, él no intentó abrazarla. Ahora era ella quien besaba. Cuando él notó sus labios, inspiró profundamente. Jade notó que se debatía consigo mismo; al final, sin embargo, cedió a la suave presión sus labios y abrió los suyos. Fue una sensación de abandono a un torrente ardiente de sentimientos que llevaron a ambos a un remolino de calor y luz. Cuando al cabo de un buen rato regresaron de aquel beso, se encontraron tumbados en la cama de ébano y estrechamente entrelazados. Fue como si se hubieran detenido, felices y contentos, a apenas un paso del mar después de una larga carrera por la playa, sudorosos, y deseosos de agua fresca.
—¿Quieres que me marche? —preguntó Faun con voz ronca.
Jade negó con la cabeza. Desabrochó con cuidado la delicada camisa de terciopelo y metió la mano por debajo de la ropa hasta que notó por fin el tacto de una piel cálida y desnuda. Fue una sensación embriagadora, y también Faun reaccionó ante aquella caricia incorporándose para que ella pudiera quitarle el jubón. El olor de su piel la envolvió. Jade acarició con los labios los hombros, el pecho y sonrío al notar que él temblaba. Faun tenía los puños apretados, pero los soltó en cuanto ella le tomó los brazos, se los acercó a ella y se los colocó en la cintura.
—Ahora es tu turno —murmuró.
La despertó el aleteo de unas alas y unos rasguños de garras en el techo. A la luz del amanecer, todos los ruidos sonaban nítidos, como de cristal. Pocas veces Jade había dormido tan profundamente y sin soñar nada, y cuando recordó al eco de la ventana, la imagen le pareció tan irreal que ni siquiera sintió miedo. Más real era, en cambio, el ritmo lento de los latidos que notaba bajo la palma de la mano.
Por un instante temió que aquel fuera el sueño. Parpadeó con cuidado varias veces y tomó aire profundamente. Nieve. Musgo. ¡Faun!
Todavía dormía. Los párpados le temblaban ligeramente mientras soñaba, y parecía tan frágil que Jade no pudo más que sonreír.
Estaban acostados en la cama de ébano, con los cuerpos muy próximos, sobre una manta áspera y que aun olía ligeramente a aire de mar y a la madera húmeda de los barcos. En otros tiempos, el viento quedaba atrapado en esos retales de lona, pero ahora Jade tenía la sensación de que era ella la que se arrastraba por una corriente sin que en ese instante le importara lo más mínimo si el trayecto acabaría en una orilla, o en el mar abierto y peligroso.
Se incorporó y se apoyó en el antebrazo. El gesto deslizó a un lado la manta y dejó al descubierto el pecho de Faun. Por primera vez, pudo observarlo detenidamente. Se había equivocado acerca de su piel. No estaba intacta. Tenía varias cicatrices de una lesión antigua, arañazos tal vez. Y en el costado izquierdo, justo encima del corazón, destacaba un segundo tatuaje. Un pájaro de color azul celeste con las plumas erguidas en actitud de lucha y las alas extendidas. Unos ojos como botones la miraban con aire malévolo. Jade lo tapó rápidamente con la mano y la imagen de la urraca azul desapareció.
Faun se despertó y abrió los ojos. Bajo la luz de la mañana estos eran más oscuros que nunca. La miró durante un buen rato con sorpresa y luego, sonrío.
—Es de día —dijo ella—. ¿No tienes que marcharte?
—Pronto. Tenemos tiempo hasta que amanezca. —Su mirada intensa la cohibió—. Es la primera vez que te puedo ver bien bajo la luz del día —dijo sonriendo cuando ella se subió la loneta y se cubrió hasta la cadera.
La oscuridad se había desvanecido. Suavemente, él recorrió con la mano la línea de las clavículas de Jade. En contraste con la piel clara de ella, la mano de él parecía oscura y perfecta. La excitación regresó y, con ella, también volvió el recuerdo de su piel, sus besos y sus caricias.
—Pareces de plata —murmuró él entre su cabello, atrayéndola hacia sí.
—Plata y oro —repuso ella tirándole de un mechón que le caía por encima de la mejilla—. Tú eres el oro.
Jade lo besó en la curva del cuello y cerró los ojos para no ver el tatuaje.
—Pero tu cabello me recuerda más a los helechos de la oscuridad —replicó él con una sonrisa—. Son unas plantas preciosas y, a la vez, peligrosas. Quien las toca queda prendado de ellas perdidamente.
—No me di cuenta de que me encontrases guapa. ¿Por qué te mostrabas siempre tan enojado conmigo?
—A veces pretendemos ahuyentar lo que más queremos. Porque nos resulta demasiado diferente, o demasiado conocido. O, a veces, ambas cosas. ¿Me entiendes?
—No —murmuró ella. Faun se rió.
—Cuéntame cosas de las Tierras del Norte —le pidió ella—. ¿Qué son esas cicatrices?
Faun abandonó la sonrisa de inmediato.
—De unos zarzales. De niño caí por un barranco. Tam me rescató de allí.
—¿Tanto tiempo llevas con el? ¿Y tu familia?
—Lejos. —La respuesta fue escueta.
—¿Lejos?
—La perdí. A veces ocurren estas cosas.
—¿Y esta urraca azul? ¿Es el sello de Tam? ¿Eres su criado?
—Los dos la llevamos —respondió Faun, incorporándose de pronto. Tenía el arco de la espalda inmaculado. Los músculos se le dibujaban debajo de la piel.
—Y yo no soy ningún criado.
—Pero…
—No hay nada más que contar —le interrumpió el con un cierto asomo de su antigua grosería.
—¿No me contaras nada de los hombres con cabeza de lobo y los felinos con voces cautivadoras?
Él resopló.
—¿Estos cuentos de miedo son los que se explican en la ciudad sobre nosotros?
—Pues si son cuentos, explícame como son las cosas allí —repuso Jade—. Dime la verdad.
—¡Ah, la verdad! —La voz de Faun había recuperado de nuevo su tono sarcástico y frío—. Una palabra muy apreciada entre las gentes de ciudad como vosotros.
De nuevo Jade tuvo la sensación que se le escapaba y se alejaba de ella. Sin embargo, en esa ocasión no permitió que él lograra enfadarla. Hizo acopio de valor y le preguntó algo a lo que ella había dado vueltas toda la noche.
—Faun, ¿tú eres realmente… humano?
El se soltó y la miró con enfado.
—¿Qué quieres decir con eso? —le espetó—. ¿Piensas que porque vengo del bosque soy un animal?
Ella se asustó al ver que sus ojos chisporroteaban de rabia. Vio en ellos orgullo, pero también una fragilidad que le hizo sentir un nudo en la garganta. Jade notó cierta resistencia cuando lo abrazó.
—En absoluto —dijo—. Lo único que me preguntaba era cómo es posible que veas tan bien a oscuras. Porque esto es algo que tú sabes hacer, ¿verdad? Tienes unos ojos tan especiales…
—Tú también tienes unos ojos muy especiales —repuso él, desabrido. Con todo, Jade notó, aliviada, que le permitía tocarlo.
—Ya viste el signo de las llamas negras. De noche soy capaz de ver mejor que otros; a fin de cuentas, ese es el único modo de sobrevivir durante el Periodo Oscuro. Yo, de humano, tengo tanto como tú.
Tragó saliva y dejó que ella lo besara.
—Así que no eres más que alguien con ojos de medianoche —susurró Jade. Notó que él se relajaba—. Cuéntame cosas del palacio —dijo en voz baja—. ¿Cómo es? ¿Has visto a la Lady?
—¡Tú habitas en esta ciudad, yo no!
—Pero nunca he visto el palacio. ¿Para que? Yo no soy noble. Jakub fue citado allí en una única ocasión, para el permiso del hotel. Pero él no dice gran cosa al respecto.
Faun vaciló.
—Es un lugar extraño, como un sueño confuso —dijo entonces con voz pensativa—. La Lady lleva una máscara de hierro pulido.
—¿Por qué no enseña su rostro?
—A los dioses no se les mira al rostro. La Lady es una divinidad. Es lo que dice la ley.
—¿Qué tipo de leyes son estas que imponen el culto?
Jade no repuso nada al respecto, pero esas palabras burlonas la impresionaron. A los esclavos precisamente, se dijo con amargura, se les ha de imponer el culto.
—Hay muchas salas, y muchos vestíbulos prácticamente vacíos —prosiguió Faun—. Los suelos son de piedra áspera. Es evidente que a la Lady no le gusta nada la suntuosidad. En todo el palacio no hay ni un solo espejo, ni nada que brille, ni ninguna piedra preciosa. Los pocos objetos de plata que hay no relucen, y el oro también se muestra empañado y mate. Delante de todas las ventanas cuelgan velos. Y el agua y el vino se mezcla con cenizas y son turbios como papilla.
—¿Cenizas en el agua?
Faun asintió.
—En la Sala de Audiencias los lores se sientan en círculo en torno al trono, como en una esfera de reloj. Menos el asiento número doce que, estaba desocupado.
¿Acaso era este el mensaje de Ben? ¿A los lores se les estaba acabando el tiempo?
—¿Tienes frío? —le preguntó Faun, atento.
La acarició la piel de gallina de la nuca, provocándole, al instante un nuevo estremecimiento que le recorrió toda la espalda.
Los dos se incorporaron al oír un lloriqueo. Aunque los postigos lo amortiguaban, era un lamento tan cargado de soledad que a Jade se le heló la sangre.
Faun se soltó y saltó de la cama.
—¡Tengo que marcharme!
—¿Es Jay? —preguntó Jade aún conociendo la respuesta de antemano—. ¿Te llama?
Faun asintió. Buscó sus cosas a toda prisa y se vistió. De pronto, Jade fue dolorosamente consciente de que la mayor parte de Faun no le pertenecía en absoluto. El tatuaje y las cicatrices desaparecieron bajo el terciopelo bordado en oro y el cuero.
—Llévame contigo al salón de banquetes —le rogó—. Muéstrame a Jay. Me gustaría…
—Imposible. Odia a los humanos y te mataría. A duras penas podría disimular ante el que… me he enamorado de ti. Y eso para él sería motivo suficiente para matarte.
Habló dos cosas que impresionaron a Jade. Una fue la expresión de… pero era algo que podía asumir. Sin embargo, la segunda palabra le aceleró el pulso y de nuevo experimentó una sensación de vértigo.
Cuando Faun se acercó a ella y la besó para despedirse, Jade cerró los ojos y aspiró profundamente su olor a invierno, como si tuviera que conservar ese recuerdo.
—Te prometo una cosa —dijo Faun—: Cuando estemos juntos, solo estaremos tú y yo, y no importara nada que haya fuera. Pero te ruego que me perdones cuando no estamos solos.
—¿Me pides que confíe en ti?
Faun negó con la cabeza.
—No, no confíes en mí —respondió con tono afligido—. No te fíes nunca de mí, sobre todo si estoy con Tam.
Ella se quedó a solas en la cama de ébano, recuperada ya del éxtasis que había sentido, pero colmada aún por ese anhelo que lo hacía todo más luminoso. Se subió la manta de loneta hasta la barbilla y sintió añoranza. Ya echaba de menos a Faun, y no era capaz de decir si eso era algo bueno o malo. Y cuando oyó un silbido parecido a un trino procedente del río, una consigna que la acompañaba desde la infancia, se dio cuanta, con remordimientos, de que no había vuelto a pensar en Martyn desde aquella tarde en el puerto.
Jade se puso rápidamente la chaqueta y abrió los postigos. La neblina de la mañana se deslizaba por encima de las aguas. A primera vista parecía que Martyn estuviese suspendido sobre el río. Avanzaba a contracorriente sentado en un pequeño bote auxiliar, que se empleaba sobre todo cuando el trasbordador estaba averiado. Que no hubiera venido a pie podía significar dos cosas: o que las calles estaban cerradas, o que tenía mucha prisa. Jade respondió al silbido e hizo una señal a Martyn para que la esperara.
Cuando, al poco rato, ella se acercó a la presurosa al río, él estaba sentado en el terraplén de la orilla observando un cisne negro que avanzaba por el centro del río batiendo las alas. Antes de que Jade dijera nada, Martyn se volvió hacia ella y se puso en pie de golpe.
—¡Ya era hora! —exclamó acercándose a ella. Al ver que Jade tenía el cabello mojado se echo a reír—. ¡Vaya! Te ha sacado de la cama, ¿verdad? —dijo tirándole de un rizo y posando el brazo en torno a los hombros.
Ella lamentó que aquel gesto le recordara de inmediato a Faun. Se había echado agua a toda prisa por la cara y el cabello, se había dicho entre enfadada y divertida.
—Por fin hoy hemos vuelto del delta —prosiguió Martín—. Entonces he visto tu señal de tiza en la pasarela y me he dicho: vamos a ver si todo va bien.
Jade lo conocía suficientemente bien como para sabe que aquellas palabras, pronunciadas tan a la ligera, tenían que interpretarse en Martyn como…
Ella se soltó del abrazo con cautela. Las mejillas le ardían y era presa de remordimientos, como si de verdad hubiera engañado a su amigo.
—Y bueno, ¿va todo bien? —preguntó el.
—Si, claro —respondió ella—. Bueno, han pasado muchas cosas.
Él suspiro y miró con inquietud hacia la Ciudad Muerta.
—Desde luego que sí. ¿Te vienes hasta el puerto? Así charlaremos un poco mientras navegamos por el agua.
—¿Tienes que regresar al transbordador tan pronto?
Él asintió apesadumbrado.
—Todavía nos quedan varias turbinas por comprobar. Arif y los demás están cargando provisiones en el puerto y también piezas para la reparación.
Jade se preguntó si debía avisar a Lilinn, pero saltó sin más al bote.
La pintura negra se había descascarillado hacía años. De niños, aquel bote les parecía tan grande cómo un buque mercante, pero lo cierto es que apenas había sitio para tres pasajeros.
Como irían río abajo, el motor no les haría falta; Martyn empujó el bote hasta el agua, saltó dentro y tomó el remo. Con un golpe enérgico, apartó la barca del fondo de guijarros.
Igual que un perro del río y dejó que la corriente a su casa, Martyn llevó el bote hasta el centro del río y dejó que la corriente de allí los arrastrara. Jade, que iba sentada delante, en la proa, sintió la velocidad como una tracción suave. El viento le refrescó la cabeza. Cerró los ojos e inspiró profundamente: percibió el olor a agua, a algas y de delicioso olor a canela de las flores de loto, que en los últimos días habían florecido, ajenas a los disparos y a las explosiones.
—¿Qué le has hecho al nórdico? —preguntó Martyn asombrado.
Jade abrió los ojos con sorpresa y volvió a atrás. El bote se balanceó. A sus espaldas, en diagonal, se alzaba el Larimar. Visto desde el río, el edificio parecía un enorme barco azul que fuera a penetrar en la aguas. Los batientes de las puertas de la entrada principal estaban abiertos de par en par. Faun estaba sentado en las escalera de las aguas, todavía ataviado con su traje de gala, y miraba el bote que se alejaba.
Tenía un aspecto sombrío y sus ojos negros reflejaban un tono funesto en su rostro pálido. Cuando Jade lo miró, el no sonrío; se limito a ponerse en pie y desapareció en el salón de banquetes.
Martyn se rió.
—Está claro que te tiene un gran aprecio —dijo con ironía.
Jade se mordió el labio inferior. En aquel punto, el río dibujaba una curva ligera. Faun sin duda había visto como Martyn y ella se abrazaban. “¿Y que hay de malo en eso?”, se preguntó. Con todo, la sensación de incomodidad no la abandonó.
—¿Ninfa?
Martyn le lanzó una mirada irritada; Jade se volvió rápidamente hacia el río para que él no le pudiera leer el rostro. El Wila los llevaba por la curva en dirección hacia el delta y el mar.
—¿Qué pasa con las turbinas? —preguntó ella rápidamente.
Martyn carraspeó.
—Hubo un problema. Había tres turbinas paradas, justo en el canal de las rocas, donde la corriente submarina es más fuerte.
Jade sabía lo que significaba. En el lecho situado en las orillas del río había grava, pero en el centro de la corriente y en el delta había un abismo por el que circulaba una corriente submarina muy traidora.
De hecho, era casi como un segundo río, y su potencia se veía reforzada por los estrechos canales que se abrían entre las rocas. La Lady había ordenado colocar las turbinas precisamente allí, en aquel ojo de aguja de roca a través del cual agua pasaba sin posibilidad de evitar resistencia alguna. “Incluso el Wila es un esclavo de ella”, pensó Jade de pronto.
—Eleanor estuvo a punto de quedar atrapada —prosiguió Martyn con un tono de voz grave—. Aunque logró desbloquear la tercera turbina, estuvo a punto de perder la mano.
Jade abrió los ojos con espanto.
—¿Lograsteis sacarla del agua? ¿Está bien?
Para su alivio, el asintió.
—Solo tiene una pequeña herida en la mano. Tuvo suerte. En unos días ya estará recuperada. —En el río, los ojos de Martyn todavía tenían un verde más intenso.
El pesar la hacía parecer muy adulto y preocupado. —Había una soga que bloqueaba las aspas.
Aunque era normal que hubiera sogas en el lecho de río, el tono con que Martyn dijo aquello resultó inquietante.
—¿Qué quieres decir?
—¿Qué, si no? Pues que alguien detuvo las turbinas intencionadamente. No era la única soga. Es evidente que quienes la colocaron justo en el lugar mas adecuado de la corriente submarina no se molestaron en disimular su acción. —Suspiró y se pasó los dedos por el cabello—. Arif y Eleanor tienen que ir a ver al prefecto.
—¿Cómo? ¿Por qué?
Martyn se encogió de hombros.
—Una consulta.
Jade valoró si aquello era motivo de preocupación y decidió no darle mucha importancia. Si la Lady tenía confianza en alguien, estos eran sus adeptos del puerto.
—Según Arif, el nuevo asesor de la Lady tiene algo que ver con eso. —Martyn arqueó las cejas en un gesto elocuente—. ¿Adivinas quién es?
—Tam —respondió Jade al momento—. Anoche estuvo en palacio.
—Está siempre allí. Anteayer incluso acompañaron a la Lady en la nave dorada a la isla de los Muertos, a la zona de los presos. Estuvieron presentes en los interrogatorios.
—¿Estuvieron? ¿Faun también?
Martyn la miró con extrañeza. Ella desvió la mirada.
—No, el segundo nórdico, no —respondió Martyn alargando un poco las palabras—. Por lo menos, yo no lo vi.
Jade se abrazó las piernas con los brazos. Se hizo un silencio.
—¿No querías venir con nosotros? —pregunto Martyn con vehemencia—. Al menos por un par de días. Eleanor está herida y, aunque nos podamos apañar sin ella, tú nos podrías ayudar con las cabrias. Al menos así no tendrías que estar cerca de esos nórdicos.
Jade negó con la cabeza.
—Tengo que estar junto a Jakub.
Un bucle húmedo se le pegó a la barbilla y ella se apartó sin darse cuenta el pelo de la cara y se lo recogió el la nuca.
—¿De verdad se trata de Jakub?
La pregunta cayó como un rayo, y Jade dio un respingo sin querer.
—¿Qué te ocurre?
—¡Eso mismo te podría preguntar yo a ti!
Los ojos de Martyn brillaban coléricos; súbitamente, el ambiente se cargó como el aire antes de una tempestad.
—¿Podrías explicarte para que te entienda? —replicó ella.
Martyn se le acercó con un salto que hizo balancear peligrosamente el bote y la asió por la nuca con la mano. Jade se sorprendió demasiado para oponer resistencia. Cedió a la presión y se miró en el agua. Por la borda del bote pudo atisbar el reflejo de su imagen suspendida en la superficie.
Vio a una Jade despeinada y con los ojos iluminados con un brillo fantasmal. Parecía haberse vuelto alarmantemente mayor. Las palabras de Faun le retumbaron en la cabeza.
—Mírate —dijo Martyn— y dime qué tengo que pensar.
La soltó, Jade sacudió los hombros y se inclino todavía más hacia delante. El agua tenia el resplandor verde parduzco de la penumbra y los secretos. En ella vio dos cosas: una, la marca de un beso, una rojez encima de la clavícula que la delataba ante Martyn y que la hizo enrojecer de vergüenza. La otra cosa que vio la asustó tanto que se tuvo que agarrar a la borda. Por primera vez desde que ella alcanzaba a recordar, la muchacha del agua no era más que su reflejo.
—Ha sido él, ¿verdad? Faun, ¿no? ¿Solo lo has besado? —le espetó Martyn—. ¿O hay más cosas?
Jade se apartó de la borda y tomó aire. Notó en la garganta los latidos de su corazón.
—Me parece que no es asunto tuyo —respondió con la mayor tranquilidad que le fue posible.
Martyn la miró como si lo acabara de abofetear.
—¡Por todos los dioses, Jade! —resolló él agitando la cabeza—. ¡Pero qué imbécil he sido! ¡Y ciego y tonto, además! Y pensar que lo veía venir…
Cogió el remo y lo metió en el agua. Dio una palada que hizo voltear el bote y lo sacó de la corriente. Jade estuvo a punto de perder el equilibrio.
—Martyn, ¿qué haces?
Pero su amigo apretó los labios con fuerza y llevó el bote a la orilla. La grava crujió debajo del casco.
—¡Fuera de aquí! —dijo con voz ronca.
Jade abrió la boca con sorpresa.
—¿Me echas del bote? —voceó—. ¡No puedes abandonarme sin más en medio de la ciudad!
—¡O te bajas aquí o continuas a nado!
Martyn estaba lívido y tragaba saliva de tal modo que parecía estar conteniendo el llanto. Jade lo comprendía mejor de lo que le hubiera gustado. El dolor, el orgullo herido. Era como si ella los sintiera en sus propias carnes.
Se puso de pie con las piernas temblorosas. No solo el bote pareció oscilar debajo de ella, sino también el lecho rocoso de la orilla que ella pisaba.
Martyn tomó el remo y dio un golpetazo rabioso contra el suelo. El bote, ahora más ligero, se deslizó rápidamente por el agua. Martyn, sin embargo, tiró también de la cuerda del motor. El ruido estrepitoso del aparato penetró en los oídos de Jade sin poder hacer más que contemplar con impotencia cómo el bote alzaba un poco la proa y se marchaba río abajo a toda velocidad, dejando a su paso una estela de espuma.