Capítulo 4

Las salas ocultas

Tocaba ya el final de la tarde cuando Jade regresó al Larimar. Las horas pasadas junto al agua la habían dejado quemaduras de sol en la nariz, y los ojos le lloraban por la brisa marina. Pero aquel no era el único motivo que la hacía sentir febril e inquieta “Puede que haya más de una especie”.

Se había pasado toda la tarde reflexionado sobre aquella frase de Martyn.

Y había otras imágenes que asomaban en cuanto parpadeaba o cerraba los ojos: el centinela asesinado que tal vez estaría vivo si ella hubiera señalado en otra dirección; el malévolo ojo negro mirándola fijamente desde el interior de la caja; y, curiosamente, tampoco se le iba de la cabeza aquel forastero del cual no era capaz de decir, ni con la mejor voluntad, si le repugnaba o le fascinaba.

Al llegar a la última bocacalle frente al hotel, empezó a correr más rápidamente. En la lata que Martyn le había llenado hasta casi el borde, el aceite te agitaba contra las paredes al ritmo de sus pasos. Lilinn siempre se mofaba de que Jade se apresurara siempre en los últimos metros; pero lo cierto es que, cuando veía el Larimar, Jade se sentía liberada de una vaga inquietud. En algún lugar recóndito de su conciencia, tenía el temor de que el hotel pudiera desaparecer sin más. Era el rescoldo irracional del miedo que había sentido cuando Jakub y ella vagaban de un refugio a otro sin un hogar fijo y sin saber si llegarían al día siguiente.

Normalmente, lo primero que veía era le revoque deteriorado junto a la puerta y las macetas con hierbas aromáticas que Lilinn tenía en los alfeizares de las ventanas. Pero ese día la calle era un hervidero de gente. Unos carros cargados de verduras y sacos de cereal bloqueaban el acceso. Los porteadores y criados de la Lady se pisaban entre ellos. Jade se detuvo y frunció el entrecejo, desconcertada. Por lo que podía ver desde detrás de los carros, la puerta trasera estaba abierta de par en par y los porteadores arrastraban unas cajas al interior del edificio. Jade sorteo aún grupo de curiosos con la mayor rapidez que le posible e intento colarse dentro de la casa pasando por delante de un porteador.

—¡Eh! ¡Uno tras el otro! - Bramo este.

Otro hombre la tomo por el hombro con rudeza y la hizo retroceder.

—¡Haz el favor de ponerte a la cola!

Jade considero la posibilidad de enzarzarse en una discusión, pero al final opto por seguir la fila que entraba en la casa como si fuera una desconocida.

Jamás en su vida había visto tanta gente en la recepción del hotel. Una lluvia de chispas iluminaba la caja del ascensor,; reinaba un ruido ensordecedor y el hedor a metal caliente penetro intensamente en su nariz. Junto a la verja del ascensor vio unos cables trenzados de acero y - Jade apenas podía dar crédito a sus ojos —unas piezas relucientes del motor y del sistema de mando. Cualquier comerciante del Mercado Negro habría dado la mano derecha por tener aquellos preciados bienes. En algún lugar de los pisos superiores rechinaba una máquina para serrar metales.

—¿Jakub?

Jade levanto la voz para hacerse oír entre aquel estrépito. Corrió hacia el hueco del ascensor y con cuidado hecho un vistazo el interior. Una desconocida pertrechaba con gafas de soldadura detuvo su tarea y a miro con disgusto.

—¿Qué? —grito la mujer para hacerse oír sobre el ruido de la sierra que en el hueco sin duda tenia que resonar aun mas fuerte.

—¿Qué hacéis aquí? —pregunto Jade.

—¿Qué te parece que hago? Reparo esta ruina de ascensor.

—¿Lo ha pedido Jakub?

La mujer tosió.

—¿Quién es Jakub? —grito desviando la mirada de nuevo y sacudiendo con la cabeza.

Jade asió la lata pesada con la otra mano y salió corriendo por delante del ascensor para recorrer el largo pasillo que llevaba a las dependencias de la cocina ¡Han apresado a Jakub! se decía. Aquel pensamiento no dejaba de retumbar en su cabeza. Seguramente alguien lo ha denunciado. O tal vez un lord se ha apropiado de nuestra casa. A duras penas podía contener el pánico. Entro atropelladamente en la cocina y estuvo a punto de chocar con un montón de cajas repletas de peras frescas, lo que vio, la asusto todavía más: Lilinn estaba sentada y sola, con los brazos apoyados en la mesa desgastada situada junto a la cocina, y se cubría el rostro con las manos. Tenía ante ella una caja de cartón sucia y empapada. Cuando se dio cuenta de la presencia de Jade, se restregó rápidamente los ojos enrojecidos. En el dorso de la mano se le quedo dibujada una raya negra de maquillaje corrido, incluso en aquella penumbra era evidente que había llorado.

—Jakub… ¿Dónde? —farfullo Jade—. ¿Dónde está?

Lilinn frunció el ceño con enojo y se olvido incluso de sonarse la nariz.

—¿Tal vez fuera descargando? ¿O quizás en el sótano? —espeto de mala gana—. ¿Cómo quieres que lo sepa? No soy su perro guardián. Lo que está claro es que no quedaras encontrártelo en tu camino después de desaparecer sin más durante todo un día.

—Pero ¿está bien? ¿Está aquí?

—A ver, dime, ¿y tú? ¿Estás bien? —le replico Lilinn—. ¿Dónde te has metido todo este tiempo?

Jade se tranquilizo un poco. Había una explicación para ese caso y para la presencia de desconocidos de la casa. ¡Tenía que haberla!

—He ido por aceite —respondió con una voz más suave—. Las gentes del río llevan un cargamento tan grande que incluso habían tenido que abandonar sus pertenencias en las peñas Rojas, a un buen trecho de la desembocadura. Los he acompañado cuando han ido a recoger, si no lo hubiera hecho, no habría podido hacerme con el aceite.

Lilinn resoplo con desdén.

—Tanto trabajo… para nada.

Asió el cordón de una lámpara oxidada que pendía justo encima de la mesa y tiro de él. Jade tuvo que protegerse los ojos con la mano tan pronto como la luz inundo súbitamente la cocina.

—¿Tenemos luz? —pregunto desconcertada—. ¿En la cocina también? Y si están reparando el ascensor. ¿Qué demonios ocurre aquí?

—Órdenes de la Lady —dijo Lilinn en tono seco—. Parece que es provechoso que Jakub tenga contactos en la Corte.

—¿La Lady a ordenado todo esto?

Jade dejo la lata a un lado y se desplomo en una de las sillas de la cocina. Eso tanto podía ser una noticia excelente como algo terrible. Cuanto más cerca de la mirada de la Lady, más próximo estaba también el patíbulo.

—¿Y por qué?

Lilinn se encogió de hombro.

—Pregúntale a Jakub. Yo aquí solo soy la cocinera. —Sonrío sin alegría—. El caso es que esto tiene sus ventajas. No tendremos que rondar por el Mercado Negro. Al ascensor le pondrán incluso cables nuevos. ¿Qué te parece? —Su voz sonaba cada vez más amarga—. ¡Qué fantástico es todo! ¿Verdad?

Se sorbió los mocos y se limpio las mejillas con el dorso de la mano; entonces, de pronto, estallo otra vez en lágrimas.

A Jade le supo mal que su alivio le hubiera hecho pasar por alto la tristeza de su amiga. Le habría gustado ponerse de pie de inmediato y consolar a Lilinn, pero la cocinera no soportaba la compasión; eso era algo que Jade había aprendido en los meses que su amiga llevaba trabajando en el hotel. Odiaba llorar. Si lo hacía, solo podía deberse a una persona.

—¿Has vuelto a ver a Yorrik?

Lilinn se levanto tan rápido que la silla cayó al suelo con un esturado.

—De buena gana saltaría al río antes que acercarme a él, ni que fuera a cien pasos —exclamo—. Se ha pasado por aquí para devolverme esto.

Con un golpe enérgico aparto de la mesa la caja empapada. Dos viejos cuchillos y una sartén abollada cayeron al suelo.

—¡Que se vaya al diablo! —mascullo Lilinn—. El único motivo por el que trabajo para Jakub es que en este maldito hotel no necesito ver a quien no quiero ver. Y entonces él aparece precisamente aquí.

Jade se puso en pie, recogió lo objetos del suelo y los coloco con cuidadosamente sobre la mesa. Solo había una posibilidad de animar a Lilinn.

—Claro que si, ¡que se vaya al diablo! —dijo—. La próxima vez que se deje caer por aquí, pienso acompañarlo en persona hasta la puerta principal y entonces empujarlo con todas mis fuerzas. De ese modo, el y su sonrisa aduladora podrán hacer compañía a sus hermanas las anguila en el lodo.

Al oírla, Lilinn no pudo más que echarse a reír entre lágrimas.

Evidentemente, encontró a Jakub bajo tierra: estaba en una galería inundada, con el agua hasta las rodillas, y cerraba cuidadosamente una de las puertas que llevaba a la bóveda inundada. La lámpara de aceite, que arrojaba una luz escasa, se balanceaba de un lado a otro pendida de un clavo, creando sombras en los recovecos y las esquinas. El sótano no era un lugar agradable; Jade estaba convencida que las almas de los muertos más desdichados hallaban su refugio en el. Con todo, lo más desagradable del lugar era su hedor, decía Jakub cada vez que salía de esas catacumbas.

Jade se descalzo y, desde la escalera, se metió en el agua, que le llegaba a las rodillas.

En las plantas de los pies, el tapiz de algas resultaba viscoso y liso al tacto, y al dar el primer paso noto que una anguila se le enroscaba en el tobillo y luego se daba a la fuga. Jakub todavía no se había percatado de su presencia. Gruño para sí, como si susurrara a los espíritus, giro la llave en la cerradura, que cedió con un chirrido, y comprobó el picaporte. Era raro que Jakub estuviera precisamente junto a esa puerta. Detrás había tanta ruina, agua y corriente que hacía años que Jakub la había cerrado por completo por motivos de seguridad.

—¿Qué haces aquí?

Aunque Jade ya debería haber contado con ello, el sonido sordo de su propia voz la asusto. Su padre se volvió.

—¡Ah eres tú! —dijo con alivio—. Ya era hora de que volviese a aparecer por aquí.

—¿Has abierto la puerta falsa?

A Jakub se le ensombreció el rostro.

—Simplemente control —explico evasivo—. Ha echado un vistazo para ver hasta dónde ha calado el Wila.

Aquello a Jade le dolió. Había días en que parecía que Jakub vivía en otro lugar al cual ella no tenía acceso. Y lo que ella percibía a través de las paredes le llegaba amortiguado y apenas inteligible.

—¿Y por qué te dedicas a cerrar las puertas de sótano? —preguntó con cautela.

—Con mi ascensor, la Lady puede hacer lo que le plazca, pero no quiero que nadie husmee en las salas de mis sótanos. Si alguien te pregunta al respecto, di que está totalmente anegado y plagado de víboras. ¿Entendido?

Jade asintió dubitativa.

—¿Me vas a decir de una vez que ocurre ahí arriba?

Jakub se metió las llaves en el balsillo del pantalón y descolgó la lámpara del clavo.

—La Lady ha reclamado toda la cuarta planta, porque precisamente es en la cuarta donde las habitaciones son mayores. Y también ha pedido un par más de habitaciones. En una semana vamos a tener aquí por lo menos dos docenas de huéspedes. He tenido que echar a los dos comerciantes porque ha dado órdenes de que no haya ningún otro huésped en la casa. —Suspiro profundamente y prosiguió—: No puedo decir la que la idea me entusiasme. El favor de la Lady puede significar dos cosas: riqueza y horrores, o tortura y muerte. El lado hacia el cual se incline el fiel de la balanza a menudo depende solo del peso de una pluma.

En aquel sótano sombrío, esas palabras adquirieron gravedad pavorosa.

—Vuelves a acordarte de todo aquello, ¿verdad? —pregunto Jade—. De la guerra y de nuestra huida…

Jakub no la miro. Tenía la mirada clavada en el agua y fruncía el ceño.

—Algunas veces… yo también me acuerdo —se aventuro a decir Jade—. Recuerdo el fuego y también el frío. Y un llanto. Jakub, ¿quién lloraba?

—¿Cuántas veces me lo habrás preguntado? —repuso Jakub—. La que llorabas eras tú. Te ocultaste en un tonel de alquitrán vacío. Normalmente, no había quien te hiciera estar callada, pero, la mañana en que saquearon nuestra casa, no dijiste ni pío hasta que fui a buscarte. Solo cuando estuvimos a salvo te echaste a llorar.

Jade apenas podía disimular su decepción. Había oído muchas veces la misma historia, y también entonces el pasado parecía mofarse de ella. La mañana… el tonel de alquitrán…

En la memoria de Jade seguía siendo de noche. Y no sentía el olor del alquitrán seco, sino de algo mohoso y húmedo, como lo hojarasca del otoño.

—Pero había alguien más que lloraba… —insistió.

—¿Me estas llamando mentiroso? —bramo Jakub. La vena de la frente se le marcaba y su rostro estaba encendido.

—En absoluto —responde Jade con calma—, pero yo sé de que me acuerdo.

—Los recuerdos son engañosos. Apenas tenias dos años. ¡A saber lo que puede imaginarse la mente de un niño! Tenías miedo o bien lo soñaste. Eso es todo. Y ahora haz el favor de dejarme en paz con ese tema.

De nuevo estaba ahí: lo impenetrable, lo nunca hablado entre ella y su padre. Aquello no tenia sentido. Había ido demasiado lejos. Otra vez.

—¿Quieres que me lleve la llave a la habitación azul? —pregunto—. Allí nadie la va a encontrar ni tampoco te podrá ordenar entregarla.

Para su sorpresa, Jakub hizo un gesto de negación con vehemencia. El rostro se le ensombreció, en momentos como aquel, no reconocía a su padre, le parecía un prisionero de sus propios recuerdos. Ni siquiera hoy en día Jade se atrevía a preguntarle como conocía el hedor a calabozos.

—Pero ¿Por qué nuestro hotel precisamente? —pregunto en su lugar—. Aquí no vive ningún Lord. Todo el mundo lo sabe.

—Ninguna casa esta tan cerca del río —repuso Jakub—. Al parecer, a los señores les gusta el murmullo del agua. No me han dicho nada más. —Jade notó unos remolinos de agua cosquilleándole las espinillas cuando pasó delante de ella para ir hacia la escalera—. No va a ser un tiempo fácil —musitó—. Pase lo que pase, tenemos que ir con pies de plomo y no enojar para nada a nuestros huéspedes.