Escena IV
HARPAGÓN.— Y vos, hijo mío, el galancete a quien tengo la bondad de perdonar la historia reciente, no vayáis tampoco a ponerle mala cara.
CLEANTO.— ¿Yo, padre mío? ¡Mala cara! ¿Y por qué razón?
HARPAGÓN.— ¡Dios mío! Ya sabemos la disposición de los hijos cuyos padres se vuelven a casar y con qué ojos acostumbran mirar a la que se denomina madrastra. Mas si deseáis que olvide vuestra última ventolera, os recomiendo, sobre todo, que festejéis con buen talante a esa persona y que la dispenséis, en fin, la mejor acogida que os sea posible.
CLEANTO.— A deciros verdad, padre, no puedo prometeros sentirme muy satisfecho de que llegue ella a ser mi madrastra. Mentiría, si os lo dijera; pero en lo que se refiere a recibirla bien y a ponerla buena cara os prometo obedeceros puntualmente en tal capítulo.
HARPAGÓN.— Poned atención en ello, al menos.
CLEANTO.— Ya veréis como no tendréis ocasión de quejaros.
HARPAGÓN.— Haréis bien.