Escena V

(Hablando juntos, permanecen en el fondo de la escena).

HARPAGÓN.— (Creyéndose solo). Sin embargo, no sé si habré hecho bien enterrando en mi jardín los diez mil escudos que me devolvieron ayer. Diez mil escudos de oro en casa de uno son una suma bastante…

Aparte (al ver a Elisa y a Cleanto): ¡Oh, cielos! ¿Me habré traicionado a mí mismo? ¡Arrebatado por el furor, creo que he hablado en voz alta al razonar a solas!

(A Cleanto y a Elisa). ¿Qué pasa?

CLEANTO.— Nada, padre.

HARPAGÓN.— ¿Hace mucho que estáis ahí?

ELISA.— Acabamos de llegar.

HARPAGÓN.— ¿Habéis oído?

CLEANTO.— ¿El qué, padre mío?

HARPAGÓN.— Eso…

ELISA.— ¿Qué?

HARPAGÓN.— Lo que acabo de decir.

CLEANTO.— No.

HARPAGÓN.— Sí tal.

ELISA.— Perdonadme.

HARPAGÓN.— Ya veo que habéis oído algunas palabras. Es que pensaba, en mi interior, lo difícil que es hoy día encontrar dinero, y decía que dichoso el que puede tener diez mil escudos en su casa.

CLEANTO.— Vacilábamos en abordaros, temiendo interrumpiros.

HARPAGÓN.— Me satisface deciros esto, para que no vayáis a tomar las cosas al revés y a imaginaros que decía yo que tengo diez mil escudos.

CLEANTO.— No nos metemos en vuestros negocios.

HARPAGÓN.— ¡Pluguiera al Cielo que tuviese yo esos diez mil escudos!

CLEANTO.— No creo.

HARPAGÓN.— Sería un buen negocio para mí…

ELISA.— Son cosas…

HARPAGÓN.— Buena falta me harían.

CLEANTO.— Yo creo que…

HARPAGÓN.— Eso me arreglaría, en verdad.

ELISA.— Sois…

HARPAGÓN.— Y no me quejaría, como ahora, de que los tiempos son míseros.

CLEANTO.— ¡Dios mío! ¡Padre, no tenéis motivos para quejaros, y ya se sabe que poseéis bastante caudal!

HARPAGÓN.— ¡Cómo! ¿Qué tengo bastante caudal? Quienes lo digan mienten. No hay nada más falso, y son unos bribones los que hacen correr todos esos rumores.

ELISA.— No os encolericéis.

HARPAGÓN.— Es singular que mis propios hijos me traicionen y se conviertan en enemigos míos.

CLEANTO.— ¿Es ser enemigo vuestro el decir que tenéis caudal?

HARPAGÓN.— Sí. Tales discursos y los gastos que hacéis serán la causa de que uno de estos días vengan a mi casa a cortarme el cuello, con la idea de que estoy forrado de doblones.

CLEANTO.— ¿Qué gran gasto hago yo?

HARPAGÓN.— ¿Cuál? ¿Hay nada más escandaloso que ese suntuoso boato que paseáis por la ciudad? Reñía ayer a vuestra hermana; mas hay algo peor. Esto sí que clama al Cielo; y si se os despojase desde los pies a la cabeza, habría con ello para constituir una buena renta. Ya os he dicho veinte veces, hijo mío, que todas vuestras maneras me desagradan grandemente; sentís una afición desmedida a echároslas de marqués, y para ir vestido así, preciso es que me robéis.

CLEANTO.— ¡Eh! ¿Y cómo robaros?

HARPAGÓN.— ¡Y qué sé yo! ¿De dónde sacáis para sostener el vestuario que lleváis?

CLEANTO.— ¿Yo, padre mío? Es que juego, y, como soy muy afortunado, gasto en mí todo el dinero que gano.

HARPAGÓN.— Muy mal hecho. Si sois afortunado en el juego, deberíais sacar provecho de ello y colocar a un interés decente el dinero que ganáis, a fin de encontrároslo algún día. Quisiera yo saber, para no referirme a lo demás, de qué sirven todas esas cintas con que vais cubierto de pies a cabeza y si media docena de agujetas no bastan para sostener unas calzas. ¿Es muy necesario gastar dinero en pelucas cuando pueden llevarse cabellos propios que no cuestan nada? Apostaría a que en pelucas y cintas hay, por lo menos, veinte pistolas, y veinte pistolas rentan al año dieciocho libras, seis sueldos y ocho denarios con sólo colocarlas al doce por ciento.

CLEANTO.— Tenéis razón.

HARPAGÓN.— Dejemos eso y hablemos de otra cosa. (Sorprendiendo a Cleanto y a Elisa, que se hacen señas). ¡Eh!

Aparte: Me parece que se hacen señas uno a otro para robarme mi bolsa.

¿Qué quieren decir esos gestos?

ELISA.— Dudamos mi hermano y yo en quién hablará primero; los dos tenemos algo que deciros.

HARPAGÓN.— Yo también tengo que deciros algo a los dos.

CLEANTO.— Deseamos hablaros de matrimonio, padre.

HARPAGÓN.— Y yo también quiero hablaros de matrimonio.

ELISA.— ¡Ah, padre mío!

HARPAGÓN.— ¿Por qué ese grito? ¿Es la palabra o la cosa lo que os atemoriza, hija mía?

CLEANTO.— El matrimonio puede atemorizarnos a los dos, de la manera que podéis entenderlo, y tememos que nuestros sentimientos no estén de acuerdo con vuestra elección.

HARPAGÓN.— Un poco de paciencia; no os alarméis. Sé lo que os es necesario a los dos, y no tendréis, ni uno ni otra, motivo de queja con lo que pretendo hacer; y para empezar por este lado (a Cleanto), ¿habéis visto, decidme, una joven llamada Mariana, que habita no lejos de aquí?

CLEANTO.— Sí, padre mío.

HARPAGÓN.— ¿Y vos?

ELISA.— He oído hablar de ella.

HARPAGÓN.— ¿Cómo encontráis a esa joven, hijo mío?

CLEANTO.— La encuentro encantadora.

HARPAGÓN.— ¿Y su fisonomía?

CLEANTO.— Muy honesta y llena de talento.

HARPAGÓN.— ¿Su aspecto y sus maneras?

CLEANTO.— Admirables, sin duda.

HARPAGÓN.— ¿No creéis que una joven así merecería que se pensase en ella?

CLEANTO.— Sí, padre mío.

HARPAGÓN.— ¿Y que sería un partido deseable?

CLEANTO.— Muy deseable.

HARPAGÓN.— ¿Qué tiene aspecto de ser una buena esposa?

CLEANTO.— Sin duda.

HARPAGÓN.— ¿Y que se hallaría satisfecho con ella un marido?

CLEANTO.— Seguramente.

HARPAGÓN.— Hay una pequeña dificultad, y es que tengo miedo de que no se consiga con ella todo el caudal que podría pretenderse.

CLEANTO.— ¡Ah, padre mío! ¡No debe considerarse el caudal cuando se trata de casarse con una persona honrada!

HARPAGÓN.— Perdonadme, perdonadme. Mas lo que hay que decir es que si no se encuentra con ella todo el caudal que se desea, puede uno intentar resarcirse en otra cosa.

CLEANTO.— Se comprende.

HARPAGÓN.— En fin, me satisface ver que compartís mi opinión, pues su honesta apostura y su bondad han conquistado mi alma, y estoy resuelto a casarme con ella, con tal que posea algún caudal.

CLEANTO.— ¿Eh?

HARPAGÓN.— ¿Cómo?

CLEANTO.— ¿Estáis resuelto, decís, a…?

HARPAGÓN.— A casarme con Mariana.

CLEANTO.— ¿Quién? ¿Vos, vos?

HARPAGÓN.— ¡Sí, yo, yo, yo! ¿Qué quiere decir esto?

CLEANTO.— Me acomete de pronto un vahído, y me retiro de aquí.

HARPAGÓN.— No será nada; id pronto a beber un vaso de agua clara a la cocina.