Capítulo 10 MIS LECTORES: UN REGALO DE DIOS

EL SEÑOR es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es mi fortaleza, ¿quién me hará temblar? Cuando los malvados se lanzan contra mí para devorarme, son ellos, adversarios y enemigos los que tropiezan y caen. No temo, aunque un ejército acampe contra mí.

(Sal 27, 1-3)

No deja de asombrarme la cantidad de regalos que Dios trae a mi vida de la forma más inesperada, querido lector. Y entre los más importantes están aquellos que a veces me llegan en forma de correos electrónicos dirigidos a la web de mi oficina. No todos son tan valiosos como los dos que le presento abajo, pues desgraciadamente también los recibo con insultos, rechazos y hasta cargados de calumnias muy graves hacia mi persona, por el solo hecho de profesar mi fe de forma pública. Por ello, y dado el inmenso número de entradas (algunas muy hermosas y otras desagradables), en mi equipo de oficina dispongo de asistentes personales que emplean gran parte de su tiempo a trabajar con mi web. Una web que a veces se colapsa... Son ellos los que reciben los mensajes y los que amablemente contestan a los internautas, explicándoles que la web es solo utilizada para contratos literarios y prensa, que yo no accedo a ella y que lamentan que no pueda contestarles personalmente. Al lector le cuesta mucho entender que no sea yo misma quien responda, y por ello a veces se entristecen. ¡Sabe Dios que me falta tiempo para respirar! Pero mi trabajo es ser escritora de novela, ensayo y literatura infantil, y ya con eso voy derrapando en las curvas. También les cuesta comprender que no soy psiquiatra como lo fue mi padre, sino una simple maruja enamorada de Dios, que escribe. Es también obvio que no acuden a mí por mi capacidad literaria (¡ya me gustaría ser Cela!). ¿Por qué desean entonces contactar conmigo? La respuesta es muy fácil: vienen a mí por el hambre que sienten por ese mismo Dios al que yo conozco solo un poco, y creen, equivocadamente, que puedo proporcionarles alivio a sus heridas a causa de ello. ¡Qué gran error! Sé bien que soy una mujer muy ignorante; ésa es la pura verdad. Y también soy un misterio para mí misma.

Al principio de mi carrera literaria (comencé a escribir profesionalmente hace trece años), no pude imaginar que mi trabajo pudiera algún día despertar tanta curiosidad, y hasta tantas pasiones controvertidas de amor-odio. Pero lo cierto es que levanto espinas en cuanto abro la boca por el solo hecho de que hablo de las cosas de Dios, y como es mi tema favorito, no tengo escapatoria. No tuve problemas como escritora mientras tocaba asuntos mundanos, ¡pero cómo cambió la cosa cuando me puse a hablar de mi fe y del catolicismo! Y así he entendido que lo que dijo el Señor en el Evangelio es una verdad como una casa:

Porque de ahora en adelante estarán divididos los cinco miembros de una familia, tres contra dos y dos contra tres. El padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra (Lc 12, 52).

¡Y vaya si es cierto que el Señor ha vuelto mi vida patas arribas desde el momento de mi conversión! Ahí empezaron mis problemas, y siguen a día de hoy. Pero no me importa, porque vivir patas arribas con Jesús es la más maravillosa aventura que se puede experimentar. Haga la prueba. Le aseguro que no se arrepentirá.

A pesar de los miles de e-mails que recibimos que no sirven más que para dar disgustos, también los hay muy especiales. Son los que mi equipo no ignora nunca: los que tienen alma, que proyectan un inmenso sufrimiento o en los que perciben que una mínima aportación de mi lado podría ayudarles sobremanera en ese momento crítico. No son muchos los que recibo con estas características, pero cuando llegan revolucionan al personal, pues tocan el corazón y suponen un verdadero regalo para toda mi oficina. Son los que me hacen comprender que el que da un dedo a Dios recibe a cambio dos manazas rebosantes de gracias.

Y para que entienda de qué le hablo, le incluyo ahora dos gemas de gran valor. Se trata de dos e-mails que he recibido dando las últimas pinceladas al presente ensayo sobre cielo e infierno. Los protagonistas me han concedido permiso para compartir con usted su impresionante historia de vida, y sus testimonios son muy valiosos, pues dejan claro el terrible peligro que se corre cuando se enreda en vida con las cosas del diablo. ¡Convénzase de que la Iglesia católica nunca ha mentido al respecto! El demonio existe y el infierno también, querido lector. Aquí tiene una prueba. Agárrese a la silla, amigo mío, porque estas dos historias le van a dejar pasmado.

E-MAIL DE «COSME» (RECIBIDO EL 20 DE AGOSTO DE 2012)

Estimada doña María:

Me llamo Cosme Ruiz y soy de Murcia. Hace dos semanas que he regresado de Medjugorje con mi mujer y mi hija pequeña (tenemos cinco hijas). Hemos vuelto mi mujer y yo cambiados... Convertidos y felices. El motivo del viaje era ayudar a nuestra hija pequeña, Tina, de cuatro años, que sufre un retraso desde su nacimiento un tanto extraño. No consiguen los médicos dar con un diagnóstico claro, pero sufre de daños motrices y del habla.

Solo sabemos que padece una especie de epilepsia con procesos de ausencias mioclónicas que, por supuesto, no la permiten avanzar en madurez, por lo que su comportamiento biológico y psicológico en general es el de una niña de dos años. Pero ni los médicos saben diagnosticar bien su mal, asombrados por lo extraordinario de los síntomas, que no encuentran en los libros.

Su enfermedad provoca en ella una constante agitación, movimientos espasmódicos y no hay quien la tranquilice: ni en el cochecito de paseo, ni realmente en nada... Así que, dado que el vuelo desde España hacia Dubrovnik es de dos horas, y luego se necesitan otras dos extra para llegar hasta Medjugorje en autocar, supusimos que aquello iba a ser una tortura para la niña y para nosotros. Pero aun así, confiamos en Dios, y ahí que nos fuimos.

¡Pero fue todo lo contrario y Tina se portó de maravilla! ¡No dábamos crédito! Aguantó el levantarse a las tres de la mañana para coger el avión, y luego del avión al autobús, el calor, todo... Aún hoy no nos lo creemos.

El primer día de la peregrinación todo transcurrió dentro de la mayor normalidad: fuimos a misa, visitamos el pueblo, trepamos por los montes en donde tantas veces se ha aparecido la Santa Madre, etc. Pero el segundo día, algo muy serio nos sucedió... Ésa es la razón de mi e-mail; ésa es la razón por la que me dirijo a usted con la esperanza de que pueda darme su opinión, ya que nosotros aún seguimos asimilando los acontecimientos.

Nos metimos en la iglesia con la intención de unirnos a toda la comunidad de peregrinos que, al igual que nosotros, deseaban vivir la experiencia única que es acudir a la misa en la parroquia de Medjugorje. ¡Se palpa tanta fe en ese santo lugar! Nuestras cuatro hijas mayores se sentaron en el banco de delante, mientras que mi mujer, Nuria, y yo nos acomodamos con Tina en el de atrás, junto a una monja con un rostro tierno y agradable, de piel morena y pelo canoso. A primera vista podría rondar los setenta años.

Nada más sentarnos, clavó una mirada dulce en nuestra pequeña Tina. ¡Y así pasó casi toda la ceremonia de la Santa Misa! Sonreía a nuestra hija, que para nuestro asombro, estuvo tranquilita y sin agitarse. Esto nos extrañó mucho.

Al llegar el momento de la comunión le preguntamos dónde situarnos, dado que en la misa de la gran explanada exterior repartían la Sagrada Forma en los pasillos, pero como estábamos dentro de la misma iglesia no sabíamos si debíamos salir. Nos preguntó si éramos italianos. «¡No!», contestamos... Ya andábamos un poco cansados de que todos los peregrinos nos confundieran con italianos. «Somos españoles». Entonces, regalándonos una gran sonrisa nos dijo: «He estado toda la misa rezando por su niñita. Verán: su pequeña tiene algo oculto dentro de su ser... Es algo negativo que la impide ser una niña sana. Bueno, ¡realmente está sana! Lo que sucede es que... Bueno, yo sé lo que digo; sé de lo que les hablo». Nos quedamos perplejos. ¿Quién era esa mujer y cómo se atrevía a decirnos algo semejante? Pero antes de que pudiéramos reaccionar, volvió a la carga preguntándonos: «¿Ustedes o alguien de su familia ha practicado la magia negra, verdad?». ¡Eso ya nos pareció el colmo! «¡De ninguna manera, hermana!», dijimos al unísono. Sin embargo ella insistió: «Pues yo les digo que, si no han sido ustedes, alguien de su familia lo ha hecho. Créanme: sé de lo que hablo».

Nuria y yo nos miramos atónitos. ¿Pero qué era aquella presunción extraña? ¿Y por qué nos decía aquella barbaridad? ¡Era una tontería suponer algo así de nuestra parte! Antes de marchar, nos dirigió una mirada llena de amor y dijo: «Les aconsejo que vayan a ver al párroco y que le pidan que haga una oración de liberación sobre su pequeña. Porque esta niña está sana, hablará en el futuro, pero créanme, por tercera vez les digo: yo sé de lo que hablo».

Y ahora preste atención, doña María: porque justo antes de salir de la iglesia y después de negar que había estado involucrado en ese tipo de horribles prácticas; después de subir el día anterior al monte empinado de la cruz cargando toda la subida a Tina en brazos (ida y bajada rezando el Vía Crucis y ofreciéndolo todo por mi niña); después de que por la mañana estuviéramos presentes en la aparición de la vidente Mirjana; después de que mi mujer, tras varios años, se confesara y saliera del confesionario llorando emocionada por sentir una inmensa liberación interior, y después de encontrarnos con la monjita en cuestión... ¡Después de todo eso!: me derrumbo, cuando de un plumazo me pasa, como una película, el momento de mi vida en el que sí hice espiritismo. ¡Concretamente jugaba de forma muy inocente a la güija! ¡MADRE MÍA! Doña María: me temblaron las piernas, empecé a sudar... ¡Recordé que yo sí que lo hice y era algo borrado de mi memoria! Angustiado, se lo expliqué a mi mujer y fuimos corriendo a contárselo al sacerdote de nuestro grupo de peregrinos, cuya hermana tiene un don especial (ve el aura de las personas). Esta muchachita en cuestión, hacía dos años que nos había comunicado que veía el aura de mi hija Tina, y nos anunció que «no era buena». También nos había anunciado que «el fondo de la niña estaba sano, pero que percibía que algo andaba como bloqueado por el mal, un mal misterioso que no era capaz de discernir, pero que todas luces, existía en el interior de Tina». Y desde entonces, mi muy querida suegra había pedido que se rezara por nuestra hija..., ¡Y no habíamos seguido investigando por ese camino!

Pero ahora algo muy serio acababa de suceder. ¡Me hundí! ¿Era yo acaso culpable del tormento de mi niña? Estuvimos varios días en conversaciones con el párroco de Medjugorje, analizando todo lo que recordábamos sobre la vida pasada de mi esposa Nuria, repasando mi propia vida, y reconociendo que nuestro matrimonio estaba pasando por un momento muy, muy delicado... Y así confesamos que habíamos estado a punto de separarnos dado que Nuria sufría mucho al percibir en muchas ocasiones un extraño odio por mi parte. También descubrimos que habíamos experimentado hechos oscuros que no eran en absoluto corrientes. Entonces Nuria y yo entendimos que, lo que la Virgen no hizo fue un milagro para curar a Tina, ¡sino un milagro para mostrarnos la raíz de nuestros problemas y arreglar una familia!

Desde entonces hacemos cada semana la oración de liberación, rezamos cada día el rosario juntos, y con las niñas oramos rezos sencillos de amor a la Virgen. Nuestra vida conyugal y familiar ha cambiado: nos hemos acercado mucho a Dios. Le tengo que reconocer que seguimos con los mismos problemas que antes (mi mujer sin trabajo, Tina con su enfermedad, yo trabajando duro y siempre muy cansado, pocos ingresos, muchas obligaciones, etc.). Pero unidos y con presencia de Dios y la Virgen en nuestras vidas.

Yo, en concreto, soy otro hombre, doña María. Mi familia no me reconoce y mis suegros están encantados e impresionados. Para nosotros, aquella monjita (recordarla aún hoy me enternece el corazón y derramo lágrimas como un niño), ha sido un verdadero regalo de Dios.

Muchas gracias por leer mi e-mail, doña María. Le deseo fuerza en su lucha diaria y mucha felicidad, la que da el estar tan cerca de Dios. Es usted un ejemplo para nosotros. Un fuerte abrazo de nuestra familia.

Cosme Ruiz (Teruel, España)

E-MAIL DE «ROSI» (RECIBIDO EL 21 DE AGOSTO DE 2012)

Estimada Doña María:

Un saludo muy especial desde Miami. Me llamo Rosi Ayuso, tengo cincuenta años y soy de ascendencia cubana.

Decidí escribirle porque también tuve una experiencia de conversión parecida a la suya, pero con tintes diferentes. Durante ella sentí muy fuertemente la presencia de Dios en el alma y desde entonces vivo una existencia centrada en Él. Sé que, de no haber pasado por ella, hoy no estaría viva. Ahora le cuento lo que pasé.

Verá usted, doña María: yo estuve a punto de suicidarme hace dos años... ¡Y no era la primera vez que lo intentaba! Tengo esposo y dos hijos que me quieren mucho, quienes han sido las víctimas de mi terrible situación. Les quiero con todo mi corazón y de no ser por Manolo, mi esposo, y sus muchas oraciones, sé que no estaría hoy aquí contándole lo que me pasó.

He vivido desde niña con un problema horrible en mi familia, del que me enteré hace relativamente poco tiempo, ya que desde pequeña, mis padres me ocultaron la horrible realidad que llevaba sucediendo en nuestra sangre desde hace dos generaciones: los suicidios o los deseos suicidas. Recuerdo muy vagamente que cuando tenía cuatro años, en mi casa y al volver del colegio, me encontré a mi madre llorando amargamente. «¿Qué te pasa, mami?», le pregunté. «Nada, nada», decía. Pero no volví a ver mi abuela... Solo al cumplir los ocho años, mi hermana mayor, Hortensia, me contó que «se había caído del balcón». Con los años me acabé enterando de la verdad: que mi abuelita se había tirado al vacío. Lo que jamás pude ni imaginar es que, a los dos años, mi hermana Daisy, se tomara un bote entero de barbitúricos... También falleció.

Mis deseos suicidas comenzaron tras el parto de mi hijo Tomás (el primero), y desde entonces, y a pesar de todo el amor que recibía, día a día, de parte de mi maravilloso marido y de mis dos hijos, el deseo de matarme me comenzó a consumir. ¡No es que fuera depresiva, sino que era un deseo irrefrenable! Mi marido sufría mucho, y rezaba, rezaba, rezaba... Él siempre ha rezado el rosario... Es de esos cubanos enamorados de la Virgen.

Hace aproximadamente tres años fue cuando toqué fondo. Comprendí que no debía seguir viviendo con ese estrés, con ese dolor, con esas tentaciones terribles. Un día y de la forma más inesperada, mientras ordenaba la estantería de mi apartamento, oí una voz en mi interior. Era una voz dulce, suave... Pero su mensaje fue éste: «Rosi, ¿por qué no acabas con esto? Soy un ángel de Dios y yo te espero desde el cielo. Solo tienes que tirarte por el balcón, y yo te recogeré en brazos. No te dolerá nada, ni sentirás dolor. Antes de que tu cuerpo toque el pavimento, yo te recogeré en mis brazos y te llevaré al cielo. ¡No tengas miedo! ¿No ves que llevo muchos años pidiéndotelo? Ese deseo irresistible que tienes de matarte, viene de Dios. ¡Debes hacerlo! ¿Para qué seguir sufriendo en tu vida? Dios sabe que eres infeliz y es Él quien me pide que te lleve al cielo lo antes posible. Tus hijos estarán tranquilos al saber que dejaste de sufrir». El corazón me comenzó a latir muy fuerte... Imagínese: me quedé de una pieza. Y entonces, como si algo, o alguien me condujera de la mano, me subí al balcón. Y justo cuando, muerta de miedo, iba a lanzarme al vacío, sentí de nuevo otra voz. Era una voz muy distinta a la anterior: era masculina y solemne. Me dijo: «Ora a la Virgen antes de hacerlo». ¡Y recé un «acordaos»! En ese momento todo un razonamiento me envolvió: recibí una claridad de espíritu y unos entendimientos que me hicieron caer de pronto en la cuenta de la verdadera barbaridad que iba a cometer. Recuerdo que me tiré sobre la alfombra del salón, llorando a mares, arrepentida y absolutamente aterrorizada. ¡Porque me acababa de dar cuenta de que la «cosa» que me había hablado en primer lugar no venía del cielo, sino del infierno!

Cuando llegó mi marido, le conté desconsolada todo lo que me había pasado. Ni que decir tiene que el pobre casi se desmaya del disgusto. Me preguntó: «¿A qué hora ha sucedido esto?» Y le dije: «A eso de la una».

«Bien... Ahora entiendo: justo a esa hora estaba en misa y recé mucho a la Virgen por ti, y le pedí que te mandara a un ángel de la guarda muy poderoso, para que no permitiera nunca que te hicieras daño. ¡Ella ha sido quien te ha salvado la vida!».

Los dos quedamos muy traumados con lo sucedido, y desde entonces él procuraba no dejarme nunca sola... Yo también tenía miedo de quedarme sola, pues a los psiquiatras que habíamos acudido no atinaban a descifrar lo que me pasaba. Sin ánimo de ofenderla a usted (sé que su padre, que en paz descanse, fue un gran psiquiatra español), yo ya perdí hace mucho tiempo la fe en la psiquiatría, pues no daban con lo que tenía. «Esto no es depresión; tampoco es esquizofrenia. No sabemos lo que le pasa a usted, señora», decían... Y así habíamos perdido mucho dinero en muchos médicos que me decían cosas como: «Regrese usted a casa y no se preocupe: son cosas de la menopausia». ¡Pero si aún tengo la regla!

Bueno, pues para explicarle a usted cómo ha acabado mi espantoso trauma, le diré que no ha sido con un psiquiatra: ¡ha sido con un exorcista!

Verá: meses después, mi marido recibió, a través de un amigo fiel, (¡gracias Dios mío por esa amistad!), el teléfono de un exorcista. Este amigo nos dijo que ese «ángel» que me había hablado en un principio, empujándome a cometer un suicidio, no era otro que el diablo. Así que, ya convencidos de que la medicina no lograría ayudarnos, telefoneamos a ese exorcista y fuimos a verle. Oró sobre mí y nos dijo: «He sentido muy fuertemente que alguien de su familia ha estado en manos de la brujería... El demonio no es que la posea, pero tiene una gran influencia sobre su árbol genealógico y noto que debe descubrir la raíz. Pregunte a sus padres y averigüe todo lo que pueda. Solo así podremos rezar para quitarle de encima estos deseos suicidas». Nos recomendó mientras tanto orar mucho y no olvidar recitar diariamente el Santo Rosario a la Virgen. «Ella es muy poderosa contra el diablo», dijo.

Ahora quiero aclarar que quiero con todo el corazón a mis padres, abuelos y a toda mi familia, tanto la que se quedó en Cuba como los que emigraron aquí, a Miami. Pero a la vez, ahora sé que ha sido muy difícil y doloroso tomar la decisión de descubrir la verdad sobre lo que hicieron. Sin embargo, no paramos hasta descubrir esa verdad, y la verdad es ésta, relatada, entre lágrimas y mucha tristeza por mi madre, una ancianita hoy de noventa años.

Después de encontrar un director espiritual y acudir a ese exorcista santo que tanto me ha ayudado, me he dado cuenta de dónde nacen los terribles deseos suicidas. Cuando mi abuela estaba embarazada de mi madre (en Cuba), con solo dos meses de gestación, la partera de la familia le diagnosticó que mamá estaba ya muerta en su vientre, y que debía expulsarla (en otras palabras, realizar un aborto). Le dijo que no pillaba el sonido del latido del corazón del bebé y que, de quedarse el feto dentro del vientre de mi abuela y no expulsarlo a tiempo, se pudrirían sus entrañas y mi abuela moriría de septicemia.

¡Pero mi abuelita no quiso abortar! Entonces, con la ayuda de dos de mis tías-bisabuelas cubanas (dos mujeres de color metidas en la santería y el vudú), recurrieron a un brujo de la bahía, que realizó un rito extraño sobre el vientre de mi abuela (y por tanto sobre mi mamá, que se estaba desarrollando, inocentemente, en su seno). ¡Y enseguida oyeron el ritmo cardíaco de mi mamá dentro del vientre de mi abuela! Meses después nació una niña sana y perfecta.

Sin embargo, desde el momento del nacimiento, la abuela comenzó a oír que «ángeles del cielo» le hablaban al interior. ¡Y le decían que se suicidara! Ella creía que eran buenos, y que, al igual que me dijeron a mí «la sujetarían para que no sufriera dolor e iría directamente al cielo». ¡Y empezó a acudir a brujas y echadoras de cartas para aliviar su dolor y para acallar esas voces! Pero todo fue a peor... Y ya le conté su final: cuando yo tenía cuatro años, ella se acabó tirando por el balcón. Y luego, años después, mi hermana querida hizo lo mismo.

El engaño al que fue expuesta fue inmenso, y sin desearlo, nos arrastró a todos sus descendientes a esta horrible maldición. Mi camino ahora está mucho más encajado, pero tengo el sufrimiento de tener que acudir a que realicen un exorcismo sobre mí una vez por mes. Es horrible lo que me sucede: cuando el exorcista ordena al demonio que rompa sus cadenas dentro de mí y de mi familia, yo entro como en un sopor y no me entero de nada. Pero el pobre exorcista, mi marido y mis amigos (que acuden para rezar el rosario por mí durante el exorcismo), me dicen que sale de mí una voz terrible, de hombre, profunda y cruel. Y que blasfemo mucho.

Cada vez estoy mejor, pero está claro que mi camino va a ser muy espinoso hasta una liberación total. ¡Mi familia lleva al demonio dentro desde hace dos generaciones! Por favor, ore por mí...

No le molesto más. Gracias de todo corazón por haber leído mi carta.

Rosi

* * *

¿Lo ve, querido lector? Ya ve que hay e-mails que rompen mil esquemas. Desde estas líneas envío todo mi agradecimiento, mi cariño y mis oraciones a estos protagonistas valientes, y a todas las personas que me escriben a la web.

Todos son un inmenso regalo de Dios en mi vida. Gracias Señor, por todos y cada uno de ellos. Aprendo mucho más yo de ellos, que ellos de mí. Y ahora le entrego la preciosa oración que rezó Rosi cuando el demonio la tentó para cometer su suicidio. Es una de mis favoritas y su poder de protección es abismal. No olvide que, al recitarla, Rosi salvó su vida. Se lo digo muchas veces: la Virgen nunca nos falla.

EL «ACORDAOS» (SAN BERNARDO)

Acordaos, ¡Oh!, preciosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a tu protección, implorando tu asistencia y reclamando tu socorro, haya sido abandonado de ti. Animado con esta confianza, a ti también acudo, ¡oh, Madre, Virgen de las vírgenes! Y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a compadecer ante tu presencia soberana. No deseches mis súplicas, ¡oh, Madre de Dios! Antes bien inclina tus oídos y dígnate a atenderlas favorablemente. Amén (esta oración es extraordinariamente poderosa como protección personal. Muchos exorcistas la recitan justo antes de realizar un exorcismo [N. de la A.].