Capítulo 8 UNA TEXANA Y UN PEDACITO DE CIELO ENTRE LOS DEDOS

DESDE mi angustia clamé al Señor, y Él me respondió.

(Jon 2-3)

Kerry estaba desesperada. Ya no sabía qué hacer para mantener la paz en casa. Lo sucedido durante el fin de semana en el rancho que compartía con su esposo John la había dejado psicológicamente agotada. ¿Por qué despertaba tanto odio en los corazones de las hijas de su marido? Aunque nunca llegaran a creerla se había casado enamorada de su padre.

—¡Mientes! —La mayor de las dos hijas que su marido había tenido con su cuarta esposa gritaba enfurecida—, todos sabemos la verdad: que te casaste con papá para aprovecharte de su dinero; es de eso de lo que estás enamorada y no de él. Puede que papá esté ciego a causa del amor, pero nosotras no lo estamos. ¡No conseguirás engañarnos!

John se disgustaba con la actitud injusta de sus hijas Susan y Lucy, pero solo conseguía templar el rechazo que sentían hacia su nueva esposa durante unos pocos días. Y así, con la llegada de cada fin de semana, regresaban las voces increpantes y una creciente hostilidad que cada vez le asombraba más.

—No sé qué hacer —Se lamentaba meneando la cabeza de un lado al otro.

—Perdónalas, Kerry... La causa no es otra que la adolescencia que atraviesan... Ya sabes que su madre les consiente todo y no están acostumbradas a que alguien les lleve la contraria.

Pero Kerry comenzaba a hartarse...

—Pues tendrán que aprender...¡No puedes tolerar los desplantes de dos muchachitas consentidas! ¡Me ofenden horriblemente!

Estaba convencida de que no había hecho nada para merecer esa injustificada ira por parte de Susan y Lucy. Era consciente de que las hijas de John (de diecisiete y quince años respectivamente) no deseaban aceptarla como madrastra por mucho que se esforzara en ser amable, en hablar con ellas o en llevarlas al cine. Y después de dos años casada con el padre de las chicas, había llegado a la conclusión de que nada de lo que hiciera sería visto con buenos ojos por parte de las adolescentes. La terrible discusión que explotó entre ellas durante el previo fin de semana lo probaba sobradamente, y por primera vez atisbaba una derrota en el campo de los afectos matrimoniales. Solo pensar en ello le partía el corazón.

John la miró con infinita tristeza. Veía a sus hijas solo los fines de semana, dado que la custodia de días laborales correspondía a su ex-esposa. ¡Y vaya batalla judicial mantenía con ella! Aunque llevaban divorciados seis años, seguían sufriendo a causa de interminables desacuerdos económicos. La esposa despechada exigía la mitad de su fortuna: un patrimonio que él consideraba que había ganado a pulso... Admitía que su negocio petrolero en Texas iba muy bien y que nada le suponía mantener a su ex-esposa en condiciones holgadas. Pero de ahí a entregarle la mitad de sus bienes... ¡Eso era algo que no consentiría! Por ello los abogados de ambas partes (tigres de tribunal) no se cansaban de luchar a favor de sus respectivos bandos, sometiendo a ambas partes a un estrés tal que, a sus setenta y siete años, John pensó que le daría un infarto.

—Tenga cuidado con el ritmo cardíaco —le advirtió el doctor tras sufrir una fortísima subida de tensión después de uno de los careos judiciales.

—¡Ah!, ya no soy el gran luchador de antaño ni el joven que llegó sin un centavo a Texas hace cincuenta y cinco años, y que con astucia y suerte logró triunfar en el negocio petrolífero, doctor —contestó cabizbajo—. Siempre me siento agotado física y psíquicamente. ¡Anhelo paz en mi vida!

Cuando Kerry le conoció, ya era considerado uno de los hombres más pudientes y triunfadores de Dallas. El matrimonio con la madre de las chicas le había dejado tan desgastado, que había hecho el firme propósito de no volver a contraer matrimonio. Pero se volvió a enamorar de su nueva amiga Kerry (¡mujer treinta años más joven que él!), se casó en contra del deseo de sus hijas e inmediatamente llegaron los problemas... Y con el paso del tiempo, Kerry comenzó a sentirse abatida tras cada fin de semana de convivencia hostil. «¿Terminará abandonándome mi esposo a causa de estos horribles enfrentamientos?», se preguntaba inquieta. Y aunque John procuraba calmarla y asegurarle que jamás lo haría, algo le avisaba de que su gran sueño de amor terminaría en tormenta. Y con eso no había contado.

* * *

El magnate texano se consideraba un hombre maduro en todos los aspectos. Había llegado la serenidad con las canas, y había encontrado consuelo en el cristianismo de la mano de la Iglesia presbiteriana. Los presbiterianos defienden ideas protestantes alejadas de algunas bases muy importantes del catolicismo, como la negación de la presencia verdadera de Jesús en un pedacito de pan consagrado (la Eucaristía) o la devoción a la Virgen y a los santos. Kerry también era presbiteriana y John sentía que ambos se acercaban poco a poco a Jesús a través de esta religión cristiana, y por ello acudían semanalmente a las reuniones que se celebraban en su comunidad presbiteriana para orar, bendecir y adorar al Señor junto al pastor del grupo, un hombre bondadoso muy docto en los Evangelios.

Y así, evolucionando espiritualmente gracias a esas reuniones dominicales junto a Kerry, comprendió al fin la gran verdad de su alma: que la llegada del dinero había traído consigo problemas éticos y el egoísmo a su corazón; y que con el triunfo se desbocaron tentaciones humanas, las visitas al casino de Las Vegas, las mujeres bonitas, los yates, los viajes, los amigos poderosos y mujeriegos, los grandes lujos y alguna que otra droga social... Y por todo ello fue mucho el tiempo que estuvo enredando con faldas sin deseo de comprometerse seriamente con ninguna mujer. ¡Con lo divertido que le resultaba jugar con fuego sin quemarse! Pero un día el destino le trajo una mujer hermosa y especial, y se casó. ¡Lo malo fue que después se enamoró de otra y de otra más, y se casó hasta cuatro veces! Y habiendo cumplido setenta y siete años y harto de tanta contienda, deseaba ser feliz de una vez por todas con Kerry, su quinta esposa. La amaba siendo consciente de que era treinta años más joven que él, de que era preciosa y de que corría el riesgo de que cualquier día se podría hartar de sus achaques y del mal carácter de sus hijas. Y a causa de cuatro divorcios y una nueva esposa bonita pero descontenta, John se entristecía y oraba a Dios. «Jesús, ayúdame en mi vida privada... Sé que he cometido muchos errores en el pasado. He sido egoísta, egocéntrico y hasta cruel en los negocios... Pero ahora me siento viejo y a mi edad solo ansío paz. Si solo Kerry lo comprendiera». Pero Kerry ya no comprendía nada. Estaba harta.

* * *

—Kerry, ¿estás bien? —preguntó preocupada su amiga Dona a través del teléfono—. Hace días que no vienes al club. Espero que no estés enferma.

—No es eso... Es que últimamente no me encuentro animada —contestó con voz apagada. Llevaba horas sin ganas de salir de la cama. Sabía que las hijas de su esposo llegarían al día siguiente como todos los viernes para pasar el fin de semana con ellos en el rancho, y temía el próximo encuentro. Ya no tenía fuerzas... La última vez le habían insultado sin respetar siquiera la presencia del horrorizado servicio doméstico de la casa—. Digamos que las cosas no van muy bien... Por aquí hay tensión.

Un pequeño suspiro se oyó desde el otro lado del auricular. —¿Acaso habéis discutido John y tú otra vez a causa de las chicas?

Entonces Kerry no pudo más. Rompió a llorar dejando que por fin un torrente de lágrimas brotara desde lo más profundo de su corazón. Abrió el alma y le contó todo: que la situación era insostenible y que oraba a Dios incesantemente para que sanara sus heridas, para que le diera entendimiento, paciencia, sabiduría.

—Pero, ¿sabes una cosa, Dona? Me parece que Dios está sordo —logró decir entre sollozos—. No me escucha. Ya no sé cómo suplicar ni qué decirle... Estoy cansada de rezar. No sirve para nada.

Dona permaneció durante unos segundos en silencio antes de responder.

—Kerry... Dios no está sordo; lo que sucede es que tu dolor es tan profundo que no te permite escuchar su respuesta. Mira, tengo un amigo que te puede ayudar a entender lo que Dios desea hacer en ti... Es un hombre mayor y se ha convertido en un confidente importante para mí, pues me ha ayudado en un bache serio que he padecido estos últimos meses. Me ha escuchado y me ha hecho entender que Dios está pendiente de todos nosotros. Su actitud me ha procurado mucho consuelo.

—¿Cómo lo ha logrado? —Kerry mostraba mucho interés.

—Rezando una oración especial que conocen los católicos de la que yo nunca había oído hablar. ¿Te suena familiar lo que te digo?

—No.

—Le llamé, le conté lo que me sucedió y fue entonces cuando me enseñó a recitarla. ¡Ha resultado ser extraordinariamente poderosa! Al cabo de pocas semanas de orarla juntos, aquello que tanto me preocupaba se arregló de la forma más misteriosa. No sé cómo agradecérselo. Cuando acudí a él, estaba desesperada y convencida de que mi problema no se solucionaría. Pero conforme pasaban los días y oraba junto a él, algo ocurrió... Primero me invadió una gran paz y me abandoné en Dios. ¡Cosa que no suelo hacer! Y luego, de la forma más inesperada, ¡el problema irreversible se solucionó! Ahora no hay día que no rece esa poderosísima oración de los católicos. En fin... Si te interesa no tienes más que pedirme su teléfono.

—¿Y por qué no iba a interesarme?

—Porque mi amigo es católico... Ya sabes: cree en la Virgen, en la presencia viva de Jesús en la Eucaristía y en el poder de intercesión de los santos. Mira, si te parece te lo piensas unos días y ya me dirás...Es un hombre anciano de alma noble que ama muchísimo a la Madre de Jesús.

—No digas nada más —interrumpió Kerry algo desilusionada—. Es verdad que los católicos son un poco raros. Pero dame el teléfono; le llamaré. No tengo nada que perder y quizá algo que ganar.

* * *

Kerry telefoneó a Peter esa misma noche y compartió el problema familiar con él. Se sintió extraña revelando su herida a un desconocido... El viejecillo le explicó que vivía unido en espíritu a la Madre de Dios y le habló con enorme ternura del tremendo poder de intercesión de la misma y de los milagros que a lo largo de su vida le había concedido.

—Pero soy presbiteriana —le aclaró Kerry—. Aunque nuestra fe respeta a la Virgen María como Madre de Dios, no la conozco. ¿Será correcto que me dirija a Ella?

—¡Pues claro, hija! Qué tontería. ¿Acaso no es también tu madre? Limítate por ahora a dirigir tu oración hacia Ella y déjate proteger y amar por su ternura especial. La Virgen logró que Jesús cambiara el agua en vino en las bodas de Caná. ¿Acaso no es más fácil cambiar la ira injustificada de unas adolescentes en templanza?

—No sé yo, Peter —contestó Kerry dubitativa—. Son duras de pelar. Y terribles egoístas, mimadas, malas.

—Eh, para —interrumpió su nuevo amigo desde el otro lado del teléfono—. ¡Intenta no pensar así o Dios tendrá que cambiar primero tu corazón de piedra en uno de carne! Je, je.

Kerry se ruborizó al otro lado del teléfono.

—Claro, supongo que tienes razón.

—Pues claro que tengo razón. Primero tienes que perdonarlas tú aunque no te hayan pedido disculpas. Ellas no ven. Les ciega su adolescencia complicada y todas sus riquezas.

—No las defiendas, Peter. Me hacen sufrir mucho.

—Vale, te propongo un plan: cuando las niñas lleguen y la pelea comience, debes salir de la habitación y no entrar en discusiones inútiles. Deja que te hieran o hablen imprudentemente. ¡Es su pecado, no el tuyo! Debes entonces correr a tu cuarto, coger el teléfono y llamarme. Yo estaré siempre pendiente del móvil, sea día o noche. Y entonces comenzaremos la oración católica de la que te ha hablado Dona y que es tan milagrosa. Yo te la enseñaré poquito a poco. Verás cómo muy pronto las cosas cambiarán.

—¿Funcionará? —La voz de Kerry delató su decepción—. Dona dijo que era dedicada a la Virgen, pero yo no le tengo devoción, Peter.

—Um... Solo recuerda lo que te he dicho: Ella fue quien convenció a Jesús de que transformara el agua en vino, aun cuando Él sabía que no había llegado la hora de realizar milagros de forma pública. ¡A Ella nada le negaba el Hijo de Dios!

—¡Uf!, Veremos —contestó Kerry, dubitativa, meneando la cabeza de un lado a otro.

* * *

Tal y como había previsto Kerry las niñas llegaron al rancho, y en cuanto vieron a su madrastra comenzaron las disputas. Pero esta vez Kerry no contestó. Durante la cena las cosas no mejoraron: no había llegado el postre cuando el tono de voz de las niñas, enfurecidas quizá por la falta de reacción de la madrastra, fue en aumento. Kerry siguió sin reaccionar ni contestar. En el rancho todos se extrañaban de su nueva táctica. «¡La señora de la casa no se defiende!», pensó el personal de la cocina. Solo don John lo hacía, intentando calmar la ira y los comentarios hirientes de sus hijas.

Cuando Kerry comprendió que no aguantaría mucho más en esa situación y notó cómo las lágrimas se le agolpaban sobre las pestañas, se disculpó educadamente y sin probar el postre se retiró. Subió a su dormitorio, cerró la puerta tras de sí y rompió a llorar desconsoladamente. De pronto las palabras de su nuevo amigo resonaron en su memoria como un tintineo esperanzador: «Llámame a cualquier hora; yo tendré el móvil a mano para que puedas localizarme y entonces oraremos juntos. ¡Pediremos a la Virgen que solucione todo!».

Kerry cogió su móvil y marcó el número de su amigo.

—¿Peter? ¿Eres tú? —Estaba angustiada.

—¡Aquí estoy! ¿Ha empezado la guerra? ¡Ah! ¿Entonces a qué esperamos? ¡Je, je! Tú sígueme, no tengas miedo y repite lo que yo diga: «Por la señal de la Santa Cruz...».

* * *

Kerry no supo cuánto tiempo transcurrió hasta que finalizaron. «¡Caray, veinte minutos!», pensó sorprendida. Habían volado como si hubieran sido cinco... Durante esa oración católica había ido notando cómo una paz hasta entonces desconocida se había ido apoderando de ella, poco a poco, colmándola de ternura y tranquilidad. ¡Qué bonita era! En ella se alababa a la Madre de Dios con mucha intensidad. No sabía si orando así alcanzaría la paz en casa, pero al menos, ¡la que se había llenado de paz era ella! De pronto ya no le importaban los improperios de las chicas, ni que John fuera tan blando con ellas. Nada importaba más allá de esa dulce paz que la había invadido...

—Oye, Peter, esto me ha gustado mucho... ¿Cómo se llama esta oración?

—Se llama el rezo del rosario. Pero a mí me gusta llamarlo «el santo rosario» porque es verdaderamente milagroso. Ya te lo he dicho: el que acude a María, logra todo de Jesús.

—Ya... Claro, como en las bodas de Caná, ¿no? —Esbozó una sonrisa.

—Así es, hija. Tú lo has dicho: igualito que en las bodas de Caná.

* * *

Cuando Kerry me relató su preciosa historia de amor con la Virgen María ya era católica conversa.

—Fue el rezo del rosario, María. No tuvo que transcurrir demasiado tiempo hasta que un día Susan, la más rebelde de mis hijastras, dejó de insultarme ante el estupor de su hermana, de John y del servicio del rancho. Lucy fue más dura de pelar... Pero perseveré: transcurrieron semanas y luego meses, y yo seguí corriendo hacia mi cuarto para telefonear a Peter, quien con una paciencia infinita recitaba el santo rosario tras el auricular. Hasta que una mañana, de forma absolutamente inesperada, Susan pidió hablar conmigo en privado. ¡Vaya miedo que tuve! Pero dado que llevaba más de un mes sin insultarme ni provocarme, accedí. En cuanto nos dejaron solas me abrazó y me pidió perdón. ¡No daba crédito!

—Sé que he sido una hijastra perversa contigo mucho tiempo, Kerry —me dijo—. Lo siento. No volverá a suceder.

¡Qué alivio y qué felicidad sentí! Corrí a contárselo a Peter y éste se puso muy contento.

—Te lo dije: la Madre de Jesús tiene un enorme poder de convicción sobre Él. ¡Todo se lo concede porque ama muchísimo a su Madre! Solo necesitamos tener confianza en su amor y Ella se encargará del resto. Pero no abandones la oración: aún queda triunfar en el corazón de Lucy.

—Sí —dije preocupada—. Aún queda la pequeña Lucy.

Seguí orando algunos meses sin ver demasiados cambios en ella. ¡Pero aprendí a perseverar en la oración diaria del santo rosario! Gracias a él perdí el miedo a las niñas y cada vez me envolvía más esa sensación extraña de paz tierna que me cuesta mucho describir... Hasta que un día recibí una inesperada llamada de Peter.

—Kerry, ¿has aprendido ya a rezar el rosario? —Hizo la pregunta de sopetón—.

Claro... Llevamos varios meses haciéndolo juntos.

Peter echó un pequeño suspiro al aire.

—Me alegro porque a partir de ahora no podré acompañarte en la oración.

Aquella respuesta me puso en alerta.

—¿Por qué dices eso?

—Kerry, hija, aún no nos hemos visto. Soy un anciano pachucho y no creo que me quede mucho tiempo de vida. ¿Por qué no vienes a verme y hablamos?

¡Me asusté! ¡Mi amigo estaba enfermo y nada me había dicho! Me explicó que le habían diagnosticado un cáncer agresivo y que marchaba a vivir a otro estado, en donde unos familiares le acogerían para atenderle al final de su vida. ¡No me lo podía creer! Mi gran amigo de oración, quien me había presentado oficialmente a la Virgen me dejaba para siempre. Al día siguiente corrí a visitar y conocer por fin, cara a cara, a mi querido amigo de oración. ¡Pero lo que el muy bribón no me había dicho es que era un sacerdote católico jubilado de noventa años! Me lo encontré sentado en una silla de ruedas y vestido con sotana. ¡Vaya sorpresa me llevé! Y cuánto disfrutamos charlando. Cuando llegó la ambulancia para recogerle y trasladarle a su nuevo hogar, me eché a llorar...

—¡No llores, hija! Mira lo que te regalo —dijo colocando su rosario de cuentas de madera entre mis manos— Quédatelo. Así me recordarás. Y no estés triste, que me voy contento al cielo... A partir de ahora ya no podré orar más el rosario contigo; por eso debes rezarlo sola. Recuerda: la Virgen arreglará el problema de Lucy.

—Claro, padre —interrumpí—. Igualito que en las bodas de Caná, ¿no? — dije esbozando una rota sonrisa.

* * *

Tres meses después me enteré de que mi amigo se había marchado al cielo. ¡Aquella noticia me dejó desolada! Sin embargo una extraña sensación de su cercanía me empujó a tomar la decisión de rezar el santo rosario todos los días tal y como lo hice con él durante meses. «Antes teníamos que hacerlo telefónicamente, Peter», le dije mirando hacia las estrellas. «Pero ahora sé que puedes verme, que vives junto a Jesús y a esa Madre del Cielo que me presentaste; ahora ya podemos rezarlo juntos otra vez». Y no pasó demasiado tiempo hasta que comencé a sentir algo nuevo en mi corazón: ¡mi alma se estaba acercando al catolicismo de manera poderosa! Sin apenas percibirlo me había ido enamorando poco a poco del amor de la Madre de Dios.

Por fin, un año después, tomé una de las decisiones más importantes de mi vida: entré a formar parte de la religión católica. Me preparé a fondo, hice la primera comunión y me confirmé junto a Dona. ¡Ella también había experimentado una tremenda conversión al catolicismo gracias a la Madre de Jesús! Hoy puedo decir con humildad que soy católica y que mi fuerza es la Eucaristía. Realmente no comprendo cómo antes podía vivir sin ella.

Te preguntarás qué pasó con Lucy. ¡Con el paso del tiempo también ha cambiado! Cuando una tarde me pidió perdón casi me caí de la silla en la que estaba sentada. El gran milagro de mi vida no fue que las hijas de mi esposo lograran aceptarme, sino que a través de la oración del rosario comencé a vivir un poco el cielo en la tierra a pesar de los problemas, de las adversidades y los contratiempos. Porque orar el Rosario es estar junto a la Virgen María, la Madre de Jesús y Madre nuestra, y notar que Ella nos acompaña en cada tribulación, en cada temor y enfermedad. Los problemas pueden perseverar, pero no se perciben ni enfocan de la misma manera si sentimos la compañía de la Madre de Dios. Con Ella al lado se nota el roce de su paz, de su amor, de su ternura y protección. Es como agarrar un trocito de cielo entre las manos en vez de una cuenta del rosario. Haz la prueba. Sé que no te arrepentirás.

* * *

Ya ve, querido lector: el dinero no da la felicidad. También en familias pudientes se dan problemas muy serios de falta de amor, comprensión y cariño. Algunos de sus miembros se desesperan con los problemas de sus hijos y sufren terriblemente. Mucha gente admirada, que alcanza fama, poder y dinero, acaba sintiéndose sola, perdida y alterada, inmersa en un mundo de dioses falsos que lejos de aportar felicidad traen desesperación. La base del fracaso es verse incapaz de lograr lo más deseado en la vida: el amor. No hay más que ojear la prensa para descubrir que lo que le digo es cierto. El dolor oculto de muchas celebridades del cine, de la música o de los grandes negocios es ahora tan latente que hay muertes prematuras que nos horrorizan y entristecen. ¡Cuántas veces aquellos ídolos a los que queremos y admiramos mueren de la forma más extraña! Es entonces cuando nos percatamos de que no eran sino pequeños muñecos rotos aturdidos por la fama o el mundo de las superventas (casos como los de Michael Jackson, Wihtney Houston, Amy Winehouse, Janis Joplin, Jim Morrison, etc.)[N. de la A.]. Todos tenemos heridas y aunque un buen fajo de billetes puede ocultarlas por un tiempo, la verdad siempre acaba saliendo a la luz demostrándonos una vez más que lo único que vale la pena es vivir dando y recibiendo amor. Solo para eso fuimos creados. ¿Por qué entonces nos es tan difícil alcanzar esta meta? Los grandes teólogos de nuestro tiempo echan la culpa al egoísmo, al egocentrismo, al afán de poder y dinero que se ha adueñado de la mente y del corazón del hombre moderno. A pesar de todo, Dios nunca nos deja solos y por ello ha enviado a su Madre, la Virgen María, para que nos proponga un arma infalible para lograr al menos la paz en nuestros corazones: la oración milagrosa del santo rosario.

Me viene a la mente la afirmación que hizo al respecto de lo que le cuento nuestro gran poeta español don Miguel de Unamuno en su magnífica obra póstuma Diario Íntimo. ¡Él que tantas veces se reconoció agnóstico convencido, dejó escritas las frases más bellas sobre la Madre de Dios!:

"Pasan imperios, teorías, glorias, mundos enteros. Y quedan en entera calma la eterna Virginidad y la eterna Maternidad, el misterio de la pureza y el misterio de fecundidad [...]. He llegado hasta el ateísmo intelectual, hasta imaginar un mundo sin Dios, pero ahora veo que siempre conservé una oculta fe en la Virgen María. En momentos de apuro se me escapaba maquinalmente del pecho la exclamación: Madre de Misericordia, favoréceme. Racionalicé la fe. Quise hacerme dueño y no esclavo de ella, y así llegué a la esclavitud en vez de llegar a la libertad en Cristo [...]. La oración es la única fuente de la posible comprensión del misterio. ¡El rosario! ¡Rezar meditando los misterios! No sutilizarlos ni escudriñarlos sobre los libros, sino meditarlos de rodillas y rezando; éste es el camino."

Al igual que don Miguel de Unamuno yo también les propongo desde este humilde escrito la oración del rosario para ayudarles a alcanzar el amor y la paz de Dios en sus corazones. ¡Déjese amar por Él y no le rechace! Pero no olvide que no es la única oración poderosa que logra milagros. La Iglesia católica propone muchas más, bellísimas, que son extraordinariamente eficientes. No quiero pasar al siguiente capítulo sin presentarle al menos un par de ellas. Se trata de dos oraciones valiosas para aquel lector que, al igual que mi amiga Kerry, esté pasando por momentos difíciles en el trato con sus hijos. Cuando llega un hijo al mundo comienza la aventura más hermosa imaginable, pero también el desafío más grande en la vida de los padres. Éstos dan amor, ofrecen sacrificios y toda la energía que poseen (tanto física como psicológica) por ellos. Sin embargo las cruces siempre llegan en diferentes e inesperadas formas: enfermedades, dificultades de carácter, en los estudios...

Pasan los años, se hacen adultos y se enamoran, y empiezan otras preocupaciones para los padres. Quizá les veremos sufrir a causa de desengaños amorosos, y pueden casarse con gran ilusión para luego separarse tras una espantosa desilusión afectiva. Verles sufrir nos hará padecer también a nosotros, y lo cierto es que después llegan los nietos, querido lector: ¡y traen nuevas preocupaciones! ¿Qué abuela no se desvive por sus nietos? ¡Se les adora con todo el corazón! Ya ve: el amor y el deseo de proteger a los hijos no acaba nunca... Y como cumplo lo que prometo aquí le dejo con las oraciones. Sé que ambas son agradables a Dios. ¡Haga la prueba! Como tantas veces le digo: no tiene nada que perder y sí mucho que ganar. ¿A qué espera entonces?

* * *

ORACIÓN DE LOS PADRES (I)

Señor, Creador de todas las cosas: Tú eres el verdadero Padre de mis hijos. Tuyos son porque Tú me los has dado y me los conservas. Te los ofrezco juntamente con todo lo que tengo y con la dulce compañía de mi vida en el hogar. Bendícenos a todos en la familia, Señor. Concede a mis hijos la verdadera sabiduría y un corazón dócil. Imprime en sus almas infantiles un gran horror al pecado; inspírales sentimientos nobles y un tierno amor hacia la Virgen María. Líbrales de los malos amigos y de los vicios como las drogas, la violencia o el alcohol.

Protégeles de robos, palizas, reyertas, abusos sexuales o violaciones. Que jamás sean vejados, Señor. Protege su pureza de modo especial en este mundo tan cargado de violencia contra la inocencia.

Te suplico que no les concedas ni riqueza, ni pobreza, sino lo que sea más conveniente para sus vidas y sus almas. Haz que nosotros, sus padres, seamos modelos fieles de nuestros hijos, y no permitas que por negligencia, descuido o ceguera espiritual, destruyamos el amor, la autoridad y el buen ejemplo que ellos se merecen. Dame, para educarlos cristianamente, indulgencia sin debilidad, firmeza sin terquedad ni aspereza, y una paciencia especial para no ahogarme ni desalentarme nunca con ellos o su educación.

Señor, Tú me has dado a mis hijos y me vas a pedir cuenta de ellos. Ayúdame a santificarlos y salvarlos.

Virgen Inmaculada, mis hijos son también tuyos. Guárdalos en tu corazón de Madre. Desde hoy te los entrego. Hazlos santos en esta vida y en la otra, y santifícanos a nosotros, sus padres, con ellos. Amén.

ORACIÓN DE PROTECCIÓN POR LOS HIJOS (II)

Señor, como cada día, quiero rezar por mis hijos (aquí se dicen los nombres de cada uno). Son mi alegría y el regalo más valioso que Tú me has dado. Pero sufro por ellos. Tú sabes que les amo y deseo con todo el corazón que sean felices, pero tengo miedo porque les rodea un mundo engañoso y lleno de trampas. Pasan muchas cosas Señor: vemos constantemente a jóvenes desorientados que malgastan su vida. ¡Esto me angustia mucho, Señor!

Dame sabiduría para guiarlos, generosidad para amarlos, paciencia para educarlos. Haz, Señor, que sepa enseñarles a volar, a descubrir su propio camino: el suyo, el que Tú quieres para ellos y no aquel que quizá yo quiera con cierto egoísmo. Si deciden casarse, ayúdales a encontrar la persona que les quiera de verdad y con la que puedan llevar a buen término un proyecto común que dé sentido a su vida privada. ¡Tiene tanta influencia la pareja en la vida de la persona!

Señor, me gustaría que te conocieran. Deseo transmitirles la fe para que descubran que en su interior tienen una luz y una fuerza que no les fallará nunca. Pero sé que cada persona es libre y que quizá no acepten esta herencia que les quiero dejar. Haz Señor, que encuentre la fuerza en Ti para seguir dando un testimonio de coherencia, sin desanimarme ni culpabilizarme. Que sea capaz de perseverar en la oración para que un día te conozcan plenamente y salven sus almas

Tú sabes, Señor, que no siempre resulta fácil ser padres/madres. Hay momentos en los que me desanimo y tengo la sensación de que mis esfuerzos son en vano. Pienso y siento que mis oraciones no tienen ni tendrán ningún fruto. Ayúdame, Jesús, a no dejarme abatir por el pesimismo, y que siga sembrando en sus corazones con el convencimiento de que llegará el día en el que la semilla dará fruto en sus almas. Y por encima de todo ayúdame a enseñarles a amar y a respetar a todo el mundo.

Soy consciente de que como padre/madre, he cometido muchos errores y que a veces, les he fallado. Es por mi debilidad y mis pecados, no por mala voluntad. Perdóname, Señor. Que tu fuerza y tu bondad supere mis limitaciones como padre/madre. Te pido finalmente que no dejes nunca de tu mano a mis hijos, especialmente cuando comiencen a andar por su propio camino. Te los confío convencido de que Tú siempre les cuidarás. Sálvales, Señor: que en la eternidad todos estemos juntos. Derrama siempre tu Misericordia sobre ellos durante todos los días de sus vidas. Gracias, Señor. Amén.