EL CAMINO HACIA LAS MONTAÑAS

 

 

Al amanecer, Gorgian abrió los ojos y miró hacia el fondo de la alcoba, donde, sentado en una silla, Elendor contemplaba una arrugada hoja. Se levantó y se dirigió hacia él.

              ¿Qué haces, Elendor?

              El anciano dio la vuelta al desgastado pergamino y le mostró su contenido.

              ¡Es un mapa! dijo Gorgian, entusiasmado.

              Sí. Un viejo mapa. Casi tan viejo como yo contestó Elendor, sonriendo.

              El joven examinó sus extraños dibujos, que mostraban montañas, caminos y ríos, en lo que parecía ser una representación de los Cuatro Reinos. Sin embargo, no había ninguna línea que delimitara la frontera entre todos ellos. Había escritos los nombres de muchos lugares, pero ninguno hacía referencia a Northam o Surtham. Tampoco aparecían los reinos del Este y el Oeste, ni sus principales ciudades.

              ¿De qué año es este mapa?

              Tiene mucho tiempo, ¿verdad? El mapa más antiguo que hayas visto en tu vida. Representa a las Tierras Antiguas, antes de que se formaran los reinos. Por eso las ciudades que conoces no vienen aquí reflejadas.

              Pero sí que aparece el bosque de los magos dijo Gorgian, señalando su nombre en el centro del pergamino.

              Sí. El bosque de los magos es, seguramente, uno de los lugares más remotos que se conservan. Es un bosque peligroso, ya que los hechiceros lo protegieron con conjuros y encantamientos.

              ¿Cómo es?

              La intrigante mirada de Gorgian hizo que Elendor se decidiera a describirlo.

              Hace muchos años que los hechiceros, ante la maldad que Thandor había arrastrado desde el Sur, determinaron establecerse en un lugar alejado de sus dominios, entre las montañas. Encontraron un pequeño bosque, con extrañas criaturas, todas ellas pacíficas. Y fue allí donde se establecieron. Con el paso del tiempo, dicen que los árboles, dotados de vida, podían sentir, escuchar, susurrar e incluso moverse. Extendiéndose por las llanuras más cercanas, hicieron que el bosque alcanzara un gran tamaño y albergase en su interior a numerosas especies animales y criaturas casi míticas. Los poderosos árboles se constituyeron en los guardianes de todas ellas y atrapaban entre sus raíces a todos aquellos que intentaban acceder al lugar de reunión de los magos sin haber sido convocados.

              ¿Has estado allí?

              El anciano asintió ligeramente. En su cabeza se hicieron presentes los muchos recuerdos que guardaba de las grandes extensiones cubiertas de árboles, los más altos y robustos que había visto en su vida. Habían sido muchos los peligros que amenazaron las tierras de los hechiceros en los años de la Primera Edad de los hombres. Por fortuna, las criaturas que habitaban el bosque siempre habían logrado preservarlos y conservarlos al margen de las ambiciones de los humanos. Las imágenes que rememoraba Elendor eran, en su mayoría, escenas alegres vividas en el gran refugio de los magos, aunque también pudo encontrar algunos recuerdos ingratos de las numerosas ocasiones en las que el bosque había sufrido el azote de malvados gobernantes venidos del Sur. La pregunta de un Gorgian más curioso que de costumbre le hizo regresar de sus remembranzas.

              Es un lugar peligroso, ¿no?

              No te preocupes. Para nosotros, ahora es el paraje más seguro al que podemos dirigirnos.

              ¿El paraje más seguro?

              Sí, Gorgian. Tú no lo comprendes, porque has vivido en una época en la que, por suerte, no has conocido guerras ni enfrentamientos entre los reinos. Sin embargo, estos tiempos llegan a su fin. Los pueblos del Sur han despertado, y si llegan a tener el poder que alcanzaron en la antigüedad, todo lo que ahora conocemos podría desaparecer.

              El joven contempló a su maestro con atemorizada mirada. Las últimas palabras de Elendor habían desatado un miedo en el interior del chico, que no quería creer lo que estaba escuchando.

              El anciano, consciente de lo que Gorgian sentía, intentó calmarle. Aún quedaba esperanza. Con la unión de los otros reinos, juntos podrían vencer al enemigo que se alzaba desde Surtham.

              No quiero asustarte, pero debéis saber que tendremos que luchar por lo que ahora es nuestro.

              Pero, para eso tenemos a todos los guardianes del rey, ¿no?

              Estoy convencido de que los hombres del rey, pese a ser los más valientes, poco podrían hacer ante los crueles ejércitos del Sur. No te hablo sólo de humanos, sino de bestias, grandes monstruos, poderosos hechiceros… No te imaginas la magnitud que podría alcanzar la guerra entre reinos. Por eso debemos partir de inmediato y consultar a los sabios magos. Ellos nos dirán lo que tenemos que hacer.

              ¿Crees que aún seguirán allí?

              Seguro que sí.

              Elendor recordó la sagrada misión que le había unido al resto de hechiceros: vigilar los reinos para que el equilibrio que se había logrado con el comienzo de la Segunda Edad de los hombres perdurara por siempre. Había transcurrido mucho tiempo desde su última visita a los ancianos del bosque. En su corazón, albergaba la esperanza de que no les hubiera pasado nada a sus viejos amigos, aunque una extraña sensación recorría su cuerpo. El presagio de algún suceso desafortunado se hacía presente en su cabeza.

              Mirando hacia un extremo de la alcoba, contempló cómo los hermanos de Gorgian dormían inocentemente, sin tener conocimiento de lo que podría pasar si no actuaban de inmediato.

              Despiértales, Gorgian. Diles que se preparen. En unos instantes marcharemos hacia los profundos bosques. Iré a buscar al rey para ultimar los detalles de nuestra partida. Con un poco de suerte, en pocas semanas habremos llegado hasta la Cámara Pentagonal.

              ¿Qué es la Cámara Pentagonal?

              Es la sala secreta donde se reúnen los ancianos. Se la denomina pentagonal por sus cinco lados. También fueron cinco los hechiceros que se reunieron allí por primera vez, cuando el príncipe Thandor traicionó a su pueblo. Ya te hablaré de ella en otro momento. Ahora haz lo que te he dicho. Volveré en poco tiempo y partiremos hacia nuestro destino.

              El anciano abandonó la habitación y salió en busca del rey. Llegó hasta la sala de reuniones y, para su sorpresa, los hombres que les acompañarían en el viaje ya estaban allí preparados. Sentados junto a la mesa, Hadrain y Meliat esperaban en silencio. Sus rostros denotaban una gran preocupación por el futuro de sus reinos. Antes de que Elendor pudiera hablar, el rey Davithiam entró en la sala, acompañado de algunos de sus hombres, que traían varias espadas, escudos, cotas de mallas ligeras y yelmos plateados, que dejaron sobre el suelo.

              Aquí tenéis armas dijo el rey—. Coged lo que os haga falta. Siento no poder ofreceros mucho más.

              Con esto será suficiente contestó el mago.

              El rey no podía ofrecerles ninguna protección contra los oscuros poderes a los que tendrían que enfrentarse si Thandor regresara. Elendor lo sabía muy bien. Las armas podrían servir para luchar contra los hombres del Sur, e incluso contra bestias y dragones, pero no contra el príncipe.

              Elendor se sentó en una de las sillas, mientras pensaba en la forma más rápida de llegar al bosque de los magos. Entonces se acordó de la antigua senda que atravesaba la montaña del Rey Muerto. Era un camino seguro que les conduciría durante varios días por bosques espesos. Afortunadamente, aquellos senderos no tenían peligro alguno, pues el verdadero peligro estaba más allá del río, donde empezaba a extenderse el reino del Sur, ahora completamente mancillado por los seguidores de Thandor.

              El rey volvió a hablarles.

              Os he preparado algunas provisiones para las primeras jornadas de camino: pan, algo de carne y queso, y frutas. Espero que con eso tengáis suficiente para varios días. Os haría traer caballos también, pero los caminos que conducen a vuestro destino son demasiado difíciles. No creo que los animales pudieran atravesar algunos de los estrechos senderos que se pierden entre las montañas.

              ¿Dónde está el príncipe Siul? preguntó Elendor.

              Siul ha partido con sus hombres a primera hora de la mañana. Su gran preocupación por el reino de su padre le ha hecho olvidar que debería haber descansado más tiempo. Por fortuna, es un hombre fuerte. Los caballeros del Este están acostumbrados.

              Demasiado acostumbrados, por desgracia dijo Hadrain, recordando las numerosas contiendas que él y sus hombres habían mantenido junto con Siul en su lucha contra los bandidos de Surtham.

              Las puertas de la sala se abrieron. Los tres hermanos entraron tímidamente, mirando con recelo las armas y cotas de malla que había sobre el suelo.

              El rey Davithiam se dirigió hacia ellos.

              Elegid vuestras defensas. Os he traído las armaduras más ligeras de todo el reino, procedentes de los antiguos vestidos de reyes y príncipes de Northam. Las armas y escudos también pertenecieron en un tiempo a los grandes hombres de nuestro reino. Espero que a vosotros os protejan más de lo que lo hicieron con algunos de nuestros héroes.

              Después de observar, con temor, todo lo que había en el suelo, cada uno fue eligiendo su armamento.

              Arthuriem, al ser el más pequeño en edad y estatura, tomó una pequeña cota de mallas y un gran arco, recordando las numerosas ocasiones en las que Elendor les había llevado a los alrededores de la ciudad, donde habían hecho sus primeras prácticas de tiro. Eligió también un carcaj repleto de afiladas flechas. Por último, un yelmo ligero que dejaba ver todo su rostro.

              Yunma prefirió una espada mediana de doble filo y un escudo con el antiguo emblema de Crossos. También se hizo con un pequeño cuchillo que guardó en el interior de una de sus botas. Y para la cabeza, un yelmo que ocultaba una gran parte de su cara.

              Gorgian, que también sentía preferencia por las espadas, se fijó en dos de ellas, iguales. Eran extraordinariamente ligeras, hechas con un metal desconocido para él. A juego con las espadas, descubrió un pequeño casco.

              Una vez que los tres hermanos estaban equipados, Hadrain y Meliat se pusieron en pie.

              Entró un guardia en el salón, llevaba un vestido doblado entre sus manos. El rey miró sonriente a Elendor.

              Esta túnica perteneció a algunos de los magos que guardaron nuestro reino hace muchos años. Ahora, mi querido amigo, es para ti.

              El anciano contempló el presente que acababa de recibir: una maravillosa túnica con capucha de color azul oscuro, con anchas mangas y bolsillos interiores. Su grosor le resguardaría del frío y el aire de las montañas.

              ¿No llevas nada más? ¿No coges un arma? preguntó Yunma, extrañado.

              Creo que llevo todo lo que me hace falta respondió Elendor, terminando de ajustarse su nueva túnica. A continuación, tomó su vara.

              Así es confirmó Hadrain, recordando lo que le había sucedido el día anterior, en su enfrentamiento con el mago.

              Los hermanos Dogrian estaban extrañados. ¿Por qué Elendor no tomaba ningún arma? Él, que les había enseñado a luchar con cualquiera de ellas. Como única defensa, sólo tenía la vieja vara que utilizaba para apoyarse. Ni siquiera llevaba puesta una cota de mallas. ¿De qué le serviría la túnica de un mago?

              Ante el comportamiento del anciano y el excesivo respeto con que era tratado por parte de los presentes, Gorgian sospechó que bajo la aparente debilidad de su maestro se escondía alguien más importante de lo que pensaban. ¿De verdad sería Elendor tal y como él y sus hermanos le percibían, o tal vez tenía secretos que ocultar?

              Una vez que todos estuvieron preparados, salieron de la sala, caminando lentamente. Los Dogrian se sentían extraños con sus nuevos ropajes. Nunca hubieran imaginado que tendrían que ir así, armados. Sentían algo de miedo. Miedo a lo desconocido. No habían salido de los territorios que rodeaban Crossos, más allá de los bosques.

              Atravesaron los pasillos de palacio y la sala de las armaduras hasta llegar a las puertas de la muralla, que fueron abiertas de inmediato.

              Antes de que salieran, el rey les habló una última vez.

              Elendor, nadie mejor que tú conoce los bosques y caminos de mi reino. Guíales con tu sabiduría. Estoy seguro de que contigo siempre estarán a salvo.

              Gracias por vuestra confianza, mi señor. Si todo sale bien, estaremos de vuelta en varias semanas, o incluso meses. ¿Qué haréis mientras tanto?

              Reforzar la antigua alianza con el reino del Este. Mandaré un ejército hacia allí. El rey Edmont recordará que un día nuestros pueblos estuvieron unidos. Y así será a partir de este momento, ya que todos compartimos el mismo destino. Marchaos, no perdáis más tiempo.

              Y, levantando la mano, ordenó que las puertas volvieran a cerrarse, con lo que quedó únicamente él dentro de las murallas.

              Elendor tomó la iniciativa y se situó el primero.

              En marcha, mis queridos amigos. En pocas horas atravesaremos los bosques que rodean Crossos hasta llegar a sus fronteras. Una vez que estemos fuera, abrid bien los ojos, pues no sabemos lo que podemos encontrarnos.

              Miró hacia atrás y observó a sus acompañantes, que no se atrevían a dar el primer paso.

              No os preocupéis. Como os dije, las sendas por las que vamos a caminar son seguras. Únicamente debemos tener cuidado con los animales salvajes de los bosques. Especialmente, los lobos.

              Comenzaron a recorrer la ciudad hasta la parte más baja atravesando las murallas de los tres niveles. Contemplando aquellos grandes muros, Elendor se preguntaba si serían lo suficientemente fuertes como para resistir en una batalla. Si se llegara a una guerra, habría que reforzar toda la ciudad, pues aún no estaba preparada para rechazar la embestida de las hordas del Sur. A pesar de tener armas como las catapultas que se guardaban tras la muralla del palacio, había que reconstruir algunas partes de las antiguas torres que defendían la ciudad y que en otros tiempos habían sufrido un importante deterioro.

              Elendor, consciente del largo camino que les quedaba, intentó hacer el recorrido un poco más ameno a sus acompañantes, que no decían nada. Sobre todo Meliat y Hadrain, pues los tres hermanos a menudo hablaban en voz baja entre ellos y se preguntaban qué ocurriría cuando llegaran ante la presencia de los magos y cómo conocía Elendor todos los hechos referidos en el palacio del rey. Sus relatos ya no resultaban tan irreales como habían pensado en algunas ocasiones, cuando le escuchaban en la plaza de los guerreros. Les gustaría poder ver la cara de aquellos que se reían de su maestro si llegaran a contemplar uno de los dragones a los que hacía referencia el anciano.