EL HALLAZGO EN LA GRAN MINA
En algún lugar de las tierras del Sur, escondida entre extensas montañas, se encontraba una gran mina, habitada por los únicos enanos que existían en los Cuatro Reinos. Nadie sabe cómo llegaron allí, pero su presencia había pasado siempre inadvertida entre los hombres.
La entrada a la mina estaba entre los árboles que rodeaban la montaña, oculta delante de una enorme roca que sólo podía moverse desde el interior, y conducía a unos largos pasillos por los que se accedía a las profundidades subterráneas. Allí, numerosas galerías repletas de escaleras llevaban a las diferentes estancias donde habitaban los enanos. En los últimos años, se habían adentrado mucho en el interior de las montañas y habían extraído una gran cantidad de metal que utilizaban para construir armaduras, espadas, escudos…; a su paso, creaban un amplio número de salas. Las galerías formaban un extenso laberinto excavado entre las rocas. En las principales salas de la mina se había colocado grandes antorchas que las mantenían siempre iluminadas.
Aquella gran construcción subterránea constituía el pequeño reino de los enanos, gobernados por el rey Hortum, descendiente de los Señores Enanos que habían habitado en las montañas perdidas de las Tierras Antiguas durante los años de Zorac. En una de aquellas salas se alzaba, majestuoso, el trono de Hortum, quien, últimamente, estaba preocupado por los recientes hechos acaecidos en los alrededores de la mina. A menudo recorría en secreto algunos de los largos caminos que se encontraban más allá de las montañas, buscando cualquier señal de vida. Durante muchos años había tenido la suerte de no cruzarse con ningún hombre. Sin embargo, en los últimos tiempos había visto a varios de ellos merodear a tan sólo unos cuantos kilómetros de su reino. La presencia humana podía poner en peligro la mina y sus habitantes, pues el mineral que se extraía de la mina era resistente, a la vez que liviano, y era utilizado para hacer contundentes armas y ligeros equipamientos de defensa.
El rey, pese a ser probablemente el más testarudo de los enanos, buscaba siempre lo mejor para su reino. Afortunadamente, estaban atravesando momentos de paz. Desde su llegada al reino del Sur no habían tenido que librar ni una sola guerra. Allí habían construido el gran agujero entre las montañas, cercanas al río que atravesaba Surtham en su lado norte. El rey nunca había tenido que tomar decisiones que pusieran en peligro a sus súbditos.
Sin embargo, para desgracia del reino de Hortum, los tiempos de paz habían llegado a su fin:
Un día, los enanos que picaban en la parte más profunda de la mina, al retirar una pared de rocas, encontraron un estrecho pasadizo. Caminaron por aquel extraño corredor y llegaron finalmente a una pequeña sala. Se quedaron paralizados al contemplar lo que había en el mismo centro. Situado sobre una piedra con forma rectangular, se encontraba un viejo libro de color plateado, en cuya portada se había dibujado una extraña criatura. Al principio, ninguno de los enanos se atrevió a tocar el extraño objeto, recubierto por una gruesa capa de polvo.
—¿Qué hacemos con este libro? —preguntó uno de los enanos, asustado por el descubrimiento que acababan de hacer.
—Creo que deberíamos llevarlo ante el rey —repuso Handric, uno de los guardianes del rey.
—¿Y si tiene algún hechizo sobre él? No quiero morir por un puñado de manuscritos.
—No va a pasarte nada por tocar ese libro —contestó Handric, mientras se dirigía hacia el centro de la sala y quitaba el polvo de la superficie del extraño objeto. Posteriormente, lo cogió entre sus manos y comprobó al instante su gran peso.
—Lo llevaremos ante el rey —dijo mientras abandonaba la sala cargado con el tesoro.
Hortum se encontraba sobre su trono, descansando de uno de sus largos paseos a través de la mina.
Cuando estaba a punto de quedarse dormido, apoyado sobre uno de los brazos del asiento, el ruido de las grandes puertas del salón le sobresaltó.
—Majestad, los excavadores han encontrado algo importante en los pasadizos del lado norte.
—Hazles pasar. Que traigan lo que han extraído.
El rey, intrigado por el presente que estaba a punto de recibir, se levantó del trono, y comenzó a bajar las escaleras que conducían a la parte más baja del salón. En poco tiempo, tenía ante sus ojos a tres de los enanos que estaban haciendo excavaciones en uno de los extremos de la mina. Uno de ellos, Handric, llevaba algo reluciente entre sus manos. Ahora que se había quitado todo el polvo del libro, éste parecía más valioso todavía. Las imágenes de su portada cautivaron rápidamente a Hortum, que, pasó suavemente sus dedos por los extraños dibujos y tomó aquel objeto, que depositó después en una pequeña mesa que había en el salón. Intentó abrirlo, pero todos sus intentos fueron vanos. Handric se dirigió al rey, viendo los esfuerzos que hacía por separar las páginas.
—No hemos podido abrir el libro. Parece como si alguna extraña fuerza lo mantuviera cerrado.
Debe de ser un objeto mágico —respondió Hortum, desistiendo de su intento—. No sería la primera vez que un libro mágico llega ante mí. Sin embargo, los escasos que he podido ver se encontraban en las bibliotecas de los magos, guardados por algún extraño conjuro. Es la primera vez que toco uno de estos objetos. Son peligrosos. Tan sólo los grandes hechiceros son capaces de utilizarlos. Si caen en manos inexpertas, podrían tener consecuencias fatales.
—¿Qué hacemos, majestad? —preguntó uno de los acompañantes de Handric.
—De momento, dejadlo junto a mi trono. Lo llevaré a una de nuestras salas más seguras, donde permanecerá guardado hasta que hable con los hechiceros de los bosques del Norte, pues sólo ellos son capaces de abrirlo y descifrar su contenido. Mientras tanto, aseguraos de que en el lugar donde se encontraba no queda nada más.
—Sí, mi señor.
Los enanos se retiraron de la gran sala para volver a los estrechos pasillos que habían descubierto.
Cuando se vio solo delante del libro, Hortum intentó abrirlo una vez más. Ya había contemplado este tipo de objetos mágicos en otras ocasiones, hace mucho tiempo, la única vez que había estado en Northam, con los grandes hechiceros del Norte.
Después de escudriñar una y otra vez el extraño tesoro con su mirada, meditó sobre los terribles poderes que podían ocultarse en su interior. Trágicos recuerdos sacudieron su mente en aquel instante: la última vez que los de su especie habían sufrido las devastadoras consecuencias de aquellos antiguos objetos. Las crónicas de Amset, una de las minas de los Señores Enanos más antiguas que se recordaban, relataban la devastación que había sufrido por culpa de los conjuros de un antiguo libro, pronunciados por el mismo Thandor. Todo había sucedido en la Primera Edad de los hombres. Poco después de que el malvado príncipe se ocultara en el Sur, algunos de los hombres que habitaban Surtham encontraron la entrada a la mina, oculta entre las grandes rocas. Cuando Thandor se enteró del hallazgo, dirigió un gran ejército hasta allí. Muchos dicen que fue su primera batalla, después de traicionar a su padre y abandonar su tierra. Tenía un ingenioso plan para vencer a Zorac y sus seguidores, y necesitaba el metal de Amset para fortalecer sus tropas con resistentes armaduras y espadas. Con varios libros mágicos en su poder y la ayuda de algunos hechiceros que habían accedido a acompañarle en sus malvados propósitos, el príncipe se adentró en la mina, saqueó todo lo que encontró a su paso y acabó con cualquier resto de vida que hubiera en su interior. Tan sólo un puñado de enanos había sobrevivido a la invasión de los humanos. Desde entonces, la relación entre los hombres y los enanos se había desvanecido. Los antepasados de Hortum decidieron crear un nuevo reino, en el Sur, alejado de la presencia humana. Por fortuna, con la muerte de Thandor, los libros cuyos poderes habían servido para derrumbar la mina de Amset fueron también destruidos, y no se conocía de ningún hechicero aliado de Thandor que hubiera quedado vivo después de la batalla entre el príncipe y el Rey bueno.
Después de leer aquella trágica historia, el rey Hortum había sentido un terrible miedo a los objetos mágicos y, de una forma especial, a aquellos libros extraños que en ocasiones guardaban un peligroso poder de destrucción en su interior.
Finalmente, Hortum tomó una decisión: aquel libro tendría que desaparecer de allí lo antes posible. Al día siguiente el objeto sería llevado al Norte por aquellos que lo habían encontrado. Era la mejor opción para no poner en peligro a su reino. Llevarían el libro ante los hechiceros.