Capítulo 4
JENNA
Llego a casa de Robert y aparco mi moto, al llegar a la puerta Robert me abre como ayer, y yo me sonrojo para mi vergüenza. Esto es ridículo, debería ser capaz de controlar mis emociones.
—Buenos días.
—Buenos, te he preparado el desayuno.
—Al final se va a convertir en una costumbre.
—Empiezo a pensar, que en ese estudio pintas mucho y comes poco.
Me río y al ver que me sonríe como si ayer no hubiera pasado nada, me relajo y hago lo mismo.
Me siento a la mesa y cojo la leche para prepararme el cacao, pero esta vez no hecho tantas cucharadas como ayer. Ya que me sentó mal.
—Sé de una cabezota que ayer se pasó.
Le saco la lengua y Robert se ríe.
—Eres una cría.
—Y tu un inmaduro.
Me echo hacía atrás en la silla y sonrío, pues llevo toda la noche dándole vueltas al episodio de ayer y temía que todo hubiera vuelto a estropearse entre nosotros, no quiero sentir su distanciamiento una vez más.
—Tu cuaderno, se te olvidó ayer—Me lo tiende abierto, y al cogerlo veo que esta por el boceto de Matt posando con una toalla, y me acuerdo cuando lo pinte, le dije que no se me daba bien dibujar el cuerpo de un hombre porque no había visto muchos, y él entró en el baño y salió así para que lo pintara.
—Es mi amigo Matt—cierro el cuaderno—. No deberías haberlo visto, de hecho ni él mismo se vio, me fui antes de acabarlo.
—¿Por qué?
—¿Por qué me fui?
—Sí y por qué no se lo enseñaste.
—No enseño mis pinturas, pero últimamente un cotilla no para de verlas.
—Y una descuida las deja por toda mi casa.
—Eso es verdad—Me preparo una tostada y la muerdo—.
No sé qué me pasa, no suelo hacer esto, pero aquí...aquí me relajo—Iba a decir que me siento como en casa y miro mi leche, mortificada por mi lengua rápida.
—Me alegra que te relajes, son muy buenos los dibujos.
—Gracias. Sé que lo dices por cumplir.
—No lo digo por cumplir. Si no fueran buenos te lo diría.
—Supongo.
Comemos en silencio hasta que Robert lo rompe.
—¿Por qué te fuiste?
Alzo la vista.
—Pues...no tenía muchas ganas de verlo después de...
—Después ¿de?
—No es de tu incumbencia.
—No, y siento si te ha molestado mi pregunta.
Robert se levanta y recoge su desayuno.
—No es nada, solo que nos liamos y yo luego...luego me fui.
—Y luego terminaste el dibujo.
—Sí.
—Tengo que ir a trabajar—Noto un cambio en Robert y casi no me atrevo a preguntar qué ha pasado—. Nora ha dormido mejor esta noche y no creo que tarde mucho en despertarse, vendré en cuanto pueda.
Robert se va, y me quedo con la sensación de que me he perdido algo y no sé el que.
Pienso en Matt, mientras termino de desayunar, y en nuestra última noche juntos. Le dije que lo quería y él se río y me besó, pero tras liarnos me di cuenta de que no sentía nada, pese a lo bien que besaba Matt, que lo había idealizado como él me dijo, mientras veía mi cara seria. Se rio y me dijo que no pasaba nada, que éramos amigos, pero me fui mortificada por no haber sabido verlo y haber confundido los sentimiento. Di por hecho que nuestra relación de amigos se había roto por mi estupidez y me marché, desde entonces Matt me ha llamado varias veces, pero no he tenido el valor de cogerle el teléfono, no quiero ver en que ha quedado reducida nuestra amistad. Tal vez sea de cobardes, pero ha sido mi mejor amigo desde niños, y ver como con mi impudencia nos hace comportarnos como extraños, me dolería mucho. Ahora sé que solo lo quiero como un hermano, pero lo sé tarde.
Paso la mañana con la pequeña, y cuando Robert me llama para decirme que vendrá tarde a comer ya me lo imaginaba por las horas que son. Nora duerme tras haber comido y yo aprovecho para prepararme algo de comer, no suelo comer mucho, pero sé cocinar, la cocinera de mi casa me ha enseñado desde niña muchas cosas, pues era el lugar de la casa donde podía esconderme y huir de mi madre y sus lecciones de etiqueta. Preparo para comer un estofado de ternera y cuando lo termino me pongo un plato y dejo el resto en la hoya, para cuando llegue Robert que coma algo caliente, porque solo come caliente cuando lo trae Adair del restaurante de su madre, sino, solo come comida precocinada. Es un desastre en la cocina.
—Ya estoy aquí—comenta flojito Robert al entrar en su casa—. Umm eso que huele también no será solo para la pequeña, pues me muero de hambre.
Me río y me vuelvo para mirarlo cuando entra por la cocina.
—Iba a comer y he dejado algo por si querías comer cuando vinieras.
—Gracias, hace tiempo que no como comida caliente.
Me recuerda por el olor a mi abuela—Siento la nostalgia en su voz y le pongo la mano en el brazo cariñosamente.
—Ella siempre estará contigo.
—Sí—Me sorprende cuando Robert pone su mano sobre la mía, y más, cuando antes de quitarla me acaricia. Mi corazón martillea en mi pecho con fuerza, y me voy a terminar de poner la mesa para que no vea lo mucho que me ha alterado su gesto.
—Me cambio y bajo.
Asiento y cuando regresa ya lo tengo todo listo, al principio comemos en silencio, pero ya no noto la tensión de esta mañana y por eso como en silencio, sin que este me resulte molesto.
—¿Que tal el trabajo?
—Cansado, pero me gusta —Disfrutas con el.
—Sí, el poder hacer lo que te gusta es un lujo.
—Sí.
Pienso en mí, y en lo poco claro que tengo mi futuro.
—Yo no sé que quiero hacer...
—¿Porqué no estudias bellas artes?
Alzo los hombros.
—No se me da bien estudiar.
—No lo sabes si no lo intentas.
—Lo sé, pero no creo que eso hiciera feliz a mi madre.
Mientras lo que hago sea un hobby no dice nada, si viera que realmente es lo que quiero...la defraudaría.
—¿Y no quieres hacerlo?
—No, es mi madre. Nos llevemos mejor o peor, me entienda menos que más...es mi madre.
—Sí, te entiendo—Robert come en silencio—. Mi padre y yo no tenemos mucho trato, pero nunca he dejado de llamarlo padre.
—Tiene que ser duro.
—Sí, cuando era niño y sonaba el teléfono, pensaba que era la policía para informarnos que mi padre había muerto por culpa del alcohol. Muchas noches lo trajeron borracho a casa y yo lo miraba desde la puerta despotricar contra todos...lo odiaba, odiaba como trataba a mis abuelos, y lo estúpido que era por no saber valorar lo que ellos hacían por el. Y pese a eso, le sigo llamando padre y nunca lo ha sido.
Me quedo mirándolo, sus ojos dorados están tistes, y casi puedo ver a eso niño pequeño. De repente él me mira y veo en sus ojos la sorpresa por haber compartido conmigo esto de su vida.
—Gracias por compartir algo así conmigo.
—No sé porque lo he hecho—reconoce.
—A veces necesitamos hablar con un extraño.
—No eres una extraña para mí.
Nos quedamos mirándonos en silencio, hasta que Robert se levanta y una vez más se retrae, no entiendo por qué siempre que tiene momentos más íntimo conmigo se retrae. Me levanto y le ayudo a recoger la mesa.
—Va siendo hora de que me vaya, no pretendo arruinarte.
Sonrío y espero que Robert lo haga, y lo hace, pero siento que algo sigue rondándole en la cabeza. Alzo la vista para mirar sus ojos, pues yo mido un metro sesenta y él podría, perfectamente, llegar a medir más de un metro ochenta.
—¿Que te pasa?—Le pregunto cuándo se pone el café.
—No sé si me gusta que sepas ver tan bien lo que otros ignoran.
—A mí si me gusta, pero no siempre pregunto a las personas...
—¿No?
—No—Me sonrojo, odiando mucho mi facilidad para ello y aparto la mirada—. Lo siento no es de mi incumbencia.
—He estado con mi padre esta mañana.
Me giro y lo miro esperando que siga hablando.
—¿Y?
—Me pidió dinero.
—Y no se lo diste.
—No—A Robert no le sorprende que yo lo haya intuido.
—Y ahora te preguntas si de verdad lo necesitaba, y deberías habérselo dado.
Ahora si me mira asombrado.
—Sí. Me dijo que era para comida, pero a mi abuela le hacía lo mismo, le decía que era para comida y luego no lo era.
Le he dicho que si quería íbamos a comer un bocadillo y le compraba comida en el supermercado y se ha puesto como un energúmeno.
—¿Donde ha sido?
—En la puerta de mi trabajo.
—¿Te preocupa la imagen que puedes dar?
—No, he vivido con esto desde niño ya estoy acostumbrado.
Me preocupa él, y me da rabia no poder hacer yo lo mismo y desentenderme de él, como él lo hace conmigo.
—No eres como tu padre.
—Lo sé. Mi abuela desde niño me lo ha dicho muchas veces.
Me acerco a él y le pongo la mano en el brazo musculado.
—Si le hubieras dado el dinero ahora estaría peor, y te sentirías culpable por haberle dado dinero para su adicción.
—No me arrepiento de no haberle dado el dinero. Pero odio esto, odio preguntarme cuando será el día que me digan que mi padre ha muerto. ¿Acaso no se da cuenta de que está perdiendo toda su vida? ¿Qué clase de vida es la que tiene? Sé que está enfermo y le he tratado de ayudar muchas veces, hablándole de centros de desintoxicación, pero si él no quiere, no puedo hacer nada.
—¿Alguna vez te ha prometido que va a cambiar?
—No, eso es lo peor, que en el fondo creo que él es feliz así.
—Es triste.
Robert toma mi mano y la aprieta. Yo le sonrío.
—Él se lo pierde, de verdad Robert, tiene dos hijos maravillosos y unos padres que han dado su vida por cuidar a su pequeño y la hubieran dado por cuidarlo a él. No ha sabido valorar los regalos que le ha dado la vida. Siento lastima por él, pero también rabia, porque haya elegido como compañera de vida al alcohol, y haya sido tan tonto de no valorar lo que tenía.
—Gracias. No sé que tienes Jenna, pero no me siento mal contándote esto. No soy de los que comparten esto con nadie.
—A mí me encanta escuchar.
—Y observar.
—Sí Nos quedamos en silencio mirándonos y sintiendo la cercanía el uno del otro. Mi corazón martillea con fuerza en mi pecho y siguiendo mi impulso a cabo por hacer algo más estúpido que cogerle la mano, lo abrazo. Robert se tensa, me separo porque acabado de cruzar la frontera entre jefe y empleada, mi mente ya esta gritando que soy una estúpida y mi mortificación es alta. Soy demasiado impulsiva cuando tengo confianza, y acabo de comerte un error.
—Yo lo...
Pero antes de que termine de hablar Robert me encierra en sus brazos y acabamos abrazados en la cocina sin decir nada, solo sintiéndonos. Mi cabeza cabe a la perfección en el hueco de su cuello y la pongo en el para aspirar su aroma, y perderme aun más en sus brazos. Me siento tan segura en ellos, tan llena de vida, que tengo la necesidad de reír por la felicidad que me invade en este momento. Acaricio su espalada con manos temblorosas. Noto como mi corazón y mi estomago vibran de alegría en mi pecho y sé que es hora que deje de negar lo evidente, y que aunque parezca un imposible, me he enamorando de él. Nunca me he sentido así cuando me abrazaba a Matt, ni a nadie. Aspiro el aroma de Robert, huele muy bien.
Me muevo para mirarlo, sonriente, pero Robert se aparta cortando de un plumazo toda la magia del momento. Algo no va bien, lo siento en seguida.
—Lo siento, no debería haber pasado esto.
Sus palabras me caen como un jarro de agua fría, y trato que no note el dolor en mi mirada y de recomponerme cuando me mira.
—A veces soy un poco impulsiva.
—No ha sido culpa tuya.
—Será mejor que me vaya a casa. Tengo muchas cosas que hacer...
Entre ellas probarme el vestido que me ha preparado mi madre para la cena de este sábado en mi casa.
—Mañana no trabajo, me quedaré con la pequeña, nos vemos el lunes.
No debería dudar de su palabra, pero siento que es una escusa. Pero solo asiento y recojo mi mochila y mi cuaderno, sin olvidar ningún boceto, ya he hecho suficiente el ridículo por hoy.
—Nos vemos, pásalo bien en el fin de semana.
—Igualmente. Ten cuidado con la moto.
—Siempre lo tengo.
Salgo de su casa casi corriendo, y cuando llego a la moto noto como mis manos me tiemblan. Monto en ella y voy hacia mi casa, sabiendo que ahora mismo lo que necesito es estar sola, pero le di mi palabra a mi madre que iría nada más dejara el trabajo, y no quiero tentar a la suerte y que me obligue a dejármelo, ya me ha costado mucho que lo acepte.
Pero cuando veo la mansión de mis padres a lo lejos paro la moto, y me refugio bajo una sombra esperando coger fuerzas para que nadie note el desazón que siento.
—¿Jenna?
Miro hacia la carretera y veo a Albert en un coche negro, caro.
—Sí soy yo.
—Sabía que no había dos personas que llevaran un casco rosa chicle.
Sonrío y lo miro.
—¿Estás bien?
—Genial.
—¿Vas a tu casa?
—Sí.
—Diles que iremos este sábado.
—Bien, se lo diré.
—Adiós Jenna.
—Adiós.
Me despido y sigo mi camino. Albert siempre me ha caído bien, pese a lo que la gente decía de él y lo serio que siempre parece, siempre ha tenido una palabra amable para mí.
Lo he observado muchas veces mirar por las ventanas en los bailes, con la vista perdida, y he sabido antes de que él se diera cuenta, que su vida no le hacía feliz. Ahora sí lo es, cuando Bianca me dijo que estaba casa con él, me alegré por los dos, ambos se merecían a alguien que les hiciera felices.
Cuando llego a mi casa y mi madre mira con mala cara mis coletas.
—Te dije que en mi casa no quiero que las lleves.
Me quito las coletas, me las suelo hacer cuando pinto para estar más cómoda, y la miro cuando llevo mi pelo castaño suelto por la espalda.
—¿Mejor?
—Sí. Aunque lo estarías aun más si no llevaras esa ropa...
—Deja de criticar a la niña—Mi padre sale de su despacho y me abre los brazos para que lo abrace y voy hacia él sin dudarlo—. Esta semana no te hemos visto el pelo.
Me acaricia la cabeza y se separa de mí, mirándome con cariño.
—He estado pintado y trabajando.
—¿Que tal con la pequeña?
—Es maravillosa...
—Jenna no te encariñes con ella, en algún momento te tendrás que ir...bueno diga lo que diga te vas a encariñar con ella.
Ya te pasó con el otro nene que cuidaste. Así que supongo que no tardarás mucho en encariñarte de esta niña.
—Ya lo he hecho.
Mi padre me sonríe y mira a su mujer.
—No pongas esa cara, que Jenna trabaje y se gane su dinero para comprarse sus pinturas y pagarse sus estudios, me llena de orgullo. No me gustaría que fuera una holgazana.
—Si tuviera un trabajo de verdad...
—Eres una gran pintora.
—Papa ni siquiera has visto mis dibujos.
—No, pero tus bocetos sí.
Me sonrojo y mi padre se ríe.
—Los dejas por todos los lugares donde estas, y no te das cuenta.
—Tengo cuidado de no hacerlo.
—La libreta de notas del teléfono está llena de dibujos— Comenta mi madre—. Vamos Jenna tenemos que probarte el vestido.
La sigo con reticencia y le comento que Albert y Bianca vienen a la cena. Mi madre se pone contenta, y me pregunto cuanta gente habrá invitado a la cena familiar.
Estamos terminando de probarme el vestido de color verde claro con toques rosa pastel, muy juvenil, cuando entra mi hermana.
—Hola Jenna—Me sonríe y yo a ella, pensando que de verdad se alegra de verme.
—Hola. ¿Qué tal tú viaje?
—Genial, como siempre. ¿No había otro vestido más hortera?
Mi madre la mira con recriminación, me miro al espejo, la modista me mira y yo me siento mal por todo el mundo.
—Es precioso—comento calmando a la modista—. Me hace parecer un hada.
—Es muy dulce, y a tu hermana le queda bien. Además, es la única forma que se lo ponga sin hacerle ningún arreglo de última hora.
—Ya va siendo hora que madures Jenna.
Me escondo en mí misma, y me miro al espejo tocando la fina seda verde, y mirando el escote verde con acabado en flores de rosa claro y con unos pequeños tirantes mezclando el rosa y el verde.
—A mí me gusta.
—A ti te suele gustar todo lo que carece de gusto.
Mi hermana lo dice como si fuera un comentario banal, pero yo me ofendo.
—Déjala ya Ainara.
—Empieza a madurar Jenna, tienes casi 20 años. ¿Acaso no has pensado echarte novio? O cambias, o a ninguno le vas a gustar siempre llena de pintura, con tus dos coletas horteras y con tu ropa casi siempre rosa o de personajes simpáticos de televisión para niños. A los hombres le gustan las mujeres...
—¡¡Basta!! Déjala en paz Ainara.
Mi hermana se calla y mira a mi madre. Pero el daño ya está hecho. Pues tiene razón. ¿A quién le gustaría alguien como yo?
—¿Me puedo cambiar ya?
Mi madre asiente. Sé que ella piensa como Ainara, pero me quiere y trata de comprenderme aunque no lo consiga. La modista me ayuda a cambiarme, me pongo mi peto y salgo de la habitación para ir al jardín a buscar algo de paz en esta casa.
Llevo un rato mirando el jardín y pensando, cuando escucho las pisadas de alguien acercarse.
—Lo siento—Miro a mi hermana de reojo y aunque me gustaría creer que de verdad lo siente, sé que no es así. Observo tras ella la ventana y veo en ella a mi madre.
—No pasa nada.
Sonrío, hace tiempo que traté que Ainara cambiara, es así, no hace las cosas por hacer daño, pero las hace.
—A ti te queda bien ese vestido, pero yo nunca me lo pondría.
—Lo sé. Yo tampoco me pondría los que tu usas.
—Somos muy distintas—Se sienta a mi lado y nos quedamos en silencio, un silencio incomodo, pues ninguna sabe que decir para que deje de sentirse esta tensión entre nosotras—.
Mañana conocerás a mi novio.
—Me lo ha comentado papa.
—Es muy bueno.
—Lo sé.
Otra vez el silencio incomodo, finalmente Ainara se levanta y se despide sonriente, le sonrío, es inútil sentirme mal por ella.
Me ayudan a peinarme haciendo que mi pelo habitualmente ondulado casi liso, tenga ahora unas hondas bien formadas y decoradas por pequeñas flores brillantes de color verde y rosa. Sonrío al espejo y cuando me maquillan de forma poco cargada, que solo resaltan mis rasgos sin hacerlos muy vistosos, me gusta lo que veo.
—Siempre es muy divertido ayudarte.
—Ya que tengo que ir disfrazada, ¿Por qué no hacerlo de verdad?
Un día de niña, aparecí en las fiestas de mis padres con unas alas trasparentes y un vestido blanco, solo tenía diez años, pero la cara de mi madre fue de infarto. Mi padre sonrío y me tendió la mano. Me llamó su pequeña hada. No me gusta asistir a estas fiestas, y menos vestirme con ropas que están tan lejos de representar mi forma de ser. Me gusta darle un toque divertido y aunque hace años que no aparezco por fiestas familiares, en esta ocasión no podía eludir la invitación, mi hermana necesita el apoyo de toda la familia para presentar a su novio en sociedad.
Por eso mi madre antes que tentar a la suerte, y que yo acabara pintando el vestido, como hice con un vestido blanco de presentación que lo decoré con pinturas de colores, haciéndolo menos soso, decidió encargarme un vestido que fuera elegante, pero que tuviera un toque simpático para que yo no me encargara de sabotear.
Termino de prepararme y me pongo unas sandalias rosas a juego con un bolso del mismo color.
—Me quedaría mejor si fuera descalza.
Mis asistentas se ríen y yo con ellas. Al final no me quito los zapatos y trato de parecer madura, o intentarlo. La última vez que asistí a una fiesta en sociedad tenia quince años, he madurado...un poco.
Sonrío mientras bajo las escaleras, y cuando estoy a la mitad veo entrar por la puerta a Bianca con Albert del brazo, este le quita la capa y se la tiende al mayordomo para más tarde dar un beso en el cuello a su esposa. Me quedo quieta mirándolos, admirando su gesto y envidiándolo en los más fondo de mi ser. Deseando un día encontrar a alguien para quien yo lo sea todo y él para mí. Desando los pasos dados y voy a mi cuarto, tengo ganas de plasmar ese momento en un boceto. Saco mi libreta, últimamente llena de bocetos de Nora y Robert. Los paso avergonzada, una vez más, por mi abrazo y a la vez deseando repetirlo cuanto antes, pero eso no pasará. Busco una página en blanco y me pongo a dibujar. Enseguida Bianca y Albert cobran vida en mi blog de bocetos y pierdo la noción del tiempo. Solo cuando escucho el reloj central avistar que son las nueve de la noche me sobresalto y dejo el boceto de golpe en sofá. Bajo corriendo esperando no ser la última en entrar al salón. Cuando estoy llegando escucho el timbre de la puerta, el mayordomo no está cerca y como he hecho otras veces, olvido la etiqueta y la abro yo misma, quedando con la boca abierta al ver quien está tras ella. Robert.