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Es usted mucho más fuerte de lo que cree
He leído y he conocido diversos casos en los que las personas han demostrado tener una fuerza física muy superior a la que creían poseer. En algunos de estos casos, ha quedado bien patente que dicha fuerza física era la consecuencia de una resistencia mental que se había puesto en marcha con anterioridad. Digamos que cuando la motivación, la determinación y el compromiso se activan, el resto de las facultades mentales y físicas también lo hacen.
Hace bastantes años nos invitaron a Paco, un amigo, y a mí a una capea. Aunque nunca me han atraído demasiado esa clase de eventos, y movido tal vez por la gran amistad que me unía a él, decidí acompañarlo con la esperanza de pasar al menos un día agradable y divertido.
Una vez allí me posicioné detrás del burladero, ya que me parecía un lugar seguro. Entonces soltaron a la vaquilla. Los primeros valientes salieron a torearla y más de uno acabó siendo zarandeado por el aire. Yo, que estaba escondido detrás del burladero, me preguntaba como había gente tan insensata que se atreviera a salir al ruedo. De repente vi que Paco, que estaba conmigo en el burladero, contagiado sin duda por aquella alegría colectiva, se lanzaba al ruedo con la intención de agarrar uno de los extremos del capote que otro de los improvisados toreros sostenía. Según lo ve la vaquilla, va a por él, lo lanza por los aires y empieza a embestirlo en el suelo. En aquel instante sentí como si por una parte alguien me sacara bruscamente del burladero y por otra como si la vaquilla me atrajera con una fuerza magnética desconocida. El caso es que me lancé sobre ella y la agarré por el pescuezo mientras hacía con mis brazos un nudo alrededor de su cuello. Perdí por completo la noción del tiempo hasta que oí una voz que decía suéltala que ya está a salvo tu amigo. Entonces me di cuenta de que dos personas estaban sujetando la vaquilla por los cuernos y fui consciente de la fuerza con la que estaba apretando el cuello del pobre animal. Terminada la capea me fijé en que la gente me miraba mucho, tal vez sorprendidos de que alguien como yo, que no era demasiado fuerte, hubiera sido capaz de mantener inmóvil a un animal como aquel durante unos minutos. De vuelta en Madrid, me despedí de mi amigo Paco y me fui a casa a dormir. Al día siguiente cuando me desperté note que el brazo izquierdo, justo con el que había hecho más presión para sujetar a la vaquilla, me dolía bastante y al quitarme la parte superior del pijama vi que tenía un hematoma que me recorría desde el hombro izquierdo hasta la muñeca izquierda.
No me cabe duda de que el hombre valeroso que se lanzó al ruedo y se enfrentó a aquel animal era alguien diferente al acobardado que estaba detrás del burladero, y es que cuando cambiamos nuestra identidad también modificamos nuestro comportamiento y nuestros logros.
Para mí esto es una metáfora de lo que es la vida misma. Muchas veces ante los peligros, los problemas, los obstáculos nos amedrentamos y nos escondemos en nuestros burladeros personales, con los que ya estamos familiarizados. No somos protagonistas de la vida, sino que simplemente la vemos pasar. Examinamos nuestras emociones y es nuestro propio miedo el que nos hace ver su superación como algo no solo inaccesible, sino también utópico. Desde nuestra posición contemplamos a algunos que salen a «torear» los problemas y comprobamos que aunque algunos salen en hombros de la plaza, otros no salen tan bien parados. Es a partir de aquí donde encontramos todas las excusas que necesitamos para permanecer en nuestros cómodos burladeros, donde sabemos que estamos seguros y sobre todo donde encontramos la justificación para no dar un paso adelante. A mí lo que me sacó del burladero no fue ni un razonamiento sofisticado ni una inesperada valentía. Lo que me sacó del burladero fue el cariño hacia un amigo al que vi en peligro. Fue ese afecto el que me dio la motivación para salir, para olvidarme de mí y pensar solo en el otro. Sé que a lo mejor quienes me vieron lo consideraron como un signo de valentía. Si hubieran pensado eso, sería porque no conocían al ser que estaba detrás del burladero. En mi opinión, frente a los problemas, los obstáculos y los desafíos que la vida nos presenta, la clave para determinar si seremos capaces de afrontarlos o no, no se encuentra ni en la emoción que sentimos frente al problema, y que muchas veces no es otra que el miedo; ni en la percepción de nuestros recursos aparentes de la fuerza que en nosotros percibimos. Para mí el secreto está en la motivación que sentimos, en el compromiso que nos hace inmunes al desaliento. Es en la parte del cerebro llamada sistema límbico o cerebro emocional donde está el motor que cuando se activa propulsa nuestro intelecto y nos lanza a la acción. Por eso, el logro muchas veces está más relacionado con el corazón que ponemos en las cosas que con nuestra inteligencia aparente o el conjunto de nuestros conocimientos. Para transformarnos en individuos que se mantengan fuera del burladero no necesitamos ser más inteligentes y si más comprometidos, y es que nuestra verdadera fuerza no sale cuando nos centramos en nosotros mismos, sino cuando lo hacemos en los demás. También creo que para transformarnos en seres que estén fuera del burladero no necesitamos angustiarnos tanto con lo que podemos perder y sí ilusionarnos más con lo que seremos capaces de ganar y con lo que podemos lograr.
Recordemos a Joseph Campbell y cómo se aplica esta experiencia al camino del héroe que él tan magistralmente describió. Cuando un individuo se encuentra en su zona de comodidad —en mi caso, detrás del burladero— y de repente escucha una llamada —en este caso el grito silencioso de un amigo que pide ayuda—, éste no pretende ignorar la llamada, sino que la oye y la acepta, y entonces ha de entrar en un mundo incierto, donde nada o casi nada es predecible. En él ha de enfrentarse a los «demonios», en mi caso representado por la vaquilla, y en medio del enfrentamiento aparecen Ángeles que de manera inesperada acuden en su ayuda y que en mi caso fueron aquellas dos personas que tuvieron la generosidad de salir y agarrar a la vaquilla por los cuernos para que yo pudiese ponerme a salvo. Lo interesante según Campbell y según mi propia experiencia es que después de ese viaje uno ya no es el mismo, sino que ha sufrido una transformación y esta transformación le sitúa fuera de los límites de lo razonable y le permite lograr lo que se propone.
Hace un cierto tiempo me entere de que uno de los hospitales más prestigiosos del mundo estaba buscando cirujanos para un centro de referencia en toda Europa. Por una serie de sorprendentes caminos, mi currículo fue seleccionado y un buen día me llamaron y me citaron para una entrevista. Me presenté bastante tranquilo y relajado y quien me llamó me invitó a entrar en un cuarto con el jefe de Cirugía, el jefe de Anestesia y el internista encargado del proyecto. Fueron sumamente amables y me hicieron muchas preguntas, algunas de carácter puramente médico y otras de tipo más personal. Finalizada la entrevista se despidieron de manera muy afectuosa.
Pasó cierto tiempo y como no tenía noticias llamé al director del nuevo hospital para ver si sabía algo. Simplemente me pidió que fuera a verlo. Cuando estuve con él en su despacho, hizo una serie de amables comentarios y me enseñó un papel para que lo leyera y si me parecía bien, lo firmara. Mi corazón latía con fuerza, pensé que eso significaba que me habían elegido como uno de los cirujanos del hospital. De repente vi que lo que me ofrecían era ser el jefe del departamento de Cirugía del nuevo hospital. Mi alegría se transformó en miedo. Empecé a pensar que se habían equivocado, que yo no estaba suficientemente capacitado, que era demasiado joven, que seguro que había gente mucho más preparada que yo. Entonces me paré en seco y decidí salir del «burladero». Si ellos confiaban en mi, era triste que yo no lo hiciera. En el momento en el que firmé empecé a ser alguien diferente, comencé a pensar en el equipo que íbamos a crear, en las posibilidades que se iban a abrir. Cuando la mente se estira por una nueva posibilidad, nunca vuelve a sus dimensiones originales. Gracias a aquella decisión pude tener unas experiencias que me permitieron crecer y evolucionar, y conocí a personas que nunca hubiera conocido. Ha pasado el tiempo y cuanto me alegro de la decisión. A lo largo de nuestra vida se van a presentar ocasiones que van a desafiar la definición y la imagen que hemos hecho de nosotros mismos para entrar en contacto y acercarnos más a la verdadera realidad de lo que somos. Quedarnos atrapados en el miedo es privarnos de la posibilidad de crecer y evolucionar, y de transformarnos en aquello que nunca creímos posible.
En una universidad tuve una profesora que había enseñado a los indios navajos en Nuevo México. De ellos asimiló muchas cosas que no pertenecen tanto al mundo de los conocimientos como al de la sabiduría. Entre todo lo que aprendió, hay una historia que al parecer se viene transmitiendo generación tras generación y que refleja la forma en la que ese pueblo se relaciona con la vida:
«Mi interior es un campo de batalla. Por una parte está el águila majestuosa, todas sus acciones están llenas de verdad, de bondad y de belleza. El águila que vive en mí vuela por encima de las nubes y aunque a veces baja a los valles, siempre deposita sus huevos en la cima de las altas montanas. Pero dentro de mí también vive un terrible lobo, él representa mis bajezas, se sustenta sobre mis propias caídas y justifica su presencia cuando dice que él también es parte de mí. El águila y el lobo luchan por extender su dominio a mis entrañas. ¿Quién ganará esta gran batalla?, aquél a quien yo cada día alimente».
Ante los desafíos que la vida nos presenta no podemos pensar que solo tenemos las fuerzas y las capacidades que creemos conocer. Preparémonos con entusiasmo a descubrir lo que somos en realidad y aquello que podemos lograr y llegar a crear. Que nuestro punto de referencia no sea nuestra supuesta inteligencia o nuestros conocimientos aparentes, sino la fuerza de nuestro compromiso. Jamás fracasaremos si nuestra determinación por triunfar es lo suficientemente grande. El único fracaso es la incapacidad de no aprender de las caídas y de no levantarnos siempre una vez más a pesar de los descalabros. Somos nosotros, con nuestra forma tan dura de juzgarnos, quienes convertimos las caídas en simples agujeros, en caídas dentro de tumbas. Si habláramos a los demás como lo hacemos a nosotros mismos, probablemente no tendríamos ni un amigo.
Tras una caída, no hay que mirar al suelo, sino al horizonte que hemos marcado para nuestra existencia, esa ilusión que nos llama a levantarnos y a proseguir nuestra marcha a lo largo de ese camino de transformación que es la vida.