Por fin, había llegado el día en que iba a comenzar mis vacaciones.
Nevaba en Nueva York, pero yo no iba a pasar mis vacaciones en Nueva York, sino en la playa de Waikiki, en Hawaii, dorándome al sol, viendo hermosas muchachas en bikini, bebiendo martinis con ellas, bailando, mirándonos a los ojos…
Eso de que me fuese a Waikiki le había sentado muy mal a Lucy, mi secretaria.
Me estaba despidiendo de mi habitación con un trago de whisky, cuando la puerta se abrió y entró Lucy.
Como toda secretaria de un buen investigador privado, posee un físico sensacional, más o menos con las curvas de Sofía Loren, la cara de Julie Cristie y las piernas de Angie Dickinson. Me conformo con poco.
—¿Qué pasa, Lucy?