CAPITULO PRIMERO
Boris Leman, rubio, de treinta y ocho años, ojos verdes y fuerte constitución, detuvo el carruaje al introducirse en la pinada.
—¿Te gusta esto, nena?
La morena respiró el aromático viento y cerró los ojos.
—Es la gloria, Boris. Ya era hora de que alguien me sacara de aquel condenado saloon para respirar auténtico aire.
—¿Bajamos a estirar las piernas?
—Claro que sí, Boris.
Boris dio un salto a tierra. Atrapó a la chica por la cintura y la dejó suavemente en el suelo.
Luego, se inclinó hacia el pescante y extrajo un envoltorio. Era la merienda.
—Toma un bocadillo de salchichón y vamos a confiarnos cosas debajo de aquel pino tan grande, nena.
Ella rió mordiendo el bocadillo.
—No hacía esto desde que tenía quince años.
—Y yo desde que tuve que huir de una turba que quería lincharme en Ooest City.
La morena rió.
Sentóse en el suelo y apoyó la espalda en el grueso árbol.
Boris dejó el bocadillo que le tocaba sobre una piedra y decidió abrirse primero el apetito.
Mientras la chica masticaba, él la asió por la cintura y le empezó a dar besitos en la oreja.
Quedaron en silencio, la chica entretenida con el bocadillo y Boris con la oreja.
Por eso no se dieron cuenta de dos feos rostros que acababan de asomar por detrás del árbol que tenían enfrente.
Las dos caras tenían sendos cuerpos, y luego dejaron al descubierto sendas manos armadas de revólveres.
—Buen provecho, tórtolos —dijo el más alto de los recién aparecidos.
Boris se apartó de la chica y fue a incorporarse.
El fulano que acababa de hablar chascó la lengua y dijo:
—Sentiría tenerle que hacer un agujero, míster.
—¿Qué quieren? —rezongó Boris.
—De momento, el reloj, la cadena y el alfiler de corbata, Luego revisaremos la cartera para ver si vale la pena llevársela.
—Así por las buenas, ¿eh?
—Hombre, tenemos que comer.
Boris entreabrió la levita.
El que llevaba la voz cantante desaprobó el movimiento de Boris con otros chasquidos de lengua.
—Malo, rubito. Se va a ganar una bala en la nuez.
—¿Qué, infiernos...?
—Nosotros le registraremos. Mejor dicho: lo hará Teddy. No queremos sorpresas, ¿eh, Teddy?
—Seguro —respondió el otro tipo llamado Teddy—. Ande, míster. Ponga las manos en alto como si fuera a bailar un zapateado.
Boris estaba lleno de furia.
Obedeció de mala gana.
Entretanto, la muchacha masticaba más aprisa el bocadillo. Había despachado la mitad en corto tiempo.
Teddy arrancó el alfiler de corbata de Boris, le quitó la cadena con el reloj y luego le extrajo la cartera.
—¡Dios mío, Sandy! —exclamó Teddy.
—¿Qué pasa? —gruñó el alto Sandy—. ¿Algún cepo espinoso en vez de la cartera?
—Qué va, Sandy. ¡Veo un fajo de billetes de los buenos!
—Infiernos, ya te dije que aquel jorobado que empujamos tenía alguna significación. Todo va saliendo bien.
—¡Este tipo está podrido de dinero! ¡Por las barbas de mi abuelo!
—Esto les traerá serios disgustos, muchachos —gruñó Boris, todavía con las manos en alto.
Sandy soltó la carcajada sacudiendo el «Colt» en la mano.
—Yo diría que alegrías, rubio. El dinero sólo trae la felicidad.
Teddy guardó el botín en los bolsillos y se sacudió las manos de impalpable polvo.
—Limpio en toda regla, Sandy.
—Hala, ahora las cuerdas, Teddy.
—¿Cuerdas? —Boris hizo un gesto de irse hacia adelante.
Sin embargo, el «Colt» de Sandy le seguía en todos los movimientos.
—Quieto, muchacho. Se portó bien y sería una lástima que le hiciera cosquillas en el sobaco con un plomo.
—No irán a dejarme atado en este descampado.
—Sí, rubio. Pero será por poco rato. Pasaremos recado al sheriff para que venga a quitarle las ligaduras. ¿No quería respirar aire puro? Pues, aprovéchese.
Teddy celebró las palabras de su compinche con una risotada.
A continuación, regresó al árbol que los había escondido.
Trajo unas cuerdas bastante fuertes.
—Alargue las manos, rubio. Ande, agáchese y será mejor.
Boris maldecía furiosamente entre dientes.
Los dos pistoleros emitían risitas de buen humor.
En un momento dado, la chica arrojó el papel del bocadillo y echó a correr, como si el último bocado hubiese sido la señal para escapar.
—¡Eh, muchacha! —gritó Sandy—, ¡Vuelva acá!
—¿La dejo coja ya, Sandy? —Teddy extrajo el revólver.
—No, muchacho. Apuesto a que está demasiado asustada para volver y desatar al tipo.
No obstante, la chica corría en zigzag, hurtando el cuerpo a posibles proyectiles. Habría sido inútil tratar de darle.
Los tres hombres la vieron desaparecer con las faldas levantadas para facilitar la fuga. Se hizo humo en cosa de segundos.
Boris tenía un gesto de infelicidad en el rostro.
Sandy le guiñó un ojo.
—Ya la encontrará algún día, míster. Las mujeres siempre se encuentran.
—Váyase al infierno, pájaro. Le aseguro que ya me tocará reír a mí.
—Ande, no tenga malas pulgas, hombre.
Teddy realizó un trabajo de nudos marineros en las manos y pies de Boris en el escaso tiempo de medio minuto.
—Ya lo empaqueté, Sandy.
—Entonces, rumbo a casa, muchacho. Hemos tenido mucho gusto, rubio.
—Me llamo Boris Leman.
—Hombre, suena bien.
—Pues grábense el nombre en la memoria porque Boris Leman les hará arrepentirse del día en que nacieron.
Sandy y Teddy rieron con ganas.
—No nos enfadamos porque la práctica nos enseña que todos dicen lo mismo. —Sandy suspiró—. Pero luego recapacitan y se olvidan. ¡Buena suerte, míster!
—¡Gracias de todo, míster! —agregó Teddy.
Como realmente estaba muy agradecido al rubio, le sacó el sombrero, le pegó un beso en la frente y lo volvió a cubrir otra vez.
Después, dio un salto para esquivar un salivazo del enfurecido Boris.
Este forcejeó mientras veía alejarse poco a poco a los dos forajidos entre la arboleda.
Los dos salteadores celebraban el éxito con grandes risas y canturreos.
Al llegar a la parte baja del bosque, llamaron a los caballos con agudos silbidos.
Dos ruanos de bella estampa acudieron al trote como si fueran de circo.
Sandy y Teddy montaron sin tocar pelo y emprendieron el camino a la ciudad.
Tenían el propósito de no detenerse mucho tiempo.
Sólo lo necesario para bañarse, cambiar de aspecto y celebrar el trabajo con unos cuantos vasos de whisky de calidad.
Media hora después, llegaban a Palmer City.
Ya tenían pedida habitación en el hotel La Comadreja, en el que se colaron sin dejarse ver demasiado.
Abrieron la puerta del número quince y entraron.
Sandy abrió la boca por primera vez en mucho rato:
—Bueno, Louise. Te ganaste un tercio del botín muy bien ganado, nena.
La morena que acompañó a Boris al bosque estaba dando cuenta de otro bocadillo de salchichón.
También lo acabó aprisa y, desde el diván donde estaba tumbada, ronroneó:
—Ya pueden decir que me lo gané bien, muchachos. Me costó mucho llevar a ese primo al bosque.
Y la chica, Sandy y Teddy rieron a coro.