Apolo, el dios
Apolo fue el segundo dios griego más importante después de Zeus. Era el dios del sol, de las artes (especialmente de la música), de la profecía y del tiro al arco. Era el justiciero y el que castigaba a los malvados; el patrón de la medicina también podía traer plagas, y era el protector de los pastores. Tanto romanos como griegos lo conocían como Apolo o Apolo Febo (“brillante”, “resplandeciente”, “puro”).
Se le representaba de pie o caminando dando grandes pasos, como un bello joven imberbe con fuerza viril y largo cabello dorado. En su templo de Delfos hay inscritos dos famosos preceptos: «Conócete a ti mismo» y «Nada en exceso». El arco y la lira eran objetos muy apreciados por él y el laurel su planta sagrada.
A pesar de todo su brillo solar, tenía un aspecto oscuro menos conocido; tanto la luz como la oscuridad se reflejaban en sus símbolos. Apolo era conocido como el dios puro, sagrado y renovador, cuyos atributos eran análogos a los del sol, que era su símbolo más importante. Cisnes cantores, las aves sagradas de Apolo, circundaron Delos siete veces antes de que su nacimiento fuera inminente y Zeus le dio un carro con cisnes cuando nació. Aun así, la corneja y el cuervo —los pájaros negros— también se asociaban a Apolo, como la serpiente y el lobo. Sus castigos podían ser crueles y podía actuar vengativamente.
Genealogía y mitología
Apolo era hijo de Leto y de Zeus, y hermano gemelo de Artemis, diosa de la caza y de la luna. Cuando Leto (una titánide de la generación gobernante que precedió a los olímpicos) se quedó embarazada de Apolo y Artemisa, vagó por la tierra en busca de un lugar para dar a luz. Ningún lugar la acogía porque la gente temía justificadamente la ira de Hera, la celosa esposa de Zeus. Al final, ya de parto, llegó a una isla desierta que más tarde fue denominada Delos. Durante nueve días y nueve noches, Leto padeció terribles dolores de parto para dar a luz a Apolo (Hera había evitado que la diosa de los buenos partos acudiera en su ayuda). Apolo nació por fin bajo una palmera, el séptimo día del mes. El número siete era sagrado para él y aquella palmera era una de las visitas famosas de la antigüedad.
Apolo y Artemisa: los gemelos
Apolo y su hermana gemela Artemisa eran arqueros. El arco y las flechas de Apolo eran de oro y él era la deidad del sol dorado. Las armas de Artemisa eran de plata, como lo era su luna plateada. Artemisa era la gemela mayor, y fue ella, según Homero, la que le enseñó el arte del tiro al arco. Ambos tiraban desde lejos sus invisibles y certeras flechas, que aportaban una muerte repentina e indolora. Los dos fueron venerados por su pureza y conocidos por su lejanía, inaccesibilidad y por desaparecer (ella en el bosque, él en el misterioso reino de los hiperbóreos).
Tanto Artemisa como Apolo vigilaban a la juventud hasta que llegaban al umbral de la madurez, y repartían rápidos y despiadados castigos. Por ejemplo, cuando la estúpida Níobe humilló a su madre, Leto, alardeando de que ella tenía seis hermosas hijas y seis hermosos hijos, mientras Leto sólo tenía a Artemisa y a Apolo, Leto llamó a sus divinos hijos para que la ayudaran y Apolo mató a los seis hijos, mientras su hermana hacía lo mismo con las hijas. Níobe se transformó en una roca que derramaba lágrimas.
Artemisa amó una vez a un cazador llamado Orión. El celoso Apolo la retó a acertar a una remota mancha que se hallaba a lo lejos en el mar, poniendo en duda la habilidad de su hermana para lograrlo. La competitiva Artemisa aceptó el reto e, infalible, dio en el blanco, para descubrir demasiado tarde que había matado a Orión, que se había metido en el agua hasta que sólo le sobresalía la cabeza.
En la famosa batalla de la Ilíada entre los dioses durante la guerra de Troya, Poseidón retó a Apolo en un duelo. Apolo se negó, por no dignarse a luchar por insignificantes mortales, y ni siquiera se dejó provocar por Artemisa, que, furiosa, le reprochó ser un cobarde.
Apolo y sus amores fracasados
Dafne fue el primer amor de Apolo, y Eros (también conocido como Amor o Cupido) el causante de sus dificultades. Después de que Apolo se burlara de la destreza de Eros con el arco y la flecha, Eros lanzó una flecha de amor, de oro, al corazón de Apolo y una flecha de plomo, repelente del amor, al de Dafne. Apolo, ardiendo de pasión, persiguió a Dafne y, cuando estaba a punto de forzarla, ella invocó a su padre, el dios río, para que la ayudara. La convirtió en un laurel. Apolo siguió amándola. Así pues, el laurel se convirtió en su árbol sagrado y sus hojas, convertidas en coronas, adornaron su pelo.
Casandra es la mujer más conocida que rechazó a Apolo y pagó su precio por ello. Era la hija de Príamo y Hécuba, los reyes de Troya. Apolo enseñó a Casandra el arte de la profecía a condición de que se convirtiera en su amante. Casandra se lo prometió, pero no cumplió su palabra. Aunque ya no podía quitarle el don de la profecía, la venganza de Apolo consistió en que nadie la creyera. Al inicio de la guerra de Troya, Casandra no dejaba de ver las calamidades que iban a acontecer, y, desacreditada, acabó encerrada por loca.
Apolo no tuvo mucho más éxito con Coronis, una hermosa joven a la que dejó embarazada de un hijo. El dios le asignó a una corneja blanca la misión de que la vigilara. La corneja le informó de que ella le estaba engañando. La respuesta de Apolo fue cambiar el color de las plumas de la corneja de blancas a negras y matar a Coronis. Este asesinato fue cometido precipitadamente y luego se arrepintió. Pero nada pudo hacer por devolverle la vida. Cuando ella estaba en la pira funeraria, Apolo le sacó a su hijo nonato del vientre y se lo dio al centauro Quirón para que lo educara. Su hijo fue Asclepio, que se convirtió en el dios de la medicina y de la sanación.
Con su amor por un hombre, Apolo también sufrió. Una vez se enamoró de un joven, Jacinto, hijo del rey de Esparta. Hasta tal punto llegó su amor que abandonó Delfos para pasar todo el tiempo con él. Un día, cuando ambos competían en una prueba de lanzamiento de disco, el disco de Apolo rebotó en una piedra, golpeó a Jacinto y le mató. Angustiado por la muerte de su amado, Apolo hizo el voto de que Jacinto sería recordado. De la sangre de Jacinto brotó la flor que lleva su nombre.