Hefesto, el arquetipo
Al igual que Hefesto fue arrojado desde lo alto del Olimpo, del mismo modo este arquetipo es menospreciado y rechazado en una cultura en la que se valora lo heroico, el intelecto, los valores espirituales nobles, el poder y la capacidad de adaptarse a lo que se espera de uno y a prever el siguiente movimiento. En una cultura de un dios celestial, como la de los patriarcas, lo “terreno” es menospreciado u oprimido: la Madre Tierra, los sentimientos apasionados, el instinto, los cuerpos, la mujeres y los hombres que son como Hefesto.
Hefesto de pequeño fue rechazado por su padre Zeus, que gobernaba desde el Olimpo con sus rayos, y por su madre Hera, la reina de los cielos. El Olimpo era inaccesible para Hefesto, también como adulto. En los mitos, cuando se atrevía a entrar allí era el bufón ridículo, el borracho o el marido cornudo. Sin embargo, en su propio elemento, en su trabajo en la forja, Hefesto era el maestro artesano que usaba el fuego y las herramientas para transformar la materia prima en hermosos objetos.
Este patrón de vida es el arquetipo del trabajo creativo, trabajo que surge de las metáforas del fuego volcánico y de la forja, trabajo que se produce a raíz de haber sido expulsado del Olimpo y haber caído a la tierra, trabajo que redime y mediante el cual se expresa el creador herido. El arquetipo Hefesto representa el instinto profundo de trabajar y crear inspirado por el “herrero del alma”, metáfora que James Joyce utilizó en su Retrato del artista adolescente.
Cuando este arquetipo está presente, la belleza y la expresividad que de otro modo permanecerían ocultas en el interior de un hombre (o de una mujer) se pueden liberar mediante el trabajo que da una forma tangible a estos aspectos de sí mismo. Esta forma de hacerse consciente es la visión opuesta a aquélla en la que la experiencia exterior se traduce en un significado interior. En su lugar, algo que está presente interiormente se vuelve literalmente visible, tras lo cual se puede adquirir la conciencia de lo que ello significa.
El propio Miguel Ángel se veía liberando a sus magníficas estatuas de los bloques de mármol en las que habían sido “encarceladas”. Me pregunto si alguna vez se volvería atrás para contemplar un trabajo recién acabado y darse cuenta de que él había hecho visible algo en sí mismo. Cuando el arquetipo de Hefesto forma parte de un hombre (o una mujer), lo que se siente profundamente y no está expresado en la psique adopta una forma cuando él crea y fabrica algo.
El fuego subterráneo y la forja
El fuego asociado con Hefesto es el fuego subterráneo, esa masa fundida profunda que surge de las entrañas en forma de lava volcánica. El fuego subterráneo es una metáfora de los sentimientos apasionados, de la sexualidad intensa y del fuego erótico contenido dentro del cuerpo hasta que se manifiesta, de la ira y la rabia que se retiene o se intenta apagar, o de la pasión por la belleza que se agita y se siente en el cuerpo (o la tierra de la persona).
Estos sentimientos, que residen bajo la superficie en una persona muy introvertida, pueden entrar en erupción de repente. Cuando son revelados a otra persona en un momento de conversación íntima, casi siempre esa persona se sorprende: «no tenía la menor idea de que sintieras esto tan fuerte».
El arquetipo Hefesto predispone al hombre (o a la mujer) a no hablar sobre sus sentimientos o no manifestarlos. Prefiere crear su propia versión de la forja y del trabajo en soledad. Allí o bien sublima sus sentimientos o los expresa mediante su trabajo. Por ejemplo, el arquitecto que ansía tener un hogar tranquilo y ordenado puede plasmar estos sentimientos en los planos de la casa que está diseñando (en lugar de comunicar a su familia lo mal que se siente con el desorden): el abstracto pintor expresionista crea en su lienzo la atmósfera que anhela o bien puede expresar la ira y el dolor al sentir que sus necesidades están tan desatendidas (no expresadas o, en el mejor de los casos, mal comunicadas).
La forja se encuentra dondequiera que realice su trabajo de transformar o traducir lo que siente en profundidad en algo externo a él mismo. Muchas buhardillas o sótanos de artistas son verdaderos lugares adonde los hombres van para estar solos con el arquetipo Hefesto, un lugar donde pueden ser el Hefesto de la forja subterránea.
El amor no consumado, una mujer inalcanzable o un amor no correspondido pueden avivar el fuego de la forja transformadora cuando Hefesto es un arquetipo activo. El fuego de la forja es la pasión no expresada que inspira el trabajo creativo.
El artesano cojo
Tal como hemos visto, Hefesto fue el único olímpico físicamente disminuido, la única deidad principal imperfecta. Fue rechazado del Olimpo por haber nacido con un pie deforme, lo cual ofendió a su madre Hera, o por haber enfurecido a Zeus, que le lanzó por la montaña y le dejó cojo.
La deformidad física de Hefesto no se puede separar de la herida emocional causada por sus padres. A raíz de su cojera y de su rechazo, Hefesto se convirtió en el dios de la forja, el arquetipo del instinto de trabajar como medio de evolución y de sanar las heridas emocionales. Hefesto es el arquetipo del artesano cojo (o del artista, escritor, sanador, inventor, fabricante herido) cuya creatividad es inseparable de sus heridas emocionales.
Hefesto, el artesano, se parece mucho al sanador enfermo cuya motivación de sanar procede de sus propias heridas, las cuales se curan cuando él cura a los demás. Hefesto tenía un pie deforme y caminaba balanceándose, lo cual divertía a los otros olímpicos, que le ridiculizaban. No podía ser hermoso, por eso creaba belleza; su pie no se movía como debía, pero lo que él hacía funcionaba perfectamente. Mediante su trabajo, Hefesto y los hombres (y mujeres) como él pueden verse a sí mismos reflejados intactos y funcionando correctamente; a través de esta proyección fluye la autoestima y el respeto hacia uno mismo, así como la estima y el respeto hacia los demás. De este modo se curan las heridas que motivaron el trabajo.
Tal como el escritor junguiano James Hillman comenta: «Nuestros padres son los que nos hieren. Todos llevamos una herida de nuestros padres y tenemos un padre o una madre heridos. La imagen mítica de la herida, o del padre o la madre heridos, se convierte en la afirmación psicológica de que el padre o la madre son los heridos[48]». Literalmente, hacemos responsables a nuestros padres; pero esa misma frase “el padre o la madre son los heridos”, puede significar metafóricamente que nuestras heridas también pueden hacernos la función de padres. Nuestras heridas se pueden convertir en los padres y las madres de nuestros destinos.
Cuando el arquetipo Hefesto es uno de los principales componentes de la personalidad de un hombre, entonces puede que éste siga el patrón del artesano cojo, y su rechazo y su herida pueden “apadrinar” su creatividad. Pero esto sólo sucede si, al igual que Hefesto (que tuvo dos madres adoptivas), es lo bastante afortunado como para recibir apoyo y tiene la oportunidad de hallar un medio para desarrollar las habilidades que le permiten expresar su creatividad.
Al ser lanzado desde el monte Olimpo y “bajar a la tierra”, es como Adán y Eva cuando fueron expulsados del Jardín del Edén. En ambos mitos, el sufrimiento y la necesidad de trabajar vienen a raíz de la “caída”.
Reconciliador de la paz familiar
Hefesto sufrió malos tratos de pequeño cuando fue arrojado desde el monte Olimpo por su padre o su madre y se quedó cojo para siempre a raíz de ello. En las familias conflictivas, con frecuencia el niño suele adoptar el papel de pacificador. Muchas veces es un niño vulnerable que es extraordinariamente sensible a los primeros signos del conflicto inminente: en el Olimpo, este niño fue Hefesto.
Una descripción de los acontecimientos al principio de la Ilíada es la del conflicto que tiene lugar en la mesa entre los padres, y que amenaza con ir en aumento si no fuera por la intervención de Hefesto, el pacificador de la familia. Esta experiencia es muy frecuente en muchos hogares. “¡No hagas enfadar a papá porque se meterá con todos nosotros!”, es la actitud de Hefesto:
Los dirigentes están en desacuerdo; el señor de los cielos ha prometido a Tetis que concedería honores a su hijo y que humillaría a quienes le contradijeran. Entonces empieza la pelea en el cielo; Hera lanza vigorosos reproches a su esposo y éste la reprende con fuerza. Ella, reteniendo su ira, se sienta en silencio y la rebelión empieza a cocerse entre las filas de los dioses. Entonces su hijo Hefesto se levanta para reinstaurar la paz. Dice que es intolerable para los dioses pelearse por los hombres y estropear el placer del banquete olímpico; todos estarían bien si su madre se reconciliara con su padre y le hablara amistosamente, así él no se enfadaría ni les haría sentir su poder superior. Y Hera sonríe. Contenta acepta la copa que le ofrece su hijo[49].
Hefesto y Afrodita: unir el trabajo con el amor y la belleza
En la Odisea, Afrodita, la diosa del amor y de la belleza, se casó con Hefesto y tuvo muchas aventuras. Cada una de ellas dio como fruto un hijo o hija. Sólo con Hefesto no tuvo descendencia; en su lugar su matrimonio se veía como una personificación de la unión de la artesanía y la belleza, que da a luz a hermosos objetos. En la Ilíada de Homero, Hefesto se casó con Caris o Gracia; en la Teogonía de Hesíodo, su esposa, Aglaya era la más joven de las gracias o (en una versión menor) una doncella de Afrodita. Cada una de éstas es una versión del matrimonio de la belleza o la gracia con la artesanía.
Hefesto busca la unión con Afrodita en muchos planos: en las relaciones personales y en el trabajo, el arquetipo Hefesto se siente atraído hacia la belleza y el amor, eso que le ha sido negado y que, sin embargo, ansía tener. Los sentimientos profundos y apasionados de un Hefesto pueden ser atizados por una hermosa mujer que sea como Afrodita en su intensidad y sensualidad. Ella puede inspirar su trabajo y encender sus sentimientos.
En este proceso, los papeles de hombre y mujer están invertidos, puesto que es ella la que psicológicamente le “fecunda”, fertilizando su creatividad gracias a la cual surgirá un nuevo trabajo en él.
Hefesto y Atenea: la unión del trabajo creativo y la inteligencia
Como ya he dicho antes, Hefesto una vez persiguió a Atenea, diosa de la sabiduría y de la artesanía, e intentó forzarla. Ella se resistió a su indeseado abrazo y su semen cayó sobre el suelo y fecundó a la Tierra, Gea. A su debido tiempo nació Erictonio, cuyo nombre significaba “hijo de la Tierra” y se le entregó a Atenea para que lo cuidase. Tiempo después engendró el linaje de reyes legendarios de Atenas.
Atenea, que adoptó al hijo que Hefesto le había entregado, representa el intelecto que sabe cómo hacer algo. Su sabiduría era la del general de campo cuya estrategia tiene éxito o como la del tejedor que puede visualizar un tapiz, diseñarlo y, línea a línea, materializarlo. Las ateneas contemporáneas pueden hacer planes de negocios en lugar de diseñar planes de batalla y consiguen victorias en el mercado.
La unión de Hefesto con Atenea dentro de la psique de un hombre le permite saber cómo plasmar su trabajo en el mundo. La persecución de Atenea por parte del arquetipo Hefesto puede conducir a un hombre a casarse con una mujer que posea estas cualidades. La tarea de apoyar el trabajo creativo de su esposo o de hallar una forma para que él gane dinero (si él no desarrolla este aspecto de sí mismo), recae sobre ella por defecto. El apoyo de la creatividad de Hefesto al estilo de Atenea también se produce en parejas del mismo sexo.
Cultivar a Hefesto
La única forma de cultivar este arquetipo es dedicarle tiempo, apartarse de la compañía de los demás y quedarse absorto haciendo alguna cosa manual, algo que conozcamos intuitivamente, que durante el proceso de creación cambie, exprese y transforme algo reprimido en nosotros.
Desarrollar la introversión de Hefesto es algo valioso que enseñar a los niños extravertidos y que siempre dependen potencialmente de las otras personas para hagan cosas con ellos. Los padres pueden cultivar a Hefesto en los hijos acentuando la importancia de los períodos de silencio, de aprender a entretenerse ellos solos (sin depender de la televisión, que es un pasatiempo pasivo). Los juegos de construcciones y la arcilla son los comienzos: hay una serie de posibilidades donde la imaginación y el trabajo manual van juntos. Permitir a los niños el privilegio de unirse a ellos en una actividad creativa paralela y silenciosa, mientras el padre o la madre se convierte en un Hefesto trabajando en la forja, transmite al niño el valor de esta forma de pasar el tiempo. Es importante destacar la importancia de estar absorto en un tiempo creativo. Los adultos que quieren desarrollar este aspecto de Hefesto han de animarse de la misma manera que lo harían con un niño.
Cuando Jung fue rechazado por Freud por no estar de acuerdo con él, expulsado de la cumbre psicoanalítica donde una vez había ocupado el puesto de príncipe entre los seguidores de Freud, atravesó uno de sus períodos más oscuros. Se quedó aislado y padeció un período de incertidumbre interior y de presión interna constante, convirtiéndose en una figura de Hefesto ridiculizada y rechazada. Sin embargo, halló una forma de expresar sus fuentes creativas, al igual que haría Hefesto.
Jung escribió:
Lo primero que acudió a mi mente fue un recuerdo de la infancia, quizás de cuando tenía diez u once años. Por aquel entonces me encantaba jugar con juegos de construcciones. Recuerdo perfectamente cómo construía casitas y castillos, utilizando botellas para formar los laterales de las verjas y las bóvedas. Algún tiempo después empecé a utilizar piedras normales y barro como mortero. Estas estructuras me fascinaron durante mucho tiempo. Para mi asombro, este recuerdo surgía acompañado de una buena dosis de emoción. “¡Ajá! —me dije a mí mismo—, en estas cosas hay vida. El chiquillo todavía está por aquí y posee la vida creativa que a mí me falta. Pero, ¿cómo puedo conseguirla?”, puesto que, como hombre adulto, me parecía imposible salvar la distancia desde el presente hasta mis once años. Sin embargo, si quería restablecer el contacto con aquel período, no tenía más remedio que regresar a él y reanudar aquella vida de niño con mis juegos infantiles. Aquello supuso un momento decisivo en mi destino, pero sólo cedí a él tras incontables resistencias y con resignación, pues fue una experiencia dolorosamente humillante darme cuenta de que no había nada más que hacer que jugar a juegos de niños.
Así pues, comencé a reunir piedras apropiadas, que recogía en parte de la orilla del lago y en parte de dentro del agua. Después empecé a construir casas de campo, un castillo y luego todo un pueblo…
Cada día después de comer me ponía a construir […] en el transcurso de esta actividad mis ideas se aclararon y pude captar las fantasías cuya presencia en mí mismo apenas percibía.
Como es natural, reflexioné sobre el significado de lo que estaba haciendo y me pregunté a mí mismo “¿Qué estás haciendo realmente? ¡Estás construyendo una ciudad en miniatura y lo haces como si fuera un ritual!”. No tenía respuesta para mi pregunta, sólo la certeza interna de que estaba en vías de descubrir mi propio mito. Pues el juego de construcción era sólo el comienzo. Éste desató una serie de fantasías que fui anotando a continuación.
Este tipo de cosas me ha seguido sucediendo, y más tarde en mi vida, siempre que me quedaba en blanco, pintaba un cuadro o esculpía una piedra. Cada una de estas experiencias demostró ser un rite d’entrée para ideas y trabajos que se fueron sucediendo[50].