Capítulo 2

Destino

De regreso en la séptima cubierta, Jacob se escabulló en seguida con el pretexto de ir a preparar unas bebidas (y de paso, seguramente, encontrar un momento de soledad para controlar sus emociones). Regresó al cabo de un cuarto de hora con varios vasos de agua helada y verdosa sobre una bandeja de plata. Cualquier robot podría haber servido los refrescos en su lugar, pero nadie tenía ganas de aprovechar aquel insólito arranque de generosidad por parte del muchacho para hacer chistes fáciles.

Deimos, Casandra y Selene lo esperaban sentados bajo uno de los árboles de coral negro que adornaban el jardín. Gael había insistido en que siguieran alojándose en aquella parte del Carro del Sol, aunque Uriel ya no estuviese con ellos.

—Hay problemas —anunció Jacob, derrumbándose sobre uno de los blandos sofás transparentes después de haber repartido los vasos entre sus amigos—. Hud está como loco, y, si nadie lo detiene, va a conseguir enloquecer a los demás. Quiere culpar a alguien de lo que ha pasado, y ya os podéis figurar quién ese alguien.

—Nosotros —murmuró Selene con el ceño fruncido—. Y pensar que todavía tendremos que pasar cuatro meses con esta pandilla de locos…

—No todos los condenados están locos —dijo Casandra—. Los que escuchan a Hud son solo una minoría.

—Ya. —Selene hizo una mueca—. Pero una minoría que hace mucho ruido.

—Mientras se quede en ruido, podemos estar tranquilos —razonó Jacob—. El problema es que, en cualquier momento, podría convertirse en algo más…

Deimos, que había escuchado toda la conversación con aire ausente, se volvió hacia él.

—¿Algo más? —repitió.

Jacob asintió con la cabeza.

—Un motín —dijo en voz baja—. Este trasto es enorme, pero, si lo pensáis bien, no se diferencia demasiado de un barco aislado en alta mar. Imaginaos que Hud y los suyos se hacen con el control…

—Eso no ocurrirá —le interrumpió Selene con firmeza—. Estamos nosotros para impedírselo. Ahora somos más poderosos que nunca…

—Tendréis que hacerlo sin mí —dijo Casandra—. Cuando me vaya con Deimos, os quedaréis los dos solos para manejar la situación. Sé que no necesitáis mi ayuda, pero, de todas formas, me siento un poco culpable…

—He estado pensando sobre lo de vuestro viaje —dijo Jacob, todavía con el vaso lleno en la mano—. La verdad es que no hay ninguna necesidad de que os adelantéis. Podemos llegar todos juntos a bordo del Carro del Sol. Así nos ayudaréis a controlar las cosas aquí.

Deimos lo miró alarmado.

—Pero, Jacob, yo tengo que llegar a la Tierra el mismo día en que me fui. Es la única forma de que Dhevan no sospeche de mí y de que me envíe al pasado con Aedh.

Jacob resopló, como si le molestara que le repitieran algo que sabía de sobra.

—Yo no veo tan claro que sea imprescindible llegar ese mismo día, pero, si tú quieres que lo hagamos así, así lo haremos. A los condenados de Eldir no creo que les importe demasiado llegar un día antes o un día después.

—Tal vez a los condenados no les importe, pero a los ictios y a los perfectos sí que les importará —intervino Casandra, pensativa—. ¿Cómo reaccionarán cuando vean aparecer a toda esta gente de golpe? Habría que prepararlos.

—Tonterías. —Jacob se puso en pie con tanta energía que parte del contenido de su vaso salió despedido en forma de pequeñas salpicaduras—. Casi todos los condenados tienen familiares y amigos en la Tierra. Se alegrarán de verlos regresar. Y, el que no se alegre, que se fastidie.

Selene alzó los ojos hacia él con expresión de reproche.

—Ya, claro —dijo—. ¡Qué manera tan fácil de arreglar las cosas!

Casandra miró a Deimos, dubitativa.

—Quizá podríamos hacerlo como dice Jacob —murmuró—. Estaríamos todos juntos, y tú llegarías a tiempo para engañar a Dhevan.

—No —dijo una voz tajante desde la puerta—. Lo siento, chicos, pero eso que queréis es imposible.

El que había hablado era Jude. Todos los ojos se volvieron hacia él con sorpresa. Los de Deimos, además, reflejaban desconfianza.

—¿Cómo sabes de qué estamos hablando? —preguntó—. Hace un momento miré hacia la puerta y no estabas. Acabas de llegar…

—Mientras venía hacia acá, os estaba escuchando —explicó Jude, señalando una pequeña prótesis en el interior de su oreja—. Órdenes de Gael…

—¿Así que ahora te has convertido en el espía de mi padre?

—No seas idiota, Deimos —replicó Jude con ligereza—. Lo hace por vosotros; sobre todo por ti. No quiere que os metáis en líos.

—Llevo cuidando de mí mismo toda mi vida —replicó Deimos. La voz le temblaba de indignación—. Es un poco tarde para hacer el papel de padre ejemplar.

Jude se encogió de hombros con aparente indiferencia.

—Peor para ti si no quieres entenderle —dijo—. Él solo pretende ayudarte.

—¿Por qué has dicho que no al entrar? —preguntó Jacob, que aún seguía de pie, a medio camino entre el sofá y el árbol de coral negro que adornaba la estancia—. ¿A qué te referías?

—A lo de viajar todos juntos —explicó Jude—. Sería una imprudencia. No podemos presentarnos en la Tierra con toda esta gente de golpe. Están muy nerviosos, y aún estarán peor cuando lleguemos. La mayoría ha pasado su vida al aire libre; les vuelve locos este encierro. Y tienen a Hud para calentarlos con sus historias de venganza. Su llegada puede provocar graves disturbios en la Tierra. Antes de dejarlos desembarcar, hay que prevenir a los ictios. Y hay que hacerlo con tiempo suficiente.

—Todo eso no ha sido idea tuya, ¿verdad? —preguntó Deimos con sarcasmo—. Es lo que piensa Gael; te ha enviado para que nos lo digas. ¿Y por qué no viene él en persona, si puede saberse?

—Sabe que no sería bien recibido —repuso Jude con calma—. De todas formas, yo estoy de acuerdo con él. Odio tener que presionaros así, pero la reprogramación de la puerta estelar nos va a llevar casi dos días. Tenemos que saber ya si Casandra y tú vais a adelantaros o si os vais a quedar en el Carro del Sol. No podemos tener a toda esta gente aquí esperando mientras vosotros os decidís. No entienden por qué no nos movemos… Y cada vez son más los que hacen preguntas.

Un incómodo silencio acogió sus últimas palabras. Todo lo que había dicho Jude era razonable; sin embargo, los cuatro lo miraban como a un intruso que se estaba metiendo donde no le llamaban.

—Entonces, ¿qué es lo que propone Gael?

—Que algunos de vosotros viajéis al pasado, al mismo día en que partisteis de la Tierra, para advertir a los ictios de lo que ha sucedido. Los demás viajaremos a través del agujero de gusano de las puertas estelares sin retroceder en el tiempo. Según nuestros cálculos, habrán pasado tres meses y veintiún días desde que abandonasteis Areté. Eso les daría a los ictios casi cuatro meses de margen para preparar al resto del mundo de cara al regreso de los condenados.

—¿Y, según Gael, quiénes de nosotros deberían formar esa avanzadilla? —preguntó Deimos, conteniendo a duras penas su irritación.

Jude contestó sin alterarse ni lo más mínimo.

—En principio, teníamos entendido que seríais Casandra y tú. ¿No era eso lo que tú querías, Deimos? De todas formas, si habéis cambiado de opinión, es cosa vuestra. A Gael y a mí nos da lo mismo.

Deimos se levantó bruscamente del sofá y se dirigió a la gran cristalera del fondo. Durante unos segundos permaneció allí, callado. Las últimas palabras de Jude le habían dolido.

De modo que a Gael le traía sin cuidado que viajara antes o después. Sin embargo, su padre sabía lo que le ocurriría si regresaba el día en que salió de la Tierra. Martín le había contado lo de su viaje al pasado con Aedh, e incluso lo de la muerte de sus hijos durante un duelo, en Marte. ¿Cómo era posible que no le importase si ese destino se cumplía o no? Deimos tenía muy claro que no iba a permitirle interferir; pero, en el fondo, le habría gustado que se preocupase.

Regresó con los demás, decidido a no volver a perder los nervios. Sus amigos no habían dicho ni una palabra en todo aquel tiempo. Parecían estar esperándolo.

—Podríamos regresar los cuatro juntos al pasado —propuso Selene, mirándole—. A Jacob y a mí nos da igual llegar antes o después. Quizá a los ictios no les vendría mal nuestra ayuda para prepararles el terreno a los condenados. ¿Tú qué crees, Jacob?

—Me gustaría que volviésemos los cuatro juntos —admitió el aludido, alzando las cejas—. Aunque no sé si es buena idea…

—No lo es, creedme —dijo Jude—. Me da igual quién sea, pero al menos uno de vosotros tiene que quedarse en el Carro del Sol con los condenados. Vosotros tenéis poderes especiales que, en un momento dado, si las cosas se ponen feas, podríais utilizar para controlar la situación. Hud es más peligroso de lo que pensáis. Yo le creo capaz de cualquier cosa, incluso de sabotear la nave.

—¿Por qué iba a hacer eso? —preguntó Casandra, escandalizada—. Nos mataría a todos, y él moriría también…

—¿Creéis que eso le importa? —Jude sonrió con amargura—. En el fondo, seguramente es lo que más desea. Que el Carro y todos sus ocupantes estallen en el vacío. Así, todos sus malos augurios se harían realidad.

—Ya; pues no vamos a permitírselo —aseguró Jacob—. Tienes razón, Jude, sería peligroso que nos fuéramos todos. Yo me quedo.

—Y yo también —añadió Selene, mirando a Jacob con enfado—. ¿O qué pensabas, que te ibas a librar tan fácilmente de mí?

Jacob pasó por detrás del sillón que ocupaba la muchacha e, inclinándose sobre ella, le estampó un sonoro beso en el cuello.

Deimos notó la mirada de Casandra sobre él, pero evitó encontrarse con sus ojos. No se sentía con ánimos para enfrentarse a la tristeza que reflejaba su cara. Más que nunca, tenía que dominar sus emociones. Daba lo mismo lo que pensase su padre, incluso lo que pensase o sintiese su novia. Tenía claro lo que debía hacer.

«Supongo que el sentido del deber es lo que va a condenarme», se dijo con morbosa satisfacción.

Con lo fácil que sería dejarse arrastrar por los sentimientos…

—Pídele a Gael que prepare la nave para viajar lo antes posible al año 3075. Que lo calcule todo para que lleguemos a la Tierra el dieciséis de noviembre.

—¿Quiénes? —preguntó Jude.

Deimos no miró a Casandra. Sabía de antemano que ella estaría de acuerdo con lo que él decidiese. Y los otros también…

—Dos pasajeros —repuso en tono apagado—. Jacob y Selene se quedarán a bordo del Carro del Sol… En la nave de tránsito viajaremos tan solo Casandra y yo.