«¿Tienen alma las mujeres?»
Así es como todo empezó, con esta pregunta.
Una cuestión que sólo es producto de la degeneración de consideraciones formuladas en la Antigüedad, cuando Aristóteles afirmaba que las mujeres eran hombres defectuosos o Platón creía que el alma de éstas alcanzaba la perfección si se encarnaban en varón. Calificada de putífera, portadora del hedor y la putrefacción, la mujer se hundía con el paso de los siglos en un légamo de desprecio y pecado.
¿Eran aquellos pensamientos irrefutables? ¿Son ciertas las afirmaciones soeces de Boccaccio en su De claris mulieribus y las de otros tantos autores?
Al igual que Aristóteles rebatió a Platón y san Agustín pasajes de escritos de aquél, son merecedoras de reproche tales ideas, y de este modo tuve la oportunidad de descubrir la «Querella de las Mujeres», un debate intelectual que enfrentaba a autores desde hacía siglos. De Hildegarda de Bingen o Herralda de Hohenburg a otros posteriores como Juan Rodríguez del Padrón, Teresa de Cartagena y María de Zayas, por citar algunos, rechazaban las tesis misóginas y replicaban que los vicios son una inclinación que afecta por igual a individuos de uno y otro género.
Entre los querellantes destacaba por su acérrima defensa de la mujer Christine de Pizán. En su Cité des Dames levantaba piedra a piedra una ciudad imaginaria para ser habitada por grandes mujeres que, a lo largo de la historia, habían destacado en todos los ámbitos de la vida sin por ello obviar la esencia de su condición. Alentada por la Querella, pasaron por mis manos las memorias y los hechos de notables heroínas. Desde sabias hasta reinas, de santas a guerreras o sanadoras, y todas ellas merecen ser recordadas por resultar esenciales para la humanidad. Una tarea que, mi querida hija, deberás acometer con tesón e interés, pues cambiará el modo de enfrentarte a los avatares de la vida.
Tras años de paciente lectura, a aquella primera pregunta («¿Tienen alma las mujeres?») se sumaba otra: ¿qué nebuloso sendero nos condujo a tal estado de postración? Detrás de las puellae doctae, sabias excelsas, del valor de las amazonas y de los mitos sobre diosas y heroínas aparece un rastro sutil, ignoto y atractivo, como perlas dispersas, ocultas en un laberinto intrincado y misterioso.
La «Querella de las Mujeres» es una lid intelectual, pero hunde sus raíces en misterios arcanos, sepultados bajo el polvo de los siglos a causa de la ignorancia, el fanatismo y un intenso miedo.
Como si se tratara del enigma de la Esfinge, su respuesta requiere de una gran dosis de tenacidad y, sobre todo, de la capacidad de abrir la mente y deambular por sendas que pueden rozar lo herético y lo prohibido.
Dos caminos se abren ante ti ahora, hija. Uno es conocido: el que espera a cualquier mujer de buena cuna, respetuosa con sus progenitores, fiel esposa, madre y, por último, discreta y retirada en la viudedad. El otro es brumoso e incierto: es el que hollaron las mujeres que han dejado su impronta en la historia. No siempre se distinguen, pues el camino del héroe es interior, secreto, pero siempre determinante.
Sólo si estás dispuesta a asumir ese riesgo y a convertirte en el custodio de tales misterios podrás adentrarte en las siete lectionis que te conducirán a través del laberinto. Tu vida se verá iluminada entonces por otra claridad, aunque te advierto que su poder puede atraer tanto a criaturas de luz como de oscuridad.