Alan apartó los ojos del descuartizado cuerpo de Oliver Cort y dio unos pasos, siempre con el lanzallamas presto a vomitar un buen chorro de fuego.

De pronto, tuvo la extraña sensación de que había alguien a sus espaldas. Quizá fuera sólo imaginación suya, porque la verdad es que no había oído ruido alguno, pero también podía ser el aviso de ese sexto sentido que algunas personas poseen.

Fuera lo que fuere, Alan Dexter se giró bruscamente, para salir de dudas. Y salió.

¡El monstruo estaba frente a él...!

 

* * *

 

 

 

Quedó claro que Alan Dexter poseía ese sexto sentido.

Y, de momento, le salvó la vida, porque la bestia antártica se disponía ya a saltar sobre él.

Alan hizo funcionar el lanzallamas.

El chorro de fuego alcanzó al terrorífico ser, quemando su blanca y dura piel.

La bestia de los hielos bramó como si la estuviesen descuartizando viva, prueba inequívoca de que las llamaradas le hadan mucho más daño que las balas.

Se friccionó fuertemente el cuerpo, como si quisiera arrancar de su piel el terrible dolor que sentía, pero no lo consiguió, porque las quemaduras no desaparecen así como así.

Alan le envió un nuevo chorro de fuego, gritando:

¡Asate, maldito!

El monstruo se vio nuevamente envuelto en llamas y pareció volverse loco de dolor, a juzgar por sus rugidos y por los saltos que daba.

¡Te voy a achicharrar, bestia asesina! dijo Alan, y se dispuso a accionar de nuevo el lanzallamas.

El monstruo echó a correr.

Alan le envió un tercer chorro de fuego, pero las llamas no alcanzaron a la bestia, que corría con una rapidez asombrosa.

Era mucho más veloz que el más rápido de los atletas. De ahí que Alan no le persiguiera.

Sabía que era imposible alcanzarle,

 

* * *

 

En la base, el profesor Nicholson, el doctor Wiler, Buddy Hobson, Carrol Tracy y Dorothy Evans, escuchaban los escalofriantes bramidos que llegaban desde el otro lado del cobertizo de los perros.

¡Es el monstruo! chilló Carrol.

¡Está atacando a Alan! gritó Dorothy.

¡Lo va a matar! exclamó el doctor Wiler.