Antártida.
De hecho, algunas personas de la base habían perecido víctimas de accidentes o atacadas por tos feroces osos polares, desde que ésta había sido construida.
A pesar de todo, Dexter, Hobson y Yorkin confiaban en hallar con vida a Bridges y Kelsey, porque éstos eran dos expertos que sabían desenvolverse magníficamente en la helada superficie del continente antártico y cómo defenderse de los osos polares o de cualquier otra bestia peligrosa de los hielos.
Eran dos tipos valientes.
Y dos excelentes tiradores.
Por eso Dexter, Hobson y Yorkin no querían pensar que estuviesen muertos, sino simplemente lastimados o desvanecidos a causa de algún infortunado accidente.
Alan se destacaba con su moto-esquí tanto hacia la derecha como hacia la izquierda, escrutando zonas, bloques de hielo, montículo^ y hondonadas.
Chester y Buddy le seguían con sus trineos, que se deslizaban con rapidez sobre el hielo, aunque, lógicamente, no podían alcanzar la velocidad de una moto-esquí.
De pronto, al remontar una colina de nieve endurecida, Alan Dexter descubrió algo que le heló la sangre en las venas.
—Dios —musitó, estremecido.
Eran los trineos de Bridges y Kelsey.
¡Estaban hechos pedazos! Los perros ya no ladraban. No podían hacerlo.
¡También estaban hechos pedazos!
¡Los habían destrozado!
¡Era una espantosa carnicería!
¡El suelo era una gran mancha roja!
Alan Dexter había detenido su moto-esquí en lo alto de la colina de hielo al descubrir el horrendo espectáculo.
Buddy Hobson y Chester Yorkin, al ver que su compañero se paraba en la cima de la colina, adivinaron que había descubierto algo y el primero gritó:
—¿Qué sucede, Alan?
La voz de Hobson sacó a Dexter de su inmovilidad.
Puso de nuevo en marcha su moto-esquí, dio la vuelta, y descendió de la colina de hielo, parándose frente a los trineos.
—¡Alto!
Hobson y Yorkin obligaron a los perros a detenerse.
El segundo preguntó:
—¿Has encontrado algo, Alan?
Dexter, que ya estaba echando mano del rifle que llevaba a la espalda, respondió:
—Los trineos de Norman y Robert. Están tras esa colina. Destrozados, como los perros. Hobson se estremeció.
—¿Los perros también?
—Sí, están todos muertos. Se diría que fueron atacados por una familia entera de osos.