—¡Volveré a pasarte, ya lo verás!
—¡Te quedarás con las ganas!
—¡Voy por ti, fanfarrón!
El trineo de Norman Bridges recuperó la distancia perdida, pese a los esfuerzos de Robert Kelsey por mantener su ventaja.
De nuevo iban igualados.
Y fue entonces cuando ocurrió.
Los perros, inexplicablemente, dejaron de correr y comenzaron a ladrar.
—¿Qué diablos les pasa a los perros, Norman? —exclamó Kelsey, mientras trataba inútilmente de que los canes se pusieran de nuevo en movimiento.
—¡No lo sé, Robert! —respondió Bridges, que tampoco podía conseguir que los perros de su trineo reanudaran la marcha.
Los animales seguían ladrando. Y se agitaban, nerviosos.
Parecían mirar todos hacia un mismo punto.
Norman Bridges y Robert Kelsey miraron también hacia allí, pero no descubrieron nada raro. Sólo un bloque de hielo, de unos cuatro metros de altura por seis o siete de ancho. Un bloque normal, de los muchos que se veían en la Antártida, unos más grandes y otros más pequeños.
—¡Creo que los perros han visto algo. Norman!
—¡Pues yo no veo nada. Robert!
—¡Tampoco yo, pero estoy seguro de que los perros sí! ¡Por eso se han detenido y no paran de ladrar!
—¿Quieres que echemos un vistazo, Robert?
—¡No tendremos más remedio, Norman, porque los perros no quieren ponerse en marcha!
—¡Vamos allá! —dijo Bridges, saltando de su trineo. Kelsey saltó del suyo.
Los dos llevaban un rifle a la espalda.
Llevaban, también, un revólver al cinto, así como un cuchillo.
Echaron mano de los rifles, por si acaso se trataba de un oso polar o de alguna otra bestia peligrosa, y caminaron hacia el bloque de hielo.
Los perros continuaban ladrando.
Bridges y Kelsey alcanzaron el bloque de hielo.
—Ve tú por ese lado, Robert —indicó el primero—. Yo iré por este otro.
—Bien —respondió Kelsey, y rodeó el bloque de hielo por el lado izquierdo. Bridges lo hizo por el lado derecho.
Caminaban los dos despacio, con precaución. Robert Kelsey fue el primero en descubrir al... No supo cómo llamarlo.
¿Animal?
¿Ser humano?
¿Monstruo?
Era difícil decidirse, porque aquella «cosa» tenía tanto de animal, como de ser humano