EPILOGO
Cuando Dick Moore regresó a su apartamento, eran casi las ocho y media. No había hecho más que despojarse de la chaqueta, cuando llamaron a la puerta.
Dick abrió.
—Marion...—pronunció.
—Hola, Dick —sonrió suavemente la hija del presidente del Club Alfil.
—Qué alegría verte de nuevo.
—He vuelto porque me he enterado de lo sucedido. El rostro de Dick se ensombreció.
—Ha sido horrible, Marion.
—Monstruoso, lo sé. Incluso tú estuviste a punto de morir.
—¿Lo hubieras sentido mucho?
—Mucho.
—¿Quieres pasar, Marion?
—Gracias.
Marion Ritter entró en el apartamento.
Dick cerró la puerta y condujo a la joven al living.
—¿Te apetece una copa. Marion?
—Más tarde, quizá.
—Como prefieras.
—¿Jugamos una partida? —sugirió ella, señalando al ajedrez.
—Bueno —sonrió Dick.
Se sentaron el uno frente al otro, como por la mañana.
—¿Sigues teniendo necesidad de aprender, Dick? —preguntó Marion.
—No. Pero quiero aprender, para darle una satisfacción a tío Conrad. Y deseo que seas tú quien me enseñe —respondió Moore.
—Si te portas bien, te enseñaré.
—¿Acaso me he portado mal?
—Sí.
—Lo de la cabaña sólo fue una broma, ya te lo dije.
—Yo lo tomé en serio.
—Porque te falta madurez.
—No empecemos de nuevo, Dick, o te tiro la torre a la cabeza.
—Mientras sigas enfadándote con tanta facilidad, te consideraré una chiquilla, pese a tus formas de mujer.
Marion, furiosa, cogió una de ¡as torres y se la tiró a la cabeza. A Dick no le fue difícil esquivar el proyectil.
Marion le arrojó un caballo. Un alfil...
La dama...
Cuando iba a arrojarle el rey, Dick sa4tó sobre ella y la derribó sobre el diván, inmovilizándole rápidamente los brazos.
—¡Suéltame, bandi...!
No llegó a pronunciar el «do», pues la boca de Dick cubrió la suya. Fue un beso largo y apasionado.
Marion, al principio, luchó por impedirlo. Luego, ya no.
Su furia desapareció, su cuerpo se relajó, y sus labios se tornaron dulces y cariñosos.
Al darse cuenta de que la joven se había calmado por completo, Dick separó sus labios de los de ella y la miró a los ojos.
—Te quiero, Marion.
—Es un sentimiento recíproco, Dick —confesó ella.
Dick quiso besarla de nuevo, pero Marion le contuvo y rogó:
—Cógeme en brazos y llévame a tu dormitorio.
—¿Para qué?
—Quiero demostrarte que soy tan mujer por dentro como por fuera.
—Si quieres que me acueste contigo, antes tendrás que casarte conmigo. Marion pestañeó.
—Se supone que esa condición debería ponerla yo, que soy la mujer...
—Los tiempos están cambiando. ¿Cuál es tu respuesta? Marion le sonrió amorosamente
—Me encantará ser tu esposa, Dick.
—Mañana mismo hablaré con tu padre.
—¿Por qué no esta noche?
—Porque esta noche tengo que librarme definitivamente de la Cobra.
—¡Eh! Un momento. ¿Quién es la Cobra? —interrogó Marion, frunciendo el ceño.
—Una artista de strip-tease. Ella tuvo la culpa de que anoche llegase con tanto retraso a la cita de tío Conrad —carraspeó Dick.
—¡Hombre, al fin me enteré de la causa de tu retraso!
—Cortaré con ella, no te preocupes.
—¡Naturalmente que cortarás! De ahora en adelante, tendrás que conformarte con los strip-tease que te haga yo.
—Estoy seguro de que serán mucho más interesantes —sonrió Dick Moore, y selló de nuevo la boca de Marion Ritter con otro ardoroso beso.
FIN