SEXTO
CAPÍTULO
¡OTRA, OTRA!
—¡Que aproveche! —dijo Asakura.
Estaban en el jardín de la mansión de Asakura. En la mesa había una humeante bandeja de carne a la barbacoa.
—Yo ya estoy lleno —dijo Katayama.
—Yo también. He comido mucho —asintió Harumi.
—No seáis tímidos. ¿Queréis beber algo?
Asakura sirvió una cerveza a Harumi.
Era una tarde soleada.
—Muchas gracias por todo. El concurso ha acabado bien gracias a vosotros.
—No te preocupes. Es mi trabajo —dijo Katayama.
—Y Mari…
—Tras ganar el concurso, seguramente saldrá de gira.
—¡Qué maravilla! ¿Verdad, hermano?
—Bueno, sí… —contestó Katayama con ambigüedad.
—Ah, por cierto —dijo Harumi—, quería preguntarte una cosa.
—Dime.
—Hay dos cuestiones que me tienen intrigada: la octava partitura y la muerte del señor Suda. ¿Sabe algo de ello?
—Ah, eso. —Asakura sonrió—. Sabía que algún día tendría que confesarlo.
—¿Puedes explicarlo?
—Por supuesto. Los dos problemas fueron en realidad el resultado de uno solo. Yo salía con la madre de Noriko Tsuji. Ella, después de acostarse conmigo, me pidió una copia de la partitura. Me negué, aunque tenía la octava copia. Te hice creer que no tuve nada que ver, pero en realidad fui yo quien encargó una más. Mentí.
—Oh…
—Pero Suda descubrió que había una copia adicional. No lo sé con seguridad, pero creo que me la quería robar para venderla.
—Por eso aquella noche…
—Así es. Convenció a la asistenta para buscar la partitura en mi casa. Cuando volví con la madre de Noriko, subió para buscarla allí. —Asakura señaló con un dedo la sala de música en obras—. Se encontraba en la sala, todavía buscándola, cuando ocurrió el terremoto.
—Qué susto, ¿no?
—Ya debía estar nervioso… Y encima un terremoto. Tuvo un ataque al corazón y se desplomó en el andamio.
—¿En el andamio?
—Sí, pero yo no lo sabía. Lo descubrí allí cuando subí para enseñarte la sala.
—¿En ese momento?
—Sí. Primero entré yo solo, ¿recuerdas? Entonces lo encontré. ¡Qué susto me llevé! En ese instante no supe qué hacer. No sabía cómo explicar que Suda estuviera allí, muerto. Tampoco sabía que había sido un paro cardíaco.
—¿Y qué hiciste?
—No podía pensar con claridad, pero tampoco podía hacerte esperar mucho tiempo. Quise ocultarlo porque en aquel momento no podía permitirme un escándalo. Entonces intenté levantarlo pero no pude; volqué una lata de adhesivo y el cadáver cayó bocarriba. Se quedó pegado al andamio. Por mucho que tiré, no conseguí moverlo. Así que…
—Entiendo —dijo Harumi—. Le diste la vuelta a la base del andamio.
—¿A la base? —preguntó Katayama.
—Sí. Era un tablón apoyado en la estructura metálica del andamio.
—Así es. —Asakura asintió con la cabeza—. Suda se quedó colgado, pegado a la tabla del andamio.
—Pero en realidad lo que estaba pegado era la espalda de la chaqueta. Se rompió un botón, que más tarde encontraron en el césped, y el cadáver cayó.
—Así es. Se cayó quitándose la chaqueta.
—Entiendo. —Harumi asintió con la cabeza—. ¿Y quién inició el incendio?
—Fui yo. Temía que encontrasen la chaqueta. Si se quemaba, nadie sabría dónde se había quedado pegada. Siento mucho todas las trabas que os puse.
—No te preocupes. Solo queremos saber la verdad, ¿cierto, hermano?
—Sí… —asintió Katayama. Además, a estas alturas no podríamos hacer mucho más, pensó.
—Eres una chica maravillosa —dijo Asakura.
—Muchas gracias.
—Como Suda ha fallecido y Kazuyo ha acabado entre rejas, me gustaría ofrecerte el puesto de administradora. ¿Qué te parece?
—¿De verdad?
—Sí, pero… —Asakura echó una mirada a Katayama y continuó—. Nada, olvídalo, por favor. Tu hermano me está mirando como si fuera un ligón.
—¿Yo? Para nada… —dijo Katayama, apurado.
—Tendré que buscar empleada en otro lado —dijo Asakura, riéndose—. Soy viejo y no estoy tan loco como para querer ir a la cárcel por una jovencita.