PRIMER
CAPÍTULO
AFINACIÓN
1
Aunque todavía quedaba mucho para final de mes, el restaurante del hotel estaba lleno esa noche.
—Lo siento mucho, señor —se disculpó un hombre vestido de esmoquin, posiblemente el metre. Parecía acalorado—. Hoy tenemos más clientes que nunca.
—Pero ¿no puede darnos mesa? —insistió Ishidzu, malhumorado.
—Será difícil, porque tenemos muchas reservas. En este momento, todas las mesas están ocupadas —le explicó el metre amablemente, aunque lo que de verdad quería decir era que se fuera si no tenía reserva.
Harumi Katayama agarró a Ishidzu del brazo.
—Venga, Ishidzu, no hay nada que hacer. Iremos a otro sitio.
—Ya, pero…
Harumi entendía la insistencia de Ishidzu. Los detectives no cobraban demasiado; lo sabía porque su hermano Yoshitarō también era policía. Ishidzu quería invitarla a cenar y se habían quedado sin mesa. Suponía que el orgullo masculino le impedía rendirse.
—¿Por qué no venimos otro día? —sugirió Harumi.
—No sé en qué otro momento podré invitarte —le contestó él con sinceridad—. Harumi, ¿puedes salir un instante?
—¿Por qué?
—Hazme caso. Tengo una idea —le dijo, enderezándose.
—De acuerdo. Te esperaré en aquellos sillones.
Harumi salió del restaurante, que estaba junto a cinco o seis establecimientos más en la planta −1, entre los que había un espacio amplio con unos bonitos sillones. Harumi se acercó a ellos y se sentó.
¿Habrá cenado ya Yoshitarō? ¿Habrá puesto de comer a Holmes? Bueno, si no lo ha hecho, seguramente se lo habrá pedido ella. Mi hermano me preocupa: aunque va a cumplir treinta años, no parece tener planes de casarse…, pensó Harumi.
Sus compañeros de trabajo culpaban de ello a Harumi. «Como le ayudas tanto y vive tan cómodamente, no piensa en casarse. ¿Por qué no te casas tú primero? Así, tu hermano también querrá hacerlo». Harumi estaba de acuerdo. Su madre había fallecido pronto y su padre, que también era policía, murió más tarde en acto de servicio. Los dos hermanos habían vivido juntos desde entonces. Yoshitarō, que se sentía responsable de su hermana, no quería casarse hasta que ella se marchara de casa. Harumi, por su parte, no se atrevía a dejar solo a su hermano y por eso no quería casarse todavía. Al final, ninguno de los dos se decidía.
¿Qué estará haciendo Ishidzu?, se preguntó Harumi.
Un grupo de jóvenes, posiblemente estudiantes, se acercó. Aunque solo eran cinco chicas, hablaban tanto que parecían más de diez. Al verlas, Harumi recordó que ella también había pasado por esa época.
Puede que fueran alumnas del conservatorio, pues tres de ellas llevaban estuches de violín y una cuarta, un instrumento más grande, una viola. La última chica no llevaba nada; quizá estudiaba piano. Sería imposible que llevara consigo un piano de cola Steinway & Sons.
A primera vista, quedaba claro que eran de buena familia. Llevaban ropa discreta pero de buen gusto y sus bolsos eran de lujosas marcas: Gucci y Morabito.
Harumi había trabajado en unos grandes almacenes, así que tenía buen ojo para apreciar la calidad. Normalmente, la gente así es espontánea, pensó.
De repente, una de ellas se dio la vuelta y miró a Harumi. No, no a ella sino a una mujer que estaba lejos. Harumi siguió la mirada de la joven hasta llegar a una mujer de unos cincuenta años que observaba a la chica fijamente.
Harumi tuvo una sensación extraña. No le pega nada estar en un sitio como este. No era por su aspecto o forma de vestir, sino por su obsesiva forma de mirar.
Volvió a mirar al grupo y notó que una de las chicas, la más guapa de las cinco, había dejado de reírse y estaba paralizada, como si hubiese visto algo horrible. Las otras cuatro entraron en el restaurante donde habían rechazado a Harumi y a su pareja. La que llevaba la viola se giró.
—Mari, ¿qué pasa?
—Ah, nada. Nada importante —contestó la chica antes de entrar. En ese mismo momento salió Ishidzu.
—Harumi, ya podemos cenar.
—¡Pero si no había mesa!
—Ya, pero le he hecho cambiar de opinión —contestó Ishidzu con orgullo. Harumi lo miró fijamente.
—¿Les has enseñado la placa de policía?
—¡Qué va! Bueno, se salió un poquito del bolsillo y el metre la vio por casualidad.
—Eso es abuso de autoridad. No puedes hacer eso —le dijo con una sonrisa—. Que sea la última vez, ¿entendido?
—Entendido.
Ishidzu se tocó el pelo, sin saber qué hacer. Era un hombre fuerte y a Harumi le hacía gracia el contraste entre su físico y su actitud.
—Entonces entremos.
Tras avanzar un paso, Harumi se giró para mirar a la mujer, pero ya no estaba.
—¿Qué pasa?
—Nada.
Una vez en el interior del restaurante, el metre les acompañó hasta una mesa.
—Siento que tenga que ser una mesa del fondo.
—No se preocupe.
Harumi se acomodó y descubrió que las cinco chicas estaban sentadas en la mesa contigua. La muchacha a la que habían llamado Mari bebía vino y reía.
—Harumi, puedes pedir lo que quieras.
—Gracias. Eso haré.
Después de pedir, brindaron con vino. Harumi resistía bien el alcohol.
—¿Estará bien Katayama?
—¿A qué te refieres?
—Me temo que se ha enfadado conmigo.
—No creo que esté contento, pero no pasa nada. Estoy segura de que prefiere que salga contigo a que esté con cualquier otro.
El hermano de Harumi no se alegraba cuando la veía con un policía, seguramente debido a la razón por la que su padre había muerto.
—Espero que sí —contestó él tímidamente—. Últimamente me echa unas miradas asesinas.
Harumi se rio.
—¡Qué exagerado eres! —exclamó, riéndose mientras se llevaba la copa a los labios. Entonces oyó un fragmento de la conversación en la mesa contigua:
—Ya casi son las ocho.
—Da igual. Sé que no voy a pasar.
—¿Por qué? ¿Es que no confías en ti misma?
—No. Estoy de los nervios. ¡El Caprice me ha salido fatal! —dijo la más bajita y rechoncha del grupo. Era una de las que tenía un violín. Llevaba unas gafas que le quedaban bien.
—Pero, Machiko, la última vez dijiste eso mismo y aun así ganaste el concurso.
—Ya, pero esta vez no tendré tanta suerte. No es un certamen entre alumnos. Hay un montón que son mejores que yo.
—Tampoco te pases. ¿Y tú, Mari? Estás muy tranquila.
—Lo he hecho lo mejor que he podido —contestó—. Me conformo con haber llegado hasta aquí.
—Estoy segura de que las dos vais a pasar a la final.
—Estoy de acuerdo. Apostaría mi bolso.
—Dejadlo ya —dijo Machiko—. Habláis como si la cosa no fuera con vosotras. ¿Verdad, Mari?
Mari respondió con una pequeña sonrisa.
—Dijeron que os llamarían antes de las ocho, ¿verdad? Ya es tarde.
—Ya basta. Vamos a cambiar de tema —dijo Machiko, pero añadió—: Oye, Mari, si una de nosotras consiguiera pasar a la final…
—¿Qué pasa?
—Pues que debería invitar a las demás a cenar.
—Vale. ¿Tienes dinero?
—No, pero da igual porque sé que vas a invitar tú. Hoy solo he traído dinero para el transporte.
Las chicas se rieron. Harumi sonrió. Tanto Mari como Machiko parecían bastante seguras de sí mismas. Aun así, estaban preocupadas.
—¿De qué será el concurso? —le preguntó Ishidzu con curiosidad—. ¿De modelos en bañador, o algo así?
En ese momento, el metre se acercó a la mesa de las chicas y preguntó por Mari Sakurai.
—¿Sí? —dijo la muchacha, con expresión tensa.
—Tiene una llamada en recepción.
—Muchas gracias —dijo, levantándose, y de repente añadió—: No quiero saberlo. Machiko, ve tú.
—No, no. ¿Y si solo pasas tú, y yo no? No, no, no quiero.
—Me da miedo. ¿Alguien…?
—Que no. ¡Ve tú!
Mari se levantó de la mesa y empezó a caminar, pero cambió de dirección bruscamente y se acercó a Harumi.
—Perdone…
—¿Qué ocurre?
—Por favor, ¿le importaría responder al teléfono por mí?
—¿Yo?
—Sí. Se trata del comité de un concurso. Por favor, responda por mí.
Harumi le contestó con una sonrisa.
—De acuerdo. No te preocupes.
—Muchísimas gracias.
Harumi se dirigió a recepción y descolgó el teléfono.
—Siento haberle hecho esperar.
—¿Es usted la señorita Mari Sakurai? ¿Se encuentra la señorita Machiko Ueda con usted? —preguntó una voz de mujer.
—Sí.
—La llamo del comité del certamen de violín Stanwix.
Harumi se quedó sorprendida: se trataba de un famoso concurso que solía salir en los periódicos. Aquellas dos chicas debían tener un nivel excelente. La mujer continuó:
—Tanto Machiko Ueda como usted, Mari Sakurai, han pasado a la siguiente fase. Enhorabuena. Les enviaremos los detalles por correo.
Harumi colgó el teléfono y se acercó a la mesa.
—¡Habéis pasado las dos! —exclamó.
Las chicas saltaron de alegría y ni siquiera se dieron cuenta de que habían volcado sus sillas. Los clientes del restaurante las miraron al oír tal estrépito.
Harumi se hallaba tan contenta como si ella misma hubiera participado en el certamen. Cuando estaba a punto de regresar a su mesa, la recepcionista se acercó a ella.
—Otra llamada para la señorita Sakurai.
Aunque la llamada no era para Harumi, decidió contestar porque las chicas seguían festejando la noticia.
—¿Diga?
—¿Eres Mari Sakurai? —preguntó una voz grave y turbia.
—¿Quién es?
—Escucha. No voy a dejarte ganar.
—¿Qué?
—Si quieres seguir con vida, debes perder. Si no lo haces…
—¿Quién eres?
La llamada se cortó y Harumi colocó el auricular con cuidado en su lugar.
Harumi había ayudado a su hermano y a Holmes en algunas investigaciones criminales. Notó que en la voz que acababa de oír había maldad. No parecía una broma ni una travesura, sino algo más importante. Solo era un presentimiento, pero su intuición siempre era mucho más acertada que la de su hermano.
Cuando vio a las alegres chicas agarradas de la mano, Harumi presintió que una sombra oscura se cernía sobre ellas.
—Muchas gracias —le dijo Mari Sakurai, acercándose a ella cuando se dirigía a la mesa.
—No hay de qué. Enhorabuena.
—Gracias. Oiga, ¿les apetece sentarse con nosotras? —Echó un vistazo a Ishidzu y continuó—: Para nosotras sería un placer.
—Gracias. ¿Por qué no nos sentamos con ellas, Ishidzu?
—Bueno…
—Un hombre con seis chicas. No está nada mal, ¿verdad? —le dijo Harumi con una sonrisa, pensando en sonsacarles alguna pista al hablar con ellas. No iba a decir nada sobre la segunda llamada porque no quería aguarles la fiesta.
Un camarero unió las dos mesas. Harumi e Ishidzu se acomodaron en una esquina de la mesa alargada.
—¿Están casados?
—No, solo somos novios —contestó Harumi con una sonrisa—. Me llamo Harumi Katayama, y él es Ishidzu.
—Detective Ishidzu, de la comisaría Meguro.
Harumi no creía que hiciera falta decir la profesión, pero Ishidzu estaba nervioso.
—Oh, ¿es usted policía? Entonces podemos estar tranquilas —dijo Machiko.
—¿Es que te preocupa algo?
—No, pero si bebo más de la cuenta puedo estar tranquila porque me llevará a casa, por ejemplo.
Aunque ya no tenían edad de reírse por cualquier cosa, aquella noche era especial. No podían controlar la risa. Mari Sakurai, sentada junto a Machiko, estaba más tranquila.
—¿Cuándo será la final? —le preguntó Harumi a Mari.
—Dentro de dos semanas.
—¡Qué nervios! ¿Y qué pieza vas a tocar?
—No tengo ni idea. Por eso estoy tan nerviosa.
—¿Os lo dicen el mismo día?
—Sí. Interpretaremos un solo y un concierto, pero no sabemos qué nos tocará: Beethoven, Brahms, Tchaikovsky, Mendelssohn, Sibelius, Bruch… Tenemos que practicar un poco de todo para hacerlo lo mejor posible.
—¡Madre mía! —exclamó Harumi.
—La más difícil es la obra nueva —le explicó Machiko.
—¿La obra nueva?
—Sí. El comité encargará a algún compositor que componga una pieza nueva para el concurso, pero nadie sabe quién será. Es totalmente confidencial.
—¿Y cuándo os lo dirán?
—Una semana antes del concurso. Es decir, de la final.
—Entonces, ¿tendréis solo una semana para practicar?
—Exactamente, y hay que tocarla sin partitura. Pero eso no nos importa. Estamos acostumbradas.
—Lo más difícil es la interpretación —le contó Mari—. Como no la hemos oído antes, cada uno interpretará la pieza como le parezca.
—Además, está prohibido hacer consultas sobre la composición.
—¿Está prohibido? Pero si hay una semana de margen…
—Los finalistas estarán aislados en un edificio —dijo Machiko—. No podremos salir de allí, ni llamar por teléfono, ni mantener correspondencia.
—¡Qué fuerte! —Harumi suspiró pensando que, en esas circunstancias, ella no aguantaría la presión—. O sea, que no tendréis contacto con nadie durante esa semana.
La idea la preocupaba.
Si la llamada y la amenaza de muerte iban en serio, esa sería una ocasión excelente, pensó Harumi.