Epílogo. 7640

Siempre estaba en el estudio. Enfrente de mí. Apagada. Fría. Muerta. Lo cierto es que nunca le hice mucho caso. Alguna vez sin querer la rocé y pareció cobrar vida, pero a los pocos segundos volvía a perecer.

Una tarde recibí la noticia. Aquel objeto iba a empezar a funcionar, o por lo menos eso pensaba Mariano Revilla, jefe de programas de la Cadena SER.

Tras escuchar sus palabras pensé que estaba loco. Aquello iba a ser un desastre. Ese aparato se encendería durante unas semanas que servirían para probar que el invento del bueno de Mariano no había funcionado.

El viernes antes del programa jugué al despiste. Pero sobre mi mesa ya descansaba una hoja que me recordaba que aquella noche en Milenio 3 iba a debutar un nuevo personaje que sin yo saberlo sería esencial en el futuro recorrido del programa.

Antes de acceder al estudio la miré a través de los cristales. Me daba la espalda, pero en pocos minutos tendría que enfrentarme a ella cara a cara.

Entramos en el mítico Estudio 1 de la Cadena SER, la particular nave del misterio de nuestro equipo. Íbamos a emprender un nuevo viaje, pero nos acompañaría ya para siempre un nuevo inquilino.

Era la hora.

La miré fijamente. Seguía estando vacía. Blanca. Y así estará toda la noche —pensé yo en mi total incredulidad—.

Saqué aquel papel que parecía escrito por algún antiguo encriptador. Letras, guiones, barras, números… Poco a poco fui introduciendo todos en el orden preestablecido.

Ahora había que anunciar a nuestro nuevo invitado.

En uno de los cortes publicitarios Iker, el piloto de la nave, me indicó que era el momento. Y cumpliendo órdenes por fin presenté a aquel ser que tantas emociones nos iba a provocar.

Después de dar las consignas necesarias para que aquello cobrara vida fui observando cómo, al principio tímidamente y a los pocos minutos en tropel, el blanco se iba coloreando.

Colores de agradecimiento, de información, de pasión, de crítica.

Eran vuestras palabras. Vuestros mensajes. Llenos de sentimientos, de dudas, de búsqueda, de cultura, de incredulidad, de sorpresa, de amor, de crítica, de valor… Erais vosotros llenando una pantalla que hasta que no recibió vuestra visita estaba muerta, fría, apagada.

Mensajes que nos han abierto nuevas investigaciones.

Aún recuerdo la noche en la que la chica de la curva dejó de ser una leyenda urbana para convertirse en un hecho que muchos de vosotros vivisteis en primera persona y nos quisisteis contar. Personajes de todo tipo que se os aparecieron en la carretera y que nos dieron una bofetada de humildad al equipo que había planteado el tema como un mito, como una historia fantástica.

Recibimos más de dos mil mensajes de personas valientes a quienes no importó reconocer que se habían encontrado con lo absurdo.

El mito de un plumazo se convirtió en una rotunda realidad.

Comprobamos que las experiencias cercanas a la muerte son más parecidas unas a otras de lo que ningún especialista nunca podría cotejar.

Gracias a esta nueva tecnología tenemos al segundo vuestras opiniones y con ellas vivimos un carrusel de emociones. Hemos reído, hemos bromeado, nos hemos estremecido e incluso hemos llorado ante los escritos que nos enviáis.

Siempre recordaré aquel 12 de marzo de 2004 como el programa más difícil que he hecho en mi vida. Reconozco que esa noche me dio miedo leer lo que iba apareciendo en la pantalla y que las primeras líneas que fui vislumbrando hicieron que apenas saliera un hilo de voz de mi boca cuando hablaba ante el micrófono.

El azote de la sin razón volvía a hacer mella en la sociedad española y se había llevado a muchos de nuestros oyentes. Así nos lo hacían saber sus familiares y amigos.

Esa noche recibí una lección. Una lección de valentía por parte de los cientos de amigos que desde los hospitales en los que curaban las heridas provocadas por los trenes de la muerte nos escribían para agradecernos que esa noche no faltáramos a nuestra cita. Para mí fue una bofetada de realidad que me hizo superar la congoja y quitarme el nudo que se me había formado en el estómago y en la garganta.

La ayuda que nos prestáis con vuestros mensajes es impagable.

Gracias a ellos se han abierto ante nosotros nuevos enigmas que ni imaginábamos que habían acaecido en nuestro país. Historias que no se habrían conocido nunca. Testigos a los que no hubiéramos encontrado sin vuestras pistas. Críticas que nos han hecho intentar mejorar. Ilusiones infantiles que en ocasiones hemos podido hacer realidad.

Conectáis la radio los viernes y los sábados y sabéis que allí intentamos viajar a otros mundos, volvemos a siglos pretéritos para enfrentarnos a todo tipo de sociedades secretas, nos sumergimos en el abismo en busca del calamar gigante que Verne imaginaba en sus obras, nos colamos en las celdas de los místicos para entender sus mensajes y nos adentramos en la mente del asesino o en las entrañas de las pirámides egipcias.

Sabemos que llevamos a cientos de miles de pasajeros en cada viaje porque así nos lo hacéis saber a través de ese objeto que siempre está en el estudio, pero más encendido y vivo que nunca. El líquido vital que recorre sus venas sois vosotros, los contertulios de Milenio 3.

Carmen Porter