Sociedades secretas

«Y dígame usted: ¿no habrá en toda

a tierra un libro, un manuscrito siquiera,

en el cual pueda uno aprender los descubrimientos

y las enseñanzas de esa augusta fraternidad?».

E. Bulwer LYTTON, El secreto de los inmortales.

En 1956 apareció una carpeta en los estantes de la Sección V de la Biblioteca Nacional de París. Su encabezamiento decía: «Dossiers Secrets» y en su interior se mezclaban papeles, recortes, fragmentos de otros libros y algunas declaraciones difíciles de creer. Uno de los documentos era una genealogía que hablaba de los llamados maestres o navegantes del Priorato de Sión. Según esos documentos secretos, estos maestres habrían vigilado muy de cerca los designios mundiales en los últimos mil años. Parecían los fundamentos de una sociedad secreta en toda regla.

Lo más asombroso era comprobar las identidades de aquellos hombres que, presuntamente, habían regido los destinos del mundo en la sombra: Leonardo da Vinci, Alessandro Botticelli, Isaac Newton y otros. Demasiado célebres para ser verdad.

A estas alturas, todo el mundo sabe que el Priorato de Sión fue una gran falacia, una gran impostura y un penoso fraude imaginado por un tal Pierre Plantard, cuyos verdaderos objetivos eran más bien dudosos.

Pero este tremendo bulo, que ha hecho correr ríos de tinta y que fue incluso parte del argumento de una exitosa novela, permite plantear algunas preguntas interesantes. ¿Cómo y para qué se forman las sociedades secretas? ¿Cuáles fueron las primeras sociedades o hermandades de este tipo? ¿Hubo o hay en España sociedades secretas? Y la más importante: ¿podemos estar seguros de que no existen clubes o hermandades que verdaderamente manejan los hilos del mundo desde la sombra?

Ha habido sociedades secretas de distintos tipos y con distintos objetivos. Algunas han sido simplemente bandas de malhechores, otras han tenido un sustrato religioso y místico muy fuerte, hubo hermandades dedicadas a trabajos esotéricos y paranormales, o artísticos y científicos, y existieron cofradías cuyo único fin era político y social. Muchas sectas eran sociedades secretas y muchas sociedades que aparecían como secretas no eran más que sectas, hubo partidos políticos que, ante la persecución, se configuraron como hermandades y hubo bandas y grupos mañosos que parecían utilizar los métodos de las cofradías antiguas.

¿Y en la actualidad…? En la actualidad, tibias y calaveras.

Preguntas, miedos y desconfianzas

El mundo de las sociedades secretas se engloba con frecuencia en este entramado que suele denominarse «conspiranoia» y no hay mayor conspiración que un grupo que mueve los destinos del mundo en la sombra. Esa teoría habla de poderes ocultos que rigen la política, las instituciones, las finanzas y naciones enteras. Si existen, los medios de comunicación no hablan de ellos. Y cuando hablan, ¿no es para asegurar que se trata de imaginaciones de desocupados? Se trata de un sistema eficaz e impecable. El principal fundamento de una sociedad secreta es éste: no existe.

Por ejemplo, dicen que los rosacruces son uno de los grupúsculos más poderosos. (Aquí nos referimos a la antigua hermandad de los rosacruces, no a sectas o grupos modernos). Dicen que los herederos de un oscuro Christian Rosencreutz manejan las instituciones de la Unión Europea y que muchos encorbatados de Bruselas se reúnen en conciliábulos secretos. ¿Cómo va a ser eso verdad? ¡Es mentira!, nos dicen.

Dicen que un grupo selecto de mandatarios y empresarios alquila anualmente un lujosísimo hotel en un rincón apartado del mundo y allí permanecen durante varios días conversando… ¿de qué? ¿No era en los parlamentos y las instituciones democráticas donde se ventilaban los negocios políticos? ¿El Club Bilderberg…? ¡Bah…! ¡Eso es mentira!, nos dicen.

¿Están jugando con nosotros? ¿Hay sociedades secretas en realidad o hay alguien interesado en que la gente se mantenga ocupada en estos asuntos mientras a su lado suceden las cosas verdaderamente importantes? ¿Estamos perdiendo el tiempo y volviéndonos locos desconfiando y teniendo miedo de quien nos observa en una esquina o al otro lado de la barra de un bar? ¿Es todo una especie de juego de poder o realmente hay grupos que se ayudan como ocurría en los antiguos gremios medievales?

Los asesinos

Los asesinos (hashashin) configuraron quizá la primera sociedad secreta de la que se tiene noticia. Por supuesto, se dejan fuera las sociedades que aparecen en la Biblia, en torno a la construcción del Templo de Salomón, a las fraternidades egipcias y a algunas griegas (como la de los pitagóricos, por ejemplo) o las romanas.

Marco Polo fue el primer europeo que se hizo eco de las costumbres de esta sociedad secreta de «los asesinos» y su Jardín del Paraíso. Los hashashin fueron los guardianes de Tierra Santa. Formaban una sociedad secreta islámica que nació en Persia en el siglo XI, como una orden religiosa. Era la facción más extremista de los chutas. El primer gran maestre de esta sociedad fue Hassan Sabah, conocido como el Viejo de la Montaña, ya que se refugiaba en las cumbres de las montañas de Irán. Construyó en su castillo un jardín semejante al que describía el Corán, el Paraíso de Mahoma. Aquellos que traicionaban a la hermandad, de cualquier modo, estaban condenados a muerte, y ésta siempre se cumplía. Tenían una estructura muy parecida a la de la Orden del Temple, con la que al parecer mantuvieron ciertas relaciones. La estructura piramidal estaba coronada por el gran maestre; bajo su mando estaban los grandes priores, los caballeros, los escuderos y, finalmente, los sirvientes. Sus procedimientos violentos, sus emboscadas y asesinatos los convirtieron en una organización temida y odiada. Con frecuencia se les acusaba de los magnicidios que ocurrían en Asia y en Europa Oriental.

Se dice que estos caballeros sanguinarios tenían una costumbre muy parecida a los hunos de Atila: colgar las cabezas decapitadas de sus víctimas en las crines de sus caballos. La secta o la sociedad de los asesinos tuvo cierta influencia y se asegura que llegaron a operar hasta en los Balcanes, en Macedonia y en otras zonas de Europa Occidental.

La Garduña

Toledo es una ciudad mágica. Fue el centro de poder político y religioso durante buena parte de la Edad Media, con una estructura eclesiástica imponente y con un pasado mítico y legendario que no sólo se limitaba a sus empinadas calles y oscuros callejones, sino a pasadizos y subterráneos donde los brujos y los magos llevaban a cabo sus hechicerías.

En esta ciudad nació y se desarrolló una de las sociedades secretas más importantes de la historia de España: La Garduña. «Desconocemos la fecha de su fundación como tal», nos dice Luis Rodríguez Bausa, profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha y autor de un imprescindible Toledo insólito. «Se barajan fechas que rondarían el año 1412 o 1415. Con más certeza podemos hablar de su pervivencia: hasta bien entrado el siglo XIX. En torno al año 1820 o 1830 todavía había gente que decía pertenecer a esta hermandad, porque ellos se llamaban hermandad. La hermandad de La Garduña».

La garduña es un animal pequeño, carnívoro, muy voraz y agresivo. Y si el lector consulta el diccionario académico, encontrará la siguiente definición: «Es animal nocturno y muy perjudicial, porque destruye las crías de muchos animales útiles».

Como es razonable, todo lo que se refiere a su formación ha quedado sepultado en las brumas de la historia. Se aseguraba que era una organización religiosa o, al menos, se les tenía por una hermandad con fuertes vínculos religiosos y piadosos. En algunos casos se ha sospechado que nació al calor de la catedral de Toledo, lo cual ha causado cierta conmoción en la ciudad castellano-manchega.

No obstante, a pesar de esa presumible relación con las altas jerarquías eclesiásticas toledanas, La Garduña se hacía servir de una verdadera caterva de malhechores, delincuentes, secuestradores y asesinos a sueldo. Aparte de los fines piadosos o religiosos —e incluso políticos— que persiguiera, servía como refugio de la más ínfima ralea de pícaros. Así se convirtió también en un refugio de desheredados, pero su influencia —y el pánico que infundía— llegaron a tales extremos que llegó a convertirse en un verdadero problema. En La Garduña se practicaban la brujería y la hechicería —¿quién sabe hasta qué punto o en qué grado?— y participaban hombres y mujeres. Su influencia llegó en algunas épocas a tales extremos que hizo tambalear el poder eclesiástico de Toledo.

«Estamos hablando de una organización secreta que en algunos aspectos fue pionera y que, desde luego, fue de las más duraderas», nos explicaba Luis Rodríguez Bausa. Para este profesor, la influencia de la organización ha traspasado los siglos y, en cierto modo, ha colocado a los toledanos en el disparadero, confiriendo a la ciudad una fama de refugio de malhechores que, por otro lado, es común a las grandes ciudades en todo tiempo. Toledo, por su importancia política, social y cultural, fue escondrijo de maleantes que buscaban prosperar al calor de la riqueza de la urbe, como demuestran las obras picarescas y otros libros de los siglos XVII, XVIII y XIX.

«Como todas las sociedades secretas que se precien de serlo, los datos brillan por su ausencia también en el caso de La Garduña. Porque precisamente hacen de ese secretismo una especie de forma de vida».

Rodríguez Bausa ha rastreado lo poco que se puede averiguar de esta hermandad secreta en archivos y fondos eclesiásticos y civiles. En el Archivo Municipal de Toledo, naturalmente, se registran las actividades delictivas de La Garduña y se puede intuir —si no demostrar— quiénes pertenecían a tan siniestra orden.

Durante los siglos XVI y XVII, la Inquisición tuvo muchísimo poder en la ciudad de Toledo y hay documentos que parecen sugerir cierta relación entre esta institución político-religiosa y la organización criminal de La Garduña. Para Rodríguez Bausa, sin embargo, no está claro que esa relación existiera realmente. Puede que alguno de sus miembros de más alto grado perteneciera a la Inquisición y puede que ésta operara a través de La Garduña para ejecutar sentencias fuera del ámbito legal o administrativo o eclesiástico. Pero, más probablemente, esa asociación fue una «estrategia puramente defensiva». Cuando los miembros de La Garduña eran sorprendidos en sus fechorías, solían proclamar que estaban actuando al amparo de los tribunales de la Santa Inquisición, como un brazo ejecutor de apoyo, atacando, extorsionando, robando y asesinando a musulmanes y judíos.

Fuera La Garduña el brazo oculto de la Inquisición o un grupúsculo social marginal, lo cierto es que la política contrarreformista, desde Felipe II principalmente, favoreció el poder de estas hermandades ocupadas en aterrorizar a las comunidades musulmanas y judías. Estas no sólo eran las víctimas de la Inquisición, sino de la población civil y de esas organizaciones secretistas. ¿Las víctimas de La Garduña son las víctimas de la Inquisición que no aparecen en los legajos oficiales? Es difícil saberlo.

Juan Antonio Llorente fue el autor de un trabajo clásico sobre la Inquisición a principios del siglo XIX. Es un estudio crítico y, según los especialistas, de dudosa verosimilitud. Tuvo mucha importancia en su tiempo y, en parte gracias a él, fue suprimido el alto tribunal inquisitorial definitivamente en 1820. A Llorente y su Historia crítica de la Inquisición en España (1814) se debe buena parte de la leyenda negra que ha perseguido a los españoles durante más de un siglo. (Alemania, Suiza, Países Bajos y Francia, donde los ajusticiamientos de brujas y herejes fueron mucho más violentos, se han visto libres de esa leyenda). El libro fue bien conocido entre los románticos ingleses y alemanes, que trazaron en sus obras góticas todo un escenario oscurantista de la Historia de España.

En todo caso, Llorente hablaba de 340.592 víctimas del Santo Oficio registradas en España. De ese gran número, según Llorente, 31.912 fueron quemados en público. Pero la cuestión que aquí nos interesa no es cuántas personas fueron ejecutadas mediante procesos teóricamente legales. La cuestión es cuántas personas fueron «ejecutadas» mediante procedimientos paralelos, mediante el trabajo de La Garduña. No hay datos fidedignos de las «ejecuciones» que pudieron llevarse a cabo en otros ambientes patibularios y de las que no quedó registro alguno. Se asegura que La Garduña hacía esos trabajos sucios, esos trabajos absolutamente deshonestos incluso para los herederos de Torquemada.

Sangre y normas

En La Garduña se reproducían los elementos constantes que configuran toda sociedad secreta. Por ejemplo, la revelación de la existencia de dicha sociedad acarreaba la muerte. Era imprescindible la organización jerárquica y una obediencia ciega a los superiores, hasta el extremo de dar la vida por la causa si ello era necesario. Se trataba, por supuesto, de una organización piramidal: en su vértice superior se encontraban personajes que seguramente gozaban de privilegios sociales, pero en la base de la misma se encontraban individuos de la peor ralea, entre los cuales había brujas, alquimistas, embaucadores, pícaros, etcétera.

Pero una organización de control político y social, como La Garduña, necesitaba sobre todo de una cúpula solvente y que pudiera permanecer ajena a los crímenes que ejecutaban los malhechores: allí se encontraban gobernadores, jueces, alcaldes e incluso alcaides de prisiones o sacerdotes.

Salvador Ortega, uno de los pioneros de la Policía Científica española y colaborador de Milenio 3, nos explicaba cómo se estratificaba esta organización: «Como toda sociedad secreta, La Garduña estaba estructurada en niveles de distintos estatus. La Garduña establecía escalas concretas. Se entraba siendo aprendiz, que era el primer grado de iniciación. Entre los aprendices se encontraban los chivatos, los soplones y otras gentes de inferior categoría. Había también mujeres que eran admitidas en ese grado; se llamaban coberteras. Y éstas eran una especie de informadoras que sugerían dónde se tenía que entrar y atacar. El segundo grado es el que más se parece a la generación masónica y a toda la generación de las sociedades secretas: el compañero, le compagnon de la francmasonería, etcétera. Los compañeros eran los encargados de los robos y los encargados incluso de asesinar. El gran maestre era el que dictaminaba quién debía ser asesinado».

Salvador Ortega nos decía que en ningún caso se permitía que los miembros de La Garduña, postulantes o floreadores, los compañeros, en fin, atacaran o asesinaran sin una orden expresa del gran maestre o alguno de los ancianos superiores. Se trataba de una supervisión técnica estricta y que, en realidad, aseguraba la pervivencia de la hermandad. «Hay un detalle muy importante: entre los grandes ingresos de la congregación se contaba precisamente con la recaudación de “tributos” por protección. Es el mismo sistema de la Camorra y otras organizaciones mañosas».

En pleno siglo XVII el gran maestre de La Garduña establecía los grados de la hermandad muy nítidamente, describiendo al «gremio» de los aprendices y sus distintas categorías como chivatos, fuelles, soplones y coberteras, cuya principal labor era la vigilancia y seguimiento. Entre los compañeros, verdaderos brazos ejecutores, hombres y mujeres, se encontraban los floreadores y punteadores, es decir: los asesinos dispuestos con dagas o espadas. Una categoría específica parecía constituirla los postulantes, verdaderos extorsionadores que recaudaban los fondos necesarios a cambio de «protección», como una verdadera sociedad mañosa. Por encima de todos ellos estaban los maestros y los ancianos que adoctrinaban a los novicios e iniciados. En la cúspide, naturalmente, el gran maestre.

El gran maestre siempre permanecía en la sombra, dictaminando quién habría de ser la siguiente víctima. Bajo su mano se ocultaban las «escuadras de los garduñeros», siempre embozados y siempre dispuestos a dar el golpe mortal. Esas «escuadras» sembraron el pánico en ciudades como Toledo, Sevilla o Barcelona y, en ocasiones, cumplían misiones especialísimas, porque debían asesinar a un personaje relevante. Curiosamente, cuando las escuadras de garduñeros se deslizaban por las calles tortuosas de Toledo o Sevilla, los alguaciles no aparecían.

«La Garduña fue pionera en crear una especie de institución con el vínculo de hermandad en el que coexistieran hombres y mujeres a la vez», nos explicaba Rodríguez Bausa. Porque las hermandades eran bastante frecuentes, pero solían ser congregaciones masculinas y en muy raros casos femeninas o mixtas. «Que fuera una organización de hombres y mujeres me parece bastante insólito». Rodríguez Bausa nos hablaba de las coberteras pero añadía otro rango u otro grado que correspondía sólo al género femenino. «A ciertas mujeres se les otorgaba un título muy bonito que era el de “sirenas”. Estas “sirenas” eran las encargadas de conseguir información a través, de favores de tipo sexual, generalmente».

Es importante resaltar que esta hermandad se consideraba una congregación cristiana y piadosa, tremendamente devota. Una buena parte del dinero que se conseguía mediante la extorsión y el robo estaba destinada a pagar misas.

¿Hasta dónde llegó el poder de La Garduña? Lo que se sabe es que esta organización hacía gigantescas donaciones, incluso a la catedral de Toledo, al parecer. Ello seguramente fue motivo de escándalo, porque todo el mundo sabía qué tipo de individuos formaban la base de La Garduña: los más bajos fondos, los delincuentes, pícaros, asesinos, prostitutas, bandoleros, ladrones, asaltadores…

A pesar de la estricta jerarquización, en estas sociedades secretas también se daban disensiones y se producían conflictos internos que acababan por desestructurarlas y conducirlas a su final. En el caso de La Garduña, sus procedimientos condujeron a una espiral de violencia incontrolada. Incluso se acusó a esta hermandad de empezar a traficar con órganos y vísceras humanas. El fundamento de este negocio macabro estaba en la brujería, para la cual eran muy necesarios los restos humanos y la grasa y la sangre infantil. En torno a los siglos XVI y XVII, en Toledo o Salamanca —verdaderas academias de esoterismo, magia y brujería—, algunos aseguraban que se podía extraer la sangre del cuerpo, licuarla y volver a ingerirla fundida con placas finísimas de oro. La sangre, en ese mundo oscuro de la brujería, siempre fue un elemento importantísimo, no sólo como medicina, sino como un modo de acercarse a la mágica meta de los alquimistas: la vida eterna.

Así pues, La Garduña, ya descontrolada, empezó a convertirse en una sociedad de delincuentes dedicados al robo, el rapto y las sangrías de niños. Algunos infantes aparecían en las riberas del Tajo, destripados. Y la primitivísima prensa y las hojas volanderas hablaban de pánico y miedo social.

La Garduña tenía sus propios símbolos. Todos los integrantes —al menos los iniciados y los compañeros— lucían un símbolo de reconocimiento. Eran tres puntos tatuados en la palma de la mano. Esos tres puntos fueron utilizados después por otras sociedades, como la Camorra italiana o incluso la masonería. También se asegura que esos tres puntos son clásicos entre las personas que han estado en la cárcel, actualmente. En realidad, parecen los restos de una tradición clásica que parece vincular definitivamente los bajos fondos sociales a la estructura de La Garduña. Y esos tres puntos aparecían también en algunas piedras, marcando territorios.

En la última etapa de esta sociedad, ya bien entrado el siglo XIX, La Garduña cometió un error. Se encontró un libro donde se habían apuntado algunas de sus fechorías y algunos de sus secretos. Ocurrió en el año 1821, en la casa del gran maestre Francisco Cortina: allí se encontró un volumen en cuyas tapas se podía leer: «Libro mayor». A consecuencia de este hallazgo fueron juzgados y ejecutados en la plaza mayor de Sevilla muchos miembros de la sociedad. Los supervivientes huyeron al monte o bien emigraron a América del Sur: La Garduña volvió a aparecer en Brasil, en Perú, en Argentina y México.

Algunos de los miembros de La Garduña fueron procesados y ajusticiados. Se asegura que ciertos individuos pertenecientes a esta sociedad quisieron morir con sus capas de hermandad, luciendo los tres puntos característicos que también estaban tatuados en sus manos.

Francisco Cortina fue el último gran maestre de La Garduña. Hablamos de 1822. El 25 de noviembre de aquel año, Francisco Cortina, junto con dieciséis garduñistas, fueron ejecutados en Sevilla. Entre ellos había chivatos, guapos, apuñaladores, floreadores y punteadores. Dicen que los garduñeros, antes de morir en este gran proceso, destinaron todos sus tesoros a pagar sus propias misas. Y murieron al parecer con gran dignidad, sin temblar, estáticos, ante el respeto y el miedo del propio público. Salvador Ortega lo explicaba así: «Fernando VII se dio cuenta del peligro que representaba esa sociedad. Hubo un crimen, un estrangulamiento de una joven en Sevilla y, tras las pesquisas, se encontró un libro. Era una cosa muy rara, porque La Garduña no apuntaba nada, era totalmente secreta. Y en ese libro habían anotado la mayor parte de las últimas fechorías cometidas. Y aquella prueba fue suficiente para poder ajusticiar al gran maestre, que entonces vivía en Sevilla. Y fueron ajusticiados en la plaza mayor de Sevilla».

En ese libro no sólo se habían transcrito los crímenes que permitieron encontrar a los altos cargos de la hermandad, sino que se habían redactado unos estatutos precisos, seguramente heredados de tiempos anteriores. En el artículo 1 se decía: «Todo hombre bizarro, de buena vista, fino oído, ligera pierna y lengua expedita puede ser miembro de nuestra querida Garduña».

Y en el artículo 9 decía: «Todos nuestros hermanos han de estar decididos a morir mártires, antes que confesos, so pena de ser degradados, expulsados de la hermandad y, si fuese preciso, perseguidos y muertos por ella».

Al parecer, la Camorra italiana fue el refugio de los garduños perseguidos. Sicilia y Nápoles, como se sabe, fueron territorios pertenecientes a la Corona de Aragón durante el período en que La Garduña tuvo una operatividad más intensa. Quizá se formó allí con otra infraestructura, así como surgieron nuevas mafias incluso en el Nuevo Mundo.

La Mano Negra

Ésta es la historia de una conspiración, un crimen político y una brutalidad planificada para amedrentar a los campesinos andaluces. En Jerez, provincia de Cádiz, el día 13 de junio de 1884 se leía el siguiente resumen:

«Pedro Corbacho Lagos, de 32 años y con vivienda en Jerez; acusado del asesinato del Blanco de Benaocaz: condenado a muerte.

»Francisco Corbacho Lagos, hermano de Pedro, 39 años y natural de Jerez: condenado a muerte. Se le concedió la voluntad de ser agarrotado el último.

»Juan Ruiz y Ruiz, natural de Écija y vecino de Arcos de la Frontera, de 34 años; maestro rural: condenado a muerte.

»Bartolomé Gago de los Santos, natural de Benaocaz; casado, de 38 años; sabe leer y escribir; acusado de organizador del crimen: condenado a muerte. Sus convulsiones rompieron el collarín de hierro.

»Cayetano de la Cruz Expósito, 46 años y natural de Guadix; acusado de delator: condenado a muerte. Se ha suicidado en la cárcel días antes de la ejecución pública.

»José León Ortega, natural de Ubrique y vecino de Jerez, 28 años; sin antecedentes penales; pertenecía a la Federación de Trabajadores del Valle: condenado a muerte por ser el autor del degüello de la víctima. Se le exime de la pena capital por repentina enajenación mental.

»Cristóbal Fernández Torrejón, natural de Algaz, de 30 años; casado y jornalero: condenado a muerte.

»Manuel Gago de los Santos, natural de Benaocaz, 28 años; sin instrucción alguna y con oficio de pastor: condenado a muerte.

»En Jerez, provincia de Cádiz, a 13 de junio de 1884».

Ésta fue la lista de condenados y ejecutados por un crimen que probablemente jamás se cometió. A ellos se les achacaron una serie de asesinatos y delitos horrendos, pero después de muchos años de investigación, la cuestión parece más compleja y relacionada con las primeras asociaciones políticas de campesinos, con luchas entre obreros y jornaleros frente a oligarcas y terratenientes. Y, finalmente, aquellos supuestos crímenes y esas ciertas ejecuciones guardaban más relación con el hambre y la miseria de los aldeanos andaluces que con una trama sólo orquestada en los cortijos y los despachos ministeriales.

Lo cierto es que alguien estaba enviando cartas amenazadoras a los terratenientes andaluces. Algunas de aquellas misivas, que parecían escritas por niños, contenían un dibujo de un puñal y, empapada en sangre o tinta, la huella de una mano infantil: La Mano Negra.

La mayoría de los casos ocurrieron en la provincia de Cádiz. La Mano Negra parecía constituir una verdadera y auténtica sociedad secreta, organizada con fines criminales. Se proclamó que era un grupúsculo de carácter cuasi terrorista, destinado a acabar con los ricos y poderosos, con la Iglesia y sus ministros, y con todo lo que sonara a poder y organización social. ¿Era un grupo político anarquista?

No todos creyeron esa historia. Ya por entonces se aseguraba que La Mano Negra era una invención para sembrar el miedo y el pánico, y sobre todo, una leyenda para poder ejecutar sin piedad a los miembros de aquellas incipientes agrupaciones políticas de campesinos andaluces. ¿Era una leyenda organizada para llevar a cabo una represión? ¿Fueron los poderes fácticos, la Iglesia y los acaudalados señores quienes desarrollaron semejante trama? En definitiva, se argumentaba que el poder inventó La Mano Negra para acabar con campesinos y obreros molestos.

Ha pasado más de un siglo y, en algunas partes de Andalucía, aún se atemoriza a los niños con La Mano Negra. Nos lo contaba Manuel Ramírez López, autor de La historia La Mano Negra, memoria de una represión: «Sí, aún hoy en día La Mano Negra significa miedo. Es fácil imaginar qué significaba en el siglo XIX, sin televisión, sin radio… El bulo llegó a tal extremo que todo el mundo lo creyó. Llegó a decirse que los miembros de La Mano Negra iban a contaminar el agua de Jerez».

Las principales acusaciones eran de tipo social y se aseguraba que La Mano Negra quería matar a todos los ricos. (Los términos del conflicto son tan básicos que obligatoriamente hay que desconfiar). Manuel Ramírez nos decía: «En fin, te pones a analizar todos los sucesos y nunca hubo un rico que muriera asesinado. Todos fueron crímenes normales y vulgares, como los que suceden en cualquier lugar, incluso en la actualidad». Para este autor, no cabe ninguna duda: «Fue una confabulación tal que el miedo arrastró a todo el mundo a pensar que era una situación inventada y forzada».

Si se trataba de una trama organizada por el poder, las claves deberían encontrarse precisamente en los instrumentos del poder. En un periódico llamado Los Dominicales, que se distribuía en toda Andalucía, se propagó la noticia del miedo. Y esto es básico para cualquier sociedad secreta: sembrar el miedo, el espanto, el terror. Ésta era la crónica que exponía —con meridiana evidencia— en qué términos se planteaba la lucha con La Mano Negra: «La permanente zozobra en la que viven las clases medias y el pánico que las invade dan ocasión a relaciones aún más hostiles. Nadie ignora lo que se habla de La Mano Negra. La Mano Negra, asociación fatídica que llena a toda esta comarca, y aun a otras distantes, con sus afiliados. Asociación de venganza y exterminio que no se propone reforma concreta, sino exclusivamente destruir la riqueza por todos los medios y matar a los ricos de todas las maneras. La Mano Negra, tenebroso símbolo para una guerra sin cuartel. Guerra de exterminio y rencores implacables».

¿Asociación? ¿Afiliados? ¿Matar a los ricos? ¿Guerra de exterminio? ¿Rencores?

Manuel Ramírez López ha realizado una investigación que finalmente ha resultado sobrecogedora. Se detuvo a diecisiete personas en principio, acusadas de pertenecer a esa supuesta asociación y de haber cometido un crimen concreto, el del llamado Blanco de Benaocaz, un campesino. «En primer lugar, los diecisiete sabían leer y escribir, algo inconcebible en aquella época. Segundo: eran trabajadores, y eran socialistas. Y se declararon como tales, como era obligatorio y legal. Tercero: leían la Revista Social, una revista que tenía una tirada de veinte o treinta mil ejemplares en España. De Despeñaperros para arriba, era legal, pero en Andalucía era ilegal. Y cuarto: a esta gente se le achacó haber matado a uno que, según decían, iba a delatar a la asociación, etcétera. Lo que hemos descubierto es que ese individuo, en primer lugar, era un pendenciero, y, en segundo término, no sabemos si fue el muerto o no. Seguimos investigando, pero probablemente ese hombre no fue asesinado. En fin, que no hubo ni muerto, siquiera».

Siete personas fueron ejecutadas públicamente y las fotografías que se conservan son estremecedoras. Dicen que aquella ejecución ejemplarizante fue la forma de poner fin a La Mano Negra, o a la leyenda de La Mano Negra, o a gente que decía pertenecer a esa sociedad. Nunca se probó, porque los reos nunca confesaron. (Hay que recordar que el principal mandato de estas sociedades es negar toda pertenencia a ellas e, incluso, su existencia). La investigación de Manuel Ramírez ha llegado a una conclusión: que ejecutaron a siete inocentes, y no hubo ni siquiera muerto.

Cuando se iba a proceder a la ejecución, la gente de Jerez se enfrentó a las fuerzas del orden, porque sabían que aquellos hombres eran inocentes. El encargado de ajusticiar con garrote vil a los supuestos integrantes de La Mano Negra se llamaba Gregorio Mayoral, era el ejecutor de sentencias más diestro de España, decían, y al parecer se vanagloriaba de haber facilitado el tránsito a mejor vida a más de cien personas. Se le consideraba un hombre duro e implacable. Algunos aseguraban que en sus ejecuciones se ensañaba con los reos. En aquella tremenda ocasión, en Jerez, ante la mirada atónita de cientos de personas que sabían que se estaba cometiendo un crimen, Mayoral se atrevió a hacer una cosa que horripiló a la gente. Uno a uno, fue quitándoles las capuchas… Todos pudieron ver cómo los ajusticiados tenían los ojos fuera de las órbitas, las lenguas fuera, retorcidas y en una mueca casi burlona, los rostros desencajados… Un retrato del horror.

Pero hubo gente que probablemente sonrió: se había acabado con La Mano Negra.

Nos decía Manuel Ramírez López que hubo quien atacó al verdugo en el tren, que le arrebataron la pistola y el dinero que había cobrado por la ejecución, y muchos se negaron a compartir el vagón del tren con él. «Todo el mundo sabía que eran inocentes».

Golden Dawn

El siglo XIX fue una época apasionante en casi todos los sentidos: fue un tiempo de innovación tecnológica, de convulsiones políticas, de experimentación y revolución. También fue una época en la que proliferaron las sociedades secretas. En este caso, se daban dos tipos de agrupaciones características. El primero de ellos englobaría las hermandades de tipo político, muchas de las cuales eran herencia de las confabulaciones y conciliábulos de la Revolución Francesa. El segundo tipo afectaría a sociedades de tipo espiritual o místico o esotérico.

Era común, por ejemplo, que los intelectuales, los literatos, los sabios y los eruditos empezaran a reunirse en salones y tertulias. Desde luego, sus fines no eran delictivos, o al menos no lo eran directamente, sino indirectamente. La conspiración era el régimen fundamental de estas agrupaciones. Muchas de ellas quisieron instaurar gobiernos en la sombra, mientras que otras se entregaban al esoterismo y al ocultismo sin mayores intereses sociales.

Una de las sociedades secretas o discretas más interesantes es la Golden Dawn, donde se reunía la flor y nata de la intelectualidad londinense a finales del siglo XIX.

La Golden Dawn (The Hermetic Order of Golden Dawn) fue fundada en Inglaterra en 1888 por Samuel Mathers, William Woodman y William Wescott inspirándose en la Sociedad de la Rosacruz. El fundador decía tener contacto con los superiores desconocidos, que eran seres dotados de poderes sobrehumanos que suplantarían y conducirían a los elegidos de la raza humana a una formidable mutación. Este grupo practicaba la magia ceremonial, el ocultismo y las iniciaciones dentro de diferentes logias masónicas para obtener poderes y conocimientos secretos. Instruían a sus adeptos en el estudio de la cábala, de los misterios egipcios, la filosofía, el cristianismo místico, la alquimia, la astrología, la clarividencia o los viajes astrales. A través de estos estudios se suponía que despertaban en los iniciados los poderes ocultos que poseían. Sus estudios sobre las ciencias ocultas atrajeron a muchos intelectuales y artistas como William Butler Yeats, Florence Farr, Bram Stoker o Herman Hesse. Su organización jerárquica se distribuía en once grados, desde el neófito hasta el gran maestre. Entre sus juramentos, por supuesto, destacan aquellos que se refieren a la necesidad de no hablar de los secretos de la orden o con personas expulsadas de ésta, no copiar ni permitir copiar ningún documento sin permiso, preservar los trabajos de la ciencia divina, no degradar el conocimiento místico haciendo magia negra y mantener respeto por todas las religiones.

Aunque a la vista de la infinidad de páginas web en Internet aún parece pervivir esta sociedad, lo cierto es que esta orden hermética desapareció a los quince años de su fundación tras numerosos conflictos y disensiones.

El aspecto más relevante de la Golden Dawn —la auténtica, no las farsas actuales— fue su deseo de explorar la mente humana y sus posibilidades. Era el momento culminante de las experiencias espiritistas y, al parecer, sus miembros practicaron los viajes astrales. También se decía que estudiaron el poder de los cantos gregorianos para favorecer esos estados alterados. En fin, se reunían en lugares apartados e intentaban que hablase la famosa mesa parlante: la ouija.

Rosacruces

Parece necesario advertir aquí que las sectas modernas han utilizado el poder de fascinación de las sociedades secretas para embaucar, engañar y estafar a los incautos. Debe recordarse que hay muchos delincuentes dispuestos a aprovechar estos asuntos para ganar algún dinero que jamás podrían obtener por sus propios medios y trabajando honradamente. Algunos, incluso, arrimándose a ciertos libros de éxito, han pretendido hacer su agosto dictando supuestas conferencias sobre espiritualismo y ocultismo. En el caso de los rosacruces, templarios, masones, etcétera, hay varios grupos poco o nada fiables. Queda hecha la advertencia.

¿Quiénes eran y qué pretendían los rosacruces? «En principio, el movimiento rosacruciano persigue sobre todo fines filantrópicos y de elevación del espíritu intelectual», nos dice Javier Sierra.

En ese aspecto, guarda mucha relación con las instituciones discretas masónicas. Y como la masonería, también se basa en el apoyo mutuo entre los miembros. «La historia de los rosacruces aparece muy mezclada con la leyenda, porque se habla de cierto Christian Rosencreutz, el fundador de esta orden, que supuestamente atesoraba una serie de conocimientos secretos y perfectos que casi le convertían en inmortal».

Hubo una leyenda curiosa, referida a este Christian Rosencreutz, que contaba que se le había visto varios siglos después de que en teoría hubiese muerto. En fin, en este ámbito se encuentra la famosa mitología de «los inmortales», frecuentemente referida en libros y novelas románticas.

«Se hablaba de que la Rosacruz emergía cada cierto número de años», decía Javier Sierra. «Permanecen ocultos y en el olvido absoluto durante mucho tiempo y surgen, cuando lo creen necesario, para impulsar ciertos movimientos sociales y políticos importantes. Siempre se ha temido mucho esta organización, en algunos ambientes, porque se la consideraba revolucionaria. En realidad, los regímenes autoritarios siempre han tenido pavor de los rosacrucianos y de los masones, porque estas sociedades secretas, sobre todo, impulsaban valores democráticos y valores de apoyo mutuo. Se cree, aunque sobre esto habría mucho que discutir, que muchos fundamentos rosacrucianos están detrás de la constitución de la Unión Europea».

La Sociedad de la Niebla

Esta extraña sociedad secreta es conocida sobre todo porque uno de sus principales miembros fue, al parecer, Julio Verne. Se asegura que el prolífico autor francés estaba obsesionado con vencer a la muerte, con el ocultismo y con otras prácticas más o menos extrañas.

La Sociedad de la Niebla fue fundada en el siglo XVI por un impresor de Lyon apodado Gryphe. Sus fundamentos se basaban en los de la francmasonería, y su objetivo principal era conocer a Dios mediante el estudio de la Naturaleza y sus leyes. Pertenecieron a esta sociedad escritores de renombre mundial como Alejandro Dumas, George Sand, Gerard de Nerval, Julio Verne o maestros de la pintura como Eugéne Delacroix o Nicolás Poussin. Los miembros de esta sociedad rescataron un texto medieval titulado El sueño de Polifilo, atribuido al monje dominico italiano Francesco Colonna. Se trata de un volumen dividido en dieciocho capítulos, repletos de simbología, que influirían en escritores como Dante, Cervantes, Goethe y muchos otros.

Nunca se sabe, a ciencia cierta, dónde empiezan y dónde acaban estas sociedades secretas. Véase: Julio Verne (1828-1905) ordenó que lo enterraran en el cementerio de La Madaleine, en Amiens. Y para ello hizo construir una tumba verdaderamente espectacular, en la que un brazo —su propio brazo figurado— pareciera quebrar la lápida y saliera al exterior. El epitafio decía: «Hacia la inmortalidad y la eterna juventud», un lema muy rosacruciano, según Javier Sierra. En su propia tumba, Verne encriptó un emblema que suele pasar desapercibido: una rosa con una cruz en el centro.

Las hermandades secretas, como puede apreciarse, a menudo cruzan sus caminos y es probable que ni siquiera sus miembros conozcan a ciencia cierta en qué negocios están involucrados.

Al menos, Julio Verne consiguió hacer realidad el deseo de su epitafio: «Hacia la inmortalidad y la eterna juventud». El autor de La vuelta al mundo en 80 días efectivamente es hoy un autor inmortal y, por otro lado, son los jóvenes quienes aprecian singularmente sus obras. En ellas, el curioso lector podrá encontrar algunas referencias a esa Sociedad de la Niebla. El ejemplo más evidente se encuentra en el nombre del protagonista de la novela citada, Phileas Fogg. Fog es «niebla», en inglés.

Estos métodos referenciales parecían ser importantes en la Sociedad de la Niebla. En su seno sólo se aceptaba a los principales artistas, a los más importantes en la literatura y la pintura, porque entendían que podían ejercer alguna influencia en los ciudadanos a través de mensajes subliminales que les obligaran a actuar en determinado sentido. Los ciudadanos, en teoría, observarían un cuadro o leerían un libro y, sin pretenderlo ni desearlo conscientemente, actuarían de acuerdo con los intereses o las preferencias de esa sociedad. Arte subliminal… hoy es una práctica bien conocida. Y prohibida.

Éste era el sistema escogido por esa Sociedad de la Niebla para influir en la sociedad.

Nuevas sociedades y nuevos peligros

En Milenio 3, como saben todos los oyentes, se ha analizado profundamente el caso del Priorato de Sión, con cuya particular historia comenzaba este capítulo. Mi opinión personal es que se trata de un clamoroso fraude: así de claro. La historia fue urdida por gente siniestra y extraña que, a partir de la década de 1950, quiso que prosperara para exigir una serie de reivindicaciones muy próximas a la ultraderecha y la restauración de la monarquía francesa, aunque con variantes poco loables. Inventaron las genealogías o, más precisamente, las líneas sucesorias de los grandes maestrazgos y, por supuesto, no se quedaron cortos a la hora de utilizar nombres: Nicolás Flamel, Leonardo da Vinci, Newton, Botticelli, Debussy o Cocteau fueron algunos elegidos. Para dar verosimilitud a esta gran farsa, se utilizó el nombre del antiguo Priorato de Sión, relacionado con los templarios del medievo. No podemos saber si desde hace siglos hay sociedades secretas o hermandades que vigilan la hipotética descendencia de Jesús de Nazaret y su presumible esposa, María Magdalena. Pero lo que parece cierto es que este Priorato de Sión no es la organización encargada de ello. Hasta la década de 1950 los nombres de los grandes maestres son estelares, importantísimos, decisivos en la Historia de la Humanidad. A partir de ahí son gentes insignificantes, como el famoso Pierre Plantard, a quien nadie conocía —sino la policía, por determinadas estafas— y a quien el mundo ha dado una oportunidad inmerecida.

Tampoco podemos saber —es evidente— si existen sociedades secretas en la actualidad que están moviendo los hilos de la Historia y del mundo. Pero ¿podemos sospechar que existen?

Los últimos candidatos a la presidencia de Estados Unidos fueron John Kerry y George W. Bush. Al parecer es público y notorio que gozan de gran predicamento en los círculos masónicos. Javier Sierra nos contaba que tanto Kerry como Bush, y como el padre de Bush, también presidente de Estados Unidos, pertenecieron a una sociedad secreta universitaria, paramasónica y muy influyente en los grandes magnates e intelectuales americanos. «No deja de ser curioso que ambos pertenecieran a esa sociedad, y que el padre de uno de ellos, así mismo, también hubiera pertenecido a esa hermandad». Así que los hombres más poderosos del mundo parecen proceder de una sociedad secreta. Curiosamente, el padre del actual presidente de Estados Unidos, antes de ocupar la Casa Blanca, fue director de la CIA. ¿Qué sociedad o hermandad puede tener tanto poder y tanta influencia?

Se llama Skulls & Bones. Tibias y calaveras.