Vampiros
«Tenía sangre en el cuello y en el pecho,
y en la garganta se veían las marcas
de unos dientes que habían abierto la vena.
Los hombres señalaron tales marcas,
horrorizados, gritando al unísono:
“¡Un vampiro! ¡Un vampiro!”».
John W. Polidori, El vampiro.
En la portada del diario ABC del 27 de febrero de 1912 aparece una fotografía con la imagen de una niña pequeña, de unos ocho años, acompañada de sus padres, junto a los muros de un barrio de la Ciudad Condal. El titular, toda la portada, es esa fotografía, con el texto: «La niña secuestrada en Barcelona». Esta foto-noticia ponía fin a una oleada de misteriosos acontecimientos que habían tenido lugar en algunas barriadas de Barcelona. En ese y en otros periódicos de la región se hablaba de secuestros infantiles, de los ladrones de niños, de personas que arrebataban a los pequeños… Pocos días después, cuando se empiezan a conocer mejor los hechos, comienza a aparecer en las columnas periodísticas una palabra inquietante… la palabra «vampira».
Por aquellos años, a principios de siglo, los diarios publicaron muchas fotografías de estos niños de arrabal, con el gesto huidizo, con el pelo rapado, hambrientos y con una nube de terror en su mirada. Eran niños liberados de sus secuestradores. Las columnas periodísticas titulaban: «Los ladrones de niños», «La secuestradora de niños», «Hallazgos de nuevos niños desaparecidos», «Desapariciones misteriosas».
Estas oleadas de auténtico terror se sucedían sobre todo en Barcelona, una zona industrial donde había arrabales importantes y donde los niños estaban bastante descuidados. Eran el objetivo de un grupo de personas… auténticos vampiros. Mucho más peligrosos que los vampiros de la ficción.
El ancestral deseo de la sangre
El vampirismo ha sido una constante desde la más remota Antigüedad. Se relaciona con criaturas, normalmente con muertos vivientes, que absorben la sangre de los vivos para prolongar su existencia.
La figura de un vampiro aparece por primera vez en un jarrón descubierto en Persia, decorado con un dibujo en el que puede verse a un hombre atrapado por un ser que le está succionando la sangre. Más tarde aparece la figura de Lilith, un mito babilónico del que se decía que chupaba la sangre de los niños. En la China del siglo VI a.C. hay leyendas que hablan de muertos vivientes chupadores de sangre. También entre las sociedades hindúes, malayas, polinesias, aztecas o esquimales aparecen estos seres. Posteriormente, hay muchos mitos griegos que hablan de escenas vampíricas, como el de Lamia, que para vengarse del asesinato de sus hijos a manos de Hera, la mujer de Zeus, se convirtió en una figura monstruosa que chupaba la sangre de los niños. Las Estriges, que eran seres monstruosos femeninos, con cuerpo de pájaro, succionaban la sangre de los recién nacidos cuando dormían en sus cunas y nadie los vigilaba.
Hay vampiros en todas las culturas y en todas se les teme por igual. Aparecen en distintas regiones, con formulaciones muy diferentes, pero su modo de actuar casi siempre tiene relación con la muerte y el mal.
Uno de los vampiros es el adze. Habita en las tribus de hechiceros del sureste de Ghana y del Togo meridional, en África. El adze tiene forma de ave y bebe, al parecer, la sangre de los niños hermosos. En la India se conoce a un vampiro llamado Brahmaparush, que bebe la sangre de sus víctimas a través de su cráneo; después, se come su cerebro y, finalmente, envuelve con intestinos el cuerpo de los desgraciados que caen en sus garras. El blausauger es el chupador de sangre que habita en Bosnia y algunas regiones de Alemania. Este término define a un vampiro que suele refugiarse en panteones y cementerios. Los jaracacas son los vampiros brasileños; habitualmente se les representa con forma de serpiente. Los civatateos eran vampiros con forma femenina, una especie de bruja-vampiro temida entre los aztecas. Los niños eran su alimento favorito: solía representarse con la cara blanca, con las manos cubiertas con tiza y dibujos de huesos en su ropa. El liderc nadaly es una especie de vampiro que habita en algunas zonas de Hungría; cuando se sospecha que un cadáver es un liderc nadaly, los campesinos celebran una ceremonia de purificación en la que le clavan una barra de hierro en el hueso temporal del cráneo. Los búlgaros tienen su propio vampiro: el krvoijac. Durante los cuarenta días que este vampiro permanece en su tumba después de su muerte, sus poderes mágicos aumentan y se convierte en un ser poderoso y mortal: a partir de entonces, buscará sangre sin descanso. El nelapsi es un vampiro que habita en ciertas regiones eslovacas y de quien se dice que posee dos corazones. Esta característica es común a otros vampiros de Centroeuropa. El nelapsi habita en ocasiones en los campanarios y es muy destructivo: mata las reses y los ganados y siembra el terror entre las gentes de las aldeas. Se asegura que las semillas de amapola, arrojadas ritualmente en los caminos, apaciguan su maléfica influencia. Y si se le clava una estaca de espino o se le quema, también se acabará con él.
La lista es interminable, en realidad, porque el vampiro forma parte del imaginario ancestral. La sangre es el espíritu de la vida y aquellos que la beben adquieren también el poder, la energía y la vitalidad de sus víctimas. En España también existen vampiros en la cultura tradicional: la guaxa, la guajona, el hojáncano y otras formas —generalmente mujeres viejas y monstruosas— suelen presentarse como seres con un solo diente que succionan la sangre de los bebés. Hay algunos remedios para proteger a los niños, por ejemplo, colocar una ramita de acebo en sus cunas.
Así pues, el vampiro es algo más que el personaje romántico y atormentado creado por Bram Stoker en 1897 (Drácula), al cual se dedicará un capítulo propio en este libro. El vampiro es mucho más que viejos condes valacos, mucho más que cuerpos momificados que, según el romanticismo, la novela y el cine, vuelven a la vida para succionar la sangre de jóvenes hermosas.
Pero el poder del mito se aprecia incluso en la trascendencia de esos relatos y películas. El propio Bram Stoker, según señalan algunas crónicas, tuvo una muerte terrible. El autor de Drácula perteneció a una famosa sociedad secreta, la Hermetic Order of Golden Dawn, muy interesada por el vampiro ficticio, no por el vampiro real, de carne y hueso, mucho más desagradable y peligroso. Se asegura que Stoker murió delirante y febril, creyendo ver a su propio personaje a los pies de su cama, en una pensión de mala muerte: allí estaba aquel personaje de capa negra, casi galante, con sus dos colmillos dispuestos a sangrar su yugular… Su invención romántica acabó apoderándose de su imaginación en sus últimas horas de vida, y cuentan que Bram Stoker se levantó de su lecho en el último momento y, señalando hacia una esquina de la pobre habitación, gritaba aterrado: «Strigoiu, strigoiu!» (¡Vampiro, vampiro…!). Y se asegura que el húngaro Bela Lugosi, uno de los actores que con más fortuna encarnó a Drácula, el terrorífico actor que dio forma al Nosferatu (1921) de F. W. Murnau (Max Schreck) o el mismísimo Christopher Lee, que lució en muchas ocasiones la capa del vampiro, acabaron sus días enredados en la locura del personaje que habían asumido.
Un vampiro medieval en Cataluña
Lo común, cuando de vampiros se trata, es referirse a Vlad Tepes, el Empalador (véase el capítulo «Drácula»), un sanguinario príncipe valaco del siglo XV. «Hacía enterrar a sus enemigos hasta el ombligo», recuerda Juan Antonio Molina Foix en su edición de Drácula (1993), «y después hacía disparar contra ellos […]. Hacía ensartar a la gente y, si se movían demasiado, empalaba también sus manos para impedir que gesticularan. Hizo hervir vivo a un gitano que había robado y obligó a comérselo a su familia, que había acudido a reclamar. […] Colgaba a la gente de los cabellos. Hacía decapitar a sus enemigos e invitaba a comer sus cabezas a otros enemigos, a los que hacía decapitar después de la comida». La lista de fechorías del voivoda Vlad Tepes es interminable. Éste parece ser el referente del Drácula romántico.
Sin embargo, desde el punto de vista histórico, no era exactamente un vampiro, un no-muerto. En Cataluña aún se cuenta una historia de un verdadero vampiro, un ser que purga sus penas en una existencia como no-vivo y no-muerto, un ser que se alimenta de los espíritus vitales de los hombres…
Se habla de diferentes nombres: el conde Estruch, Guifredo Estruch o Arnali Strucions. Según la historia, parece que las tres identidades se corresponden con un solo hombre. Los historiadores aún discuten la verosimilitud de esta historia. El gran folclorista catalán Joan Amades estaba convencido de la existencia real de ese conde vampiro; otros, por el contrario, niegan que ese personaje viviera en realidad o, al menos, discuten su leyenda, como Antonio Egea Codina. Ambos aportan datos o sugieren la carencia de ellos para corroborar sus opiniones. Dejémonos llevar por esta historia tan hermosa como dramática.
Al parecer, el conde Estruch vivió en torno a 1212, o se conoció su vida y su historia en 1212, época de la batalla de las Navas de Tolosa, y se convirtió en un personaje terrorífico y en una maldición después de su muerte. Toda una comarca de Cataluña estuvo bajo su siniestra influencia. Miguel Gómez Aracil, autor de numerosos libros, investigó profundamente esta historia y comentaba así la existencia de este «Drácula antes de Drácula»: «El conde Estruch fue un noble, un guerrero que participó en el año 1212 en la batalla de las Navas de Tolosa, a las órdenes del rey Pedro de Cataluña y Aragón, entre los muchos extranjeros procedentes de Centroeuropa que acudieron a la llamada de los cristianos. Este señor feudal y aristócrata se puso a las órdenes del rey y destacó en aquella batalla, por lo cual el monarca le entregó un feudo en la zona del Alto Ampurdán, muy cercana a Figueras, en Sallers. Y allí se instaló y allí se casó. Al parecer fue todo un modelo de señor, que ya era raro en la época. Pero antes de morir, cometió un error: quemó a unas brujas o, al menos, a unas mujeres que decían que eran brujas, y fue maldecido. A partir de esa maldición, se dice que el conde Estruch empieza a aparecerse a la gente del Alt Empordá, sembrando el terror por toda la comarca».
Esto ocurre muchos años antes de que naciera el célebre Vlad Tepes y mucho antes de que el romanticismo recuperara su figura mítica, a partir de la cual se populariza la imagen del vampiro de leyenda.
El conde Estruch muere en 1238. ¿Qué verosimilitud puede darse a esa maldición vampírica? Quienquiera que fuese ese conde Estruch, aparentemente está enterrado: existe su tumba, aunque quizá él no esté allí… ¿Por qué aún se recuerda con terror al conde Estruch? En su tiempo, ya se le identificaba como una figura de las tinieblas, vistiendo una especie de capa o de sayo o de sotana… Parece que en él se reunía la historia dramática del vampiro siempre solitario y siempre atormentado.
Miguel Gómez Aracil describía así la historia de su muerte y de su otra vida: «Cuando el conde Estruch muere, es un hombre muy querido por el pueblo, porque no hacía uso del derecho de pernada ni pasaba a sus súbditos por el cuchillo o la horca. En cambio, al morir maldecido, se asegura que empieza a aparecerse a los lugareños y empieza a recorrer la zona del Alt Empordá, empieza a atacar a la gente, les absorbe la sangre, les absorbe la energía, los mata, va sembrando la muerte por donde pasa… Se enviaron soldados y tropas para combatirlo, pero sin fruto positivo. Hasta que se envía a un individuo peculiar. Se supone (al menos la tradición así lo dice) que ese hombre destinado a acabar con el vampiro no era un sacerdote católico, sino un cabalista judío, posiblemente procedente de uno de los cais (judería) que había en Besaba o en Castelló d’Empúries. Dice la leyenda que mediante un ritual mágico, lógicamente desconocido, lo pudo devolver a la tumba y consiguió que dejara de ser un no-muerto para descansar en paz».
Ésta es la leyenda del conde Estruch.
La historia real y la vida real, como siempre, son más duras y más crueles.
A continuación se propone una historia real, ocurrida aquí, en España, en los albores del siglo XX. Esta historia está compuesta de retazos crudos y truculentos, pero tan viva y tan nítida como las fotografías de esos niños aterrorizados de Barcelona. Son los vampiros españoles, de carne y hueso, que devoraban a sus víctimas, succionaban su sangre, destrozaban sus miembros y vendían sus restos en las lujosas mansiones de las zonas residenciales…
La vampira de Barcelona
A principios del siglo XX, en Cataluña, había unos personajes, mitad legendarios y mitad reales, llamados saginers. Son los sacamantecas catalanes (véase el capítulo «Sacamantecas»). Las investigaciones de Miguel Aracil o Sebastiá d’Arbó recuerdan que en la Cataluña industrial existía un fructífero negocio de vísceras y cuerpos humanos. Los huesos, los dientes, el pelo o la grasa de las personas —fundamentalmente niños de las barriadas pobres— servían a las necesidades de la nueva maquinaria y a los caprichos o supersticiones de las clases pudientes. Estas prácticas eran, en cierta medida, comunes, y los nazis hicieron lo mismo en los campos de concentración con sus víctimas judías: fabricaban jabón o manufacturaban cuero de piel humana, además de todo tipo de tropelías y monstruosidades. En España, en la primera década del siglo XX, se hacía de un modo más sórdido. Se hablaba de figuras que portaban capazos o que guiaban carros que se conocieron después como los «carros de la muerte» y que dieron origen a una leyenda urbana, y que secuestraban niños. La grasa de los niños, empleada en la maquinaria textil y en el ferrocarril, los huesos y el pelo no eran los únicos materiales «reutilizables»: «Les quitaban la sangre», dice Sebastiá d’Arbó, «la sangre se utilizaba, al parecer, para hacer transfusiones a la gente que padecía tisis. Generalmente eran gentes enfermas de la nobleza y como la endogamia es habitual entre ellos, no había renovación de la sangre… En fin, con esas transfusiones creían que podían curarse».
En Cataluña se daba una particularidad: había mujeres envueltas en este truculento negocio. Eran mujeres que traficaban con niños de corta edad, de cinco, seis o siete años, en diferentes barriadas de la Ciudad Condal. A veces los agrupaban en sótanos y casas, donde los guardaban a la espera de nuevos negocios. Se descubrieron algunas casas donde se encontraron hasta seis y siete niños juntos: estaban siendo cebados con patatas y maíz, para luego ser sacrificados.
Ángel Gordón, otro especialista que en la década de 1970 hizo algunos de los reportajes más interesantes sobre este tema, ahonda aún más en esta historia: «En Cataluña y en Levante, durante la posguerra, estuvieron muy de moda los famosos pasteleros, tal y como se llamaban en esa parte; en Castilla se llamaban mantequeros. Eran personajes terroríficos. En realidad, no se trataba de gente enferma, sino de mala gente, verdaderos malvados que se dedicaban a matar a otros para entregar la sangre a personajes ricos, por ejemplo. Por dinero eran capaces de todo: eran capaces de secuestrar, matar y descuartizar».
Entre las historias relacionadas con los saginers, los buscadores de grasa de Cataluña, provocó enorme revuelo la noticia que saltó a la prensa a finales de febrero de 1912…
Josep Assens era un guardia urbano que el 27 de febrero de 1912 recorría la calle Ponent de Barcelona haciendo su ronda habitual. De pronto, avistó a una mujer alterada, una mujer que venía sofocada calle arriba y que le decía que acababa de ver a una niña rapada casi al cero que se asomaba por un ventanuco y que parecía pedir ayuda… Supuestamente, aquella casa estaba deshabitada. Josep Assens llamó a los cabos Ribot y Mendiola y los tres se personaron en el número 10 de la calle Ponent. Abrió la puerta una mujer hosca, de unos 40 años, desaliñada, de cuerpo deforme y gigantesco, ataviada con una especie de mantón. Los policías le preguntaron cuál era su nombre.
—Enriqueta Martí Ripollés —respondió.
Desde unas semanas antes, la prensa catalana hablaba de los ladrones de niños, de desapariciones y de secuestradores. Parece ser que la pista había sido buena: en la casa no había una sola niña, sino varias.
La niña que aparentemente pedía auxilio desde el ventanuco de aquel edificio se llamaba Teresita Guitart. Tenía siete años. Había podido esquivar a aquella horrenda mujer y había logrado encaramarse a una pequeña ventana con el fin de llamar la atención de la gente que transitaba por la calle adoquinada. Teresita Guitart es la niña que aparece en la portada del Abc con la que comenzábamos esta historia. Era una niña que iba a ser sacrificada, que pudo ser recuperada por la policía para sus padres y que abrió una de las historias más siniestras de Cataluña.
Sebastiá d’Arbó tuvo la posibilidad de hacer la última entrevista a Teresa Guitart, fallecida recientemente a la edad de 85 años. D’Arbó recuerda que, al hablar de aquello, Teresa Guitart volvía a ser nuevamente la niña Teresita Guitart, aterrorizada y atemorizada para siempre. Era un miedo constante, que no se olvida jamás. «Toda la vida tuvo miedo», afirma Sebastiá d’Arbó, «cuando yo la conocí, aún sentía el impacto de aquellos hechos y recordaba cómo aquella criminal iba matando a los niños, a sus compañeros de cautiverio…».
La niña fue secuestrada el 10 de febrero de 1912. Estaba con su madre en un mercado, en mi lugar que se llamaba La Paloma. Los mercaderes, comerciantes, clientes y viandantes se mezclaban en febril ajetreo, y de repente, una mujer gigantesca, embozada en ropajes negros, la coge y se la lleva. La madre corrió detrás de aquella oscura figura, pero ésta desaparece en medio de la multitud… La madre tuvo la impresión de que había personas que le entorpecían el paso y que, casi descuidadamente, impidieron que pudiera alcanzar a la mujer que se había llevado a su hija…
Teresita Guitart permaneció diecisiete días secuestrada, en un lugar impreciso de Barcelona, trasladada a distintos lugares, hasta que la liberó la policía.
D’Arbó asegura que aquella mujer tenía una doble vida: era pedigüeña por las calles de Barcelona y mendigaba pan por caridad; pero «por la noche venía a buscarla un carruaje con caballos de lujo y se la llevaba a una mansión del señor barón, en un castillo, y allí intervenía en las fiestas de la alta sociedad, muy bien vestida… Allí podía vender sus artículos, sus pelucas, sus pegamentos, sus sangres, hasta las muelas de sus víctimas».
Enriqueta Martí Ripollés, por tanto, era una mujer elegante, con el pelo corto y ondulado, como se llevaba en la época, y lucía ropajes aristocráticos, un abrigo cosido con telas e hilos finos, y un vestido de alta costura. Sin embargo, esta mujer parecía una mendiga cuando se acercó a Teresita Guitart con el objetivo de llevársela. La habían visto en los comedores de beneficencia y negociando con gentes de la peor ralea, individuos que, como ella, se ocupaban en el tráfico de niños y de órganos. Éstos eran los verdaderos vampiros, los verdaderos hombres del unto, los verdaderos saginers, tan históricos y reales como malvados y siniestros. Así era como aquella pordiosera se transformaba al llegar la noche: un fastuoso carro tirado por corceles negros la llevaba, engalanada con los mejores ropajes, a las mejores casas, y allí la vampira de Barcelona vendía su particular recetario.
Enriqueta Martí no pudo explicar por qué tenía a aquellas niñas en su casa, y tampoco pudo ofrecer una solución convincente al hecho de mantener a un niño muerto, con los brazos en cruz, encima de la cama.
La mujer es recluida inmediatamente, a la espera de juicio, en la antigua cárcel de mujeres de la calle Reina Amalia. Y entonces se empiezan a conocer hechos que nadie podía imaginar. Hubo un primer registro de su domicilio, y en ese piso de la calle Ponent hay varios elementos sorprendentes. Los policías encontraron dentro de un armario varios huesos pertenecientes a niños de entre cuatro y seis años, varios mechones de pelo rubio, un traje de primera comunión y, según dice el informe policial textualmente, «dentro de un saco, debajo de una cama, ropas, y en el fondo de éstas, huesos de un niño de poca edad. En un cuartito anexo, con unas velas, decenas de frascos de cristal llenos de sangre coagulada. Junto a éstos, recetas extrañas escritas en varios papeles y fórmulas químicas, y junto a ellos, diversos libros de brujería y hechicería». Éste es el documento judicial redactado por los cabos Ribot y Mendiola en febrero de 1912 en Barcelona.
Rápidamente empieza a investigarse a esta siniestra mujer, desconocida en el sistema judicial barcelonés, pero bien conocida por la alta y baja sociedad. Tenía muchos contactos: mendiga de día, aristócrata de noche. Acostumbrada a dos mundos diferentes, negociaba con ambos y obtenía beneficios de la miseria. Esta «mendiga» tenía varios pisos a su nombre y en ellos, evidentemente, empiezan los registros a fondo y las inspecciones de la policía. Y el inventario que se va construyendo es sencillamente aterrador…
Al mismo tiempo, en esa celda aislada, rodeada de presas que la querían linchar, porque también eran madres y algunos de sus hijos habían desaparecido, esta mujer sufre varios desmayos. Está muy pálida y asegura a su vigilante, e incluso al propio juez, Fernando Prat, juez de instrucción número 3 de Barcelona, que necesita algo para beber, que necesita algo para recuperar su vigor, porque si no, se muere: ¡necesita… sangre!
En la calle Picalques, en uno de los pisos de su propiedad, residía una pobre mujer que se lo había alquilado a la mendiga. Por supuesto, ella no conocía a ninguna mendiga, sino a una señora de la altísima sociedad catalana. Entran los policías con pico y pala, y debajo de la vieja pila de agua, los policías hacen un agujero: aparece un niño emparedado. En la calle Jocs Floráis número 155 aparece el cadáver de un niño dentro de un colchón. En ese piso había una lista con varios nombres de personas que jamás salieron a la luz. ¿Eran los compradores, los clientes, gente de la alta sociedad, gente implicada en ese terrible negocio de la vampira de Barcelona?
En un documento judicial firmado el 13 de marzo, tras una serie de careos y declaraciones, interviene con llamamiento público el mismísimo alcalde de Barcelona, el señor Sostres, ante el pánico que había provocado entre la población la presencia de una criminal semejante. Decenas de hombres y mujeres de la clase obrera parecían prontas al motín, cargando contra la policía y arrojándoles objetos: en el fondo, consideraban que eran los ricos quienes estaban robando a sus hijos. Esta mujer habría sido la intermediaria de los vicios, de las enfermedades, creencias y depravaciones de las personas pudientes. Es una auténtica lucha social que se produce en torno a esa cárcel donde agoniza Enriqueta Martí. El alcalde pide calma y trata de contener a la multitud.
El juez Prat redactó el auto judicial, en el que se precisaba lo siguiente: «Queda demostrado que Enriqueta Martí Ripollés, de cuarenta años, empezó su carrera delictiva antes del año 1912. Concretamente, el 2 de febrero de 1908, Enriqueta se hace con su primera presa, una niña de dos meses, sin nombre, hija de Manuela Fuster y Blas Castellano, actualmente desaparecida. Que los restos de la calle Tallers corresponden a José Expósito, de dos años, desaparecido. Que Alejandro Pújalo, de dos años, fue asesinado por esta mujer. Que otro niño sin identificar fue también muerto en la casa de Ponent, donde sólo se encontraron sus restos junto a un pequeño uniforme del Liceo Políglota. Que Juanito, de apellido desconocido y de cinco años de edad, era el niño muerto al que se llegó a ver [al que llegaron a ver los policías]; y la niña secuestrada, Teresa Guitart. Que entre el 24 y el 27 de febrero del año 1912 se raptó a otro niño de cinco años, de nombre José, y cuya filiación está por confirmar. Que otro crimen fue el realizado contra el niño Benedicto Messeguer, de seis años. Lo mismo ocurrió con otro chiquillo, misma edad, Benito Claramont, y que por último Angelina y Teresa Guitart fueron salvadas tras haber sido secuestradas para el mismo fin».
Según los tres forenses que participaron en este caso, éstas no eran las únicas víctimas y el número de muertes podría haberse multiplicado por tres prácticamente sin ninguna duda.
Dicen que un día antes de que se celebrase su juicio, Enriqueta Martí se intentó cortar las venas con una cuchara de madera. Es difícil penetrar en la mente criminal de esta mujer. Pero quizá estaba convencida de que había personas que no permitirían una declaración pormenorizada. ¿Qué fue de aquel listado de personas influyentes que se encontró en uno de sus domicilios? Miguel Gómez Aracil también se plantea estas preguntas: «Ella era la asesina, ella mataba a los niños y les sacaba la sangre y las mantecas y las vendía. Pero detrás… ¿quién estaba? Estoy convencido de que era gente de altísimo poder adquisitivo, de la alta burguesía catalana: ¿los mismos que… la mataron? La muerte de Enriqueta Martí no está clara. Lo que es cierto es que alguien entró en la cárcel… o quizá fueron las mismas presas o un sicario. Fue una muerte rara… tan rara como fue su vida».
Una vida extraña, una vida doble, a medias entre la prostitución, las orgías, la pederastia, los vicios sexuales y las supersticiones médicas.
Enriqueta Martí fue despedazada en el patio de la cárcel… ¿por un sicario? En el informe forense no queda claro si fue acuchillada, si le pegaron un tiro… También se asegura que ya estaba muerta cuando fue linchada, que había sido envenenada… Lo que está claro es que se ensañaron con su cadáver, apaleada como un pelele por las presas.
Como se ha indicado, hay teorías que dicen que acabaron con ella los propios aristócratas, la sociedad pudiente de la época, para que no declarara en el juicio ni pudiera dar nombres contra ellos. La teoría de la conspiración se hace fuerte porque aquella lista encontrada en el piso de la calle Jocs Floráis se perdió y los nombres que aparecían en ella nunca se divulgaron. Los periódicos que durante tres meses siguieron la historia, como el Abc o La Vanguardia, se hacen eco de este problema de ocultamiento. A un así, las acusaciones corrieron de boca en boca y hubo personas a las que se señaló por haber comprado pomada de huesos de niño y ungüentos de sangre fresca a Enriqueta Martí.
Los temores y el miedo no acabaron con la extraña muerte de Enriqueta Martí. Ella era una criminal y una asesina, pero la sangre no era sólo para ella… En los brillantes salones de Barcelona, en los palcos del teatro, en los bailes y en los palacios había personas que aún necesitaban sangre. Por esa razón, las gentes de las barriadas pobres vigilaban a sus niños, mientras un mendigo cantaba en las esquinas:
Con dolor y sentimiento,
les vamos a relatar
el hallazgo de una niña,
la niña Teresita Guitart…
Los vampiros y los locos
Pero si hablamos de vampiros, quizá sea necesario inspeccionar brevemente las causas fisiológicas que llevan a determinadas personas a buscar sangre a cualquier precio. En principio, parece darse en algunos individuos esa necesidad cerval de sangre. Y, para explicarlo, se ha hablado de la porfiria, un síndrome metabólico que, entre otras consecuencias, influye en la fotosensibilidad del paciente. Hoy, la porfiria puede ser identificada y tratada, pero en la Edad Media, por ejemplo, un enfermo de porfiria era lo más parecido a un poseído por el demonio. Sin necesidad de acumular palabras de difícil comprensión, la porfiria —o, más comúnmente, el llamado «mal de los vampiros»— ha estado presente en todas las épocas. La enfermedad, dicen algunos doctores, podría ser la explicación lógica a lo que llamamos vampirismo, porque las personas sufren una serie de anomalías que se presentan ya desde la primera infancia. Dicen que las manifestaciones iniciales son, en los bebés, orina rojiza y que se muestran especialmente sensibles a la exposición solar. Dado que esto ocurre tanto en la porfiria como en la rabia adquirida por mordedura de un animal, sea un murciélago, sea un perro, y ocurre en todos los casos, también se ha considerado el vampirismo como una especie de rabia humana.
El vampirismo, al parecer, también se manifiesta con otros síntomas. Muchas veces se dan crisis neurológicas, crisis emocionales constantes, desdoblamientos de personalidad, parálisis en extremidades y, muchas veces, crecimiento de pelo en lugares inverosímiles, lo que podría ser hipertricosis. La porfiria, unida a la hipertricosis, pudo ser el origen de ciertos ajusticiamientos en la hoguera como hombres-lobos o bestias peligrosas.
Por otro lado, la rabia es una enfermedad que se da en algunos animales muy concretos y que se transmite por mordedura al hombre. Ese virus se inocula por medio de la saliva y puede generar horror al agua, hidrofobia, y también, curiosamente, a objetos brillantes.
En los siglos XV y XVI, en Europa del Este empieza a extenderse el rumor popular según el cual algunos elementos, como una cruz de plata, podían espantar a las personas que sufrían estas enfermedades (porfiria o rabia), que se consideraban cercanas al vampirismo o se identificaban con él. Tal vez estos enfermos —fisiológicos o psiquiátricos— sólo necesitaran una atención más detenida… pero eran siglos oscuros y el pueblo los consideró vampiros: los quemó, los incineró, los empaló y realizaron sobre sus cadáveres toda suerte de ceremonias para que permanecieran al otro lado de la vida para siempre.
Y también se ha utilizado la voz «hematodixia», literalmente, «necesidad de sangre», para explicar una tendencia poco conocida y, afortunadamente, rara. Ángel Gordón dio a conocer —con toda su polémica— esta dolencia, esta enfermedad llamada hematodixia cuyo síntoma principal es la necesidad de ingerir sangre humana o animal en grandes cantidades: «Se trata de personas que necesitan ingerir sangre aunque sea a través de alimentos. Llegamos a pensar incluso que esa enfermedad podía ser de origen psíquico, pero parece ser que, en muchos casos, necesitan ingerir sangre desde el punto de vista fisiológico. En su día, hicimos análisis a algunos de ellos y tenían una capacidad globular impresionante».
¿Esta dolencia es un mito?
Lo cierto es que hasta bien entrada la década de 1980 se podían ver procesiones de gente en los mataderos en busca de sangre. «Algunos comerciantes y carniceros de algunos mercados de Barcelona me han dicho que hay personas que van a primera hora de la mañana para ingerir los restos de sangre de las bandejas, de las vísceras… Es asqueroso», dice Gordón. «Eso sigue ocurriendo».
Las sectas satánicas y sus ritos, como beber sangre, tienen más relación con las paranoias y otras enfermedades mentales que con el verdadero vampirismo. En algunas sociedades se llenan huevos con sangre humana y se consumen en ceremonias de vudú. La sangre es un elemento primordial en todas las culturas y el hombre la consume para buscar su hipotético poder. También se habla de los vampiros psíquicos, que absorben toda la energía de aquellos que se encuentran a su alrededor.
En la década de 1970, José Antonio García Andrade, el más prestigioso forense español, tuvo que tratar a un vampiro, sin capa y sin colmillos, pero con una auténtica sed de sangre: «Era un muchacho relativamente joven, con poca dotación intelectual, y se dedicaba a pinchar a las mujeres porque le gustaba succionar su sangre. Era curioso. Era un chico que disfrutaba y tema especial satisfacción en succionar la sangre de sus víctimas. Es el único caso de vampirismo que yo he conocido».
Ataúdes
Dice Bram Stoker en su inmortal novela que el conde Drácula, dentro de su ataúd, se hizo embarcar en una goleta llamada Démeter (nombre de una diosa griega tradicionalmente asociada a la muerte) y así llegó a las costas de Inglaterra, en medio de una formidable tormenta.
Es ficción.
Pero he aquí otra historia: a mediados de la segunda década del siglo XX —unos hablan de 1915 y otros de 1919— llegó al puerto de Cartagena un ataúd de un noble serbio. Es el caso del ataúd maldito.
Ese siniestro objeto llegó un día al puerto cartaginés y fue reclamado desde A Coruña, y así empezó un largo viaje sembrado de muertes. Manuel Montero de Espinosa siguió este asunto y aseguró que llegó a Santillana del Mar y, por medio, en distintas poblaciones, fue dejando gente desangrada y gente que fallecía cuando lo custodiaba en oficinas de correos y en las estaciones de su pestífero recorrido.
Esta historia salió a la luz en 1983, cuando Miguel Gómez Aracil conoce la investigación de un abogado toledano en la que se hace referencia a un ataúd que llegó al puerto de Cartagena. Allí estuvo en depósito varios días hasta que, como se ha dicho, fue reclamado por un hombre de A Coruña. Se trasladó el féretro, por carretera, haciendo varias paradas en diferentes localidades. Y a los pocos días se comienzan a producir casos de vampirismo en aquellas localidades por donde ha pasado el féretro, como en Alhama de Segura, Almería, Toledo, Santillana del Mar, Comillas y, por fin, en A Coruña.
Miguel Gómez Aracil comenta esta singular historia: «La verdad es que se parece mucho a la historia de Bram Stoker. Ese ataúd, por razones que nadie sabe, recorre toda España y se dirige al norte. Por donde pasa este ataúd se va dando una serie de muertes en extrañas circunstancias, por desfallecimiento, por anemia, y también se producen apariciones y extraños sucesos. Cuando llega a la costa cantábrica, misteriosamente, lo devuelven hacia el sur. Este ataúd, al parecer, volvió a Cartagena, donde fue enterrado en un cementerio cercano a la ciudad; aún hoy puede verse una tumba de gran tamaño con una calavera esculpida y, además, con un murciélago un tanto especial. Se supone que allí fue enterrado este noble de Centroeuropa. El misterio está en que en los lugares que fue recorriendo por España fue dejando esa impronta de muerte».
Con el Drácula de Stoker viajaban la peste y las ratas, y llegaba desde su oscuro castillo dispuesto a expandir su mal. ¿Ocurrió lo mismo con este caso? Curiosamente, el director de la aduana del puerto de Cartagena asegura que esta historia podría ser cierta, pero no hay datos, porque los documentos de aquella época se quemaron. No puede certificarse esa historia. ¿Leyenda o realidad?
Lo que no es leyenda es algo que sucedió más cercano en el tiempo, en la batalla del Ebro, escenario trágico de la historia de España. Según Sebastiá d’Arbó, en esta batalla hubo un recrudecimiento de esos movimientos de sacamantecas que ya parecían mitigados. Si hay una fecha decisiva en la que actuaron estos saginers y tíos del unto, fue entre 1910 y 1915,en Cataluña. Luego se mitiga, pero después, con la Guerra Civil, según d’Arbó, se reverdecieron los finos instintos de los sacamantecas.
«En toda la zona del Ebro, donde se produjo la famosa batalla del Ebro, hubo muchas muertes y hubo mucha gente con heridas que necesitaba sangre, y hubo muchas infecciones. Una de las formas de paliar esto era comprar sangre a esos vampiros y me encontré en el sur de Cataluña y Teruel con gente que recuerda esas historias con motivo de la batalla del Ebro».
Cómo acabar con un vampiro
Los ajos no son la solución.
La solución es la información y el conocimiento. Y el conocimiento pasa por no ignorar que en todas las sociedades y en todas las culturas y en todos los tiempos se han dado casos de vampirismo. Desde luego, no son tan elegantes como Drácula, pero quizá sean más peligrosos.
Brucolaco, luttn, strigoiu, upiro o vampiro: muchos nombres para un mismo fenómeno. Él es el ser pálido y tétrico que huye de la luz, el individuo monstruoso que vive entre tinieblas, el que ha provocado fantasías, novelas, películas y también desgraciados casos reales. Ellos hicieron historia: hay quien prefiere olvidarlo, pero ese olvido sólo perpetúa el miedo.
A partir del siglo XIV comenzaron a producirse espectaculares manifestaciones vampíricas que, además, coincidían con las grandes epidemias de peste. Para evitar el contagio, los cuerpos se enterraban precipitadamente, muchos de ellos sin certificar la muerte clínica, por eso en los días posteriores al fallecimiento muchos de aquellos cuerpos se hallaban completamente ensangrentados en sus panteones. Pero la sangre no se debía a la visita de ningún vampiro, sino al hecho de haber sido enterrados vivos: al intentar escapar del ataúd o de las criptas, las manos y las uñas estaban destrozadas y su cuerpo, ensangrentado.
Las epidemias y las pestes no son cosa exclusiva de la Edad Media. La última peste importante aconteció a finales del siglo XIX. García Andrade recuerda que precisamente en esta época comenzó a formalizarse el rito de «clavar una especie de estaca de madera en el corazón de los muertos», para evitar que se convirtieran en vampiros.
Por desgracia, la historia del vampirismo no ha concluido. En 1972, una noticia recorrió el mundo: en una zona del sur de Rusia, entre Rumanía y Valaquia, hay una población que llevó a cabo un ritual estremecedor. Lo publicaron todos los periódicos del Este, aunque apenas se recogió en los diarios occidentales. Al parecer, en ese pueblo organizaron una comisión oficial para estacar, decapitar y quemar 135 cadáveres que reposaban en el cementerio de la localidad.
Parece que aún seguimos demasiado cerca de las sombras de los vampiros.