El desierto de la muerte: Ciudad Juárez
«Se adoraban dioses a los que se sacrificaban seres humanos».
B. Díaz del Castillo, Historia verdadera…
Desde hace algunos años se están realizando excavaciones en pleno corazón de México D.F. y los resultados arrojan continuamente sorpresas y hallazgos maravillosos… y tétricos. Bajo los suelos que separan el Palacio Presidencial y la catedral han empezado a surgir miles de cráneos y piezas óseas. Son los restos de víctimas sacrificadas en tiempos del imperio azteca.
Muchos de ellos, según los expertos, pertenecían a niños de entre 4 y 6 años, perfectamente conservados por las condiciones geológicas de esa gruta subterránea. Presidiendo el tétrico escenario se descubrió una talla de madera erguida: el dios Mictlantecuhtli. Esta divinidad se presenta con dedos en forma de garras, la cabeza está llena de pequeños agujeros y tiene el hígado expuesto, fuera de su cuerpo. Los ojos no se ven o, con precisión, están recubiertos por la piel del rostro. Lo llamaban el Señor de las Sombras y, sobre todos esos cadáveres, esbozaba una enigmática y misteriosa sonrisa.
Son los restos de una cultura que aniquilaba a hombres, mujeres y niños en ceremonias que se desarrollaban durante días enteros, rituales en honor de misteriosas divinidades de aspecto aterrador. Junto a esta innegable verdad, el imperio azteca desarrolló una civilización poderosísima que asombró a los conquistadores españoles en el siglo XVI.
Los imperios
El imperio azteca, como otros tantos de América —e incluso de Europa, véase la mitografía sobre Roma, por ejemplo—, tiene orígenes fabulosos que se imbrican en una genealogía de dioses protectores y sanguinarios a un tiempo. Se supone que los aztecas son en realidad herederos de un cuerpo anterior conocido como el imperio tolteca, de difícil cronología, que pudo entrar en decadencia en torno al siglo X d.C.
Los aztecas dominaron un extenso territorio que se enclavaba especialmente en el actual México y durante unos doscientos años fueron amos y señores de aquel espacio privilegiado. Herederos de la sabiduría tolteca, desarrollaron todo un conglomerado de habilidades relacionadas con la medicina, la agricultura, la arquitectura, la escritura, la imaginería, etcétera, pero todas estas disciplinas se basaban en una principal: la astronomía.
Aunque los españoles que conquistaron aquellas tierras estaban poco dispuestos a admitir la grandeza del imperio azteca, sí valoraron sus riquezas y, en alguna medida, su imponente desarrollo intelectual. Sin embargo, los conquistadores —y los aficionados que nos acercamos hoy a esa cultura— encontraron una profunda contradicción entre la magnificencia de su civilización y los sanguinarios rituales de los templos. Cada cierto tiempo, siempre de acuerdo con los designios de los sacerdotes, se llevaban a cabo horrorosas ceremonias sangrientas en las que se sacrificaban a mujeres, hombres y niños en honor de sus misteriosas divinidades. Se asegura que los dioses del panteón azteca necesitaban beber sangre constantemente. Y todo esto ocurría en los templos y en las pirámides que los conquistadores llamaron «del horror». Bernal Díaz del Castillo (h. 1496-1584) es uno de los grandes cronistas renacentistas y autor de la singular Historia verdadera de la conquista de Nueva España (publicada en 1632). Este soldado participó personalmente en la conquista de México y estuvo a las órdenes del mismísimo Hernán Cortés. En su Historia, Bernal Díaz del Castillo no deja de sorprenderse ante esos rituales que, en la cultura europea, resultaban bárbaros y horrendos: «Yo, Bernal Díaz del Castillo, afirmo que lejos de las costas de lo que llamamos México, descubrimos países densamente poblados, donde se construían casas de cal y canto, y se adoraban a dioses a los que sacrificaban muchos seres humanos. Había una placeta donde ponían a los tristes indios para sacrificar, rodeados de malas figuras y de la mucha sangre derramada aquellos días. Vimos cosas tan admirables y terribles al mismo tiempo que hoy no sabemos distinguir si eran sueño o realidad».
Huesos del desierto
La hipótesis estremecedora que se está planteando en la actualidad es que aún hay seguidores de aquellas divinidades en México. En este país, como en Perú, no falta quien desee recobrar aquel espíritu misterioso y sangriento. Esta inconcebible posibilidad resulta aterradora, pero ciertos sucesos obligan a plantearla.
Como se sabe, en una zona de México (Ciudad Juárez) están ocurriendo episodios criminales para los que no parecen encontrarse explicaciones solventes y definitivas. Se habla de trescientas mujeres muertas desde 1993, y en torno a cuatro mil desaparecidas. Los cadáveres o los restos de cadáveres que se han encontrado —son mujeres, en su mayoría— aparecen con mutilaciones y símbolos que podrían recordar a aquellas víctimas del siglo XVI.
«Aparecen ocho cadáveres de mujeres ejecutadas en Ciudad Juárez». Titulares como el precedente son constantes en la prensa mexicana y, por desgracia, son tan habituales que apenas saltan a las portadas de los rotativos del mundo. Las autoridades desarrollaron algunos planes de seguridad, pero las desapariciones y los asesinatos parecen haber entrado en una espiral incontenible. Cada día aparecen más mujeres muertas, muchas de ellas mutiladas, con extrañas simbologías.
Todo esto está ocurriendo en Ciudad Juárez, una población de un millón y medio de habitantes, en el desierto que se extiende en la frontera entre Estados Unidos y México, un lugar problemático y donde parece darse una cierta aparente impunidad ante el crimen, lo cual ha permitido que las estadísticas de asesinatos, secuestros y desapariciones hayan aumentado alarmantemente. Los expertos empiezan a hablar de los misterios que se esconden detrás de las matanzas de Ciudad Juárez. La historia es digna de los relatos de terror más gore, pero es dramáticamente real.
El paisaje es aterrador: las dunas fronterizas se tornan amenazadoras al caer la noche. Nadie sabe quién está sacrificando a decenas de mujeres cada semana, quién las desmiembra y las entierra en fosas cubiertas por la arena o las abandona en el desierto. Aparecen cuerpos mutilados entre los montículos, cadáveres de jóvenes violadas y salvajemente asesinadas. Trescientos casos en los últimos años: crímenes sin solución, sin culpables, sin sospechosos, envueltos en el denso silencio del desierto.
Ante semejante carnicería, asociaciones populares y grupos de derechos humanos han alzado la voz ante la presunta impunidad con que operan los criminales. Están molestos porque entienden que se ha corrido una implacable cortina de silencio en torno a este macabro asunto. Pero los cuerpos de las víctimas claman al cielo. Se encontró una fosa con once de ellas. A veces parecen responder a un modelo o canon, y muchas están mutiladas hasta el punto de que a algunas les han cambiado el rostro: les han arrancado la piel y les han puesto las caras de otras mujeres. Esto permite hacerse una idea del tipo de individuos a los que nos estamos enfrentando.
Judith Torrea Oíz, una valiente periodista navarra, lleva cinco años viviendo en la frontera y nos explica la angustia de las madres que se ven obligadas a vagar por los desiertos en busca de algún resto de sus hijas desaparecidas: «Una mano, una prenda íntima, una cabeza… y siempre son personas particulares, no las autoridades, las que encuentran estos restos en parajes inhóspitos. Y la estadística sube y sube». Judith ha visto cómo todos los domingos, a las siete de la mañana, esas mujeres recorren la ciudad y los contornos buscando los despojos de sus hijas. «Van con la esperanza y con el temor de encontrar algo que pudiera pertenecer a sus hijas. De todos los cuerpos y restos que se han descubierto, ninguna ha sido descubierta por las autoridades, han sido descubiertas por grupos y personas que pasaban por un lugar y descubrieron huesos o restos. Nunca por las autoridades».
Esther Chávez Cano es la directora de Casa Amiga, una asociación de mujeres que trata de dar voz a esas familias que han perdido a sus hijas en horribles circunstancias: «Las chicas, las jovencitas que aparecen muertas, se encuentran en terrenos baldíos, en el desierto, en zonas muy alejadas. Son muy jóvenes, son violadas, torturadas, en muchos casos mutiladas, y eso es diferente a otro tipo de crímenes. Se les cercena el seno derecho y a veces el izquierdo. Es brutal. Y, aparentemente, eso se lo hacen en vida. No hay palabras para describir esos actos, esa brutalidad, esa deshumanización. No sé cómo estas mujeres pueden seguir viviendo recordando las últimas horas de angustia de sus hijas. Creo que la muerte fue la salvación para ellas, para descansar».
La periodista Judith Torrea explica el desprecio de los criminales y la impasibilidad de las autoridades: «Los asesinos no se molestan ni en enterrar a sus víctimas, las arrojan en lugares clave, a veces con una simbología específica, pero las arrojan en barrios pobres o en el desierto… Lo que más llama la atención es que las autoridades enseguida dan un nombre a esos huesos, sin realizar ningún tipo de pruebas científicas y sin buscar el ADN, que es la prueba más fiable. Y enseguida, a los dos días, por la presión social, encuentran a los culpables, verdaderos chivos expiatorios. Entonces, tampoco se realiza ningún tipo de estudio. ¿Cómo es posible encontrar los nombres de las víctimas y de los culpables sin realizar ningún examen científico? Esa es la cuestión». Efectivamente, ésa es la cuestión principal para intentar resolver este puzle dramático. Existe cierta impunidad, al parecer, ciertos condicionantes políticos y sociales, un entramado de grupos narcotraficantes, una situación inestable en la frontera… En todo caso, la cantidad de mujeres asesinadas —algunos meses el número se eleva hasta sesenta víctimas— y la proximidad temporal de los crímenes resultan especialmente llamativas. «Nuestro Estado es el más grande de la República Mexicana», explica Esther Chávez Cano: «Aquí cabe tu país, Italia y otros países, sólo en este Estado. La mayor parte es desierto. Entre Ciudad Juárez y Chihuahua, que está a trescientos kilómetros, no hay más que dos o tres pueblecitos. Lo demás es desierto. Arena del desierto. Como la arena se mueve, es difícil encontrar los cuerpos. No se ve nada, apenas logra verse nada. Sólo hay flores del desierto, extensiones tremendas, lugares imposibles. Allí no se puede llegar… y en esas hondonadas y lugares alejados, allí se encuentran cuerpos. Sólo unos vehículos muy potentes podrían llegar a esos sitios, o tal vez las arrojan desde helicópteros. No sabemos qué pasa. Lo ignoramos. Estamos llenas de preguntas y con muy pocas respuestas a lo largo de estos últimos diez años».
La pregunta inmediata es si hay algún patrón en las víctimas, si las eligen por alguna razón, si son de cierto tipo fisonómico. ¿Cómo debe ser una joven para que sea una víctima propicia para estos asesinos o para estos grupos de asesinos que actúan en Ciudad Juárez? «Intentan localizar a mujeres pobres, jóvenes y hermosas», explica Judith Torrea. «Antes de hacerles todo… las violan, las torturan, las descuartizan, las ocultan, me imagino, e incluso a veces les cambian de ropa, y luego las arrojan a las dunas del desierto».
Como advertía la directora de la asociación Casa Amiga, todo son preguntas.
Quizá Robert Ressler, experto criminólogo del FBI y asesor en series televisivas como CSI o Expediente X, ofrezca una imagen certera del asunto cuando asegura: «Yo, ni armado hasta los dientes atravesaría el desierto de Ciudad Juárez».
El rancho de los narcosatánicos
Para explicar esta serie de incomprensibles asesinatos y desapariciones, los expertos, los aficionados y los locos han puesto sobre la mesa incontables teorías: tráfico de órganos, sectas satánicas, grupos de adoradores del sol que pretenden recuperar tiempos de esplendor, asesinos en serie, pervertidos voyeurs de snuff movies, narcotraficantes enloquecidos… Esther Chávez asegura que las líneas de investigación oficial en este momento son cinco: el tráfico de órganos, la trata de blancas, los actos satánicos, los narcotraficantes y la producción de vídeos snuff. «¿Quién es? ¿Quién sabe?».
Todos los expertos —e incluso la propia Esther Chávez— duda de la hipótesis que pudiera relacionar estos crímenes con el tráfico de órganos. Este delito requería una infraestructura médica muy bien organizada, con muchos medios técnicos y en la que deberían participar médicos, enfermeros, hospitales, etcétera. Es difícil que tantas personas e instituciones colaboren en un negocio así. Es casi imposible. Por esa razón, la teoría del tráfico de órganos está casi descartada en la actualidad.
¿Y las sectas satánicas?
No hace mucho tiempo que la agencia de noticias mexicana Notimex enviaba el siguiente teletipo: «Narco-satánicos detrás de muertas de Juárez». La noticia sugería que las trescientas mujeres asesinadas de Ciudad Juárez (Chihuahua), más que un problema de seguridad pública, se debían a la presencia de bandas de traficantes de órganos y grupos de narcosatánicos. Al menos, eso era lo que afirmaba el legislador federal, David Rodríguez Torres.
¿Qué es el narcosatanismo? A finales de la década de 1980, el término «narcosatánico» se hizo tristemente célebre por un individuo llamado Adolfo de Jesús Constanzo, llamado «el Narcosatánico de Matamoros». Este enloquecido sujeto era al parecer muy aficionado a los rituales esotéricos y participaba junto a su madre en ceremonias vudús y en ciertos ritos pertenecientes a religiones de origen africano. Según las noticias recogidas en prensa, él era el líder de una secta que asesinó a varios hombres. Su banda se dedicaba al tráfico de marihuana y creía que realizaban ese tipo de negocios protegidos por el demonio y que eran invulnerables. Celebraban ritos y asesinaban para protegerse, para que los dioses del infierno les fueran propicios. Él creía que era Satanás quien le protegía a él y a sus secuaces, que era Lucifer quien detenía las balas de la policía. (La película Perdita Durango, de Alex de la Iglesia, de 1997, interpretada por Javier Bardem, representaba el ambiente narcosatánico).
En 1989, en un rancho de Santa Elena, la policía descubre a estos sanguinarios: velas, vasijas con cerebros humanos, sangre, tortugas, arañas, cabezas de cabras, etcétera. También encontraron trece cuerpos enterrados en las inmediaciones de este rancho, la mayoría mortalmente mutilados. A algunos de ellos se les había extirpado el cerebro, a otros les habían arrancado huesos de la columna vertebral con los que presumiblemente habían hecho amuletos.
Otra hipótesis, como se ha adelantado, consiste en que estas jóvenes sean asesinadas con el único fin de grabar su muerte en vídeo: éstas son las snuff movies (argumento principal de la primera película de Alejandro Amenábar, Tesis, de 1996). En principio, este tipo de filmaciones parece que forman parte de las leyendas urbanas. Sin embargo, hay quien afirma que estos vídeos realmente se ruedan, se comercializan y se venden. Algunos investigadores y responsables judiciales de Ciudad Juárez hablan de la posibilidad de que se rueden en pleno desierto.
Santiago Camacho, nuestro experto particular en conspiraciones, recuerda que hace unos años, un director de cine llamado Franz Henenlautter ofreció una recompensa de un millón de dólares a quien le mostrara una de esas películas snuff. Nadie presentó material alguno. Sin embargo, se sabe que hay películas en las que se han filmado asesinatos y torturas. Muchos de los asesinos en serie han sido capturados en Estados Unidos con filmaciones de sus propios actos criminales. No las comercializaban, pero las tenían. Se sabe que el Sha de Irán se complacía viendo las películas de torturas de su policía secreta. «Sería inocente pensar que ese tipo de filmaciones no existe en algunos circuitos muy restringidos. Y puede que estén circulando», concluye nuestro compañero.
Entonces, ¿no es una leyenda urbana? Pero, si es real, ¿por qué la policía jamás ha desarticulado ninguna banda y por qué no ha encontrado material que lo confirme? Al parecer, la parte legendaria del negocio de las snuff movies afecta a la comercialización. Es decir, según Santiago Camacho, las películas existen, las películas se ruedan, «pero suelen ser para consumo propio de la banda de depravados que se dedica a esas cosas».
Y respecto a la posibilidad de que en Ciudad Juárez se estén rodando este tipo de películas, conviene recordar una casualidad sorprendente: el mito y el rumor de la existencia de estas filmaciones nace a principios de los setenta y nace, curiosamente, en esa franja fronteriza de Tijuana, El Paso y Ciudad Juárez. El mito —o la realidad— de las snuff movies nace precisamente ahí. Y la historia se podría remontar aún más atrás, hasta la década de 1950: en esa época, en Tijuana, los americanos pasaban la frontera, secuestraban mujeres y se las llevaban para violarlas al otro lado, en Estados Unidos.
Finalmente, para cubrir las hipótesis más factibles, Milenio 3 acudió a Óscar Máynez, criminalista y forense del Estado en Ciudad Juárez. Este experto tuvo que abandonar la ciudad, según él, debido a ciertas amenazas más o menos veladas o más o menos explícitas. Máynez no es partidario de la teoría de las sectas satánicas. En su opinión, ante la ausencia de simbología propia de esos grupúsculos podría descartarse esa posibilidad. «Creo que estamos ante un criminal sexual en serie, un psicópata». Lo más grave, para Máynez, es que se han dado las condiciones para que este asesino o este grupo de asesinos pueda perpetuar su crimen en la más absoluta impunidad. «Estas personalidades psicopáticas se pueden dar en cualquier lugar y en cualquier momento. Desgraciadamente, se presentaron en Juárez y se presentaron en un ambiente fértil para la impunidad. Si se hubieran presentado en Estados Unidos o en España, con una policía científica profesional, esto no habría llegado hasta este punto, porque habrían reconocido el problema y habrían actuado en consecuencia. No habrían negado el problema, ni habrían culpado a la víctima ni habrían buscado chivos expiatorios». Máynez está persuadido de que todas las hipótesis son válidas, en la actualidad, por una simple razón: porque no se investiga.
Sacrificios rituales en España
Esta terrible historia, que parece tan lejana, no lo es tanto. En España ha habido personas que, en un estado más o menos delirante, creyéndose imbuidos de poderes divinos o acatando órdenes de supuestos demonios, en grupos sectarios o solos, han practicado el sacrificio ritual.
Un breve listado de casos será suficiente para comprender que esas ceremonias sangrientas también se realizan… aquí.
Alvaro R. Bustos, ex miembro del grupo musical Trébol, fue detenido en Córdoba en enero de 1987 tras confesarse autor de la muerte de su padre, Manuel Bustos. Le clavó una estaca de madera en el corazón cuando estaba durmiendo porque, según declaró, encarnaba el mal. Estaba convencido de que su padre se iba a reencarnar y por ello, después de asesinarlo, le cortó los talones, para que no pudiera caminar.
Y en Elche, Elena S. L. asesinó en el año 2000 a su hija de 30 años durante un ritual. La acusada aseguró que «Dios me dijo que ella y yo éramos el demonio».
Una niña de 6 años, Montserrat Fajardo Cortés, fue asesinada en marzo de 2002 en la barriada de Piedras Redondas, en Almería. Según fuentes policiales, murió a manos de su madre y de su tía, que practicaban rituales de brujería y espiritismo.
Uno de los casos más claros de satanismo se produjo en Carabanchel (Madrid), en septiembre de 1997. En esas fechas se descubrió el cadáver descuartizado de un hombre. En su pecho derecho llevaba marcado el número 666 (el número de la Bestia, según el Apocalipsis) y una estrella de cinco puntas. Apareció sin cabeza, sin manos, sin piernas, metido en una caja de cartón. Los periódicos lo llamaban «el hombre sin rostro de Carabanchel». La policía investigó el caso y todas las pistas conducían a Zaragoza, siguiendo a un grupo sectario de corte satánico, pero allí se acabaron las pistas y se acabaron los indicios.
Este caso se englobó en una categoría que se llama «satanismo ácido». El satanismo ácido estaría relacionado con los grupos de narcotraficantes: una versión española de los narcosatanistas de México. En los ajustes de cuentas entre bandas de narcotraficantes, en vez de hacer una corbata colombiana (cortar el cuello y sacar la lengua por la tráquea), los satanistas ácidos se dedican a hacer rituales aprovechando las religiones o la religiosidad o los cultos espirituales afrocubanos.
Finalmente, cabe recordar un caso dramático que afectó a un español, aunque el crimen no se produjo en España. Es el caso del joven torero español José Tomás Reina Rincón. Fue asesinado en Perú, en junio de 2002, y los forenses dijeron que el método era el propio de un ritual. El abogado Marcos García Montes, que condujo el caso, explicaba en qué condiciones había aparecido el cadáver del joven: «El cadáver venía eviscerado, sin vísceras, y no tenía ni cerebro ni cerebelo, y en el tórax y abdomen… nada. Es decir, ni cerebro, ni cerebelo, ni hígado, ni pulmones, ni riñones, ni estómago, etcétera, etcétera. Habían metido papeles, páginas amarillas en la cavidad craneal, y en el cuerpo, en la parte superior del tórax y en la mitad del abdomen… venía relleno de serrín». Aunque se han dictado algunas sentencias y hay algunos individuos en la cárcel, el caso sigue abierto y, de hecho, sin resolver.
Este recorrido por los rituales de sacrificio en México permite descubrir una corriente que, desde los albores de la civilización, llega hasta nuestros días. Hombres sacrificando hombres a sus dioses. Puede que todo se reduzca finalmente a asesinos psicópatas, a ajustes de cuentas o a rituales de sectas enloquecidas. Pero aquellos espíritus que derramaban sangre humana en los teocallis aztecas parecen seguir viviendo en México, en Perú, en España y en otros muchos lugares.