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Construcción de una adivinanza
¿La construcción de una adivinanza es un ejercicio de lógica o de imaginación? Probablemente de las dos cosas al mismo tiempo. Obtendremos la regla del ejercicio por medio del análisis de una adivinanza popular de las más simples, de aquella que dice, o decía (al menos cuando todos usábamos pozos): «Baja riendo y sube llorando» (el balde).
En el fondo de la definición hermética encontramos un proceso de «extrañamiento» del objeto, que es separado de su significado y de su contexto habitual, y es descrito como algo que baja y sube.
No obstante, en la descripción se insinúa un trabajo de asociación y comparación que se ejercita no sobre la totalidad del objeto, sino sobre una de sus características, la sonora. El balde chirría… El chirrido, al bajar, es diferente del que hace el balde cuando sube…
La clave de la nueva definición está en la metáfora que sugiere el verbo «llorar». Cuando sube, el balde oscila, el agua gotea… El balde «llora»… «Sube llorando». De esta segunda metáfora nace la primera: «baja riendo». Ahora la doble metáfora está lista para presentarnos el objeto escondiéndolo y promoviéndolo desde un utensilio banal y cotidiano hasta algo misterioso, que desafía la imaginación.
El análisis que hemos realizado nos ofrece esta secuencia: «extrañamiento-asociación-metáfora». Son tres pasos obligados para llegar a la formulación de la adivinanza. Podemos probar el funcionamiento de la regla con un objeto cualquiera. Por ejemplo una pluma, y mejor aún (porque los tiempos avanzan): un bolígrafo.
Primera operación: extrañamiento. Debemos definir el bolígrafo como si lo viésemos por primera vez. Es un palito, generalmente de plástico, en forma de cilindro o de poliedro, acabado en una punta cónica que tiene la característica, si se la apoya sobre una superficie clara, de dejar una señal bien visible. (La definición es lacónica y aproximativa. Para definiciones más extensas debemos dirigirnos a los romanceros de la «école du regard»).
Segunda operación: asociación y comparación. La «superficie clara» de la definición se presta, por vía de la imagen, a ulteriores significados. La hoja de papel blanco puede convertirse en cualquier otra superficie blanca, desde una pared a un campo de nieve. Por analogía, lo que en una hoja blanca es una «señal negra», en un «campo blanco» puede ser un «sendero negro».
Tercera operación: la metáfora final. Estamos preparados ahora para una definición metafórica del bolígrafo: «es una cosa que traza un sendero negro en un campo blanco».
Una cuarta operación: —no indispensable— consiste en dar una forma atrayente a la definición misteriosa. A menudo, las adivinanzas se formulan en verso. En nuestro caso es fácil:
«Sobre un campo blanco blanco
traza un sendero negro».
Hay que subrayar la importancia decisiva de la primera operación, que en apariencia tiene una función preparatoria. En realidad el «extrañamiento» es un momento esencial. Es el que permite las asociaciones menos banales y nos lleva a las metáforas más sorprendentes (que, para quien ha de resolver el enigma, estarán cargadas de una estimulante oscuridad).
¿Por qué a los niños les gustan tanto las adivinanzas? A ojos cerrados, diría que porque representan, en forma concentrada, casi emblemática, su proceso personal de conquista de la realidad. Para un niño el mundo está lleno de objetos misteriosos, de hechos incomprensibles, de figuras indescifrables. Su propia presencia en este mundo es un misterio que tiene que resolver, es como una adivinanza, alrededor de ella ha de formular preguntas directas o indirectas para conseguir la respuesta exacta. La verdad se revela, a menudo, en forma de sorpresa.
De aquí el placer de probar de un modo desinteresado, por juego, casi por entretenimiento, la emoción de la búsqueda y la sorpresa.
Si no me equivoco, el gusto por las adivinanzas está directamente relacionado con el juego del escondite. Si bien el contenido principal de este último es distinto: revivir, por juego, el miedo de ser abandonado, de que no nos encuentren. O el miedo de perderse. En efecto, es Pulgarcito quien juega a perderse en el bosque. Ser encontrados es como volver al mundo, reconquistar los propios derechos, renacer. Antes no estaba: ahora estoy. Ya no estaba más: vuelvo a estar.
Con estos desafíos se robustece el sentido de seguridad del niño, su capacidad de crecer, su placer de existir y de conocerse.
Mucho más se podría decir sobre este tema, pero escaparía de la finalidad de estos apuntes.