El poder tiene nombre de mujer

Antes de proceder, considero que es útil tratar de inmediato un aspecto metodológico fundamental. Es necesario desmontar una manera recurrente, aunque falaz, de abordar el tema de los errores en el amor, es decir, la reacción habitual de las mujeres ante este argumento, que se resume en la pregunta: «¿Y el hombre?», en referencia a las carencias masculinas a la hora de gestionar sus relaciones sentimentales.

Esta típica forma de oposición argumentativa, que desplaza la atención hacia el otro y hacia sus culpas, como bien saben los expertos en problem solving, es el primer paso hacia una tipología errónea de investigación de problemas, pues elude el necesario análisis de los errores propios antes de pasar a la valoración de los de los demás.

De hecho, una vez reconocidos los errores, cambiaré la forma en que me relaciono y, por consiguiente, haré que cambie también la de mi pareja. Operación esta mucho más accesible y realizable que la de pretender que cambie primero el otro.

Como dijo Gandhi: «Si quieres cambiar el mundo, empieza por cambiarte a ti mismo».

No obstante, cuando se analizan las dinámicas amorosas y sentimentales, lo que vuelve aún más decisivo el deseo de querer centrarnos en las estrategias femeninas es el hecho de que la mujer de hoy, en este sentido, tiene mucho más poder que el hombre. Por eso, en la mayoría de los casos, ella representa la pieza clave en la que podemos apoyarnos para instigar el cambio en la relación de pareja.

Declarar esto parece contradecir el papel histórico del hombre, pero la verdad es que, en las últimas décadas, la balanza del equilibrio de las parejas está completamente inclinada hacia el lado femenino.

El poder del hombre se ha desgastado, no tanto por los procesos de emancipación de la mujer, sino, sobre todo, por el progresivo desvanecimiento del mito de la potencia masculina.

Además, en el mundo occidental, la sociedad y las familias hiperprotectoras han favorecido a todas luces una dulce castración del hombre tradicional, el cual delega gustoso en la mujer responsabilidades y papeles ostentados en el pasado.

A la mujer moderna, por otra parte, quizá la haya hecho feliz arrogarse este poder, aunque a veces una conquista, si se repite, se vuelve en contra del propio vencedor.

El hecho de que la mujer se sienta primero gratificada por esta notable responsabilidad en la toma de decisiones, para luego, con el tiempo, descubrir que está profundamente decepcionada y en apuros se convierte en una trampa relacional.

Como veremos, según las características de la mujer, a esta situación le corresponderá el desencadenamiento de un guión sentimental disfuncional de gestión de la relación. Sin embargo, este es sólo uno de los ejemplos, entre muchos, de cómo ahora el papel de la mujer es determinante en la dinámica entre los miembros de una pareja. Además, al ser las mujeres, con respecto a los hombres, más proclives a la autocrítica, en cualquier intento de resolución de un problema adoptarán, sin lugar a dudas, el rol del más colaborador y dispuesto al cambio. Las mujeres son más dadas a la autocrítica; en los hombres, esto es menos frecuente.

En resumen, lo que quizá legitime más que cualquier otro argumento el hecho de referirme a las mujeres en lugar de a los hombres es que son ellas las que se quejan en serio de sus insatisfacciones sentimentales. Rara vez oiremos a un hombre lamentarse de sus decepciones amorosas, mientras que las mujeres lo hacen continuamente. Y como es bien sabido, la primera regla para un problem solver es la de tratar a quien se queja del problema.